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ESTHER OVALLE AGUILAR, h.j.

BIOGRAFIA DE LA SIERVA DE DIOS

CESÁREA RUIZ DE ESPARZA Y DAVALOS

FUNDADORA DE LA CONGREGACION
DE HERMANAS JOSEFINAS

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HERMANAS JOSEFINAS
MEXICO, 1988

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M. Cesárea Ruiz de Esparza y Davalos

Fundadora de la Congregación de Hermanas Josefinas

PRESENTACION

Esther Ovalle Aguilar, h.j., originaria de San Luis Potosí, S.L.P.,


con la sencillez que la caracteriza, ha querido compartir a los
laicos, el don que el Padre concedió a la Iglesia en la persona de
la Madre Cesárea Ruiz de Esparza y Dávalos, Fundadora de la
Congregación de Hermanas Josefinas, escribiendo esta pequeña
biografía. A través de toda ella se dejará entrever el amor filial
con que plasma la imagen de Cesarita, así llamada familiarmente
por quienes la conocemos y la amamos, y la perfila como un
modelo a imitar por los niños, los adolescentes, los jóvenes y los
adultos, que deseen vivir su vocación cristiana integrando
armónicamente la fe en la vida diaria.

En estas líneas queda al descubierto la profunda experiencia


cristiana de Cesarita: es consciente de la acción de Dios Trino
en ella; vive en intensa unión con el Padre y en amorosa
esponsalidad con Cristo anonadado, a quien le da posesión
entera de su corazón, ante la mirada de sus padres la Virgen
María y San José; por la acción del Espíritu Santo, se sabe
enviada a liberar a sus hermanos del pecado y sus
consecuencias, mediante la conservación de Cristo en ellos; con
la mira de hacer siempre y en todo lo mejor, hace de su persona
y del ambiente donde se encuentra, un espacio lleno de caridad
y de amor, estando atenta sólo a la voluntad del Padre.

Los medios utilizados por Cesarita para desarrollar la vida de


Dios recibida en el bautismo, son siempre actuales y al alcance
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de todos los laicos: la escucha pronta y dócil de la Palabra de
Dios y de la Iglesia, la oración filial y constante, la sabia
dirección espiritual, la percepción en la fe de los dones y talentos
recibidos y al mismo tiempo de las diversas situaciones sociales
e históricas en que se está inmerso.

Los valores morales encarnados por ella, como la prudencia, la


justicia, la fortaleza, constituyen una verdadera guía para tantos
creyentes desorientados que van en pos de líderes falsos, que los
precipitan en las tinieblas, lejos de conducirlos por el camino de
la luz.

Esta mujer que supo ser modelo de hija, de hermana y de madre,


impulsada por la fuerza del amor que se sacrifica y vence todo
tipo de adversidad: enfermedad, descenso en la escala social,
reveses de fortuna, desintegración familiar, obstáculos para
realizar su consagración en la vida religiosa, conduce y anima a
las familias a la contemplación e imitación de la familia de
Nazaret, Jesús, María y José.

Querido lector, que el correr estas páginas en apertura y


docilidad al Espíritu Santo, sea un incentivo divino que te
permita al estilo de Cesarita, acoger cada día tu fe cristiana en
plenitud, para que puedas vivirla y desarrollarla fielmente hasta
alcanzar la cima de la santidad.

Cecilia Fuentes Andrade, h.j.

Superiora General

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A los laicos, hermanos nuestros en el espiritu del Señor
Resucitado y caminantes, como nosotros y con nosotros los
religiosos, hacia la Casa del Padre bueno.

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INTRODUCCION

Esta breve y sencilla biografía de la Madre Cesárea Ruiz de


Esparza y Dávalos, Fundadora de la Congregación de Hermanas
Josefinas, comprende cuatro partes:

 En la primera, se describe a grandes rasgos su vida


familiar;

 en la segunda, su vocación de Fundadora;

 en la tercera, algunas de las obras que llevó a cabo


anhelando sólo la Gloria de Dios;

 la cuarta, son solamente unas pinceladas de situaciones


que la llevaron a profundizar en la voluntad de Dios, con
relación a la fundación y respecto a su caminar de
regreso al Padre Celestial.

San Luis Potosí, S.L.P., en el 150 Aniversario de


la Consagración a Cristo de la Sierva de Dios Cesárea Ruiz de
Esparza y Dávalos, doce de octubre del año de mil novecientos
noventa y ocho.

Esther Ovalle Aguilar, h.j.


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I. VIDA FAMILIAR

1. DIOS ME VE

Sólo Dios conoce la hondura espiritual de esta invocación que


con frecuencia venía a la mente y corazón de la Madre Cesarita
a la que con toda sencillez llamaremos simplemente Cesarita-,
invocación que la caracterizó y con la que iniciaba siempre sus
escritos.

Dios es la luz de nuestro corazón; manantial inagotable de


verdad, amor, santidad, a través de Jesucristo, Pan que nutre
nuestro ser, camino de Vida, que conduce a la Casa del Padre
bueno.

Dios, Uno y Trino, vivía en el corazón de Cesarita, porque ella


lo amaba desde niña.

Muy lejos de los sentidos, está la escuela en la que se oye al


Padre que enseña cómo llegar hasta el Hijo. Allí está también el
Hijo, porque es la Palabra del Padre por la cual enseña y no actúa
en el oído de la carne, sino en el del corazón. Allí está también
el Espíritu Santo, amor personal entre el Padre y el Hijo y no
deja él de enseñar, ni enseña solo, pues son inseparables las
obras de la Trinidad.

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Cesarita es justamente, sede de la sabiduría cristiana, que es
conformidad profunda del ser humano con Dios, el cual vive en
él por la gracia y la caridad.

DIOS ME VE, es el grito que brota de lo más profundo de su


ser, como fruto de su experiencia de hija de Dios y del continuo
ponerse conscientemente en su presencia

2. NACIMIENTO

Cesarita nació en la ciudad de Aguascalientes, Ags., el día 27 de


agosto de 1829.

Fue bautizada en la Parroquia de la Asunción -actualmente


Catedral-, el día 31 de agosto, con los nombres de María
Agustina Cesárea.

Sus padres fueron el Señor Licenciado José María Ruíz de


Esparza y Peredo, y la Señora María Bruna Dávalos Rincón
Gallardo.

Descendía de los Marqueses Ruíz de Esparza y de los Condes


de Santarena y Santa Rosa, de la nobleza española, por la línea
paterna.

Por la línea materna, de los Marqueses de Guadalupe Rincón


Gallardo, de la nobleza colonial de la Nueva España.

Su bisabuela, Doña Ignacia de la Gándara, casada con Don


Fernando Rincón Gallardo, era hermana de Doña Francisca de
la Gándara, llamada la Virreina Mexicana, esposa de Don Félix
María Calleja del Rey, Virrey de la Nueva España durante la
guerra de Independencia.
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La familia de su madre estaba también emparentada con' el
Arzobispo de México Don Pelagio Antonio de Labastida y
Dávalos y con el primer Obispo de León, José María de Jesús
Díez de Sollano y Dávalos.

Cesarita, al nacer, tuvo vida de milagro, porque fue sietemesina


y presentó dificultad para respirar. Nuestro Señor tomó por
instrumento para darle la vida a su papá, quien por medio de un
tubito de hoja de lata, le comunicó aire por boca y nariz. Se crió
muy débil, hasta los tres años comenzó a ande mimada por su
familia

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Catedral de Nuestra Señora de la Asunción de Aguascalientes, en la que
contrajeron matrimonio los padres de Cesarita y en la que ella fue bautizada.

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3. VIDA EN FAMILIA

Don José María y Doña María Bruna, quienes al contraer


matrimonio el 30 de julio de 1825, tenían veintiocho y dieciséis
años de edad respectivamente, procrearon catorce hijos, de los
cuales murieron siete y sobrevivieron cinco mujeres y dos
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hombres: Justa, Juliana, Refugio, Ignacia, Cesarita, José María
y José Justo Pastor, que se separó de la familia y adoptó el
nombre de Juan E. Hernández Dávalos.

La familia en la que se nace y crece deja su impronta para


siempre en los seres que la integran y Cesarita no fue una
excepción. Una de las gracias más grandes que recibió, fue la de
haber nacido en un hogar profundamente cristiano, en el que la
fe, la esperanza y la caridad echaron raíces profundas.

Doña María Bruna, que a la nobleza de nacimiento unió


una gran belleza física y espiritual, inculcó a sus hijos un fuerte
horror al pecado inclinándolos a la oración. Cesarita era todavía
pequeña, cuando su madre solía rezar con ella y otras dos
hermanas sus devociones, después leía el cuaresmal y apagaba
la vela para que oraran; Cesarita se dormía y no se daba cuenta
del momento en que la llevaban a la cama.

Al año de nacida, la familia se trasladó a Zacatecas, de


ahí a Sombrerete y en 1833, después del cólera, a Durango,
donde permaneció diez años. En 1843 fueron a Aguascalientes
a visitar a los familiares y en 1844 regresaron a Zacatecas, ahí
empezó a sentir inclinación por andar muy bien arreglada, cosa
que duró poco tiempo, pues a la edad de dieciséis años renunció
a los pocos adornos que su madre le permitía y se propuso usar un
peinado sencillo, ya que le agradaba andar bien arreglada. A esa
edad se dedicó a la oración y a ponerse con frecuencia en la
presencia de Dios ofreciéndose en sacrificio. Este ofrecimiento, en
su adolescencia, se convirtió en la tónica de su vida y fue presagio
de la ofrenda de todo su ser en favor de la Iglesia.

Aprendió a leer, escribir, hacer cuentas, labores manuales,


bordados, costuras y los quehaceres domésticos, pero no estudió

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gramática ni tampoco realizó otros estudios. Su madre le confió el
gasto de la casa y el cuidado de los sirvientes.

Acostumbraba confesarse con el Padre Guardián del Colegio


de Guadalupe, pero como éste no podía dirigirla como ella deseaba,
se propuso formarse espiritualmente sola, se dedicó a la oración y
a la lectura y tomó por maestro a San Francisco de Sales. Sin
embargo, la falta de un guía espiritual cercano le afectó, pues se
hizo muy tímida y escrupulosa y en todo veía pecado; esta actitud
afligió mucho a su madre. La situación cambió al trasladarse la
familia a la ciudad de San Luis Potosí, en donde el Padre Fray
Ignacio Sampayo, Guardián del Convento de San Francisco, fue su
confesor.

Don José María siempre permitió a Doña María Bruna y a sus


hijas asistir a la Iglesia cuantas veces desearan y les compraba
buenos libros religiosos, nunca novelas, lo que Cesarita vio como
un beneficio de Dios.

Padres de M. Cesarita

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Don José María Ruiz de Esparza y
Peredo

Doña María Bruna Dávalos


Rincon Gallardo

4. CONSAGRACION A JESUS NIÑO

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En 1847 Don José María permutó su servicio de Juez de
Distrito de Zacatecas con el Juez de Distrito de San Luis Potosí.

En ese mismo año mandó hacer para Cesarita una


imagen del Niño Dios. Uno de sus tíos regaló a sus hermanas y
a ella una argolla de oro a la que Cesarita mandó poner las letras
J y C y el jueves 12 de Octubre de 1848 -a la edad de diecinueve
años, día de nuestra Señora del Pilar-, su confesor en la sacristía
del templo de San Francisco bendijo el anillo y le dio como
Esposo al Niño Jesús, ella a su vez puso a la imagen un anillito
con la letra C.

