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Este tratado del filóse!.

o dinamarqués es el prime­
ro de los veinte Discursos Edificantes de Diverso
Tenor que vieron la luz en Copenhaguen el 13 de
marzo de 1843. SOREM
Concebido por su autor como «preparación espiri­
tual para el oficio de la confesión» (recordemos KIERKEGAARD
que Kierkegaard, como pastor protestante, habla
de «oficio» y no «sacramento» al referirse a la peni­
tencia), arroja, en su lectura contemporánea los
LA PUREZA
elementos de un apasionado alegato contra la
«masificación» del individuo, capaz de preservar DE CORAZÓN
su identidad única e irreductible si se atreve a e r­ es querer una sola cosa
guirse, sólo, cara a cara, él mismo, frente a Dios.
Prólogo de
El prólogo por Luis Farré introduce la personali­ LUIS FARRÍ
dad y pensamiento del autor, lo ubica en relación
con las preocupaciones filosóficas de su época y la
nuestra y señala los aspectos más sobresalientes a
tenerse en cuenta en la lectura de esta obra en p a r­
ticular.

colección
América 2000
Ensayo Introductorio
SIGNIFICADO E IMPORTANCIA DEL
PENSAMIENTO DE KIERKEGAARD
por Luis Farré

“T a l vez tod o aquel que no se abre a


K ierkegaard o que un buen día lo consi­
dere liquidado, perm anece hoy pobre e
inconsciente. N o sabemos lo que es, pero
en todo caso es la voz m oderna que nos
conduce a la s u p re m a lucidez y nos hace
sentir la m á x im a indigencia.” K a rl Jaspers
(en K ie rk e g aa rd vivo, Alianza Editorial,
M a d rid , 1966, pág. 72).

L a conspiración del silencio e n v id a y con p o sterio rid ad


a su m u erte in ten tó a ca lla r las ideas, exultaciones y
reproches distintivos en el p en sam ien to de K ierkegaard.
El desconocim iento de u n p e n sa d o r ta n explícito y sin­
cero, logró te m p o raria y p a rc ia lm e n te sus propósitos.
C aracteriza a to d a co n tem p o ran e id a d el a b an d o n o a u n a
paz no p e rtu rb a b le p or hechos e ideas q ue alteren cos­
tum bres, creencias y m oral. E n relació n con n uestro
pensador, fu eron escasos los hom bres a quienes, con
au tén tico interés, les p re o c u p a ra u n escritor adverso a
la ru tin a ideológica y p rá c tic a , exigente de u n a in te rio ­ cristiano, logró conm over a cu an to s, d ire c ta o in d irec ta ­
rid a d a le rta y responsable. Su estilo, n a d a críptico, ex­ m en te, p re o c u p a n los p ro b lem as del hom bre. 2 E videncia
p o n e m u y de fren te las ideas, sin subterfugios; le in te re ­ de las h o n d u ra s que alcanzó en sus reflexiones sobre lo
san p roblem as básicos, los cuales, u n a vez com prendidos, h u m a n o en relación con sí m ism o, con el m undo, con
a su parecer, 110 deb en q u e d a r en ilustració n teórica, sino el p ró jim o y con Dios.
m ás bien exigir cam bios quizás sustanciales en el tip o El p resen te ap o rte no q u iere sino ser ensayo in tro d u c ­
de v id a a que estam os hab itu ad o s. torio a su p ensam iento. Q u isiera p e rfila r el personaje y
K ie rk e g aa rd pertenece, p o r lo ta n to , a aq u ella índole d e sta c ar aquellos hechos básicos que, en a lg u n a form a,
de escritores g en eralm en te obligados a esp erar reco n o ci­ co n trib u y ero n a la ad o p ció n de d e term in a d as actitudes en
m ien to postum o. Se a n tic ip a ro n a su tiem po, o, en el la v id a que, de rebote, in flu y ero n en sus ideas y deci­
caso de K ierk eg aard , a su época, que estaba c o n fo rm a d a siones. C reo que este libro lo m erece. Si los escritos de
en g ra d o extrem o p o r u n a m e n ta lid a d m etó d ica, íiel a nuestro a u to r in teresan a personas con inq u ietu d es espi­
senderos d efin itiv am en te trazados, dem asiado segura d e si rituales, no a p ro v e ch a rá n m enos, sin em bargo, a quienes
m ism a p a ra a te n d e r las recias llam adas de u n d isid en te ven al h o m b re desde u n a p ersp ectiv a exclusivam ente laica.
q u e c lam ab a p o r la a u te n tic id a d . Son escritores d esti­ E n la p resen te obra, p o r ejem plo, a b u n d a n ideas sobre
n ad o s al sacrificio, com o aconteció en la a n tig ü e d a d con el tiem p o y lo eterno, el in d iv id u o y las m u ltitu d es y
Sócrates, en el m edioevo con A belardo y en el re n a c i­ m u ch as o tras de ta n ta d en sid ad y p ro fu n d id a d que
m iento con G io rd an o B ru n o ; a no ser que el e sp íritu de nadie, p o r escasam ente p re o c u p ad o que esté p o r la filo­
to leran cia, ya b a sta n te d ifu n d id o en la segunda m ita d del sofía o los problem as del h o m b re, d e ja rá de leerlo con
siglo X IX , obligue a a d o p ta r recursos m enos opresivos, provecho.
com o lo son la in d ife re n c ia y el silencio.
Es posible que en u n escrito r v id a e ideas co rran p o r
A m enos de tre in ta años de su fallecim iento, K ie rk e ­ cam inos m u y divergentes. Los escritos que entregue p o ­
g a a rd pasó de casi u n to tal a n o n im ato a un rá p id o p re s­
d rá n ser m u y eruditos, con c ierta p ro fu n d id a d , elaborados
tigio, en auge c o n tin u a d o . 1 U n creyente que quiso ser
m e d ia n te el estudio y la fría reflexión, a u n q u e carentes
voz c la m a n te por lo q u e co n sid erab a el c u m p lim ien to de
de fe rv o r y em oción vitales. T o d o lo co n tra rio acontece
u n cristianism o veraz y sincero, pues éste es el esp íritu
en K ie rk e g a a rd . Piensa y escribe en ín tim a conexión con
q u e a n im a todos sus escritos, h a m erecid o y m erece a te n ­
tos estudios no sólo de los teólogos, éstos quizá en m in o ría, su p ro p ia v id a. A sum e el com prom iso de su existencia y
sino de filósofos, psicólogos, h u m an istas y sociólogos. ésta, en co n fo rm id ad o d isco n fo rm id ad , m ay o rm en te lo
P a re c ería que K ie rk e g aa rd , al no q u e re r sino p e n sa r en segundo, lo obliga a convicciones y decisiones. Pocos

1 V éase sobre lo m u ch o q u e se h a p u b licad o sobre K ie rk e g a a rd , 2 V éase el v olum en K ierkeg a a rd vivo, A lianza E d ito rial, M a ­
In te rn a tio n a l Bibliografi (en d a n é s ), N it N ordisk F orlog, 1962, drid, 1968. S a rtre , H e id eg g er, Ja sp e rs y varios o tro s se o cu p an
212 páginas. de n u estro p e n sa d o r y reco n o cen sus ap o rtes.
com o él h a n sentido, y sufrido, la presión del ambiente debía ser. Lo atorm entaba la idea de u n ajuste vital
a n te u n a conciencia vigilante que lo obligaba a sagaces logrado.
y casi siem pre certeros análisis de disconform idad. Alma Una exigencia personal tan rígida, p o r necesidad in flu i­
sensible y recta, sufría al expresar disidencias que lesio­ ría en sus relaciones con los dem ás. C onservaba u n g rato
n a ría n a personas con las cuales estab a vinculado por el v altísimo recuerdo de su m ad re que falleció m uy jo v e n ;
parentesco, el a m o r o la religiosidad. Sobre todo en sus r e c u e r d o que q u edó m uy en lo íntim o, secreto invulne­
últim os escritos, a b u n d a n referencias a hechos y relacio­ rable. sin q u e apenas ap areciera en los escritos. El padre,
nes, se m uestra la ce ra d o y dolorido, com o si se sintiera h o m b re de edad, cuidó de su ed u cació n ; am an te de la
excluido de la c o m p añ ía de seres que a p reciab a de diver­ cultura, le proporcionó lo que, a su en ten d er, parecíale
sas m aneras, pero obligado a re ch azar opiniones o acti­ m ejo r. Q u iz á la ausencia del cariñ o m atern o , convertido
tudes, según su p arecer, im propias o peligrosas. en a ñ o r a n z a , m enos intelectual, m ás com prensivo y em o­
L a ciu d ad donde nació, C openhague, en 1841, le opri­ cional. contribuyó a que adopta.ra u n a a c titu d ríg id a en
m ía p o r la ru tin a de sus costum bres, la m ediocridad de re la ció n c o n el padre. Algo d e origen ético, jam ás debi­
la c iu d a d a n ía y un culto religioso a te n to al ritu al y a una d a m e n te aclarado, tam bién los m a n te n ía distantes. P a ­
índole de e sp iritu alid ad que parecía ju stificar la soño­ re cía culparle de algunas deficiencias que ad v ertía en sí,
lie n ta existencia de sus m oradores. Si algo la contur­ procedentes de la vida fam iliar y del m odelo de educación
b ab a, pro n to era d ilu id o en lo h a b itu a l p o r la presión q u e le inculcara. Las relaciones con su p a d re fueron
del am biente, sin ap en as d e ja r huellas aq u ella inicial respetuosas, au n q u e no cordiales. 4
disidencia. E n la h isto ria de la h u m a n id a d siem pre han A u n q u e e n varios escritos d esm enuza experiencias de
sido escasas personas, frecu en tem en te u n a sola, las que su vida, n o es suficientem ente explícito. P arece callar
elevan su enérgica voz disidente. K ierk eg aard no pudo algo, ya sea p o r propio respeto o p a ra no h erir dem asiado
c allar y se atrevió, disconform e con su iglesia y, luego, a personas que le eran muy cercanas. K ierk eg aard p e r­
consecuentem ente, con la clase de fieles que formara. maneció soltero, luego de u n e n am o ram ien to y noviazgo
A c titu d que suponía u n a trem enda lu ch a ín tim a : perte­ correspondidos. R egina Olsen, la novia al final p reterid a,
lo impresionó a tal extrem o q u e se en am o ró de ella a
n ecía a un am b ien te que, en p a rte , lo com prom etía y
primera vista. Sabía m uy bien qu ién e ra : u n a m u c h ac h a
obligaba, pues reconoce que le fuero n otorgadas oportu­
hermosa y gozosa de su ju v e n tu d , sencilla y de escasa
nidades de b ien estar y c u ltu ra negadas a m uchos o*ros;
p ero tam bién, co nciencia escrupulosa y, a veces, quizá
:i Analizo su c a rá c te r en el ensayo, E l h o m bre que era Soren
d em asiado m eticulosa, reh u sab a el m en o r acom odo, a su Kierkegaard, en el volum en “ U n a m u n o , W illiam Jam es y K ier-
p a re ce r adverso a los dictados de lo exigido por la recti­ kegaard”, L a A urora, Buenos A ires, 1967.
tu d cristiana. T e m p e ra m e n to a g u d a m e n te introvertido, 4 Expone las relaciones con su p a d r e en J o h an nes Climacus or
De Omnibus d u b itand um est. V é ase tam b ién , P eter R ohde,
se au to an alizab a, siem pre insatisfecho, pues lo que era no
expresaba en e c u a n im id a d lo que creía o im ag in ab a que
Soren Kierkegaard. A n In trod uction to His Life and Philosophy
Londres, George A lien a n d U n w in L td ., 1936, cap. I.
,
c u ltu ra . Pero a la prim era impresión, franca y leal, siguió tirse cristiano q u e d an diluidos en lo com unitario. N a d a
u n análisis que quiso ser exhaustivo. Y, naturalm ente, m ás adverso a u n espíritu qu e, p o r en cim a de lo estético
puesto que n ad a hum ano es perfecto, las relaciones sufrie­ y de lo m oral, com p ren d e la religiosidad com o u n a a p e r­
ron continuos altibajos que terminaron con el noviazgo. tu ra franca, trem en d am en te responsable de la p ro p ia in d i­
R eg in a Olsen se casó con otro. Creo que en este caso, vidualidad a n te Dios. L a teología e n m a rc a d a en el hege­
no m enos que en las relaciones con su padre, a Kier- lianism o se ex trav ía en g en eralid ad es; la que K ierk eg aard
kegaard le faltó comprensión y capacidad de disculpa. sentía y expresaba se in iciab a en la in d iv id u alid ad , la
Q u ie n no esté dispuesto a practicarlas, difícilmente ento­ com prom etía y obligaba a su vez a asu m ir inescapables
n a rá con su ambiente. Se sentirá constreñido a vivir en compromisos. 6
soledad, haciéndosele difícil la convivencia. 0 M encioné tres hechos, sin e n tr a r en detalles p a ra m ejor
T a l vez la actitud que adoptara frente a la iglesia explicar el curso que a d o p ta ría en vida. El m ism o los
evangélica danesa sea más justificable. 'Poda religión, y analizó, sobre todo con m iras a co m p re n d er lo q u e p a ra
su form ación espiritu al significaron, callan d o o disim u­
en especial el cristianismo, es sumamente exigente, sobre
lando aspectos que p u d ieran ser ofensivos p a ra las p e r­
todo p ara aquellos que están encargados del adoctrina­
sonas. K ierk eg aard e ra un h o m b re sen tim en tal, ávido de
m iento de los fieles. Por de pronto, era una iglesia oficial
com prensión, pero no a c e rta b a con la m e d id a que le p e r­
bajo la protección del estado, privilegio que resta bríos y
m itiera el ad ecu ad o ajuste. C reo que seríam os injustos si
osadía. Los subsidios que recibe y los vínculos que m an ­
lo consideráram os u n m elancólico antisocial; su ten d en cia
tiene con los gobernantes comprometen e inhiben. A
al. retraim iento, a g ra v a d a por u n a inteligencia m uy refle­
veces sus dirigentes acuden a argumentos demasiado sofis­
xiva y an alítica, vióse a crec en tad a p o r las especiales
ticados p ara justificar omisiones o expresiones equívocas.
circunstancias del am b ien te en el que le tocó vivir. A u n ­
A dem ás los obispos J. P. Mynster y H. L. M artensen,
que cabe p en sar si las m u ltitu d es, com o dice en el presente
sobre todo el último, eran adictos a un tipo de teología
libro, no son en todas p artes sim ilares, y los dirigentes,
cristiana sumam ente influida por la filosofía hegeliana.
eclesiásticos o políticos, con ra ra s excepciones, repeticiones
N a d a más opuesto a la m anera de ser singularizante,
m im éticas a los descritos por este pensador.
individual y agudamente consciente propia de K ierke-
E xageran, a m i parecer, quienes insisten en algunos
gaard . U n a teología, la hegeliana, muy bien razonada,
defectos físicos, que estaban m u y lejos d e ser d efo rm i­
pero carente de fervor y audacia espiritual, que induce
dades, influyentes en el c a rá c te r de K ierk eg aard . F ue u n
a los fieles a la práctica de un cristianismo chato, m o ra­
punto de vista, m uy ex p lo tad o p o r el periódico Corsair
lista y rutinario. El fervor y el entusiasmo de ser y sen­
que lo a ta c a ra en vida, h á b il en la utilización de los

5 In teresan te el estudio de C. F. Bonifaci, Kierkegaard y el


am o r , H erd er, Barcelona, 1963. Sobre sus relaciones con R egina 6 Louis D u p ré , Kierkegaard as T h eologian, the Dialectic of
en Diario de un seductor. Christian Existence, N u ev a York, S heed an d W a rd , 1963.
peores recursos periodísticos en c a ric a tu ra y expresiones. 7 sador de principios y d ed u ctiv o , intelecto que invade e
Fue u n sufriente, principalm ente por las continuas a lte r­ in te n ta resum ir y u n ificar las vivencias.
nativas que le ofrecía la vida. Ib a a la búsq u ed a de u n a N o le com place el títu lo de filósofo. C ontem pla el
rectitud co n tin u am en te tu rb a d a ; a p u n ta b a a u n centro inundo desde un au toanálisis q u e en ocasiones parece
que los avatares de la existencia le nub lab an . A seme­ inm isericorde. A dm itiría, eso sí, el de p o eta, “ u n hom bre
janza de Pablo, lo confiesa abiertam en te, veía d esarro­ infeliz que o cu lta profundos torm en to s en su corazón,
llarse en sí u n a lucha co n tin u a que le d ificu ltab a el verse pero cuyos labios están fo rm ad o s de tal m an era que
y com portarse com o u n individuo en su debida rectitu d cuando u n gem ido o u n ch illid o pasa p o r ellos, suena
ante Dios y a n te los hom bres. como u n a herm osa m ú sica” .8 Los problem as que se
p lan tea son siem pre in terro g acio n es sobre algo que h a
A c titu d filoso jico-religiosa de K ierkegaard vivido y sufrido en sí o en re la ció n con personas y circuns­
tancias m uy cercanas y respetables. Los hom bres, diría
Im p lica a rd u a ta re a el intento de ofrecer u n a exposi­ en su in tim id ad , crearon u n a religión sistem ática y abs­
ción m etó d ica y sistem ática de K ierkeg aard . F acilitaría tracta, p a ra elu d ir la a n g u stia del p e cu liar problem a
la labor si p a rtie ra de principios considerados im batibles, cristiano. T r a b a ja sobre sí m ism o com o hom bre, y p o r
de los cuales fu e ra extrayendo conclusiones, al estilo de eso p u ed e citarse como m odelo, en lo que era, quisiera
m uchos filósofos, p a rtic u la rm e n te H egel. Le pertenecen ser y p o d ría ser. “ Lo in d iv id u a l tiene diversas sombras,
estilo y m étodo m uy característicos de él y de cuantos se todas las cuales se le p a re ce n y, de tiem p o en tiem po,
sienten obligados a p en sar con m iras a com prenderse tiene u n derecho a ser igual, a ser él m ism o” . 9 K ierke­
desde u n a posición angustiosa y a to rm e n ta d a, sin gozar gaard que, en los años de su ju v e n tu d , p articip ó del
de aquella c la ra h o lg u ra que pro p o rcio n an norm as o entusiasm o casi general por la filosofía hegeliana, cuya
principios ilustrados casi exclusivam ente p o r el intelecto. dialéctica a p lic ara a la teología el profesor y m ás tard e
N uestro danés expresa el reverso de lo h a b itu al en su obispo M arten sen , al au to ex am in arse, dióse cu en ta que
época: lo ín tim o y personal frente a lo genérico y abs­ en cerrab a en sí m ism o un m isterio m ás g rande que la
tracto. N o su b o rd in a la vivencia al pensam iento; in te n ta idea y m ás difícil de explicar.
desde la aclaració n de sus vivencias ascender a la clarid ad El universo vivido y el in fin ito sentido y anhelado
intelectual. E sta posición explica su desagrado fren te a vibran e n su alm a. Luego los reflexiona desde im pactos
lo ru tin ario y com ún, repetición de lo h a b itu a l; y, en que conm ueven su in d iv id u alid ad . P o d ía decirse como
cu an to a las ideas, el distan ciam ien to fren te a H egel, p e n ­ H a m le t: “ Flay m ás cosas en la tie rra y en el cielo, H ora-

7 C onsidero m u y a tin a d o el enfoque de T h e o d o r H aecker, L a 8 E n el p rim e r D iapsalmata, a l p rin cip io d e la obra, edición
joroba de K ie rkeg a a rd , M a d rid , 1956, q u ien llega a la conclusión inglesa E i t h e r / O r . E xpongo ta m b ié n el p en sam ien to de K ierk e­
d e que “ las repercusiones d e la p a rte co rp o ra l de u n hom bre g aa rd en el volum en U n a m u n o , W illia m J a m es y K ierkegaard,
sobre su esp íritu , p o r g ra n d es y p ro fu n d as q u e sean, jam ás llegan La A u ro ra, Buenos Aires, 1967 .
a crearlo ” . 9 E n el a rtíc u lo T h e R e p e titio n .
ció, de las que tú has soñado en tu filosofía” . C ultiva p ragm atistas, la v erd ad sigue a la verificación, casi un
estas presencias e im p acto s, vigilando u n a singularidad engendro h u m an o . P a ra K ierk eg aard h ay u n a verdad
que no p ierd a o extravíe esta conexión. “E ntiéndese, pues, a prior i, pero de ella, m ie n tra s no la hayam os realizado
po r el m om ento, la a b stracció n ele lo eterno, que es u n a en n u estra experiencia, com prom etiéndonos con ella, m uy
p a ro d ia del m ism o, si h a de ser lo presente. Lo presente poco sabemos. Debem os a rra n c a rn o s a lo estético, gozoso
es lo e te rn o ; o m e jo r: lo eterno es lo presente y esto es lo y p asajero, p a ra instalarnos e n u n a tra n sito ria eticidad,
lleno de contenido” . 10 A sistido p o r u n em p u je m ístico obedientes al deber, “ de tal m a n e ra que esta conciencia
q u e resbala sobre lo a c tu a l, presiente la seguridad y de la seguridad dé v alo r etern o del yo” .11 P a ra K ierke­
firm eza del u ltra m u n d o rechazado. T ien d e a él con gaard , en p a rte a sem ejanza d e K a n t, la v e rd a d consiste
to d a su alm a ap asio n ad a. Por eso señala con severidad más en u n a a ctitu d o cam bio radical, que en una obe­
lo sensible e in m e d ia to d e este m u n d o estético, adverso diencia p u ra m e n te e x te rn a a la ley. “L a ética es como
a los em pirism os y positivism os que constriñen el p en sa­ la respiración etern a en m edio de la soledad” .12 V ivió y
m ien to en lo e x p erim en tad o in m ed iatam en te. C onfía m uy com probó la falla del m oralism o, e insiste en la eficacia
poco en sus ráp id as ap arien cias, sólo aprec.iables en de los hechos, pero éstos sólo son éticos en c u a n to expre­
c u a n to las considera repercusión de lo eterno. N o lo san u n a in te rn a condición tran sfo rm ad a.
d etien e el encanto de lo estético. K ierk eg aard está en u n co n tin u o a le rta : que la v id a
K ierk eg aard vivió trá g ic am en te los problem as de la no se extravíe en el p en sam ien to y, p a ra ello, n a d a m ejor
filosofía y la teología, al in te n ta r conciliar las necesidades que vigilar y co n tro lar la in d iv id u alid ad . C ree que sólo
in telectuales con las afectivas y volitivas. E lab o ra u n a aquel que p rim ariam e n te a p u n ta a sí m ism o, sujeto de
vivencia p rá c tic a y sen tim en ta l de la v erdad. E sta no vivencias, cu an d o expone o h a b la , puede h a b la r y ser
d ep en d e d e los hom bres, incapaces de alcan zarla a causa de u tilid a d a otros. E n c o n tra de Iiegel, p o r lo tanto,
de su constante m u ta b ilid a d . E stá ya definitivam ente ex alta el principio de la su b jetiv id ad . C om o m odelo de
estab lecida, h ija de la fe ; cad a u n o debe escudriñarla eticism o recu erd a a Sócrates, cuyo secreto consistía en
en sí m ism o p a ra que a p arez ca h ech a carn e en la p ro p ia g u iar a sus oyentes, no a que pen saran esto o aquello,
vida. L a g en eralid ad d e los hom bres, sin em brgo, se sino a ser individuos diferentes d e lo com ún, expresando,
lim ita n a reco rd arla y e x p o n erla: con ella los profesores m ás que p red ican d o , la v erdad. C onsidera vano, y hasta
co n feccionan sistem as y los predicadores sermones. No pecam inoso, in te n ta r d esp ertar e n otros ideas y sentim ien­
h ay excusa p a ra los q u e son m e ra m en te ideólogos. D e tos si p rev iam en te no se h a n d esp ertad o y los h a vivido
n a d a sirve la v e rd a d , sobre todo c o n tem p lad a desde el en sí m ism o. N o p red icar, sino o b ra r; no regodearse en
p u n to de vista religioso, sin u n com prom iso v ita l; hay las ideas, sino realizarse. Y a, u n a vez co n fig u rad o el in d i­
que ser testigo y, si v in ie ra el caso, m á rtir. P a ra los viduo en lo que debe ser, la p re d ic ac ió n b ro ta rá como

10 T h e C o ncept of D r e a d , cap. I I I . U tilizo g en e ralm en te las 11 E i l h e r / O r , segunda p a rte .


versiones inglesas d e sus o bras. 12 P ost-scriptum , pág. 87.
un m ovim iento espontáneo y sincero. L a subjetividad o la su b jetiv id ad ; precisam ente en el interés rad ica la
su más excelsa expresión, la personalidad, q u ed a decidida p ru eb a” .14 L a in m o rtalid ad n o debe ser som etida a polé­
en la elección, realizada de antem ano en el cristianism o; m ica; equivale a a lte ra r la cuestión, pues se tra ta de u n a
o, m ejor, p a ra no a p artarn o s de su pensam iento con­ ta re a : “L a cuestión debe ser si yo vivo como requiere
creto: en la persona histórica de Cristo. E sta insistencia mi in m o rta lid a d . . ., mi inm ensa responsabilidad an te el
en la individualidad la advertim os tam bién en su recelo hecho de que soy in m o rtal” . 15
y consiguiente a p artam ien to de las turbas o m ultitudes. Por la in m o rtalid ad nos ubicam os en lo religioso, p re ­
U n grupo de hom bres le parecía u n a abdicación de la ocupación cen tral y casi diríam os exclusiva de nuestro
personalidad. L a eleva a categoría del esp íritu ; opuesta pensador. Los estados estético y ético, que analiza con
a la turba, que induce a falsedad. Sum ergirse en lo bastante m orosidad, c o m p ro b ad a su insuficiencia, im p u l­
social equivale a buscar lo fácil, aquello que exim e de san al salto h acia lo religioso. P o r el h u m o r o estado de
pensar y obrar responsablem ente. 13 lucha que es la vida, nos convencem os de la nulidad del
K ierkegaard, encim ado en su p a rticu larid ad subjetiva, tiempo y del yo; d esp ierta la conciencia al conflicto entre
tiem bla, sin em bargo, al a h o n d a r espiritualm ente. N o lo lo finito y lo infinito. Presentim os el v alo r del absoluto y
aquietan sistemas e ideas, pues contem pla en sí lo para- de la p arad o ja. Trascienden lo m o ra l; penetram os en
dojal, síntesis de lo finito e infinito, de lo eterno y lo un estado co m p letam en te d iferen te, su p erio r al hom bre
tem poral. M ientras la m ayoría de los m odernos existen- ético de K a n t, pues éste com bina religiosidad y eticidad.
cialistas de la finitud cierran obstinadam ente la pers­ .Lo religioso, p a ra K a n t, no a d m ite com prom isos de n in ­
pectiva p a ra no verse sino recortados en el ah o ra, él, guna índole. A d iferen cia de M iguel de U n am u n o , no
de puntillas en la n atu raleza concreta, otea el infinito. se dem ora en la d u d a , h u rg a n d o en ella en u n a casi delec­
Estos pensam ientos co n trib u ían a que ex p erim en tara toda tación m orosa. L a d u d a es n ecesaria a la c ria tu ra finita,
la p ara d o ja de su existencia, con ansias que a veces lo que ren u n cia a ella o la sostiene com o u n sacrificio y u n a
im pulsaban a u n a p ro fu n d a desesperación; agudizado por angustia. C onfía c o n tra toda esp eran za y, com o A braham ,
la “enferm edad de la m u e rte ” que nos aco m p añ a d u ­ lo consigue todo. L a fe en g en d ra, a u n q u e luego la supe­
rante la existencia, a p esar de ser principio de u n a nueva ra, la angustia con d u d as y turbaciones, p o rq u e aleja de
vida: la esperanza de la inm o rtalid ad . E sta no se afirm a lo finito, que constituye las deleznables firm eza y segu­
en la razón, sino en la fe. N o es cosa de grupos ni ele ridad del m om ento.
com unidad. “E n el instan te en que estoy convencido Nuestro pensador rechaza la religiosidad com ún, d iá ­
de m i in m ortalidad, soy absolutam ente subjetivo. . . la fana, sociológica. N o afecta d e u n a m a n e ra an ím ica y
in m o rtalid ad pertenece al interés más apasionado de personal. Es u n a religiosidad ta n g en érica que abarca
por igual al p aganism o y al cristianism o. E x p resa prefe-
13 E xpone estas ideas especialm ente en la o b ra T h e point of
view for my W ork as A u th o r y en el presente libro, L a pureza de 14 E n Post-Scriptum.
corazón. 15 E n el v o lum en Christian Discourses.
re n tem en te lo estético, lo elegido p o r la m ay o ría de los pruebas. I eme que la especulación d ecaig a en regodeo
cristianos. D em orarse en este tipo de religiosidad eq u i­ m ental, a lejad a de las urgencias de la existencia concreta.
vale a qu ed arse re z a g a d o ; la a u té n tic a consiste en u n a No es u n pensador de cáted ra, obligado a h ilv a n a r con­
dialéctica p a ra d ó jica , c o n d icio n ad a po r algo d efin id o que ceptos p a ra que lo com prenda u n p ú b lico ávido de clari­
no está incluido ni en la m ás p ro fu n d a sensibilidad del dades, au n q u e poco afecto a com p ro m eterse con el sentido
corazón h u m a n o . Sólo se nos d a, y el individuo ad v ierte vital de las ideas. Estas no e ra n p a r a él instrum entos de
su presencia, c u an d o acep tam o s la revelación h istó rica de com odidad o u tilid ad , sino vías de autoconocim iento,
Jesucristo y creem os en ella. 16 D espierta entonces en revelación del hom bre, b ú sq u ed a de u n a v e rd a d religiosa
nosotros el conflicto ín tim o e n tre la e tern id ad y el tiem po, viviente. Los antípodas de K ie rk e g a a rd son el profesor,
con u n a visión escatológica que sólo finaliza c u a n d o d e ja ­ urgido a m a n e ja r ideas como el c a rp in te ro m a n eja el
mos de p e rte n ec e r a la a ctu a lid a d . Lo te m p o ra l y lo serrucho o el m artillo y el p re d ic a d o r in clin ad o a expre­
finito q u e d a n re la tiv a m en te desvalorizados, som etidos a sar herm osas verdades apenas vividas. M odelos que ejem ­
los valores eternos. Exige que no se hable del cristia­ plifica en dos personas que le e ra n m uy cercanas: los
nism o com o de algo genérico, sino de cristian d ad . Su obispos M artensen y M ynster. Se a v e n tu ra n a explicarlo
lu ch a c o n tra la iglesia oficial de su país tuvo esta c arac ­ todo gracias a sistemas m uy b ien hilvanados. “A lejad la
terística. L a c o n tem p la com o u n bienestar estético, presta p a rad o ja, decía, y tenem os al p ro feso r” . 17
a pactos y convivencias con lo civil. K ie rk e g aa rd era
K ierk eg aard pertenece a a q u e lla clase de hom bres
hom bre de fe en el C risto histórico, abiertos los ojos a las im prescindibles en un m u n d o q u e tiende a la inercia,
p a ra d o ja s y a las a p a re n te s discordias. P e rte n e cía a la
que se d e ja a n d a r; estim ula, obliga a la vigilia o rectifica
selecta clase que hizo de la religión su problem a y, angus­ energicam ente actitudes d em asiad o cóm odas. D el m u n d o
tia d a p o r los em bates de la razón y de la fe, a sem ejanza ab stracto en el cual descansa q u iz á dem asiado p lacen ­
de Pascal, se rindió a las exigencias de la segunda. teram en te la inteligencia, d e rrib a a la v id a concreta, p a ra
K ierk eg aard c o n tem p la y expone los problem as, incluso que ad v irtam o s lo que de hecho no somos, pero que debe­
los m uy especulativos, desde u n a in d iv id u alid ad a to rm e n ­ ríam os ser. Sería in ad ecu ad o re d u c irlo a su tiem po; posee
tad a. N o sólo p o r rea cc ió n en co n tra del hegelianism o, u n a v ita lid a d y u n a apelación que lo supera. Por ser
cuya sistem ática en su país in tro d u jo M arten sen en teolo­ un lu c h a d o r concentró, y no p o d ía ser de o tra m anera,
gía, sino p o r co n sid erar q u e pesaba sobre el com o in d i­ m uchas enem istades y odios. A K ierk eg aard se lo c a ta ­
viduo u n a d e te rm in a d a m isión a cum plir en este m u n d o . loga e n tre los existencialistas. N o creo que le g u stara el
Sus escritos, ricos en ideas, están dirigidos y coordinados rótulo, sobre todo si p reten d em o s que ande parejo con
p or unos pocos conceptos, sentidos y vividos p asio n al­ H eidegger, S artre y Jaspers. Estos re n u n c ian al extrem o
m ente, a m a n e ra de principios apenas necesitados de fu n d a m e n ta l que es la e te rn id a d , sobre todo Sartre. Se

