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Resumen
Este trabajo aborda las estrategias productivas trazadas por ejidatarios productores
de granos para lograr la competitividad y participar con éxito en el libre mercado
implantado por las políticas gubernamentales desde 1989. También estudia las formas
de resistencia al modelo neoliberal emprendidas por las organizaciones que han forjado
los ejidatarios y las alternativas campesinas que defienden. Destaca en especial que,
así como se ha globalizado la agricultura industrial comandada por los agronegocios
trasnacionales, también el movimiento campesino ha alcanzado un grado de inter-
nacionalización que le permite fortalecer las luchas nacionales. Con la finalidad de
contar con los elementos que permitan contextualizar el análisis, el trabajo presenta
una reflexión sobre los cambios recientes en el sistema agroalimentario mundial y
la crisis agroalimentaria. Expone, a su vez, las limitaciones e insuficiencias de las
políticas gubernamentales para el campo que se establecieron en México durante los
últimos veinte años a instancias de las instituciones internacionales, así como los
efectos de éstas en los pequeños productores y algunas de las estrategias impulsadas
por los ejidatarios para defender su subsistencia.
1
Recibido 10-08-2010. Aceptado 27-09-2010
2
Departamento de Sociología, UAM-Iztapalapa, cristinasteffen@yahoo.com
3
Departamento de Producción Económica, UAM-Xochimilco, talud1937@yahoo.com.mx
Abstract
1. Introducción
Luego de vivir cerca de cinco lustros bajo las reglas de juego del sistema neoliberal,
el sector agroalimentario mexicano, subordinado a los lineamientos impuestos por
los organismos financieros internacionales, experimenta un deterioro progresivo que
se expresa en una creciente dependencia alimentaria, en el abandono de tierras de
cultivo, en la caída del nivel de ingreso de los productores y en el incremento de la
migración. Son los ejidatarios, de manera especial los que producen granos a pequeña
escala, quienes han sido de los más golpeados y quienes enfrentan las consecuencias
del modelo de libre mercado. A pesar del inocultable descalabro que éste ha ocasio-
nado en el campo y en la sociedad rural, agravado por la crisis mundial en curso y
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En las últimas décadas las formas impuestas que han afectado a los ejidatarios
mexicanos, incluyen el despojo de sus parcelas amparado en las reformas de 1992
a la Ley Agraria y la supresión o reducción drástica y progresiva de los subsidios al
crédito y a los insumos para la producción; y los apoyos a la comercialización que
deberían compensar los bajos precios internacionales. Por el contrario, los programas
gubernamentales de fomento a las actividades productivas en el campo son cada vez
más escasos y con menor ámbito de influencia, pues casi todos se destinan a las zonas
de agricultura comercial y se focalizan hacia un número reducido de productores que
en su mayoría son grandes empresarios.
A pesar de las condiciones adversas que conlleva el nuevo modelo neoliberal para
los pequeños productores, algunas organizaciones de ejidatarios productores de maíz,
trigo, sorgo, frijol, arroz y demás productos comerciales, han adoptado estrategias
que han permitido su sobrevivencia ante la difícil competencia que representa el
mercado internacional y el dominio cada vez mayor del mercado nacional por parte
de las grandes empresas comercializadoras de granos tanto nacionales como trasna-
cionales. Considerando lo anterior, este trabajo estudia las crecientes dificultades que
enfrentan los ejidatarios productores de granos para garantizar su reproducción social,
mediante el análisis de los efectos que han tenido en ellos los principales programas
públicos orientados al sector rural. Y, por otra parte, las estrategias impulsadas por
las organizaciones ejidales, que comprenden su adaptación a las condiciones del libre
mercado, su resistencia a políticas que los aniquilan y sus propuestas alternativas que
les permitan subsistir como campesinos.
