Sumario

Editorial N°6
-Grupo editor, “Estados de la crítica” ....................................................................................................................... 3

¿Qué es esto?
-Alejandro Kaufman, “Bitácora del extravío” ........................................................................................................ 9
-Alejandro Boverio, “La política sitiada entre la comunicación y el economicismo” ........................................ 12
-Cecilia Abdo Férez, “Sobre el sinceramiento” ..................................................................................................... 14
-María Pia López, “Ejercicios de óptica”.................................................................................................................. 18
-Rocío Martínez Schnaider, “La democracia frente al desafío de la gestión de las emociones políticas” ......... 21
-Sebastián Russo, “Milagro y Estado (de las cosas). Su-realismo, pasión y excepción” ................................... 24
-Juan Giani, “Macri y Güemes”............................................................................................................................. 27
-Manuel Cuervo Sola, “Conjetura cartográfica sobre la experiencia del tiempo en la hemiciclo PRO”............. 29
El factor sindical:
-Ana Natalucci, “El convite movimentista: kirchnerismo y organizaciones sindicales (2003-2015)” ......................... 35
-Martín Armelino,“Alrededor de la jaula:elsindicalismo ante el gobierno de Macri” ................................................. 39
-GuillermoVazquez, “Hablar un poco con Dios.Tres apuntes sobre sindicalismo y teología política” ...................... 45

La pregunta por lo aciago

-Conversación con Diego Tatián sobre las formas del presente .................................................................................. 47

Singularitas
-Horacio González, “La misa como acto sexual”.................................................................................................... 66

Acerca de las derrotas y las resistencias en América Latina

-Rafael Atuati, “Brasil y el ocaso de la esperanza”.............................................................................................. 69
-Mariana Gainza, “Brasil: un golpe anunciado”.................................................................................................... 75
-Ayelén Oliva, “Fica, querida! El desgaste de las calles en la destitución de Dilma” ...................................... 81
-María Constanza Costa, “Venezuela: ¿Una transición hacia dónde?”................................................................. 83
-Luis Wainer, “Los acuerdos de paz en Colombia. A tono con una América Latina disputada”........................ 86
-Matías Rodeiro, “¿Barajar y dar de nuevo?…”...................................................................................................... 89
-Matías Rodeiro, “La potencialidad material del espíritu…”.................................................................................. 96
-Ramiro Parodi, “Pensadores de América Latina: Preguntas que no se extinguen”......................................... 106

Coda
-Pablo Potenza, “Ricardo Piglia: entre la ida y la vuelta”...................................................................................... 109

EL OJO
Año V, Número 6, Buenos Aires, Verano 2016-2017

Grupo Editor: Alejandro Boverio, Darío Capelli y Matías Rodeiro

Colaboran en este número: Cecilia Abdo Férez, Martín Arme-

MOCHO
lino, Rafael Atuati, Manuel Cuervo Sola, María Constanza Cos-
ta, Mariana Gainza, Florencia Gómez, Juan Giani, Horacio Gon-
zález, Alejandro Kaufman, María Pia López, Rocío Martínez
Schnaider, Ana Natalucci, Ayelén Oliva, Ramiro Parodi, Pablo Poten-
za, Sebastián Russo, Diego Tatián, Guillermo Vazquez, Luis Wainer

Contacto: revistaelojomocho@gmail.com Otra vez


Estados de la crítica
“...si mi pueblo ha estado ciego es porque le han puesto una
venda en los ojos, y si ahora no ve es porque le han cambiado
la venda”
E. Martínez Estrada
I.
A casi un año del derrocamiento de Perón por
parte de la Revolución Libertadora y apenas un
mes después de los fusilamientos de José León
Suárez, Martínez Estrada publicaba su colérico
¿Qué es esto?, libro del cual hemos extraído la
cita que va de epígrafe y que nos interesa por
la mención al pueblo pero, sobre todo, porque
a pesar de su antiperonismo, estaba lejos de
creer que el nuevo gobierno fuera un regreso
a la normalidad, luego de lo que otros -todo
Sur, aunque Borges principalmente- creían
que había sido una illusion comique. Uno de
nosotros, de nosotros mismos: los que firmamos
este editorial, ha sentenciado, en otra revista,
al ¿Qué es esto? como “un libro imposible,
casi ilegible, quizás hasta risible”, en otras
palabras sin tantos “casi” ni “quizás hasta”:
un “libro de mierda”. Un libro de mierda que,
sin embargo, decía “cosas graves, muy graves,
en un momento muy grave de la Argentina”;
un “libro de mierda” en el que, no obstante,
“algo hay”. Cuesta definir qué, porque con
su panfleto de trescientas páginas, y golpe de
estado mediante, Martínez Estrada operaba un
pasaje de la nausea al vómito, de las catársis a la
purga. ¿Qué queda, entonces, del libro cuando
terminamos de separar la paja del trigo, o
mejor dicho, la mierda del barro de la Historia?
Apenas un hedor. Pero también: nada menos
que un hedor. Donde hay hedor, hay muertos,
cuerpos en descomposición, descarnaduras. No
se trata de entidades sin realidad, como podría
imaginarlas una espectrología preocupada por
no pasar de moda. Más bien, su contrario:
lo que va dejando su hedor son realidades
sin entidad. ¿Se sigue? Hablamos -Martínez
Estrada habla- de esencias, no de existencias.
La obra de arte verdadera logra rozarlas; las
Editorial
revoluciones, refundarlas. Por eso la Historia
las requiere a ambas: a las obras y a las
revoluciones. Más: ella misma, la Historia, las
produce, si es cierta la proposición spinoziana
que dice que toda cosa, también la Historia, se
esfuerza en perseverar en su ser. El intelectual,
por su parte, ya sea el que reclama para sí
autonomía y se resguarda en su gabinete de
marfil o sea el que se dice comprometido y que
hace de su pertenencia orgánica a determinados
intereses, un objeto de autoconciencia; sea de
uno u otro tipo, decíamos, el intelectual asume
(aunque nadie se lo pida) la tarea de escudriñar
las esencias: algunos sospecharán que son el
auténtico comando del mundo; otros, que no es
posible percibirlas sino por mediaciones; y los
últimos, que ni siquiera existen.
II.
Martínez Estrada es un poco impostor. Se
hace pasar por un intelectual en soledad que
se propone apenas indagar las esencias, ¿Qué
es esto?, pero su intención oculta es la del
revolucionario, pues bajo la fachada de la
interrogación, las funda o pretende hacerlo; así
lo había hecho su numen, Sarmiento, ciento
diez años antes en el Facundo. Es obvio pero
lo decimos igual: ni uno ni el otro describen
meramente el modo en que las esencias nos
determinan. Ambos, cada cual en su siglo, se
creen -sin decirlo o directamente negándolo-,
creadores (y, en alguna medida, lo son)
del pathos argentino. En paralelo, o acaso
cruzando la línea Sarmiento-Martínez Estrada,
corre otra línea de intervenciones que, al
decir de David Viñas, “por su entonación se
graba con nitidez en un curso trágico”: es la
línea que va de las páginas de José Hernández
dedicadas al degüello del Chacho Peñaloza,
pasa por el aguafuerte de Roberto Arlt sobre el
fusilamiento de Severino Di Giovanni y culmina
en Operación Masacre de Rodolfo Walsh. Para
estos escritores, no hay manera de avanzar en
el conocimiento de la verdad (o el pueblo en su
el ojo mocho 3
Editorial
autoconciencia) si no se desactivan las tramas
políticas, judiciales y culturales que la cubren
como una malla (o que bloquean su ser -el del
pueblo- en su perseverancia y expansión). El
primer paso en la tarea realmente crítica, y
seguimos en esto a Viñas, es la heterodoxia:
los dogmas de cualquier signo son parte de
esas tramas, o de lo que Martínez Estrada
llama, en la cita que hemos elegido, “vendas
sobre los ojos”; o que el marxismo denominó
“superestructuras”; o que Foucault (tanto
arqueólogo de la conciencia como geneálogo
de las estructuras), aunque incrédulo de las
verdades, identificó con el pomposo nombre
de “episteme”. Jauretche, a esas “vendas sobre
los ojos” que no nos permitirían percibir la
realidad, las despachó como “zonceras” pero
nos quedan fuertes dudas sobre si es posible
deschavarlas apenas con lecturas de manual.
La heterodoxia como primer paso de la tarea
crítica, entonces. Primer paso. Decisivo paso
en el que vale la pena porfiar. Para Viñas,
además, es también el más alto grado al que
puede aspirar el escritor crítico pues una razón
anti-dogmática es el pasaje seguro al “curso
trágico”: “a mayor heterodoxia, mayor riesgo
de sanción” fue uno de sus silogismos favoritos,
dicho a propósito de las “contradictorias
relaciones” de la literatura de Walsh “con la
política y el Poder”.
III.
El pueblo de Martínez Estrada se hamaca de
un dogmatismo a otro y persiste en un falso
ventajismo que es, en verdad, sólo un penoso
conformismo: cree estar viendo con claridad
cuando en realidad sólo cambió de vendas. El
escritor crítico, en cambio, es el que sabe o
puede -como en una canción de Charly García-
“mira sin querer mirar”. Mirando sin querer
mirar, lo único que se vuelve irreal es la venda.
O la reja, según el también heterodoxo Paco
Urondo.
4 el ojo mocho
IV.
En una muy reciente presentación del último
libro de María Pia López, Yo ya no, hemos
asistido a una exquisita interpretación de la
canción de García hecha por Liliana Herrero.
La ocasión nos dio pie para detenernos en
algún verso del poema que escuchando otras
versiones quizás pasaba de largo: “los carceleros
de la humanidad/no me atraparán,/dos veces
con la misma red”. Paco Urondo fue detenido
en febrero de 1973. En mayo logra salir con
el Devotazo. Ya en libertad, “los carceleros
de la humanidad”, es decir, los dogmáticos
-que casi siempre están en el poder pero que
no necesariamente son el poder: tramos del
gobierno kirchnerista demostraron que es
posible un poder anti-dogmático- pudieron
mandarlo con falsas excusas a un callejón sin
salidas, pudieron perseguirlo; pero antes que
nada, se propusieron aniquilarlo porque sabían
que no iban a pescarlo con la misma red dos
veces.
V.
El mayor desafío para el kirchnerismo no es
pensarse fuera del poder sino saberse fuera del
poder. Saberse fuera del poder es la condición
básica para empezar a pensarse. Sin asumir
esa constatación material (que aunque parezca
mentira no siempre es asumida) será difícil
imaginar cómo volver a construir mayorías
y crear una opción electoral que no sea sólo
testimonial. Si el kirchnerismo se sabe fuera
del poder, evitará sancionar la heterodoxia que
en sus buenos tiempos de gobierno supo -por
momentos- dinamizar hacia al interior mismo
del movimiento. No lo hizo todo el tiempo y
cuando dejó de hacerlo, el kirchnerismo se
despotenció como fuerza política en disputa.
Pero, incluso, una cosa es estando en el poder
y otra cosa, fuera de él: fuera del poder, todos
y cada uno estamos en igualdad de condiciones
para tomar la palabra y decir lo que haya
que decir. Pese a quien pese. La heterodoxia,
por definición, es crítica a toda forma del
verticalismo. A pesar de eso, no defecciona ni
cambia de rumbo a mitad de camino.

VI.
Si hoy, en el estado de azoramiento en el que
todavía estamos, producido por la derrota del
kirchnerismo en las elecciones de hace un año
y por la emergencia y alcances del macrismo;
si hoy, decíamos, no sabemos aún bien qué
decir y ni siquiera cuáles son las preguntas
correctas; si en el panorama actual, entonces,
no nos sale, para empezar, más que gritar ¿Qué
es esto?, quisiéramos, para ir respondiendo a
la preguntita, no dejar nada a resguardo de la
crítica.
Hoy también es un momento grave de la
Argentina. Más grave que cualquier otro porque
como nunca antes en la historia nacional
funciona la fantasía de que ya no hay vendas
sobre los ojos del pueblo. Pero, ¿cómo se
neutraliza la fantasía de que ya no hay fantasía
que cubra la realidad?
VII.
A un año de la derrota electoral del kirchnerismo,
todo argentino más o menos atento habrá
notado que una de las palabras que con más
frecuencia usan el presidente Macri y su
gabinete es el adverbio “claramente”. Pero no
tan sólo ellos: también empieza a escuchárselo
en boca del hombre de la calle, cada vez
con mayor asiduidad. En cierto sentido, ese
“claramente” hace tándem con la demanda de
“sinceramiento” de un movimiento social en su
momento más regresivo y viene a completar,
como si se tratase de una deriva lógica, un
latiguillo que es usado desde hace ya bastante
tiempo, casi siempre por lo sabihondos que se
jactan de tener la fórmula para todo, aun para
fumar bajo el agua. Nos referimos, a saber, al
giro “a ver” con el que se suele principiar frases
asertivas. Hace algunos años, el dibujante
Miguel Rep detectó que casi todo el mundo
andaba diciendo “a ver” y en una de sus tiras
para la contratapa de Página/12 lo plasmó como
preocupación: en el rincón inferior derecho
del dibujo, casi como cayéndose del recuadro
y abrumado por los característicos globos de
diálogo de las historietas -que, en este caso,
Editorial
de diálogo no tenían nada y que salían desde
las cabezas de una multitud de personajes sólo
para decir “a ver”-, un hombrecito desesperado
gritaba “¡Basta de ´a ver´!”. Haber sabido
escuchar ese grito. Algo pasa en la cultura
cuando pelafustanes de toda especie y pelaje
se arrogan el derecho de poseer el punto de
vista claro y distinto. Arrancan con el “a ver” y
desenrollan su perorata. Resultan ser pequeños
Descartes dispuestos a explicar las evidencias
que los tontos no pueden llegar, precisamente,
a ver. Los tontos somos, para los pequeños
Descartes, como ciegos y de ahí que se nos
ordene: “¡A ver!”.
Uno de los recuerdos más antiguos del que
podemos dar cuenta acerca de gente (y nadie
venga aquí con que “la gente” no es un sujeto
porque si de algo estamos seguros -la derrota en
las elecciones presidenciales del 2015, en todo
caso, nos lo corroboran-; si de algo estamos
seguros, decíamos, es de que ningún sujeto
es seguro); el recuerdo más antiguo de gente
utilizando el “a ver” tan odioso, entonces, nos
viene de la dirigencia progresista de los años
noventa. Elisa Carrió, que en aquella década
se ubicaba en ese complexus ideológico difícil
de definir pero fácil de identificar llamado
progresismo, es -probablemente- la primera
persona políticamente expuesta que hizo uso
del “a ver” en la esfera de la opinión pública.
Aníbal Ibarra fue otro de los que más abusó
(y sigue abusando) de la muletilla. Haga este
ejercicio mental el lector: cierre los ojos e
imagine una entrevista a Ibarra en cualquier
época. Lo escuchará en seguida responder
preguntas empezando por el “a ver”. Nada es
más importante que el “a ver” una vez que
se lo dice. Lo que venga luego, el argumento
del discurso -digamos-, es su ornato, pura
corteza. El verdadero meollo en la retórica
del progresista es (o fue) la performatividad
(perdón por la palabra) de su discurso, que al
arrancar diciendo “a ver” sólo busca transmitir
que las palabras son translúcidas y que el hecho
de tomarla, de tomar la palabra, es asimismo un
acto visiblemente cristalino que le corresponde
por derecho propio dado que nadie como él,
como el progresista, hace derivar su ética desde
la transparencia. No es casual: ya en la gestión
el ojo mocho 5
Editorial
de la política, a la salida de los noventa, el
progresismo pretendió siempre que su base de
legitimación fuera la regla clara, la evidencia
del proceder democrático, que se impone de
manera imperiosa cuando se lo ejercita a la luz
del sol; y que -por supuesto- con eso debería
alcanzar para la regulación justa del orden
social. Paradójicamente, el sueño de la gestión
progresista se esfumó bajo el poder implacable
de una fuente lumínica: el fuego. El “a ver” de
Ibarra no es ajeno al incendio de Cromañón.
El progresismo es en parte responsable por la
muerte de los 194 jóvenes que murieron esa
noche y por los 5 suicidios posteriores. Y el
incendio de Cromañón no es ajeno al ascenso
de Mauricio Macri.
VIII.
El antecedente inmediato del progresismo y
de su fantasía disfrazada de honesto realismo
fue el dictum alfonsinista que rezaba que con la
democracia se comía, se curaba y se educaba:
como si únicamente por nombrarla, a la
democracia, el resto viniera de suyo. En efecto,
el supuesto más fuerte de la llamada transición
democrática era que la palabras, usadas -eso
sí- por hablantes competentes, podían por sí
mismas intervenir sobre lo real y modificarlo,
sino directamente refundarlo. Algo tuvo que
ver en todo aquello nuestra Facultad de Ciencias
Sociales. Un artículo de Emilio de Ípola y
Juan Carlos Portantiero, “Crisis social y pacto
democrático”, publicado por Punto de Vista en
el año 1984, sería la base del documento que
leyó el presidente Alfonsín en Parque Norte
frente a una convención del radicalismo y que
puede considerarse como el plafón teórico
sobre el que debía asentarse una nueva ética
democrática que sellara el fin definitivo de
la violencia política y consagrara el civismo
como forma de vida. Un pensamiento mágico,
de ese modo, terminaba superponiéndose al
procedimentalismo de corte racionalista o,
más que superponerse, lo permeaba desde
atrás, como su creencia oculta. Como todo
pensamiento mágico, éste hacía radicar su
eficacia en el desplazamiento de su falsedad por
debajo de un sistema de reglas e instituciones
6 el ojo mocho
jactanciosas del poder del logos; falsedad
que el pueblo argentino -el del preámbulo de
la Constitución; es decir, el pueblo hablado
por sus representantes-, supuestamente,
terminaríamos -sin llegar a comprender del todo
las mediaciones interpósitas- dando por cierta.
Desde ya que las palabras en las que creía la
fe alfonsinista eran, en efecto, transparentes;
pero lo eran tanto como la capa de hielo que
cubre la superficie de un lago congelado: lo
negado era los monstruos que, sin embargo,
seguían buceando a distintos niveles de
profundidad, a la espera de una mínima grieta
en la escarcha tras la cual se disimularon. Los
primeros monstruos en asomarse para acabar
con la ilusión democrática fueron los militares
sublevados en la Semana Santa de 1987, pero
los más poderosos asaltaron al Estado dos años
después con el ropaje del peronismo.
IX.
La creencia en el poder de las palabras, en
el significado claro y distinto de cada una
de ellas al decirlas, hizo que hasta un punto
funcionaran ciertos conjuros: la cultura cívica
que pretendió fundar el alfonsinismo podía
hacer aparecer a la democracia, y a todo lo
que vendría con ella por añadidura, con sólo
nombrarla; y podía dejar atrás a la dictadura
desaparecedora apenas diciendo “Nunca más”.
En un recordado texto de mayo de 1984,
publicado por la la revista El Porteño, Fogwill
-¿maldito o profeta? ¿maldito y profeta?
¿maldito profeta?- clavaba un cuchillo en la
tierra y decía que todo aquello, la transición
democrática, no era más que una administración
de la herencia cultural de la dictadura. Fogwill
advertía incluso que llamar “dictadura” al
gobierno militar -para contraponerlo sin más al
concepto de “democracia”- era parte de aquella
herencia. Insistía en llamarlo “proceso”, pues la
palabra “proceso” y no la palabra “dictadura”,
daba una idea más aproximada de que las
principales intervenciones político-económicas
del terrorismo de estado no habrían apenas
terminado el 10 de diciembre de 1983 sino que
continuaban y seguirían haciéndolo hasta quién
sabe cuándo. La creencia en la democracia

como un orden político para cuya fundación
era suficiente mentar sus reglas de juego no
haría otra cosa más que confirmar al terror en
su segura permanencia, ya que de esa manera,
el propio terror se replegaba a una zona de
penumbras incapaz de ser pensada por una
civilidad que creía poder conjurarlo como cosa
del pasado de la que nos alejábamos de manera
definitiva. En este sentido, para Fogwill,
llamar “dictadura” al terrorismo de estado sólo
para reforzar la idea de “democracia” como
su opuesto irreductible era, de mínima, una
ingenuidad, una candorosa fe en la potencia de
las palabras. Decía allí Fogwill: “Creer que las
palabras expresan los pensamientos, creer que
los pensamientos rigen la voluntad, creer que la
voluntad conduce a los acontecimientos y creer
que los acontecimientos son controlables por
el alcance de las leyes, tal es la síntesis de la
confianza cívica radical”.
X.
Ya a prudente distancia histórica, podemos
dispensarle al alfonsinismo -incluso al Pueblo
alfonsinista- su pecado de confianza en las
palabras porque su misión más urgente fue
reconstruir la institucionalidad a la salida del
terrorismo de estado. Lo (nos) relevamos de
mayor culpa porque el alfonsinismo siempre se
reportó a la historia -aun en su propia época-
apenas como transición hacia la democracia. El
alfonsinismo asumió la tarea de fundar un nuevo
ethos en el que la democracia y la Constitución
lo fueran todo y para todos. Es cierto: hay una
blancura en aquello que si no fuera porque el
neoliberalismo se ofreció y fue aceptado como
salida a la crisis de una economía que requería
más decisión que reglas claras; si no fuera por
ese precio que debimos pagar como pueblo, el
candor alfonsinista hoy nos resultaría tierno. En
cambio, al progresismo que se había propuesto
como salida del escarnio menemista y que,
de hecho, triunfó, aunque sin entusiasmar del
todo a sus propio seguidores; a ellos, decíamos,
no podemos perdonarles nada. A plena luz
del sol, hora en la que, según el progresismo
deben actuar las fuerzas del estado, y a la vista
de todo el mundo, la presentación pública de
Editorial
la Alianza como gestión, es decir, su primer
acto de gobierno -a menos de una semana de
haber asumido- fue la represión a trabajadores
ocupados y desocupados, movilizados sobre
el puente Corrientes/Resistencia. Balas de
plomo y dos muertos. El ministro del interior,
responsable político de la masacre, era el último
de los progresistas radicales, la joven promesa
de la renovación y el cambio, el contrapeso
en el gobierno al conservador De la Rúa, el
crecidito pollo alfonsinista: Freddy Storani. No
sólo es posible sino, sobre todo, correcto juzgar
a un gobierno por la acción de sus primeros
minutos. Los compromisos que asumió un
frente electoral con los poderes reales que
financiaron su campaña o le allanaron la ruta
al poder, deben pagarse de inmediato. En
general se dice de un gobierno recién asumido
que hay que esperar verlo andar. Los poderes
reales -que funcionan como una gramática
subyacente a todo orden y que más que estar
constituidos por determinados elementos se
trata, antes bien, de coordenadas en las que
se cruzan representantes de todos los sectores
dominantes, aunque básicamente banqueros
y dueños de multimedios, agentes judiciales,
periodistas y servicios de información-; los
poderes reales, decíamos, no esperan ver andar
a nadie. Quieren resultados desde el primer
día. O al menos, señales fuertes. Es probable
que gracias al débil armado que lo llevó a la
presidencia y a los escasos favores que en
consecuencia debía, Néstor Kirchner haya
tenido margen de maniobra para entrar a la
casa de gobierno sin dejar sus convicciones en
la puerta. Cuando lo anunció en su discurso de
asunción, lo escuchamos incrédulos; cuando
tomó la decisión de no reprimir la protesta
social, empezamos a cambiar de gesto; cuando
bajó retratos de dictadores de los pasillos del
Colegio Militar y le quitó la ESMA a la Marina
para entregársela a los organismos de Derechos
Humanos, intuimos que lo que Fogwill había
llamado “herencia cultural del proceso” y que un
libro reciente de Silvia Schwarzböck denomina
“post-dictadura” empezaba a concluir.
el ojo mocho 7
Editorial
XI.
La derecha que hoy nos gobierna también tuvo
que rendir su propio exámen frente a los que
esperan pronta devolución de favor: queda
por verse cómo equilibra la voracidad de las
distintas facciones de la burguesía. Aunque
en algo se pusieron de acuerdo sin dudarlo un
sólo segundo: Milagro Sala presa. Por eso, la
exigencia de su libertad es la primera entre
todas. Las fuerzas políticas nacional-populares
y todas las corrientes que se dicen de izquierda
no pueden discutir este punto y deberían
ser incondicionales en su reclamo si es que
realmente la emancipación es parte de sus
programas. Y sobre todo si es que, cosa más
preocupante, los doce años de kirchnerismo no
pasaron en balde.
XII.
Eduardo Rinesi, en sus clases y en sus libros,
siempre advierte que las instituciones políticas
están en problemas cuando las palabras no
están adheridas a un significado unívoco. Es
decir, la instituciones políticas siempre están
en problemas porque las instituciones oratorias
son más frágiles que el cristal. Es esencial a
las palabras su apertura a las resignificaciones.
Las palabras no son cápsulas herméticas sino
agujeros negros que absorben al mundo empírico
y, si bien es cierto que lo violentan a puro
latigazo semántico, es un dato también cierto
que todo lo que las palabras puedan instituir
está habitado por la precariedad pues nada
impide que una contingencia indeterminada las
sobrepuje a nuevos contenidos. Toda palabra,
al cabo, fracasa; ergolis, todo orden político
necesariamente también. Pero así todo, es
preciso que nos entendamos; que más allá
de la ontología trágica del ser político, nos
decidamos a actuar. Gracias a (o por culpa de)
la cultura podemos entendernos. La cultura
es un plano fluido de la vida común en el
que el significado de las palabras tiende a la
modulación. Pero en su último libro, Actores y
Soldados, Rinesi detecta que justamente en la
propia etimología de la palabra “cultura” está
su karma. En la palabra cultura todavía resuena
8 el ojo mocho
un viejo verbo latino, /colo/, que remite a la
faena de trabajar con la tierra. De allí vienen
términos como colono. La tierra es justamente
un elemento que en sí mismo conjuga todos los
tiempos: los idos y los que vendrán. La tierra es
ocupada por los muertos a los que se les rinde
culto y también por las semillas cultivadas que
pronto darán sus frutos. La cultura, entonces,
estabiliza relativamente el significado de las
palabras para que, de momento, podamos
entendernos; pero, a la vez, lleva un fantasma
en cada hombro: el fantasma del pasado en uno
y el del futuro en otro. Esos fantasmas tanto nos
amenazan con hacernos perder el juicio como
nos permiten recobrar una dimensión utópica
de las cosas. Una cultura crítica no es la que
se jacta de poder decirlo todo sino la que sabe
que su presente no es el único posible porque
otros pasados la acechan; y que su futuro no es
sólo un fatum de los dioses sino, en lo básico,
una posibilidad que todavía no fue pensada. El
crítico, así, no es el que habla sin fisuras, como
si de su boca salieran bloques; es antes bien
el que se detiene anacrónicamente en la busca
de una palabra y que una vez dicha, hace de
ella -de la palabra recién dicha- una situación
propicia para seguir pensando. La frase que
Eduardo Rinesi eligió de título para su libro
de homenaje a Oscar Landi, “¿Cómo te puede
decir?” es una muletilla que el propio Landi
solía repetir y que es exactamente inversa a las
del uso en boga que estuvimos analizando más
arriba.
Hoy nuestra cultura, o por lo menos lo que
podríamos identificar como su línea dominante,
se niega a ver lo que sucede porque, aunque
crea estar viendo con claridad, lo único que
logra ver es la venda que tapa sus ojos. Y
tampoco es capaz de articular una lengua
crítica porque, al menos hasta ahora, viene
aceptando beneplácitamente la peor herencia
del progresismo: la creencia en la transparencia
inmediata de las palabras. Pero lo cierto es que
estamos pisando mierda y viviendo una época
oscura. Hay que hacer algo pronto.
Grupo Editor, diciembre de 2016
 Dossier

¿Qué es esto?
Ezequiel Martínez Estrada escribió una catilina-
ria contra el peronismo, la llamó “¿Qué es esto?”.
¿Se puede escribir sobre lo radicalmente otro a la
sensibilidad política más propia? Diríamos que sí,
casi sin dudarlo, pero la respuesta no podría ser
tan taxativa sin una consideración sobre el tiempo
de esa reflexión. Cuando el pensamiento está tan
sobre la coyuntura, cuando un poco se solapa con
ella, es difícil que lo que se dice no sea dicho con
ciertas maneras furibundas. Lo que se vive, cuando
la virulencia de lo político asume un cambio tam-
bién violento, y sin solución de continuidad, aflora
en sus modos más descarnados. Sin embargo, he
aquí algunos esbozos que pretenden trazar la com-
plejidad de un presente no sin tensiones, con más
oscuridades que evidencias, pero que, ya a un año
con un nuevo gobierno en el poder, buscan que la
catarsis de paso a otra cosa, acaso a nuevas for-
mas de pensamiento. Pues de algo estamos seguros,
para pensar en lo porvenir hay que revisarlo todo.

BITÁCORA DEL EXTRAVÍO

Nota del 30/11/2016. Contra la eco-
nomía
Precisamos atender a lo
inexorable que nos gobierna. No a
lo inexorable como pretexto, razón
o discurso, sino a las fuerzas que
dominan sin manifestarse correla-
tivamente en las apariencias. Antes
que atender solo a las ideologías, las
identidades políticas, las leyes eco-
nómicas, los fenómenos culturales:
considerar las determinaciones tal
como podamos identificarlas en lo
decisivo que las define. Se nos re-
mitirá a tantas elaboraciones disci-
plinarias, campos del conocimiento,
asuntos de expertos. Y replicaremos
que además de todo ello, pero sobre
todo ello, necesitamos forjar la len-
gua que dé cuenta de lo inexorable
tal como acontece, a fin de afrontar-
lo en sus términos. Mientras tanto,
palabras e imágenes hacen gravitar
pasados muertos, como flores mar-
chitas, como muertos que caminan.
En tiempos de cambios radicales e
incomprensibles, restos parlantes
hablan por nosotros, nos arrastran
hacia el fondo.
Desasidos de reparos, in-
dagamos alrededor como náufragos
que se preparan para sobrevivir en
la intemperie. Como ellos, recoge-
mos de los inventarios aquello que
nos parezca servir en estos días. En-
tonces podríamos apilar intuiciones,
descripciones, fórmulas indiciarias
que nos amparen de estas particu-
lares intemperies que nos acosan.
Respiramos un aire viciado por el
hábito, la repetición, la obstinada
estolidez de la propaganda, la pu-
blicidad, el packaging, los códigos
de barras, las señales de tránsito, los
perfiles curriculares, los protoco-
los procedimentales, los diseños de
avanzada, los proyectos retroactivos
o futuribles, las imágenes de la fe-
licidad. Es formidable, como nunca
pudo haberse experimentado, la at-
mósfera de narcosis masiva que se
nos otorga como sostén vital. Entre
sueños, en la penumbra, destellos de
otros mundos que pasaron o desea-
mos posibles. Por momentos emer-
ge algo respirable que circula como
burbujas efímeras pero inequívocas,
que nos inquietan con una promesa,
un horizonte todavía visible. Pero re-
sistámonos a la tentación con que las
palabras advienen y preguntémonos
por aquello que, estando ante la vis-
ta, sin embargo persiste en la opaci-
dad.
Dos movimientos son ne-
cesarios, y son esquivos por igual.
Primero, someter los regímenes de
creencias, las palabras circulantes,
a un escrutinio diríamos forense.
Para reponernos de la catástrofe
permanente hay que corresponderle
despejando las ruinas. Convivir con
ellas, de algún modo que no sabemos
del todo, pero ya sin ignorarlas. En
Alejandro Kaufman
segundo lugar, bregar por la forja
de esa lengua que permita respirar,
como con máscaras en un mundo en-
venenado.
Relatos, alegorías, narra-
ciones que imaginan escenas seme-
jantes proliferan por todas partes, y
ya no se trata tampoco de aludir a
todo ello. Se precisa un salto semán-
tico en el orden de los saberes que
haga posible alguna vez un léxico de
supervivencia, un régimen de signos
que dé origen a nuevos eslabona-
mientos, a nuevas estirpes locucio-
narias que propicien conversaciones
todavía desconocidas.
Habitamos un mundo de
clausuras. A cada una de ellas lla-
mamos “economía”, designación
que antaño mentaba la abundancia y
la carencia, la ambición y la pobre-
za, la avaricia y la generosidad. La
economía organizaba el saber acerca
de la materia y su disposición para
la vida. Era el discurso de la vida
en común y los intercambios. Ahora
hay múltiples esferas de intercam-
bios restringidos a cierres codifica-
dos: economías de recursos, signos,
deseos. Desde hace no tanto tiempo,
la condición de la economía que
delimitaba la identidad antropológi-
ca desde los orígenes ha mutado en
narcótico, en un veneno ideológico
homólogo de las peores doctrinas sa-
cerdotales de dominios inquisitoria-

el ojo mocho 9
Ensayos
les, discursos falaces mediadores de
oscuros poderes inapelables. La lla-
mada economía ha sustituido a la re-
ligión, a la ética, a la misma fortuna,
al propósito y a la ventura. “Econo-
mía” es una gramática encubridora
de los verdaderos intercambios, que
por otra parte están en la superficie,
no se ocultan como tales, aunque se
constituyen en secretos transparen-
tes, en exhibiciones pornográficas
de felicidad y riqueza excluyentes e
impermeables, sin ritos y sin violen-
cia visible, como ecos lejanos de una
actividad incomprensible.
La “economía”, entonces,
designa la administración de valores
dislocados de proyecciones utópicas,
pioneras o justicieras como en el pa-
sado. En definitiva recuerda, si se la
interroga con el filtro necesario ante
el encubrimiento, a los racionamien-
tos de los naufragios, los campos de
concentración, las cárceles y sus res-
pectivos mercados “negros”. Bajo la
coartada de la producción de riqueza
(dicen: “hacer” plata, curiosamente,
quienes más repudian la “emisión”),
bajo el pretexto de la creación e inno-
vación, si se despojan de sus ropajes
de médicos a palos lo que queda es la
disputa de rapiña sobre los restos de
milenios civilizatorios: una querella
zombi sobre cadáveres. Porque no es
la producción aquello que se porfía
en realidad, sino el acaparamiento de
todo lo existente en el menor núme-
ro de manos y cuerpos que triunfen
en una competición despiadada. Las
contiendas económicas son por la
propiedad de todo lo existente. Es
un juego de suma cero que imagi-
na concluir en manos de un dios, de
un propietario supremo, si al fin no
destruye todo. Antes que producirse
riqueza se inventa un cosmos inhabi-
table.
Se trata aquí de una hipó-
tesis, claro, de un camino plausible
hacia el que se nos lleva. Un mundo
donde lo relevante es cuántos, cada
vez menos, tienen cada vez más.
Donde lo relevante no es la pobre-
za. No es relevante la desposesión,
forma moral decisiva de la injusticia,
sino aquello que mensura un índice
como el de Gini. Si por una parte
nos resulta revelador como ninguno
de inequidad, por el otro confirma el
10 el ojo mocho
carácter de la disputa en curso. Mul-
titudes decrecientes de propietarios
de riquezas inconmensurables frente
a multitudes inconmensurables de
pobres crecientes. El quiasmo repre-
senta la disputa confinada a la cápsu-
la en que ha devenido el mundo.
El otro rasgo que deman-
da ser caracterizado concierne a la
temporalidad y materialidad con
que se desenvuelve la contienda: no
hay acumulación ni atesoramiento.
La riqueza no es un “recurso” ni un
“bien”, ya no es tampoco esa me-
táfora con la que se ha pretendido
sustituir la desmaterialización ca-
racterística de estos nuevos tiempos:
“información”. El objeto de la rique-
za es irrelevante. Ya puede cambiar
todo lo que se quiera bajo el dominio
de la técnica, con sus respectivas ini-
ciativas perennemente innovadoras.
Importa en cambio la ventura sobre
el ojo de la tormenta, el vórtice que
orienta desde un punto estratégi-
co los movimientos existentes bajo
cuya inercia viven, mueren o langui-
decen millones. Estamos sometidos
a un gran juego, en el que un número
en disminución de protagonistas des-
pliegan sus apuestas. Son anónimos
o es como si lo fueran. La trampa se
autoconstituyó como consecuencia
de la pervivencia del capitalismo.
Nos hablan algunos de la “inteligen-
cia artificial”, como si se tratara de
dispositivos autosuficientes que se
nos enfrentaran como competido-
res. Son narrativas convenientes. La
inteligencia emergente de los flujos
llamados económicos, esa es la con-
dición de la dominación. Opera por
múltiples vías, discursos, intereses y
negligencias.
Hay todavía retaguardias en
condiciones de contraatacar. Pero es
necesario, al preguntarnos sobre qué
es esto, comenzar de nuevo, desde el
silencio y la incertidumbre, desde la
ignorancia y el escepticismo, contra
la narcosis general.
Nota del 2/11/2015. Ánimo de mul-
titudes
Si puede ser objeto de con-
memoración el advenimiento (¿o
la conquista?) de la normalidad es
una inquietud poco adecuada para
inflamar afiliaciones. Y fue necesa-
rio, según parece, proceder hacia la
normalidad con entusiasmo, como
si de alcanzar altas cumbres se tra-
tara. Nada puede decirse de ello por
principio. Sin embargo, hubo que
desatender la escala de los grises y
acentuar en apariencia los antago-
nismos. Cuánto habrá quedado fuera
del foco podrá saberse mejor cuando
las oportunidades hayan concluido
que cuando todavía el horizonte es-
taba abierto. Venimos del infierno,
o de un infierno, y lo olvidamos,
como no podría ser de otra manera
(no pueden invocarse tales recuerdos
como si fuera deseable habitarlos),
pero también ese olvido nos pone
nuevamente en riesgo de recaer, de
enfrentar incertidumbres, de ser gol-
peados otra vez. Una normalidad
solo concebible como bienestar re-
lativo frente a un pasado convulso.
Una normalidad conquistada a la
par de un esfuerzo sostenido contra
la desmoralización, el desaliento,
la descalificación. La normalidad
es gris por sí misma, y el esfuerzo
sostenido produce fatiga. Nada más
peligroso para una sociedad que el
cansancio que deviene de mantener
los brazos en alto, sosteniendo una
supervivencia inequívocamente be-
neficiada por tantos logros, pero a la
vez dotada de su propia precariedad,
vulnerable. No habrá que menospre-
ciar la fatiga de las multitudes, so-
metidas al gris devenir de los días,
que siempre pueden empeorar: las
multitudes lo saben y lo temen.
Nota del 10/9/2016. Preguntado so-
bre “el fin del peronismo”
Aquello que poseen de
emancipatorio los movimientos po-
pulares no tiene fin ni destino: sobre
todo no se conjuga en tiempo futuro.
El tiempo verbal de los movimientos
emancipatorios es el presente, solo el
presente. Nada hay más que el pre-
sente, porque el futuro pertenece a
los opresores, a los ricos, el futuro es
lo expropiado a los oprimidos, quie-
nes solo disponen del presente, del
signo del presente como esclavos o
como emancipados. No hay fin sino
tregua, pausa, derrota, ciclo y reflu-
jo. Lo emancipatorio que no se com-
pruebe en un presente venturoso es

solo pasado, memoria y deseo. El pe-
ronismo es hijo de la revolución so-
cial derrotada por quién sabe cuánto
tiempo, esa que durante dos siglos se
llamó comunismo, y que en su des-
lizamiento no ha dejado de arrastrar
hacia el abismo a cualquiera de sus
versiones putativas, sea el peronis-
mo, sea la socialdemocracia, el esta-
do de bienestar o la vigencia de lo
común, la perseverancia de la igual-
dad o la mismísima democracia. Na-
ció el peronismo con sus alcances y
limitaciones en un mundo que se re-
construía binario después de una ca-
tástrofe, y podría haberse perdido en
la oscuridad varias veces. El fin de lo
emancipatorio es del interés del amo,
del opresor. Para el oprimido no tiene
interés particular el fin de lo que da
sentido a una vida, porque la única
posesión decisiva de los desposeídos
es el presente, y las memorias y tes-
timonios de los presentes perdidos
que quedaron atrás. El gran artificio
que es el peronismo, esa reducción
del daño del sistema existencial más
cruel, eficaz y totalitario de que se
tenga conocimiento, el capitalismo,
consiste en la realización efectiva
de la reducción del daño. Nunca es
una promesa ni un proyecto, ni un
plan, ni una plataforma. Todo ello
puede estar presente, pero no es lo
esencial, ni lo que lo constituye, ni
lo que lo ha hecho renacer cada vez.
Puede convertirse en otra cosa o des-
vanecerse para siempre. Nada tiene
de indestructible. Solo podemos dar
testimonio de la forma en que una y
otra vez revivió, e intentar compren-
der el modo encarnado en millones
de algo que nada tiene que ver con
anhelos ni esperanzas, sino con la
consistencia de lo real en la forma
más definitiva en que los oprimidos
pueden experimentar la vida social,
y es por la realización. Realización
que de ningún modo se limita a un
bienestar siempre determinado por el
paso que en cada momento define a
la saga capitalista, sino por la forma
multitudinaria y pacífica en que las
masas se elevan con la dignidad que
en cada momento del pasado han sa-
bido exponer. Puede suceder lo peor,
como ha ocurrido en cualquiera de
los sentidos posibles, pero esta últi-
ma vez que renació repuso aquello
que es imperdonable para el amo:
renovar la realización de la dignidad
de las masas. Retornar o volver ata-
ñen al presente, son memorias, no
son cristalizaciones literales. Quien
invoca el fin es el amo. El amo es el
que conjuga en futuro, porque solo
enarbola ese tiempo verbal. Aborre-
ce el pasado porque el pasado habla
de los crímenes que acompañaron
a su atesoramiento, la fortuna del
opresor. Intenta ya sea violentar o
persuadir, más bien siempre ambas
cosas, a las masas, para extraerles
una y otra vez su aliento y su san-
gre, y crecer y prosperar sobre esos
millones de cuerpos rezagados y
desplazados, cuerpos que –según
quieren los amos- habrán de remitir
sus esperanzas a un futuro tan lejano
como inalcanzable. No recordamos
una escena en que tanto se conjugara
el tiempo futuro como la actual. Es
lo recíproco del despojamiento del
presente aquello que describe el pa-
sado como mentira, el presente como
ausencia y el futuro como lo único
tangible, tan inverosímil fantasma
como extorsivo. No es la esperanza
aquello que nos atraviesa, sino el
presente y sus desventuras, la certi-
dumbre de una dignidad alcanzada y
perdida, pero por ello mismo porve-
nir.
Nota del 8/6/2016. Dolor de
multitudes: ciclo largo, impunidad
y desafío
Dolor y olvido son parte
de una misma condición de la
experiencia. El olvido nos protege
del retorno del dolor a través de la
rememoración. Recordar es revivir,
y por no revivir el dolor olvidamos.
Recurrimos a la memoria con
esfuerzo para que no se repita.
No regresan los sucesos, importa
el padecimiento. En la borrosa
conciencia doliente los sucesos se
confunden, y se los equipara porque
no se identifican por la peripecia sino
en la mortificación que deviene de la
injusticia.
Se le admite al gobierno
lo que proclama: se sabe causante
de sufrimiento, solo que no es
responsable. Aplica una medicina
para los males heredados. “Es
espantoso pero necesario” dice el
cirujano listo para amputar. Al igual
Dossier
que nuestros actuales gobernantes,
el cirujano no puede más que
compadecerse del destinado a la
amputación aunque le conviene
mantener la frialdad necesaria
para el cometido. Esta figura de la
acción reparadora es la invocada
por nuestros sanadores de la
economía nacional. Una parte de la
población debe sacrificar a otra por
la bienaventuranza.
Solo la candidez o el olvido
pueden admitir el guión: el amputado
conoce las opciones, y podría
rechazar el remedio y entregarse a las
consecuencias. Si consiente lo hace
de modo responsable. En nuestro
caso nacional no es consentimiento
lo concedido sino un sufragio
legítimo persuadido por promesas,
descripciones y seducción.
Es conjeturable la fecha del
10 de diciembre pasado como fin de
la dictadura del 76 si se consideran los
periodos largos de la historia. Habrá
sido posible tal fin porque el gobierno
anterior no pudo ser derrocado.
Si algo hizo el kirchnerismo para
que gane la derecha fue no dejarse
destituir. Perdió porque tuvo éxito.
Una paradoja que atañe a las sagas
colectivas. El cumplimiento del
mandato por sí mismo consolidó
la institucionalidad democrática,
y se dio lugar al triunfo electoral
de quienes hasta el presente tenían
denegada la vía republicana
democrática para acceder al
gobierno. Lo consiguieron y en
ello reside una virtud no menor
de la inmunidad que exhiben para
mortificar a millones. Tal es el
recuerdo de tiempos aciagos, que un
logro semejante precede a los daños
colaterales que ocasiona el nuevo
mandatario en cumplimiento de los
mismos o similares propósitos que
animaron a los golpes de estado.
La institucionalidad
democrática, una vez así establecida,
suspende toda esperanza sobre sus
alcances que, al consumarse, no dejan
pendiente una promesa adicional
sobre la beatitud que durante tantos
años fue esperada de la democracia.
Decimos que en 1984 “comenzó”
o “volvió” o “se recuperó” la
democracia, como si tal condición
el ojo mocho 11
Ensayos
fuera un estado homogéneo y vacío
que por solo habitarse concediera
de por sí todas las garantías. La
pregunta del momento es si el
triunfo de las derechas argentinas
se debe solo a la consolidación
de la república democrática, o si
tantas decepciones acumuladas en
estas últimas décadas, sumadas al
cansancio que produjo sostener una
módica experiencia colectiva de
bienestar relativo (aunque inusitada
para nuestra historia común) no
dieron lugar al recurso que los
débiles tienen frente al Amo:
consentir, entregarse, esperar de su
buena voluntad que no suceda lo
peor. Poco suspicaz la incredulidad
sorprendida porque se vote contra
los propios intereses. Mejor no
condescender con el equívoco. De
poco sirve la insistencia con que
unos y otros agitan estadísticas de
pobreza “heredada”. Basta con el
monto de desigualdad existente hasta
el año pasado, siempre valorable en
LA POLÍTICA SITIADA ENTRE LA COMUNICACIÓN Y EL ECONOMICISMO
¿Es el gobierno una for-
ma de comunicación? Si la comu-
nicación es concebida en términos
de la transmisión de un contenido
(y la utopía del liberalismo político
consiste justamente en las formas
transparentes y libres de una acción
comunicativa), difícilmente podamos
responder de manera afirmativa. Pero
la comunicación parece ser más que
eso, en todo caso también una fuerza
puede ser comunicada, y la comu-
nicación supo ser pensada a su vez
como la transmisión de órdenes. Este
último sentido de comunicación, que
no refiere necesariamente a una in-
tención de mando subjetiva, sino que
se afinca en las mallas de la lengua
con sus propias formas y lógicas nor-
mativas que atraviesan todo su ple-
xo de sentido, reviste mayor interés
en los términos de una filosofía del
lenguaje. Olvidemos la pretensión
entonces de transparencia, que es
ajena al lenguaje porque éste en su
esencia es opaco: son las ideologías,
los malentendidos y desacuerdos los
12 el ojo mocho
términos relativos a otras condiciones
sociales, no mensurables según un
patrón -que solo puede aventurarse
en la imaginación- acerca del umbral
a partir del cual se cierne el amparo
sobre las vidas en común. Nadie
mejor que los ricos lo sabe. Los ricos
saben sobre avidez y satisfacción,
sobre necesidad y empeño por
la supremacía. Saben entonces
que quien vive mejor puede vivir
peor, y que el umbral –aunque no
sea predecible- puede descender
hasta profundidades inauditas. El
propósito de los ricos es explorar
esas profundidades, ahondarlas. Ver
hasta dónde pueden llegar. Lejos
de tratarse de la mera voluntad
malévola, lo hacen porque participan
de una competencia fatal por el
crecimiento y la acumulación. Es
una lucha a muerte entre rivales, solo
enfocada en su propia supervivencia
victoriosa, una lucha secreta para
quienes no participan de ella,
custodiada por las leyes, el estado, el
que movilizan la lengua en un inex-
tricable lazo con las formas de la
política y de la vida. Bajo este modo
de pensamiento entonces sin dudas el
gobierno es una forma de comunica-
ción en tanto la comunicación lleva
en su envés a la política. Ese víncu-
lo esencial por supuesto no excusa a
que la praxis política concreta deba
dirigirse de manera persistente a la
escucha de las demandas populares
(las explícitas y las latentes) como a
la activa búsqueda de consensos para
su consecución. El gobierno actual
prescinde de la praxis política en
este sentido expreso, confundiendo
la idea de comunicación con la de
gobierno. Que el gobierno pueda ser
una forma de comunicación y que la
comunicación tenga en su envés a la
política no lo exime de hacer política.
Sin embargo, envuelto en una cegue-
ra por su propia comunicación, este
gobierno parece confundir el marke-
ting con la política. La política no es
marketing, y si bien es cierto también
que ningún gobierno puede prescin-
sagrado derecho a la propiedad con
todas sus prerrogativas jurídicas,
morales y espirituales. El supuesto
de la simetría entre ricos y pobres
es lo que en la conciencia de estos
últimos se pone en duda con
dificultad a lo largo del rosario de
injusticias padecidas, olvidadas y
vueltas a recordar cada que vez que
las multitudes ascienden desde las
profundidades adonde son arrojadas.
¿Desafío? No hay desafío para
quienes resguardan su poder
y riqueza lejos, fuera de las
incertidumbres de la política. Para
ellos la política es escenario de
su lucha de acumulación, y tanto
pueden participar como fugarse a
otra parte. Son libres del territorio,
sujetos de su contienda, desgracia
para el resto. Democracia no será
simetría entre pobres y ricos, sino
límites que las multitudes les logren
imponer.
Alejandro Boverio
dir de las formas de estetización de
la política, quien confunde política
con marketing se abisma a su propia
ruina. El marketing puede servir para
ganar elecciones, pero no alcanza
para gobernar.
El gobierno actual parece
manejarse en dos niveles, en el de
la pura comunicación y en el de un
economicismo sin ambages. Lo que
está en el medio de ambas cosas es la
política, y eso es lo que pierde de vis-
ta. No hay conexión alguna entre el
marketing y las decisiones económi-
cas, y aquello que debería justamente
comunicar ambas cosas, la política,
no parece estar en el horizonte del
gobierno. Comunicación y economía
parecen recorrer andariveles separa-
dos a los ojos de un gobierno sin ex-
pertise, para decirlo en los términos
de las consultorías que lo circundan.
Es claro que las demandas
populares en los tiempos electorales
fueron capturadas por los gabinetes

de consultorías y retransmitidas en
atractivas publicidades bajo el nom-
bre de “cambio”, nombre que sedujo
a una sociedad ya cansada del esfuer-
zo de sostener un rumbo que había
perdido su capacidad transformado-
ra. Y como alguna vez señaló Sade,
“todo cambio gusta a los hombres”.
A lo que se suma que el artilugio
electoral del balotaje, tan artificial
como el marketing, ayudó a que la
coalición Cambiemos llegue al go-
bierno.
Pero cuando terminó el
tiempo de las promesas y advino fi-
nalmente el momento de la toma de
decisiones, éstas dejaron a un lado
toda demanda popular (todo aquello
que fue prometido electoralmente
para capturar al electorado) para rá-
pidamente enfocarse en una fabulosa
transferencia de recursos económi-
cos hacia los sectores dominantes de
la sociedad. ¿Es posible sostener esa
situación por mucho tiempo, repi-
tiendo frases vacías que nada tienen
que ver con el decurso real de la eco-
nomía y de la sociedad? O peor aún,
¿es posible confundir durante mucho
tiempo la sociedad con transacciones
económicas sin dilapidar escandalo-
samente gran parte de la legitimidad
política? Esta ceguera política del ac-
tual gobierno, que bien vale decirlo,
atraviesa todas las áreas, se expone
crudamente en un acontecimiento
banal que tomamos sólo como ejem-
plo: dar de baja fútbol para todos,
esto es, la privatización de la trans-
misión del fútbol y su próximo cobro
por el servicio, muestra justamente,
por el escaso impacto económico que
el programa demandaba para el Es-
tado Nacional, que son los negocios
los que priman escandalósamente
por sobre cualquier otra considera-
ción. Incluso contra el propio dis-
curso de campaña en donde se afir-
maba que se mantendría. El ejemplo
es posiblemente el más banal, como
decimos, pero en su banalidad y ex-
ceso (y contradicción con el discurso
comunicacional electoral) expone
como punta de iceberg un proceso
de negocios que fundamenta toda la
acción del gobierno, que va desde la
fulminante devaluación, pasando por
el pago de la deuda ilegítima a los
fondos buitre y el consecuente nue-
vo endeudamiento, la eliminación de
retenciones al campo y a las mineras,
al comienzo de reviente de acciones
de empresas argentinas en posesión
de la ANSES, y todo ello en un con-
texto de despidos y de reducción de
aproximadamente 10 puntos del sa-
lario real de los trabajadores, junto
con el incremento generalizado y
desmedido de tarifas de los servicios
públicos y del transporte. Este shock
de enorme transferencia de recursos
está asentado en una confianza des-
medida en la comunicación, o en la
in-comunicación que puede generar
un impresionante blindaje mediático,
que ignora justamente la dimensión
de la política (que es malentendida,
como decimos, en tanto mera comu-
nicación, pero también, y alternativa-
mente, como mera economía: no es
posible gobernar solamente a base de
giros a las provincias –lo que queda
demostrado en los últimos fracasos
del gobierno a nivel parlamentario-,
como tampoco es posible contener el
creciente malestar social acordando
algunos subsidios con las cúpulas de
movimientos sociales a cambio de
que no participen de ninguna protesta
social, algo que a todas luces vulnera
un derecho constitucional al tiempo
que es ridículo en términos prácticos,
porque nadie puede garantizarlo).
La confianza desmedida en
el control de lo social a través de los
aparatos comunicacionales ya fue
puesta en entredicho en 2011 cuan-
do el kirchnerismo ganó las eleccio-
nes presidenciales con el 54% de los
votos, con todo el esquema mass-
mediático en contra. Del mismo
modo se vuelve a poner en cuestión
ese control de lo social por parte de
los media en las recientes elecciones
norteamericanas, en donde todo el
establishment comunicacional jugó
abiertamente para la candidata de-
mócrata, y perdió.
Hay un flujo del deseo so-
cial que no puede ser codificado
completamente, y si bien en algún
momento parece ser especialmente
condicionado –acaso en las últimas
elecciones en nuestro país– no puede
ser nunca la causa determinante del
curso de lo social. La política es un
juego con los deseos, quien olvida
esa dimensión o cree que puede sub-
sumirla, sea a la comunicación, sea a
Dossier
la economía, está destinado al fraca-
so.
Si el gobierno actual juega
con los deseos, lo hace con los de un
núcleo minúsculo de la sociedad del
que es parte y al que quiere compla-
cer con esta transferencia en donde
se piensa a la sociedad como un todo
codificable solamente en números. Es
por ello que, en un primer momento,
pudieron establecerse aumentos en el
gas, por ejemplo, que llegaban hasta
un 2000% de incremento, aumentos
que asumían el nivel delirante que
sólo puede tener una desterritoriali-
zación absoluta de la sociedad en vis-
tas del mercado. Si hacia a algo apun-
ta el gobierno de Macri es justamente
hacia esa idea de desterritorialización
de los flujos que significa solamente
una cosa: acrecentamiento del capital
concentrado.
No hay proyecto de país
desde el momento en que los flujos
fluyen a su antojo y, es sabido, la co-
rriente mayor siempre se acrecienta a
costa de los débiles. ¿Ése es el pro-
yecto político del gobierno? Parece
ser lo único hasta ahora. Y eso muy
difícilmente pueda llamarse proyec-
to político: tiene una duración muy
estrecha en el tiempo, sobre todo
porque la sociedad no está comple-
tamente desarmada como sí lo estaba
en los noventa. Si el gobierno kirch-
nerista se había centrado en una re-
territorialización frente al proceso
también desterritorializante anterior,
¿estamos frente a una repetición, a un
borrón y cuenta nueva? Difícil pen-
sar en esos términos. Todo momento
de flujo viene junto con el de su re-
flujo, toda acción tiene su reacción.
Pero no puede prescindir del momen-
to anterior: tampoco puede negarlo.
La proscripción del peronismo a par-
tir del 55 no hizo más que acrecentar
subterráneamente algo que irrumpió
con toda su fuerza veinte años des-
pués.
“Nada nace, nada perece
esencialmente, todo no es más que
acción y reacción de la materia; son
las olas del mar que se elevan y se
hunden en la masa de sus aguas; es
un movimiento perpetuo que ha sido
y que será siempre, y del cual nos
volvemos actores principales sin sos-
el ojo mocho 13
Ensayos
pecharlo en razón de nuestros vicios
y virtudes. Es una variación infinita;
miles y miles de porciones de dife-
rentes materias que aparecen en toda
clase de formas, que se aniquilan y
vuelven a mostrarse en otras formas,
para volver a perderse y reaparecer
de nuevo”. La cita es de Sade, pero
también podría ser de Nietzsche. En
todo caso es indistinto de quién es:
mienta una verdad del mundo, de la
vida y también de la política. Nada
dura eternamente, pero nada termina
para siempre. El deseo es esquivo y
fluye como el mar. Una forma po-
lítica viene siempre a dar cuenta de
fuerzas que están latentes en la socie-
dad. A veces, incluso muchas veces,
puede escurrirse por entre los dedos.
A veces tira de alguna de esas fuerzas
y se lleva por delante como un vien-
to arremolinado a la sociedad como
un todo. El kirchnerismo fue eso, y
pudo durar en el tiempo porque la
sociedad supo ver que era un camino
aventurado pero interesante. El ac-
tual gobierno no llega tirando sólo de
la fuerza inversamente contraria, aun
cuando haya predicado el “cambio”,
ese significante vacío englobó las
cosas más dispares, incluso la conti-
nuidad de las cuerdas más ínimas del
kirchnerismo (hasta contra su núcleo
SOBRE EL SINCERAMIENTO
El gobierno contempo-
ráneo de la Argentina describe su
intervención como una acción rec-
tificadora del pasado, de carácter
moral: dice que viene a sincerar. Se
constituiría, así, como una suerte de
agente reconciliador de la sociedad
con sus propias restricciones, con
su orden natural de las cosas, con
su verdadero ser, que habría sido
negado, o mejor, falseado, durante
los últimos doce años (al menos).
El “sí se puede” del macrismo –ver-
sión criolla y desbaratada ideoló-
gicamente del lema de la campaña
presidencial de Barack Obama- im-
pone un punto de partida todavía
a ser alcanzado en el futuro: se
debe aún llegar al piso, en el cual
la sociedad, luego de un proceso
14 el ojo mocho
duro, que en el acto en el que Macri
dijo que Aerolíneas Argentinas iba a
seguir siendo “estatal pero bien ad-
ministrada”, lo abucheó). No llega
tirando sólo de esa fuerza minorita-
ria, pero habiendo asumido el poder
sí se cierra sobre ese núcleo privile-
giado de la sociedad para cuyos in-
tereses gobierna. Es difícil imaginar
que un gobierno pueda sustentarse
en el poder de manera democrática
gobernando contra la gran mayoría
de la sociedad. Es lógico que ningún
gobierno que haya privilegiado a las
clases económicas dominantes de la
Argentina nunca hubiera llegado al
poder por vía democrática. La no-
vedad de este gobierno es que pudo
hacerlo en gran medida gracias al
marketing. Pero como decíamos, in-
sistimos: no se gobierna con marke-
ting, y las elecciones legislativas de
medio término ya están a la vista.
En el horizonte peronista
todavía no hay claridad, pero sin du-
das que la potencialidad de llegar al
poder en 2019 se encuentra allí: en el
peronismo. Ningún Frente que no in-
cluya al peronismo puede tener chan-
ces reales de gobierno en el corto pla-
zo. La conducción del PJ hoy es una
ficción. ¿El kirchnerismo apostará a
doloroso de reconocimiento de los
límites que quiso negar, después
de restregarse los ojos de la ficción
que gozó, se reconozca, autoflage-
lada y culpable al fin, tal como es,
tal como siempre ha sido, y pueda,
desde esa expiación, aspirar a cons-
truir sobre bases sólidas y maduras.
Un reconocimiento que es también
una producción, porque en el cami-
no tortuoso de alcanzar el piso para
poder asumirse tal cual es, la socie-
dad reacomodará aquello que fue
desacomodado; desacomodado en
un sentido inclusivo.
El sinceramiento -que os-
cila entre la lógica del reconoci-
miento de sí y la escena expiatoria-,
va más allá de la lógica mentira/
una re-construcción a mediano pla-
zo por fuera del peronismo? Es, con
suerte, la posibilidad de construir un
nuevo Frente Grande. La transversa-
lidad se intentó desde el poder en su
momento y se abandonó rápidamen-
te. Resulta poco verosímil intentarla
desde afuera del poder.
En todo caso, si el actual
gobierno no asume la política, esto
es, la idea de diseñar un proyecto de
país algo más inclusivo (y advierte al
mismo tiempo que ya no administra
una ciudad, sino que gobierna una
Nación), el de Macri será solamen-
te un gobierno de transición. Ahora
bien, el problema es de transición ha-
cia qué. Nada es claro todavía, aun-
que no se vislumbra un futuro promi-
sorio. Somos pequeñas partículas de
materia en medio de un mar que no
dominamos. Sabremos de todas ma-
neras resistir, como en un naufragio
en el que buscamos a los compañeros
entre los restos de madera en los que
nos sostenemos mutuamente. Pero,
sobre todo, deberemos buscar las
maneras que estén a nuestro alcance
para volver audible aquello que se
quiera hacer inaudible, muchas veces
justamente por saturación comunica-
tiva: la voz del pueblo.
Cecilia Abdo Férez
verdad que podía regir la escena pú-
blica moderna, incluso en este país.
Es un concepto que condensa, con
sus acepciones esquivas y ambiva-
lentes, una descripción del proyec-
to gubernamental, descripción que
se difumina, en general, gracias al
persistente esfuerzo de sus voceros
por evitar cualquier definición que
no pueda rectificarse con un des-
preocupado “estamos aprendiendo”
posterior. ¿Qué significa el sincera-
miento? ¿Quiénes deben sincerar-
se? ¿Cuál es su traducción política?
¿Por qué su importancia, como sín-
toma?
Status y valor
El sinceramiento no es una

metáfora. Que tenga ecos del acto
de confesarse por algo, ante alguien,
no debe tomarse como una sutileza
idiomática, sino como resabios de
su ligazón buscada con la teología.
Tampoco se anuda a la verdad, con-
cepto al cual quiere verse asociado,
en su puesta en circulación en la
lengua común. Sinceramiento es,
más bien, un concepto productor de
una veridicción, un concepto que
promueve la naturalización de un
orden social desigual y mercantil,
aceptado por medio de la constric-
ción individual.
En el contexto político ar-
gentino actual, la difusión del con-
cepto “sinceramiento” admite una
variedad de acepciones no siempre
coherentes, cuyos acentos predomi-
nantes en los usos públicos podrían
ser dos: la necesidad del reconoci-
miento de un status o acción social
ligada al status –es decir, el (auto)
sinceramiento de los pobres de su
carácter de tales, antes “escondi-
dos” tras el falseo de la estadística
pública, durante el kirchnerismo, y
el (auto)sinceramiento de los ricos
de sus evasiones al fisco-, y la im-
posición como natural e incontesta-
ble de la lógica del valor –es decir,
el sinceramiento respecto de que
todos los servicios públicos debían
ser (bien) pagos; que el fútbol no era
gratis; que el presupuesto público
debía ajustarse a los requerimientos
del sector exportador o financiero;
que los subsidios (“distorsiones”)
atentan contra el axioma de que
cada cual paga lo que consume; el
sinceramiento, en fin, respecto de
que cada cual recibe la educación,
la salud, el trabajo y la calidad de
vida de los que es acreedor por mé-
rito individual o familiar y más allá
de las obvias desigualdades-.
El sinceramiento, enton-
ces, se identifica en sus acepciones,
con dos vetas centrales, que lejos
están de la moral (o de la inocencia)
que su literalidad pretende conno-
tar: por un lado, conlleva una acep-
tación del status (desfavorecido) o
de las acciones delictivas asociadas
al status (favorecido) y, por el otro,
implica la imposición coercitiva,
naturalizada, del imperio del valor
en todo ámbito de la vida social. En
resumidas cuentas, la tiranía de los
verbos en presente objetivante: los
pobres son pobres, los ricos evaden
(pero ahora pueden blanquearlo y
no serán imputados), todo se paga
y se adquiere por esfuerzo propio.
A algunos se los obligará a asumir-
se en su condición de tales –su de-
preciada capacidad de consumo lo
hará, antes que cualquier palabra
admonitoria-; a otros se los invi-
tará a no esconder más nada, dado
que el secreto imprescindible de la
dinámica financiera se resguardará
ahora con la ley; a todos se los con-
minará a aceptar que nada es gratis,
que todo es mercantilizable y que se
obtiene lo que se conquista, como
si gratis/pago fuera el binomio que
distingue lo justo o lo injusto, en
una esfera pública que reemplaza a
los derechos por los méritos.
Desplegar el sinceramien-
to en esta tríada de acepciones, que
se introdujeron sin demasiado es-
torbo en la lengua común, permite
pensar, por un lado, en el carácter
de proyecto cultural del macrismo,
ambicioso, desplegable a largo pla-
zo y seguramente trascendente a los
tiempos político-electorales, y por
el otro, en el enraizamiento de ese
proyecto en el imaginario de una
sociedad que concibe su impulso
igualitario como algo a ser necesa-
riamente limitado, si no quiere de-
rivar en sinsentido e injusticia –por
momentos, fusionados en sus signi-
ficaciones-. Es decir, el macrismo
no inventa, sino que se ancla en un
sentimiento expandido, inconfesa-
ble y quizá exasperado en la últi-
ma etapa: la sensación mayoritaria,
no necesariamente encuadrable en
los bordes estrictos de la grieta, de
que un país periférico no es capaz
de transcender ni de transformar
las restricciones sociales “lógicas”
de su especie y que, por eso, algo
había de mentira, de ficción y hasta
de fiesta con hora de cierre prefija-
do en la experiencia kirchnerista.
Una fiesta que tenía que terminar,
por “lógica”, porque así no podían
ser las cosas, porque eso no podía
seguir (más allá de cualquier com-
prensión económica acerca del
“agotamiento”, o no, del “modelo”).
Lo que subyace al sinceramiento –y
su poder como dispositivo discursi-
Dossier
vo político, extensible en el tiempo,
rastreable desde antes del macris-
mo- es la percepción social mayo-
ritaria de la imposibilidad de ir más
allá de una distribución transitoria
y restringida de bienes públicos de
cierta calidad y con cierta univer-
salización, durante un determinado
período acotado, período que se
asocia al populismo -un carnaval
con fecha de término en el calenda-
rio social, siempre urgido de orden-.
Esta percepción quizá sea
la expresión de la cortedad de los
silogismos populares, de esas cos-
tras de argumentos con las que cual-
quiera se choca en la calle y que se
esfuerzan en desmentir por ilusoria
cualquier experiencia de bienestar:
sí, me iba mejor, pero era una men-
tira, se escucha. Esta actualidad, en
la que me va peor, se ajusta mejor
a lo real. En ese apego al males-
tar, en su asignación automática
como el núcleo duro de lo real, en
su descripción como lo lógico y lo
explicable, lo que debe ser, está la
(re)producción de la naturaleza des-
igual de la sociedad, de su carácter
inmodificable. Un carácter al que
se le adscribe racionalidad, mereci-
miento y justicia.
El cinismo y las imágenes
El sinceramiento (o la pro-
ducción de una verdad acerca del
orden natural de las cosas, anclada
en el sujeto que se pliega a él por
constricción, después de la fiesta)
demanda una hiperproducción de
montajes de imágenes, algunas gu-
bernamentales y otras desde los me-
dios de comunicación que le hacen
sinergia. Esta hiperproducción des-
barata cualquier juicio acerca de la
distinción deseable entre qué es ver-
dad factual y qué es escenografía.
Los hechos, como escribía
Hannah Arendt en ese texto señero
de fines de los años ‘60, Verdad y
política, tienen la particularidad de
poder haber sido de otro modo y, a
la vez, la tozudez de ser lo que son,
una vez dados en el mundo. Son -di-
ría la autora-, el límite o el criterio al
que el discurso político debería ate-
nerse, aquello con lo que la política
el ojo mocho 15
Ensayos
debería lidiar. A veces, a su pesar,
dado el carácter representativo de la
argumentación política y su consus-
tancialidad con el debate, que la lle-
van a sostener que las cosas podrían
ser interpretadas de muchos modos
posibles, hasta confundirse con esas
interpretaciones.
El mundo de las imágenes,
en cambio, al contrario de la ver-
dad de los hechos, siempre podría
proveer una nueva versión visual
que desmintiera la anterior; es de-
cir, siempre podría surgir una nueva
imagen que develara, o deconstru-
yera, o simplemente sustituyera el
montaje de la ya conocida, y así,
indefinidamente. El universo del
montaje tiene la particularidad de
hacerlo todo inestable para el su-
jeto, de eliminar todo criterio de
distinción entre verdad y mentira,
de hacer tambalear cualquier suelo
firme que distinga entre aquello que
ha ocurrido en los hechos y aque-
llo que se performatea. El mundo
de las imágenes, al que Arendt liga
con las posibilidades de existencia
de un poder total, que las monopo-
lice y sustituya así por completo los
hechos, inestabiliza el juicio subje-
tivo, destruye el mundo común de la
verdad factual y expande el cinismo
entre las poblaciones. Es la posibili-
dad -efecto de la “ciencia organiza-
da” y de la técnica (y consustancial
con ellas)- de la construcción de
una “mentira organizada”, indife-
rente no sólo ya a la vieja oposición
filosófica entre verdad y opinión,
entre los sabios y el demos, sino que
destructora de la sola existencia de
la verdad fáctica, en torno a la cual
poder discurrir, conversar, discutir y
opinar, en un mundo común.
En el texto de Arendt, la
completa sustitución de los hechos
por las imágenes es una posibi-
lidad cierta, pero aún no dada. La
política es aún salvable de su deve-
nir en un dispositivo técnico total,
manipulador del imaginario social;
los hechos son resguardables de su
completa sustitución por las imáge-
nes; hay todavía instituciones –las
universidades, el poder judicial,
cita ella- que resguardarían la ver-
dad factual. O incluso personas que
podrían hacerlo –los mentirosos,
16 el ojo mocho
como adalides de la acción, que sa-
ben que mienten y por tanto, cuál es
la verdad; o los veraces, en un mun-
do en el que todos mienten-. Su ar-
gumento se sigue inscribiendo, me
parece, en la construcción de una
defensa de la vulnerabilidad, de la
contingencia y de la tozudez de la
verdad de los hechos, todavía tangi-
ble, aunque amenazada.
El mundo contemporáneo, no obs-
tante su continuidad en el desfilade-
ro que enunciara la pensadora, suma
el desarrollo de nuevas técnicas, ya
no sólo visuales, sino del encade-
namiento azaroso y compulsivo de
enunciados, de “links”, sucedidos
en forma instantánea, incoherente
y global. En este contexto, algu-
nos elementos persisten del primer
diagnóstico arendtiano, otros son
novedosos. Persiste el elemento
del cinismo, quizá mucho más ex-
tendido, y del autoengaño, como
patrón necesario de la subjetividad
derivada de la performatividad de
lo real. Se incluye, sin embargo
-quizá como un acento novedoso y
ciertamente deformante-, que ese
autoengaño sigue dependiendo del
imaginario moderno, que distinguía
entre verdad y mentira, aunque con
una particularidad: esa distinción (o
el descubrimiento de la mentira) ya
no tiene efectos de castigo públicos
por parte del sujeto, sino que el su-
jeto del autoengaño, el sujeto espec-
tador, goza tan sólo de su supuesta
sagacidad para descubrirla, de su
viveza para no creer, sin que esto lo
lleve a preferir la verdad o siquiera
suponerla. Es decir, el autoengaño
se perfecciona, se extiende como
conducta social, se identifica con el
cinismo y, por tanto, desmonta cual-
quier efecto de castigo que pudiera
haber sobre el montaje develado,
porque el develamiento de ese mon-
taje, concedido como gracia, se lee
por el sujeto autoengañado como
su exclusiva sagacidad. Lo explico
mejor.
En el contexto argentino
actual, por ejemplo, ya numerosas
veces se ha instalado primero una
imagen y luego, se ha mostrado
cómo esa imagen había sido produ-
cida, desbaratando completamente
su sentido original. Pongamos, por
ejemplo, el viaje del presidente en
un colectivo de línea del conurbano,
rodeado de mujeres perfectamen-
te reconocibles y asignables a un
estrato social desfavorecido, para
cualquiera que comparta esta idio-
sincrasia nacional. A poco de cir-
cular esa imagen, mostrada por los
medios masivos de comunicación
como efectivamente acaecida, sur-
ge otra imagen, que circula primero
por las redes sociales, que muestra
cómo se había escenografiado el
viaje: las mujeres eran contratadas,
el colectivo había desviado su ruta,
el presidente había recorrido 100
metros en medio de una estructura
de set de televisión. Se habla de una
imagen (la segunda), quizá filtrada
por un supuesto colaborador que
no lo sería tanto, nadie explica mu-
cho de dónde surge, se alzan cier-
tas voces de repudio, la oposición
callejera se aferra a que existe una
realidad efectiva que los medios ha-
brían tergiversado de nuevo, todo
queda finalmente en la nada. No
hay efecto de reprimenda social al
“engaño”, básicamente porque su
contraparte, su elemento constituti-
vo complementario, es que ese en-
gaño se “descubrió” por el sujeto,
y ese descubrimiento lo regocija en
su sagacidad y comprueba que, al
fin y al cabo, puede ser más lúcido
que los medios que lo intentaron.
¿Es así? ¿O el engaño es perfecto,
en tanto incluye necesariamente el
goce de “descubrirlo”, de tomar ese
develamiento que estaba al alcance
de la mano como un acto propio, un
acto que invita a descreer de todas
las imágenes -de ésta y de las que
pudieran aludir a hechos verdade-
ros-? ¿No es éste descreimiento
precisamente lo que se precisa para
no poder criticar nada, por no poder
tener nunca certeza de una realidad
tangible, porque siempre podrá ha-
ber una imagen que desmienta lo
que hay y que -es más-, se espera
que aparezca, porque, cancherea-
mos, son “todas operaciones”? El
imaginario social argentino con-
temporáneo, en el mundo del mon-
taje, sigue funcionando de acuerdo
a la vieja lógica del develamiento,
como si ese fuera su anclaje en el
pasado, ahora funcionalizado: en el
supuesto develamiento está el goce,
pero ya no tiene efecto de repudio
del engaño, sino que lo hace aún

más sólido, aún más partícipe de la
época, una época en que todo es a la
vez transparente, relativo y media-
do. “Todos sabemos de qué carajo
se trata” contar plata en la captura
de una imagen, dice un impostado
locutor con voz de enojo (a disipar-
se instantáneamente), en la propa-
ganda radial del diario Perfil. Gran
viveza criolla el haber pensado que
fue el sujeto espectador el que se
dio cuenta, siguió su camino y votó
lo que querían que votara. Cree que
descubrió la mentira y la acepta, no
como tal, sino como la escenografía
necesaria de ciertos menesteres, se
autoconvence de haber pispeado lo
que se le había dejado a simple vis-
ta y se regocija en el descreimiento
total. Y los que se aferran a pedir,
refutar o proveer datos contra esa
mentira no es que sean tomados por
anacrónicos –el desbaratar cotidia-
no, pongamos, de un 678, respecto
de la “mentira mediática”-, sino
que, efectivamente, lo son.
El mundo del montaje se
compone tanto de la imagen que
“descubre” a la que antes fue esce-
nografiada, como de la ausencia de
la imagen evocada, que finalmente
no aparece, pero que, dada su alu-
sión repetida hasta el hartazgo, se
podría jurar que existe. Todos tene-
mos, por ejemplo, la presencia vívi-
da de la imagen del ex funcionario
José López revoleando bolsos de
dinero por encima de un muro de un
convento, o enterrándolas en el frio
húmedo de la madrugada, o de la
bóveda subterránea en la casa pre-
sidencial del sur. No recuerdo haber
visto esas imágenes efectivamente,
pero sé que esto se me debe haber
pasado: deben haberse transmitido
esas imágenes en algún programa
de televisión, que me perdí. Si no
se vieron, como efectivamente su-
cedió –porque no se transmitieron,
al menos que sepa-, esas imágenes
igual existen. Su ausente presencia
lo permea todo, su vividez de mone-
da corriente lo certifica y cualquiera
que sostuviera lo contrario se torna
cómplice de la más funesta corrup-
ción. O se cree en las imágenes, aún
cuando no se hayan transmitido, o
se las forja, o es que la negativa a
hacerlo denuncia que se es cómplice
de algún robo, o peor aún, un idio-
ta. La corrupción (también de las
imágenes) es el antídoto que aplaca
cualquier duda en la existencia de
esas imágenes: se debe forjarlas y
esforzarse en que permanezcan vi-
vas, a riesgo de hacerse imputable
de tener una imaginación delictiva
o estúpida, por seguir pretendiendo
atenerse a la búsqueda de una ver-
dad factual -cuando no, jurídica-.
Se trata no sólo de la sustitución
de los hechos por la opinión (ame-
naza sobre la que también advertía
Arendt), sino de la imposición nece-
saria de esa confusión entre hecho y
opinión, de la conminación a haber
sido testigo de una imagen ausente,
para comprobar que se participa,
como buen ciudadano, de un estatu-
to moral compartido.
El sinceramiento político
La propia connotación de la palabra
sinceramiento lleva a pensar que
cuando se quiere abordarlo en el
plano político se estaría aludiendo
a algo así como la supuesta trans-
parentización de los intereses y las
lealtades de los actores políticos. O
que se estaría haciendo referencia a
los límites estructurales del entra-
mado sindical, partidario o estatal.
Podría hablarse, entonces, de la de-
clamada emancipación de algunos
funcionarios de lo coercitivo del
mando anterior (por ejemplo, del
senador M. Á. Pichetto, quién di-
ría que ha recuperado su “libertad
de pensamiento”, el cual corre, sin
embargo, rápido, a adoptar la soga
de otro amo); de los pases y divi-
siones del bloque peronista en las
cámaras; de los gobernadores; del
partido-sistema, que se empecina
antes en reducir al mínimo su ex-
presión dominante anterior, que en
hacer de opositor; de la voracidad
del PRO frente a su socio menor, el
radicalismo; de los liderazgos y de
sus bloqueos a cuadros secundarios;
de la renovada interna sindical o de
su pasividad; del centralismo en la
captación de recursos fiscales –y
sus beneficios y desventajas para la
democracia-. Pero no se quiere ha-
blar de esto.
El sinceramiento político
al que se alude aquí es, otra vez,
una artificialidad, una que muestra
Dossier
cuál es el lugar de lo político en el
imaginario del gobierno actual. Ese
lugar es restringido, transitorio, re-
ducido. Porque el proyecto va mu-
cho más allá de eso. Alcanza las
pretensiones de un cambio cultural
y material, si es que pudieran dis-
tinguirse, al menos analíticamente:
instalar la individualización de las
expectativas; a los merecimientos
por sobre los derechos; a la lógica
del emprendedurismo y de la autoa-
yuda como criterio de justicia; a la
desafección radical respecto de los
colectivos sociales que no quieran
fundirse en un abstracto “todos jun-
tos” vamos; convertir al Estado en
una plataforma de negocios con me-
ras funciones derivadas. Propiciar,
ahora sólo a través de los agentes
privados de crédito, una financiari-
zación extendida a todos los secto-
res, sobre todo a los sectores popu-
lares, para poder sostener al menos
una pauta de consumo mínima, en
un contexto económico adverso;
instalar la “complementariedad”
de lo público y lo privado en todos
los ámbitos; ampliar la deuda públi-
ca interna y externa, para sostener
gastos corrientes y en espera de una
inversión que no llega, en un mundo
cada vez más cerrado y protegido.
Estos cambios no se ajus-
tan a tiempos político-electorales,
ni están necesariamente atados a
ellos, porque no es una votación ni
la persistencia en el gobierno de un
determinado “equipo” su criterio de
existencia. De ahí que, a veces, no
se comprenda cuál es la lógica po-
lítica que gobierna al gobierno. Jus-
tamente, ella no es política, en ese
sentido restringido de lo político,
sino transcendente a ella. Semillas
de un cambio profundo y a largo
plazo. Un cambio que tiene que sos-
tener que lo anterior fue una ficción
culpable, para poder ajustar lo real
a las expectativas decrecidas nece-
sarias para una transformación con-
servadora que perdure, para instalar
una dependencia social que rebase
los tiempos electorales.
el ojo mocho 17
Ensayos
tendremos suerte si aprendemos  para los díscolos y flujos de dinero.
que no hay ningún rincón  Modos para hacer factible la estrate-
que no hay ningún atracadero 
que pueda disolver  gia de reponer el mando social y la
en su escondite lo que fuimos  jerarquía entre las clases, enduir las
Fernando Cabrera
1. Laboratorio
Una organización social
construyó barrios, escuelas, piletas,
calles, parques. Hizo fiestas y ritos,
convocó a la primera marcha del
orgullo en esas tierras y nucleó ma-
sas indígenas. Su principal dirigen-
te y un grupo de militantes fueron
encarceladas en diciembre, apenas
asumido el nuevo gobierno. El poder
provincial se encargó de repartir los
juguetes del día de reyes. Ese cam-
bio de manos sintetiza el sentido
de la prisión: arrebatar los vínculos
populares, expoliar el derecho a la
organización, castigar la sublevación
incluso en su aspecto festivo. Está
en juego no sólo el derecho a recibir
sino el derecho a dar. La potencia de
dar. Lo que irrumpe contra la conde-
na a ser víctimas. Melina Gaona es-
cribió una sensible y lúcida tesis de
doctorado sobre la organización. En-
trevista, observa, acompaña. Mira de
cerca. Pero también lee el modo en
que la Tupac es tratada en la televi-
sión y por sus adversarios políticos.
Fiesta plebeya y acampe peleador,
saber hacer ciudad y vínculos con
el Estado nacional, liderazgo duro y
militancias osadas.
Por afuera se construyó la
idea de que los militantes y la socie-
dad entera eran cautivos de Milagro.
El gobernador diseñó un nuevo apa-
rato judicial y armó una pila de expe-
dientes. Se jugaba en esas tareas no
carentes de oprobio su propio poder
territorial. La campaña electoral del
actual presidente, se cerró con una
falsa fiesta popular en Humahuaca, y
Jujuy es la provincia con más jugo-
sas transferencias de recursos. Jujuy
18 el ojo mocho
EJERCICIOS DE ÓPTICA
es laboratorio de un esquema: dis-
ciplinamiento y plata dulce, cárcel
grietas del contundente edificio de la
desigualdad. No es un problema de
corrupción sino de haber demostra-
do una potencia de hacer inédita e
igualitarista. Es por las casas hechas,
los barrios construidos, las piletas
gozadas, las fiestas realizadas, las
militancias entusiastas, que se en-
carcela. Jujuy-laboratorio indica que
el proyecto es extenso y vasto, que
quiere reconfigurar la trama misma
de la sociedad argentina, generando
anticuerpos para evitar que se des-
pliegue, otra vez, la experiencia de
la igualdad.
La represión al servicio
de la afirmación de una estructura
de clases que se ve amenazada fue
el núcleo del terrorismo de Esta-
do implantado en 1976. Que actuó
blandiendo la amenaza de muerte y
movilizando una complicidad que no
dejaría de avergonzar a sus propios
agentes. La democracia argentina no
terminó de desanudar ese pacto con
el terror, pacto realizado bajo su do-
minio pero olvidado y culposo. En
ese apego a la fuerza que violenta,
surgido del miedo a ser uno mismo
su objeto y víctima sacrificial, se
sustenta el régimen de la coacción,
hasta parecer festejado y apoyado
por los ciudadanos. Por eso el régi-
men implicaba a la vez saber y silen-
cio: las filtraciones de información
y los eufemismos producían el tre-
mendo efecto de que no decir lo que
se sabía, dejarlo morir entre dientes,
mascullado. El silencio dictado por
el miedo, era invertido en afecto de
cómplice adhesión al orden nacien-
te. La agencia de noticias clandesti-
na fundada por Rodolfo Walsh y que
hacía circular información durante la
dictadura, llamaba a hacer “un acto
de libertad”. Era menos un ejercicio
de confianza en los efectos de di-
María Pia López
fundir la información que la idea de
salvar a las personas que podían re-
cuperar su propia existencia dicien-
do no. Atrevimiento que, como todo
acto de libertad, implica riesgo.
La reposición de un orden
no se hace sin movilización de la
amenaza. El nuevo orden declara
a Jujuy su laboratorio y comienza
con una cárcel ejemplar. Dice que lo
hace para liberar a los jujeños de su
cautiverio, dando vuelta la idea de
libertad como un guante y dejando
al descubierto que ha venido a poner
al mundo en su quicio –sumir todo
en la reproducción de lo mismo- y
al lenguaje en el desquicio. Es decir,
privándonos de nombrar las cosas,
de comprenderlas efectivamente, de-
jarnos inermes y despojados, porque
nuestras palabras ya no dicen lo que
decían y se volvieron eufemismos
en boca ajena. El laboratorio Jujuy
es también el del experimento osado
con las fuerzas sociales más oscuras.
Activa las corrientes profundas de la
misoginia y el racismo, los dispone
como lógica de legitimación y los
hace circular. Brujos temibles que no
temen lo que desatan: una violencia
que tiene destinatarios precisos pero
que puede difundirse, romper el cur-
so previsto. La violencia se resiste a
ser prueba de laboratorio, es expan-
siva, derrama.
2. Violencias
Los linchamientos vienen
de larga data. Esteban Rodríguez se-
ñala el entuerto entre sentido común,
retirada de la policía o inmersión
en las lógicas mafiosas, y ajusticia-
mientos. La huelga policial que co-
menzó, hace dos años, en Córdoba,
dio lugar a la hora del lobo. La caza
del hombre por el hombre. Matar al
ladrón se convierte en práctica. Una
política que se basa en esas pasiones,
construye su política de seguridad
en el reconocimiento al buen vecino
que decide matar. Reconoce el lado
más oscuro de las creencias socia-

