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s < ) c ¡o lo j;ía
Para un análisis
sociológico <lc la
realidad económica
Mariano F. Engaita
157
CIS
Centro de Investigaciones Sociológicas
Vanirtino
de España
Editores.sa
COLECCIÓN -MONOGRAFÍAS-*, NÚM. 157
IN TR O D U C C IÓ N ........................................................................................................................ IX
1. D O S D ISC IP L IN A S , D O S C A M IN O S ............................................ I
2. IN D U S T R IA , E C O N O M ÍA Y S O C IE D A D .................................. 6
3. LA S O C IO L O G ÍA IN D U S I'R IA L (Y D E LA E M P R E S A )..... 17
4. LAS E SP E C IA L ID A D E S L IM ÍT R O F E S .......................................... 26
5. LA D IV E R S ID A D D E LA A C C IÓ N E C O N C ')M IC A .............. 41
6. LA E C O N O M ÍA N O M O N E T A R IA .............................................. 53
7. E L M E R C A D O C O M O IN S T IT U C IÓ N S O C IA I...................... 62
8. LA U B IC U ID A D D E L P O D E R Y E L C O N F L I C T O .............. 71
9. LAS TR A M A S D E LA D E S IG U A L D A D ........................................ 82
10. E L R E S U R G IR D E LA S O C IO L O G ÍA E C O N Ó M IC A ...... 95
■ Duesenb<rrry . I % 0 : 2 ^V
ÍMrsons, 195 i: 526 29.
■* Schumpclcr, 19(I8:‘X).
' V HournCiUiJ, 1982: P>(>-9X Dunu'»ni, |97V: 145.
4 hÁariano /*. Enguiía
” Sáncheombe, l9S6b: ‘I S.
' Saedbcrg. 1‘Mte: ¿65.
Dos Jisaphrtdi. Jo s m nim os 5
le lia asignadi:», con la torm acion del nuevo sislenia |io!iMco»d es decir,
con la snstiti ición del sistem a tciulal, teologice y militar p or el industrial,
cieniílico y ptisitivo. C o m o su m aestro, « C o m te acep ta la industria sin
d u d arlo », augura para científicos e industriales el papel g obertiante y
d esprecia los «d ogm as m etafísicos» co m o la liberiavi, la igualtlad y la so
beranía popular,' lo que quiere d ecir que sustituye la prilítiea p o r la tec-
iRK iacia, que ve en la industrialización el final d e la historia. « H e m o s re
c o n o c id o q u e lo m ás se le cto d e la h u m an id ad [ ...] llega ah o ra al
advenim iento d ire cto d e la vía plen am en te positiva, cuyos principales
elem entos han recibido ya la necesaria elaboración parcial y n o esjxtran
m ás que su co o rd in ació n general para con stituir un n uevo sistema so
cial, m ás h om ogéneo y estable q ue jamás p u d o serlo el sistema teológi
co . p ropio de la sociabilidad p relim inar.»' Spcncer, ap arte d e alguna o s
cu ra y parentética alusión a un posible fu turo en que se trabajaría para
vivir en lugar d e vivir para trab ajar y se dcilicaria el tiem po a actividades
m as elevadas, percibió y quiso exp licar la historia más |iróxima co m o la
transición firme y defitiitiva d e la sociedad militar (y militante, en a ia n to
que el ilulividuo se identifica con el tod o) a la socieilad industrial, p ro
bablem ente con la inutquilidad añadida d e que la separación en tre fa
milia, estado y econ om ía y el desarrollt> d e la división intra e interenipre-
sarial en ésta satisfacían su idea m as g en eral d e la ev o lu ción c o m o
diferenciación social, eom plejizacitin del to d o y especialización d e las
partes.''