Al desposarse con Jesús Niño, hizo una comunión


espiritual y avivó su fe de que estaban presentes San José y la
Virgen María, a quienes invitó como padrinos.

Puso todo su afecto en el Niño no sólo adornándolo, sino


sobre todo, amándolo en la oración y dentro del día, dirigiéndole
jaculatorias, actos de amor, de contrición, comuniones
espirituales, besando el anillo, haciéndolo todo por su amor con
el fin de agradarle.

Además de la oración de la mañana, cuando ya atardecía


se iba a sus pies a hacer oración y a rezar sus devociones. En
adviento hacía los Ejercicios Espirituales y lo velaba la noche
de Navidad.

A partir de su consagración a Jesús Niño, Palabra de


Dios hecho hombre y anonadado por amor a la humanidad, la fe
de Cesarita aún mas dinámica y su oración incesante.

Oraba con los salmos, como Cristo, pues la piedad atenta


a aprender de El, no puede descuidar esta forma de oración.

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Aprendió tarnbién a orar el Evangelio ya que Jesucristo
quien estimula o educa la fe.

Cesarita tomaba acostumbraba rezar el Salterio de su


parte quien acostumbraba rezar los Salmos penitenciales y con
mucha atención y procurando comprender lo mejor que podía el
sentido de la salmos o los que más le agradaban.

El Espíritu la guiaba y la llenaba de sus consuelos al


mismo tiempo que la iba asemejando a Cristo. Durante ocho
años ésta fue su principal ocupación. En ella se cumplió la
palabra del Señor: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y
vendremos a él y pondremos en él nuestra morada ( Jn 14.23)”.

Imagen del Niño Dios con el que realizo sus desposorios la M. Cesarita y que
la acompaña toda su vida.

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5. ATENDIENDO A SU FAMILIA

El 18 de abril de 1856 murió Doña María Bruna, a la


edad de cuarenta y seis años. El día en que fue sepultada, Don
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José María reunió a la familia: Justa, Juliana, Refugio, Cesarita,
José María y un primo -Ignacia y José Justo Pastor, ya habían
contraído matrimonio- y les dijo, que aunque Cesarita no era la
mayor -tenía veintisiete años- todos se sujetarían a su dirección
y dejó a su cargo el gobierno de la casa.

Además de cumplir con esta responsabilidad, Cesarita


curaba a su padre, pues estaba enfermo, lo atendía cuando salía
y volvía de sus negocios; vigilaba a sus hermanas, dos de las
cuales ya tenían pretendientes y atendía a las visitas que acudían
a dar el pésame a la familia. Con todo esto, ya no tuvo tiempo
para dedicarse a su vida espiritual, como lo hacía antes. No dejó
la frecuencia de los sacramentos, pero perdió el recogimiento
interior, se disipó de la presencia de Dios y estuvo algún tiempo
sin saber qué hacer, a disgusto de esa situación.

Esta nueva forma de vida duró dos años, en el transcurso


de los cuales se suscitaron circunstancias muy penosas para la
familia. Dos de sus hermanas se casaron; el hermano también y
su padre contrajo segundas nupcias con Ma. Cruz N., apodada
la Durangueña, una persona no recomendable; el primo se
separó y sólo quedaron en casa su hermana Juliana y ella.

6. CESARITA Y .JULIANA ¿RELIGIOSAS?

Las dos hermanas se sintieron llamadas a la vida


religiosa y decidieron ingresar: Cesarita con las Concepcionistas
y Juliana con las Hijas de la Caridad, de San Vicente de Paúl.
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Con este fin, llevando cartas del Obispo de San Luis
Potosí, el Señor Pedro Barajas y de otras personas, en compañía
de su tía Doña Teresa Pimentel, se dirigieron a México el 22 de
abril de 1858, Juliana se hospedaría en la casa de la familia del
Padre Fray Juan Soriano, Comendador de los Padres
Mercedarios y Cesarita con los familiares, pero en el camino
recibió Doña Teresa una carta en la que le decían no era
conveniente que Cesarita y Juliana fueran a México, por lo que
aunque fue muy doloroso para ellas, regresaron a San Luis
Potosí.

Para que Juliana pudiera realizar sus anhelos de ser


religiosa, Cesarita pidió a su tía que a ella la llevara a la
Hacienda de San José de la Quemada, Gto., en donde trabajaba
uno de sus hermanos y a Juliana a México, ya que no iba a
hospedarse con los familiares.

Juliana ingresó a la Compañía de las Hijas de la Caridad


en diciembre de 1858 y permaneció en el Hospital de San
Andrés hasta que fue expulsada del país por el gobierno
anticlerical en 1875. Llegó a Francia y de allí pasó a España
donde murió en 1921.

Cesarita permaneció seis meses en la Hacienda. Como


había templo y capellán tornó a sus devociones, pero no con el
recogimiento que deseaba, pues el recuerdo de todo lo
acontecido en los dos años que siguieron a la muerte de su madre
la llenaba de tristeza. Se iba sola al campo, llevando sus libros
para rezar y meditar y aunque hacía frecuentes actos de
conformidad, algunas veces terminaba llorando.

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7. CON LAS SALESAS

En la ciudad de San Luis Potosí existía un Beaterio


llamado de las Salesas, éstas no pertenecían a la Orden de la
Visitación fundada por San Francisco de Sales, sino que
formaban un grupo de beatas, es decir, mujeres que vivían
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piadosamente, reunidas en comunidad con la autorización del
Señor Obispo Pedro Barajas.

Una persona que estimaba a Cesarita, la señora Doña


Josefa Salazar, le consiguió dos bienhechores que le pagaran su
estancia en el Beaterio y fue por ella a la Hacienda.

Las Salesas la invitaron a integrarse a la comunidad pero


como ella no lo deseaba, por recomendación del Señor Obispo,
se quedó en calidad de huésped

Como no tenía otra ocupación, se dedicó primordial-


mente a la lectura de: la Sagrada Escritura, traducida en varios
tomos por el Obispo de Segovia, España, Felipe Scio; el
Evangelio meditado con explicaciones; el Catecismo de
Perseverancia del Abate José Gaume, obra traducida al español
en ocho tomos y el Cuadro poético de los Sacramentos. Tenía
una sed insaciable de conocer todo lo que se refería a la religión,
sed que parecía la empujaba a todas estas lecturas, mas la verdad
era que el Señor, providente y amoroso, continuaba
preparándola para la misión que años más tarde le confiaría.

Permaneció en el Beaterio solamente ocho meses, pues


salió de allí para cuidar a su padre a quien su segunda esposa,
después de haber gastado todo lo que pudo de la de recursos

Cesarita se dedicó a la atención de su padre y de dos


fincas que les quedaban. En ese tiempo se recrudecieron sus
enfermedades y murió la esposa de su hermano José María,
dejándole un niño de cuatro años de edad, al que se le hacía muy
difícil prodigarle todos los cuidados que necesitaba.

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Atendió a su padre un año y diez meses y a su sobrinito
diez meses. Don José María entregó el alma a Dios el 25 de abril
de 1861 y al mes murió el niño.

Antes de morir Don José María -que tenía fama de ser un


hombre muy rico, lo cual no era así-, nombró a Cesarita albacea
de los pocos bienes que le quedaban, pues su hacienda la perdió
en una serie de negocios que nunca le dieron resultado.

Asesorada por el Señor Cura Don Manuel del Conde,


quien a la postre sería el segundo Obispo de San Luis Potosí,
Cesarita se dedicó a arreglar la testamentaría extrajudicial, pero
como sus cuñados se oponían a que pagara una deuda que estaba
cierta debía su papá, sin avisar al Señor Cura renunció ante un
juez competente al cargo de albacea.

8. LA HERENCIA DE SU HERMANA REFUGIO

A partir de la muerte de Don José María, la vida de


Cesarita cambió radicalmente. Careciendo de bienes, rechazada
por los familiares y sin poder lograr sus anhelos de ser religiosa,
se acogió a la protección de su hermana Refugio, quien estaba

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casada con Juan Vega, persona de regular acomodo; tenían dos
hijos.

El día 1°. de abril de 1864, salió de San Luis Potosí con


la familia. En el camino Refugio enfermó de tifo y murió el día
22 del mismo mes, a la edad de veinticuatro años, en Tula de
Tamaulipas, donde fue sepultada.

Ante esta situación tan inesperada y apesadumbrados,


regresaron a San Luis Potosí llegando el día l°. de mayo, Juan
iba también enfermo de tifo y falleció el día 8, dejando a Cesarita
sus dos hijos: Josefa de cuatro años diez meses y Miguel de dos
años seis meses. Los bienes que poseía los dejó en herencia a
sus dos hijos.

Cesarita se encontraba ante una situación totalmente


nueva, tendría que hacer las veces de madre de los dos pequeños,
atendiéndolos en todo lo que fuera necesario.

Temiendo que las rentas de los bienes heredados por


Juan no fueran suficientes para atender a todas las necesidades,
puso un estanquillo que pronto fue aceptado, mas como todo lo
había obtenido a crédito tenía que prestar algunos servicios a las
personas que se los concedieron, lo que aumentó sus
compromisos y trabajos y así vino a servir la que antes había
sido atendida en todo por sirvientes.

No dejo la frecuencia de los Sacramentos ni de asistir a Misa


todos los días. Durante cinco años estuvo dedicada al
comercio.

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José Justo Pastor Ruiz de Esparza y Dávalos

9. EN MEXICO

A instancias de su hermano Juan, quien deseaba que


Cesarita dejara de trabajar, salió para la ciudad de México el 22
de abril de 1869, a donde llegó el día 27, después de residir en
San Luis Potosí cerca de veintidós años.

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Este hermano tenía tres hijos, las travesuras de éstos y
las de Pepita y Miguel, eran fuente de continuos disgustos por
lo que Cesarita decidió retirarse de la casa de su hermano en
noviembre del año arriba mencionado y se dedicó, durante un
año seis meses, a asistir a seis jóvenes de San Luis Potosí,
estudiantes de medicina.

Juliana al verla muy delicada de salud, con la atención


de los dos sobrinos y que continuaba trabajando, insistió mucho
en que dejara todo y se fuera a vivir al Hospital de San Andrés,
en donde se hospedaría en un pequeño departamento separado y
habitado por varias religiosas, de manera que pudiera dedicarse
únicamente a procurar su bien espiritual. Con este fin y aunque
sufriendo mucho por ello, internó a Pepita con las Hijas de la
Caridad, d, puso a Miguel en un Colegio y a una señora para que
atendiera a los estudiantes.

Pobre en bienes materiales, pero sobre todo pobre de


espíritu y dócil por lo tanto a la guía del Espíritu Santo, Cesarita
se trasladó ' al Hospital en abril de 1871, anhelando volver a su
vida contemplativa. Estaba muy lejos de imaginar que el Señor
la esperaba allí para confiarle una misión en la vida de la Iglesia,
después de haberla preparado con grandes penas, múltiples
enfermedades y con un despojo total.