les, no para trabajar su composición
democrática sino para declararlas
absolutas y legítimas. Vecinocracia,
dice Esteban. Que si venía desde an-
tes -¿o no fueron votadas las cono-
cidas leyes Blumberg con el entorno
de antorchas que auguraban lincha-
mientos?-, ahora se festejan. Un epi-
sodio más del sinceramiento: somos
capaces de matar y estamos con de-
recho a hacerlo si alguien viola el
pacto de la propiedad. Lo que llaman
relato como pecado del pasado, es
una operación interpretativa: se trata
de arrojar sobre el magma de creen-
cias, valores y opiniones que se tra-
man en una sociedad, una malla que
seleccione las que permiten la vida
en común y limite las que convierten
a hombres en asesinos. El relato es
defensivo, intenta encauzar, evitar,
llamar a la reflexión. Sinceramien-
to es elogio al poder desnudo, a la
brutalidad de la fuerza, a los golpes
que dan, entre muchos, a un cuerpo
inerme.
La contracara del lincha-
miento es el femicidio. Expresan la
cobarde diferencia entre fuerzas: si
en un caso se animan entre varios; en
el otro el ataque se despliega sobre
un cuerpo más frágil, el femenino.
En ambos, la cuestión es la propie-
dad: de las cosas que el ladrón dis-
putó, de la mujer que ante el man-
dato se reveló. Pero no es lo mismo:
mientras el cuerpo del delincuente es
un cuerpo que algo hizo y fue descu-
bierto in fraganti, entonces se sitúa
bajo la lógica del crimen y el casti-
go; el de la mujer asesinada recibe
el potencial de algo habrá hecho
pero sólo lo enuncian los sectores
más retrógrados, que no titubean en
deslizar ideas normativistas y pres-
criptivas sobre los géneros. Una y
otra violencia, crecen y son modos
de la pedagogía. Asusta pensar que
cualquiera puede ser víctima y a la
vez se sabe que no tanto: las chicas
jóvenes y los muchachos pobres,
tiene muchísimas más chances de
serlo. Pero asusta más, en términos
de pertenencia a un colectivo social,
pensar que tantos pueden convertir-
se en asesinos. Grupales, que caen
sobre un ladrón, o violadores de a
montón, que se tiran sobre una mu-
chacha. La horda en su nuevo rostro.
La que desata cualquier límite ético
y político porque el grito del cómpli-
ce anima.
Lo que asusta es el desplie-
gue de la barbarie. Y la alianza de
las instituciones públicas con ese de-
rrame: cuando un presidente saluda
como víctima a un asesino, corre el
umbral para tolerar cualquier violen-
cia, incluso aquellas que dice comba-
tir. Si la defensa de lo que es propio
vuelve tolerable matar a otros, para
un machista que cree que la mujer es
su propiedad ¿no sería lógico matar-
la? El mismo gobierno que nombra a
una feminista en el Consejo Nacio-
nal de la Mujer para que desarrolle
un plan de prevención y erradicación
de la violencia contra la mujer, sitúa
enunciados en la esfera pública que
no dejan de alimentar las justifica-
ciones, más o menos explícitas, de
la pedagogía criminal que se ejerce
sobre la autonomía femenina.
El nuevo orden, con since-
ridad total, reconoce en la violencia
su fundamento. Violencia sorda, sin
crispación, sin discursividad polí-
tica. El gobierno anterior no dejaba
de nostalgiar, frente a la violencia
social, una violencia sacra, política,
comprensible. Por eso, la denuncia
era más clara cuando la violencia
institucional caía sobre el cuerpo
militante que cuando su objeto era el
pibe chorro. Si la nostalgia es fuerza
inoperante o consuelo de almas des-
dichadas, su contracara triunfante es
el cinismo que afirma el devenir de
las fuerzas. La política se convierte
en tautología del poder y abolidas las
distancias, chapotea en la legitima-
ción de lo que existe. Es ahí cuando
se dice pacifista y es regodeo en la
violencia. Leopoldo Lugones, exi-
mio poeta, era un singular lector de
Nietzsche: derivaba de la filosofía el
elogio a la inequidad, el desmonte de
todos los supuestos que fundan cri-
terios morales y límites éticos. ¿Por
qué el lobo no debería comerse a la
oveja, si está en su naturaleza ha-
cerlo? Si esto es obviedad de la des-
cripción zoológica, el problema es el
pasaje al festejo de un retorno al es-
tado de naturaleza –o sea la guerra-:
¿por qué el poderoso debe renunciar
a oprimir al más débil? El cinismo
presente se aleja de la solemnidad
modernista del poeta, para adoptar
Dossier
las formas del cachondeo festivo
del globo y la bailanta. Pasado por
la estética de los grandes medios, un
poco gritón, con pasitos de baile y
colores estridentes. Nada de esgrima
en el Jockey Club, más bien barrita
de rugbiers que manotean a las pi-
bas.
3. Puesta en escena
Es fácil señalar el aspecto de simu-
lacro que tiene esta gobernabilidad.
Y contraponer el espectáculo mon-
tado a la fiesta callejera. Pero eso
tiene dos problemas. Uno, el sustraer
nuestras propias rutinas militantes y
sensibilidades políticas, de la pre-
gunta por cómo se ponen en escena,
qué dicen en su dimensión perfor-
mática, pública y mediática. Corre
el riesgo de apelar al maniqueísmo
montaje versus sinceridad, que elu-
de el verdadero problema: ¿cómo se
forjan las subjetividades contempo-
ráneas en relación a la exhibición y
a la exposición del sí mismo? Una
marcha es también el verbo conju-
gado de la selfie y el festejo cuando
pasa el dron, el rito de agitar más
ante las cámaras o aparecer atrás del
que está hablando. Pero también, y
eso lo arrastra de los más antiguos
modos de la política, es el mostrarse
ante un espectador privilegiado, el o
la líder que mira banderas, zonas de-
finidas por un color de remeras, en-
tusiasmos. Se trata de interrogar qué
significa cada puesta en escena, qué
dice, qué es el patio de las palmeras
ante el jardín de country, en qué se
distancian –de la hiper politicidad
de los símbolos a la asepsia frente a
cualquier símbolo político-, en qué
se parecen –la definición de un es-
pacio cerrado, un entre nos, las ven-
tajas de pertenecer. Desdeñar lo otro
como simulacro ya lo hizo Borges
con el peronismo y no con eso logró
disminuir su persistente realidad.
Más bien, dejó de poder pensarla.
Cuando imaginaba a Eva y a Perón
como productos de una mitología
de los arrabales y a la vez como una
muñeca y un viudo farsante, que po-
nía en escena el velorio para llevarse
unos mangos, estaba menos a la altu-
ra de ser su adversario peligroso que
cuando pensó, en “Ema Zunz”, que
no importaban los detalles ficciona-
les, cuando eran verdaderos el odio
el ojo mocho 19
Ensayos
y la humillación. Pudo pensar a Eva
en esa frase y también a millones de
personas de origen popular que hi-
cieron su travesía por dolidas expe-
riencias. Cuando intuyó una verdad
ahí y no cuando creía que descubier-
ta la escenografía no quedaba nada.
Y llegamos al segundo problema que
acarrea la primacía de la denuncia
del montaje y las puestas en escena
de las que gusta el macrismo: obviar
la pregunta por qué tipos de afectos
movilizan la creencia en esos acon-
tecimientos del orden del espectácu-
lo. Cómo se engarzan con el folletín
y la televisión, con la gritería a la que
llaman programas políticos o con la
producción de un ficcional verosímil
como registro de la realidad. Cómo
se articulan con lo que se habla en
la calle, y más aún con lo que las
personas creen más allá y más acá
de los medios. Cómo ratifican ideas
del sentido común, que nombran lo
normal y sancionan lo raro, que ha-
cen apología del trabajo y el esfuerzo
individual, que valorizan la idea de
mérito y de acumulación personal,
que festejan la familia y los nego-
cios. Y que, cuando alguien se dedi-
ca a temas públicos, se pregunta por
qué lo hace y qué beneficios obtie-
ne. A vuelapluma contorneamos el
pensamiento del vecino. A ese ve-
cino le habla la nueva derecha. Por
eso no le dice igualdad ni derechos,
sino libertad del cautiverio de acep-
tar límites del colectivo o principios
ideológicos. Al poner en escena,
con tanta liviandad como para que
se sepa inmediatamente, demuestra
que no le importa demasiado, que no
tiene tanto que esconder. Como las
sociedades off shore son convertidas,
en ese discurso, en inversiones lega-
les y no en soterrados escondites en
conventos. De un plumazo, muestran
que son sinceros en el modo de men-
tir, por eso la vicepresidenta dice:
nadie cree que sea corrupta. Están
señalando el vínculo entre goberna-
bilidad, creencia y puesta en escena.
Ese vínculo estaba tramado, en el
gobierno anterior, sólo que incorpo-
raba un núcleo explicativo del que
ahora prescinden: el núcleo ideoló-
gico-político. Extraído éste, conde-
nado como mala palabra, queda la
creencia en su estado puro, referida
sólo a personas, no a instituciones ni
a organizaciones.
20 el ojo mocho
El axioma de la hora es: no hay que
hablar de política. Y si se habla, que
sea al trote y a los gritos. Que go-
biernen los que saben y el resto a
dedicarse a gestionar su pobreza o
su riqueza. El parque verde donde
se fotografían los funcionarios es la
contracara del patio de las palmeras,
saltarín y ruidoso, de las juventudes
militantes. Todos creemos. En perso-
nas y en ideas, en valores políticos y
en ideologías. Sin ser capaces de in-
terrogar esos afectos como tales –los
propios y los ajenos, los que com-
prendemos porque en nuestra vida se
presentan aliados a un conjunto de
ideas y razones y los que considera-
mos incognoscibles o falaces de tan
antagónicos que nos resultan-, sin
ser capaces de desarmar esos afectos
que atraviesan los cuerpos y los or-
ganizan, estamos inermes. Encerra-
dos, felices en el encierro entre pares
o echando espuma por la boca cuan-
do oteamos el terreno adversario.
Encerrados por ciegos. Enroscados:
un excepcional cuento de Antonio
Di Benedetto se llama “Enroscado”.
Narra un duelo infantil por la madre
muerta, pero ese duelo no puede tra-
mitarse junto al padre, no puede ser
comprendido ni acompañado por
ese otro, y el niño se va encerrando
sobre sí, animal mudo en su dolor,
habitante bajo la cama. Nene-rata.
Corremos ese riesgo. Hundirnos en
el rinconete más oscuro de la casa,
allí donde sólo nos llegan las voces
de los pares. O morder cuando atis-
bamos un extraño. Hay que hacer el
duelo y transitar la melancolía por un
tiempo político que se perdió. Ven-
drán otros y quizás venturosos. Pero
no lo mismo, nunca el mismo. Lo
que vuelve no es lo que se va, bien
lo sabía Martín Fierro, que se había
marchado díscolo al mundo de los
indios, y volvía con la cabeza gacha
a dar consejos de orden y progreso.
4. Palabras
Si la política del presente es
tautológica frente a la economía, es
porque declararon la lengua misma
en estado de tautología. Invocan el
olvido de su condición metafórica
y controversial, la distancia entre el
significante y los significados, ese
hiato donde habita la historia o las
historias que se inscriben en el len-
guaje. El discurso político se presen-
ta como abolición de esa densidad de
significación, declarando, por ejem-
plo, que una biblioteca debe ser una
biblioteca o un trabajador un trabaja-
dor. La tautología se presenta como
verdad transparente, indudable. De-
cía Barthes: llamado de sumisión a
un orden que se presenta como na-
turaleza. La política ahí es policía,
regimentación de las cosas, clasifica-
ción ya dada, negación a reconocer-
se como tal. La lengua, vista así, no
es la casa de los hombres y mujeres,
sino la cárcel que los obliga. Porque
la casa es sitio de un desvío y de una
invención, de un juego y de un es-
fuerzo por la precisión. Un amparo y
un mojón. La tautología nos saca de
ese habitar, nos descoloca, jugando a
ser la más nítida de las colocaciones.
Al privar nuestra lengua de historici-
dad, nos priva de hacer historia, aun
la de nuestras prácticas y palabras.
Parte de la tarea política de
las resistencias es tramar una memo-
ria. Una narración común, una casa
en la que se alberguen las palabras,
también las del futuro que descono-
cemos. Una narración crítica –por-
que esa historicidad a descubrir y
reponer, a narrar conjuntamente, es
de procesos y controversias se re-
solvieron de un modo u otro, y cuyo
asentamiento final exige mirarlo con
criticidad- y amorosa, capaz de rozar
el pasado, construirlo como legado
presente, aire en el que respiramos.
Una narración crítica implica elegir
lo que se narra, o sea: lo que se va-
lora para que persista. No es la to-
talidad. Cualquier idea de memoria
completa es una falacia, porque de lo
que se trata es de asumir el carácter
controversial y valorativo que tiene
constituir una serie de hechos acae-
cidos en sucesos recordables. Seguir
el hilo de las invenciones culturales
y políticas, los momentos en que
algo surge en la trama de la vida para
producir una bifurcación. Quizás
imperceptible. Narración es la ope-
ración de hacerla visible, volverla
enseñanza, ponerla a disposición.
Malévich pinta Caballería
roja. En una muestra en Proa lo tra-
ducen: Ejército rojo. Me gusta más
la segunda, que recuerda los signi-
ficantes de la revolución, sólo que

sabemos que cuando el pintor dice
rojo se refiere menos a una condición
ideológica que a un color, como lo
demuestra en el hiper realista Cua-
drado rojo. Pequeños caballos con
sus jinetes en la línea del horizonte.
El suelo, una extraordinaria compo-
sición de líneas de colores. Pero lo
más conmovedor de la pintura es
el cielo: la luminosidad que sale de
ese ejército, luz que hace del cielo
un blanco intenso que se va convir-
tiendo en celeste y azul. Pienso que
las palabras tienen que ser capaces
de ese fulgor, pinceladas para que
nuestras rojas caballerías muestren
de qué fueron capaces, anunciar de
qué lo son. Salvar la lengua de su de-
venir tautológico y machacón impli-
ca ligarla a un salvataje más general,
a una idea de resistencia que tiene
menos que ver con el “no” declarado
que con el amor preservado, que se
preocupa por anclarse en lo que es
arrasado.
Y no digo que hacer políti-
ca sea narrar, sino que narrar es plie-
gue necesario de las políticas que
LA DEMOCRACIA FRENTE AL DESAFÍO
DE LA GESTIÓN DE LAS EMOCIONES POLÍTICAS
“A veces, suponemos que sólo las sociedades
fascistas o agresivas son intensamente emo-
cionales y que son las únicas que tienen que
esforzarse en cultivar las emociones para
perdurar como tales. Esas suposiciones son
tan erróneas como peligrosas”
Martha Nussbaum
La restauración conservadora:
igualdad de oportunidades y liber-
tad de mercado
Es la primera vez en la his-
toria Argentina que la clase domi-
nante accede por medios legítimos
y democráticos y con un partido po-
lítico propio al gobierno y, con ello,
al control del estado. Desde la asun-
ción del presidente Mauricio Macri,
se experimenta un magnífico retro-
ceso en materia de derechos socia-
les, políticos y económicos afines
a un modelo social más inclusivo,
que habilita a conceptualizar este
confrontan los mecanismos domi-
nantes del presente. Pelear por la li-
bertad de los presos políticos argen-
tinos, implica también narrar lo que
hizo la Tupac, ser capaces de seguir
las rugosidades de ese movimiento,
el entusiasmo de sus prácticas, los
nudos de sus violencias. Una gene-
ración o varias fueron educadas por
Operación masacre, por el conoci-
miento de las vidas y las muertes de
un conjunto de hombres fusilados,
por el encuentro entre un escritor y
un sobreviviente. No es exagerado
pensar que sin ese libro la educación
militante hubiera sido bien distinta,
y más escuálido el vínculo entre iz-
quierdas y peronismo. Ni siquiera se
trata de la idea de libro, tan tomada
por las lógicas de la industria edito-
rial, sino de la potencia de narrar. Na-
rran los muchachitos que hacen rap y
los que gustan el sabor del chisme,
profesoras y maestros que tratan de
animar una clase, los viejos encandi-
lados con el pasado y las militantes
barriales. Se trata de encontrar ahí
la trama de otro tipo de palabras, de
otro trato con las palabras. No plano.
nuevo modelo de gobierno de (y
para) las minorías como una “res-
tauración conservadora”. Si desde
el nacimiento de la democracia los
temores por la potencial (re)instau-
ración de una aristocracia de nuevo
tipo -fundamentada y legitimada
por el derecho divino de la riqueza
que crea sus propios privilegios-
gravitaron sobre el antagonismo
entre el sistema capitalista de libre
mercado y el gobierno de las mayo-
rías, la llegada a la presidencia de
una minoría que logró presentar sus
intereses particulares como genera-
les, los actualizan en nuestro país y,
vale señalar, en la región.
Las reservas acerca de la
realización plena de la democracia
y sus valores esenciales –libertad,
igualdad y fraternidad- se poten-
cian con la llegada al gobierno de
Dossier
Ajeno a la vociferación mediática.
Capaz de encontrarse con el pasado
propio de la lengua de un modo no
ritual ni carcelario.
La nueva gobernabilidad
es barbarie, también en el modo en
que considera la lengua. La aplana
en modismos de turista canchero
–“tudo legal”- o en guión dictado
por los pastores del marketing. Una
política de las resistencias tiene que
esquivar las presiones del lenguaje
instrumental y el exitismo mediáti-
co. Al revés, tejer palabras y modos
de vida, hilar temporalidades para
que el presente no se condene a ser
actual, rasgar la actualidad con lo in-
tempestivo. La crítica, pensada así,
es menos el énfasis de la protesta
que denuncia, que la valoración de
lo que nos permite denunciar, la ma-
terialidad que sostiene el disenso y
el desvío, el pasado que nos permite
ser otras y otros respecto de las má-
quinas de producción de sujetos que
dominan el presente.
Rocío Martínez Schnaider
una aristocracia de nuevo tipo que
disuelve el origen de sus riquezas y
los fundamentos de su poder tras el
mito de que el único destino posi-
ble es el que uno construye para sí
mismo y lo ocultan tras el engaño
del “sinceramiento”, que no es más
que hacer pasar por forjada en la
libertad también la falta de privile-
gios, ocultando que en ambos casos
las posiciones están digitadas de
antemano, con un destino también
determinado por el origen. Ya no
sólo crean fundaciones tax-free con
su halo de filantropía exculpatoria,
sino que depositan sus fortunas te-
rrenales en paraísos fiscales. Y, tras
el envoltorio simbólico de la liber-
tad de hacer con el fruto del pro-
pio trabajo aquello que uno quiere,
la misma ciudadanía suspende el
reclamo de cualquier tipo de obli-
gación para con el Estado y la re-
el ojo mocho 21
Ensayos
distribución que éste podría operar
en favor de los que –a su entender,
electivamente- constituyen los es-
tratos más bajos de la escala social.
El pago de impuestos se percibe
como una forma de tiranía y perse-
cución, nunca más como una de las
formas que adquiere la solidaridad
social a través de la redistribución
de la riqueza socialmente produci-
da.
La idea del self made man
se ha introyectado a nivel celular
en la forma de pensar la ciudadanía
y en el propio pensamiento de lo
ciudadano. Después de una década
de recibir derechos, los individuos
“empoderados por sus propios lo-
gros” continúan creyendo que cons-
truyen individualmente su propio
bienestar y reclaman como derecho
fundamental que la igualdad se aco-
te a ampliar las oportunidades que
permitirían desarrollar el talento
innato o que mejorarían las capaci-
dades de adaptación al entorno por
medio del esfuerzo individual. La
idea de “oportunidad” se concibe
como condición de posibilidad de la
totalidad, de la sociedad democráti-
ca bajo el signo del libre mercado,
cuando en realidad constituye una
tecnología de segmentación prees-
tablecida, pre-configurada.
La libertad de ser desigual o acer-
ca de la distorsión neoliberal de la
fraternidad
La fraternidad, virtud
esencial de un régimen republica-
no, es la mediación necesaria que
hace posible un compromiso entre
la igualdad y la libertad, entendi-
das como ideales democráticos. En
cambio, la fraternidad que propone
la restauración conservadora media
en el compromiso entre la igualdad
de oportunidades y la libertad de
mercado, es la fraternidad de una
unidad ficticia que se presenta como
ya realizada, que tiende a consoli-
dar las diferencias existentes en la
disolución discursiva de grietas
materiales y políticas, reconcilian-
do la idea de “interés general” con
la de una democracia de minorías.
La propuesta kirchnerista de frater-
nidad, expresada en el cultivo de la
22 el ojo mocho
idea de “la patria es el otro”, debería
haber funcionado como una segun-
da instancia del empoderamiento
ciudadano a través del otorgamiento
de derechos. Pero en una sociedad
que se rige por postulados merito-
cráticos, la patria ya no es el otro,
sino el escenario para la libertad
de ser desigual. La consagración
de derechos y la ampliación del ac-
ceso a los mismos, como función
esencial de la democracia moderna,
son percibidas como el fracaso de
procurarse uno mismo aquello que
satisface necesidades y, sobre todo,
aspiraciones individuales. El empo-
deramiento de cierta parte de la so-
ciedad es visto como debilitamiento
de la ética del trabajo y el espíritu
emprendedor en el libre mercado y
la idea de fraternidad es resignifica-
da en sintonía con estos postulados.
La construcción político-mediática
de la existencia de “una grieta”, que
dividiría y debilitaría a la ciudada-
nía, contribuyó a llenar de sentido
a un nuevo ideal de fraternidad que
tiende a negar “lo otro”, que presen-
ta como deseables la heterogenei-
dad de derechos y la homogeneidad
de intereses: “la patria soy yo y jun-
tos somos más”. Sí-se-puede. Una
particularidad de la fraternidad es
que no es –formalmente- ni un de-
recho, ni una obligación. Algo que
captó la restauración conservadora
es que, por su contenido emocional,
no puede gestionarse políticamente
como la igualdad o la libertad, pero
sí puede modularlas y resignificar-
las. Es en la gestión de las emo-
ciones políticas que la restauración
conservadora puede prometer sin
comprometerse con los verdaderos
ideales democráticos.
La gestión de las emociones políti-
cas: big data y microtargeting
Modelada a la usanza de la
investigación y la comunicación de
mercado, la gestión de las emociones
políticas encuentra su arena en las
industrias culturales con su aparato
comunicacional y propagandístico,
cada vez más afinado para llegar a
los diferentes estratos de la pobla-
ción con mayor precisión. Big data
y microtargeting -el conocimiento
total y el discurso personalizado-
tienen como insumos la promesa
fallida de Internet, soporte de domi-
nación a través de su propio mito.
El discurso tecnológico-mesiánico
del fin del monopolio de la informa-
ción y la democratización en el ac-
ceso a contenidos diversos, hoy es
desmentido por el uso de las tecno-
logías de la información y la comu-
nicación como medios para replicar
el discurso dominante y amplificar
su mensaje, tras la pantalla como
fachada para el individuo libre e
igual, toda vez que conectado y ato-
mizado. La novedad de las nuevas
tecnologías de propaganda política
es que el ciudadano-elector ya no
sólo se construye como consumidor
pasivo de la comunicación política,
sino que se convierte en actor y pro-
ductor de los mismos argumentos
que se elaboran para persuadirlo.
Con cada click, el usuario-ciudada-
no (en ese orden) llena formularios
que luego envía, informando acer-
ca de sus intereses, sus gustos, sus
patrones de identificación con otros
individuos, celebridades y todo tipo
de consumos. Las empresas detrás
de las telecomunicaciones y las
redes sociales aportan la informa-
ción necesaria para segmentar al
electorado, la ciudadanía, por edad,
localización geográfica, consumos
culturales y de mercado; y el men-
saje estalla de eficacia con su parce-
lización. Las celdas de las bases de
datos se completan de manera con-
tinua e incesante, y la voracidad por
la acumulación de datos minables
pone nuevos derechos entre parén-
tesis: la eficacia de la gestión de las
emociones políticas ahora demanda
que se vulneren la Constitución y la
protección de datos personales. Los
aparatos de propaganda y comuni-
cación política cada vez más perso-
nalizados hacen de la big data re-
colectada una totalidad ilusoria, en
forma de una masa de información
que es todo menos amorfa. Su to-
pografía se define por patrones que
el sistema detecta o que intencio-
nalmente se identifican al interior
de un cúmulo virtualmente infinito
de datos con pretensiones de falsa
totalidad, en la cual se define –vía
microtargeting- la tragedia de la
sociedad: creyendo que actúan con
total libertad, los ciudadanos termi-
nan sellando el curso de vida que el

destino ya les tenía reservado. Y ese
destino fue configurado con antela-
ción por las mismas causas que per-
miten que perviva una democracia
que no es tal: las desigualdades que
ésta garantiza y que se presentan
como electivas y forjadas en liber-
tad.
El usuario-elector-ciu-
dadano (también en ese orden) se
vuelve una entidad anónima dentro
de su segmento, pero la información
total está cada vez más individuali-
zada. La segmentación le otorga al
individuo la forma de los paráme-
tros que utiliza la propaganda para
aumentar su eficacia mensurando y
codificando las aristas de su propia
manipulación emocional y afectiva.
La ilusión de progreso unívoco se
apalanca en grandes discursos que
se adaptan al consumidor-ciudada-
no de propaganda política taylor
made, diseñada a la medida del mito
del individuo subjetivamente di-
suelto en una totalidad, pero objeti-
vamente segmentado, clasificado y,
por ello, dominado. El bien general
se constituye en un mito que anula
las diferencias que tan bien identi-
fica la tecnología propagandística,
que dice siempre lo mismo pero con
palabras diferentes según el target,
y tras su slogan “tenemos que tirar
todos para el mismo lado”, “si le va
bien al país nos va bien a todos”, “si
le va bien al presidente nos va bien
a todos”, se disuelven las diferen-
cias y el carácter contradictorio de
las posiciones e intereses de clase,
de los cuales usufructúa. La siste-
matización científica y tecnológica
del conocimiento de la población
tiende a convertir al individuo en un
mero representante del segmento en
el cual se inserta y esta pertenencia
incuestionada se instaura como la
lógica de lo democrático, determi-
nando a los sujetos como objetos de
privilegios o de asistencia social.
Las acciones de comuni-
cación presencial y personalizada
(“timbreo”, visitas y apariciones
“espontáneas” en espacios popula-
res) constituyen una mímica vacía
de contenido de la verdadera frater-
nidad republicana: se trata de rea-
lizar una demostración de afecto,
de manifestar interés en aquellos
“inútiles y poco atractivos”. La ma-
nipulación emocional y afectiva de
las subjetividades, el poder de la
gestión de las emociones políticas
se evidencia en su extremo: se acer-
can a los hogares, toman mate, les
preguntan a los ciudadanos qué ne-
cesitan, los hacen sentir relevantes,
pares. “Somos todos iguales, somos
todos argentinos. Todos queremos
lo mismo: que le vaya bien al país”.
Implosionar la explotación de las
emociones políticas
La gestión de las emo-
ciones políticas ya no se delega en
caudillos de las clases populares. La
identificación entre el poder políti-
co y el electorado, en el marco del
desarrollo de nuevas tecnologías de
la comunicación y la dominación,
prescinde de la identificación me-
diatizada por líderes carismáticos
capaces de presentar como coinci-
dentes intereses opuestos de sujetos
colectivos. La eficacia del discurso
articulado en torno a los sujetos
individualizados metódicamente
requiere de la gestión afectiva in-
mediata de emociones y valores ve-
hiculados de manera customizada,
a medida del consumidor escindido
de su segmento de pertenencia y
reinsertado en un colectivo ilusorio.
La gestión de las emociones políti-
cas es más eficaz cuanto más directa
e individualizada es la codificación
por parte del gestor político que, a
su vez, posibilita la apropiación de
valores e intereses ajenos por parte
del ciudadano gestionado.
La inclinación a rechazar
estas prácticas comunicacionales y
políticas nos impide entender el fe-
nómeno en dos niveles que se pene-
tran y se refuerzan recíprocamente.
Por un lado, considerar como pura
manipulación política las estrate-
gias de comunicación que se sirven
de las nuevas tecnologías de la in-
formación y la comunicación, obtu-
ra el hecho de que la gestión de las
emociones políticas se alimenta de
insumos ideológicos e informacio-
nales que no se inventan, sino que
se recolectan, se reelaboran y final-
mente se cultivan sobre el sentido
común fertilizado por ideologías
Dossier
sintónicas con la conceptualización
de la democracia bajo el signo neo-
liberal, ideales políticos y sociales
difundidos transversalmente en la
ciudadanía. Este rechazo, junto al
profundo deseo de diferenciación y
distanciamiento respecto a las prác-
ticas políticas de la restauración
conservadora, implican una cesión
del uso del conocimiento con arre-
glo otros fines más fieles a los idea-
les democráticos y un modelo de
sociedad más inclusiva. Estimulan,
así, la inacción frente a la tarea ra-
dical de desarticular nuclearmente
el funcionamiento y la eficacia de
los mensajes que vehiculan estas
estrategias de comunicación y de
gestión emocional y afectiva. Por
otro lado, relegar la gestión de las
emociones políticas a una interven-
ción simbólica secundaria, o bien,
considerarlas un manejo perverso
de la opinión pública o el resultado
necesario de las gestiones de go-
bierno orientadas a lograr mayores
niveles de igualdad y libertad en la
población, a través de la consagra-
ción y el acceso a derechos sociales
ampliados, genera un espacio de va-
cancia simbólica, en el que hoy la
restauración conservadora modula
exitosamente las concepciones neo-
liberales de igualdad y libertad.
La explotación de estas
estrategias articuladas con el fin de
gestionar la afectividad y la emoti-
vidad ciudadana comunicacional-
mente, que propició el advenimien-
to de la restauración conservadora,
no va a cesar mediante ataques o de-
safíos discursivos estructurados con
reglas que ya no son las del juego
electoral de la democracia actual.
Si de algo se trata es de identificar
estas estrategias, conocerlas, enten-
derlas, desarmarlas, desmantelarlas
y redefinirlas. En fin, hacerlas im-
plosionar.
el ojo mocho 23
Ensayos
MILAGRO Y ESTADO (DE LAS COSAS)
SU-REALISMO, PASIÓN Y EXCEPCIÓN
Un común va a pestañear
si tu preso es político
Costumbre la excepción
Nos hemos acostumbrado,
en este último tiempo, a escribir en
estado de urgencia. Con nuestro es-
píritu conminado a dar respuestas,
imaginar soluciones, estrategias.
Nos hemos acostumbrado, de re-
pente, ante la reaparición de “esto”
-este viejo/nuevo estadío de cosas-,
a la enunciación encendida, al llama-
miento, a la convocatoria, al vitoreo
preciso, ajustado (justo, justiciero).
Una esperanzadora, trunca y contun-
dente experiencia política, nos obli-
ga. Y estos nuevos/viejos tiempos
nos devuelven, en retorno eterno, al
estado de anhelantes fragmentos, de
comunidad reimaginada, reemanci-
pable, reorganizable, en una hoja de
papel, una conversa, un asado ape-
sadumbrado, incluso antes, durante,
después de tomar –beber de a sor-
bos- y espasmódicamente las calles.
Cuándo y cómo (no) supi-
mos ser quién.
La puesta en trance de lo
que devino naturaleza, sobre todo
cuando las consecuencias (y res-
ponsabilidades) no cesan de doler,
es lo más/menos que se debe hacer.
Nos hemos acostumbrado
(repentina, rápidamente) a vivir en
estado de excepción. Lo teorizamos
sí, sabemos de su ser constitutivo en/
para nuestras sociedades contem-
poráneas, sí. Pero vivirlo en la coti-
dianeidad, normalizarlo, en nuestros
propios cuerpos, en los de esos otros
que volvieron a ser otros (a secas, ya
no patria), incluso en los mensajes,
posteos dramáticos, extendidos (so-
meramente, y entre los “propios”:
fervores efímeros de consecuencias
tenues), es una muy otra cosa. Esta-
do de excepcional costumbre, vuelto
carne (de cañón), en el alarido del
linchado, en el lagrimeo del justi-
24 el ojo mocho
ciero legitimado presidencialmente.
Nos hemos acostumbrado,
en y por el mismo estado excepcio-
nal de las cosas, a tener presos polí-
ticos. Y desde el preciso momento de
asunción del CEO-gobierno del que
Macri es cara bonita: y como para
que la excepción devenga norma
desde el minuto cero, o uno -no hay
improvisación alguna en tal, o cual,
accionar, se dijo, debemos seguir di-
ciéndolo-. Incluso uno/una de ellxs,
una de las apresadas políticas, posee
todos los atributos para convertirse
en símbolo de lucha, icono, punta de
lanza: mujer, india, referente política,
vida trágica. Pero allí está: visitada,
entrevistada de soslez, enunciada
en cada marcha, en cada acto. Y allí
está, ella, ellos. Y aquí nosotros (y
las referencias espaciales articulando
distinciones político/anímicas: quie-
nes éramos/somos nosotros). Acos-
tumbrandonos, a la excepción, a la
represión, a la excepción de la repre-
sión, de la suspensión de la ley, del
decisionismo no solo arbitrario sino
espasmódico y espectacularizado.
Espectadores de la desarticulación
política incluso del nosotros parla-
mentaria y presuntamente salvifico.
Porque acostumbrados ya
estábamos. A la excepción (anóma-
la) de una política que “desde arriba”
(insistentes espacialidades constituti-
vas) nos conmovía, nos arremolina-
ba. Nos llenaba la boca de sorpresas,
de inquietudes: ser o no ser solda-
dos, ser o no ser qué, quién, cómo.
Había tiempo para las definiciones.
Eso creímos. Pero no escuchamos el
grito sordo del que ensoñado por los
artilugios de la mercadotecnia se ale-
jaba a años Massa de nuestro discer-
nimiento universitario entusiasmado.
¿Todo preso es político?
Lo tarareamos emociona-
dos. Sí. Pero antes, ¿qué es un pre-
so político? Diremos: aquel que es
Sebastián Russo
apresado, encarcelado en el marco
de un juicio excepcional. Es decir,
por fuera del procedimiento habitual.
Pero también lo enseñamos (creemos
saber tantas cosas), lo escribimos: la
excepción, la habituación, la norma
(la promesa menesterosa de Un país
normal) es posición variable defini-
da en el campo batallado de la enun-
ciación. La normalidad (mentada)
expresa, como poco, los intereses
del grupo de poder dominante, sus
particularidades (de clase -política-)
vueltas generalidad. Claro pues: todo
preso lo es. Pero ¿he aquí entonces
novedad alguna?
En el estrado cotidiano de
nuestras pantallas, de nuestras ágoras
radiales, emerge una voz singular,
apoteótica, vuelta trascendental, prin-
cipio y fin de esta nueva/vieja era. La
del particular que por un misterioso
artilugio de transmutación legitima-
da condensa como nunca la voz ge-
neral. Tal sucede en la televisión, en
sus “programas de opinión”, de pa-
neles, que cuales supremas cortes del
cualunquismo, ramplones bajadores
de dedos-coliseos, “tratan” los casos
(como cosas), sobre todo los que re-
fieren a, o devienen allí, cuestiones
Morales. Las que dirimen el bien y
el mal de un suceso, que como tales
categorías, quedan fuera de todo dis-
cernimiento terrenal.  “Yo compren-
do el argumento legal”, puede decir
un panelista enfervorizado, “pero
hay que ponerse en los zapatos del
que disparó”. “Si amenazan a mi fa-
milia yo reaccionaría igual”, resuelve
esa voz con convicción impostada (o
sentida, lo mismo da -el cedazo de la
industria cultural lo atraviesa todo:
los enunciados emocionados y los
otros-). Voz que se sabe a sí misma,
se enuncia, se construye impoluta:
no-ladrón, no-corrupta. Alguien, por
el contrario, cuya acción, sea la que
sea, será legitimada. Aquel (y con él
sus escuchas, identificados, mal-bien
alienados) que puede hablar, decirlo
todo, porque sabe, siente, que está
eximido genéticamente de ir preso. El

reparto del ADN ya fue hecho, no hay
vuelta atrás. Y de irlo, preso, de algún
tipo de injusticia se hablará: por el or-
den común de las cosas, la naturaleza
ya lo eximió. Camina, este, todo otro
cualunquista de micrófono excitado,
por el lado civilizado de las cosas.
Basándose en sus míticas considera-
ciones y particularidades, amparados
por una norma general ocultada: la
escencialidad de la categoría ladrón,
asesino o encarcelable. Un idealismo
que se impone por sobre la pragmáti-
ca del devenir asesino al momento de
matar. Las palabras, aquí, no hacen
cosas. Las cosas ya estaban hechas.
El preso político (todos) así, y como
condición fundamental de y para la
sociedad post espectacular trans-
parentista, ya fue pre-condenado,
preso(s) en y por las condiciones
de enunciación de las políticas, en
principio, sígnicas. El poder políti-
co judicial luego no tiene más que
“proceder”. Una excepcionalidad
vuelta sustancia, luego de la política
de distribución enunciativa. Aunque
una cosa no puede pasar sin la otra.
Solo se puede actuar de modo arbi-
trario (político) judicialmente, si se
conquistó el uso de las palabras, de
las asignaciones, de las desginacio-
nes sígnicas.
Quién nombra qué. Drama
(potencia) fundamental de las pala-
bras. Haciendo de ellas cosas, mar-
tillos, molotov, agujas o aire fresco,
turbio, imperceptible.  de las cosas. Un estado de discerni-
Los metrajes fílmicos,
las horas televisivas, el éter per-
petuo ya han hecho su trabajo, ya
han construido al ente, al mons-
truo. Solo resta indignarse, iden-
tificarse. Para un lado, para el
otro. Mal-viviente, don-de-gente.
Las palabras
La Facultad de Filosofía de
la Universidad Nacional de Córdoba
le otorga a Milagro Sala el Premio
José María Arico al Compromiso So-
cial y Político 2016, y el taxista que
escucha la noticia en Cadena 3 (de-
riva tachera cordobesa de su epigono
inefable: Radio 10) no lo puede creer.
Tampoco el locutor, y aquel por este,
pero no solo. En tal caso aquí ambos,
en su constitución urbano fascistoide,
algo no entienden. Y es que no hay
hipodermia alguna que baste (o de
tanto bastar se vuelve no solo carne
de la carne, sino aguja de la aguja).
Ni siquiera hay indignación en oír lo
que oyen, sino un genuino y anona-
dado no entender.
Están ante algo que quedó
fuera de toda norma (incluso oposi-
tora, reactiva) He allí, una (otra) no-
vedad. Ante la post-espectacularidad
hiper-acostumbrada de un espectador
indolente. Un acto de inhabituación,
de inacostumbramiento. Intempes-
tividad y disrupción. Pasmando. En
estado de estupefacción tal deja todo
relato que pone en conflicto alguna
dicotomía (como escenario conocido
de una conflagración conocida), de
algún a favor o en contra.
Pero cómo: la negra, india,
corrupta, sucia, asesina, kirchneris-
ta… cómo puede alguien así, ella,
justamente ella, recibir un premio,
una distinción… lo vimos todos (lo
vimos todo): los bolsos, los perros,
su habla, su negrura (tú no has visto
nada)… cómo... y de una Universi-
dad, y en Córdoba, tierra que abrió
sus ojos al cambio como ninguna.
Anonadamiento. No saber
ya si algo está bien, o está mal, por in-
comprensible, por quiebre del estado
normal del reparto moral/enunciativo
miento suspendido. Eso es lo que ge-
nera un tal acto. Una tal retórica -di-
remos- surreal. Incluso en quien estas
palabras garabatea, y que comenzó a
hacerlas –sin saber para qué, anona-
dado- esa misma mañana de martes,
surcando la ciudad. Algo había pasa-
do. El acostumbrado oír/decir se ha-
bía resquebrajado, y a partir de una
ya ancestral fórmula política estética.
El surrealismo que esperaba ser dic-
tado (asesinado) en clase, se adelanta
(se salva) en acto.
Surrealismo. Reunión de
elementos inconcebible(s). Relación
insolente entre tal y cual cosa que
el sentido común se cuidaría de (no)
confrontar, reza Breton. Biblias junto
a calefones, el viejo Discepolin. Su-
rrealismo y/en excepción. Surreal el
premio. Surreal la situación en Jujuy
Dossier
hoy. Surreal lo hecho por la Tupac en
su “cantri” y en tantos otros.
El estado de las cosas (mías)
Si la excepcionalidad es el
estatuto q describe a las democracias
contemporáneas, al decir del teóri-
co italiano mas mentado, habría que
encontrar en la excepcional surreali-
dad del “estado paralelo” creado por
la Tupac, y la inaceptabilidad de tal
situación por un gobierno de sesgo
aristocrático, el fundamento político/
cultural de la decisión exterminadora
de tal experiencia sin par (excepcio-
nal)
Porque Estado paralelo es
también el de los Blaquier. Es tam-
bién el de todo denominado feudo
que se precie. Pero, se sabe, entre
aristócratas todo bien (y hasta ahí –
pero ante la negrada, somos culo y
calzón-). Cada cual con su Estadito
(y dólar, moneda, lengua, paraíso
fiscal) paralelo. Entrar al club de los
estados paralelos no es para cual-
quiera. Un Nordelta, o un countrysito
cualquiera, de los muchos a la vera
del acceso norte, o sur, ni para todos,
ni para todas. Todo country tiene de
hecho su club house, su enfermería,
su seguridad privada, su equipo de
fútbol, sus colores, hasta su bandera,
su banderín que se entrega de capitán
a capitán ante cada partido de inter-
countries. Solo falta una lengua, una
moneda propia (que se tiene, sorry
gordo) Pero qué mierda les pasa a
esos negros de recontra mierda. Tener
un cantri. Solo eso pueden tener estos
en sus negras cabezas. Un cantri. Y es
eso lo que se lee a la entrada del ba-
rrio de la Tupac en el Alto Comedero,
a las afueras de Jujuy capital. Cantri.
En una compleja combinación se-
mántica (compleja para uno, que lee
a través de anteojeras nunca del todo
suficientemente sofisticadas para leer
lo evidente), el cantri de la Tupac en-
rostra de forma insoportable la deno-
minación de estado paralelo, tanto a
aquellos que pueden inculpar por lo
mismo que ellos mismo enuncian: sí,
claro, estado paralelo, como el tuyo
gato; como a los que asqueados, son-
ríen ante el atrevimiento cabeza: los
negros quieren vivir en un country y
no sólo entrar a cortar el pasto o a ser
el ojo mocho 25
Ensayos
abusada por el de vigilancia (cosa de
negros)
“Es una grosería intelectual
y una inmoralidad hablar de un gol-
pe de Estado en Brasil”, dijo Julio
Sanguinetti (ex presidente yorugua
liberal) en relación a la destitución
de Dilma Rousseff: “se cumplieron
todos los requisitos constituciona-
les”. No ocurrió aquí también pues
un golpe de estado (el Estado para-
lelo es un Estado: insurrecto, justo,
ante las anímicas fuerzas populares /
populistas del pasado), con saqueo y
proscripción, como manda la tradi-
ción aristocrática antipopular argento
(tan lejos tan cerca, transfiguraciones
espectrales) Qué hubiera pasado si se
expropiaba Nordelta, y se usaban las
piletas para los juegos Evita, si se van-
dalizaban las instalaciones del club
GEBA, o el SIC, o los Tilos, como
se hizo con las altas piletas del alto
comedero. ¿Podríamos haber hecho
eso? Tibiezas, del anquilosado respe-
to al patrón blanco, carne de nuestra
carne social: mande, a sus ordenes.
Política de lo (su)real
A la surrealidad excep-
cional hay que responderle con lo
mismo, con sus mismas armas, y no
con acostumbradas sobre-realidades
(como las juntadas de firmas: un re-
curso legal insoportablemente real)
Aun más, siendo aquella excepcio-
nalidad surreal la que deviene norma
arbitraria, un surrealismo legitimado.
Ante ello, atenerse a la norma, que
de hecho se está subvirtiendo, parece
ser algo no solo exiguo, absurdo, sino
cómplice y cobarde (espectador).
Pero cuando la excitación
de la gesta surreal/maldita, de decir
lo inmostrable, revelar lo indecible,
hacer/juntar lo indebido, se aquieta,
taimados nos preguntamos: ¿no es
acaso el poder de los sin poder, ate-
nerse a un contrato al que en algún
momento habrá que volver a respetar
para proteger de la venganza repre-
sora en sus retornos brutales: siendo
que la golpiza, el linchamiento no
serán televisados? Formas débiles de
los débiles sin revolución infinita. Y
dicen, alborotados, desde la tribuna:
¡nos pasamos de legalistas, che! ¿por
26 el ojo mocho
qué no expropiamos, y para empezar,
el predio de la Rural? Pero vuelve la
pregunta trágica/sosegada: ¿no son
las legalidades burguesas que se ten-
san, mas no rompen, las que ampa-
ran a los débiles de la intemperie y
la destrucción que espera a la vuelta
de la esquina? ¿O la conflagración sin
cuartel, superviviente, eterno retorno
de la lucha de clases, indigenista,
trasmutada en patria sí colonia no,
en nuestras tierras fangosas, gené-
ticamente coloniales, debe imperar,
cueste lo que cueste?
Vivir, cuesta solo vida.
(Un músico callejero lo
dice, canta, envalentonado, agitado,
ante una inesperada multitud, aba-
rrotada en el andén del subte H con
demoras, que lo aplaude y vitorea al
tiempo que lo insta sin enunciarlo a
continuar con repertorio ricotero. En
esa obligación silenciosa del popula-
cho puede palparse un núcleo de sa-
beres que exceden toda mercadotec-
nia: lo masivo no es lo popular, anida
en este el memorioso clamor sensible
y soterrado de las patrias sublevables)
En tal caso -volviendo-, y
garabateando fórmulas-oximoron:
¿surrealidad mesiánica e historia ma-
terialista, cultura y política, en un tán-
dem infinito?
La acción política puede
(debe) tener raigambre surreal -so-
ñar con imposibles, monstruos-,
pero si descuida el juego de pujas
por intereses, se vuelve una celebra-
ble enunciación poético-idílica. Por
su parte, si la cultura cree que sus
enunciaciones (por caso) surreales
mueven sustancialmente el amperí-
metro de la política no solo expresa
una creencia arrogante, sino irres-
ponsable: sus mejores exponentes
se frustran, o (lo que es peor) se en-
galanan de prestigios inocuos para
su accionar político, y se los pier-
de, y también de la cultura, vueltos
stars posteadores del mundo virtual.
El reparto de lo maldito
Asumir lo maldito de un térmi-
no, de un estado (de cosas), es cami-
nar por el lado bárbaro, descamisado,
incluso de una distinción, de una cla-
sificación. Es lo ilegible, inesperado,
inapropiable, como forma política in-
surrecta. Principio y fin. En el medio
-sin medio- los medios, las cordiali-
dades institucionales. Fin y principio.
Maldita maldición. La de
una región (ésta, norteña) que expresa
(grita) el síntoma fundamental. Nú-
cleo anímico, prismático. En donde
pueden entreverse los espectros que
nos arrastran al grado cero, refunda-
cional: como el de las mujeres, y su
Huelga General, anti patriarcal, anti
capitalista, anticlerical –chupate esa-
. Y prisma, imagen cristal, no solo
de este presente de estertores de una
gran patria de la felicidad desgranán-
dose ante las Ceocracias mediatico
golpista, sino el de la supervivencia
del ethos latinoamericano, basado en
la desigualdad (vuelta arma antropo-
fágica), la discriminación, la trágica
y autocondenada asunción blanca
de sus dominantes aristocracias. Las
mismas que hoy cínicamente quieren
transparentizar (Blanquiar) sus prác-
ticas, el pasado heredado. Y que allí,
que es acá, se expresa de modo absur-
do y brutal el proceso machacoso por
enblanquecer la estirpe y sus modos
de dominio, en tierras que exudan ne-
gritud, indiada, mestizaje. Tierras que
convocan a adorar y respetar a la mis-
ma tierra madre, y no a abstractizacio-
nes celestiales -Dios padre tinellesco-
que amparan a los que la destruyen.
Y he allí esa mención, esa
invocación maldita: Tupac Amaru.
Con la rebelión convocada en las ve-
nas abiertas de un ellos, que deviene
(debe hacerlo en) un nosotros, los
mal acostumbrados, los mal creídos,
mal aprendidos, que no sabemos, no
vemos (no hemos visto nada), lo que
late en nuestos cuerpos ortopédicos,
en el atrevimiento (no tenemos idea)
de escribir alguna palabras sobre la
Tupac. Aunque lo creemos necesario,
lo intentamos, cuanto menos mentar-
la (atrevidos).
Los tiempos están cambian-
do, dice el nobel poeta. No perdamos
esa palabra. No esa. Ya perdimos,
recuperamos, empezamos a volver a
perder tantas otras. Nombrar es, no
olvidar, (es) el principio de todas las
cosas.

Bajo una rápida mirada, la
simbología de la patria muestra en
principio una faceta desconcertante.
El acto fundacional de una entidad
política soberana tiene dos fechas
que lo celebran. Dispositivos litúr-
gicos y movilizaciones ciudadanas
no se concentran en un punto neu-
rálgico de la historia sino que dis-
persan sus sonoros efectos narrati-
vos en un 25 de mayo y en un 9 de
julio.
Sobre este linaje bifron-
te se ha escrito mucho, pero si por
simplicidad analítica tuviésemos
que reducir esta variedad interpre-
tativa a un eje articulador, diríamos
que cuando las primeras concien-
cias americanas comenzaron a to-
mar distancia crítica del vínculo
colonial de ninguna manera esta-
ban convencidas de convertir esas
disconformidades paulatinas en un
gesto de plena ruptura independen-
tista.
Disgustos con el despótico
carácter de la dominación hispáni-
ca se habían, ya sin duda, venido
apilando, aunque sin radicalizar sus
alcances institucionales. Los levan-
tamientos de Tupac Amaru y Tupac
Katari, las quejas contra las rigide-
ces del monopolio comercial, el ma-
lestar contra la presión impositiva y
la discriminación contra los criollos
en el acceso a la administración pú-
blica; eran caldo de cultivo de una
tendencia a la escisión que sólo será
catalizada sin embargo cuando Na-
poleón Bonaparte (interesado como
estaba por expandir los ideales de la
revolución francesa bajo el formato
de las anexiones imperiales) invade
España y precipita la escandalosa
abdicación de Fernando VII.
Por lo demás, esa axiomá-
tica moderna que ahora se desplega-
ba por Europa bajo el impulso de las
tropas napoleónicas, impactaba en
las atentas reflexiones de pensado-
res y activistas rioplatenses, que se
MACRI Y GÜEMES
plegaron con ahínco a la convicción
de que el poder político ya no era
una prerrogativa de una autoridad
divina que se depositaba en la cabe-
za de un monarca, sino un ejercicio
de consentimiento que se originaba
en la voluntad autónoma del pueblo.
La secuencia de los acon-
tecimientos tomó una dinámica im-
prevista, y la propia percepción de
los protagonistas pendula al interior
de un proceso que se inicia con la
decisión de acompañar la prolifera-
ción de juntas que en defensa de la
figura del Rey se desata en la propia
España. Primera gran paradoja en-
tonces, pues el instante iniciático de
lo que luego sería la construcción
de una nación emancipada no fue
disparado para repudiar al monarca
sino para resguardarlo de la recién
ocurrida invasión.
Pero atención, y he aquí el
cambio, esa vocación de refrenda-
miento supone una condición insos-
layable que tiene en Mariano Mo-
reno a su principal predicador. Es
imperioso dictar una constitución
que siguiendo lo que se considera-
ba un apetecible y exitoso modelo
británico, limite cualquier resabio
de poder omnímodo y encuentre un
adecuado equilibrio entre los verti-
calismos del antiguo régimen y el
imaginario democrático en alza.
El autonomismo de aque-
llos primeros patriotas, esto es ge-
nerar crecientes márgenes de auto-
gobierno sin quebrar bruscamente
la sujeción colonial, pronto demos-
tró su inviabilidad. Los liberales
peninsulares jamás toleraron que en
el orden posmonárquico que imagi-
naban las colonias tuvieran una re-
presentación igualitaria respecto de
los reinos, y Fernando VII cuando
retorna al trono tras la derrota de-
finitiva de Napoleón borró de un
plumazo tanto los bríos moderni-
zadores que impregnaban la Cons-
titución de Cádiz de 1812 como
Dossier
Juan Giani
cualquier intentona americana de
establecer un trato más horizontal
entre los dictámenes del imperio y
las aspiraciones libertarias de los
pueblos rioplatenses.
Las deliberaciones en el
Congreso de Tucumán de 1816 fue-
ron escenario tardío de esas mismas
tribulaciones, que por otra parte ya
se habían manifestado en la en parte
frustrada Asamblea del año XIII. En
síntesis, cómo declararse formal-
mente independientes y promover
un régimen republicano de gobier-
no en un contexto de restauración
conservadora en Europa. El contex-
to de aquellos eventos era por cierto
traumático, pues Brasil avanzaba
para capturar la Banda Oriental,
España preparaba una gigantesca
acción militar punitiva, el resto de
los conatos insurgentes en Améri-
ca habían sido conjurados y desde
el Litoral José Gervasio Artigas se
mostraba legítimamente disconfor-
me con el centralismo porteño que
había cooptado el proceso revolu-
cionario.
El resultado final fue en al-
gún sentido agridulce. Una ponde-
rable osadía llevó a la declaración
definitiva de la independencia, pero
el régimen político que propiciaron
entre otros Belgrano y San Martín
era el de una monarquía constitu-
cional poco afín al federalismo, te-
merosos como estaban de la ingo-
bernabilidad y la disgregación que
amenazaban al orden político en
ciernes.
Aquellos magnos sucesos
no tardarían en habilitar balances
y esmeradas revisiones, siendo la
primera de ellas la que surge de las
filas de la llamada Generación del
37. Alberdi por ejemplo se muestra
ambivalente, pues si por una parte
la saga libertadora había colocado
a nuestras tierras en el promisorio
oasis de la modernidad, por la otra
el hecho de que el disparador de ese
el ojo mocho 27
Ensayos
desenlace haya sido una crisis inte-
rimperial y no un movimiento en-
dógeno emanado de una paulatina
maduración de la conciencia libre
de nuestros pueblos había dejado
secuelas palmariamente desagrada-
bles. Las comunidades de la Amé-
rica del Sur tenían en sus manos el
autogobierno, pero al momento de
poner en juego su voluntad para
elaborar una institucionalidad re-
publicana entronizaban funestos
caudillos que eran la consecuencia
directa de su minusvalía cultural y
su desbocado igualitarismo social.
Allí estaba Rosas como su-
prema personificación de esa deplo-
rable anomalía histórica, y su abru-
madora presencia ponía en jaque la
entera raigambre del proceso eman-
cipatorio conducido a su turno por
la generación iluminista. Confuso y
aterrador momento, en el cual bajo
la invocación de la libertad en 1810
se había ido progresivamente incu-
bando el más feroz de los despotis-
mos.
Pero cuidado, Rosas com-
partía invectivas con una extensa
galería de caudillos, palabra maldita
que venía a designar a líderes de las
provincias que impugnaban la su-
premacía de Buenos Aires y enco-
lumnaban a la salvaje tropa gaucha
en base a una mezcla de veneración
y culto a la muerte. No es casual
que Sarmiento escriba su texto más
célebre atraído por la figura de Fa-
cundo Quiroga, expresión pulsional
más genuina de un régimen bárba-
ro de gobierno que Rosas encabeza
con igual rigor pero mayor sistema-
ticidad de ejercicio.
La tarea de estos jóvenes
intelectuales es justamente la de
entender mejor esta perturbadora
circunstancia, donde el ingredien-
te romántico viene a penetrar con
superior agudeza lo que la razón
deshistorizada de los rivadavianos
había subestimado. Esa barbarie era
consecuencia de una singularidad
que debía ser concienzudamente de-
tectada, y a la hora de hacerlo Sar-
miento afirma que tanto la herencia
hispánica como el inmenso territo-
rio despoblado eran las causas de
una América del Sur imperdonable-
28 el ojo mocho
mente reacia al imperio de la ley y
el capitalismo pujante.
Sin embargo, la historia
oficial sobre nuestra independencia
la edificó Bartolomé Mitre, quien
luego de la batalla de Caseros se
dedica a la tarea de construir una
genealogía prestigiosa que brinde
apoyatura simbólica a la Argenti-
na supuestamente próspera que se
inauguraba tras el bienvenido de-
rrocamiento del Restaurador de las
Leyes. “Historia de Belgrano y la
independencia argentina” e “Histo-
ria de San Martín y la emancipación
sudamericana” serán los clásicos
textos en los cuales se instituye un
procerato de prolongada influencia.
Mitre, sin embargo, es-
tablece allí una diferencia sustan-
cial con Alberdi (como bien este
le reprocha en su artículo póstumo
“Belgrano y los historiadores”). Las
revoluciones de la independencia
no fueron el resultado de descala-
bros externos sino la coronación
de una nación preexistente que ha-
cía tiempo empujaba para irrumpir
democráticamente en un orden ya
insanablemente decrépito. Aunque
por distintas razones, Mitre también
considera a los caudillos un denso
incordio, pero ya no solo por su
rebeldía plebeya sino fundamental-
mente porque su obcecación federal
había amenazado desmembrar la
integridad de esa nación que tan ga-
llardamente ocupaba ahora su lugar
en la historia más virtuosa de Occi-
dente.
El relato mitrista encuadra
así perfectamente una figura como
la de Artigas, quien en su prédica
confederal parece atentar contra esa
supuesta homogeneidad ancestral
de la nación. El gran problema sin
embargo lo tiene el fundador del
diario “La Nación” al intentar ubi-
car a la potente figura de Martín Mi-
guel de Guemes. El llamado “padre
de los pobres” era a todas luces una
rotunda encarnación de ese talante
indómito y antiporteño que tanto
incomodaba a la tradición liberal,
pero a su vez al firmar el Pacto de
los Cerrillos con el General Ron-
deau permitió al Congreso de Tucu-
mán sesionar y cumplir la sustancial
tarea que había tomado a su cargo.
A regañadientes y en sucesivas ree-
diciones de sus obras originarias,
Mitre hace malabarismos interpre-
tativos para culminar concediendo
que aún en la barbarie se alojan pe-
queñas cuotas de patriótica sensa-
tez.
Respecto a este personaje,
Guemes, ha acontecido un insólito
episodio. En homenaje a su desem-
peño se ha suscitado un nuevo feria-
do nacional, que lo equipara con los
ilustres apellidos de Manuel Bel-
grano y José de San Martín. Súbita
irrupción de un siempre sospechoso
caudillo en un estrellado de la patria
perdurablemente intocado. Es un
producto claro de los jugosos atre-
vimientos culturales del kirchneris-
mo, quien si por un lado cometió la
torpeza de promover el anacrónico
revisionismo del Instituto Dorre-
go, por el otro dejó como estimable
huella simbólica la reivindicación
de una mujer indígena (Juana Azur-
duy) y un populista salteño que en-
frentó a los ejércitos realistas con su
guerra de guerrillas.
Pero la complejidad del fe-
nómeno no culmina allí, pues tal fe-
riado se concreta en pleno gobierno
de Mauricio Macri. Dubitativo en-
tre vetar la ley y no colisionar con
el peronismo amigable de Juan Ma-
nuel Urtubey, el Presidente tiene la
misma incomodidad que Bartolomé
Mitre. Cuando concurre a los actos
correspondientes balbucea vague-
dades, que hacen por cierto sistema
con la mezcla de angustia y discul-
pas que en las recientes celebracio-
nes del bicentenario le transmitió en
vivo al ex rey de España.
Su linaje ideológico lo im-
pulsa a despreciar cualquier tufillo
populista y toda arenga que abomi-
ne de los imperios, pero el déficit de
historicidad de su proyecto lo arras-
tra a convalidar aquello para lo que
aún no cuenta con adecuada réplica.
Problemas de la herencia recibida.

CONJETURA CARTOGRÁFICA SOBRE LA EXPERIENCIA
DEL TIEMPO EN EL HEMICICLO PRO
I. Casa Amarilla
Ezequiel Martínez Estrada
se preguntaba, allá por 1956, ¿Qué es
esto?, en uno de los últimos aljófares
en los que sedimentó el fárrago tenaz
de su inteligencia, esa que auscultó,
como pocas, en las penumbras pro-
fundas de nuestra cultura nacional.
Estrada intentaba esclarecer con este
libro publicado en plena Revolución
Fusiladora, no el sentido histórico de
los acontecimientos del año 56, sino
el que tenían, según su singular mi-
rada, los infortunados sucesos de la
década anterior: el peronismo como
enigma de la nacionalidad argentina.
Al año siguiente Arturo Jauretche,
con el incomparable cincel irónico de
su pluma, ese que usaba para devas-
tar las suaves líneas apolíneas de la
cultura argentina y develarnos su os-
curo corazón político (una arqueolo-
gía del saber-poder nacionales avant
la lettre), le respondía frontalmente
en Los profetas del odio. En ese texto
Jauretche resignificaba la pregunta
estradiana para mostrarnos el amargo
desencuentro político que tuvo Es-
trada con el país. “Acabo de leer un
libro -nos decía-, quizás el más sutil y
perfectamente titulado de toda nues-
tra literatura, pues apenas recorridas
algunas páginas, el pensamiento del
lector no puede dejar de coincidir con
el escueto rótulo y preguntarse estu-
pefacto… qué es esto!!, para arrojar in-
mediatamente con horror el sopesado
libro lejos de sí”. Si de pensar a mar-
tillazos se trató alguna vez, sin dudas,
Martínez Estrada y Jauretche fueron
nuestros más grandes exponentes en
el oficio de la forja, la fragua y el
yunque.
Hoy nos corretea, ávido, el segundo
semestre del nuevo año. Los marti-
llos no están en el orden del día de
estos tiempos. El martillear de las
fábricas y talleres se va acallando
con el correr del calendario. Pensar a
martillazos, ese noble oficio de arra-
bales, está demodé. Martínez Estrada
y Jauretche descansan sólidos en los
anaqueles. Y six feet under. Manda en
las pantallas. Todo es posible juntos.
Porque el medio es el mensaje. Todo
es posible juntos. No es una idea, ni
sus repeticiones son martillazos. Se
trata más bien de un golpeteo rítmi-
co, dulce, incesante, que se escurre
suave como el chilaut que ayuda
a cortar el día de los gerentillos en
sus afterofis. Todo-es-posible-juntos
(una cadencia en la que el lenguaje
encuentra su decadencia). Perio-
dismo de investigación con plumas
para todos: actualización mórbida
del romance de Grace con Massera
en el siglo veintiuno. Todo es posible
juntos. Observamos absortos en las
pantallas de televisión cómo un fis-
cal de la nación, ridícula caricatura
liliputiense de Lope de Aguirre, con
un destiempo de cinco siglos se lanza
en plena era digital a buscar con una
pala mecánica (!) los tesoros perdi-
dos de El Dorado bajo las intermina-
bles tierras patagónicas. Se acomoda
en nuestras manos una ballena aus-
tral, también tenazmente invertida
para que la particular configuración
de su rostro -acorde con la época que
vivimos- aparezca sonriente en la
imagen. Acallada destitución de Yri-
goyen de los billetes de doscientos.
Resulta imperioso volver a repetir la
pregunta, y asumir en ella su doble
declinación horrorizada estradiana y
jauretcheana: ¿Qué es esto!!
Mauricio es presidente. Es-
tar livianos es la consigna. Su novel
partido PRO, acogido en una genero-
sa y mullida coalición electoral, va
fagocitándose sin prisa ni pausa, ca-
napé tras canapé, al centenario parti-
do de Alem e Yrigoyen. Porque todo
es posible juntos. Un gabinete de
ceos, de acaudalados individuos de
corto metraje en el trajinar de la po-
lítica, ex(s)imios fondistas de linaje
en el manejo de las rentas del Plata,
marcan -insoslayablemente por aho-
ra- el ritmo de la política argentina.
Todo es posible juntos. La politóloga
acuartelada, María Eugenia, gobier-
na La Provincia. Manda en las pan-
tallas. Six feet under. Todo es posible
Dossier
Manuel Cuervo Sola
juntos. Un aggiornado Borges (que,
debemos asumirlo, siempre tuvo una
especial afición por los orientales) se
sume en las mieles del arte de vivir
del Ravi Shankar y nos aconseja des-
de las paredes del subterráneo: “con
el tiempo debes comprender que sólo
quien es capaz de amarte con tus de-
fectos, sin pretender cambiarte, pue-
de brindarte toda la felicidad” (!!).
Sin lugar a dudas: Todo es posible
juntos!!!!!
¿Qué es esto!!!! ¿Se trata
acaso de la desdichada realización
de una Argirópolis antiutópica y an-
tisarmientina? ¿Será que han triun-
fado finalmente aquellos pertinaces
bucaneros habitantes del río gene-
roso, imperturbables orilleros del
continente que jodieron con la mis-
ma inclemente elocuencia a un Fa-
cundo, que a un Sarmiento? ¿Acaso
ya no podremos, tal como hicieron
ellos en el mil ochocientos, imaginar
una política para el país proyectada
sobre la inmensa espacialidad ame-
ricana y sobre la historicidad abierta
por el lazo social, en los sedimentos
de su memoria y de sus olvidos, y
en el clinamen de sus posibilidades
futuras? ¿Será efectivamente ésta
una etapa de la perfecta inversión de
Argirópolis, aquel proyecto político
continental que Sarmiento elucubró
para constituir los Estados Unidos de
América del Sur? ¿Será el proyecto
del inasible Mauricio la categórica
institución de una estólida Argiró-
polis amarilla, la ensoñada polis del
Plata convertida en una plutocracia
decadente, en un gigantesco super-
mercado de doscientos ochenta mi-
llones de hectáreas atendido por sus
propios dueños?
El ingeniero proyectando
en un mismo gesto el soterramiento
de nuestro Sarmiento y el de esa an-
tigua y bella obsesión de la política
plebeya argentina: “Plaza de Mayo”,
ese modo singular que tiene de encar-
narse la politicidad de los humildes
en estas latitudes. ¿Qué formidables
el ojo mocho 29
Ensayos
insistencias históricas, qué profundas
densidades de la geografía ciudadana
fueron las que, como en octubre del
45, aquel 20 de diciembre de 2001
empujaron a los combatientes silves-
tres, a las gentes de a pie, a volver
a emplazarse obstinadamente, luego
de cada feroz arremetida de las balas
policiales, en ese espacio-tiempo mí-
tico que silenciosamente habita en la
plaza nuestra de cada día?
Federales de a caballo ocu-
paron la plaza. No buscaban, como
en 1820, imponer reclamos populares
frente a la política de la elite liberal
porteña. Federales y caballos. Esos
dos términos tan caros a la memo-
ria política argentina, se encontraron
nuevamente en esa misma plaza casi
dos siglos después, pero su maridaje
apuntó a cumplir una faena histórica
bien diferente a la de antaño: intentar
vaciar la plaza, a los palos y a los ti-
ros sobre la muchedumbre y nuestras
Madres, a fin de sostener un gobierno
abiertamente antipopular. Dolorosa
inversión que nos ofreció la Argen-
tina contemporánea. Esta vez sí, fue
la barbarie de a caballo la que en di-
ciembre de 2001 (des)ocupó la plaza.
¿Cuál fue el objeto de esa inversión?
Impedir el emplazamiento del pueblo
allí, evitar la reactivación del cuerpo
político Plaza de Mayo una vez más
en la escena histórica argentina.
Eso que no lograron las dic-
taduras asesinas, ni el Pacto de Oli-
vos y su epílogo lamentable, el senil
de De la Rúa, se intenta hoy con un
nuevo dispositivo político, más sutil
y sosegado, cuyo actor principal es el
ex presidente de Boca: el hijo del pe-
renne Franco, el espectacular Freddie
Mercury vernáculo que, con un
empujoncito del menos espectacu-
lar, pero no por ello menos efectivo
Mercuri conurbano, (pieza clave del
zumbel duhaldista), arriba donoso a
casa de gobierno. Llega con la orden
de poner las cosas finalmente en or-
den. Dejar de insistir con la política,
la problematización de las relaciones
de poder y con su historia. Bailar,
junto con Juliana, con Antonia, con
Gabi, sobre el histórico balcón que
aquel aluvión plebeyo inventó el 17
de octubre de 1945 cuando concibió
a Perón. Permitir que las cánidas po-
saderas de Balcarce gocen la suave
30 el ojo mocho
pana del sillón de Rivadavia, ese es-
pacio de representación de la sobe-
ranía nacional para cuya institución
hacia 1826 ya se había derramado la
sangre de tipos de la talla de Mariano
Moreno y Manuel Belgrano. Invertir,
desdramatizar y deshistorizar los nú-
cleos simbólicos de la política argen-
tina.
La reformulación eficiente
de aquel proyecto civilizatorio neo-
liberal que se puso en crisis con la
pueblada de 2001. Ya no intentar la
costosa faena de desalojar la plaza;
sino asumir la estrategia de desapa-
recerla sutilmente como sitio polí-
tico, practicar el borramiento de la
memoria y las tradiciones políticas
que Plaza de Mayo condensa. Todo
es posible juntos. Incluso este reno-
vado intento de desaparición forzada
que ha elaborado la pigmea derecha
local para domesticar finalmente este
pueblo pigmento que somos: la silen-
ciosa demolición de la Casa Rosada,
la abolición definitiva de la política a
favor de la simple administración de
las cosas, el emplazamiento subrepti-
cio de Casa Amarilla, el lugar donde
todo empezó para Mauricio, sobre
los vestigios silenciados de nuestra
Plaza de Mayo.
II. Cuestiones de mundo.
Sin dudas a este gobierno le
falta sortear algunos exámenes his-
tóricos para alcanzar la dignidad de
devenir un ismo dentro de la política
nacional. Desentrañar qué es esto nos
invita a ubicar al gobierno en rela-
ción con el mundo político sobre el
cual trabaja y con los desafíos que
allí enfrenta. Para ello es preciso rea-
lizar una cartografía rápida, a mano
alzada, delimitar algunas coordena-
das sobre la historia política argenti-
na que nos permitan comprender el
proceso histórico en el cual emerge
el PRO.
¿Qué es un mundo políti-
co? Es un singular espacio-tiempo
social en cuyo seno un conjunto de
relaciones asimétricas de poder que
organizan el normal funcionamien-
to de una formación social determi-
nada resultan problematizadas por
la emergencia de un sujeto político
que irrumpe, se consolida y empo-
dera en una secuencia iterada de
acontecimientos excepcionales que
le permiten mantener vigente la his-
toricidad de ese mundo, mantener
abiertas sus múltiples posibilidades
políticas de transformación. Y que
concluye como mundo político cuan-
do la fuerza de ese sujeto político se
extingue; es decir, cuando aquellas
fuerzas reaccionarias que bregan por
suprimir la apertura histórica operada
por el sujeto emergente logran vencer
definitivamente los cuerpos y subje-
tividades que lo componen a través
de la desaparición física de la vida de
esos cuerpos o de la destitución de
sus subjetividades; o dicho de otro
modo, ese mundo político desapare-
ce cuando la fuerza de los hechos se
muestra definitivamente superior a la
fuerza de la historia.
Hay tres grandes mundos
políticos en los que podríamos pe-
riodizar nuestra historia: un primer
mundo político, que se abrió con
los acontecimientos emancipatorios
de 1810-1811, que se extinguió con
los sucesivos exterminios que tuvie-
ron lugar entre 1862 y 1879, y que
se organizó en torno al problema de
la construcción de una formación
estatal postindependentista y sobre
la pregunta de cómo resolver en ella
el conjunto de relaciones coloniales
externas e internas que heredaban
las sociedades del Plata. Un segundo
mundo político, cuyas posibilidades
comienzan a tejerse con la conso-
lidación del Estado Nacional hacia
1880 a partir de una multiplicidad
de luchas y organizaciones políticas
que surgen a la luz de los problemas
que plantea la modernización eco-
nómica y el modo de incorporación
de las masas a la vida nacional. Ese
mundo político, luego de una larga
serie de acumulaciones populares, se
abrió paso con toda la intensidad de
sus posibilidades históricas a partir
del acontecimiento del 17 de octu-
bre de 1945, cuando los trabajadores
inventaron la “Plaza de Mayo” y el
“Balcón” como sitio político epicén-
trico de la vida argentina y asumieron
en pleno la ocupación de la escena
pública. El ‘45 disparó un proceso
novedoso de subjetivación política
que expuso, en sucesivas interven-
ciones, las inconsistencias del orden

social que instauraron los asesinos
de Olta (1863) y los vencedores de
Cerro Corá (1870), y que enfrentó
los desafíos de su época por medio
de una efectiva reorganización de la
socialidad y la estatalidad argenti-
nas. Las posibilidades de ese nuevo
mundo político se desarrollaron en
una secuencia de acontecimientos
políticos subsiguientes (p.e. la mo-
vilización del 22 de agosto del 1951,
las grandes irrupciones populares de
1969) que aumentaron la consisten-
cia y radicalidad del sujeto político
emergente, consolidando sus objeti-
vaciones en una nueva trama estatal
que fue desarmando sucesivamente
el régimen oligárquico preexistente.
Este mundo político, y las formi-
dables opciones históricas que allí
aparecieron, fue combatido rabio-
samente por fuerzas reaccionarias
que quisieron restaurar el orden
precedente. La Unión Democrática
de 1945, y su postrera expresión fu-
siladora del 1955, encabezada por el
General Aramburu, constituyeron la
política mancomunada de todos los
beneficiarios del sistema de distribu-
ción de lugares y funciones políticas
de la Década Infame para intentar
restaurar el régimen perdido por la
aparición de la “anomalía peronis-
ta”. Pero no fue suficiente. El suje-
to político insistió, encontró nuevas
formas de lucha en la resistencia y
continuó abriendo las posibilidades
de ese mundo político. Krieger Vase-
na, el ministro de economía de On-
ganía, fue el nombre que sintetizó un
nuevo intento de suprimir el impulso
creciente de la subjetividad política
plebeya y, al mismo tiempo, conser-
var el sueño de la argentina industrial
que empeñaba a su abuelo: volver al
orden de los antiguos talleres indus-
triales Vasena; al orden de la semana
trágica de 1919: los obreros, munidos
de un poder político casi inexistente,
podían ser “legítimamente” discipli-
nados a sangre y fuego si organiza-
ban huelgas y luchaban por sus dere-
chos. Este plan restaurador tampoco
fue suficiente. La potencia del sujeto
político surgido del ´45 todavía era
muy intensa. La reacción oligárquica
precisaba un programa más radical.
No alcanzaba con volver a 1919, era
preciso volver más atrás. Martínez
de Hoz, el ministro de economía de
Videla, fue el perfecto representante
de ese proyecto de restauración cen-
tenario, que se propuso volver al país
pastoril que hizo rico a su tatarabue-
lo, allá en el lejano siglo XIX.
La dictadura del ´76 impul-
só el terrorismo de Estado desapare-
ciendo sistemáticamente, no solo al
sujeto político, sino también las ob-
jetivaciones en las que había ido se-
dimentando su mundo. Consistió en
una triple operación: de liquidación
de la vida de los cuerpos que soste-
nían ese proyecto; de destitución de
la subjetividad de quienes quedaban
vivos después de la masacre; y de
desintegración del tejido industrial
nacional, que era el espacio del dia-
rio trajinar de los trabajadores en el
que esa subjetividad política excep-
cional se rearticulaba y se reprodu-
cía incesantemente como memoria
de lucha y solidaridad. Al final del
proceso, un mundo político se había
cerrado. El denso tejido político-so-
cial del pueblo argentino, en la tarea
que tantos miles y miles de militantes
edificaron a lo largo de un siglo, fue
minuciosamente devastado, fibra por
fibra.
La derrota objetiva que la
reacción conservadora le produjo
a las fuerzas políticas plebeyas fue
acompañada de una profunda derro-
ta subjetiva. Y no puedo sino pensar
en los personajes de la novela Una
sombra ya pronto serás de Osvaldo
Soriano, que deambulan perdidos
en una ruta desolada, que no se sabe
bien de donde viene, y que, defini-
tivamente, no conduce a ningún lu-
gar. La escena que monta Soriano
constituye el índice más acabado y
profundo de las heridas que heredó
la política argentina en los años 80s:
memoria insoslayable de una derrota
política sin parangones. Esa novela
de Soriano toca la médula de la po-
liticidad argentina postdictatorial, re-
cordándonos que a la derrota objetiva
le sucede el desierto de una masiva
derrota subjetiva.
Sin embargo, nuevamente,
como en 1880, en los intersticios de
la victoria incontrastable del proyec-
to dictatorial comenzó a tejerse la
urdimbre de posibles aperturas de
un nuevo mundo político. Las ma-
dres: las primeras. Un puñado casi
Dossier
imperceptible de mujeres, que de tan
pocas se perdían entre los ruidos de
la fervorosa circulación de la ciudad
sitiada, insistían en ocupar Plaza de
Mayo y reclamar por sus hijos se-
cuestrados. Sus cuerpos, emplazados
en el mismo corazón de la plaza, en
el centro de un gigantesco espacio
vacío, señalaron con una contunden-
cia única el sitio preciso que denun-
ciaba la soberanía política de un pue-
blo desaparecido.
En ese acto de coraje de
las madres comenzaba a emerger el
tercer mundo político de nuestra his-
toria, en esas rondas que fueron un
gesto fundante, un barrilete cósmico
de la política argentina reciente. Y
se iría organizando toda una trama
de luchas y militancias para decidir
cómo construir una democracia pos-
dictatorial, cómo consolidar desde
allí la plena vigencia de un Estado
de Derecho y cuáles serían los al-
cances decisorios de la soberanía po-
pular. Paralelamente, los problemas
irresueltos de los mundos políticos
precedentes, como capas geológicas
sedimentadas, insistían silenciosos
en este nuevo mundo político que
comenzaba a asomarse (los colonia-
lismos persistentes del XIX, los desa-
fíos de la industrialización truncada,
la organización creciente del poder
político popular, la socialización cre-
ciente del poder económico).
Los alcances de esta democracia na-
ciente estaban fuertemente cercados
por tres frentes confluyentes: el po-
der militar que pretendía mantener
impunidad por los crímenes cometi-
dos y su cuota de poder histórica en
la definición de la orientación de los
gobiernos; el poder económico alta-
mente concentrado que emergía de la
dictadura; y la hegemonía global del
capital financiero que exigía el reco-
nocimiento de la legitimidad de una
deuda externa fraudulenta y que ejer-
cía su capacidad de coacción sobre la
política nacional merced a la carga
que implicaba para el erario público
el pago de sus exorbitantes servicios.
Lo que redundaba en presiones para
implementar políticas de mayor en-
deudamiento, apertura económica,
ajuste estructural y la mercantiliza-
ción creciente de los derechos ciu-
dadanos básicos (educación, salud,
seguridad, vivienda, ingreso, agua,
el ojo mocho 31
Ensayos
energías, información, etc.).
A pesar de los intentos falli-
dos del primer alfonsinismo, el siste-
ma político cedió profusamente a las
presiones de estos tres operadores de
poder político antidemocrático y se
consolidó la continuidad reacciona-
ria del régimen económico, político
y social instaurado por la dictadura.
Esta opción sedimentó políticamen-
te en la sustitución de la democracia
movilizada de masas que se instaló
como forma política con el primer
peronismo (o mejor, en el impactan-
te epílogo del yrigoyenismo) por un
sistema partidocrático representativo
que se limitó a administrar el orden
vigente.
Una miríada de resistencias
localizadas, relativamente inorgáni-
cas, se fueron abriendo camino en
la tierra arrasada neoliberal. La in-
sistencia de las madres y de los or-
ganismos de Derechos Humanos. La
irrupción renovadora de los Hijos en
esa lucha, que empezaron a reivindi-
car con fuerza las banderas políticas
por las que fueron asesinados sus
padres. La reorganización del frente
de lucha sindical ante la defección
de “los gordos” de la CGT: la orga-
nización de la CTA, paraguas gene-
roso de múltiples luchas; el MTA
de Moyano; la organización de los
movimientos barriales de trabaja-
dores desocupados. El interminable
peronismo silvestre, que sinuoso se
forjaba en los intersticios del régi-
men, organizaba, eludía, combatía.
La organización de miles de come-
dores populares, centros culturales,
improvisadas aulas escolares en las
barriadas populares. La emergencia
de multiplicidad de nuevas formas
de intervención y organización polí-
tica estudiantil en las universidades.
La expansión del piquete como for-
ma de lucha; el escrache; la toma de
fábricas. La paulatina y persistente
confluencia de tanta organización y
militancia.
Diciembre de 2001 consti-
tuyó el punto de interdicción masiva
sobre el orden neoliberal que había
instaurado la dictadura y que había
profundizado la partidocracia bifron-
te del Pacto de Olivos. Ese momento
de ruptura fue solo el comienzo, mal
32 el ojo mocho
que le pese a aquellos encuadramien-
tos políticos que aún insisten en or-
denar su política exclusivamente con
conceptos maniqueos (como burgue-
sía-proletariado / estatalización de la
política vs. democracia asamblearia
de base), de una secuencia aconteci-
mental posterior que consolidó, fue
perfilando y afilando esa subjetivi-
dad política emergente: los sucesos
del 24 de marzo de 2004 frente a la
exESMA, el ALCArajo de noviem-
bre de 2005 en Mar del Plata, las im-
perceptibles luchas contra el lockout
de las patronales terratenientes que se
dieron en calles, plazas, bondis y es-
cuelas a lo ancho y largo del país en
2008 y que confluyeron en el masivo
acto del 18 de junio; la desgarrada,
sólida, imponente Plaza del 28 de oc-
tubre.
Eso que hemos llamado
kirchnerismo logró darle cauce na-
cional y temporalidad histórica a una
miríada de experiencias políticas de
resistencias y luchas que se venían
acumulando desde la dictadura. Ese
cauce permitió inscribirlas de manera
novedosa en antiguas tradiciones po-
líticas de nuestro país. Es decir, arti-
cular esas experiencias en una épica
histórica que ponía sobre la mesa los
problemas sobre los que se abrieron
los sucesivos mundos políticos ar-
gentinos, y las diferentes asimetrías
de poder que persistieron silenciosa-
mente abigarradas en las tramas so-
ciales del presente.
Los frutos de la irrupción
plebeya de diciembre de 2001 se
fueron hilvanando y organizando en
torno a un proyecto político que con-
desaba la memoria histórica de las
luchas federales del siglo XIX, de las
luchas del primer sindicalismo, del
yrigoyenismo y del peronismo.
La pregunta que debe-
mos hacernos es si esos problemas
que organizaron el mundo político
posdictatorial (la deuda externa, la
democratización de las diversas es-
tructuras estatales, el enjuiciamiento
a quienes participaron de los delitos
de lesa humanidad de la dictadura, la
reindustrialización del país, la des-
mercantilización de los derechos ciu-
dadanos elementales) y que fueron
asumidos claramente por las subjeti-
vaciones políticas que se articularon
con el kirchnerismo, siguen siendo el
centro organizador del mundo polí-
tico argentino hoy, o si el arribo de
Mauricio al poder implica el proceso
de definitiva clausura de ese mundo,
tal como ocurrió en 1879 y 1976 con
los mundos políticos precedentes.
La respuesta sobre al éxito
que pueda tener el actual gobierno
para clausurar ese mundo político es
subjetiva. Depende de la capacidad
que tenga el sujeto para insistir en su
sitio, para mantener abiertos aquellos
problemas y, paralelamente, de la ca-
pacidad que tenga el gobierno para li-
quidar esas potencialidades políticas
subjetivas.
III. Borges, el estratega.
Desde tiempos inmemoria-
les, la constitución del lazo social
ha precisado pasar por una instancia
“exterior” a la comunidad que con-
dense alguna imagen de lo infinito,
generalmente adornada con los oro-
peles de lo sagrado, para vincular
y homogeneizar la experiencia del
tiempo que sus miembros poseen. En
un hipotético ámbito de lo humano
que fuera anterior a la producción
del lazo social sólo reinaría la pura
dispersión caótica de experiencias
instantáneas, una multiplicidad in-
consistente de destellos temporales
inconexos.
Quizás la aceleración que
el uso de las tecnologías contempo-
ráneas generan en la experiencia que
tenemos del tiempo nos acerque de
alguna manera a los dominios de ese
hipotético ámbito pre-social de radi-
cal heterogeneidad temporal. Quizás
la proliferación interminable de mo-
mentáneas experiencias de desreali-
zación y despersonalización que se
relatan en los consultorios psiquiá-
tricos sea el índice de un cierto de-
bilitamiento de la capacidad de esos
mediadores de lo infinito para homo-
geneizar la experiencia temporal co-
munitaria actual.
De alguna manera, esa de-
clinación contemporánea del modo
de experimentar el tiempo está rela-
cionada con la depotenciación polí-
tica del “dispositivo de articulación

kirchnerista” y de la expansión exito-
sa del “cambio” en la política argenti-
na del último tiempo. No fueron sólo
los límites económicos del modelo
de “desarrollo con inclusión” los que
afectaron esa capacidad. También
encontró sus límites la encendida,
la insistente prédica e invitación de
Cristina al pueblo argentino, cadena
tras cadena, para que asumir una épi-
ca histórica, para afrontar con éxito
los desafíos económicos, políticos
e institucionales que se presentaban
al país entre 2014 y 2015. No hubo
nuevos oídos donde sostener polí-
ticamente los horizontes transfor-
madores de ese proyecto histórico.
Quizás sólo ese treinta por ciento de
la ciudadanía (treinta que, si bien no
alcanza, tampoco que no es poco en
política) que ya venía implicado en el
asunto, continuó anudado subjetiva-
mente –con mayor o menor nivel de
compromiso- a esa prédica.
En El jardín de senderos
que se bifurcan, una de las piezas
literarias más profundamente benja-
mineanas de nuestra literatura (o más
peronista, que finalmente es el modo
de declinación práctica que asumen
la tesis de filosofía de la historia de
Benjamin en nuestro país) Borges
conjetura tres modos distintos de
concebir un libro infinito.
El primero de ellos consis-
tiría en que la última página del li-
bro se escriba de manera idéntica a
la primera de ellas, de manera tal que
una vez leídas las últimas líneas, el
lector se sienta incitado a volver a re-
comenzar el texto infinitamente. Una
variación de esta posibilidad circular
de construir un libro infinito se en-
cuentra en el centro de Las mil y una
noches, cuando la reina Shahrazad
-según Borges por una mágica dis-
tracción del copista- se pone a referir
textualmente la historia de Las mil y
una noches, sugiriendo la apertura de
un loop infinito entre el comienzo del
escrito y esa noche.
El segundo modo de cons-
truir un libro infinito se vincula -se-
gún el autor- con la tradición plató-
nica y sostiene que se trataría de una
obra persistentemente inacabada,
que es transmitida de padres a hijos,
y a la cual, cada nueva generación, le
agrega un nuevo capítulo, o reescribe
con cuidadosa pasión la obra de sus
mayores. Lo infinito se consuma aquí
como una estrecha línea de puntos de
tiempo sin principio ni final.
A estas dos formas clásicas
del infinito, Borges agrega una ter-
cera: la que construye su alter ego
oriental Ts’ui Pên, aristócrata chino
de épocas remotas. Su jardín de sen-
deros que se bifurcan es un singular
libro en el cual la forma laberinto,
elegante complacencia espacial de
los fidalgos jardines de otras épocas,
es inscrita en la dimensión temporal.
Las consecuencias de esa operación
son ruinosas para el aristócrata: de
hecho, Ts’ui Pên renuncia a los pla-
ceres de la opresión, del numeroso
lecho, los banquetes y la erudición y
se encierra a escribir un libro absurdo
en el que el héroe muere en el tercer
capítulo y en el cuarto aparece vivo
nuevamente. Ese libro es lo único
que encuentran sus herederos al mo-
mento de su muerte.
En ese texto se perfila su-
brepticia pero claramente una car-
tografía sobre los modos que puede
asumir el pueblo para acometer la
lucha por realizar su propia historia.
Hay un Borges profundamente ame-
ricano, cuya escritura está radical-
mente inmersa en nuestra dramática
historia, un Borges cuya pluma es
lealmente plebeya y que excede lar-
gamente algunos de los infortunados
gestos políticos que tuvo.
Arrojamos en este punto la
siguiente hipótesis: las dos primeras
formas de construir estrechos y es-
pigados infinitos que señala Borges
pueden vincularse al modo de cons-
truir el lazo social que despliega la
política deshistorizante del actual go-
bierno; quizás en el infinito rechon-
cho y multitemporal que prefiere
Borges encontremos claves sobre las
estrategias que podemos adoptar para
insistir en la subjetividad y el mundo
político que compusimos y densifica-
mos en estos años de democracia.
La infinitud circular anu-
da la creciente fragmentación de la
experiencia de las temporalidades
contemporáneas por medio de la
confirmación de la reflexividad de
Dossier
los instantes. Cuando ese círculo
temporal se cierra al extremo, nos
advierte Oscar del Barco, la sucesión
del tiempo desaparece en el instan-
te. Dos caminos impolíticos parecen
abrirse con ello: la intemperie sin fin
(Oscar del Barco) o la ruina y el tedio
de una vida absolutamente autorrefe-
rida (Arendt); dos caras de una mis-
ma desgraciada moneda. Aquí no hay
lazo social, o mejor, el único punto
en común de esa dispersión heterogé-
nea de temporalidades, lo único que
hace comunidad, es la exacerbación
del instante de la vida individual: no
hay nada relevante que hacer con los
otros porque no hay historia común.
El círculo se cierra y se repite incan-
sablemente: el reino de la mónada
asume que la argentina no tiene re-
medio.
La infinitud lineal trabaja
sobre mónadas menos pesimistas.
Asume una cierta historicidad, o más
bien una Historia, pero como enfla-
quecida sucesión lineal que no deja
lugar para las alternativas políticas
(los mundos) que cada coyuntura
histórica albergó. La Historia, es la
de los vencedores. El resto, sólo eso:
resto; fútil anomalía de la barbarie
americana que no se termina de erra-
dicar. En este caso la Argentina pa-
rece tener remedio, pero si dejamos
atrás ese pasado de desgracias y ano-
malías de los capítulos que hasta aquí
han sido escritos. Es la militancia de
la desmemoria, sintetizada en lo que
el endeudador serial Sturzenegger
nos decía para promocionar sus bi-
lletitos con ballenas: “al representar
un animal viviente en lugar de pró-
ceres muertos como Sarmiento, Evita
o San Martín estamos invitando a la
población a pensar en el futuro y no
en el pasado, a quebrar la idea de la
solemnidad histórica y vincularnos
más con la alegría, la vida, la espon-
taneidad del presente”. Vacío.
Se trata de borrar los his-
tóricos clivajes políticos de nuestras
vidas y afirmar que Todo es posible
juntos. La evidente y torpe idea del
anuncio comercial gubernamental, el
de la cadena de agregación de valor
que se precisa para hacer una em-
panada, que nos muestra cómo los
felices eslabones, cada uno de ellos
emprendedor entusiasta de su con-
el ojo mocho 33
Ensayos
dición monádica, se esmera para ha-
cerse de una porción de la renta que
la cadena general produce. Todos fe-
lizmente encadenados. El leit motiv
anula todas las diferencias entre ricos
y pobres, dominantes y dominados,
beneficiarios y perjudicados.
¿Cuáles son los modos de
la política en esta Argirópolis inver-
tida?: votar de vez en vez, twitear y
feisbuquear a destajo para surfear
alegremente sobre las olas de aguas
servidas que generan los trolls de la
Jefatura de Gabinete y participar es-
porádicamente de alguna concentra-
ción expresamente anunciada como
“autoconvocados”, es decir, como
reunión de mónadas “no politiza-
das”. El exterior constitutivo: aquello
que aparece no formando parte de
las cadenas de valor de esas propa-
gandas. Primeramente, los militantes
políticos (a los que se sindica de in-
variantes corruptos), los trabajadores
públicos (que serían invariantemente
vagos) y los trabajadores informales
o de la economía popular (que por
su aspecto, serían indefectiblemente
delincuentes). Para ellos, el escarnio,
el desempleo y el aparto represivo.
Aparece aquí una triada para abolir la
política: jueces “duros” + periodismo
plumífero + gatillo fácil.
Balcanización del lazo so-
cial (el infinito circular) y desmemo-
ria (estrecho infinito lineal) constitu-
yen la estrategia del gobierno para
desarmar al sujeto del mundo polí-
tico precedente, para quitarle densi-
dad histórica a nuestros asuntos. Para
desaparecer Plaza de Mayo, despla-
zar casa Rosada y poner en su lugar
el proyecto Casa Amarilla. ¿Acaso
tendrán éxito y quedaremos como
esos personajes de Soriano perdidos
en una ubicua ruta pampeana?
Para salir del encierro del
infinito espacio vacío que rodea a los
personajes de Soriano precisamos
seguir el consejo borgeano y apostar
a reconstruir el laberinto infinito. El
tercer modo de lo infinito, ese por el
que se inclina finalmente Borges. Los
senderos que se bifurcan muestran la
posibilidad de construir una tempo-
ralidad histórica que anude las expe-
riencias particulares y fragmentarias
del tiempo, que articule los múltiples
34 el ojo mocho
senderos que se nos ofrecen, en un
proyecto político común consisten-
te. Aquí Borges nos brinda una clave
para asumir las múltiples posibilida-
des históricas del pasado, recuperar
la historicidad de los proyectos po-
líticos vencidos; y poder hilvanarla
con los senderos que aparecen en
este aciago presente; y poder proyec-
tarlas en las múltiples posibilidades
abiertas de las bifurcaciones del futu-
ro.
Los senderos que ofrece
este momento histórico para propi-
ciar la defección de los cuerpos y las
subjetividades que componen el su-
jeto colectivo y sostienen el mundo
político de los últimos años pueden
sintetizarse del siguiente modo:
Entregarnos a la molicie del empleo
público, a la rutina laboral del sector
privado y dejar en stand by nuestras
inquietudes políticas.
Practicar un acomodaticio
repliegue sobre la estrategia de re-
construcción del establishment par-
tidocrático que se plantea desde el
poder para intentar clausurar nueva-
mente las sucesivas irrupciones del
hecho maldito del país burgués (las
coordenadas nominales de esta es-
trategia se inscriben hoy en Urtubey,
Massa, Macri)
Devenir cultores intelec-
tualmente perezosos de un basismo
mesiánico que apela a la espontanei-
dad disruptiva de las vidas lúmpenes,
a las micropolíticas de barrio para
recuperar una supuesta vía política
emancipatoria que perdimos en 2003
con la estatalización de la militancia
y la expansión del consumo popular.
Mantenerse en una espec-
tante minoría de edad, abrigados por
netflix o las tardes con Víctor Hugo,
a la espera del retorno mágico del li-
derazgo mesiánico.
Lo que enseña la estrate-
gia histórico política que nos lega-
ra Borges con su singular modo de
concebir la infinitud es que ceder a
favor de alguno de estos senderos
nos niega la posibilidad de asumir
la coexistencia temporal de los mis-
mos y el desafío de habitarlos simul-
táneamente. Piedra de toque de una
posible eficacia política. En la mutua
determinación del habitar estos sen-
deros simultáneamente, cada uno de
ellos es trabajado por el resto y con
ello modifica su declinación política
y adquiere consistencia como estra-
tegia de lucha: a) habitar la fábrica,
el kiosco o la oficina pública como
activista político, y asumir ese espa-
cio como silencioso campo de lucha;
b) asumir las herramientas organiza-
tivas del campo nacional y popular
(FPV, Partido Justicialista, Centrales
de Trabajadores, Movimientos socia-
les, etc.) y no cederlas alegremente
a las cúpulas dirigenciales. Disputar
los espacios de decisión para afectar,
con nuestra activa presencia, las de-
cisiones que allí se toman; c) insistir
en la organización política de base,
trabajar en y desde la multiplicidad
heterogénea de territorios, de geogra-
fías y comunidades, que constituyen
el campo de lo plebeyo en la políti-
ca nacional, y cuya heterogeneidad,
como en los organismos vivos, son
condición de posibilidad de incorpo-
ración de novedades, de desarrollo
de nuevos dispositivos de interven-
ción a la “máquina de guerra” pe-
ronista; punto clave de la estrategia
borgeana d) asumir conscientemente
la relevancia de los liderazgos políti-
cos excepcionales para los proyectos
políticos popular nacionales y, para-
lelamente, en el indispensable apun-
talamiento de esos liderazgos en una
densa, simple y heterogénea (carac-
terísticas propia de la composición
molecular de los virus, que no en
balde son los organismos vivos más
exitosos del planeta) organización de
militantes políticos.
Insistir en la fuerza subje-
tiva multiforme que compusimos en
estos años. Sostener los sitios en los
que supimos inscribirnos política-
mente. Reinventar el modo de tejer y
politizar los lazos sociales. Recons-
truir en clave subjetiva el laberinto
borgeano que conforma la inmensa
espacialidad de la historia argentina,
allí donde han de sucumbir extravia-
dos los renovados bucaneros habitan-
tes del río, para afirmar, como tantas
veces ya, nuestra inquebrantable vo-
luntad de existir, de ejercer la memo-
ria y de hacernos cuerpo nuevamente
en nuestra Plaza de Mayo.