16 E stas ideas son frecu e n te s en la m ayoría de sus libros espe­ 17 S obre la opinión que se fo rm a ra de M y nster y M artensen,
cialm en te en E i t h e r / O r . véase A t t a c k on C hristendom,
atien en dem asiado a lo puntualizable a h o ra y aquí. d e sus escritos, vertidos al castellano. T a m p o c o es m enos
E n laza con u n a vieja tradición, en la cual fig u ran San d o c trin a l: quizá m ás intensiva, p o r ejem plo e n los co n ­
P ab lo y S an A gustín, y a la que pertenecen pensadores ceptos de in d iv id u a lid a d y tem p o ralid ad . Pero creo
cordialistas, vitalistas, sentim entalistas y, p rin cip alm en te, q ue n in g u n a o tra, a pesar de lo a p elan te e insistente que
integralistas. E sto es, el hom bre es u n a in teg rid ad en el siem pre es, nos llegue tan a lo ín tim o y m ás obligue a
tiem p o que evoluciona h a c ia la eternidad. asum ir el com prom iso que presupone la existencia.
E d u a rd G eism ar, u n danés q u e co n sag rara to d a su v id a
Significado e im portancia de L a pureza de corazón al estudio y a la difusión del p en sam ien to de K ierk eg aard ,
recom ienda que la aceptem os com o in tro d u cció n a los
L as páginas precedentes creo a y u d arán a u b icar el restantes escritos.
pensam iento de K ierk eg aard . Son intro d u cto rias, p a ra C om o acto o expresión devocional, afirm a su tra d u c to r
m e jo r a p re c ia r y en p a rte com prender el co ntenido del inglés D ouglas V. Steere, n a d a sim ilar puede en co n trarse
presente libro, L a pureza de corazón. Este, ta n to por su d u ra n te el siglo X I X entre católicos y protestantes. Es
co ntenido com o p o r su estilo, es de los m ás expresivos. posible que estas expresiones desilusionen a quienes inte­
D e u n a fo rm a m u y vivaz y h a sta rep etitiv a expone y resa K ierk eg aard como expositor de ideas significativas
d e talla ideas que se e n c o n tra rá n en otras obras, posible­ p a ra la filosofía o psicología. P o r de p ro n to , e n n in g u n a
m en te con m enos fervor. Su estilo, siem pre ta n directo y d e sus obras podem os separar lo religioso en u n a radica-
a p u n ta n d o al lector, com o p a ra hacerle vivir los pensa­ lid ad m uy c o n creta : el cristianism o cen tralizad o en la
m ientos que expone, en la presente obra llega a c o n tu r­ p erso n a de Cristo. A l analizar enérgicam ente esta cone­
b am o s, cerrán d o n o s to d a vía de escape. L a presión, sin xión, conceptos com o individuo, am or, sufrim iento y m u ­
em bargo, si así podem os denom inarla, n o es o fen siv a; chos otros ad q u ieren en su p lu m a el m áxim o brillo.
es el enérgico ferv o r de q u ien com unica vivencias, invi­ C o n tu rb a con expresiones cortantes com o u n a n a v a ja m uy
tándonos a convivirías. Lo escribió com o ejercicio de a fila d a que obligan, m ás que a pensar, a sentir ; acorrala,
p re p a rac ió n esp iritu al p a ra el acto de confesión, acto en colocándonos en tre la espada y la. p ared . M e perm itiré
el cu al es in ú til que el hom bre, a solas consigo y con Dios, d estacar algunos de estos conceptos.
p re te n d a engañarse. E n fre n ta lo eterno, de tal m odo que N a d a m ás ap ro p iad o p ara c o m p re n d er la cad u cid ad
no le q u ed a lu g a r p a ra ilusiones y evasiones. E l m odelo y la inconsistencia de cu an to aco n tece e n el tiem p o como
d e confesión a q u e im p u lsa es u n ejercicio no lim itado la reflexión sobre lo E terno. E s ta reflexión, sin em bargo,
a tiem pos o espacios determ inados. D eb ería ser u n a d iv ag a en el vacío si lo asim ilam os a u n a in m u tab ilid ad
a c titu d casi co n stan te, enfervorizada en especiales cir­ a través de la cual pasam os nosotros y nuestros actos.
cunstancias. P a ra K ierkegaard, lo eterno es p len itu d , perfección que
Al c a p ta r el contenido de la obra, e x tra ñ a q u e recién ap ela de continuo en medio d e la inconstancia a que
a h o ra podam os d isfru ta r de su trad u cció n al castellano. p arece convocarnos la cotidianidad. L o eterno es similar,
N o es m enos p u n z a n te m e n te religiosa que m u ch o s otros en el caso de que no se identifique, al Bien, sustantivo
q u e m erece ser escrito en m ayúscula. El Bien expresa sus tem as preferidos sin que d e ello sea legítim o d ed u cir
lo q u e debe ser, en la fo rm a m ás elevada y exclusiva: lo que, p o r principio, se in c lin a ra p o r lo antisocial en d o c ­
único que p erm anece en m edio de los cam bios; el Bien trin a o p o r m enosprecio a los dem ás. D estaca al in d i­
p ro y ecta su luz e ilu m in a la existencia en el tráfico coti­ viduo, lo e n fre n ta con la conciencia p a ra que co m p ren d a
d ian o . El tiem po y nuestro d iscu rrir y realizar, a juicio de y asu m a la responsabilidad d e sus actos. E stá y vive
K ie rk e g aa rd , jam ás d e b e ría n p e rd e r de vista lo E te m o e n tre los otros, im prescindible p o rq u e no es sino h u m a n o ;
q u e consigue p len itu d en el Bien. pero que no se extravíe, que n o se caiga y p ie rd a en lo
U tiliza tres vocablos que, bajo diversos m atices, a p u n ­ com ún, negligente, d esindividualizante. Este libro, y sin
ta n a la m ism a re a lid a d : Bien, E tern id ad y Dios. C a d a la m en o r d u d a todos los libros escritos p o r K ierk eg aard ,
u n o de ellos presupone los restantes y gu ía a su a d ec u a d a están dirigidos al individuo, a la persona, que es y debería
com prensión. E n la presente obra prevalecen Bien y cu ltiv ar c a d a uno de los seres hum anos. “ ¿V ives re a l­
E te rn id a d , pero sabem os, si alcanzam os a in te rp re ta rlo , m en te com o in d iv id u o ?” es u n a de las m ás insistentes
q u e im p lic a n D iv in id ad . E xpresan, sintetizadas en u n id a d , p reg u n tas. S in tetizaría sus propósitos en esta fó rm u la :
las m ás nobles aspiraciones de lo hum an o . Sentim os y elabora tu conciencia p a ra lleg'ar a co m p ren d er lo que
an h elam os su in ag o tab le h o n d u ra a través de nuestras tú eres y significas, distinto d e cu alq u ier otro pues tus
deficiencias. D e u n a m a n e ra v ag a a c tú a n en todo h o m ­ inclinaciones y relaciones te perso n alizan ; c á p ta te en tu
bre, con forzados desvíos ideológicos en quienes qu ieren p len a in d iv id u alid ad , p ro y ectán d o te hacia el B ien; salta
despreocuparse de lo religioso y com o deseo o esperanza desde la te m p o ra lid a d a lo E te rn o y en trég ate, p o r lo
de perfección en los creyentes. Dios iden tifica e tern id ad tan to , a D ios, al Bien y a lo E tern o . Su individualism o no
y bien. Al decir Bien, ejem p lar y m odelo eterno, n a d a es u n a a c titu d de alejam ien to o m enosprecio de lo social,
cabe agregar. N osotros gustam os del bien m ed id am en te sino m ás bien, com o ad v ierte D o u g las V. Steere, el des­
en u n a te m p o ra lid a d de continuo cadu ca, pues los lla ­ arro llo intenso de la persona q u e en la lib e rta d cap ta
m ad os bienes de la tra n sito rie d a d son m ales, si retien en tam b ién la responsabilidad. Y esto lo consigue al con­
e im p id en que aspirem os y am oldem os la co n d u cta al frontarse con el Bien E tern o y la D ivinidad.
ú n ico y m áxim o Bien. K ierk eg aard velad am en te, sin E l in d iv id u o vigila p a ra no p erd erse en la m asa abs­
a d u lte ra r los postulados bíblicos, cristianiza vocablos de tra c ta e im personal. E sta co n fo rm a unánim es los m ovi­
frecu en te uso en las filosofías p la tó n ic a y aristotélica. Se m ientos y p en sa m ie n to s: m oda, sim patías, adhesiones y
m o v ían en la so m bra; y él, sin arrin co n arlas pues in g re­ m enosprecios. Las m asas, al a n u la r al individuo, lo inca­
saron a n u e stra c u ltu ra occidental, las esclarece y les p a c ita n p a ra a p re c ia r la in d iv id u a lid a d del otro. E l masi-
inyecta cristianism o. ficado carece de cap a c id ad p a r a valorizar, procede de
E sta insistencia k ie rk e g aa rd ia n a de c o n fro n ta r el Bien acu erd o a im pulsos genéricos. Es, p o r lo ta n to , inhábil
con. la im perfección y la E te rn id a d con lo tem p o ral co n ­ p a ra c u ltiv a r un v erd ad ero am o r. E n la relación con los
v ierte a nuestro pensador, com o hom bre, en u n solitario otros, lo g o b iern an los instintos, algo com ún que se des­
y en u n expositor a cu c ia n te de la in d iv id u alid ad . F u ero n pliega d escontrolado sin la firm eza directriz del individuo;
ap lic a los prejuicios y las exigencias de la clase c o m u n i­ se le p re g u n ta rá al cristiano si se co m p o rtó de acuerdo
ta ria a que pertenece. K ie rk e g aa rd ad iv in a q u e p a ra a los cánones de su iglesia, pues p u ed en estar falseados,
a m a r v e rd a d era m e n te al otro, precisam os insistir e n la sino si, com o individuo, sirviéndose de los dones y las
v iv en cia de la p ro p ia in d iv id u a lid a d . Sólo el in d iv id u o d o ctrin as conservadas en la trad ició n cristian a, procuró
p u ed e realm en te a m a r al o tro : ya se tra te de u n m asi- ex p resar u n a fidelidad incondicional. L a iglesia, sociedad
ficad o , p a ra el cual el a m o r d eb ería ser el inicio d e la donde los fieles d eb erían e n c o n tra r d o ctrin as, modelos y
lib eración, o d e otro in d iv id u o capaz de e n te n d e r y ayuda, p a ra no caer en el estatism o ru tin a rio de las socie­
co rresponder d e acu erd o a los vínculos que supone el dades, p recisa vivir enfervorizada, celosa de perfección y
v e rd a d ero am or. ¿ T a l vez el a p a rta m ie n to y final ru p tu r a h asta an g u stiad a p o r si quizá no expresa y c u m p le como
con R eg in a O lsen d e p a rte d e K ierkeg aard , no p ro ce­ es debido los ideales cristianos. Si no es así, se inm oviliza
d e ría n de h a b e r c o m p ro b ad o en ella u n a inclinación h a cia en el acom odo, situación m u n d a n a m e n te fácil, pues,
lo m asivo en p erju icio de la p ro p ia in d iv id u alid ad ? ab an d o n a n d o todo esfuerzo, se d e ja llevar p o r la corriente
R educirse a u n a clase social y com portarse com o exigen en política, m o ral y en la in te rp re ta ció n del m ensaje
sus cánones equivale a perderse en lo masivo. P a ra K ie r­ cristiano. K ierk eg aard alzó su voz de p ro te sta c o n tra esta
k eg aard , el hom bre a n te D ios es u n individuo libre y res­ m o d a lid a d eclesiástica que, a su parecer, caracterizab a
ponsable, a qu ien se le p e d irá c u en ta de sus actos, no de al cristianism o oficial de su país. Agitó u n a inm ovilidad
su condición y vínculos sociales y de los privilegios que sinuosa que poco a poco iba resignándose a costum bres
le p ro p o rcio n aro n . L a h u m a n id a d co n tem p lad a desde la y d o ctrin as de la época, m e d ian te las cuales a p ag a b a o
E te rn id a d D iv in a n a d a vale p o r sus rangos y honores,, velaba la sin g u larid ad p ro te stativ a del C ristian ism o ante
sino p o r la conciencia in d iv id u a l que tal vez se acalló al u n a m u n d a n id a d prevaleciente.
ex trav iarse en d e term in a d o s conjuntos. D esde lo etern o N o le negarem os a K ierk eg aard erudición, au n q u e no
h ay u n a exigida ig u a ld a d e n tre los hom bres, su irre p e ­ creo fu e ra ho m b re de co n su ltar m uchos libros. Seleccio­
tib le in d iv id u a lid a d ; lo re stan te es van o y tran sito rio . n a b a sus lecturas, som etiéndolas a u n a reflexión asimi­
K ie rk e g aa rd a p re cia y a m a a los hom bres en y desde esta lativa. D e vez en cu an d o sus escritos so rp ren d en con una
ig u a ld a d . A m a r al p ró jim o com o a sí m ism o eq u iv ale cita algo im precisa, u n a idea q u e lo im presionó y sabe
a a m a r a los otros com o los individuos que son o p o d ría n u tiliz a r llegado el m om ento. S u m ente escapó a la fija­
ser. T o d o lo dem ás, prestigio social, riqueza, honores e ción q u e en lectores m enos críticos y reflexivos term in a
incluso conocim ientos, expresan lo accidental. p o r convertirlos en adeptos y seguidores de u n sistema,
L a iglesia, congregación de individuos im p reg n ad o s casi siem pre expresión o reflejo de la a c tu a lid a d filosó­
del esp íritu de C risto, d e b ería c u id a r celosam ente no fica, científica o religiosa. C a e n víctim as d e lo com uni­
d e c a e r en lo com ún. Su u n id a d está en Cristo, objetivo tario. K ierk eg aard lee y asim ila crítica y reflexivam ente,
y n o rm a : in fo rm a a los fieles. Pero éstos a p u n ta n al a veces con u n claro proceso de elaboración. Siendo
m ism o desde u n a in d iv id u a lid a d libre y responsable. N o jo v en le im presionó H egel, el filósofo de m o d a q u e reclu ­
ta b a ad ep to s incluso en teología; pero no llegó a conver­ de C o p en h ag u e” . 18 M uy al c o n tra rio , quiso ser, y los
tirse en u n hegeliano. Al co n trario , elevó su voz de p ro ­ hechos posteriores lo com probaron, el c ristia n o individuo
te sta al c o m p ro b ar cóm o algunos teólogos de su p a tria , dolorido que d e sp e rta ra a sus c o n ciu d a d a n o s, especial­
e n tre ellos el obispo M arten se n , ingresaban m an sam en te m en te a los je ra rc as eclesiásticos, del provincialism o
en los rediles hegelianos. Incluso en el uso de la Biblia, cóm odo y ru tin ario en que h a b ía d ecaíd o el cristianism o.
lo c o m p ro b a rá el lector en el presente libro, no se com ­
p o rta al estilo de un m eticuloso com pilado r de textos, sino P erennidad de K ierkegaard
com o un c a p ta d o r de do ctrin as asim iladas, m ed itad as y
sentidas. O p e ra el indiv id u o que se form a sobre la base El am b ien te no le fue propicio a K ie rk e g a a rd ; pero
d e u n a relación libre, m uy cau to a n te los in term ediarios h a b ía em pezado a ag itarlo y los años fu tu ro s le h arían
q u e g u ía n a adhesiones m asivas y extravían al yo en un justicia. Fue su voz el grito m ás enérgico p a ra d esp ertar
nosotros anodino. a u n a sociedad que, p o r inercia e influencias doctrinales,
E n las páginas finales de L a pureza de corazón, nuestro corría peligro de d esn atu ralizar a l h o m b re p o r n u b la r y
a u to r describe al cristiano sufriente. Q uizá nos expresa­ h a sta n eg ar la categ o ría individuo. P arece existir algo
ríam os m ejor, a cla ra n d o que no existe cristiano exento de razón en la crític a negativa que O rte g a y Gasset
de sufrim iento. El in d iv id u o en u n a sociedad de acom o­ ap lica al siglo X IX . A m ontona d o c trin a s y actitu d es que
d ad o s y ru tin ario s a c tú a com o aguijón que quiere des­ ensalzan lo ab stracto y genérico c o n tra lo in d iv id u al y
p riv ad o , p rá c tica m e n te en todos los órdenes. F ren te a
p e rta r de la som nolencia. In v ita enórgicam ente a la
u n liberalism o quizá exagerado y necesitado de reform as,
v ig ilia; p o r eso, casi siem pre congrega en su c o n tra los
se elevan do ctrin as políticas, com o el m arxism o, que
gritos y los hechos de quienes, au n q u e incitados p o r el
tien d en a la m asificación; la religión re a firm a el prestigio,
ejem plo, p refieren la in d o len te m o d o rra. A ello se agrega
casi con c arác te r de absoluto, en la a u to rid a d , en el C on­
la co n dición m ism a del in d ividuo fa m ilia r y social, obli<-
cilio V atican o I ; y en filosofía y é tic a prevalece un idea­
g ad o a a d o p ta r decisiones que lesionan a personas que
lismo m uy m etódico y sistem ático que inm oviliza o p re­
a p re cia o respeta, com o e ra el caso con su p ad re, R eg in a
fija sendas. A dem ás, com o c arac te rístic a general, con
O lsen y algunos eclesiásticos. L a en erg ía p a ra m a n te n e r
A ugusto C om te y otros va to m an d o au g e la sociología
la re c titu d p ro p ia de la in d iv id u a lid a d obliga a decisiones
que resta privilegios y casi a n u la to d a singularidad.
dolorosas. El cristiano, según K ierk eg aard , es un su­
A quella creciente a u n q u e despaciosa evolución h acia u n a
frien te que avanza h a cia el Bien, obligado a esfuerzos y
m ay o r d ig n id a d h u m a n a tropieza con serias dificultades
ren u n cias, centro de b u rlas y resentim ientos. Q u é m al
y oposiciones en lo político, filosófico y religioso.
co m p ren d ió a K ierk eg aard el español O rte g a y G asset al
p re sen ta rlo com o u n p ro v in cian o deseoso de re p re se n ta r
18 V éase m i ensayo “ H egel, K ierk eg aa rd y dos españoles:
u n p a p el p a ra distinguirse, convirtien d o al cristianism o O rte g a y G asset y U n a m u n o ” , en ob. c it.: U na m un o, William
en u n a religión “que sólo p u e d e in teresar en los barrios Jam es y Kierkegaard.
L a voz d e K ierk eg aard suena débil. C o p en h ag u e es al afirm arse en u n a relación con lo E tern o y el Bien,
u n a p e q u e ñ a c iu d a d ; p a ra ser escuchado h a b ría que cla­ a d q u ieren m u c h a m ay o r firm eza.
m a r desde m etrópolis con reconocido prestigio cu ltu ral, L a categoría del hom bre ind iv id u o , existente ah o ra y
com o P arís o Berlín. A d em ás los clam ores d e nuestro aquí, p a rticu lariza a los sistem as existencialistas. A yuda­
p en sad o r so n ab an religiosam ente aureolados y en las g ra n ­ ro n a salvarnos de la invasión y creciente osad ía de colec­
des ciu d ad es la laicidad ib a desplazando a la religión. Su tivismos y sociologismos que e m p u ja n e im p u lsan a la
lu ch a, desde la firm eza de convicciones cen trad a s en el m asificación. Nos p re p a ra b a n a que cayéram os víctim as
ejem plo de C risto, d ire c ta m e n te a p u n ta al m aterialism o de ideólogos que p u d ie ra n m a n e ja rn o s a su arbitrio. Los
y al idealism o y, de rebote, c o n tra los sociologismos. P e r­ existencialism os, no im p o rta el signo que ostenten, sa­
tenecía a los pocos que, desde diversos p u n to s de vista, g ra d o o laico, p o r lo m enos o b lig an a la interiorización,
clam ab a n a favor del h o m b re. Sus escritos p u n zan tes y a re co rtarn o s in telectual, em ocional y volitivam ente en
agudos p e rfo ra ro n los añ o s; sería atendido , cu an d o alg ú n n u e stra p a rtic u la rid a d ; a sentir gozosam ente, o tam bién
hech o d e m o stra ra la in a n id a d de sistemas que ju stific a ra n a sufrirla, n u estra d iferencia; av iv a la u n icid ad de cad a
al in d iv id u o sin el cual n a d a serían aquellas ap aren tes uno de los hom bres. F u ero n los existencialistas los que,
grandezas. K ierk eg aard se an tic ip ó a su época, que no lo al b u scar apoyo en el pasado, descubrieron y ensalzaron
quiso c o m p re n d er ni seguir, pero p re p a ró con sus ideas a K ierk eg aard . A d m irab an su en érg ica resolución d e
y clam ores las ru tas del fu tu ro . q u e re r ser u n ho m bre consciente d e su ú n ica sin g u larid ad
El conflicto bélico de 1914 m ostró la inconsistencia de lib re con c ap a c id a d de crítica y rechazo. Se negaba a
idealism os y m aterialism os; a u n q u e estab an ta n a rra ig a ­ ser blan co receptivo del a m b ien te con su política, reli­
dos en ciertos círculos cu ltu rales que, con alteració n de gión y costum bres anquilosadas. E n el espacio de pocos
las form as y a veces con otros nom bres, c o n tin u a ro n sobre­ años sus escritos fueron trad u cid o s a la m ayoría de los
viviendo p re p a ra n d o la c ata stró fic a g u e rra de 1939. D es­ idiom as cultos. El casi ig n o rad o K ierk eg aard en poco
pués de este últim o conflicto, si p o r u n lado los colec­ tie m p o c en tró la aten ció n de m u ch o s y am p lió su in ­
tivism os se hicieron m ás in transingentes y cerrados, p o r fluencia.
o tro a p arec ie ro n sistemas que in te n ta ro n d e sta c a r la in d i­ S in em bargo, no creo, com o y a dije, le g u stara que se
v id u a lid a d y subjetividad. U n a m u n o en E sp a ñ a fue de lo c ata lo g a ra com o existencialista. E q u iv ale a colgarle
los p rim ero s; adivinó e n el danés un alm a gem ela y u n ismo que lo entrem ezcla en lo indeciso d e tendencias
p ro c u ró d e sta c a r su v a lo r d o c trin a l y práctico. T o d a v ía e in terp retacio n es b astan te dispares. A clarem os que lo
n o h a b ía n ap arecid o los existencialism os sistem áticos pos­ reco n o cen pensadores com o H eidegger, Jaspers y S a r tr e ,19
teriores a la segunda g u e rra m u n d ial. F u e ro n éstos los sin que ello obste a que ensalcen u n a a c titu d que m erece
q ue m ira n d o h a cia a trá s en la historia del p en sam ien to elogios p o r su ejem p larid ad . Y a hem os visto en q u é con-
a d iv in a ro n e n K ierk eg aard u n esp íritu afín. C o in cid iero n
e n su decisión a favor del in d ividuo, a u n q u e la m ay o ría 19 V éase el libro K ierkegaard vivo, ed ició n citad a , c o n las opi­
h a in te n ta d o c o rta r a m a rra s que, según K ierk eg aard , niones d e S a rtre , H eidegger, Jasp e rs y G a b riel M arcel.
siste este p resu n to existen cialism o : el hom bre en la co n ­ la dosis de co n cen tració n y d e responsabilidad que su
ciencia libre y responsable, a solas, fren te a lo E tern o lectu ra exige, con m iras a no d e ja rle n in g ú n asidero p a ra
q u e le está d e m a n d a n d o cóm o h a em pleado el tiem po que excusarse e n lo se dice o se h ace, esto es, la búsqueda o
le h a sido otorgado. N o es la sin g u larid ad de pensadores el i efugio en la g en eralid ad o sociedad. Su lectura, creo,
com o S artre, a la postre am argados, pues la in d iv id u a ­ G esp ertara ta n to Ínteres o mas q u e las a n terio rm en te tr a ­
lid ad no es c o n tra sta d a ni e n ju ic iad a . U n a soledad y ducidas. T h eo d o r "W. A dorno, a u to r exento de sospecha
lib e rta d carentes de n o rm as y h a sta de responsabilidad. o parcialism o, confiesa que n o sólo e n tre los consagra­
T a m p o c o estaría de a cu e rd o con Iíeid eg g er, quien a g u ­ dos a la religiosidad, smo tam b ién entre los laicos, K ie r­
diza a tal extrem o la vivencia de la finitud, reco rtán d o la kegaard ha triu n fad o . 20
en la te m p o ra lid a d , que p a re ce d estitu irla de esperanza
y de co n fro n tació n con lo E tern o . A naliza u n extrem o,
creo le o b je ta ría K ie rk e g aa rd , in cap az de ver que el
análisis resulta incom pleto, al no en fren tarlo con lo in fi­
nito. E n K a rl Jaspers, a m i p arecer, ad iv in aría u n a
in seg u rid ad que, sin c o rta r a m arra s con lo E tern o invi­
sible, se inclina d u d o sam e n te hacia lo tem poral. A d m i­
tiría coincidencias con G ab riel M arcel, pero posible­
m en te le re p ro c h a ría el no exponer u n a vivencia sin
suficiente agudeza de la su b jetiv id ad , quizá debido a un
cierto conform ism o religioso.
E stas páginas, com o a d v e rtí al principio, no quieren
sino ser in tro d u cto rias. K ie rk e g a a rd en la o b ra que o fre­
cem os en castellano expone vivencialm ente tópicos cons­
tan tes en sus escritos: su b jetiv id ad , libertad , responsabi­
lid ad , el ho m b re fren te a lo eterno, la tem p o ralid ad , el
a rre p en tim ie n to y la conversión. L a m ira o el objetivo
es religioso; pero sus análisis del ho m b re y de sus a sp ira­
ciones lo g ran ta n ta d en sid ad que deben p reo cu p ar y h a n
p re o c u p ad o a todo p en sad o r exento de prejuicios y que
asp ira a a h o n d a r en el sincero conocim iento de lo que so­
mos. L a o b ra fue escrita en 1846, la p rim era en in te g ra r
u n vo lum en bajo el títu lo g en eral de Discursos edificantes,
im preso en C o p en h ag u e en 1847. E stá d ed icad a al in d i­ 20 T h eo d o r W . A dorno, K i e r k e g a a r d M o n te Avila, C aracas,
v iduo con el agregado de solitario, com o p a ra d estacar 1969, pág. 262.
PREFACIO

A u n q u e este p eq u eñ o lib ro (podríam os denom inarlo


u n a elocución ocasional, a u n q u e no se tra ta de la ocasión
que p ro d u ce a u n o ra d o r y le concede au to rid ad , o de
la que crea a u n lector y lo co n v ierte en alg u ien deseoso de
a p re n d er) es sim ilar a u n a fa n ta sía , sim ilar a u n sueño
cu an d o lo co nfrontam os con la relació n de actu alid ad ,
no carece^ sin em bargo, de seg u rid ad n i de la esperanza
de p o d er c u m p lir su objetivo. A n h ela so lid arid ad “in d i­
v id u a l” , a la cual se d a e n pleno ab an d o n o , aquella
so lid arid ad d e q u ien con gozo y g ra titu d in v ita al lec­
tor, aq u ella d el q u e lee de b u e n a g a n a y despaciosa­
m ente, que lee u n a y o tra vez y en voz a lta p a ra sí
m ism o; desea ser recibido ta l com o h a surgido del
corazón. Si h a lla este lector, a u n q u e separados p o r la
d istancia, la co m prensión re su lta p e rfe cta cu an d o retiene
p a ra sí la d istan cia y la com p ren sió n en la in tim id ad de
la ap ro p iació n .
G u an d o u n a m u je r confecciona u n p a ñ o p a ra el altar,
im ita c ad a flo r ta n g racio sam en te com o las flores del
cam po, c ad a u n a d e las estrellas ta n lucientes como las
brillantes estrellas d e la noche, todo ello en la m ed id a

)
de su c a p a c id ad . N a d a rehúsa, m ás bien u tiliza lo m ejor
que posee. D e ja de lad o cu alq u ier o tra dem an d a, de
m a n e ra que p u e d a e m p le ar sin in terru p ció n y favorable­
1
m ente el día y la noche a favor de su tra b a jo único y
am ado. Pero cu an d o h a finalizado su tra b a jo y lo entrega
al culto, se disgusta p ro fu n d a m e n te si alguien comete el
error de fijarse en la p a rte artística, en vez de tener en
c u en ta el significado del paño, o de señalar un defecto
IN T R O D U C C IO N
descuidando el significado, puesto que sería incapaz de
tra slad a r al p a ñ o el significado sacro, ni lo p o d ría coser El hombre y lo eterno
en él com o si se tra ta ra de u n adorno m ás. Este sismi- O