A fin de presentar los resultados de este trabajo, la exposición se inicia con una
reflexión sobre la situación del sistema agroalimentario mundial en la actualidad,
con énfasis en la crisis que lo afecta. Más adelante, luego de una referencia histórica
a los orígenes del sistema alimentario mexicano actual y cómo se manifiesta hoy la
crisis, se abordan las características y resultados de algunas de las principales políticas
públicas para el campo y los programas que las impulsan, teniendo como referencia
central a los pequeños productores de granos, cultivos ampliamente predominantes
en el campo mexicano y, en la mayoría de los casos, única fuente de subsistencia
de los ejidatarios. A fin de profundizar en los efectos de estos programas en dichos
productores, en este apartado se hace constante referencia al caso de ejidatarios del
sur del estado de Guanajuato, con quienes se ha mantenido contacto durante cerca
de veinte años. El apartado siguiente se inicia con una reflexión sobre las formas
organizativas que han generado los campesinos a escala mundial para enfrentar su
difícil situación. Luego se estudian algunas experiencias de organización de los
ejidatarios graneleros orientadas a incrementar su productividad y el mejoramiento
de las condiciones de comercialización de sus granos, con la finalidad de participar
en el mercado en mejores condiciones de competitividad. Y finalmente se examinan
los movimientos de resistencia más significativos que han encabezado en la última
década, para defender su derecho a seguir siendo campesinos y productores de ali-
mentos básicos para la población nacional.
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(Grain, 2009: 1). Estas causas coyunturales de la crisis alimentaria global son, por
una parte, el incremento del precio del petróleo, que se duplicó entre 2007 y 2008 y
que arrastró al de la energía y de los fertilizantes utilizados en los procesos agrícolas
de producción, y la drástica reducción de la reserva mundial de granos, consecuencia
de las políticas neoliberales que sustituyeron a los cultivos alimentarios de los países
subordinados por productos exportables: en 2008 la reserva mundial fue la menor en
25 años. La utilización de 5% de la producción mundial de granos en la fabricación
de agrocombustibles, es otro elemento influyente. También se ha señalado que el
incremento del consumo de carne a escala mundial ha ocasionado que un creciente
volumen de granos se destine a la alimentación del ganado, sustrayéndolo al consumo
humano directo (Holt-Giménez, 2008: 2,3). Finalmente, una de las causas de corto
plazo más determinantes en el alza de los precios de los granos es la especulación
financiera internacional, con la entrada del capital financiero especulativo en las bolsas
de los contratos a futuro de los cereales y otros alimentos. El derrumbe del mercado
inmobiliario de Estados Unidos, llevó a la búsqueda de nuevas oportunidades de
inversión con los alimentos, “mercancía” imprescindible para la subsistencia de los
seres humanos (Vía Campesina, 2008: 3,4; Rosset, 2008). Los efectos en los pequeños
productores rurales de la política de ajuste estructural impulsada en México desde
mediados de los años ochenta del siglo pasado y de la crisis alimentaria que estalló
en 2006, es el tema que se aborda en el siguiente apartado.
En los años cuarenta del siglo pasado, bajo el gobierno de Manuel Ávila Camacho,
México se convirtió en un paradigma de la modernización de la agricultura, cuya
expresión más acabada se dio en 1945, cuando el gobierno mexicano y la Fundación
Rockefeller inauguraron un programa conjunto de investigación agrícola que generaría
la tecnología que posteriormente se conoció como “revolución verde”. Su aplicación
en el país significó la creación y consolidación de un número reducido de grandes
empresas agrícolas que, utilizando todos los avances tecnológicos en los nuevos
distritos de riego, sobre todo en el norte del país, concentraron la riqueza producida
en el campo, en desmedro de la gran masa de productores campesinos. Por lo tanto,
esta modernización de la agricultura agravó la desigualdad en el campo. Aunque se
incrementó la producción de manera significativa gracias a estos nuevos enclaves
de agricultura comercial, lo cual favoreció el proceso de industrialización del país,
la gran masa campesina quedó al margen de esta bonanza. En 1970, como lo señala
Hewitt, treinta años después del inicio de la modernización de la agricultura, “más de
cuatro quintos de todos los campesinos con tierra de México” no podían satisfacer las
necesidades de su familia sólo con los ingresos provenientes de la parcela (Hewitt,
1999: 17, 32, 99, 114).