EL CONVITE MOVIMIENTISTA:
KIRCHNERISMO Y ORGANIZACIONES SINDICALES (2003-2015)
El convite
Sobre el movimiento pero-
nista se ha dicho y escrito mucho.
En el campo académico tal vez las
preguntas se puedan agrupar en las
siguientes: ¿por qué surgió? En refe-
rencia a su proceso de constitución;
¿por qué persistió a la muerte de Pe-
rón? Para explicar su supervivencia
luego del genocidio en los setenta y a
la muerte de Perón en un movimiento
que se decía vertical; y más reciente
¿cómo sobrevivió al menemismo y a
las transformaciones del mundo del
trabajo y el Estado? Respecto de esta
última, algunas respuestas indican
que el peronismo tiene una capaci-
dad para leer la coyuntura y adaptar-
se a los nuevos tiempos, una especie
de realismo político por la que el
peronismo no tiene problemas en de-
jar de lado cuestiones ideológicas en
pos de gobernar; otras que conforma
una promesa para los tiempos que si-
guen.
Estas no necesariamente
son excluyentes, de hecho una lec-
tura posible es que el kirchnerismo
ganó las elecciones de 2003 en un
escenario electoral sumamente frag-
mentado porque logró capitalizar
la estructura territorial del Partido
Justicialista, sobre todo de la pro-
vincia de Buenos Aires, que incluía
gobernadores e intendentes. Es decir,
que esa estructura permitía algo así
como la legitimidad de origen. Pero
gobernar es mucho más que llegar a
la presidencia y más si la intención
es conformar un movimiento polí-
tico. Esta posibilidad estuvo dada
por la promesa de un país normal,
con estabilidad, trabajo, educación
y derechos humanos, que acercó a
organizaciones territoriales, socia-
les y sindicales y sin las cuales no se
hubiera conformado la legitimidad
de ejercicio. Esa promesa adquiría
además para ciertas organizaciones
la posibilidad de volver a intervenir
de un modo más directo y activo en
temas de su interés y ámbito de re-
presentación.
Dicho brevemente, el kir-
chnerismo entre mayo de 2003 y
octubre de 2010, bajo la conducción
política de Néstor Kirchner, constitu-
yó un movimiento político integrado
por una élite externa –nucleada en el
FPV y compuesta por el Partido Jus-
ticialista y el Grupo Calafate–, orga-
nizaciones con representación en los
trabajadores formales –como CGT–
y los sectores populares, desocupa-
dos y trabajadores informales –como
Barrios de Pie, la Federación de
Tierra, Vivienda y Hábitat y el Mo-
vimiento de Trabajadores Desocupa-
dos Evita, luego Movimiento Evita–.
Esas relaciones se iniciaron en junio
de 2003 cuando Kirchner organizó
una serie de reuniones para conocer
demandas e invitarlas a que se incor-
poraran a la coalición de gobierno.
Desde el punto de vista de la élite
política, la integración de aquellas
era necesaria ya que sólo un puñado
de legisladores y funcionarios eran
propios y un movimiento político
necesita de una identificación y una
base de sustentación relativamente
amplia1. Para las organizaciones, el
kirchnerismo constituía una posibili-
dad identificatoria, es decir, la oca-
sión para volver a hacer política en
nombre del peronismo. Debido que
ninguna organización dejaba de lado
su propia –o anterior– identificación
ni sus intereses particulares, este mo-
vimiento tomaba más la forma de un
espacio de articulación multiorgani-
zacional que uno orgánico y vertical.
En este sentido, no era fuerza pro-
pia, sino organizaciones con las que
había que acordar y negociar. Sobre
este rasgo residía la potencialidad
del kirchnerismo en tanto lograba ar-
ticular diversas demandas de una so-
ciedad que se había heterogeneizado
demasiado en los tiempos neolibera-
les. No obstante, eso que le permitía
contar con amplios márgenes de apo-
yo electoral, también constituía su
mayor debilidad porque esas deman-
das sectoriales estaban en tensión
Dossier
Ana Natalucci
con la unidad del movimiento. Así
había dos lógicas, una corporativa y
otra política (incluso de la elite) que
no siempre lograban mancomunarse.
El objetivo de este artículo es abor-
dar las relaciones entre el movimien-
to kirchnerista y las organizaciones
que se incorporaron a él, especial-
mente las sindicales, a partir de esa
idea de convite, esto es de invitar y
de convidar el poder que se había al-
canzado para consolidarlo. Esta fue
la propuesta que la élite kirchnerista
le hizo a varias organizaciones, entre
ellas la CGT Rebelde que conducía
en 2003 Hugo Moyano. Dicho con-
vite tuvo algunas mutaciones a raíz
de los vaivenes económicos y de los
cambios internos en la elite política,
sin embargo, lo decisivo fue esa ten-
sión entre las posiciones sectoriales
nunca disueltas y la política.
El sindicalismo peronista en el kir-
chnerismo
Una primera cuestión sobre
el actor sindical es que esa tensión
entre lo corporativo y la política se
encontraba en su momento origina-
rio, evidenciada en su doble repre-
sentación de demandas obreras y de
demandas políticas (Torre, 2012).
Durante el kirchnerismo, aquella ad-
quirió una forma particular debido al
proceso de revitalización propiciado
por la estrategia neodesarrollista acu-
ñada por el gobierno nacional y por
la articulación política ya menciona-
da. Vale recordar que el kirchnerismo
había incentivado un proceso de re-
vitalización acotado y orientado a la
restitución del poder de negociación
corporativa que funcionara como
contrapeso a sectores empresariales
(Natalucci, 2015). Al mismo tiempo,
y probablemente como consecuencia
no deseada, generó expectativas en
torno a la recuperación de su estatuto
de sujeto político; aunque no todos
los nucleamientos lo pensaban de la
misma manera esa discusión atrave-
só todo el espacio. Ambas cuestiones
produjeron una tensión entre una di-
el ojo mocho 35
Ensayos
námica corporativa y otra política,
esto es, entre la intención de la élite
kirchnerista -cuya idea era ofrecer
sólo un espacio de contención en
términos políticos y de presión en lo
económico- y la de algunas fraccio-
nes del sindicalismo que bregaron
por una creciente participación en el
sistema político. El conflicto se agu-
dizó a partir de dos cuestiones. Por
un lado, cuando quedó claro que la
élite política kirchnerista más allá de
su propuesta no estaba dispuesta a
ceder su poder con el sindicalismo;
y, por otro, cuando la estrategia neo-
desarrollista encontró algunos pun-
tos de agotamiento.
El reposicionamiento corporativo
Como es sabido, la imple-
mentación del neodesarrollismo a
comienzos de 2002 supuso cambios
en el patrón de acumulación (Cas-
tellani y Schorr, 2004; Gaggero,
Schorr y Wainer, 2014). En tanto
estrategia de intervención política
sobre la economía, el gobierno prio-
rizó tanto el crecimiento económico
que garantizara una alta rentabilidad
empresarial como mecanismos de
distribución económica que redu-
jeran la fuerte desigualdad social.
En términos económicos, Kirchner
proponía superar el modelo eco-
nómico neoconservador instalado
desde la dictadura militar de 1976 y
reconstruir un modelo de desarrollo
orientado a la industrialización con
protección estatal orientada a la sus-
titución de importaciones (Di Tella
y Kirchner, 2003). Ambos objetivos
se cristalizaban en las consignas “re-
construcción de un capitalismo na-
cional” y “un modelo de crecimiento
con inclusión social”. En función de
ésto, era necesaria la rearticulación
corporativa de los actores pertene-
cientes a la llamada burguesía na-
cional, sobre todo del Movimiento
Industrial Nacional (MIN), perte-
neciente a la Unión Industrial Ar-
gentina (UIA) (Castellani y Schorr,
2004) y de los trabajadores formales
representados en la Confederación
General del Trabajo (CGT). En su li-
bro con Torcuato Di Tella, Kirchner
sostenía que el rol de los empresarios
era maximizar las ganancias mien-
tras que los dirigentes gremiales de-
bían representar a los trabajadores en
36 el ojo mocho
la puja distributiva.
La estrategia neodesarro-
llista fue efectiva entre 2003 y 2008
debido al alto valor de los commodi-
ties de exportación, que permitían el
significativo crecimiento económico
como la creación de empleo formal y
con ello la dinamización del merca-
do interno que arrastraba a sectores
de la economía informal. Sin em-
bargo, entre 2008 y 2009 diversos
problemas económicos frenaron esa
dinámica. El agotamiento de las con-
diciones excepcionales que la habían
alentado y la necesidad de pagar los
vencimientos de la deuda externa lle-
vó al gobierno a intentar modificar el
régimen de retenciones por los com-
modities activando el conflicto con
las patronales agropecuarias. Por su
parte, la crisis de 2009 detuvo el cre-
cimiento económico y la creación de
empleo. Asimismo, la concentración
extranjera del capital en los primeros
gobiernos kirchneristas fue decisiva
para la acelerada fuga de divisas para
la remisión de utilidades que llevó a
la imposición del llamado cepo cam-
biario. Estas cuestiones frenaron el
descenso de la pobreza e indigencia,
detuvieron el crecimiento del em-
pleo, aumentando mínimamente la
desocupación y empezaron a limi-
tar el consumo. Es decir, entre ese
2008 y 2009 se quebró esa situación
donde ganaban todos, agudizando la
puja distributiva. La respuesta gu-
bernamental fue el crecimiento del
gasto público y el ascendente protec-
cionismo para proteger los ingresos
empresarios y los puestos de trabajo.
Todos ellos reprodujeron el círculo
vicioso del stop and go (Gaggero,
Schorr y Wainer, 2014).
Frente al incremento de la
puja distributiva, la opción del sin-
dicalismo fue doble: por un lado,
avanzar en la extensión del sistema
de protecciones, en espacial de los
trabajadores precarizados. En este
sentido, en mayo de 2010 Héctor
Recalde, representante legal de la
CGT, en carácter de diputado na-
cional presentó dos proyectos de
ley, en uno se requería el incremen-
to de las indemnizaciones previstas
por la ley de Contrato de Trabajo Nº
20.744 para los casos de relaciones
laborales no registradas, mientras el
segundo apuntaba a reducir la flexi-
bilización de la jornada laboral. Am-
bos proyectos generaron tensiones
en la mesa de diálogo en pos de la
defensa de la producción y el empleo
que habían promovido el entonces
secretario de la UIA, José Ignacio
de Mendiguren, y la CGT Azopardo,
sobre todo por el sector ortodoxo y
ultraliberal encabezada entre otros
por Daniel Funes de Rioja. Estas
rispideces se agudizaron cuando en
septiembre de ese mismo año, Recal-
de presentó el proyecto “Reparto de
las utilidades empresarias entre los
trabajadores” por el cual se creaba
“un organismo tripartito, compues-
to por los empleadores, la CGT y el
Estado” cuya función era revisar la
implementación de la ley así como la
conformación de un fondo solidario
para los trabajadores informales. Lo
que alertó al sector empresarial era
que este proyecto habilitaba a los
trabajadores –y / o sus gremios– a
revisar los balances de las empresas,
conocer la estructura de costos y par-
ticipar de las decisiones que tomara
los respectivos Directorios; modi-
ficando sustantivamente la relación
de fuerzas entre sindicatos y empre-
sarios. El principal cuestionamiento
empresario era hacia el avance del
poder sindical y lo que interpretaban
como una “cogestión” en un con-
texto que caracterizaban como de
pérdida de competitividad. Aunque
dirigentes kirchneristas, entre ellos
Kirchner, manifestaron inicialmente
su apoyo al proyecto, este se trans-
formaría poco después en un objeto
de disputa al interior del movimiento
político. En este marco de tensiones
con sectores políticos y empresarios
se realizó el acto por el Día de la
Lealtad.
Fallido este intento, la es-
trategia de la CGT se orientó a in-
tentar reducir la presión tributaria
que recaía sobre los trabajadores en
relación a la cuarta categoría del im-
puesto a las ganancias. Estas fueron
las oportunidades pero también los
límites con que se encontró el actor
sindical en su intento de recomposi-
ción corporativa. Pero no fueron los
únicos.

El sindicalismo como sujeto polí-
tico
Como se mencionó durante
el kirchnerismo, el sindicalismo y
especialmente el nucleamiento que
conducía Hugo Moyano, se había
propuesto no sólo reponer su poder
de negociación corporativo, sino re-
cuperar su estatuto de sujeto político,
es decir, volver a ser la columna ver-
tebral del movimiento, expresada en
el reclamo de restitución del 33% de
los cargos legislativos y partidarios
para los dirigentes sindicales (Schi-
pani, 2012). Hasta acá el esquema
peronista clásico, sin embargo, para
2010 esa idea se fue reconfigurando
hacia convertirse en la cabeza del
movimiento nacional, cuyo propósi-
to entraría en coalición con el de la
elite política.
En el momento de su asun-
ción, el kirchnerismo se encontró
con una CGT altamente fragmentada
en varios espacios: los “gordos”, los
“independientes”, los “menemistas”
y la CGT Rebelde que reunía al Mo-
vimiento de Trabajadores Argenti-
nos (MTA). En julio de 2005, y lue-
go de un triunvirato, Moyano asumió
la secretaría general por un acuerdo
entre el MTA y los “independientes”
y la bendición de Kirchner. Sin du-
das, la unificación de la CGT bajo
el liderazgo moyanista permitió el
reposicionamiento corporativo. Sin
embargo, este no se traducía en la
conquista de espacios legislativos
y ejecutivos. En este sentido, poco
después de las elecciones parciales
de junio de 2009, el moyanismo creó
dos organizaciones de modo de con-
cretar lo que denominaba el salto a
la política, como expresión de la de-
manda de participación en el proceso
político. Por ello, en septiembre de
ese año se creó la Corriente Nacional
del Sindicalismo Peronista (CNSP) y
en diciembre la Juventud Sindical de
la Corriente. Según la Declaración
de Mar del Plata, el objetivo de la
CNSP era reunir a las organizaciones
sindicales peronistas en una corrien-
te político sindical que contribuyera
“a la reorganización del Movimiento
Nacional y Popular como eje articu-
lador de los intereses nacionales, la
garantía de políticas de Estado y la
determinación de una agenda cons-
truida por los argentinos y para los
argentinos”. La estrategia a partir de
la creación de dichas organizaciones
se extendió en la participación le-
gislativa, en la realización de actos
públicos que pugnaran a favor de los
objetivos sindicales y en el avance
sobre el Partido Justicialista (PJ).
Tal vez el acto que con-
dense todas estas pujas sea el que se
realizó en el Estadio de River Plate
el 15 de Octubre de 2010 a propó-
sito del Día de la Lealtad, donde se
calcula la participación de 150 mil
asistentes. La convocatoria se había
realizado con la consigna “La Hora
de los Trabajadores” parafraseando
la famosa frase “La Hora del Pue-
blo”. Hubo dos oradores: Moyano y
Cristina Fernández de Kirchner. El
dirigente cegetista planteó dos ejes:
primero, instó a la aprobación del
proyecto de ley de reparto de las uti-
lidades empresarias justificado por la
necesidad de los trabajadores y la ga-
nancia extraordinaria que habían te-
nido las empresas durante esos años.
El segundo eje se orientó a la cues-
tión política, directamente interpeló
a los presentes en carácter de trabaja-
dores a “dejar de ser un instrumento
de presión para ser un instrumento
de poder”, en pos del objetivo final
que era “concientizar políticamen-
te a los trabajadores para tener a un
trabajador en la Casa de Gobierno”.
En esta línea, se preguntó “¿por qué
vamos a renunciar a la política?” y
sostuvo que ansiaba la presencia de
trabajadores en los tres poderes del
Estado (Natalucci y Morris, 2016).
A partir de ambos ejes, el dirigente
reforzó su posición como represen-
tante de esos trabajadores que tenían
derecho sobre las ganancias que
contribuían a generar y como agen-
te politizador de las organizaciones
sindicales. Ambas cuestiones fueron
mal recibidas por el kirchnerismo
dado que las entendían como una
presión al poder político y un inten-
to de desplazamiento de los “políti-
cos” por parte de los “sindicalistas”.
Fernández de Kirchner, quien habló
inmediatamente después, respondió
que ya había un trabajador en la Casa
de Gobierno, ya que, ella trabajaba
desde su juventud y sin aludir direc-
tamente al proyecto de reparto de
utilidades, instó a mantener la paz y
Dossier
cooperación con los empresarios. In-
tegrantes de la elite política como de
las organizaciones sindicales señalan
que a esta controversia como el hito
de la ruptura política entre ambos y
la posterior salida del moyanismo
del kirchnerismo.
El fallecimiento de Nés-
tor Kirchner el 27 de octubre de ese
mismo año dificultó las relaciones
al interior del kirchnerismo, si bien
hubo cambios relativos a las modali-
dades de liderazgo lo cierto es que el
objetivo de Moyano de recuperar el
estatuto de sujeto político molestaba
también a gobernadores y principal-
mente a intendentes de la Provincia
de Buenos Aires (PBA) por la con-
ducción del PJ-PBA.
Haciendo una breve recapi-
tulación, poco antes del conflicto con
las patronales agropecuarias, Kirch-
ner decidió avanzar en la normaliza-
ción del PJ. Para ello, el 7 de marzo
de ese 2008 se realizó un encuentro
en Parque Norte donde se estableció
su candidatura como presidente del
partido, la reformulación de la Car-
ta Orgánica por la cual el Consejo
Nacional tendría 55 integrantes y la
mesa directiva 28 y quedó definida
la fecha del 14 de mayo para el fun-
cionamiento del Congreso. Ese día
en el que Kirchner asumió, Moyano
lo hizo como vicepresidente segundo
del PJ Nacional, después de los go-
bernadores Daniel Scioli y Jorge Ca-
pitanich. El 30 de noviembre se reno-
varon las autoridades del PJ-PBA, en
las cuales triunfó Alberto Balestrini
-en ese entonces vicegobernador de
la PBA- quien asumió su cargo el 15
de diciembre junto al resto del con-
sejo provincial. Las vicepresidencias
y secretarías no fueron sometidas a
votación, la designación le corres-
pondió a Kirchner; Moyano ocupó
la vicepresidencia primera. De esta
manera, Moyano se alzaba con dos
altos cargos en las principales es-
tructuras partidarias. El 7 de abril de
2010, Balestrini sufrió un accidente
cardiovascular; siendo reemplazado
por Moyano el 24 de agosto. Si bien
se siguió el procedimiento estableci-
do, lo cierto es que abrió una interna
entre los “sindicalistas” y los “inten-
dentes” reunidos en la Federación
Argentina de Municipios (FAM);
el ojo mocho 37
Ensayos
para quienes Moyano intentaba usar
la estructura partidaria para instalar
su candidatura como gobernador
para las elecciones de 2011 (Nata-
lucci y Morris, 2016).
La decisión de Fernández
de Kirchner acerca que la lista que
la llevaba como candidata a la pre-
sidencia para el período 2011-2015
fuera acompañada por colectoras en
diferentes distritos había alertado
a los intendentes, que a su vez em-
pezaron a presionar a Moyano. Los
reclamos se sintetizaban en la frase:
“¿No es el jefe del PJ bonaerense?
Algo debería decir”. Esta disputa en
torno a las listas y su conformación
se saldó en junio sin consulta con el
PJ ni el sindicalismo. El 21 de junio,
durante un acto Fernández de Kirch-
ner anunció que iría por su reelec-
ción. El 26 se cumplía el plazo re-
glamentario para la presentación de
listas de candidatos legislativos; en
los días previos la información que
circulaba era que la CGT tendría “4
lugares expectantes” a nivel nacional
y que era notoria la disparidad con
las expectativas sindicales expresa-
das en un “papel con nombres” que
le había entregado Moyano a Carlos
Zanini, secretario Legal y Técnico
de Presidencia de la Nación2. A este
malestar de Moyano se le sumó la
presión de los intendentes por las co-
lectoras, una vez más estaban siendo
dejados de lado en el armado electo-
ral.
Pocos días después, Moya-
no declaró que “No solamente esta-
mos para votar, para concentrarnos,
cuando nos llaman para una movi-
lización. Los trabajadores tenemos
la herramienta y el instrumento más
importante de la democracia: te-
nemos la posibilidad de encauzar
el voto y seremos invencibles. [...]
Sólo desde el poder se modifican las
cosas, desde la presión se pueden co-
rregir algunas cosas, pero no se las
modifica. Tenemos hombres con la
suficiente capacidad para sentarse en
la Casa Rosada. Ese es el objetivo
que tenemos que buscar”3.
Aunque el sindicalismo
participó de la campaña electoral dos
hechos concretaron la ruptura que
se había vislumbrado en el acto de
38 el ojo mocho
River. El 10 de diciembre de 2011,
Fernández de Kirchner asumió su
segundo mandato ante la Asamblea
Legislativa marcando un nuevo tono
para el período venidero. Sostuvo
que se inauguraba un tiempo de “sin-
tonía fina” y reiteró que en Argentina
había libertad de huelga pero no de
extorsión. El 15, durante el festejo
por el Día del Camionero en el Club
Huracán, Moyano sostuvo que la
CGT mantendría sus reclamos y que
el 54% de los votos cosechados por
el FPV pertenecían a los trabajadores
y no a los “chicos bien” en relación
a La Cámpora. Antes de finalizar su
discurso, renunció a los cargos parti-
darios en el PJ nacional y bonaerense
a los que caracterizó como una “cás-
cara vacía”.
Reflexiones finales
Es difícil medir la inci-
dencia exacta de la debacle sindical
sucedida desde 2012 en las derro-
tas electorales del kirchnerismo en
las elecciones de 2013 y luego las
presidenciales de 2015. Es difícil
afirmar taxativamente que ese de-
rrotero sindical fuera síntoma o bien
del agotamiento de la estrategia eco-
nómica neodesarrollista o bien de
los cambios en la elite política por
el fallecimiento de Néstor Kirchner.
Incluso probablemente intervinieron
aspectos subjetivos, de liderazgo e
internos en la CGT debido un tema
que no abordamos pero que tuvo
influencia como fueron las disputas
por encuadre sindical que socavaron
la legitimidad interna de Moyano
como secretario general. Todos fue-
ron necesarios y ninguno suficiente
en sí mismo.
De ahí que el objetivo de
este artículo fuera revisitar ese pro-
ceso, detenerse en algunos aconteci-
mientos que marcaron hitos y releer
una tensión que no es novedosa para
el sindicalismo argentino, entre lo
corporativo y la política, pero que
en el kirchnerismo adquirió rasgos
particulares. Aquella fue constitutiva
de la emergencia y consolidación del
espacio, no sólo para las organiza-
ciones sindicales sino también socia-
les y políticas.
Esa tensión no se expresa
en una situación de confrontación
entre dos actores fijos que confron-
tan por el poder ya establecido. Más
bien se trata de dos lógicas presentes
en las relaciones al interior del es-
pacio a partir de las cuales las orga-
nizaciones articulaban, competían,
conciliaban y hasta cedían en sus
demandas sectoriales en pos del pro-
yecto nacional. Esta característica
fue singular del kirchnerismo como
espacio, donde confluían diversas
organizaciones con necesidades mu-
tuas pero donde la carta ganadora la
tenía la elite política que presidía el
Poder Ejecutivo Nacional. Esa suerte
de convite que hizo Néstor Kirchner
al inicio del proceso, que iba resig-
nificando en las diferentes coyuntu-
ras, pero que no estaba dispuesto a
ceder. En este sentido, ese espacio
no era significativamente propio, no
era fuerza propia, eran organizacio-
nes con las que había que negociar
y acordar todo el tiempo, sobre todo
en las coyunturas adversas. Las dife-
rentes tensiones –y sobre todo luego
del fallecimiento de Kirchner– gene-
raron una idea en la elite que era ne-
cesario construir esa fuerza propia y
que además esta podía reemplazar a
las organizaciones. En el medio que-
daba el debate por la representación,
esto es, qué representante represen-
taba a sectores representados valga
la tautología. Lo que se intentó re-
construir en este artículo a la luz de
la experiencia sindical es que ningún
sector tenía el monopolio de la repre-
sentación sobre ningún otro, que eso
era parte de la potencialidad del kir-
chnerismo y que el movimiento era
más que la suma de sus partes.
1. Respecto de esta perspectiva es fundamen-
tal la consulta del libro que Néstor Kirchner
publicó junto con Torcuato Di Tella en 2003.
2. En el período legislativo 2007-2011 había
13 diputados oficialistas vinculados al sindi-
calismo, pero no todos respondían al sector de
Moyano. Lo hacían Recalde, Plaini; Argüello
y Antonio Alizegui, pero estos dos últimos
concluían su mandato en 2011 (La Nación,
“Malestar en la CGT: lograría apenas cuatro
candidaturas”, 24-06-11).
3. La Nación, “Moyano: “No solamente es-
tamos para votar o para concentrarnos””, 06-
07-11.

Bibliografía citada
-Castellani, A. y Schorr, M. (2004),
“Argentina: convertibilidad, crisis de
acumulación y disputas en el interior
del bloque de poder económico”, en
Cuadernos del CENDES, Vol. 57, Nº
21, pp. 55-81.
-Gaggero, A., Schorr, M. y Wainer,
A. (2014), Restricción Eterna. Bue-
nos Aires: Crisis.
-Di Tella, T. y Kirchner, N. (2003).
Conversaciones. Después del De-
ALREDEDOR DE LA JAULA:
EL SINDICALISMO ANTE EL GOBIERNO DE MACRI
Desde Hangzhou, la ciudad
china donde se realizó a comienzos de
septiembre la reunión anual del grupo
de las veinte principales economías del
mundo (G-20), el presidente Mauricio
Macri respondió sorprendido a la pre-
gunta por la posible reapertura de las
negociaciones colectivas. “¿Cómo se
van a abrir [las paritarias] si ya se nego-
ciaron?”, y agregó a modo de justifica-
ción de su negativa: “Y la inflación va
a la baja”. Toda una definición del pre-
sidente, considerando que el salario en
el sector privado se había contraído ya
un 12% en junio con respecto a diciem-
bre de 2015. El rumor en torno a una
nueva ronda de negociaciones salaria-
les se ha instalado, sobre todo, porque
ha habido sindicatos que firmaron sus
acuerdos sólo por un semestre y ahora
se disponen a revisar sus porcentajes,
frente a la mayoría de las organizacio-
nes que firmaron aumentos anuales en-
tre el 30% y el 35%. Como la inflación
estimada para fin de este año ya está
instalada alrededor del 45%, son varios
los sindicatos que buscan la reapertura
de las paritarias en sus sectores. Acaso
estimula-do por la distancia geográfica
y temática del G-20 con la agenda co-
tidiana de la Argentina, Macri le dio la
pincelada final al cuadro de situación en
que se desarrollarán las relaciones en-
tre el gobierno, los sindicatos y demás
actores del mundo del trabajo en los
próximos meses.
Sus declaraciones ocurrieron
pocos días después de la finalización
rrumbe. Buenos Aires: Galerna.
-Natalucci, A., (2015), “Corpora-
tivismo y política: dilemas del mo-
vimiento obrero durante el kirch-
nerismo”, en Revista Población &
Sociedad, Vol. 22, Nº 2, pp. 5-25.
Disponible en: http://www.pobla-
cionysociedad.org.ar/archivos/22/
P&S-V22-N2- Natalucci.pdf. [Con-
sultado el 3 de octubre de 2016].
-Natalucci, A. y Morris, B. (2016),
“La ruptura de la CGT: disputas en
torno a sus proyecciones políticas
multitudinaria de la Marcha Federal,
organizada por las dos vertientes de la
Central de Trabajadores de la Argenti-
na (la CTA-Autónoma y la CTA de los
Trabajadores) junto a más de un cente-
nar de sindicatos, organizaciones socia-
les y partidarias, decididas una vez más
a darle cauce al malestar generalizado,
y de la reunificación de la Confedera-
ción General del Trabajo (CGT), deci-
dida a apurar tanto gestos de diálogo
con el estado como de articulación con
organizaciones sociales y políticas que
gestionan la supervivencia de los traba-
jadores informales y desocupados.
Este documento aborda la
coyuntura actual en la que se desen-
vuelven las relaciones entre gobierno
y sindicatos. El gobierno ha dado un
renovado impulso hacia el neolibera-
lismo y la respuesta sindical no ha sido
uniforme. Las sospechas que pueda ge-
nerar Macri entre los sindicalistas no se
han traducido en un rechazo generali-
zado que lo considere antiobrero o anti-
sindical, dado que por el escaso tiempo
de su gestión goza todavía del beneficio
de la ambigüedad en torno a las inicia-
tivas que adopta. Los sindicatos están
acomodándose a la nueva situación,
que los enfrenta, en el corto plazo, a
un cambio en el talante de la política
económica y de las alianzas políticas
que habrán de sostenerla, y, en el largo
plazo, a una transformación estructural
aún en curso del mercado de trabajo,
que desde la década de 1990 impacta
sobre las formas de agremiación de ese
Dossier
(Argentina, 2011-2012)”, ponencia
presentada en el VIII Congreso Lati-
noamericano de Estudios del Traba-
jo, organizado por ALAST, Buenos
Aires, 3 al 5 de agosto.
-Schipani, A. (2012) “Los motivos
de la ruptura”, en Le Monde Diplo-
matique, Edición Julio, pp. 1-5.
Torre, J. C. (2012).Ensayos sobre
movimiento obrero y peronismo.
Buenos Aires: Siglo XXI.
Martín Armelino
universo heterogéneo que hoy com-
ponen las clases trabajadoras, y sobre
las lealtades políticas que se renuevan
alrededor de ellas. El documento plan-
tea que las estrategias desplegadas por
las cúpulas sindicales en este escenario
responden a distintas modalidades de
sindicalismo, que influyen en el tipo de
respuestas gremiales con que defienden
a los trabajadores. Los sindicatos de la
CGT están ceñidos al sector formal del
mercado de trabajo y tienen un vínculo
más parsimonioso con el sector infor-
mal, mientras que los distribuidos en las
dos CTA hacen pie en ambos sectores
procurando representaciones de nuevo
tipo.
Esas respuestas tienen lugar,
ahora, en un cuadro de mayor conflicti-
vidad laboral y en el que adquirirá ma-
yor espesor el conflicto social. Esto será
así tanto por el conjunto de medidas de
ajuste económico y desincentivo sobre
la actividad industrial desplegadas en
estos pocos meses de gobierno, que
golpean al corazón de las clases traba-
jadoras y populares de los principales
centros urbanos, como por la presencia
de una densa trama organizativa que
canaliza este malestar y que ya ha dado
muestras de importantes niveles de
coordinación del descontento. Por fin,
esto plantea interrogantes sobre cómo
tramitará la política laboral este gobier-
no y sobre cómo será la coordinación
organizativa de la contienda política.
el ojo mocho 39
Ensayos
Salarios, empleo y protesta
En torno a las relaciones la-
borales, si nos regimos por la legisla-
ción vigente en la Argentina, la palabra
presidencial sólo debería referir a los
empleados de la administración pública
nacional, que están bajo su dependen-
cia. El régimen argentino de relaciones
laborales no faculta al estado a dictar la
apertura y cierre de las negociaciones
colectivas sino a promulgarlas una vez
que empresas y sindicatos han arribado
a un acuerdo. Dicho de otro modo, las
marchas y contramarchas alrededor de
la negociación colectiva están, legal-
mente, restringidas al desarrollo de las
relaciones entre las partes, y el estado
oficia de árbitro. Sobre los planteles del
Poder Ejecutivo Nacional distribuidos
en los ministerios y demás organismos
descentralizados, por ejemplo, el Pre-
sidente puede desestimar la reapertura
de la negociación colectiva porque en
esa relación él es el titular de la parte
empleadora. Sin embargo, está claro
que la pregunta al Presidente aludía al
conjunto de los trabajadores, empezan-
do por los de la industria y los servicios
del sector privado que marcan el ritmo
de estas negociaciones, y la respues-
ta que de él se esperaba (al margen de
cuál fuere) era una que influyera sobre
el desenvolvimiento próximo de las ne-
gociaciones salariales y laborales.
Así, tanto al margen de la le-
gislación como de quién ocupe el cargo
presidencial, hay una influencia con-
creta de la palabra presidencial sobre la
dinámica de la negociación colectiva.
La performatividad de los dichos de
Macri, en este caso, queda demostra-
da por el hecho de que los propios in-
teresados le otorgan a su negativa una
suerte de consecuencia institucional: no
habrá reapertura de las convenciones
colectivas. Entonces, los empresarios
se distienden y los trabajadores amena-
zan con alterar la paz laboral. Aunque
un histórico abogado de los sindicatos
como el actual diputado Héctor Recal-
de y varios sindicalistas hayan buscado
restarle peso a aquellas declaraciones
señalando cuál es la responsabilidad del
Presidente en torno a la negociación co-
lectiva, saben incluso que la agitación
sindical posterior queda ampliamente
legitimada con este tipo de intervencio-
nes. Esto es así porque lo señalado en
estas circunstancias por Macri se ins-
40 el ojo mocho
cribe en el desenvolvimiento habitual
de las relaciones laborales en nuestro
país, cuyas instituciones han sido fun-
dadas desde la cúspide del estado y en
un tiempo en que ese estado gravitaba
mucho en la economía (y por lo tanto
en la distribución del ingreso). Desde
entonces, el modo como se han com-
portado el estado, los empresarios y los
sindicalistas en torno a la negociación
colectiva los ha acostumbrado a una
práctica en la que los gobiernos esta-
blecen la pauta inflacionaria y los otros
actores dirimen la pulseada distributiva,
procurando acercar al gobierno a sus in-
tereses. En los años kirchneristas hubo
una explícita asociación entre estado
y sindicatos en detrimento de los em-
presarios, que con matices se prolongó
hasta el final; ahora se da la asociación
inversa.
Apenas iniciado el año, el mi-
nistro de Hacienda y Finanzas Alfonso
Prat Gay afirmó que la inflación para
todo 2016 oscilaría entre el 20% y el
25% y estimó que las convenciones co-
lectivas deberían acompañar tales pro-
yecciones para controlar, precisamente,
la inflación. “Creo que cada paritaria
discute lo que puede discutir y acá no
es solo la dimensión del salario sino
también cuidar el empleo”, deslizó el
ministro, y a modo de cierre del asunto
advirtió: “Me parece que cada sindi-
cato sabrá dónde le aprieta el zapato”.
Su desdeñosa provocación encerraba,
no obstante, una cuota de verdad, pues
fue ése el marco dentro del cual se de-
sarrollaron las negociaciones colectivas
en los diferentes sectores. Sus resulta-
dos dependieron del poder de fuego de
los sindicatos para salir mejor parados
frente a unas cámaras empresarias ex-
plícitamente apoyadas por el gobierno
para endurecer el regateo y amenazar
con despidos.
Contra el telón de fondo de
los años kirchneristas, caracterizados
por la condena al neoliberalismo, la
revalorización del mercado interno a
través de la industria nacional y de la
expansión del consumo y el fortaleci-
miento del mercado de trabajo y de sus
instituciones tutelares, las iniciativas
del gobierno actual buscan recuperar
el ímpetu de la apertura económica in-
discriminada de la década de 1990 para
revertir ese escenario. Acaso el pago a
los fondos buitre, resuelto hacia fines
de marzo, fue en ese sentido la señal
más fulgurante, pero también hubo
otras desde comienzos de la gestión,
no menos impactantes para el grueso
de la población: junto con la reducción
(o eliminación, según los casos) de las
retenciones a las actividades extractivas
(agronegocios y megaminería), que
implicó una transferencia de recursos
a los principales sectores exportadores,
se dispuso el aumento las tarifas de los
servicios básicos en forma indiscrimi-
nada, lo que dificultó su pago por par-
te de usuarios residenciales, pymes y
cooperativas locales, y se despidió de
la administración nacional a miles de
trabajadores con el pretexto de la nece-
sidad de desprenderse de una porción
de contratos de empleo ligados a la mi-
litancia kirchnerista (básicamente, de
La Cámpora), que habría distorsionado
el volumen requerido para el desenvol-
vimiento eficiente del estado. Rápida-
mente quedó en evidencia la puerilidad
de ese argumento: el gobierno liquidó
áreas y redujo planteles que han recor-
tado el alcance estatal sobre ciertas es-
feras de la política social y tecnológica,
incentivó a los gobiernos provinciales a
seguirlo en el ajuste y alisó el camino
para que las cesantías y despidos se pro-
dujeran por fin en el sector privado. En
estos nueve meses se han perdido más
de 120.000 puestos de trabajo y habrá
más, a juzgar por nuevas declaraciones
del ministro de Modernización Andrés
Ibarra sobre un plan para resolver el so-
bredimensionamiento del empleo esta-
tal y optimizar su dota-ción; asimismo,
casi un millón y medio de personas ha
caído en la pobreza, según datos del re-
novado INDEC.
Respecto de la política labo-
ral, ha habido medidas oficiales poco
auspiciosas para los trabajadores. El
ejecutivo vetó la denominada “ley anti-
despidos” con que sindicatos y legisla-
dores de la oposición habían procurado,
durante mayo, obstaculizar desde el
parlamento la escalada del desempleo
en tan pocos meses. También durante
mayo se firmó un acuerdo entre el mi-
nisterio de Trabajo y la cadena de co-
midas rápidas McDonald’s, por el cual
la empresa se comprometió a incorpo-
rar 5.000 trabajadores jóvenes “perte-
necientes a sectores en vulnerabilidad
social”, bajo la figura de “practicantes”.
Según el ministro de esa cartera, Jorge
Triacca, el convenio tenía por fin con-

tribuir a la promesa de campaña de la
“pobreza cero” en la Argentina. Sin
embargo, el convenio fue objetado en
los tribunales del Trabajo por un grupo
de diputados nacionales del Movimien-
to Evita junto a la secretaría de la Ju-
ventud de la CTA de los Trabajadores,
quienes reclamaron su nulidad porque
consideran ilegal que los flamantes tra-
bajadores cobren un sueldo ($ 4.500)
inferior al monto del salario mínimo,
vital y móvil (de $ 6810, desde el 1 de
junio). Asimismo, el gobierno envió al
Congreso Nacional en septiembre un
proyecto para la creación del Plan Pri-
mer Empleo, que consiste básicamente
en una serie de exenciones impositivas
para las empresas que incorporen a
jóvenes de entre 18 y 24 años por tres
años.
Por detrás de estas propuestas
se cuela un proyecto más ambicioso de
flexibilización de las relaciones labora-
les para abaratar costos a las empresas
y suprimir garantías a los trabajadores.
Dado que el propio Presidente y la ma-
yoría de su elenco ministerial proviene
del ámbito empresario, no asombra
que en el horizonte de sus expectativas
emerja el fortalecimiento de la inver-
sión privada por sobre el de la inversión
pública como motor de la economía.
Las medidas económicas adoptadas
hasta ahora tienen ese sesgo y la in-
versión privada que ellas promueven
está destinada, o bien a la especulación
financiera, o bien a las actividades de
exportación. En este último caso, como
es sabido, la meta de este tipo de in-
versiones está puesta en el mercado
externo en vez de en el interno; por lo
tanto, como el mercado está afuera, se
refuerza el enfoque sobre los trabaja-
dores y los salarios como meros costos
y no como soportes del consumo y del
mercado interno.
La reunificación de la CGT
A comienzos de agosto, con
la tensión alta por el tarifazo y el incre-
mento de la inflación, el desempleo y
la conflictividad en distintos sectores,
el gobierno anunció la devolución a los
sindicatos de unos 29.000 millones de
pesos, provenientes de los aportes para
el sistema de obras sociales que admi-
nistran los sindicatos. Dichos fondos
habían sido retenidos por el estado en
2002 y desde entonces eran reclamados
por los sindicalistas en los pasillos ofi-
ciales. La medida fue anunciada poco
antes de la reunificación de la CGT,
donde se alistan la mayoría de los sin-
dicatos que gestionan grandes obras
sociales y de los sindicatos periféricos
asociados con empresas de medicina
prepaga que participan de los negocios
en torno a la prestación de salud, y los
términos del acuerdo de recobro fueron
el resultado de más de dos meses de tra-
bajo entre funcionarios y sindicalistas
para definir su distribución escalona-
da hasta 2020. En la ceremonia donde
Macri realizó el anuncio estaban senta-
dos en primera fila algunos dirigentes
sindicales: Armando Cavalieri de los
empleados de comercio, Gerardo Mar-
tínez de los obreros de la construcción,
Andrés Rodríguez del sindicato de la
administración pública nacional más
numeroso (UPCN) y José Luis Lingeri
de los trabajadores de Obras Sanitarias,
a quien Macri felicitó explícitamente
por haber sido el artífice del acuerdo.
Importa señalar que en diciembre pa-
sado Macri había designado al frente
del organismo que regula y controla el
circuito de fondos entre el estado y las
obras sociales (la Superintendencia de
Servicios de Salud) a un hombre de este
sindicato, que había sido hasta entonces
el director médico de su obra social.
Los sindicalistas que partici-
paron en la ingeniería de este laborioso
acuerdo poseen una gimnasia envidia-
ble para la planificación de negocios
con el estado y los respalda una larga
trayectoria en la gestión conjunta de
cuantiosos recursos. Están ejercitados
en la conquista de este tipo de beneficios
organizativos e institucionales, propios
del intercambio político que inspiró el
neocorporativismo europeo pero a la
argen-tina. Esto es, uno que no permuta
moderación salarial por política social
sino que intercambia moderación por
beneficios tales como la ubicación de
su personal en la dirección de oficinas
estatales afines a los temas gremiales, la
preservación (o innovación) de prerro-
gativas en la legislación laboral y sindi-
cal, la recepción de recursos financieros
mediante subsidios o la administración
de determinadas funciones estatales.
Dentro de ese cuadro de con-
flictividad social creciente y de expec-
tativas por este acuerdo ha tenido lugar
Dossier
la reunificación de la CGT, modelo
2016. La reunión de sus tres fracciones
prolonga de alguna manera diferencias
no saldadas y explicita la ausencia, aún,
de un liderazgo capaz de sortear estas
disputas. Una alternativa de último
momento surgió en la figura del líder
de los empleados bancarios, Sergio Pa-
lazzo, que capitaneó en el proceso de
reunificación una línea más combativa,
organizada bajo el nombre de Corriente
Federal de los Trabajadores Argentinos.
Desde hace años, Palazzo viene lide-
rando pulseadas salariales y laborales
que influyen en otros sectores, pues el
suyo es un ámbito típico de empleo ca-
lificado, y su sindicato hizo punta en la
confrontación con el gobierno al lograr
la reincorporación de los despedidos en
el Banco Central luego de más de dos
meses de medidas de fuerza que inclu-
yeron paros, movilizaciones y acampes
en el edificio mismo del conflicto, y
represión policial. Pero ni el grupo que
encabeza tenía a fines de agosto la gra-
vitación de los otros tres para alcanzar
la jefatura de la CGT, ni su perfil parece
encuadrarse en el marco de prudencia
neocorporativa que anima a las otras
tres corrientes como para auparlo. Esto
incluso rige para el ala más confrontati-
va que podría surgir del triunvirato, ex-
presada por el sector de Hugo Moyano
a través del dirigente del Sindicato de
Dragado y Balizamiento Juan Carlos
Schmid.
En ese sentido, la unidad de
esta CGT no parece buscar la acumu-
lación de fuerzas requerida en otras
circunstancias, en las que se ven ame-
nazadas garantías o privilegios organi-
zativos del sindicalismo. Por ahora, las
medidas del gobierno no están afectan-
do a los sindicatos, sino los trabajadores
a los que ellos represen-tan. A juzgar,
entonces, por lo acontecido en estos
meses, la impresión que se tiene es la
de unos sindicatos reagrupados para
asegurarse un flujo de recursos antes de
que los tiempos de sequía se propaguen
sobre la estructura de sus negocios. En
paralelo a esta ronda de acuerdos cor-
porativos, unifican posiciones en torno
a las reivindicaciones salariales y labo-
rales de los trabajadores.
Los gobiernos sacan prove-
cho de este tipo de acuerdos porque los
sindicatos con los que los firman son
los que afilian al sector privilegiado de
el ojo mocho 41
Ensayos
trabajadores registrados por las institu-
ciones laborales de las industrias, servi-
cios privados y públicos que definen la
pulseada distributiva; en consecuencia,
su accionar es clave para controlar las
metas inflacionarias y la marcha de la
economía. En este caso, el gobierno de
Macri se beneficia más con la unión que
con la división de los sindicatos de la
CGT, porque logra con menor esfuerzo
el compromiso uniforme de la mayoría
de los grandes sindicatos en torno a la
paz laboral a través del reparto diferido
de beneficios y porque a través de ellos
les fija un techo a los reclamos mucho
más insatisfechos de los trabajadores no
registrados que conforman el creciente
y heterogéneo universo del empleo pre-
cario.
Qué mejor ejemplo de ello
que las reiteradas reuniones que están
realizando distintos funcionarios con
“la CGT reunificada”. Es cierto que la
acción contenciosa de un sindicalismo
unido puede alcanzar mayor impacto
si corren peligro sus intereses organi-
zativos frente a la intensificación del
malestar laboral y social. Si Macri pone
en riesgo estos u otros acuerdos, rápi-
damente habrá una respuesta conjunta.
Pero no es menos cierto que, en un con-
texto de conflictividad progresiva y con
tales negocios entre manos, un sindica-
lismo unido también puede maniobrar
con mayor eficacia la protesta surgida
desde abajo. Tanto las decisiones surgi-
das del Co-mité Central Confederal que
la CGT realizó pocos días después de
su unidad como las decisiones surgidas
del encuentro de varios de sus dirigen-
tes con los ministros Triacca y Prat Gay
en la cartera laboral hacia fin de sep-
tiembre dan cuenta de esa destreza para
dosificar la confrontación. En el primer
caso, el Confederal de la CGT autorizó
a su conducción colegiada a tomar “las
medidas convenientes en los momentos
que se crean oportunos”; en el segundo,
los sindicalistas reclamaron al gobierno
un bono de fin de año que abar-que a
jubilados y beneficiarios de planes so-
ciales y la eximición del impuesto a las
ganancias sobre el medio aguinaldo de
diciembre como moneda de cambio
para aplazar la convocatoria a una huel-
ga general. Sobre la pérdida de puestos
de trabajo no ha habido comentarios.
Estos dilemas sindicales son
propios del reacomodamiento inevita-
42 el ojo mocho
ble de los actores sociales y políticos
ante un cambio de gobierno. Mucho
más si ese gobierno encara desde un
principio una serie de iniciativas eco-
nómicas con impacto directo sobre la
mayoría de la población, que a la sazón
integra el universo de los trabajadores
en sus distintos nichos y escalas. Las
diferentes opiniones entre los propios
sindicalistas que participaron en la reu-
nión con Triacca y Prat Gay dan cuenta
de la ambigüedad con la que, por estos
meses, los sindicatos observan todavía
a Macri y a las políticas de su gobierno.
Una ambigüedad que, incluso contra su
voluntad, el propio gobierno alimenta.
Por ejemplo: se acuerda la devolución
de los fondos de las obras sociales para
atemperar a las organizaciones con ma-
yor poder de fuego sobre la economía.
Pero eso no alcanza, porque los jefes
sindicales tienen que responder tam-
bién a sus afiliados por la pauperización
salarial y la amenaza del desempleo.
Entonces estos jefes sindicales le suben
un poquito el precio a la paz laboral y
le regatean al gobierno otras reivindi-
caciones menores, como las reseñadas
recién, que ayudan a descomprimir el
malestar.
Conviene tener presente que
los jefes sindicales atienden más de un
mostrador y, por lo tanto, es inevitable
que al atender uno de ellos le den la
espalda (o por lo menos le tengan que
pedir paciencia) al resto. Los acuerdos
entre cúpulas en la cumbre del poder,
como el celebrado poco antes de la
reunificación de la CGT, condiciona el
comportamiento de sus sindicatos, pero
no lo determina. Pocos días después de
la reunificación de la CGT y del inicio
su ronda de reuniones en los ministe-
rios, su triunvirato conductor inició en
paralelo otra ronda de visitas con los
empresarios de la Unión Industrial Ar-
gentina (UIA), el Partido Justicialista
(PJ), la iglesia católica y algunas de las
organizaciones sociales ligadas al pero-
nismo que trabajan en los territorios con
los sectores populares afectados por las
políticas de este gobierno. El denomi-
nador común de todos estos encuentros
fue la preocupación por la situación
actual y la evidencia de que si no hay
cambios habrá que mostrar resistencia.
Los sindicalistas de la CGT actúan con
prudencia, tal como les pidió el Presi-
dente; no obstante, acumulan volunta-
des para no estar desprevenidos cuando
sea el momento de llamar a la primera
huelga general contra su gobierno. Los
dirigentes que definen los términos
de la paz laboral con los funcionarios
de la administración de Macri son los
mismos que despliegan este abanico de
contactos con otros actores para testear
el humor social; el mostrador de los tra-
bajadores que atienden los sindicalistas
es tan importante como el mostrador
del estado.
Allí aparece el diferendo con
las representaciones del sindicalismo de
base en muchas de las industrias donde
colisionan las modalidades de represen-
tación obrera que expresan los acuerdos
de cúpulas y las luchas en las bases. En
la última década, las cúpulas sindicales
han peleado mejoras para sus sectores;
las bases también han peleado por me-
joras en el sitio de trabajo, colocando en
no pocas ocasiones a las dirigencias de
varios sindicatos ante la disyuntiva de
encabezar la movilización o la desmo-
vilización de los conflictos (el cordón
industrial de la zona norte del conur-
bano bonaerense es uno de los ámbitos
que mejor ilustra estas tensiones). En
la mayoría de los sindicatos en los que
se suscitaron estos dilemas, las cúpulas
han escogido la última opción. No es
casual, entonces, que ahora, cuando las
medidas laborales golpean a los trabaja-
dores en sus sitios de trabajo, la protesta
esté alentada desde abajo, y, según los
casos, hostigada desde arriba, lo que va
endureciendo de a poco las relaciones
obrero-patronales.
Modalidades sindicales
Este tipo de tensiones parece
más frecuente entre los sindicatos de
la CGT que entre los de las dos CTA,
dado que a primera vista la brecha entre
cúpulas y bases sindicales parece ma-
yor en las organizaciones de la primera
que entre las de las otras dos centrales.
Podría ilustrarse este punto de vista con
el caso de la administración pública na-
cional, que fue el primer sector afectado
por los despidos casi desde el inicio de
la gestión de Macri. En este sector com-
parten la representación gremial varios
sindicatos, pero los más importantes
son dos: la Unión del Personal Civil de
la Nación (UPCN) y la Asociación Tra-
bajadores del Estado (ATE); el prime-
ro está afiliado a la CGT y el segundo
está ahora distribuido entre las dos CTA

(Autónoma, conducida por Pablo Mi-
cheli, y de los Trabajadores, por Hugo
Yasky). Al ritmo acelerado con que se
recortaron los planteles en ministerios y
organismos descentralizados, ATE res-
pondió con huelgas y movilizaciones
para lograr reingresos y evitar futuros
despidos. UPCN nunca protestó. Apli-
cando el punto de vista comentado arri-
ba, concluiríamos que ATE lucha por
los trabajadores mientras que UPCN se
desentiende de ellos para resguardar sus
negocios. Falso. Ambos luchan por los
puestos de trabajo, pero tienen distin-
tos horizontes y buscan alcanzarlos de
diferente manera. ATE va a la protesta
e incluye junto a las reivindicaciones
de sus afiliados los pedidos de quienes
están en la informalidad laboral y sin
agremiación; sobre esa plataforma ha
organizado más de un paro nacional
en el sector y alienta la convocatoria a
una huelga general. UPCN no apela a
la protesta sino a la negociación por sus
afiliados; ha intercambiado moderación
salarial por estabilidad laboral para su
tropa y por la promesa del pase a plan-
ta permanente de un contingente de los
suyos que aún carece de estabilidad en
el cargo, en el marco de una amenaza
constante de ajuste laboral en los minis-
terios.
Ensayando a partir de este
breve comentario una visión de con-
junto sobre el desenvolvimiento de
los sindicatos, resulta más pertinente
considerar que estas organizaciones
orientan su acción gremial movidas por
distintas concepciones de sindicalismo.
Una de ellas, propia de un tipo de sin-
dicato profesional-asociativo, traza su
horizonte de construcción sobre sus
afiliados y promueve la acumulación
de recursos para convertirlos en bienes
y servicios para ellos; la otra asume una
concepción de sindicato de clase que
busca metas organizativas de carácter
político, relacionadas con una visión
global de la sociedad, y que sobrepasa
la frontera de sus filas de agremiación.
Los sindicatos con mayor influencia en
la CGT entran en la primera modalidad,
mientras que los que están distribuidos
en las dos CTA se acercan a la segunda.
No se des-prende de esta distinción que
la lucha sea una prerrogativa exclusiva
de los sindicatos de las dos CTA; los de
la CGT también luchan, pero el alcance
de su lucha reivindicativa privilegia a
sus afiliados. Aunque las formas de pe-
lear por sus miembros tienen matices,
el conjunto de los sindicatos de la CGT
representa a los que están mejor cubier-
tos por el mercado formal de trabajo; en
consecuencia, antes de llamar a la huel-
ga general revisarán una y otra vez las
condiciones de su propia tropa. Los sin-
dicatos de las dos CTA, por su parte, se
acercan a la segunda opción, dado que
apoyan un pie sobre ese sector formal e
intentan en paralelo hacer pie también
sobre el sector informal. Sus vínculos
con organizaciones sociales ligadas a
contener la vulnerabilidad de los secto-
res populares, que en estos meses han
recaído en la marginalidad y la pobreza
por la informalidad de sus empleos y
la amenaza del desempleo, es muestra
de ello; también lo es la expresión de la
Marcha Federal, ligada tanto a peque-
ños empresarios y cooperativas de tra-
bajo como o a la lucha por los derechos
de los pueblos originarios y sus formas
de vincularse con la tierra, la economía
y el estado, o a la coordinación reciente
de las agrupaciones de consumidores
en contra del tarifazo.
Hay que señalar, en este sen-
tido, que una novedad del actual triun-
virato de la CGT es la convocatoria a
las organizaciones de desocupados,
informales y cooperativistas agrupadas
en la flamante Central de Trabajadores
de la Economía Popular (CTEP) que
lidera el Movimiento Evita para coor-
dinar reclamos y acciones conjuntas.
Como nunca antes desde que la preca-
rización laboral se ha convertido en un
rasgo sostenido de la economía argen-
tina, la CGT les abrió las puertas de su
histórico salón Felipe Vallese a quienes
están fuera de las instituciones formales
del trabajo. Acciones de este tipo deben
tenerse en cuenta porque, por un lado,
muestran un gesto, poco usual en los
sindicatos de la CGT, de echar un vis-
tazo por encima del muro que contie-
ne a los trabajadores registrados, y, por
otro, llaman la atención (una vez más)
sobre la urdimbre popular que teje y
reteje el peronismo, expresado en este
caso en el intento de afianzar solidari-
dades organizativas. He allí, entonces,
una novedad en esta CGT colegiada, de
consecuencias imprevisibles sobre la
transformación del mundo del trabajo y
de sus lealtades partidarias y políticas.
Un ensayo de estos acercamientos se ha
visto en algunas movilizaciones recien-
tes, que conviene analizar.
Dossier
La organización del descontento
En estos meses hubo tres manifestacio-
nes populares importantes contra la po-
lítica económica de Macri. La primera
de ellas fue el 29 de abril, en vísperas
del Día del Trabajador. Reunió en el
bajo porteño, cerca del Monumento
Canto al Trabajo, a miles de trabaja-
dores, como hacía mucho tiempo no
se veía en un acto coordinado por el
fragmentado sindicalismo de tres CGT
y dos CTA. El acto, de talante predomi-
nantemente sindical, no fue noticia por
los previsibles discursos de sus orado-
res contra la política económica, sino
por la magnitud de su convocatoria, que
sumó además a los partidos del Frente
de Izquierda y los Trabajadores y al PJ,
y que incluyó la aparición pública de la
Central de Trabajadores de la Econo-
mía Popular (CTEP), emprendimiento
liderado por el Movimiento Evita para
organizar a los trabajadores informales
y desocupados.
Esta central, la CTEP, fue pro-
tagonista de la segunda manifestación,
el 7 de agosto, durante la celebración
católica de la festividad de San Cayeta-
no, el santo del pan y el trabajo. Para esa
fecha, llegan anualmente hasta el barrio
de Liniers, donde se levanta el templo
que lo venera, grandes contingentes de
fieles que le piden “pan y trabajo”. Tra-
tándose de una festividad muy arraigada
a la religiosidad católica de los sectores
populares en la Argentina, la amplitud
de cada celebración testimonia también
la preocupación de estos sectores por su
reclamo básico del bienestar indispen-
sable que proporcionan los alimentos y
el trabajo. Desde allí, ese día, marcha-
ron trece kilómetros hasta la Plaza de
Mayo, con el lema “Paz, pan y traba-
jo”, miles de trabajadores informales y
desocupados, convocados por la CTEP,
Barrios de Pie y la Corriente Clasista
y Combativa (CCC), para reclamarle
al gobierno nacional un cambio en las
políticas de ajuste. En el acto de cierre
de la movilización, frente a la Casa Ro-
sada, los acompañaron dirigentes de las
CGT y las CTA y sectores vinculados a
la Pastoral Social de la Iglesia Católi-
ca, como muestra de solidaridad con la
vulnerabilidad laboral de los que ese día
habían marchado; desde estas organiza-
ciones se sostiene que por cada uno de
los más de cien mil puestos de trabajo
el ojo mocho 43
Ensayos
perdidos en el sector formal, otros tres
se pierden en el sector informal.
Finalmente, la tercera mani-
festación fue la Marcha Federal, rea-
lizada entre el 31 de agosto y el 2 de
septiembre. Como en aquella original
movilización de 1994 organizada y li-
derada por los sindicatos de la CTA y
del entonces Movimiento de los Tra-
bajadores Argentinos (MTA) que en-
cabezara Hugo Moyano entre otros
dirigentes de los sindicatos del trans-
porte, cinco columnas de marchantes
partieron desde Jujuy (NOA), Posadas
y Formosa (NEA), Mendoza (CUYO),
Esquel (PATAGONIA-OESTE) y Co-
modoro Rivadavia (PATAGONIA-ES-
TE) hasta la Plaza de Mayo, en Buenos
Aires. Se realizaron actos en distintos
puntos del trayecto, y más de un cente-
nar de sindicatos, organizaciones socia-
les y de derechos humanos, partidos y
agrupaciones políticas marcharon hasta
llegar al acto de cierre frente a la Casa
Rosada. En el acto de cierre no estuvo
la CGT, pero sí varios de sus sindicatos,
representados incluso por sus principa-
les dirigentes, que compartieron el diag-
nóstico y la necesidad de incrementar la
lucha contra el gobierno de Macri.
La magnitud de la organi-
zación de cada una de estas moviliza-
ciones y la diversidad sociopolítica de
las organizaciones movilizadas son los
rasgos más significativos de estas pro-
testas. El primero tiene que ver con la
profusa historia de la movilización so-
cial y política en la Argentina, jalona-
da por distintas capas de organización
popular durante el siglo XX, y que se
actualiza en circunstancias como éstas.
El segundo está ligado al cambio es-
tructural de las clases trabajadoras ar-
gentinas iniciado a fines de la década de
1970 y profundizado en la de 1990 con
las reformas neoliberales. Aun cuando
en la década pasada haya habido una
recomposición salarial y laboral muy
importante, que mejoró en términos
cuantitativos y cualitativos a las cla-
ses medias y populares, la cartografía
socioeconómica argentina muestra un
mapa muy heterogéneo. La emergen-
cia de la CTEP y su marcha desde San
Cayetano, la reedición de la Marcha
Federal y su diversa composición orga-
nizativa, muestran la pulverización de
los resortes de afiliación social alrede-
dor de la sociedad salarial que marcó al
44 el ojo mocho
capitalismo de mediados del siglo XX,
incluso en regiones periféricas como
América Latina y en particular la Ar-
gentina. Es significativo que en ambas
haya habido acercamientos de la diri-
gencia de la CGT; también lo es que no
haya organizado ninguna de ellas.
Palabras finales
La matriz estadocéntrica sigue influ-
yendo en el accionar del sindicalismo
argentino. Las organizaciones afiliadas
a la CGT, en líneas generales, están
amoldadas a los negocios con el estado,
mientras que las afiliadas a las dos CTA
están acostumbradas a cuestionar al es-
tado, tanto por lo que hace como por lo
que no hace.
Hay allí una inercia de estas
organizaciones a actualizar con sus ac-
ciones prácticas hundidas en el fondo
histórico de sus luchas y conquistas.
Una vez logradas, generan intereses y
valores con que se negocia y se enfrenta
a los adversarios, que sedimentan entre
sus integrantes y constituyen legados
para el futuro de sus organizaciones.
Las instituciones del mundo del traba-
jo consolidadas por una profusa legis-
lación a media-dos del siglo XX son
una conquista que el conjunto de los
sindicatos defiende a capa y espada, al
margen de la forma como conciban la
actividad sindical y de la central obrera
donde se afilien. No obstante, hay co-
yunturas críticas que abren opciones de
cambio institucional y luego de las cua-
les no es fácil volver atrás, entre otras
razones porque los incentivos y valores
que van corporizándose alrededor de
nuevos conjuntos de prácticas dejan en
el camino gran parte de aquellas que se
realizaban antes. En ese sentido, los ho-
rizontes de los sindicatos de las CGT y
los horizontes de los sindicatos de las
CTA son distintos desde su división a
comienzos de los noventa. Sus visiones
sobre lo que es y sobre lo que debe ha-
cer un sindicato difieren: hay dirigen-
tes importantes, como los hermanos
Moyano, que estuvieron presentes en
el acto de cierre de la Marcha Federal,
pero eso no los compromete ante la in-
versión movilizadora de los sindicatos
de la CTA, que caminaron desde cinco
puntas diferentes del territorio hasta
el centro político de la Argentina. A la
inversa, desde la CTA y sus sindicatos
se insiste sobre los montos de bienes-
tar que deben garantizárseles a todos
los trabajadores, pero eso no lleva a
sus dirigentes a intervenir en emporios
financieros que diversifican intereses y
beneficios. Las políticas de los gobier-
nos condicionan las reacciones de los
actores sociales y económicos, como
los sindicatos, pero éstos responden a
las propuestas de cambio que reciben
según sus valoraciones y horizontes de
construcción social y política.
Esto se aplica, incluso, para
los gobiernos con aires de novedad,
como el de Macri, que para disuadir la
mentada huelga general ha rescatado la
trillada propuesta de una Mesa de Diá-
logo Social, a través de la cual sindi-
catos y empresarios participarían en la
definición de algunas líneas de la eco-
nomía. Puesto en estos términos, se tra-
ta de una movida extemporánea, pues
si a ese encuentro sólo son convocados
los empresarios de la UIA y los sindica-
listas de la CGT, la representación será
muy estrecha. Las expresiones que se
hicieron ver y escuchar en la marcha
durante la festividad de San Cayetano
y en la Marcha Federal dan cuenta de
una estructura social y económica he-
terogénea, y en proceso de cambio aún.
Viene entonces a cuento la pregunta
por la viabilidad social y política de
este cambio de rumbo. Considerando
que, como ha señalado recientemente
Maristella Svampa1, las alianzas socia-
les del gobierno son bastante estrechas
aún y no hay muchas señales acerca
de quiénes habrían de ser convocados
a sumar su apoyo, cabe indagar por el
modo en que el gobierno piensa darse
un sustento social que le ayude a revali-
dar títulos en las elecciones del próximo
año. Dicho de otro modo, cómo viabili-
zará este conjunto de medidas que han
empobrecido a muchos, y ha limitado
el consumo de muchos otros si su arco
de interlocutores se restringe a los más
beneficiados o, por lo menos, a los que
casi no han sido perjudicados, y que
cada vez son menos.
1. Svampa, Maristella, “El (nuevo) desborde ple-
beyo” en Le Monde diplomatique, edición Cono
Sur, Buenos Aires, septiembre de 2016.

HABLAR UN POCO CON DIOS.
TRES APUNTES SOBRE SINDICALISMO Y TEOLOGÍA POLÍTICA
1. Los nombres de Dios
No ya por la revitalización no
dialéctica de los antagonismos –como
el caso de Mouffe–, sino acaso por el
retorno inesperado, complejo y dramá-
tico del Obispo de Roma como eje de
las disputas por las grandes represen-
taciones, que haya que volver un poco
de nuevo sobre Schmitt; no para repro-
ducir sus tesis más actuales, sino para
volver sobre sus pasos bajo el tono de la
hipótesis.
En un libro de anécdotas so-
bre Perón y su ironía, Fermín Chávez
cuenta un episodio situado en la época
del exilio del líder a la par que de la for-
mación de la CGT de los Argentinos,
con la figura excepcional de Raimundo
Ongaro. Ante la visita a Puerta de Hie-
rro de un conjunto de dirigentes de la
ortodoxia sindical, mencionan a Perón
que Ongaro no era peronista porque,
entre otras cosas, se había dirigido a
los trabajadores del ingenio tucumano
como “Hermanos” y no “Compañe-
ros”. Perón no prestó atención a la his-
toria. Otro insistió: Dice que habla con
Dios. Ante lo que el General retrucó:
Bueno, al fin tenemos uno que habla
con Dios y no con el gobierno.
La anécdota cumple un rol in-
teresante en el esquema reivindicativo
de Perón hacia la CGT de los Argenti-
nos, uno de los lugares más habitados
para correrlo de la supuesta “última vo-
luntad” de buena parte de la derecha pe-
ronista, expresada para este sector sobre
todo en el discurso del 1° de mayo de
1974. Y es a su vez un poco la contra-
cara de la anécdota que cuentan Yofre y
Reato en sus libros donde Perón se pre-
gunta –en realidad le pregunta al alter
ego de Perón para estos dos escritores,
José López Rega–: “Si Ongaro habla
con Dios, ¿para qué quiere hablar con-
migo?”. (Es sabido también que Tos-
co, ante el rezo nocturno y la voz alta
de Ongaro, le cantó un día “La Interna-
cional” al oído mientras el secretario de
la Federación Gráfica Bonaerense ha-
bía reparado en el sueño de la cárcel de
Trelew.)
¿Qué quiere decir acá hablar
con Dios? Que es preciso también tener
otra referencia más allá de la evidente
necesidad de negociación con el gobier-
no de derecha que gobierna el país –al
fin y al cabo todo movimiento depende
una fuerza material que se hace en mu-
chos casos a base de negociación, como
supo el vandorismo, clave también para
el retorno de Perón. Cierto es que, como
están las cosas, la “huelga general” que-
daría más en mito de los teóricos vita-
listas que en posibilidad real de final
del ciclo abierto a fines del 2015. Que
esa radicalidad absoluta es ciega, pero
también la mera negociación es vacía:
pocas veces se ha hecho tanto daño al
modelo sindical argentino –acaso la
mayor herencia de la institucionali-
dad peronista– como la pasividad, por
ejemplo, de la dirigencia de UPCN ante
las decenas de miles de despidos en su
rama. Si antes estaban vaciadas las co-
lumnas de ATE, Andrés Rodríguez las
llenó. Y no solo de pan –o de plata para
la obra social– vive un sindicato, sino
también de la confianza de sus afiliados,
de la movilización de sus líneas, de la
amplitud de su base comparativamente
a la retracción de las de sus líneas inter-
nas. Porque tampoco se da un salto de
un día para otro de la pasividad total a
la protesta desenfadada.
La Corriente Federal de Tra-
bajadores, que se conformó en disiden-
cia interna con el triunvirato massista de
la CGT unificada, trajo un nombre de
fallecimiento reciente al momento de
celebrarse el acto en Ferro, en agosto de
2016, donde se presentó públicamente,
a escasos días de la elección del triunvi-
rato: el de Raimundo Ongaro. No tanto
por la mímesis en la voz efusiva y la
oratoria combativa de Héctor Amichet-
ti –uno de los principales referentes de
dicha corriente–, ocupando el lugar gre-
mial de Ongaro (la secretaría general
de la Federación Gráfica Bonaerense),
sino por la reacción ante la mención del
presentador al referente histórico de la
CGT de los Argentinos. Una ovación
fenomenal para un referente que hacía
rato se había retirado de la escena sin-
dical, y casi no ocupó ningún protago-
nismo en democracia. Ongaro, a cuyo
velatorio asistió también la ex presiden-
ta, era el fantasma que empezaba a re-
correr las diferencias con las cúpulas.
La Corriente Federal es, en-
Dossier
Guillermo Vazquez
tonces, la que habla un poco con Dios,
y no tanto con el gobierno.
Escribe un texto Héctor Ami-
chetti, arrancando así:
“Perón no es Dios, pero se le parece.
Lo citan con frecuencia los peronistas y
ahora también los oligarcas en su afán
de convertir al peronismo en un hecho
bendito.
Hace unos meses provocó un milagro:
al pie de una flamante estatua que repre-
senta su figura, se reunieron el circuns-
tancial candidato de la oligarquía y un
par de dirigentes sindicales con el fin de
homenajearlo”.
En varios de sus ensayos,
pero sobre todo en uno de ellos titulado
“Sobre los nombres de Dios”, Ernes-
to Laclau piensa la matriz de la hege-
monía política tomando de ejemplo el
problema de ciertos místicos (Eckhart,
David Browning, Pseudo Dionisio
Areopagita, las lecturas de Scholem)
para los cuales no es posible enunciar
en ninguna particularidad lingüística
al Absoluto-Dios, a pesar de no poder
dejar de buscar por la vía del lenguaje
algo que lo exprese, inmerso en las pa-
radojas. Ese juego de los místicos con
dos extremos –la plenitud absoluta y la
finitud radical– reconvertido a la políti-
ca implica que siempre hay que aludir a
una cierta generalidad, pero no se puede
dejar de nombrar una particularidad. De
allí que la Unidad Total del peronismo,
o la conducción absoluta de todos los
frentes sindicales por una sola Central,
se enfrenta a un problema que los tras-
ciende: no se pueden abolir las disputas
que ello conlleva.
2. Dios ha muerto
La escuela realista de Pareto,
Mosca, Michels, Schumpeter, tiene hoy
un representante ecuatoriano ilustre y
“masivo” como pocos: Jaime Durán
Barba, con una idea clarita de un go-
bierno de los focus groups. Aunque sus
papers en Perfil no referencien influjos
teóricos de la Ciencia Política o la So-
ciología más académica, su tesis es que
tras la muerte de las ideologías transfor-
el ojo mocho 45
Ensayos
madoras, cualquier político –o dirigen-
te sindical– que quiera representar a la
sociedad, no puede bajar línea como los
líderes políticos del siglo XX. La “gen-
te”, las grandes masas, no se identifican
con derecha ni izquierda: se hartaron
de la politización, de que le bajen línea,
quiere otra cosa nueva, más parecida a
conductores televisivos, publicidades
de yogur descremado o a los gurúes de
autoayuda (empresarial o espiritual). Es
Martiniano Molina –Casancrem– vic-
torioso ante el Barba Gutiérrez –la his-
toria que va de la JTP al Polo Social y al
proceso del 2003 hacia delante. Incluso
el peronismo es minoritario, porque no
define un eje identitario importante. Lo
probaría la última elección presiden-
cial en la segunda vuelta del 22 de no-
viembre de 2015. Lo dijo también José
Manuel de la Sota en las vísperas del
22/11, cuando el dirigente sindical más
relevante de Córdoba –y la mayoría de
los gremios de la CGT Regional– salió
a apoyar a Scioli en el ballotage: “hay
que ver cuántos votos tienen esos diri-
gentes sindicales”.
Agonizaba el gobierno de On-
ganía, en el segundo semestre de 1970,
y José Nun realiza un estudio (rastrea-
ble en la compilación El sentido común
y la política) pensando al peronismo no
como un conjunto de axiomas –la Pala-
bra del Líder– demostrables, sino como
la diversidad de efectos de esos símbo-
los sobre actores del mundo del trabajo.
Hace unas encuestas a trabajadores de
plantas automotrices del Gran Buenos
Aires. El resultado es contundente: el
92% de los trabajadores se declaraba
peronista –bajo diversas formas y razo-
nes. ¿No era acertada la creencia –di-
gamos: el análisis– de cientos de miles
militantes de las juventudes, de familias
antiperonistas muchos, que comenza-
ban su proceso de radicalización hacia
el peronismo fundándola en que el pe-
ronismo era la identidad mayoritaria de
la clase obrera?
¿Y hoy, en el mundo de los
focus groups victoriosos, qué decir de
la identidad política de la clase trabaja-
dora? No podría decirse lo mismo que
en 1970, sin dudas. La disminución de
aquel glorioso 92% sería, acaso, clarí-
sima y dolorosa. Lo que sí es cierto, y
no es menor, es que la mayoría de los
dirigentes sindicales (el mismo número
92% no sería exagerado) sí se declara
peronista. Ese aislamiento de la dirigen-
cia sobre las bases es algo a explorar un
poco más.
Porque la encuesta de Nun
46 el ojo mocho
puede “completarse” con lo que plantea
Juan Carlos Torre en un texto sobre los
sindicatos en el 73-76, donde habla de
la existencia de una falta de representa-
tividad de la CGT (y la CGE) para hacer
cumplir el Pacto Social. Pero no por las
razones duranbarbistas de la sociedad
pasiva contra las vanguardias políti-
cas, sino por su opuesto más temido: la
radicalización peronista de un conjunto
social amplio, así como de organizacio-
nes políticas puntuales que cambiaban
el rumbo con agendas y actos diversos
a los de las cúpulas del Pacto. Entre To-
rres y Durán Barba, entonces, podría
decirse: la falta de representatividad
sindical puede venir por derecha o por
izquierda. Por eso la hipótesis-Durán
Barba –un sistema político y sindical
obsoleto ante la liquidez de las masas–
contiene un problema visible, sea en los
70 o en el 2017: las elites que gobiernan
por focus groups y grupos de autoayuda
pueden encontrarse también ralentiza-
das y fuera de quicio si no dan una res-
puesta a una “sociedad” que comienza
a cambiar por izquierda. No la sociedad
envuelta en la nueva atomización de los
focus groups, sino la que también man-
tiene un conjunto de actores que movili-
zan, imprimen su ritmo, llevan un cierto
liderazgo: se ha decretado demasiado
temprano la muerte de las vanguardias
políticas (sindicales incluidas). No sal-
vaba a De la Rúa el mejor publicista
del país (el más pillo, el que sabía ma-
nejar la “gente” atomizándola en focus
groups) que era Ramiro Agulla.
3. Dios atiende en Buenos Aires (pero
está en todos lados)
Con un nuevo frente interno
que amenaza romper su unificación
(en el que residen la UOM y Comer-
cio como los sindicatos más fuertes) la
CGT Regional Córdoba ha movilizado,
ha decretado paro, tiene una heteroge-
neidad interna inusual –con el lema del
modelo sindical: multiplicidad puertas
adentro, homogeneidad hacia afuera–
y una capacidad de negociación y pre-
sencia aún muy fuerte. Pero sobre todo,
lo que más distingue a esta CGT de la
del resto, es acaso un vínculo con su
memoria histórica. Se siente grande por
lo que pudo hacer esa marca registrada
como dice Garzón Maceda. La primera
unificación del país pos-‘55, los pro-
gramas de La Falda y Huerta Grande,
Cordobazo, Viborazo, vicegobernación
de uno de los gobiernos más intensos
de la historia nacional –sin importar la
brevedad de su mandato–, y así.
¿Qué hace el movimiento
obrero (un movimiento obrero) con su
historia, con sus luchas, con su pasado?
¿Lo deja a un lado, cual el Marx de El
18 Brumario, en tanto molesta, oprime
el cerebro de los vivos? ¿Lo retoma,
lo respeta, lo reverencia como en una
cultura oriental –la que de algún modo
vio Sarmiento en los bárbaros del siglo
XIX–? Basta ver las conmemoraciones
de los legisladores de la CGT Regional
Córdoba –que integran el frente Unión
por Córdoba-PJ– a sus acontecimien-
tos, sus mártires, la trayectoria de sus
dirigentes. Basta ver la honra a la me-
moria de sus dirigentes y acontecimien-
tos en libros, folletos, actos, plenarios,
cursos de formación, etc. Allí, la refe-
rencia de Garzón Maceda (su “historia
oral”, diríamos) es ineludible. El frente
político cordobés que podría reeditar
alguna hazaña de otrora, sin embargo,
todavía mantiene su atomización. Sobre
esto, también es interesante lo que Gar-
zón le dice al progresismo no peronista
en relación a esa memoria. No lo corre
por derecha (como muchos creen), sino
que le dice que está siendo conservador.
Que el ensayo político que quiere hacer
–estudiantes y una clase obrera sin la
identidad mayoritariamente peronista–
lo hace pensando en Chile, o en algún
acontecimiento francés, pero fracasará
siendo cordobés. Que deje de mirar su
rostro en el lago y enfrente a la Bestia.
Que deje de buscar la excepcionalidad
en alguna cita de Tosco, y que vea más
bien el porqué de la unidad de los 60. Y
ello no es un tema del pasado, de qué
busto se levanta en detrimento de otros:
es cómo no puede hacerse política sin
los ropajes –tomando esa expresión de
Marx– de algún otro acontecimiento.
La Corriente Federal de los
Trabajadores se animó con un “progra-
ma”. Retomando, claro, los de La Falda
y Huerta Grande, y el de la CGT de los
Argentinos, entre otros. Contra la idea
de que habría un sindicalismo “intelec-
tual” y “minoritario” que sostiene estas
consignas, hay que recordar algo: el úl-
timo programa del movimiento obrero
no provino de ningún “sindicalista in-
telectual”, ni de ningún “gringo”, ni de
los marxistas, ni de la falta de vocación
de poder o de táctica de guerra, ni de
sectores minoritarios, o poco represen-
tativos, de la CGT: vino de un huracán
cervecero llamado Saúl Edolver Ubal-
dini.
 Diálogos

La pregunta por lo aciago

Conversación con Diego Tatián
sobre las formas del presente

A partir de un tenaz trabajo intelectual, yista que acaba de publicar un exquisito

a lo largo de estos años Diego Tatián se
ha constituido en un agudo y privilegiado
intérprete de la realidad política argen-
tina. Filósofo de formación, estudioso de
la obra de Heidegger y de Spinoza, par-
ticipante activo de la vida universitaria
cordobesa (ejerce su segundo mandato
como decano de la Facultad de Filoso-
fía de la UNC), es también un sutil ensa-
libro sobre su ciudad: Contra Córdoba.
De espíritu libertario y de una singular
generosidad en el pensamiento y en las
cosas, es parte de un nosotros, más allá
de los kilómetros, que se sortean a cada
rato, él viniendo a Buenos Aires, nosotros
yendo a Córdoba, y compartiendo, como
siempre, un asado o unos vinos, pero so-
bre todo, una comunidad de pensamiento.