L a siguiente generación d e sociólogos intentó ser m ás precisa en la
caracterización de la sociedad. P ara M a rx , la sociedad d e su tiem po es
capitalista, no sim plem ente industrial. N o se trata tan sólo d e p ro d u c
ción cocvpeiativa, suio d e traba|o asalariado y subordinado al capital; nc>
m eram en te de la dim ensión supraindividual alcanzada p or los m edios
d e p ro d u cció n , sino d e que son objeto de propiedad privada; no ya d e la
división del trabajo, sino d e la división social a través del m ercad o y la d i
visión m a n u fa ctu re ra en el in te rio r del p ro c e s o p ro d u ctiv o ; n o del
p ro ce so ile trabajo su p ed itad o a la m áquina, sino de la e x tra cció n d e
plusvalor relativo y la subsunción (subordinación) real del trabajo en el
(al) cap ital. D esde una p ersp ectiv a ep istem o ló g ica, M arx rep resenta,
frento a la visión naturalista o racionalista de la realidad econ óm ica pres-
V
de todas las esletas de la vida social: la economía, la política, la milicia, la
cxlucación.’ Como Marx, evitó la visión lineal común en los precursores,
si bien por un procedimiento distinto: no iwr creer que el capitalismo
fuese una lonna histórica y transitoria, sino (.K>r considerar que sólo'se
ría plenamente viable en las cotirdenadas culturales creadas en Eutópa
por el crisrianismo y, en particular, p>or el ascetismo protestante (hipóte
sis hoy también desmentida, esta vez por el rápido desarrollo de las eco
nomías capitalistas del sudeste asiático). Su especial relevencia pata el
análisis sociológico de la realidad económica viene más bien de otros as
pectos que de la caracterización general de la sociedad industrial, con
importantes elementos entre ellos que nos harán volver una y otra vez
sobre él en los sucesivos apartados. Primero, de su análisis de la buro
cracia, precedente de la sociología de las organizaciones; segimdo, de su
caraaerización del mercado com o escenario de relaciones de poder,
tercero, de su tipología más amplia de la acción social, racional o no;
cuarto, de su intento de abarcar de modo exhaustivo todos ios aspectos
de la economía, que lo convierten quizá en el mejor pionero de la socio
logía económica. Por otra parte, la vocación de exhaustividad de su so
ciología económica le llevó a una caracterización menos ambiciosa y
más plural de los efectos de la industria sobre el atnjimto de la sociedad
(si M arx sobrestiraa y ve de modo unilateral la ditiámica del mcxlo de
producción capitalista, Welter la subestima y la ve de modo casuístico,
tal como lo muestra la importancia difícilmente explicable que atribuye
a las «clases propiaarias», etc.) y a no olvidar el momento final del pro
ceso económico, el consumo, al que concede una especial relevancia en
la formación de los estamentos en una línea que concuerda con Veblen y
conduce a Bourdieu.
En este ámbito, la obra de Durkheim es, sin discusión, la menos
atractiva de la trinidad fundacional. Su análisis de la división del trabajo
es poco más que una prolongación de la idea spenceriana de la comple-
jización y la diferenciación social, combinada con la dicotomía omnipre
sente en la sociología clásica: statm /contrato, comunidad/asociación,
que el sociólogo francés bautizará, algo estrafalariamente, como solida
ridad mecánica/orgánica. Si acaso, cabe mencionar que elaboró y Ic'gó
un interesante análisis, aunque altamente especulativo, del origen de la
propiedad y :ilgunas observaciones no destleñables, aunque (ji imarias,
s<ibre el mercado y los precios. Fuer.» de esto, su tratamiento de la vida
económica fue más bien excepcional y francamente chocante, pues no
ron así, aunque sin usar la expresión, dos autores que, si bien no pueden
ser considerados sociólogos en modo alguno, no por ello han dejado de
tener, a través de su influencia política directa, una fuerte influencia teó
rica indiieaa sobre la sociología. Me refiero a Lenin y Luxemburg, tuya
itlea del impermlismo como ¡ase superior — y Anal— del capitalismo gira
en lom o a la convicción de que la acumulación de capital encuentra
límites insuperables en las fronteras nacionales que fuerzan a la clase ca
pitalista a buscar nuevos mercados fuera de las mismas (I^enin) y arra
sando ios sectores periféricos restantes en su interior (Luxemburg).'^ La
economía marxista posterior, en particular la economía política, insistió
