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Los fenómenos afectivos en los procesos de enseñanza y

aprendizaje.

1. Efectos de la afectividad en los procesos educativos.


2. La afectividad adquiere significado en cuanto hace referencia a la relación con otros
(Malo, 2004). Por esto, para poder fomentar un clima emocional adecuado para la
educación, el educador debe ser capaz de reconocer la dimensión afectiva de sus
educandos en sus manifestaciones externas, y al mismo tiempo comprender los
procesos internos que la dimensión afectiva lleva consigo.
3. Para el educador es importante reconocer la afectividad en sí mismo y en los demás
y encauzarla, pues su propia respuesta a lo que ocurre en el proceso educativo es
también una respuesta afectiva. Pero para responder de manera adecuada “necesita
habilidades específicas para tratar en forma efectiva y humana con los sucesos que
ocurren minuto a minuto” su respuesta tiene consecuencias cruciales, “crea un clima
de aceptación o desafío, un ambiente de satisfacción o de altercados; un deseo de
corregirse o de vengarse”. (Ginott, 1974: 38)
4. Así pues, es deseable conocer y comprender la integración de la dimensión afectiva
en el ser humano, su función dentro del proceso educativo desde la dimensión
individual y su aplicación en la tarea educativa a través, principalmente, de las
relaciones interpersonales. Es decir ¿qué papel le corresponde a la afectividad dentro
del actuar humano? ¿sirve cómo una guía de la conducta? ¿cómo aprovechar en la
educación el conocimiento sobre la afectividad? ¿qué manifestaciones de la
afectividad conviene tomar en cuenta en el ámbito educativo? ¿cuáles son las
responsabilidades del educador en cuanto a su propia afectividad y en el
encauzamiento de la afectividad del alumno?
5.

El aprendizaje puede verse afectado por distintos factores: ideológicos, culturales,


sociales, económicos, políticos o pedagógicos, entre otros. Además de estos, también
influyen en el aprendizaje factores de tipo personal como pueden ser la salud y las
capacidades físicas o intelectuales.
En esta investigación interesa, particularmente, analizar cómo podemos atender,
encauzar y aprovechar la influencia de la afectividad y los fenómenos afectivos tales como
las emociones y los sentimientos en los procesos educativos. Para esto es necesario entender
qué son, cómo se generan y cómo se manifiestan estos fenómenos en la persona y de qué
manera pueden incidir en la adquisición del aprendizaje y en las relaciones educativas.
Con el término afectividad me refiero, por lo pronto, a la dimesión del ser humano
por la que cada persona –padre, profesor o alumno– responde, interna o externamente, de

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manera diferente a una misma realidad, pues no todos la conciben de la misma manera ni son
afectados por ella de la misma forma.
Esto, además, es de especial relevancia en una época en la que a pesar de contar con
tantos recursos y probablemente como consecuencia de la cultura postmoderna, se ha hecho
notar que existe “una tendencia mundial de la actual generación de niños (…) a ser más
solitarios y deprimidos, más airados e indisciplinados, más nerviosos y propensos a
preocuparse, más impulsivos y agresivos.” (Goleman, 1995: 18)
Con respecto a la importancia que algunos de estos factores y, principalmente, las
relaciones interpersonales tienen en la actividad escolar algunos autores hacen notar que tal
interés “refleja la apreciación de los efectos negativos que un clima emocional desfavorable,
social y escolar, ejercen en el aprovechamiento académico, en la motivación para aprender y
en las actitudes deseables respecto de la investigación intelectual. Por ejemplo, si los
alumnos se sienten infelices y resentidos por la disciplina y el ambiente social de la escuela,
ni aprenderán mucho mientras estén en la escuela, ni permanecerán más de lo que deben
estar”. (Ausubel, Novak, Hanesian, 1976: 396)