Matías Rodeiro: Tomando algo de
Spinoza, y algo también tuyo, esto
de “No reír, no llorar, compren-
der”, ¿cómo tratar de comprender
este momento, tanto la derrota del
kirchnerismo, como hacia adelante
el macrismo?
Diego Tatián: Es un momento de
mucho aprendizaje para mí, hay que
tomar nota de todo, y con los chicos
que estuvieron empezando su mi-
litancia en los años anteriores, me
parece que es muy necesario hablar
para decirles que hay que estar con
los ojos muy abiertos para ver todo
lo que está pasando porque es como
un laboratorio muy extraño, que por
una parte tiene raíces o puede ser
confrontado con experiencias de la
historia argentina reciente anterior,
¿no es cierto?, pero que por otra
parte tiene una novedad muy grande
todo lo que está pasando, y por mu-
chas razones. Creo que una manera
de comprender es con paciencia ac-
tiva, o con una actividad paciente,
con una actividad militante o lo que
fuera, pero sabiendo que esto puede
tener un curso que puede ser largo,
que puede tener distintas formas.
Entonces, veo a este momento como
un interregno, doloroso, por muchas
cosas, pero también muy interesante.
Es un momento en donde está todo
en formación. Y hay algunas cosas
que se pueden identificar, ¿no? Yo
creo que el gobierno actual básica-
mente vino con tres tareas, a hacer
tres cosas. A mí, un poco exagerada-
mente, me gusta hablar de grupo de
tareas gerencial, pero por supuesto
porque hay una temporalidad que
es la del grupo de tareas y una brus-
quedad, y esas tres cosas son, una
ya está hecha, haber reinsertado a la
argentina en el circuito financiero in-
ternacional, contraer deuda (que fue
por 30 mil millones de dólares por
ahora, que es una cantidad fabulosa),
que asegura que varias generaciones
por delante deban afrontar esa deuda.
Es impresionante, dicho sea entre pa-
réntesis, que por eso han desactivado
parcialmente todo este momento del
Bicentenario, porque es un cinismo
demasiado grande: en el momento
exacto en el cual se pone el país en
disponibilidad de los grandes grupos
económicos como muy pocas veces
antes ha sucedido, celebrar esa pa-
labra, “independencia”, por supues-
to hay significados que siempre son
disputas, 1816 como 1810 no es de
nadie se dijo, pero dentro de ciertos
límites. En el momento en que vos
ponés de rodillas al país en una ser-
vidumbre voluntaria económica, po-
lítica y demás, no podés salir con un
grito demasiado alto con la palabra
“independencia”, ¿no? Entonces eso
configura un nudo muy intenso ahí.
Bueno, por una parte eso, que lo han
hecho, y que lo han hecho con éxi-
to. En segundo lugar, que es lo que
estamos viendo, y que es la segunda
tarea, es una destrucción judicial del
kirchnerismo, una persecución bajo
el modo del shock y cuyo término,
cuya cabeza es la de Cristina, indu-
dablemente. Lo que pasa es que no

el ojo mocho 47
Diálogos
han podido encontrar absolutamente
nada hasta ahora, por eso han recurri-
do a esa figura de la asociación ilícita,
que habilita a cantidad de cosas pero
sin que haya nada concreto. Bueno,
eso es lo segundo y lo que está en
marcha. Y lo tercero, me parece, es
una transformación político-cultural,
que es encarar un consenso de me-
moria completa, que no es la opera-
ción de Menem (esto es, bloquear la
memoria: pasemos a otra cosa, eso
no prospero más que fugazmente no
obstante la amnistía y demás). Me pa-
rece que en este momento ya hay una
cosa en curso que no puede ser des-
activada, y que ha dejado una marca,
y ahora hasta donde yo puedo ver,
me parece que lo que se va a intentar,
es lo difícil, pero se va a intentar y
se está intentando, es la persecución
política a referentes de las organi-
zaciones armadas de los 70, y decir
bueno, ahí también hubo violación
de los derechos humanos, y judicia-
lizar, y también activar una embesti-
da periodística, cultural y académica
que relativice toda la política de me-
moria, verdad y justicia que habían
desarrollado los organismos, sobre
todo hasta este momento. Eso trans-
forma a la Argentina, las tres cosas.
Si tienen éxito, generalmente, salvo
lo primero, que realmente se hace
con una operación muy puntual y eso
reinserta a la Argentina, las otras dos
van y vienen, sobre todo la tercera,
pero transforman culturalmente a la
Argentina. Pero tienen sus costos po-
líticos. Porque paralelamente, junto
con eso, me parece que hay un país
que se les está yendo de las manos.
Tratando de ser prudente en la eva-
luación, ¿no? Pero hay variables, so-
bre todo de la economía, que no es-
tán pudiendo controlar, hay algo que
esta descontrolado y que puede salir
para cualquier lado. Entonces, de esa
circunstancia que es compleja y que
tiene algunos rasgos que son nítidos,
y que nosotros podemos identificar,
pero que otros no, que son más opa-
cos, y que hace falta mucho trabajo
del concepto pero también un trabajo
político, estrictamente político. Me
parece que tiene que salir algo nuevo
también de resistencia. Creo que no
se sale con kirchnerismo explicito,
es más, me parece que el kirchneris-
mo explicito puede ser una forma de
malversar la herencia kirchnerista,
48 el ojo mocho
y la primera que lo dijo fue Cristina
cuando habló de Frente Ciudadano,
es decir, no kirchnerismo explicito.
Bueno, eso es una consigna demasia-
do amplia, demasiado extensa, que
ahora hay que darle carnadura, hay
que darle realidad, que puede ser una
realidad plural, ¿no? Y bueno, tiene
que haber una invención militante y
una invención intelectual para este
momento de dificultad, de adversi-
dad, que tiene todavía un consenso
y una legitimidad alta, importante,
me parece que las militancias no
tienen que sucumbir frente a ningún
tipo de auto-engaño, los compañeros
que creen que se van en helicóptero
la semana que viene están totalmen-
te equivocados. No solamente por
cuestiones internas, porque cuentan
además con un blindaje mediático
fabuloso que hace su trabajo, sino
que también hay una contención
externa, sobretodo porque tengo la
impresión que Macri no da ningún
paso sin un asesoramiento muy muy
fino de la embajada de los Estados
Unidos, y ahora que han tomado la
presa por el sur, por Argentina, no la
van a soltar tan fácilmente. Entonces
creo que hay que cultivar la pacien-
cia activa. No una paciencia derrotis-
ta, sino sabiendo de manera realista
que hay una temporalidad que a su
vez es compleja y plural. Hay, me
parece, un conjunto de episodios que
no mueven el amperímetro o que pa-
recen que no importan demasiado,
salvo para ciertas minorías intensas,
como por ejemplo el avasallamiento
de las instituciones, el avasallamien-
to de las formas, meter jueces a la
Corte como lo han hecho, destruir
de un plumazo la Ley de Medios
que fue probablemente la ley más
democrática de la historia argentina,
intervenir el ASFCA, desmantelar
programas que habían producido una
red o un tejido social muy interesan-
te, todo eso parece no importar, en
este momento, elementos que son del
orden de la cultura y de la estricta po-
lítica. Pero yo creo que son cosas que
cuando hay dificultad material y eco-
nómica, estallan retroactivamente, es
decir, tienen un efecto acumulativo,
por eso son cosas que están ahí la-
tentes y que puede llegar a suceder,
no necesariamente, pero puede llegar
a suceder, que bajo ciertas condicio-
nes cobren una relevancia que en este
momento no tienen, porque la tem-
poralidad de la política es así. Yo es-
taba tratando de pensar, por ejemplo
(no por decir que sean cosas equiva-
lentes), en episodios de interrupción
de procesos democráticos populares,
cuando fueron las primeras resisten-
cias, ¿no? Ayer conversaba con unos
amigos. Luego del 55, ¿cuándo em-
pieza la resistencia? A finales de los
50 recién, pasaron tres o cuatro años,
no antes. Si uno toma el 66, hay un
tiempo entre el 66 y el Cordobazo,
emblema de la lucha contra el On-
ganiato, fueron tres años, no sé si
hubo resistencia antes. El 76 fue otra
cosa, pero lo que quiero decir es que
no se dan inmediatamente las cosas,
hay un tiempo que tiene que pasar y
estamos en ese interregno extraño,
doloroso, en el que hace falta muchí-
simo trabajo militante y muchísima
inteligencia, lucidez para descifrar,
para desentrañar este momento.
Alejandro Boverio: Con respecto
al tercer punto al que hacés refe-
rencia como eje de transformación
cultural, en última instancia del
tema de derechos humanos, pare-
ciera que es el eje más difícil en el
que puedan hacer mella definitiva-
mente porque hasta el ministro de
cultura porteño fue eyectado por
ese tema, ¿no? Por unos dichos
también signados por cierta estu-
pidez, de un cinismo desmedido
que, por otra parte, parece ser de
alguna forma la tónica que quiere
aparecer como marco cultural de
la época, si hay algo así como una
nueva época. Eso me parece inte-
resante, también lo charlábamos
en su momento, ¿no? Si la tónica
cultural de los últimos años era la
épica, tal vez la tónica de esto nue-
vo sea el cinismo, ¿no? Pero me pa-
rece que Lopérfido fue cínico con
algo que está muy hecho carne, me
parece, en la sociedad argentina,
que son justamente las reivindica-
ciones de derechos humanos, ese
punto, de los tres que señalás, me
parece el más difícil...
DT: Sí, digamos que ellos tienen un
sistema de acierto-error, no tienen
ningún problema en probar y retraer-
se de lo que hacen, el editorial del
diario La Nación del día siguiente
al balotaje no fue un arrebato espon-

táneo del editorialista del momento,
sino que es una prueba para ver qué
tipo de derivas tiene algo así en la
sociedad. Y en el caso de Lopérfido,
además de un cinismo, me parece
que hay una arrogancia y una especie
de ceguera, a causa de un momento
triunfalista que da la impresión que
se puede decir cualquier cosa y claro,
no es un área cualquiera, es cultura,
en una ciudad que no es una ciudad
cualquiera, es la ciudad de Buenos
Aires. Entonces, un trabajo sosteni-
do de, insisto, esa minoría intensa
que son los intelectuales, los artistas
con los que Lopérfido tiene que in-
teractuar cotidianamente, que sim-
plemente hicieron las cosas, con pa-
ciencia activa, de manera tal que se
hizo insostenible la perseverancia de
Lopérfido en el gabinete, y tuvo que
renunciar. Me parece que eso marca
una vía también, ¿no?, de trabajo
político. Una vía tal vez desestruc-
turada, que no tiene que ver con la
idea de un movimiento que tiene que
ser conducido por una persona, todo
aquello cuya dificultad se ve cada
vez con más claridad, por muchas ra-
zones, pero sí trabajar a la manera del
topo, subterráneamente, que vuelve
totalmente inestable las condiciones
para que una política de derechos hu-
manos sea controversial respecto del
consenso que existe en la sociedad
argentina hoy, u otro tipo de cosas
se vuelvan difíciles de implementar.
Eso me parece muy interesante. Y la
Universidad tiene que replantearse
una cantidad de cosas, porque ade-
más es objeto, ya lo es pero lo va a
ser cada vez más, objeto directo de
lecciones, ataques muy graves.
MR: Ayer, conversando con Ale-
jandro Kaufman, él resaltaba
mucho lo de Lopérfido, como una
primera victoria, él lo llama mo-
vimientismo esto que vos mencio-
nás como trabajo de topo, ¿no? Lo
ve como una especie de multitud
o el pueblo trabajando por deba-
jo con las memorias de derechos
humanos como una fuerza y una
potencia que es lo que sigue per-
maneciendo. Lo destacaba ayer y
nos pareció que ahí se abre como
una vía...
DT: Además porque es como una vía
obligada, en el sentido en que creo
que hay una destrucción de la Repu-
blica, ahora sí, ¿no? ¿En qué senti-
do? En que hay un momento profun-
damente extorsivo en muchísimos
niveles. No hay división de poderes,
hay una justicia que es absolutamen-
te funcional y adicta a la clase domi-
nante argentina que hoy gobierna,
hay un parlamento que es maneja-
do con extorsiones económicas de
todo tipo, inmediatamente hacia los
gobernadores pero indirectamente
hacia los diputados y senadores, y
después hay una extorsión jurídica
a los referentes de los movimientos
sociales que es alevosa, que explica
de alguna manera ciertas conversio-
nes que de otro modo son inexpli-
cables. Una persona que maneja el
ANSES, por más que haya sido la
Madre Teresa en la administración,
maneja un volumen de dinero en el
que siempre hay algo, hagas lo que
hagas, ¿y entonces eso qué genera?
Me parece a mí que un desamparo
grande, una intemperie grande para
el campo popular, para los movi-
mientos populares, que se ven en la
obligación de tomar su destino en sus
propias manos, por decirlo de alguna
manera, ¿no? Hay un momento en el
que es difícil que surjan dirigentes
sobre todo, que surjan no sé, pero es
difícil recurrir a los viejos dirigentes
como interpretadores de un momen-
to social, y que puedan llevar ade-
lante demandas populares, sino que
hay que plantear formas de política
nuevas por la materialidad que hay
en curso, tanto a nivel sindical como
a nivel de los movimientos sociales
y de minorías de todo tipo que van
a tener que formar redes. El kirch-
nerismo fue un movimiento jacobi-
no, ¿no?, en gran medida porque no
pudo hacerse de otra manera ya que
ganó en una situación de debilidad
política en todos los sentidos, pero el
kirchnerismo es un movimiento que
fue de arriba para abajo, por decirlo
así, ¿no? Instaló agenda que no exis-
tía previamente, y me parece que se
quedó a mitad de camino, si es que
hubo la preocupación de empoderar
(como Cristina dijo en algunos de
sus discursos, en otros no, después
se retraía), no sé si suficientemente,
bueno, eso muestra su debilidad en
este momento. Yo creo que estamos
en una circunstancia que requiere
una politización en sentido contrario,
Diálogos
obligado por las circunstancias.
Darío Capelli: Vos decís por aba-
jo... ¿Y vos no creés que el kirch-
nerismo, al politizar desde arriba,
despolitizó por abajo también?
DT: Yo diría lo siguiente: conoce-
mos que hay un debate al respecto
del vínculo entre kirchnerismo y el
2001, si el kirchnerismo era una res-
tauración conservadora respecto del
asambleismo del 2001, yo creo que
no, yo creo que en el corazón del
kirchnerismo está la experiencia del
2001, que el kirchnerismo es una ex-
presión del 2001, una politización si
se quiere del 2001, y hay cosas que
el kirchnerismo pudo hacer, y que
no hubiera podido hacer sin esa ex-
periencia. Que fue una experiencia
popular, fue una experiencia de base,
también compleja…
Ring, ring (se interrumpe por un ra-
tito la entrevista porque llama Dante
por teléfono)
DT: Bueno, en resumidas cuentas,
me parece interesante la reticencia
de Cristina en este momento, esto
de decir “es el tiempo de ustedes”,
digamos, ¿no? “Hagan algo, esto no
tiene nombre y apellido, no esperen
que nadie haga por ustedes lo que
ustedes no son capaces de hacer por
ustedes mismos, organícense, resis-
tan, inventen”, ¿no? Ahora, desde
mi punto de vista, no se hizo lo su-
ficiente durante el kirchnerismo para
que haya una práctica de la política
que lleve el nombre de empodera-
miento. Como sí en otros lugares,
probablemente, ¿no? Y ésa es una de
las tragedias en toda la cultura polí-
tica latinoamericana, lo que significa
la presencia del líder, del liderazgo
como estructura política, que le da
una eficacia muy fuerte por la mag-
nitud de los poderes que hay que en-
frentar, ¿no? Muchas veces, en una
democracia de base, esa eficacia es
mucho más endeble que en una verti-
calidad que tiene líderes fuertes, pero
tiene sus limitaciones por otro lado y,
en este momento, me parece que es
el tiempo de una politización desde
abajo.
AB: Ahí tocar el punto de Latino-
américa es interesante, ¿no? Ayer
el ojo mocho 49
Diálogos
también lo charlábamos, ¿cómo
pensar el problema en el conti-
nente? Porque pareciera no haber
sido meramente un efecto dominó,
sino que parece algo del orden de
los ciclos, es fácil pensarlo en tér-
minos económicos, tal vez no tan-
to en términos políticos, Nietzsche
tiene alguna metáfora sobre el mar
y los flujos y reflujos de las fuer-
zas (también Sade), tal vez por ese
lado, pero es muy sorprendente ver
cómo de un día para el otro, todo el
continente, salvo en el caso de Bo-
livia, en Venezuela está cada vez
más complicada la situación (aun-
que no hubo elecciones) y en Brasil
ha habido un golpe institucional...
Al comienzo de los 2000 también
sucedió lo mismo, me refiero a la
insurgencia de los movimientos
populares en todo el continente al
mismo tiempo, ¿cómo pensar esos
cambios?
DT: Sí, mirá, yo para pensar soy más
maquiaveliano que otra cosa, no creo
por supuesto en una filosofía de la
historia, por ahí mucha gente se pre-
gunta «¿qué se hizo mal para que no
se siga?», a lo mejor no se hizo nada
mal, o a lo mejor las mismas cosas
por las que se perdió fueron las cosas
por las que se duró. El gobierno que
se inició en 2003 fue el gobierno más
largo de la historia argentina, ¿no? Y
con una oposición feroz, entonces no
hay una historia acumulativa que nos
permita pensar que hemos dejado
atrás determinadas formas primarias,
digamos, o que hay poderes que pue-
den ser desactivados o derrotados de
una vez para siempre, eso no sucede,
y más bien creo que la duración es
lo que Maquiavelo llamaba virtù, la
principal virtù es la duración, y lo
que en nuestra cultura política se ha
dado en llamar fuerza destituyente,
que no sé porque tuvo tanta fortuna
esa palabra (hablando de fortuna),
eso que llamamos fuerza destituyen-
te es lo que Maquiavelo llamaba la
fortuna. Y siempre un príncipe o una
experiencia popular está confrontada
con lo imprevisible de aquello contra
lo que se confronta y entonces la du-
ración democrática, una democracia
realista, una democracia maquiave-
liana, una democracia que ha apren-
dido su propia historia sabiendo que
no se enfrentan las corporaciones a
50 el ojo mocho
base de padrenuestros, sino a partir de
toda una serie de medidas democrá-
ticas que hagan posible la extensión
de una experiencia popular. A mí lo
que me asombra es cómo se duró tan-
to, en Argentina y en Latinoamérica,
porque la política es así, ¿no? En la
política, lo que dura, tiene todas las
de perder, va a dejar de durar en al-
gún momento, es decir, gana siempre
la fortuna, antes o después. Y yo no
sé si hay una regularidad de ciclos,
probablemente sí haya un dibujo, yo
no lo sé, yo sé que dependemos de lo
que somos capaces de construir y de
hacer con nosotros mismos, con los
que tenemos enfrente, y después no
me sorprende que una experiencia en
algún momento se apague, porque
además las cosas, no solamente por
lo que es de afuera, o lo que se lla-
ma la fortuna, sino porque también
las cosas se cansan, los dirigentes
se cansan, la gente se cansa, la gen-
te estaba harta de la política, eso es
un misterio fundamental: la vía por
la cual vos has sido más beneficiado,
que ha producido un cambio en tu
forma de vivir por el acceso a bienes
materiales, simbólicos y demás, es lo
que te tiene harto, y ya no querés sa-
ber más con eso. Ese cansancio inter-
no, que en un momento confluye con
una adversidad de la fortuna, produ-
ce que las experiencias se acaben. Y
hay que empezar de nuevo.
DC: Pero ahí, si hay cansancio de
la política...
DT: En mucha gente...
DC: Por eso, si hay cansancio de la
política en mucha gente, ¿cómo se
explica que el camino sea la politi-
zación?
DT: Había un cansancio de una satu-
ración de discurso político que no fue
resistido por personas que no acce-
dían completamente a él, y entonces,
bueno, la repolitización se produce
de otro modo, cuando ves que te lle-
ga la factura del gas y te encontrás
que no podés..., empezás de nuevo,
y si eso cobra vuelo, probablemente
luego vuelva a haber un cansancio.
Ahora, de todas esas cosas hay que
aprender, de esa excesiva ideologiza-
ción que fue la madre del kirchneris-
mo y que, de nuevo, le permitió du-
rar, en un momento determinado se
le volvió en contra. Yo no sé qué se
hace con eso, la verdad. Pero bueno,
la política se trata siempre de empe-
zar de nuevo en todo sentido de la
palabra “nuevo”, no solamente otra
vez, sino con novedad.
AB: Repensar lo anterior también,
¿no?
DT: Repensar lo anterior, sí, por su-
puesto, asumiendo la herencia, pen-
sarlo, y por supuesto esto no quiere
decir que no se hayan hecho cosas
mal, se hicieron cosas mal, hay que
tomar nota de cosas que probable-
mente se debieron haber hecho de
otra manera. Pero bueno, hay algo en
la cosa misma que es la gran dificul-
tad de la política, la política es difícil,
es muy difícil.
DC: Vos hablás de paciencia acti-
va, y hablaste de innovación mili-
tante y de innovacion intelectual,
¿lo pensás como dos dinámicas
diferentes, como dos dinámicas
diferentes pero que a su vez se
tienden puentes entre sí, como la
misma dinámica? ¿Corresponde a
la renovación intelectual la pacien-
cia, y la actividad a la renovación
militante? O, en todo caso, ¿cómo
interviene un intelectual? Bueno,
la pregunta podría ser ésa, ¿cómo
interviene un intelectual?
AB: Vaya pregunta... (risas)
DT: Un paréntesis, ya voy a tu pre-
gunta, pero es el vínculo entre el ma-
crismo y la filosofía, ¿no? Vos Ale-
jandro estuviste participando en la
noche de la filosofía que es una cosa
que empezó con el gobierno de la ciu-
dad. Pero además, a su vez, está esta
cosa de rodearse de filósofos de Ma-
cri, hay algo ahí que yo diría que en
el gobierno anterior era más bien la
figura del intelectual, más que la del
filósofo, pero si uno tiene en cuenta
a Alejandro Rozitchner, Ivan Petrella
(que es más teólogo) y otra gente,
hay algo extraño ahí que habría que
pensarlo, me parece... ¿Cómo inter-
viene un intelectual? Tratando de
pensar lúcidamente lo que sucede y
multiplicando los esfuerzos para no
sucumbir al auto-engaño, salir de la
auto-fascinación, del narcisismo, y

estar muy atento a detectar la pun-
ta de las cosas que pueden llegar a
surgir, porque eso no siempre se ve,
llega muchas veces por el lugar más
inesperado, y sobre todo tener por
objeto de pensamiento el mundo, eso
es un intelectual, la prosa del mun-
do, como un objeto que tiene que
ser pensado, y no recluirse una vez
más en la pura existencia académica
como puede haber pasado en los años
90. Eso es difícil para un intelectual,
en una situación de adversidad, no
recluirse, sino tomar lo que sucede,
siempre como una oportunidad para
pensar, y no como algo que motiva
una ruptura reaccionaria con el mun-
do, ¿no? Es decir, no lamentarse y no
burlarse, sino apasionarse por com-
prender lo que sucede, sin tampoco
moralizar, ¿no? Pero con una clari-
dad política inequívoca a qué es lo
que se está buscando, con quién se
quiere pensar.
AB: En relación a la participación
intelectual, Oscar del Barco recha-
zó una invitación de la Biblioteca
Nacional, se hizo pública una car-
ta, no sé si la habrá hecho pública
él, circuló por las redes digamos
un correo de Oscar contra la invi-
tación...
DT: Sí, sí, sé...
AB: Diciendo que no iba a partici-
par de ningún acto de un gobier-
no esencialmente corrupto por su
compromiso con lo financiero, ése
es un gesto intelectual interesante
me parece, de ruptura, ¿no? Es
un acto político ese correo, casi un
grito también, equivalente al del
«No matarás» en su momento, esos
son gestos que son posibles y que
son interesantes. Por otro lado, en
su momento, la participación en
eventos como la noche de la filoso-
fía y demás, un evento que efecti-
vamente tiene algo de espectacular,
de espectáculo, en particular para
la primera vez, organizada por la
ciudad, dudé mucho qué hacer o
no hacer, conversé con varias per-
sonas, incluso lo consulté telefóni-
camente con Darío...
DC: Me echás la culpa ahora... (ri-
sas)
AB: No, no, para nada, fue una
conversación, ¿no? Una reflexión,
y con respecto a esta nueva noche,
era en cierto modo diferente por-
que el macrismo ya estaba en el
poder, ¿no?, ¿había que pensarlo
de una manera diferente o no? Sin
embargo me parece que, desde mi
subjetividad como quién soy, no un
gran filósofo ni un gran pensador,
pensé que tal como la primera vez,
intervenir allí críticamente en tor-
no a la idea de imagen-espectáculo,
o con una crítica del problema de la
imagen, podía ser un modo de ten-
sionar esa lógica espectacular, es
decir, bueno, intentar algo tan pa-
radójico como criticar la lógica de
la imagen-espectáculo en algo que
está dentro de la lógica del espec-
táculo. Obviamente era consciente
de que el gran riesgo era quedar
capturado dentro de todo eso. En
ese momento, es decir, en ese acto,
en donde proyecté y también me-
dio di una clase sobre Las meninas
de Velázquez, el Angelus Novus de
Paul Klee, Los viejos zapatos de
Van Gogh, entre otras imágenes,
una clase gonzaliana, y cómo eso
podía funcionar con la filosofía
para intentar desactivar otras lógi-
cas, ese acto, ahí, y esa conversa-
ción a partir de esas imágenes, me
pareció no un gran acto intelectual
que pretende cambiar la época,
pero sí acaso un gesto. Bueno, lo de
del Barco es desde otro lugar, ob-
viamente, es un gran filósofo y es
muy reconocido, y puede hacer esa
ruptura. Si yo hiciera algo como
del Barco nadie se entera o se ca-
gan de risa, digamos, pero la tarea
del intelectual tal vez tenga que ver
con esa cuestión del gesto, o incluso
del grito, ¿no? Marcar a través del
gesto o del grito, tal vez un intelec-
tual no pueda hacer mucho más…
DC: Yo pensaba lo siguiente, Diego
decía, es difícil para un intelectual
en la adversidad no volver sobre
su gabinete, a su torre de marfil,
y también es difícil acaso el gesto
contrario, ¿no? No en la adver-
sidad, sino en la prosperidad, no
subirse al carro triunfal: yo siem-
pre pensé esto y ahora la historia
me hace un guiño. Porque también
se corre ese riesgo, y también un
riesgo peor que es empobrecer el
Diálogos
pensamiento. A mí me da la impre-
sión que con el kirchnerismo nos
privamos de unos cuantos libros,
de unas cuantas intervenciones
críticas. Las críticas más podero-
sas venían por ahí de la izquierda
más orgánica, pero como decíamos
en el editorial del primer número
de El Ojo Mocho, “manteniendo
la autonomía pero sin impugnar el
compromiso”, autonomía y com-
promiso no como dos campos que
se impugnan mutuamente, com-
prometido con la realidad pero
manteniéndose en la autonomía de
pensamiento.
DT: Puede llegar a suceder también
que, por autonomía del pensamiento,
vos consideres que en un momento
haya un compromiso intenso con una
experiencia política por la amenaza
que sufre, no porque vos estés coop-
tado, pagado, sino porque vos creés
que eso es lo que hay que hacer, eso
es una forma de ejercer la autonomía.
Ahora, no estoy diciendo que sea en
todos los casos, pero sí considero
que hay que tener cierta reserva, o un
paso atrás de cierta distancia porque
sino no se puede pensar, me parece
que hay que tenerlo. Volvería a lo
que vos Alejandro decís de Oscar,
ésa es una carta que Oscar la mandó
a cuatro o cinco, digamos, que son
familiares de él, a Horacio y a mí,
entonces cuando la leí se la mandé a
Pia, se la mandé a dos o tres más, y la
Pia me dice “¿se podrá distribuir?”,
entonces le pregunté a Oscar y me
dijo que “sí, por supuesto”. Y lo que
vos decís es cierto, en el sentido de
que hay ciertos gestos políticos que
no se definen por el contenido sino
por el contexto y por quién los hace...
AB: El voto desgarrado de Hora-
cio, por ejemplo, ése también fue
un gran acto intelectual creo yo.
DT: Claro, exactamente, y muy juga-
do porque tuvo muchas críticas. En
el caso de Oscar, digamos, como vos
decís, si cualquiera de nosotros hu-
biera hecho una cosa así hubiera sido
un gesto hasta patético. El anteaño
pasado a Oscar le dieron el Konex,
en el mismo momento en que me lo
dieron a mí, y Oscar también rechazó
el Konex en una coherencia absoluta
con toda su....
el ojo mocho 51
Diálogos
MR: También publicó una carta...
DT: Exactamente. Yo hubiera prefe-
rido que no me dieran el Konex, y no
me preguntaron si me querían dar el
Konex, yo me encontré con eso ahí.
Ahora, yo no podía hacer el mismo
gesto que Oscar, yo lo que traté de
hacer es minimizar, por decir de al-
guna manera: no fui a buscarlo y
demás. Pero hay ciertas cosas que
puede hacer Oscar por ser quién es, y
todas esas cosas son para ser tenidas
en cuenta, me parece que respetando
también la personalidad. Oscar con-
cibe a la filosofía como una forma de
vida, no como un conjunto de ideas
que se tienen más allá de la vida, en-
tonces cada gesto de este tipo cuenta,
y no son gestos políticos, creo yo,
sino filosóficos, si es que hay algu-
na diferencia entre las dos cosas. Por
supuesto, los términos de la negativa
a la invitación de la Biblioteca Na-
cional son políticos, pero el gesto es
filosófico, lo mismo que lo de la carta
a la revista La intemperie en el año
2004, son gestos filosóficos, sino no
se los comprende, por más que ten-
gan efectos políticos. Y eso es lo in-
teresante de Oscar, eso es lo que hace
de Oscar una singularidad, una per-
sona de una singularidad me parece
única en el contexto filosófico argen-
tino, yo no sé si hay otra persona.
MR: Ahí volviendo a lo de la inno-
vación, a la militancia y la políti-
ca, y a la herencia, tal vez pensar
un poco qué queda de la herencia,
sobre todo en términos de organi-
zación política. Más allá de las po-
líticas sociales y los derechos, bue-
no, también has pensado sobre eso,
¿no? Los derechos como potencia,
como extensión de la democracia.
Pero en términos de herencia, ¿qué
podemos resguardar, no en tér-
minos acumulativos, sino tal vez
como memoria para poder...?
DT: Es que yo creo que la herencia
no es una organización. A mí me pa-
rece que el kirchnerismo produjo un
sujeto social, creo que en la Argenti-
na el kirchnerismo es el único sujeto
social existente, y el primer sujeto
social después del peronismo his-
tórico (que es el gran sujeto social).
¿Qué digo cuando digo esto? Cuan-
do digo sujeto social me refiero a un
52 el ojo mocho
10%, un 15% de la población que
después, por supuesto, en determina-
das circunstancias se puede extender
un poco más, no estoy magnificando,
¿no? Lo cual no es poco tampoco,
¿no? No sé si otra perspectiva polí-
tica cuente con un núcleo de un 15%
que no es solo electoral, sino que
es cultural, y cuando digo un sujeto
me refiero a la irrupción de una sen-
sibilidad frente a ciertas cosas, eso
el kirchnerismo lo logró y ésa es la
herencia, que después, por supuesto,
se expresa, se plasma en estructuras
políticas, que en este momento están
desmanteladas, pero hay un sujeto
kirchnerista que no es la mayoría de
la población ni mucho menos, pero
que no es desdeñable, que es impor-
tante. Eso que no es fácil de consti-
tuir para ninguna organización polí-
tica, para ninguna ideología política,
el kirchnerismo lo ha logrado. Cuan-
do yo digo que no hay otro sujeto po-
lítico en Argentina que no sea el kir-
chnerismo, me refiero a que no hay
macrismo, ni puede haber macrismo,
Macri es un señor que da curso a una
serie de resentimientos y de intereses
muy heteróclitos que han encontrado
cierta eficacia en el caso de Macri,
que a su vez es una persona incapaz
de producir una afectividad porque
un sujeto político tiene que ver con
una afectividad. Y el kirchnerismo lo
ha logrado, al igual que el peronis-
mo histórico. Macri no puede lograr
eso, por definición no puede lograr
eso, por eso no hay ni puede haber
macrismo. Hay un señor que se llama
Macri que en este momento un poco
coagula una serie de intereses disper-
sos, pero eso también le da al actual
gobierno una debilidad, no se puede
producir un sujeto macrista. Bueno,
yo creo que ésa es nuestra herencia,
y eso puede estar latente, puede estar
dormido un tiempo, pero eso después
resurge, resurge en formas de organi-
zación, de expresión popular, que son
nuevas, que yo creo que no necesa-
riamente, o muy probablemente, no
sean las anteriores. Es una marca que
el kirchnerismo le ha hecho a la so-
ciedad argentina como no se la había
hecho nadie a no ser el peronismo,
en otra magnitud. Y que por supuesto
deja una marca que, a su vez, corro-
bora o registra la herencia peronista,
pero que está diferida en relación a
ella, que no equivale exactamente,
porque incorpora otros elementos,
porque abjura de ciertos elementos
que el peronismo histórico tenía. Es
decir: está en esa línea, pero es una
novedad. Y eso me parece que es lo
más interesante, y también hay que
ver la temporalidad que tiene eso,
vos podés meter en cana o perseguir
judicialmente, pero eso no es contro-
lable, tiene una cierta autonomía his-
tórica, te diría. Y hay que ver cómo
eso estalla, bajo qué condiciones, de
qué manera, en el futuro, ¿no?
AB: Yo quería leer, leerte un tex-
tito, me pareció muy sugerente,
para pensar la derrota, a ver qué
te sugiere. Dice: “Muchos de noso-
tros pensamos, y lo decimos, que
sufrimos una derrota, una derro-
ta atroz. Derrota que no sólo es la
consecuencia de la superioridad
del enemigo sino de nuestra inca-
pacidad para valorarlo, de la so-
brevaloración de nuestras fuerzas,
de nuestra manera de entender
el país, de nuestra concepción de
la política”. Esto es de la primera
Controversia, octubre de 1979 (Mé-
xico). Y lo traía a colación porque
vos recién en las series, digamos, o
en la referencia a la herencia, ha-
cías hincapié en el peronismo his-
tórico, y tal vez no tanto con los 70,
que es algo de lo que el kirchneris-
mo abrevó mucho también, ¿no?
En qué medida pensar esta derrota
también, aunque no es analogable
absolutamente, pero acaso pueda
pensarse o tenga algo para pensar
en relación a aquella derrota tam-
bién, ¿no? Tal vez no el proceso re-
volucionario en sí mismo, porque
el kirchnerismo claramente no lo
fue, pero en términos de derrota
tal vez haya algo ahí para hurgar,
no sé cómo lo ves.
DT: Sí, indudablemente qué habría
en común entre una cosa y otra. Yo
diría que tanto el kirchnerismo como
la gente que estaba en México y par-
ticipaba en Controversia se auto-per-
cibían como parte de un movimiento
popular en curso que fue derrotado.
En un caso de manera militar y por
persecución terrorista desde el Esta-
do y en otro caso, en nuestro caso,
electoralmente. En ese sentido hay
una cosa común. Pero yo diría que
toda la aventura democrática argenti-

na, desde la recuperación de la demo-
cracia en el 83, ha sido una apuesta
por la vía democrática como posibi-
lidad de producir transformaciones
sustantivas en la sociedad. Eso en el
año 73 era visto con desconfianza,
digo, una afirmación de este tipo. Por
la mediación de esa derrota y por la
mediación del terrorismo de Estado
es que aparece la vía democrática,
la apuesta democrática. No hay nin-
guna garantía en que la democracia
sea efectivamente una vía para pro-
ducir transformaciones. Yo creo que
no hay garantías, es una apuesta, es
una decisión en el vacío que toma
nota también de la historia inmedia-
ta si se quiere. Me parece que, sobre
todo en la última etapa, la conquista
de los derechos políticos en el año
83 no son menores, porque se venía
desde donde se venía, pero después
ha habido disputas. La democracia
es enfrentar con corporaciones, no es
otra cosa. Esencialmente es enfrentar
poderes anti-democráticos que impi-
den que la democracia se extienda, es
por eso que lo tumbaron a Perón, es
por eso que lo tumbaron a Illia...
AB: A Alfonsín también...
DT: A Alfonsín también, exactamen-
te. Y entonces hay otras instancias
de democracia social, de democracia
económica a las que era más difícil
de acceder y la apuesta democrática
en Latinoamérica logra cosas im-
portantes, impensadas antes, ¿no?
Porque, ¿qué quiere decir por vía
democrática? Respetando a rajata-
blas las libertades individuales, las
reglas de juego, las formalidades
que antes se llamaban burguesas.
En ese marco es que se le dio vida
a una perspectiva popular que pro-
dujo cosas, con la lentitud del caso,
con errores, pero que es el resultado
también de una experiencia históri-
ca. La democracia está orientada por
la idea de igualdad, hay democracia
cuando está abierta la pregunta por la
igualdad, que es una palabra difícil,
muy difícil de pronunciar. Hoy ya no
se habla más de igualdad, se habla a
lo sumo de desigualdad, de acciones
para reducir la desigualdad, pero por
parte de los poderes concentrados la
palabra igualdad es una palabra im-
pronunciable. Y es orientada por los
derechos y por la igualdad que se ha
logrado, de manera parcial por su-
puesto, una sociedad más integrada,
una sociedad más inclusiva, donde
sectores que tradicionalmente no
habían accedido a ciertas formas de
la cultura, pero también de la econo-
mía, accedieron. Y yo creo que ahí
hay algo que no es del orden econó-
mico, sino cultural. Daniel Santoro,
que pasamos por su casa hace un
ratito, insiste con algo que a mí me
parece clave, recurriendo a una figu-
ra lacaniana que es la del fantasma
neurótico del goce del otro. Es una
temática spinozista también, en cier-
tas pasiones de exclusividad. Ha ha-
bido una estructura de acumulación
y distribución de la renta que no ha
sido conmovida esencialmente du-
rante el kirchnerismo, la gente que
ganaba mucho dinero siguió ganan-
do mucho dinero y más, pero lo que
molestó yo creo que no es eso, sino
que los sectores populares contami-
naran ciertos lugares que tradicio-
nalmente habían pertenecido a las
clases privilegiadas. No lo afecta en
nada materialmente, pero ya hay una
des-diferenciación, hay una contami-
nación, hay una mezcla, que produce
una reacción de una virulencia que
es extraordinaria. Y entonces, ¿qué
pasa con la educación, qué pasa con
el consumo, qué pasa con un conjun-
to de bienes simbólicos? Entonces
a mí me da la impresión que, desde
ese punto de vista, las experiencias
populares latinoamericanas dieron
pasos adelante muy importantes, y la
reacción es en una magnitud inversa.
No sabemos lo que puede la demo-
cracia o la apuesta democrática. En
este momento hay un interregno o
una interrupción, pero me parece que
la insistencia democrática tiene que
ver con pensar lo que toca hacer aho-
ra y reordenar lo que hemos vivido
de otra manera, para que su continua-
ción accidental de otro modo pueda
retomarse. Pero lo que quiero decir
es lo siguiente: la palabra democra-
cia es una palabra de 2500 años, con
la que todas las generaciones deben
confrontarse y se confrontan, posi-
tiva o negativamente, y creo que es
una palabra a seguir explorando en
la vida popular pero también en la
teoría y no abandonar, si bien hemos
llegado a límites que son nuestra ta-
rea histórica. A ver, la pregunta fren-
te a la que nos confrontamos, que es
Diálogos
una pregunta teórica pero que tam-
bién está en el mundo de la vida es
«¿cómo persevera una democracia,
habida cuenta de su captura por dos
poderes que son formalmente esen-
ciales a ella y que sin embargo la
hacen imposible, que son los medios
de comunicación concentrados y el
poder judicial?». Esos son los dos
límites fundamentales para que haya
democracia en este momento, y más
cuando trabajan coordinadamente,
¿no? El kirchnerismo trató de hacer,
respetando las reglas de juego, una
ley que desmonopolice los signifi-
cados sociales y la palabra pública.
Eso se vio obstruido, precisamente,
por el poder judicial. Y cuando qui-
so reformar la justicia para hacer una
justicia más democrática, eso se vio
obstruido por una campaña de prensa
formidable. Las dos cosas ayudadas
mutuamente se volvieron imposi-
bles. Entonces, yo creo que ahí tene-
mos una dificultad y una tarea para
lo que sigue. ¿Cómo se construye de-
mocracia con esos dos poderes que
son facticamente antidemocráticos
y que responden a intereses que no
tienen que ver ni con la producción
de derechos ni con la producción de
igualdades sino precisamente con su
bloqueo. Ése es el punto a pensar y a
tomar nota respecto de qué es lo que
hizo que esto…
AB: A lo que agregaría, también,
una cierta (habría que pensarlo)…
una cierta multitud que, bajo el
modo del cacerolazo y demás, des-
gastaba al gobierno, o pretendía
destituirlo. El tema de la multitud,
en algún momento lo conversamos,
la multitud de Negri y demás, esa
multitud era inversa a la multitud
democrática; más bien era una
multitud reaccionaria.
Florencia Gómez: Sí, una multitud
muy complicada con demandas
individuales. No había organiza-
ciones políticas ni mucho menos
en los cacerolazos. Era gente que
quería comprar dólares. Un festejo
del liberalismo y del individuo más
atomizado…
AB: Pero fue la irrupción de una
multitud…
FG: Pero muy atomizada
el ojo mocho 53
Diálogos
AB: Bueno, los indignados tam-
bién son igual de atomizados aun-
que son otro tipo de multitud.
FG: que no es para nada democrá-
tica.
AB: ¿La de los indignados?
FG: No, la nuestra, la de los cace-
roleros.
AB: Bueno, no sé si no es democrá-
tica. Es democrática en tanto es ex-
presión de una voluntad política…
DT: A mí me parece que la multitud
y la indignación no son buenas per
sé. Son, simplemente son. Y bajo
ciertas condiciones se producen,
irrumpen. El problema es qué hacer
con eso. Todos los realismos políti-
cos han registrado esto. Spinoza le
da ese nombre. Acuña el nombre de
multitud para referirse a un tipo de
manifestación popular y habla de la
indignación como la pasión de la re-
vuelta. Pero ni la revuelta es buena
por sí misma, ni la indignación lle-
va necesariamente a ninguna parte
reconciliada consigo misma. Y en
cuanto a la multitud: hay multitudes
fascistas, hay multitudes linchado-
ras, hay multitudes emancipatorias
y eso Spinoza lo tenía clarísimo.
Es más, el concepto de multitud en
Spinoza nace de un episodio de lin-
chamiento. Pero Spinoza no era un
moralista en política. Dice: eso es la
multitud; hay que pensar eso. Incluso
la palabra “democracia” es una pala-
bra que no hay que entenderla como
tolerancia ni nada por el estilo sino
como el ejercicio de un poder. Poder
con el que hay que hacer algo, colec-
tivamente pero también individual-
mente. A mí me parece que el punto
es ése: cómo se politiza una situación
que aparece de manera inmediata no
política. Es ahí cuando hace falta
que intervengan las organizaciones y
los referentes políticos. Yo creo que
siempre hay un materialismo de las
pasiones que hace que en determina-
das circunstancias haya manifesta-
ciones de determinado tipo. La polí-
tica empieza recién ahí. Pero yo no
sé si llamar a eso un fenómeno polí-
tico. Incluso creo que puede ser peli-
grosísimo. En ese sentido, creo que
Toni Negri es demasiado optimista
54 el ojo mocho
en relación a que eso reduce la am-
bivalencia de la multitud y hace de
la multitud depositaria de no se qué
cosa de carácter emancipatorio. Eso
no es así en Spinoza y no es así en la
vida, desde mi punto de vista. Sí es
en la vida que hay un materialismo
en las pasiones y que a partir de ahí
empieza el trabajo. Es probable que
eso lo vayamos a ver próximamen-
te. La gente reacciona en función de
intereses, no por una idea de justicia
o por valores morales. Reacciona
cuando los bancos le tocan el bolsillo
o cuando le llega la factura de gas o
cuando va al supermercado y no le
alcanza. No absolutamente pero sí
sustantivamente. Entonces, eso hay
que registrarlo y ver qué curso pue-
de llegar a tomar eso en un momento
determinado. Eso es algo que consi-
deraban los realistas tanto antiguos
como modernos, desde Tucídides
hasta Lenin.
AB: Volviendo a Spinoza y al tema
de la multitud. Y a la lectura in-
teresante que hace Virno en Gra-
mática de la multitud, esa opisición
entre la multitud y el pueblo como
Uno, Spinoza contra Hobbes. El
gran problema del peronismo
como movimiento es el problema
de la unidad, ¿no? Y de alguna
manera, creo, el gran dilema que
hubo durante estos años fue cómo
conciliar la multitud con el Uno. O
cómo al mismo tiempo que había
grandes reformas desde el Estado,
había también cierta efervescencia
popular o social que se expresaba,
cómo conciliar ambas cosas. ¿Vos
pensás que ése, en última instan-
cia, sería el problema de lo políti-
co: conciliar el Uno con la multi-
tud?
DT: No sé. Una sociedad está siem-
pre dividida. En un nivel está dividi-
da en dos, como dicen Maquiavelo,
Laclau y, en otro sentido, Marx. Y en
otro nivel es una pluralidad mucho
más vasta e irrepresentable… por
decirlo de alguna manera. El tema es
qué se hace con la división. De nue-
vo “qué se hace”. No suprimirla ni
suspenderla, porque eso no solamen-
te no es posible sino que, sobre todo,
no es deseable. Las ilusiones de to-
talidad reconciliada y ya no dividida
son, en primer lugar, ilusiones. Y en
segundo lugar: cuando esas ilusiones
buscan hacerse realidad, lo hacen por
una vía inexorablemente violenta.
Entonces, afrontar o reconocer las
divisiones sociales, en primer lugar.
Y en segundo lugar: cómo darle una
institucionalidad a eso. Ése es el pro-
blema del político: ¿cómo se insti-
tucionaliza la división y cómo de la
división sale la libertad? Pero no la
reductio ad unum: eso es un proble-
ma. Por supuesto que cuando vos es-
tás en una contienda política, es ne-
cesario la organicidad, la unidad, etc.
Eso es necesario. Pero si nosotros ha-
blamos de una ontología de la socie-
dad, me parece que el problema de la
política es qué hacer con la división
en cuanto división, y encontrar ahí la
condición de posibilidad de una pol-
tización hacia la libertad, por decirlo
de alguna manera. Cuando decimos
división decimos también conflicto,
¿qué hacer con el conflicto? En ese
sentido, el kirchnerismo fue muy…
tuvo un vínculo virtuoso con el con-
flicto: con aquellos que él enfrentaba
pero también con los conflictos que
lo enfrentaban a él. Los enfrentaba
de manera democrática. Y en este
caso cuando digo “de manera demo-
crática”, lo digo procedimentalmente
hablando: ganando elecciones, con
debate en las cámaras. Y, por otra
parte, en cuanto a los conflictos que
lo enfrentaban, tuvo la convicción de
la no represión de la protesta social
y la convicción de que es necesario
que lo que hay, se manifieste. Ahí
hay una dimensión del kirchnerismo
fundamental y democrática en senti-
do pleno, que pudo haber encontrado
sus límites pero que es muy intere-
sante en cuanto experiencia porque
el kirchnerismo nunca se vio tentado
por una retórica de la unidad, ni de la
armonía o la reconciliación. La polí-
tica es eso.
MR: Me parece que eso (el modo
de elaborar los conflictos), el kir-
chnerismo lo ejerció así con sus
“enemigos”, por decirlo de alguna
manera. Pero en la cuestión del
Estado, del interior del estado, sí
hubo una retórica de la unidad y
por eso, en muchos casos no supo
o no pudo… por ejemplo en el caso
de la alianza con el sindicalismo:
algo pasa con Moyano y Moyano
queda por fuera. Ahí el kirchneris-

mo no pudo procesar el conflicto
hacia adentro. García Linera tiene
un interesante ensayo sobre el Es-
tado absorviendo las contradiccio-
nes sociales. Hay una tensión que
es para pensar: el Estado como
comunidad en conflicto. De paso,
lateralmente, te pregunto sobre
algo de tu libro, Spinoza, filosofía
terrena. Vos ahí pensás el contexto
latinoamericano, junto a Spinoza
pero también con una idea de Re-
pública más afín al pensamiento
de Maquiavelo o a una izquierda
maquiaveliana. Me acuerdo que
la última vez que viniste (a Buenos
Aires), alguien, no recuerdo quién
era, te debatía y decía que ese Spi-
noza era un Spinoza estatista con-
trapuesto al Spinoza de las lectu-
ras más 2001.
DT: Diego Sztulwark
MR: Con Diego! Y no Diego en
particular, pero el situacionismo
en general me parece que, cuan-
do perdimos, tuvo una muequita
como diciendo “vieron que tenía-
mos razón… con el Estado no se
puede construir nada”.
DT: Vamos a empezar por lo últi-
mo. Yo respeto mucho el trabajo del
Colectivo Situaciones y de Diego en
particular. Conversamos mucho. Es
una de las interlocuciones que me
interesa mantener. Leo Lobo Suelto
y pienso que muchas cosas no las
comparto. Por ejemplo, últimamente
hemos tenido una conversación en
relación a su idea de que el macris-
mo es una continuación del kirch-
nerismo. En cuanto a Spinoza, ellos
tienen -claro- un Spinoza 2001 que
recoge todas las lecturas libertarias
de Spinoza que, desde Althusser para
acá, constituyen la gran tradición de
spinozismo libertario y que es fun-
damental, y en la que nos hemos
formado todos. Ese Spinoza ha sido
fundamental para pensar el 2001:
un Spinoza de la potencia contra el
poder o del poder constituyente con-
tra el poder constituido, un Spinoza
anarquista, un Spinoza de las redes.
Bajo ciertas circunstancias es un Spi-
noza muy eficaz. Ahora, lo que a mí
me interesaba es ver la posibilidad
de un programa de lectura latinoa-
mericana de Spinoza en función de
la experiencia anterior que encuentra
en Spinoza elementos para pensar
la democracia, para pensar la ins-
titución y no únicamente lo contra-
institucional. Porque Spinoza pensó
la institución. Es más, y esto es algo
que conversé con Toni Negri, creo
que la filosofía política de Spinoza,
probablemente la más radical de la
modernidad y de la tradición canó-
nica de Occidente, que ha inspirado
tantas ideas y movimientos liberta-
rios, no fue una filosofía política que
buscaba tumbar un gobierno sino que
buscaba defenderlo. Eso es extraño
¿no? Porque Spinoza escribió el Tra-
tado teológico-político en defensa de
su amigo Johan de Witt que estaba
amenazado por fuerzas destituyen-
tes, por decirlo de alguna manera,
para ver cómo se le daba duración
a eso. Lo cual no se logró. Bueno,
al margen de eso, me parece que un
programa de lectura latinoamericana
de Spinoza ayudaría a pensar una
idea de democracia en la cual las ins-
tituciones están a mínima distancia
del poder instituyente y que no se au-
tonomizan ni se vuelven en contra de
su origen, de la soberanía, sino que
de alguna manera la expresa. Y el Es-
tado como institución puede llegar a
ser una caja de resonancia de los con-
flictos pero también de las manifes-
taciones populares. El Estado nunca
es igual a sí mismo: es un lagar de
disputa, es un lugar complejo. Hora-
cio González dice que es un lugar de
fragilidad. Por supuesto que tiene a
la policía, a las fuerzas armadas. Lo
sabemos y también sabemos que eso
no es inesencial al Estado. Pero no es
solamente eso. Es también un lugar
de fragilidad. Es, inclusive, un lugar
de potlatch. Ayer estuvimos hablan-
do, por ejemplo, de la defensa de la
educación pública: no debe haber
muchos lugares en el mundo en los
que una persona hace un trayecto de
20 años en el sistema educativo sin
pagar un peso. Entonces, el Estado es
un lugar de represión y saqueo pero
también es un lugar de don y de do-
nación. La educación pública es eso,
que además genera todo un sistema
de vínculos. Me parece que el Esta-
do es algo a seguir pensando. No sin
los autonomistas. Los autonomistas
interesantes. Son autonomistas inte-
resantes los que, por ejemplo, están
dispuestos a pensar el Estado; no los
Diálogos
que puramente lo demonizan.
Lo que sí me parece fundamental
para pensar al Estado como contra-
poder, como diferencia de sí, como
vehículo del poder instituyente,
es desactivar algo que es primario
en el Estado que es la tentación de
cooptar todo lo que no es el Estado
mismo; es decir, de vaciar de política
todo lo que no es el Estado mismo.
En ese aspecto, me parece que un
Estado crítico es un Estado que no
bloquea la politización más allá del
Estado mismo sino que la habilita
no obstante toda la enorme dificul-
tad que eso significa para quien está
ejerciendo el estado. Es fácil decirlo
teóricamente pero después hay que
estar ahí. El kirchnerismo tuvo mu-
cho de Estado crítico pero de manera
insuficiente. El Estado boliviano fue
mucho más allá: es un estado pluri-
nacional, lo que es una contradicción
en los términos. Es una gran contri-
bución del Estado boliviano a la his-
toria del pensamiento político.
DC: Probablemente, un ejemplo
práctico de Estado crítico es el
crecimiento de la Tupac Amaru de
Milagro Sala, que es otro poder, un
poder popular por fuera de la ins-
tucionalidad estatal, ¿no?
MR: Y antes las Madres...
DT: Me parece muy interesante el
gesto de impulsar desde el Estado
a los movimientos sociales. Ahora,
desde el lado de los movimientos
sociales hubiera sido interesante co-
brar cierta autonomía a partir de un
momento determinado. Lo intentó
hacer la Tupac. Con los talleres me-
talúrgicos, los talleres textiles. “Ya
está. Muchas gracias. Ahora segui-
mos nosotros”. Como para no perpe-
tuar un vínculo. Es indudablemente
de los más interesantes. Pero, claro,
ahora eso tiene sus problemas. Hay
una cosa que dice Verbitsky y que es
verdad: en los lugares donde se trata
de revertir sistemas de dominación
que llevan 500 años, como en el caso
de Jujuy, los modales con los que
se definen las cosas no son modales
universitarios y la gente que hace las
cosas con cierto grado de autonomía
no es gente que tiene monotributo
o está bancarizada, precisamente. Y
la Tupac no tiene contadores como
el ojo mocho 55
Diálogos
tiene Moncsanto, Calcaterra o el
grupo Macri. Entonces, ¿qué pasa?
Y, pasa lo que pasó: llegaba a una
cuenta bancaria el dinero para los
trabajadores de las cooperativas de
vivienda, lo iban a buscar en bolsas
y después decían “esto es para vos,
esto para vos, esto para vos”, etc.
Fuera de toda norma. Si vos te ponés
en cagador, metés en cana a todos.
Pero no porque estuvieron robando.
Es gente que vive en el límite, ¿qué
les estás pidiendo? Entonces, hay
una forma de auto-organización al
margen de una estructura que es ban-
caria, judicial y burocrática, que es
la manera en que pudieron hacer las
cosas. Bueno, por eso con el cambio
de signo, ahora tienen todo para una
persecución que es sustancialmente
política pero que tiene elementos ju-
diciales. No significa que haya habi-
do corrupción o robo. Se hizo algo al
margen del sistema que prevé cómo
se tienen que hacer las cosas.
DC: Pero además Morales fue sin-
cero bastantes veces cuando dijo
en más de una ocasión que en Ju-
juy había un poder doble y que eso
no podía ser. En algunos discursos,
el problema no era la corrupción
sino el poder doble. Una sinceri-
dad increíble. Pero ya que hablaste
de “fragilidad” y de “potlatch” y
dado que se trata de los títulos de
dos relatos tuyos…
DT: Ah… mirá vos…
DC: …quería llevarte a la ficción.
Porque me parece que en tus re-
latos aparecen, por supuesto de
modo figurado, los temas de tu fi-
losofía: el tema de la totalidad y el
momento en que esa totalidad es
acechada. Por ejemplo: una fami-
lia recibe una visita inesperada y
de repente el hilo que sostenía todo
se corta. Me parecía que eran los
temas de tu filosofía, insisto, figu-
rados, pero a escala microscópi-
ca. Entonces, quería preguntarte
cómo pensás el vínculo entre tu
trabajo académico con la filoso-
fía y el discurso ficcional literario.
¿Cómo trabajás eso?
DT: Si querés, para hacerlo más
complicado, preguntame cómo hago
esas dos cosas junto con el trabajo de
56 el ojo mocho
política universitaria (risas).
DC: Eso viene después (risas)…
Pero lo interesante de tus relatos
es que eso que acecha a la norma-
lidad siempre es o puede ser cual-
quier objeto, o como vos lo llamás,
un objeto perdido. Creo, incluso,
que a esta idea de “cualquier ob-
jeto” o del “objeto perdido”, la re-
forzás semánticamente con un uso
deliberado, o no deliberado, de los
diminutivos: en tus cuentos hay
“zapatitos”, “cuerpecitos”, “por-
toncitos”, etc. Como remarcando
cierta característica del objeto, que
puede ser cualquier objeto incluso
un objeto mínimo. El problema
ahí (perdón, hago una digresión
antes de tu respuesta), el problema
ahí, entonces, es que justamente
es monstruoso ese objeto mínimo
porque acecha a una totalidad que
parecía coherente. Pero al permi-
tirse ser acechada por cualquier
objeto por mínimo que sea, la to-
talidad misma es monstruosa. No
es tan totalidad si cualquier objeto,
incluso un objeto perdido, un “za-
patito”, puede ponerla en estado
de acechanza. Entonces ahí hay
una monstruosidad de lo normal.
Más allá de que sea monstruoso
el “zapatito”, también hay una
monstruosidad de lo normal.
DT: Sí, incluso… yo te agradezco
esa observación porque me parece
que es así aunque no se si lo hubiera
dicho tan bien. Lo mismo con los se-
res, más allá de las cosas y de la tota-
lidad de las cosas. El relato es como
una lupa puesta sobre seres normales
que dejan ver casos clínicos. Rare-
zas. Los seres humanos son seres ra-
ros que no saben qué hacen cuando
hacen y que no saben que son obje-
tos de fuerzas de un mundo extraño
y amenazante. Los seres humanos
no son dueños de sí, por decirlo así.
Esas ideas tienen que ver con una es-
pecie de hallazgo. La literatura para
mí no es una expresión, por decirlo
de alguna manera. No es la mani-
festación de una interioridad ni nada
que se le parezca sino algo que tiene
que ver con un estado de cosas del
mundo. Por ahí, uno va caminando
por una ciudad, o está encerrado en
su propia habitación, y aparece una
punta de algo… la literatura para mí
es parecida a la arqueología: la litera-
tura como arqueología. Con arqueo-
logía no me refiero a lo antiguo sino
a las cosas que aparecen o que ape-
nas sobresalen porque están semien-
terradas y que si caminás muy rápido
no las ves. Pero si uno se detiene y
tira, tira, tira, aparece algo que no era
visto, por decirlo de alguna manera.
Entonces, la literatura como hallazgo
en la rutina, en el mundo de todos los
días. Ahora estoy escribiendo poco
literatura o casi no lo estoy haciendo,
pero en los momentos en que sí lo
hacía, esas detecciones (para decirlo
así) tienen que ver con una disponibi-
lidad, con una manera de andar por el
mundo: más detenida, tratando de…
No se si alguno de ustedes alguna
vez se hizo una casa. Cuando uno se
hace una casa y tiene que lidiar con
la obra, con los albañiles, ir a la fe-
rretería, etc., después uno anda por el
mundo mirando las maderas, los pi-
caportes, las baldosas, las ventanas:
cosas en las que nunca te habías dete-
nido y de pronto estás mirando todo.
Es el estado en el que estás mientras
uno está en obra. Lo mismo pasa con
la literatura. Cuando estás escribien-
do estás en un estado de disponibi-
lidad y te llaman la atención cosas
que de ordinario no te llamaban la
atención.
DC: ¿eso también es “paciencia
activa”?
DT: No, la paciencia activa es políti-
ca porque lo peor que te puede pasar
es la paciencia pasiva. La pasividad
siempre es mala. Pero una actividad
apresurada, que precipite, puede lle-
gar a ser contraproducente para un
propósito político. Lo que trataba de
decir antes respecto de los momentos
en los que escribo literatura, es que
se trata de un estado de observación
de los seres y las cosas en el mundo.
Soy una persona no noctámbula y
me levanto a las cinco y media, seis
de la mañana. Aprovecho mucho las
primeras horas para escribir, leer y
trabajar. Me acuesto a las doce. Y si
bien estoy muy cansado, a esa hora
se me revelan las marcas del día, las
cosas que no percibí de manera in-
mediata. Ahí agarró un papel y anoto
una palabra, dos palabras que tienen
que ver con eso. Y al otro día, con
energía renovada, trabajo en base a

esa palabra que escribí por la noche.
Siempre me pasó eso: transitar un día
es haber pasado por cantidades de
afecto, por cantidades de cosas que
hace el mundo con uno. No es que le
encontremos sentido inmediatamen-
te a eso pero algunas de las cosas…
llegan a destiempo, tienen como un
delay. Sobre esas rarezas del mun-
do, escribo una palabra a la noche
y lo hago literatura al otro día. Ése
es un poco el proceso cuando estás
en estado de observación. Otra cosa
es que no es una literatura narrativa
sino que hay una economía extrema
de palabras. Economía que a veces
es buscada, otras veces es producto
de reducir algún relato que original-
mente era más largo. Algunos relatos
podrían haberse quedado en el título.
El relato es el título en algunos ca-
sos. Y, sí, hay un contenido filosófico
en los relatos, como también hay un
contenido literario en mi manera de
escribir filosofía. A mí me interesa
mucho el vínculo entre estilo y rigor.
Rigor filosófico y estilo que no sea
meramente académico. Hay una bús-
queda que des-diferencia los juegos
del lenguaje: hay literatura en la filo-
sofía y hay filosofía en la literatura. A
eso se le puede llamar rigor.
MR: Vos mencionaste una pala-
bra: arqueología. La arqueología
está ya declarada como método en
Contra Córdoba. Es el mismo mé-
todo ¿no? Aquí sería una arqueo-
logía política de Córdoba. En este
caso se trata de alguna biografía
olvidada, un dato perdido de la
ciudad. Podríamos hablar del libro
y de tus ideas sobre Córdoba como
fenómeno político y también como
cabecera del avance del macrismo
y más que el macrismo, porque es
una reacción que involucra al de-
lasotismo durante tanto tiempo, al
radicalismo en la intendencia. ¿Po-
demos pensar un poco sobre eso y
hablar del libro?
DT: Me gustaría mucho presentarlo
en Caburé. Bah, presentarlo: tomar-
nos un vino con los amigos. Contra
Córdoba es un libro que lo escribí
de un tirón y en un mes: enero de
2016. No es cualquier mes. Es ene-
ro 2016. Pero es un libro que vengo
escribiendo, de alguna manera, des-
de hace mucho. Me quedé en enero
abajo de un aire acondicionado y
lo escribí. Tuve una experiencia de
escritura que desde que era becario
que no tenía ¿Qué quiere decir? Que
tenía los días enteros para escribir.
Escribí desde las nueve de la mañana
hasta las nueve de la noche, durante
un mes. Es maravilloso. Me había ol-
vidado lo lindo que era. Pero, bueno,
uno ya se jubilará. Es la próxima po-
sibilidad de que me suceda algo así.
Contra Córdoba es una hipótesis cul-
tural que trata de hacer una arqueo-
logía de ciertas experiencias que han
procurado hacerles alguna marca a la
ciudad. La idea de Contra Córdoba,
su hipótesis, es que todo lo que es re-
levante política y culturalmente que
ha sucedido en Córdoba ha sido a
pesar de Córdoba o no obstante Cór-
doba. A lo mejor es lo que pasa en
cualquier ciudad. Pero en Córdoba se
da de una manera particular, ¿no? Ar-
queología porque traté de encontrar
ciertos episodios laterales. A veces
poco conocidos pero que tienen que
ver con un conjunto de materiales de
la historia muy heteróclitos. No es
una investigación académica; por su-
puesto no es Historia; no es ensayo.
Es una colección de historias míni-
mas que tienen que ver con Córdoba.
Al principio, lo que había escrito tra-
taba de evitar la Reforma y el Cor-
dobazo porque creía que hay dejar
de hablar de eso por algún tiempo.
Pero después, en cambio, los afronté
desde lugares que me parecían que
no eran los lugares desde donde han
sido vaciados esos acontecimientos
por la pura conmemoración, que
los ha domesticado y que ha hecho
que dejen de inspirar absolutamente
nada. Bueno, y ésa era la idea. No
hay, no forma una tradición todo eso
sino que son un conjunto de cosas
que tienen algún vínculo. Trabajé sí
con una base documental. Digamos
que no hay ficción. Es una reflexión
sobre la ciudad. Y sobre todo está la
idea de que la cultura tiene que ver
con realidades intermedias, es de-
cir, con los espectros. Porque una
ciudad está habitada por espectros.
Cosa que, desde ya, es obvia. Pero el
problema es qué se hace con esos es-
pectros. Son realidades intermedias.
Quiero decir: no están encarnados,
no son cuerpos. Son palabras, son li-
bros, son marcas o son casas y toda
esa dimensión espectral me parece
Diálogos
que tal vez es algo del orden de lo
religioso más que de lo político. En-
tonces pensar la ciudad en esa clave.
MR: También usás la metáfora
de la ruina, que la tomás del tex-
to de Freud. Córdoba como ruina.
Y aquello que aflora, esas singula-
ridades… me parecen metáforas
interesantes para pensar. También
la advertencia de que esas singula-
ridades no forman una tradición.
Me acuerdo que Oscar del Barco,
en alguna charla, te objetaba por-
que justamente para él hay que
crear en Córdoba una tradición
fuerte con Deodoro, Taborda hasta
Obregón Cano, pasando por Aricó.
DT: Sí, y también están los liberales
del siglo diecinueve...
MR: Claro, que también están en
el libro…
DT: Pero es que es eso: la organi-
zación del lugar al que uno quie-
re pertenecer. Uno va armando los
nombres que son relevantes o sig-
nificativos o con los que vos vas ar-
mando un trabajo, una conversación.
Pero lo mismo pasa con las marcas
urbanas y no tan sólo con las perso-
nas. Una vez caminé por París con un
arquitecto cuyo objeto de estudio era
la ciudad de París. Era impresionante
porque te parabas en una esquina y
el tipo te hacía un corte vertical. Te
decía “en mil ochecientos y pico, acá
había un bar donde se juntaban Rim-
baud y Verlaine; en mil setecientos
ochenta y algo...”. Era un tipo que
miraba todo como si todo estuviera
ahí; como si nada hubiera realmente
pasado. Esa manera de vivir la ciu-
dad, la vuelve más intensa. Y no sé si
esto depende de una operación polí-
tica porque está más bien abierto a lo
involuntario. Hay un texto maravillo-
so de René Char que yo he saqueado
más de una vez y que trabaja la idea
de herencia involuntaria. Hace falta
esa disponibilidad para el hallazgo
del que hablábamos cuando recién
nos referíamos a la literatura. Porque
es lo mismo en la Historia: encontrar
un texto, una biografía, un dato. Eso
ilumina la ciudad de una manera…
sobre todo es un método que enseña
a salir de la coyuntura, de la captura
neurótica por la coyuntura y te per-
el ojo mocho 57
Diálogos
mite saber que las cosas tienen sus
tiempos. Produce una comunidad
que va más allá del tiempo, entre los
vivos y los muertos. Es una manera
de abrir el presente.
MR: Relacionado con esto, me pre-
guntaba si el kirchnerismo no fue
preso de lo que vos llamaste recién
la neurosis de la coyuntura. La
temporalidad del kirchnerismo es-
taba invadida por los tiempos de la
militancia y no hubo lugares para
esos diálogos anácronicos.
DT: Sí, yo creo que hay algo que es
político, en segunda instancia, y que
en la conversación entre nosotros y
con los jóvenes que militan es muy
importante. Lo podemos decir así: en
la vida no todo es político. Eso está
de algún modo en el libro y es ade-
más una discusión tácita que yo tengo
con Toni Negri: en Spinoza tampoco
todo es político. Hay un spinocismo
no político que es fundamental y que
si lo perdemos de vista… ese spino-
cismo no político está en las palabras
felicidad, beatitud, amistad; está en
la palabra Dios.
AB: ¿Es una actitud?
DT: Es una sabiduría. Después, por
supuesto, hay que militar, ser acti-
vo, etc. Pero es muy importante, en
la disputa política, saber que no todo
es político. Hay cosas que son muy
importantes para la vida que no se
alcanzan por la democracia, ni por la
revolución, ni por la militancia. Y si
eso no está, se deteriora la militancia,
la revolución y la democracia. Por
eso digo que es político en segunda
instancia. Hay algo que me llama
la atención de los pibes que militan
hoy, y acá sí hay una cosa aricoísta
que el Pancho tenía muy en claro: es
fundamental la literatura, el arte, la
poesía para militar. Es fundamental
lo que no garpa directamente, diga-
mos, en la contienda política; y no sé
si los pibes que militan leen poesías.
MR y AB: Creo que no.
MR: Es como una pérdida de tiem-
po…
DT: Es que hay cosas que no sirven
para cambiar la sociedad. O sí. Pero
58 el ojo mocho
no directamente...
DC: Bueno, son clásicas las pala-
bras de despedida de Trotsky a
Esenin, que se había suicidado.
Trotsky dice que no fue ningún po-
der el que lo forzó al suicidio sino
la misma vida revolucionaria. “El
poeta vencido por la vida”. Sin ser
ajeno a la revolución, Esenin era
un ser tierno en un época que era
más bien lo contrario. Son muy lin-
das esas palabras de Trotsky, pare-
cen ser muy comprensivas aunque
al mismo tiempo está diciendo que
la revolución no es para los poetas,
al menos no para los tiernos. Aun-
que Maiakovski no era un tierno
y sin embargo también se suicidó
tiempo después. Ahora estoy du-
dando si eso del “poeta vencido
por la vida” no lo dijo Trotsky de
Maiakovski, en realidad. No me
acuerdo bien. Por las dudas esta
parte no la desgrabemos. Después
lo leo bien y en todo caso lo arre-
glamos (risas).
MR: Me interesa esa segunda di-
mensión de la que hablabas. Men-
cionaste a Aricó y me acordé de la
entrevista filmada que le hace Fi-
llipelli. Recuerdo que ahí hay una
intervención de Oscar (del Barco).
Le preguntan algo sobre política y
Oscar (del Barco) dice que en esos
temas Pancho (Aricó) ya estaba
pensando la mística, que vendría
a ser como esa segunda dimen-
sión que vos decías y que a mí me
parece interesante. Otra cosa que
podrías contar sobre Aricó es algo
que no me acuerdo dónde leí y que
es que tu interés por Spinoza te lo
provocó él. ¿Fue Aricó quien te
dijo que había que leer a Spinoza?
DT: No me lo dijo así. De nuevo,
lo involuntario. Yo casi no conocía
Buenos Aires. Había venido sólo
una vez en el año 82, haciendo dedo
desde el sur, adonde yo había ido de
viaje. En el 84 empecé a estudiar fi-
losofía y ese mismo año mi viejo me
dice: “vos lo que tenés que hacer, es
verlo al Pancho”. Los nombres de
Aricó y de Oscar eran conocidos para
mí porque ellos habían estado en mi
casa cuando yo era chico, aunque yo
no me acordaba bien y por eso eran
también nombres fantasmáticos.
AB: ¿Eran amigos de tu familia?
DT: Mi viejo era un militante comu-
nista y se abrió con ellos cuando se
fueron del partido. No fue parte de
Pasado y Presente pero se abrió en
ese momento. La cuestión es que
mi viejo me dice que vaya a verlo al
Pancho. Entonces, (Aricó) me invitó
una semana a su casa en Buenos Ai-
res, que era en Marcelo Té y Bulnes
¿Puede ser? Existe esa esquina ¿no?
¿Eso qué barrio es?
AB, FG: Palermo…
DT: ¡Palermo! Ahí tenía un departa-
mento en un primer piso. Él acababa
de llegar de México y había ganado
la beca Guggenheim. María Teresa
se iba a trabajar y yo me quedaba con
el Pancho a cocinar y hacer las tareas
de ama de casa. Fue una experiencia
muy importante para mí por haberlo
visto vivir al Pancho en la cotidiani-
dad. Y un día… ¿el Jardín Botánico
está por ahí? Creo que estábamos ca-
minando por el Jardín Botánico y me
dice exactamente esta frase: “Te voy
a decir algo pero seguro que no me
vas a dar bola: no te instalés fuera de
la filosofía. Es decir, no te pongas a
leer Nietzsche, Heidegger, Marx y a
los que critican a la filosofía, sin sa-
ber lo que es la filosofía. Estudiá a un
filósofo. Uno. Cualquiera, da lo mis-
mo: Platón, Aristóteles, Kant, Hegel.
Trabajá ahí. Aprendé la lengua. Si
yo tuviera que elegir uno, elegiría a
Spinoza”. Ése fue el comentario del
Pancho. ¿Viste? No es algo que me
dijo a mí. Pero me retumbó siempre.
AB: ¡Pero empezaste por Heide-
gger!
DT: Claro, hice todo lo contrario a lo
que me sugirió el Pancho. Por culpa
de Oscar, que, justamente, es lo con-
trario.
AB: Qué interesante, ¿cómo con-
jugás a los dos?
DT: Hay una tensión que viene desde
Pasado y Presente. Si vos tomás los
catálogos de las editoriales que ellos
impulsaron, sobre todo el Pancho,
desde la década del 60… hay títulos
que… la primera edición de Deleuze
en la Argentina se hizo en Córdoba,

el libro sobre Sade y Sacher-Masoch,
año sesenta y seis, si no me acuerdo
mal. Las lágrimas de Eros de Batai-
lle. Bataille se había muerto en el 62
y en el 65 lo editan acá. Yo no se si
habría traducciones al castellano:
los españoles estaban en cualquiera.
Bueno, William Burroughs… todo
eso que no era muy ortodoxo ni bien
visto por parte de los comunistas ni
de la izquierda, todo eso, lo metía el
Oscar. El Pancho tenía una cosa más
ortodoxa pero el Oscar venía jodien-
do con eso desde que era chiquito.
Un comunismo desarmado. Si vos
leés El otro Marx, todos esos gestos
culturales están puestos ahí. Pancho
era mucho más un hegeliano. Un he-
geliano en ¿qué sentido? En el senti-
do de que creía en la Historia. Leía
los diarios permanentemente, le inte-
resaba de manera activa y apasiona-
da lo que pasaba en cualquier rincón
del mundo. Un hegeliano en ese sen-
tido. El Pancho era alguien que creía
que el pensamiento desentrañaba el
significado de totalidades. Y Oscar
es todo lo contrario, hasta donde yo
puedo ver ¿no?
AB: Yendo a tu interés por Heide-
gger y Spinoza, evidentemente esto
alberga en vos la historia de una
amistad.
DT: Exactamente.
AB: Y por otro lado, la pura nega-
tividad y la pura autoafirmación.
DT: Claro.
AB: Esos dos gestos… tengo la
sensación de que, aun cuando son
gestos filosóficos opuestos, son, del
mismo modo, reversos que quieren
tocar lo mismo. Tengo esa sensa-
ción. Es decir… por un lado, la ca-
rencia y por el otro la positividad
del deseo.
DT: En el caso de Heidegger, me pa-
rece a mí que… cuando Oscar vino
de México en el 85 dio un seminario
sobre Hegel, pero sobre todo traía a
Heidegger y a un Nietzsche leído en
francés, o mediado por el mundo cul-
tural francés…
AB: Klossowski…
DT: Sí… Klossowski, Derrida, Jean
Beaufret, bueno, el propio Bataille,
no sé… toda la cultura filosófica
francesa. Era, de alguna manera, una
especie de efecto de la derrota del
marxismo. Esa búsqueda de Oscar
tenía que ver son eso. El Heidegger
“nihilista”, entre comillas, diga-
mos… Heidegger había sido el filó-
sofo oficial durante la dictadura en
la Escuela de Filosofía, y probable-
mente en muchas otras universidades
argentinas. Un Heidegger escolar. El
Heidegger que traía el Oscar era un
Heidegger más libertario, en diálogo
con la izquierda, anarquista, abrió un
espacio extraordinario que tenía que
ver también con… era el efecto de
una derrota y de una decepción de la
política. Si vos tomás, por ejemplo,
la revista Nombres, que la empeza-
mos a hacer en el 91, que atraviesa
todos los años 90 y que llega hasta
hoy… tomás los textos que escribía-
mos nosotros y ves que hay una cosa
desencantada de la política y despo-
litizada, ¿no?
MR: Sí, sí.
DT: ¡Son los noventa! Yo hice mis
doctorados 90. En los últimos doce
años, hacer un doctorado, ¡debe ha-
ber costado un huevo! Porque hay
tantos estímulos de la realidad que
concentrarse en una biblioteca y es-
cribir una tesis debe ser muy difícil.
Pero en los 90 era muy fácil. Heide-
gger es un filósofo, para mí, de los
90. Y me llegó a través de una derro-
ta, que es la de Oscar. Por supuesto
estimula el pensamiento. Después, a
Spinoza lo retomé de casualidad en
Italia con Remo Bodei. Digo de ca-
sualidad porque yo había terminado
mi doctorado sobre Heidegger en
Córdoba y me iba (a mediados de los
90) a Italia con un proyecto sobre la
Escuela de Frankfurt. Cuando llegué
a la biblioteca de una vieja casa de
nobles donde nos albergábamos, vi
que acababa de salir Geometría de
las pasiones. Y yo de casualidad lo
tomé de la biblioteca, un poco dis-
traído. Me quedé toda la tarde des-
cifrando a Bodei. Y dije: pucha, yo
quiero hacer esto. Estaba harto de la
filosofía del lenguaje. Entonces subí
y pregunté si podía cambiar el pro-
yecto y me dijeron que sí sin ningún
problema. Bodei era miembro del co-
Diálogos
mité científico de la carrera de doc-
torado. Tuve una reunión con él y le
pedí que fuera mi director. Ahí agarré
por el lado de Spinoza y las pasiones.
Y Spinoza luego va a ser el filósofo
más fecundo para interrogar no la Ar-
gentina de los 90 sino la del 2001 en
adelante. La cautela del salvaje sale
en el 2001. Pero es un libro que está
todavía en clave autonomista: en diá-
logo con Esposito, Negri, etc.
AB: En ese título se cifra un poco
tal vez esto que hablabas antes de
la calma de la escritura y la activi-
dad como Decano…
DT: ¡Ah bueno!.. eso ya no sé, no
sé…
AB: Bueno, la actividad política,
digamos... sin hablar de Decano.
DT: Te voy a decir una cosa en rela-
ción al trabajo de… al oficio… a la
política universitaria en general y a,
vamos a decirlo con la palabra mal-
dita, la gestión. He disfrutado mucho
y he aprendido mucho en el trabajo
como Decano. Eso por un lado. Hi-
cimos una cantidad de cosas con un
grupo de compañeros, de amigos te
diría… No siempre sucede que un
equipo de gestión sea un grupo de
amigos. No en el mal sentido. Creo
que a algunos los hice ahí, sin ha-
berlos conocido antes y otros venían
de antes. Eso por una parte. El único
problema es que quisiera hacer otras
cosas como escribir y no te da el
tiempo suficiente para hacerlo. Pero
además lo que yo quiero decir es que:
el trabajo de la gestión -y eso yo no
lo hubiera pensado antes-, ha sido
muy útil, me ha sido muy útil, en la
formación, en mí formación como
“filósofo de la política”, al margen
de haber aprendido sobre la gestión
misma. Eso en qué sentido, si yo lo
tuviera que decir en cordobés, antes
de ser decano de la Facultad de Filo-
sofía, yo decía una cantidad de bolu-
deces que ya no digo más. Porque te
confronta con una materialidad de lo
que significa la lucha concreta por...
resolver cosas todos los días. Hay
una poética de la política a la que
estamos acostumbrados, muchos de
los que nos dedicamos a la filosofía
de manera puramente teórica, que es
más una poética de la política en el
el ojo mocho 59
Diálogos
sentido spinocista. Algo que... cuan-
do vos estás en terreno, el fangal,
todo eso no sirve para nada. Lo estoy
diciendo de manera exagerada. En
todo caso, se incorporan elementos a
esa poética de realismo puro y crudo
que la hacen más interesante. Enton-
ces el paso por la gestión, no por la
política, porque la política univer-
sitaria, que yo hago desde que soy
estudiante y también como docente;
pero el hecho de estar en lugar de
gestión es muy interesante para pen-
sar la política teóricamente.
MR: También escribiste algunas
cosas sobre universidad y Nación,
y volviendo a la relación entre fi-
losofía y la política, pensando en
la experiencia de Carolina Scotto,
saliendo de la Universidad hacia
una candidatura política nacional.
¿Cómo viste ese proceso?
DT: Hay algo que pasó en la Uni-
versidad de Córdoba en los últimas
tres gestiones rectorales, las dos de
Carolina [Scotto] y la última de Pan-
cho [Francisco Tamarit], que son
diferentes pero que las pongo en un
mismo ciclo, por decir así, que fue
extraordinario, realmente extraordi-
nario. Por ejemplo, ayer en una mesa
en el Foro Universitario con Adriana
Puiggrós y con Eduardo Rinesi, un
poco conjeturaba o especulaba más
bien sobre lo importante que sería en
un Foro como ese, o en una movida
de universidades, el esfuerzo por un
Manifiesto Liminar de una segunda
reforma universitaria. Escribir un
texto. Y ver cuáles serían en este
momento las preguntas correctas,
las palabras justas... Después pen-
saba que en realidad, para Córdoba,
en gran medida se trataría de un ma-
nifiesto pos-liminar, porque yo creo
que la gestión de Carolina [Scotto] y
Pancho [Francisco Tamarit], tienen
mucho de reforma universitaria. Han
tenido mucho de reforma universita-
ria, en el sentido que han sacado a la
universidad de ser un lugar de elite,
auto clausurado. La abrieron a hacer
cosas con territorios y con sectores
y con movimientos que constituyen
una novedad. Y que debe ser el eje
de una segunda reforma universita-
ria, si es que nos animamos a poner
eso en palabras. Y si pudiera decirlo
de otra manera también, les diría que
60 el ojo mocho
este ciclo del año 2007 hasta el año
pasado fue lo más interesante que
pasó en la Universidad de Córdoba
desde la Reforma de 1918. No por-
que hubieran pasado muchas cosas
interesantes tampoco pero si hay una
intensidad y una puesta en cuestión
de la universidad respecto de sí mis-
ma. Una cantidad de cosas que se
hicieron que fueron importantísimas.
Bueno, precisamente esa apertura y
esa vinculación con movimientos
sociales, con sindicatos, con comu-
nidades originarias, con territorios
adversos absolutamente en sí mis-
mos y para con la universidad, que a
su vez generó una…, hizo un trabajo
para reducir la desconfianza histórica
que los sectores populares han tenido
para con la Universidad, con toda ra-
zón, me parece. Hizo que la univer-
sidad se convirtiera en un territorio
propicio para que surja la candidatu-
ra, y además el hecho de que hubiera
una persona como Carolina [Scotto]
que tiene una particularidad en su
carisma y su manera de entender la
política. Bueno, generaron las condi-
ciones para que surgiera desde la uni-
versidad alguien con una proyección
política que fue... bueno, la convirtió
en diputada e incluso más allá de la
expectativa, porque en esa elección,
salieron dos diputados por el FPV
en Córdoba. Eso es muy interesan-
te y un poco el eje de lo que estuve
tratando de pensar ahora en el Foro
Universitario en mi intervención de
ayer. En base a una pregunta que es,
¿cuándo la Reforma perdió a la cla-
se obrera? Porque, preguntarse por
cuando la perdió quiere decir que la
tuvo en algún momento. Si uno toma
la prehistoria de la Reforma, el año
1916, 1917, es impresionante, por-
que se generaron... Los mismos pro-
tagonistas de la Reforma, Deodoro,
Taborda, Capdevilla, Orgáz, todos
ellos, crearon instituciones populares
como la Asociación Córdoba Libre,
la Universidad Popular, el grupo
Ariel; que estaban destinados a los
obreros, a los hijos de los obreros,
a la formación. Y en el año 1917 y
1918 se produjeron una cantidad de
revueltas en lo que ese momento era
la Federación Obrera de Córdoba,
estaban Pablo López, Pedro Maga-
llanes, el propio Miguel Contreras
quien fuera uno de los fundadores
del Partido Comunista Argentino,
que se llamaba Partido Socialista
en aquel momento. Después se exi-
lia con la Revolución Rusa, porque
se vuelven internacionalistas y no
toman partido en la guerra y todo lo
demás; y funda el Partido Comunis-
ta. Una serie de dirigentes obreros,
Domingo Ovejero que era anarquis-
ta. Tienen una conexión muy fuerte
con algunos de los referentes de la
Reforma Universitaria. Por ejemplo,
Horacio Valdés y Enrique Barros,
sobre todo ellos dos. Hacen mítines
conjuntos en el ‘18, la Federación
Universitaria de Córdoba que se crea
en mayo y la Federación Obrera de
Córdoba, en distintos lugares. En
uno de esos mítines en septiembre,
organizado por la Federación Obrera
solamente, Deodoro es el único ora-
dor. Cuando los estudiantes toman el
rectorado viejo, reclamando que Yri-
goyen apure la intervención. Parén-
tesis: eso de la autonomía digamos...,
como marca de la Reforma, hay que
ver bien qué querían decir, hay que
revisarlo mucho, ¡estaban pidiendo
la intervención del poder ejecutivo
de la nación! Era autonomía de la
Iglesia esencialmente. Bueno, los
obreros hacen toda una logística por
los muros y los techos y le dan co-
mida, porque están varios días los
estudiantes en la toma. Y se crea una
alianza que está documentada, muy
fuerte. Hay un obrerismo en la Re-
forma Universitaria, indudable. Y
además su objeto, no fue un hecho
pedagógico esencialmente, sino que
están movidos por una transforma-
ción social. Y esa alianza que es la
primera alianza obrero-estudiantil se
pierde en algún momento, se pierde
con un nombre propio, se pierde en
el ‘46. El peronismo fue antirrefor-
mista, reintroduce una matriz clerical
en la enseñanza universitaria, a la au-
toridad universitaria la elige el poder
ejecutivo nacional, no hay co-gobier-
no, una serie de cosas que retoman…
Hay enfrentamientos entre la policía
y los estudiantes a cada rato. Bueno
y después cuando viene el ‘55, los re-
formistas se insertan plenamente en
la universidad y cuando no en el go-
bierno de la Libertadora. Ese desen-
cuentro, entre el movimiento obrero
y la Reforma, que tiene que ver con
el peronismo. Es interesante de ver
que si hubiera que hacer un segundo
manifiesto de la reforma universita-