Aunque son muchos los temas importantes que se destacan al evaluar los efectos que
ha tenido en los ejidatarios, comuneros y trabajadores rurales la reforma de 1992 a la
Ley Agraria, las siguientes consideraciones se centran en lo que significa para ellos
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el fin del reparto agrario y en la posible inserción de las tierras ejidales y comunales
en el mercado. Con respecto al primer tema, se puede señalar que, según un estudio
publicado en 2001 por la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), basado en la
Encuesta Nacional de Empleo levantada por INEGI en 1999, en el país existían más
de 5, 708,186 jornaleros agrícolas (Sedesol, 2001, Anexo estadístico). Cuatro años
más tarde la Secretaría de Agricultura, fundamentada en la Encuesta de Empleo de
2003, sostenía que los jornaleros eran 4,415,832 (Sagarpa, 2006: 47). Y en 2007
la Confederación Nacional Campesina (CNC) insistía en una cifra semejante a la
señalada para 1999 (CNC, 2007: 1). A pesar de una factible inexactitud de las cifras
aportadas por las encuestas mencionadas y de que una parte de los jornaleros tiene
pequeñas parcelas (cuyo escaso potencial productivo no les permite sobrevivir), las
instituciones reconocen que el número de trabajadores sin tierra es superior al de los
ejidatarios y comuneros que, según el IX Censo Ejidal 2007, suman 4,210,899. Para
este gran sector de los jornaleros el fin del reparto agrario constituye la imposibilidad
de acceder a la tierra y, por ende, de mejorar sus condiciones de vida. Este hecho es
una de las causas del brutal crecimiento de la migración en la última década.
Un estudio reciente sobre los efectos en el campesinado mexicano de la reforma
de 1992 a la Ley Agraria (Robles, 2008: 10-29), concluye que en 2007, quince años
después de implantada, se estaba muy lejos de alcanzar el objetivo oficial que bus-
caba incorporar a los ejidos y comunidades al mercado de tierras para, por esta vía,
combatir el minifundismo y tecnificar al campo. Según los datos que arrojan el VII
Censo Ejidal levantado en 1991 y el IX Censo Ejidal realizado en 2007 analizados
por el autor, el minifundismo se ha agudizado en el campo mexicano, ya que en
dicho periodo la superficie de ejidos y comunidades se incrementó sólo en 2.5%,
mientras que el número de ejidatarios y comuneros creció 19.5% (Cuadro 1). Esto no
como resultado de nuevas dotaciones, sino sobre todo por la división de las parcelas
ejidales entre miembros de la familia. Por otra parte, también se redujo el nivel de
tecnificación de los núcleos agrarios, que cuentan con menos infraestructura tanto
para sus labores agrícolas como pecuarias (Robles, 2008: 10).
Con respecto a la inserción de las tierras ejidales y comunales al mercado, hay que
señalar que desde antes de la reforma a Ley Agraria existían las transacciones de
tierras en el sector social, pero por estar prohibidas por la Constitución no se llevaba
un registro legal de ellas. Se ha señalado que a comienzos de los años noventa más
del 50% de las tierras de mejor calidad de los ejidos y comunidades estaba rentada.
La contrarreforma agraria de 1992 profundizó esta tendencia al propiciar la recon-
centración de la tierra de alto potencial productivo en manos de grandes productores
comerciales, caciques y funcionarios gubernamentales (De Ita, 2006: 161, 162).
Robles señala que los resultados del Censo Ejidal 2007 muestran que en dos tercios
de los núcleos agrarios hay venta de tierras; es decir, en 20,990 ejidos y comunidades
se registró este tipo de operación que abarcó una superficie de 3, 097,000 hectáreas.
Sin embargo, al darse a menudo la compra-venta de la tierra de manera irregular, sin
inscribir la transacción en el Registro Agrario Nacional, no hay certeza de quiénes
son en realidad los propietarios (Robles, 2008: 26, 27). Aunque la superficie de poco
más de 3 millones de hectáreas involucrada en las operaciones de venta representa
sólo 2.9% de los más de 105 millones del sector social, no hay datos acerca de qué
tipo de tierras se trata. Tampoco existen datos certeros acerca de las dimensiones de
la renta de la tierra ejidal.