6. Relaciones interpersonales e inteligencia emocional.

En esta investigación interesa resaltar el papel del profesor, y de cualquier educador,


en la relación con el alumno, a partir de los componentes afectivos que intervienen en dicha
relación. Podemos aproximarnos un poco más a estos conceptos mediante lo que Gardner
(1983), en su teoría de las inteligencias múltiples, ha denominado inteligencias personales.
Gardner hace referencia a las inteligencias personales dividiéndolas en intrapersonal
e interpersonal. Define la inteligencia intrapersonal como la capacidad de “acceso a la propia
vida sentimental, la gama propia de afectos o emociones: la capacidad para efectuar al
instante discriminaciones entre estos sentimientos y, con el tiempo, darles un nombre,
desenredarlos en códigos simbólicos, de utilizarlos como un modo de comprender y guiar la
conducta propia.”. (Gardner, 1983: 288)
Por otra parte se encuentra la inteligencia interpersonal. “Aquí, la capacidad medular
es la habilidad para notar y establecer distinciones entre otros individuos y, en particular,
entre sus estados de ánimo, temperamento, motivaciones e intenciones.” (Ídem)
“El conocimiento interpersonal permite al adulto hábil leer las intenciones y deseos –
incluso aunque se han escondido– de muchos otros individuos y, potencialmente, de actuar
con base en este conocimiento, por ejemplo: influyendo en un grupo de individuos dispares
para que se comporten según un lineamiento deseado.” (Gardner, 1983: 288)
Goleman (1995) utiliza el concepto “inteligencia emocional”, el cual incluye las
inteligencias personales de Gardner. Salovey (citado por Goleman, 1995: 64) amplia esas
capacidades a cinco esferas principales en la definición básica de inteligencia emocional
asumida por Goleman; estas esferas son: el conocimiento de las propias emociones, el manejo
de las mismas, la propia motivación, el reconocimiento de las emociones de los demás y el
manejo de las relaciones interpersonales.
Podemos observar que estas concepciones sobre las inteligencias personales y la
inteligencia emocional hacen referencia a emociones, sentimientos y motivaciones. Según
Otero (2000: 29) esos son los principales fenómenos afectivos, además de las pasiones. Por
tanto, estas concepciones, a las que actualmente se da tanta importancia en la educación –
principalmente a la inteligencia emocional– se encuentran en el campo de la afectividad.

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7. Definición de la afectividad.

Con lo expuesto hasta aquí, conviene precisar la importancia y el propósito del


conocimiento de este concepto.
En esta investigación no interesa simplemente conocer en qué pueda consistir la
afectividad. Ni tampoco interesa conocer en qué consiste para tratar de una educación
emocional o educación de la afectividad, sino del papel que desempeña el educador en este
proceso y su doble responsabilidad al respecto: primero, la comprensión de la propia
afectividad y la del educando; segundo, la utilización que de esto puede hacer para realizar
con mayor eficacia el proceso educativo y, al mismo tiempo, encauzar y guiar adecuadamente
la afectividad de los educandos.
La afectividad no debe confundirse con el afecto o simpatía con que se trata a las
personas, aunque es una de sus manifestaciones. No se refiere tampoco únicamente al simple
sentirse bien o sentirse motivados o con ganas a hacer algo. Se refiere, en un sentido amplio,
a nuestra forma de interactuar con la realidad.
Según Malo (2004: 168), la afectividad puede definirse como “un ámbito de la
interioridad personal que influye en nuestra relación con el mundo, en especial a través de
las valoraciones y de las acciones a las que tiende el sujeto.”
Rojas (1987: 16) señala que es “el modo como somos afectados interiormente por las
circunstancias que se producen a nuestro alrededor”.
A estas dos concepciones hay que agregar también que la afectividad también tiene
una manifestación en la conducta (Yepes, 1996: 57), tiene una dimensión exterior, y además
puede producir alteraciones orgánicas o síntomas físicos.
Podemos también decir que “la afectividad en todas sus formas es la manifestación
de la conveniencia o inconveniencia de la realidad respecto a la subjetividad ”. (Malo, 2004:
170)
Con respecto a esto último, también Marina (1996) afirma que los sentimientos, como
una de las manifestaciones más importantes de la afectividad, son un balance continuo de
nuestra situación realizado a varios niveles de profundidad, una evaluación consciente de
dicha situación.
Existen cuatro elementos fundamentales que intervienen en cada respuesta afectiva.
Cambian de contenido en cada caso, pero la estructura es universal: la situación real, los
deseos, las creencias y expectativas y, por último, la idea que el sujeto tiene de sí mismo y
de sus capacidades (Marina, 1996: 101). Estos elementos pueden servirnos, para explicar, el
funcionamiento de la afectividad en las situaciones y actividades educativas.
Los autores mencionados coinciden en señalar que existe una gradación en los
fenómenos afectivos que va desde los más biológicos y pasajeros, hasta los más racionales y
permanentes e incluso espirituales. En resumen, la afectividad hace referencia a una realidad
externa a la persona y a una dimensión interna, a manifestaciones exteriores y a valoraciones
internas de nuestra relación con el mundo y las personas.
Según Yepes (1996), los sentimientos refuerzan las tendencias humanas para la
acción y también las convicciones; además se manifiestan de acuerdo con una jerarquia
valorativa inmediata.
Se puede decir que la importancia que tienen la afectividad y los fenómenos afectivos
dentro de la educación radica en el hecho de que “son motor de nuestras acciones (...) porque