En el Hospital de San Andrés existía la Asociación de


Hijas de María, siendo director de la misma un sacerdote de la
Congregación de la Misión, fundada por San Vicente de Paúl, el
Padre José María Vilaseca, quien influiría de una manera
decisiva en la vida de Cesarita. Esta se recibió de Hija de María
el 4 de junio y libre ya de responsabilidades, volvió al
recogimiento y vida de oración. Cada cuarto de hora se ponía en

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la presencia de Dios, hacía un acto de contrición, una comunión
espiritual y un acto de amor o de humildad. A cada hora ofrecía
al Señor el deseo de agradarle en todas sus acciones y
sufrimientos y se ofrecía en sacrificio con mucho afecto y con
positivos deseos de que Dios hiciera de ella lo que fuera su
voluntad.

Su director espiritual, el Señor Canónigo Jesús Mota, la


impulsaba a avanzar rápidamente por los caminos de la santidad.

A pesar de su delicada salud, no buscaba su bienestar


personal, pues asistía a los enfermos que entraban en agonía, a
los que iban a la sala de cirugía y atendía a otros actos de piedad.
Sin embargo no estaba satisfecha, sentía un vacío, le hacía falta
la firmeza, la reciedumbre que proviene de estar cumpliendo una
misión.

Fachada del Hospital de San Andrés (1890)

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II. CESARITA Y SU VOCACION
DE FUNDADORA

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1. EL PADRE JOSÉ MARÍA VILASECA AGUILERA

El Padre Vilaseca -como es comúnmente conocidonació


en Igualada, Provincia de Barcelona, España, el 19 de enero de
1831. El mismo día fue bautizado en la Parroquia de Santa María
con los nombres de José Jaime Sebastián.

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Fueron sus padres, Jaime Vilaseca y Víver, sastre de
oficio, y Francisca Aguilera Morató, personas cristianas y muy
piadosas, que educaron a su hijo en la práctica de la virtud.

Hizo los estudios elementales en Igualada, en el Colegio


atendido por Padres Escolapios. En 1842 la familia se trasladó a
Barcelona, en donde hizo los estudios medios y algunos
especiales, pues su padre deseaba que llegara a ser un gran
mecánico, para que trabajara en el área textil; incluso llegó a
desempeñarse en una fábrica teniendo a su cargo una máquina.

A través de un amigo, sintió el llamado a la vida


sacerdotal, dejó el trabajo que tenía en la fábrica en 18471848 y
solicitó su ingreso como sacristán en la parroquia de Santa Ana,
para continuar estudiando y descubrir con certeza su vocación.
El párroco, Santiago Canals, lo formó en la ciencia y continuó
formándolo en la virtud; juntamente con otros sacerdotes influyó
en él de manera decisiva. José Jaime Sebastián tomó como
confesor y director espiritual al Padre Agustín Cruz, quien le
ayudó a ingresar al Seminario de Barcelona.

A fines de 1849 un sacerdote Paúl, Buenaventura


Armengol lo invitó a ser misionero en América, invitación que
recibió con entusiasmo, mas fueron precisos tres años de prueba
para que pudiera comprobar su vocación.

Siendo seminarista, se incorporó a los jóvenes que


vinieron a nuestra patria para ser misioneros. El 27 de diciembre
de 1852, -a los veintidós años de edad-, impulsado por un gran
amor a Cristo dejó a sus padres, hermanos, bienes patrimoniales
y a España y se vino a México para misionar y evangelizar a los
indígenas. El 12 de marzo de 1853 desembarcó en Veracruz.

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Profesó como religioso de la Congregación de la Misión
el 3 de abril de 1855 y cambió su nombre de Jaime Sebastián
por el de María, en honor de la Santísima Virgen a quien
profesaba un gran amor. Fue ordenado sacerdote el 20 de
diciembre de 1856 por el Arzobispo de México, Doctor Don
Lázaro de la Garza y Ballesteros.

Ya misionero y predicador de ejercicios espirituales,


vivió una experiencia que transformó su vida: en 1862 enfermó
de gravedad y se le administraron los últimos sacramentos. Esta
cercanía a la muerte lo hizo comprender la fugacidad de la vida
y el valor de entregarse a Dios sin reservas.

No sólo misionero, sino también escritor incansable, se


dedicó en los tiempos libres, entre misión y misión, a arreglar
sus libros catequéticos y espirituales, con los apuntes que había
venido recogiendo a través de los años.

En esa época, la Iglesia mexicana, pasaba por hos-


tilidades y persecuciones, situación que lo llevó a realizar las
siguientes obras:

En compañía de algunos amigos fundó una Biblioteca


Religiosa -imprenta-, en la que el primer libro editado fue
¿Quién es María la Madre de Dios?; ahí también se editaron un
conjunto de obras de controversia, dogmático morales, de
piedad y de religión. Llegaron a imprimirse en dicha Biblioteca
más de ochocientos mil tomos.

Por haber defendido públicamente a la Virgen María,


recibió de ella, en recompensa, un gran amor a San José, que lo
llevó a dar a la luz pública, el 19 de julio de 1871, el primer
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número de la revista El Propagador de la devoción al Señor San
José y a la Sagrada Familia. El 19 de julio de 1872 añadió un
suplemento, El Sacerdocio Católico, para dar a conocer la
dignidad sacerdotal y fomentar las vocaciones sacerdotales y
religiosas. La revista continúa actualmente bajo la dirección de
los Misioneros de San José.

El 19 de julio de 1872 fundó la Asociación Universal del


Señor San José, para honrarlo, aumentar su devoción e imitación
y para promover las vocaciones religiosas.

En ese año, pródigo en obras apostólicas, inició también


la fundación de las Escuelas para pobres, pues las autoridades
públicas, en su lucha por el poder, tenían muy descuidada la
educación del pueblo.

Con la aprobación y licencia del Señor Arzobispo de


México, Doctor Don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos y
con el permiso de sus superiores, estableció, con un grupo de
doce niños, un Colegio Clerical que puso bajo la protección de
San José.

Este Colegio respondía a la necesidad urgente de la falta


de sacerdotes y en él se formarían los que atenderían las
parroquias y los que irían a misionar y a evangelizar a los
indígenas. La fundación se llevó a cabo el 19 de septiembre de
1872, en el callejón del Montón número 3, hoy calle de las
Cruces número 40.

En esa misma fecha juntamente con el Colegio Clerical


inició la fundación de la Congregación de los Misioneros
Josefinos, actualmente Misioneros de San José.
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El día 22 del mismo mes comenzó la fundación de la
Congregación de las Hijas de María del Señor San José, -
actualmente Hermanas Josefinas-, para la atención de escuelas,
hospitales, casas de huérfanos y ancianos, como lo hacían las
Hijas de la Caridad.

Siendo miembro de la Congregación de la Misión, se


dedicó a las misiones populares en los años comprendidos de
1857 a 1870, en diversas partes de la República Mexicana. En
1878-1881 misionó acompapañado de los primeros aspirantes a
Misioneros Josefinos y en los años 1886-1890 lo hizo ya con los
primeros Misioneros Josefinos.

Contribuyó a la formación de los sacerdotes, atendiendo


el Seminario diocesano de Monterrey en 1859 y el Seminario
Menor de Saltillo en 1860. Abrió varios Colegios preparatorios
para la educación de niños y jóvenes que sentían deseos de ser
sacerdotes, en 1876, 1879 y 1893.

Su inquietud por la evangelización de los indígenas, lo


llevó a fundar una misión entre los tarahumaras en 1894 y dos
años más tarde otros centros de misión entre los lacandones en
Tabasco y Chiapas. También intervino con los Misioneros
Josefinos y con las Hijas de María del Señor San José, en la
evangelización y pacificación de los indios yaquis en Sonora y
abrió una misión entre los indios huicholes y los mayos en
Nayarit y Zacatecas.

La educación de la niñez y juventud siguió inquietando


también su corazón de apóstol y fundó varios Colegios en
diferentes Estados de la República, que fueron dirigidos por los
Misioneros de San José y Hermanas Josefinas.

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Aunque la atención de parroquias o capellanías no era su
deseo, admitió que los Misioneros Josefinos tomaran las que
sirvieran como centros de misión.

Profesó un gran amor a la Sagrada Familia de Jesús,


María y José y fue su amor a San José la inspiración de lo que
él llamó las Obras Josefinas.

El Padre José María Vilaseca Aguilera fue un sacerdote


carismático, apóstol incansable, profeta de la esperanza, que con
fe inquebrantable, caridad ardiente y gran humildad y sencillez,
luchó durante su vida por la gloria de Dios y la salvación eterna
de los hombres.

Se durmió santamente en el Señor, el 3 de abril de 1910.

36
Padre José María Vilaseca Aguilera (1831-1910) Fundador con la Madre
Cesarita de la Congregación de Hermanas Josefinas.

2. EL CUMPLEAÑOS DE CESARITA

El 19 de marzo de 1872, Cesarita recibió, por medio de


su hermana Juliana un recado del Padre Vilaseca, diciendo
rogara a San José le diera la salud para que se consagrara a Dios
-el Padre ignoraba la consagración privada de Cesarita al Niño
Jesús, en San Luis Potosí-. Ella pensó que el Padre deseaba fuera
Hija de la Caridad, cosa que juzgaba imposible por su falta de
salud. Consideraba que las Hijas de la Caridad no la admitirían,
sin embargo, lo comunicó al Padre Jesús Mota, le dijo que sólo
37
por un milagro se aliviaría y le preguntó si podía pedirlo porque
no quería permanecer indiferente a la petición del Padre
Vilaseca y el Padre le contesto que pidiera mejorara su salud.

Siempre que podía, acostumbraba hacer un retiro


espiritual el día 27 de agosto con motivo de su cumpleaños. En
esta ocasión en la que cumpliría cuarenta y tres, lo hizo de tres
días: 24, 25 y 26 y aunque tenía todo su afecto en Jesús, María
y José, deseaba tener algo con que agradarlos pues sentía era
muy poco lo que hacía al respecto, también pensaba que si
sanaba lo más probable sería que la dedicaran a cuidar enfermos.

En este retiro, de oración intensa, en la que se puso en la


presencia de la Santísima Trinidad, pidió al Padre Celestial por
los méritos de Jesucristo, desde el acto de humildad que hizo al
revestirse de nuestra naturaleza hasta su gloriosa y triunfante
subida a los cielos, le concediera la gracia de servir de algún
modo a Jesús, María y José. Fue entonces cuando recibió del
Espíritu Santo el carisma, la gracia de ser Fundadora de una
nueva familia religiosa en la Iglesia. Ese carisma, en el aspecto
espiritual, implicaba el servicio a Jesús como Esposo, a María
como Madre y a José como Padre.

En esos días se acrecentó también en el Padre Vilaseca


el deseo de fundar un Instituto religioso femenino que ayudara
a la Iglesia mexicana -inquietud que desde hacía seis meses daba
vuelta en su cabeza- y sin saber por qué se fijó en Cesarita, le
impresionó, de aquella Hija de María, su recogimiento, vida de
oración, humildad y sencillez.

Es de suponer, que a través de Sor Juliana, se enteró de


la vida pasada de Cesarita, de todos sus sufrimientos de sus
cualidades y experiencia. El Padre Vilaseca pensaba que
38
después de una vida tan variada, en la que había recorrido casi
todas las escalas de la sociedad y se había visto amada de
muchos y después abandonada, teniendo todo en abundancia y
ocupada posteriormente en comer el pan con el sudor de su
rostro, entregada generosamente al servicio de Dios y trabajando
con empeño en la práctica de la más encendida caridad, esa vida,
había sido la más adecuada para que le sirviera de preparación,
para la fundación de las Hijas de María del Señor San José.

