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Es indiscutible que el Corán, basado en la ley del Talión de la Torá judía, aúpa las represalias y,
además, contiene disposiciones sobre la guerra sobre todo para prevenir lo que ocurrió en la Meca
a los musulmanes y para la defensa de los valores religiosos.
Durante la expansión armada islámica, los doctos de la fe gestaron una interpretación de la Yihad
que les permitiera lidiar con el Imperio Bizantino. Así se concibió un paradigma de guerra
permanente para un mundo dividido en dos zonas: el territorio del Islam y el territorio de la
guerra. De esta forma, las comarcas no musulmanas tendrían que ser convertidas mediante la
Yihad.
La Arabia donde surgió Mahoma y el Corán era socialmente opresiva y se encontraba sumida en
un círculo vicioso de violencia, al punto que el Profeta tuvo que imponer su credo por la vía
armada. El Corán autoriza el uso de la violencia al musulmán para proteger la libertad de creencia:
“A quienes luchen por haber sido víctimas de alguna injusticia les está permitido luchar, y
verdaderamente Alá tiene poder para ayudarles. Los que fueron expulsados de sus casas sin
derecho, sólo porque habían dicho: nuestro Señor es Dios. Si Dios no se hubiera servido de unos
hombres para combatir a otros, habrían sido destruidas ermitas, sinagogas, oratorios y mezquitas
donde se menciona en abundancia el nombre de Dios”.
En 622 Mahoma se refugió en la urbe de Medina bajo la protección de los judíos locales, para
quienes su prédica era casi una copia del monoteísmo de Abraham. Allí, asumió la jefatura
espiritual de los clanes árabes, adoptando esta embrionaria sociedad islámica rasgos teocráticos y
guerreros, al utilizar las razias y el asalto a caravanas a nombre de Alá, en procura de recursos. En
su disputa contra La Meca, el uso de la violencia pasó del plano espiritual a ser una práctica para
extender el credo. Entonces, la violencia del Yihad adquirió sus visos vengativos, por la humillación
hecha por los habitantes de la Meca a Mahoma como “enviado de Alá”. Para Mahoma y los califas
omeyas de Damasco y abasidas de Bagdad, no hubo duda alguna de que la Yihad implicaba guerra
santa; basta con revisar los hadices del Profeta. En la primera aleya revelada al Profeta, en su
Hégira, se legitima el uso de la violencia: “A quienes luchen por haber sido víctimas de alguna
injusticia, les está permitido luchar y verdaderamente Alá tiene poder para ayudarles”, así dice la
Sura de la Peregrinación XXII, aleya 37.
En la Sura de la retractación, o aleya de la espada, el Corán establece el punto central para los
radicales islamitas: “Y cuando hayan pasado los meses inviolables, matad a los asociadores donde
quiera que los halléis. Capturadlos, sitiadlos y tendedles toda clase de emboscadas”. “Combatid
contra aquellos, de los que recibieron el Libro, que no crean en Alá ni en el último día, no hagan
ilícito lo que Alá y su Mensajero han hecho ilícito y no sigan la verdadera práctica de la adoración”.
En estos suras coránicos se fija el deber del fiel para combatir a los infieles mediante la Yihad, y así
imponer el credo. Incluso, el biógrafo del Islam, Al Bukhari, lo reflejó en sus obras. Será mucho
más tarde que al término Yihad se le atribuyó una interpretación adicional, como esfuerzo o lucha
espiritual, además de guerra. Es precisamente la actitud y el proceder guerrero de Mahoma lo que
concede legitimidad a la Yihad contemporánea.
La matanza de judíos “politeístas”, a manos de Mahoma, es considerada por éste como una
“recompensa de Alá”, y de ahí se conforman las suratas que santifican la fuerza y el despojo para
ofrendarlos a Alá y a su Profeta. En lo adelante, los cristianos y judíos protegidos pasan a ser
víctimas y sus iglesias, como las de Medina, demolidas: “peléenlos hasta que no quede ninguna
asociación, y que la religión sea únicamente la de Alá”. Por eso en la actualidad, en Arabia Saudita,
Afganistán, Sudán, Irán, etcétera, el proselitismo cristiano está castigado con la pena de muerte.
La sharia condena a muerte al apostata musulmán y al que se convierte a otra religión.
“¡Combatid contra quienes, habiendo recibido la Escritura, no creen en Alá ni en el último Día, ni
prohíben lo que Alá y Su Enviado han prohibido, ni practican la religión verdadera, hasta que,
humillados, paguen el tributo directamente”!; “Se os ha prescrito que combatáis, aunque os
disguste”; “Cuando tirabas, no eras tú quien tiraba, era Alá Quien tiraba, para hacer experimentar
a los creyentes un favor venido de Él”; “Combatid contra ellos hasta que dejen de induciros a
apostatar y se rinda todo el culto a Alá. Si cesan, Alá ve bien lo que hacen”; “Cuando hayan
transcurrido los meses sagrados, matad a los asociados dondequiera que les encontréis.
¡Capturadles! ¡Sitiadles! ¡Tendedles emboscadas por todas partes!”; “¡Creyentes! ¡Combatid
contra los infieles que tengáis cerca! ¡Que os encuentren duros!”.