ficado a n id a en el esp ectad o r y en su entendim iento, en


cu an to él, a u n a d istan cia infin ita, por encim a de sí ¡ O h P a d re que estás en los cielos! ¡Q u é es el hom bre
mismo, olvida a la m u je r que lo tra b a jó y su tarea. Es a lejad o de ti! ¡Q u é es c u a n to conoce, p o r grande que
com prensible, es lo a p ro p ia d o , cum ple con su deber, pues lo considerem os, sino u n a in sig n ifican cia en el supuesto
es u n d eber precioso, constituye la m ás elev ad a felicidad de q u e te ig n o re ! ¡ Q u é son todos sus esfuerzos, au n q u e
p a ra la te jed o ra h a b er hecho cu an to p u d o p a ra cu m p lir p u d ie ra a b a rc a r u n m undo, sin o u n a o b ra incom pleta en
con lo suyo, p ero se ofende a Dios, equivale a un insulto caso de que te ignore: T ú el U n ico , que eres una sola
de incom prensión de la p o b re tejedora, si alguien con­ realid ad y q u e lo abarcas to d o ! T ú puedes otorgar sabi­
tem p la su labor in a d ec u a d am e n te y ve ta n sólo lo que d u ría al en ten d im ien to p a ra c o m p re n d er esta sola re a li­
hay allí, no precisam ente p a ra a tra e r su aten ció n , antes d a d : sinceridad al corazón p a r a a c e p ta r esta com pren­
bien su om isión no lo d istrae de aquello a lo cual debe sión; p u reza a la voluntad p a r a que solam ente la anhele.
aten d er. O tó rg a m e en la prosperidad p erseverancia p a ra q u erer
exclusivam ente esta re a lid a d ; p a cien cia en el sufrim iento
S. K . p a ra no sep ararm e de ella. ¡ O h , T ú que otorgas el p rin ­
cipio y el pleno cu m p lim ien to , d ale tem p ran o al hom bre
joven, al d esp ertar el día, i a decisión p a ra querer esta
ú n ica cosa! A m ed id a que los días se desvanecen, otorga
al an cia n o el renovado recu erd o de su p rístin a resolución,
de ta l m odo que la p rim era sea sim ilar a la últim a, la
ú ltim a sem ejante a la p rim era , du eñ o de u n a vida d u ­
ra n te la cual h a querido u n a sola cosa. O ja lá , pero no
h a sido así. Algo h a aco n tecid o en el interm edio. H a
in terv en id o el pecado. T odos los días, d ía tras di? aV o
se ha in te rp u e sto : dem ora, bloqueo, interrupción, desilu­ significado, pues lo to talm en te p retérito n a d a tiene en el
sión, corrupción. O tórgam e ahora, arrepentido, coraje m om ento actu al que lo p u e d a a traer. O h , la disolución
p a ra q u e re r esta sola cosa. C iertam ente, esto equivale a de la an cianidad, si esto significa ser un anciano: quiere
u n a in te rru p c ió n de nuestras tareas ordinarias; las d eja­ decir que en u n m om ento d ad o u n a persona viviente es
mos de lado com o si se tra ta ra de u n a jo m a d a de des­ capaz de contem plar la v id a com o si no existiera, como
canso, cu an d o el penitente (y únicam ente en las horas si la vida fu e ra m eram ente u n evento pretérito que no le
de arrep en tim ien to cuando el obrero se libra de sus pesa­ im pone tarea alguna ah o ra como ser viviente, com o si
d as tareas en la confesión de sus pecados) está solo él, en cu an to persona viviente, y la v id a p o r otro lado,
frente a ti en su autoacusación. D e seguro que se tra ta estuvieran m u tu am en te separados, de tal m odo que la
de una in terru p ció n . Pero es u n a interru p ció n que indaga vida h a sido y se h a ido y p a ra él viene a ser algo
en sus orígenes aquello que p u e d a re a n u d a r de nuevo lo extraño. O h , trágica sabiduría, si pudiéram os ap licar a
q ue el pecado h a interrum pido, el dolor p ara expiar todo lo h u m an o aquello q u e expresó Salom ón, si el dis­
el tiem po p erd id o , aquella ansiedad que lleve al cum pli­ curso pu d iera siem pre fin alizar de la m ism a m an era,
m iento de lo q u e está frente a él. ¡ O h, T ú que otorgas insistiendo en que cad a cosa tiene su tiem po, en las bien
el principio y el fin, T ú que nos das la victoria cuando la conocidas p alab ras: “ ¿Q u é g a n a el que tra b a ja con
precisam os, algo q u e no son capaces de conseguir ni el fatig a?” (Eclesiastés, 3 :9 ) . T a l vez el significado h u ­
ávido deseo del hom bre ni u n a firm e resolución, T ú b iera sido m ás claro si Salom ón hubiera dicho: “ P a ra
lo puedes o to rg a r en la tristeza del arrep en tim ien to : c ad a cosa hay u n tiem po, todo tiene su tiem po” p a ra
q u e re r u n a sola cosa! d e jar en claro que él, com o hom bre de edad, está h a ­
b lando del pasado, no a cu alq u iera, sino a sí mismo.
“ T o d o tiene su m om ento” , dice Salom ón. 1 Con estas
Q u ien h ab la sobre la vida h u m an a, de continuo cam ­
p alab ras expresa la experiencia del pasado y cu an to queda
b iante con los años, debe precisar a n te sus oyentes su
tra s de nosotros. C u an d o u n hom bre revive su existencia,
p ro p ia edad. A quella sab id u ría que se refiere a u n ele­
la vive ú n icam en te apoyándose en sus recuerdos; cu an ­
d o la sab id u ría de un hom bre de ed ad h a superado las m ento h u m an o tan m odificable y tem poral, algo sum a­
im presiones in m ed iatas de la vida, diferencia el pasado m ente delicado, debe ser m a n e ja d a con pru d en cia p a ra
con tem p lado desde el bullicio de lo actual. Pasaron ya que no ocasione vergüenza.
U n icam en te lo eterno es siem pre lo apropiado, lo p re ­
el tra b a jo y el esfuerzo, las satisfacciones y las danzas.
sente, lo verdadero. Solam ente lo E tern o se aplica a todo
N o pide m ás la v id a a u n hom bre de edad y éste tam poco
ser h u m an o , cu alq u iera q u e sea su edad. Lo m u tab le
debe exigirle m ás. Por el hecho de ser el presente, u n a
existe, y cuando h a pasado su época ya h a cam biado.
cosa no está m ás cerca de él que otra. N o afectan su
Por lo tan to , cualq u ier afirm ación sobre lo m utable q u ed a
ju icio las expectativas, la decisión, el arrepentim iento.
som etida a cam bio. A quello que es sab id u ría cuando lo
P o r pertenecer al pasado, estas distinciones carecen de
relata u n anciano en relación con acontecim ientos pasa­
1 Eclesiastés 3 :1 . dos, quizá parezca locura e n labios de un joven o de u n
a d u lto al referirse al presente. El joven no ten d ría c ap a ­
establece diferencia alguna co n lo que se diga sobre las
cidad p a ra entenderlo, y el adulto quizá no lo desee
p lan tas o la vida anim al. T a m b ié n el anim al se m odifica
en ten der. Incluso aquel que h a avanzado algo en edad
a través de los años. G uando tiene más ed ad , sus deseos
podi icj, estai de acuerdo con Salom on al decir : “Es h o ra
son diferentes de los que expresaba en años anteriores.
de b ailar de p u ro gozo.” ¿Y, sin em bargo, cóm o puede
H ubo épocas en que tam b ién su vida e ra feliz, y otras
estar de acu erd o con él? H a pasado p a ra él la edad de
en que sufrió asperezas. C iertam en te, c u an d o viene el
los bailes y, p o r lo tan to , h ab la de ello como algo p re­
otoño, incluso la flor p o d ría h a b lar sobre la sabiduría
térito. N o im p o rta si cuando joven sentía ansias de
de los años y decir v erd ad eram en te: “T o d o tiene su
b a ila r o si en alegre aban d o n o accedía al baile: el que
tiem po u n tiem po p a ra n a c e r y un tiem po p a ra m o­
ya es adu lto a firm a rá serenam ente: “ H ay u n a ed ad p a ra
rir; u n tiem po p a ra alegrarse d u ra n te la b risa prim averal
b a ila i. E n cam bio, p a ra el joven el hecho de que se le
y un tiem po p a ra desfallecer con las torm entas del otoño;
peí m ita co rrer presuroso al baile o se lo obligue a q u ed ar
u n tiem po p a ra b rillar floreciendo ju n to al agua que
en cerrado en la casa son dos cosas ta n diferentes que no
corre acariciad a p o r la corriente, y un tiem po p ara ajarse
se le ocurre que u n a y o tra esten en el m ism o nivel y
y caer en olvido; u n tiem po e n que a u n a se le busca a
exclam ar entonces: “H ay tiem po p a ra lo uno y p a ra lo
o tro .” El h o m b re va cam biando a través de los años y a causa de su belleza y u n tiem po en que se olvida al des­
m ed id a que v an q u ed an d o atrás porciones de su vida d ichado; u n tiem po en que a b u n d a el aten to cuidado y
tiende a h a b la r de su diverso contenido com o si todo u n tiem po en que se es d ejad o de lado con m enospre­
fu n cio n ara en el m ism o nivel. A unque de esto no se cio, un tiem po p a ra deleitarse al calor del sol de medio
ded u ce que h a y a a d q u irid o m ás sabiduría. Lo único que día y un tiem po en que se fenece por el frío nocturno.
puede afirm arse es que h a cam biado. Q uizá todavía T o d o tiene su tiem p o ; ¿qué provecho logra el que h a tr a ­
ah o ra hay algo que lo c o n tu rb a en la m ism a fo rm a que b ajad o en aquello en lo que h a concentrado sus esluerzos?
el baile lo in q u ie ta b a en su ju v en tu d , algo que concentra No hay d u d a de que ta m b ié n el anim al cuando h a
su atención en form a sim ilar a la atracción que siente un vivido su tiem po p o d ría discursear sobre la sabiduría de
niño por un juguete. Es así como va transform ándose los años y decir con p len a v e r d a d : “T odo tiene su tiem po.
el hom bre a través de los años. L a an cian id ad es el cam ­ U n tiem po p a ra saltar gozosam ente y u n tiem po p a ra
bio final. El anciano h a b la de todo en el m ism o estilo,
arrastrarse por el suelo; un tiem p o p o ra despertarse tem ­
de todos los cam bios que ya acontecieron.
p ran o y u n tiem po p a ra v iv ir larg am en te; un tiem po
¿P ero en esto se resum e la historia? ¿A hí está todo p a ra correr a la p a r del rebaño y un tiem po p a ra aislarse
10 que puede oírse sobre la condición h u m a n a y la vida y m o rir; u n tiem po p a ra co n stru ir el propio nido con la
tem p o ral? N o hay d u d a de que lo m ás im p o rtan te y p a re ja am ad a y u n tiem po p a ra sentarse a solas en
decisivo h a sido d ejad o de lado. H a b la r sobre los cam ­ el tejad o ; u n tiem po p ara elevarse librem ente por las
bios n atu rales de la vid a h u m a n a a través de los años,
nubes y un tiem po p a ra h u n d irse pesadam ente en la
a la p a r con lo que h a acontecido externam ente, no
tierra. T o d o tiene su tiem po; ¿qué provecho obtiene
el que h a tra b a ja d o en la labor realizada? E n el caso E n consecuencia, si existe algo eterno en el hom bre
d e q ue tú dijeras a la flo r: “ ¿Entonces, no hay n ad a debe estar presente en cad a uno de los cambios. C arece
m ás q u e decir?” , re sp o n d ería: “N o, cuand o la flor h a de sab id u ría a firm a r indiscrim inadam ente que lo eterno
perecido, h a finalizado su historia.” D e lo contrario, la tiene un tiem po sim ilar a lo perecedero, asignada u n a
h isto ria h a b ría sido d iferente desde el principio y a m e­ época a sem ejanza del viento que pasa y no vuelve; sigue
d id a que iba avanzando, no solam ente cuando llegaba su curso com o el río que n u n c a llena el m ar. L a sabiduría
al final. Supongam os que la flor finalizara su narració n no consiste en h a b la r de este elem ento etern o en el mismo
d e o tra fo rm a y a ñ ad ie ra : “ L a historia no h a term inado estilo en que hablam os del pasado, de u n pasado en
p o rq u e, u n a vez m u erta, seré inm ortal.” ¿N o sonaría cu an to éste no se relaciona nunca, ni siquiera en el a rre ­
e x tra ñ o ? Si en realid ad la flo r fuese inm ortal, sería preci­ pentim iento, con u n a persona presente, sino con una ya
sam en te la in m o rtalid ad aquello que le im p ed iría m o rir; ausente. E l arrep en tim ien to consiste, precisam ente, en la
p o r ende, la in m o rtalid ad debería estar presente en cad a relación en tre algo pasado y algo que goza de vida en
u no d e los m om entos de su existencia. Y el curso de su el m om ento actual. E n c u an to al joven, es insensato el
v id a d ebería ser com pletam ente diferente con m iras a deseo de h a b la r de la d an za en los mismos térm inos del
ex p resar la diferencia e n tre la in m o rtalid ad y todo lo p lacer que otorga y de su opuesto. Sería algo así como
m odificable, no m enos q u e las diferentes variaciones de la locura de a c tu a r com o si la ju v en tu d , e n cuanto tal,
lo perecedero. L a in m o rta lid a d no puede ser u n a a lte ra ­ obtuviera u n a extensión prolongada. Pero en lo referente
ción fin al que se desliza, digam os, en el instante de la a lo eterno, n u n c a llega u n m om ento en el cual el hom bre
m u e rte com o si fuese el e sta d o últim o. Al contrario, es se encuentre fuera, o haya llegado a ser m ás anciano
que lo eterno.
lo inm odificable que no se a lte ra a m edida que p asan los
años. P o r lo ta n to , a las p alab ras del anciano “ todo tiene P or lo tan to , si existe algo eterno en el hom bre, el
su tiem po” , el sabio S alom ón agrega: “Dios h a hecho discurso requiere u n a to n alid ad diversa. D ebem os afir­
todas las cosas a su tiem po, tam bién h a puesto la etern i­ m a r que hay algo q u e siem pre te n d rá su tiem po, algo
d a d en sus corazones” (Eclesiastés 3 :1 1 ) . 2 Así h ab la el que el h om bre siem pre hará, a sem ejanza d e lo que uno
de los apóstoles expresa cuando a firm a q u e en todo
sabio. E l h a b la r sobre el cam bio y sus diversas m aneras
tiem po deberíam os d a r gracias a Dios. 3 C u an to dispone
n o es sino confusión, incluso cu an d o las p alab ras proce­
de su tiem po es a d ecu ad am en te considerado, en asocia­
d a n d e labios de u n an cian o . Sólo lo etern o edifica. L a
ción e igualdad, con otras cosas tem porales q u e a su vez
sab id u ría de los años confunde. U n icam en te la sab id u ría
p asarán. E n cam bio, lo etern o está p o r en cim a de todo.
d e la etern id ad edifica. Lo eterno no tiene su tiem po, pero aco m o d o rá el tiem po
a sus deseos y consentirá que lo tem poral disponga de su
2 K ie rk e g a a rd se to m a a m e n u d o ciertas libertades e n sus citas p ro p io tiem po. Es así com o dice la E scritu ra: “Esto es lo
p a ra fra se a n d o aq uello q u e, a su parecer, constituye lo esencial.
“ H a h ec h o q u e c a d a cosa sea herm osa a su debido tiem p o : tam ­
b ién h a pu esto el m undo en su corazón del p rin cip io al fin” . 3 P or ejem plo: 2 T esalonicenses 1 :3 .
que h a b ía que p ra c tica r, au n q u e sin d escu id ar a q u e llo /’ 4 Incluso si u n hom bre g o zara de u n a ancianidad de
A quello que no deberá ser descuidado es, precisam ente, m illares de años, por viejo que fuere no p o d ría h ab lar
lo que no puede ser tenido en cu en ta h asta que se realice de ello de u n m odo diferente al de la ju v e n tu d .. . con
lo que debe realizarse. Pasa algo sim ilar con lo eterno. m iedo y tem or. E n relación a lo eterno, el hom bre no
Si la sab iduría de la vida fu e ra capaz de a lte ra r lo eterno crece ni en el sentido del tiem po ni en el sentido de una
en el hom bre, al extrem o de cam biarlo en algo tem poral, acum ulación de acontecim ientos pasados. N o, cuando un
sería sim ilar a la locura de h a b la r p o r igual del an cian o hom bre h a pasado la in fan cia y la juv en tu d , decimos
y del joven. Puesto que en relación a lo eterno, la edad en el lenguaje com ún que h a ganado en m adurez. Pero
no ju stifica el que se digan cosas absurdas y la ju v e n ­ decir a sabiendas que se h a crecido por encim a de lo
tu d no excluye el hecho de q u e se p u e d a a p re n d e r lo eterno equivale a afirm ar que se h a separado de Dios
que es verdadero. Si alguien expresara que el tem o r de y se ha p e rd id o ; solam ente en el seno de la vida los sin
Dios, tal com o lo sentim os en este m u n d o tem poral, es Dios “diluyanse como aguas que pasan, púdranse como
propio de la niñez y desaparece con los años a m ed id a hierba que se pisa” (Salm o 5 8 :8 ).
q u e dejam os atrás la infancia, o que es sim ilar a u n
gozoso estado m ental que no puede ser conservado, sino
solam ente recordado; si alguien a firm a ra que el a rre p e n ­
tim iento adviene con la d eb ilid ad de la an cia n id a d , con
la p érd id a del vigor, cuando los sentidos están em botados
y el sueño resulta cad a vez m ás débil, todo esto no sería
sino im p iedad y locura. P or cierto que de hecho exis­
tieron hom bres que con el c o rre r de los años olvidaron
el tem or de Dios de su in fan cia, perdieron lo m ejor y
cayeron en poder de lo m ás insolente. T a m b ié n se dieron
hom bres que a d o p taro n el a rre p en tim ie n to en m edio
de las penalidades de la a n cia n id a d , cuando carecían de
fuerzas p a ra pecar, de m odo q u e el arre p en tim ie n to no
sólo llegó tarde, sino que, adem ás, la desesperación de
u n arrep en tim ien to tard ío se con v irtió en el estadio final.
N o se tra ta de u n a historia ingeniosa o que nos explique
la vida. C u an d o ello acontece, estam os ante alc;o O
horrible.

4 M ateo 2 3 :2 3 . V éase la n o ta 2. El texto, en cam bio, dice:


“ Esto es lo que h ab ía que p ra c tic a r, au n q u e sin d escu id ar
aq u e llo .”
2