A la luz del Espíritu Santo, el Padre Vilaseca comprendió


que Cesarita era la persona preparada por Dios para cumplir esa
misión en la Iglesia.

En su exterior físico, Cesarita fue una persona muy


dotada por Dios: de estatura regular; ni muy alta ni muy
pequeña; el rostro ovalado; cutis sedeño de un blanco pálido;
ojos azules de mirar inteligente y dulcísimo, protegidos por cejas
pobladas, bien delineadas y arqueadas delicadamente; nariz si
no de líneas perfectas, si bastante regulares; boca pequeña, de
labios delgados; mentón de corte suave; manos bien formadas,
mas bien pequeñas, blancas y finas.

Su continente modesto, con un no sabemos qué de


majestuoso señorío, que infundía respeto y confianza a la par.

Vestía sencillamente y sobre el pecho llevaba la cinta


azul de las Hijas de María, pues su devoción a la Virgen
Inmaculada era inmensa y la ostentaba como su mejor presea.

39
3. LOS INICIOS DE LA FUNDACION

El 27 de agosto de 1872, Cesarita recibió un recado del


Padre Vilaseca en el que la llamaba al recibidor de las Hijas de
la Caridad. Habiéndose presentado, el Padre le dijo que por que
ser el día de su cumpleaños, había resuelto manifestarle los
deseos que tenía de que fundaran un Instituto religioso, dada la
necesidad tan grande que existía de que trabajaran juntos por la

40
salvación eterna de todos los hombres y en ese momento de
manera especial por la juventud.

Cesarita no accedió de inmediato a la petición, sino que


lo consultó primero con su director espiritual el Padre Jesús
Mota; le habló de su retiro de tres días y de los deseos del Padre
Vilaseca. El Padre Mota le dijo que aquello era obra de Dios y
estuvo de acuerdo en que iniciara la fundación. Platicó también
al respecto, con Sor Juana Antía, quien como los Padres
Vilaseca y Mota consideró era muy clara la manifestación de la
voluntad de Dios.

El domingo 22 de septiembre, día en que la Iglesia


celebraba los Dolores de la Virgen María, Sor Mariana Luna y
Sor María Alvarez, Hijas de la Caridad, la llevaron a una
vivienda en el interior de una casa sita en la calle de San Felipe
de Jesús número 9, hoy calle Regina número 72. La vivienda
constaba de dos piezas y cocina, y en ella vivían cuatro hijas de
María que tenían dos escuelitas. Recibieron a Cesarita con gran
alegría, prepararon la vivienda con el aseo debido y la adornaron
con listones y gallardetes de papel porque eran muy pobres. Para
hacer más agradable ese día, hicieron chongos y atole de leche
y tuvieron el gusto de tomar su pobre merienda en compañía de
las Hijas de la Caridad.

Así dio principio la fundación de las Hijas de María del


Señor San José -Congregación de Hermanas Josefinas-.
Cesarita, silenciosa, calladamente y con profunda humildad
entró en la historia de salvación, de la Iglesia mexicana, como
Fundadora y primera Superiora General, de una nueva familia
religiosa.

41
Debido a un alicante -una víbora-, que se encontraba
debajo del entarimado de la casa de San Felipe, a los ocho días
se mudaron precipitadamente a otra vivienda, en la calle de San
Ramón número 1 -hoy República de Uruguay esquina con
Correo Mayor-. Todo su ajuar eran cinco muy pobres camas,
tres sillas, dos mesitas, cuatro estampas de papel de Jesús María
y José y para los alumnos, unas banquitas y unos cuantos libros
de instrucción primaria.

En San Ramón vivían con extrema pobreza. Un día la


encargada de la cocina fue con la Madre Cesarita para decirle
que sólo tenía un peso y que nada más alcanzaría para el
desayuno, pues ya eran siete personas a las que había que
alimentar; Cesarita con semblante tranquilo le dijo que le diera
el peso y la acompañara a hacer las compras. De momento, la
hermana se resistió pues le pareció era gran humillación el que
la Madre fuera al mercado, al fin le entregó el peso, Cesarita lo
puso en una bolsita con unas medallas del Señor San José y fue
grande la sorpresa de la Hija de María al ver que se cubrieron
los gastos de ese día, quedando incluso un sobrante.

El día l'. de octubre abrieron una escuelita, fueron


recibiendo poco a poco a las niñas y se dedicaron a instruirlas
con toda la amabilidad y celo apostólicos de una persona
consagrada a Dios.

El 19 de octubre, del mismo año 1872, el Padre Vilaseca


las presento al Señor Arzobispo de México, como las primeras
Hijas de María del Señor San José. Este las recibió con mucha

42
caridad y les hizo una pequeña exhortación animándolas a que
se consagraran al servicio de Jesús María y José, dedicándose a
la enseñanza de la juventud, mediante los colegios, escuelas y
asilos. Esa exhortación llevaba implícito el cumplimiento de la
gracia recibida del Espíritu Santo, en su aspecto espiritual y
apostólico.

El 12 de diciembre, la Divina Providencia les


proporcionó la primera casa para ellas solas, en la calle
Pulquería de Palacio número 3 -hoy calle de Corregidora
número 74-, una casa pobre, pero que consideraron un paraíso,
por los goces espirituales con que nuestro Señor las regalaba y
por la unión y tranquilidad con que vivían allí. No había más
deseos que hacer la voluntad de Dios, manifiesta a través del
Padre Vilaseca y el agradar a Jesús, María y José.

Esa casa la donó el Señor Arzobispo, comprendiendo


que ante la situación tan difícil por la que pasaba la Iglesia, las
Josefinas necesitarían mucho de su ayuda y protección.

Allí pudieron recibir más niñas y abrir una escuela, pues


en poco tiempo se unieron a la Madre Cesarita, jóvenes deseosas
de hacer el bien. Aproximadamente en poco mas de seis meses
educaban en sus escuelas, a más de trescientas niñas,
enseñándoles especialmente el modo de amar a Dios.

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Fachada actual de la casa donde Madre Cesarita inicia la Congregación de
Hermanas Josefinas.

44
4. ENTRE LA ANGUSTIA Y LA ESPERANZA

Iniciando el año 1873, las Hijas de María del Señor San


José, se dedicaron a disponer la casa con lo necesario, tanto para
vivir ellas, como para la atención de los niños pobres que se
educaban en sus escuelitas.

Para el Oratorio, centro de la casa, se destinó una pieza


que fue arreglada de la mejor manera posible; se pintó el piso y
la Madre Cesarita pidió limosna para mandarla blanquear.
Compró petatitos de tule, y un género azul pálido y flores
blancas con brillo de seda; con eso hicieron un pabellón a la
Santisima Virgen, frontales y dos portalitos en los que se
colocaron un Niño Jesús y una imagen pequeña de San José. Las
Hijas de la Caridad del Hospital de San Andrés, les obsequiaron
alba, vinajeras, manteles para el altar y comulgatorio. El Padre
Vilaseca les regaló vasos sagrados, ornamentos, y una imagen
de la Virgen Inmaculada. Aunque sencillo, el Oratorio inspiraba
devoción y respeto.

Como la casa era muy pobre y carecía de todo, el Padre


Vilaseca la proveyó de mesas, bancas y plataformas para los
salones de clases.

El sacerdote Tomás Barrón -posteriormente Obispo de


Chiapas-, bendijo la casa y el Oratorio. Al día siguiente, 28 de
febrero, el Señor Arzobispo de México celebró la primera Misa
y tuvieron la dicha inmensa de que les dejo al Santísimo. Jesús
Sacramentado viviría también al cobijo de aquella pobre casa.

El 19 de mayo a las doce de la noche, cuando se hallaban


gozando de paz y tranquilidad, el Padre Vilaseca que se
45
encontraba en su habitación, en la casa de la calle del Montón
número 3, fue aprehendido; lo llevaron a la Delegación
pasándolo, al día siguiente, a la cárcel de Belén, en compañía de
otros sacerdotes acusados de ser extranjeros perniciosos para el
país.

Estando en la cárcel, escribió una carta a la Madre


Cesarita, en la que le decía que siendo ya un hecho su expulsión
de México, era indispensable que continuara lo iniciado pues se
veía con claridad que esa era la voluntad de Dios.

El 29 de mayo salió de Belén, dándosele la ciudad por


cárcel. Fue inútil la intervención del Padre Masnou, su superior,
para evitar que fuera expulsado de la República Mexicana.

Como se iría a Europa hasta el mes de octubre, ocupó el


tiempo que le restaba para dejar organizadas de la mejor manera
las obras comenzadas.

El 5 de octubre, dio a las Hijas de María del Señor San


José la última plática, acerca de la perseverancia y llorando
amargamente dijo a San José cuidara de ellas pues en sus manos
dejaba la obra comenzada.

El 15 de octubre dio sus últimos consejos, visitó los


salones de clases como despidiéndose y les obsequió, a las diez
Hijas de María del señor San José, arrodilladas ante él, un
cordón, una estampa de San José y su bendición.

El día 16 en la noche, la Madre Fundadora en compañía de las


otras Josefinas, velaba haciendo costuras para una mercería. A
la una de la madrugada tocaron la puerta tres veces, la primera
46
y segunda salieron a ver quién era, pero no había nadie, a la
tercera vez la Madre Cesarita les dijo que no fueran pues era San
José que iba a comunicarles que ese día saldría desterrado el
Padre Vilaseca, como sucedió efectivamente; el 17 de octubre
de 1873 salió del puerto de Veracruz hacia España.

Carcel de Belen en donde estuvo preso diez dias el Pdre Vilaseca. Fue
demolida el 1930. Hoy es el centro Escolar Revolucion

5. EL PADRE VILASECA EN EL EXILIO Y SU REGRESO


A MEXICO

47
Al llegar a España, el Padre Vilaseca fue a Barcelona a
visitar a su hermano Antonio.

De España se dirigió a París. De ahí escribió a la Madre


Cesarita el 18 de noviembre de 1873, diciéndole que había
tenido un viaje feliz que atribuía a las oraciones de ella y demás
Hijas de María. Expresaba además su deseo de que le alcanzaran
también de Dios un pronto retorno a México.

En una segunda carta, fechada el 19 de enero de 1874, le


comunicó su próximo viaje a Roma para hablar con el Santo
Padre acerca de sus ministerios apostólicos y le pidió le
escribieran todas las Hijas de María del Señor San José y ella le
comunicara cómo marchaba la fundación.

El 28 de febrero, al año de haberse celebrado la primera


Misa en el Oratorio de la casa sita en la calle Pulquería de
Palacio, el Padre Vilaseca fue recibido en audiencia por el Papa
Pío IX, a quien habló de la Asociación Universal de San José y
le presentó El Propagador de la devoción al Señor San José,
ricamente encuadernado, con una inscripción en la que los
devotos josefinos mexicanos le llamaban el Pontífice de José,
por haberle declarado Protector de la Iglesia Universal. Le
ofreció además un donativo de 6,000 francos y le presentó una
suplica en la que el Arzobispo de México, el Presidente de la
Asociación Universal del Señor San José, muchos párrocos y
sacerdotes, los devotos josefinos, las Hijas de María, los
sacerdotes de la Congregación. De la Misión y las Hijas de la
Caridad, pedían se dignara otorgarles la bendición apostólica.