ria, tendría que apuntar ahí. Diga-
mos, un reencuentro de la Reforma
con la tradición obrera y con el movi-
miento obrero. Y hay elementos muy
interesantes, por ejemplo...
AB: ¿Y el Cordobazo ahí?
DT: El Cordobazo, sí, pero con el
movimiento no peronista. Es con
Tosco y justamente ahora hay todo
un revisionismo de la historia del
Cordobazo, por ejemplo, lo de Lucio
Garzón Maceda, que a mí me parece
algo equívoco. Porque dicen que los
estudiantes no tuvieron nada que ver
con el Cordobazo, llegaron cuando
ya había pasado todo. Hay algo de
chicana en ese argumento. …
AB: Bueno, Bertolucci con respec-
to al Mayo Francés dice algo pare-
cido.
DT: Bueno, claro, toda una cosa
obrera, se ha sobredeterminado la fi-
gura de Tosco, el tipo central ahí fue
Elpidio [Torres], que es el más indi-
gerible por el progresismo de izquier-
da, a Elpidio Torres se lo dejó de lado
precisamente porque era peronista…
Fueron los tres importantes: Elpidio
[Torres], Atilio [López] y el gringo
Tosco. Pero sí es cierto que los estu-
diantes, que su articulación, era con
el sindicalismo combativo, no con el
peronismo. Y es interesante pensar la
figura de [Abraham] Kosac y el ko-
saquismo, bueno, Ferrero ha escrito
algo de esto, porque Kosac lo invita a
John William Cooke a la Universidad
de Córdoba, era de tradición radical,
pero hace una revisión del vínculo
de los estudiantes con el peronismo.
Ahí hay que escarbar un poco más.
Ahí hay una cosa que ver. Pero des-
pués no hay mucho más salvo, digo
yo, dos cosas: la carta pública que le
escribe Obregón Cano a Alfonsín…:
Alfonsín saca un decreto que es una
cosa incomprensible, a fines de di-
ciembre del ‘83, días después que
asumió, saca un decreto donde orde-
na la investigación o la persecución
judicial, está con nombre y apellido,
Firmenich, Perdía, Vaca Narvaja,
Ricardo Obregón Cano, para deter-
minar las responsabilidades que les
caben por todos los hechos de delin-
cuencia subversivos ocurridos desde
el 25 de mayo de 1973. Era la cúpula
de Montoneros más el viejo Obregón
Cano. Era una cosa increíble, inve-
rosímil… No obstante ese decreto,
Obregón Cano viene a la Argentina,
desde el aeropuerto lo llevan a la
cárcel, y está cuatro años en cana. El
primer año le manda una carta abier-
ta, larga, extraordinaria, a Alfonsín,
donde al principio le dice: “Usted y
yo, que hemos hecho nuestra forma-
ción política en las ideas de la Re-
forma Universitaria…”. Es uno de
los pocos puntos que vos podés en-
contrar de cruce entre el peronismo y
la Reforma en Córdoba. Y el otro es
Cristina leyendo el Manifiesto en los
400 años, ahí, ¿no es cierto?...
AB: Serían gestos, digamos…
DT: Bueno, pero no son menores, y
abren el escenario para ver un reen-
cuentro entre la cultura de la Reforma
y ese obrerismo perdido que había
estado en su prehistoria inmediata y
en su historia. Bueno, en la Universi-
dad, volviendo a tu pregunta, Matías,
me parece que desde el año 2007 pa-
saron muchas cosas que tendieron a
desvanecer esa desconfianza que ha-
bía en los sectores populares, obreros
pero no solamente, en relación a la
Universidad. Y entonces no es raro
que haya sido la Universidad la que
haya protagonizado una movida po-
lítica como la que encabezó Carolina
[Scotto]. Fue una cosa que no pros-
peró, pero que en sí misma fue casi
la consecuencia natural de una trans-
formación de la Universidad, que
fue muy importante. ¿Tu pregunta
incluía por qué se fue? (risas)
MR: No, pero sí ese límite, ahí
como que se cruzaron lógicas, la
emergencia de esa candidatura
con la política digamos…
DT: Indudablemente la política uni-
versitaria no es equivalente al barro
de la política… pero se dieron una
serie de circunstancias, en particular
la intervención de la propia Cristina,
para suspender precisamente toda la
guerra por las candidaturas y por la
preponderancia de trayectos… de
caudillos políticos que venían desde
antes, me parece que tuvo mucho que
ver la intervención de Cristina ahí.
Pero fue una cosa interesante mien-
tras duró, no creo que eso se pueda
Diálogos
reeditar, me parece que el grupo de la
Universidad que ha quedado en este
momento en la oposición tiene que
seguir haciendo política en Córdoba
fuera de la Universidad, pero acom-
pañando, no protagonizando, sino
un paso atrás, diría sobre algo que
tiene que surgir en otro lado, proba-
blemente de algunos sindicatos, ¿no?
Pero eso está en formación, hay una
cosa muy desmantelada por el mo-
mento.
AB: Ya que estamos con Córdoba,
¿si uno tiene que pensar Córdoba
hoy? Porque me parece que puede
servir, al haber tenido un rol tan
fundamental en la última elección
nacional, tal vez puede servir tam-
bién para pensar qué es este nuevo
actor en la política argentina. ¿Vos
pensás que puede servir para ana-
lizar eso?
DT: Bueno, no, no sé… Ya te digo,
no hay macrismo. El macrismo es
una cosa porteña, y lo que sucedió
en Córdoba, y lo que explica el gran
caudal electoral que tuvo en la últi-
ma elección no es un macrismo…
si vos ahora me decís cuántos diri-
gentes macristas hay en Córdoba te
alcanzan los dedos de la mano para
contar…
AB: Sí, la Coneja...
DT: Y después parás de contar. ¿Qué
es lo que sucedió? Que en Córdoba
tenemos el peor privilegio de tener
el peor peronismo del país y el peor
radicalismo del país, me parece, más
conservadores, más… Y entonces se
dio una confluencia entre esos parti-
dos que son tan hegemónicos que se
volcaron, uno porque formaba parte
de la alianza con Macri… y el otro
porque lo hizo de otra manera, so-
terradamente, como una especie de
venganza, que es De la Sota, porque
ya se sabe, el mandato fue votar a
Macri. Y esos dos partidos tienen el
72% de los votos… No un macrismo
que haya prosperado, sino que son el
radicalismo y el peronismo de Cór-
doba los que explican ese porcenta-
je…
AB: Pero con respecto a esto que
hablabas antes del odio silencio-
so… está este tipo, Gonzaléz Fra-
el ojo mocho 61
Diálogos
ga, que dice todo lo que los otros
piensan y no dicen… esa pseudo-
ideología que acá en Buenos Aires
claramente se ve, sobre todo en
algunos barrios, en Córdoba eso
parecería ser un factor importante
o no?
DT: Sí, menos, me parece… tengo la
impresión, porque en Buenos Aires
está el poder económico, hay como
todo un régimen de signos que tiene
que ver con la distinción y que en las
provincias se da de otra manera…
No tiene que ver con los celulares,
con los plasmas, sino con otro tipo
de ejercicio de la distinción, no tan-
to con lo económico, aunque en un
grado obviamente está. Como decía
Rinesi ayer, “zapatero a tu zapatos”,
qué es eso de “zapatero a la universi-
dad”. Y lo que en general se entiende
por un “país normal”, es eso, que el
zapatero esté en la zapatería… que la
estructura de dominación se autorre-
produzca como lo ha venido hacien-
do siempre, que el poder económico
sea el que es, que los pobres sean
pobres, los ricos sean ricos…eso es
un “país normal”, a lo que estamos
acostumbrados. Y cuando ponés en
cuestión eso, hay una excepcionali-
dad que solo activa si se mantiene
abierta la pregunta por la igualdad.
No dar por normal las estructuras de
dominación que son normalizadas
por la ideología, por la historia, por
la costumbre, por lo que fuera pero,
cuando vos conmovés eso… Ahora
volvimos al “país normal”…
MR: Pensando la dificultad del
kirchnerismo en las provincias en
general y en Córdoba en particu-
lar, quería preguntarte también
por la experiencia de Carta Abier-
ta Córdoba, qué evaluación hacés
de eso; tal vez vos lo veas diferente,
pero para mí es muy difícil el kir-
chnerismo en Córdoba, que crecie-
ra, quizás me equivoque a partir
de las cosas que estuviste diciendo
de la Universidad, pero fuera de la
experiencia universitaria…
DT: Alguna vez lo hemos hablado.
Pero no hay kirchnerismo fuera de
ninguna provincia…. Yo me acuer-
do que conversando un día antes de
las elecciones, que eran las eleccio-
nes de gobernador que iban a ser ese
62 el ojo mocho
día y otras después, no había ningún
candidato kirchnerista en ninguna
provincia. Vos decís… si después de
doce años no ha prosperado nada de
abajo para arriba en los territorios,
eran todo candidatos, cacique pero-
nistas en alianza con, el kirchneris-
mo de Casa Rosada, eso tiene que ver
con el jacobinismo, y no logran que
eso tuviera una repercusión en las
provincias, que quedaron incólumes
del kirchnerismo. No solamente Cór-
doba, mirá Tucumán, Jujuy, Gioja…
¿Eso es kirchnerismo? No es kirchne-
rismo, eso está coyunturalmente ahí,
no forma parte del sujeto kirchneris-
ta del que hablábamos antes, que está
mucho en todas partes pero diluido.
Que no es solamente de clase. Hay
mucha gente pobre kirchnerista. En-
tonces, ahí hubo un problema, o una
dificultad para generarlo, no es que
se hubieran propuesto que no surgie-
ra el kirchnerismo, pero de hecho no
prosperó en ninguna parte, lo cual le
dio una debilidad muy grande en su
momento. Y en el caso de Córdoba,
esta en las generales de la ley, Pero
insisto: no hay una renovación. Te-
nemos un peronismo… que disputar
adentro del partido es imposible. Y
disputar desde fuera también. Es un
cuello de botella. A su vez fue una
provincia particularmente abandona-
da, con una lógica puramente efec-
tivista: yo con un tercio de lo que
me hace falta en Córdoba para sacar
diputados, los pongo en Formosa, en
Santiago del Estero, en el Sur… o en
Provincia de Buenos Aires… y ten-
go muchos más. A Córdoba, a Santa
Fe… las abandonaron. Bueno, eso
también explica el resultado de Ma-
cri. Pero no es una crítica tampoco,
porque las abandonaron, porque…
salvo en el caso de Carolina [Scotto],
también es cierto que vos no podés
inventar una cosa que no salga de
ahí. Vos podés decir “Muévanse, ha-
gan algo”, y después vos sí podés, de
alguna manera ayudar. Pero nunca
prosperó nada en Córdoba, salvo en
el caso de Carolina [Scotto]. Y hoy
hay que reorganizarse y empezar
de nuevo, en el doble sentido de la
palabra “nuevo”, en Córdoba y en
cualquier parte. Carta Abierta fue in-
teresante en su momento, pero con el
tiempo yo sentí que no era una crea-
tividad, sino que era una repetición.
Después siguió con un grupo, hasta
ahora, que mucho no ha produci-
do, más pequeño. Lo que yo siento
es que es necesario discutir de una
manera más extensa, en donde haya
una cierta incomodidad, en donde se
pueda salir del microclima, eso sino
es una especie de autoengaño muy
grande el que se genera. Hay que es-
tar dispuesto a ir a territorios semiad-
versos, con dificultad y sostenerse
ahí. Eso es lo único que puede correr
el límite de la opinión, por decirlo de
alguna manera, lo otro, las pequeñas
tribus que están ahí dejan las cosas
incólumes como están. Lo mismo el
facebook y la cosa virtual. Y después
la experiencia. Mirá, yo tuve una ex-
periencia muy interesante la semana
pasada en Goya, en Corrientes, me
invitó una persona que yo no cono-
cía, de un instituto terciario, me invi-
tó a dar un taller de un día en la ciu-
dad de Goya. Una cosa primero para
chicos de secundario, a la mañana,
y a la tarde sobre política, sobre de-
mocracia. Yo por esas cosas raras de
salir un poco, dije sí, que iba a ir. Fui
con mi auto, llegué allá, todo bien.
Entonces, en una sala, había cuatro o
cinco colegios secundarios, con gen-
te del último año, que trabajaban so-
bre Antígona. Y a partir de ahí el do-
cente les dio un texto de Habermas,
el núcleo de lo que son la perspectiva
liberal, la republicana y la propia de
la teoría comunicativa, las tres pers-
pectivas por decirlo así, y entonces
el profesor les había preguntado cuál
les parece más apropiada para resol-
ver el problema de Antígona. Enton-
ces trabajaron eso y después hubo
una conversación como de dos horas
en relación a Antígona y el problema
de la política. Algo extraordinario. Y
después a la noche, una charla de dos
horas y media, había más de trescien-
tas personas, con un reconocimiento
del Consejo Deliberante, había gente
de todo color político, y con un ni-
vel de receptividad, con un interés.
Bueno, hay que hacer esas cosas en
el interior, no quedarse solo en la
Universidad, porque eso no penetra
en otros lados. Hay que estar en la
Universidad, pero no hay que dejar
de hacer lo otro, porque sino no se
corre el límite.
DC: Yendo al tema de la educa-
ción particularmente, regido por
el paradigma de la inclusión se

hizo mucho, en la universidad, por
caso, los cursos de capacitación do-
cente que llegaban a todo el país,
pero siento que faltó hacer más.
Y además con ese paradigma por
ahí se descuidaron otros que tienen
que ver más bien con la actualiza-
ción de contenidos, etc. Y parece
como que deja el campo orégano
para que después venga una po-
lítica pública educativa a decir:
“bueno, no, tenemos que aplicar
más prueba Pisa, no puede ser que
se haya descuidado tanto el rendi-
miento escolar en matemática, len-
gua y ciencias naturales”. Es difícil
porque fueron muchos años en los
que se podría haber hecho mucho,
¿no?
DT: Sí, pero de nuevo, eso es una
cosa que tendría que haber surgido
tal vez más de nosotros...
DC: Sí, sí, absolutamente.
DT: Porque vos decís de Cristina,
está bien, apoya la ingeniería, la na-
notecnología. Pero vos ocupate de
pensar porqué las ciencias sociales
y la filosofía son importantes, rele-
vantes para la marcha de las cosas en
Latinoamérica. ¿Por qué? En vez de
decir “che, no me olvides, dame plata
en el Conicet” o no sé qué cosa. O
sea, crear una posición de más fuer-
za y mostrá que eso es algo relevante
no porque impacte directamente en
nada, porque vos podés decir que
es mejor por lo que decíamos antes,
porque una sociedad es mejor cuan-
do esas cosas están presentes, por lo
que fuera, pero me parece que noso-
tros también tuvimos una posición
pasiva en relación a eso.
DC: Es cierto, particularmente
en tu propia persona, vos tenés el
tiempo de la paciencia, que sería el
de la reflexión autónoma, y no sim-
plemente ir tras lo hechos para dar
un plafón teórico, pero combinar-
lo con el tiempo de la gestión, que
te quita el tiempo de poder pensar
tranquilo, ¿no? Pero sin gestión, al
mismo tiempo es una cagada...
DT: La gestión es inevitable, en una
Universidad o en cualquier otra par-
te, pero eso no impide que tomes
también a la Universidad como un
objeto de pensamiento, ¿no? Una vez
escribí una cosa contra mí mismo,
digamos, que se llamaba, “Elogio de
la gestión”, en el sentido de que la
oposición entre política y gestión es
falsa. Una política sin gestión es va-
cía y una gestión sin política es ciega.
AB: ¿Qué sería una gestión sin po-
lítica?
DT: Una puramente administrativa,
que se pretende neutra, tecnocráti-
ca...
AB: Pregunto porque hay algo in-
teresante ahí para una discusión
del presente, me parece. El tema
de la gestión sin política, para re-
pensar el neoliberalismo. Normal-
mente el neoliberalismo podía ser
pensado como un Estado mínimo
y demás... El otro día, leyendo un
librito de Mark Fisher, que no es
un gran libro, pero tiene una tesis
que me pareció bien, que es que
el neoliberalismo no es ausencia
de Estado o Estado mínimo, al
contrario, y esto se ve muy clara-
mente en 2008, cuando el Estado
sale a salvar al capital privado, el
famoso salvataje, cómo el Estado
neoliberal lo que hace solamente es
utilizar los fondos públicos de otra
manera, que es lo que parece que
está haciendo el macrismo aquí.
Por eso la idea de gestión sin políti-
ca no la veo.
DT: No, no, por supuesto que hay
una política tácita, todo el tiempo,
pero hay una retórica que dice “che,
mirá, las cosas son técnicas, hay que
solucionar problemas, los problemas
de los vecinos”. Idoneidad, compe-
tencia, neutralidad. Bueno, eso es la
retórica de la gestión sin política. Y
eso es una política tácita, estoy de
acuerdo.
DC: La retórica de la gestión sin
política, sí. Y con respecto a la otra
retórica, la retórica de la gestión
con política, cansó. No sé, no sé
cómo se resuelve el tema.
DT: Yo tampoco.
AB: Cómo, pero sino no estaría-
mos acá (risas)
Diálogos
MR: Estaríamos gestionando (ri-
sas).
AB: Estaríamos gestionando ale-
gremente. Bueno, ahí hay una cosa
interesante del macrismo, hablan-
do de retórica. Ese discurso de la
esperanza, de la alegría, el macris-
mo toma retóricamente las pasio-
nes alegres spinozistas...
DT: Y pero claro, pero no solamente
el macrismo. Hay un texto muy inte-
resante de Ezequiel Ipar que se lla-
ma “El spinozismo como ideología”.
Ahí él decía que hay una posibilidad
horrible del spinozismo como ideo-
logía que es ésa: viva la vida, pum
para arriba, felicidad obligatoria, spi-
nozismo de autoayuda, spinozismo
para empresarios, para cocainóma-
nos. Y lo que me parece interesante,
esto ya no lo dice Ezequiel, pero creo
que es así, que toda la temática de las
pasiones alegres, de la afirmación de
la vida, y todo lo demás de Spinoza
es precisamente por haber visto la
negatividad ahí. El fue perseguido,
es un tipo que sabe lo que son las per-
secuciones étnicas, la destrucción, el
trabajo de la muerte, precisamente
por eso el resultado de esa fragua
que es la filosofía de la afirmación.
Pero no con una negación del tipo
“desvío la mirada y descorchemos
champagne”, eso sería el spinozismo
ideológico.
MR: Eso es un poco Alejandro Ro-
zitchner...
DT: Y sí, claro...
MR: Y él daba esos cursos, Nietzs-
che para empresarios, y antes del
macrismo.
AB: De todas maneras eso convive
con una cierta retórica de la victi-
mización, esto de hablar del pobre,
de la pobreza, y no de los despo-
seídos. Creo que también está esa
retórica...
DT: Pero por supuesto, acá y en la
cultura capitalista contemporánea.
Por eso salir de la idea de víctima, no
hay víctima, declarar la inexistencia
de víctimas para decir que hay posi-
bilidad de subjetivaciones políticas y
que las personas hagan algo por sigo
el ojo mocho 63
Diálogos
mismas, para revertir la situación en
la que están, para que recuperen su
potencia de actuar, de pensar. Eso no
es una víctima. Una víctima es un
objeto, no un sujeto. Una víctima es
alguien por quien hay que hacer algo
y ahí vienen las tarjetas de crédito,
las campañas de solidaridad de Er-
nestina de Noble que van por los po-
bres a llevarles bolsones de comida.
Y lo que hace falta es política, lo que
hace falta es que las personas se poli-
ticen, se asuman como sujetos y que
hagan algo por sí mismos, con otros.
Todo el mundo empresarial lo que re-
conoce son pobres y desigualdades, y
entonces llegan ellos con una pasto-
ral contemporánea a hacer caridad a
través de cadenas de solidaridad, por
personas que no pueden hacer nada
por sí mismos. Bueno, eso es efecto
de una profunda despolitización y a
su vez profundamente despolitizado-
ra, ¿no?
DC: El discurso de Cristina, bue-
no, lo dijimos, esto de “no puedo
ser vanguardia de algo que la so-
ciedad no me pide”, yo no sé si ella
cree efectivamente en eso, pero
ideológicamente es correcto...
DT: Es correcto, y estoy totalmen-
te de acuerdo. Hay ansiedades de las
que ella debe resguardarse. Y hay
una especie de paternalismo político
pero del que el peronismo y ella mis-
ma han sido responsables, también.
Pero ahora, eso que está diciendo,
yo lo comparto. “Hagan algo, qué
me están pidiendo a mí, salgan a la
calle”.
AB: Era algo que decía desde an-
tes, esto de empodérense, pero en
el ámbito del discurso, porque con-
cretamente después en el momento
de la decisión política era ella con
el dedo.
DT: Así es.
AB: Porque en el 2005 surge la fa-
mosa transversalidad que no sale
y que se abandona rápidamente,
y ahora parece resurgir como una
suerte de último recurso. Aquello
a lo que ahora se insta discursiva-
mente, no se hizo políticamente es-
tando en el poder, cuando se tuvo
la oportunidad.
64 el ojo mocho
DT: Yo creo que hay una diferencia
muy grande con los ‘90, en el senti-
do de que en los ‘90 había una pa-
sividad, un desmantelamiento, una
resignación muy fuerte. En este mo-
mento si bien no hay una renovación
política, no hay líderes, hay manifes-
taciones explícitas de grupos, lo que
pasó con Lopérfido, lo que pasó con
Cristina cuando se fue. Hay un pue-
blo en disponibilidad, en los ‘90 no
había un pueblo en disponibilidad.
Esa disponibilidad hacia dónde va a
ir, cuáles son las formas que se va a
dar a sí misma, no lo sabemos, y el
tiempo, tampoco lo sabemos. Pero
hay algo que está ahí, en su opinión,
en sus manifestaciones concretas, en
sus deseos.
AB: Eso de un pueblo en dispo-
nibilidad también suena como un
pueblo manipulable...
DT: No, un pueblo en disponibilidad
quiere decir... Sí, está bien, saque-
mos la palabra. Un pueblo dispuesto
a que pase algo. En los ‘90 no había
un pueblo dispuesto.
MR: Yendo a la última del tema-
rio, volviendo a un libro tuyo, que
me parece que pone las dos políti-
cas a las que aludimos, el realismo
político y esta otra dimensión que
habíamos mencionado, en tu libro
(La conjura de los justos) sobre
Borges y las lecturas de la filosofía
política que termina, si no me equi-
voco, en los análisis de los poemas
“La cifra”, “Los justos” y de “Los
conjurados”, porque ahí me pare-
ce que hay una idea de comunidad
en donde está esa tensión, eso de
lo imposible, de lo que no se pue-
de realizar políticamente que lleva
hacia otra política, ahí rescatás la
amistad, el anarquismo de Bor-
ges...
AB: Y ahí en esa misma línea todos
los ensayos del libro Lo impropio,
¿no?
DT: Ah sí. Bueno, claro. Lo impro-
pio es casi una categoría ontológica,
te diría. Lo que puedo hablar de la
comunidad en Borges: es una co-
munidad dispersa, una comunidad
no identitaria, una comunidad no
esencialista, por supuesto no étnica,
sino que es una comunidad de los sin
comunidad. Esa es la idea de “Los
conjurados”, de que en todas partes,
cualquiera sea su convicción, cual-
quiera sea su religión, cualquiera sea
su territorio y demás, hay personas
dispuestas a lo que Borges llama la
razón, ahí, ¿no? La razón no raciona-
lista, puede ser otra palabra. Bueno,
esa idea de comunidad es la idea de
la iglesia invisible también, ¿no? La
vieja idea kantiana de iglesia invisi-
ble. La idea de comunidad que está
en muchos escritos del Borges, está
en…
AB: La idea de “El Congreso”,
¿no?
DT: Exactamente, la idea de “El
Congreso”, y los Lamed Wufniks
que es una leyenda judía que él des-
pués la extiende, que dice que en el
mundo siempre hay treinta y seis
personas que están salvando al mun-
do que no saben que están salvando
al mundo, y que se desconocen entre
sí. Bueno, la idea de Borges es que
hay personas que salvan al mundo,
pero lo interesante en Borges es que
siempre hay una idea de singularidad
y de individuo muy complejo, que
forma una comunidad en donde no
es sacrificada la singularidad, una
singularidad que no es dueña de sí
misma. Bueno, eso es una idea fuer-
temente política, una ética también
en Borges, y también religiosa. Es
decir, conjuga, me parece a mí, las
tres cosas y es muy interesante. No
sirve mucho para la contienda políti-
ca, no obstante es una idea verosímil,
¿no? Borges está diciendo: “hay gen-
te buena en todas partes, y la gente
buena salva al mundo”.
AB: Un país con buena gente era
el slogan del kirchnerismo... (risas)
MR: El problema ahí es que Bor-
ges rechazaría completamente la
política, no haría falta, estaría de
más...
DT: Claro, él era un anarquista que
no creía en el Estado, en el gobierno,
y juega mucho estéticamente con esa
idea y por eso su gran problema es
“¿quién nos salva del peronismo?”.
AB y MR: ¡La gente buena! (risas)

DT: La gente buena, con la gente no
alcanza, hay que recurrir a los mili-
tares, ése es el punto para Borges...
AB: Pero como momento para
pensar el individuo es esta idea de
“un hombre, todos los hombres”,
¿no? La relación del individuo con
la universalidad, y por eso también
le interesa tanto Spinoza a Borges
también, ¿no? Ahí el problema de
la universalidad como modo, me
parece también de ejercer el pen-
samiento, el famoso ensayo...
DT: “El escritor argentino y la tradi-
ción”.
AB: Exacto, me parece que vos en
tus textos tenés esa ambición, ¿no?
Tomás a Spinoza, y sin perder rigor
académico, lo utilizás para pensar
nuestra realidad. Es muy diferente
tu libro de Spinoza del 2001 o del
2000 con respecto a estos últimos,
El don de la filosofía o Filosofía te-
rrena. Y me parece que ese impulso
de pensamiento es también el im-
pulso gonzaliano, de Horacio digo,
y yo lo veo en tus textos...
DT: Sí, permitirse una libertad, que
no apure las preceptivas de método,
por decirlo así, ¿no? No hacerle decir
a un autor... Es decir, conocer lo que
haga falta para que sea una lectura
acertada. Tiene que ver con la filolo-
gía, con el método, con el contexto
histórico, lo que hay que hacer para
hacer un trabajo académico. Pero eso
subordinarlo, tomarlo como una ins-
trumentalidad obvia, tácita, etc. (eso
sólo no puede hacer una filosofía),
y hay que tratar de que sea invisible
a la posibilidad de encontrar lo que
alguien está pensando y cómo reci-
bo lo que está pensando para abrir el
mundo, porque se trata de eso, ¿no?
DC: Perdonáme, pero ¿de qué no
hacer una filosofía?
DT: No hacer una filosofía de un
método, ¿no? Hay que saber tratar
académicamente a los autores pero
no elevar esos sistemas, ni anteponer
eso a lo que es importante que es la
filosofía misma, ¿no?
AB: En Desde la línea ese trabajo
académico se ve más que en tus úl-
timos libros, ¿no?
DT: Claro, era una tesis doctoral, he
tratado de des-doctoralizarme...
AB: Es un libro impresionante.
Bueno, es un libro que... No sé si
fue publicado afuera o no...
DT: No...
AB: Bueno, si ese libro era publi-
cado en París, era leído en todo el
mundo. Pienso por ejemplo en La
cosa y la Cruz de León Rozitchner,
si hubiera sido publicado en París
lo leía todo el mundo. Ahí el tema
de la periferia, en la escritura, vos
que has estado también en Italia,
estudiando y demás, ¿cómo pensás
que funciona el sistema cultural
global o mundial?
DT: Y, lo que pasa también en la
periferia como política de escritura
y como política filosófica es intere-
sante atreverse a pensar, porque viste
que en general, sobre todo en ciertas
tradiciones académicas europeas no
te dejan mucho pensar, te invitan a
un congreso de Hegel en Berlín pero
te piden que tu ponencia sea la re-
cepción de Hegel en Buenos Aires
entre 1830 y... Es decir: Hegel dejálo
para los que saben, vos ocupáte de lo
que hicieron los argentinos a lo largo
de la historia. Y hay una servidum-
bre voluntaria académica. Nosotros
aceptamos eso. El asunto es agarrar a
Hegel, a Heidegger y pensarlos, ¿no?
Pensar algo sobre ellos, con ellos y
demás. En igualdad. Pero es una de-
cisión política. A mí me gusta escar-
bar pero que te releguen por sudaca,
no.
MR: Y eso si bien es colonialismo
viejo, también se potenció con la
moda académica de los estudios de
recepción. Vos tenés tu libro Spino-
za y el amor del mundo, que va por
otro lado.
DC: Porque ahí tu búsqueda va
por el lado de qué se hizo con la
lectura de Spinoza, cómo encarnó,
por ejemplo en la polémica Lisan-
dro de la Torre-Monseñor Fran-
ceschi…
MR: También escribiste un ensayo
Diálogos
que solo tenía citas argentinas so-
bre Spinoza.
DT: Para la revista La Biblioteca, un
collage que no sé si funciona.
MR: ¿Tenía la cita de Perón? No
me acuerdo.
DT: No, no está.
MR: “Sentimos, experimentamos
que somos eternos”. Es brillante…
DT: Porque no tiene nada que ver…
AB: En ese discurso de Perón tam-
bién se juntan Heidegger y Spino-
za, justo que antes hablábamos…
DC: Se junta todo…
DT: …Heidegger estaba invitado [al
Congreso de Filosofía en el que Pe-
rón lee aquel discurso sobre “La Co-
munidad Organizada”], y en el epis-
tolario con Jaspers, hay una cosa muy
curiosa que pasa, Jaspers le dice, “me
he enterado por la prensa…”, lo caga
a pedos, ellos retoman el epistolario
después de la guerra. Y Heidegger
ahí tiene las únicas manifestaciones
de “autocrítica” que he encontrado.
“Estaba ciego”, decía Heidegger,
“desperté y vi todo en ruinas…”.
Cosas de ese calibre. Y Jaspers tie-
ne un tono…, él había estado en la
comisión des-nazificadora, que había
recomendado la salida de Heidegger
de la enseñanza en las universidades
alemanas. Aunque tiempo después se
manifestaría a favor de su reingreso.
Pero sobre el asunto, Jaspers le decía
a Heidegger, “me he enterado por la
prensa que va a ir a un Congreso en
la Argentina, ese lugar en el que...”.
“Usted ya sabe cómo es la prensa,
que las habladurías…”, le respondió
Heidegger. Pero lo curioso es que el
que finalmente viene a la Argentina
es Jaspers y no Heidegger.
Julio de 2016
el ojo mocho 65
Singularitas
LA MISA COMO ACTO SEXUAL
Las formas de la cristian-
dad están sometidas a una más de
las tantas convulsiones sociales
que de alguna manera, para decir-
lo con verbos que no le pertenecen
pero afines a su sentido, parten de
un sentido social ligado a la idea
de “tierra en trance”, que evoca
religiones humano-céntricas ba-
sadas en metáforas carnales que
reflexionan sobre una forma de la
misa. Pero a través de un rezo pa-
gano “contra las elites vegetales y
a favor de la relación con el sue-
lo”. Hay “glosolalia” tupí guaraní
acompañando esta frase del Mani-
fiesto Antropófago al que nos refe-
rimos, que dice que la “revolución
Caraíba es superior a la Revolución
Francesa”, o que aquella le antece-
de. La reflexión central de carác-
ter mítico vanguardista es sobre el
cuerpo sometido a la metáfora de
la alimentación que se produce a sí
misma, sobre una naturaleza toté-
mica y una carne simbólicamente
devorada. A fines de los años 20 en
Brasil éste es un llamado a un uto-
pismo de la vanguardia surrealista
de los trópicos. Una disputa con la
catequesis, el léxico sistematizado,
el lenguaje organizado de la tec-
nología siempre que no sea vista
como objeto lírico o artístico. Todo
semejante a “la pregunta por la téc-
nica”.
No toca directamente el
tema de la ausencia de alimentos
terrenales para los hombres, por-
que su motivo central es provo-
car una conciencia sobre un tipo
primitivo de felicidad ecológica
y matriarcal. Entonces, se escribe
de un modo pasional (con “emisio-
nes”, diría Artaud) modo exultante,
celebratorio, de inversión y puesta
de cabeza del mapamundi cósmico
de las filosofías heredadas de Euro-
pa. ¿Pero esto es posible, aun para
decir todo lo que aquí se dice? No
está Artaud, pero sí Freud. A fines
de los años 40 Artaud se envuel-
ve en propósito semejantes desde
66 el ojo mocho
Europa, y el tema es la misa como
alimentación, a través de la metá-
fora de la carne y las deyecciones,
que lo llevan al mito del cuerpo
sin órganos. Pero lo que descarta
del cuerpo es su condición de ma-
quinaria orgánica presa a un em-
plazamiento sin donación, sin inte-
rrogantes ni solicitaciones a la vez
solicitadas. Lo que concibe Artaud
es también una misa, por su rever-
so. Contemporánea a las mejores
expresiones de la fenomenología,
y considerado loco por el modelo
espermátco de escritura y lexicali-
dad. De alguna manera lo era; en
la escritura, al menos, al igual que
el meditativo personaje brasilero
Oswald de Andrade. Entendiendo
la cosa, de un modo que el ensa-
yismo argentino heredó muy bien
(recorrido a investigar) se trata del
logos espermatikós.
La tan reclamada Encícli-
ca Laudato Si menciona los mis-
mos temas, citando a los Santos
cristianos, a los sociólogos ecolo-
gistas, al no-capitalismo cristiano
(amonestándolo al capitalismo de-
predador), a las advertencias sobre
la tecnología, a la desnutrición del
planeta. Cita también a la Divina
Comedia y tiene un párrafo que
evoca de alguna manera la teología
escatológica de Artaud: “nos cues-
ta reconocer que el funcionamien-
to de los ecosistemas naturales es
ejemplar: las planas sintetizan nu-
trientes que alimentan a los herbí-
voros que a su vez alimenta a los
seres carnívoros, que proporcionan
importantes cantidades de residuos
orgánicos que dan una nueva gene-
ración de vegetales”. La diferencia
con el sistema industrial es que no
ha desarrollado ninguna capacidad
de reutilizar residuos en el proceso
de consumo. Inhibir lo escatológi-
co es someter al mundo al dominio
de su caparazón capitalista indus-
trial ciegamente tecnológico.
Nada muy diferente pue-
Horacio González
den expresar los siempre (o a ve-
ces) recordados ensayos poético-
radiofónicos de Antonin Artaud
sobre “el juicio de Dios”, aunque a
diferencia de la reciente Encíclica
ecologista parecen una condena-
ción vanguardista de la misa de (y
con) los cuerpos, o un paganismo
de los deshechos de un cuerpo vis-
to desde su fecalidad, que ahonda
mucho más la metáfora americano
tropicalista. ¿Es así? Veamos. Con
Artaud estamos ante un conjunto
de aventuras de la reflexión esca-
tológica (en todos sus sentidos po-
sibles) que desafía al pensamiento
establecido. ¿Qué es lo estableci-
do? No es fácil definirlo, porque se
trata del mundo en el que estamos
sumidos, no necesariamente en un
naufragio, sino sobre soportes pen-
sados, meditados, tan solo fruto de
un pensar calcáreo. Contra lo que
algunos dijeron, el pensar situado
(calcificado) es el pensar sobre lo
establecido. Por supuesto que no se
revela al primer golpe de reflexión
ni aparece por simple efluvio de
su conciencia inmediata. Hay que
investigarlo. Y es necesario decir
que no se puede no investigarlo.
Podrá creerse que es innecesario
hacerlo, pero quien lo puede y sabe
hacer, lo hará. O lo intentará hacer.
Aquí hay una averiguación sobre
el cuerpo y la excrementalidad del
ciclo alimentario como metonimia
del Cosmos y disputa con el juicio
(o la palabra) de Dios.. Esa dispu-
ta es la que nunca dejó de existir,
porque si existe pascalianamente
tal disputa, apostamos a creer en
ella con lo cual nos salvamos gra-
cias a un impulso de fe parecido a
la creencia en la lotería. En Artaud,
la lotería es apostar a creer en un
cuerpo que juega con recuperar su
soberanía fuera del ciclo de la ex-
creción.
Llamamos ciencias –en
el más diverso significado de esta
expresión, con sus tareas varias y
sus ramificaciones aceptables-, a la

capacidad de comprender lo esta-
blecido, en el preciso momento en
que lo establecido se resquebraje o
se concluya que hay que resquebra-
jarlo. “La misa como acto sexual”
es una invitación a pensar todo
lo pensable bajo la acción proto-
dialéctica de una gran confronta-
ción y amalgama inestable entre
puntas que se rechazarían mutua-
mente. Hacerlas parte del mismo
enunciado sacude los estamentos y
membranas que suelen catalogarse
alejándolas de su absurda coinci-
dencia. El conocer verdadero es
hacer absurda las coaliciones de
actos que nacen con su conciencia
despierta como negándose uno al
otro. La “misa como acto sexual”
de Artaud, nos indica que este apar-
tar supino de lo que oscuramente
busca colegiarse, no es rumbo del
buen pensar.
Es así que el acto que
implica ese quiebre de lo que por
falta del sentido del riesgo separa
lo que conjuga la reflexión here-
siarca, también puede ser estudia-
do. Están las físico-químicas, las
matemáticas, las sociologías y las
antropologías. Se dirá que ellas no
pueden llegar a los límites de la
existencia, donde ella se hiende,
sin pasar hacia los confines de cier-
to existencialismo que se halla an-
tes de los predicados y de la lengua
articulada, como puras vivencias
que aún no tienen cuerpo ni voz.
Se precisarían entonces para au-
xiliarnos en la tarea perjura las úl-
timas fenomenologías, quizás una
fe perceptiva. Pero no: si partimos
de lo que en escritos célebres se ha
llamado estructuras de emplaza-
miento, tenemos ahí lo que enmar-
ca la máquina, la represa, el avión,
la central nuclear, los simuladores
de vuelo o los satélites de explora-
ción espacial, pero lo que emplaza
es a la vez lo establecido y lo que
puede des-establecerse a través del
solicitante descolocado, el hombre
que provoca un síntoma de libertad
en las estructuras que lo han solici-
tado, deformado o generado como
simple inhibición.
Ahora bien, nunca lo esta-
blecido está realmente establecido,
nunca deja de tener en su secreto
armario la pregunta por su adver-
sidad, su capacidad de tornarse
en su contrario. Ni siquiera con la
dialéctica por delante. Basta con el
simple sentido común de ver fun-
cionar cualquier artefacto que se
rompe –una licuadora, un horno
micro ondas- que tirado en el tacho
de basura de la esquina –los gran-
des alacenas de emplazamiento de
basura que ponen las municipa-
lidades de todo el mundo por los
barrios- alguien pasa y lo recoge y
hace con ellos otros objetos, mez-
cla piezas sueltas y fabrica un útil
nuevo a través del arte del colla-
ge, de alguna manera reviviendo
aspectos centrales del pensamien-
to mítico. Por eso, el estudio de lo
“establecido”, de las “estructuras
y dispositivos estables” –lo que
etimológicamente remite tanto al
estar, a las estanterías como al es-
tablo-, nunca podría llevar a clau-
surar el pensamiento que se niega
o relativiza a sí mismo (acto en que
reside el verdadero pensar), y es
la forma de salvar a “las ciencias
humanas”. Sea psicoanálisis, filo-
sofía o sociología –en suma, no es
necesario diferenciar entre ninguna
de ellas, salvo de la misa y las ma-
temáticas-, lo que serviría para leer
de otra manera el capítulo final de
Las palabras y las cosas, lejana
traducción de pensamientos heide-
ggerianos sobre la representación,
la imagen, la técnica y el arte. Sería
ésta una “otra forma” por la cual lo
que Foucault llama “historia de los
seres, historia de las cosas, histo-
ria de las palabras”, le vendría de
“afuera” al hombre, y al invertirse
esta exterioridad, se declararía al
hombre objeto de estudio de las
“ciencias humanas”. Todo lo cual
hace que no sea el “lenguaje” –solo
por el hombre hablado-, lo que
haya que estudiar, sino “ese ser que
desde el interior del lenguaje por
el que está rodeado se representa
al hablar el sentido de los propo-
siciones que enuncia, y se da por
último, la representación del len-
guaje mismo”.
No nos convence esta
crítica al humanismo y al histori-
cismo, y quizás para hacerlas más
atinadas, salvando lo que haya de
meritorio en ambas posibilidades,
Singularitas
lo humano histórico y lo histórico
humanista, podemos hacer ingresar
ahora las potencialidades críticas y
rigurosas que ofrece el pensamien-
to de Artaud sobre la misa. Lejos
de ser un desatino –o precisamente
por su forma desatinada-, se ofre-
ce como un tejido en bruto de re-
flexiones que pueden traducirse
a una ciencia crítica en construc-
ción, con permanentes calibrados
y luxaciones. En los documentos
sobre “Para acabar de una vez con
el Juicio de Dios” se tratan encu-
biertamente todos los temas del co-
nocimiento, basados en el ritual, la
lengua, el cuerpo y las creencias.
De una manera inexplicable, este
trabajo tan citado de Artaud, recu-
bierto de glosolalias (el lenguaje
desarticulado, destrozado por el
sendero de la locura, pero artificio
también de la búsqueda de los orí-
genes del habla significante), es un
verdadero manual de introducción
a las cuestiones del saber, lo que
implica también el “saber sobre la
sociedad”, llámese como se llame.
Artaud comienza la “emi-
sión” –radiofónica- con un cotejo
entre emisión de esperma y misa.
“Aviso de misa / situado al mismo
nivel / que el aviso de esperma”. Y
comienza un tambor que acompaña
a las mencionadas glosolalias: ko-
dana akapto / todana akapte / kai-
dana apte /akum kniaialu / akum
ksicalu… etc. No vamos a seguir
necesariamente la obvia interpreta-
ción deleuziana por la cual el jui-
cio de Dios, el sistema del juicio
de Dios, es la crítica a una teolo-
gía que fabrica un organismo antes
que “un cuerpo sin órganos”, que
sería una consigna aceptable como
crítica a la tecnocracia bio-médica.
Es decir, algo así como la crítica al
dispositivo o emplazamiento que
ya estaba en Foucault y ya estaba
en … etc. … etc. El organismo es
la medicalización del cuerpo mien-
tras que el cuerpo sin órganos sería
la metáfora de la desarticulación de
la jerarquización y estratificación
funcional de los órganos: difícil
si no es metafórico, pues un riñón
siempre es necesario, al menos
uno, sino dos.
Para Artaud, es una crítica
el ojo mocho 67
Singularitas
a la representación, camino por el
cual –como obligatoriamente de-
bemos considerar a toda crítica, in-
cluso la marxista- es el sendero del
bosque por el cual deberemos lle-
gar a aquello mismo que se critica.
“Llegar criticando es la única for-
ma de llegar porque la llegada mis-
ma debe ser criticada”. En algún
momento de esta representación
sobre el juicio (y definimos juicio
como la representación de una no-
representación), el poeta del mani-
comio y del peyote nos dice: “Nada
hay que abomine y execre tanto
como esta idea de espectáculo, de
representación (…) idea que salvó
a la misa e hizo que la admitieran
numerosas muchedumbres que de
otro modo no la habrían admitido
(…) y está la contrapartida, es que
bajo su apariencia virtual y teatro,
la misa es por el contrario un es-
pectáculo que sirve (la misa contie-
ne uno de los medios de acción real
más eficaces de la vida, pero esto
las masas no lo saben, y dicho me-
dio de acción es tenebroso, erótico
y sombrío, pues se habla de misa
negra, pero el principio y la misma
razón de ser de la misa está en ser
negra (…) cualquier misa dicha es
un acto sexual suplementario libe-
rado en la naturaleza…”
El texto (y la emisión ra-
dial) son un alegato contra el es-
pectáculo, pretexto para interrum-
pir las manifestaciones efectivas
de la vida –los monstruos de la
subconciencia- en nombre de la
sociedad. (Aparte: solo podemos
pensar la sociología francesa con
una cara de Durkheim y su rever-
so en Artaud, este último una so-
ciología anti-sociológica, con los
mismos “mecanismos” que postula
la “cara” ante su “cruz”). De modo
que el teatro, el cine, la radio y la
misa, son formas del espectáculo
serviles a la idea de la “policía del
inconsciente” que impide el verda-
dero espectáculo. El que acaba con
el mal espectáculo: ¡el “juicio de
Dios”!
El juicio debe ser enjui-
ciado, y nos llega entonces la cús-
pide del pensamiento de Artaud:
“Lo que huele a mierda huele a
Ser, el olor a mierda es el olor del
68 el ojo mocho
ser, en la mierda el hombre ha su-
plantado a los animales, que po-
drían ser descubiertos y seguidos
por su olor putrefacto, también el
hombre ha querido tener su olor
putrefacto, y ha trabajado durante
diez siglos para conseguirlo (diez
siglos de obscenidad, de erotismo
bajo, de concupiscencia, de igno-
minia, de inmundicia, de abando-
no vil, de suciedad (…) porque el
hombre común ignora hasta qué
punto puede llegar el vicio de tener
cuerpo y servirse de ese cuerpo,
ignora cómo su cuerpo es utiliza-
do pero tampoco el pecador conoce
toda la fecalidad (…) ¿quién contó
con algo que no fuera el azar, un
“Dios” para haberse hecho un cuer-
po? No, el cuerpo se lo hace cada
uno o de lo contrario ni sirve ni se
aguanta (…) y procede de los actos
realizados. (…) lo que llamamos
Dios es ese ejército de microbios,
de barreduras caídas del trabajo de
constitución de las cosas, y para el
que aún no hemos hallado el lugar
que le corresponde, y que se ha re-
belado en el zar y el infierno (…)
desprecio cualquier cruz, soy puro,
soy puro, soy puro, desprecio cual-
quier signo, solo creo en máquinas
urgentes de utilidad, nunca más
haré caca (…) oiga, he pensado en
un teatro de la crueldad que danza
y grita para derribar órganos y ba-
rrer con todos los microbios y en la
anatomía sin grietas del hombre en
la que han precipitado todo aquello
que está agrietado, hacer reinar la
salud sin dios… “
Me permito una suave in-
terpretación sobre estos escritos
suficientemente estridentes, pero
dirigida por esta pregunta: ¿cómo
es posible el conocimiento? Esto
es: la formación del juicio, y en-
seguida, cómo ejercer juicios de
conocimiento en nombre de cual-
quier “logos”, el que sea. La idea
del cuerpo de Artaud es la de la
fenomenología, que comienza a
rodar en simultáneo con el ocaso
del creador del “teatro de la cruel-
dad”, siempre teniendo en cuenta
los acontecimientos filosóficos en
Francia. La idea del cuerpo en su
fecalidad le permite una crítica
onírica a la santidad purificado-
ra del cristianismo, lo cual lo lle-
va de inmediato a una crítica a la
misa que revele su secreto sexual
antes que la misma diga que es en
sí mismo un misterio que de veda a
sí mismo ser revelado. La revela-
ción del secreto de la misa por el
erotismo y la fecalidad introducen
el pensamiento como blasfemia,
venganza y corrupción de la carne,
todos temas cristianos dados por su
inversión.
El pensamiento de Artaud
tiene una extática reversibilidad.
Se extravía en el estado microbiano
de Dios y una teoría que no será la
de Ser y Tiempo, pero sí la de Ser y
Fecalidad, que niega el espectáculo
con el espectáculo, la palabra con
la palabra y el teatro con el teatro.
La representación se hunde con el
ser humano en el pliegue “más pro-
fundo de las cosas”, donde vuelven
a “enrollarse” (Foucault). Este pen-
samiento de Artaud se nos asemeja
a un estado permanente de crítica
al pensamiento normalizado: tal el
de las instituciones directrices de
una humanidad globalizada, que
parece haber perdido la noción
de que el lenguaje crece cuando
pierde su brújula, su gramática y
sus procesos de verificación. Creo
que hay que pasar, entre otras, por
esa experiencia “de la crueldad”,
en la que los cuerpos luchan entre
sí, “emparejando los párpados con
los codos”, y todo en una danza.
Si tolerásemos esta vecindad con
la locura en el pensamiento, pasa
entonces el pensamiento a ser el
fundamento lingüístico de toda ex-
periencia de conocimiento, incluso
de una necesariamente refundada
sociología. Es complicado creer
que se piensa cuando arrojamos
una forma de la piedad sobre el
mundo. Quizás sea a la inversa, y
a eso llamamos el eco de una misa
primitiva; se piensa cuando sus-
pendemos la piedad que de todas
maneras siempre reside en un ni-
cho oculto del nosotros mismos.
 Ensayos

Acerca de las derrotas y

resistencias en América Latina
Tras una inédita década de ampliación
de horizontes emacipatorios, la desti-
tución parlamentaria de la presidenta
Dilma Rousseff en Brasil; las derrotas
electorales: parlamentarias en Venezue-
la, de referendo en Bolivia y Colombia,
presidenciales en Argentina; reconfigu-
ran dramáticamente al mapa político su-
ramericano corriendo un telón que nos
coloca ante un escenario de repliegues y
derrotas de los gobiernos y movimientos
nacional-populares. Eso es lo que hay que
afrontar, comprender y resistir. Y es lo que
en las líneas siguientes se intenta pensar.

BRASIL Y EL OCASO DE LA ESPERANZA

¿Qué nos está pasando en Bra-
sil? No es tarea sencilla nombrar
los acontecimientos mientras se los
vive. La destitución de una presi-
denta democráticamente elegida,
masivas manifestaciones calleje-
ras, constantes hechos de represión
policial, anuncios de reformas en
el ámbito de la economía que afec-
tarán derechos adquiridos por los
trabajadores; algunas pistas que
nos llevan a afirmar que estamos
en medio de un momento histórico.
Desafío de estas líneas: escribir
sobre lo que nos está pasando en
Brasil mientras se vive una ruptura
democrática. Articularse desde la
densidad afectiva que marcan estos
días.
1. La trayectoria del PT y su ag-
gionarmento
Luego de la reapertura demo-
crática ocurrida en el año 1985,
el Partido de los Trabajadores fue
la primera fuerza política nacida
entre las izquierdas que alcanzó a
ocupar la presidencia de Brasil. En
su libro “História do PT”, Lincoln
Secco construye una rica narrati-
va sobre la trayectoria del partido,
que comprende los momentos an-
teriores a su fundación hasta los
primeros años de la gestión de Dil-
ma Rousseff. Con una propuesta
de análisis que busca comprender
la formación y el destino del PT
considerando la coyuntura política
nacional e internacional, los ciclos
del capitalismo, y las disputas en-
tre sus facciones internas, el autor
propone una división de la trayec-
toria del partido en cuatro etapas:
a) Período de formación (1978-
1983): el sindicalismo combativo,
las comunidades eclesiales de base
(CEBs), movimientos sociales e
intelectuales progresistas acercan
posiciones para fundar un partido
que busque representar los intere-
ses de los trabajadores. b) Período
de oposición social (1984-1989):
el PT participa activamente de la
campaña por la redemocratización,
la rehabilitacón del voto directo y
logra elegir representantes para in-
tegrar la Asamblea Constituyente,
responsable por redactar la Cons-
titución Nacional de 1988 vigente
hasta los días actuales. c) Período
de oposición parlamentaria (1990-
2002): años en que el partido
avanza en su proceso de institu-
Rafael Atuati
cionalización, aumentando su in-
cidencia política desde instancias
parlamentarias y sumando esfuer-
zos para llegar al poder ejecutivo
nacional. d) Partido de Gobierno
(2003-2016)1: período que se inau-
gura con la victoria de Lula en las
elecciones presidenciales y avanza
hasta la actualidad.
Aunque el énfasis de Secco
recae más sobre lo que llama “in-
fluencias estructurales” de los ci-
clos de acumulación del capital
para entender la particulardidad
del PT, su narrativa trae elementos
muy pertinentes que evidencian el
proceso de aggiornamento del par-
tido, que culminó con la llegada
de Lula a la presidencia a fines del
2002.
El que llegaría a ser el más
grande partido de masas de Amé-
rica Latina afirmaba en su docu-
mento fundacional que buscaría
“conquistar la libertad para que el
pueblo pueda construir una socie-
dad igualitaria, en donde no exis-
tan explotados ni explotadores”2.
Poco más de treinta años des-
pués, en la “Carta al pueblo brasi-

el ojo mocho 69
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
leño”, firmada por Lula y lanzada
durante la campaña presidencial
que lo llevaría al poder, el discurso
del candidato del PT se presentaba
bastante más moderado. En su con-
clusión, afirmaba: “Es con esa con-
vicción que llamo a todos los que
quieren el bien de Brasil a adherir a
un programa de cambios valientes
y responsables”3.
Si al principio el discurso del
partido se dirigía al pueblo, a los
trabajadores, con vistas a construir
una sociedad igualitaria, en el 2002
el programa del PT buscaba dialo-
gar con un conjunto más amplio de
la sociedad, lo que implicaba una
política de conciliación de clases.
“El PT amplió su discurso ha-
cia arriba (burguesía) y hacia
abajo y alcanzó parte de las clases
desamparadas. Así, no podemos
negar que Lula y el PT han teni-
do la capacidad de comprender
las contradicciones sociales de su
tiempo. Ellos encontraron la forma
en la cual las contradicciones se
podrían mover. Y este es, al fin y
al cabo, el método por la cual ellas
se resuelven según Marx. Al menos
hasta el instante en que el lecho
en donde duermen los conflictos
se vuelva demasiado estrecho para
acomodarlos”4.
2. El lulismo
Cuando Lula logró vencer las
elecciones presidenciales contra el
candidato del PSDB, José Serra, en
el año 2002, el sócalo que firmaba
su triunfo decía: “la esperanza ven-
ció al miedo”. Palabras que habían
sido enunciadas por el flamante
presidente en su primer entrevista
como tal y que se repitieron con
euforia entre la militancia extasia-
da por la inédita conquista del PT,
luego de 22 años de su fundación.
Sin embargo en los primeros años
de su gobierno prevaleció una
orientación de la política econó-
mica claramente ortodoxa. En el
2003, hubo incremento de los in-
tereses (del 25% para el 26,5%),
elevación de la meta del superávit
primario (del 3,75% para el 4,25%
del PBI), cortes en la inversión pú-
70 el ojo mocho
blica en el orden del 14,3 mil mi-
llones de reales y una reforma de
las jubilaciones que atendía a las
demandas del capital financiero5.
Paralelamente a esto se im-
plementaban políticas sociales de
distribución de renta como el mun-
dialmente conocido “Fome Zero”,
posteriormente incluido en el “Bol-
sa Família”. A partir del 2004 la
economía del país volvió a asumir
una curva acendente de crecimien-
to, ayudada por un contexto inter-
nacional favorable y con el alza de
los valores de las commodities, al
paso que se avanzaba en la reduc-
ción de la extrema pobreza y se ge-
neraban nuevos puestos de trabajo.
Los programas sociales dirigidos a
disminuir la pobreza reactivaron el
mercado interno de amplias regio-
nes del país, sobre todo en el norte
y el nordeste, mejorando sensible-
mente las condiciones de vida de
millones de brasileños y sin entrar
en conflicto con los intereses del
capital.
En el año 2005, el gobierno del
PT enfrentó su primer gran crisis: el
escándalo del “mensalão”. A partir
de declaraciones del diputado Ro-
berto Jefferson, del PTB, partido
que en ese momento componía la
base oficialista, los medios divul-
garon un supuesto mecanismo con
el cual el partido de Lula “compra-
ba” sistemáticamente el apoyo de
parlamentares para que votaran en
favor de los proyectos de su interés
mediante desvío de dinero público.
Esto derivó en una acción penal
movida por el Ministerio Público
en el Supremo Tribunal Federal,
que finalmente llevó a la cárcel a
altos cuadros del PT, como el mi-
nistro jefe de la Casa Civil, José
Dirceu, el presidente del partido,
José Genuino, y el tesorero, De-
lúbio Soares. El presidente Lula
logró mantenerse en el cargo, una
vez que no se presentaron eviden-
cias de que él había participado del
esquema. Sin embargo al PT, parti-
do que había logrado asociar muy
bien un discurso centrado en la éti-
ca a su imagen de fuerza polítca de
las masas, la crisis del “mensalão”
resultó un golpe muy duro en esa
dimensión simbólica.
En su libro “Os sentidos do Lu-
lismo”, el cientista político André
Singer observa que una parte im-
portante de las clases medias que
habían votado a Lula en la elección
del 2002 migró sus votos al PSDB
en el pleito siguiente. No obstante,
el apoyo de las clases populares al
ex metalúrgico creció significati-
vamente, lo que modificó en parte
la base social del PT y aseguró la
reelección de Lula en 20066.
La inclusión social de amplios
sectores de la población, mediada
sobre todo por niveles inéditos de
consumo como consecuencia de las
políticas redistributivas, la crea-
ción de nuevos puestos de trabajo,
la valorización del sueldo mínimo
e iniciativas de acceso al crédito,
pero también de políticas inclusi-
vas como las cuotas para negros en
las universidades públicas, conso-
lidó a Lula como el presidente más
popular de la historia de Brasil7.
El lulismo salió de un grado
tan elevado de miseria y desigual-
dad, en un país con un importante
mercado interno potencial, que los
cambios estructurales introduci-
dos, aunque sutiles frente a expec-
tativas radicales, han tenido un
efecto poderoso, sobre todo cuan-
do considerados desde la perspec-
tiva de los que han sido beneficia-
dos por ellas8.
Singer nos recuerda aun como
autores clásicos del pensamiento
económico brasileño, como Caio
Prado Jr. y Celso Furtado, ya aso-
ciaban los obstáculos para el desa-
rrollo del país con la existencia de
grandes contingentes que vivían en
condiciones de miseria. La salida,
según estos autores, sería elevar
las condiciones de existencia de los
más pobres, hecho que ampliaría el
mercado interno y estimularía la
creación de inversiones y empleos.
En cierto sentido, esta estrategia de
inclusión social combinada con re-
cetas económicas ortodoxas, como
el mantenimiento de la tríada inte-
reses elevados, superávit primario
y cambio flotante, atendiendo a las
exigencias del capital financiero,
sintetiza el carácter de los gobier-
nos de Lula que Singer va a carac-

terizar como “reformismo débil”9.
3. ¿Post-neoliberalismo?
Algunos autores, como el so-
ciólogo Emir Sader10, sugieren
el término “post-neoliberal” para
clasificar a los gobiernos progre-
sistas que asumieron el poder en
distintos países de América Latina
a partir del año 1998 (con Chávez,
en Venezuela), la mayoría de ellos
oriundos de partidos / movimientos
de izquierda o centro-izquierda.
Como se sabe, estos gobiernos
han asumido una perspectiva la-
tinoamericanista que priorizó la
integración regional en detrimien-
to de acuerdos bilaterales, lo que
afectó los intereses de EEUU en
el subcontinente. El proyecto del
ALCA (Area de Libre Comercio
de las Américas) con el cual los
estaounidenses pensaban expandir
sus fronteras comerciales hacia el
sur no se pudo realizar, en gran me-
dida, gracias al alineamiento polí-
tico existente entre gobernantes
como Hugo Chávez, Néstor Kirch-
ner y el presidente Lula.
Sin embargo si hacemos una
breve comparación entre algunas
medidas políticas que se podrían
considerar alternativas al neoli-
beralismo, o “post-neoliberales”,
adoptadas en países como Vene-
zuela, Bolivia, Ecuador o Argenti-
na, con lo que se pudo avanzar en
ese sentido en Brasil, encontramos
grandes disparidades.
Por ejemplo: durante los go-
biernos del PT no se preparó una
nueva constitución política que
ampliara las posibilidades de re-
formas estructurales en la socie-
dad; tampoco se realizaron modi-
ficaciones en la ley de medios de
comunicación para volverlos más
democráticos; no se reestatizó nin-
guna de las empresas que fueron
privatizadas en las gestiones neo-
liberales de los ‘90; no se tocó la
perversa estructura fiscal del país,
la cual hace recaer sobre los ciuda-
danos más pobres una mayor carga
tributaria en comparación con los
de mayor poder adquisitivo; no se
auditó la deuda externa; no se pro-
puso ningún tipo de reforma agra-
ria; para mencionar sólo algunas
iniciativas implementadas en los
países anteriormente citados.
Las comparaciones suelen ser
injustas. Aunque compartamos una
historia común de pillaje colonial,
cada nación de Nuestra América la
ha vivido de manera muy singular.
No tendríamos cómo abordar las
diferencias y especificidades del
proceso histórico de Brasil aquí,
pero afirmamos de paso que el
“atraso” (categoría desde ya cues-
tionable, que se retoma acá en diá-
logo con el pensamiento político
de Brasil del siglo XX11) del país
en términos de cultura política, en
buena medida se debe a las raíces
del proceso de colonización a que
fuimos sometidos, la resistencia
de las élites en abolir la esclavitud
(Brasil fue el último país del conti-
nente en hacerlo, en el año 1888),
a un proceso de independencia sui
generis, sin próceres y sin gloria,
que no significó una ruptura radi-
cal con la metrópolis portuguesa
ni tampoco un hito fundacional
de gran relevancia, entre muchos
otros factores.
Pero mencionamos acá estas di-
ferencias para dar relieve a la im-
portancia que tuvo la política ex-
terna del PT en estos últimos años.
Tal vez ésta haya sido su contribu-
ción más importante a los gobier-
nos “post-neoliberales”, una vez
que le dio respaldo a muchos de los
procesos que estaban en marcha en
el continente.
La integración regional ha sido
el principal objetivo de la política
externa de los gobiernos de Lula12.
Como ya se mencionó, la postura
de Brasil en la cumbre de Mar del
Plata fue fundamental para frenar
la iniciativa del ALCA; el país
fue protagonista en la propuesta
de creación de la UNASUR, pla-
taforma de integración política y
económica del subcontinente sin
la participación de EEUU; la can-
cillería mantuvo una disposición
permanente de negociar con los
países vecinos frente a cualquier
traba comercial, como pasó con
Ensayos
los valores de compra del gas de
Bolivia, la energía eléctrica gene-
rada por Itaipu con Paraguay o los
bienes de importación/exportación
con Argentina.
4. Dilma y los límites del lulismo
Los éxitos en materia de cre-
cimiento económico e inclusión
social, con una ligera pero inédita
reducción de la desigualdad de la
renta entre los más ricos y los más
pobres13, contribuyeron para que la
candidata del PT, Dilma Rousseff,
ganara las elecciones en el 2010 y
lo sucediera a Lula en la presiden-
cia.
A mediados de la segunda mi-
tad de la primer gestión de Dilma,
las oposiciones, a la izquierda y a
la derecha, llegan a un consenso
sobre el diagnóstico de la coyuntu-
ra política: el modelo de inclusión
social propuesto por el PT a partir
de programas sociales de distribu-
ción de renta, valoración del suel-
do mínimo y ampliación del acceso
al crédito, con un crecimiento eco-
nómico sostenido en mayor medida
por las exportaciones de commodi-
ties se había agotado.
Tenían razón. La economía de
Brasil creció sólo el 0,1% en el
2014 y perdió -3,80% en el 2015
(IBGE)14, entre otros factores debi-
do a la depreciación de los valores
de las commodities en el mercado
internacional y a la disminución
del crecimiento de China –princi-
pal socio comercial de Brasil–, que
pasó a demandar menos bienes pri-
marios.
¿Cómo enfrentar la crisis que se
avecinaba? Desde la derecha como
de la izquierda se escuchaba: hay
que realizar reformas estructurales
en el sistema económico y político
del país. En medio a los movimien-
tos sociales y partidos de izquierda
se decía: la salida está en las “re-
formas de base” (agraria, urbana,
política, fiscal y de las comunica-
ciones), en el mantenimiento de los
programas sociales de distribución
de renta, en la tasación de las gran-
des fortunas. Entre la derecha orga-
el ojo mocho 71
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
nizada y sus medios de comunica-
ción hegemónicos volvían a ondear
las conocidas pautas neoliberales:
disminución del gasto público, pri-
vatización de empresas estatales,
mayores facilidades al flujo de ca-
pitales extranjeros, flexibilización
de las leyes laborales, aumento de
la edad jubilatoria, etc.
Desde la posición del gobierno
había una variable adicional: la ne-
cesidad de mantenerse en el poder
mediante la reelección de Dilma.
5. Las “pedaladas” fiscales
Entre estrechar relaciones con
las fuerzas más progresistas de la
sociedad, proponiendo cambios
en la matriz productiva del país y
avanzando en las reformas de base
(como le sugerían, incluso, algu-
nas vertientes minoritarias del PT),
por un lado, o adoptar medidas en
una línea ortodoxa afines con las
demandas de actores más podero-
sos como los representantes de las
industrias, el agronegocio y los ju-
gadores del mercado financiero; el
gobierno Dilma adoptó una “solu-
ción de compromiso”, que consis-
tió en mantener el financiamiento
a los programas sociales, las políti-
cas inclusivas y las inversiones es-
tatales en obras públicas mientras
postergaba decisiones sobre posi-
bles reajustes en la política econó-
mica.
Para tanto eligió echar mano de
maniobras fiscales que consistían
en retrasar el traslado de fondos
destinados a bancos públicos, uti-
lizándolos primeramente para fi-
nanciar los programas sociales del
gobierno, lo que no es permitido
según la Ley de Responsabilidad
Fiscal vigente en el país. Esto pro-
ducía, además, una alteración en
el balance de las cuentas públicas,
maquillando el valor real del resul-
tado primario (superávit o déficit),
hecho que desagradó a los ánimos
del mercado financiero. Era como
si el gobierno federal tomara pres-
tado fondos de los bancos públicos
y les pagara después del cierre del
año fiscal.
72 el ojo mocho
Sin embargo Dilma no fue la
primera gobernante a utilizar ese
tipo de estrategia. Lo han hecho
los equipos económicos de los go-
biernos de Fernando Henrique Car-
doso, los de Lula y los de la mayor
parte de los gobernadores de los
estados de Brasil. En ningún caso
en que se hayan detectado hechos
semejantes se inició un proceso
destituyente, como el impeach-
ment, para interromper el mandato
de un jefe del ejecutivo nacional o
provincial. Como mucho, en la es-
fera provincial, hubo casos en que
gobernadores fueron condenados a
pagar multas o quedaron inhabili-
tados para presentarse a elecciones
por determinado período luego de
que hubieran concluido su gestión.
Algunos constitucionalistas
argumentan que, en primer lugar,
no está claro según la legislación
si al jefe del ejecutivo le corres-
ponde responder directamente por
medidas fiscales como las “peda-
ladas”; tampoco hay consenso de
que configuren crimen o si son
sólo medidas contábiles adminis-
trativas. El jurista Dalmo Dallari
incluso apunta que las pedaladas
“no consistieron en gastos ilegales
para beneficiar a alguien, amigos o
terceros. Sólo se alteró la fecha de
transferencia de recursos a los ban-
cos. Nadie se apoderó del dinero
público, que mantuvo su finalidad
pública”15.
La evaluación de Marcelo Fi-
gueiredo, profesor de Derecho
Constitucional de la Pontifícia
Universidad Católica de São Paulo,
es bastante reveladora: “Desde el
punto de vista jurídico, el decreto
que permite gastos sin autorización
del Congreso es un acto firmado
por el Presidente de la República
que puede considerarse como cri-
men presupuestario. Pero es nece-
sario que haya juicio político. Ese
gasto no autorizado se hizo para
que el gobierno cumpliera obliga-
ciones constitucionales?”
6. El segundo gobierno de Dilma
En su reelección Dilma venció
el pleito en el ballotage contra el
candidato tucano Aécio Neves por
un margen de votos bastante estre-
cho (51,6% contra 48,3% de los
votos válidos). El apoyo de los mo-
vimientos sociales y los partidos
de izquierda en la segunda vuelta
fue fundamental para su victoria.
Pese a las numerosas críticas que
estos sectores le venían planteando
a la gestión de Dilma, sobre todo
por no avanzar en las reformas de
base y por su menor disposición al
diálogo con relación a Lula, las iz-
quierdas en buena medida salieron
a las calles y se posicionaron en fa-
vor de su candidatura.
No obstante el principio del se-
gundo mandato de Dilma fue el más
retrógrado de la era del PT como
gobierno. La decisión de componer
su gabinete con funcionarios reco-
nocidamente conservadores fue re-
cibida con un gran desacuerdo por
las organizaciones populares que
habían apoyado la candidatura del
PT en el ballotage.
Luego vinieron las primeras
medidas dirigidas a realizar un
ajuste fiscal, que incluyó la reduc-
ción de algunos beneficios para los
trabajadores, como modificaciones
en el seguro desempleo, en benefi-
cios salariales, en auxilios en caso
de enfermedad y otras disposicio-
nes que afectaron principalmente a
los sectores más vulnerables de la
sociedad.
Pero las declaraciones y medi-
das del gobierno no le alcanzaban
para convencer al mercado, la eco-
nomía seguía sin señales de reacti-
vación y la gobernabilidad de Dil-
ma se fue deteriorando.
El contexto de la política inter-
na era bastante desfavorable a la
presidenta. Los parlamentarios que
asumieron sus mandatos a partir
del 2015 constituyeron el congreso
más conservador desde la época de
la dictadura militar. Los sillones de
la cámara de diputados de Brasil
fueron ocupados en su mayor parte
por representantes de la clase em-
presarial, pastores evangelistas, ex
policías y ruralistas16. La disminu-
ción de la edad penal, el estatuto de

la familia, cuestiones relacionadas
a la portación de armas de fuego, la
ley antiterrorista, la flexibilización
de las leyes laborales, la revisión
del concepto del trabajo esclavo,
redefiniciones sobre las tierras in-
dígenas fueron algunos de los te-
mas preferidos que se podía encon-
trar entre sus proyectos de ley.
La “solución de compromiso”
adoptada por el PT llegaba a su
límite. Las dos principales exigen-
cias de las clases dominantes, la re-
ducción del costo del trabajo y una
mayor apertura a la participación
del capital extranjero, principal-
mente en la extracción de las reser-
vas del pré-sal, le estaban ganando
la pulseada a las demandas de ma-
nutención de derechos económicos
y sociales de los trabajadores.
7. La operación “Lava-Jato”
El contexto político del segun-
do gobierno de Dilma se comple-
jiza a partir de la denuncia de un
amplio esquema de corrupción,
desvío y lavado de dinero que in-
volucra principalmente a Petrobras
y grandes empresas contratistas del
país (como Odebrecht, Camargo
Corrêa, Andradre Gutiérrez, OAS,
y otras).
En líneas generales, la Policía
Federal identificó que las construc-
toras armaron un cartel para parti-
cipar de las licitaciones y conseguir
firmar contratos con Petrobras. El
esquema incluía el pago de coimas
a funcionarios de la empresa esta-
tal, que mediante la actuación de
operadores financieros, le hacían
llegar los valores para el financia-
miento de campañas de partidos
políticos.
La operación coordinada por
el ministerio público logró reunir
una abundante cantidad de docu-
mentos, evidencias y declaraciones
que resultó en la prisión de funcio-
narios de la petrolera, operadores
financieros, políticos, y altos direc-
tivos de las constructoras involu-
cradas en el esquema.
Las investigaciones siguen su
curso y amenazan alcanzar a mu-
chos dirigentes de distintos parti-
dos políticos17. Aunque hay evi-
dencias de que el esquema empezó
en los años ‘90, durante las ges-
tiones de Itamar Franco y Fernan-
do Henrique Cardoso, los medios
hegemónicos en sus relatos hacen
un recorte bastante específico, bus-
cando asociar el escándalo única-
mente al PT y sus aliados.
Sin desconsiderar el hecho de
que el Partido de los Trabajadores
nuevamente se encuentre en una si-
tuación muy delicada frente a estas
denuncias, de manera semejante a
lo que pasó con el caso del “men-
salão” en el 2005, la parcialidad de
los medios ha sido evidente. Han
apuntado con todos sus amplios
recursos a la destitución de la pre-
sidenta, protagonizando una gran
campaña en pos del impeachment.
Las denuncias de corrupción han
funcionado como argumento de
fondo para legitimar una acción
destituyente frente a la opinión pú-
blica. El argumento jurídico de las
“pedaladas”, además de precario
como se pudo ver, no tenía la ca-
pacidad para movilizar los afectos
de la población como un gran es-
cándalo que involucra a políticos y
empresarios. Esto quedó en eviden-
cia durante la sesión de votación
del impeachment en el parlamento:
de los 367 diputados que votaron
en favor de la apertura del proce-
so contra la presidenta, sólo 11 de
ellos se refirieron directamente al
argumento jurídico de las manio-
bras fiscales. Si queremos ser un
poco más generosos, 34 diputados
lo mencionaron indirectamente18.
Los demás prefirieron justificar su
voto frente a la población –la se-
sión fue transmitida en vivo por
distintos canales de televisión– con
discursos inflamados en los cuales
mencionaban principalmente a los
“valores de la familia”, a “Dios”, y
a la “corrupción” del Partido de los
Trabajadores.
8. La consumación del golpe
No se puede entender el hecho
de que la jefe de Estado de Brasil
haya sido destituida sin hacer re-
Ensayos
ferencia al contexto internacional.
En América Latina, a lo largo de
los años 2000, hemos sido testigos
de diferentes intentos de golpes de
estado contra mandatarios alinea-
dos con el bloque de gobiernos de
izquierda o centro-izquierda. Hugo
Chávez en Venezuela (2002), Evo
Morales en Bolivia (2008) y Ra-
fael Correa en Ecuador (2010) fue-
ron víctimas de intentos golpistas,
pero lograron resistir. No tuvieron
la misma suerte Manuel Zelaya en
Honduras (2009) y Fernando Lugo
en Paraguay (2012), a quienes los
opositores lograron destituirlos de
sus puestos.
Tanto en Honduras como en
Paraguay, lo que se observó fue
un rápido regreso de las políticas
neoliberales a que los anteriores
gobiernos se resistían en aceptar
del todo. Los primeros movimien-
tos del gobierno de facto de Michel
Temer van en el mismo sentido, in-
dicando un claro giro a la derecha
en todas las áreas.
En su listado de programas de
gobierno para el 2017, un proyec-
to de Ley que la presidencia de la
república presenta para que el le-
gislativo apruebe el presupuesto,
Temer propone una reducción de
aproximadamente el 30% en los
valores de los principales progra-
mas sociales mantenidos por el go-
bierno. Políticas igualitarias como
el “programa para las mujeres: pro-
moción de la igualdad y contra la
violencia” y el de “promoción de
la igualdad racial y superación del
raciscmo” perderían 40% y 42,2%
de sus recursos respectivamente.
Mientras tanto, el mismo listado
preve aumentos importantes en
áreas como el programa nuclear, el
incentivo al agronegocio y la po-
lítica de investigaciones espacia-
les19.
9. Apuntes
Como ya se mencionó ante-
riormente, a partir del segundo tri-
mestre del 2014 se ha iniciado un
ciclo recesivo en la economía bra-
sileña (que hasta la fecha ya dura
9 trimestres)20. En tal contexto, la
el ojo mocho 73
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
disputa por el excedente de la pro-
ducción se vuelve a agudizar. La
conciliación de clases tal cual se
articuló durante los gobiernos de
Lula y Dilma ya no se sostiene.
La clase empresarial vuelve a
quejarse del “costo Brasil”, exige
la disminución de la carga imposi-
tiva21, una mayor participación de
su capital en las obras y servicios
públicos –mediante concesiones
(especie de privatización con con-
trato por determinado período) y
parcerías público-privadas (PPP)–,
abogan por la flexibilización de las
leyes laborales, con la justificación
de que las relaciones laborales ne-
cesitan “adaptarse” para atender
las demandas de competitividad
del mercado internacional.
El capital internacional, a su
vez, aumenta su presión por ingre-
sar al país de forma más amplia,
menos onerosa y con mayores po-
sibilidades de ganancia, siendo uno
de sus focos principales las reser-
vas petroleras del “pré-sal”.
Si durante el período de ex-
pansión de la economía los pro-
gramas de redistribución de renta
y medidas como la valorización
del sueldo mínimo, la ampliación
del crédito y el aumento de las
jubilaciones sostenidas por el go-
bierno del PT les fue favorable en
cierto sentido también a las élites,
una vez que sirvieron para aumen-
tar la capacidad de consumo de la
población y mantener la economía
aquecida, con la llegada del ciclo
recesivo los sectores dominantes
pasan a reivindicar un giro más
pronunciado en la orientación de la
política económica.
Como vimos, el proceso de ag-
gionarmento por el cual el PT pasó
en su trayectoria de acceso al po-
der vía elecciones lo alejó del tra-
bajo de base, de un contacto más
cercano con las luchas sociales, y
muchos de sus cuadros se vieron
absorvidos por la burocracia es-
tatal. Además, a medida que sus
candidatos obtenían éxito en las
elecciones, se fue produciendo un
cambio fundamental en la forma
como el partido se financiaba. Los
74 el ojo mocho
recursos del fondo partidario, cuyo
montante varía de acuerdo a la can-
tidad de representantes electos de
cada partido, y el volumen de las
contribuciones de empresas a las
campañas de sus candidatos fue
cobrando mayor importancia para
el mantenimiento de la estructura
del PT en relación a los aportes de
los afiliados22.
Otro aspecto de dicho proceso
corresponde a la política de coali-
ciones con la cual el partido armó
condiciones de gobernabilidad.
Pese a la resistencia de ciertos gru-
pos a su interior, con los años el PT
pasó a adoptar una postura “prag-
mática” en sus estrategias electo-
rales, abandonando la exigencia de
compartir con sus socios cualquier
tipo de afinidad programática.
Sin ánimo de hilvanar relacio-
nes estrictamente causales, tal vez
en estos procesos de instituciona-
lización del PT en el sistema polí-
tico brasileño se puedan encontrar
algunas pistas sobre su fracaso en
no reproducir prácticas de corrup-
ción muy semejantes a los partidos
de origen conservadora, así como
sobre los límites que le impidieron
avanzar hacia un proyecto de trans-
formación social más a fondo.
Aunque suene contradictorio,
no sería del todo equivocado suge-
rir también que los logros en mate-
ria de inclusión social y reducción
de la pobreza que se alcanzaron en
los gobiernos de Lula y Dilma se
deben en parte a este mismo movi-
miento de adaptación a los paráme-
tros democráticos existentes en el
país.
Conceder hospitalidad en este
escrito a tales contradicciones tal
vez corresponda a demandas de lo
que en la introducción nombramos
como densidad afectiva del actual
contexto en que se vive en Brasil,
y quizás responda a un deseo de
sortear la inconveniencia del re-
sentimiento como afecto que suele
alimentar el divisionismo entre las
izquierdas y el campo popular.
Una ruptura democrática alcan-
za regiones traumáticas del cuerpo
social, activa contenidos reprimi-
dos del tejido histórico que retor-
nan y desestabilizan el presente. El
fascismo, cual reacción defensiva,
se manifiesta revitalizado en el ha-
bla de funcionarios del gobierno
de facto, el sadismo de los agentes
de la represión23, el cinismo de los
medios hegemónicos, y la paranoia
de los grupos más conservadores
de la sociedad brasileña24.
Con las heridas al descubierto,
ese retorno de intensidades trau-
máticas nos remite al terrorismo de
Estado inaugurado con el golpe de
1964. En su escrito “1964, o ano
que não terminou”, el filósofo Pau-
lo Arantes muestra algunos aspec-
tos fundamentales de la lógica de
régimen de excepción que perma-
nece en el período post-dictatorial
en Brasil, encerrando al país en un
círculo vicioso de control autorita-
rio25.
Ahora quizás se pueda afirmar
que 1964 finalmente termina en el
2016, manifestándose como repe-
tición: mediante un nuevo golpe a
la democracia en Brasil orientado
a frenar los avances en materia de
derechos sociales e implementar de
forma autoritaria políticas antipo-
pulares de cuño liberal, hecho que
denuncia la falencia de nuestras
instituciones en la tarea de mediar
procesos de elaboración simbóli-
ca sobre el período histórico en el
cual se desarrolló el terrorismo de
estado26.
Con la destitución de la pre-
sidenta Dilma, la consigna “Fora
Temer” emerge con insistencia en
los discursos asumidos por prácti-
camente todos los actores que se
oponen al golpe. La enunciación
de estos dos significantes –que
suelen ser pronunciados luego de
un elocuente “primeiramente”– le
asignan a los sujetos un trazo iden-
titario fuerte, bien definido, demar-
cando con claridad su posición en
el campo discursivo de lo político.
En un contexto atravesado por el
recrudecimiento de manifestacio-
nes que bordean al fascismo, no se-
ría conveniente menoscabar la im-
portancia del “Fora Temer” como
lugar estratégico donde convergen

y hallan amparo distintas expresio-
nes de la resistencia.
Pero si aceptamos incluir el
“Fora Temer” como elemento de
análisis del momento actual en su
carácter de repetición histórica,
con los niveles de intensidad que
carga y teniendo en cuenta la sin-
gularidad de dicha enunciación,
desde las izquierdas y el campo
popular lo podríamos tomar como
una oportunidad para producir di-
ferencias que quizás alcancen des-
de las formulaciones sobre nues-
tras referencias identitarias hasta la
reinvención de algunas de nuestras
formas de lucha.
Será cosa de acompañar los
efectos que se nos abrirán como
posibilidades a partir de ese en-
cuentro –que demanda demora–
con lo real.
Seguimos.
1. El libro se detiene en el año 2010.
2. “Manifesto de Fundação”. Publicado en
el Diario Oficial de la Unión en 21 de octu-
bre de 1980, pp.3
3. “Carta ao povo brasileiro” Resoluções
de Encontros e Congressos & Programas de
Governo - Partido dos Trabalhadores (www.
pt.org.br), pp. 5
4. Secco, Lincoln. “História do PT”, pp. 266
5. Sobre la reforma conservadora de las
jubiliaciones, ver el artículo “O governo
Lula e a contra-reforma previdenciária”
Marques, Rosa Maria, & Mendes, Áquilas.
(2004). São Paulo em Perspectiva, 18(3),
BRASIL: UN GOLPE ANUNCIADO
I.
En medio del vértigo de los
acontecimientos que se suceden en
Brasil, al ritmo de esa extraña tem-
poralidad instaurada por un “golpe
anunciado” (en cuyas señales anti-
cipatorias casi nadie creía) que va
desplegando, día a día, sus más pro-
fundas y superficiales razones, llega
el episodio interno a ese giro polí-
tico-institucional que nos obliga a
3-1
6. Singer, André. “Os Sentidos do Lulis-
mo”, pp. 10
7. Al final de su segundo mandato en el
2010, Lula dejaría el cargo de presidente de
la república con el record mundial de po-
pularidad: 87% de la población aprobaba su
gobierno. Pesquisa Sensus/CNT http://poli-
tica.estadao.com.br/noticias/geral,recorde-
de-aprovacao-a-lula-e-mundial-diz-cntsen-
sus,659612
8. Singer,André. Idem, pp.13-14
9. Singer,André. Idem, pp.11
10. Inserir referencia
11. Caio Prado Jr., Florestan Fernandes,
Chico de Oliveira, y otros.
12. Pomar, Valter. “Notas sobre a política
internacional do PT”, p. 120
13. Neri, Marcelo. “A nova classe média, o
lado brilhante dos pobres”, p. 40. El índice
de Gini pasó de 0,5886 en 2002 para 0,5304
en 2010.
14. Instituto Brasileiro de Geografia e Esta-
tística (IBGE). Datos disponibles en http://
www.ibge.gov.br/home/estatistica/indica-
dores/pib/defaultcnt.shtm
15. “Pedalada fiscal” é crime de responsa-
bilidade?”. O Globo. http://oglobo.globo.
com/brasil/pedalada-fiscal-crime-de-res-
ponsabilidade-18995936 Consultado en 8
de mayo de 2016.
16. Ver pesquisa Diaap - http://www.carta-
maior.com.br/?/Editoria/Politica/Congres-
so-eleito-e-o-mais-conservador-desde-o-
fim-da-ditadura-diz-Diap/4/31948
17. Se citaron al menos 22 partidos y más de
300 políticos en la operación.
18. Ver detalles en https://medium.
aosfatos.org/onze-deputados-citam-
pedaladas-fiscais-como-argumento-na-
vota%C3%A7%C3%A3o-do-impeach -
ment-c3345f4bd903#.93624whhu
19.https://theintercept.com/2016/09/02/
temer-pede-corte-medio-de-30-em-progra-
mas-sociais-mas-verba-para-militares-e-
agronegocio-aumenta/
20.http://www1.folha.uol.com.br/
mercado/2016/08/1808803-brasil-vive-a-
segunda-pior-recessao-de-sua-historia.sht-
ml
comenzar este artículo. Se trata de la
aprobación preliminar, por parte de
una mayoría holgada de diputados,
del llamado “PEC 241”, un proyecto
de enmienda constitucional destina-
do a congelar el gasto público por
veinte años. La osadía refundacional
del gobierno de Temer se muestra
con elocuencia en este hecho que
aspira a dejar asentado, con trazo
inequívoco (en la “ley fundamen-
tal” del país, precisamente), que las
Ensayos
21.http://www.fiesp.com.br/imprensa/
campanha-da-fiesp-nao-vou-pagar-o-pato-
e-contra-aumento-e-a-criacao-de-impostos/
22. Pedro Floriano Ribeiro, “O pt, o Estado
e a sociedade (1980 a 2005)”, en V. A. de
Angelo y M. A. Villa (orgs.), O Partido dos
Trabalhadores (1980-2006), pp. 195
23. El día 31 de agosto, Deborah Fabri, una
joven de 19 años que participaba de un acto
contra el golpe perdió la visión del ojo iz-
quierdo al ser atingida por estillazos de una
bomba lanzada por la policía. El teniente
coronel responsable por la operación ironi-
zó la joven por las redes sociales. / “¿No
querían uds. que la dictadura los metiera en
cana? Pues ahí lo tienen.” Habla de un agen-
te de la policía en un operativo ilegal en que
21 jóvenes fueron detenidos antes de parti-
cipar de una movilización contra el golpe.
24. Durante todo el proceso del impeach-
ment hubo grupos que salieron a manifes-
tarse en las calles pidiendo la intervención
de las FFAA para evitar que la “dictadura
lulo-petista” instalara el comunismo en el
país.
25. Arantes, Paulo. “1964, o ano que não
terminou”, en Teles, Edson y Safatle, Vla-
dimir. O que resta da ditadura, pp. 205-234.
Para que se tenga una idea, como corolario
de la impunidad de los agentes de la re-
presión responsables por crímenes de lesa
humanidad en el país, la policía en Brasil
– que permaneció militarizada – siguió ma-
tando y torturando en los años posteriores
al restablecimiento de la democracia en nú-
mero superior al que se pudo registrar du-
rante la dictadura. Con un desplazamiento
territorial y de clase que los movimientos
sociales de juventud y el movimiento negro
sintetizan en la denuncia actual del “genocí-
dio de la juventud negra en las periferias de
las grandes ciudades.”
26. Como se sabe, en Brasil sigue vigente
la ley de amnistia, que contrariando la juris-
prudencia internacional vigente en materia
de derechos humanos impide que los agen-
tes de la represión, incluidos los responsa-
bles por crímenes de lesa humanidad como
la tortura y la desaparición forzada de per-
sonas, enfrenten juicios penales.
Mariana Gainza
fracciones mayoritarias de la clase
política brasileña saben interpretar
que éste es el signo de los tiempos,
que éste es el rumbo del mundo, y
que la falta de escrúpulos es lo que la
hora requiere como muestra de una
verdadera voluntad de adecuación.
Eso es lo que se les pide a todos los
“políticos” desde ese centro del neo-
liberalismo global que está en todas
partes y en ninguna: que entiendan
lo que de ellos se espera y actúen en
el ojo mocho 75
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
consecuencia.
En Sudamérica, esa reade-
cuación se produce en contra del des-
vío que buena parte de los gobiernos
continentales ensayaron a lo largo de
la década pasada; de tal manera que
estamos experimentando un nuevo
avance del neoliberalismo, pero en
una fase superior de mutación: la que
reacciona sobre los únicos ensayos
epocales más o menos coherentes
(los que tuvieron lugar en América
Latina) de resistencia a algunos as-
pectos de sus imperativos sistémi-
cos. De esta suerte, la “Proposta de
Emenda à Constituição 241” pone
en juego una lectura de lo que hubo
de desvío en el llamado “lulismo”,
identificando su nudo sensible y di-
rigiéndose de modo directo contra
las políticas sociales orientadas a la
inclusión (que arrojaron el conocido
número que los defensores del PT
suelen repetir: más de cuarenta mi-
llones de brasileños salieron de la
pobreza), políticas ahora recodifica-
das como “gasto” a secas. Entonces,
cada ruptura institucional elige y, en
algún momento confiesa, cuál es su
blanco privilegiado. Según Caetano
Veloso, por ejemplo, el hilo más sig-
nificativo “o de mayor fuerza reve-
ladora” del golpe de 1964 es el que
lo muestra como una reacción contra
la alfabetización popular promovi-
da por Paulo Freire (“La derecha y
las reacciones inconscientes que la
estructura social brasileña cultiva
desde la época colonial respondieron
con el golpe militar a esa combina-
ción de amenaza de alfabetización
acelerada y concientización política
de las tradicionalmente marginadas
clases pobres brasileñas”, dice en su
libro Verdad Tropical). De modo que
podríamos pensar que en la proxi-
midad y la distancia entre aquella
respuesta (militar) a la tentativa de
comprometer a la sociedad brasile-
ña con una revolución de las con-
ciencias (una “reforma intelectual y
moral”, para decirlo con Gramsci),
y esta respuesta (parlamentario-judi-
cial-mediática) contra el gasto, la in-
versión y los subsidios movilizados
por un modelo de “inclusión por el
consumo” se cifra cierto sentido his-
tórico de lo que hoy se vive en Bra-
sil.
76 el ojo mocho
Lo cierto es que los sucesos
brasileños tienen un amplio impacto
en cuanto a la redefinición de las cir-
cunstancias continentales. El avance
de las izquierdas en América Latina
a lo largo de la primera década y me-
dia del siglo tuvo como condición
posibilitadora el hecho de que en
contrapunto y alianza con la radica-
lidad chavista que se expandía desde
el norte del subcontinente actuara,
desde el sur, la moderación lulista.
En aquellos primeros años, recorde-
mos, mientras que Chávez aparecía
en la prensa internacional como la
encarnación del demonio populista,
Lula era festejado de manera casi
unánime, como el representante emi-
nente de la “madurez democrática”
de un país cuya plataforma institu-
cional jerarquizaba la negociación
y el acuerdo, y cuya cultura profun-
da, reacia al conflicto, permitía que
un antiguo líder sindical pudiera
transformarse, contra toda idea ana-
crónica de “lucha de clases”, en el
presidente de la conciliación de in-
tereses y la armonización de las dife-
rencias sociales (el tontuelo y quizás
algo irónico eslogan de la campa-
ña de 2002, “Lulinha paz y amor”,
se orientaba en esa dirección). Y si
ambas tendencias combinadas y ar-
ticuladas funcionaron como un gran
“paraguas” que de cierta forma sir-
vió de resguardo y respaldo a lo que
hubo de experimentación o rebeldía
contra-neoliberal en los países más
chicos y de menor peso geopolítico
del subcontinente, hoy presenciamos
las dificultades cada vez más dramá-
ticas que atraviesa Venezuela y el
giro político en Brasil también como
un nuevo marco continental.
¿Quién hubiera anticipado,
en 2009, cuando militantes y auto-
convocados protestaban frente a la
embajada de Honduras en Buenos
Aires por el golpe (también “de nue-
vo tipo”) que había expulsado a M.
Zelaya de la presidencia, que algo
similar podría ocurrir en Brasil? Y
unos años más tarde, en 2012, cuan-
do F. Lugo fue sometido a un juicio
político impulsado por el parlamento
de Paraguay que logró destituirlo en
tiempo récord, ¿quién hubiera ima-
ginado que una maniobra institu-
cional semejante podría llegar a ser
posible en la mayor democracia de
América Latina? Sin embargo, aquí
hubo alarma, y se alertó públicamen-
te sobre la gravedad de los hechos.
Pero esa prevención casi no fue au-
dible en una sociedad “poco politi-
zada” (como suele decirse) como la
brasileña. E incluso, anticipando ya
sus movimientos futuros, el PSDB,
el “partido de la socialdemocracia”
que luego de la dictadura había reu-
nido a universitarios exiliados en el
Chile allendista como F. H. Cardoso
y J. Serra, se pronunció “a contra-
mano de las instituciones regionales
y de la mayoría de los partidos lati-
noamericanos” legitimando el golpe
contra Lugo. Seguramente, el mote
de “exprés” que recibió la destitu-
ción paraguaya enseñó a los impul-
sores del impeachment contra Dilma
que cierta relación protocolar con
el tiempo era necesaria para regular
los aspectos más ostentosos de un
proceso que se fue decidiendo entre
bastidores, y que constituyó, como
se dijo, un “golpe en cámara lenta”
que se extendió a lo largo de meses.
Dando cuenta no sólo de la fabrica-
ción jurídico-política de un tiempo
procedimental capaz de destruir toda
idea real de justicia, sino también de
la astucia de una triangulación entre
los pasos dados por los fiscales de
la operación Lava Jato, la agitación
mediática de la indignación de las
clases medias urbanas y los ajustes
del pacto de la derecha política, em-
presarial y religiosa, que tuvo como
plataforma el acuerdo y acción con-
junta parlamentaria del PSDB y el
PMDB (a través de sus máximas fi-
guras políticas: el entonces vicepre-
sidente de Dilma, y los presidentes
de las dos cámaras del congreso: E.
Cunha y R. Calheiros). En virtud
de ese “manejo de los tiempos”, la
capacidad de resistencia de la cada
vez más mermada base de apoyo al
gobierno de Dilma fue siendo medi-
da y auscultada (y reprimida), hasta
que finalmente la destitución “que
había empezado a gestionarse parla-
mentariamente en el mes de marzo”
se consumó el 31 de agosto, cuando
ya se había arribado a la conclusión
de que no habría una rebelión lo sufi-
cientemente masiva y popular como
para modificar el rumbo impreso a
los acontecimientos.