R E M O R D IM IE N T O , A R R E P E N T IM IE N T O ,
C O N F E SIO N

Emisarios de la eternidad para el hombre

H ay algo, por cierto, que debería realizarse en todo


tiempo, algo que en ningún sentido tem poral tendrá su
tiempo. ¡Ay!, cuando no se hace, cuando se omite o
cuando precisam ente se lleva a cabo lo contrario, enton­
ces una vez más existe algo (o con más precisión aparece
lo mismo, cambiado, pero no cam biado en su esencia)
que debería hacerse en todo tiempo. H ay algo que bajo
ningún sentido tem poral te n d rá su tiempo. Me refiero
al arrepentim iento y al rem ordim iento.
No nos aventuram os a afirm ar que hay un tiempo
determ inado p a ra el arrepentim iento y el remordim iento;
que hay tiempo p ara vivir descuidado y tiempo para pos­
trarse arrepentido. T a l m odo de h ab lar consistiría: en
vez de la urgencia ansiosa del arrepentim iento, en u n a
lentitud im perdonable; en vez de la aflicción ante Dios,
en el sacrificio; en vez de lo que debe realizarse este
día, en este instante, en este m om ento de peligro, en u n a
dilación carente de sentido. Ahí está en verdad el peligro.
Existe un peligro que denom inam os decepción. No somos
capaces de atajarlo. A vanza de continuo, entonces lo
llamamos perdición. Pero existe un guía atento, sabedor,
el cual atrae la atención del vagabundo y le advierte que
debería proceder con cuidado. Este guía es el rem ordi­ adelante y hacia atrás. ¡Ay! Son m uchos los que se
miento. N o es tan rápido como la im aginación indul­ desviaron al no com prender que debían perm anecer cons­
gente, al servicio del deseo. No está tan fuertem ente tantes con un buen principio. Siguieron por largo tiempo
construido como la intención victoriosa. Procede lenta­ una ru ta falsa e insistieron tanto en ello que el rem ordi­
m ente. Place penar. Pero se tra ta de un amigo sincero m iento dejó de llamarlos p a ra que regresen al viejo
y fiel. Si jam ás se presta atención a la voz de este guía camino. T al vez alguno se desvió porque, agobiado por
ello se debe a que estamos vagando por el camino de el arrepentim iento, no quiso seguir adelante, de m odo
perdición. C uando el enferm o que está consumiéndose que el guia no pudo ayudarlo a hallar el camino p a ra
cree gozar de espléndida salud, en este caso la enfer­ seguir progresando. C uando una larga procesión está a
m edad sufre la peor am enaza. Si hubiera alguien que punto de moverse, ante todo se oye una llam ada del que
muy tem pranam ente en su vida endureció su mente está delante, en prim era fila, y que ag u ard a hasta
frente a cualquier rem ordim iento y lo expulsó, el rem or­ que responde el últim o. Los dos guías invocan al hom bre
dimiento, sin embargo, regresaría en el supuesto de que tem prano y tarde, y si éste oye su llam ada, acierta con
quisiera arrepentirse de esta prim era decisión. T an adm i­ el camino, puede saber d ó n d e se encuentra. Las dos
rable es el poder del rem ordim iento, tan sincera su amis­ llam adas designan el lugar y m uestran la ru ta. D e las dos,
tad que escapar totalm ente de él es lo más terrible que quizás el rem ordim iento sea el mejor. Pues el cam inante
puede acontecer. U n hom bre es capaz de escabullirse de ansioso que viaja a plena luz no lo percibe tan bien como
muchas cosas en la vida, e incluso tener éxito, de modo el viajante que lleva una pesada carga. Q uien simple­
que así favorecido puede afirm ar en el últim o m om ento: m ente se esfuerza en avanzar no aprende a conocer la
“Yo eludí todas las preocupaciones que causan sufri­ ru ta con tan ta claridad com o aquel a quien atorm enta
miento a los demás hom bres.” Pero si tal persona anhela el rem ordim iento. El viajero ansioso cam ina con rapidez
jactarse, desafiar o d ejar de lado el rem ordim iento, ¡ay! hacia lo novedoso, lejos de la experiencia. Pero el a to r­
(; Q ué cosa más terrible pod riamos decir de é l: que fra­ m entado por el rem ordim iento, el que va detrás, acum ula
casó o que tuvo éxito? laboriosam ente datos surgidos de la experiencia.
Existe una Providencia que vigila el deam bular de cada Los dos guías invitan al hom bre tem prano y tarde. Y,
uno de los hombres a través de la vida. Le suministra por cierto, no siempre que el rem ordim iento invita a un
dos guías. U no lo im pulsa hacia adelante. El otro lo hom bre es ya tarde. La llam ad a al encuentro una vez
invita a retroceder. Sin embargo, no actúan en oposi­ más del camino, a la búsqueda de Dios m ediante la co n ­
ción, ni perm iten al cam inante que perm anezca en duda, fesión de los pecados se lleva a cabo siem pre en la hora
confundido por una llam ada doble. Antes bien, entre undécim a. Seas joven o anciano, hayas pecado m ucho o
uno y otro existe u n a comprensión eterna. U no invita a poco, hayas ofendido o sido negligente, la culpa hace su
ir hacia Dios, el otro lo incita a apartarse del mal. No llam ada a la hora undécim a. L a interna agitación del co­
son guías ciegos. Es precisam ente por eso que se trata razón com prende, en 1a. insistencia del rem ordim iento, q u e
de dos. Para cam inar con seguridad debe mirarse hacia ha llegado la hora undécim a. En cuanto al sentido del
tiempo, la edad del anciano está en la hora undécim a; agobios de la hum anidad o del m om ento final de la
tam bién está en la hora undécim a el instante de la ancianidad. El que se arrepienta en cualquier otra hora
m uerte, el m om ento final. El joven indolente habla de del día, lo lleva a cabo en sentido tem poral. Se vigoriza
u n a larga vida que tiene frente a sí. El anciano indolente a sí mismo m ediante una falsa y apresurada idea de la
confía en que le falta todavía m ucho p ara la m uerte. insignificancia de su culpa. Se abroquela con u n a falsa
Pero el rem ordim iento y el arrepentim iento pertenecen a y apresurada idea sobre lo prolongado de la vida. Su
lo eterno en el hombre. Y de este modo, cuando el rem ordim iento no abarca la intim idad del espíritu. ¡ O h,
arrepentim iento es consciente de la m aldad, com prende hora undécim a, cómo todo cam bia cuando tú estás p re­
que h a llegado la hora undécim a: aquella hora que la sente! ¡Q u é tranquilidad, como si se tra ta ra de la hora
indolencia h u m an a conoce m uy bien y sabe que existe de m edia noche; qué sobriedad, como si fuera la hora de
cuando habla sobre generalidades, pero no cuando tra ta la m uerte; qué soledad, como si se estuviera en medio
de aplicársela a sí mismo. El anciano piensa que todavía de las tum bas; qué solem nidad, como si se habitara en
le queda tiem po y el joven se engaña cuando opina la eternidad! ¡O h, duros m om entos de trab ajo (aunque
que la diferencia en edad constituye un factor determ i­ se descanse de él) cuando se rinde cuenta, aunque no está
n an te en cuanto a la proxim idad de la hora undécim a. presente ningún acusador; cuando se llam a a caria cosa
Com préndase, por lo tanto, que es bueno y necesario que por su propio nom bre, a pesar de que nada se dice;
existan dos guías. Puesto que se trate ya del deseo escla­ cuando debe repetirse cada palabra im propia a la luz
recido del joven que presumimos está avanzando hacia de la etern id ad ! ¡ O h, costoso contrato, cuando el rem or­
la victoria, o de la determ inación de un hom bre m aduro dim iento debe pagar tanto p o r aquello que parecía a la
dispuesto a lu ch ar d u ran te su vida, uno y otro opinan luz del corazón, de las ocupaciones, de la lucha orgullosa
que disponen de largo tiem po. Presuponen, cuando hacen y la pasión im paciente juzgado como nada! ¡O h, hora
planes sobre sus esfuerzos, que cuentan con toda una undécim a, cuán terrible serías si p erduraras; cuánto m u ­
generación o con muchos años, y por esto desperdician cho más terrible si la m uerte debiera continuar por toda
la vida!
u n tiem po precioso y así, al proceder en esta forma, aca­
ban desilusionados. D e este modo el arrepentim iento debe tener su tiempo
En cambio, el arrepentim iento y el rem ordim iento p ara no caer en una total confusión. P ara ello hay dos
saben cómo debe utilizarse el tiem po en tem or y tem ­ guías. U no nos invita hacia adelante, el otro hacia atrás.
blor. C uando atendem os al remordim iento, sea e n la Pero el arrepentim iento no dispondrá de su tiempo si lo
juventud o en la ancianidad, es siempre la hora undécim a. interpretam os en sentido tem poral. No pertenecerá a una
N o se dispone de m ucho tiempo, pues es la h o ra u n d é­ determ inada sección de la v id a como la diversión y el
cima. N o lo engaña la falsa idea de una larga vida, pues juego son propios de la infancia, o como la pasión del
siem pre es la hora undécim a. Y en la hora undécim a am or distingue a la ju v en tu d . No viene n i desaparece
llegamos a com prender la existencia de u n a m anera com ­ como un antojo o u n a sorpresa. No, el rem ordim iento
está vivo en u n a m ente recogida, de m anera que podemos
pletam ente diferente, ya se trate de la juventud, d e los
hablar de él como algo que contribuye a la edificación niño, así lo E terno puede, en la imaginación de una p er­
de quien lo atiende y origina una nueva vida; de modo sona excitable, hacer el intento de em pujar lo temporal
que no llegue a ser un acontecim iento cuya triste herencia hacia la locura. Pero el dolor del arrepentim iento ante
se convierta en un sentim iento de tristeza. Desde el punto Dios y la ansiedad cordialm ente sentida no deben con­
de vista de la libertad, cobijada por la eternidad, el arre­ fundirse en m anera alguna con la impaciencia. La expe­
pentim iento debería disponer de su tiempo, incluso de su riencia enseña que el m om ento preciso para el arrepenti­
época de preparación. En relación a lo que debería m iento no es siempre el inm ediatam ente presente. El
llevarse a cabo, la época de recogimiento y preparación arrepentim iento en esta h o ra precipitada, cuando actúan
no deben considerarse un asunto prolongado. Al con­ vivam ente entrelazados pensam iento y pasiones diversas,
trario, hay un sentido de reverencia, santo temor, hum il­ o cuando se siente forzado al descargo, puede confundirse
dad de lo que ha de realizarse con sinceridad p u ra en fácilmente en aquello de que debe arrependirse. Puede
el arrepentim iento, así que nada se considera vano y confundirse con su opuesto, con el sentim iento m om en­
extrem adam ente apresurado. P ara quien anhela prepa­ táneo de contribución, es decir, con la impaciencia. Existe
rarse no se explica dem ora alguna. M uy por el contrario, la posibilidad de confundirse con la penosa tristeza agoni­
el corazón se siente de tal modo agitado que actúa de zante frente al m undo, es decir, con la impaciencia;
acuerdo con lo que debe realizarse. Desde la perspectiva con un desesperado sentim iento de pesar, es decir, con
de lo Eterno, el arrepentim iento h a de hacerse presente la im paciencia. Con todo, la impaciencia, no importa lo
instantáneam ente, así que no queda opción ni p ara pro­ intensa que sea, nunca llega a convertirse en arrepenti­
nunciar palabras. Sin embargo, el hombre pertenece a miento. Por obnubilada que esté la mente, los suspiros
una dimensión tem poral y se mueve en el tiempo. De de la im paciencia, por violentos que sean, nunca llegan
m anera que en el arrepentim iento, lo Eterno y lo tem ­
a convertirse en suspiros de arrepentim iento. Las lágri­
poral buscan una m u tu a comprensión inteligible. Así
mas de la im paciencia no fructifican con bendiciones.
como lo tem poral no anhela demoras con miras a sepa­
Son similares a rmbes vacías carentes de agua, o a reso­
rarse, sino que, consciente de su debilidad, pide tiem po
plidos del viento. Por otro lado, si un hombre h a sido
p ara prepararse, así tam bién lo E terno no difiere para
consciente de u n a honda trasgresión, pero sim ultánea­
desistir de sus reclamos, sino que con miras a un trato
m ente ha ido m ejorando y año tras año avanzó con
delicado, quiere otorgar tiempo a un hombre débil.
firmeza hacia el bien, entonces es indudable que año
I,o Eterno con su “obedece de inm ediato” no se con­ tras año, a m edida que avanzaba en el bien, se arrepentía
vierte en un choque súbito que confunde lo temporal. con mayor intensidad de su culpa, esa culpa que a través
Por el contrario, más bien debería ser ayuda p ara lo de los años iría quedando m ás lejos. Ahí reside el p ro ­
tem poral a través de la vida. Gomo alguien m ental­ blema según ei cual la culpa debe ser algo viviente en
m ente superior a otro que le es inferior, o un anciano el hom bre, si verdaderam ente se ha arrepentido. Es por
en relación con un niño pueden presionar a tal extremo esto que el arrepentim iento precipitado resulta falso y no
que finalizan po r debilitar la m ente del inferior o del debemos intentarlo. Pues quizá no se trate de la íntim a
ansiedad del corazón, sino sólo de un sentimiento m o­ había sido. Desde el punto de vista tem poral y sensual,
m entáneo que presenta de una m anera vivaz la culpa. y en el aspecto social, el arrepentim iento de hecho es
A esta índole de arrepentim iento lo denominamos egoís­ algo que viene y va d u ran te años. Pero desde la pers­
mo, asunto de los sentidos, m om entáneam ente poderoso, pectiva de lo eterno, equivale a una d iaria ansiedad
de expresión excitante, im paciente en form as muy exage­ silenciosa. Es eternam ente falsa la afirm ación de que el
radas. . . y precisam ente, con este matiz, no se tra ta de trascurso de los siglos cam bia la culpa. A firm arlo equi­
un verdadero arrepentim iento. El arrepentim iento súbito, vale a confundir lo eterno con aquello que menos se
de un solo trago, liquida todo el am argor y luego sigue le parece, con el olvido al estilo hum ano.
adelante. A nhela librarse de la culpabilidad. Desea
Si alguien en form a descarada e im pía decidiera librar­
expeler todo recuerdo de culpa, sobre la base de im aginar
se del bien, puesto que todo está ya perdido, cometería
que lo lleva a cabo p a ra dejarlo atrás y m archar hacia
sacrilegio y am ontonaría cu lp a sobre culpa. Tengam os
la búsqueda del bien. Aspira a que la culpa, después de
esto en consideración. L a culpa no se acrecienta por
cierto tiempo, caiga totalm ente en el olvido. Digamos
el hecho de que cada vez le parezca más trágica al
de nuevo que esto no es sino impaciencia. Quizás un
individuo que se h a m ejorado. No im plica ganancia
repentino arrepentim iento posterior po ndrá de relieve que
el olvido total de la culpa. Por el contrario, no es sino
el precedente carecía de verdadera interioridad.
pérdida. E n cambio, im plica ganancia la conquista de
Suele afirm arse que había un hom bre que, a causa una íntim a intensidad de corazón profundam ente dolo­
de sus malos actos, m erecía el castigo asignado por la ley. rido por la culpa. N o es noticia, teniendo en cuenta lo
Después de haber sufrido por su nocivo proceder regresó olvidadizo del hom bre, a firm a r que se está creciendo.
a su h abitual vida social, mejorado. Luego viajó a un Pero sí es ganancia el darse cuenta de que se está cre­
país extranjero, donde era desconocido, y ahí consiguió ciendo en u na penetración cad a vez más profunda elabo­
reputación por su conducta digna. Todo había sido com ­ rad a por el rem ordim iento. La corteza habilita p ara
pletam ente olvidado. Pero cierto día apareció u n fugitivo que nos demos cuenta de la edad que tiene un árbol;
que reconoció a aquella persona distinguida como su tam bién podemos hablar sobre el crecimiento de un
igual en la época de su vida miserable. El encuentro hombre en el bien por la intensidad de su arrepenti­
trajo tam bién miserables recuerdos. U n miedo m ortal miento. Luchamos con la desesperación y sus consecuen­
lo conm ovía siempre que tropezaba con aquel hombre. cias. El enemigo ataca constantem ente desde atrás, pero
A unque silencioso, este recuerdo era m uy nítido hasta el luchador no d ejará de avanzar. E n estos casos, el
que aquel vil fugitivo lo expresó verbalm ente. Se apoderó arrepentim iento todavía es joven y débil. H ay una índole
de él u n a honda desesperación cuando creía haberse sal­ de sufrim iento por el arrepentim iento que no se im pa­
vado. Esto le aconteció por echar en el olvido el arrepen­ cienta por el hecho de tener que sufrir el castigo, m ás
tim iento, porque el m ejoram iento en lo social no com ­ bien experim enta su hum illación. E n tal caso, el arrep en ­
p o rta la resignación ante Dios, de tal m odo que la h u ­ timiento es todavía joven y débil. Existe un dolor silen­
m ildad del arrepentim iento le pudiera recordar lo que cioso e intranquilizador al im aginar lo que se ha perdido.
No es desesperación, pero en su penar cotidiano origina bien para ocasiones solemnes. Esta oportunidad perte­
continua intranquilidad. En tal caso, el arrepentim iento nece a la confesión, acto sagrado con preparación a
es todavía joven y débil. Hay un movimiento trabajoso realizarse por adelantado. A la m anera en que un hombre
hacia el bien, sem ejante a los pasos de alguien cuyos pies cambia su ropa p ara la fiesta, así tam bién modifica su
están despellejados. T iene voluntad, de buen grado an d ará corazón al disponerse para el acto sagrado de la confesión
rápidam ente, pero h a perdido el coraje. Los dolores con­ Equivale a un cambio de ro p aje el dejar de lado varias
vierten sus pasos en inseguros y agonizantes. C uando esto cosas para dedicarse a una sola; interrum pir las activi­
pasa, el arrepentim iento es todavía joven y débil. dades que nos preocupan p a ra consagrarse a la paz de la
contem plación y concentrarse en sí mismo. Y el concen­
Pero cuando, a pesar de todo esto, se ad elanta más
trarse en sí mismo es el sencillo ornam ento festivo, única
confiadam ente, cuando el mismo castigo se convierte en
condición p ara ser adm itido en la fiesta. Puede verse h
una bendición, cuando las consecuencias devienen reden­
variedad con m ente distraída, contem plar algún aspecto,
toras, cuando se hace evidente el progreso h acia el bien,
como al paso, con ojos entrecerrados, verla y al mismo
en este caso existe u n a tristeza tran q u ila pero profunda
tiempo no verla,. C uando nos apresuramos, se está ansioso
que recuerda la culpa. H a aniquilado y superado cuanto
sobre diversas cosas, por em pezar varias y solamente ter­
podría engaar y confundir la vista. Por lo tanto, lo que
m inar con la m itad de ellas. En cambio, no podemos
ve no es engañoso, solamente contem pla lo único digno
confesarnos sin estar m ancom unado con nosotros mismos.
de entristecer. Este es el más antiguo, el más fuerte y el
Aquel que no está concentrado en sí en el momento de
más poderoso arrepentim iento. C uanto pertenece a los
la confesión, de hecho está disperso. Si permanece silen­
sentidos, no hay d u d a que se deteriora y declina con
cioso, no está concentrado; si habla, es p u ra garrulería,
el correr de los años. Podemos decir de un bailarín que
no es confesión.
está fuera de época, una vez que haya declinado su
juventud. Pero no es así con el penitente. Y en cuanto Pero quien de hecho está concentrado en sí mismo, ése
al arrepentim iento debemos decir que, en caso de olvido, permanece en silencio. Y eso sí que se parece a un
lo que considerábam os vigor era únicam ente inm adurez, cambio de ropaje: se libera de todo lo ruidoso para
pero en la m edida que lo atesora por m ás tiem po y m ás ocultarse en el silencio y abrirse. Este silencio es la sen­
profundam ente, deviene mejor. L a culpa se torna más cilla fiesta del santo acto de la confesión. Desde el punto
terrible en proporción a la cercanía con que la contem ­ de vista m undano se piensa que para los bailes y las
plamos. El arrepentim iento es más aceptable a Dios fiestas cuanto m ás música m ejor. Sin embargo, cuando
cuanto m ayor es la distancia con que se contem pla la hablamos de asuntos divinos, cuanto más profundo sea
culpa, a la par que el camino que conduce al Bien. el silencio m ejor. C uando el cam inante pasa de una ruta
D e m odo que el arrepentim iento no solam ente debería muy transitada y ruidosa a lugares tranquilos, entonces
tener su tiempo, sino tam bién tiempo de preparación. le parece (im presionado por la quietud) que clebe atender
A pesar de que debiera ser una silenciosa preocupación a sí mismo, escuchar lo que está oculto en lo profundo
cotidiana, debería ser capaz de concentrarse y prepararse de su alma. Se le ocurre, según declara el poeta, que
algo inexpresable lo impulsa desde su más profunda
distancia que son incapaces de ver al viajero. U nica­
intim idad, aquello inexpresable para lo cual el lenguaje
m ente el viajero puede ver las estrellas, de ahí la imposi­
carece de expresión. El anhelo no es todavía de p o r sí
bilidad de acuerdo alguno entre él y las estrellas. De
inexpresable. Sólo apresura su cercanía. Pero lo que
modo que la melancolía del ansia poética se basa en una
significa el silencio, aquello que dirán las circunstancias
honda incomprensión, porque el solitario viandante, por
en este silencio, ahí está lo inexpresable.
todas partes está rodeado en la naturaleza p or algo que
L a sorpresa expresada por los árboles, si es posible decir no lo comprende, aunque siem pre parezca posible alguna
que los árboles contem plan sorprendidos al viajero, n ad a comprensión.
explica. Y el eco del bosque nos dice que nada explican.
A hora bien, lo inexpresable es similar al m urm ullo de
No, así como u n a fortaleza inexpugnable rechaza los
u n arroyo. En caso de que te preocupen tus pensam ien­
ataques del enemigo, del mismo m odo el eco devuelve
tos, si estás ocupado no te das cuenta de ello al pasar.
la voz, no im porta lo alto que el viajero haya gritado.
N o eres consciente de que el m urm ullo existe. Pero si te
Y las nubes se m ueven a su gusto, envueltas en sí mis­
detienes, entonces lo descubres. Y si lo has descubierto,
mas. Y a sea que nos parezcan estar en un descansado
debes perm anecer tranquilo. Y cuando estás tranquilo,
sueño, o disfrutando de suaves movimientos voluptuosos,
entonces te persuades. Y al llegar la persuasión, debes
o en su trasparencia corriendo rápidam ente im pulsadas
detenerte y escuchar atentam ente. Y cuando te has dete­
por el viento, o apretadas en una oscura m asa en lucha
nido p a ra escucharlo, en este caso te cautiva. Y cuando
con el viento, de todas m aneras no se preocupan del
te h a cautivado, no puedes separarte de él, estás bajo
viajero.
su poder. U n a vez cautivado, te sumerges a la p ar de él.
Y el m ar, sim ilar a un hom bre sabio, dispone de su C a d a m om ento parece estar listo p ara darte una expli­
propia suficiencia. Si descansa a semejanza de un niño cación. Pero el arroyo continúa con su m urm ullo, y a
y se divierte con sus suaves ondas así como un niño la vez el cam inante va envejeciendo.
juguetea con su boca, o en el m ediodía en actitud sim ilar
T o d o lo contrario de lo que acontece cuando se acude
o un soñoliento pensador libre de cuidados, esparce su
a la confesión. Im presiona el silencio tranquilo, pero muy
m irada vagando por encim a de todo, o en horas de la
desem ejante a la m elancolía de la incomprensión, sino
noche reflexiona profundam ente sobre su propio ser, o
antes bien em parentado con la seriedad de lo eterno. N o
p a ra ver lo que está pasando, astutam ente se esconde
le pasa como al cam inante, inseguro de la form a en que
a sí mismo como si no existiera, o bram a apasionada­
alcanzó a llegar a lugares tranquilos. Ni se parece al
m ente: el m ar es profundo, conoce bien lo que conoce.
poeta, quien anda a la búsqueda de la soledad y sus
C uanto tiene de gran profundidad lo sabe de siempre,,
efectos. No, la confesión es u n acto sagrado p ara cuya
pero es u n conocim iento no participado.
consecución la m ente se reconcentra con miras a p rep a­
¡ Q ué enigm ática disposición nos ofrece el ejército este­
rarse. C uanto te rodea sabe bien lo que significa este
lar! Parece existir entre las estrellas el convenio de m an ­
silencio y que está exigiendo seriedad. Se está ante u n
tenerse ordenadas. Pero las estrellas se encuentran a ta n ta
deseo que anhela ser com prendido y es sabido que, en caso
de incomprensión, se incurrirá en culpa. El U nico que ¿ L a volubilidad del hom bre no llegaría a lamentarse de
está presente en esta confesión es el U nico omnisciente. haber obtenido cambios en Dios? La verdadera explica­
Sabe y recuerda todo lo que este hom bre le ha confiado, ción, por lo tanto, es la m as deseable. L a oración no
pero tam bién si este hom bre ha estado siempre alejado de cam bia a Dios, pero modifica a quien la ofrece. Es lo
su confianza. Es el U nico omnisciente que conoce a la mismo sustancialm ente con aquello de que estamos h a ­
distancia todos los pensamientos, las sinuosidades de todo blando. N o Dios, sino tú, el confesante, llegas a conocer
pensam iento, incluso cuando elude ascender a la con­ algo por el acto de confesión.
ciencia del hom bre. Es el U no omnisciente que “ve en M ucho de lo que tú eres capaz de m an ten er oculto en
secreto”, por el cual los hombres hablan en silencio; la oscuridad, ilegas a conocerlo por prim era vez al abrirte
de tal modo que nadie se aventurará a engañarlo ya al conocimiento del U nico que lo conoce todo. Aunque
sea hablando o callando, como está pasando en este se trate de los peores hechos cometidos, incluso el derra­
m undo donde se puede ocultar m ucho al otro m ediante el m am iento de sangre, varias veces puede en realidad de­
silencio, y todavía más cuando se habla. cirse del culpable: no sabía lo que hizo. ¿Conoce acaso
La persona que se aproxim a a la confesión no se parece la pasión debidam ente sus hechos? ¿L a tentación insi­
al sirviente encargado por su señor de realizar algo que diosa de la pasión y sus excusas aparentes no apuntan a
éste no puede hacer, pues no puede adm inistrarlo todo u na ignorancia engañosa sobre sí misma, en el instante en
o encontrarse en todos los lugares. El U no que todo lo que olvidó lo eterno? Al continuar el hom bre con su
conoce estaba presente en cada instante del cual se deberá pasión, cam bia su vida reducida a la nada, a instantes,
rendir cuentas. La rendición de cuentas no se hace a y es así como la pasión q u ed a al servicio de su falaz
beneficio del señor, sino del sirviente, quien incluso debe dueño; lo dom ina hasta que lo reduce a la condición de
inform ar acerca de cómo empleó el mismo m om ento de sirviente ciego.
su inform ación. T am poco la persona que se confiesa se Porque cuando el odio, la cólera, la venganza, la
parece a aquel que confía en un amigo al cual, tarde o m elancolía, la desesperación y el miedo del futuro,
tem prano, revela cosas que el amigo antes ignoraba. Aquel la entrega al m undo, la confianza en sí mismo, el
U no que todo lo conoce no adquiere conocim iento sobre orgullo que se diluye en sim patía, la envidia que se
la persona que hace la confesión, antes bien es el confe­ com bina con la am istad y todas aquellas inclinaciones
sante quien se está conociendo. Por esto, carece de base expuestas al cambio, aunque no para lo mejor, cuando
objetar, en contra de la confesión, que no tiene sentido todos estos vicios m oran en el hombre, ¿ no se com portan
confiar a quien todo lo conoce aquello que ya sabe sobre­ así p o r la engañosa excusa de la ignorancia? A un cuando
m anera. Se responde más bien al problem a de si no se el hom bre perdure en esta ignorancia, ésta no va a la
otorga un beneficio cuando un hom bre llega a conocer p ar con la ignorancia del hecho de que hay U no que
algo sobre sí mismo que antes ignoraba. U n a respuesta todo lo conoce.
apresurada afirm aría que rogar es inútil, pues la oración Existe una ignorancia sobre la cual no precisa sentirse
no altera lo inalterable. ¿Sería esto deseable a la larga? incóm odo cuando, en form a sim ultánea, carece de la
oportunidad o de la capacidad de darse cuenta de ella.
Pero existe u n a ignorancia sobre la propia vida igual­
m ente trágica p a ra el docto y p ara el ignorante, pues
3
cabe a los dos la m ism a responsabilidad. Esta ignorancia
se denom ina autodecepción. H ay u n a ignorancia que va
cam biándose en conocim iento a m edida que uno más se
instruye. Pero una sola cosa puede remover esta otra B A R R E R A S P A R A Q U E R E R U N A S O L A COSA
ignorancia autodecepcionante. Y el ignorar el hecho de
Tanto la variedad com o ciertos momentos
que hay u n a realidad y una sola realidad, y que necesi­
espectaculares no son esta sola cosa
tamos de esta única realidad, vuelve todavía m ayor la
autodecepción.
Es posible ignorar m uchas cosas. Se puede acrecentar
Hablemos acerca de la confesión sobre esta sentencia:
el conocimiento y aun así h ab rá m ucho que ignoremos.
LA PU R EZ A DE C O R A Z O N C O N S IS T E EN Q U E ­
Pero si el que es víctim a del engaño habla de cantidad
R E R U N A SO LA COSA, la cual se basa en las palabras
y de variedad, todavía está en la autodecepción, todavía
del apóstol Santiago en su C arta, capítulo 4, versículo 8 :
está bajo las garras de la m ultiplicidad. El ignorante
“Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros. P uri­
tiene la posibilidad gradual de adquirir sabiduría y cono­
ficaos, pecadores, las manos; lim piad los corazones, hom ­
cimiento, pero el autoengañado si llegó a conquistar “lo
bres irresolutos” . Pues únicam ente el puro de corazón
único necesario” h ab rá conquistado la pureza de corazón.
puede ver a Dios y, por lo tan to , acercarse a El; y única­
m ente m ediante esta cercanía puede m antener su pureza.
Y aquel que de veras quiere u n a sola cosa, solamente
puede querer el Bien, y aquel que solam ente quiere u n a
sola cosa cuando quiere el Bien, únicam ente quiere de
verdad el Bien.
*
**
Hablemos sobre esto, pero ante todo vamos a acla­
rarnos el contenido de la confesión p ara ponernos de
acuerdo sobre el significado d e este versículo y de lo que
quiere decir el apóstol cuando expresa “ lim piad los cora­
zones, hombres irresolutos”, e n donde está reprochando
la duplicidad m ental. Luego, al final de este discurso,
volveremos con más detalles a ocupam os de la ocasión.
I. Si existe la posibilidad de que un hom bre quiera u n a
bulos ni compromisos, puede y debe conseguir una sola
sola cosa, entonces debe querer el Bien.
cosa, i O h, bendita brevedad, b endita felicidad que con­
Q uerer una sola cosa: ¿pero esto no se convertirá sigue rápidam ente aquello q u e el talento al servicio de
inevitablem ente en un discurso muy extenso? Si alguien la vanidad no logra sino paulatinam ente! Aquello que
quisiera reflexionar debidam ente sobre ello, ¿ no sería n e­ un alm a sencilla, que responde feliz a los impulsos de su
cesario antes tener en cuenta, punto por punto, los diversos corazón, logra sin necesidad de explicárselo con dem asia­
objetivos que puede im aginar p ara sí, m encionando por do esfuerzo, el inteligente lo obtiene después de m ucho
separado las diversas cosas que un hom bre puede querer ? tiempo y trabajos. L a form a en que se logra no es é sta :
Y no solamente esto; puesto que todas estas reflexiones hay quien quiere u n a cosa y ésta no es el Bien; otro
no ta rd a n en convertirse en abstracciones, ¿no se sentirá quiere tam bién algo, pero lo que quiere no es tam poco
obligado, en un m om ento posterior, a buscar lo único el Bien; u n tercero quiere y lo que quiere es el Bien. No,
que merece quererse, si se trata de querer u n a sola cosa? ésta no es la ruta. Quien quiere una realidad que no
Si alguien procediera de este modo, no finalizaría nunca. es el Bien, de hecho no quiere una realidad. Pretende
O con m ayor precisión, ¿cómo podría lograr su propó­ un engaño, una ilusión, u n a decepción, u n a autodecep-
sito, puesto que desde el principio optó por la senda equi­ ción, aquello que quiere com o u n a sola cosa. Porque en
vocada y continuó avanzando sin p a ra r por esta senda su interior posee una doble m entalidad y está atado a
equivocada? Solam ente se alcanza el Bien por una senda ella. Por esto el apóstol a firm a “lim piad los corazones,
dolorosa, es decir, cuando el cam inante m ira alrededor y hombres irresolutos”, es decir, purificadlos de la doblez;
retrocede. Pues el Bien es una sola cosa y así todos los en otros términos, quered d e verdad una sola cosa pues
caminos conducen al Bien, incluso los falsos cam inos: en ello consiste la pureza de corazón. -y,
cuando el que se arrepiente tom a el mismo cam ino en Tam bién el apóstol se refiere a esta m ism a pureza de
retroceso. ¡ O h, tú, el camino insondable, digno de toda corazón cuando expresa: “ Si alguno de vosotros está
confianza que conduce al Bien! D ondequiera que uno se falto de sabiduría que la p id a a Dios. . . pero que la
encuentre en el m undo, sea el que fuere el cam ino que pida con fe, sin vacilar” (S antiago 1 :5 -7 ). La pureza
siga, si quiere una sola cosa, está en la ruta que conduce de corazón es la verdadera sabiduría y se consigue p o r
a ti. H acer ahora u n a extensa enum eración sólo nos p er­ interm edio de la oración. U n hombre de oración no
judicaría. En vez de perder el tiempo en la enum eración escudriña libros doctos, pues es sabio aquel “cuyos ojos
de tantos objetivos, o m algastar la vida en experimentos están abiertos” . . . cuando se pone de rodillas (Números
2 4 :1 6 ).
personales, hablem os de cómo debería ser la vida, ¿y no
acertarem os utilizando una loable brevedad ? En pocas palabras, hay hom bres cuya m ente perm a­
nece piadosam ente ignorante de una m ultitud de cosas,
En cierto sentido no es posible describir el Bien sino
pues el Bien es una sola realidad. R esulta sum am ente
en form a sucinta, cuando se lleva a cabo en la forma
difícil h ab lar a un hombre de doble m entalidad h abi­
debida. El Bien incondicionado e incalificable, sin preám ­
tuado a la dudosa fam iliaridad de m uchas cosas. Q u ed a
fuera de toda duda el hecho de que el hom bre quiere
siempre debe perm anecer idéntica? Al contrario, equi­
una sola cosa, el Bien, pues es lo único que puede q u e­
vale a querer algo que n u n c a permanece igual. Equivale
rerse con exclusividad. Son afirm aciones que se refieren
a querer muchas cosas. Y el que quiere de esta m anera
a la m ism a cosa, o a realidades diferentes. U n a designa
no sólo es un irresoluto, sino que está en contradicción
sencillamente el nom bre del Bien, declarando que se tra ta
consigo mismo. E sta clase de hombres quiere, primero
de u n a sola realidad. La otra astutam ente oculta este
una cosa y luego, de inm ediato, lo opuesto, porque la
nombre. Como si en apariencia hablaFa de otra realidad.
unidad del placer es tra m p a y decepción. Lo que en
Pero realiza grandes esfuerzos hacia lo más íntimo del
realidad anhela es diversidad de placeres. Así cuando
hom bre. Por m ucho que proteste, discuta o se vanaglorie
el hom bre del cual estamos hablando se h a gratificado
de que quiere u n a sola cosa, la buscará por uno y otro
con tal exceso que se disgusta, se siente cansado y saciado.
lado, si aquello que quiere no es el Bien.
Pues cuando deseaba una sola cosa, ¿ qué estaba de hecho
D e hecho hubo un hom bre en la tierra que parecía deseando? A nhelaba nuevos placeres. D ébil y encole­
querer una sola cosa. No era necesario insistir en ello. rizado carecía de ingenio p a ra descubrir algo nuevo. . .
A pesar de su silencio, había suficientes testigos p a ra ¡algo realm ente nuevo! ¡N o estaba sino clam ando por el
testificar cuán inhum anam ente endurecía su m ente; n ad a cambio, cuando sometido al placer g rita b a : ¡ Cambio,
lo conmovía, ni la ternura, ni la inocencia, ni la m iseria; cambio! Clam aba por el cam bio al llegar al límite del
su alm a enceguecida nada veía y sus sentidos sólo con­ placer, ya agotado. ¡C am bio, cambio!
tem plaban aquella única cosa que quería. Y, sin em bargo,
A hora bien, com prendam os que existen modificaciones
no hay duda de que estaba bajo un engaño, una terrible
en la vida que pueden p o n er a prueba al hombre si
ilusión, al querer u n a sola cosa. Porque placer, honores,
quiere una sola cosa. Es el cambio de la naturaleza pere­
riqueza y poder, todo cuanto este m undo puede ofrecer,
cedera, cuando el hombre sensual está agotado, cuando
en apariencia es u n a sola cosa. Pero no es ni perm anece
el b ailar y el tum ulto de los sentidos ya no son posibles,
como u n a sola cosa, pues todo cam bia o tam bién él está
cuando todo pide descanso. Es el cambio de la muerte.
cam biando. No perm anece idéntico en todas las circuns­
AI fin, si la naturaleza perecedera lo ha olvidado, si la
tancias. Al contrario, está sometido a alteraciones cons­
sensualidad lo ha abandonado, la m uerte, en cambio,
tantes. Incluso en el supuesto de que este hom bre no
no lo olvida. Lo sensual no continuará frente a la m uerte;
nom brara sino una sola cosa, sea placer, honores o riq u e­
ésta dom ina sobre cuanto pertenece a la tierra y con­
zas, de hecho no quiere una sola cosa. No se puede
vertirá en una n ad a aquello que la persona sensual desea.
decir que quiere u n a cosa cuando lo querido no es en sí
Y, p or último, existe el cam bio de lo eterno, cambio
mismo u n a : se tra ta de u n a m ultitud de cosas, u n a
total. Entonces sólo perm anece el Bien y con él la b en ­
dispersión, un juguete cam biante, y el precio de la co rru p ­
d ita posesión del hom bre q ue ha querido una sola cosa.
ción. E n cuanto al placer, véase como se espera g rati­
Pero en cuanto a aquel rico al cual no conmovió la
ficación tras gratificación. Su p alab ra de orden es v a ­
miseria, quien incluso en la eternidad debe continuar q u e ­
riedad. ¿Es variedad, entonces, el querer u n a cosa que
riendo u n a sola cosa, pregúntale si realm ente quiere u n a
sola cosa. Así tam bién pasa con el honor, la opulencia ya no se trata de una m ente doble sino de miles de
y el poder. Pues cuando se sentía fuerte y ansiaba hono­ mentes, siente la diversidad en sí misma. Esta es su vida,
res, ¿de hecho no se dio cuenta de los límites o estaba al envilecerse p a ra conquistar honor; cuando debe anular
entregado a la incansable pasión del fuerte p ara ascender a sus enemigos, p ara conquistar honor; cuando debe re­
más y m ás alto? ¿Podía descansar en sus horas de insom­ querir el favor de aquellos a quienes menosprecia, p a ra
nio, a la búsqueda de más honores y a u n a rápida con­ conquistar honor; cuando debe traicionar al que respeta,
quista de ellos? ¿Le resultó refrescante el cálido fuego para conquistar honor. Pues la conquista del honor signi­
de su pasión? ¿Y, en el supuesto de que conquistara fica el propio menosprecio, luego de elevarse al pináculo
el más elevado prem io honorífico, este honor terreno es en de este honor, sin embargo, está tem blando ante la posi­
sí una cosa? ¿ O en su diversidad, cuando millares y bilidad de cambios. Sí, ¿ cam bio cuando enfrenta el furor
millares trenzan la corona, es algo honroso descender a más incontrolado? C uando la deserción es más rápida
una igualdad? No, tan to el menosprecio como el honor y súbita, como u n error en tre payasadas, como un golpe
m undanos no son sino el juego de fuerzas confusas, un que se da un ciego, ¿cuando el que busca honores no
instante ilusorio en el devenir de las opiniones. No es ha tenido tiempo p ara quitarse la vestim enta de su honor
sino u n engaño de los sentidos, similar a un enjam bre de y los insultos están ap u n tan d o en su contra? Cambio,
insectos que a la distancia aparece al ojo como un solo el cambio final, certidum bre absoluta entre lo imprede-