El Papa, tomando la pluma escribió: "Dios os bendiga, la


Santísima Virgen os proteja y su esposo José os asista en vida y
en muerte".
48
Ofreció también al Santo Padre un cáliz que le enviaban
las Hijas de María, mexicanas. Obsequio al que el Papa
correspondió con su bendición: "Dios os bendiga y dirija, la
Santísima Virgen os proteja y defienda".

El Papa regaló al Padre Vilaseca una medalla de plata y


un cuadro de la Virgen, una miniatura preciosa y le dio una
bendición muy especial.

El 18 de abril, el Padre Vilaseca, desde París volvió a


escribir a la Madre Cesarita, insistiendo en que debían dedicarse
a la enseñanza de los pobres y le daba algunas indicaciones para
la formación de las Hijas de María del Señor San José.

Escribió nuevamente de París, el 16 de mayo. El 3 de


julio de Gentilly, el 25 de agosto de París, expresando a la Madre
Cesarita que nuestro Señor las quería en su Iglesia para enseñar
a los niños y niñas el modo de amar a Dios, precisamente, una
de las grandes inquietudes apostólicas de la Madre y que ya
habían empezado a poner en práctica en sus escuelitas las Hijas
de María del Señor San José. La última carta de París, estaba
fechada el 31 de octubre y en ella le pedía siguieran haciendo
una santa violencia a Señor San José, en la seguridad de que él
arreglaría su regreso a México.

Humanamente parecía imposible el retorno del Padre


Vilaseca, pues la persecución contra la Iglesia continuaba, sin
embargo, sabiendo que se encontraba en París Don Manuel
Romero Rubio -aunque nada partidario de los sacerdotes-, se
entrevistó con él y fue este señor el instrumento de Dios, el
secreto bienhechor que le abrió nuevamente las puertas de
México. En ello influyó mucho su hija Doña Carmen Romero
Rubio -dirigida espiritualmente por el Padre Vilaseca-, esposa
49
del General Porfirio Díaz, Presidente de México desde
noviembre de 1876, hasta el 26 de abril de 1911. Don Porfirio
Díaz se retiró exiliado a París y ahí murió el año de 1915.

Protegido por Doña Carmen, el Padre Vilaseca regresó a


México en enero de 1875. El tren en que viajaba se cruzó en la
estación de Esperanza con el tren que iba a Veracruz, llevando
a las Hijas de la Caridad hacia el destierro, entre ellas se
encontraba Sor Juliana Ruiz de Esparza y Dávalos. El Padre
Vilaseca llegó a la ciudad de México el 15 de enero.

La Madre Cesarita con las Hijas de María del Señor San


José, alcanzó de Dios este milagro por intercesión de San José y
prometió que, en acción de gracias, la Congregación de
Hermanas Josefinas, rezaría todos los días la Corona de los
Dolores y Gozos de San José.

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51
52
III. FUNDACIONES Y
DISYUNTIVAS

53
1. UN RETO A LOS FUNDADORES

Los Fundadores son hombres del Espíritu, a su mipulso


quieren conquistar el mundo entero para Jesucristo, sin
embargo, es necesario se ajusten a las limitaciones del tiempo y
espacio en que viven.
54
El Padre Vilaseca y la Madre Cesarita fueron creciendo
como todo Fundador, en la experiencia del carisma de
Fundadores y del carisma congregacional. Aprendieron de la
Virgen María y de San José, la humildad, sencillez y celo
apostólico de Cristo, para poder llevar el mensaje de salvación a
los niños, a los jóvenes, a los enfermos y a los ancianos.

Cesarita fue una mujer firme. Bajo la guía del Padre


Vilaseca y con una conciencia muy fuerte de su vocación de
Fundadora, luchó sin descanso por cimentar la fundación de las
Hijas de María del Señor San José y por extender sus obras
apostólicas. Nada la detuvo a pesar de su escasa salud, ni las
penas, ni los trabajos, ni los viajes, ni las entrevistas no gratas,
ni las deserciones de algunas de sus hijas, ni las
incomprensiones, nada, su "amado y buen Jesús" como le
llamaba, así lo quería y ella sólo anhelaba hacer su voluntad.

La expulsión de las Hijas de la Caridad y la necesidad


apremiante de hacer algo por la Iglesia mexicana, tan
dolorosamente afectada en esa época, llevó a los Fundadores a
iniciar una serie de obras, impulsados sobre todo por la
exigencia misma que nacía del carisma congregacional y
también deseando poder suplir en algo las obras que habían
dejado abandonadas las Hijas de la Caridad: escuelas,
hospitales, asilos para niños y niñas pequeños, etc.

55
Manzana en la que se hallaba ubicada la Casa Central de las Hermanas
Josefinas a partir del 10 de marzo de 1876.

2. FUNDACIONES EN 1875.

El 3 de febrero de 1875 el señor Gobernador de la


Sagrada Mitra, Licenciado Don Joaquín Díaz y Vargas, bendijo
una pobre casa en Tacuba, en la que las Hijas de María del Señor
San José pusieron una escuela gratuita para niñas pobres,
confiando sólo en la divina Providencia para sostenerla.

56
La Madre Cesarita al tratar lo referente a la fundación,
dejó muy claro que ella no deseaba otra cosa que hacer bien a
los niños, grabar la ley de Dios en sus corazones.

La necesidad de esta escuela se hizo evidente al llegar


niñas en número considerable, sin embargo, por falta de recursos
económicos, se cerró el 14 de agosto, trasladándose las Hijas de
María del Señor San José a una nueva fundación en la Ribera de
Santa María, México.

Para la Madre Cesarita el retiro de Tacuba, aunque ya lo


había previsto, fue muy penoso, pues veía que sin ese medio ya
no podrían cooperar en la salvación de las almas en ese lugar.

Huajuapan de León, Oax.

La señora Jacoba Alencaster invitó a las Hijas de María


del Señor San José a hacer una fundación en Huajuapan de León,
Oax. El día 5 de abril, la Madre Cesarita acompañada de tres
Josefinas se puso en camino hacia ese lugar, pasando por la
ciudad de Puebla, de donde continuaron su viaje el día 14.

El trayecto estuvo lleno de vicisitudes, la Madre Cesarita


no recordaba haber recorrido nunca un camino semejante, el día
en que llegaron a Huajuapan se volcó el guayín en una barranca,
ellas iban a pie, el conductor dio el vuelco y se salvó, pero las
pobres mulas y el carruaje sufrieron el golpe.

Se pretendía poner en Huajuapan, una escuela gratuita,


un pequeño hospital y un internado para niñas, lo que constituía
demasiado trabajo para tres Hijas de María del Señor San José,

57
cuya experiencia de vida religiosa y preparación profesional era
todavía muy relativa.

La Madre Cesarita tropezó con la dificultad de que la


escuela no podía ser gratuita y de que no tenían casa habitación
para ellas solas. Además, como desde que era muy joven
penetraba el interior de las personas, conocía las dificultades
internas que para las Josefinas implicaban la realidad que
estaban viviendo.

Estaba dispuesta, a pesar de todos los problemas, en


continuar adelante, pues decía que había de hacer la voluntad de
Dios y se habían de cumplir los designios que El, por su
misericordia, tenía sobre ella. Se sentía más comprometida en
trabajar por la extensión del Reino de Dios porque el Espíritu
Santo la colmaba de gozo espiritual en la recepción de la
Eucaristía, durante la oración e incluso en el transcurso del día,
acrecentándose el celo apostólico que la impulsaba sin cesar a
hacer todo lo que estuviera a su alcance en favor de la Iglesia
amada.

No pudiendo continuar más tiempo en ese lugar, se retiró


el 20 de julio con una Josefina y otras dos se quedaron hasta
finales de marzo de 1876, pues la señora Alencaster cambió de
residencia, se fue a vivir a Puebla y faltaron los recursos
necesarios para continuar en esa obra.

San Cosme
La Ribera de Santa María, México.

El 14 de agosto de 1875, las Hijas de María del Señor


San José, se trasladaron de Tacuba a San Cosme, a la casa sita

58
en la calle segunda de la Ribera de Santa María número 13, que
les fue proporcionada por el Señor Arzobispo Labastida.

En los meses de septiembre y octubre se preparó el


Oratorio, que bendijo el Padre Vilaseca. En los primeros días de
noviembre celebró la primera Misa en esa capilla el Señor
Arzobispo. En el altar estaba una imagen de San José, del
Patrocinio, cubriendo con su capa en el lado derecho a los
Josefinos y en el izquierdo a las Josefinas, manifestando su amor
y singular predilección por estas dos familias religiosas.

En julio de 1876 consiguieron tener Misa * diaria


celebrada por un Misionero de San José. El 6 de mayo de 1877,
establecieron las Escuelas Dominicales para sirvientas, señoras
y mujeres en edad postescolar.

Este pequeño Colegio prosiguió durante la vida de la


Madre Cesarita, incluso ella pudo presentar en "El Sacerdocio
Católico" un pequeño resumen, muy positivo y alentador,
referente al Curso 1883 - 1884.

Las Josefinas permanecieron en San Cosme -donde se


encuentra actualmente la Parroquia de la Sagrada Familia,
atendida por los Misioneros de San José-, hasta junio de 1887,
en que se trasladaron a la Casa Central de San Juan de Letrán,
número 7.

Casa de Arrepentidas, Callejon de Veas, México.

El 8 de septiembre de 1875, el Padre Vilaseca bendijo la


casa llamada de Arrepentidas, situada en el antiguo callejón de
Veas, -hoy calle de Santo Tomás-, formando esquina con la calle
de Manzanares. La idea de ayudar a las víctimas de la
prostitución venía madurando en la mente del Padre Vilaseca
59
desde hacía varios años y la comunicó a la Madre Cesarita a raíz
de que ella inició la fundación de la Congregación. Desde 1873
empezaron los trabajos para preparar una casa proporcionada
por el Señor Arzobispo Labastida, que destinarían a ese fin.

De todas las mujeres que pasaron por esa institución,


algunas se apartaron definitivamente del vicio, pero muchas
otras volvieron a su antigua vida. Viendo los Fundadores cómo
su celo apostólico se estrellaba ante la poca eficacia de esa obra,
la cerraron el 10 de enero de 1880.

Colegio de San Vicente, Puebla. Pue.

El 10 de noviembre de 1875, salió la Madre Cesarita, en


compañía de otras Hijas de María del Señor San José, para la
ciudad de Puebla, Pue. a fin de hacerse cargo del Colegio de San
Vicente de Paúl, atendido por las Hijas de la Caridad, hasta que
fueron expulsadas de esa ciudad el 12 de enero de ese mismo
año.

En esa Institución había cuarenta alumnas internas y


doscientas externas. Existía también un Asilo para niños de
ambos sexos y las Escuelas Dominicales a las que asistían
cincuenta mujeres.

El Colegio estaba ubicado en la calle San Jerónimo


número 1 -hoy 7 Oriente Número 203- y era atendido
espiritualmente por el Canónigo Don José Victoriano Co-
varrubias.

Al llegar la Madre Cesarita vio que era indispensable,


para poder realizar su ministerio educacional, atraer a las
educandas internas al orden, pues reinaba la indisciplina. Con
este fin las mandó a tomar Ejercicios Espirituales y mientras
60
tanto, practicó sus acostumbradas penitencias, plegarias y
oraciones a Jesús, María y José. Dispuso además se adornara la
casa desde la portería para recibirlas y preparó su mesa lo mejor
que pudo. Con la gracia de Dios que habían recibido y con esos
pequeños obsequios quedaron tan conmovidas y agradecidas,
que en adelante, fueron niñas edificantes, cariñosas y respe-
tuosas con las Hijas de María del Señor San José.