sobre la idea de la creciente inestabilidad, la decreciente rentabilidad y
la menguante racionalidad del capitalismo, bajo denominaciones como
capitalismo monopolista,'^ capitalismo monopolista de Estado,'^ neocapi-
taltsmo" o, de nuevo, capitalismo ta rd ío .Llama la atención cómo cierta
versión de t*sta idea ha ganado adeptos entre autores caracterizados por
una optosición frontal al marxismo p>ero que, al mismo tiempo, son pro
fundos conocedores de la obra de M arx y reconocen en ella una buena
caracterización de la sociedad de su época, a la vez que participan de su
fascinación ante el ímpetu del capitalismo Victoriano. Es el caso, creo
que puede afirmarse, de Schumpeter y Bell. El primero, que no tuvo
nunca empacho en declararse prosaicamente partidario del capitalismo
(el sistema es tremendo pero prodiKe riqiic*za, que es de lo que se trata)
y poco amigo dcl socialismo, se mostró convencido de que «emergerá
inestablemente alguna forma de sociedad socialista a partir de una no
menos inevitable descomposición de la sociedad capitalista»,*' cuyas
causas veía, como Sombart, en la pérdida de peso de los emprendedores
en favor de los burócratas entre los empresarios y en el desplazamiento
de los valores por el racionalismo en la cultura. Bell recoge y refuerza el
argimicnto, si bien en otros términos y sin pronunciarse sobre el desen
lace, al plantear que el capitalismo genera una cultura modernista que
mina su propia base moral, los valores de la modernidad.*®
Una línea distinta, que podría enlazar mejor con la preocupación
weberiana por la burocracia — aunque sin necesidad de inspirarse di-
M icM .e m is.
licrlc y Means. í. S.
Por ejemplo, Boukling, 19.53, y f lirs^liman, 1970.
Rizzi, 1939; Bumhum, 1941; Schuchtnwn. 1%2; fa<x>bv. 1969.
InJustria. economia v sociedad 13
\
más blanda, la de la tecnocracia, en iin abanico que va desde \o%dcúdcrdta
de Mannhcim tai torno a la planificación dc-nuxrática hasta la idea de la ío -
naiadprogramada de 'Iburaine, pasando p or la tccruicslructura del txono-
mista sociobgizante Galbraith y otras cxmstnicciones te<írica,s similares^’
L a estabilización del capitalismo deim xTático puede predicarse, por
supuesto, co m o un artículo d e te o co m o una simple inlerencHa em píri
ca, {■cero al m encionarla co m o idea-fuerza de una corriente de pensa
m iento no m e refiero a ninguna de esas posibilidades, .sino a las ideas y
teorías que subrayan la coexistencia entre una esfera económ ica en la
que siguen presentes, aunque sea en o tro grado, los conflictos señalados
del capitalism o decim onónico, los mismos que alim entaron la obra de
M arx y que sirvieron de com bustible a las grandes explosiones sociales
de principios de este siglo, pero, al m ism o tiem po, se desarrollan estru c
turas políticas que los canalizan y los desactivan a la vez, confinándolos a
una esfera de la vida social y desactivando su potencial antisistémico.
C reo que la irrupción de esta idea puede atribuirse sin discusión a T.H .
Marshall, quien llamó la atención sobre cóm o la progresiva im planta
ción de los derechos políticos y sociales, encarnados principalmente en
la generalización del sufragio a la clase o brera y la legalización de sus
partidos, los prim eros, y en los derechos laborales (una especie de se
gunda ciudadanía industrial) y los serc'icios públicos del listado Social,
los segundos, suponía la oposición de la ciueJadanía a la clase scK'iald'*
D ahrend orf, que tam bién hizo suya la teoría m encionada de B erle y
Means (así com o la idea de Geiger, siguiendí» a Weber, d e que la presencia
de las clases se desplazaba hacia el ám bito dcl consum o), profundizaría
en este enfoque, recogiendo incondicionalm entc la oposición entre ciu
dadanía y clase y subrayando eJ aislamiento, la institucionalización y la
reglamentación del conflicto industrial’’ y, en consecuencia, el alcance
limitado de la clase (paradójicam ente, la contraposición entre la ciuda
danía política y la pertenencia de cíase había sido sdialada originalmen
te por M arx,*’ pero éste pensó que tal dualismo vaciaba de contenido la
ciudadanía, no que piidiera rebajar el perfil de la clase), fin con cepto
más reciente, el de corfinrafismo o neocorpnratismo, abunda en el mismo
sentido pero con otra interpretación: el sistema social, econtim ico y po
Utico se ha estabilizado no tanto porque la ciudadanía borre o relegue a
Touraine, 1969.