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compró 22 mil hectáreas en el ejido Puerto Libertad para producir etanol con algas
cultivadas, combustible que se destinará prioritariamente a Estados Unidos y Japón
(Ramírez, 2009).
3.2. El crédito
Con este fin el Banrural eliminó los subsidios a las tasas de interés; otorgó recursos
sólo a los ejidatarios y comuneros que dispusieran de superficies de cultivo con buen
potencial productivo, retirándose de las zonas de alta siniestralidad; e instauró una
severa política de recuperación de las carteras vencidas y de supresión del crédito
para los deudores del banco (SARH, 1990: 31,32). El Banrural desde 1990 presionó
a los ejidatarios para que vendieran su maquinaria, implementos agrícolas y enseres
domésticos para pagar sus adeudos. Al aprobarse las reformas a la Ley Agraria en
1992, el banco empezó a embargar maquinaria y a llamar a subastas públicas para
venderla, recurriendo incluso al embargo de cosechas. Desde entonces, muchos de
los ejidos más productivos del país perdieron su maquinaria, viéndose obligados a de-
pender de la renta de ésta para realizar sus labores productivas (Steffen, 1992: 38,39).
Fuente: Tercer Informe de Gobierno 2003, Anexo Estadístico; CNA 2008: 109
Por otra parte, es interesante señalar que según datos del Censo Agropecuario 2007,
en ese año existían 5’548,845 unidades de producción en el campo mexicano, de
las cuales 4’069,957 tenían actividad agropecuaria o forestal (INEGI, 2009: Cua-
dro 1). De estas últimas, indica el Censo, 146,437 disponían de crédito, es decir, el
equivalente a sólo 3.6% de las unidades de producción con actividades productivas
(INEGI, 2009: Cuadro 107).
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agricultura de riego del norte del país, a los grandes productores y a algunos medianos,
excluyendo a la mayoría de éstos y a los pequeños.
3.3. Procampo
La conclusión anterior se ratifica en una reciente evaluación del papel que des-
empeñan los subsidios del Estado en la producción agrícola nacional. Allí se aborda
el papel de Procampo y se concluye que siendo el programa agrícola más dirigido
a los productores de maíz y el más inclusivo, “no sólo excluye a la mayoría de su
población objetivo, sino que está sesgado para favorecer a los productores más adi-
nerados” (Fox y Haight, coord., 2010: 8).
Por otro lado, si bien una parte importante de los ejidatarios, como los tempora-
leros de Valle de Santiago ya mencionados, son beneficiarios de Procampo, reciben
el subsidio tarde, no pueden comprar la semilla con este recurso y deben recurrir al
dueño de la bodega que les compra el grano, quien se las proporciona a crédito con
un interés que oscila entre 2 y 3 por ciento mensual (Andrade et al., 2010).
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Con respecto a los volúmenes subsidiados, en 2004 equivalieron a 38% del total
producido y en 2005 a 48% (Aserca, 2005: 11-12; Aserca, 2006: 14). En 2007, debido
al incremento de los precios de los granos en el mercado internacional, el programa
disminuyó drásticamente su cobertura y en 2008 casi no operó.
Es un subsidio muy inequitativo, ya que privilegia a los estados del norte del país, en
donde predomina la agricultura comercial. En 2004 éstos acapararon 62% de las toneladas
apoyadas, y en 2005 concentraron 72%. Jalisco, Guanajuato y Michoacán conjuntaron en
2004 cerca de 29% del volumen apoyado y en 2005 un 16%. Si se suma la participación
de ambos bloques, en 2004 acapararon 91% de las toneladas y en 2005, 88%.
Por otra parte, los trámites para recibir el apoyo son engorrosos y los pagos se retardan.