cuerpo; u n engaño sensible, similar al ruido m ultitudi­ cible: no im porta cuán fuerte suene el trueno del honor
nario que, a la distancia, aparece al oído como si se sobre su tum ba, incluso si p u d ie ra oírse por toda 1a, tierra,
tra ta ra de u n a sola voz. todavía hay uno que no lo puede oír: el difunto, el que
Incluso aunque el honor contara a su favor en form a falleció con honor, aquello único que había deseado. Al
unánim e, todavía carecería de significado, y ello en pro­ m orir tam bién perdió el h o n o r: éste queda fuera de él,
vuelve a su hogar, muere al exterior como el eco. Cambio,
porción a los millares que originaran esta uanim idad.
el verdadero cambio, cuando existe la e tern id ad : ¡ me gus­
C uanto m ayor sea la m ultitud que origina la unanim idad,
taría saber si allí se le ofrece la honrosa corona a quien
tanto m ás pronto quedará com probada la ausencia de
significado. Y, con todo, lo que se deseaba era esta unani­ ha sido sum am ente honrado! Sin embargo, en la eter­
m idad de millares. No contaba por cierto con la apro­ nidad existe más justicia que en la tierra y en el m undo;
bación de los hom bres buenos. A estos no se tard a en pues en la eternidad hay p re p a ra d a u n a corona de honor
contarlos. No, se tra ta b a más bien de la aprobación de para aquellos que en verdad quisieron una sola cosa. Así
millares. ¿Es, entonces, el anhelo de los números, en acontece tam bién con las riquezas, el poder y el m undo
ello consiste el querer una cosa? C ontar y contar hasta que pasan sim ultáneam ente con su codicia. Q uienquiera
decir basta, contar y contar hasta que se com eta un que haya querido alguna d e estas cosas, incluso en el
error; ¿equivale esto a querer algo? Por lo tanto, cuando supuesto de que haya querido una sola cosa, para su
anhela este honor o tem e el menosprecio, se diga o no se propia agonía debe continuar queriéndola cuando ya h a
diga que quiere u n a sola cosa en lo más íntimo de su ser, pasado y luego aprender, en la agonía de la contradicción,
que no es lo único. E n cambio, quien en verdad quiso am a con todo su am or. Está plenam ente presente en cada
u n a sola cosa y, por lo tanto, anheló el Bien, aunque por una de sus expresiones. Lo entrega de continuo como u n a
su causa tuviera que sufrir, ¿no continuará queriéndola totalidad y lo reserva intacto tam bién como u n a totalidad
en la eternidad, aquello por lo cual estaba dispuesto a en su corazón. ¡ Riqueza a d m ira b le ! C uando el mise­
m orir? ¿Por qué no continuaría queriendo la misma rable h a reunido todo el oro del m undo sórdidam ente. . .
cosa, después que ha llegado a triun far en la eternidad? en tal caso se h a convertido en pobre. C uando el am ante
Por lo tanto, querer una sola cosa no puede significar entrega la totalidad de su am or, lo retiene entero en la
querer aquello que sólo parece ser esta única cosa. De pureza de su corazón. Si se quiere de verdad una sola
hecho, los objetivos m undanos esencialmente no consti­ cosa, esto que quiere debe p erm anecer inalterado a través
tuyen una sola cosa por su ausencia de realismo. Su de todos los cambios, de m odo que a.1 quererla llega a
proclam ada unidad n ad a es, sólo vacuidad oculta tras la conquistar la inalterabilidad. Si cam bia de continuo, en
diversidad. En sus breves momentos ilusorios, la finalidad tal caso está él mismo cam biando, irresoluto e inestable.
m undanal, en consecuencia, expresa m ultitud de cosas, Y este cambio continuo no es otra cosa que impureza.
no una sola. E stá tan lejos de ser y perm anecer una A hora bien, querer una sola cosa no significa incurrir
sola cosa que en el próxim o m om ento se trasm uta en su en el grave error de un entusiasm o desvergonzado y con­
opuesto. C ontem plado en sus extremos, ¿aquello que denable, es decir, querer algo grande, no im porta que se
consideramos placer no es por ventura desagrado? ¿El trate del bien o del mal. E l que quiere de este modo,
honor terrestre en su vertiginosa cima qué es sino menos­ no interesa lo desesperado q u e sea su querer, es un irre ­
precio de lo existente? ¿Q ué son las riquezas, su gran soluto. ¿Ser irresoluto no es lo mismo que desesperación?
superabundancia, sino pobreza? ¡ Pues por abundante ¿E star desesperado no equivale a tener dos voluntades?
que sea el logro terrenal am ontonado por el codicioso, Pues si el débil desespera p o r su incapacidad para levan­
está a una distancia infinita de aquella m ínim a satisfac­ tarse de la cam a, o si el infeliz tam bién desespera al dejar
ción oculta en el contento del pobre! ¿N o es la om nipo­ totalm ente de lado al Bien: uno y otro son irresolutos,
tencia m un dana por ventura sólo dependencia? ¡ El en los dos existe una voluntad doble. N inguno quiere
esclavo encadenado carece de libertad al igual que el desesperadam ente u n a sola cosa p or desesperadamente que
tirano! No, el objetivo m undano no es u n a sola cosa. parezca quererla. Y a se tra te de u n a m ujer, a la cual el
A causa de su diversidad se trasm uta en la vida en su deseo la impulsó a la desesperación, o de un hombre que
opuesto, nada en la m uerte, condenación en la eternidad : desesperó en el desafío; si desesperó porque obtuvo lo
esto para aquel que ha anhelado ese único objetivo. querido, o porque no obtuvo lo que quería, en cada u n o
Sólo el Bien es uno en su esencia y en cada una de sus de ellos hay dos voluntades, u n a que inútilm ente trata de
expresiones. Tom em os como ejemplo el amor. Q uien seguir en su totalidad y la o tra que tam bién inútilm ente
verdaderam ente am a, no am a de una vez y definitiva­ tra ta de evitarlo. Es así com o Dios, m ejor que cualquier
m ente. Ni utiliza parte de su am or y luego otra. Pues rey, se h a asegurado frente a cualquier rebelión. Pues
reducirlo a porciones no equivale a un am or recto. No, h a acontecido que algunos reyes h a n sido destronados p o r
alguna rebelión. Pero el que llega a rebelarse contra Dios, simpatía, a la postre la considera agradable por estimular
en últim a instancia cae en la desesperación. En ella y fortalecer la indolencia. N o faltan los que consideran
radica el lím ite. . . “ ¡aquí y basta!” L a desesperación es positivo que la exigencia de q u erer una sola cosa sea afir­
el límite. A quí coinciden el destem plado cobardem ente m ada en toda su sublim idad, en toda su gravedad, de
temeroso en su egoísmo y quien presum e desafiante de modo que esta exigencia suene en la íntim a firmeza del
su m e n te . . . uno y otro coinciden en la m ism a im potencia. corazón. O tros consideran edificante llevar a cabo un
U na experiencia tem prana y la experiencia de los otros desdichado compromiso entre Dios y sus exigencias. Hay
enseñan m uy pronto cuán lejos están las vidas hum anas quienes creen en algo edificante si cuentan con el desafío
de ser lo que deberían ser. A todos les acontecen m o­ de algunos. Pero también hay almas soñolientas que con­
mentos serios. Se ven a sí mismos en el mágico espejo sideran no sólo agradable, sino tam bién edificante, el
de la posibilidad que la esperanza sostiene ante ellos, contar con el sosiego en su sueño.
m ientras experim entan el halago del deseo. Pero no ta r­ Se trata verdaderam ente de un hecho lam entable, pero
dan en olvidar esta visión en el proceso cotidiano de la existe una sabiduría que no procede de arriba, es más
realidad. O quizá hablan palabras entusiastas, “pues bien terrena, carnal y perversa. H a descubierto esta co­
la lengua es un pequeño m iembro que ensalza grandes m ún debilidad hum ana y esta indolencia; desea contribuir
cosas” . Pero la charla en vano se cree entusiasta al a su ayuda. Percibe que todo depende de la voluntad y
proclam ar a voces desde lo alto aquello que debería m an ­ por eso proclam a en alta voz: “A menos que quiera
tener en silencio. Estas palabras entusiastas se olvidan una sola cosa, de seguro que la vida se convertirá en una
rápidam ente en m edio de los detalles triviales de la exis­ lamentable m ediocridad, algo mísero digno de ser com­
tencia. Se olvida que se haya dicho tal cosa de este padecido. Debe querer una sola cosa en relación con la
hom bre. A lguna que otra vez, quizá, la m em oria lo cual se distingue el bien del mal. Debe quererla, pues
recuerda con horror, y el rem ordim iento parecer prom eter en ello se fundam enta la grandeza del hom bre.” No es
nuevo rigor. Pero, por desgracia, esto d u ra un momento difícil saber de qué se trata conociendo este trem endo
feliz. Todos a d o p tan intenciones, planes, resoluciones p ara error. A sem ejanza de la ta re a de salvación, la Sagrada
la vida, como si fuera la eternidad. Pero la intención Escritura enseña que en el pecado estriba la corrupción
rápidam ente pierde su juvenil vigor y se m archita. No del hombre. L a salvación, p o r lo tanto, se basa en la
es una resolución fundam entada con firmeza, capaz de pureza con que se quiere el Bien. Esta astucia terrenal y
afro n tar la oposición. V acila ante las circunstancias y perversa la distorsiona trasforniándola en tentación para
se altera. T am bién la m em oria nos abandona, pues es el hom bre; su debilidad es u n a desgracia p ara el ser
práctica com ún traspasar la sim patía de uno a otro cuan­ hum ano; la salvación radica únicam ente en la fortaleza:
do alguien, por u n a reducida com odidad que produce “C uando el espíritu inm undo sale del hom bre, anda
beneficios, sin darse cuenta de la peligrosidad de esta vagando por lugares áridos en busca de reposo, pero no
lo encuentra. Entonces dice: M e volveré a mi casa de
5 Santiago 3 :5 . donde sa lí. . . Entonces va y to m a consigo” aquella astu­
en que él mismo reconoce que son de debilidad, pero
cia im pura, la sabiduría del desierto y de los lugares
que p ara ti son los mejores momentos; si toparas con él
vacíos, aquella im pura astucia que impulsa al espíritu de
cuando no h a encontrado descanso alguno en su desierto,
indolencia y de m ediocridad, “y el final de aquel hom bre
cuando m om entáneam ente h a superado el vértigo y expe­
viene a ser peor que el principio” . 6 ¿Cóm o describiremos
rim enta un anhelo agónico por el Bien; si llegaras a
la naturaleza de esta clase de hombres? Se afirm a del
encontrarlo cuando, conmovido en lo m ás íntimo de su
m ono que, a fuerza de chillar, puede trastornar su voz.
ser, y por cierto sintiéndose triste, recuerda al hombre de
D e m odo similar, la naturaleza de esta índole de hombres,
un solo objetivo, el cual, a pesar de su debilidad, quiere
a fuerza de gritarse a sí mismos y a la voz de la concien­
el Bien: entonces llegarías a descubrir que posee dos
cia, se trastornan a sí mismos. Se cuenta del hom bre que
voluntades y te darías cuenta de su lam entable indecisión.
a causa del vértigo, estando en un lugar alto, todo pasa a
la vez confusam ente ante sus ojos. Esta clase de hombres A pesar de su desesperación, piensa: lo perdido está
sufre de vértigo ante el infinito, donde aquello de lo perdido. Pero de nada le ayudaría m irar a su alrededor
cual están separados p ara siempre, parece confundido en en sus ansias del Bien. C u án terriblem ente am argado se
una sola realidad, de m odo que tom a la apariencia de una siente en relación a este anhelo intenso, u n anhelo que
atroz inmensidad. le m anifiesta que un hom bre a pesar de su desconfianza
Esta sequedad y vacuidad siempre conducen al vértigo. carece totalm ente de poder p a ra librarse del Bien, porque
Por m ás que este hom bre se esfuerce en querer u n a sola éste es más fuerte, de modo que ni tiene poder pleno p ara
cosa, permanece indeciso. En cambio, si el que quiere una quererlo.
sola cosa acertó con el camino, entonces sí que obtendrá Q uizá hayas oído decir a este desesperado: “ H ay algún
una sola cosa: este camino sería el único no indeciso, el bien en m í.” C uando uno v a al encuentro de su m uerte
único que libra de las cadenas, el único realmente libre. ahogándose, cuando se sumerge, sin haber todavía m uerto,
El esclavo del pecado carece de libertad; no ha arrojado vuelve a la superficie. Al final, una b u rb u ja sale de su
fuera de sí las cadenas, “porque se está ridiculizando a boca. Si ha acontecido esto, entonces de nuevo se su­
sí m ismo” . 7 E stá encadenado, y por esto indeciso; no merge, muerto. A quella bu rb u ja era la ú ltim a respiración,
acierta entonces con su camino. H ay un poder que lo la últim a provisión de aire que podía haberlo hecho m ás
m antiene atado. No puede liberarse a sí mismo. No, liviano que el m ar. Así p asa con lo que estoy diciendo.
ni es capaz de quererlo del todo. Pues le ha sido negada H a experim entado la últim a esperanza de salvación. T odo
esta clase de poder. Si tú, oyente, aunque no es probable, ha finalizado. ¿O cu lta todavía este pensam iento alguna
pues no hay d u d a de que la debilidad y la m ediocridad esperanza de salvación? ¿ Q u ed a en las reconditeces del
son m uy comunes, llegaras a verlo en aquellos momentos alm a algún lazo de unión con la salvación? Cuando se
pronuncia confiadam ente u n a advertencia a otro hom bre
6 M ateo 12:43, 4-5. (¡o h !, cuán horrible el abuso de confianza, incluso en el
7 Véase Borne, Collected Works, vol. II, pág. 126: “No son
caso de que el desesperado haya abusado de ella en su
todos libres quienes se b u rlan de sus cadenas.”
c o n tra ), una vez oída esta palabra, se hunde definitiva­ cosa, sino que en realida destá reducida a la nada. Des­
m ente. truye al hom bre que quiere esta sola cosa. Si, al con­
¡Ay!, cuán terrible es ver a un hom bre correr hacia trario, un hom bre quisiera d e verdad solamente una cosa,
su propia destrucción. Es terrorífico contem plarlo d a n ­ en tal caso ésta debe ser, en la realidad de su más íntim o
zando al borde del abismo sin que nadie se lo advierta. ser, esa sola cosa. M ediante u n a eterna escisión ha de
Pero esta evidencia de lo que le está pasando, referida a rom per con otras formas heterogéneas, de tal modo que
su propia destrucción es todavía más terrible. Es deses­ continúe siendo una y la m ism a cosa y así atraer al
perante contem plar a un hom bre que busca sus comodi­ hom bre que, únicam ente, quiere esta sola cosa en confor­
dades arrojándose en el torbellino de la desesperación. m idad constigo mismo.
Pero lo que aquí está pasando todavía es más terrible: Querer una sola cosa de verdad, entonces, sólo puede
que, en medio de las ansias de la m uerte, no sea capaz significar querer el Bien, pues cualquier otro objeto carece
de g ritar: “ M e estoy hundiendo, sálvame.” ¡E n cambio, de unidad, y la voluntad q u e quiere tal objeto, por lo
elige quietam ente ser testigo de su propia destrucción! tanto, es indecisa. Porque ta l como es el objeto deseado,
¡ O h!, la más extrem a de todas las vanidades consiste en así tam bién es el que lo desea. ¿Sería por ventura posible
no m antener bien abiertos los ojos ante la belleza, las que un hom bre que sólo quisiera el mal quisiera una cosa,
riquezas, la capacidad, el poder, el honor, sino más bien de m anera que estuviera ta n endurecido p ara no querer
prestarles im portancia p ara su propia destrucción, prefi­ sino el mal? ¿Este m al, sim ilar a las personas malas, no
riendo decir de sí mismo en m om entos de gran tristeza esta en desacuerdo consigo mismo, dividido? Considere­
lo que se acostum bra afirm ar ante su tum ba: “Sin em ­ mos a este hombre, aislado d e la colectividad, confinado
bargo, algo bueno se ha ido con él.” ¡ O h!, cuánto horrible en el aislamiento. ¿No está en contradicción consigo
doblez m ental para la ruina del hom bre en el hecho de mismo, al estilo de u n a pobre unión entre personas de su
querer extraer ventaja de la idea de que el Bien perm a­ clase que no es sino una asociación entregada a la diso­
nece como la única cosa que el hom bre ha querido. Pues ciación? Pero un hombre bueno, aunque viviera muy
ahora el otro querer deviene aparente, incluso en el caso alejado del m undo y nunca viera un ser hum ano, estaría
de que fuera tan débil como p a ra no ser sino u n a corta en u n idad consigo mismo y con todo lo restante pues
dem ora en el m om ento de la destrucción, u n a excepción sólo quiere una cosa, y ésta no es sino el Bien. Quien de
en medio de su propia destrucción. verdad quiere una sola cosa debe querer el Bien, aunque
Por lo tanto, querer una cosa no puede significar alguna que o tra vez acontezca empezar por querer u n a
aquello que en su esencia no es esta sola cosa, sino que cosa que en su sentido más profundo no es el Bien, quizá
m eram ente lo parece debido a u n a horrible falsedad. Es sólo algo inocente, y luego, paulatinam ente, cam biar hasta
m entira que se tra ta de una sola cosa. A hora bien, así querer aquello único, el Bien. El amor, alguna que o tra
como el que quiere esta única cosa es un mentiroso, vez, h a ayudado al hom bre a encontrar el camino recto.
así tam bién el que incita a ello es padre de m entiras. Fielm ente sólo quería una cosa, su am or. Por él viviría
T a n ta sequedad y vacuidad no es en verdad u n a sola y m oriría. T odo lo sacrificaría por él y en él tendría su
recom pensa eterna. Sin embargo, el acto de querer en
am or en su sentido más profundo no es todavía el Bien.
Pero podría convertirse p ara él en un fiel educador que,
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a la postre, lo guiara a la posesión de lo am ado o quizá,
por su pérdida, a querer una sola cosa: el Bien. Así se
educa de diversas m aneras y el verdadero am or consti­
tuye tam bién u n a educación que conduce al Bien.
Pudiera existir un hom bre que con gran entusiasmo
B A R R E R A S P A R A Q U E R E R U N A S O L A C O SA
a p u n tara a u n a causa definida. Su entusiasmo estaría
centrado en u n a sola cosa. V iviría y m oriría por ella. Lo La recompensa-dolencia
sacrificaría todo por aquello en que consiste su felicidad,
pues un corazón dividido no satisfacen a su am or y en tu ­
siasmo. De este m odo, el entusiasmo se trasform ó p ara él II. Si fuera posible a un hom bre querer realm ente en
en el m aestro que lo m antenía con sus cuidados y al cual verdad una sola cosa, no debería en verdad sino querer
debía m ucho. Pues, como se h a dicho, todas las rutas el Bien.
conducen al Bien cuando de verdad se quiere u n a sola A. Si fuera posible a un hom bre querer de verdad el
cosa. Y cuando de veras se quiere u n a cosa, en este caso Bien, en tal caso debe estar de acuerdo consigo mismo
es lo m ejor p a ra él. Pero existe el peligro de que el para renunciar a cualquier indecisión.
am ante y su entusiasmo se separen del cam ino verdadero Por lo tanto, si un hom bre tuviera la posibilidad de
a causa de alguna impresión, en vez de dirigirse hacia querer una sola cosa, en ta l caso debe querer el Bien,
el Bien. El Bien realm ente es lo que conmueve, pero lo pues sólo el Bien es uno. D e este modo, si de hecho
que conm ueve no es siempre el Bien. Se puede apostar quiere una cosa, debe en verdad querer el Bien.
p ara obtener los favores de u n a m ujer, queriendo algo ¡O h !, ojalá se posea la h abilidad necesaria, al llegar
que nos conmueve. Puede lisonjear a una m uchacha en a este punto, p ara hablar con rectitud. Porque ahora el
su orgullo y ella le puede corresponder. Pero Dios en discurso se refiere a aquello que más im porta a los hom ­
los cielos no es sim ilar a las locuras de esta m uchacha. bres: desean el Bien y, sin em bargo, en el m undo sobre­
No recom pensa las impresiones con adm iración. L a abunda la indecisión. Aquí, todavía, el que discurre tiene
recom pensa del hom bre bueno consiste en ad o rar de su propia vida, sus fragilidades, su participación en la
verdad. indecisión. ¡O h !, que el discurso no parezca que está
deseando juzgar o acusar a otros. Pues el deseo de juzgar
a otros y no a uno mismo sería insidioso. ¡O h!, que el
discurso no parezca estar presionando a los otros, exi­
miendo al que habla, como si éste sólo se impusiera la
tarea de hablar. Porque esto tam bién es duplicidad, así
como orgullo oculto el querer aliviar a otros, pero resis­ de im p u d e n c ia 8 quienes, a pesar de no desear sino
tirse a que se lo alivie. No im porta lo diestram ente que hacer el m al en gran escala, daban la apariencia de
se com porte, m ediante recursos tristes o alegres, al con­ querer el Bien. De este m odo creían disponer de u n a
solar a otros, si al mismo tiempo cree que p ara sí mismo doble ventaja: la de ser capaces de llevar a cabo el mal,
no existe consolación: esto supone orgullo oculto no m e­ tener éxito en el camino em prendido, d ar rienda suelta
nos que duplicidad. ¡O h !, que no intente confundir a a sus pasiones y, a la vez, la v en taja hipócrita de parecer
nadie, que sólo busque su bienestar ; que el discurso no buenos. Pero en la antigüedad existió un sabio sencillo,
quiera am argar a nadie y que, sin embargo, resulte ver­ cuya simplicidad fue una tram p a para tales procedim ien­
dadero, que a la p ar con la verdad sea suficientemente tos sofísticos. Enseñaba que p a ra estar realm ente seguro
penetrante p ara revelar lo oculto! ¡O h !, que el discurso de que el hom bre quería el Bien, debe apartarse el bien
pueda expulsar la duplicidad y conquistar corazones para aparente, presum iblemente con m iras a que la recompensa
el Bien! Pero no m ediante la persuasión. Pues en esto no se convierta en tentación. Son tan diferentes el Bien
existe, asimismo, duplicidad, en el anhelo de disfrutar el y la recompensa, cuando se está luchando con m i­
placer de persuadir, en desearlo fervientemente, p ara ras a obtener la últim a, que el Bien ennoblece y san­
aquietarse a sí mismo. . . y luego olvidar lo que debe tifica, en tanto que la recom pensa es tentadora. N unca
llevarse a cabo. ¡ O h!, que el discurso sea capaz de alejar la tentación es recompensa. Nosotros nos referimos a la
a los oyentes del que habla para atraerlos únicam ente recompensa del mundo. Pues la recom pensa que Dios ha
hacia el Bien. unido con el Bien por toda la eternidad, n ad a m alo con­
1. En primer lugar afirmemos algo que es fácil de com­ lleva. Es absolutam ente cierta. N i lo presente ni el por­
prender: el hombre que anhela el Bien con miras a la venir, ni lo alto ni lo profundo, pueden separarla del
recompensa no quiere una sola cosa, es un indeciso. Bien. 8 Los ángeles no quieren esta separación, y todos
los perversos juntos no son suficientem ente fuertes para
El Bien es u n a sola re a lid ad ; la recom pensa es algo que
llevarla a cabo. Pero si el m ism o m undo no es el Bien
puede hacerse presente o estar ausente en el tiempo, o a
en su ser más íntim o; si, como la Escritura dice todavía
gran distancia. Por lo tanto, cuando se quiere el Bien
“yace en poder del maligno” , 10 o si está lejos de ser como
con m iras a la recompensa, no se quiere una sola cosa
uno p ara el cual es una rara excepción no querer el B ien;
sino dos. C iertam ente el que no quiere de este modo
si es así, en tal caso la recom pensa terrestre es insidiosa.
progresa m ucho hacia el Bien. Es sim ilar a un hombre
Y aquí andam os muy cerca de lo que el m undo recom ­
que en vez de usar sus dos ojos p a ra ver u n a sola cosa,
pensará al tom ar como bien, aquello que de alguna m a­
utilizara uno por un lado y el otro hacia el lado opuesto.
nera se parece al Bien, aquello que, como estos im pu-
N o tendría éxito. Sería una visión confusa. Hablamos de
esto con el único propósito de advertir que hay duplicidad.
8 Véase Trasím aco en La República de Platón I. 16. 20.
A ntiguam ente éste era un problem a en el que se pen­
d Véase Rom anos 8 :3 8 , 39.
saba frecuentem ente. Existían desvergonzados maestros w> I Ju an 5 :19 .
dentes enseñaron, ofrece apariencias de B ien . . . a los ¡ Como si este conocim iento no fuera sino una despre­
tales no les faltará, por cierto, un íntim o conocim iento del ciable duplicidad que a la vez quiere y n o quiere, y por
m undo. Aquí la recom pensa es lo que verdaderam ente lo tan to únicam ente m en tirá sobre el Bien no menos que
tienta.
sobre el hom bre bueno! Sí, lo que se h a dicho sobre la
E l problem a no es difícil. Si un hom bre am a a u n a m em oria es aplicable ta m b ién a esta índole de conoci­
m uchacha a causa del dinero que posee, ¿q u ién consi­ m iento y esto significa que sería preferible aprender el
d erará a tal sujeto com o am ante? No am a a la m u ­ arte del olvido. 11 Es b astan te fácil instruirse en esta clase
chacha, sino al dinero. No es un am ante, sino u n bus­ de conocimiento. Existe un modelo de aprendizaje que
cador de moneda. Pero si alguien afirm a: “Yo quiero a enseña a perm anecer ignorante.
la m uchacha y ella posee dinero” , y nos pidiera nuestra A hora pasemos a considerar el hecho de desear a la
opinión, una buena respuesta sería: “ H ay cierta dificul­ m uchacha sin dinero. Pensemos en el Bien, en donde todo
tad tratándose de dinero. La m oneda ejerce g ran influen­ se lleva a cabo en un plano más perfecto, en donde el
cia, el engaño es fácil y es difícil conocerse bien a sí anhelo y la verdad equivalen a la inocente fantasía de
mismo.” Si considera atentam ente el problem a, incluso un hermoso pensam iento. Q u e re r el Bien con miras a la
desearía que no existiera el dinero, precisam ente p a ra recom pensa es duplicidad. P o r lo tanto, querer una sola
atestiguar su am or. U n verdadero am ante d iría: “ L a cosa es lo mismo que querer el Bien sin tener en cuenta
m uchacha tiene un solo defecto, posee dinero.” la recompensa. Q uerer una sola cosa es querer el Bien
A hora bien, ¿qué podría expresar la m uchacha? Si y, por lo tanto, no desear recom pensa en el mundo. L a
d ijera: “L a ventaja que deseo tener consiste en el hecho recom pensa puede, de hecho, venir sin la voluntad del
de hacerlo rico” , dudo si con esto se la po d ría considerar hom bre. A unque se encuentre en reinos lejamos, la
u n a verdadera am ante. Pues ella en realidad no a m a a recom pensa puede venir de Dios. Pero si llegamos a
él, sino al dinero. Al contrario, si ambos, im pulsados p o r considerar que toda recom pensa proveniente de estos
su am or, se ponen de acuerdo p ara llevar a cabo u n acto reinos lejanos puede convertirse siempre en lo que es una
generoso con el dinero que p a ra ellos significa u n estorbo, recom pensa de este m undo, u n a tentación, entonces hay
entonces sí que h a b ría la posibilidad de que los dos d e ­ que ponerse en guardia incluso en relación a querer debi­
searan únicam ente el am or. Confiemos que n ad ie se dam ente el Bien. ¡ O h !, si fuera capaz de no olvidar que
aventure a im pedir la inocente fantasía de este pensa­ esto, incluso el querer cuidarse, puede convertirse en una
m iento fiel diciendo: "‘¡Q u é clase de vida em p ren d erá tentación de orgullo.
esta p areja!” Existe u n conocim iento desdichado, u n a Pero si bien es verdad que el Bien obtiene su recom­
m ísera fam iliaridad con la realidad que se lim ita a algo pensa en el m undo, y que la recompensa que el m undo
desgraciado y mísero, y nos en frenta en cu alq u ier o p o r­ d a es tan peligrosa, entonces el Bien no tendría sino u n
tunidad. ¡ Como si este tipo de conocim iento n o fu era
sino infam ia que, ju n to con cobardía, traición, en v id ia y 11 Se refiere a Temístocles en De Oratore de Cicerón II, 74,
engreim iento se atreve a esta clase de com entarios! 299.
valor edificante en este m undo (aunque esta edificación Es muy posible obtener cosas buenas que se denominan
está algo suavizada por la bendita sonrisa de la eter­ recompensa. A unque uno no las acepte como recom­
n id a d ). El hom bre que de veras quiere el Bien, al querer pensa, por lo menos como au tén tica recompensa, pues es
una sola cosa, raram ente caerá en la dificultad de ser verdad que el querer realm ente el Bien se reconoce en
tentado por la recompensa. Q ue el Bien lleva su propia la voluntad de no querer recom pensa. ¡ O h, tú, adm i­
recompensa es de todas m aneras cierto. N ad a existe que rable unidad del Bien que estás protegida de todo engaño!
sea más cierto. No es más seguro que la existencia de C uando, con miras a la recompensa, el indeciso pretende
Dios, pues no se tra ta sino de u n a y misma cosa. Pero querer el Bien, y al parecer la h a obtenido, sin embargo,
aquí, en la tierra, la recom pensa que el Bien a m enudo no la ha obtenido. Pues lo que ha logrado no es una
recibe es ingratitud, falta de aprecio, pobreza, m enospre­ recompensa procedente del Bien. Está tan lejos de obte­
cio, sufrim ientos varios y en diversas formas la m uerte. nerla como recompensa que, antes bien, en el mismo
No nos referim os a esta recom pensa cuando decimos que mom ento en que recibe el Bien descubre que la recom­
el Bien tiene la suya. Es la recompensa proveniente del pensa se ha desvanecido.
m undo, la prim era que nos llega. Y es precisam ente esta
Consideremos ahora la m uchacha que posee dinero. U n
recompensa la que m antiene al hom bre ansioso y que
falso enam orado quizá la engañe, con la apariencia de
quiere el Bien con m iras a aquélla. No dispone de tiempo
que la am a, aunque lo que realm ente busca es su dinero.
p ara esperar, ni de los años ni de la vida a favor de la
Ella quizá gozosamente, e incluso agradecida, continúe
eternidad. D e ahí que la recompensa que proviene del
im aginando que cuenta con su amor. ¡ Pero nadie puede
m undo esté tan lejos de ser deseable y, todo lo contrario,
engañar al Bien, nunca, p o r toda la eternidad! ¡P or
es más valioso y alentador cuando no se consigue, a fin
cierto, no por toda la eternidad! Sí, precisam ente ahí es
de que se term ine con la duplicidad y así la recompensa
donde se tropieza con la ú ltim a probabilidad de engañar.
celestial resulte m ucho mayor.
T al vez lo pueda llevar a cabo en la tierra; no porque
Q uerer el Bien con m iras a la recompensa es un sím­ se logre engañar al Bien, sino porque los hombres pueden
bolo de duplicidad. Y un ser hum ano de m ente doble, de sufrir el engaño de su apariencia. El que hace tal cosa
acuerdo con las palabras del apóstol Santiago, es “incons­ no escapa a la vigilancia del Bien. D e vez en cuando
tante en todos sus cam inos” . No llega a realizar nada. m anifiesta su cólera en esta clase de hombres y pone de
U n hom bre indeciso, afirm a el mismo apóstol, tal vez manifiesto su engaño. Pero, a m enudo, el Bien permite
no espera recibir aquello por lo cual suplica. A unque si que el engañador siga su p ro p ia ruta, pues el Bien sabe
este hom bre indeciso, que quiere el Bien con miras a la que es el más fuerte. Sólo el débil y afem inado exige
recompensa, quizá se enorgullezca, parezca desafiante e una justificación inm ediata, éxito en este m undo, pues es
im agine que h a obtenido su propio objetivo, a pesar de débil y, por ende, precisa u n a prueba externa de su mayor
que muchos enceguecidos h a n querido locam ente idéntica fuerza. Q uien en realidad es el más fuerte y poderoso
cosa; no nos engañemos m utuam ente, oyente mío, o no tranquilam ente otorga cierto dom inio al débil y le tolera
perm itam os que nos engañen las ilusiones de los sentidos. que dé la impresión de ser el m ás fuerte. Así pasa con el
Bien, cuando tolera al engañador, es como si dijera secre­ gan; semejante al que ap u n ta a un solo objetivo. . . ¿qué
tam ente: “Sí, disfruta con tu falsa apariencia, pero re­ objetivo? No, solam ente u n a persona que transite por el
cuerda, nosotros dos, nosotros hablaremos de nuevo.” cam ino del Bien cam ina de este modo, teniendo ante sus
El de doble m entalidad tropieza con dos rutas. Ante sí
ojos solamente el Bien.
tiene dos visiones: el Bien y la recompensa. Carece de
¿Q uizá m arche en forma sem ejante al que busca cual­
de poder p ara conciliarias, pues son m utuam ente en su
quier sensación a lo largo d el amplio cam ino del placer?
totalidad diferentes. A quella recompensa que Dios agrega
No, él no procede así. ¿Q uizá se comporte como un joven
al Bien en el reino íntim o, solamente ésta es homogénea
libre de cuidados quien con ligereza deja divagar su
con el Bien. Así el hom bre continúa con ponderaciones
m ente sobre cualquier cosa en su cam ino? ¡A h!, es
y reflexiones. En el supuesto de estar absorto en estas
dem asiado tarde p ara esto. ¿C uál es, entonces, su m a ­
reflexiones, perm anece como un ser de doble m entalidad.
nera de proceder? Dadas las circunstancias cam ina con
Pero supongamos que se librara doloi'osamente y quisiera
ta n ta lentitud a causa de las dificultades de la ruta. Sigue
seguir adelante. ¿C uál sería su ruta? ¡ Ah!, no lo interro­
adelante paso a paso, contem pla las nubes, advierte la
gues sobre ello. Tal vez tenga capacidad p a ra responder
dirección del viento y del hum o que sale de la chimenea.
sobre doctas cuestiones y exhibir profundos conocimientos.
C laram ente an d a a la búsqueda de recompensa, la recom ­
Pero una cosa no puede hacer, p ara una y sola cosa carece
pensa terrena. Y esta clase de recompensa es sim ilar a
de capacidad: responder a la pregunta sobre cuál de las
las nubes, al viento y al hu m o de la chim enea. Y es de
dos rutas debe tom ar. Por sus insistentes reflexiones, con
este modo como an d a de continuo a la búsqueda de su
el propósito de ver en sim ultaneidad lo heterogéneo, h a
camino. Presta m ínim a atención a los rostros de la gente
confundido su visión. Cree haber encontrado una tercera
que pasa p a ra saber cómo es la recompensa, qué precio
ru ta y an d a a través de ella. Esta tercera ruta carece
hay que p ag ar por ella, q u é dem andas el tiem po y la
de nombre. E n realidad no existe, y ello es tan obvio
gente exigirían del Bien si tuvieran que d a r la recompensa.
que, en caso de ser sincero, es incapaz de decir cuál es
¿Q u é busca en realidad? No, no le hagas tal pregunta.
la ru ta que está tom ando. Digo en el supuesto de que
T al vez tenga capacidad p a ra responder cualquier otra,
sea sincero, pues de lo contrario declararía que se encuen­
pero no la que se refiere a la ru ta que debe seguir. N o
tra en la ru ta del Bien. C onsidera im portante convencer
puede responder a esta p reg u n ta en térm inos claros, en
a los otros de esto p a ra que lo honren. Pues el honor
caso de que quiera responder con sinceridad, por la sen­
figura entre las recompensas que busca. L a tercera ru ta
cilla razón de que dispone de esta respuesta: quiere el
es el secreto que se g u ard a p a ra sí. ¿Y cómo va a ir por
Bien y detesta el vicio, cuando el vicio parece aborrecible;
este tercer cam ino que es más estrecho que la m arom a
quiere la aprobación de la gente buena, si está en m ayoría
utilizada por un saltabanco, pues ni siquiera existe? P ro­
y detenta el poder; está a favor de las buenas causas,
cede firm e y decidido, sem ejante a alguien con u n p ro ­
cuando el bien es tal que le otorgue alguna ventaja.
pósito definido ante sus ojos; sem ejante a quien apenas
Sinceram ente, sin embargo, no se atreve a decir lo que
si contem pla algo a su alrededor p ara que no lo d istrai­
realm ente quiere. N o se atrev e a decir a voces y con
firme decisión que quiere el Bien. Lo afirm a con la torpe en la interpretación de que no podía ser sino un acuerdo
precaución de la duplicidad. Sabe claram ente que el entre el Bien y el mundo. Al final, solam ente pedía la
Bien y la recompensa no se pueden m anejar sim ultánea­ recompensa. De esta m an era iba retrocediendo. ¡O h,
mente. Presumamos que, a causa de estas afirmaciones qué triste fin p ara un buen principio! ¡O h , tú el más
descuidadas, el Bien y la recom pensa entren en conflicto, austero celo del Bien por sí mismo, que perm ites obtener
y continuemos presum iendo que quiera el Bien de este la recompensa en este m undo, después de haberlo recha­
modo. Pero supongamos ahora que pierde la recompensa, zado; que le permites obtener la recompensa del mundo,
algo que ha acontecido en este m undo. ¿Q u é h aría ante m ientras ingratam ente olvidó la bendición de obtenerla
tal supuesto? ¿Q u errá el Bien y lo continuará queriendo, del mismo Bien, cuando la tierra rehúsa dársela!
librándose de la apariencia del Bien? No, definitiva­ N o empezó tan altam ente, sino con querer el Bien y
m ente no. ¿ Q u errá entonces la recompensa? C ierta­ no otra cosa. Conociendo el m undo, habiendo sabido en
mente, pero no se atreverá a adm itirlo. ¿Q uiere, por lo su corazón acerca de la posibilidad de lo que puede acon-
tanto, el Bien? Sí, ahora y antes, aunque sólo quizá como tecerle a un hombre, esperaba piadosamente que Dios no
él lo interpreta. Pretende, por lo tanto, querer el Bien, im pediría la recompensa. V isto esto a la luz de la eter­
con m iras al honor y a la recompensa. De hecho ocasio­ nidad, constituye una verdad sagrada y eterna. Pero
nalm ente quiere el Bien, p a ra salvar las apariencias. m irado desde la tem poralidad, resulta locura y pérdida.
Esto es lo que acontece al hom bre que está ansioso de A cudió a la escuela de la experiencia, pues mientras
recompensa. Se m uestra tan indeciso que uno apenas sabe vivimos todos asistimos a la escuela. L a escuela de la
si reír o llorar, sino com prendiera que esta duplicidad es vida es p a ra los adultos y, p o r lo tanto, más dura que
destructiva. Si alguien se da cuenta de ello, sabe muy bien la escuela infantil, donde los atentos y diligentes se encuen­
lo que debe hacer, especialm ente si participa en esta d u ­ tra n entre los de la misma ed ad . La vida lo condujo a
plicidad. u n a escuela dura. Resistía, reducía sus exigencias. No
Pero el hecho de querer el Bien con miras a la recom ­ deseaba decepcionar al Bien. Esto no lo ayudaría. Creía
pensa puede adoptar u n a form a muy diferente. T al vez que m ientras estuviera adherido a él podría reclam ar a
haya alguien que con absoluta sinceridad quiera el Bien. la vida. Y en estas condiciones disminuyó su coraje. M iró
H um ildem ente ante Dios y lleno de entusiasmo, llegó a la p ara sí donde muchos otros se ayudaban a sí mismos con
comprensión de la actitud del m undo y de los hombres m iras a la recompensa. El ten tad o r empezó a asustarlo
en su contra. Guiado por el poder divino, esforzándose con sentimientos de debilidad, por no desear ser igual a
y confiado en él, nunca deseó recompensas de este m undo. los otros, por an d ar tras la im aginación en vez de asirse
Pero llega a sentirse cansado. In terp retó la recom pensa a lo seguro. M odificó su m odo de pensar. Le aconteció
en el más estrecho sentido, después de su más fácil com ­ en la vida aquello que puede pasarle a un alum no ade­
prensión. Era incapaz de m antenerse ante lo eterno. Se lantado, si llegara a carecer de maestro. El mediocre
sentía inepto p ara sufrir la oposición del m undo y de la podría llegar a imponerse y seducirlo a él, un alumno
gente. De modo que empezó por reclam ar la recom pensa, más adelantado, pues el b u e n alumno carecía de un
m aestro que lo protegiera. Y en la vida no hay ningún
m aestro visible que anim e al buen alum no, porque ahí
todos somos alum nos. Si el buen alum no sabe sostenerse,
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debe encontrar coraje en sí mismo. Éste no lo encontró.
Su coraje quedó frustrado. Q uizá no halló lo que ahora
busca en el m undo. Y es esto lo que le pasó a él, el
decepcionado, a quien el m undo engañó en cuanto a
la recompensa, cuando él quería el Bien, terriblem ente
engañado por el m undo, al inducirlo al olvido del Bien.
B A R R E R A S P A R A Q U E R E R U N A S O L A COSA