Este Colegio poco a poco se fue consolidando, a pesar de


los muchos trabajos y dificultades por las que pasaron las Hijas
de María Josefinas, llegando a tener cerca de quinientas
educandas y a presentar exámenes públicos muy brillantes.

En abril de 1879 se hicieron cargo de una enseñanza de


niñas, en el barrio de Analco, en la misma ciudad de Puebla, a
petición también del Canónigo Covarrubias.

En un momento dado empezó a decaer el Colegio de San


Vicente y el 12 de abril de 1882, la Madre Cesarita retiró de
Puebla a dos hermanas, las cuatro restantes se separaron de las
Hijas de María Josefinas a instancias del Canónigo Covarrubias.

El Colegio de San Vicente fue retomado por la


Congregación en junio de 1898 y hasta el día de hoy continúa
bajo su dirección.

61
Casa para mujeres arrepentidas. Callejón de Veas No. 3 (Hoy calle de Santo
Tomás, esq. Con Manzanares

3. OTRAS FUNDACIONES

San Andrés Chalchicomula, Pue.

En la población de San Andrés -hoy Ciudad Serdán-, del


Estado de Puebla, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl
atendían: un Colegio con ciento cincuenta niñas internas y
externas; un Asilo con ochenta niños de ambos sexos; un
Hospital con veinte camas; las Escuelas Dominicales y las Hijas
de María que llegaban a ciento cincuenta. Esta obra social y de
beneficencia, la abandonaron al salir expulsadas de México.

El 1°. de febrero de 1876 las Hijas de María Josefinas,


bajo la dirección de la Madre Cesarita, aunque sintiéndose ella
indigna de ocupar el lugar que dejaron las Hijas de la Caridad,

62
recibieron el Colegio y el Asilo, pues el Hospital continuó
atendido por una Hija de la Caridad.

La problemática de esta obra tuvo múltiples facetas:


poco personal, preparación insuficiente, el Colegio de la ciudad
de Puebla que requería la presencia de la Madre Cesarita, la
urgencia de que regresara a México. Todo esto presagiaba que
la fundación no se consolidaría, y efectivamente, las Josefinas
se retiraron de San Andrés el 20 de noviembre de 1878.

Casa Central
Plazuela de Villamil. México.

Al salir expulsadas de México, las Hijas de la Caridad


atendían en la capital de la nación, diez centros de enseñanza y
beneficencia. De éstos, las Hijas de María Josefinas recogieron
dos: la Casa Central -que se convirtió en la Casa Central de las
Hermanas Josefinas- y el Colegio de San Vicente, que
fusionaron en una sola comunidad.

La casa ocupaba toda una manzana; estaba circundada


por las actuales calles: Violeta, Eje Central, Mina y Riva Palacio
y fue alquilada por el Padre Vilaseca en doscientos veinte pesos
mensuales, tomando posesión del edificio el 10 de marzo de
1876.

El Padre Vilaseca dispuso que las niñas internas del


Colegio de la calle Pulquería de Palacio, se pasaran al Colegio
de la Casa Central que fue de las Hijas de la Caridad, donde la
señora Ana Furlong de Guerra tenía un Colegio y clases externas
para niñas pobres y no pudiéndolo sostener, se lo pasó al Padre
Vilaseca.

63
El Colegio, puesto bajo el Patrocinio del Señor San José,
fue abierto al público, previa propaganda que anunciaba el tipo
de enseñanza que se impartiría, moderna, en ese tiempo, en sus
aspectos religioso, cultural y social. Se atenderían alumnas de
Primaria, Secundaria y perfección de la Instrucción Secundaria:
En el Colegio se distinguían bien cinco secciones: internado
compuesto con niñas que pagaban doce pesos mensuales; un
externado de niñas de paga, cuyo costo se convenía con los
padres o tutores; un asilo de niños y niñas pequeñitos, que
formarían sección aparte; escuelas gratuitas para niñas pobres y
un obrador para enseñar manualidades a las jovencitas.

La Directora era la Señorita Doña Cesárea Esparza y


tendría como colaboradoras a las señoritas: Doña Paula Zarza,
Doña Josefa Vega, Doña Refugio Gallardo y Doña Mariana
Hidalgo; Doña Guadalupe Noguerón tendría a su cargo un
Obrador, y el profesor Don Carlos Villar dirigiría las clases
superiores del establecimiento.

El Colegio fue progresando año tras año, llegando a


convertirse en uno de los principales centros educativos de la
ciudad de México, hasta que en 1886 el Señor Arzobispo se vio
obligado a entregarlo al Gobierno.

Las Josefinas se trasladaron a la calle de San Juan de


Letrán, de donde los revolucionarios las arrojaron el 7 de febrero
de 1915.

Huichapan, Hgo.

El 19 de diciembre de 1879, previo acuerdo del Padre


Vilaseca con el párroco de ese lugar, se inauguró un Colegio

64
para niñas. A los dos meses asistían al mismo, ciento siete
alumnas.

Dos Josefinas, acompañadas de la Madre Cesarita,


iniciaron esta obra que se convirtió en una de las predilectas del
Padre Vilaseca. A la muerte de la santa Fundadora, la Institución
continuaba bajo la dirección de las Josefinas.

San Agustín Tlaxco, Tlax.

El párroco de San Agustín Tlaxco, deseaba mucho tener


un colegio para niñas pobres, huérfanas, que por carecer de los
debidos cuidados podían caer en el vicio. Con este fin y a través
del Canónigo Covarrubias, consiguió que el Padre Vilaseca se
interesara en esta fundación.

El día 20 de enero de 1881, llegaron la Madre Cesarita y dos


Josefinas a ese lugar, para recibir el Asilo Santa Marta, que por
falta de medios económicos estuvo a punto de cerrarse. Sin
embargo, la Madre Cesarita logró que personas en buena
posición, colaboraran para el sostenimiento.

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Este Asilo, aunque superando muchas dificultades, se fue
consolidando poco a poco, y a la muerte de la Madre Cesarita
continuaban atendiéndolo las Josefinas.

Plazueleta de Villamil. Casa Central de las Hermanas Josefinas y Colegio


San Vicente de paul para niñas, dirigido por ellas a partir del 10 de marzo de
1876.

4. LA CONGREGACION DE LA MISION O LAS HIJAS DE


MARIA DEL SEÑOR SAN JOSE.

Para el Padre Vilaseca que, como miembro de la


Congregación de la Misión, sólo podía dedicarse a la formación
de los sacerdotes y a las misiones, la fundación de las Hijas de
María del Señor San José, se convirtió en un serio problema, al

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grado de que se vio en esta disyuntiva: o su Congregación o la
fundación de las Josefinas.

Desde luego tenía a su favor varios antecedentes: Ante


todo, había recibido del Espíritu Santo el carisma de Fundador.
Para la fundación tanto de las Josefinas como de los Misioneros
de ' San José, había contado con la autorización del Padre
Visitador de la Congregación de la Misión Juan Masnou,
español, hombre de ciencia y virtud, de gran fe, que supo hacerse
cargo de las circunstancias tan difíciles para la Iglesia, que
imperaban en México. Además, el Superior General, cuando el
Padre Vilaseca, estuvo en París durante su destierro, aprobó
bondadosamente las dos fundaciones. Finalmente, otro
sacerdote de la misma Congregación, había hecho una
fundación femenina en Francia, que incluso el Padre Vilaseca
había visitado.

Sin embargo, el nuevo Visitador, Padre Agustín Torres,


se opuso tenazmente a las obras del Padre Vilaseca y sobre todo,
no quería que una nueva familia religiosa, disminuyera ante los
católicos, las grandes lagunas dejadas por las Hijas de la Caridad
al salir expulsadas de México y esto hiciera sentir que no era
necesario regresaran a nuestra patria.

Aunque mediaban todos estos antecedentes, en un


momento dado se sintió obligado, por el voto de obediencia, a
cumplir las disposiciones de su Superior General, dejando en
manos de otro sacerdote, no Paúl, la fundación de las Hijas de
María del Señor San José, sin dejar de sentir que era una
injusticia abandonar el fruto de muchas penas, de grandes
trabajos tanto de él como de la Madre Cesarita, ambos
constituidos por Dios Fundadores.

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Ante esta situación, la Madre Cesarita determinó
continuar adelante con dos o tres Josefinas, las que Dios eligiera
y seguir bajo la dirección del Padre Vilaseca, aunque fuera a
distancia. Como siempre, orando, sufriendo y con grandes
penitencias, alcanzó de Dios, para el Padre Vilaseca, la fortaleza
que necesitaba, pues retirarse de la Congregación de la Misión,
le resultaba sumamente penoso.

Después de muchas consultas y oración, de un análisis


muy profundo de las circunstancias que lo rodeaban, apoyado
firmemente por el Señor Arzobispo Labastida y por no obedecer
sin pecado lo que se le mandaba, el Padre Vilaseca tomó la
decisión, el 25 de enero de 1877, de retirarse de la Congregación
de los Paúles, haciendo ese mismo día los votos de pobreza,
castidad y obediencia, como el primer Misionero Josefino,
cumpliendo así lo que con claridad veía, era la voluntad de Dios.

5. SU VIDA A CAMBIO DE LAS HIJAS DE MARIA DEL


SEÑOR SAN JOSE

El 29 de enero de 1877, la Madre Cesarita -a escasos


cuatro días de que el Padre Vilaseca determinó separarse de la
Congregación de la Misión-, comprendió a la luz de Dios, que
era necesaria una víctima para la supervivencia de las Hijas de
María del Señor San José. Consideró que si en la grande obra de
la Redención la víctima fue Jesucristo, en la de la salvación de
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las almas, a ella confiadas, de derecho le correspondía esa
gracia. No podía ser menos que el Esposo. Había encontrado su
lugar en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

Pensando en esto se fue a los pies de Jesús, María y José


y abrasada de amor y acompañada de la Virgen María y de San
José, en la noche se puso un gran rato en la presencia de la
Santísima Trinidad. En la mañana, a la hora en que el Padre
Vilaseca tenía en sus manos la verdadera víctima que quita los
pecados del mundo y a la hora que tuvo la dicha de recibir la
sagrada Comunión, esas tres veces, abrazada de Jesús, se ofreció
con toda generosidad en sacrificio.

Nuestro Señor aceptó la ofrenda, el día 29 empezó a


sentirse mal. Pasó los días 30, 31 de enero y 1 y 2 de febrero sola
en su habitación. El día 3 se le administraron los sacramentos y
en la madrugada del día 4, fue vencido su mal.

Se enfermó de pulmonía y providencialmente una


Josefina que iba a verla para tratar un asunto con ella, la encontró
en su habitación con fiebre muy alta y sin haber tomado ningún
alimento. Al verla en ese estado le preguntó qué tenía, ella le
contestó que se había ofrecido como víctima a Jesús, María y
José, para que no fracasara la obra de Dios.

La Josefina pensó que estaba delirando y no le dio


importancia a esa respuesta; a lo que atendió fue a que tomara
algo de alimento.

Esta Hija de María del Señor San José, notificó a Pepita


Vega y al Padre Vilaseca que la Madre Cesarita se encontraba
sumamente enferma.