En Guanajuato, por ejemplo, los ejidatarios que vendieron el sorgo en octubre de 2001
recibieron el apoyo en julio de 2002; por el trigo cosechado en mayo de 2002, los
ejidatarios recibieron el apoyo directo a fines de agosto; por el maíz que vendieron en
octubre de 2004 los ejidatarios accedieron al subsidio en mayo de 2005. El retardo en
la entrega de los apoyos a la producción, característica común a todos los programas
de este tipo, ha ocasionado la constante protesta de los productores, quienes señalan
que el apoyo complementario al precio de sus granos llega demasiado desfasado y
conduce a convertirlos en deudores morosos cuando han cultivado con crédito.
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Existe desde 2001 para el maíz amarillo, y consiste en que el productor vende al comprador
antes de cosechar el producto, mediante la celebración de un contrato de compra-venta
a término, bajo condiciones específicas de volumen, calidad, tiempo, lugar y fecha de
entrega, fórmula para fijar el precio y condiciones de pago (Aserca, 2005ª: 4; Sagarpa,
2007). Al productor participante, Aserca le entrega un apoyo directo al precio al término
de la cosecha y un porcentaje, que puede variar del 50 al 100% del costo de la cobertura
en el mercado de futuros para productor y comprador. Los precios se determinan de
acuerdo a los vigentes en la Bolsa de Chicago.4 Puesto que todo se cotiza en dólares, el
precio final al productor en moneda nacional se calcula con base en el tipo de cambio
del dólar en el día de la entrega física del grano al comprador (Aserca, 2005ª: 4-6).
Las cifras disponibles para los ciclos posteriores no son definitivas, pero se mantiene
la tendencia a subsidiar a una baja proporción del volumen producido. En el ciclo O/I
2007-2008, información oficial señaló que se habían apoyado 7’548,206 toneladas de
sorgo, trigo y maíz amarillo (www.aserca.gob.mx/sicsa/programas). En el P/V 2008,
Sagarpa programó apoyar un máximo de 1’500,000 toneladas de los mismos granos,
más soya (Sagarpa, 2008a:10). Y en el O/I 2008/2009, otorgaría subsidios hasta para el
70% de la producción de sorgo programada, para un millón de toneladas de trigo crista-
lino y, sin límites de volumen, para el maíz amarillo y trigo panificable (Aserca, 2009).
4
Precio del grano en agricultura por contrato es igual a: precio de la Bolsa en el mes más cercano a la entrega; más la base
de la zona consumidora (precio del producto en zona consumidora menos el precio a futuro en la Bolsa); menos la base
regional (costos de fletes, almacenaje y financiero para llevar el producto a la zona consumidora).
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También en este caso, los subsidios se concentran en los estados con agricultura
comercial: en los ciclos O/I en Sinaloa y en P/V en Jalisco, Guanajuato y Michoacán.
Sin embargo, hay que resaltar que a pesar de los numerosos y cambiantes trámi-
tes que deben realizar las escasas organizaciones ejidales que pueden postular a los
subsidios otorgados a través de la agricultura bajo contrato, sus dirigentes y socios
manifiestan que cuando pueden acceder a ella y Sagarpa y compradores respetan
las normas establecidas, constituye un beneficio. Esto se manifiesta en que logran
obtener mejores precios que los vigentes en los mercados locales y regionales, como
lo demostró la Unión de Ejidos 16 de Abril con datos de 2007 y 2008. Es decir, en el
ciclo P/V 2008 recibieron un promedio de $150 más por tonelada de maíz que en el
mercado libre; en el O/I 2007/2008 alcanzaron hasta más de $1,000 más por tonelada
de trigo; en el P/V 2008 cerca de $800 más por el sorgo y unos $110 más por el maíz.