Querer sin miedo del castigo

2. Debernos ahora aclarar que al querer el Bien, por


miedo del castigo, no se quiere una sola cosa, sino que
se es un indeciso.
El otro aspecto del hom bre centrado en la recompensa
consiste en querer sólo el bien sin tener en cuenta el
castigo. E n lo esencial, esto es lo mismo que querer el Bien
con miras a la recompensa, con la idea de que evitar
u n m al es u na v en taja de la m ism a clase que alcanzar un
beneficio. El Bien es una sola cosa. El castigo es dife­
rente. Por lo tanto, el indeciso no desea u n a sola cosa
cuando aspira al Bien, porque cree que así evitará el
castigo. Es algo que señala con precisión al hombre de
doble m entalidad. Si tal condición no existiera, no tem e­
ría el castigo, porque el castigo no es en verdad lo que
debería temer. D ebería tem er hacer el mal. Si h a come­
tido el m al, en tal caso debe desear, si realm ente quiere
u n a sola cosa y sinceram ente quiere el Bien, que se lo
castigue, pues el castigo ha d e sanarlo a la m anera que
el remedio cura al enfermo. Si el enferm o teme lo am argo
del remedio, o teme “dejarse cortar y cauterizar por el
m édico”, en tal caso lo que realm ente teme es sanarse,
aunque en sus delirios ju ra con firmeza que no se tra ta dad de que está a salvo d e esta enferm edad, debería
de eso y que, al contrario, muy ansiosamente anhela su castigarse a sí mismo, “golpear su pecho y castigar su
salud. En cuanto a esta afirm ación, por celo que ponga corazón” . T odavía es más fructífero el que se le aplique
en ello, con m ucha m ayor claridad pone en evidencia su el castigo p ara m antenerse vigilante y sobrio pues, sin que
posición indecisa: desea su salud y, sin embargo, no la im porte cómo esto pueda interpretarse, será siempre p a ra
quiere, a pesar de que está en su poder quererla. Desear su provecho y v e n taja; de seguro le será ventajoso, si
lo que no se puede llevar a cabo no indica indecisión, tolera voluntariam ente que se lo castigue.
pues la am enaza no está bajo el control de lo que se
Todavía, en sentido espiritual, existe o tra enferm edad
desea. Pero cuando la persona que desea es p ara sí
m as destructiva: temer lo que un hombre de ninguna
m ism a el obstáculo que impide la realización de su deseo,
manera debería temer. La prim era enferm edad equi­
sin desprenderse de él, pues en tal caso estaría en íntim a
arm onía, quiere y no quiere continuar con el deseo: en vale a desconfianza, obstinación y voluntariedad. La se­
gunda es cobardía, servilismo e hipocresía. Y ahí estamos
tal caso es clara la duplicidad — si en ello puede hacerse
claridad— o por lo menos es evidente la doble m entalidad. ante lo terrible por tratarse d e una enferm edad en la cual
Si lo tem ido no es el error, sino el reproche de ser a tra ­ el médico horrorizado ve que el enferm o h a utilizado el
pado en el error, en ese caso el miedo, lejos de ayudarlo remedio de m odo inadecuado. Puede todavía parecemos
a salir de él lo puede conducir a algo todavía peor, incluso que quien quiere el Bien por miedo del castigo quizá no
en el caso de que no hubiera cometido error alguno. deba considerarse enfermo, pues en realidad quiere el
Así tam bién, junto con aquel que desea hacer el bien Bien. ¿Pues el castigo no es d e seguro u n a enferm edad?
sólo por m iedo del castigo, si es que pudiera obrarse de Sin embargo, no está menos enfermo y su enferm edad
este modo, encontram os a aquel que exento de miedo consiste precisam ente en e sto : la confusión de la enfer­
concentra toda su vida en la enferm edad, puesto que m edad y el rem edio. Q uizá parezca que el hecho de
tiene miedo de enfermarse. El miedo al castigo está querer el Bien por miedo del castigo no perm ite afirm ar
ta n lejos de ayudarlo a hacer verdaderam ente el Bien, que haya usado el remedio y, p o r ende, que tampoco lo
que se lo im pide, precisam ente porque el castigo es un haya em pleado en form a errónea. Porque, de hecho,
remedio. Pero todos saben, incluso los niños, que nada verdaderam ente quiere el Bien. Desea sanarse y teme
es m ás peligroso que los remedios, cuando no se tom an en tener que usar el remedio. Pero si acudim os a una inter­
la form a establecida. En caso de que 110 produzcan la pretación espiritual, cuando la enferm edad no ataca al
m uerte, pueden acarrear u n a enferm edad crítica. Y esto cuerpo m aterial como la fiebre a la sangre, y el remedio
interpretado espiritualm ente significa que estamos ante no es algo externo, como el líquido contenido en la
u na m uy peligrosa enferm edad, es decir, no temer lo que botella, entonces el m iedo significa: usar, y h ab er usado,
se debería temer', la santa modestia, Dios en los cielos, el tom ar el rem edio incorrectam ente. Esto es lo que se com­
m andato del deber, la voz de la conciencia, la presencia prueba en la m anifestación terrible y fatal de aquella otra
de la eternidad. Con la intención de lograr la seguri­ enferm edad.
en esto, nos resulta más evidente esta índole de doblez.
Se ha observado que el miedo a la pobreza contribuye
U n a misma enfennedad puede verse desde diversos aspec­
a que uno se sienta miserable, pero nunca se tiene en
tos y su peligrosidad varía de acuerdo con las diversas
cuenta que lo obliga a ser sobrio, y ¿por qué no? Porque
apreciaciones equivocadas del castigo. Alguien quizá
el m iedo al rem edio consiste, precisamente, en tom arlo
piense que castigo significa lo que hasta ahora se ha
de m anera inadecuada. El miedo a enfermarse h a ense­
mencionado raramente, el castigo eterno. Y puede p are­
ñado al voluptuoso a ser m oderado en sus placeres (tenía
cer que carece de doblez quien quiere el Bien por miedo
miedo de tom ar el rem edio de m anera im propia) pero
del castigo, pues remite el castigo a la eternidad, por
no por ello se convertía en casto. ¡ Le enseñó, en vez de
lo tanto, donde el Bien tiene su m orada. Sin embargo,
olvidar a Dios entre la disipación del vicio (lam entable
aquél no quiere el Bien, lo quiere solamente por miedo
distracción m e n ta l), a m ofarse de Dios en el libertinaje
del castigo. Por lo tanto, ¡si no existiera castigo! E n
(¡abom inable discreción!). E n realidad, el m iedo ha
este “si” acecha la duplicidad. Si no existiera el castigo,
convertido al pecador en un hipócrita; éste, en su asque­
si alguien pudiera convencerlo de que el castigo eterno
rosa duplicidad hipócrita, pretende am ar a Dios (pues no es sino una fantasía, o si fuera algo com ún pensar
tenía m iedo de tom ar la m edicina en form a eq u iv o cad a), de este modo, o si viajara a un país extranjero donde
pero esto no lo ayuda a purificar el corazón. Q ueda así se cree; o si m ediante supersticiones hipócritas y cobar­
firm em ente establecido: el castigo no es la enferm edad, des le dieran a conocer fáciles remedios propiciatorios!
sino el remedio. Así puede ser castigo p ara una persona ¡ Pensemos en esta d u p licid ad ! Observemos que puede
frívola el hecho de verse confinada en la cam a p o r estar fácilm ente buscar consuelo e n la incredulidad y en la
en ferm a; pero supongamos que lo interprete como castigo, superstición. Y si esta duplicidad no la busca afuera,
en tal caso la enferm edad, la fiebre y cualquier o tra cosa entonces son aquéllas las que in ten tan cautivarlo. Si qui­
que le acontezca constituye p ara él un remedio. D e otro siéramos caracterizar esta duplicidad m ediante una sola
modo, el indeciso que quiere el Bien solamente por miedo expresión apropiada, ¡ qué vocablo más característico h a ­
del castigo, puede al final ser conocido como quien es, bría que “si” , “en el supuesto de que” ! Porque cuando
pues considera al castigo como una enferm edad. Si esta la voluntad se m antiene firme en querer verdaderam ente
clase de indecisión, por la cual podemos sentir piedad, el Bien, y solamente el Bien, entonces no hay lugar p a ra
es u n a exagerada ansiedad, como cuando la im aginación “en el supuesto de que” . Pero la doble m entalidad se
horrible del enferm o altera el efecto del rem edio: en detiene siempre m ediante ese “en el supuesto de que” .
este caso tenemos evidencia de que se h a confundido N o contiene en sí el ím petu d e la eternidad y no m an­
el castigo con la enferm edad y el que la sufre realm ente tiene abierto ante sí el cam ino del infinito. Pasa y se
no desea ser librado de ella, sino que tortuosam ente busca encuentra siempre con algo que lo detiene. Se dice que
librarse del remedio. m ediante la señal de la cruz es posible detener al mal
espíritu, im pidiendo que se acerque. Es así como el inde­
A hora bien, ¿cuál es el castigo que debe temerse?
ciso queda paralizado por su lamentable signo, por su
¿Cóm o debemos entenderlo exactam ente? Si pensamos
“en el supuesto de que” . Por un m om ento quizá parezca estén en condiciones p ara alcanzar el mismo objetivo!
que la duplicidad no existe. T al vez utilice tal lenguaje Pues, continuando con la interpretación espiritual, el
y nos engañe. Pero cuando empieza a a ctu a r y es de lugar de que se tra ta no es algo externo, h acia el cual se
doble m entalidad, en tal caso se sumerge de inm ediato puede obligar a avanzar, azotándolo, al esclavo. Y el
en este paralizante “en el supuesto de que”. Sabemos camino no es de tal naturaleza que resulte indistinto que
que es factible llenar la tem poralidad con la charla, pero se vaya hacia adelante o hacia atrás. En cambio, el des­
la eternidad revelará la naturaleza de los hechos. Sola­ tino y el cam ino están en el interior del hom bre y así
m ente p ara aquel que quiere el Bien de verdad, úni­ como el destino es el bendito estado del alm a esforzada,
cam ente p ara él lo que se enseña sobre el castigo eterno tam bién el camino consiste en la constante trasformación
puede ser verdaderam ente eterno. El que se lim ita a de esta misma alma. Así como el Bien es u n a sola cosa,
tem er el castigo, p a ra él no puede tener valor eterno, pues tam bién desea ser ayuda exclusiva p ara el hombre. El
n ada hay en él que sea eterno, puesto que lo eterno Bien am am anta y nutre al niño, ayuda al crecimiento
h abita sólo en quien de verdad quiere el Bien. Existe y alim enta a la juventud, fortalece al adulto y vigoriza
una única prueba de la existencia de lo eterno: la fe. al anciano. El Bien adoctrina al que se está esforzando.
El miedo es una prueba vacilante; dem uestra que el Lo ayuda. Pero solam ente a la m anera en que u n a madre
miedoso cree o no cree cuando el malo cree, pero tiembla cariñosa enseña al niño a c am in ar solo. La m adre se
porque no cree. H ay una sola cosa que ayuda a querer encuentra a suficiente distancia del niño sin sostenerlo,
de verdad el B ien: el Bien mismo. El miedo es u n a enga­ pero le extiende los brazos. Im ita los movimientos del
ñosa ayuda. Puede am argarnos en los placeres, convertir niño. Si vacila, de inmediato se inclina hacia él como si
la vida en laboriosa y miserable, hacernos envejecer y quisiera sostenerlo, de tal m anera que el niño está cre­
sentir decrépitos; pero en cuanto al Bien éste no puede yendo que no cam ina solo. P or amorosa que sea la madre
ayudarnos puesto que el miedo posee u n a falsa concep­ no puede hacer n ad a más, si su intención es que el niño
ción de él y el Bien no tolera el engaño. Se opone a la aprenda a an d ar solo. Y, sin em bargo, hace más, pues su
propia naturaleza del Bien, a su celo, incapaz de tolerar rostro lo está atrayendo, sim ilar a la recom pensa del Bien
cualquier otra cosa, alguna ayuda extraña, cualquier y al valor que infunde la Bendición Eterna. Es así cómo
interferencia contenciosa que únicam ente puede crear con­ el niño cam ina solo, con los ojos fijos en el rostro de la
fusión. Porque, cuando el Bien ocupa su debido lugar, m adre, no en las dificultades del cam ino; sintiéndose
ahí donde la recom pensa atrae o el Bien atrae al hombre, ayudado por brazos que no lo sostienen, esforzándose para
el Bien en contra de sí mismo se sentiría forzado a ver o llegar al refugio m aterno, sin apenas darse cuenta que en
enfrentarse con dos cam inos y dos hombres inclinándose aquel mismo instante puede a n d a r a solas, pues de hecho
hacia él; uno que de verdad lo quería, dispuesto a seguir así ocurre. El miedo, de otro m odo, es como u n a nodriza
hum ilde y alegrem ente sus llam adas; el otro, en cambio, seca p ara el niño: carece de leche; un corrector desga­
im pulsado por el miedo. ¡ Interpretándolo espiritual­ nado para el joven: no infunde coraje; una mísera enfer­
m ente, podemos concebir que dos hombres tan diferentes m edad p ara el adulto: no tiene bendiciones; algo horro­
roso para el avanzado en edad: cuando el miedo se ve teme el castigo: ahí todavía existe duplicidad. Hace de
obligado a adm itir que los largos padecimientos de la continuo lo que realmente no debiera hacer, por lo menos
enseñanza no lo com pensaron con la E terna Bendición. aquello que no le gusta hacer, pues este placer es un bajo
El miedo tam bién desea ayudar al hombre. A nhela a placer sensual, de hecho es el más bajo de todos los p la ­
que aprenda a a n d a r a solas, pero no al estilo de una ceres sensuales. Se trata d e alguien que deposita su mise­
m adre cariñosa. Siem pre es el miedo el que de continuo rable gloria en evitar algo, por lo tanto, el placer no es
am enaza al niño. D esea ayudarlo a ir hacia delante, pero un placer en sí mismo, sino sólo p o r contraste. No atribuye
no a la m anera de la m adre. El miedo se impone pesada­ el castigo ni a Dios ni al Bien. Al contrario, tal como lo
m ente, de tal m odo que le resulte imposible moverse. describe, el Bien es u n a cosa, el castigo es absolutamente
Desea guiarlo a la m eta, pero el mismo miedo convierte otra cosa. Sin embargo, ah í el Bien no es u n a sola cosa.
a la m eta en terrorífica. Desea ayudarlo con m iras al De esta m anera su duplicidad establece una estrecha rela­
B ien; sin embargo, esta clase de maestros nunca conquista ción entre el Bien y el castigo. Su deseo es que el castigo
el favor del Bien. N u n ca se trasform a en amigo del Bien. no exista y, consecuentemente, tam bién desea que no
Pues, como enseña la E scritura, no solamente los estafa­ exista el Bien, de lo contrario m an ten d ría otra índole de
dores y ladrones, sino tam bién el miedoso es posible que relaciones con el Bien de las que está m anteniendo m e ­
no entre en el reino de los cielos. El miedoso no desea diante el castigo. Ahora p ara él el castigo no existe, y
el cielo por sí mismo. Solamente lo anhela p a ra librarse así se im agina el Bien aparte del castigo. Pero quien de
del castigo. ¿N o se tra ta de un ser vacilante, aunque no verdad quiere el Bien comprende que el castigo solamente
sea de aquellos que tom an una apariencia totalm ente existe a causa de los transgresores. E ntiende devotam ente
diferente de lo que son? ¿N o consideraríamos a este hom ­ que el castigo es sim ilar a todas las otras cosas que perte­
bre u n indeciso, si viéram os sus sueños, cuando m ientras necen a quien a m a a Dios. A larga su m ano ayudadora.
duerm e se libra del yugo del miedo, cuando todo es como El indeciso esquiva el castigo como u n sufrimiento, u n a
realm ente debiera ser, y él tam bién lo que debe ser, como, desgracia, un m al y, por esto, se ap arta y no tiene en
si avanzara exento de m iedo? Se ha dicho en la an ti­ cuenta el castigo y lo aísla totalm ente del Bien. Esta
güedad que se aprende a conocer el alm a del hom bre en obstinación es sim ilar a la m entalidad in fa n til; ésta, p or
sus sueños.12 falta de juicio, siem pre dispone de interpretación sobre
Si por el vocablo castigo interpretam os castigo eterno, las decisiones del padre; puesto que cuenta con el am or
se da una falsa im presión, como si no fuera indecisión del padre, opina el niño, el asunto del castigo es algo que
querer el Bien solam ente por miedo del castigo. Sin inventó un hom bre malo. Q ue u n p ad re am ante fuera
em bargo, ahí hay duplicidad. Incluso en el supuesto de capaz de inventar el castigo, algo que no en tra en el con­
que existiera u n hom bre bueno que en la agonía del cepto del am or, no le convence. Así interpretan la rela­
m iedo conservara algo de la. inculpabilidad sólo porque
ción entre el Bien y el castigo. C uando en realidad es
el Bien, como expresión d e am or p ara sus educandos, el
12 La República de Platón IX, 572. que ha inventado el castigo. Todos asistimos a la escuela,
pero la escuela de la vida es p a ra los adultos. Por este quiere el Bien con m iras a la recompensa, pues de con­
m otivo el castigo pertenece a u n orden m ucho más serio tinuo se está entregando a lo que fluye, a lo que cam bia
de lo que se enseña en la escuela infantil. Es menos obvio, y teme aquello que ningún hom bre debería temer. Tem e
y por ende m ucho más serio; menos inmediato, y por lo lo que dispone de poder p ara herir, m altratar, arru in ar o
tanto m ás serio; menos externo, y por tanto m ucho más dejar tendido el cuerpo, pero que carece de poder sobre
serio. No sigue de inm ediato al error, por lo tan to m ucho el alm a, a menos que lo consiga por interm edio del miedo.
más serio; no se olvida, como si el castigo no tuviera que Si se dejara de am ar lo terreno, los placeres de la vista,
acontecer, y por ende m ucho más serio. Es precisam ente los de la carne y un estilo d e vida arrogante; si fuera
a causa de esta seriedad que el castigo im pulsa h acia el capaz de no desear lo que pertenece al m undo, las rique­
Bien, cuando realm ente se lo quiere. El indeciso no com ­ zas y el prestigio hum ano, e n este caso no tem ería las
p arte este deseo. F om enta una idea afem inada y sensual cosas del m undo, ni al m undo ni a los hombres, ni la
del castigo y una voluntad im potente en cuanto al Bien. pobreza ni la persecución. Si teme todas estas cosas, en
Acontece a m enudo, con esta clase de personas, que a tal caso ha caído en poder d e la duplicidad, pues con
m edida que avanzan en edad, tanto más em pobrecida ella se h a convertido en esclavo de lo hum ano.
resulta su v id a : cuando su juventud, durante la cual exis­ D e seguro, existe un sentim iento de vergüenza, favo­
tía algo m ejor que el m iedo, ha finalizado, y a la p a r el rable al Bien. ¡ Ay del hom bre que lo expulsa de sí! Este
miedo y las m añas contribuyen a convertirlo en esclavo, sentimiento de vergüenza es u n com pañero que ayuda a
p ara que no aspire al Bien. Es tan diferente de aquel que salvarnos durante toda la vida. ¡ Ay de aquel que rom pe
de verdad quiere el Bien. Es el único libre, librado p o r con este sentimiento! Está al servicio de la santificación
el Bien. Con todo, no se quiere de verdad el Bien cuando y de la verdadera libertad. ¡ Ay del hom bre que se
no se tiene en cuenta el m iedo al castigo; solam ente en escandaliza ante él como si fu era algo oprim ente! Si
estas condiciones podemos hablar de u n a esclavitud a andam os por la vida a solas, d e acuerdo con la palab ra
favor del Bien. de la E sc ritu ra ,13 no andam os b ie n ; pero si contamos con
La duplicidad apenas permanece cuando tenemos en su com pañía, esto será bueno y estaremos en arm onía con
cuenta el castigo eterno. Se comprende más fácilmente nosotros mismos. Si el solitario llegara a tropezar pero
el castigo que se teme cuando éste es terrenal y temporal. contara con la com pañía de esta vergüenza, entonces no
E n cuanto al hom bre que quiere el Bien por tem or al gritaría como en el libro del Eclesiastés: “Ay del solo que
castigo, precisamos decir con gran énfasis que, en tal caso, cae” , ni se diría del solitario, tam bién como en el Ecle­
teme lo que no debería tem er: falta de dinero, d ifam a­ siastés “que no tiene quien lo lev an te” . 14 Este sentim iento
ción, falsos juicios del próxim o, negligencia, los juicios de vergüenza tiende a favorecerlo más que el m ejor amigo.
m undanos, el ridículo, la risa de los frívolos, el ansia Será p ara él una m ejor ay u d a que todas las simpatías
cobarde de consideración, la m om entánea trivialidad,
nubes que se disipan en el aire. Sí, este hom bre de doble 13 Génesis 2:18 .
m entalidad deviene tan inconstante en todo como el que 14 Eclesiastés 4:10.
hum anas, las cuales fácilm ente guían a la duplicidad, no de su doble m entalidad. Porque el discurso se refiere a
a querer una sola cosa. No se tra ta sino de lo que se la doblez que en él existe, y esto es ya obvio. Sea o no
realiza con más inteligencia, con mayor vigor y en aparien­ evidente p a ra los hombres, su doblez no p or ello resulta
cia con mayor control, cuando no se depende de lo que menos evidente y no podemos sino sentir piedad por esta
ven los hombres sino cuando se cree carecer de su obser­ clase de personas. No olvidemos que la verdad está en
vación. Pero el problem a consiste en esclarecer si esta lo cierto al decir de cada uno lo que es falso, y que el
inteligencia, esta fortaleza, este autocontrol son reales, tal merece ser compadecido, a pesar de que él y todos los
o bien, si por concentrarse demasiado en ellos, no lleguen hom bres opinen lo contrario, creyéndolo u n ser afortu­
quizás a convertirse en una simulación que incita a que nado. Porque, en lo que toca a la verdad, no im porta
nos ruboricemos por su duplicidad aním ica. Aquel que no que uno ignore que es digno de compasión, ignorancia
tiene m ás vergüenza ante sí mismo que ante los otros, que em peora aún su situación. E n cambio, quien expe­
si tropieza con dificultades cuando es probado por la vida, rim enta su vergüenza en m edio de su soledad, por esto
a la postre de alguna m anera term inará p or ser esclavo mismo aum enta sus bríos p a ra querer una sola cosa. Sin
d e los hombres. Porque cuando se avergüenza más en embargo, por taim ada que haya sido la astucia, todavía
presencia de los otros que ante sí, ¿no parece estar más se puede ver a través de ella. Q ue perm anezca oculta a
avergonzado de lo que aparenta? O , en otra forma, ¿no todos los hombres, no interesa la m edida en que pueda
debería estar más avergonzado de lo que realm ente está soportarlo, de todos modos no podrá ocultarla a aquella
y no en la form a que lo aparenta? No le es factible com pañía ante la cual debe sentirse m ucho más aver­
q uerer u n a sola cosa, pues al tra ta r de parecer bien ante gonzado.
los ojos de los otros, solam ente está luchando p ara que Esto no im plica que alguna vez haya vivido alguien,
se lo vea reflejando beneficios humanos. incluso en las épocas más corruptas, para quien nadie
El inteligente que tem e el juicio ajeno y se avergüenza existía cuyo juicio no p udiera ni debiera tem er con una
an te los otros — en caso de no avergonzarse m ayorm ente total vergüenza, una persona cuyas opiniones serían para
ante sí mismo— , quizá llegue a tanto su astucia que é! guía y orden en querer verdaderam ente la voluntad de
logre que no lo descubran y se imagine im penetrable. Dios. Si esta clase de vergüenza ante una persona hono­
¿E n caso de que sea así, qué pasa? Este que no abusa de rable ha llegado a ser de verdad u n a fuente benéfica para
su poder, pues tem e el juicio hum ano y el sentirse av er­ este hum ilde ser, será bajo esta condición indispensable:
gonzado ante los hom bres — si por encim a de todo no que la tal persona se sienta avergonzada por encim a de
siente vergüenza ante sí mismo— quizás él mismo o algún todo ante sí misma. Por esto se podría con justicia afir­
servidor m uy próxim o puedan llegar a im aginar que su m ar que sería mucho más benéfico sentirse avergonzado
astucia es tan grande que incluso el mismo Dios sería ante vino que ya está m uerto. Y si siente esta hum illa­
incapaz de conocerla; supongam os que así sea, ¿ qué signi­ ción ante u n ser viviente, que la experim ente como si estu­
fica esto? R ealm ente no es necesario p ara este discurso viera m uerto, o bien (para tener en cuenta tu inclinación,
a g u a rd a r los acontecim ientos, es decir, esperar el resultado m i oyente, acudiré a o tra expresión que significa lo mismo,
aunque lo exprese de m odo estético) : sentirse avergon­ y en el caso de que logres en él algún cambio, por des­
zado ante este ser como si fuera alguien trasfigurado. El gracia no a p u n ta a otro fin que a tu propia destrucción
viviente puede equivocarse, cam biar y alterarse m om ento y menosprecio. Como si todavía estuvieras bajo su poder,
tras momento. Si, de hecho, es de veras una persona utilizarías sus vocablos, su aprobación, y en la unión exis­
honorable, él mismo, como p ara que estés sobre aviso, te tente entre los dos quizá no os daríais cuenta de que ha
recordará esto p a ra que en las relaciones que m antengas tenido lugar algún cambio. Al contrario, el transfigurado
con él no llegues a creer en esta duplicidad que existe solamente existe en cuanto tal, no es visible a los ojos, no
en el hecho de seguir a otro. Quizás esta persona te favo­ se lo puede oír con oídos terrenales, únicam ente en el
rezca m ucho, quizá poco. Si la ves todos los días, quizá silencio sagrado de la vergüenza. No tolera cambios, ni
tu vergüenza perderá algo de su intensidad u oculte en sí en lo más m ínimo, sin que se noten de inmediato, sin
un agudo m alestar, de modo que desearás poseer un pérdida de su ser, sin que se desvanezca. El transfigurado
medio mágico p a ra decepcionar a esta persona reveren­ sólo existe en cuanto tal. N o puede ser transform ado
ciada, o caerle en gracia, o alcanzar m ejor opinión ante en algo mejor. Es simplemente el transfigurado. No sufre
ella, pues su juicio p a ra ti ha llegado a representar lo alteraciones. H a dejado de estar entre nosotros. ¡ Perm a­
más im portante de todo. ¡ Cuántos peligros y tentaciones nece verdadero consigo, uno y el mismo, auténticam ente
existen en la doblez m ental! T odo esto no desaparece glorificado! ¡Cóm o, entonces, convertirse en indeciso el
hasta que tú te com portes con él como si se tra ta ra de un que por sentim iento de vergüenza ante él se está esfor­
difunto. A pártate de él, pero no lo olvides nunca. Esto zando en querer el Bien! Sin em bargo, incluso el hombre
sólo se consigue cuando tú te m antienes separado de él más justo puede, sin embargo, sufrir fragilidades y equi­
como si de por medio se hallara la m uerte, al no estar vocarse. E n tal caso le queda la esperanza: existe Dios,
cerca de él; pero, en cambio, recuerda p ara siempre lo quien gobierna con justicia el universo y el cual, m ediante
m ejor que en el había. U n ser hum ano no puede llegar el castigo, lo despertará y lo h a rá volver hacia él. ¡ C uán
a transfigurarse. El favoritismo, la persuasión y el apresu­
grande es la diferencia! El que de veras quiere el Bien,
ram iento pertenecen a los momentos de esta existencia
siempre está a la espera del castigo, pero el indeciso
terrenal. Q uien ya no está con nosotros ignora estas
únicam ente quiere el Bien p o r tem or del castigo y, por
apariencias, el transfigurado no las com prende. Ni desea
ende, está lejos de querer el Bien verdaderam ente.
com prenderlas.
Este indeciso de doble m entalidad se encuentra en u n a
Si no quieres prescindir de ellas, entonces es necesario
encrucijada de la cual parten dos cam inos: el Bien y la
que prescindas de él; en tal caso te ves precisado, si es
que te aventuras, a ofender al transfigurado, rom per con terrible figura del castigo. No ve los dos a la vez, pues
m ientras que el castigo, que Dios en su sabiduría h a
él, incluso aniquilarlo. Pues en el caso de que pierda su
condición de transfigurado, ya deja de existir. En cuanto conectado con toda clase de trasgresiones, es un Bien,
al que todavía está viviendo, es preciso hablar en o tra nadie está en condiciones de n eg ar que solam ente es tal
iorm a, puesto que él a la vez existe en sentido terrenal, Bien cuando se recibe con gratitud, no cuando se lo tem e
como un mal. Pero el indeciso raram ente recuerda este elevada certidum bre, lo único sobre lo cual se puede
castigo divino. Antes bien, piensa en el castigo m undanal. edificar, lo único sobre lo cual se puede ju ra r.”
Pero el Bien y el castigo no ap u n tan a objetivos idénticos. De seguro, mi oyente, que este discurso no espera tu
¿ O por casualidad el m undo h a llegado a tal perfección respuesta, pues sabemos por adelantado cuál sería. Pero
y santidad que se asemeja a Dios, y las recompensas que m e gustaría preguntar a quien asiste con m ucho fervor
proporciona constituyen el Bien y sus castigos el mal? a esta clase de fiestas: ¿te atreverías, en caso de que
¿ O habría alguna persona que considerara que h a reci­ quisieras h ab lar en condición de padre a tu hijo, te aven­
bido de manos de Dios una invitación a que perfeccione turarías a decir tales cosas? O si el joven, con la m ás
su vida y puede, a la vez, ad o rar al m undo de esta apasionada devoción de su alm a, fija en ti su m irada de
m anera? C iertam ente, pueden oírse — especialmente en confianza, seguro de que si le dijeras tales cosas es que
aquellos lugares donde los hombres se reúnen festiva­ deben ser así y, por gratitud, se sentiría obligado con voto
m ente p ara engaños mutuos en un m ucho hablar— pala­ solemne a seguir tu guía p or toda la vida, ¿te atreverías
bras altisonantes sobre el progreso del mundo, nuestra a darle esta clase de consejos? ¿O si estuvieras presente
época y nuestro siglo. Pero, querido oyente, en tu condi­ cuando este am able joven con gran entusiasmo lee y escu­
ción de padre te aventurarías (y confío que tienes una cha acerca de aquellos grandes hombres que lucharon con
idea elevada de lo que significa esta palabra, un concepto destinos adversos y sufrieron m ucho por su causa, sobre
responsable de las obligaciones que impone) te aventu­ aquellos seres gloriosos que la tierra dejó de lado por no
rarías, en tu condición de padre, a decir a tu hijo cuando ser digna de ellos, te atreverías, a no ser que estuvieras
lo presentas al m undo: “Vete, no te preocupes, hijo mío, divagando sino en el silencio de la intim idad, apoyado
presta atención a lo que aprueba la mayoría y a las recom ­ en la confianza de este ser am ado, en su inexperiencia,
pensas que el m undo ofrece, pues en esto consiste el Bien; todo lo cual te está obligando a decir la verdad; en tales
el m al, en cambio, no es sino aquello que el m undo cas­ circunstancias con la m ano en el corazón ¿ te aventurarías
tiga. Ya no es verdad corno acostum braba serlo, que la a decir: “Y a estas cosas no acontecen? En la actualidad
opinión de las masas es como la espuma en el agua, el m undo es ilustrado y perfecto. Ahora bien: ante todo
carente de sentido, por alto que se la proclam e; ciega, atiende al m undo y a sus costumbres de idéntica m anera
por decisiva que parezca; imposible de seguir, pues cam ­ a lo que se entendía en otras épocas cuando se hallaba
bia con más rapidez que una m ujer cam bia de color. de buscar el reino de Dios y su justicia.”
A hora bien, ya no queda duda alguna sobre la conclusión G radualm ente, a m edida que un hom bre se acerca a
de que el Bien resulta inm ediatam ente victorioso. En tal la ancianidad, adopta en su vida determ inadas costum ­
caso, el Bien no pide ningún sacrificio, ninguna renuncia, bres. E ntre otras cosas, se ha acostum brado a hablar
pues el m undo desea el Bien. En ese caso, la opinión m ucho sin haber reflexionado debidam ente. E ntre quie­
de las masas equivale a la opinión de los sabios; los soli­ nes le son cercanos se protege con tantos presupuestos que
tarios son unos locos. Asimismo, la tierra es el reino de casi llega a olvidar lo más sencillo y elevado. U n a y otra
Dios y el Cielo un reflejo de ella. El m undo es la más vez form ula expresiones que presuponen una sólida exage-
ración de algo considerado firm e: “T ú conoces m uy bien P ara muchos hombres estos pensam ientos elevados son
cual es la clase de m undo en el que vivimos.” En cambio, solamente como algo brillante, que desaparece dentro de
a veces elogia a tal extrem o su m undo que parece estar aquella duplicidad que de continuo nos está mordiendo.
aproxim ándose a la idolatría, sin que ninguna de estas Pero incluso aquel hombre cuya duplicidad lo ha roído
expresiones lleguen a im presionar profundam ente a quien a fondo, cuando amonesta a u n joven, recuerda que, libre
las pronuncia. La prim era no alcanza a conmoverlo. No de vergüenza, no debe aventurarse a decir sino una sola
lo asustan infundiéndole tem or y miedo de m anera que cosa. Al am onestarlo le dirá sim plem ente (pues el que
se decida a salvarse puesto que el m undo es tan malo. aquí está hablando no es alguien extraño, y lo está h a ­
Y la otra no lo enfervoriza con anhelos hacia el Bien, ciendo precisam ente en elogio del Bien con algo mucho
fiado en la perfección del m undo. Con otros, semejantes m ás glorioso ya que no requiere que lo aprueban por su
a él, llega a acostum brarse, porfiadam ente habituado, elocuencia, dado que en este caso conviene advertir que
abandonándose al juego de palabras. el que está am onestando a u n joven es alguien que ha
Pero cuando los m ás castigados por la vida am onestan sufrido en la vida) : “No tengas miedo, no te apresures
seriamente a hijos, doncellas y jóvenes lo hacen con a juzgar a los otros, más b ien atiende seriamente a ti
vergüenza. Ahí se da una m utua reciprocidad, pues el mismo, m antente firme en q u erer u n a sola cosa, el Bien,
joven se aproxim a al anciano con vergüenza y el más y así, en adelante, que te guíe en definitiva, pues eterna­
anciano am onesta al joven, hablándole tam bién con ver­ m ente te guiará a la victoria. D eja que este mundo te
güenza. Q uiera Dios que todos aquellos a quienes se les conduzca a la prosperidad o a la pobreza, al honor o a
ha ofrecido oportunidad p ara am onestar a los jóvenes los insultos, a la vida o a la m uerte: con tal que no
obtengan algún beneficio del sentimiento de vergüenza pierdas de vista esta sola cosa. G uiado por sus manos
que va a la p a r con la amonestación. puedes an d ar confiadam ente incluso en medio de los peli­
gros. H asta con peligro de tu vida puedes an d ar confia­
C uando amoneste, y esto debemos decirlo enfática­
dam ente como el niño que está apretando la m ano de su
mente, de ninguna m an era el de más edad deberá pre­
m adre. Sí, todavía con una confianza mayor, puesto que
sentar al joven una descripción horrible del m undo. T al
el niño ignora el peligro.” C u an d o amoneste, por lo tanto,
com portam iento no supone seriedad, sino antes bien una
imaginación enferm iza. E n el acto de am onestar se cui­ avisará en contra del miedo q u e engendra el castigo del
d ará de no hacer incurrir al joven en el peligro de la m undo, lo cual es duplicidad.
indecisión al insistir en el castigo con que el m undo am e­ U n a y o tra vez alguien com enta sobre “los sufrimientos
naza. En tales casos, en vez de infundirle un santo temor q u e sobrevienen cuando se h ace el Bien” . ¿Cóm o es po ­
y vergüenza ante el Bien, m acula su pureza al adoctri­ sible? ¿De quién procederán estos sufrim ientos? ¡Seguro
narlo ante el miedo de perder dinero, reputación, los que no los enviará Dios! ¿ P o r lo tanto los ocasionará
erróneos juicios ajenos, el ridículo, la lucha de los frívo­ el m undo, de m odo que cuando el m undo se equivoca en
los, los gemidos p ara lograr consideración, la infatuada su sabiduría, recompensa el m al y castiga el Bien? No
trivialidad del m om ento, las agitaciones de la vanidad. es así, no es esto lo que im plica la p alabra “m undo”. L a
palabra en este caso no dice lo que significa. Es una profundidad. El límite está ah í: de un lado con el ino­
expresión impropia. L a palabra “m undo” suena grande y cente está la justicia, del o tro en relación con el mundo,
terrible y, sin em bargo, obedece a la misma ley al igual la imposibilidad eterna de castigarlo.
que el hom bre más insignificante y miserable. Pero aun C uando el bueno se h alla al otro lado de los límites,
en el caso de que el m undo reuniera todo su poder, hay en la fortaleza de la eternidad, se hace fuerte, más fuerte
algo que no puede h acer; es incapaz de castigar a un que el m undo todo. M ucho más fuerte, precisamente
inocente, así como tam poco puede m atar a uno que ya cuando parece haber sido derrotalo. Pero la im potente
está muerto. doblez ha alterado los límites, por querer el Bien sin el
C iertam ente el m undo no carece de poder. Es capaz m iedo al castigo terrenal. Si el m undo en realidad no
de im poner muchas cargas a un inocente. Puede hacer es el lugar de la perfección, aquél por su doble m enta­
que su vida sea am arga y trabajosa. Le puede quitar la lidad se h a rendido ante el p o d er de la mediocridad o ha
vida. Pero es incapaz de castigar a un inocente. Q ue entrado en compromisos con el mal.
adm irable límite, un lím ite invisible, un límite que los
sentidos pueden fácilm ente pasar por alto, pero que, no
obstante, posee fuerza suficiente para resistir toda clase
de violencias. El m undo puede pasarlo por alto por fijar
su atención en lo grande, y el límite es insignificante,
p ara el m om ento actual, no p a ra los habituados, pero de
hecho está presente. Q uizá perm anece totalm ente oculto
a los ojos del m undo. T am bién puede ser parte en el
sufrim iento del inocente el hecho de que las injusticias
del m undo adopten las apariencias del castigo a los ojos
del mundo. Pero el lím ite está ahí, y esto a pesar de
cualquier fortaleza. E incluso si todo el m undo se elevara
tum ultuosam ente y aunque la confusión fuera inmensa;
aun así todavía no daríam os con el límite. De un lado
con el inocente está la justicia; de otro lado en relación
con el m undo está la etern a imposibilidad de castigar al
inocente. Aunque el m undo deseara aniquilar a un ino­
cente y alejarlo de su vista, ello le sería imposible, incluso
hacerlo invisible. (Q uizá precisam ente por lo últim o).
Incluso en el mom ento de la m uerte en el sacrificio, ahí
está el límite: pues en este caso se fortalece a sí mismo
con el vigor de lo eterno, dado que se alinea con la eterna
6

B A R R E R A S P A R A Q U E R E R U N A S O L A COSA

Servicio egocéntrico del Bien

3. Debemos manifestar, además, que el hombre que


desea el Bien y su victoria sin una voluntad plenamente
centrada en sí misma no quiere una sola cosa. Es víctima
de una doble mentalidad.
Supongamos que alquien aspira al Bien sólo p ara apun­
ta r a su favor la victoria, en ta l caso lo quiere con miras
a la recompensa sin duda alguna. Resulta evidente su
doble m entalidad, tal como se h a demostrado en la sección
anterior. No le interesa estar al servicio del Bien, sino
disfrutar de la ventaja de contem plarlo como consecuen­
cia de u n a conquista. C uando, por el contrario, se desea
que el Bien triunfe, no g rita rá “victoria”, si él vence,
sino únicam ente cuando sea el mismo Bien el que triu n fe:
¿puede, en tal supuesto, denom inarse hom bre de doble
m entalidad? Sí, y sin em bargo esta doble m entalidad
(pues en este caso la decisión en cuanto a la línea divi­
soria entre quien es puro y el de doble m entalidad es de
singular im portancia) es más sutil y oculta, más presun­
tuosa que la obviamente m un d an a. La decepción es pro­
fu n d a por la apariencia de estar muy cercano a aquella
pureza de corazón que quiere el Bien de verdad, a pesar
de que se encuentra en el polo opuesto, corno dista la Paulatinam ente la vida del sirviente va finalizando; p a re ­
altu ra de la profundidad, como el excelso cielo torm en­ cería, al llegar su m uerte, como si nada hubiera realizado
toso está lejos de la hum ilde m orada en un lugar bajo, en pro del Bien. Y se tratab a de u n fiel servidor, que
como una aproxim ación que pretende ser aprobable y de verdad quería el Bien, y co n tab a a su favor con el
haya sido lograda por una falsa línea de separación eter- am or del Bien, el cual elogia la obediencia sobre otras
nem ente real. No quiere el Bien con miras a la recom ­ cosas. “ ¡Ay!, por qué existe el tiem po; si el Bien siempre
pensa. Q uiere que el Bien triunfe por su interm edio, con­ triunfa, ¿por qué debe deslizarse despacio a través de
vertirse en su instrum ento, en el elegido. No anhela que la longitud del tiempo, o casi desaparecer en esta lentitud
el m undo lo recompense, pues lo m enosprecia; ni tampoco del tiempo? ¿ P o r qué luchar trabajosam ente a través
los hombres, a los que ve por debajo de él. Sin embargo, de aquello que todavía prolonga m ás el tiempo, la incer-
no desea ser un servidor in ú til.la La recompensa que tidum bre? ¿Por qué aquellos “individuos” 16 solitarios,
anhela está teñida de orgullo y en esta dem anda m ani­ que sinceram ente quieren el Bien, se encuentran tan sepa­
fiesta su doble m entalidad. ¡ Es una actitud violenta, pues rados y dispersos, que apenas p ueden hablarse ni hacerse
quiere apresar el Bien tum ultuosam ente, ensalzando su señales? ¿P o r qué el tiempo está suspendido sobre ellos
poder y servicio a favor del Bien! En caso de no sobre­ como algo pesado? ¿A qué se debe u n a separación que
ponerse a estas presunciones, si en alguna form a no desea los dem ora, cuando se cumple tan rápidam ente en la
aquello que el Bien quiere, si no adm ite la victoria del eternidad? ¿Por qué a un espíritu inm ortal se le asignan
Bien de acuerdo con la apariencia que quiere el mis­ el m undo y el tiempo, a la m anera de un pez extraído
mo Bien: en tal caso es doble su m entalidad. Incluso del agua y depositado en la orilla? Q uien se expresa de
en el supuesto de ocultarlo todo a los hombres, sin excep­ esta m anera (incluso si lo hace entre suspiros, ello nada
tu a r a sí mismo, y m ediante un lenguaje que esconde sus im p o rta), debería m antenerse vigilante, pues no advierte
intenciones al denom inar a su m anera de ser como propia la influencia del espíritu que lo anim a. ¡Ay!, los hom ­
de u n a m ente autovoluntaria, o voluntad decidida, pues bres a m enudo confunden im paciencia con un entusiasmo
esto parece com placer, especialmente si se expresa vigoro­ hum ilde y o bediente; la im paciencia siem pre está expuesta
sam ente como p a ra atreverse a los actos más extremos: a esa confusión. C uándo alguien se m antiene en todo
¿no expresa todo esto las apariencias de una doble m en­ tiempo activo “a causa del Bien” , agitándose en forma
talidad? No, no es que lo parezca; en realidad lo es. ruidosa e incansable, lanzándose al tiempo, a la m anera
E n opinión de esta persona el Bien es una realidad, que un enferm o se arranca d e su cam a, sin tener en
la victoria otra, y la victoria debida a sus esfuerzos todavía cuenta su estado, tirando su ropa, desdeñoso del m undo;
sería algo diferente. Pero es el caso que el Bien eterna­ cuando esta clase de hombres im pone su presencia entre
mente siempre ha conseguido la victoria. Pero es diferente los hombres, entonces las masas piensan lo que él imagina,
cuando se tra ta del tiempo, ahí puede requerir años. que está inspirado. Y, sin em bargo, se encuentra en el