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Pepita mandó llamar de inmediato al médico que ante la
gravedad de la Madre Cesarita, dijo al Padre Vilaseca -quien se
apresuró también a presentarse-, que si tenía algún asunto que
arreglar con ella lo hiciera luego porque no había esperanza de
que se recuperara.

El Padre Vilaseca le preguntó si quería dejarlo solo, a lo


que ella contestó que sí. Al preguntarle por qué, le dijo que se
quería ir al cielo, que ya no deseaba acompañarlo físicamente en
la realización de las obras que el Señor les había confiado, que
quería mucho a sus Hijas, pero que las dejaba con su buen padre
y con Francisca, una Hija de María del Señor San José. Que
anhelaba irse al cielo para pedir a Dios principalmente tres
cosas: que tuviera paz el Instituto, que mandara muchas
vocaciones para que le dieran honra y gloria a Jesús, María y
José y que lo conservara a él hasta que dejara arregladas las dos
Congregaciones que había fundado.

El Padre Vilaseca pensó en Pepita Vega, como sucesora


de la Madre Cesarita, pero la joven declinó rotundamente la
proposición. Al ver que no había solución inmediata, a las siete
dijo que iba a la Iglesia a pasar allí la noche.

Se retiró dejándola casi en agonía y pidió se le avisara a


las cuatro de la mañana -hora en que se levantaban las Josefinas-
, en qué momento había muerto para aplicar por ella la Misa. A
las dos a.m., hizo crisis la enfermedad y se recuperó totalmente,
atribuyéndolo las Josefinas a las oraciones del Padre Vilaseca.

La Madre Cesarita estaba entonces muy lejos de


imaginar que su victimación se prolongaría siete años más, que
el Señor la llevaría por caminos de mayores sufrimientos y penas

70
sin medida, como expresión clara y nrenica de nne hnhía
aceptado su ofrenda.

Las Hijas de María del Señor San José se fueron


consolidando con el tiempo y extendiendo sus obras apostólicas.
La Madre Cesarita con su vida, dio vida no sólo a las Josefinas
sino también a los Misioneros Josefinos y como era su deseo, el
Padre Vilaseca murió cuando ya los dos Institutos se
encontraban bien establecidos.

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IV. SOLO PARA DIOS

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1. DESTITUIDA

El día 8 de agosto de 1876, fue recibida en la


Congregación de las Hermanas Josefinas, Rosalía López quien,
por su preparación y aparente virtud, deslumbró no sólo al Padre
Vilaseca, sino incluso a la misma Madre Cesarita.

En la Casa Central, en donde la Madre fungía como


Fundadora y Superiora General, empezó a fraguarse una
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verdadera tormenta contra ella, sin que se supieran a ciencia
cierta los motivos. De parte de las Hijas de María del Señor San
José: persecuciones, humillaciones y calumnias. De parte del
Padre Vilaseca: desconfianzas, desvíos, humillaciones, que
culminaron con la destitución de la Madre Cesarita el 6 de marzo
de 1877, siendo enviada por el Padre Vilaseca a Puebla, a donde
llegó con su sobrina Pepita el día 9 del mismo mes, quedando
como Superiora General Rosalía, a escasos siete meses de ser
recibida entre las Hijas de María del Señor San José.

Para las Hermanas Josefinas, especialmente para las que


tenían ya varios años en la Congregación, esto fue muy difícil
de aceptar. Aunque ellas siempre habían mostrado respeto y
sumisión al Padre Vilaseca, en esta ocasión se le enfrentaron
pidiéndole el regreso de la Madre Cesarita. Heridas
profundamente le dijeron que si no regresaba, ellas se iban, en
lo que el Padre Vilaseca estuvo de acuerdo. Dios permitió que
el Padre Vilaseca endureciera su corazón para que brillara más
la santidad de la Madre Cesarita.

Muchas Josefinas se retiraron definitivamente y en la


Casa Central reinó la anarquía. Invitaron a las colegialas internas
a dejar el Colegio de San Vicente y a regresar a sus hogares;
ellas mismas las entregaban a sus familiares.

Las Josefinas que quedaron, se apartaron de la disciplina


que imperaba en la Casa Central, pues hacía falta la mano suave
pero firme de la Fundadora y las colegialas se mofaban de la que
ocupaba su lugar llamándole "la Mocha" porque le faltaba un
impercetible pedacito de oreja.

La respuesta de la Madre Cesarita ante esta situación tan


injusta, fue de gran nobleza y bondad, verdaderamente
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evangélica, disculpó a Rosalía y perdonó de todo corazón a las
Hijas de María del Señor San José que habían sido para ella
motivo de tanto sufrimiento, quizá porque comprendía que todo
esto era parte de su victimación.

Cuando el Padre Vilaseca vio la obra casi destruida, trató


de remediar su error haciendo que la Madre Cesarita regresara a
la Casa Central. El mismo lo notificó a las pocas Josefinas que
habían quedado y a las colegialas.

En el mes de octubre, a los siete meses de destituida


regresó de Puebla la santa Fundadora y fue recibida con las más
grandes demostraciones de cariño, pero quedaron allí tambíen
las malas hijas para seguir ejercitando su virtud.

Al regresar a la Casa Central la Madre Cesarita continuó,


como siempre, atendiendo a las Hijas de María del Señor San
José y a las fundaciones que así lo requerían. Viajaba con
frecuencia e informaba continuamente al Padre Vilaseca cómo
marchaba todo, tanto cuando él estaba en México, como cuando
salía a misiones.

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Página autógrafa de la M. Cesarita, en la que revela algo de la hondura de
su amor martirial.

2. LA MADRE CESARITA EN SU DIARIO VIVIR

Para las personas que rodeaban a la Madre Cesarita o


para aquellas con las que tenía que tratar, era sólo una mujer
llena de amor y bondad, de rostro apacible y sereno, fina,
educada, amable, que tenía predilección por los pobres y por las
niñas o jóvenes cuya conducta dejaba mucho que desear.
Solamente el Padre Vilaseca, su director espiritual, conocía las
honduras de vida divina en que ella vivía. Algo intuían las Hijas
de María del Señor San José al respecto, pero la verdad se
77
esclareció ante ellas, hasta la muerte de la Fundadora y cuando
dieron testimonio por escrito de las virtudes con que las había
edificado.

La Madre Cesarita se parecía cada vez más a Cristo;


vivía en El, por El y para El. Desde su consagración en 1848,
hizo su opción por Jesús y la mantuvo con integridad a través de
toda su vida. Amó a su familia con toda la ternura de su corazón,
pero nunca se apartó del camino que había determinado seguir.
El Señor fue verdaderamente para ella Camino, Verdad y Vida,
y eso que plasmó en su ser, anhelaba que también todas sus hijas
lo hicieran, que tuvieran la dicha inefable de vivir sus
desposorios con Jesús, en una entrega totalmente generosa,
abnegada.

En una ocasión, preparando a las Josefinas para la


Comunión general, empezó a explicarles los efectos que
producía una Comunión hecha con la debida preparación, y a
medida que hablaba su espíritu se enardecía de amor, pues al
decirles: "Hijas mías, mañana Dios en nosotras y nosotras en El"
cayó al suelo de rodillas con el rostro transfigurado, e inundado
de luz y lágrimas de amor, de gozo espiritual, empezaron a
brotar de sus hermosos ojos, gota a gota, regando el suelo donde
sus hijas arrodilladas la contemplaban.

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Su amor a la Virgen María y a San José fue siempre notorio,
solía llamar a la Virgen, mi tierna Madre, y de San José decía
que había nacido con el amor al santo Patriarca. Los marqueses
de Guadalupe Rincón Gallardo, acostumbraban celebrar la
festividad del santo con gran solemnidad.

Imagen de San José que la Madre Cesarita llevó siempre consigo.

3. FUSION DE OBRAS

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Los dos protagonistas de esta fusión son el Padre José
Antonio Plancarte y Labastida y el Padre José María Vilaseca.

El Padre Plancarte, sobrino del Señor Arzobispo de


México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos,, nació en la
ciudad de México el 22 de diciembre de 1840. Estudió en
Morelia. En 1856 marchó a Birmingham, Inglaterra,, a
completar su carrera de comercio. En 1861 abrazó el estado
eclesiástico y partió a Roma a estudiar en la Universidad
Gregoriana. Se ordenó allí en 1865. Este sacerdote, a quien el
Padre Vilaseca conoció en México, fundó el 2 de'febrero de
1878, en Jacona, Mich., a las Hijas de María Inmaculada de
Guadalupe, y un seminario cuyos miembros deseaba se
dedicaran a la enseñanza y a las misiones.

Analizando el Padre Plancarte las obras del Padre


Vilaseca y las suyas propias, encontró mucha similitud en ambas
y consideró que convendría fusionarlas y así lo expuso a su tío
el Señor Labastida.

En junio de 1882 platicó ampliamente al respecto con el


Padre Vilaseca y los dos se propusieron fusionar sus obras. Esto
era imposible, pues los carismas de. las dos Congregaciones,
Josefinas y Guadalupanas, así como las de varones eran
diferentes, sus caminos a recorrer en la vida de la Iglesia eran
distintos. A pesar de eso hubo un intercambio de Josefinas a
Jacona y de Guadalupanas a México, pero ni unas ni otras se
sintieron bien.

Con el fin de alcanzar la anhelada fusión, el Padre


Plancarte y el Padre Vilaseca salieron a Roma el 26 de octubre
del mismo año.

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En esta ciudad las cosas estuvieron muy lejos de resultar
como esperaba el Padre Plancarte pues del 19 de diciembre de
1882 al 14 de marzo de 1883, no lograron nada respecto al
Reglamento que habría de regir a las Congregaciones una vez
fusionadas.

El 27 de marzo, el Padre Vilaseca tuvo audiencia con el


Papa León XIII, pero no recibió ninguna aprobación de los
asuntos que lo llevaron a Roma. Por circunstancias muy
especiales, rompió sus relaciones con el Padre Plancarte y
regresó a México, probablemente el 14 de mayo. El Arzobispo
Labastida ya no le tuvo la estimación de antes, pues se inclinó
decididamente a favor de su sobrino.

La pretendida fusión no pudo realizarse para consuelo de


la Madre Cesarita quien sufrió lo indecible en estos meses. Ella
veía que mientras el Padre Vilaseca estaba en Roma, las cosas
no marchaban bien en México, ya que era evidente la mala fe de
quienes debían ayudarla, al grado de que el Padre Vilaseca a su
regreso encontró no sólo la Congregación de Hermanas
Josefinas, sino todas sus obras bamboleándose.

4. RECLUSION DE LA MADRE CESARITA

La Madre Cesarita, a finales de 1883 se encontraba ya


muy enferma y su victimación próxima a concluir. Nuestro

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Señor, como hemos venido viendo, aceptó su ofrecimiento y la
hizo participar del misterio de su cruz, de diversas maneras. Una
enfermedad, que ella describió con todo detalle en sus cartas
dirigidas al Padre Vilaseca, en los últimos meses de su vida,
minó aún más su salud y la ejercitó en la humildad; en cuanto a
su alma, fue conducida por el Padre Vilaseca, su director
espiritual y confesor, hasta alcanzar la altura de los santos.