II.
Existe una permanente co-
rrelación y a la vez un notable des-
acople entre la sucesión de eventos
que jalonan la historia brasileña y la
argentina. Un paralelismo que expli-
ca cierta simultaneidad en cuanto a
los trazos gruesos de las respectivas
experiencias nacionales, y a la vez, un
desajuste que vuelve irreconocible y
distante lo que no deja de ser próxi-
mo. Algo que sin dudas compete al
famoso problema de la traducción, y
que en el caso de Brasil suma la ex-
cepcionalidad de la lengua portugue-
sa, que lo transforma en una enorme
isla en Latinoamérica; una situación
que favorece dos juegos opuestos:
el que permite, por un lado, la acu-
mulación de ilusiones respecto a la
inmediata traducibilidad de nuestra
“hermandad” lingüística, histórica y
cultural; y el que, por otro lado, re-
dunda en un fatal hermetismo, soste-
nido por el implícito de que argenti-
nos y brasileños sólo comparten una
definitiva “extranjería”, de que nada
de lo sucede aquí y allí se relacio-
na. Tanto la familiaridad impostada
como la absoluta indiferencia remi-
ten a esas temporalidades paralelas y
a la vez desencontradas; y cuando
el espacio de ese desacople es aban-
donado por la natural dificultad para
fluidificar los intercambios genuinos
(culturales y políticos), acaba siendo
el territorio de una serie de “media-
ciones”, entre las cuales, la más no-
civa y expropiatoria es, ciertamente,
la que realizan los grandes medios de
comunicación.
Si el desencuentro no es
una novedad, lo que tal vez sí cons-
tituya un diferencial de época es el
protagonismo dramático que fue
adquiriendo la cuestión mediática,
cuando las escaramuzas entre los go-
biernos y las empresas de comunica-
ción nacionales y transnacionales en
países como Venezuela y Ecuador,
pero sobre todo, la tentativa antimo-
nopólica argentina que se expresó en
la lucha en torno a la Ley de Medios,
hicieron que en Brasil se encendie-
ra la alarma que indicaba “peligro”.
Lo que ya se configuraba como una
gran fuerza de desinformación estra-
tégica (expresada en diarios como la
Folha de São Paulo, homologable
a la versión impresa de Clarín, o
el conservador Estado de São Pau-
lo, más parecido a La Nación, o el
multimedios Globo) –en un contexto
comunicacional, además, distinto al
argentino, en la medida en que no
se dio en Brasil una tradición fuer-
te de periodismo alternativo y críti-
co–, pudo dejar finalmente de lado
cualquier decoro. Desde el mismo
comienzo de su primer mandato, en
2011, Dilma fue fuertemente con-
dicionada y públicamente advertida
de que no sería aceptada ninguna
“injerencia” en la libertad de em-
presa de los medios concentrados. Y
no sólo aceptó esa imposición (algo
que es amargamente reconocido por
quienes la defienden en medio de la
debacle), sino que pueden recons-
truirse los frenéticos movimientos y
cambios ministeriales de su primer
gobierno como una respuesta a las
“tapas” en las que la Folha bajaba
sucesivamente el pulgar a los miem-
bros del primer gabinete (la pesada
herencia de Lula, se decía) bajo la
acusación de corrupción. Una proce-
sión de ministros que hasta el final
no se detuvo, y que revelaba, en todo
caso, la precariedad de la alianza go-
bernante (entre una izquierda y una
derecha históricas), que acabaría por
estallar con el pasaje del PMDB a la
oposición, y el bloqueo de las inicia-
tivas democráticas, en un contexto
en que la crisis internacional de 2008
empezaba a hacerse sentir en Améri-
ca Latina.
Decíamos que el espacio
de un extrañamiento recíproco entre
Brasil y el resto del subcontinente se
encuentra “trabajado” por una efec-
tiva máquina simbolizadora que los
grandes medios tendencialmente do-
minan (¿desde cuándo? ¿desde siem-
pre? ¿desde las dictaduras? ¿desde la
transnacionalización neoliberal de
los grupos comunicacionales?). Pero
del mismo modo en que habría que
escapar de las comparaciones super-
ficiales y estereotipadas que surgen
al tratar de registrar las diferencias
entre las respectivas dictaduras (“la
dictadura brasileña fue menos brutal
que la argentina”; “la dictadura bra-
sileña fue desarrollista, la argentina,
neoliberal”; “en Brasil hay una ver-
dadera ‘burguesía nacional’, por eso
el neoliberalismo de la pos-dictadura
no fue salvajemente privatizador”,
Ensayos
etc.), deberían evitarse comparacio-
nes similares en relación al papel
histórico de los medios (“los medios
en Brasil no están sucios de sangre,
como sí lo están en Argentina”; “los
diarios en Brasil no tienen tanto peso
como en Argentina, porque el pueblo
brasileño es menos lector”; “el poder
de la TV en Brasil pasa sobre todo
por el fútbol y las novelas”, etc.). Lo
que la coyuntura actual muestra es la
continuidad de una violencia clasista
y racista que atravesó la fase dicta-
torial, y en función de la cual puede
decirse que cierta naturalización de
la violencia policial y de las constan-
tes e incontables o incontadas muer-
tes sociales (de pobres, negros, mu-
latos, indios, campesinos), es decir,
de muertes que no son directamente
políticas, constituye un real triunfo
de la dictadura que se transformó en
“democracia” en virtud esos pactos
y negociaciones que la politología
dominante suele admirar. Pero la
coyuntura actual también muestra
que la continuidad de esa violencia,
que se sobrepuso a las intenciones
democratizadoras del PT, requirió y
dependió de un compromiso activo,
nunca distendido, con la desigualdad
y la segregación social por parte de
los sectores que hoy controlan tanto
el congreso brasileño (cuya mayoría
está compuesta no sólo por “coime-
ros y transeros” y políticos de una
clásica mediocridad conservadora,
sino por un gran número de neofas-
cistas cuasi caricaturales), como
ciertos resortes culturales y sociales
fundamentales, a través de la omni-
presencia del discurso de la corrup-
ción en la TV y los diarios, de una
legitimación ideológica de la “justi-
cia independiente” y de la activación
de una micro-política de derecha que
se moviliza a través de las redes so-
ciales y ha finalmente aprendido a
saborear las manifestaciones multi-
tudinarias. Lo que la izquierda bra-
sileña ha bautizado como la bancada
“BBB” (Bíblia-Bala-Boi) es el nu-
meroso grupo parlamentario forma-
do por diputados y senadores corpo-
rativamente asociados a las distintas
iglesias evangélicas, a los sectores
militares y policiales que defienden
un recrudecimiento del punitivismo
(y que además reaccionaron fuer-
temente contra la Comisión de la
Verdad creada por Rousseff), y a los
el ojo mocho 77
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
intereses del agronegocio. Un sector
político que efectivamente represen-
ta una gran concentración de poder
social, y que de un modo delirante
señaló a los “rojos comunistas” del
PT (en un anacrónico formato dis-
cursivo que parece copiado de viejos
panfletos de la guerra fría) como el
enemigo que estaba conduciendo al
Brasil a la desintegración a partir de
la destrucción de los valores de la fa-
milia, el orden y la libre empresa.
III.
El 5 de junio de 2013, el
pastor Silas Malafaia de la Iglesia
pentecostal Asamblea de Dios se di-
rige a más de 50.000 personas reu-
nidas en la enorme plaza llamada
Explanada de los Ministerios, en el
corazón político de Brasilia. Grita
desaforadamente, pronunciando un
discurso desafiante y guerrero; tiene
el manejo escénico de quien ya está
acostumbrado a las arengas públi-
cas, y se entrenó durante años como
presentador de un programa de TV
(“Victoria en Cristo”), que desde
2008 ocupa la madrugada comple-
ta, los siete días de la semana, en
el canal Band. Con ira impostada,
repite una y otra vez que “Brasil es
un Estado democrático de derecho”,
donde “todo el mundo puede ser cri-
ticado” (y enumera: “los políticos,
los gobernadores, el presidente, los
miembros del poder judicial, los ca-
tólicos, los evangélicos, dios, el dia-
blo…”); a pesar de lo cual, quien osa
criticar las prácticas homosexuales
–y este es el núcleo dramático de su
arenga– es llamado “homofóbico”.
“Quería avisarle a Doña Marta [Su-
plicy] y al activismo gay que estoy
garantizado por la constitución de
Brasil: yo critico lo que quiero, y
nadie va a callarme. Libertad de ex-
presión, para que todo el mundo diga
lo mismo, es dictadura de opinión.
El crimen de opinión se instituyó en
Brasil, y el activismo gay pretende
que mi opinión es homofobia. Eso
es una afronta al Estado democrático
de derecho. Ellos nos llaman funda-
mentalistas, porque defendemos la
familia, porque defendemos valores
morales, porque estamos contra las
drogas. Pero escriban en todos lados,
colóquenlo en los diarios, digan que
el pastor Silas Malafaia llamó al ac-
tivismo gay ‘fundamentalismo del
78 el ojo mocho
lixo moral’”. (Cabe aquí anotar el
hecho irónico de que la Doña Mar-
ta a quien el pastor se refiere en su
discurso ya no es aquella militante
del PT que llegó a gobernar la ciu-
dad de São Paulo, conocida por su
compromiso con la diversidad y las
causas feministas. ¿Podría haber an-
ticipado la frondosa imaginación del
pastor que los “rojos” también pue-
den cambiar? Marta Suplicy hoy está
del mismo “lado” que él, acompa-
ñando al nuevo gobierno ilegítimo).
“Señores de los medios –continúa el
discurso de Malafaia–: nosotros que
somos llamados fundamentalistas,
queremos una prensa que sea libre
hasta para hablar mal de nosotros.
Pero escucho a esos ‘izquierdópatas’
que quieren el control de los medios
para controlar el contenido. Se pien-
san que Brasil es Nicaragua, Vene-
zuela, Bolivia, Ecuador, Argentina…
¡No! ¡Acá la prensa es libre, siem-
pre será libre! Esos ‘izquierdópatas’
quieren un nuevo marco regulato-
rio para controlar los medios y para
controlar el Estado y la sociedad: y
quieren meterse con nosotros, con
nuestra voz. Pero nosotros no vamos
a callarnos, nadie va a callar nuestra
voz. Para callar nuestra voz van a
tener que romper la constitución de
Brasil.”
Lo que tiene de interesante
este discurso (que, vale la pena in-
sistir, se profiere en la plaza públi-
ca y no al interior de un templo –y
no en una plaza cualquiera, sino en
la que funge como “foro”) es que
presenta la imagen de un Brasil ase-
diado: Brasil (esa gran isla que Bra-
sil quiere ser) está en peligro por la
plaga chavista que viene bajando
por Sudamérica, y está golpeando
ya a sus puertas: ahí al lado, en Ar-
gentina, donde gobierna otra mujer
(“amiga” de Dilma) se aprobaron
ya esas leyes demoníacas: la ley de
medios y el matrimonio igualitario;
pero además, los militares no pue-
den descansar tranquilos, porque
se los juzga y se los condena (y esa
amenaza está latente en la Comisión
de la Verdad que, aunque no lo con-
fiesa, abre la posibilidad de que los
crímenes pasen, de ser conocidos,
a ser juzgados). En relación a esto,
pueden hilarse algunas reflexiones
orientadas por un “impresionismo”
(presente cada vez que intentamos
ejercitar una traducción de experien-
cias). La prevención contra el “po-
pulismo” latinoamericano permea a
la cultura política brasileña, hasta en
sus expresiones de izquierda; el tono
general de la izquierda brasileña (al
menos de la izquierda de São Paulo,
directamente ligada a la historia del
PT) tiende a ser más “liberal” que
nacional-popular, y ello probable-
mente debido a que el varguismo no
fue mayoritariamente resignificado
como experiencia popular democrá-
tica, y quedó encapsulado dentro del
mote que califica al primer gobierno
de Getúlio Vargas como “dictadura”.
El nombre de Vargas remite entonces
de manera casi unánime a la “dicta-
dura Vargas”, y ninguna tentativa de
reivindicación histórica de los as-
pectos “progresistas” del varguismo
(como la de Brizola, que llegó a ser
muy potente en Rio) sobrevivió a
las reconfiguraciones ideológicas de
las últimas décadas (de manera que
también se entiende que la izquierda
brasileña haya tendido a considerar
al peronismo según la manera en que
se lo hace en Europa: como una ver-
sión latinoamericana del fascismo).
En relación a Chávez, caben las mis-
mas apreciaciones: nada parecido a
la extendida simpatía por la “revolu-
ción bolivariana” que se despertó a
comienzos de este siglo en Argenti-
na tuvo lugar en Brasil. Y lo mismo
puede decirse en relación a Cuba. El
hecho de que la Folha de São Pau-
lo tuviera una política de “edición”
(ni siquiera estamos hablando de una
política editorial) que hacía antece-
der las apariciones del nombre “Fi-
del Castro”, en cualquier contexto,
por el adjetivo “dictador”, era algo
que un lector argentino podía reco-
nocer como una peculiaridad y una
anomalía; pero ese “dictador Castro”
se deslizaba fluidamente en la lectura
de los brasileños, como algo que “no
se veía”. Y menos se veía en aquellos
tiempos en que el partido de Lula ga-
naba por primera vez las elecciones:
lejos estaba ese país que festejaba de
registrar en la amable Folha –que
publicaba entrevistas a página doble
entrevistando a los intelectuales de
la USP– algún sesgo peculiarmente
preocupante. Pues bien: la manera en
que la experiencia kirchnerista fue
presentada en los medios de comu-
nicación brasileños no deja margen

de duda acerca de la importancia que
tiene para la incomunicación de los
pueblos esa “libertad” de los medios
monopólicos –que el pastor Mala-
fia, en 2013, promete y asegura que
Brasil no permitirá alterar. Mientras
que frente al PT en el gobierno se
llevaba adelante un trabajo fino que,
alternando “ataques” y “caricias”,
demonizaba selectivamente a cier-
tos personajes y preservaba a otros,
el kirchnerismo, particularmente la
figura y el gobierno de Cristina Kir-
chner, fue “traducido” con una vul-
garidad y una saña que –me animo a
decir– sirvió para preparar y ensayar
lo que unos años después se dirigi-
ría con toda la fuerza a su verdadero
objetivo: el gobierno y la figura de
Dilma Rousseff, pero también, la tra-
yectoria completa de Lula y toda la
historia del Partido de los Trabajado-
res.
El discurso de Malafaia
es un discurso explícitamente teo-
lógico-político, que interpela a los
medios y a los miembros del con-
greso, desafía al “activismo gay” y
a la izquierda, pero también al STF
(Supremo Tribunal Federal), a cuyos
miembros les advierte que, si bien
respeta a los jueces, “tomó nota”
de que la Corte Suprema autorizó el
“casamiento homosexual” (efectiva-
mente, en Brasil fue una decisión de
la Corte y no del congreso la que dio
vía libre a la unión civil), contradi-
ciendo la idea de que “en cualquier
estado democrático, cualquier cam-
bio de paradigma debe ser hecho o
en el parlamento o por plebiscito”.
Vale la pena citarlo en extenso, por-
que allí se recorren –bajo la perspec-
tiva de una “minoría intensa”– buena
parte de los temas que sacudieron la
escena política brasileña desde en-
tonces hasta hoy. “En Brasil se está
confundiendo la libertad con el li-
bertinaje. Esto se va a convertir en
una anarquía”. “Hay un candidato
al Supremo Tribunal que defiende
el aborto; y yo ya sospecho que va
a ser colocado allí para liberar ban-
didos de la cárcel”. “Quiero avisarle
al STF y a las autoridades: ¡el pueblo
brasileño quiere ver a toda esa ban-
da del mensalão en la cárcel! Quiero
dales un aviso a los diputados: seño-
res, si ustedes pretenden quitarle po-
der al Ministerio Público Fiscal, se
van a dar un tiro en la cabeza. Van
a quedar sometidos al ejecutivo. No-
sotros no queremos un poder judicial
sirviente de nadie. Los mensaleros
en el Congreso querían poner de ro-
dillas al STF. ¡No! [hace gritar a la
multitud: “no, no, no, no!]. Quere-
mos un STF fuerte, independiente, y
guardián de la Constitución!”. “Pero
ahora voy a darles una buena noticia
–continúa Malafaia–: esta mañana,
por presión nuestra, fue aprobado
en comisión el derecho del niño por
nacer. Estaba hablando aquí con el
diputado Eduardo Cunha, y él me
dijo: ‘está aprobado, Pastor’”. “Esto
que estamos haciendo es un pequeño
ensayo de ejercicio de nuestra ciu-
dadanía. No somos ciudadanos de
segunda clase. Vamos a influenciar a
esta nación. Y si tenemos que volver
a Brasilia, ¡volveremos! ¡Y seremos
más! Cada uno se va a comprometer
a traer a otro” [hace gritar a la multi-
tud: ‘¡a gente volta, a gente volta!’].
“Escuchen lo que les digo sobre esta
manifestación: sólo las ‘directas ya’
colocaron más gente en la calle un
día de semana en Brasilia. Ningún
movimiento social colocó a más
de 50.000 en un día semana. Y en
las ‘directas ya’ se había permitido
faltar al trabajo. Acá hay gente que
va a perder dos días de trabajo, tres
días de trabajo, cuatro días de traba-
jo… ¿saben qué?: ‘el pueblo unido
jamás será vencido’. Modifiquemos
esa frase: ‘el pueblo de Dios, unido,
jamás será vencido’” [y el público lo
repite con él].
IV.
El 6 de junio de 2013 ocu-
rrió la primera de una serie de ma-
nifestaciones (que hoy se recuerdan
como las manifestaciones de junio),
impulsada por el movimiento Passe
Livre en São Paulo, en protesta por
el aumento del pasaje del transpor-
te público. Esa manifestación se
replicó a los pocos días, y se exten-
dió por todas las grandes ciudades
brasileñas, reuniendo a millones
de personas. Rápidamente, las pro-
testas fueron mudando de carácter.
Habían comenzado como expresión
de la insatisfacción de juventudes
de izquierda con las condiciones de
vida (el transporte, la educación, la
salud) en las ciudades y en sus pe-
riferias pobres, como expresión de
un deseo de ampliación de la demo-
Ensayos
cracia; señalando la contradicción
entre la existencia palpable de esos
problemas sociales irresueltos, y la
orientación de inversiones y fondos
públicos a la organización de los me-
gaeventos deportivos (mundial de
fútbol, olimpíadas) que iban a tener
a Brasil como sede –“queremos una
educación modelo FIFA”, era una de
las consignas. Pero muy rápidamen-
te fueron transformando su compo-
sición, su estilo y su contenido, y se
tornaron manifestaciones de clases
medias urbanas “indignadas” por la
corrupción. Del movimiento Passe
Livre al movimiento Brasil Livre
(que hasta en el nombre buscó mi-
metizarse con su antecedente contes-
tatario): poco a poco se fueron escu-
chando masivamente reproducidos
todos los temas ideológicos del anti-
populismo global; y una lógica de
retroalimentación virtuosa articuló
la cobertura mediática, la operación
en las redes sociales, y la compren-
sión por parte de la derecha política
de que esa novedad (la presencia
constante en las calles de multitudes
gritando “fuera Dilma!”) constituía
una nueva base y una fuerza sobre la
cual apoyar el viraje hacia una pro-
fundización neoliberal que el rumbo
del mundo reclamaba.
Una parte del “autonomis-
mo” brasileño quiso ver en “junio de
2013” una especie de reedición del
2001 argentino –colocado en cadena,
asimismo, con la “primavera árabe”,
el “15-M” español, la “plaza Tak-
sim” en Turquía, etc.–, interpretán-
dose el conjunto de esos fenómenos
como genuina expresión de la rebel-
día social y la potencia democrática
de la multitud, que impugnaba a tra-
vés de esos estallidos de indignación
a la “política”, finalmente “escra-
chada” a los ojos del conjunto de la
sociedad en su corrupción esencial.
Sin embargo, nuevamente lo que
“hace ruido” en esa interpretación
es, precisamente, lo que en el per-
petuo paralelismo y desfasaje entre
las experiencias argentinas y brasi-
leñas se presenta como un desafío a
la imaginación. Porque en este caso,
efectivamente, parece más apropia-
do decir que lo que sucede a partir
de junio de 2013 en Brasil se parece
más bien a una mezcla de (algunos)
aspectos de nuestro 2001 con (mu-
el ojo mocho 79
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
chos más) aspectos que hacen evocar
la movilización de un nuevo activis-
mo de derechas a partir de la crisis
del campo de 2008, como momento
corporativo de una insatisfacción
con las políticas de redistribución
del ingreso (“momento corporativo”
de la insatisfacción que en Brasil,
como dijimos, tiene una explícita
expresión parlamentaria), que va
mutando en un difuso y genérico
rechazo “de clase” al gobierno (en
nombre de la moral anti-corrupción,
de la “libertad”, de la propiedad), y
que se expresa sobre todo en los ca-
cerolazos y manifestaciones contra
Cristina Kirchner a partir de 2012.
En todo caso, es cierto que en Brasil
no hubo un 2001, y que la transición
del neoliberalismo explícito de los
90 al neodesarrollismo redistributi-
vo del lulismo se hizo de modo “no
traumático”, a través de elecciones
ganadas en toda regla por el PT (lo
cual probablemente también se deba
a una diferencia entre los gobiernos
de F.H. Cardoso y de Menem, que
podría homologarse a la diferencia
que señalamos entre las respectivas
dictaduras: la radicalidad de las po-
líticas neoliberales del menemismo
contrasta con la relativa mesura o
visión estratégica, si se quiere, de
su correlato brasileño). No obstante,
los efectos acumulados de una crisis
de la representación política y de sus
instituciones –que la excepciona-
lidad de Lula logró posponer– aca-
bó finalmente estallando. Del peor
modo. A través de esos tortuosos
caminos que lo jurídico-político (la
judicialización de la política, la po-
litización de lo jurídico) habilita:
a través de un golpe institucional,
donde se invoca una y otra vez, di-
vergentemente, la palabra “constitu-
ción”. Así como el Pastor Malafaia
amparaba su discurso en el “estado
de derecho” que lo autorizaba, en-
comendándose a la Constitución, la
derecha sostiene que la destitución
es “constitucional” (es decir: que no
es un golpe). Y algunos sectores que
fueron próximos al PT, y que acerta-
damente denunciaron la última gran
claudicación de Dilma (ganó las
elecciones de 2014 con un discurso
anti-neoliberal, y nombró al asumir
a Levy, un neoliberal ortodoxo, en
el ministerio de economía), acompa-
ñaron tristemente esa idea: ya no en
80 el ojo mocho
virtud de la discusión sobre la legali-
dad o no del procedimiento, sino por
considerar que no hay ninguna razón
que justifique la defensa de la conti-
nuidad de lo que ya no se sostiene en
un apoyo popular activo en la calle.
La Constitución del 88, en
todo caso, funciona como síntoma. A
ella se remite desde algunas perspec-
tivas cercanas al PT, resaltando que
allí encuentra su marco institucional
una acumulación histórica de luchas
por derechos (siendo ese sentido
histórico el que estaría siendo vio-
lentado por el proceso actual). Des-
de otra perspectiva, sin embargo, se
señala que ese enfoque desatiende la
continuidad institucional sustantiva
que conecta el Estado Novo de Var-
gas, los veinte años de la dictadura
militar, y la Nova República (que en
virtud de esa no ruptura que pasa a
enfatizarse, merecería el nombre de
“pos-dictadura”). La Constitución
del 88 respeta las cláusulas pétreas,
no negociables de esa pos-dictadura,
e incluso un “golpe parlamentario”
o “constitucional” puede remitir a
ella como su respaldo. Las reformas
reales (agraria, política, tributaria,
etc.) que el avance de la politización
popular entre 1961 y 1963 instalaba
como horizonte fueron bloqueadas
por el golpe del 64; y el PT triun-
fante en el 2002 no supo o no quiso
dar cauce a una efectiva voluntad de
transformación, removiendo los obs-
táculos estructuralmente consagra-
dos para la democratización social y
política.
Las dificultades, contra-
dicciones y dilemas implicadas por
la llegada del PT al poder ejecutivo
(que se enmarca en las posibilida-
des y límites que se evocan al decir
“constitución del 88”) sin dudas re-
mite a una de las series de hetero-
géneas razones que deben explicar
el agotamiento de esa fuerza demo-
cratizadora que en Brasil, desde los
años 80, se había asociado con ese
nombre, Partido de los Trabajado-
res, que reenviaba directamente a los
movimientos sociales y sindicales
que constituían su base y a diversas
memorias de lucha de las izquierdas.
Las limitaciones de la experiencia
gubernamental del PT no pueden
entonces disociarse de la configu-
ración de un sistema político cuya
propia razón de ser se confunde y
llega a identificarse con el bloqueo
de toda posibilidad o línea de acción
que quiera ser transformadora (algo
que evoca más el andamiaje político-
institucional chileno que el nuestro).
Y tampoco pueden disociarse, es cla-
ro, de la promiscua intimidad entre
la clase política tradicional y la cla-
se empresarial (que en su conjunto,
y al igual que aquí, se cuenta como
“ganadora” tras una decena de años
de orientación económica neodesa-
rrollista). Sin embargo, por más de
que sin “reforma política” no habrá,
probablemente, ninguna otra chance
histórica para la representación po-
lítica de los intereses populares, los
horizontes que se diseñan se alejan
de una discusión sobre el “espíritu
profundo” de la Constitución del 88
–que, ciertamente, no es la prioridad
del parlamento, que se apura a apro-
bar la enmienda que “inconstitucio-
nalizará” por veinte años todo au-
mento de la inversión en educación,
salud y programas sociales; ni del
juez Moro y los miembros del Mi-
nisterio Público Fiscal, dispuestos a
terminar con cualquier legitimidad
moral de los vermelhos; ni de la Po-
licía Federal que, junto a los fiscales,
actúa con las manos libres para “in-
vestigar la corrupción” y para hacer
sus grandes escenas de “traslados
compulsivos” (antes del de Lula, en
marzo de este año, pueden recordar-
se los “anticipatorios” de Zé Dirceu
y Genoíno); ni de las policías mili-
tares y estaduales, liberadas también
para descargar toda la fuerza de la
ley del orden (que no hace falta que
esté escrita) no sólo sobre los mo-
radores de las favelas y los barrios
populares, como siempre lo hicieron,
sino también sobre los estudiantes
secundarios, los universitarios, los
movimientos sociales y todo aquel
que se manifieste contra el gobierno
de Temer y el giro drástico que está
llevando adelante (en este momento,
precisamente, están siendo violen-
tamente reprimidas las manifesta-
ciones contra la aprobación –que ya
parece ser un hecho– del PEC 241).
Por la vía “golpista”, o por
la vía “democrática”, Brasil y Ar-
gentina otra vez se encuentran y se
reconocen, hermanados en un mis-

mo proceso. Y de cierta manera, lo
sabíamos: estamos condenados a an-
dar juntos, ellos y nosotros, nosotros
y ellos. ¿No parece claro, acaso, que
si Macri no ganaba aquí, la posibi-
lidad de un golpe allí no podía ser
más que una virtualidad irrealizable?
¿No resulta probable, acaso, que si el
Frente para la Victoria ganaba, algo
de lo que hoy pasa en Brasil podría
haberse “repetido” aquí, bajo algún
otro formato de “pesadilla hecha
realidad”? El inabarcable y querido
Brasil se está transformando en un
enorme Estado Represivo, reaccio-
nando contra las fibras profundas
que hacen a la libertad y a la creati-
vidad de su pueblo (eso que siempre
nos conmueve, eso que se revela fi-
nalmente como el verdadero objeti-
vo en la mira del golpe). El retroceso
es inconmesurable. Escapa a nuestro
vano esfuerzo de mencionarlo a tra-
vés de estas precarias y desordena-
das palabras.
1. En efecto, cuando se disparó la opera-
ción del impeachment abandonó el PT y se
FICA QUERIDA! EL DESGASTE DE LAS CALLES EN
LA DESTITUCIÓN DE DILMA
El muro de chapa de más
de dos metros de alto y quinientos
de largo podría no haber quebrado al
medio la Explanada de los Ministe-
rios que nada habría pasado. El día
en que una mayoría aplastante de
Senadores votó a favor de la destitu-
ción de Dilma Rousseff de su cargo,
los movimientos sociales, los par-
tidos y los sindicatos estaban ya en
medio del proceso de duelo que ha-
bía comenzado con el apartamiento
de la presidenta luego de la votación
en Diputados, abriendo así un parén-
tesis de silencio en medio de la pro-
funda crisis política.
El día previo a las más de
catorce horas de defensa de Dilma en
el Congreso, el presidente de la Cen-
tral Única de Trabajadores (CUT)
de Brasilia estaba convencido de
que serían más de 30.000 los mani-
festantes que estarían acompañando
incorporó al PMDB, arguyendo estar indig-
nada por la corrupción petista, de manera
que acompañó activamente el golpe contra
la “primera presidenta mujer” del Brasil,
rodeada de corruptos, machos prepotentes y
evangelistas homofóbicos…
2. Son amigos cariocas, en todo caso, los
que hoy socarronamente llaman la atención
sobre el anti-populismo militante de la gran
urbe paulista: en tamaña ciudad, no existe
espacio (ni posible ni real) para que al me-
nos una avenida se llame “Getúlio Vargas”.
3. El discurso termina con una oración por
Brasil: “Amamos a nuestra patria, amamos
al pueblo brasileño, queremos ver a esta na-
ción crecer y desarrollarse. Satanás no va a
destruir Brasil, Satanás no va a destruir los
valores de la familia, Satanás no va a des-
truir la vida. Señor Jesús, mi Dios, libra al
Brasil del caos, de la desgracia social, ben-
dice al presidente de la república, a los go-
bernadores, intendentes, diputados, conceja-
les, senadores, ministros, al poder judicial,
al legislativo y al ejecutivo; libra al Brasil
de la desgracia social, protege a las familia.
Libra al Brasil de las leyes que quieran per-
judicar al pueblo. Levanta a tu iglesia unida
con poder y autoridad para hacer la dife-
rencia. Concordamos: el Brasil es del señor
Jesús.” El discurso completo está disponi-
ble en youtube: https://www.youtube.com/
watch?v=5U3c2y1hXZs
4. Es interesante señalar, en relación a esto,
que buena parte de ese nuevo anti-petismo –
proveniente sobre todo de ciertas izquierdas
autonomistas– había elegido en las eleccio-
en la calle a la presidenta durante el
juicio político que avanzaba dentro
del Congreso. Sin embargo, ese día
no superaron la media cuadra, en una
concentración que reunió más a los
sin bandera que a las organizaciones
políticas.
¿Dónde estaba el Partido
de los Trabajadores (PT), una orga-
nización con más de 30 años de vida
y 2 millones de afiliados, el día en
que 61 senadores en el Congreso al-
teraban la decisión política de más
de 54 millones y medio de votos?
¿Qué pasó con la central sindical de
masas más importante de Brasil y de
América Latina que no movilizó ni
a un tercio de esos siete millones de
trabajadores afiliados, teniendo en
cuenta que lo que estaba en juego
era no sólo un gobierno sino el sis-
tema democrático en su conjunto?
¿Por qué Dilma dejó el Palacio de la
Ensayos
nes de 2014 la “tercera opción” representa-
da por la candidata Marina Silva. Así como
aquí un sector de aliados del kirchnerismo
se volcó hacia la “alternativa” (con sesgo
manodurista) de Massa, en Brasil ese lugar
estructural de una tercera posición (con ses-
go ecologista) se construyó en torno a la ex
ministra de medio ambiente de Lula; igual-
mente, con una importante intervención de
los grupos mediáticos, y las oportunas y
efectivas divulgaciones de mediciones por
encuestas –que en Brasil monopolizan Ibope
y Data-Folha (¿podría pensarse en Argen-
tina un “Data-Clarín” como la principal y
virtualmente única encuestadora nacional?).
Si bien Marina, en lo personal, debe ser ubi-
cada a la izquierda de Massa, no sólo el en-
tramado de intereses en torno a ella la hacían
una candidata similarmente turbia, sino que
además, de modo explícito, tuvo que aludir
en campaña al “peligro de la chavización”
de Brasil y, en su carácter de evangélica, ha-
cer un gesto público de sumisión ante el Pas-
tor Malafaia (que también dirigió hacia ella
sus advertencias sobre la inconveniencia de
ceder a cualquier tentación anti-doctrinaria
en nombre de la diversidad, ostentando su
capacidad de influenciar el voto de los mi-
llones de evangélicos brasileños). Finalmen-
te, en el ballotage que enfrentaba a Roussef
y a Aecio Neves del PSDB, Marina Silva
definió su apoyo por el segundo.
Ayelén Oliva
Alborada bañada de pétalos de flores
rojas pero acompañada tan sólo de
un grupo de mujeres y algunos des-
consolados que pasaron con la idea
de darle un abrazo?
No se trata de hacer leña
del árbol caído sino de repasar aque-
llos puntos flojos que permitieron el
avance de la derecha, que aún sin
mayoría electoral pudo reacomodar
las alianzas al interior del Congreso
permitiendo pasar por encima la de-
cisión de una mayoría de brasileños.
En primer lugar, entre las
fisuras que posibilitaron el éxito de
una estrategia de juicio político -con
acusaciones flojas de papeles y de
poco sustento- hay que marcar una
distinción entre aquellos vacíos en
materia de gestión de aquellos otros
vinculados a la falta de muñeca po-
lítica con los partidos aliados y tam-
el ojo mocho 81
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
bién de los errores al interior de la
propia fuerza política.
Hablar de lo espacios va-
cíos, de las cuentas pendientes, de las
deudas incómodas que se lleva con-
sigo el final de 13 años ininterrumpi-
dos de gobierno del PT es hablar de
los frentes flacos, de las hendiduras
por donde esta estrategia constante
y obstinada de desestabilización en
manos de la oposición logró hacer
mella.
En primer lugar, son evi-
dentes los efectos que causó la falta
de una democratización de los me-
dios de comunicación en Brasil. Si
hablamos de los grandes grupos de
medios, nos referimos principalmen-
te a la TV Globo. Según el investiga-
dor Philip Kitzemberg, “para el 2002
la Rede Globo llegaba a unos 55 mi-
llones de hogares y poseía 223 vehí-
culos propios o afiliados, duplican-
do a su seguidor. Su facturación en
2005 fue tres veces superior a la SBT
[Sistema Brasilero de Televisión] y
Record juntas. La televisión aún cap-
ta alrededor del 60% de la inversión
publicitaria en Brasil, uno de las 10
mercados publicitarios más grandes
del planeta” que en sólo en 2005 ge-
neraron ingresos por 2.6 mil millo-
nes de dólares (Kitzemberg, 2013).
Pero cuando hablamos de grandes
medios también hacemos referencia
a los medios gráficos como el sema-
nario Veja y diarios como Folha de
Sao Pablo y O Estado de Sao Pablo
que han jugado fuerte en el desgas-
te al gobierno del PT, así como, de
sus principales figuras como Dilma o
Lula. Igualmente, como asegura Kit-
zemberg, en un país donde los me-
dios gráficos cuentan históricamente
con baja penetración, la televisión
abierta sigue cumpliendo el rol de
medio dominante. Sin embargo, la
necesidad de discutir una regulación
a los medios de comunicación recién
llegó durante la segunda presidencia
de Lula, aunque ni Lula ni Dilma pu-
dieron encontrar el apoyo suficiente
en el Congreso para avanzar en la re-
gulación de medios. Los platos rotos
de esa ausencia, se pagan en estos
días.
El otro punto es la falta de
una reforma política. Incluida en la
82 el ojo mocho
agenda del PT para la segunda presi-
dencia de Dilma Rousseff, la pérdida
de apoyos en el Congreso la convir-
tió en una meta imposible sumado a
la falta de consenso sobre algunos
puntos incluso dentro del partido.
Además de la necesaria revisión del
sistema electoral, por ejemplo, en
el caso de la distribución de bancas
que, como explica Mariano Montes
en su artículo Cómo se elige en Bra-
sil, “si un partido o coalición obtiene
10 bancas, estas deberán ser ocupa-
das por los diez candidatos que más
sufragios obtuvieron individualmen-
te, mientras que si obtiene solamente
una, ésta corresponderá al candida-
to con mayor apoyo en la elección.
Como se desprende, esto motiva la
competencia al interior de las mis-
mas listas entre los diferentes candi-
datos por acaparar individualmente
la mayor cantidad de votos” (Mon-
tes).
Pero además del mecanis-
mo de selección aparece la forma de
financiación de campañas cada vez
más costosas. En definitiva, esa es la
causa que tiene al mega empresario
brasilero, Marcelo Odebrech, tras las
rejas desde mediados del año pasa-
do acusado de aplicar una práctica
de entrega de dádivas, tan criticable
como usual al interior de la política
brasilera. Los políticos del PT que
caen presos implicados en el caso
Petrobras no están siendo acusados
de enriquecimiento personal sino de
haber funcionado como canales de
financiamiento ilegitimo para el par-
tido. El PT, en su momento, propuso
que las campañas sean financiadas
exclusivamente con dinero públi-
co a fin de reducir la influencia de
las empresas privadas en la política
y, como proponen algunas ONGs
como Transparência Brasil, tam-
bién quisieron establecer límites a
la donaciones que hoy se presentan
anárquicas. Sin embargo, esa fueron
iniciativas que no pasaron de ser una
expresión de deseo.
Por último, un grupo de di-
putados del PT buscó avanzar con
poco éxito en un conjunto de pro-
puestas para avanzar en una reforma
tributaria que solucione las desven-
tajas para la clase media y sectores
trabajadores, reduciendo en un 8%
la carga tributaria en los salarios de
5.000 reales al mes. De acuerdo al
Instituto Brasilero de Geografía y
Estadística, en 2010 cerca del 74%
de las personas con cargas tributa-
rias recibían menos que dos salarios
mínimos al mes. Avanzar en esa re-
definición hubiera permitido subir el
piso económico en los sectores tra-
bajadores en Brasil en un momento
en que el ajuste y los efectos de la
crisis se hicieron sentir.
Esas han sido algunas de
las puertas de entrada por las cuales
los sectores económicos, represen-
tados por la dirigencia política más
conservadora, han logrado introducir
con éxito la iniciativa destituyente
que, acompañada de una estrategia
comunicacional asfixiante y al des-
contento social causado por la dura
situación económica, ha logrado ha-
cer mella en Brasil.
Pero también, esto deja en
evidencia la crisis política interna
que vive el PT. El desgaste de las ba-
ses quedó demostrado con la falta de
movilización del partido el día que
se definía el futuro político de Bra-
sil. Es cierto que se sentía cansancio
entre los electores petistas debido
a una estrategia de remoción que
empezó en el mismo momento que
Dilma fue reelecta presidenta. Pero
también quedó demostrado que la
estrategia de despliegue de un plan
de ajuste, dejando a un lado sus pro-
pias propuestas y olvidando la iden-
tidad misma partido, provocó un re-
vuelo incontrolable al interior de sus
bases sin siquiera lograr el respaldo
esperado entre los empresarios e in-
versionistas. El desencanto con la
gestión de Dilma fue profundo y sus
efectos quedan a la vista. Mucho se
ha dicho acerca de la dificultad que
hubiera implicado que Dilma saliera
ilesa de esa trampa política, sabemos
que las presiones sociales y políti-
cas al interior de sus propias bases
hubieran sido inmensas.
Lo cierto es que el PT no
estuvo el 31 de agosto de 2016 en
las puertas del Senado, ni en las ave-
nidas de San Pablo, ni en las calles
cariocas como se hubiera esperado.
A las causas que repasamos arriba,
se le suma el tiempo que erosiona

los encantos de cualquier gobierno,
las dificultades a la hora de ocupar
los espacios calientes que dejan los
grandes liderazgos, en definitiva, los
errores de adentro que suman una
lista de causas repetidas para cual-
quiera de los gobierno de izquierda
o progresistas en América Latina,
aunque con un diferencia ¿Por qué
no cae el gobierno de Nicolás Ma-
duro en Venezuela cuando la crisis
económica es cuatro veces peor que
la vive Brasil, cuando la batalla po-
lítica al interior del Congreso está
abiertamente perdida desde las elec-
ciones de diciembre pasado o cuan-
do la interna política en el PSUV es
igual o mayor a que se vive el PT?
La respuesta: las calles. Esa fuerza
VENEZUELA: ¿UNA TRANSICIÓN HACIA DÓNDE?
La crisis social en Venezue-
la, ha alcanzado, sin duda, dimensio-
nes políticas, el chavismo parece ha-
ber llegado a un punto muerto donde
se agotó su capacidad de transforma-
ción, presentando múltiples signos
de desgaste. La fórmula perfecta
para combinar lo popular y lo insti-
tucional, que supo representar, hoy
corre peligro. La guerra económica,
la bandera contra la corrupción y la
impunidad enarbolada por la dere-
cha, una respuesta insuficiente a de-
terminados problemas, por parte del
gobierno, y un discurso que muchas
veces se torna más defensivo que
propositivo, han sembrado un terre-
no fértil para un crecimiento electo-
ral de los sectores agrupados en la
MUD (Mesa de Unidad democráti-
ca) y los ha fortalecido en lugares
institucionales, como en la Asam-
blea Nacional, desde donde buscan
acelerar, mediante un referéndum
revocatorio, la caída del presidente
Nicolás Maduro.
El triunfo de la MUD en las
elecciones de 2015, produjo un cim-
bronazo, esperanzados por la llegada
al gobierno de Mauricio Macri, en
Argentina, y el golpe institucional
en Brasil, que destituyó a la presi-
popular que, aunque desgastada y
desencanta, sigue siendo capaz de
teñir de rojo de las principales ave-
nidas de Caracas dando forma a las
almenas encargadas de proteger al
gobierno. De más está decir que la
historia política de Brasil, en rela-
ción a la construcción identidades
y fuerzas populares movimentistas
poco tiene que ver con Venezuela,
en Brasil a los dirigentes del PT se
le exige más por el tiempo de vida
del partido, por su tradicional capa-
cidad de movilización aún antes de
ser gobierno, porque antes de Dilma
no sólo tuvieron a Lula sino también
a Getulio Vargas y a João Goulart,
porque es un partido inmenso, con
historia y capacidad de organización
denta Dilma Rousseff de su cargo,
la oposición venezolana cree avizo-
rar su momento de retorno al poder
y presiona al gobierno para poder
imponer los términos de esa etapa
que consideran “transicional”. A los
triunfos electorales se suma, la ca-
pacidad de movilización callejera,
que fue creciendo en el último tiem-
po, dejando claro que la morfología
de esa oposición fue variando a lo
largo del tiempo, hasta poder trans-
formarse en alternativa real de poder
y no ya meramente en el “enemigo
antidemocrático”. El crecimiento de
esta derecha, fue progresivo, y requi-
rió un cambio en el discurso que va
en sintonía con la “nueva derecha”
regional, que proclamó a viva voz no
romper ese pacto de consumo y de-
rechos sociales, que caracterizaron a
los gobiernos popular, nacional, de-
mocráticos de la última década. Es
así como algunos opositores se au-
todefinen como “socialdemócratas”
ó “demócratas liberales”, aunque ha-
yan estado vinculados con el intento
de golpe de estado contra Chávez en
2002.
En las elecciones presiden-
ciales de octubre de 2012, Capriles
fue derrotado por el presidente Hugo
Ensayos
política que ahora deberá enfrentar
otra vuelta de página en su historia.
La pregunta que se abre
ahora en Sudamérica es si estas de-
rrotas electorales y hasta incluso
estos arrebatos del poder por medio
de retóricas jurídicas poco legales y
nada legitimas, llegaron para ponen
fin a un ciclo de gobiernos de iz-
quierda o progresistas en la región o
si, además y en el peor de los casos,
llegaron para terminar con estos par-
tidos y movimientos tal cual como
los conocemos. El tiempo nos dará
la respuesta, esperemos que sea sólo
lo primero.
María Constanza Costa
Chávez con una diferencia del 11%
de los votos. Una derrota sin dudas
contundente, sin embargo, lograba el
mejor desempeño para un opositor
a Chávez. Contaron allí la capaci-
dad de la oposición para unificarse,
aún con tensiones, pero además una
estrategia electoral que no se centra-
ba solamente en el “antichavismo”.
Desde el “descubrimiento” de que
Capriles era lejano descendiente del
mismísimo Bolívar, hasta las prome-
sas de conservar las políticas socia-
les desplegadas por la revolución, la
oposición venezolana había mutado
sus posiciones públicas. En cierta
medida, eso puede ser considerado
mera demagogia, pero también era
terreno ganado en una “batalla cul-
tural”: la figura de Chávez y ciertos
logros son patrimonio compartido
del pueblo venezolano. En vísperas
del inicio de la campaña electoral,
de 2013, la ciudad de Caracas había
amanecido poblada de carteles con
la frase: “Nicolás no es Chávez”,
frase que fue repetida durante toda la
campaña por Capriles. El elemento
simbólico de la disputa electoral fue
la clave en toda la estrategia oposi-
tora. No hubo en esa breve campa-
ña tiempo, ni necesidad, de desple-
gar programas: todos sabían más
el ojo mocho 83
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
o menos cuáles eran los planteos y
reconocían, aún desde la vereda de
enfrente, el legado de Chávez.
Poco pudo escucharse por parte de
la MUD sobre propuestas concretas
y planes de gobierno para una Vene-
zuela que hoy inaugura una nueva
etapa, sólo sobre el final de la cam-
paña Capriles aseguró que las medi-
das sociales llevadas adelante por el
Chavismo se mantendrían. El punto
era quién podía interpretarlo mejor
y ofrecer seguridad para un país que
aún no se ha podido reponer del cim-
bronazo tras la partida del Coman-
dante. Con la mira en la lucha sim-
bólica y cultural, Capriles bautizó
a su comando de Campaña “Simón
Bolívar”, sosteniendo así que ellos
también “son hijos de Bolivar”. Algo
paradójico para quienes participaron
del golpe de estado de abril de 2002,
y decidieron sustituir el nombre de
República Bolivariana de Venezuela
por el de República de Venezuela.
“Chávez” vs. ”Bolivar”, la adopción
del nombre del comando fue un acto
desesperado por buscar una nueva
identidad, ahora que quien fuera ob-
jeto de todos sus ataques y la madre
de todas sus batallas (sacar a Chávez
del poder), no estaba físicamente.
Las dudas sobre cómo iba a
reorganizarse la arquitectura del po-
der interno del movimiento popular
tras la partida de su líder fueron raíz
de incertidumbre para los propios y
excusa perfecta para las intenciones
desestabilizadores de la oposición y
los factores de poder. Para disipar
fantasmas fueron innumerables los
gestos de unidad entre los principa-
les líderes de la ahora conducción
colegiada de la revolución. Todas
las fuerzas que acompañan el pro-
ceso bolivariano se encolumnaron
detrás de la candidatura de Nicolás
Maduro, quien unos días antes del
fallecimiento de Chávez ratificó la
conducción cívico-militar de la re-
volución. Esta decisión alejaba toda
idea de fractura interna, abriendo
un interrogante sobre la manera en
que se articularán la fracción polí-
tica y la fracción militar, que antes
se sintetizaban en la figura de Hugo
Chávez. El ordenamiento territorial
del PSUV, herramienta política clave
de la Revolución. Una vez conoci-
dos los resultados electorales, que le
84 el ojo mocho
dieron la victoria a Maduro por un
estrecho margen, la oposición des-
plegó un intento desestabilizador,
con características del golpismo más
clásico. Incidentes de sabotaje con-
tra el sistema eléctrico junto a una
campaña continúa para deteriorar,
aún más, una economía nacional que
se encontraba en una crisis moneta-
ria, cambiaria y productiva, agrava-
ron el faltante de productos básicos
de la canasta familiar.
Aunque abiertamente la
oposición proclamaba continuar con
los logros de la Revolución, la des-
aparición del “chavismo” como cul-
tura política que articuló los intereses
populares y dinamizó la vida demo-
crática del país, era (y sigue siendo)
un objetivo común del arco opositor,
no solo venezolano, sino también la-
tinoamericano, representante de los
gobiernos de la “nueva izquierda” en
la región o gobiernos “pos neolibe-
rales”. Es por eso que, en el intento
desestabilizador de 2013, los diri-
gentes del ala más radicalizada de
la oposición representados por Ma-
ría Corina Machado, Julio Borges y
Ramón Guillermo Avelado, fueron
apoyados por la Fundación Inter-
nacionalismo Democrático, del ex
presidente colombiano Álvaro Uri-
be, junto con la Fundación Centro
de Pensamiento Primero Colombia y
la empresa estadounidense FTI Con-
sulting.
En Noviembre de 2013, el
gobierno hizo público un documento
denominado “Plan Estratégico para
Venezuela” que había sido elaborado
por estas tres organizaciones y que
contó con el respaldo de la Agencia
Internacional de Desarrollo de Esta-
dos Unidos (USAID) para América
Latina. El documento detallaba una
serie de acciones tendientes a “ase-
gurar el desgaste paulatino de la ges-
tión de gobierno”, la finalidad última
era lograr una victoria de la MUD en
las elecciones municipales progra-
madas para el 8 de diciembre de ese
año. Pero la estrategia no solo plan-
teaba acciones de boicot, como el
sabotaje eléctrico, o la provocación
situaciones de crisis en las calles que
“provoquen muertos y heridos” sino
también, “perfeccionar el discurso
confrontacional y denunciante de
Henrique Capriles”. Además, se bus-
caba “generar emoción con mensajes
cortos pero que lleguen a mayor can-
tidad de personas, donde retomen los
problemas sociales, provocando el
descontento social” e “Incrementar
los problemas desabastecimiento de
los productos de la canasta básica” y
buscar apoyo entre sectores descon-
tentos de las fuerzas armadas.
A pesar del sabotaje, las
fuerzas del chavismo obtuvieron la
victoria en el 76,42% de las alcal-
días del país al ganar en 256 muni-
cipios, incluyendo Caracas, mientras
que la MUD ganó en 76, con lo que
alcanzó 22,69%. De esta manera
quedaba demostrado que una de las
características del chavismo, ahora
sin Chávez, estaba intacta: la capa-
cidad de derrotar sistemáticamente
al adversario en las urnas. Tomando
nota de que, a pesar de mantener su
hegemonía en ámbitos de influencia
como el comunicacional y el empre-
sarial, aún no era posible vencer en
las urnas, los sectores de oposición
redoblaron su apuesta. En febrero de
2014 la oposición puso en marcha la
“Operación Salida” que se proponía
la salida de Maduro del gobierno en
un plazo de 120 días. Se produjeron
“guarimbas” a lo largo del país, lo
cual dejó un saldo de 43 muertos y
casi 600 heridos. El gobierno señaló
como principales instigadores de es-
tos hechos a María Corina Machado,
acusada de recibir financiamiento de
Estados Unidos para su organización
Súmate; el gobernador de Miranda,
Henrique Capriles, quien había sido
acusado de atentar contra la Emba-
jada de Cuba, durante el golpe de
abril de 2002; y Leopoldo López, ex
alcalde de Chacao. A pesar de que
los tres pertenecen al mismo espacio
político, Capriles siempre fue iden-
tificado como un partidario de la vía
“electoralista”, mientras que Macha-
do y López, son representantes de
los “salidistas”.
López fue sentenciado a
trece años, nueve meses y siete días
de prisión, tras haber sido declarado
culpable por los delitos de instiga-
ción pública, daños a la propiedad,
incendio y asociación para delinquir,
esta decisión del gobierno, sostenida
sobre pruebas que son cuestionables

para muchos sectores, le otorgó a la
oposición un “mártir” y la posibili-
dad de internacionalizar una “cau-
sa”, encabezada por Lilian Tintori,
esposa de López, con una narrativa
basada en fundamentos humani-
tarios, y de derecho internacional,
como es la detención arbitraria de
un líder opositor y las condiciones
en las que dicha detención se llevan
adelante.
En diciembre de 2015,
después de ser derrotada sistemática-
mente en las urnas, durante 17 años,
la oposición logró conseguir un con-
tundente triunfo en las elecciones
parlamentarias, superó al chavismo
por casi dos millones de votos, lo
cual le permitió alcanzar la mayoría
en la Asamblea Nacional con 112
cargos, contra 55. El triunfo de la
oposición en la Asamblea Nacional
dejó en evidencia que las denuncias
sobre fraude electoral, no tenían otro
sentido más que abonar al supuesto
de que Venezuela no cumpliría con
la legalidad d����������������������
e los procesos electi-
vos, como una forma más de desle-
gitimar el proceso iniciado en 1998.
La oposición creyó con este triunfo
acariciar lo que tanto anhelaba: la sa-
lida del poder de Maduro por medio
de un referéndum revocatorio. Ba-
sándose en el artículo 72 de la Cons-
titución Nacional que establece que
“todos los cargos y magistraturas de
elección popular son revocables”.
Este mecanismo fue utilizado, por
única vez, en 2004. Luego del frus-
trado golpe de Estado de 2002, la
oposición logró recolectar 2.7 millo-
nes de firmas válidas, las cuales bas-
taron para convocaron al referéndum
que fue celebrado en el 15 de agosto,
el cual Chávez ganó con el 59,06%
de los votos.
Los nuevos asambleístas
asumieron el 5 de enero de 2016 y
eligieron a Henry Ramos Allup, se-
cretario general del histórico parti-
do Acción Democrática (AD), para
presidir la Asamblea. El discurso in-
augural de Allup dejó en claro que la
estrategia principal de la oposición,
seguía siendo el cambio de gobierno,
aunque dejaron claro que sería una
salida por la vía “constitucional” y
que para ello se iban a valer de los
diferentes mecanismos establecidos
en la Constitución: el referéndum re-
vocatorio, enmienda constitucional
o asamblea nacional constituyente
como medios para acelerar la salida
de Nicolás Maduro. No había dentro
de la MUD, al momento de la asun-
ción en la Asamblea, una unidad de
posición en relación a qué tipo de
mecanismo era el más conveniente.
Por un lado, existía un proyecto para
presentar una enmienda constitucio-
nal que acorte el mandato presiden-
cial de seis a cuatro años, con una
sola reelección. Esta iniciativa fue
acompañada por Primero Justicia
(PJ), la fuerza liderada por Henrique
Capriles, la cual añadió a la propues-
ta, la activación de un referéndum
revocatorio. Por otra parte, el Partido
Verdad (PV) de Leopoldo López de-
fendían la convocatoria a una asam-
blea nacional constituyente, lo cual
permitiría renovar todos los poderes
del Estado, además de asegurar una
nueva convocatoria a elecciones.
Finalmente, las posturas a favor del
referéndum ganaron terreno, entre
otras cosas, porque los sondeos de
opinión aseguraban que era el meca-
nismo que mayor aceptación tenía en
la sociedad.
El 27 de abril de 2016, la
oposición comenzó la recolección
de firmas para activar el revocatorio,
contaba con treinta días para reunir
el 1% del electorado (cerca de 200
mil firmas), que es el porcentaje ne-
cesario para iniciar el proceso. En
menos de 48hs obtuvo casi un millón
doscientas mil. La oposición espera
que el referéndum pueda hacerse an-
tes del 10 de enero de 2017, cuando
se cumplen cuatro años del mandato
presidencial, aunque el Tribunal Su-
perior de Justicia, ya adelantó que
eso es casi imposible. Si la consulta
se realiza en 2016 y Maduro pierde,
se debe llamar a elecciones; pero si
es revocado después de esa fecha, la
Constitución establece que los dos
años restantes de mandato deben ser
completados por el vicepresidente,
ese cargo hoy es ocupado por Aris-
tóbulo Istúriz. Pero la designación
del vicepresidente es una atribución
del presidente, al igual que su susti-
tución, con lo cual es de esperar que
el chavismo entre en disputa por la
selección del vicepresidente.
Ensayos
El crecimiento electoral
opositor se produce en el marco de
la peor crisis económica del país,
desde la llegada del chavismo, con
una inflación que en 2015 superó el
300%, una caída de los precios del
petróleo del 60%, a lo que se suma
la caída del PIB (cerca del 4% en
2014), escasez de bienes y servicios,
desabastecimiento de productos de
la canasta básica, suba de precios de
manera indiscriminada, largas filas
para conseguir alimentos, la reventa
de productos en el mercado paralelo
a precios exorbitantes a mano de los
“bachaqueros”. Lo cierto es que en
este contexto de deterioro económi-
co y social, crece el descontento con-
tra el gobierno, y fertiliza el campo
de acción opositor, pero, si la “gue-
rra económica” existente, denuncia-
da por el gobierno, es “insuficiente”
como explicación de la grave crisis,
también lo es el argumento que en-
cuentra como único responsable de
todos los males al presidente Madu-
ro y su supuesta “inoperancia”. En
pos de encontrar una solución, habrá
que buscar las razones más profun-
das que den cuenta de las limitacio-
nes del modelo económico, atado a
la renta petrolera, y de la imposibi-
lidad que tuvo Venezuela para poder
transformarse en un país capaz de
autoabastecerse de productos bási-
cos.
Los resultados electorales
adversos, también pueden explicarse
por las diferencias que han surgido
al interior del Partido Socialista Uni-
do de Venezuela (PSUV). La lealtad
hacia Maduro, como legítimo suce-
sor de Chávez era indiscutible en las
elecciones de 2013, pero en el último
tiempo hay sectores que comienzan
a cuestionar el liderazgo ejercido por
el ex chofer de metrobus. Tal es el
caso de la corriente Marea Socialis-
ta (MS) que se separó del PSUV a
principios de 2015. Esta organiza-
ción liderada por dos ex ministros
de Chávez, Jorge Giordani y Hector
Navarro, está conformado por sindi-
calistas, académicos, intelectuales y
colectivos que proclaman estar a la
izquierda del chavismo y sostienen
que el proyecto político chavista, es-
taría dando un “giro conservador”, y
que entre sus filas no sólo se encuen-
tran “revolucionarios”, socialdemó-
el ojo mocho 85
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
cratas y reformistas, sino también
fuerzas conservadoras y reacciona-
rias –este sector estaría compuesto
por la “boliburguesía” (burguesía
bolivariana) o la “derecha endóge-
na” que atentan contra el avance del
proceso bolivariano.
Las imágenes del socialis-
mo del siglo XXI, comienzan a ser
identificadas con largas colas, pro-
blemas para resolver cuestiones de
la vida cotidiana, racionamiento de
bienes y servicios, hiperburocrati-
zación, casos de corrupción y una
cultura de la supervivencia con remi-
niscencias del “periodo especial” cu-
bano. Si se suma a esto que la única
solución que propone el gobierno es
convocar a mesas del diálogo con la
oposición, sin plantear una profunda
transformación organizativa y una
depuración de sus cuadros de gobier-
no. Además de un endurecimiento
del discurso que solo alude a la po-
larización entre “nosotros” y “ellos”,
la denuncia el boicot internacional.
Como mucho de los gobiernos pro-
gresistas que han perdido terreno en
la región, el chavismo demanda a los
votantes una lealtad basada en las
LOS ACUERDOS DE PAZ EN COLOMBIA
A TONO CON UNA AMÉRICA LATINA DISPUADA
Desde hace un tiempo pen-
sar América Latina nos hace circuns-
cribirnos, a veces de un modo más
potencial u otros por su naturaleza
fáctica, a un escenario en permanen-
te disputa. A la hora de abordar al-
gunos análisis nos hemos encontrado
en el pasaje entre apreciaciones del
orden de lo intuitivo (la derecha se
reagrupaba, confeccionaba progra-
mas más sofisticados al menos desde
la dimensión política) hacia un terre-
no donde la empiria comenzaba a co-
rresponderse de forma taxativa con
nuestras intuiciones.
Desde la VII Cumbre de las
Américas (abril de 2015) el escena-
rio regional daba cuenta de algunas
cifras que permitían caracterizar la
etapa por delante. Lo que allí suce-
día marcaría, para algunos, el tiempo
86 el ojo mocho
conquistas en el “pasado reciente”.
Un discurso que parece no ser muy
efectivo, sobre todo, cuando las ba-
ses materiales (pero no simbólicas)
de esas conquistas parecen peligrar
o se hacen inalcanzables. Mientras
dejan en manos de los opositores ho-
rizonte las promesas de “cambio”.
Los logros de más de una
década de gobierno chavista, son
una realidad reconocida por los prin-
cipales organismos internacionales.
Las Misiones Sociales, con una in-
versión anual del 61,9% del PBI, lo
que constituye un incremento del
24,7 % respecto a los gobiernos de
la IV República, han permitido redu-
cir a la mitad la pobreza que en 1998
ascendía al 10.8% por ciento, y en la
actualidad llega en un 4,67%. El des-
empleo registra una disminución sig-
nificativa al pasar de 12,0 por ciento
en noviembre de 1999 a 5,9 por cien-
to en noviembre 2015. La educación
universitaria en Venezuela es pública
y gratuita, y la tasa de escolaridad en
ese nivel es de más de 2 millones y
600 mil bachilleres. Todos ellos for-
man parte del “legado” de Chávez
y su defensa aún persiste como ar-
de próximos escenarios venideros.
Primero: la presencia de Cuba en la
cumbre de Panamá hacía de aquella
una cumbre histórica. Como habría
mencionado Cristina Fernández:
“Esta es una cumbre histórica porque
por primera vez participa Cuba. Por
favor, no nos confundamos. Consi-
deramos positivo que el presidente
Obama haya reiniciado el diálogo,
pero Cuba no está aquí por eso. Está
aquí porque luchó más de 60 años
con una dignidad sin precedentes”
(Cristina Fernández, 11 de abril de
2015).
Otro de los hitos de aquella
cumbre fue la Amenaza planteada
por parte de Estados Unidos a Ve-
nezuela como “Amenaza a la Segu-
ridad Norteamericana”, acusación
refutada y batallada por buena parte
ticulador, es por ello que, a pesar del
desgaste y de la “guerra psicológica”
llevada adelante por los enemigos
externos e internos, el chavismo no
pierde la capacidad de ocupación de
las calles. Todavía sigue siendo un
fenómeno político, social y cultural,
que supo combinar la movilización
permanente con instancias de la de-
mocracia representativa y además es
dentro de la región el proceso que
más avanzó, en términos de demo-
cracia participativa e instancias de
autorganización popular. En el país
existen 33.223 Consejo Comunales,
alrededor de 1.075 Salas de Batalla
Social, 17.322 movimientos Socia-
les y 1.234 comunas identificadas.
Es dentro de estos grupos que so-
brevive una “moral revolucionaria”,
una “cultura política” que es nece-
sario fortalecer para que no caiga
en el “factor desmoralizante” en el
que suelen caer determinados secto-
res electorales, luego de las derrotas
electorales en la región. He aquí una
de sus fortalezas, para comenzar a
diseñar una transición que no ponga
en riesgo los logros de la Revolu-
ción.
Luis Wainer
de los países allí presentes, pero que
sin embargo iniciaría un nuevo pulso
injerencista por parte de la potencia
del norte. En ese mismo tono de cir-
cunstancias que atentaron contra los
procesos populares de América Lati-
na aparecían el conflicto de Argenti-
na con los fondos especulativos y el
proceso de impeachment en Brasil,
recién iniciado y conducido por la
derecha paulistana.
Así, lo que podía interpre-
tarse era una suerte de recomposi-
ción de carácter imperialista, esto es,
el imperio venía a decirle a América
Latina que estaba dispuesto a plan-
tear otra geometría de poder para la
región. En concreto, si por un lado
presentaba una flexibilización para
con la isla, en simultáneo, presiona-
ba con todo su peso sobre los países

centrales de Sudamérica: Argenti-
na, Brasil y Venezuela. Ese escena-
rio que se abría para la región daría
cuenta de la naturaleza de la disputa.
Las clases dominantes se mostraban
dispuestas a retomar el poder polí-
tico dando pocas concesiones a los
gobiernos progresistas, aun cuando
estos pudieran esgrimir voluntad de
consensuar agendas más centristas.
El caso del segundo gobierno -de
coalición- de Dilma Roussef o la
postulación de Daniel Scioli en Ar-
gentina en 2015, son una muestra
de la desconfianza por parte de los
grupos económicos internacionales
y sus intermediarios locales en cuan-
to a que algunos espacios políticos
sigan ocupando administraciones
nacionales.
Colombia frente a la recomposi-
ción
Es pertinente pensar cómo
afectaba este “cambio de agenda” a
países como Colombia que -aún con
ciertos giros políticos por parte del
gobierno de Manuel Santos hacia
sectores progresistas de Colombia,
al mismo tiempo que en plena dis-
puta política con el uribismo- se en-
contraba por fuera de la constelación
de los gobiernos populares. Manuel
Santos había comenzado su gobierno
en 2010 rompiendo una alianza polí-
tica con Alvaro Uribe. En ese mismo
giro se producía un acercamiento
táctico con sectores progresistas de
la región, como por ejemplo la pro-
pia Piedad Córdoba o el mismísimo
Hugo Chávez.
En la nueva agenda de San-
tos, estaba la observación del creci-
miento que venían desempeñando
sectores de la izquierda colombiana
como (por ejemplo el Partido Ver-
de, el MOIR, el Polo Democrático
Alternativo, estudiantes, etc.). El
presidente colombiano, viejo alfil de
la lucha contra la insurgencia colom-
biana, asociado a violentas acciones
contra las propias FARC-EP y sobre
todo los tan mentados “falsos positi-
vos”, aparecía en la escena política
dando un giro en cuanto a una bús-
queda de décadas por ponerle fin al
conflicto armado en dicho país.
Los tiempos de los acuerdos de paz
Si bien las FARC leían el
momento político de la región bus-
cando replegarse institucionalmente,
lo cierto es que en tiempos de ini-
cio de la negociación, la búsqueda
era otra. En una América Latina en
avanzada en torno a la capacidad de
disputar políticamente al neolibera-
lismo como programa hegemónico e
inclusive en países como Venezuela
o Bolivia donde posneoliberalismo
puede ser interpretado -al menos en
transición- como poscapitalismo, los
acuerdos de paz ponían a la FARC-
EP frente a un escenario donde estas
podían reconvertirse institucional-
mente para ser parte de dicha avan-
zada.
Sin embargo, bien distinto
es el escenario donde estos acuerdos
se firman. Indicadores de ello son,
por ejemplo, la parálisis de organis-
mos supranacionales como Unasur
frente al golpe de Estado en Brasil,
la crisis que presenta Mercosur en
torno a la negación por parte de Ar-
gentina, Brasil y Paraguay sobre la
presidencia transitoria de Venezuela
o, el avance por parte del gobierno
argentino en cuanto a “quitar obstá-
culos” que impidan la explotación
británica en las Islas Malvinas y sus
espacios marítimos circundantes
junto a que la promesa de instala-
ción de dos nuevas bases militares
norteamericanas/OTAN rodeando
zonas de grandes recursos naturales.
Frente a este escenario de reflujo re-
gional, resulta más que pertinente -y
en ellas radicaba la fragilidad de los
acuerdos o que estos se traduzcan en
un mismo tiempo en garantía de paz-
preguntarse por, por ejemplo: frente
al desarme de estas organizaciones,
¿que sucederá con las ocho bases mi-
litares que Estados Unidos conserva
en suelo colombiano?¿qué lugar en-
cuentra -en las expectativas por el
éxito de los acuerdos- la disputa por
las grandes extensiones de tierra por
parte de grandes transnacionales?
¿cuáles serían los contrapesos insti-
tucionales para con los acuerdos de
libre comercio (TLC) que Colombia
ha impulsado con el país del norte,
de la mano de Juan Manuel Santos?
Y como corolario, tomando otras ex-
periencias regionales de acuerdos de
Ensayos
esta índole en momentos de reflujo
(Guatemala, El Salvador e inclusive
la propia Colombia): los acuerdos de
paz, ¿garantizaron el fin de la violen-
cia?
El otro elemento que permi-
tía observar fragilidad en los acuer-
dos era el de un escenario atravesado
por la disputa entre el uribismo y el
santismo. Lo que allí podía observar-
se era la paz como telón de fondo de
una pelea que en términos políticos
marcaba el tablero de juego colom-
biano. Allí, la realpolítik se terminó
devorando los propios acuerdos.
En torno a esta disputa, y en
paralelo a la firma de los acuerdos,
Alvaro Uribe llamaba a movilizar
por el No. Frente a la escasa convo-
catoria que del llamado resultaba,
se llegó a subestimar su capacidad
de incidencia en el plebiscito. Esto
quiere decir que, en ese triunfalismo
en relación al Si, se impedía ver que
la baja convocatoria de calles por
parte del uribismo no debía traducir-
se directamente en el resultado del
referendo. Como sabemos, el neoli-
beralismo no funciona de ese modo:
la disputa -generalmente- es más por
los sentidos que por la movilización
de calles. A los sectores dominan-
tes les alcanza con universalizar sus
anunciados e incidir de ese modo. Y
así lo hizo porque el uribismo es un
actor central de la restauración re-
gional o, en otras palabras, la restau-
ración en América Latina expresa al
uribismo como programa ordenador.
Dimensión que e iba a visualizarse
tarde o temprano. Temprano signifi-
caba que no se refrenden los acuer-
dos y tarde que estos, aún refrenda-
dos, no garanticen la paz.
Por esto último es que otros
indicadores del modo en que esta-
ban disputados los acuerdos de paz
en el tiempo histórico que se firma-
ban, pueden encontrarse en la pola-
rización que estos adquirieron. Los
sectores más familiarizados a la co-
tidianidad que la violencia construye
-y la vida que estructura en torno a
aquella- votaron a favor de los acuer-
dos; en su defecto sectores urbanos
(no así Bogotá) donde el conflicto
estaba mediado por los empresas de
comunicación, votaron en contra.
el ojo mocho 87
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
Hasta ahí un dato que nos ayuda a
cartografíar la relación entre expe-
riencia del conflicto y voto.
Si dejamos que esta rela-
ción se exprese exclusivamente por
medio de estas dos variables, nos
quedaría apenas caracterizar a la
población votante por una situación
de aprensión al conflicto, hecho que
nos llevaría a afirmar, por ejemplo,
la falta de solidaridad de los secto-
res alejados al teatro de operaciones,
aquellos que especulan la sobre
política cuando las balas no pican
cerca. Sin embargo, como siempre
sucede en ciencias sociales, las inter-
pretaciones se enriquecen cuando se
entrelazan en sistemas de variables
más complejos: si vemos que esas
zonas tienen comportamientos simi-
lares a las últimas elecciones legisla-
tivas (2014) donde midieron fuerzas
el uribismo y el santísmo, entonces
la variable explicativa resulta ser la
polarización política y, en conse-
cuencia, el grado de cercanía (o la
falta de solidaridad/ individualismo)
explica poco sobre la situación.
A ese cuadro entonces se
le debe sumar otro elemento que
también tenía pretensiones de so-
breexplicación. La abstención sería
el principal ganador de la contien-
da, hecho que nos obliga a revisar
el sistema político y la participación
electoral colombiana. Si en este lla-
mado histórico a acordar la paz, la
participación no superó el 40%, vale
decir que similar promedio tuvieron
las elecciones de 2014. Salvando las
distancias con la significancia políti-
ca que supone poner fin a una situa-
ción de violencia de más de medio
siglo, vale decir que la paz no logró
ponerse por encima de las rencillas
políticas partidarias, y la sociedad
acompañó del modo en que ya venía
haciéndolo. Los resultados arrojan,
además de muchas cosas, la repre-
sentación política electoral del pro-
pio Santos.
Esta interpretación se con-
dice con el tono que mostró la dis-
puta luego del triunfo del No. Y en
relación a interpretaciones que circu-
laron temerariamente en la campaña
de Uribe. Cuando ese sector carecía
de argumentos para llamar a deses-
88 el ojo mocho
timar los acuerdos, lo que aparecían
-y aparecen luego del No- son otros
enunciados profundamente ideológi-
cos. Rótulos de amenaza castro-cha-
vista, acuerdos portadores de ideo-
logía de género, desaparición de la
familia como ordenadora social; to-
das amenazas frente a la posibilidad
de acordar la paz en los términos fir-
mados en septiembre; cuestión que
se entiende al visualizar que el foco
estuvo puesto con exclusividad en
una de las partes: la responsabilidad
de guerrilla.
Así operaron pánicos so-
ciales y morales que lograron hacer
desconfiar a parte de la sociedad de
una negociación “con el terrorismo”,
como consecuencia de visualizar que
el problema a solucionar era exclusi-
vamente la existencia de la guerrilla.
Tanto Uribe como los sectores que
motorizaron el No, hicieron efectiva
la polarización en tanto variable de
control social con tantas afirmacio-
nes de carácter temerario. Fue apare-
ciendo por ejemplo, en ese escenario
un actor político de peso como es la
iglesia evangélica, pidiéndole la re-
nuncia a la Ministra de Educación
vinculada a programas portadores de
la nueva ideología de genero.
Sin embargo, tras el No, en
simultáneo el fenómeno viró hacia
su propia contingencia. Las movi-
lizaciones y la presión internacio-
nal en torno a las expectativas que
había generado el potencial fin del
conflicto, llevaron a ensayar un -por
ahora- frágil acuerdo de mantener el
alto al fuego “bilateral y definitivo”,
asumiendo un compromiso por ajus-
tar el pacto de paz: “Reiteramos el
compromiso asumido por las partes
de mantener el cese al fuego y de
hostilidades bilateral y definitivo de-
cretado el pasado 29 de agosto, y el
monitoreo y la verificación por parte
del mecanismo tripartito” (Comuni-
cado Conjunto #2 La Habana, Cuba,
7 de octubre de 2016), anunciaron
ambas partes.
Un sinfín de movilizacio-
nes emergieron, de la mano de secto-
res que por lo bajo habían construi-
do grandes expectativas en terminar
con la guerra y ahora pedían dejar
de lado intereses cupulares y dotar
de centralidad a un conflicto histó-
rico. El conflicto había sido tomado
políticamente por distintos sectores
sociales, quienes buscaban correr
los acuerdos de la polarización que
los hacía inviables: “Queremos de-
mostrar que la paz no es cuestión de
partido ni de un personaje, la paz es
de Colombia. Nuestra intención no
es polarizar más, es hacer un llama-
do de atención a políticos, a quienes
ocupan los altos bandos que tienen
una deuda histórica con Colombia”.
(Paula Salinas, referente estudiantil)
Las movilizaciones no han cesado.
Se ha hecho presente con mucha
fuerza la voz de las víctimas. Inclusi-
ve las FARC-EP encuentran puentes
políticos e ideológicos con organiza-
ciones con las cuales -inclusive por
cuestiones generacionales- habían
perdido. Una y otra cuestión dotan
al problema de otra sustancia. Dis-
tintos movimientos encuentran en
este punto de movilización ciuda-
dana -con rasgos de autoconvoca-
dos- acuerdos para avanzar en pos
de cerrar esta grieta histórica, amén
de las enormes deudas sociales que
tiene Colombia.
Al mismo tiempo emerge
la consideración por construir una
salida del conflicto condensando la
experiencia histórica más allá de las
propias FARC-EP. El ELN aparece
en la escena política institucional co-
lombiana, motorizando acuerdos con
el gobierno de Santos en Ecuador,
con final abierto en cuanto al devenir
de estas negociaciones.
Que el programa político
cultural del No empiece a ser cer-
cado, se condice con la maduración
política de distintos sectores sociales
de Colombia y obliga al uribismo, a
las multinacionales y a Estados Uni-
dos a ensayar otros programas de
salida política y económica. En ese
escenario, una derecha que se revi-
talizó con el resultado del referendo,
empieza a mostrar -aunque tímida-
mente- rasgos de fractura. La salida
a ajustar los acuerdos hacia un nue-
vo plebiscito estará marcada también
por quien lo capitalice en términos
políticos, por eso desde el uribismo
inducen a que estos suceda luego de
2018.