Tanto el Corán como los hadices promulgan la Yihad como guerra santa para propagar el Islam. Un
Mahoma triunfante en La Meca recibirá de Alá la inspiración de establecer como sublime este
mandato: “¡Oh Profeta, lleva la lucha contra los incrédulos y los hipócritas y se duro con ellos. Su
refugio será el Infierno, y que fea destinación!”. En su Pendón conquistador figurarán los judíos y
los cristianos y el agradecimiento al Supremo por mostrarle el arma de la victoria. En la localidad
de Tabuk, en 631, luego de una sangrienta degollina de cristianos, los comentario de Mahoma son
recogidos en las suratas 9, 29-30: “los cristianos dicen: el Cristo es el hijo de Alá. Esas es son sus
palabras. Imitan el dicho de los incrédulos antes que ellos. ¡Qué Alá los aniquile! ¿Cómo se
encartan de la Verdad?”. Es imposible negar la raíz teológica de la violencia islámica contra el
cristianismo y el judaísmo (9, 29-35), y cómo mediante el Yihad matar al pagano que se niegue a la
conversión se transforma en una obra piadosa.
Existen en realidad dos caras del Corán; en una se proclama un Islam pacífico, espiritualista y no
violento, el predicado por un Mahoma profeta espiritual inicialmente en La Meca; en la otra se
proyecta un Islam irascible, vengador y beligerante, cultivado por los suratas medinenses del
profeta como estadista y militar en su Hégira, el cual da pie al fanatismo ortodoxo, expansionista
de los cuatro primeros califas conquistadores, y del cual extraen sus nociones los islamistas
modernos. Por eso los musulmanes moderados argumentan a favor de un Corán y un credo
benévolo, sin reconocer que también contiene un llamado a la violencia, y los fundamentalistas
ortodoxos esgrimen un Corán intransigente, sin aceptar que a su vez abarca elementos
contradictorios. La expansión del fenómeno del fundamentalismo islámico en todas las áreas de la
vida social del mundo árabe provee la evidencia histórica del predominio de los mítos sobre los
símbolos en la actual cultura árabe.
El grueso de los intelectuales del área rechaza la asociación del Islam con el terrorismo islamista, y
suponen que la «islamofobia» de Occidente mezcla injustamente el Islam con el terrorismo. Estos
intelectuales hacen hincapié en las “atributos pacíficos del Corán como un evangelio de amor”.
Pero, si en algo concuerdan todos los jurisconsultos y religiosos islámicos, es en la Yihad como
dispositivo de salvaguardia y propagación del culto, y de no tolerancia para con los infieles. Los
grandes teóricos del Islam aceptan a la Yihad en su versión de obligación universal para desatar la
guerra santa y la violencia: Malik, Abu Zayd el-Qairawani, Taqi al Din Ibn Taymiyya, Abou Yusuf
Yacoub, Abu Abdullah Bokhari y Abul Hussein Muslim, Abu Al-Hasan Al-Mawardi (Alboacén).
Los musulmanes que viven en Occidente suelen citar los pasajes coránicos positivos, pero la
experiencia en los países islámicos demuestra que la interpretación dominante es la que opta por
los fragmentos más negativos. A pesar de los argumentos de muchos eruditos islámicos, en
especial los que propulsan la modernización del credo, que buscan establecer una división en dos
tipos de Yihad, una espiritual y otra de violencia guerrera. Sin embargo la designación de una
Yihad espiritual no está confirmada en algún Jadit del propio Mahoma, o de las escuelas jurídicas
islámicas, o del Corán, el cual está saturado del término Yihad con sentido de batalla. Asimismo el
Corán describe al Profeta encabezando 27 “guerras santas” y sus seguidores otras 38 operaciones
bélicas. Estas acciones son descritas por el Corán como el “camino de Alá” (Yihad fi sabill’Alá). “No
son ustedes quienes los mataron, sino es Alá quién los mató (…) y esto para probar a los creyentes
con una bella prueba de su parte”.
Si en el Islam la violencia es esencia purificadora de Alá para usarla contra los impenitentes e
ingratos que no quieren redimirse, entonces, de esta matriz del “soldado de la fe” presto a fustigar
los pueblos infieles y resarcir la honra de Alá es que se origina la Yihad, del cual su plural,
moudjahid, bautiza a sus actuales combatientes: “la característica totalitaria del Islam no es más
aparente que en el concepto de Yihad, la guerra santa, que tiene como objetivo final conquistar el
mundo entero y someterlo a la única verdadera religión, a la ley de Alá”.
Frente a los recientes ataques en Francia, Tayel manifestó que “no podemos
hacer apología al terror y tampoco podemos eliminar las voces o las palabras,
pero sin duda la libertad de expresión no puede ser contradictoria al respeto”.
El 15 de enero el Papa Francisco aseguró algo similar. Dijo que tanto la libertad
de expresión como la religiosa son dos derechos fundamentales, no obstante “no
se puede insultar la fe de los demás. No se puede burlar de la fe. No se puede".
Con respecto a la masacre perpetrada en Nigeria durante los primeros días de
2015, que ha sido opacada por lo ocurrido en Europa, a pesar de que en el país
africano fallecieron muchas más personas, Tayel remarcó que “parece que entre
las víctimas y los muertos del terrorismo hay de dos, de tres y de cinco estrellas”.
Y no lo dice solamente por estos hechos, sino por lo que actualmente pasa por
ejemplo en Siria, un pueblo “que está viviendo entre dos tipos de infiernos: el de
la dictadura de Bashar al-Asad y el de los terroristas extremistas sunitas y
chiitas”.
Los dos representantes musulmanes insistieron en que en definitiva, yihad no es
guerra santa. “No es terrorismo ni violencia. Yihad es el acto de esforzarse”
manifestó Tayel con vehemencia.