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Los campesinos de América, Asia, África y Europa saben desde mucho antes de
que se implantara el neoliberalismo, que la penetración de las formas capitalistas
de producción en el campo, es decir la expansión de la agricultura industrial, sólo
conduciría a su expulsión de la tierra, a la expropiación de los recursos genéticos, a
la destrucción de los recursos naturales y a la producción de alimentos nocivos para
la salud humana. La historia muestra las recurrentes formas de resistencia que a lo
largo de más de un siglo han protagonizado los campesinos en el mundo. Estas luchas
generaron un acervo de experiencias que contribuyeron a crear las condiciones para
la formación de una organización campesina de carácter mundial, la Vía Campesina,
que unificó la lucha de organizaciones de los distintos continentes que sufren los
daños ocasionados por las mismas políticas neoliberales implantadas indiscrimina-
damente en cada uno de ellos. La coordinación entre ellas comenzó en abril de 1992
en Managua con organizaciones campesinas, indígenas y de pequeños productores de
Centroamérica, Norteamérica y Europa. En 1993 se realizó la Primera Conferencia
de Vía Campesina en Bélgica, constituyéndose como Organización Mundial. Tres
años más tarde se realizó la Segunda Conferencia en México con la participación de
69 organizaciones de 37 países (Vía Campesina, 2002: 1). Cuando en 2008 se realizó
la Quinta Conferencia en Mozambique, contaba con más de 150 organizaciones de
68 países de América Latina, América del Norte, Caribe, Europa, Asia y África (Vía
Campesina, 2009: 9,10; Desmarais, 2007:17; Borras, 2008: 260).
De esta manera, si bien el mundo está inserto en el torbellino de una crisis estruc-
tural alimentaria global, también se cuenta con un movimiento campesino mundial,
el movimiento social más numeroso y contestatario del modelo neoliberal desde que
éste se implantó, que levanta como alternativa la defensa de la soberanía alimen-
taria, una estrategia adecuada para poder alimentar a toda la población mundial y
que tendría que ser el objetivo central de cualquier sistema agroalimentario. En esta
iniciativa participan organizaciones campesinas mexicanas cuyas luchas se analizan
a continuación.
La crisis en que viven los pequeños productores ejidales de granos, los ha conducido
a construir diferentes estrategias que involucran desde la emigración y el trabajo
asalariado, hasta el ingente esfuerzo por mejorar sus condiciones de producción
para poder permanecer como productores campesinos en un mundo que los desecha.
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ya que desde inicios de los años cuarenta, en concordancia con la revolución verde,
el Estado redujo los programas destinados a los productores ejidales y los orientó a
los grandes productores. Tres décadas más tarde, para enfrentar la crisis agrícola de
los años sesenta, Echeverría buscó fortalecer al ejido como unidad productiva con
la reforma de la Ley de Crédito Agrícola y al Código Agrario, que definió al ejido
como una institución política y económica cuya prioridad era el desarrollo rural.
Esto permitió un crecimiento de la organización de los ejidatarios, que llegaron a
crear 181 uniones de ejidos que agrupaban a unos 3 mil ejidos. Muchas de estas
organizaciones desaparecieron, pero cerca de quinientas, formadas por campesinos
con vieja tradición de lucha, propiciaron el surgimiento de lo que años más tarde
constituyó el movimiento campesino en lucha por la apropiación del proceso produc-
tivo que, en 1985, culminó con la fundación de la Unión Nacional de Organizaciones
Regionales Campesinas Autónomas (UNORCA). La propuesta de autonomía de la
UNORCA implicaba la defensa de una economía rural basada en la organización de
la producción campesina y en la riqueza cultural que tiene este sector social (Steffen
y Echánove, 2005: 211-213).
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5
UNORCA, CNPA, CIOAC, CODUC, AMUCSS, FDCCH.