Pero sin embargo desde
el campo social la pulseada va co-
rriendo la disputa de la polarización
ubicándola en un horizonte de nece-
saria y pronta resolución, inclusive
sin consulta popular, lo que coloca a
Manuel Santos en un terreno de ne-
gociar con un sector y otro (también
con sectores de la derecha colombia-
na en tensión con el uribismo) en pos
de abrevar nuevos acuerdos con al-
¿BARAJAR Y DAR DE NUEVO?
LA POLÍTICA ENTRE LAS DERROTAS Y LAS RESISTENCIAS
(DE LOS MOVIMIENTOS NACIONAL-POPULARES DE NUESTRA AMÉRICA)1
“El arte de vencer se aprende en las derro-
tas”, Simón Bolívar.
En Nuestra América hay
dos experiencias fundantes de la po-
lítica que atraviesan las preguntas y
preocupaciones de la hora, las derro-
tas y las resistencias. Acaso ¿verso
y anverso de la trama destinal del ser
mismo (de lo político)? Atravesamos
tiempos turbulentos y peligrosos
para nuestros pueblos; y nuestros
pensamientos y acciones políticas
deberán capearlos y atravesarlos,
asumiendo en plenitud los desafíos
que nos plantea este tiempo-espacio
histórico. Estamos ante graves re-
trocesos de movimientos naciona-
les, derrotas y vacilaciones para la
continuidad de gobiernos populares;
avances palmarios de la restauración
conservadora que en algunos países
ha logrado revertir conquistas políti-
cas, económicas, estatales, sociales
y culturales, en algunos casos, dán-
dolas vuelta como a una media.
Pero, ¿qué significa de-
rrota? Al parecer, derrota remite su
origen al idioma del arte de la gue-
rra. Etimología militar: rota del latín
rupta (rota o quebrada), participio
femenino del verbo rumpere, utili-
zado en expresiones marciales como
rupta acies (línea de combate rota,
formación rota), es decir, denota la
ruptura de una formación en una
batalla. La palabra derrota también
procede de “derromper”. Influido
luego por el idioma francés, dérou-
te, el término se asocia a routier,
gunas modificaciones. Quiénes juz-
guen y qué, en términos de justicia
transicional y humanitaria, al tiempo
que el diseño de la administración de
la economía del posconflicto, apare-
cerá como puntos clave en pos de la
resolución de los acuerdos.
Podemos decir que el inicio
de los acuerdos políticos (y buena
parte de su maduración) entre las
soldado que formaba parte de una
banda (route); dérroteur, significaba
entonces, dispersar, disolver, retira-
da desordenada de un ejército venci-
do, desbande.
Genealogías desde las gue-
rras y desde las tácticas y estrate-
gias militares. ¿Cómo pensar polí-
ticamente una derrota? La pregunta
–por la derrota- pareciera asumir el
clásico punto de incertidumbre entre
la virtud (que no fue suficiente) y
lo que Maquiavelo llamaba fortuna
(que se terminó imponiendo sobre
los hechos y las cosas). Y para el Ma-
quiavelo materialista sobre ese punto
de incertidumbre se debía resolver el
enigma de lo político, ¿cómo conser-
var y acrecentar el poder?
Al menos en la experiencia
argentina, no conseguimos ni lo uno
ni lo otro. Y más, ¿hay en marcha
una reflexión programática sobre el
asunto en el espacio nacional-popu-
lar? ¿Hay algún espacio en el que
se pueda plantear esa pregunta con
franqueza y serenidad, en el que se
pueda “hablar libremente”, “decirlo
todo”, ejerciendo la parresía? Tras
la derrota pareciera un deber para
el bien común, ejercer la parresía,
antes que la persuasión. Un espacio
para el decir y la escucha que ponga
a prueba la “resiliencia” del movi-
miento, es decir, la virtud que tiene
un cuerpo de recuperar su forma lue-
go de algún temblor o trauma.
“Muchos de nosotros pensamos,
y lo decimos, que sufrimos una derrota, una
Ensayos
FARC-EP y el gobierno de Santos
son hijos de un tiempo regional que
no se corresponde con el tiempo
de la firma de los mismos. En una
América Latina que se disputa en
cada una de sus instancias políticas
y económicas, también los acuerdos
encontrarían su dimensión de fragili-
dad. Así, la pregunta por quién pone
las condiciones en la negociación
pasa a ser más que pertinente.
Matías Rodeiro
derrota atroz. Derrota que no sólo es la con-
secuencia de la superioridad del enemigo sino
de nuestra incapacidad para valorarlo, de la
sobrevaloración de nuestras fuerzas, de nues-
tra manera de entender el país, de nuestra con-
cepción de la política” (Controversia, octubre
de 1979, México).
¿Se puede pensar una de-
rrota?, ¿estudiar una derrota?, ¿pen-
sar desde la derrota?; ¿hay tiempo
para ello? En una conversación oca-
sional con Andrés Tzeiman en una
marcha en defensa del presupuesto
para la educación superior, la ciencia
y la técnica, a propósito del asunto,
comentó que a diferencia de Contro-
versia, Aricó, Portantiero, Casullo,
etc.; es decir, la generación del exilio
que pensó intensamente la derrota
(y por supuesto que las experiencias
son incomparables) por la magnitud
de su derrota y por la trágica condi-
ción de posibilidad de la suspensión
temporal que implicó el exilio; “no-
sotros” no tendríamos tiempo para
pensar en pormenores y vicisitudes
de la derrota, porque ya había que
pensar en cómo recuperar terreno en
las próximas elecciones. Realismo
político, ética de la responsabilidad,
trabajo de la hegemonía. Se trataría
de no perder el tiempo y emprender
un nueva estrategia por la “hegemo-
nía”, identificando la “demanda par-
ticular” capaz de devenir “univer-
sal”, condensando, “la significación
de un todo antagónico” (en otros tér-
minos, identificando y enfrentando a
la “contradicción principal”).
Ese desafío electoral próxi-
el ojo mocho 89
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
mo, cierto es, tiene que ser afron-
tado cuanto antes, porque desde su
resultado, eventualmente victorioso,
podría trazarse una línea de frontera
a las pretensiones de la restauración
conservadora y con ello amortiguar
los golpes que tanto afectan al cuer-
po social y en espacial a sus zonas
más débiles. Pero parece difícil que
se recupere “algo del terreno perdi-
do” si al mismo tiempo (porque el
tiempo no se recupera) y como parte
de la misma estrategia no se empren-
de un severo análisis de la derrota.
Porque bajo esa lógica (“equivalen-
cial”) o estrategia de disputa inme-
diata y constitución de una nueva
hegemonía, lo que pareciera quedar
fuera (otra vez) es la crítica de los
criterios y componentes de su con-
formación, cuáles (y por qué) son
las “demandas” e identidades que
se abstraen, igualan y subordinan en
la ecuación ante el significante de
la equivalencia. En otras palabras,
lo que quedaría en el soslayo de esa
“lógica de la equivalencia”, sería lo
abstraído, lo no dicho, lo no debati-
do, los fracasos, las derrotas, los res-
tos.
Se trata de afrontar ese ar-
mado electoral pero nunca sin dar
cuenta de lo hecho, ni de lo porvenir.
Urgencia y cautela. “Hay que actuar
en dirigente revolucionario y no en
dirigente electoral, porque se tra-
ta de la disputa del poder”, escribía
Jaurteche en una esquela en la que
distinguía al pensamiento estratégi-
co popular del coyunturalismo. “No
importa dónde están los votos ahora.
Importa dónde estarán para ejecu-
tar un programa. El que está atento
solo a lo que piensa la gente hoy, se
quedará al margen de lo que pensará
la gente mañana y aquí está la cla-
ve para saber quién es dirigente o
no. Además, lo que piensa la gente
no está dicho por lo que proclaman
en voz alta, sino por lo que se dicen
en voz baja y, aún más, por lo que
lo que no se dice y está en el sub-
consciente”. Aunque hay algo muy
cierto en las consideraciones del
compañero Tzeiman, a estas derro-
tas de nuestro tiempo, no podemos
dejar de procesarlas y pensarlas en
la propia arena política, es decir, no
pueden convertirse en meros objetos
de estudios académicos para tesistas
90 el ojo mocho
del siglo XXI.
Trabajo político sobre la de-
rrota que para devenir fructífero en
primera instancia, como el “trabajo
de duelo”, debería comenzar por el
reconocimiento de la derrota, “supe-
rando”, la fase de “negación”, de la
ira y búsqueda irracional de chivos
expiatorios, traidores y culpables; de
la depresión, fuga y cinismo. Asu-
mir la pérdida e identificar al resto.
¿Hay resto tras la derrota? ¿Qué
resto trasciende a la derrota? ¿Qué
es el resto del “kirchnerismo” capaz
de abonar –quizás cediendo o con-
cediendo su nombre para- un nuevo
proyecto de resistencia. Trabajos del
duelo, del resto y de la hegemonía.
Preguntábamos ¿se puede
estudiar y aprender de una derrota?
Entre la virtud y la fortuna, entre el
método y el azar, Perón también
acudía a las etimologías y genealo-
gías del arte de la guerra para apren-
der, por ejemplo, de una de “las más
grandes derrotas de la historia de
Roma”, la batalla de Cannas (entre
cartagineses y romanos y a la que
verá reverberar cierto 17 de octubre).
“Con un enemigo considerablemen-
te superior en número delante de sí,
con el mar a sus espaldas, se hallaba
Aníbal en una situación que no tenía
nada de buena. Sin embargo… Una
batalla de aniquilamiento completo
se había dado tanto más digna de
admiración cuanto que, contrarian-
do todas las teorías, fue ganada con
inferioridad numérica…” (Apuntes
de Historia Militar). Sin reaseguro,
ni para los materialismos ligados a
las éticas de la responsabilidad que
calculan políticamente cómo conser-
var y acrecentar el poder, ni para los
pragmatismos abyectos, los cálculos
de fuerzas para la acción pueden
no corresponderse con las teorías ni
con la linealidad numérica, ya que
existen factores cualitativos como
las “fuerzas morales”, y, en última
instancia, esos cálculos se sostienen
sobre un vacío, sin fundamento úl-
timo; pueden fallar o pueden triun-
far, “contrariando todas las teorías”.
Perón estudiaba batallas, victorias y
derrotas, las tradujo en método, la
conducción, pero luego lo sustraía y
depositaba la virtud en la fortuna, en
el óleo sagrado de Samuel que salpi-
caba a cada conductor.
De cualquier modo y justa-
mente a sabiendas de la acechanza
de la fortuna, la vía es por el lado
del cultivo de la virtud, es decir,
por el lado difícil, el del método.
Si como sujetos, como movimien-
tos nacional-populares acaso hemos
sido derrotados, si en nuestras de-
cisiones nos hemos precipitado, si
el sujeto nacional-popular se ha es-
cindido en el desbande, es menester
resguardarse en el reverso del sujeto,
el método, “después del sujeto, vie-
ne el método, que es su reverso in-
eludible”; tal la sugerente propuesta
de Roque Farrán, si el sujeto es la
decisión hacia la pura contingencia
en una apuesta de pensamiento sin
garantías, la excepción, la voluntad,
“además es, por otra parte, el volver
sobre los pasos dados, dar cuenta del
recorrido, el modo, mostrar a otros
por dónde se ha ido, se ha encontra-
do y se ha perdido. En fin: el méto-
do” (Sujeto, método, estado). “No
podemos apostar sólo a las figuras de
excepción, a la decisión y a la volun-
tad extremas, es necesario también
dar cuenta de lo que se ha hecho (en
el medio) y cómo se puede hacer de
nuevo, rehacer o mejorar; el método
tiene que ser transmisible, practica-
ble, compartible; tenemos que estar
dispuestos a pensar conjuntamente
la complejidad de la época que nos
toca, sin sucumbir ante las compli-
caciones o diferencias suscitadas; y
además, sin tener una visión unifi-
cada de todo, al menos captar la no-
dalidad común que nos constituye…
No hay totalidad que se aprehenda
enumerando meramente una serie
de medidas y cifras estadísticas, lo
que hay en cambio es una nodalidad
que se capta en el cruce imprevisto
de cuestiones materiales, simbóli-
cas y afectivas; y a ese nudo hay
que reflejarlo y exponerlo cada vez,
en implicación sistemática; sólo un
trabajo minucioso de composición
de nuevos sentidos, engarzados en
la materialidad de las diversas prác-
ticas, puede combatir la idiotización
promulgada desde los medios hege-
mónicos y encarnada en las nuevas
identidades políticas soft. Es necesa-
rio un nuevo concepto de sujeto po-
lítico que no sólo pueda confrontar,
tomar decisiones, anticipar, sino que

además pueda volver sobre sus pa-
sos, componer otras vías, transmitir
sus modos, etc. Es decir, necesita-
mos un método”. Ese pareciera el
verdadero sentido de la “vuelta” del
volver, “vamos a volver” pero sobre
nuestros pasos.
La pregunta apabulla, ago-
bia, duele. ¿Por qué fuimos derro-
tados? ¿De qué tipo es la derrota?
¿Solo electoral? ¿Solo de ingeniería
electoral? ¿Solo mala elección de los
candidatos? ¿Solo coyuntural? ¿Por
debilidades? ¿Osadías que no mi-
dieron consecuencias? ¿Caprichos?
¿Decisiones inconsultas? ¿Convic-
ciones? Trabajo del duelo, al menos
para precisar ante qué tipo de derrota
nos encontramos.
Derrota también significa:
vereda, senda, atajo, trocha, ramal,
variante, camino o senda de tierra.
Por ahí, la pregunta por la derrota,
ya consumada y por ende irreversi-
ble, no obstante nos permite el mé-
todo del desandar, “ya es tiempo de
volver sobre vosotros mismos”, del
volver a revisar las huellas de los pa-
sos que nos condujeron a la derrota
(aunque éstos nunca puedan ser asi-
dos y reconstruidos en su totalidad,
siempre se nos perderá algo). En
tal sentido, la pregunta y el método
abren una vía doble de indagación
que nos insta a ponderar tanto las
fuerzas del adversario como a revi-
sar la complexión de las propias.
Álvaro García Linera, lue-
go de la derrota del último referen-
do electoral boliviano, reflexionaba
(esto es, volver sobre sí, contra sí),
y se preguntaba, “cuando uno arro-
ja una piedra a un vaso de cristal y
éste se quiebra, a veces surge la pre-
gunta ¿por qué se rompe el vaso?
¿Es por culpa de la piedra que lo
impactó? ¿O porque el vaso es rom-
pible y luego entonces la piedra lo
fragmenta?”; y a pesar de emprender
las dos vías de la indagación, hacien-
do microscopias de la piedra y del
vaso, respondía que solo “la segun-
da posibilidad” te permite “ver, en
la configuración interna del objeto,
las condiciones de su devenir…”
(“Victorias y derrotas”). Ser y deve-
nir. Pensar desde las derrotas, exis-
ten demasiado importantes filosofías
políticas hechas a partir de derrotas,
como para descartarlas porque es-
taríamos perdiendo el tiempo o im-
potenciándonos en el derrotismo. Tal
el caso de la magna obra de Antonio
Gramsci, construida a partir de la de-
rrota de las revoluciones proletarias
que se prometían triunfales para la
Europa del centro del sistema des-
de ciertas filosofías de la historia,
metafísicas economicistas y etapas
preconcebidas. Se sabe, su noción de
“hegemonía” surge contra todo eso,
incluso contra “El Capital”.
También el Libertador Si-
món Bolívar supo reflexionar desde
las derrotas para modificar la táctica,
la estrategia y sobre todo la concep-
ción integral que lo llevaría al triunfo
de Ayacucho. “Permitidme que ani-
mado de un celo patriótico me atreva
a dirigirme a vosotros, para indicar-
nos ligeramente las causas que con-
dujeron a Venezuela a su destruc-
ción, lisonjeándome que las terribles
y ejemplares lecciones que ha dado
aquella extinguida República, per-
suadan a la América a mejorar su
conducta, corrigiendo los vicios de
unidad, solidez y energía que notan
sus gobiernos…”. El “Manifiesto
de Cartagena”, “La Carta de Jamai-
ca” y, sobre todo, su paso por Haití,
condensan y encarnan hondas re-
flexiones sobre derrotas y anuncian
cambios radicales de acción y con-
cepción (de la “guerra de colores” al
“pueblo en armas”) y, sobre todo, de
su comprensión del “barro america-
no”.
Tras la sorpresiva derrota
en Cancha Rayada, San Martín se
vio obligado a replegarse, “acam-
pado el ejército de mi mando en las
inmediaciones de Talca, fue batido
por el enemigo, y sufrió una disper-
sión casi general, que me obligó a
retirarme… Me hallo reuniendo la
tropa. Perdimos la artillería de los
Andes, pero conservamos la de Chi-
le”. “… ¡Chilenos! Uno de aquellos
acasos que no es dado al hombre
evitar, hizo sufrir a nuestro ejército
un contraste… Era natural que este
golpe inesperado y la incertidumbre
os hiciera vacilar; pero ya es tiempo
de volver sobre vosotros mismos, y
observar que el ejército de la patria
se sostiene con gloria frente al ene-
Ensayos
migo; que vuestros compañeros de
armas se reúnen apresuradamente
y que son inagotables los recursos
del patriotismo… La patria existe y
triunfará, y yo empeño mi palabra de
honor de dar en breve un día de glo-
ria a la América del Sur”.
Cancha Rayada, Vilcapu-
gio, Ayohuma, son nombres estruen-
dosos y aciagos, batallas perdidas
en el ciclo de vueltas y revueltas
de la guerra que culminó en nues-
tra Independencia. ¿Se pensó en la
posibilidad de la derrota? Pareciera
una falta grave en la conducción no
contemplar esa posibilidad; no tener
o inventar tácticas para la derrota
eventual o para las retiradas tácticas.
Reunir a la tropa, apresuradamente;
perder “A” pero conservar “B”; re-
currir a los recursos del patriotismo;
implementar la “tierra arrasada”,
como lo hizo Belgrano en Jujuy. El
manco Paz, en sus Memorias pon-
deraba al conductor del “éxodo ju-
jueño”. “El mérito del general Bel-
grano, durante toda la Retirada, es
eminente. Por más críticas que fue-
sen nuestras circunstancias, jamás
se dejó sobrecoger de ese terror que
suele dominar las almas vulgares, y
por grande que fuese su responsabi-
lidad la arrostró con una constancia
heroica. En las situaciones más peli-
grosas se manifestó digno del puesto
que ocupaba, alentando a los débiles
e imponiendo a los que suponía pusi-
lánimes, aunque usando a veces una
causticidad ofensiva. Jamás desespe-
ró de la salud de la patria, mirando
con la más marcada aversión a los
que opinaban tristemente. Dije antes
que estaba dotado de un gran valor
moral porque efectivamente no po-
seía el valor brioso de un granadero,
que lo hace muchas veces a un jefe
ponerse al frente de una columna y
precipitarse sobre el enemigo. En
lo crítico del combate su actitud era
concentrada, silenciosa, y parecían
suspensas sus facultades; escuchaba
lo que le decían, y seguía con facili-
dad las insinuaciones racionales que
se le hacían; pero cuando hablaba era
siempre en el sentido de avanzar so-
bre el enemigo, de perseguirlo o, si
él era el que avanzaba, de hacer algo
y rechazarlo. Su valor era más bien
(permítaseme la expresión) cívico
que guerrero. Era como el de aque-
el ojo mocho 91
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
llos senadores romanos que perecían
impávidos sentados en sus sillas
curules. En los contrastes que sufrie-
ron nuestras armas bajo las órdenes
del general Belgrano, fue siempre de
los últimos que se retiró del campo
de batalla, dando ejemplo y hacien-
do menos graves nuestras pérdidas.
En las retiradas que fueron la conse-
cuencia de esos contrastes, desplegó
siempre una energía y un espíritu de
orden admirable; de modo que, a pe-
sar de nuestros reveses, no se relajó
la disciplina ni se cometieron desór-
denes.
No fue así en otras retira-
das, como la del Desaguadero y Si-
pe-Sipe, en donde hubo escándalos
de todo tamaño, porque desbandada
la tropa sólo se vino a rehacerse des-
pués de ochenta y aún más de cien
leguas… ¡Honor al general Belgra-
no! Él supo conservar el orden tanto
en las victorias como en los reve-
ses… Después de lo que acabo de
exponer será fácil explicarse cómo
el ejército, después de una retirada
de ciento treinta leguas, nada había
sufrido en su moral; por el contrario,
recibió con gusto el anuncio de que
hacíamos alto en Tucumán, y que es-
perábamos al enemigo”.
Conservar cierto orden para
morigerar la derrota, es decir, el des-
bande, “conservar el orden tanto en
las victorias como en los reveses”
Pero la pregunta por la de-
rrota incomoda y agobia porque se
hace sin saber si será parte de un ci-
clo al fin triunfal. Y sobre todo por-
que arrastra la carga dramática del
post facto, se hace después… Des-
pués de la contienda. Con daños a la
vista y secuelas insondables, se hace
bajo el asedio cruel de sus ramala-
zos, cuyos azotes y laceraciones re-
sulta dificultoso ponderar; volviendo
al punto de origen ¿hasta qué punto
se dañó, dispersó, desbandó la fuerza
derrotada?
Y luego, o al mismo tiempo
(siempre al mismo tiempo,) ¿cómo
cicatrizar las derrotas? Como se
preguntaban los estoicos, ¿cómo
curar y mediar las heridas? Es ne-
cesario construir un espacio y un
lenguaje para el duelo, espacio y
92 el ojo mocho
lenguaje de hospitalidad, que tras-
cienda las pasiones bajas del odio,
del resentimiento y de la acusación
de traición. En el trabajo del duelo,
será necesario un lenguaje de la cura,
del cuidado, un “arte de la resisten-
cia paciente”, como dice Tatián, que
deberá consistir en “la acuñación
de las palabras capaces de expresar
la adversidad; una delicada práctica
de la atención que detecte los signos
ocultos del drama social y los brotes
de lo que no había antes; la activa-
ción del deseo de comunidad –que
no podrá estar ausente si algo dis-
tinto debe ocurrir (¡y debe ocurrir!).
Pero sobre todo una responsabilidad
mayor: construir la memoria de los
años por venir”. Cautela y parresía,
porque en el trabajo de cura y recom-
posición también sería importante
marcar diferencias.
Nicolás Casullo, tras una
meridiana derrota electoral del pero-
nismo, pensaba que la “mala cicatri-
zación” de una derrota haría supurar
una purulencia viscosa que dificul-
taría pensar en nuevos términos y
retomar un rumbo prospectivo, con
el riesgo de enquistarse como una
“concepción equivocada de la polí-
tica”. “En charlas con compañeros
de militancia y de base, es frecuen-
te advertir de qué manera negativa
ha cicatrizado en muchos la derrota
electoral… La mala cicatrización
que todavía sangra, provoca dificul-
tad para pensar en términos afirmati-
vos…, para recuperar ese signo vital
de optimismo que contuvo el pero-
nismo aun en sus peores momentos,
es decir, para recuperar la capacidad
de una política popular que planteó
siempre el punto de esperanza con-
creta y el de una indispensable fe en
procesos, como el actual, fundados
en la soberanía política del pueblo
por más errores y dificultades que se
cruzasen en el camino…Varías cir-
cunstancias aportan a esta mala cica-
trización, que muchas veces se trans-
forma en concepción equivocada de
la política. En primer término, que el
justicialismo todavía no dio cuenta
de su derrota, ni en análisis oficiales
ni en cambios sustanciales…”.
Y de eso también se trata
o se debería tratar, sobre todo, de la
pregunta por el peronismo, reverso
ineludible de la pregunta por el ¿qué
es esto?
Entre la derrota y la resistencia
Pareciera que aprehender
las derrotas también supone una
comprensión de sus temporalida-
des. ¿En qué tipo de temporalidad
o devenir se produce una derro-
ta? Otra vez García Linera (quien
en su estadía en prisión dice haber
aprendido “a baliar con el tiempo”
y templar el arte de la paciencia),
citando El 18 Brumario de Carlos
Marx y pensando desde la dialéc-
tica, nos proporciona figuraciones
temporales de las revoluciones, que
“avanzan porque aprenden de sus
derrotas” o, “en palabras de Carlos
Marx, las revoluciones sociales ‘se
critican constantemente a sí mismas,
se interrumpen continuamente en
su propia marcha, vuelven sobre lo
que parecía terminado para comen-
zar de nuevo desde el principio, se
burlan concienzuda y cruelmente de
las indecisiones, de los lados flojos
y de la mezquindad de sus primeros
intentos, parece que solo derriban
a su adversario para que éste saque
de la tierra nuevas fuerzas y vuelva
a levantarse más gigantesco frente
a ellas, retroceden constantemente
aterradas ante la vaga enormidad de
sus propios fines, hasta que se crea
una situación que no permite vol-
verse atrás y las circunstancias mis-
mas gritan: ¡Aquí está Rodas, salta
aquí!’”. En otras ocasiones, pero
también glosando a Marx -y siempre
impelido de optimismo dialéctico-
García Linera hablará de la revolu-
ción como “un proceso por oleadas”
(optimismo dialéctico). Nunca como
un proceso ascendente, continuo…
Decía, “la revolución se mueve por
oleadas. Una oleada, otra oleada, y
la segunda oleada avanza más allá
de la primera, y la tercera más allá
de la segunda”. Las revoluciones “se
parecen menos a interminables es-
caleras mecánicas que a las olas que
rompen en la orilla. Se forman, se
alzan, avanzan, parecen suspendidas
en su movimiento y luego caen antes
de volver a levantarse. Las etapas de
este movimiento continuo dependen
del vigor de las movilizaciones po-
pulares, que determinarán el futuro
de nuestro continente…”. Imágenes

dialécticas del tiempo de las revolu-
ciones que necesariamente acogen
en su devenir a las derrotas. “Me
atrevo a pensar”, dice García Linera
sobre nuestro presente, “que estamos
ante el fin de la primera oleada. Y
está viniendo un repliegue. Serán se-
manas, serán meses, serán años, pero
está claro que como se trata de un
proceso, habrá una segunda oleada,
y lo que tenemos que hacer es pre-
pararnos, debatiendo qué cosas hici-
mos mal en la primera oleada, en qué
fallamos, dónde cometimos errores,
qué nos faltó hacer, para que cuando
se de la segunda oleada, más pronto
que tarde, los procesos revolucio-
narios continentales puedan llegar
mucho más allá, mucho más arriba,
que lo que lo hicieron en la primera
oleada”. La revolución como corco-
veo y las derrotas como sus pliegues
de negación interna, no como ciclos.
“cuando tú hablas de ciclo, significa
que todo tiene un inicio, una estabili-
zación y un fin. Es algo natural como
la ley de la gravedad. Hagas lo que
hagas, protestes o te movilices, así
será de aquí a 50 años, cuando venga
otro ciclo. Esta es una mirada que le
arrebata el protagonismo al ser hu-
mano, que olvida el papel de la sub-
jetividad colectiva en la construc-
ción de los hechos sociales. Es falsa.
Frente a eso, lo que reivindicamos es
la lógica de los flujos, las oleadas,
que es un poco la experiencia que
uno adquiere en la vida. Las trans-
formaciones se dan por oleadas”.
Sin embargo, hay algo di-
fícil de compartir y traducir de la
experiencia boliviana, su optimis-
mo dialéctico jalonado por la estre-
lla de la revolución, ya que, en el
horizonte argentino no brilla con la
misma nitidez; otros espectros pare-
ciera que son los que nos asedian y
desafían a nuestra imaginación polí-
tica, acaso la tragedia de la “revolu-
ción trunca” de Sarmiento a Cooke,
como lo entreviera Nicolás Casullo,
Sarmiento enfrentado al enigma de
la revolución desfigurada en guerra
civil. Cooke pensado al horizonte de
la liberación nacional sobre el foso
de la revolución peronista interrum-
pida en 1955, “dicha revolución fue
derrotada por la represión y la bar-
barie militar, pero contó con la des-
bandada, huida, y claudicación de
los cuadros de gobierno, políticos
burgueses y gremialistas del propio
peronismo”.
Nicolás Casullo, entre Sar-
miento y Cooke, “en Sarmiento, a
mediados del siglo XIX, y en Cooke,
desde los años cincuenta del siglo
XX, se postula la elaboración de una
situación de excepcionalidad, como
lo es un proceso de corte revolucio-
nario abortado, en tanto laboratorio
reflexivo para interpelar sus claves
y secuelas en términos de una si-
tuación nacional latinoamericana
de crisis generalizada y aguda”. Por
ello, Casullo pareciera ser una lec-
tura fundamental para esta hora, de
Controversia a Unidos y sus diver-
sas reflexiones sobre la derrota del
peronismo post-dictadura, por no
mencionar su “La revolución como
pasado”. ¿Qué hacer con la década
pasada? Es una pregunta crucial para
trazar la cartografía de la resistencia
que viene. Trabajo del duelo y de
ponderación de los restos.
Y con Linera, ver, “en la
configuración interna del objeto, las
condiciones de su devenir”, pero
también el devenir pareciera una
condición misma del ser. Porque no
será lo mismo una derrota para una
fuerza que lleva adelante (y por de-
lante) y en su espalda una lucha o
resistencia de largo aliento (como la
anticolonial que desde hace más de
500 años protagonizan los pueblos
de nuestra América) y largo porve-
nir, que una que no tenga horizontes
más allá de alguna reyerta electoral
circunstancial.
La fe o el convencimiento
material de vivir y protagonizar una
temporalidad mesiánico-dialéctica-
revolucionaria en espera activa de
la redención final, convierte a cada
derrota en un peldaño –de resisten-
cia- hacia la liberación. John Wi-
lliam Cooke, referente insoslayable
de la resistencia peronista2, en pleno
auge de los tiempos revolucionarios
del Tercer Mundo y apenas atisban-
do el umbral de lo que sería la peor
derrota por la liberación del pueblo
argentino, figuraba la dialéctica entre
derrotas y redención del siguiente
modo, “…algún día, cuando culmi-
ne el proceso revolucionario argen-
Ensayos
tino, se iluminara el aporte de cada
episodio ha hecho y ningún esfuerzo
será en vano, ningún sacrificio será
estéril y el éxito final redimirá todas
las frustraciones”. Ética “revolucio-
naria” del fracaso posible sostenida
por una épica heroico-combativa,
no exenta de un elemento “trágico”,
que se desentiende de toda moral del
éxito para reivindicar el valor de la
lucha en sí misma, como una prácti-
ca inmanente-trascendente.
Es menester entonces interrogar
nuestras derrotas e interrogaremos
ante ellas.
“Las causas perdidas son precisamente las
que podrían haber salvado al mundo” (Gil-
bert K. Chesterton).
¿Es la derrota la contra-cara
de la victoria? ¿Qué otra cosa pudie-
ra ser? Desde el puro cálculo instru-
mental (apostando a vencedor), la
acción podría desde inhibirse, es de-
cir, ni siquiera intentarse porque no
dan los números de los cálculos de
la correlación de fuerzas; hasta igua-
larse a la moral del conquistador que
solo avanza porque se sabe triunfa-
dor de antemano.
Pensada como destino, aca-
so desde la tragedia, la derrota se liga
a la ética de las convicciones y con
ello al honor y al coraje de la épica
de las luchas. Aquí traemos a Bor-
ges, elogiando a Jaurteche, cuando
al comentar su Paso de Los Libres, a
propósito del éxito y el fracaso en la
acción política –en aquel caso la de
la resistencia radical a las dictaduras
de la década infame que lo derroca-
ron- , escribía, “la patriada (que no
se debe confundir con el cuartelazo,
prudente operación comercial de
éxito seguro) es uno de los pocos
rasgos decentes de la odiosa historia
de América… Sus hombres corren
el albur de la muerte, de una muer-
te que será decretada insignificante.
La muerte, siéndolo todo, es nada:
también los amenazan el destierro,
la escasez, la caricatura, el régimen
carcelario. Afrontarlos demanda un
coraje particular. El fracaso previsto
y verosímil borra los contactos de la
patriada con las operaciones milita-
res de orden común, sólo atentas a
la victoria, y la aproxima al duelo…
(Jorge Luis Borges, Salto Oriental,
noviembre 22 de 1934, prólogo a El
el ojo mocho 93
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
Paso de los Libres, 1934). El “fra-
caso previsto y verosímil”, no es ni
pasiva resignación ni (mero) marti-
rio, la idea de ese fracaso supone un
esfuerzo, demanda fuerza de volun-
tad, habla de un acto voluntario cuyo
significado y sentido va más allá del
“éxito seguro”. Y por ello invierte
el sentido común –de las prácticas
conquistadoras de la moral del triun-
fo. Ese “fracaso previsto” será el re-
sultado fallido de una lucha, pero su
carga positiva estará puesta sobre el
proceso, sobre la lucha misma, y no
sobre el resultado.
Así pareciera abrirse una
ética-épica de la derrota, presente
en la fuerzas de los “débiles”, o en
los que no tienen nada que perder,
“una derrota peleada vale más que
una victoria casual” habría dicho
quien también dijo, “seamos libres,
lo demás no importa nada”, aquel al
mando del ejército Libertador de los
Andes.
“...Como si jamás fueran a perder-
se barcos, a ahogarse ciudades, a naufragar
universos...” (Juan Bautista Duizeide)
“...su suerte era como la de un
barco agitado por la tempestad, que mise-
rablemente navega a lo largo de la costa a
sotavento. El puerto le daría socorro de bue-
na gana; el puerto es compasivo; en el puerto
hay seguridad, consuelo, hogar encendido,
cena, mantas calientes, amigos, todo lo que
es benigno para nuestra condición humana.
Pero en esa galerna, el puerto y la tierra son
el más terrible peligro para el barco: debe
rehuir toda hospitalidad; un toque de la
tierra, aunque sólo arañara la quilla, le haría
estremecerse entero. Con toda su energía
hace fuerza de velas para alejarse de tierra;
al hacerlo, lucha con los mismos vientos que
querrían impulsarlo hacia el puerto, y vuelve
a buscar todo el desamparo del mar sacudido,
precipitándose perdidamente al peligro por
ansia de refugio; ¡con su único amigo como
su más cruel enemigo!...
…sólo en estar lejos de tierra reside la más
alta verdad, sin orilla y sin fin, como Dios;
así, más vale perecer en ese aullar infinito
que ser lanzado sin gloria a sotavento, aun-
que ello sea salvación…” (Herman Melville,
Moby Dick)
Así, en este breve desandar (el qué
significa) derrota, ahora desde su
etimología náutica -que también
pudiera ser de origen militar y polí-
tica pero también política y aventu-
rera, utópica-, la derrota abre nuevos
horizontes, porque, implica no la
dirección ideal trazada en un mapa
con escuadra y tiralíneas, sino el ver-
94 el ojo mocho
dadero rumbo que tomará una em-
barcación luego de zarpar, es decir,
aquel rumbo que deberá modificarse
debido a corrientes alternas, vientos
cruzados, errores instrumentales…
ii. Las preguntas por las resisten-
cias
“…Una noche, como tantas, juega
al truco en su casa con sus amigos, Favalli,
Lucas y Polsky.
De pronto, se corta la electricidad, notan un
extraño silencio, todos los ruidos habituales
de la ciudad han cesado. Nieva sobre Buenos
Aires, copos fosforescentes, una nevada
mortal que mata todo lo que toca. El grupo
queda aislado en la casa, rodeado de muerte.
Todavía no lo saben, pero ha comenzado la
invasión...
…Éramos robinsons que, en lugar de quedar
atrapados en una isla, estábamos en nuestra
propia casa. No nos rodeaba el océano, pero
si la muerte…” (El Eternauta).
¿Qué es resistencia? re-
cayendo en el recurso de las etimo-
logías latinas que recreamos desde
que nos fueran impuestas, el término
proviene del latín resistentĭa. Enten-
dida como “la acción o capacidad
de aguantar, tolerar u oponerse”.
Pero esta vez no comenzamos por
las etimologías griegas y romanas,
sino por la lengua ética que nos le-
garon “nuestros paisanos los in-
dios”, “nuestros griegos y romanos”,
al decir de Martí. Porque desde la
catastrófica derrota que significó la
Conquista de Nuestra América, exis-
ten las resistencias. Hugo Cháves
cultivador de ese legado, lo dejó cla-
ro en su cruce ante el imperativo de
silencio ordenado por el rey, “...no
me voy a callar ni me callaré porque
por mi boca no hablo yo, por mi boca
hablan millones y esos millones so-
mos los hijos de Bolívar, esos millo-
nes somos los hijos de Guaicaipuro
y Manuela, José Leonardo Chirinos,
todos esos que aquí los españoles
asesinaron, degollaron y embosca-
ron… Uno no puede quedarse calla-
do, cuando oye expresiones de quien
sea… creo que estuvimos mucho
tiempo callados. 500 años después se
molestan, estamos obligados a decir
nuestra verdad… Hace 500 años le
dijeron a nuestros indios, por qué no
te callas indio Guaicaipuro, Tupac
Amarú, Tiuna, Chacao, cállate, y los
callaron, pero no porque bajaron la
cabeza, los callaron cuando les cor-
taron la garganta, los descuartizaron
y colocaron sus cabezas en estacas…
Ese fue el imperio español…”.
Y si la derrota es lo primero
que nos hizo americanos, la resisten-
cia, como la lengua y los cuerpos de
los indios y las indias, es simultánea
y acaso previa, antepredicativa, an-
terior a la idea, en tanto, implica la
condición de posibilidad de la exis-
tencia. Resistir es un proceso diná-
mico a partir del cual un ser afirma
su existencia frente al encuentro con
fuerzas exteriores, conatus lo llaman
ciertas filosofías del cuerpo, materia-
listas y realistas, como lo es la del
excomulgado y perseguido Spinoza.
“Éramos robinsons que, en lugar de
quedar atrapados en una isla, estába-
mos en nuestra propia casa. No nos
rodeaba el océano, pero si la muer-
te…”. Condición de posibilidad de
la existencia, la resistencia obliga a
ampliar el propio cuerpo en y con el
cuerpo de los otros, a trascender la
“situación Robinson”, afianzando los
lazos de solidaridad y amistad en un
colectivo, el de los desplazados, de
los sobrevivientes, de las víctimas;
que se organizan y luchan heroica
y colectivamente contra la Muerte.
Resistir, así lo imaginaba Oester-
held, es el relato de la posibilidad de
salvarse con los otros, los hombres
y mujeres se salvan o se condenan
juntos. El hombre del común que to-
cado por el llamado de la resistencia,
tras el temblor por el destino de lo
humano, se metamorfosea en prota-
gonista de una gesta. Ese también es
el punto de partida de las narraciones
de la resistencia de Rodolfo Walsh;
lo cotidiano-ordinario trastocado en
una nueva vida épica.
Pero en el trabajo de duelo
e identificación de los restos también
debemos precisar el tipo de resis-
tencia a emprender. Ante un episo-
dio particular, el senador Picheto
sostuvo que la idea de “resistencia”
que utiliza el kirchnerismo contra el
gobierno no es “propio de un siste-
ma democrático en donde el pueblo
ha votado” y luego aseguró que “el
peronismo no está en estos espacios
críticos radicalizados”. El senador
que con el nuevo gobierno también
se permite sacar a pasear a gusto a su

xenofobia, no deja de tocar un punto
clave. Esta derrota fue sufrida en las
legítimas tablas de la democracia. O
dos, también alude a otra clave, el
posicionamiento del peronismo en
los casilleros de la resistencia. Y el
senador acierta en tanto son otros los
modos en los que se coartó la con-
tinuidad de un gobierno nacional-
popular, no por golpes o terrorismo
cívico militar, no por mera coacción
opresora. En la restauración conser-
vadora se solapan formas “de goce
y movilización” (“Resistencia”, Die-
go Sztulwark), no solo hay coacción
sino incentivos de flujos de consumo
y comunicación. Pero decíamos que
esas formas se solapan o son las va-
riaciones de la reemergencia de lo
que con tino Javier Trímboli llama el
“macizo conservador”.
Por ello, habrá que acudir a
las memorias de las resistencias que
ya enfrentaron al “macizo conserva-
dor”, a las memorias de sus prácti-
cas. Porque más allá de su etimo-
logía latina y su definición avalada
por la RAE, más allá de “aguantar,
tolerar u oponerse”, toda resistencia,
es una práctica, por lo general –si no
esencialmente- defensiva y ejercida
por los débiles –“por el lado de los
indios”- para vencer / hacer retroce-
der / sobrevivir ante los poderosos (y
el tema o la cuestión del poder ten-
dría que ser un pliegue fundamental
en nuestras interrogaciones). Y a
pesar de ser defensiva, lejos de ser
algo dado o natural, la resistencia
requiere siempre de una estrategia,
es decir, de una forma práctica en la
cual plantear y resolver los proble-
mas frente a los que se encuentra...
hete aquí nuevamente la guerra y / o
la política, “la Resistencia es un lu-
cha diluida en el tiempo y en el espa-
cio…”.
Pero hablamos de memo-
rias de las resistencias, de los sedi-
mentos históricos de esas prácticas
donde yacen la memorias de las
resistencias de los indios (con sus
malones, confederaciones y parla-
mentos) y los gauchos (con su erran-
cia nómade); del movimiento obre-
ro organizado (de los anarquistas al
clasismo y el nuevo sindicalismo
que protagonizó el cordobazo); de
las resistencias cívicas, del yrigo-
yenismo a las Madres y Abuelas de
Plaza de Mayo; de la invención de
los múltiples movimientos sociales
que resistieron al neoliberalismo; y
de los movimientos que no cesan de
emerger en defensa de los derechos y
libertades de las mal llamadas mino-
rías. Por ejemplo, los movimientos
feministas que han protagonizado
bajo el paro de mujeres y la marcha
del “Ni una menos” uno de los acon-
tecimientos políticos con mayor po-
tencialidad de la historia argentina.
Y desde su calor, por ejemplo, se de-
bería interrogar al ejercicio del poder
como “porongueo”, modalidad que
incluso atraviesa a compañeras que
lo ejercieron al mismo tiempo que
han dado sobrado testimonio de ha-
ber sido atacadas por el patriarcado.
Pareciera fundamental interrogar,
identificar, potenciar y articular cada
experiencia de resistencia que logra
alterar los nudos de reversión.
“…Hemos cometido el error de
creer que una revolución social podría rea-
lizarse incruentamente. La reacción nos ha
demostrado que estábamos equivocados y
hemos pagado un caro precio por nuestro
humanitarismo… Ello impone: luchar con la
dictadura mediante la resistencia pasiva has-
ta que se debilite y nuestras fuerzas puedan
tomar el poder… Es menester no dar tregua
a la tiranía. El trabajo a desgano, el bajo
rendimiento, el sabotaje, la huelga, el paro, el
desorden, la lucha activa por todos los medios
y en todo lugar debe ser la regla. Sin esta pre-
paración la revolución social no será posible
a corto plazo, porque la tiranía sólo caerá por
este medio; luego, es necesario incrementarlo
diez veces más cada día. Siendo la finalidad
básica la revolución social, todos los demás
objetivos deben subordinarse a esa finalidad.
La conducta de cada obrero estará fijada
cada día en lo que pueda hacer para derribar
a la tiranía…” (Juan Domingo Perón).
Mencionábamos la “cues-
tión del poder” y a la “resistencia”
como una práctica (mayormente)
defensiva de los “débiles” frente a
los “poderosos”, allí hay un nudo
fundamental para ser interrogado, en
tanto, muchas filosofías de la praxis
de la resistencia oponen su práctica
–y su teorización- a las del “poder”.
De la ética de los estoicos y la prác-
tica del cristianismo primitivo de Je-
sús y los suyos, resistiendo al poder
del Imperio romano; pasando por la
compleja noción de “derecho a la
resistencia” en la filosofía política
de Locke –que en tanto decisión de
última instancia pareciera trascender
Ensayos
el craso normativismo liberal-; por
la “desobediencia civil” de Thoreau
(ramificada en la luchas de M. L.
King y Gandhi) y todas las vertientes
del anarquismo; las llamadas filoso-
fías de las prácticas de la resistencia
(como lo es la de Michel Foucault);
hasta las más actuales teorías de la
multitud y el contrapoder. Decíamos
que con variaciones, en esa amplia
ría de las filosofías de la resistencia,
su puesta en práctica, suele plantear-
se contra la del poder (y por lo ge-
neral contra el Estado), escindiendo
posiciones entre gobierno y Estado,
entre sociedad civil y Estado, entre
multitud y Estado, entre pueblo y Es-
tado…
Pero ¿es la práctica de la re-
sistencia lo contario al ejercicio del
poder? “De la resistencia a la toma
del poder”, se tituló un seminario so-
bre el pensamiento de García Linera
dictado en la Universidad Nacional
de Córdoba, título que marcaba un
trayecto, un periplo a cumplir. Tam-
bién en las citadas instrucciones de
Perón aparece el momento de la
“resistencia pasiva” como transi-
ción hacia “la toma del poder”. Re-
sistencia y poder, ¿se tratan de dos
momentos cualitativamente diferen-
tes?, ¿de extremos de un continuo?
¿Acción y reacción? En la mencio-
nada filosofía (o filosofías) de Fou-
cault, esa tensión es bien compleja,
ya que, la resistencia es parte de una
relación de poder (y no algo opuesto
al poder), un modo de ejercerlo, una
posición. “...si no hubiera resisten-
cia, no habría relaciones de poder.
Todo sería simplemente una cuestión
de obediencia. Desde el instante en
que el individuo está en situación de
no hacer lo que quiere, debe utilizar
relaciones de poder. La resistencia se
da en primer lugar, y continúa siendo
superior a todas las fuerzas del pro-
ceso; bajo su efecto obliga a cambiar
las relaciones de poder. Considero,
por tanto, que el término resisten-
cia es la palabra más importante, la
palabra-clave de esta dinámica…”.
El horizonte anuncia una época que
demandará un profundo y renovado
sentido de la resistencia en el que
habrá que atender a todos sus frentes
y pliegues. Por ello, en nuestro de-
rrotero será menester, desbrozar las
diversas concepciones del poder
el ojo mocho 95
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
puestas en juego en las prácticas de
cada resistencia que emprendamos.
Asimismo pareciera un imperativo,
a pesar de ahora hacerlo desde afue-
ra, en el caso de haber sido derrota-
dos y desalojados de los gobiernos,
no abandonar la reflexión sobre el
Estado, sobre el paso por el Esta-
do, sobre el modo que se ejerció
(o ejerce) poder desde el Estado. Y
preguntarse si actuar desde el Esta-
do –y sobre todo desde los Estados
nacional-populares de América La-
tina- es necesariamente lo mismo
que ejercer el Poder.
Una última glosa de Gar-
cía Linera, ahora de Lenin, es ne-
cesario un “análisis de plaza”,
“‘analizar las fuerzas y escenarios
reales que hay, sin ocultar nada,
porque dependiendo de la claridad
del análisis que uno hace, es que
sabrá encontrar las potencias, las
fuerzas reales prácticas del avance
futuro’”.
LA POTENCIALIDAD MATERIAL DEL ESPÍRITU
(¿FUNDAMENTOS MÍTICO-RELIGIOSOS DE LA REVOLUCIÓN
BOLIVARIANA Y DE LA FORMACIÓN DE HUGO CHÁVEZ?)1
“El Espíritu es un hueso” (Hegel)
“…Y nos preguntamos si es posible que
cada creyente, con el contenido del imagina-
rio cristiano, pese a sus buenas intenciones
y aunque esté inscripto en la Teología de
la Liberación, pueda hacer una experiencia
política en su esencia diferente a la política
que combate” (León Rozitchner)
i manista, yo [Hugo Chávez] siempre
¿Cuándo puede decirse
que existen las condiciones para
que se pueda suscitar y desarrollar
una voluntad colectiva nacional-
popular? La clásica pregunta re-
torna para interpelarnos acerca de
los orígenes, fundamentos y pers-
pectivas de uno de los fenómenos
libertadores más significativos de la
contemporaneidad de Nuestra Amé-
rica, hoy severamente acechado por
sus enemigos y detractores inter-
nacionales y connacionales tanto
96 el ojo mocho
¿Tiempos de derrotas / resisten-
cias…?
“Te nombraré veces y veces./
me acostaré con vos noche y día./ noches y
días con vos./ me ensuciaré cogiendo con tu
sombra./ te mostraré mi rabioso corazón./ te
pisaré loco de furia./ te mataré los pedacitos./
te mataré uno con paco./ otro lo mato con
rodolfo./ con haroldo te mato un pedacito
más./ te mataré con mi hijo en la mano./ y
con el hijo de mi hijo/ muertito./ voy a venir
con diana y te mataré./ voy a venir con jote
y te mataré./ te voy a matar/ derrota/ nunca
me faltará un rostro amado para matarte otra
vez”, Juan Gelman, “Nota I”.
Luego de los antecedentes
de las derrotas “jurídico-parlamen-
tarias” de Paraguay y Honduras (y
los diversos intentos destituyentes
que fueron resistidos, Bolivia, Ecua-
dor), se suma la reciente destitución
parlamentaria de la presidenta Dil-
ma Rousseff en Brasil; y las derro-
tas electorales: parlamentarias en
Venezuela, de referendo en Bolivia
y Colombia, presidenciales en Ar-
gentina, a la que debemos sumar la
reciente votación en el MERCOSUR
que ha decretado la suspensión de
la membresía plena de la República
Bolivariana de Venezuela y dándole
como por sus propias limitaciones.
Y hoy ante la crítica situación que
lo atraviesa, la pregunta inicial de-
bería reformularse hacia ¿por qué
resiste? Nos referimos a la revolu-
ción bolivariana de Venezuela. A la
que uno de sus emergentes y líde-
res, definió como: “sobre todo hu-
digo ‘cristiana’, porque Cristo vino
a enseñarnos esto: la humanidad y
la justicia”.
Por tanto, impelidos por
el desafío del enigma que siempre
resguarda a la fórmula de constitu-
ción de una voluntad política, re-
tomamos y traducimos la pregunta
original, ¿cuáles son –y fueron en
sus comienzos- las condiciones de
posibilidad de la emergencia de la
revolución bolivariana (en tanto vo-
un tremendo golpe de legitimidad
internacional al gobierno venezola-
no. Cada una de esas derrotas tiene
su trama interna y su singular sig-
nificación; también comparten co-
munes denominadores; y en su con-
junto recomponen el mapa político
suramericano, poniendo en riesgo
una década de conquistas sociales
y ampliación de horizontes eman-
cipatorios, década con escasos an-
tecedentes en la historia de Nuestra
América. Escenario de repliegues,
escenario de derrotas. Eso es lo que
hay que afrontar.
1. Este escrito surge del programa del curso
2016 de la materia de Pensamiento Político
Argentino, carrera de Ciencia Política – Fa-
cultad de Ciencias Sociales - UBA.
2. Experiencia histórico-política a la que ha-
bría que pensar poniéndola en diálogo con la
serie de las grandes resistencias de la historia
del siglo XX, las resistencia partisana con la
Roma, città aperta de Roberto Rossellini; la
resistencia francesa con Camus entre La Pes-
te, Combat y Argel –y su propia resistencia-;
la resistencia del gueto de Varsovia; las resis-
tencias de la India y Sudáfrica con Gandhi y
Mandela; y los muchos Vietnam.
Matías Rodeiro
luntad colectiva nacional-popular
emancipatoria)? ¿Por qué resiste
Venezuela? Y a continuación a par-
tir de la caracterización referida,
arriesgamos otra serie de preguntas,
preñadas de una intuición. ¿Hay
activación de sedimentos mítico-
religiosos en los fundamentos de
la revolución bolivariana? ¿Hay
elementos de una teología-política
(o elementos teológico-políticos)
en los fundamentos del proyecto y
la praxis de Hugo Chávez? Si la
hubiera, ¿cuáles serían sus fuentes y
sus huellas en la deriva de la revo-
lución bolivariana? ¿Qué significa
la definición de la revolución boli-
variana como “humanista-cristia-
na”.
ii
La mutua imbricación en-

tre la dimensión de lo político y la
dimensión mítico-religiosa acecha
las persistentes y recurrentes cer-
tezas de todas las especulaciones
sobre la absoluta secularización de
la praxis humana. Para pensadores
como Taborda (“El fenómeno polí-
tico”, 1936) o antropólogos como
Balandier (Antropología política,
1967), ambas dimensiones compar-
tirían una común raíz numinosa en
el momento fundacional de la reli-
gio (de re-ligare), entendida como la
creación misma de los lazos –y los
conflictos- comunitarios; es decir,
como el origen –o el re-comienzo-
de la vida social (o en sociedad).
Desde esa perspectiva, lo
político como religio aparece vincu-
lado a las “substancias o calidades”
desde las que se constituyeron los
primeros lazos sociales; materia-
lizadas luego en prácticas, mitos y
ritos que, para cada agrupación, en
términos existenciales significaban,
caos y / o comunión. Aquel comple-
xo de “fuerzas misteriosas” que alu-
dían a la noción de un poder, de una
causa o una fuerza; y, por ejemplo,
se veían congregadas en torno a fi-
guras como el mana -el brahman, o
la fuerza suprema que los sumerios
loaban en el himnario de Enlil-; y
simbólicamente representaban el
principio de constitución -o la po-
sibilidad de disolución- misma del
grupo. Al mismo tiempo, aquellas
substancias o calidades definían las
nociones en torno a los cuales se re-
gía su vida política, tales como las
de comunión, poder, también pu-
diéramos referir a la noción de hos-
tis –considerada por Schmitt como
antecedente de su categoría política
de “enemigo”-. Taborda, en particu-
lar, se encargaría de establecer la
genealogía místico-religiosa de las
nociones políticas de: obediencia y
deliberación. Y de ese modo, com-
partiría el juicio de aquellos pensa-
dores que (como el propio Schmitt
o Kusch, entre otros) sostienen que
las modernas categorías políticas,
transfiguradas, remiten a un origen
numinoso, mítico-religioso, o “sa-
grado”; que persiste.
Interrogar genéticamente
los posibles orígenes y fundamen-
tos mítico-religiosos de lo políti-
co, implica trascender las barreras
epistemológicas que bloquean y
predefinen la comprensión de lo
político desde el canon occidental y
moderno, el cual subsume su inteli-
gibilidad a los moldes de la moder-
na estatalidad y a los de las institu-
ciones de la representación política.
Pensar e investigar desde la antro-
pología política, posibilita desple-
gar preguntas capaces de romper
las múltiples capas de enajenación
que envuelven al fenómeno de lo
político y, por ello, emprender un
movimiento de regresión radical a
la busca de las fuentes originarias
de lo político, del estrato desde
donde se nutriría la raíz ontológica
de lo político mismo. Allí donde
la Lógica pareciera hacer silencio
y la Moderna Razón (de Estado)
olvidar su procedencia. Es que ese
movimiento de reconducción hacia
el origen, entre otros aspectos, al
dirigir su consideración hacia las
dimensiones políticas de las llama-
das “sociedades arcaicas”, hacia los
fundamentos políticos de “los pue-
blos llamados primitivos” –las pers-
pectivas progresistas prescinden de
ellos-; por una parte, abriría dimen-
siones del fenómeno que ya no po-
drían reducirse a la forma Estado ni
al juego de sus Instituciones en el
sentido “moderno” (y etnocéntrico)
de lo que entendemos por política.
Por esa senda, partir desde la antro-
pología política permitiría aprehen-
der la politicidad instituyente de las
sociedades “sin Estado”, o mejor
dicho, previas a la coagulación de
los ordenes políticos que la filosofía
política moderna suele identificar
con el Estado como el momento y la
figura hegemónica del orden y de la
racionalidad histórica y política.
Por demás, entre otras te-
máticas que abordaremos, la antro-
pología política se aboca al estudio
de las relaciones entre la etnicidad
y el poder (a la etnopolítica), a la
consideración de las relaciones en-
tre el tradicionalismo y la moder-
nidad en política (y eso no la reduce
al estudio de la sociedades llamadas
“arcaicas”), entre lo religioso y lo
político, o más precisamente al es-
clarecimiento de los fundamentos
“sagrados” del poder. Y para lo que
nos atañe de modo más directo, al
Ensayos
papel de los mitos, los ritos, las
imágenes, los símbolos, los siste-
mas de creencias, las costumbres y
las tradiciones políticas; en lo que
concierne a la institución y estabi-
lización (o desestabilización) de un
ordenamiento político.
El poder, como señala Balandier, es
sacralizado porque en él toda socie-
dad, ante su riesgo de “implosión”,
ante el temblor que produce la posi-
bilidad de retorno al “caos mítico”
–al Apocalipsis, a los vientos del
Chebar, a la crisis espiritual, pen-
saría Taborda- “como realización de
su propia muerte”; de manera cícli-
ca y periódica, requiere “afirmar su
voluntad de eternidad”2, como ne-
cesidad de su propia re-fundación.
En tal sentido, “lo sagrado”
en tanto “sustancia del poder” (ins-
trumento y garantía de legitimidad),
se manifiesta como una dimensión
simbólica (y material) decisiva del
“campo de lo político”. Esto es algo
que la antropología política –tam-
bién la ensayada por Taborda- pone
en evidencia a partir del estudio de
“las estructuras elementales del po-
der en las sociedades arcaicas (y so-
bre todo de su insistencia subterrá-
nea en las modernas)” y, por ende,
de los mitos (de origen). De donde,
lo político, como indicáramos, pue-
de ser considerado como el punto
mismo de fundación de lo social
(“de la ecclesia”), y así, legitimar el
orden establecido –“la institución”-,
como podría pensar M. Eliade. Mas
también, de manera dialéctica –y
desde su ambigüedad constitutiva-,
el mito de origen contiene la posi-
bilidad de trasformar “el campo de
poder”, hasta re-fundar de cuajo un
nuevo orden –“lo instituyente”. Tal
sería la “contra-cara dialéctica del
periódico retorno al origen como
un nuevo ingreso a la historia”; en
el que se articularía de manera sim-
bólica “un re-comienzo de la socie-
dad”. Su origen (mítico) se actua-
liza en la Historia, otorgándole un
renovado fundamento.
Y para intentar pensar esos
re-comienzos desde renovados fun-
damentos es que nos interesaría
respaldar a las posibilidades de la
sociología de la cultura y de la an-
tropología política-filosófica, con
el ojo mocho 97
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
las hermenéuticas de las mitologías
indoamericanas, tales y como pro-
ponen las investigaciones y especu-
laciones de Carlos Astrada, Rodolfo
Kusch, Levi Strauss y, sobre todo,
aunque apenas sean insinuadas en
su obra, en las de León Rozitchner;
quien intuye en la reemergencia de
la etnicidad y la mitologías ame-
rindias, el atisbo de un fundamento
para una voluntad política emanci-
patoria.
Remisión entre las expe-
riencias de lo mítico (y aun de lo
místico3) y la de lo político, tam-
bién manifiesta en las raíces co-
munes de principios provenientes
de las escatologías judeo-cristinas
tales como las de Apocalipsis, revo-
lución, esperanza y redención; o en
las de nacimiento, acontecimiento o
re-comienzo; las que serán constitu-
tivas de modernas (y positivamen-
te anacrónicas) filosofías políticas
como las de Benjamin, Levinas,
Bloch, Badiou, Agamben o Carlos
Astrada. Las propias teorías de la
voluntad popular (y de la institución
ontológica del “pueblo” como suje-
to político) no dejan de mostrar por
el revés de su trama cierto vínculo
con un fondo pasional-místico-vital
que, al decir de Gramsci, vendría a
ocupar, “el lugar de la divinidad o
del imperativo categórico”. O en la
previa estela soreliana, los “mitos
revolucionarios y sociales” en tan-
to generadores de voluntad política,
ocuparían el mismo yacimiento en
la conciencia profunda de los hom-
bres -y con idéntica plenitud- en el
que se arraigaran los mitos religio-
sos.
Imbricación extrema, de-
cíamos, en hipótesis como la de
Carl Schmitt, para quien “todos los
conceptos significativos de la mo-
derna teoría del Estado son concep-
tos teológicos secularizados”, sobre
todo, el de “soberanía” entendida
como decisión sobre un “estado de
excepción” (opuesta a la noción de
soberanía como prevención del es-
tado de excepción derivada de tra-
mos de la teología-política de Wal-
ter Benjamin). Apreciación en gran
medida tomada de la sociología del
carisma de Max Weber, desde cuya
obra también se abre otra vía de im-
98 el ojo mocho
bricación entre nuestras dimensio-
nes.
Para la sociología de la
cultura practicada por Weber, los
“contenidos de fe religiosa” habrían
operado como factores intervinien-
tes en la formación del “carácter
popular”, ya que, al trazar los pri-
mordiales “raíles” o “estímulos
prácticos para la acción social”, a
través del recorrido de sus surcos,
terminarían por configurar raciona-
lidades culturales o civilizatorias.
Vía de análisis singularizada en
su célebre tesis acerca de la consi-
deración de la “ética protestante”
como condición de posibilidad del
moderno “espíritu” del capitalismo.
Vía que antecede el camino inves-
tigativo emprendido por ensayistas
como Waldo Frank (Our América;
El redescubrimiento de América,
1929) o Harold Bloom (La religión
en los Estados Unidos) quienes las
incorporarán a sus propios prismas
para descifrar al fenómeno nor-
teamericano, a partir de factores
religiosos, sobre todo, a través de
sus disquisiciones sobre la deriva
estadounidense del protestantismo.
La vía weberiana sobre
la que corre la teoría acerca de la
“ética económica religiosa”, esto
sería, la consideración de la reli-
gión en tanto esfera de orientación
normativa de la acción social, cuya
sedimentación en racionalidades
decantará en (y retroalimentará)
formaciones histórico-culturales
que se plasmarían en estilos de vida,
formas de organización y estructu-
ración social, así como, en subjeti-
vidades. Fue retomada y rectificada
por el filósofo ecuatoriano Bolívar
Echeverría para intentar dar cuenta
de la torsión de aquel “ethos capi-
talista” en su devenir por las tierras
hispano-americanas durante la pri-
mera Modernidad de Nuestra Amé-
rica y en su reconfiguración, vía
barroquización del cristianismo, en
un “ethos barroco” que, sofrenando
y enredando el rectilíneo rumbo del
“espíritu capitalista”, habría habili-
tado resquicios de prácticas libera-
doras aun en la espesura sangrienta
sembrada por la Conquista y la co-
lonización.
Semejante, aunque con
matices insoslayables, es la vía en
la que la imbricación entre las di-
mensiones mítico-religiosas y la
política se hace manifiesta en la
configuración de cosmovisiones on-
tológico-antropológicas, como sería
la de nuestra “América profunda”
según el parecer de las investigacio-
nes de Rodolfo Kusch, o también el
de algunos tramos y etapas de las
especulaciones filosóficas de Carlos
Astrada construidas sobre la herme-
néutica de las cosmogonías míticas
indoamericanas.
La saga de la relación en-
tre lo político y lo mítico-religioso,
como vemos, es extensa, densa y
compleja. Alude a diversas napas
de comprensión (que sería menes-
ter acotar y precisar a la hora de los
análisis concretos) desde las ontolo-
gías y / o antropologías de lo políti-
co a las racionalidades de las acción
social, pasando por teologías-polí-
ticas. Planos a los que pudiera ple-
gárseles un nivel institucional (las
instituciones religiosas actuando
en política o viceversa); otro retó-
rico (el de la contaminación de los
lenguajes políticos y los mítico-
religiosos); otro más bien politoló-
gico, que atienda a los “comporta-
mientos políticos” de determinados
grupos religiosos. Y, por cierto,
otro que comprenda a los recelos
que el propio “pensamiento crítico”
(el “apriorismo anticlerical” de la
crítica) repone de manera cíclica,
asumiéndose como ateo, secular,
profano y “activamente opuesto a
la religión”, en tanto, ésta sería una
de las principales tecnologías de la
dominación y causal de la servi-
dumbre voluntaria. Por no decir que
la “crítica a la religión” constituye
una de las fuentes metodológicas de
las modernas ciencias sociales (pa-
radigmáticamente en la veta mar-
xiana, recordar el punto de partida
del proyecto de la crítica de Marx,
“el Estado tiene presupuestos cris-
tianos” extendido luego hacia la crí-
tica del “fetichismo” de las relacio-
nes sociales mediadas por el modo
de producción capitalista).
No obstante lo cual y a pe-
sar de la trágica y catastrófica he-
rencia que para nosotros significó

la Conquista, bendecida y ejercida
a espada y cruz por la Iglesia católi-
ca; en las tradiciones de la praxis de
la emancipación americana no son
pocos los afluentes que tensan la
repulsión entre lo mítico-religioso
y lo político-emancipatorio. Incluso
en el seno del pensamiento marxis-
ta americano, encontramos algunas
variaciones como las de la genial
obra del peruano José Carlos Ma-
riátegui. Quien no solo comprende
al “factor religioso” como un ele-
mento de la composición material
de la las realidades y de las orga-
nizaciones políticas; tal el caso de
su ensayo (el quinto que compone
sus Siete ensayos de interpretación
de la realidad peruana) sobre “La
religión del Tawantinsuyo”, identi-
ficada desde su inmanencia con el
régimen social y político, el “Estado
inkaico”, como uno de los aspectos
de aquella organización. “El pueblo
inkaico ignoró toda separación entre
la religión y la política, toda dife-
rencia entre Estado e Iglesia. Todas
sus instituciones, como todas sus
creencias, coincidían estrictamente
con su economía de pueblo agrícola
y con su espíritu de pueblo seden-
tario. La teocracia descansaba en
lo ordinario y lo empírico; no en la
virtud taumatúrgica de un profeta ni
de su verbo. La Religión era el Esta-
do”. De modo tal que, “identificada
con el régimen social y político, la
religión inkaica no pudo sobrevivir
al Estado inkaico”. En cambio, para
Mariátegui, la religiosidad “plebe-
ya” del Tawantinsuyo, más próxima
al “animismo” y a un “totemismo”,
“consustancial con el ‘ayllu’ y la
tribu”. Compuesta de “divinidades
menores” (“arraigadas en el sue-
lo y el alma indios”), sería la que
a través de los ritos agrarios, las
prácticas mágicas y “el sentimiento
panteísta”; tuvo condiciones para
permanecer e incluso resistir con
mayor eficacia a la feroz cacería de
los curitas de la Inquisición.
Pero decíamos que además
de la consideración del “factor re-
ligioso” desde el plano analítico,
en tanto, pensador materialista y
cultor de la praxis revolucionaria
(y él mismo, asumido “hombre de
fe”), Mariátegui no solo constataría
que el sentimiento religioso era algo
consustancial al carácter y la vida
material de los pueblos, sino que
tomando a la cuestión religiosa en
su mayor significación, “extensión
y profundidad” (es decir, no reduci-
da a “a una iglesia y un rito”); tam-
bién consideraba que la fe, los mi-
tos y la mística, es decir, el “factor
religioso” en su conjunto; resultaba
crucial a la hora de las revoluciones
y las gestas emancipadoras. Y no
solo eso, sino que además el mismí-
simo socialismo sería portador de
una dimensión espiritual, vinculada
a valores éticos (tendientes a enno-
blecer y dignificar la vida), a pasio-
nes y devociones, y a disposiciones
–como la del sacrificio de la propia
vida- en pos de la lucha revolucio-
naria (la “agonía revolucionaria” se-
gún el decir de don Miguel de Una-
muno), que sería mística y profana
a la vez, religiosa pero desplazada
“del cielo a la tierra”. “Sus motivos
son humanos, son sociales; no son
divinos. Pertenecen a la vida terre-
na y no a la vida celeste”. “¿Aca-
so la emoción revolucionaria no es
una emoción religiosa?”. Para Ma-
riátegui, “cada acto del marxismo
tiene un acento de fe, de voluntad,
de convicción heroica y creadora”,
“la fuerza de los revolucionarios no
está en su ciencia; está en su fe, en
su pasión, en su voluntad. Es una
fuerza religiosa, mística, espiritual.
Es la fuerza del Mito. La emoción
revolucionaria, como escribí en un
artículo sobre Gandhi, es una emo-
ción religiosa…” (“El Hombre y el
Mito”, 19254).
Entonces, posibilidades de
reconsiderar y ponderar al “factor
religioso” en la senda de las expe-
riencias políticas libertadoras y so-
bre todo en las de Nuestra América.
Por el lado del cristianismo, desde
las posiciones del humanismo cris-
tiano del fray Bartolomé de Las
Casas en su querella por la defensa
de la humanidad de nuestros paisa-
nos los indios y su denuncia contra
la inhumanidad de la colonización
(Gutiérrez Merino también consi-
dera al testimonio denuncialista de
Guaman Poma de Ayala como un
antecedente de la Teología de la Li-
beración). Pasando por los sermo-
nes vertebrados sobre la variación
del mito de la guadalupana y del in-
Ensayos
dio Juan Diego, expuestos por fray
Servando Teresa de Mier a fines del
siglo XVIII, y convertidos en los
puentes del proceso de la indepen-
dencia mexicana que continuarían
y atravesarían los curas revolucio-
narios Hidalgo y Morelos, enarbo-
lando como estandarte aglutinador
del bajo pueblo indiano alzado en
armas, a una imagen mestizada de
la virgen de Guadalupe. En otro
registro pero por la misma senda se
podrían contar los proyectos que el
Libertador Simón Bolívar le enco-
mendara al deán cordobés Grego-
rio Funes en pos de constituir una
Iglesia americana independiente
en sus potestades de los designios
de la Santa Sede. Y, por supuesto,
más acá en el tiempo, es imposi-
ble soslayar a la que quizás sea la
más evidente (y más fundamentada)
vertiente de esta tradición emanci-
patoria, aquella constituida por las
variaciones del cristianismo de la
“opción por los pobres”, las Teo-
logías del Pueblo y las Teologías
de la Liberación que eclosionaron
hacia fines de los años ’50 y sobre
todo durante los años ’60 del siglo
pasado; alimentado las más diver-
sas experiencias revolucionarias
del siglo XX nuestroamericano (in-
cluida la nicaragüense que estallaría
en 1979). Löwy utiliza el término
“cristianismo liberacionista” para
dar cuenta de ese amplio movimien-
to social, desbordante de una línea
teológica determinada, de extensión
continental, y ramificado por múl-
tiples corrientes de opinión y pen-
samiento, organizaciones sociales y
políticas.
Vertiente caudalosa cuyas
derivas parecieran haber regado
al impulso (la voluntad de poten-
cia) del nuevo ciclo emancipatorio
iniciado entre las postrimerías del
siglo pasado (con el “Caracazo”
de 1989 y el “levantamiento za-
patista” en 1994) y los albores del
siglo XXI5. Sobre este último ciclo
podríamos mencionar la presencia
de fundamentos y practicantes de
la Teología de la Liberación en los
orígenes del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional; en la forma-
ción y la praxis del líder de la re-
volución ciudadana del Ecuador,
Rafael Correa (asumido discípulo
el ojo mocho 99
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
del sacerdote y teólogo ecuatoria-
no, Leonidas Proaño, obispo de
Riobamba, el “obispo de los Indios
y de los Pobres”); en la praxis del
Movimiento Sin Tierra brasileño (y
en referentes, como J. P. Stédile);
en fautores del Foro Social Mun-
dial como Chico Whitaker (miem-
bro de la “Comisión Justicia y Paz”
de la Conferencia Nacional de los
Obispos Brasileños); así como, en
funcionarios claves de los gobier-
nos del PT y en la propia asesoría
espiritual y política de Lula, como
por ejemplo lo fuera –al menos en
los primeros años de su gestión-, el
teólogo de la liberación y militan-
te de las Comunidades Eclesiales
de Base, Frei Betto, quien en 2001
fuera designado para dirigir una de
las principales políticas sociales del
nuevo gobierno del Brasil, el pro-
grama “Hambre Cero”.
Otra estación relevante de
este derrotero es la presidencia del
Paraguay a cargo del ex obispo y
sociólogo Fernando Lugo. Y para
lo que nos atañe más directamente,
nos detendremos en aquella caracte-
rización de la revolución bolivaria-
na de Venezuela realizada por uno
de sus emergentes y líderes, quien
la definió como: “sobre todo huma-
nista, yo [Hugo Chávez] siempre
digo ‘cristiana’, porque Cristo vino
a enseñarnos esto: la humanidad y
la justicia”.
Y a propósito de su propia fe, en una
entrevista concedida a José Vicente
Rangel, ante la requisitoria, Chávez
manifestaría:
— ¿Tú crees en Dios?
— Sí, profundamente. Soy cris-
tiano, soy católico, creo profun-
damente en Dios y lo retrato en el
Cristo que vino a este mundo, que
se hizo hombre para luchar por sus
semejantes y que murió, que dio la
vida por la lucha, por los despo-
seídos. Soy profundamente católi-
co, y cristiano profundamente (en
José Vicente Rangel, Entrevistas
al comandante Hugo Chávez Frías
-1992-2012-, p. 117).
La revolución bolivariana
como humanista y cristiana. Y su lí-
der emergente como profundamente
católico y cristiano. Caracterización
que nos interpela para reconsiderar
100 el ojo mocho
al “factor religioso” en la aprecia-
ción de dicho proceso en particular,
tanto como, en la formación y pra-
xis de su líder, quien en una conver-
sación con Ignacio Ramonet, tras
narrar su genealogía familiar, sus
ascendencias indias, negras y feme-
ninas (su padre llevaba por primer
apellido el de la abuela: Chávez; y
“yo casi no conocí abuelos varones,
me críe entre madre y abuela. Entre
las fuerzas de la pasión de la mu-
jer a la que yo, desde niño aprendí
a respetar y a querer. Como la mu-
jer carga su cruz. En vez de Cristo,
debería ser Crista más bien. Crista,
porque el machismo es terrible en
este mundo”); para dar cuenta de su
fe cristiana, trazaría y se inscribiría
en la senda de interpretaciones que
postula a Cristo como el “primer re-
volucionario”. Era “un hombre pero
efectivamente rebelde. Un luchador
por los pobres, enfrentó al poder es-
tablecido: el Imperio. Fue un con-
testatario y por eso murió crucifica-
do. Nació en Belén, y se fue por los
senderos de Galilea a pregonar la
justicia social, la igualdad, y a en-
carar al Imperio Romano que ava-
sallaba aquella tierra y a su pueblo
hebreo, lo que le valió morir vejado
y humillado, y crucificado”.
Creencias, convicciones e
interpretaciones que Chávez habría
consolidado y confirmado a través
de una de sus lecturas juveniles, la
de una Enciclopedia (el Diccionario
Enciclopédico Quillet, que hereda-
ría de su padre, lo acompañaría en
sus pasos por la escuela primaria, el
bachillerato, la Academia Militar y
la presidencia de Venezuela; y cu-
yas lecturas, según su propio balan-
ce, ejercieron en su formación y en
su temple “un impacto tremendo”).
Y para nuestro tema, de aquella en-
ciclopedia se destaca una entrada
en la que se explican y anuncian
las condiciones necesarias para la
aparición de profetas, “en tiempo de
gran tirantez interna y externa, a la
vista de la creciente miseria de los
pobres y la máxima concentración
de la riqueza en pocas manos, apa-
recieron los grandes profetas y ex-
hortaron a la reversión de aquellas
condiciones. En el año 765 antes
de Cristo, apareció el más antiguo
y acaso el más grande de aquellos
profetas, Amós, y lanzó en nombre
de Jehová su maldición contra los
ricos…”.
En otros segmentos de la
conversación con Ramonet, Chávez
daría cuenta de la relación de sus
mujeres criadoras (o creadoras) con
la religión y sobre todo de su expe-
riencia –impulsada por su madre
con cierta renuencia de su abue-
la- como monaguillo en la Iglesia
de Sabaneta al cuidado del padre
Velázquez, al que Chávez supo-
nía suramericano –“pudiera haber
sido ecuatoriano”- y sobre cuyas
enseñanzas e influencias, recorda-
ba: “…todos éramos muy pobres,
campesinos. Entonces yo me sentía
identificado con lo que el cura decía
cuando hablaba de la ‘opción prefe-
rente por los pobres’. Y comencé a
identificarme con el ‘Jesús revolu-
cionario’…. El Jesús retador; Jesús
que retó al poder; el Jesús compasi-
vo, quien ‘al ver las multitudes tuvo
compasión de ellas porque estaban
desamparadas y dispersas como
ovejas que no tenían pastor’”.
Al llevar a cabo las genea-
logías de los profetas que compren-
derían al arquetípico Cristo revolu-
cionario, Chávez además citaba el
contenido de una de sus “Líneas”
(las del 1° de junio de 2009). Las
Líneas de Chávez se intitulaban
una serie de escritos (que tomaban
su nombre-metáfora de los lanza-
mientos del béisbol), comenzados a
publicar en enero de 2009 para fi-
jar posiciones y reflexiones ante las
cuestiones más diversas y urgentes
del destino venezolano. Y en las que
ahora detallamos, la realidad políti-
ca se glosaba al compás del derro-
tero de la aparición de los profetas:
Amós, Oseas, Isaías; se invoca-
ban pasajes bíblicos, Amós 2, 5-7;
Isaías, 5, 7; “y luego llegó Jesús
a condenar a los ricos. He aquí el
Sermón de la Montaña: ‘Sed bien-
aventurados vosotros, los pobres,
porque vuestro es el reino de Dios.
Sed bienaventurados vosotros, los
hambrientos, porque seréis hartos.
Sed bienaventurados vosotros, los
que lloráis, porque reiréis… Pero,
por contra, ¡ay de vosotros, los ri-
cos!, porque tenéis lejos vuestro
consuelo. ¡Ay de vosotros, los que

estáis hartos!, porque pasaréis ham-
bre. ¡Ay de vosotros, los que aquí
reís!, porque lloraréis y aullaréis’
(Lucas, 6, 20-25)”. Cristo como
rebelde, “un revolucionario, en fin.
A eso vino al mundo, a luchar con
los pobres y por los pobres. Contra
los que atropellaron a los pueblos a
lo largo de los siglos. Vino a dar la
sangre por los pobres de Judea y por
los pobres de toda la Tierra (p. 92).
Yo aprendí a conocer a Cristo desde
niño. Porque a uno lo va configu-
rando el tiempo…”.
Entre la Enciclopedia y
la Biblia, y sobre las cuerdas del
humanismo, socialista y cristiano;
Chávez hilaba la retórica política y
la ética de la revolución bolivariana.
Para la navidad de 2010, en otra de
sus “Líneas”, ante un contexto es-
pecífico de “Emergencia Nacional”
debido a un temporal con avalan-
chas que arrasaron miles de vivien-
das; compondría para el socialismo
bolivariano su propio “Sermón del
Cerro”, interpolando citas bíblicas y
teológicas con cuestiones de la his-
toria política y el presente venezo-
lano, concluyendo en la conjunción
y conjugación de cristianismo y so-
cialismo: “…¡Bienaven-
turados los Pobladores del Cerro!
¡Bienaventurados los refugiados y
refugiadas! ¡Bienaventurados los
soldados del Pueblo! ¡Bienaventu-
rado el Pueblo todo! Porque de ellos
y ellas será el Reino de la Justicia
Social, del Amor Supremo, de la
Paz Perpetua… Ese Reino, hombre,
mujer, joven, niño que me lees, es el
auténtico Cristianismo… Es el so-
cialismo. Es la vida plena ¡El vivir
viviendo!”.
Algunos meses antes, du-
rante una transmisión del programa
Aló Presidente (Nº 360), en junio de
2010, desde la Planta de la Empre-
sa Nacional de Lácteos Los Andes
(Enlandes) ubicada en Cabudare,
estado Lara, en una largo coloquio
con el padre Alfonso Rojas, que se
concatenaba con la de otros temas
e interlocutores, entre ellos, los tra-
bajadores de la Planta, ante los cua-
les, Chávez declaraba que estaban
allí reunidos, “construyendo la base
material del Socialismo”. “Aquí
estamos nosotros en las instalacio-
nes de una empresa que fue recu-
perada [en 2008 fue nacionalizada
por el Estado venezolano] y ahora
está transitando hacia el Socialis-
mo, la Empresa Nacional Lácteos
‘Los Andes’”…. Y frente al padre
Rojas, Chávez confesaría que “El
Cristianismo y el Socialismo, per-
fectamente, pueden ir tomados de
la mano por los caminos de la his-
toria”. Conjunción para su formula-
ción del “socialismo del Siglo XXI”
(“el Socialismo es tal cual el Cris-
tianismo verdadero, el auténtico”).
Socialismo y cristianismo,
acaso ecos de Mariátegui (de quien
Chávez fuera lector y re-citador)
que emparentaba las “almas agóni-
cas” de Cristo y de Marx, de Rosa
Luxemburgo y de Teresa de Ávila,
así como, emparejaba las pasiones
de la fe cristiana con las de la revo-
lución socialista; “ascendiente reli-
gioso del marxismo… cada acto del
marxismo tiene un acento de fe, de
voluntad, de convicción heroica y
creadora”. “El comunismo –arries-
gaba el peruano- es esencialmente
religioso”. Cristo como el primer
revolucionario de la historia y el
cristianismo primitivo como antici-
pación del socialismo por-venir, in-
terpretación que puede rastrarse en
algunas sendas marginales del mar-
xismo pero que se vuelven médula
de las Teologías de la Liberación. Y
como señala Löwy, “probablemen-
te no sea una coincidencia que el
fundador de la teología de la libera-
ción, el sacerdote peruano Gustavo
Gutiérrez”, pusiera su atención en la
obra del amauta peruano, José Car-
los Mariátegui. Sea para dedicarle
un seminario en la Universidad de
Lima. Sea para tomar algunas refe-
rencias de sus ideas sobre el asunto
en pasajes de su fundacional, Teo-
logía de la liberación–perspectivas
(1971). Para ofrendarle trabajos
como “Pensar y hacer la historia. La
aventura de Mariátegui” (publicado
en la compilación, La Aventura de
Mariátegui. Nuevas perspectivas,
1995). O para rendirle homenaje
en una clase magistral brindada en
homenaje por el 120 aniversario del
ensayista limeño, en la que Gutié-
rrez Merino desatacó la valoración
cultural de la religión en la obra del
marxista Mariátegui.
Ensayos
Reflexionando sobre su
formación como monaguillo, orien-
tado hacia 1963 por el padre Ve-
lázquez en la Iglesia de Sabaneta,
Chávez subrayaría como principal
enseñanza, “estar del lado del que
caía en desgracia, del lado de quien
estaba en una situación de dolor; en
suma, del lado de los pobres. Creo
que fue la principal experiencia con
aquel cura y con el discurso social
de la Iglesia, creo que influyó en mi
formación sobre todo para ir asu-
miéndose una línea, una corriente
cristiana progresista, humanista,
socialista, revolucionaria, que lue-
go fui elaborado con más profundi-
dad”.
Y luego rememoraría,
“muchos años después, enlacé esas
conversaciones del padre Velázquez
con las tesis de Juan XXII, aquel
papa progresista del Concilio Vati-
cano II (1962-1965) y también de la
Asamblea extraordinaria del la Con-
ferencia Episcopal Latinoamericana
(CELAM) de Mar del Plata (1979),
y con la Doctrina Social de la Igle-
sia, una Iglesia progresista que iba
a recorrer los mundos”. Y también
deducía que su orientador –“un cura
progresista…joven, humanitario…,
que hablaba de la ‘opción preferen-
te de la Iglesia por los pobres’- pu-
diera ser parte de la “Teología de la
Liberación”.
Y sobre la conjunción de
socialismo y cristianismo, la re-
volución bolivariana y la Teología
de la Liberación; Chávez, ante la
fuerte oposición de los obispos de
la Conferencia Episcopal de Vene-
zuela (CEV), sobre todo al proyecto
de reforma constitucional que im-
pulsaba el chavismo hacia 2007, til-
dándolo de antidemocrático y orien-
tado hacia “un sistema basado en
la teoría y la praxis del marxismo-
leninismo”; en otra emisión de Aló
presidente (julio de 2007), ponderó
que la Teología de Liberación es
el camino del “Cristo liberador”, y
dijo, “llamo a los verdaderos cris-
tianos, a todos los verdaderos ca-
tólicos. La Iglesia Católica no son
los obispos, somos todos los que
creemos de verdad en Cristo, es la
Iglesia de Cristo, es la Iglesia libe-
el ojo mocho 101
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
radora. Allá ellos, nosotros estamos
por el camino de la teología de la
liberación, que es el camino de la
revolución con Cristo… llamo a to-
mar el camino de la teología de la
liberación y [a que] nos apartemos
del camino de estos obispos que an-
dan ya perdidos, que se perdieron,
se perdió esa cosecha, esos obispos
que defienden a las clases pode-
rosas, esos que forman parte de la
misma corriente de la extrema de-
recha que defendió la dictadura de
[Augusto] Pinochet, por ejemplo, o
en Argentina, de no sé cuántos tira-
nos que mataron gente, que tortura-
ron y ellos decían ‘amen’”6.
Cristianismo y socialismo,
conjunción que en la revolución bo-
livariana y en la praxis de Chávez
(quien asumido “como cristiano
radical, [decía] entiendo y asumo
el santo Evangelio como salvación
y liberación definitiva de todos los
hombres y mujeres de buena volun-
tad”), acaso pudieran tener alguna
mínima referencia en las lecturas
de Mariátegui (para quien “el co-
munismo es esencialmente religio-
so”), o quizás hallarlas luego en
una suerte de “afinidad electiva”.
La misma que encontraría con la
Teología de la Liberación, aunque
creemos que no pareciera provenir
exclusiva ni doctrinariamente desde
dicha corriente7, incluso a pesar de
la exhortación para que los cristia-
nos venezolanos se encausen en sus
filas. Los eslabones de ese rosario
humanista-socialcristiano antes que
a priori doctrinarios, parecieran ser
el fruto de ese tránsito de “elabora-
ción en profundidad” con el que el
orfebre Chávez acomodaba las pie-
zas que, en su marcha, fundamentan
a la revolución bolivariana.
Así, sería el propio Chávez,
en aquella emisión de Aló Presiden-
te en diálogo con el padre Adolfo
Rojas, quien abriría otra veta para
intentar comprender la conjunción
(y conjugación) chavista y boliva-
riana entre socialismo y cristianis-
mo. La misma se le habría revelado
en otra de sus lecturas formadoras
como pupilo castrense, nos referi-
mos a las del singular jesuita y pa-
leontólogo, Pierre Teilhard de Char-
din, hombre de la fe y de la ciencia
102 el ojo mocho
(como Chávez que, junto a Cristo y
Chardin, la Biblia y la Enciclope-
dia, tenía por referencia al científi-
co socialista argentino Varsvasky),
descubridor del potencial espiritual
de la materia8 (así se titularía uno
de sus ensayos, El potencial espi-
ritual de la materia) en el camino
hacia el cenit de la evolución huma-
na, el “Punto Omega”, al que define
como “una colectividad armonizada
de conciencias, que equivale a una
especie de superconciencia”.
“Panteísta sutil a la manera
de Bergson”, sería una de los juicios
condenatorios de su heterodoxo
cristianismo por parte de uno de
sus tantos refutadores, el argentino
padre Castellani (a la sazón, intere-
sado por un tema caro a la realidad
venezolana, la cuestión del petró-
leo). Frei Betto le dedicó un ensayo
al teólogo-paleontólogo (Sinfonía
universal. La cosmovisión de Teil-
hard de Chardin, 1963), “quedé
fascinado con la visión holística
de Theilard, con su idea de que el
universo es el vientre de Dios. Así
como nosotros hemos venido del
vientre de nuestras madres, un día
ese vientre de Dios va a llevarnos
al paraíso, a lo trascendente, al mis-
terio. Y todo eso pensado con una
articulación muy bien hecha entre
los tres niveles de la naturaleza:
mineral, vegetal, animal”. Mientras
que el cardenal Ratzinger, otro-
ra severo con las Teologías (y los
teólogos) de la Liberación, sobre el
jesuita francés, en una caracteriza-
ción similar a la de Castellani pero
con un juicio contrario, consideraría
con entusiasmo al autor de La vida
cósmica, y a su teoría del “Punto
Omega” la comprendería como una
“gran visión”, “que culmina en una
verdadera liturgia cósmica, en la
cual el cosmos se convertirá en una
hostia viviente”. Al tiempo que en
sus Principios de Teología Católi-
ca, Ratzinger sostendría que Gau-
dium et Spes (1965), es decir, uno
de los puntales documentales del
Concilio Vaticano II (consultado y
citado por Chávez9), estaría influen-
ciado por la teología de Teilhard
de Chardin, esa misma que atrapó
la atención lectora del joven cade-
te y alguna vez monaguillo, que se
convertiría en líder de la revolución
bolivariana.
“-Presidente Chávez: …Pero, yo
siempre digo que el Socialismo es
tal cual el Cristianismo verdadero,
el auténtico. Teilhard de Chardin, el
padre Teilhard y sus estudios teoló-
gicos, yo lo leí de muy joven. Yo
me conseguí un librito que me rega-
laron cuando era cadete de primer
año, Evolución Marxismo y Cristia-
nismo, Teilhard de Chardin…
-Padre Adolfo Rojas: Eso es correc-
to.
-Presidente Chávez: Entonces, él
dice al final, él concluyó, después
de sus estudios teológicos —era
un sabio Teilhard de Chardin, sin
duda—, que: ‘El Cristianismo y el
Socialismo, perfectamente, pueden
ir tomados de la mano por los ca-
minos de la historia”; una frase que
a mí se me grabó para siempre…’
(Aló Presidente, Nº 360, junio de
2010)”.
En el fenómeno político
venezolano de la revolución boliva-
riana –del que Chávez forma parte
y es emergente-, el “factor religio-
so” además de las referencias bio-
bibliográficas traídas por Chávez, y
más allá de su individualidad (“un
militar moreno del pueblo de Saba-
neta de Barinas”; zambo, mezcla de
indios y negros, criado por su ma-
dre y su abuela, y monaguillo cris-
tiano); pareciera fermentarse desde
un zumo que se nutriría (y a su vez
nutriría al fenómeno político) de y
con otros heteróclitos afluentes de
religiosidades, mitologías y creen-
cias de la fe popular:
María Lionza, deidad mís-
tica femenina (autóctona del folklo-
re religioso venezolano), diosa de la
fertilidad, cuyas representaciones
esculturales la muestran con los
pechos al desnudo, montada en un
tapir gigante y sosteniendo con los
brazos extendidos hacia el cielo la
osamenta de una pelvis de mujer.
Su culto pagano es una mezcla de
elementos africanos e indígenas
sincretizados con el cristianismo;
y es el centro del “Espiritismo Ma-
rialioncero” (del que según algu-
nos estudios antropológicos, parti-
cipa una importante cantidad de la
población venezolana). Y aunque