Etzioni. 1968.
BrzezinskJ, 1970.
Boiildin". lOívt.
T oftler. 1980.
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M aliot. ] % 3 .
PoulaiazaN, 1974; Hatulclnl. F.stah(t*f v Maleinort. 1974
W riííhi. 1978.
16 M jrn m o f Encurta
the one hesl u'ay. Taylor contempla al trabajador como una máquina
biológica,’ como «adjunto a la máquina».**
Del taylorismo se ha dicho que fue más bien una «antisociología in
dustrial», p<ir su «olvidf) o desprecio de los aspectos personales o S(.KÍa-
les» del trabajo,"'' aunque quizá fuera más adecuado decir que Taylor no
los olvidó ni menospreció sino que Ies concedió gran imporfanda y tra
tó, por ello mismo, de borrarlos. Cabe dedr que veía la empresa como
una gran conspiradón dirigida de abajo hada arriba en la que todos se
esforzaban por disminuir su carga de trabajo, y condbió su propio siste
ma como una ofensiva de arriba abajo para obtener el mayor rendimien
to fxtsible apoyándose en dos patas: un estricto control interno y una
gradadón de los estímulos externos. Sin duda representaba una forma
de entender los intereses del capital (controlar la fiterza de trabajo — lo
que podríamos llamar el principio Ure— y abaratar su coste global — el
principio ñahhagc— a través de la diviskSn de tareas y la descualificadón
de los puestos), com'o ha sostenido la corriente marxista qué sustenta la
idea de la degradación dcl trabajo,'® pero también, en no menor medi
da, los de los ingenieros como profesión" y, en partiailar, su sueño de
prescindir de la falible máquina humana.'^
Cn paralelo al empeñt) de Taylor en racionalixitr la direcdón del trabajo,
de este lado d d océano se prixlucía el intento de ctxlificar la racionaliza
don de la dirección misma. Si la empresa familiar tradidonal pudo funtio
nar con todo el mando concentrado en la propiedad y en lui pequeño
grupo de confianza, la empresa moderna necesitaba una organizadón más
sistemática de la capacidad decisoria, y eso es lo que intentó Fayol con su
teoría de las funciones empresariales; comerdal, finandera. de seguridad,
contable, administrativa." Este aspecto de la organizadón empresarial,
la estructuradón de la dirección, sería lu<^o casi por entero descuidado
por la sociología, obstinadamente concentrada en los asp>ectos informales
de la organización," poro nunca ha .sido abandonado por los teóricos del
management rii por los esttidiosos de la historia de la empresa."
ciones materiales de trab ajo ».Q u iza fuese más correcto decir sintple-
meme que Mayo vio un elemento positivo para la productividad donde
Taylor había visto un obstáculo: en el grupo informal. En c**ste sentido,
cabe preguntarse si Mayo debe ser contrapuesto a Taylor o considerado,
sencillamente, como su complemento.'’ «I.a doctrina de la ERJI c*s el
“suplemento del alma” que necesita la CXTT.»^’
Las cosas cambiarían radicalmente a la salida de la Segunda Ciuerra
Mundial. En 1938 había aparecido el que lu ^ o sería considerado el dis
paro de salida de la teoría de la organización, Thefunctiom ofthe execu-
tive, de Bamard.^' En 1944 se había publicado ya The Great Transfor-
matton^ de PoTanyi, que provocaría de inmediato un amplio debate en
la antropología^’ — ^pero no en la sociología— y sería tardíamente consi
derado un clásico de la sociología económica. En 1946 se publicaba la
ya mencionada obra de Wilbert E. Moore,^’ a quien Dahrendorf señala
ría tres lustros después como «el sociólogo norteamericano de la indus
tria más importante de nuestros tiempos.»-’ En 1947 aparecían The so-
aal System o f the rnodern factury, de Warner y Low;^* Aárninistrative
hehavioT, de Simon^’ , que sujxindría la entrada por la puerta grande de
los economistas en la teoría de la organización, y Trnhlemes humains du
machinisme industricl, de Friedmann, quien junto con Naville represen
taba ya a una floreciente escuela francesa más orientada hacia la sociolo
gía del trabajo. En 1951, Miller y l ’orm publicaban orgullosos su ma
nual. «el primero que lleva el título de Sociología Industrial»}*' Esta
década sería ya prolija; Dubin y Komhauser y Koss, Lipset y Trow y Co-
leman, Roy, Bendix, Argyris, Stouffer, Lockwood, Gouldner, Rose,
W hyte, Wilenski, Dalton, Touraine, Blau, Crozier, Selznick, Mills,
Friedmann, Homans, Merton, Drucker, Sargant Florence, Baldamos,
Isambert, Naville, Ferrarotti, Lutz, Dahrendorf, Mayniz y un largo etcé
tera. Nadie podía negar ya carta de naturaleza a la Sociología Industrial.