La brutalidad del modelo que excluye a la mayoría de los productores del campo
ha llevado a que, de manera paralela a los esfuerzos de adaptación al libre mercado,
las organizaciones ejidales encabecen periódicamente movilizaciones y diferentes
tipos de acción directa de masas para hacer valer su derecho a seguir siendo campe-
sinos. Una manifestación de su resistencia que cobró especial relevancia a inicios
del presente siglo fue el movimiento El Campo No Aguanta Más, que estalló en
noviembre de 2002. En esa fecha doce organizaciones campesinas independientes6
emitieron el manifiesto Seis propuestas para la salvación y revalorización del campo
mexicano, que planteaba como demandas centrales la renegociación del Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y el retiro de éste del maíz y frijol;
una reforma al sistema de financiamiento rural; el incremento del presupuesto para
el campo; la implantación de una política de seguridad alimentaria que garantizara
alimentos sanos a la población con base en la producción nacional; la modificación
al artículo 27 constitucional; y el reconocimiento de los derechos y cultura de los
pueblos indígenas (El Campo No Aguanta Más, 2002). La amplitud del movimiento,
al cual también se sumaron El Barzón, el Congreso Agrario Permanente e incluso
la CNC, más el apoyo de diferentes organizaciones sociales, obligó al gobierno a
negociar. Negociación que llevó en abril de 2003 a la firma del Acuerdo Nacional
para el Campo. Sin embargo, este acuerdo descartó las principales demandas del
movimiento, pues excluyó la renegociación del TLCAN y el retiro de éste del maíz
y frijol, las reformas al artículo 27 constitucional y el respeto a los derechos de los
pueblos indios; tampoco consideró el aumento al presupuesto para asegurar un cam-
bio estructural en el campo. En cambio, destinó recursos para programas de corto
plazo y apoyos sólo para algunas organizaciones (Rubio, 2004: 110), sembrando así
la semilla de la división al interior del movimiento campesino. La evidencia de este
tropiezo y posiciones diversas de las organizaciones campesinas participantes ante
el Acuerdo con respecto a la relación con el Estado, llevaron al movimiento a una
disgregación y, por consiguiente, a un reflujo.
6
Asociación Mexicana de Uniones de Crédito del Sector Social (AMUCSS); Asociación Nacional de Empresas Comer-
cializadoras de Productores del Campo (ANEC); Coordinadora Estatal de Productores Cafetaleros de Oaxaca (CEPCO);
Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC); Coalición de Organizaciones Democráticas Urbanas
y Campesinas (CODUC); Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC); Coordinadora Nacional Plan de
Ayala (CNPA); Frente Democrático Campesino de Chihuahua (FDCCHIH); Frente Nacional en Defensa del Campo Mexicano
(FNDCM); Red Mexicana de Organizaciones Campesinas Forestales (RED MOCAF); Unión Nacional de Organizaciones en
Forestería Comunitaria (UNOFOC); Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas (UNORCA).
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Sin embargo, las organizaciones más consolidadas nunca abandonaron sus objeti-
vos y han continuado encabezando movimientos que han cristalizado en significativas
movilizaciones. Una experiencia relevante es la Campaña Nacional en Defensa de
la Soberanía Alimentaria y la Reactivación del Campo Mexicano que se inició el 25
de junio de 2007, ante la inminencia de la total apertura comercial a partir de enero
de 2008, según lo establecido con la firma del TLCAN. Numerosas organizaciones
campesinas, de consumidores, urbanas, de ambientalistas, de mujeres, de derechos
humanos, científicos e intelectuales la impulsaron, pero entre ellas destacan el
Consejo Nacional de Organizaciones Campesinas (CONOC), que agrupa a siete
organizaciones,7 la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA) y el Barzón-Alianza
Nacional de Productores Agropecuarios y Pesqueros. La frase “Sin Maíz no hay País”,
tomada del nombre de una magna exposición montada por personalidades y ONG en
el Museo de Culturas Populares de la Ciudad de México en 2003, se convirtió en la
consiga inicial del movimiento, luego ampliada a SIN MAÍZ NO HAY PAÍS, SIN
FRIJOL TAMPOCO. ¡PON A MÉXICO EN TU BOCA! Las principales deman-
das que la campaña Sin Maíz No Hay País enarboló, y que sostiene hasta el día de
hoy, son sacar al maíz y frijol del TLCAN; prohibir la siembra de maíz transgénico
en México; aprobar el derecho constitucional a la alimentación por la Cámara de
Diputados y la Ley de Planeación para la Soberanía y Seguridad Agroalimentaria
y Nutricional por la Cámara de Senadores; luchar contra los monopolios del sector
agroalimentario; crear una reserva estratégica de alimentos; promover el consumo
de alimentos campesinos; promover la inscripción del maíz y sus expresiones cultu-
rales en la Lista de la UNESCO de Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad;
reconocer los derechos de los pueblos originarios; proteger los territorios campesinos
y sus recursos naturales; conservar los bosques de manera sustentable; garantizar el
principio de la equidad de género; reconocer los derechos humanos, ciudadanos y
laborales de los jornaleros agrícolas y trabajadores migrantes (Marielle, 2007: 98-99;
ANEC, 2007: 18).