A partir del 12 de octubre de 1883, fue auxiliada en su


cargo por la Hermana Josefina, Antonia Corral, a quien el Padre
Vilaseca nombró como Vicaria para que le ayudara en todo lo
que fuera necesario. Esta Hermana estuvo muy lejos de ser su
cireneo, pues se arrogó toda la autoridad y se convirtió,
prácticamente, en la Superiora General. Tomó el timón del
gobierno absoluto de la Congregación, en cuanto al régimen
interno y de las personas y fue orillando en todo a la Madre
Cesarita, quien dejando su habitación, pidió permiso al Padre
Vilaseca para vivir en el "cuartito" y en el Oratorio de la Casa
Central, como si no existiera.

A pesar de los rechazos, desprecios y humillaciones, la


Madre Cesarita pedía con toda sinceridad a las Josefinas, que
aceptaran humilde y bondadosamente la dirección de Antonia
Corral y en una ocasión, la vieron besando las huellas que ésta
dejaba al caminar.

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Testimonio de la hermana Ma. de Jesús García sobre las virtudes de Madre
Cesarita (fragmento) probablemente de abril de 1884.

5. JOSEFA Y MIGUEL VEGA RUIZ DE ESPARZA

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La Madre Cesarita amaba a Pepita y a Miguel como si
fueran sus hijos; como ya se dijo anteriormente, los recibió muy
pequeños al morir sus padres, Juan Vega y Refugio Ruiz de
Esparza. Trabajó durante varios años en la ciudad de San Luis
Potosí, para que no les faltara nada y se esmeró en darles una
educación cristiana.

En los inicios de la fundación de las Hijas de María del


Señor San José, por disposición del Padre Vilaseca, entregó a
Pepita a una Hija de la Caridad, quien se la regresó al salir
expulsada de México. Miguel fue uno de los doce niños con los
que el Padre Vilaseca dio principio al Colegio Clerical, pero se
retiró de éste por carecer de vocación para el sacerdocio.

Los dos fueron creciendo en medio de muchas


vicisitudes, ya que por una parte el Padre Vilaseca exigía a la
Madre Cesarita se separara de ellos y por otra, aunque ella estaba
dispuesta a hacerlo, no quería dejarlos totalmente solos,
mientras no tuvieran un porvenir asegurado y su salvación
eterna no se viera en peligro, pues sentía era una responsabilidad
que no podía eludir.

Pepita estudió y llego a convertirse en una profesora


brillante, incluso trabajó en los Colegios que atendían las
Josefinas, pero nunca manifestó deseos de ser religiosa, ni
Josefina ni de ningún otro Instituto, como tanto insistía el Padre
Vilaseca.

A fines de 1881, cuando estaba por cumplir veintidós años, puso


su casa y se retiró de la Madre Cesarita, quien le consiguió una
señora que la acompañara. En el mes de enero de 1883,
solamente la acompañaba una niña y una sirvienta joven, lo que
fue motivo de gran preocupación para la Madre Cesarita. En
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noviembre de ese año, ésta platicó con tres sacerdotes al
respecto, quienes le dijeron que primero estaba Pepita que las
Hermanas Josefinas, sin embargo, uno le dijo que le preguntara
al Arzobispo Labastida qué debía hacer. Ella amaba su vocación
y se sentía responsable de las Hijas de María del Señor San José,
por lo que recurrió al Padre José Antonio Plancarte y Labastida
y le confió el dilema en que se encontraba, pidiéndole
preguntara a su tío cómo debía actuar. El Padre Plancarte le dijo
que no era necesario tratar el asunto con el Señor Arzobispo,
pues él se ofrecía a proteger a Pepita, después de hablar
ampliamente con ella. Esto devolvió la paz y tranquilidad a la
Madre Cesarita.

Pepita puso un Colegio para subsistir. Por los años 1915-


1916 vivía en Tacubaya, D.F. y murió de neumonía el 27 de
marzo de 1917.

Miguel fue dando tumbos por la vida, indolente,


contando sólo con el apoyo y el cariño de la Madre Cesarita y
de su hermana, no concluyó sus estudios ni se interesó por su
porvenir.

En abril de 1882, la Madre Cesarita pasó uno de los días


más aciagos de su vida. Acompañada de una Josefina fue a pedir
ayuda económica para la Congregación, pero le dijeron que no
había nada y le dieron con las puertas en la cara. No acababa de
retirarse de aquella casa cuando recibió la noticia de que su
sobrino se había vuelto loco. Aún no llegaba a la Casa Central
cuando le avisaron que la casa de Puebla se acababa y que debía
ir por las Josefinas.

Ante tan infaustos acontecimientos la Hermana Josefina


y ella lloraron; la Madre Cesarita bendijo al Señor por lo
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ocurrido e imitando al santo Job, de sus labios sólo salieron estas
palabras: El Señor me lo ha dado, el Señor me lo ha quitado.

En cuanto llegaron a la Casa Central sonó la campana,


anunciando la visita del Padre Vilaseca, quien sin más
preámbulos dijo a la Madre Cesarita que viera en donde ponía a
Miguel, demente, y que debía salir para Puebla.

Miguel murió em octubre de 1882, a los veinte años de edad.

Josefa y Miguel Vega, sobrinos de la M. Cesarita encomendados a ella al


quedar huérfanos.

6. CON JESUS, MARIA Y JOSE HASTA EL FINAL

El 29 de marzo de 1884 la Madre Cesarita escribía al


Padre Vilaseca que tenía grandes deseos de hacer ella misma la
fundación del Colegio Jesús de Urquiaga, en San Angel, el 22
de abril, para honra y gloria de Jesús, María y José y para bien
86
de las niñas pobres, considerando esa casa como la casa de
Nazaret; sin embargo, no era esa la voluntad de Dios, pues el 19
de abril se acostó para no levantarse más.

Sabiendo que su muerte estaba próxima, con gran


sencillez lo comunicó a una de sus hijas más allegadas y con
entereza y alegría preparó su mortaja.

Al principio de su enfermedad se pensó que era una más


de sus frecuentes indisposiciones, pero el día 20, el médico
diagnosticó pulmonía fulminante y que, al parecer, no se
recuperaría de ella. Por consiguiente se le administró
solemnemente el santo Viático, habiendo renovado antes los
votos de pobreza, castidad y obediencia y dirigido a sus hijas
palabras de mucho consuelo. Paso ese día y parte del siguiente,
en los más ardientes actos de amor a Jesús, su divino esposo y
de confianza en María y José. El día 23 en la mañana recibió la
Extremaunción.

El Padre Vilaseca acostumbraba celebrar la Misa en el


Oratorio de las Hermanas Josefinas, el día 24' terminada ésta, se
apresuró a asistir a la Madre-Cesarita en su agonía, como tanto
lo había deseado ella. Entregó su alma a Jesucristo, después de
haber dicho con el mayor fervor y devoción: "Jesús, José y
María, os doy el corazón y el alma mía".

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Lugar donde reposan los restos de Madre Cesarita, Capilla de la Casa
General de la Congregación de Hermanas Josefinas

7. LA ESPIRITUALIDAD DE LA MADRE CESARITA


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La Madre Cesarita, mujer de intensa vida interior, dejó
como herencia, a sus primeras hijas y a las que vendrían con el
paso de los años al ingresar en la Congregación de Hermanas
Josef nas, el testimonio de su vida que puede resumirse así:

En toda su existencia se percibe una fuerte experiencia


trinitaria, que va tomando distintas expresiones en momentos
clave conforme avanza en el tiempo. Esta experiencia de Dios
se traduce en una intensa vida teologal: la fe, la esperanza y la
caridad, que afloran y sostienen su vida cristiana, la van
introduciendo progresivamente en el misterio de Dios.

El Padre Celestial es su Padre, se sabe amada por El,


busca y ama hacer su voluntad con todo el abandono que ello
implica. Ama a Cristo, anhela vivir sólo para El prefiriendo la
muerte antes que perder su amistad y desde muy joven participa
en sus sufrimientos, hasta subir con El al Calvario. Es consciente
de la acción del Espíritu Santo y con docilidad se somete a ella.

El motivo de los motivos y la razón de las razones para


vivir su consagración religiosa, es el modelo de pobreza,
castidad y obediencia de Jesús, María y José.

Profundiza en el misterio de Dios a través de la vivencia


de la humildad, sencillez y celo apostólico. La humildad la sitúa
en la verdad de su ser, y desde esa verdad trata de alcanzar al
Señor para darse en El a todo hermano necesitado.

La sencillez la lleva a la unión con Dios y ésta se traduce


en una gran rectitud de vida que se expresa a través de sus
pensamientos, palabras y obras; en síntesis, busca con toda su
persona agradar solamente al Señor. El celo apostólico es fruto
de su amor a Dios y a la Iglesia y de su sencillez y humildad,

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expresión profunda de la caridad que alimenta con una incesante
oración.

El diálogo ininterrumpido con Dios es la constante de su


trayectoria espiritual, diálogo cada vez más íntimo y vivencial
que alcanza su plenitud en el contacto eterno con Dios vivo, al
cerrarse la página de su presencia física en este mundo.

Madre
Cesarita celebró las Bodas Eternas con su divino Esposo Jesús, después de
haber pronunciado con el mayor fervor y devoción: Jesús, José y María yo
os doy mi corazón y el alma mía.

90
V. PROYECCION DE LA MADRE
CESARITA EN LA IGLESIA

91
A la muerte de la Madre Cesarita siguió un florecimiento
de vocaciones para la Congregración de Hermanas Josefinas.

Actualmente las comunidades de esta familia religiosa


atienden colegios, casas hogar para niñas, hospitales, casas
92
hogar para ancianos, parroquias, seminarios y centros de misión,
en la República Mexicana, Estados Unidos de Norteamérica, El
Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Venezuela, Puerto Rico,
Roma y Angola, en Africa

El ministerio asistencial de las Hermanas Josefinas se inspira en


la misión confiada a San José de cuidar y sustentar a Cristo, y
en su colaboración a la obra de Jesús en favor de los hombres.

Comunidad del Colegio Norteamericano de Roma, Italia

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Atención en hospitales

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Colegios

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97
Misiones

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Mision parroquial

100
Casas hogares adulto mayor.

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103
Atención a migrantes

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ARCHIVOS CONSULTADOS

Archivo General de las Hermanas Josefinas México, D.F.

HERMANAS COFUNDADORAS

Testimonios acerca de las virtudes de Ntra. Vble. Madre (1884-


1893)

RUIZ DE ESPARZA Y DAVALOS, CESÁREA

Apuntes Autobiográficos (1883) Correspondencia enviada al P.


José María Vilaseca (1874-1884) Nuestro Tesoro de Apuntes
(1882)

Nuestro tesoro de Apuntes (1882)

VILASECA AGUILERA, JOSÉ MARÍA

Correspondencia enviada a Cesárea Ruiz de Esparza y Dávalos


(1872-1883)

106
BIBLIOGRAFÍA

 BARRIOS MONEO, ALBERTO, CMF

Subir a Jerusalén
Vida de Cesárea Ruiz de Esparza y Dávalos México, 1993

 LEON, DUFOUR

Vocabulario de Teología Bíblica Barcelona, Editorial Herder,


1977

 TURRADO, ARGIMIDO

Dios en el Hombre Madrid, BAC, 1971


107
 VILASECA AGUILERA, JOSE MARIA

Relato Histórico de la Sierva de Dios Cesárea de San José


Esparza y Dávalos Fundadora de las Hermanas Josefinas de
México.
Reimpresión.
México, D.F., Escuela Técnica Salesiana, 1962

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