Añadamos, simplemente, dos hitos que conciernen a sociologías espe-
Mottez. 1971; 6.
Las especiúliJádcs lim ítrofes 11
Dahrendorf, 1962: 5.
Fricdmann, 1961: )ü.
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” ni
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Ij i tin>erudaá d e la acción económica 45
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Engujia, 1996b.
Pahl, 1984:402.
l a ecfittnffiüi no níonetaria 61
\
dalización'* cntinn toda dase de actividades remuneradas (rentas del
trabajo y de la propiedad, labtirales y comerdales, formales c informa
les, legales o ilegakii...) y, como nos interesa subrayar aquí, no moneta
rias (liicnes y servicios producidos mediante el traíiajo domestico,'apo
yo familiar y comunitario, transferendas y prestadones procedentes de
las administraciones públicas o de organizaciones voluntarias, etc,).
Sólo integrando todas y cada una de estas fuentes de recursos podemos
aspirar a compirender las estrategias individuales, familiares y grupales
ante los mecanismos de obtendón de cada uno de ellos, es dedr, la reali
dad económ ica. E ste todo integrado es precisamente la oikonomia,
mientras que el objeto típico de lá teoría económica corresponde más
bien a la dtrematisticay por r e c c ^ r una vieja distindón que va de Aristó
teles a H avek."
Barher, 1977: 30
Citados porSwedbcrg. )W4; 257-.Í9.
fi/ mercádo como mstituaon social 6)
Umer. 1972:259.
I lii-k.s. 1936.
Cani|>o, 1987: ix.
64 Mariano F. En^utia
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■
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.Marx. 1857a: 1.199; II. 15).
iJ Mcrcüdo como ím tituaofi suaal 65
II
66 Mariafío F. Enf>ta/a
DurkÍKÚn, 1912:215.
Simnicl, I9(W: J, op . 4
‘‘ Mosca. J939:201.
f j mercoAo com o institución socutl 67
Simmel, I9<X).
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Ui uhtcuuiad d^l poder y e l con flicto
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iti u h ia a d á d J<fl pOíUr y e l conflicto 79
^ Hciibroncr. 1988:40.
^ lis el pn>hlema implícito en Borle y Moans. 1932.
lü uhtruidaddctpCHÍcrv cf cmiflhtn 81
V
por medio del E stado o de intercamhin a rravés del m ercado. 1 ,a primera
iomia no t-s problemática a estos efectos, pues ha.sta los economistas n«»-
clásicos aceptan que el p roceso de asignación de recursos y bienes p or
el E stad o, tal com o es — no tal com o quisieran que fuera— , está mt^lia-
do p>or las relaciones de poder, concretam ente p or la capacidad de íad a
individuo o grupo para induir en las decisiones públicas, en la puhlic
chotee, l/a segunda, sí, puesto que, co m o ya vimos en el apartado ante
rior. tanto la teoría económ ica predom inante, p or activa, com o la socio
logía predom inante, p or pasiva, tienden a am sid erar el m ercado com o
un autom atism o libre de los estigmas del p od er y el conflicto. « L a esen
cia de la com petencia p e rfc a a [...] es la total dispersión del p od er»,”
condición sine qua non para que los participantes en el m ercado se vean
obligados, co m o quiere la teoría, a aceptar los precios — entonces ca
bría preguntar: si todos son precio-aceptantes, ¿quien cam bia los p re
cios? P e ro también vimos que no es así, que el m ercado es un escenario
de conflictos y relaciones de {xxler, aunque unos y otras discurran por
medios simplem ente econ óm icos. Si la expresión de las relaciones de
poder, o el resultado del co n flia o explícito o implícito, en la aj)ropia-
ción es la llamada distribución funcional de la renta (entre salarios, b e
neficios, etc., pero también « i tr e distintos tipos de salarios), su exp re
sión en el intercam bio es el precio.