15 Véase Lucas 17:10. 16 Véase la introducción del trad u cto r.


extrem o opuesto por su doble m entalidad y ésta se parece sobre el m undo mediante u n a elevada decepción. Su
tan to a la inspiración como el torbellino a la placidez doble m entalidad es reconocida prim eram ente en el límite
del aire. donde tiem po y eternidad están m ancom unados. Ahí re­
Eso es lo que pasa con la im paciencia. Resulta sim ilar sulta siempre evidente para aquel que todo lo sabe. No
a un tem peram ento enfermo. Vemos ya sus orígenes en se contentará con aquella seguridad que reconforta más
el niño, pues el niño no se tom a el tiem po debido p ara allá de toda m edida: que el Bien eternam ente ha sido
sus cosas. En cuanto al de doble m entalidad, es claro siempre victorioso; aquella b endita seguridad que sobre­
que el tiempo y la eternidad no gobiernan al mismo pasa toda com prensión; la b en d ita seguridad que el siervo
hombre. No puede ni quiere com prender la lentitud del inútil m antiene dentro de sí en todo momento, no im porta
Bien; que más allá de la recompensa, el Bien es lento; lo larga que sea su vida y a él le parece haber actuado
que más allá del aprecio por las personas libres, no en muy escasa m edida; la ben d ita seguridad que per­
acudirá a la violencia; que en su sabiduría hacia el débil, mite al siervo inútil, aunque pierda el honor, afirm ar
elude toda decepción. No puede ni quiere com prender con más orgullo aquella sentencia real: todo se ha per­
hum ildem ente que el Bien sigue su ruta sin ayuda. Posee dido, menos el h o n o r.17 E incluso en el supuesto de que
una doble m entalidad, cree que con su entusiasmo llegará haya perdido el honor, puede d e c ir: nada se ha perdido,
a ser un apóstol. Puede, sin embargo, convertirse en un todo se ha ganado.
Judas que m ediante la traición desea apresurar la vic­ Pero esta clase de doblez no es recognoscible fácilmente
toria del Bien. Se escandaliza quien en su entusiasmo en la tierra. N o quiere el Bien a causa de la recompensa,
parece am ar el Bien de un modo tan elevado. Lo escan­ pues esto es algo que sería obvio por sus aspiraciones o
daliza su pobreza, al verlo revestido con la lentitud del desesperación. No quiere el Bien sin miedo p or el castigo,
tiempo. No está al servicio del Bien del cual no puede
pues resultaría tam bién obvio en su cobardía, en su m a­
extraer algún provecho. Se halla en u n a situación efer­
nera de esquivar el castigo, o en su desesperación, cuando
vescente, y el efervescente am a el m omento. Q uien am a
no se considera capaz de evitarlo. No, él desea sacrifi­
el m om ento teme el tiempo, teme que el curso del tiem po
carlo todo, n ad a teme, únicam ente no se sacrificará a
revele su doble m entalidad y así falsifica la eternidad, pero
sí mismo en u n total olvido de su persona. Es esto lo
ésta puede revelar de otro modo su doble m entalidad.
que teme llevar a cabo.
Es un falsario. P a ra él la eternidad es u n a ilusión en el
El hom bre de doble m entalidad está ubicado en la
horizonte que engaña los sentidos; p ara él la eternidad
bifurcación de dos rutas, y desde ahí contem pla dos
es la azulada niebla que lim ita el tiem po; en su opinión,
expresiones: el Bien y el Bien y su victoria, o sencilla­
la eternidad es u n deslum brante juego de m anos ejecu­
mente la victoria lograda p o r su intermedio. Lo último
tado en el m om ento.
La doblez de esta persona es apenas reconocible en
este m undo, por ser algo no evidente. N i la recompensa 17 Estas palabras se atribuyen a Francisco I, quien las habría
pronunciado después de la b atalla de Pavía, donde fue hecho
ni el castigo sirven como inform antes; se h a impuesto
prisionero.
es presunción, aunque las dos expresiones no son total­
mente lo mismo. Coinciden en la eternidad pero no en
el tiempo. Por eso deben mantenerse separadas. El Bien
7
considera la lentitud del tiempo como un simple adorno,
y teniéndolo en cuenta el que está a su servicio debe
revestirse con la figura insignificante del siervo inútil.
No le está perm itido contem plar con ojos sensibles al
Bien victorioso. U nicam ente con los ojos de la fe puede
luchar por su victoria eterna. Pero ahí está la doble m en­ B A R R E R A S P A R A Q U E R E R U N A S O L A C O SA
talidad. L a doblez consiste en dividir la naturaleza del
Bien que éste m antiene unido por toda la e te rn id a d : la Ciertos compromisos
doblez estriba en unir lo que el Bien ha m antenido sepa­
rado en el tiempo. La persona de doble m entalidad olvida
lo Eterno y es así como hace mal empleo del tiempo, no 4. Antes de finalizar con el asunto de la doble m enta­
menos que de la eternidad. lidad para en trar a un análisis similar de la pureza, el
discurso debería por lo menos tocar aquella form a versátil
de la doble m entalidad: la relacionada con la debilidad,
tal como aparece en la vida r e a l; se basa en el hecho de
que la persona que quiere el Bien únicam ente en cierto
grado es de doble m entalidad.