7
ANEC, AMUCSS, CNOC, CEPCO, MAIZ, FDCCH, RED MOCAF y UNOFOC.
Para difundir sus planteamientos y recoger las experiencias campesinas del país,
Sin Maíz No Hay País impulsó otras acciones durante la segunda fase de la Campaña,
como la realización de la Asamblea Nacional por la Soberanía Alimentaria y de las
Asambleas Comunitarias, Intercomunitarias, Regionales y Estatales por la Soberanía
Alimentaria a fines de 2008 (Sin Maíz No Hay País, 2008: 32). Entre sus acciones
más significativas, sostenida de manera constante, está la elaboración de propuestas
de políticas públicas para el campo alternativas a las del Estado, para instaurar la
soberanía alimentaria tal como lo hace la Vía Campesina Internacional, preservar la
agricultura campesina y romper con el injusto reparto de los recursos públicos que
se destinan al sector agropecuario en desmedro de los campesinos.
5. Reflexión final
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familiar moderna vigente en los países de capitalismo dominante constituye una vía
excepcional, imposible de extender a más de un tercio de la humanidad conformada
por los campesinos de los países del sur. A pesar de que la agricultura familiar mo-
derna demostró su capacidad para adaptarse, el modelo de desarrollo capitalista, por
su esencia misma, imposibilita que los campesinos puedan de manera simultánea
ser competitivos y respetuosos del equilibrio ecológico mundial. Por lo tanto, la
única manera de resolver el problema de la pobreza predominante en la agricultura
campesina de los países del sur, sería desaparecerlos mediante su exterminio físico
(genocidio, como dice el autor) o confinarlos en tugurios en las periferias urbanas.
puesta a este interrogante están las aseveraciones de Samir Amin citadas en párrafo
anterior y un análisis de Bartra (2009: 10) cuando señala que la eficiencia productiva
no implica la autonomía de los pequeños productores, porque al estar intervenidos los
mercados por los monopolios no existe libre concurrencia. De modo que, a pesar de
los arduos esfuerzos sostenidos por las organizaciones campesinas, los campesinos
no pueden alcanzar la sustentabilidad y autonomía mientras persista la decisión del
gobierno de ampliar y fortalecer el modelo de agricultura industrial predominante
a nivel mundial.
Las limitantes estructurales de estas organizaciones forjadas por los ejidatarios para
intentar adaptarse a las exigencias del libre mercado, los impulsaron a participar en
distintos movimientos de resistencia y en la creación de la organización internacional
de los campesinos y pequeños agricultores, Vía Campesina: ante la trasnacionalización
de la agricultura, la internacionalización de las organizaciones campesinas. Desde su
fundación en 1993, Vía Campesina ha sido un actor influyente en el escenario global.
Es así por su internacionalismo y, según lo sostiene Bello (2009: 9), por haber logrado
la identificación de los intereses de la clase campesina con los intereses universales
de la sociedad, lo que fue una característica de los antiguos movimientos obreros.
Esta coincidencia se produce gracias a que Vía Campesina enarbola una propuesta
alternativa a la agricultura industrial impuesta por el capitalismo que arrastra dile-
mas insolubles, como la producción de alimentos perjudiciales para el conjunto de
la humanidad y la progresiva e irreversible destrucción de los recursos naturales y
la naturaleza en el mundo.
Por esta alternativa luchan y resisten de manera activa y propositiva los campesinos
y sus organizaciones mencionadas en este trabajo, junto a campesinos de todos los
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