L a sociología económ ica, tanto da que se centre sobre las organiza
ciones o sobre el m ercado, no puede entonces por menos que abordar el
problem a de la exp lotación , es decir, de las transacciones asimétricas
(intercam bio desigual en el m ercad o, pero también asignación desigual
p or el E stado) y la apropiación diferencial del p rod u cto (en la em presa,
[>ero también en cualquier form a de producción cooperativa, p or ejem
plo el hogar o la hacienda — oikos— ).”
I
86 Martano F. Bnguíta
’ üjlirciidorf. 19S7
* V/í/Epsiein, 19S6: Scliram-r, flV86
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Múrrano ¡\ h.nnutía
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92 Mitriano F Enj^$4ité
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Caistlea y Knsack. 1978; Miles y l’hizackica. 1984.
Marifirto F Enj^nrta
Mucho tiempo antes, sin embargo, Marx ya había clamado con insis
tencia casi obsesiva cxtntra la economía política, es decir, contra la tettria
económica de su tiempo, acusándola de no reconocer eJ carácter históri
co y, por tanto, social, de las relaciones económicas, empezando pór las
más elementales. Para ella, rcxoiérdcsc, «ha existido la historia, pe'ro ya
no la hay.»’ «La economía política parte del hecho de la propiedad priva
da, pero no lo explicxt. [...Nlo nos proporciona ninguna explicación so
bre el lundamento de la divistón de trabajo y capital, de capital y tiena.
[...OJtrci tanto cKurre con la competencia l...].»“ Proudhon es criticado
por no entender que «esas relaciones sociales [de produedónj son tan
producidas por el hombre como la tela, el lino, etc. Al adquirir nuevas
tuerzas productivas los hombres cambian su modo de producción, y sA
cambiar el modo de produedón, la manera de ganar su vida, cambian to
das sus reladones sociales.»^ Es difícil encontrar un llamamiento más en
cendido a relativizar las reladones económicas, todas ellas declaradas
«producios históricos y transitorios-»)'^ pero el problema está en que sólo
es un llamamiento limitado a estudiarlas. No sólo la produedón debe ser
estudiada y merece, jxir tanto — añadimos nosotros— , su sociología in
dustrial y de la empresa, sino que otro tanto puede decirse de la distribu-
dón, el cambio y el consumo, que merecerían así, también — ampliaría
mos nosotros— , sus respectivas sodologías de la estratificación sodal o
de las ocupadones, de los mercados y del consumo, c incluso— sintetiza
ríamos nosotros— una sodología econónuca unificada. Pero, para Marx,
todas las otras esferas se reducen a la producción: «La organización de la
distribución .se halla completamente detenninada por la organización de
la produedón.»" «El cambio aparece así, en todos sus momentos, como
comprendido directamente en la produedón o determinado por cUa.»'-
En otras palabras: el camino parte siempre de la produedón. No hay un
lugar específico, independiente, para el estudio de los mercados, de la
distribución de la renta, etc., sino que todos estos campos están práctica
y teóricamente subordinados a la produedón. «La verdadera denda de
la economía moderna sólo comienza cuando la consideración teórica
pasa del proceso de la circulación al pnx:eso de la producción.»"*
De ahí a los setenta tuvo lugar la trai>esta del deuerto, pero con dos
notabÜísimas excepciones. Una es Schumpeter. un economista arípico»
perfeaamente integrado por un lado en la tradición del análisis econó
mico pero enonneinente atento, txir otro, a la contribución real o po
tencial de otras ciencias sociales que la economía al estudio de la reali
dad económ ica. Schum peter no sólo hizo él mismo notables
contribuciones a la sociología económica*** sino que defendió con toda
claridad la idea de que la realidad a la que la economía analítica aplica
sus modelos teóricos y sus instrumentos técnicos es pane de una socie
dad de la que tienen que dar cuenta la historia y la sociología, « lo d o tra
tado de economía que no se limite a enseñar técnica, en el más estricto
sentido de la palabra, cuenta con una introducción institucional que
pertenece a la sociología más que a la historia económica como tal.»*’
Schumpeter criticó la ambición de la txonotnia política de abarcar la
economía como un todo, y en particular la pretensión de explicar la po
lítica y la cultura a partir de la economía, como sería el caso del marxis
mo — aunque el principal atractivo de éste para el lego residiría precisa
mente ahí: en oireccr una imagen completa y ordenada tic la realidad— .