pagana, su devoción no deja de in-
tersecarse con las singularidades
de la “fe mariana” de Venezuela,
expresadas a través de diversas ma-
neras del catolicismo popular. El
culto a luchadores políticos deve-
nidos en héroes míticos del panteón
nacional-popular, como el indio
Guacaipuro y el negro Felipe, cau-
dillos de la guerra de independencia
como el propio Simón Bolívar o el
Negro Primero (Pedro Camejo), o
de la Guerra Federal (1858-1863)
como Maisanta, que además en las
derivas de sus narraciones aparece
arropado y aureoleado con símbo-
los como el escapulario de la Vir-
gen del Carmen (la que a la vez, en
1817, habría sido declarada por el
Libertador San Martín, “Patrona del
Ejército de los Andes”). Retóricas
políticas vertebradas por citas y pa-
rábolas bíblicas (como el ya referi-
do “Sermón del Cerro” escrito por
Chávez para la navidad de 2010).
Prácticas de variantes de la santería
afroamericana. Interpretaciones de
Cristo como el primer mártir revo-
lucionario y parangones de Cristo
con Bolívar y el Che, acaso influen-
ciadas por variantes de la Teología
de la Liberación o de los “cristia-
nismos liberacionistas” latinoame-
ricanos. Prácticas del espiritismo
(devotas de la “santísima trinidad
venezolana”: María Lionza, Gua-
caipuro y el negro Felipe). Tras la
muerte del Comandante-Presidente,
la composición y el rezo de la ple-
garia: “Oración del delegado” (el
“Chávez nuestro”). Los santuarios
al pie del “Cuartel de la Montaña”
(4F) en el populoso barrio 23 de
Enero de Caracas. La reactivación
de mitologías amerindias… Desde
ese barro de la sensibilidad espiri-
tual venezolana, pareciera perfilarse
cierto “fundamento de lo político en
lo más específicamente religioso”.
iii
Fundamento que acaso
pudiera estar concatenado a cier-
ta reactivación de “la mitología
indoamericana” en tanto sostén de
los procesos políticos que marcaron
el inicio del ciclo emancipatorio de
Nuestra América abierto por el Ca-
racazo de 1989 (y del proceso vene-
zolano en particular).
Y al referirnos a las mito-
logías como fundamentos, nos vale-
mos de agudas intuiciones de León
Rozitchner, quien ensanchando y
reorientando (hacia un rumbo de
materialidad radical) cierta huella
entreabierta por Levy Strauss, pos-
tulaba que las mitologías, deberían
comprenderse como las premisas
organizadoras de lo más profundo
de las subjetividades y de los cuer-
pos; en tanto, desde ellas se cons-
tituiría el “núcleo de verdad” de
nuestro sentido histórico, “núcleo
en el sentido de que cada persona es
un lugar histórico individual donde
lo social se elabora, lo quiera o no,
y se pone a prueba desde su propio
origen”. Se trata de lo que estaría
“en nuestro comienzo: formas origi-
narias desde las cuales la cultura se
cuece en cada uno. Y si es núcleo,
es porque cada uno es un cuerpo
irreductible donde el mundo se des-
pliega, se reorganiza y se verifica en
su materialidad transitoria”. Cuenco
de la experiencia de una memoria
arcaica, primigenia y afectiva de
lo “femenino-materno” (“materia-
lismo ensoñado” será la última for-
mulación de esta noción axial de la
antropología filosófica de León Ro-
zitchner). El fundamento productor
de lo mítico sería una experiencia
devenida el lugar originario del sen-
tido humano, “la base de todo”. Por
eso sería el nido anhelado de todas
las “tecnologías del yo”, así como,
el cuenco para fecundar, sostener y
prolongar cualquier proyecto políti-
co emancipador.
Sostiene Rozitchner, “creo
que toda cultura se origina y supo-
ne permanentemente una mitología,
cuyas determinaciones fundantes
excluimos de nosotros como si no lo
fueran, porque es vivida como abso-
luta y verdadera, y funda la concien-
cia con la cual deberíamos pensar-
la”. Para la antropología filosófica
de Rozitchner, estas “narraciones
mitológicas” son los presupuestos
inconscientes y antepredicativos
del pensamiento racional, científico
y político, así como, de todo proce-
so histórico que se funda y origina
“allí desde donde la mitología nos
organiza: el lugar humano en el
cual aparecen los primeros mate-
riales con los cuales la narración
Ensayos
mitológica no sólo se enuncia como
narración, sino como ordenadora
de todas nuestras relaciones con el
mundo. Es el equivalente de aquello
que Lévi-Strauss denomina ‘opera-
dor totémico’”.
El mito o las premisas
mitológicas expresarían el lugar-
tiempo originario donde una cul-
tura se genera, dando cuenta del
“génesis del entramado humano”,
desde donde los primeros sentidos y
significaciones se organizan y pro-
yectan en todas las relaciones de los
sujetos con el mundo: “el sentido
de la vida, las relaciones entre los
cuerpos en su intercambio afectivo,
sexual, económico, político, etc”; la
“jerarquía y los valores de cada cosa
que a partir de allí se abre hacia el
mundo”. Organiza lo que también
se ha dado en llamar la “imagen del
mundo”. Mitologías, entonces, pero
desde su arraigo histórico-político,
como posibilidad de una nueva po-
tencia realizadora o como reifica-
ción de la impotencia, según sea el
carácter de sus presupuestos. “Esta-
mos hablando siempre de política”,
dice Rozitchner, porque estamos
preguntándonos por las premisas
que la hacen posible. Preguntamos,
¿de dónde surge todo esto?, ¿desde
qué materialidad se sostiene?
Glosaremos en extenso las
consideraciones de León Rozitch-
ner sobre las condiciones de posibi-
lidad para la activación de una vo-
luntad política liberadora, desde su
hermenéutica de algunas mitologías
indoamericanas. “…Otra cosa fue
la que observé mientras viví diez
años en Venezuela, exiliado. Entre
los venezolanos, por ejemplo, hay
comunidades de negros e indíge-
nas, con culturas muy fuertes aun
en su pobreza. Hay pueblos donde
casi todos sus habitantes son de raza
negra, que conservan viva su propia
cultura y sus cultos. Venezuela era
un país cuyas clases populares mes-
tizas, negras o indígenas estaban
despolitizadas, al parecer rendidas
en las grandes ciudades a los valo-
res cristianos y capitalistas del con-
sumo, las costumbres y las modas
que les llegaban de EEUU, aunque
ese acceso les fuera minúsculo”.
Despolitización (aparente) obser-
el ojo mocho 103
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
vada por el filósofo exiliado de la
dictadura genocida argentina, entre
1976 y 1985, es decir, durante los
gobiernos de Carlos Andrés Pérez
de la Acción Democrática y Herrera
Campíns del socialcristiano Comité
de Organización Política Electoral
Independiente (COPEI); ejes del
bipartidismo estabilizado, heredero
del Pacto de Punto de Punto Fijo
(1958) que barnizó de cierto “pres-
tigio” a las tablas de la democracia
venezolana, que estallarían tras el
“Caracazo”.
Recuperamos el hilo de
la intuición de Rozitchner, tejida a
modo de imágenes e intuiciones fi-
losóficas sobre las condiciones de
posibilidad para la emergencia del
más reciente ciclo emancipatorio
de Nuestra América; y devenida en
una afiladísima genealogía poético-
política del proceso que comprende
desde el Caracazo a la irrupción de
Chávez como líder de la revolución
bolivariana. “…Caracas está en un
pequeño valle contorneado en bue-
na parte por los ranchos de ladrillos
que la encierran y se elevan trepan-
do sobre sus laderas. De noche es
como si a Caracas un enjambre de
bichitos de luz la coronaran: son las
lamparitas de los ranchos que titi-
lan. Eso era para mí, que no temía
que bajaran a reivindicar lo suyo
como lo hicieron luego con el Ca-
racazo. Pero había una música, una
poética popular muy creativa, poco
conceptualizada y sabia. Había un
movimiento popular, somnoliento,
casi invisible como fundamento de
una profunda modificación política
posible cuya cabeza visible es ahora
Chávez, aun en lo que éste tiene de
contradictorio, y eso era para mí im-
pensable durante mis diez años de
residencia en Venezuela, del ’76 al
’85, donde parecía que políticamen-
te no pasaba nada. Chávez es mes-
tizo pero nuestros líderes políticos
son diferentes, no vienen desde ese
abajo, aunque algunos vengan de
las clases bajas.…”. Emergencia de
lo impensable desde los subsuelos
mito-poéticos del pueblo venezola-
no.
Fundamentos de las mito-
logías-amerindias como condicio-
nes de posibilidad de “una profunda
104 el ojo mocho
modificación política posible”. Con-
tinua Rozitchner, “algo permanece
vivo en esas culturas diferentes a la
nuestra: los mitos, las diosas, la mú-
sica, la vitalidad de los cuerpos y su
relación con la tierra y la naturaleza
no son sólo recuerdos de un pasado
ajeno. Por eso creo que allí, como
pasa ahora en Bolivia, en Ecuador,
en Nicaragua y aun hasta en Hondu-
ras, puede revertirse la sumisión po-
lítica porque sus propias mitologías
aborígenes siguen presentes, aun-
que clandestinas. Chávez, mestizo
cultivado en la Universidad estatal,
viene de eso”. Reactivación enton-
ces de mitologías que sostuvieron
una resistencia, la “de los aboríge-
nes latinoamericanos” que “dura
desde hace cinco siglos”. Intuición
que exige la consideración de la
larga duración de los tiempos histó-
rico-culturales y sobre todo la per-
manencia en ellos de los substratos
mítico-religiosos, que circularían en
tempo más lento, de modo no lineal
y en niveles “más subterráneos” que
los de la estratificación social.
Decíamos que el último
Rozitchner reparaba en las mito-
logía amerindias, inspirado por la
lectura del último Lévi Straus, el de
Historia de Lince, “leyendo uno de
los últimos libros de Lévi Strauss,
de 1992 creo, donde reflexionaba
sobre qué es lo que la cultura occi-
dental hizo de los aborígenes, decía
que se los había expropiado no sólo
de sus riquezas y de su trabajo. El
objetivo era aniquilar sus culturas y
sus mitologías originarias, suplanta-
das por una cultura que los conquis-
tadores, por el terror, les metieron
adentro para vencerlos también en
lo más hondo de su imaginario…”.
Los festejos de los 500 años del
descubrimiento de América, escri-
be Lévi-Strauss en el ‘92, encubren
el genocidio de los pueblos de las
culturas americanas... Y, prosigue
Rozitchner, el antropólogo francés,
“demuestra, recurriendo a los mi-
tos de origen, que la mitología in-
doamericana es mucho más humana
y fraterna que la indoeuropea que
generó el amor cristiano. Nuestros
estructuralistas no sacan de ese li-
bro ninguna consecuencia que sirva
para comprender mejor lo nuestro”.
Decíamos que en la obra
de Rozitchner, la atención sobre el
pensamiento arcaico americano ex-
presado en el imaginario colectivo
de los mitos populares, apenas se
insinúa, pero el método de su her-
menéutica resulta de la derivación
y prolongación de la singular in-
terpretación ya ejercitada sobre los
mitos, textos sagrados y religiosos
que atraviesan sus ensayos sobre
el judaísmo y sobre el cristianis-
mo. Particular hermenéutica tallada
entre la crítica freudo-marxiana –
desprovista del apriorismo antirre-
ligioso- y las propias lenguas y po-
sibilidades del mito –desprovistas
de todo trascendentalismo-, sobre
todo en lo que éstas suponen en la
conformación de nuestro imagina-
rio más hondo y, desde allí, en la
producción material-sensible de lo
humano.
Acaso se trate de una “teo-
logía a contrapelo” (tal el parecer de
Guillermo David quien además, a
propósito de la hermenéutica de las
mitologías amerindias, traza la serie
Astrada-Kusch-Rozitchner, “último
exponente” de la filosofía que se
quiere crítica, soberana y argentina,
que apela al mito para desandar las
articulaciones subjetivas de la do-
minación y traslucir si hálito libera-
dor”). Una “teología a contrapelo”,
arraigada en las etnicidades y mi-
tologías vinculadas a lo terrenal, lo
corporal y lo “femenino-materno”
(o al “materialismo ensoñado”); y
críticas de las mitologías patriarca-
les y espiritualistas.
Acaso pudiera compren-
derse como una fenomenología
antropológico-filosófica de los fun-
damentos mitológicos (el Edipo
Cristiano diferente del Edipo mi-
tológico griego, diferente al judío,
diferente de la mitología indoameri-
cana de de la Pachamama o al mito
de los gemelos…), de lo político.
Una fenomenología antropológico-
filosófica (entre Merlau Ponty y
Levi Strauss) de las subjetividades
políticas, de la construcción de la
subjetividad política a partir de la
persistencia de lo mítico-religioso.
Porque no se trata de una mera re-
construcción de los mitos origina-
rios, sino de una interrogación acer-

ca del papel activo que las fuerzas
mítico-religiosas de los orígenes
culturales –en conjunción con sus
factores materiales- desenvuelven
en el presente y el porvenir.
Acerca de esas mitolo-
gías indoamericanas como premi-
sas alternativas generadoras para
la revitalización de de los cuerpos
(políticos), Rozitchner se extiende
en su intuición. “Entramos en ge-
neralizaciones, quizás arriesgadas.
No se puede comparar a la Argen-
tina con Venezuela, Bolivia o Perú
donde, como ya dijimos, hay grupos
originarios, aborígenes, muy fuer-
tes, con una gran cultura popular
de muchos siglos, no para turistas.
Allí, los inmigrantes formaban par-
te de la clase alta blanca recién lle-
gada: los godos. Obviamente había
mezcla porque los blancos hacían
el amor con las mujeres negras y
salieron unas mulatas que son una
maravilla, ojos verdes esmeralda
o azules en cuerpos oscuros donde
relucen como estrellitas de colores.
Los cuerpos cuando se funden son
más coherentes y se tienen más res-
peto: tienen inteligencia corporal
para crear juntos seres nuevos”. Y
luego, sobre la particularidad vene-
zolana, rememorando su paso por
la Universidad, la trama urbana de
Caracas y la pedagogía de sus esta-
tuas, Rozitchner se detendrá en la
consideración de una de las prin-
cipales deidades de su mitología
y su religiosidad popular. “Lo que
recuerdo siempre es que frente a la
Universidad Central de Venezuela,
en medio de la autopista que pasa
por allí, está la estatua de la diosa
Lionza. Es una diosa mujer, con
unas tetas rebosantes y un culo so-
berbio que se expande con su lle-
no hendido por las ancas del jabalí
sobre el cual va montada, libre y
dominante. Es una maravilla como
idea visible de la naturaleza en la
que se prolonga la naturaleza huma-
na como hembra jocunda. Las cul-
turas que no son monoteístas tienen
un imaginario diferente al nuestro.
Quiero decir: no tienen de modelo a
la Virgen María. Esas figuras funda-
mentales no tienen nada que ver con
las nuestras: tienen otra relación
con la naturaleza y con lo materno-
femenino. Eso está presente todavía
en Venezuela. Y lo está en Bolivia,
en Ecuador, y también aunque está
más retorcido, en Colombia… Para
no referirnos a México…”.
La diosa india María Lion-
za, venerada por el pueblo vene-
zolano -y reconocida por su líder
Hugo Chávez-, sería parte de un
sedimento mítico-religioso que al
parecer de Rozitchner, guardaría “el
secreto y la clave” para la activa-
ción de potencias políticas y pode-
res colectivos emancipatorios. “En
lo indio y en lo negro dentro de sus
diferencias hay una cultura distinta,
de resistencia secular, que perma-
nece y aguanta con el empuje de la
vida misma, como algo que en al-
gún momento tiende a surgir por sus
fueros a través de vencer el oprobio
y el terror que vivieron por sus con-
quistadores cristianos españoles. En
tanto secularmente dominados aún
sufren en su propio ser la afrenta,
que aflora y se hace visible en las
marcas de sus cuerpos y sus caras.
Conservan con sus creencias reli-
giosas una verdad pujante desde la
cual enfrentan a la mitología cristia-
na. Y la Iglesia lo sabe, y les teme:
los cristianos saben que los aboríge-
nes tienen el secreto y el origen te-
rrenal de lo que la Iglesia oculta…”.
***
Interrumpimos aquí estos apuntes,
angustiados porque el hueso de la
revolución bolivariana, asediado
por el desabastecimiento de alimen-
tos y medicamentos, la inflación, la
corrupción y sobre todo por la pre-
sión del poder del sistema mundo
que pretende asegurarse no solo la
quinta parte de reservas de petróleo
mundial, sino ponerle fin, al decir
de García Linera, “a donde todo
comenzó”. “Venezuela encendió la
llama del siglo XXI. Tenemos una
Venezuela heroica que comenzó
este movimiento de transformación
en este siglo. Nos jugamos la vida
y el destino de los procesos latinoa-
mericanos aquí en Venezuela, como
hace 200 años”. El hueso de la revo-
lución bolivariana, decíamos, pende
de su espíritu.
Ensayos
1.El siguiente escrito es un adelanto de un
proyecto de investigación inscripto en el de-
partamento de Estudios Políticos del Centro
Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
2. Georges Balandier, Antropología Política,
Ediciones del Sol, revisión, prólogo y notas de
Eduardo Grünner, Buenos Aires, 2004.
3. Ernesto Laclau (Misticismo, retórica y
política, FCE, Buenos Aires, 2002) también
ha señalado la “equivalencia” (retórica de
las “lógicas”) de las experiencias místicas y
las político-ideológicas. Sin embrago, desde
una perspectiva antropológica o desde una
ontología política, pareciera aludirse a una
cuestión existencial –quizás también podría-
mos decir material o vivencial-, antes que a
cuestiones formales o de lógicas discursivas.
4. El ya referido Saúl Taborda, contemporá-
neo al peruano (ambos vinculados en proyec-
tos de las vanguardias de los años ’20, como
por ejemplo lo fueran las revistas Amauta y
Clarín, además de ser apasionados lectores de
Unamuno), desde su “pensamiento facúndi-
co”, a la hora de sopesar el legado del marxis-
mo, establecería juicios por completo afines a
los de Mariátegui. Sin considerarse marxista,
desde su peculiarísima elucidación, la Cosa
del marxismo radicaba en “la renovación de
la fe que preside, en la realidad contemporá-
nea, una de las más grandes transformaciones
sociales de la historia. La fe en la justicia so-
cial, la fe animadora de la doctrina [que] sólo
puede hallar satisfacción plena y cumplida en
expresiones que entrañen una reafirmación
del destino del hombre, concreto, de carne y
hueso, del hombre total hecho de pistis y gno-
sis...”. “El socialismo es una fe. Fe operante
y creadora”, llegó a aseverar Taborda. Carlos
Astrada otro pensador que en alguna estación
de su trayectoria será bañado por las aguas del
marxismo, también entreverá la potencia polí-
tico revolucionaria capaz de emanar desde el
corazón de ciertos mitos.
5. Y que podría sumar un último y comple-
jísimo eslabón para el análisis a partir de la
unción (y los posteriores posicionamientos
teológico-políticos) del primer papa latinoa-
mericano, Francisco I.
6. http://www.pagina12.com.ar/diario/ulti-
mas/subnotas/20-28324-2007-07-22.html
7- Acaso una de las tareas de esta investiga-
ción debería abocarse a seguir la deriva de las
teologías de la liberación en Venezuela.
8. En el materialismo del socialista Mariáte-
gui podemos encontrar nociones semejantes,
“el materialismo socialista encierra todas las
posibilidades de ascensión espiritual, ética y
filosófica. Y nunca nos sentimos más rabiosa,
eficaz y religiosamente idealistas que al sentar
bien la idea y los pies en la mate-
ria” (“Aniversario y balance”, revista Amauta,
1928).
9. Por ejemplo, en su “Sermón del Cerro”,
25/ 12/ 2010, cita pasajes del Gaudium et
Spes (1965), a través de referencias de un do-
cumento del papa Juan Pablo II, “¿Qué has
hecho tú de tu hermano sin techo? La iglesia
ante la carencia de viviendas”, que escribiera
a propósito del Año Internacional de los Sin
Techo (1987).
el ojo mocho 105
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
PENSADORES DE AMÉRICA LATINA: PREGUNTAS QUE NO SE EXTINGUEN
La Universidad Nacional
de General Sarmiento (UNGS)
lanzó los primeros cuatro volúme-
nes de la colección “Pensadores de
América Latina” dirigida por Nuria
Yabkowski y Juan Fal. Los libros
constan de entre 25 y 30 páginas
cada uno y están dedicados a las
vidas y obras de José María Ari-
có (Martín Cortés), Agustín Cue-
va (Andrés Tzeiman), José Carlos
Mariátegui (María Pía López) y
René Zavaleta Mercado (Diego
Giller). Los autores responsables
de realizar estos recorridos son
investigadores especialistas en los
pensadores que han tenido la vir-
tud de plantear un recorrido por
los textos que es una invitación
a una actualización crítica de las
preguntas que hoy se le podrían
realizar a Aricó, Cueva, Mariáte-
gui y Zavaleta. De esta manera, se
refuerza la intención de la UNGS
de lanzar una colección desde, en
y para la región.
“Hay más de uno, debe haber más
de un Marx” (Derrida, 1995)
Lecturas de lecturas, de
eso se trata siempre. La colec-
ción presenta al Aricó de Cortés,
al Cueva de Tzeiman, al Mariá-
tegui de López y al Zavaleta de
Giller. Los autores lo saben y en
ningún momento pretenden ocultar
que allí está operando una lectura
subjetiva. Tzeiman, al recorrer la
obra de Cueva comienza citando
a Louis Althusser y señala: “rea-
lizaré una lectura culpable”. Para
luego, directamente, denominar
al pensador ecuatoriano como
“Nuestro Cueva”. Estos escritores
no se esconden porque si lo hicie-
ran, no serían consecuentes con el
pensamiento que intentan expo-
ner, un pensamiento que a todas
luces señala su carácter singular.
En otras palabras, la colección es
un fiel reflejo de que entre texto y
lector siempre hay una coyuntura
106 el ojo mocho
que reclama respuestas y que, por
lo tanto, no hay lecturas inocentes.
A través de los libros se
puede observar que Aricó, Cueva,
Mariátegui y Zavaleta tienen, al
menos, dos denominadores en co-
mún: América Latina y Karl Marx.
Más precisamente lo que se pone
en juego es lo que Cortés, leyen-
do a Aricó, señala como el “des-
encuentro entre Marx y América
Latina”. El continente ha hecho
estallar la obra marxiana pero don-
de algunos prefirieron emigrar de
campo intelectual, desechando al
marxismo como “europeizante”,
estos cuatro autores encontraron el
modo más productivo de hacerse
cargo del legado de Marx: leer su
obra a la luz de su propia coyuntu-
ra latinoamericana, admitiendo las
contradicciones como constituti-
vas.
De esta forma, el “abi-
garramiento” que Giller retoma
de sus estudios realizados sobre
Zavaleta, se presenta, sólo en pri-
mera instancia, como un obstáculo
epistemológico. Luego es un com-
ponente que enriquece al marxis-
mo latinoamericano en tanto y en
cuanto permite una intervención
práctica.
“Pensadores de América
Latina” es una colección que no
olvida que la dialéctica materia-
lista es filosofía de la praxis. Lo
cual no implica falsear la obra de
Marx sino hacerle las preguntas
que aún no se le han hecho, que
son, precisamente, las que el “aquí
y ahora” exige. Eso es justamente
lo que López señala de Mariátegui
cuando apunta que es un escritor
“vitalista”, es decir, un sujeto cuya
obra es ya una intervención prácti-
ca con el fin de producir un cam-
bio en su presente.
Ramiro Parodi
José Aricó y los tiempos latinoa-
mericanos (Autor: Martín Cor-
tés)
Cortés presenta a Aricó a
través de una serie de datos y anéc-
dotas biográficas que no están a
título ilustrativo. Se puede pensar
que la intención de Cortés es po-
ner de manifiesto el estrecho lazo
entre vida (su paso por el servicio
militar, su militancia en el Partido
Comunista Argentino, su exilio, su
rol como editor) y obra del pensa-
dor cordobés. De esta forma lo que
se pone en juego es una lectura ma-
terialista de la obra de Aricó que
intenta desplegar la determinación
recíproca entre pensamiento y bio-
grafía a través de cuatro claves: el
diálogo, el rodeo, las temporalida-
des y el desencuentro.
Cortés trae los colosales
esfuerzos de Aricó por pensar a
Marx por fuera del Manifiesto Co-
munista con el fin de dar una res-
puesta a la crisis que el marxismo
atravesaba entre los años 60´y 70´.
Los escritos, ediciones, relecturas,
diálogos y articulaciones interdis-
ciplinarias realizadas por el funda-
dor de Pasado y Presente apuntan
en esa dirección. En este sentido,
el recorrido planteado por Cortés
ubica a un Aricó que es fiel a Marx
en la medida en la que acepta lec-
turas críticas y heterogéneas de su
obra.
En “José Aricó y los tiem-
pos latinoamericanos” se puede
encontrar un recorrido por la for-
ma en la que Aricó vuelve sobre
“el problema ruso” planteado por
Marx (pasando por la correspon-
dencia entre Marx y Vera Zasu-
lich). Dicho fragmento es una
perla historiográfica que sacude
nuestro presente con una serie de
preguntas: ¿Es el Capital una Ver-
dad? ¿Existen distintas interpreta-
ciones? ¿Cómo debemos leerlo?
A pocos meses de cumplirse 150

años de su publicación la pregunta
por su vigencia no es menor y el
Aricó que presenta Cortés permite
esbozar una respuesta: El Capital
no es un manual deductivo, permi-
te múltiples sentidos que deben es-
tar anclados en la coyuntura desde
la que se lo lee.
Estos rodeos que presenta
la vida y obra de Aricó, son enten-
didos desde la lectura de Cortés,
como un modo de dar respuesta a
su propio presente. Así, el análisis
que propone Cortés de la obra de
Aricó a través de las “temporali-
dades superpuestas” pone de mani-
fiesto el potencial de una obra que
asume “la vocación por estar fuera
de tiempo, por romper la lineali-
dad aplastante del tiempo homogé-
neo”. El libro permite pensar que
es precisamente en las fisuras que
acontecen donde la política tiene
lugar.
El pensamiento político de Agus-
tín Cueva: tensiones productivas
en torno del marxismo y Améri-
ca Latina (Autor: Andrés Tzei-
man)
Tzeiman recupera los es-
critos de Cueva sobre el arte y las
vanguardias como una puerta para
comenzar a tratar sus obras polí-
ticas. Este movimiento es posible
ya que es el propio Cueva el que
plantea la relación carnal entre arte
y política. Tzeiman señala que el
texto “Entre la ira y la esperanza”
está atravesado por el problema
de la “alienación cultural” y las
“clases sociales”, he ahí el compo-
nente ineludiblemente político del
arte.
El modo en el que Tzei-
man lee la obra de Cueva trae
preguntas altamente provocadoras
y necesarias para el presente ac-
tual. Cueva observa que las clases
medias deniegan su componente
aborigen. Entonces, las cuestiones
que emergen y que el libro habi-
lita pensar son: ¿Hay autenticidad
en las clases sociales? ¿La dene-
gación del mestizaje es un hecho
constitutivo o un producto de la
alienación? ¿Cómo se puede leer
el accionar de un sujeto colectivo
que busca borrar las huellas de su
pasado y eludir su herencia? ¿Qué
efectos tiene esta práctica? Cueva
encontrará el reverso ineludible
de este posicionamiento en el no-
velista Jorge Icaza. Allí se filtra
ese “grito andino” que insiste en
mostrar su presencia en las clases
ecuatorianas. En esta línea otra
pregunta ineludible es, ¿qué lugar
ocupa el arte hoy en su relación la
política?
El libro describe una lec-
tura original del concepto de “for-
mación económico-social” mar-
xista que le permite a Cueva fijar
su posición en torno a las discu-
siones acerca de si América Latina
representa una excepción histórica
radical imposible de ser entendida
a través de teorías provenientes de
Europa o si el continente es una
etapa más del desarrollo capitalis-
ta. Tzeiman, leyendo a Cueva, se-
ñala que es precisamente la puesta
en práctica de una lectura crítica
del concepto de “formación econó-
mico-social” lo que habilita pensar
en una posición intermedia que
acepte la singularidad latinoameri-
cana pero que también reconozca
la potencia de una teoría como la
marxiana.
Tzeiman se encarga de
poner énfasis en cómo la hipótesis
de la sobredeterminación atravie-
sa gran parte de las reflexiones de
Cueva. En torno a los modos de
producción, la sobredetermina-
ción señala la necesidad de pensar
cómo el modo de producción hege-
mónico determina, pero a su vez es
determinado por los modos de pro-
ducción propios de la singularidad
ecuatoriana. Mientras que alrede-
dor de la formación de los estados,
también Cueva toma posición por
una postura que combata las lec-
turas dependentistas y ponga én-
fasis sobre los impulsos locales y
los factores externos en una muta
determinación.
El libro también recupera
las reflexiones de Cueva en torno
a la democracia, el Estado, las teo-
rías de la transición y la autonomía
Ensayos
relativa de las esferas de la super-
estructura. Pensamientos siempre
enmarcados alrededor de un modo
de desarrollo capitalista denomi-
nado por el propio Cueva como
“oligárquico-dependiente”.
José Carlos Mariátegui. Lo pro-
pio de un nombre (Autora: Ma-
ría Pía López)
López realiza un análisis
histórico, biográfico y filosófico de
Mariátegui con una prosa transpa-
rente, ideal para abordar a un autor
con múltiples facetas. Relata cómo
distintos acontecimientos como la
revolución mexicana, la soviética
y la cubana fueron las enseñanzas
más grandes que este autodidacta
pudo tener. Sus comienzos como
cronista y su cercanía con las van-
guardias estéticas también fueron,
al parecer de López, factores que
incidieron fuertemente en la obra
del pensador peruano. Particular-
mente la autora se detiene en su
“destierro becado en Europa” mo-
mento en el cual Mariátegui pudo
tomar la perspectiva necesaria para
observar correctamente ese cuadro
que era Perú.
López resalta las influen-
cias que por ese entonces recibe
Mariátegui por parte de Sorel y
Gramsci. Individuos que conjuga-
ban características similares a las
del fundador del Partido Socia-
lista Peruano (PSP): militantes y
pensadores de su propio proceso
revolucionario. López subraya que
Mariátegui retoma de Sorel el con-
cepto de “mito”. El despliegue de
esta interpretación es impecable.
La autora reconstruye el andamia-
je conceptual sin entrar en nudos
inentendibles. Crítica a la “espe-
ra paciente”, valorización de los
afectos y constitución subjetiva
son líneas que se despliegan de la
idea de mito y que López enlaza de
forma precisa.
La autora destaca el modo
en el que Mariátegui se hace cargo
de la herencia indigenista al asu-
mir que el mito es el mito incaico.
Por lo tanto, las luchas emancipa-
el ojo mocho 107
Acerca de las derrotas y resistencias en América Latina
torias en Perú no se tratan tanto
de una creación sino más bien de
una reactivación del componente
comunal indígena. Sin embargo, la
observación que López se encarga
de destacar sobre la importancia
que tiene para Mariátegui el pen-
samiento europeo invita a pensar
que es también una herencia que
debe ser tenida en cuenta.
López retoma de “La es-
cena contemporánea” (1925) la
advertencia que el pensador pe-
ruano hace a sus lectores sobre las
“iluminaciones por fogonazos”. La
autora señala el potencial de esta
figura retórica al leer al presen-
te como “el tablero de un nuevo
juego político”. De este modo, los
escritos vitalistas de Mariátegui,
donde se pone en juego el cuerpo,
rechazan el etapismo de algunas
corrientes marxistas y muestran
todo su potencial al iluminar mo-
mentos concretos de su presente.
Se puede pensar que la intención
de López es presentar a Mariáte-
gui como un sujeto de acción para
el cual el presente es una urgen-
cia a resolver y no una obra que
contemplar. De ahí la impronta de
Mariátegui por “Peruanizar Perú”.
En este sentido, la autora destaca
que para Mariátegui el único modo
de abordar la tradición es tensar-
la con preguntas sobre el presente
e imaginando un futuro. De este
modo, López anuda la relación en-
tre vanguardias estéticas que bus-
can construir sobre lo negado (las
masas indígenas) y la recuperación
por parte de Mariátegui del indí-
gena como sujeto político. Premi-
sa que hoy resuena más fuerte que
nunca en el proceso político que
Evo Morales y Álvaro García Li-
nera llevan adelante en el Estado
Plurinacional de Bolivia.
Una revolución contra Bolívar.
Las aventuras de René Zavaleta
Mercado en el marxismo latino-
americano (Autor: Diego Martín
Giller)
Quienes hayan tenido la
oportunidad de haber leído a René
Zavaleta Mercado habrán notado
108 el ojo mocho
la atmósfera oscura que rodea sus
líneas. El trabajo de Giller vienen
a poner luz, a través de una clara
escritura, sobre ciertos conceptos
centrales del autor boliviano.
En primera instancia, Gi-
ller aclara cuál es la relectura que
hace Zavaleta de la interpretación
de Marx sobre Simón Bolívar. Al
igual que Aricó, Zavaleta encuen-
tra que en el texto de Marx (“Bo-
lívar y Ponte”) se puede establecer
el “desencuentro entre América
Latina y marxismo”. Razón por
la cual, urge volver sobre ese mo-
mento para producir un cruce que
sea al mismo tiempo crítico y fruc-
tífero, universal y particular.
En sus primeras líneas
Giller hace jugar una hipótesis
de lectura provocadora: La Revo-
lución Rusa fue una revolución
contra El Capital, pero no contra
el capital como relación social
sino contra El Capital de Marx.
Giller muestra cómo la polisémica
obra de Zavaleta exige tomar par-
tido por una línea de lectura. Así
el autor de este libro propone leer
a Zavaleta a través de la tensión
entre nacionalismo revolucionario
(las movilizaciones que se produ-
jeron en Bolivia entre 1977 y 1979
serán determinantes de su obra) y
marxismo. El equilibrio entre es-
tos dos extremos de la cadena im-
plica no caer en lecturas de Marx
netamente internacionalistas, pero
tampoco enaltecer el exotismo lo-
cal. A partir de aquí Giller recorre
la importancia que el factor coyun-
tural tiene para Zavaleta y plantea
las reflexiones del autor boliviano
sobre la necesidad de pisar siem-
pre con un pie la singularidad de
lo local para evitar alienaciones.
Giller no sólo explora
la relación de Zavaleta con Marx
sino también sus referencias a
Lukács, Lenin y, en una nota al
pie tan rica como provocadora, su
crítica a la expedición fallida de
Ernesto Guevara en Oruro. En este
libro también se pueden encon-
trar las reflexiones de Zavaleta en
torno a la nación, el Estado y las
clases sociales. Según la lectura
de Gilles sobre Zavaleta, estos ele-
mentos son tensados por el modo
de desarrollo interno que los dejó
truncos o como dice el propio Za-
valeta “falsos” o “aparentes”.
Uno de los pilares funda-
mentales del andamiaje zavatelia-
no es el concepto de “formación
abigarrada”. Giller retoma su ca-
rácter “trágico”, lejos de las inter-
pretaciones celebratorias de cierto
multiculturalismo que pondera la
famosa cita “cada valle es una pa-
tria”. Giller se encarga de trabajar
fielmente el concepto de abigarra-
miento y mostrar que, en primera
instancia, es una imposibilidad.
El repaso que Giller reali-
za por el texto “Cuatro conceptos
de la democracia” es un eco que
suena hoy en la obra de Álvaro
García Linera. Allí Zavaleta se-
ñala a la democracia como “fondo
histórico del capitalismo”, “movi-
miento general de época”, “proble-
ma de la teoría del conocimiento”
y “autodeterminación de las ma-
sas”. Estas cuatro capas de análisis
le permiten a Zavaleta insistir so-
bre la necesidad de situar el pensa-
miento en la coyuntura a partir de
la cual se lo desarrolla.
A través de esta premisa,
el Zavaleta de Giller, enfatiza so-
bre los contextos de crisis no como
momentos que automáticamente
reproducen una revolución, sino
como marcos favorables para que,
sujetos implicados activamente,
puedan pujar por su autodetermi-
nación. Giller busca a todas luces
resaltar el carácter materialista de
la obra zavaletiana que, lejos de
los dogmas, buscó una “conmemo-
ración militante” de Marx.

RICARDO PIGLIA: ENTRE LA IDA Y LA VUELTA
Literatura entre dos prólogos
La escritura de Ricardo Piglia
nunca es inocente. Cada palabra suya,
oral o escrita, es parte de una totalidad que
controla de forma explícita, y en algunos
casos, la puesta en escena de ese mecanis-
mo de control es también la trama de un
relato. Se trata de un sistema que la voz
del autor construye por medio de inter-
venciones que ingresan al campo cultural
a través de diversos géneros discursivos.
Novelas, nouvelles, cuentos; ensayos, re-
portajes, revistas; guiones para películas,
óperas y cómics; clases universitarias en
claustros o en estudios de televisión, en
el país o en el exterior; ediciones de co-
lección. La multiplicidad de registros se
superpone en una poética que diseña un
proyecto de lectura para dar cuenta de la
escritura: habría una manera de leer a Pi-
glia creada por el propio Piglia.
En el prólogo de su Antología
personal (2014), Piglia dice imaginar un
futuro lector que pueda –como si fuera
un detective– rearmar el orden escon-
dido detrás de las piezas sueltas de un
rompecabezas formado por sus textos:
la “forma inicial”. Esta suerte de transac-
ción que, a la manera de una búsqueda
del tesoro, ofrece un premio oculto de-
trás de las pistas diseminadas aquí y allá,
tiene implícita la figura de un mapa de
instrucciones, con sus diferentes rutas y
coordenadas geográficas, opciones entre
trayectos escalonados o rápidos atajos,
postas y encrucijadas, trampas o salidas
ciegas, y la cruz final que dibuja la meta.
El laberinto borgeano resplandece sobre
la “forma inicial” como el mapa total
del relato “Del rigor en la ciencia”. Este
mapa, “que tenía el tamaño del Imperio y
coincidía puntualmente con él” (Borges,
1960: 103), pronto se revelaba inútil y se
abandonaba para convertirse en ruina. La
ironía de Borges contra el hiperrealismo
que evita la abstracción se extiende hasta
la inutilidad de este mapa del tesoro que
Piglia insinúa haber dibujado. El control
total, si bien apto para descubrir el secre-
to, inmoviliza el sistema. La revelación,
es decir, la lectura correcta, no puede sino
repetirse una y otra vez, y ese límite es
una anulación de la literatura.
Pero nada es inocente y esta pa-
radoja tampoco. El diseño del lector ideal
tiene una grieta por la que el sentido se
escapa. En otro prólogo, escrito a modo
de relato frente a los ensayos que integran
el libro El último lector (2005), se cons-
truye una réplica de “El Aleph” que tanto
es copia como respuesta. Si en el cuento
de Borges había un poeta que descendía
una escalera, para desde el sótano acceder
a la visión total del universo y así nom-
brarlo palabra por palabra, en el cuento
de Piglia la escalera sube hacia el altillo,
donde un fotógrafo reconstruye la ciudad
de Buenos Aires porque intenta nombrar
el mundo mediante el diseño de maquetas
que reproducen monumentos y rincones.
La réplica es la repetición de la trama,
pero también la réplica es respuesta cuan-
do invierte lo bajo por lo alto y concentra
el universo en la ciudad; como si fuera un
espectro de Borges, el narrador (“Cuando
llegué arriba me cegó la luz”, dice (Piglia,
2005: 15)) describe así su propio infinito:
“La construcción estaba ahí, como fuera
del tiempo. Tenía un centro pero no tenía
fin” (Piglia, 2005: 16). La reconstrucción
de la realidad a escala (“No es un mapa,
ni una maqueta, es una máquina sinópti-
ca; toda la ciudad está ahí, concentrada en
sí misma, reducida a su esencia” (Piglia,
2005: 11)) es la mejor expresión de lo que
significa aspirar a la posesión del control;
sin embargo, se trata de un orden efímero,
en tanto ese fotógrafo diseñador también
necesita pasar meses dentro de su casa
“reconstruyendo periódicamente los ba-
rrios del sur que la crecida del río arrasa
y hunde cada vez que llega el otoño” (Pi-
glia, 2005: 11), es decir, creando nuevas
respuestas de forma constante.
Este razonamiento, pensado
como cifra del sistema Piglia, implica
que el sentido de la lectura está en movi-
miento perpetuo, y su inestabilidad hace
imposible el desciframiento de aquella
“forma inicial” idealizada. Si “la lectura,
decía Ezra Pound, es un arte de la réplica”
(Piglia, 2005: 12), el premio escondido en
el mapa del tesoro no es una réplica (re-
petición) de lo que el autor diseñó, sino
una réplica (respuesta) del lector que crea
recorridos de lectura para llegar a una ver-
sión propia.
El lector Emilio Renzi también
encuentra este problema en la novela El
camino de Ida (2013) y construye una
versión de los hechos –su versión, su
propia réplica– por medio de un género
literario particular: “terminé enseñando
en los Estados Unidos, involucrado en un
Coda
Pablo Potenza
acontecimiento del que quiero dejar un
testimonio” (Piglia, 2013: 13).
Líneas paralelas
El camino de Ida mezcla géne-
ros y abre dos grandes líneas argumenta-
les que se dispersan en historias subsidia-
rias hasta conformar un bloque complejo.
La trama del relato es la pri-
mera: el escritor Emilio Renzi, invitado a
dar clases en una universidad de Estados
Unidos, queda implicado en un hecho po-
licial. Mientras describe su relación pro-
fesional y amorosa con la víctima, relata
y detalla, en una cartografía insaciable, su
deambular por la ciudad, al mismo tiem-
po que desarrolla su propia investigación
para decidir si el crimen fue un asesinato
o un accidente. Esa trama desborda con
pequeñas historias que se incrustan so-
bre el relato principal y lo expanden cada
vez más, en un ejercicio de fluidez que
parece jugar con los límites del espacio
de la ficción. Son ficciones mínimas que
algunas veces responden a necesidades
estructurales, por ejemplo, el encuentro
con el detective Parker. Para que su intro-
ducción no resulte forzada e inverosímil
existe otro personaje que lo acerca al cír-
culo de Emilio Renzi; de Elizabeth Wus-
trin, editora de algún cuento suyo, sí se
puede obtener una relación lógica, dado
ese contacto profesional derivado en una
intimidad fugaz. Solo que esta aparición,
necesaria, además arrastra otro relato que
se cierra sobre ella misma: la historia
de búsqueda de su madre verdadera. En
otros casos, los pequeños relatos corres-
ponden a ínfimos personajes sobre los
que se adhiere un trasfondo para no de-
jarlos abandonados a la fugacidad de una
mera silueta; de la misma forma en que
están presentes, también podrían no ha-
berlo estado: su carácter adquiere impor-
tancia solo por la presencia imponente del
autor que decide incorporarlos gracias a
su voluntad de narrar. Allí están entonces
las historias de la construcción del Canal
de Delaware; la investigación de Parker
sobre la muerte de tres soldados negros
en la guerra del Golfo; el profesor que re-
clama una promoción y se atrinchera en
su casa; la novela de Hermann Broch, su
publicación y su casa; el oso que merodea
y trae recuerdos de un circo ambulante en
la infancia de Renzi en Adrogué; la pata
el ojo mocho 109
Ensayos
de palo de Don D’amato y su pasado en
la guerra de Corea; un borracho que habla
a un barman sobre una mujer de la que
no puede separarse; Assia Morgan y su
recorrido por todos los ítems culturales
de la década del ’60, desde pertenecer
a los Black Panthers hasta ser novia de
LeRoi Jones; el boxeador cubano; la mu-
jer “espalda mojada” que limpia la casa
de Renzi; el apoyo logístico al militante
Nacho Uribe; Vera Zasulich, la terrorista
solitaria; el hombre alcohólico de Wall
Street; el sargento que en Corea armaba
y desarmaba granadas para ganar una
apuesta; Sam Carrington, un vendedor de
autos que pagaba fianzas a delincuentes
y Fatty Flannagan, ex actriz de los años
’50; Hank, el desertor de Vietnam que
concentra al Berkeley alternativo; Nancy
Culler, la estudiante de literatura que hace
una tesis sobre Hitchcock. La máquina de
narrar, protagonista de La ciudad ausente
(1992), está aquí en pleno funcionamien-
to.
La segunda línea argumental es la que se
abre con la discusión de problemas teó-
ricos y filosóficos, junto con los análisis
críticos de algunos autores ya trabaja-
dos por Piglia en otras novelas y artícu-
los. Allí están W. H. Hudson, el escritor
en la frontera del lenguaje que produce
“uno de los momentos más memorables
de la literatura en lengua inglesa y tam-
bién paradójicamente uno de los acon-
tecimientos luminosos de la descolorida
literatura argentina […] [quien] escribía
en inglés pero su sintaxis era española”
(Piglia, 2013: 24 y 25). Y Joseph Conrad,
otro escritor particular que se conoce con
Hudson gracias a que comparten el mis-
mo editor y de quien se destaca que posee
su misma característica: “eran los mejores
prosistas ingleses de finales del siglo XIX
y los dos habían nacido en países exóticos
y lejanos” (Piglia, 2013: 20). También,
la lengua rusa y su tendencia a “elevar
el significado tan lejos del uso cotidiano
que el sentido desaparecía por completo”
(Piglia, 2013: 103), cuyo mejor ejemplo
es León Tolstói, quien “luchó contra esa
debilidad de la lengua y en esa lucha […]
descubrió la ostranenie […] [y] transfor-
mó el modo de escribir en ruso” (Piglia,
2013: 104 y 105 énfasis original). Ade-
más, el trabajo de Herman Melville con
las obras de Shakespeare en forma pa-
ralela a la escritura de Moby Dick, de lo
que se concluye que “del encuentro con
las obras del Bardo había surgido el ca-
pitán Ahab, […] la novela […] empieza
como un libro sobre la caza de ballenas y
termina como una obra de la magnitud de
Macbeth” (Piglia, 2013: 50). O la lectura
que hace Renzi del Manifiesto escrito por
110 el ojo mocho
el sospechoso del caso policial, a través
de la reconstrucción de su contexto teóri-
co, ya sea por las resonancias del Tracta-
tus de Wittgenstein y sus consideraciones
sobre la ciencia y la tecnología, como de
“la experiencia de Thoreau, de la beat
generation y de los hippies californianos
[que] había en él, pero llevado al límite y
a la guerra” (Piglia, 2013: 161). Pero tam-
bién se piensa la relación entre historia y
política que remite a la polémica de Sartre
y Camus sobre la justificación o no de un
crimen político. Y se señala un problema
de cualquier escritor a la hora de escribir:
“Lo más difícil en una novela es hacer
salir a los personajes de su casa” (Piglia,
2013: 50). Por último, hay un ejemplo
sobre el modo en que se construye una
lectura crítica para que produzca sentido:
Renzi da una clase sobre una novela de
Hudson, se detiene en el momento en que
un gaucho se pone anteojos y comienza
a ver lo que no veía, y desarrolla uno a
uno los pasos necesarios. Primero, la in-
terpretación del crítico: “Es una escena de
conversión […] una escena colonial: el
nativo se ha civilizado” (Piglia, 2013: 38);
luego se incorpora la parte social e histó-
rica: se pregunta quiénes usaban lentes en
la Argentina del siglo XIX y se muestran
imágenes al respecto; posteriormente, se
incluye el soporte teórico: “la noción de
Kulturbrille (lentes culturales) del an-
tropólogo Franz Boas” (Piglia, 2013: 38
énfasis original) y, por último, se buscan
los ecos y conexiones de esa lectura crí-
tica: “Ese procedimiento de construcción
tenía un aire de familia con el de otros na-
rradores fascinados por mundos lejanos”
(Piglia, 2013: 38 y 39), como Conrad, Ki-
pling y Horacio Quiroga.
Orden y desorden
Las líneas argumentales des-
criptas muestran un contexto inverso de
aquel que servía de marco para Respira-
ción artificial (1980). Entre la última no-
vela y la primera existe una relación que
las ilumina mutuamente.
Aquella comenzaba con un in-
terrogante: “¿Hay una historia?” (Piglia,
2000: 15). La pregunta era pertinente
porque se formulaba en un escenario so-
cial ocupado por una sola voz y un solo
relato: el que correspondía al discurso
oficial –expresión del Estado dictatorial–
que se mostraba uniforme y monológico
en su autoritarismo. El control de la pa-
labra que ese Estado ejercía dejaba ver
una realidad única e inflexible. Frente a
esto, la respuesta desde la literatura es la
fragmentación: un solo enunciador no al-
canza para contar la historia ni una sola
historia alcanza para comprender la reali-
dad. Entonces la novela busca personajes
que han sido dejados en los márgenes de
la Historia, como sería el caso de Enrique
Ossorio, o bien multiplica las voces que
sostienen el relato, por ejemplo, a través
de referentes elusivos que dictan, escriben
o reescriben las cartas que circulan. De
esta forma, se traman ficciones alternati-
vas a la narración estatal.
Más de treinta años después el
escenario es otro, prácticamente opuesto:
Después de 1990 se ven nítidamente otros te-
rritorios y sujetos, otras temporalidades y con-
figuraciones narrativas: otros mundos que no
reconocen los moldes tradicionales. Que absor-
ben, contaminan y desdiferencian lo separado y
opuesto y trazan otras fronteras. […] Un doble
registro o canon que se reproduce sin fin y hace
que las escrituras desdiferenciadoras convivan
con “las anteriores”, las que refuerzan las fron-
teras y oponen nítidamente las formas de la tra-
dición. Todas están presentes, funcionando sin-
crónicamente como en una Exposición Universal
(Ludmer, 2004).
En la “Exposición Universal”
todo puede ser dicho, porque, dentro de lo
que Rem Koolhaas denomina “Espacio-
chatarra”, se “reemplaza jerarquía por
acumulación, composición por añadido.
Cada vez más, más es más”; allí “No exis-
te la forma, solo la proliferación” (Kool-
haas, 2006). En este espacio continuo y
contiguo todo discurso circula libremente
y se encuentra a disposición, listo para ser
escuchado o leído. Las voces ya no son
múltiples como en Respiración artificial
sino infinitas, y las historias se hunden en
la inmensidad de lo cotidiano mientras su
efímera condición las iguala en importan-
cia; esa fugacidad borra lo que se narra
a la vez que suma desperdicios sobre la
gran masa de relatos. Si ya no hay “una
historia” sino infinitas, la pregunta que
se hace el narrador de El camino de Ida
es otra: “¿Había un sentido?” (Piglia,
2013: 219). La novedad del interrogante
se funda sobre la posibilidad de extraer
de ese conjunto de relatos una historia
–ahora sí– que sirva como expresión de
una situación y un momento que se quie-
re destacar. La historia de Thomas Munk
–alias Recycler– (tomada de la historia de
Theodore J. Kaczynski –alias Unabom-
ber–) está lista para que unas pinzas na-
rrativas hurguen sobre la maraña amorfa
de la realidad y la extraigan para ponerla
en funcionamiento. Una vez en marcha
llegará la respuesta: “¿Había un sentido?
Sí, porque había un orden, pero había que
ser muy despiadado para descubrirlo en
medio de la confusión general” (Piglia,
2013: 219).
Ese orden oculto es el escena-
rio de disputa con el Estado actual, que

observa la diversidad de relatos con aten-
ción antes que indiferencia. A través de la
policía y de las agencias gubernamentales
de control –el FBI en este caso– la nove-
la da cuenta de los mecanismos que se
despliegan para ejercer el poder, basados
en la observación, el conocimiento y la
disponibilidad completa ya no de la vida
pública sino también de la vida privada.
Un ejemplo es el inmediato acceso de los
agentes a los correos electrónicos que se
cruzan Ida Brown y Renzi, pero también
la transformación de Renzi en sospecho-
so, el acoso al que lo someten (“Me ha-
cía saber que sabían todo lo que yo podía
querer ocultar” (Piglia, 2013: 80)) y una
intimidación que no se detiene frente a
ninguna barrera jurídica. La vecina rusa
de Renzi lo enuncia claramente: “La po-
licía sabe todo sobre todos y ellos quie-
ren que uno sepa que saben todo” (Piglia,
2013: 88).
Encauzar la serie
La proliferación de historias en
ese espacio sin límites forma un entrama-
do que se pone en cuestión sobre el final
del libro cuando se formulan un razona-
miento y una pregunta:
Nuestras más íntimas memorias,
nuestros más íntimos sentimientos, nuestras for-
mas de vivir son múltiples. Cada decisión que
tomamos cierra una serie de alternativas posibles.
¿Qué pasa si intentamos tomar a la vez varias de-
cisiones contradictorias y las mantenemos separa-
das como series abiertas? Una vida política, una
vida académica, una vida sentimental, familiar,
sexual, religiosa que tengan entre sí relaciones
muy difusas (por no decir clandestinas) (Piglia,
2013: 275).
La respuesta, posterior en el
tiempo, no está a continuación; en cam-
bio, podemos encontrarla en el inicio de
la novela y en boca del propio Renzi:
En aquel tiempo vivía varias vidas,
me movía en secuencias autónomas: la serie de
los amigos, del amor, del alcohol, de la políti-
ca, de los perros, de los bares, de las caminatas
nocturnas. Escribía guiones que no se filmaban,
traducía múltiples novelas policiales que parecían
ser siempre la misma, redactaba áridos libros de
filosofía (¡o de psicoanálisis!) que firmaban otros.
Estaba perdido, desconectado (Piglia, 2013: 13).
Es decir, el presente es tan dis-
perso –gracias a las “series abiertas”, las
“secuencias autónomas”– que puede cul-
minar en el ostracismo y, en última ins-
tancia, en la muerte, si no se le encuentra
“un sentido”. Para encontrarlo acepta la
oferta del exterior, que provoca el viaje,
luego la experiencia y, finalmente, el rela-
to.
Renzi registra esas condiciones
previas al comienzo –la etapa en Buenos
Aires anterior a su viaje al Norte–, cuan-
do se describe a sí mismo como alguien
casi muerto, alguien que solo da vueltas,
perdido en una suerte de desierto del que
no puede salir. Al viajar, ese contexto lo
acompaña, en tanto se reproduce en su
nuevo destino aún de forma más extensa.
Se trata de un personaje despojado –vive
en el departamento prestado de un ami-
go– que no pierde esa cualidad al encon-
trarse en una nueva ciudad: le alquilan la
casa equipada de un profesor con licen-
cia. De Buenos Aires a Nueva York, el
hombre sin propiedades cambia el color
del ambiente que lo rodea, pero no la sen-
sación de soledad que produce el espacio
vacío: el viaje en el mes de enero es de
verano a invierno y “la ciudad [que] era
una masa opaca” se convierte en un “de-
sierto blanco” (Piglia: 2013: 14 y 15). Y
si una mujer a la que intenta seducir “se
sorprendió cuando supo quién era por-
que pensaba que estaba muerto” (Piglia,
2013: 14), no es menos fantasmática la
nueva geografía ni su condición fronteri-
za entre vida y muerte: la oferta es pasar
“seis meses enterrado en un páramo”, ese
nuevo pueblo que “parecía fuera del mun-
do” porque estaba rodeado de un “paisaje
lunar” (Piglia, 2013: 13, 15 y 16). Campo
semántico que Ida Brown refuerza con
una irónica y funesta recepción: esa aca-
demia es un “cementerio”; y Nina ratifica,
porque también es una investigadora “en-
terrada en su libro interminable” (Piglia,
2013: 102).
La palabra “páramo” reaparece
más adelante como atributo de la realidad:
“el páramo del mundo contemporáneo”
(Piglia, 2013: 232), y un eco de Pedro
Páramo (1955) de Juan Rulfo parece re-
sonar: Juan Preciado llegaba a Comala en
busca de su propia historia y encontraba
un lugar casi abandonado donde vivos y
muertos compartían territorio, y los mur-
mullos, susurros y voces se acumulaban
en una lengua superpuesta e ininteligible.
De la misma forma, Emilio Renzi llega a
esta ciudad, en la que “No había rejas, ni
garitas de seguridad, ni murallas en nin-
gún lugar. Las fortificaciones eran de otra
índole” (Piglia, 2013: 15), para escuchar
un silencio intolerable que invita a la cir-
culación constante por calles y rincones,
como le ocurre ese homeless que “andaba
por el pueblo como si estuviera de viaje
[…] [y] solo podía pensar si estaba en
camino hacia algún lado” (Piglia, 2013:
40). Renzi traza geografías interminables
en una ciudad amplia que lo acorrala, o
bien replica el deambular del mendigo
que “persistía en sus recorridos circu-
lares” dentro del encierro solitario de la
Coda
universidad: “rondaba por las calles y me
encerraba en la oficina de la universidad
con las ventanas cerradas. Me gustaba ca-
minar por el edificio vacío […] Llegaba
ahí a media mañana y me quedaba hasta
la noche, sin hacer nada, dejando pasar el
tiempo” (Piglia, 2013: 221 y 222). Como
los peces giran “estúpidamente” en la
pecera circular de su vecina, o el tiburón
blanco prisionero en la hiperbólica pe-
cera subterránea de la casa de un colega
gira con una tensa amenaza, Renzi no
deja de dar vueltas en la pecera natural
que es el pueblo del campus de la Taylor
University. Esta ciudad de fortificaciones
invisibles es, para decirlo con palabras de
Richard Sennett, un “sistema cerrado”
(Sennett, 2007) en el que todo tiene una
función, de acuerdo con el ideal utópico
del equilibrio y la integración; por lo que,
paradójicamente, su “horror al desorden”
(Sennett, 2007) pone en evidencia el la-
tido permanente del control que resuena
detrás de la pulcritud: “Las universidades
han desplazado los guetos como lugares
de violencia psíquica” (Piglia, 2013: 35),
define Renzi, mientras caracteriza a los
estudiantes como “reclutas”.
Para abrir ese “sistema cerra-
do”, en el que todo prolifera y se reprodu-
ce con aparente libertad, es necesario po-
ner otra norma en funcionamiento. Dado
que allí la dispersión de la palabra reina, si
el poder estatal despliega toda su capaci-
dad coercitiva para limitarla y apoderarse
de ella para recuperar el control, habrá
que salir a combatir en ese campo con
las armas de las letras. Renzi cierra esas
“series abiertas” que lo llevan a la muerte
y se concentra en la única que le permite
expresarse y hacer oír su voz. Frente a lo
que se desmorona y hay que reconstruir de
manera constante –como en la ciudad ré-
plica de El último lector–, se impone ele-
gir un camino, aunque el sentido vuelva
a escaparse: no hay una lectura definitiva
de los hechos, como pretende imponer e
inmovilizar el FBI, sino lecturas múltiples
en constante litigio y movimiento. En el
momento en que todo puede ser dicho, lo
que resta es decirlo de otra manera. Para
eso está la literatura, y en particular, el tes-
timonio, que será el camino para llegar a
dar una versión propia, esto es, “alzar la
voz” entre la basura discursiva.
Un testimonio
Emilio Renzi se describe a sí
mismo, en el inicio de la novela, como
alguien que practica la escritura a través
de diversos caminos: hace guiones, tra-
duce, redacta. Y también investiga sobre
literatura: es un crítico literario con cierto
prestigio, cuyos trabajos circulan por los
el ojo mocho 111
Ensayos
ámbitos universitarios. Desde la acade-
mia estadounidense lo invitan para dar un
seminario sobre W. H. Hudson y así abre
un paréntesis en su rutina que le permite
dedicarse a la docencia y a la vez avanzar
con su libro sobre Hudson que hasta en-
tonces tenía abandonado.
Pero, además, Renzi es un per-
sonaje conocido, central para la poética
de Piglia, que ya ha aparecido en varias
de sus novelas y cuentos, y del que sabe-
mos, entre otras cosas, que durante mu-
cho tiempo trabajó como periodista. Sin
abandonar sus proyectos literarios, el rol
de periodista comienza a tomar protago-
nismo a medida que la novela se desarro-
lla, para, finalmente, provocar un cambio
radical. Después de contar su experiencia
como docente en la Universidad, después
de relatar sus encuentros clandestinos con
Ida Brown, después de detallar sus paseos
nocturnos por las calles vacías del pueblo,
después de discutir diferentes temas lite-
rarios con su vecina rusa, Renzi da un giro
que lleva la trama y su posición para otro
lado: el periodista sustituye al docente y el
libro de Munk reemplaza al libro de Hud-
son. Ya no escribe un ensayo literario sino
una investigación periodística compuesta
con las técnicas de la literatura, esto es, el
llamado género de no ficción o testimo-
nio.
Este cambio de registro –del
crítico al periodista, del ensayo al testimo-
nio, de Hudson a Munk– trae problemas
de enunciación. El narrador escribe la
novela una vez que los hechos completos
terminaron, ya de vuelta en Buenos Aires;
sin embargo, la primera parte referida a la
estadía en Nueva York parece escrita allá
mismo, en los intervalos que la docencia
y el deambular le dejaban libre al perso-
naje. Algunas veces, es el narrador que se
lee a sí mismo y escribe: “Un par de días
después –el viernes de esa semana, según
mis notas– tuve otro encuentro con Par-
ker” (Piglia, 2013: 125). Otras veces, esas
“notas” están transcriptas sin mediación
y por eso descolocan el referente: “Nos
habíamos visto cuando estuve aquí hacía
tres años” (Piglia, 2013: 18), dice al prin-
cipio para describir su relación con Ida; o
bien, “Ese día […] habían visto a un oso
en el bosque […] no lejos de aquí” (Pi-
glia, 2013: 46). O si no el desarreglo de
tiempos verbales, del pretérito imperfecto
dominante a un presente indicativo que se
cuela: “El pianista que vive enfrente, del
otro lado de la calle, ensayaba la última
sonata de Schubert” (Piglia, 2013: 46).
Detalles que se miran a sí mismos en la
puesta en abismo del escritor-periodista
que pasa de la Costa Este norteamericana
a la Costa Oeste y cruza todas las líneas
112 el ojo mocho
en un nudo bien trabado:
Mientras, yo iba con mi Chevy alqui-
lado por la carretera, en medio de la neblina clara
de la bahía, derrochando el poco dinero que había
logrado juntar después de mi temporada acadé-
mica. Lo estaba tirando por la ventana a pesar de
que había decidido usarlo para encerrarme en un
hotel durante meses y terminar el libro que estaba
escribiendo. ¿Qué libro era? Ya no me acordaba y
tampoco sabía que el libro que iba a escribir era
este que entonces estaba viviendo (Piglia, 2013:
240).
Existe un punto de transición
en el que todo gira entonces. A ese mo-
mento se llega gracias a cierto posiciona-
miento de Renzi en su manera de mirar el
mundo: se trata de la mirada del extranje-
ro, una situación recurrente dentro de la
poética de Ricardo Piglia. El extranjero
(como Hudson, como Conrad) está en
permanente tensión con la cultura del país
que lo contiene dado su encuentro con la
barrera mediadora de la lengua: su necesi-
dad de traducción le hace tomar distancia
de aquello que vive, escucha, dice y escri-
be. Es en ese alejamiento cuando evalúa
su contexto de forma distintiva. Renzi tra-
duce y se desplaza a otros sentidos: “Sue-
lo ponerme obsesivo con el lenguaje […]
siempre escucho más de lo debido […].
Me sucede cuando estoy de viaje, cuan-
do estoy sin dormir, cuando estoy borra-
cho, y también cuando estoy enamorado”
(Piglia, 2013: 22); es decir, se llega por
diversas vías a un estado expansivo que
pone la mente en otra dimensión y permi-
te ir un poco más allá de lo esperado.
Con esa tensión a cuestas, el
profesor Emilio Renzi debate consigo
mismo su futuro una vez que las vaca-
ciones universitarias comienzan. En so-
ledad, mientras da vueltas en su oficina
universitaria desierta, encuentra la novela
El agente secreto, de Joseph Conrad, que
pertenecía a la víctima Ida Brown. El
lector Renzi comienza a leer a la lectora
Brown y construye a partir de sus marcas
un texto nuevo: “Yo había leído esa nove-
la hacía muchos años, pero ahora fueron
las señales de Ida las que me llevaron a
leerla con pasión, como quien sigue en
un mapa nuevos recorridos de una ciu-
dad que ya conoce. Subrayada por ella,
parecía otra novela, y parecía también un
mensaje personal” (Piglia, 2013: 225). La
escritura privada que es toda marca sobre
un libro puede volverse ridícula al hacer-
se pública (así imagina Renzi que Junior
está leyendo sus propias marcas en sus
libros mientras ocupa su casa en Buenos
Aires), o bien adquirir tanta importancia
hasta señalar un sentido nuevo. El lector
Renzi elige la segunda opción, ve allí se-
ñas, pistas, indicios y mensajes; cambia
su proyecto y sale tras la investigación y
la aventura: “en lugar de escribir un ensa-
yo me decidí a actuar y hablé con Parker”
(Piglia, 2013: 234). De la misma forma
que Rodolfo Walsh en Operación masa-
cre (1957) se ponía en acción al escuchar
la frase “Hay un fusilado que vive” (Wal-
sh, 2000: 19), Renzi “escucha más de lo
debido” en la voz marcada del libro que
lee y sale a descubrir su versión.
Solo restan dos acontecimientos para
edificar la realidad que le disputa a la
máquina estatal de control: concluye que
hay una relación particular entre la vícti-
ma y su posible asesino o cómplice, por
un lado, y construye al terrorista como
personaje mientras obtiene su testimo-
nio directo, por el otro. La suma de estos
elementos permite que el género testimo-
nial comience a funcionar: “El género
no-ficcional propone una escritura que
excluye lo ficticio y trabaja con material
documental sin ser por eso ‘realista’: pone
el acento en el montaje y el modo de or-
ganización del material (Amar Sánchez,
2008: 30).
La existencia de una relación
directa entre Thomas Munk e Ida Brown
queda demostrada, una vez más, a partir
de una teoría de la literatura que cruza es-
critura y lectura, escritor y lector, en un
cuerpo único con dos caras. Tom, el es-
critor, copia en su Manifiesto un párrafo
de su ensayo escrito en 1975 –haciendo
honor a su apodo Recycler al reciclar su
propia palabra–. El plagio lo deja a mer-
ced de su hermano Peter, el lector, que
reconoce la voz y descubre el secreto: el
mero hallazgo no lo satisface, entonces
traiciona, delata y descubre al asesino.
Emilio Renzi, por su lado, lee en el libro
de Conrad, a través de los subrayados tra-
zados por Ida, la forma en que ella leyó el
libro. Su conclusión es que esos párrafos
marcados se trasladaron de la novela al
Manifiesto. Ella, entonces –como Peter–,
tiene que haber adivinado que el terrorista
escritor era el mismo Tom que había co-
nocido en otro tiempo y leía El agente se-
creto. Es un descubrimiento que la lleva a
la muerte, aunque la forma que esta toma
se mantenga en suspenso: el lector de la
novela El camino de Ida es quien debe
definir si la profesora Ida Brown fue otra
víctima del asesino o murió por accidente
siendo su cómplice.
Para el segundo problema,
Renzi reconstruye a Recycler, el terroris-
ta incógnito “buscado por la más eficaz
máquina de investigación del mundo”
(Piglia, 2013: 149), desde diferentes
perspectivas: la visión del FBI, que lo
caracteriza como “ecologista y neoludis-
ta” (Piglia, 2013: 149); las reflexiones

de su vecina rusa, que llevan al análisis
de las semejanzas y diferencias entre un
terrorista y un revolucionario –discusión
teórica con una larga historia intelectual–;
la lectura y análisis del Manifiesto sobre
el capitalismo tecnológico que Munk da a
conocer; la reconstrucción de su historia
personal a partir de testimonios de testi-
gos recogidos por la prensa, la policía o
el investigador privado Parker; y las con-
clusiones que extrae tanto de su Diario
personal como de su trayectoria: la pri-
mera bomba, el aislamiento, la forma de
vida, sus teorías, los estudios, el pasado
académico, la efervescencia militante de
los sesenta, la comunidad y la soledad, la
escritura que deja huellas personales, la
traición, descubrimiento y detención, los
efectos en las diversas comunidades que
protestan, tanto en su defensa como en su
acusación. Para el testimonio directo ha-
brá que llegar hasta la cárcel y atravesar
varios cerrojos.
Realidad y ficción
En su libro sobre Rodolfo Wal-
sh, Ana María Amar Sánchez define lo
propio del llamado género testimonial:
“Lo específico del género está en el modo
en que el relato de no-ficción resuelve la
tensión entre lo ´ficcional’ y lo ‘real’. El
encuentro de ambos términos no da como
resultado una mezcla […] sino que surge
una construcción nueva” (Amar Sánchez,
2008: 19). Thomas Munk no resuelve esa
tensión en algo nuevo, sino que inclina la
balanza hacia el lado ficcional y subvier-
te la realidad por un contexto imaginario
que lo desbarranca hacia la utopía idealis-
ta del cambio revolucionario individual;
convertir la literatura en parte de la rea-
lidad es el sostén último del terrorista que
el propio Renzi detecta y resalta:
Hay algo solitario y perverso en la
abstracción de la lectura de libros y en este caso
se había transformado en un plan de vida. […]
Un lector de novelas que busca el sentido en la li-
teratura y la realiza en su propia vida. Bovarismo
era el término para designar el poder que tiene el
hombre para concebirse otro del que es y crearse
una personalidad imaginaria […] [Munk] había
optado –como Alonso Quijano– por creer en la
ficción (Piglia, 2013: 231 y 232).
Por su parte, Emilio Renzi hace
el proceso inverso, se hunde en el barro
de la realidad para llevarla a la literatura y
resuelve la tensión con la escritura de un
nuevo libro, aquel que es una versión, su
versión:
La verdad es la verdad de los sujetos
que construyen una versión, es decir, un relato.
Los sujetos, los que participan como testigos, los
que dan sus testimonios, los “personajes” de los
hechos, pero también, y especialmente, los suje-
tos de enunciación, son los que definen la con-
dición de relatos de los textos (Amar Sánchez,
2008: 41).
Como Truman Capote en A
sangre fría (1966), entrevistando larga-
mente en la cárcel a los condenados a
muerte Dick Hickock y Perry Smith, allí
está el periodista Emilio Renzi en la cár-
cel de Sacramento junto al condenado a
muerte Thomas Munk. Renzi escucha su
voz, que relata un pasado lleno de moti-
vaciones, argumentos, hechos, teorías y
sensaciones, mientras describe el instante
previo de la muerte –esa muerte que se
respira, que está ahí nomás– a través de
los detalles del cuerpo, que tiembla de-
trás de su frialdad y calma. Ya la vecina
rusa había advertido sobre el uso de esa
técnica en León Tolstói: “Él cristalizó ese
procedimiento, esa luz, esa mirada fina, el
detalle visual que dice sin decir la carga
espiritual” (Piglia, 2013: 105). Es en el
contexto donde el novelista encuentra la
ebullición que esconde el silencio de es-
tos hombres condenados, por eso cuando
Tolstói escribe la crónica sobre una ejecu-
ción, “a diferencia de lo que hubiera he-
cho cualquier otro cronista, se detuvo en
la descripción del sirviente que llevaba el
balde con agua jabonosa para humedecer
la soga del ahorcado y lograr que resba-
lara con más facilidad por el cuello de la
víctima. Ese detalle liquidaba toda meta-
física” (Piglia, 2013: 105). De la misma
forma, Roberto Arlt en su aguafuerte “He
visto morir”, para narrar la ejecución de
Severino Di Giovanni, se detenía en el de-
talle desviado de una vestimenta fuera de
lugar: “Un señor, que ha venido de frac y
con zapatos de baile, se retira con la gale-
ra en la coronilla” (Arlt, 1991: 594). Ren-
zi, para contar la ejecución de Recycler,
también puntualiza algunos fragmentos
que señalan la atmósfera: “Las gastadas
zapatillas de básquet de Munk, con sus
cordones anudados y entrelazados y el
ruido de la suela de goma en el piso de
cemento” (Piglia, 2013: 287).
Volver a la novela
Con la nueva versión ya cons-
truida, su regreso a Buenos Aires y el li-
bro escrito, Renzi concluye su propósito
inicial porque encontró una forma de ex-
presión en ese género literario que tensa
ficción y realidad. Bien podría hacer su-
yas estas palabras de J. Hellmann citadas
por Amar Sánchez: “’Todo esto realmen-
te pasó, por lo tanto no me culpen si no
parece real’” (Amar Sánchez, 2008: 25).
Sin embargo, esto sería una
mera especulación forzada que se perde-
ría en la gratuidad de una interpretación
Coda
si no se tuviera en cuenta que lo que esta-
mos leyendo es, finalmente, una novela.
Es allí, entonces, donde se funda la nueva
operación que realiza Ricardo Piglia, para
lo cual vuelven a servir otras palabras
de J. Hellmann: “’Todo esto no sucedió
realmente, pero podría haber sucedido’”
(Amar Sánchez, 2008: 25).
En los años setenta, con un contexto dife-
rente, Rodolfo Walsh podía decirle en un
reportaje al propio Piglia:
Es probable que el arte de ficción esté
alcanzando su esplendoroso final […] en el sen-
tido probable de que un nuevo tipo de sociedad
y nuevas formas de producción exijan un nuevo
tipo de arte, más documental, […] evidentemente
la denuncia traducida al arte de la novela se vuel-
ve inofensiva, no molesta para nada, es decir, se
sacraliza como arte (Piglia, 1994: 67 y 68).
Avanzado el siglo XXI, Piglia
vuelve a poner a la novela en el centro del
sistema literario: siguiendo el propósito
de Walsh, mantiene en tensión el proble-
ma de realidad y ficción representando
la construcción de un texto testimonial
y resaltando el montaje como procedi-
miento central de la narración, pero lo
hace en el interior de una novela realis-
ta. Piglia viene a exhibir la capacidad de
deglución de la novela, ese agujero negro
que todo lo desmorona y absorbe, y del
que no es posible escapar, pero esto, lejos
de ser una sentencia de muerte, es, por el
contrario, lo que le da vida a la literatu-
ra. Dado que –como él mismo describe
la autoconciencia de sus alumnos– “Sa-
ben que en el mundo exterior a nadie le
interesa demasiado la literatura y que son
los conservadores críticos de una gloriosa
tradición en crisis” (Piglia, 2013: 35), es
ese desplazamiento al rincón irrelevante
de la totalidad discursiva lo que todavía
hace posible alzar la voz para decir algo.
La “denuncia inofensiva” que
Walsh marcaba, al mismo tiempo propo-
nía una salida que todavía no era posible
vislumbrar: “Lo que yo dije antes no debe
tomarse como un descarte aislado de las
formas literarias tradicionales de la nove-
la, del cuento, para reemplazarlas siempre
y definitivamente por el testimonio, pero
sí pienso que va a haber que usar esas for-
mas de otra manera” (Piglia, 1994: 70).
Esa otra manera es la que encuentra Pi-
glia en El camino de Ida, al ratificar a la
ficción como el espacio que todavía pue-
de sostener una voz propia que permite
decir lo que se piensa con una identidad
independiente de las voces sociales que
siempre tratan de imponerse. Y lo que
se dice es lo que se muestra, esto es, un
país –Estados Unidos– que funciona
como una gran pecera, ese espacio en el
el ojo mocho 113
Ensayos
que todo está a la vista y del que no se
puede escapar, y del que la cárcel es una
cifra, como bien percibe Renzi en su vi-
sita a Munk: “Me hizo acordar al acuario
privado de D’amato con el tiburón blanco
nadando empecinado en las aguas claras a
la espera de la presa” (Piglia, 2013: 272).
En ese espacio reducido, como en el país
extendido, “la vida estaba en suspenso,
no tenía propósito ni significado” (Piglia,
2013: 270). Si la cárcel funciona como
síntesis del país, al mismo tiempo ese país
funciona como síntesis del mundo; con
las fronteras diluidas por la velocidad de
las comunicaciones, que la novela exhibe
en la proliferación de datos, recorridos,
saberes y personajes que se dispersan y
disgregan en ese movimiento incesante,
la unificación se hace global y los lími-
tes desaparecen: ésta es verdaderamente
La ciudad ausente. En una retroalimen-
tación infinita, Renzi informa que Munk
fue ejecutado en 2005, diez años después
de su captura, es decir, sitúa la acción en
1995, mientras cierra la novela dicien-
do: “Dos semanas después de mi visita a
Munk volví a Buenos Aires. Cuando lle-
gué a Ezeiza, en el aeropuerto, me estaba
esperando mi amigo Junior, pero ésa es
otra historia” (Piglia 2013: 289). La otra
historia es la de Junior, protagonista de la
novela La ciudad ausente, publicada en
1992 y transcurrida en un tiempo futuro:
¿1995? Aquélla es la novela donde todo
vuelve a estar en peligro y, nuevamente,
lo que está en disputa es el control de las
historias que circulan.
Un chiste final
Una frase trascendió los lí-
mites de Respiración artificial y abrió
un interrogante, que unas veces se leyó
como problema crítico y otras como un
simple juego: “PS. A veces (no es joda)
pienso que somos la generación del 37.
Perdidos en la diáspora. ¿Quién de noso-
tros escribirá el Facundo?” (Piglia, 2000:
79). Siguiendo los avatares del terrorista
Thomas Munk –el caracterizado como
“neoludista”–, el ludismo de Piglia parece
desviar, una vez más, la lectura y retomar
el otro clásico fundante de la literatura
argentina: no sabemos quién escribirá el
Facundo, pero sabemos que Piglia escri-
bió el Martín Fierro. Como José Hernán-
dez, que escribe su libro escondido en una
pieza del Hotel argentino por encontrarse
proscripto, gracias al –justamente– presi-
dente Sarmiento, Renzi escribe su libro
en lo que llama “el destierro” (Piglia,
2013: 233), también desde una pieza, del
Hotel Hyatt en este caso: “Allí fue donde
empecé a trabajar en estas notas […] (La
forma anónima e impersonal de una pieza
114 el ojo mocho
de hotel)” (Piglia, 2013: 106 y 107).
El nombre elegido como tí-
tulo de la novela ostenta y encuentra su
sentido en la ambigüedad de su significa-
do: tanto refiere al personaje Ida Brown
como al sustantivo que abre un trayecto.
Y es que aquí todo es un camino de ida: el
viaje a Estados Unidos, el descubrimiento
de las marcas en un libro, el paso de una
costa a la otra, el tránsito desde el ensayo
al testimonio, el cambio de Hudson por
Munk, el paso del docente al periodista
investigador, el salto del libro que se va
a escribir por el libro que se vive; todo es
avance. Pero, además, si Martín Fierro
vuelve en una segunda parte, es porque
primero también avanzó hacia algún lado:
es el cruce de la frontera que lo lleva a la
vida fuera del margen civilizatorio. De la
misma forma, también Renzi diluye toda
frontera y se encuentra dando vueltas en
un desierto, donde reinan los límites de
las “fortificaciones”, la vigilancia se per-
cibe y los problemas con la lengua son un
escollo que posterga la adaptación total.
La referencia compungida de Renzi sobre
la víctima, poco después de su muerte,
también alude a su propia condición: “co-
nocía la intensidad de Ida y eso era todo.
La voluntad de ir hacia algún lado sin
pensar en el regreso ni en las consecuen-
cias” (Piglia, 2013: 82).
Pero la vuelta también está pre-
sente: la vuelta es la escritura del libro, es
decir, lo que produce lectura de notas pro-
pias, escritura y reproducción.
Para retomar el inicio, que
hacía referencia a la “ciudad réplica” y
sus rincones que se destruyen y hay que
reconstruir: cuando el sentido se escapa,
la lectura lo vuelve a atrapar con nuevas
armas para reproducir otros caminos que
volverán a desmoronarse. Tal vez, sin un
Martín Fierro que vuelve no habría habi-
do otras lecturas y reescrituras como, por
ejemplo, la de Borges. Se trata de una re-
troalimentación que no puede detenerse,
por lo tanto, ya no se puede aspirar al cru-
ce de géneros como ocurría en el Facun-
do, porque eso ya es parte de la literatura;
lo que resta es la aspiración a la reproduc-
ción de escrituras y lecturas que puedan
quebrar el sentido.
Esa función es la que detecta
Ricardo Piglia en la última acción del que
denomina, en el libro del mismo nombre,
“El último lector”, esto es, el Che Gueva-
ra. El Che es “el último lector” porque se
dedica a la vida práctica, la que lo obliga a
relegar la lectura al lugar de una debilidad
que funciona como “resto” de una vida
anterior, signo de lo cual es un portafolios
con libros que lo acompaña durante todas
sus campañas guerrilleras y se muestra
como una carga inútil. Pero, además, es
“el último lector” porque pone en funcio-
namiento la máquina de la lectura hasta
el último minuto de su vida: en la escuela
donde se encuentra detenido hasta minu-
tos antes de su fusilamiento, no deja de
señalar una falta de ortografía sobre una
palabra mal escrita en el pizarrón: “La
frase […] es ‘Yo sé leer’. Que sea ésa la
frase, que al final de su vida lo último que
registre sea una frase que tiene que ver
con la lectura, es como un oráculo, una
cristalización casi perfecta” (Piglia, 2005:
137 y 138).
En esa encrucijada, como Ida
Brown, como Thomas Munk, como el
Che Guevara, como Martín Fierro, como
Emilio Renzi, Ricardo Piglia traza su
camino de ida y su camino de vuelta, los
que le depara la lectura y la escritura, esos
avatares inestables de los sentidos de la
literatura.
Bibliografía
Amar Sánchez, Ana María. 2008 [1992].
El relato de los hechos. Rodolfo Walsh:
testimonio y escritura. Buenos Aires: Edi-
ciones de la Flor.
Arlt, Roberto.1991. Aguafuertes porte-
ñas. Obra completa, tomo dos. Buenos
Aires: Planeta- Carlos Lohlé SA.
Borges, Jorge Luis. 1960. El hacedor.
Buenos Aires: Emecé.
Koolhaas, Rem. 2006 [2002]. “Junkspa-
ce” (Espacio-chatarra). Otra parte. N° 8,
separata.
Ludmer, Josefina. 2004. “Territorios del
presente. En la isla urbana”. Confines. N°
15, 103-110.
Piglia, Ricardo. 1994 [1970]. “Hoy es
imposible en la Argentina hacer literatura
desvinculada de la política. Reportaje de
Ricardo Piglia a Rodolfo Walsh. Marzo
de 1970”. Rodolfo Walsh, vivo. Compila-
ción y prólogo: Roberto Baschetti. Bue-
nos Aires: Ediciones de la Flor.
_____ 2000 [1980]. Respiración artifi-
cial. Buenos Aires: Seix Barral.
_____ 1992. La ciudad ausente. Buenos
Aires: Sudamericana.
_____ 2005. El último lector. Buenos Ai-
res: Anagrama.
_____ 2013. El camino de Ida. Buenos
Aires: Anagrama.
_____ 2014. Antología personal. Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica.
Rulfo, Juan. 1998 [1955]. Pedro Páramo.
Santiago: Fondo de Cultura Económica.
Sennett, Richard. 2007 [2006]. “La ciu-
dad abierta”. Otra parte. N° 11, 26-32.
Walsh, Rodolfo. 2000 [1957]. Operación
masacre. Buenos Aires: Ediciones de la
Flor.
 Imágenes de Fidel Castro

Imágenes de Fidel Castro (Lectura lenta de cuatro instantáneas)

1. El Doctor Fidel Castro Ruz preso en una comisaría de Santiago, por asalto al cuartel Moncada
...Está preso, es evidente, pero también podría ser que trajo él solo a todos a rendir cuentas ante
un tribunal que no se ve, que debe estar detrás del fotógrafo... Fidel no está ante el Tribunal de
los Quinientos, sino en la casa de Caifás. Esos que están rodeándolo son los centuriones, y hay
testigos para afirmar lo que han visto, por si resultara increíble. Han abandonado padres y her-
manos para seguirlo... Esta escena es, lo presentimos, el preámbulo del juicio en que pronunciará
su alegato, “La historia me absolverá”, que es la Apología de Sócrates, el Iconoclasta de Milton
y la Autodefensa de Gandhi a un tiempo. Es el momento en que Fidel Castro inviste una repre-
sentación, un mandato, en que “cuelga de un árbol marchito su muceta de doctor” para vestir la
toga de tribuno de la plebe, de defensor de la justicia. Penetrando en la expresión de las imágenes
se percibe que es el momento de la metamorfosis de quien ha muerto en el combate del Cuartel
Moncada y renace, como el Fénix, en el combate por la libertad de Cuba, de América oprimida y
de los pueblos humillados y expoliados. Ahora es el abanderado de la libertad, y está ahí, al lado
de Martí, porque tiene que cumplir la consigna que una muerte valerosa truncó en su anterior
campaña....
Ezequiel Martínez Estrada