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pueden alterar el funcionamiento normal del ser humano e impedir, facilitar y modificar el
razonamiento lógico. Por muy lógica y racional que sea una acción humana, siempre se verá
facilitada o inhibida por el tono afectivo en que está inserta.” (Gudín, 2001: 152)
Aunque la afectividad es una dimensión muy importante de la persona, conviene tener
presente que no es la que define a la persona, que también posee, además de la capacidad
afectiva, una dimensión cognitiva y otra de la que depende más directamente su actuar: la
libertad, su capacidad de querer actuar en un sentido u otro, a favor o en contra del gusto o
de la fácil disposición a realizar algo.
Las manifestaciones de la afectividad, no sólo son motor para la acción hacia lo
positivo, sino también hacia lo negativo y además el dominio de esas manifestaciones no está
asegurado (Yepes, 1996). Es decir, se puede actuar a favor o en contra de la manifestación
de la afectividad, dependiendo de las valoraciones que se hagan de la realidad (Marina, 1996)
(Malo, 2004).
En nuestro trabajo por encontrar los elementos que nos ayuden en una mayor
comprensión de la afectividad para poder utilizarlos en la labor educativa, nos referimos a
todas las características que hemos mencionado y que definen a la afectividad, la cual está
presente en la relación de la persona con el mundo y con los otros a través de sus valoraciones
personales, pero que tiene elementos que pueden ser aplicados a la forma en que dichas
valoraciones se producen en toda persona repercutiendo en su actividad.

REFERENCIAS

Ausubel, David P., Novak, Joseph D., Hanesian, Helen. (1983) Psicología educativa: un
punto de vista cognoscitivo. 2ª edición. México, Trillas.
Gardner, Howard. (1983) Estructuras de la mente; la teoría de las inteligencias múltiples.
Segunda Edición. México,Fondo de Cultura Económica.
Ginott, Haim G. (1974) Maestro-alumno. México. Editorial Pax.
Goleman, Daniel. (1995) La inteligencia emocional; por qué es más importante que el
cociente intelectual. México, Vergara.
Gudín, María. (2001) Cerebro y Afectividad. Pamplona, EUNSA.
Malo P., Antonio (2004) Antropología de la afectividad. Pamplona, EUNSA.
Marina, José A. (1996) El laberinto sentimental. Barcelona, Editorial Anagrama.
Otero, Oliveros F. (2000) Educar el corazón. Madrid, Ediciones Internacionales
Universitarias.
Rojas, Enrique. (1987) El laberinto de la afectividad. Madrid. Espasa Calpe.
Yepes S., Ricardo (1996) Fundamentos de antropología: un ideal de la excelencia humana.
Pamplona, EUNSA.

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