Creía que el conocimiento de la economía (el análisis económico^ en sus
términos) avanzaba a través del desarrollo de campos especializados, y
mencionó como los tres fundamentales la teoría económica (lo que hoy
llamaríamos precisamente análisis), la estadística y la historia económi
ca, pero comprendió que entre los tres sólo daban una versión parcial,
incompleta y fragmentaría de la realidad ecx)nómica, y que el deseo de
encajar las piezas era lo que se reflejaba en la empresa totalizante de la
economía política. «Al añadir nuestro “cuarto campo fundamental”, la
sociología económica, reconocemos parcialmente la verdad que parece
contenida en este programa.»*^ Y definió la disciplina en unos términos
que podrían tomarse hoy como una declaración programática: «el análi
sis económico estudia las cuestiones de cómo se comporta la gente en
cualquier momento dado y cuáles son los faióm enos económicos que
producen al comjx^rtarse así; la sociología económica trata la cuestión
de cómo es que la gente se compon^ como lo hace. Si definimos el com
portamiento humano con la suficiente amplitud para que incluya no
sólo acciones, motivos y propensiones, sino también las instiíuciímcs so
ciales que importan para el comportamiento humano — como el gobier- 4
” Etzioni, 1961,1964.
” IXirc, 1983; Di.Mwo, 1990
” Maniiielli y Smelst-r, 1990.
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102 M anano P. Hn^urta
máticos de la sociología económ ica cpic tratan de det'inir ios hindam cn-
tos y con torn os de ésta co m o una sociología especial junto a otras, tal
com o se hace en los jirólogos de todas las recopilaciones ahora mencio
nadas fiero también y más a tondo en trabajos de algunos de los refire-
sentantes más claros de la corriente, tales co m o G ranovetter, liizioni y
Swedberg.** (3abe añadir, no obstante, que es una característica de esta
corriente, crcxi, la inclinación hacia los estudios de medio alcance con
apoyatura em pírica en datos de nivel micro, p or contraste con la tenden
cia generalizadora de la econornúi política y su acusada preferencia p or el
uso d élas macromagnitiides.
H ay que m encionar, en fin, otras voces y o tros ámbitos a tener en
cu enta, sea co m o com ilitanfes o co m o co n cu rren tes. M e refiero, del
lado de la disciplina vecina, al tmpermlismo económico y, del propio, a las
teorías de la elecáón racional. Del imperialñmn ecotiómico — que quizá
sería mejor llam ar imperialismo paradigmático^'’— m e parecen p artiai-
larm ente interesantes las incursiones d e la escuela de Chicago en torno a
temas eximo la discriminación, el capital hum ano o la familia, particular
mente los ambiciosos trabajos de Becker;"*® la nueva economía institucio
nal y su asalto a las organizaexones, en cspiecial la tcxin'a del princijial y el
agente;"" la audaz teoría de los costes de transacción d e WUiamson"'^ y los
estudios sob te la hacienda pública de Tullock"" y otros autores de la es
cu ela de la elección pública. A unque no esp ero que vayamos a saber
nada que no supiéram os ya de estos cam pos a través d e castas incursiones
— d e m om ento, todo lo contrario— , sí creo, no obstante, que plantean
problemas e hipótesis que no pueden ni deben ser ignorados p or la so
ciología económ ica ni p or las otras sociologías especiales dcxlicadas a los
cam pos afectados (estratificación, ed ucación, familia, organizaciones, f i
trabajo). D e la corriente denominada de la eUKción racional en sociolo
gía, cre o que hay que distinguir en tre una co rrien te dura en carn ad a
principalm ente por autores com o Lindenbcrg, H ech ter o Coleman,"'"' y
o tra afortu nad am en te más blanda en la que militan sociólogos co m o
Elster, Van Parijs o Boiidon."*’ Ixis prim eros representan un intento de
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