E n el fondo, esta es la form a en que la doblez se


expresa en relación con el Bien, lo quiere sólo en cierto
grado. Lo que se ha dicho anteriorm ente, lo que puede
hablarse sobre sus transacciones engañosas, todavía ap a­
rentaba unidad, algo de in tern a consistencia, en cuanto
se m ostraba una sola cosa en la unilateralidad; sin
embargo, esta unilateralidad, por extraña que pueda p a ­
recer, expresa precisamente la doble m entalidad en esa
persona.
No ocurre lo mismo con los hechos de la vida cotidiana,
pues no persisten en lo “gran d e” . No es com ún en la
vida cotidiana que u n a persona quiera algo perverso con
consistencia y esfuerzo firmes. La vida cotidiana consiste
en pequeñas cosas, de modo que la doble m entalidad que los combine p ara nuevas confusiones. De ahí que
ofrece una muy grande diversidad en el “individuo” . en tales casos siempre exista algo nuevo bajo el sol, y
U n m ercader a quien solamente le preocupe una cierta la doble m entalidad persiste. Lo que hace más difícil
clase de m ercaderías es algo raro, y así es tam bién una h ablar de ello es que en la vida ordinaria, justo en su
doble m entalidad con u n a determ inada unidad. El com er­ hogar, u n a doble m entalidad dentro de sus límites se
ciante por lo general se ocupa de diversas m ercaderías; com para de m odo que una persona de tal índole, al ser
lo mismo pasa con la doblez, preocupada por diversas su doblez m enor que las otras, reclam a distinción, a pesar
cosas. Desde este aspeceto resulta m ucho más difícil des­ de que su grado de distinción está dentro de la similitud.
cubrir el cam ino falso frente al cam ino claro y limpio. A la postre parecería como si aquel reclam o eterno que
Los caminos falsos se entrecruzan entre sí y con el camino exige pureza de corazón, querer una sola cosa, fuera
recto de las más diversas formas y el individuo anda por dejado de lado, como si estuviera alejado del gobierno,
ellos igualm ente de m aneras m uy diversas. Su vida se obligado a retirarse a tal distancia de la vida cotidiana
distingue fácilm ente por precipitarse hacia la doble m en­ que no habría lugar p ara tenerlo en consideración. Porque
talidad. N o es fácil designarlo de modo más preciso, entre el diversificado y ruidoso populacho, en el bullicio
porque a causa de su doblez no está de acuerdo consigo del m undo día tras día y añ o tras año, no se ha llevado
mismo en nada definido, más bien se agita hacia cual­ a cabo u n a investigación escrupulosa p a ra com probar si
quier lado con una insegura brisa. A prende y aprende existe una persona que quiera plenam ente el Bien, si dis­
de nuevo y, sin embargo, nunca llega al conocimiento de pone de influencia y poder, que tome a su cargo esta
la verdad. 18 O, en el caso de alcanzarlo, de inm ediato le tarea y goce de prestigio an te sí mismo y frente a los
d a vueltas y vueltas cuando más sabe acerca de su form a­ otros. “Q ué capricho tan terriblem ente mísero, piensa
ción confusa y que confunde. E n relación a la doble alguien, al ser tan escrupuloso.” N o se tiene en cuenta
m entalidad ya analizada, ésta tiene al Bien de su lado, que lo dicho no carece de presunción. U no así, de paso,
aunque débilm ente, sin aquella obstinación que caracte­ pronuncia u n a inteligente advertencia y se va, mientras
rizaba a la doble m entalidad. Pero en ocasiones puede que la tal advertencia corre rápidam ente de boca en boca
ser tan incurable como aquélla. entre la agitada y diversa m ultitu d . Y en el vértigo de
R esulta difícil hablar de esta doblez por su proxim idad la vida, en el comercio desde la m añ an a hasta la tarde,
a uno y a otro aspecto, tam bién porque cam bia de con­ no existe el m enor escrúpulo sobre si una persona quiere
tinuo y de m anera tan acelerada que es posible que haya totalm ente el Bien, de modo que m ientras en sus negocios
sufrido varias trasformaciones antes que el discurso logre se m anifiesta inteligente, para no decir que es un “ladrón” ,
describir u n a sola de sus manifestaciones. Juega alegre­ pone en lugar seguro y am ontona dinero, consigue una
m ente no sólo con todos los colores posibles, sino que buena reputación y, gracias a su suerte, se las arregla p ara
sencillam ente no existe ley alguna en este juego de colores evitar toda calum nia (pues si es o no es culpable carece
de im portancia, porque ni él ni el m undo disponen de
18 Véase 2 T im oteo 3 :7 . tiem po p ara ocuparse de ello. La calum nia es un simple
peligro, a sem ejanza de un obstáculo p ara sus negocios). en verdad. ¿H ab ría en esto u n a verdadera relación? ¿P o ­
“¿Q u é propósito tiene esta dilación en medio de sus ocu­ drían excusarse de algo que todo hom bre debe llevar a
paciones? E n cuanto al m undo, siempre se está ocupado. cabo por sí mismo? ¿Pero ah í tenemos a alguien que ha
Sí, de seguro, es plenam ente verdad que en este estilo las aceptado la tarea de llevar adelante este tan elevado
cosas an d an en el m undo, como aparecen y como deben reclamo; un reclam o tan sublime que p ara ser satisfecho,
aparecer en el engañoso horizonte del orden temporal. incluso débilm ente y con imperfecciones, exige total aten ­
Pero ante la eternidad habrá u n a trem enda diferencia en ción y un incesante esfuerzo?
el m om ento de establecer si alguien fue o no fue escru­ Es así como en medio d e las tareas topamos con la
puloso. doblez. Así como el eco tiene su m orada en los bosques,
En cuanto a la eternidad, no se parece a un m undo el silencio en el desierto, de igual m odo la doblez habita
nuevo, de m odo que quien haya vivido en el tiempo de en el apresuram iento de los negocios. Al que quiere el
acuerdo con el estilo del tiempo en el apresuram iento Bien sólo en algún aspecto, al de doble m entalidad, m ente
de los negocios, a h o ra podría ten tar suerte adoptando las distraída, corazón dividido, casi ni vale la pena señalarlo.
costumbres y las prácticas de la eternidad. Tened por Apenas si precisamos exponer los motivos porque, en el
seguro que lo eterno está muy lejos del orden temporal apresuram iento de los negocios, no se dispone de tiempo
y del aprem io de los negocios. Con todo, ni el más exce­ ni de tranquilidad p a ra lograr aquella trasparencia indis­
lente director de teatro ha gozado de ta n ta inteligencia pensable que llega a querer u n a sola cosa o a una com ­
en los cambios de escena, como la eternidad en relación prensión previa de lo que es, en medio de su confusión. L a
con el tiem po: todo, el m enor detalle, la más insignifi­ presión de los negocios en los cuales uno queda cada vez
cante p alab ra hablada, todo está preparado en cada ins­ más endurecido, aquel ruido que obliga a la verdad a
tante, aunque se demore la eternidad. caer en el olvido y el conjunto de conexiones, estímulos
¡O h !, que este discurso, lejos de detener a alguien que y peligros, todo ello contribuye a una m ayor imposibilidad
sinceram ente quiere el Bien, o alejarlo de u n a actividad p a ra el logro de un conocimiento más profundo de sí
provechosa, invite a una pausa a este hom bre tan a ta ­ mismo. Es cierto que un espejo tiene la cualidad de que
reado. Porque esta prisa por los negocios es similar a un un hombre pueda contem plarse en él, pero p ara ello p re­
encantam iento. Entristece observar la forma en que cisa estarse quieto. Con apresuram iento, no logra ver
aum enta su poder, como hace presa en víctim as jóvenes, nada. Supongamos que un hom bre posea un espejo y
de tal m odo que la niñez y la juventud apenas dispo­ no lo utiliza, ¿podría contem plarse? Así se com porta
nen de u n retiro tranquilo en el cual lo Eterno desarrolle el preocupado p or sus negocios, con la sola posibilidad d e
un crecim iento divino. Supongamos que ta n ta preocupa­ poderse com prender. Así se m uestra el negociante en su
ción acceda a conceder, en su superficial sabiduría, que prisa, y nunca es el mom ento de que aquella posibilidad
resulta beneficioso disponer de uno de estos hombres tan en su poder se realice, de m odo que se está borrando de
ocupados que alguna que otra vez proclam e aprisa una su memoria. Y, sin embargo, uno apenas se atreve a
elevada reflexión en la vida sobre la voluntad del Bien decir algo a estos hombres ta n atareados, pues por apre-
surado que esté en aquel mom ento, en este caso dispone bien le proporciona a un solo individuo insistir oponién­
de tiempo p a ra u n a m ultitud de excusas con las cuales se: dose?” U n a vez más las disculpas son todavía peores
hace peor de lo que antes era: excusas cuya sabiduría que una enferm edad virulenta, pues nadie m uere por una
es similar a la de un navegante que creyera ser el mar,, determ inada enferm edad por el simple hecho de que otros
no el barco, lo que se está moviendo. hayan m uerto a causa de ella.
Apenas si podemos aventurarnos a decirle algo, pues, De igual modo, una persona indecisa puede experi­
por apresurado que esté, cuando se encuentre con otros m entar un sentimiento, un vivo sentim iento h acia el Bien.
de la m ism a índole, dispone de m ucho tiem po: “para Si alguien llegara a hablar del Bien, especialm ente si usara
birlar los frutos inm aduros del ridículo de su sabiduría”, vocablos poéticos, de inm ediato se conmueve, con faci­
p ara burlarse del que habla como incom petente en los lidad p ara deshacerse en emociones. Supongamos que
problemas de la vida, un hombre al cual el atareado la m undanidad se le arrim e y luego alguien le expresara
ignora en el colmo de sus excusas. Luego, este hombre que Dios es amor, un amor que sobrepasa todo entendi­
atareado tiene a su favor una aprobación general; en m iento, com parando su Providencia con el p ajarito que
todas partes, en el conjunto siempre en aum ento de los- no cae en el suelo sin que lo disponga su voluntad. Si
comerciantes y en el am ontonam iento de las excusas. Pues alguien llega a hablar de esta m an era, especialm ente utili­
como un aire em ponzoñado en los campos, como una zando recursos poéticos, ya queda atrapado. Pone a la par
m anga de langostas sobre Egipto, es tam bién una plaga la fe y el deseo y se adhiere sim ultáneam ente a la fe y
general el acum ular excusas, una infección ruinosa p ara a la ayuda deseadas. Basado en la fe de este deseo
los hombres, que destruye a los trasmisores de lo eterno. fom enta un sentim iento hacia el Bien. Pero quizá la ayuda
Por cada uno que es atacado, siempre se dispone de una se demore. E n vez de esto se le acerca alguien que está
excusa más a favor de la persona que viene a conti­ sufriendo y a quien él puede ayudar. Este que está su­
nuación. M ientras que alguien, hablando en general, no friendo lo encuentra im paciente, olvidadizo. Y el que
puede evitar u n a enferm edad cada vez más grave y m a­ sufre debe contentarse con la excusa, “de que por el m o­
ligna, más se indigna con aquellos que están a su alre­ m ento no se encuentra en situación espiritual p a ra preocu­
dedor. Sin em bargo, con las excusas pasa lo contrario. En parse de los sufrimientos ajenos, pues él mismo tiene sus
cambio, si la enferm edad es más débil, haciéndose menos propias tribulaciones” . Y no obstante im agina que posee
dolorosa, son más las personas afectadas. Y si conveni­ ie, fe en una Providencia am orosa que ayuda al que sufre,
mos que el estado sanitario mísero y continuo de estas una Providencia que utiliza a los hombres como instru­
excusas h a llegado a sus últimos extremos, nadie opinaría mentos. T al vez ahora llegue la ayuda deseada. De nuevo
en contrario. H abría alguien seguram ente que no se sin­ se inflam a su gratitud, em ocionado por su idea de la
tiera com placiente, dispuesto a presentar serias objeciones am ante Bondad de la Providencia. Cree que en este
a esta clase de excusas tan comunes y, con todo, no lo m omento ha acertado con la fe. Por fin h a llegado a
hemos encontrado: pues siempre se h a m antenido en sobreponerse a cualquier duda y objeción. Sí, pero el que
reserva una excusa, que está a la espera y le exige, “ ¿que estaba sufriendo h a sido com pletam ente olvidado. ¡ Qué
tenemos ante nosotros sino una duplicidad! Pero supon­ una convicción evidente y convincente: Aquel que creó
gamos, después de todo, que se presentaran objeciones en el oído, no o irá .19 Pero d a la vuelta y la conclusión no es
contra de la fe, de hechos y acontecimientos que al parecer tam poco evidente y convincente. ¿A quel cuya vida es un
se oponen al cuidado de una am ante Providencia: que am or sacrificado no tendrá confianza en un Dios que es
aquel otro que estaba sufriendo, al cual con la excusa am or? Sin embargo, en las prisas de los atareados no
de que no se encontraba en condiciones de ayudarlo, fue se dispone de tiempo ni d e tranquilidad para aquella
dejado de lado por quien podría haberlo ayudado, ese trasparencia que enseña la igualdad, a tirar en el mismo
otro se convierte en una objeción todavía más fuerte. yugo con los otros hombres, aquella noble simplicidad
Pero el de doble m entalidad está com pletam ente ciego que es u n a íntim a comprensión con cualquier hombre.
frente al hecho de que en el mismo m om ento en que con­ C arecen de tiem po y de tran q u ilid ad p ara esta clase de
sidera haber sido conquistado por la fe, precisam ente con convicciones. Por lo tanto, en medio de su prisa, la fe,
sus actos refutó esta convicción. ¿P or ventura no equi­ la esperanza, el am or y la voluntad del Bien no son sino
vale a doblez pensar que se posee una convicción, m ien­ palabras vagas y de doble sentido. ¡ O no es doblez vivir
tras que con los actos se la contradice? ¿L a única prueba sin convicciones o, con más precisión, vivir dominado por
de que alguien tiene una convicción no consiste en demos­ u n a im aginación continuam ente cam biante de que se
trarlo, m ediante la vida? ¡ No es ésta la única certidum ­ tiene y no se tiene convicción!
bre: que las convicciones no se cam bien de continuo a De este modo, el sentim iento engaña al atareado y lo
consecuencia de diferentes experiencias que, m om entá­ inclina a la doblez. Quizá, después de enfervorizarse con
neam ente, alteran a u n a persona y llegan a trastornarlo la contrición propia del arrepentim iento, si éste le hace
todo, de m odo que hoy tiene fe, m añ an a la ha perdido, sentir el vacío, llega a una convicción, al menos así le
de nuevo la conquista pasado m añ an a hasta que llegue a parecía, de que existe una gracia que perdona los pecados.
acontecer algo que sobrepase lo ordinario, y entonces casi Pero incluso en este olvido de los pecados, decididamente
inevitablem ente la pierde, dándose cuenta que nunca ha niega cualquier convicción de ser culpable de algo. De ahí
tenido la tal fe! opina y h a llegado a creer que existía esta gracia, aunque
Supongamos dos hom bres: uno de doble m entalidad, negaba su existencia en la p ráctica; su actitud en los
quien cree haber conquistado la fe en la Providencia hechos parecía ap u n tar a su no existencia. Supongamos
amorosa, pues h a experim entado su ayuda, a pesar de que que existieran dos hombres, u n o con su doble m entalidad
muy cordialm ente ha alejado de sí al que sufría y podía y otro dispuesto a perdonar gustosam ente a su deudor,
ayudar, y otro cuya vida, consagrada al am or, convertido con tal que éste aceptara esa gracia. ¿C uál de los dos
en instrum ento de la Providencia, ayudaba a los que está verdaderam ente convencido de la existencia de esta
sufrían, a pesar de que la ayuda que anhelaba para sí gracia? El último dispone d e la prueba de que existe,
se le estaba negando año tras año. ¿C u ál de los dos pues la pone en práctica; en cuanto al prim ero, carece
estaba verdaderam ente convencido de que existe una
am ante Providencia que cuida a los que sufren? N o es ™ Salmo 94 :9 .
de pruebas, sólo dispone de pruebas en sentido contrario debe ser m antenido, necesita poner siempre su confianza
y las encuentra en sí mismo. O el de doble m entalidad en un poder más elevado que lo gu ard ará; incluso una
quizá dispuso de u n sentim iento para lo que es justo e m adre am ante pide a Dios que guarde a su hijo.
injusto. Esto lo entusiasm a, especialmente si alguien lle­ Solamente con el sentim iento un hombre no llega nunca
gara a describirle en estilo poético la vida de aquellos a com prender a otro. Así q u e algo llega a acontecerle,
hombres llenos de celo, quienes, al sacrificarse por la ver­ todo le parece diferente. Sus sufrimientos no lo capacitan
dad, observaban la rectitud y la justicia. Pero luego algo p a ra com prender los sufrimientos ajenos, como tampoco
malo acontecía a este mismo hombre. Entonces tenía la su felicidad constituye un m edio p ara explicarse la feli­
impresión de que en el firm am ento debería aparecer algún cidad de los otros. El sentim iento lo explica todo egoís­
signo, no menos que en la tierra, puesto que el orden tam ente en relación con su p ro p ia persona y, por lo tanto,
m undial continuaría turbado hasta que lo malo se tras- está en discordia con todos los otros. Porque solamente
form ara en justo. Lo que lo exaltaba no era am or propio, puede existir unidad en una sincera igualdad bien inter­
sino el sentido de justicia; tal era su opinión. C uando p retad a; la estrechez de m iras egoísta altera de continuo
lograba sus propios derechos, sin que le im portara lo la convicción. \ en caso de no alterarse sería algo casual;
mucho de desagradable que ha significado para los que el motivo de esta excepción se explica solamente por no
estaban a su alrededor, él nuevam ente se extiende en haberle acontecido cambio alguno. La estabilidad de esta
elogios por la perfección del mundo. El sentimiento lo convicción se reduce a algo fantástico, pues h a sido m i­
ha desviado, pero se ha apoderado tan profundam ente m ado por la casualidad. N o se puede decir que una
de él que olvidó lo más im portante: defender el derecho convicción sea firme cuando todo presiona con idéntica
y la justicia con autosacrificio al servicio de la verdad. reciedum bre y la mantiene. M ás bien, la verdadera esta­
¿C uál de los dos está realm ente convencido de que la bilidad se revela en medio d e cambios totales. Es excep­
justicia existe en el m undo: el que sufre por practicar cional que la vida hum ana escape a todo cambio, y en
lo recto, o el que se com porta mal para obtener su propia estos cambios no es sino fantasía la convicción basada
rectitud? en el sentim iento inm ediato, u n a impresión m om entánea
Se otorga prim acía al sentimiento. Es el élan vital del exaltada p ara apreciar toda la vida.
cual fluye la vida, a la m anera en que se afirm a que Quizás este hom bre de doble m entalidad poseía cono­
el corazón es la fuente de la existencia. Pero en tal caso cim iento del Bien. En el m om ento de contem plarlo se
este sentim iento debe ser “guardado”, interpretado en el com portaba de m anera tan d istin ta en su presencia, con
sentido de quien dice: “C uida con diligencia tu corazón, ta n ta claridad, que el Bien d e veras tenía a su favor todas
porque de él b ro tan las fuentes de la vida.” 20 Debe ser las ventajas, u n a ganancia p a ra este m om ento y para toda
purificado y m antenido lejos del egoísmo. Q ue no se la vida. Sí, lo deposita en su corazón, considerándose
entregue a sus ardides. Además, en cuanto a aquello que capaz de convencer a todo el universo. T al vez no se
le pida que utilice su convicción p ara conquistar a otros,
20 Proverbios 4 :2 3 . pero no se deja de lado la posibilidad de atestiguarlo.
Pero ¡ ay!, la contem plación, no menos que el mom ento
preta como sencillo. De este m odo la comprensión no
de esta contem plación, a pesar de toda su claridad, ocul­
llegado a ser menos simple p o r el hecho de ofrecer difi
tan un engaño; el m om ento de la contem plación tiene
cultades, sino que tan sólo es menos sencilla. E n vez de
algo en com ún con u n a eternidad falsificada. F alta algo
atenerse a reflexionar sobre si con firmeza logrará pene
para que la contem plación pueda realizarse. D ebe dejar
tra r el tiem po en form a d ire c ta y gradual, el de doble
de lado en buena m edida el tiempo. H a de llam ar al
m entalidad tolera que el tiem po lo aparte de esta con
orden a los sentidos y al pensam iento lejos de la tem po­
templación. ¡ N o equivale esto a u n a m entalidad doble •
ralidad, p a ra evitar que se compliquen con u n a eternidad
vivir en el tiem po sin contem plación, sin pensamientos
espúrea. A quí pasa algo similar a un artista que diseña
distintivos, o p a ra decirlo con más exactitud, vivir en el
un país. El diseño no puede ser tan grande como el país,
tiem po con engaños continuos p o r tener o haber tenido
al contrario, debe ser infinitam ente más pequeño; sin
u n a y otra vez experiencias contem plativas! E n su ansie­
embargo, sobre esa base, le resulta más fácil a un obser­
dad interpretó m al el m om ento de la contem plación a
vador exam inar las particularidades del país. Y es muy
m edida que iban en aum ento sus ansias se ap artab a de
posible que a este observador le acontezca, en el caso
ella y la in terp retab a como ilusión, hasta que nuevas
de que súbitam ente se encontrara en ese lugar, con millas
ansias se la revivían. O quizá llegó a adm itir el haberse
y millas de extensión, que le harían irreconocible el país o
equivocado, actuado mal o andado por u n cam ino
tener una idea de él, a la m anera de un viajero que no
erróneo. Pero luego, después de reflexionar, llegó a serle
supiera encontrar su camino. Esto acontecía con el de
tan evidente que el castigo se le asem eja a u n remedio
doble m entalidad. Su índole de conocimiento era un
T u v o la im presión de que n in g ú n médico hizo tan ag ra­
engaño de los sentidos. Lo que tenía presente, p o r la
dable su rem edio como esta reflexión sobre el castigo
presión de la contem plación, debe ser am pliado con lar­
Sin embargo, cuando se im pone el castigo, m om entánea
gueza. N o lo posee, pero está en movimiento. Pues la
m ente, como sabe el médico, p arece em peorarse p a ra qUe
vida es sim ilar a un poeta y en este aspecto es diferente
la salud pueda triunfar. Se im pacienta. Mediante la
de aquel observador que no busca sino llegar a u n a con­
reflexión se h a considerado san o ; piensa en lo bien qUe
clusión. El poeta nos im pulsa hacia el centro complejo
se encuentra por h ab er superado la enferm edad. I?s as^
de la vida.
como el hom bre indolente desarrolla u n poder im agi­
A hora bien, el hom bre de doble m entalidad actú a con
nativo desproporcionado. D e inm ediato piensa cómo se
un simple esquem a contem plativo. El tiempo, ignorado
organizará, qué agradable será realizar tal o cual cosa *
por esta índole de contem plación, empieza afirm ando su
está menos inclinado a pensar que debería hacer esto o
validez. Y resulta obvio que durante toda la eternidad
aquello. Es u n a reflexión incitante, pero cuando debe
el tiempo carece de derecho p ara negar que el Bien dis­
apartarse del cam ino (pues la reflexión es sim ilar a u n a
pone a su favor de todas las ventajas. Pero goza de la
r u ta ) , entonces todo cambia. A hora en vez de m a n te ­
facultad de prolongar el tiem po y, por consiguiente, hacer
nerse en la reflexión y en su p ro p ia estim a, y adecuarse
más difícil algo que la contem plación en apariencia inter-
a ella, la expulsa. H a tom ado a la ligera la reflexión
como si se tra ta ra de la calidad que sana del remedio, } suave que p u ed a enrollarse alrededor del cuerpo. No cree
como si la salud tuviera que empezar, inclinado a u n a que p or la voluntad el hom bre debería mantenerse firm e;
interpretación inadecuada de la reflexión como decep­ cuando está por fallar, aquella voluntad lo ha de sostener.
ción. jN o es esto doblez: estar enfermo, aceptar el tra ta ­ No considera que la voluntad sea el móvil, pero que d e­
m iento del médico y, sin embargo, no querer confiar en bería ser aquel móvil en sí flu ctu an te y, por este motivo,
el médico, sino que arbitrariam ente se lo interrum pe! m antenerse firme, es decir, que debería ser movida y
¡N o es indecisión cuando un enferm o se da un baño, sostenida por causas, consideraciones, amonestaciones p ro ­
pues siente calor, pero al com probar que está dem asiado cedentes de otros, experiencias, norm as de vida. Si nos­
caliente, sale de ahí sin tener en cuenta el peligro! ¡N o otros, con adecuada propiedad, pudiéram os com parar la
es tam poco indecisión cuando con algo de tranquilidad voluntad en el hombre con el ím petu de un buque en
reflexiva, y sabiendo que está enfermo, empieza con lo el cual se en cu en tra: en tal caso, él cree todo en form a
mismo de antes! contraria, que la voluntad, e n vez de su poder propulsor,
Al reconocer que la contem plación y la reflexión están es algo que debe ser arrastrado, que hay motivos, consi­
a distancia de la eternidad, muy lejos del tiem po y la deraciones, amonestaciones ajenas, experiencias, normas
actualidad, tenemos esta verdad: el que conoce entiende de vida, que la m ueven de aquí para allá como si pu-
esta verdad, pero no se entiende a sí mismo. Es cierto dieia com pararse a una barcaza, es decir, a una frágil
que sin este reconocim iento la vida h u m an a carece más barcaza. Pero con tantos golpes la voluntad es impotente,
o menos de sentido. Pero tam bién es cierto que este reco­ “en cierto g rad o 55 m enospreciada en relación con las cau­
nocim iento, a causa de fom entar u n a eternidad espúrea sas, considei aciones y amonestaciones y en la forma cómo
ante la im aginación, da lugar a la indecisión, en caso deben actu ar unas sobre otras. H a trastornado cuanto
de no estar acom pañada lenta y honestam ente por la está a su alrededor. Aquello que sería una am enaza para
pureza de corazón. la vida p a ra quienes con el ím p etu de la eternidad avan­
D e m odo que tam bién es factible que el de doble zan hacia un m undo mejor, lo acepta como una ventaja
m entalidad haya querido el Bien, pues quien sentim ental­ que anhela vigorosamente, y en cambio lo que merece
m ente h a caído bajo la seducción de la doblez o por un ser conseguido cuanto antes, lo dilata o, por lo menos,
reconocim iento lejano, tam bién dispone oe voluntad, pero lo considera como algo neutral. Sin duda que esta clase
careció de poder, y el germ en de la duplicidad yace en de personas perm anece en su doblez, encerradas en ella,
u n íntim o desagrado psíquico. T am bién dispone de atareadas con trivialidades cu an d o en vez de apresurarse
voluntad en relación con el Bien. M an eja intenciones y m ediante la voluntad oel Bien, navegan únicam ente con
propósitos no menos que resoluciones y planes en rela­ el impulso de amenazas.
ción con su persona y con la de los otros. Pero de algo U no se hace cargo de la p ro p ia vida, con la esperanza
se h a olvidado: no cree que la voluntad es en sí misma, oe que todo le saldrá bien y con buenos deseos p ara los
o debiera ser, la realidad más sólida, tan d u ra como una otros. A vanza hacia la m ultiplicidad del mundo, seme­
espada capaz de cortar las piedras, pero a la vez tan jante al que procedente del cam po entra en una ciudad
ruidosa, en u n a m ultiplicidad donde los hombres atentos o en cierta m edida u n hom bre de respetabilidad, o por lo
a sus asuntos se apresuran, donde cada uno sólo cuida menos aquello que se puede llegar a ser dentro de los
de lo propio en un am plio “avanza y retrocede” , donde límites, “en alguna m edida” . No negaríamos que desde
todo está de paso, como si en cada instante cada uno este aspecto podría llegar a trasformarse en el hombre
no viera sino lo dispuesto para la p ráctica; aunque en m ás rico del m undo. Porque tam bién, el llegar a conver­
el mismo instante lo ve refutado, en este incesante m undo tirse en el más rico es algo q u e entra “ en alguna m edida” .
inquieto, en la m ultiplicidad, en la am plia escuela de la Sólo la decisión por lo eterno está por encim a de ese
experiencia. Pues ahí es posible experim entarlo todo, “ en alguna m edida” . En idéntica form a que sus v er­
todo resulta posible, incluso aquello que el hombre inex­ dades, el orden tem poral con todo lo que le pertenece está
perto podría im aginar, donde el Bien ocupa la presidencia dentro de “cierta medida” ; únicam ente son eternas la
y el crimen está a su lado o, al revés, el crimen ocupa el eternidad y su verdad. Por lo tanto no nos engañemos
prim er lugar y el Bien a su lado, en buena com pañía ni digamos que en sentido terrenal se avanza cada vez
m utua. Se está m uy dispuesto a caer en el dominio de m ás en la tem poralidad p o r querer de verdad el Bien.
la duplicidad. Su sentimiento es puram ente inmediato, No perm itam os que el lenguaje sea de tanta doblez como
su concimiento sólo cuenta con lo que ve, su voluntad lo es el m undo. No, desde el punto de vista tem poral
es inm adura. N o se tra ta de nada nuevo, es una vieja se adelanta en sentido terrestre, gracias a la doble m en ta­
historia. Lo que le está pasando ha acontecido con todos lidad, y nos vemos obligados a adm itir principalm ente
los de doble m entalidad que existieron antes de é l; esto le p or esta doble m entalidad que lo domina, que todo ello
proporciona excusas, pues h a llegado a consagrarlas. no es sino un falso brillo de u n id ad e interna coherencia.
Es probable que al llegar a este punto, algún charlatán, ¡C uidado! L a honestidad es lo que más perdura. P er­
tan indeciso como cualquiera de doble m entalidad y al manece, incluso cuando el rico se convierte en pobre a
cual de hecho sólo le interesa engañar, describirá la volun­ causa de su honestidad. T o d av ía perm anece cuando el
tad del Bien de un modo atrayente con miras a que llegue que fuera rico y más tarde pobre, muere y desaparece;
a representar algo en el m undo. Posiblemente finalizará después de la destrucción y olvido del m undo y cuando
su descripción afirm ando que la persona de doble m enta­ no hay pobreza, ni riqueza n i m oneda; o todavía más,
lidad nada significa en el m undo, con el exclusivo p ro ­ cuando el que fuera rico y luego pobre por largo tiem po
pósito de atemorizarnos. E n cuanto a m í, no deseo enga­ h a olvidado los sufrimientos d e la pobreza; sin embargo,
ñar. Todavía es m enor m i deseo de atem orizar m ediante todavía la honestidad queda en pie. Pero supongamos
fraudes; todo ello se asemeja a com portarse con falsedad. que se llegara a creer que la honestidad únicam ente tiene
Me limito a afirm ar que, desde el pu n to de vista de lo que ver con el dinero y los valores monetarios, y que
eterno, la indecisión se identifica con la nada. Por otra pasa lo mismo con la deshonestidad, y que llega a su
parte, contem plado desde la tem poralidad, contando con térm ino con el fin del orden establecido por los valores
su habilidad y su incansable industria, probablem ente monetarios. De seguro que la honestidad está relacio­
llegará a convertirse en un hombre de bien, respetado, nad a con la riqueza, la pobreza y el dinero, pero tam bién
tiene que ver con lo eterno. Y no esta rela.ciona.dci de
form a indecisa con el dinero y con lo eterno, con el p ro ­ 8
pósito de en trar en u n a relación financiera con lo eterno.
A causa de esto perm anece. No persiste por encim a de
todo dentro de “ cierta m edida” . Simplemente se m a n ­
tiene. Lo afirm ado no es una simple sentencia. Cons­
tituye una verdad eterna. Pertenece a la eternidad.
Además existe un proverbio que dice: Se necesita algo
E L P R E C IO D E Q U E R E R U N A C O SA
más que honestidad p a ra an d ar por el m undo. Pero
este proverbio replica a problemas sum am ente diferentes. Compromiso, lealtad, disposición para sufrirlo todo
Pregúntase, ¿dónde esta lo que permanece, como me las
puedo arreglar? El que se lim ita a preguntar, “cómo me
las puedo arreglar” , carece de verdadero deseo p ara un B. Si un hombre desea verdaderamente el Bien, debe
conocim iento auténtico. Pero aquel que pregunta que querer a la vez hacerlo todo con miras al Bien y sufrirlo
es lo que perm anece, ya ha com prendido; h a pasado del todo también por la misma causa.
orden tem poral a la eternidad, a pesar de que todavía
continúa viviendo. U no pregunta solo de modo com pa­ Oyente mío, antes de seguir adelante, si te parece a d e ­
rativo. El otro cuestiona desde el punto de vista de lo cuado, considerarem os el desarrollo del discurso hasta
eterno y, cuando llega la hora de la tentación, cuando ahora. Pues tam bién el discurso tiene un desarrollo tra ­
atestigua sobre su honestidad, entonces pregunta con pro­ bajoso, y sólo cu an d o se h a com pletado con la debida
piedad, recibirá ahora y luego en el otro m undo la res­ lentitud habrem os obtenido aquella m u tu a comprensión
puesta de la eternidad: ¡Sí, perm anece! Sí, es m ejor ir que el discurso presupone. U nicam ente al alcanzar este
a la casa del dolor que ahí donde hay fiesta21, pues en p unto el discurso, ya seguro, podemos recurrir a aquella
aquella se puede aprender; en la otra, despues de Cien agíadable rapidez p ro p ia de la auténtica vitalidad de la
años, todo ha caído en el olvido. Con toda seguridad, conversación. De m odo que la pureza de corazón consiste
hace tiempo que las fiestas y sus hombres galantes caye­ en querer una sola cosa; pero querer una sola cosa no
ron en el olvido, pero de verdad lo E terno no ha sido puede significar querer los placeres del m undo y cuanto
olvidado, incluso cuando han trascurrido miles de años. pertenece a. este, incluso en el supuesto de que alguien
se íeservara una sola cosa a su elección, puesto que esta
sola cosa no sena sino engaño. Desear una sola cosa no
podría, significar tampoco quererla en el va.no sentido de
su grandeza, pues únicam ente a un atolondrado puede
parecerle que es una. Paro.i querer una cosa se debe querer
el Bien. Ahí esta lo prim ero, la posibilidad, de capacitarse
para querer una cosa. Pero en cuanto a querer genuina- en algo imposible y, en consecuencia, el resultado no será
m ente una cosa, no se debe sino querer el Bien. Por otro u n discurso vago, puesto que el Bien puede exigir las más
lado, en cuanto al acto de querer el Bien, a quien no lo diferentes cosas de los diversos pueblos? Q uizá le exija
quiere de verdad debemos considerarlo de doble m enta­ d ejar de lado sus preferencias y reducirse a algo humilde,
lidad. H ay u n a clase de doblez que, por su índole intensa entregar sus propiedades a los pobres, incluso no sepultar
y activa de íntim a coherencia, quiere en apariencia el al propio padre. 22 Asimismo, es factible que exija de
Bien, pero se engaña pues quiere cualquier otra cosa. Es otros que se hagan cargo del poder y de las dignidades
decir, siem pre que aspirara al Bien con miras a la recom­ ofrecidas, que sepulten al padre, y que dediquen gran
pensa, por miedo al castigo o como una form a de auto- parte de su vida a la fidelidad que se manifiesta hasta
afirmación. H ay todavía otra clase de doblez que se en lo mínimo, que su propia vida carezca de exigencias
origina en la debilidad, la más com ún entre los hombres, y, antes bien, sea fiel a los que se han ido. No am onto­
una versátil m entalidad que quiere el Bien con cierta nemos confusión y distracción abundando en detalles.
sinceridad, pero únicam ente lo quiere “de modo gradual” . Estas reflexiones nos recuerdan la preferencia por lo insig­
El discurso debe continuar. Por lo tanto, si un hombre nificante, cuando se cree que por el hecho de hacer u n a
quiere de verdad el Bien, en tal caso debe estar dispuesto cosa se está haciendo más p o r el Bien que otro que lleva
a hacer por él cualquier cosa o querer sufrirlo todo para a cabo algo más. Porque si uno y otro ante la exigencia <
su conquista. U n a vez más recordemos que esta clasifi­ de hacerlo todo cumplen, entonces los dos hacen igual­
cación divide a los hombres, que esta división existe en m ente mucho. Y si ninguno de ellos se sacrifica por el
realidad: u n a división entre los activos y los que sufren, todo, entonces igualm ente hacen poco. Sin descender a
de m odo que cuando se habla de querer hacerlo todo, múltiples detalles, simplifiquémoslo en su unidad y seme­
pensamos en los sufrimientos que este acto puede acarrear janza diciendo que querer hacerlo todo equivale: el com ­
sin que llamemos a este hom bre un sufriente, puesto que promiso de querer ser y perm anecer leal al Bien. Porque
se tra ta de alguien que perm anece activo. Por sufrientes este compromiso es el compromiso por el todo, lo cual es
entendem os aquellos a quienes la vida parece haberles esencialm ente u n a sola cosa. De este modo no h ab rá
asignado dolores inexplicables y, en realidad, inútiles; oportunidad p ara la equívoca preferencia de lo insigni­
inútiles porque son sufrimientos que no benefician a otros, ficante. En tal caso el razonam iento puede ser más breve,
no ayudan en lo más m ínimo, sino antes bien representan pues es innecesario enum erar múltiples variedades y, en
una carga tanto para otros como para quienes los sufren. cambio, sostenerse con cuidado, dado que esta brevedad
I. S i un hom bre quiere el Bien de verdad, debe estar esencial equivale a la respuesta que debemos d a r a la rica
dispuesto a quererlo todo con miras a ese propósito. brevedad presente en la vida, en el acto del compromiso
Consideremos esto en prim er lugar; la voluntad de de querer ser y perm anecer leal al Bien. N adie cree que
quererlo todo con m iras al Bien. Todo, ¿al h ab lar así no estemos frente a un vasto problem a. Al contrario, desde
excedemos cualquier lím ite? ¿D om inar todas las dife­
rencias incluidas en el vocablo “ todo” no se convertirá 22 V éí--' Lucas 9 :5 9 .
el punto de vista de ia eternidad, me aventuro a afirm ar estas personas desafortunadas, a más de sus graves e ino­
es el compendio de todas las fracciones de la vida (pues centes sufrimientos, deben soportar el severo juicio del
lo longitud de la eternidad es la verdadera abreviación) arrogante, del atareado, del estúpido, quienes lo irritan
la que libera a la vida de todas sus dificultades; y es y ofenden, pero son incapaces de com prenderlo.
m ediante la decisión de querer ser y perm anecer leal Conversemos ahora de cómo hacerlo todo y hablemos
al Bien cuando se gana m ucho tiempo. C uando en reali­ de los hombres quienes, de esta o de aquella m anera,
dad lo que absorbe m ucho tiempo consiste en lamentarnos actúan en el m undo como en un escenario. No existe
que carecemos de tiempo, en la indecisión, la distracción, absolutamente ninguna diferencia, gracias a Dios, en el
pensamientos y resoluciones incompletos. Es por este hecho de que sea grande o pequeño el papel que deben
motivo que decimos: ser y perm anecer leales, de modo desempeñar. En relación al más elevado de todos, n ad a
que el compromiso no debería confundirse con la extra­ im porta cuando lo confrontam os con el querer hacer todo,
vagancia de un m om ento expansivo. Aquel que decidi­ i O ué inmensa es la m isericordia de Dios en relación con
dam ente quiere ser y perm anecer leal al Bien, es capaz nosotros! El Eterno desconoce todas aquellas nocivas
de hallar tiem po p ara todas las cosas posibles. No, no querellas y comparaciones que ensalzan e injurian, que
puede hacer esto. Pero ni necesita hacerlo porque quiere suspiran y envidian. C ada uno queda con su exigencia
u n a sola cosa, y por este solo motivo no tendrá que llevar propia, tanto el que ha vivido lo más grande, como el
a cabo todo lo posible, y así dispone de am plio tiempo que h a vivido lo más insignificante. Así como los rayos
p ara el Bien. del sol brillan tanto en la choza del campesino como en
El compromiso de querer ser y perm anecer leal al Bien el palacio del gobernante, igualm ente el E terno m ira lo
se expresa de verdad así: querer hacerlo todo. Esta más elevado y lo más bajo. Pero no con igualdad, pues
expresión revela el equilibrio que no reconoce ninguna si el más elevado no está dispuesto al cum plim iento del
distinción proporcionada a las diferencias actuales de la todo, la eternidad lo contem pla con ira. Pero supongamos
vida o de las circunstancias hum anas: ser una persona que el rico, gracias al ingenio, tuviera éxito p ara lo­
activa o uno que sufre, porque tam bién el que sufre puede grar que el sol brillara con más intensidad en su palacio
estar com prom etido con el Bien. Es algo que interesa al que en la choza del pobre, n u n ca hom bre alguno logrará
pensam iento y al discurso, de tal m anera que la discordia m anejar de esta m anera el Bien y la eternidad. A cad a
no existirá ni se vislum brará; de tal m anera que el dis­ uno se le exige exactam ente lo mismo: querer hacer todo.
curso no incitará a una persona activa, capaz de llevar a Si esto llega a cumplirse, en ese caso el Bien extiende su
cabo m uchas cosas, a que se compare con el que sufre bendición en igualdad sobre todos aquellos que realizan y
vanidosam ente, ni provocará al que sufre m ucho, el cual perm anecen leales a este compromiso.
en apariencia em plea su tiem po en inútiles dolores, para Supongamos ah o ra que terrenal y tem poralm ente reco ­
com parar desesperadam ente su inutilidad, su pena, su m endáram os el compromiso, que dijéram os: ‘N o im p o rta
aparente superfluidad, sino con otros tam bién sufrientes, que saltes o serpentees. D e todas m aneras existe el riesgo.
con lo que llevan a cabo los que actúan. M uy a m enudo Pues, a pesar de que por cierto tiem po tengas éxito en
danzar entre rosas, no p o r eso dejará de venir el difícil del com prom iso astutam ente, ya durante el trascurso de
m om ento de las tribulaciones, así que conviene estar siem­ la vida.
pre preparado.” Q ue nunca deseemos vender lo santo o, L a decisión consiste en querer hacerlo todo con miras
más propiam ente, no olvidemos nunca que la eternidad al Bien; no es inteligente desear sólo poseer las ventajas
no está en venta; que no se considere tan buena como del Bien. Existe en todo hom bre un poder, un peligroso
p a ra ser vendida y com prada por un comerciante, un y al m ism o tiempo gran poder. Se llama destreza o habi­
sinvergüenza. Así como un ladrón de lo sagrado es el más lidad. L u ch a de continuo en contra del compromiso.
despreciable de los criminales, lo mismo pasa con quien Lucha por su vida y su honor, pues si la decisión logra
se considere tan listo y astuto que aparente querer lo más triunfar, entonces esta destreza es como si estuviera con­
elevado que existe sin quererlo de verdad. El que roba denada a m o rir. . . d egradada hasta llegar al límite de
en el templo y saquea los tesoros sagrados, ese quizá logre un servidor m enospreciado cuya charla se escucha aten­
apoderarse de ellos, pues no se tra ta sino de objetos tam ente, pero cuyos consejos de n ad a sirven para lo pre­
externos. Pero éste que se considera mañoso nunca viamente decidido.
obtiene éxito en robar el compromiso o librarse a sí mismo. El hom bre en su interioridad utiliza la inteligencia de
La justicia siempre activa que la im parte eternam ente se m odo deplorable con el propósito de mantenerse lejos
m antiene tan vigilante que los criminales no sólo no son de toda decisión. La inteligencia puede ser mal utili­
nocivos a lo eterno, sino que por su misma imperfección no zada de mil form as diversas, pero para no extendernos
lo logran y, por el contrario, se convierte en una acusa­ en lo que aum enta su im p o rtan cia y, por ende, en aquello
ción de su m anera de proceder. E n relación con lo Eterno, que a p arta la atención de lo que interesa, nos limitaremos
el peor acto del crim inal resulta sim ilar al ladrón de lo a señalar este abuso con una sola expresión: búsqueda
sagrado el cual, en vez de apoderarse de los vasos sagra­ de la evasión. Siempre es lam entable el olvido del lugar
dos, se dirigiera a los ministros del tem plo y les d ijera: que a uno le corresponde, o el desertar de la lu ch a;
“Deseo apoderarm e de los vasos sagrados.” Pasa lo mismo pero el intelecto h a ingeniado diversos medios que en
apariencia se anticipan a la lu ch a: la evasión. M ediante
con el hecho de robar el compromiso; no logra éxito,
sino que el culpable se delata a sí mismo ante el Eterno la evasión no se corre peligro ni se pierde el honor por
escaparse cuando sobreviene; por el contrario, al no
y m anifiesta: “Deseo robar el compromiso.” En la eter­
afro n tar el peligro se tiene ventaja. Además por ser muy
nidad no existe la ilusión de los sentidos, algo que en
inteligente conquista m ucho honor, otra ventaja. Sólo lo
m oral viene a significar lo misino, no hay posesión actual
eterno, el Bien, como tam bién las Sagradas Escrituras,
de bienes robados. No lleguemos, por lo tanto, a u na
son de opinión diferente en lo referente a la evasión y
decisión engañosa e inútil. Si alguien anhela escabullirse al inteligente que se considera m uy honrado. Se refieren
de la vida, dejémoslo. L a verdad puede todavía apro­ a esto cuando expresan: “Nosotros no somos cobardes
vechar alguna oportunidad p a ra inducirlo a una decisión p a ra perdición” (H ebreos 1 0 :3 9 ). Q ué extraño parece
a favor del Bien. Pero que no crea que puede apoderarse que u n hom bre que se h a lla en condiciones de evitar el
daño, y cuando ya cree estar seguro y a salvo (cosa dente es que la menor gracia obtenida en el servicio del
que podría creerse después de haber escapado del d añ o ), Bien es una bendición infinitam ente mayor que el llegar
precisam ente al llegar a este punto se sumerge en la per­ a ser el más poderoso en aquel otro servicio. De veras,
dición. muy de veras, es verdaderam ente cierto, en relación con
El astuto habla de este m odo: “Después de todo es lo que no es de Dios, ¿pero tam bién, felizmente, es verdad
dem asido tarde. Si he ido demasiado lejos y he caído para el hom bre sincero que Dios no puede ser burlado por
aplastado, ¿quién podrá ayudarm e? Me convertiría en un el hombre? Incluso en el supuesto de que el sincero resul­
lisiado por el resto de la vida, motivo de burla y escarnio. ta ra afligido, quizá precisam ente era esto lo que requería.
¿Q uién me ayudará? ¿Q uién lo ayudará? ¿Q ué otro ¿N o acontece que el pozo se tapa después que el niño
puede ser sino aquel poder en el cual confiaba al aven­ h a caído en él, m ientras que antes todos los argumentos
turarse tan lejos? De seguro que no será a la m anera y avisos resultaron inútiles? A hora bien, de m anera
en que el m ás fuerte presta ayuda al cobarde, sino más similar al niño que debe tropezar, ¿diremos que ello ha
bien al estilo del siervo inútil 23 que hace todo lo posible sido totalm ente inútil?
p ara cum plir la voluntad del señor. Pero, en este caso, O tro afirm a: “Carezco de fuerza p ara arriesgarme a
el m añoso con el recurso de las evasiones habla como si todo.” De nuevo nos encontram os con el vocablo evasión,
el Bien careciera de poder, o como si el poder nada una evasión acom pañada de la p alabra “todo” . Porque
significara, ele tal m odo que este inteligente, si eligió el el Bien es absolutam ente capaz de considerar y com putar
riesgo, al hacerlo todo, se privaría del Bien. En tal caso, su exigencia en relación con la fuerza de que ese hombre
no existe nadie que pueda ayudarlo, en el supuesto de dispone. Y, lo que es m ás im portante, si sinceramente
que se av en tu rara a hacerlo, y aquello que una astuta quiere aventurarse, de seguro que recibirá suficiente ener­
im aginación inventa y que lo habilita p ara olvidar las gía en el acto de decidirse. Pero no es así, este astuto
turbadoras bases de la evasión en sus matices terribles, desea, cuando recurre a las evasiones, disponer de sufi­
pasa al olvido. L a evasión, por lo tanto, nada realiza. ciente valor por adelantado. Q uiere su mal empleo, simi­
Y esto incluso en el supuesto de que acontezca algo lar a un soldado que, con la intención de distinguirse
terrible: el aventurero confidente se perjudica. ¡P o r lo en la batalla, pide que d e antem ano le otorguen alguna
general, incluso el gobierno terrenal acostumbra a tom ar distinción. Es algo que carece de verdad, pues ignoramos
bajo sus cuidados a quienes han sufrido por su lealtad en qué m edida la batalla otorga energía. En cambio, es
al estado; por lo tanto, Dios y el Bien no tom arán a su cierto que la confianza gracias a la cual se ha aventurado,
cargo a los fieles sirvientes, con tal de que sean sinceros! ofrece u n a fortaleza superhum ana. Con todo es tam bién
G uando han acontecido cosas terribles a una persona cierto (¡o h , adm irable cuidado!) que quien carece de
que todo lo ha arriesgado, entonces el gobierno le dice: confianza no recibe esta energía. Considera, lector, que el
“Amigo mío, ya no te puedo utilizar.” ¡O h !, cuán evi­ gran buque de batalla recibe sus órdenes cuando todavía
está lejos en el m ar; la pequeña balandra lo sabe tam bién
23 Véase Lucas 17:10. por adelantado. Y ahora, en sentido espiritual, aquel
está realm ente dispuesto a hacerlo todo solo, sin tener en hijos. Interpretado espiritualm ente, el miedoso ante el
cuenta si se tra ta de algo grande o pequeño. L a pequeña Bien com prueba que no le preocupa el bienestar de
chalupa es la persona inteligente, no im porta que se trate la esposa y de los hijos.
de lo más elevado o lo más Ínfimo. O tro quizás exprese: “L a experiencia enseña que es
Alguien afirm a: “Lo poco que puedo hacer carece de m ejor dividir las energías d e m odo que por un lado se
im portancia.” El habilidoso es educado, com prende y pueda ganar, aunque se p ierd a desde otro aspecto. M e
d ic e : “Excúsenm e.” A ctúa como si el Bien fuera un ser lo debo a mí y a m i futuro, no jugarlo todo en un solo
distinguido, y como si el hecho de querer el Bien fuera aspecto.” Sí, Dios consiente en no restringir sus tribula­
un acto tam bién distinguido. Pero se trata de una idea ciones al futuro, pues esto es m uy poco; pero es preciso
equivocada. No pide ni más ni menos que el todo, trá ­ tener siempre esto ante los ojos y recordarlo: el futuro
tese o no de algo m ínim o, en este o en aquel lugar. El es una eternidad.
óbolo que la viuda ofrecía era todo lo que poseía. Ante Sin em bargo, ¿cóm o podríam os poner fin a nuestro
Dios, sin embargo, era u n a enorme suma como si se tra ­ discurso sobre las evasiones? ¡ Q uien sería capaz de em ­
tara de un m ontón en el cual estuviera todo el oro del prender esta tarea inútil, este lu ch ar en el aire! Si alguien
m undo, y como si alguien fuera propietario de todo el fuere capaz de llevarlo a cabo, si lograra enum erarlas
oro del m undo. C uando se recolectara la m oneda es todas y reunirías, y entonces, a sem ejanza de un fugitivo,
posible que se dijera a la viuda: “No, m adre, quédate se escapara p ara adoptar o tra apariencia a pesar de que
con tu óbolo.” Pero en cuanto al Bien, ¿cómo lo expre­ en esencia es el mismo, a u n así quedaría o tra evasión,
saremos? Su bondad era tan enorme que no reconoce aunque pareciera no existir ninguna, aunque u n a firme
diferencia alguna. inspección fuera capaz de descubrir que únicam ente se ha
O tro dice: “N o me siento tranquilo al hacer esto a exam inado u n a sola base y d e ahí que todavía quede la
causa de mi esposa y de mis hijos.” Cuidado, se tiene en posibilidad de otra evasión.
cuenta al gobierno civil. . . pero es algo fuera de lugar. De esta m an era el indeciso, seducido por sus mañas,
Considera si este hom bre, como esposo y padre, podría se rindió a las evasiones. “ Pero esta actitud no le reportó
hacer algo m ejor para su esposa e hijos que el inculcarles provecho alguno.” ¡ O h!, no nos engañemos ni quedemos
confianza en la Providencia. No se tra ta aquí como en tranquilos p a ra negociar en la corte m undanal sobre lo
la vida civil, donde aquel que se expone a riesgos aven­ santo, ni formulemos una introducción profana para lo
tu ra la esperanza de que el estado tome a su cargo a la santo como si quisiéramos el bien con el propósito de
esposa y a los hijos. No, interpretado espiritualm ente, prosperar en el m undo. Convengam os que este hombre
al aventurarse ya cuidó de ellos de la m ejor m anera mañoso am ontona p a ra nada, ni siquiera p a ra lo que
posible, pues por lo menos les ha mostrado su fe en la podría significar algo en este m un d o . Existe, sin embargo,
Providencia. Aquí, por lo tanto, no es como en la vida un poder al cual denom inam os m em oria. Debería contar
civil en la cual quien em prende algún riesgo puede con el aprecio de todos los buenos, no menos que con el
hacerlo, teniendo en cuenta el cuidado de su esposa e de todos los que am an lo bueno. Sí, debería contar con
el aprecio de quienes lo am an, de tal modo que casi pre­ si encalla en la eternidad? ¿De qué le aprovechará al
fieren el m urm ullo de la memoria, a la visión m utua, enfermo im aginarse, como acontece a muchos, que está
como cuando dicen: “ ¿ T e acuerdas de esta o de aquella bien de salud s.i el médico afirm a que está enfermo?
o p o rtunidad?” Externam ente tam bién se usa la inteligencia de un
A hora bien, la m em oria tam bién actúa en el sentido modo lam entable en lo referente a la decisión, es decir,
de la doble m entalidad. Le dice al individuo: “ ¿R ecuer­ se abusa de ella externam ente. Hablamos de quienes son
das aquella o portunidad?. . . ¡T ú y yo sabíamos lo que activos y quieren hacerlo todo con miras al Bien. E n lo
se te exigía, pero tú no cumpliste (para tu propia des­ p articu lar puede hacerse u n m al uso de la inteligencia
tru cció n ), te acuerdas bien! Es así como lograste acre­ de muy diversas formas. Pero, una vez más, no demos
centar tus propiedades (para tu propia destrucción). im portancia a lo que puede distraernos. Simplifiquemos
¿N o te acuerdas de eso? ¿N o tienes m em oria de aquella lo que es significativo y demos un único nombre a los
época? T ú sabes lo mismo que yo a que debías aven­ abusos: decepción. El mañoso sabe cómo alterar en escasa
turarte, los peligros que te am enazaban, lo recuerdas, m edida el Bien p a ra conquistar la buena voluntad del
pero te retiraste (p a ra tu propia destrucción), ¿lo re­ mundo. No ignora lo que debe añadírsele y lo que con­
c u e rd a s ? ... O btuviste un buen servicio, la insignia de viene sustraerle. Conoce las palabras agradables que de­
honor en tu pecho te recuerda como dejaste de avanzar be pronunciar p a ra los oídos, lo que debe confiar a su
p ara tu propia destrucción. destreza, cómo debe ap retar la mano, cómo debe b alan ­
“ ¿No recuerdas aquellos días. . . lo sabes bien por ti cearse, qué giros hay que dar, cómo debe cam biar y
mismo y por m i voz solitaria que sonaba en tu corazón alterar “ con la intención d e cum plir en la m ayor m edida
sobre lo que debieras haber elegido, pero retrocediste posible con el Bien.” Pero el secreto de la decepción, al
(p ara tu propia destrucción), no lo recuerdas? Era la cual pueden reducirse todas sus diversas expresiones, es
época en que el aprecio popular y las exclamaciones de éste: creer que no son los hombres quienes necesitan del
las masas te saludaban como el justo, ¿lo recuerdas? Sí, Bien, sino el Bien el que necesita de los hombres. Es
a ti te conviene recordar la exaltación y el favor p opu­ desde este aspecto que los hombres deberían ser conquis­
lares, pues en la eternidad no serán reconocidos. ¡ E n tados. Porque el Bien es un pobre mendigo sum am ente
cambio, en la eternidad no se olvidará lo que dejaste de necesitado, en vez de ser los hombres quienes sufren nece­
cum plir! Pues, ¿de qué le aprovechará al hom bre si con­ sidad, precisam ente de aquello que les hace más falta,
quista todo el m undo y pierde su alm a? 24 ¿D e qué le lo que debe obtenerse a cualquier precio, aquello por lo
aprovechará, si logra conquistar el orden tem poral y todo cual todo debe ser dado y vendido para conseguirlo, con
lo que contiene, si rom pe con la eternidad? ¿D e qué le esta consecuencia: quien lo logra, todo lo logra. Sin
aprovechará si pasa por el m undo navegando con ayuda em bargo, acontece que todos están naturalm ente enloque­
de los vientos favorables de la exaltación y adm iración, cidos por la decepción. Algunos intentan engañar al Bien,
pero inevitablem ente caen vencidos, pues el que ap aren ta
24 Véase M arcos 8 :3 6 . triu n far por unas semanas o por toda la vida es víctim a
de u n a burla. Por otro lado, esta clase de inteligentes sólo m ientras m antiene su solidez. Pero la memoria que,
conquistan grandes ventajas en el m undo, y en esto tam ­ en su sentido más elevado y sobrio, purifica las más
bién resultan burlados. D eleitan a la gente con las melo­ ordinarias expresiones, es lo que en el lenguaje ordinario
sas adulaciones de la im aginación, y en esto se equivocan. llam aríam os “ un aprem iante purificador” . Visita u n a y
El gran engaño hum ano consiste en creer que el Bien otra vez a los ídolos populares. En tales ocasiones la
precisa la ayuda de los hombres. Su pensamiento secreto m em oria m urm ura dulcem ente a sus oídos: No recuer­
estriba en creer insatisfactoria la recompensa reducida das el giro engañoso que diste al problem a, gracias al
del Bien y, de este modo, confía en ganar más eludiendo cual te fue posible conquistar a las masas ciegas y con
en algo sus exigencias. su cooperación edificar u n a torre tan alta ? ” La voz
Seducido por su astucia, el de doble m entalidad llega común, en cambio, a firm a : “ M antente tranquilo, no p er­
a ad m itir: “ pero nada consiguió en este m undo.” No, mitas que nadie se dé cuenta de ello.” “ M uy bien, replica
pero no dejemos u n a m ala im presión; obtuvo muchas la memoria. Sabes que no me parezco a u n despreciable
cosas. U n buen núm ero de amigos del Bien, o de buenos cam orrista desesperado p o r defender lo suyo. Q ue des­
amigos que se congregaban con adm iración a su alre­ canse. N adie se d a rá cuenta, m ientras vivas, quizá ni aun
dedor. N aturalm ente, con este proceder creían acercarse después de que estés m uerto y olvidado. Sin embargo,
más al Bien, pero no se tra ta sino de un engaño, pues serás recordado por toda la eternidad.” ¡O h !, de qué
aquel a quien consideran inteligente no anda por la ru ta le aprovechó al siervo inútil, si su señor viajó muy lejos,
del Bien. Son muchos los que se congregan a su alrededor tan lejos que nunca llegaría a verlo en esta vida, si este
con la idea de que el Bien es algo extraordinario que señor no fuera sino la m em oria, el recuerdo con el cual
sirve p ara conquistar más honores. Pero a la vez con­ se encontraría en la eternidad! ¡D e qué le sirve al con­
sideran que el Bien es algo tan excepcionalm ente extra­ denado, si al llegar el día del castigo es alejado durante
ordinario que requiere la unión de muchos p ara conse­ toda su vida; dónde está su provecho, si el juicio fuera
guirlo. Sin embargo, esta idea no merece consideración, pronunciado y debiera cum plirse por toda la eternidad!
aunque falsamente se la denomine hum ildad. Con ella Por lo tanto, es m ucho lo que consigue este mañoso.
se insulta al Bien, el cual, en su bondad infinita, no se Acomodémonos a su m anera de pensar: conseguir algo
niega al más insignificante, a quien perm ite solicitarlo y en el m undo. Se habla m ucho en form a im paciente y
conseguirlo, con tal de que esté dispuesto a comportarse errónea sobre el particular. Sin d u d a alguna está bien
totalm ente en su honor. P or otro lado, el Bien rechaza que todos deseen hacer algo. Es algo serio el desearlo,
cualquier índole de honores y distinciones estúpidos, m e­ pero es indudable que no lo sería interpretar para sí y
d iante los cuales com paran su excelencia con el “indi­ para la propia vida lo que significa decir que tal o cual
viduo” quien, escaso de dinero, para conseguirlo considera hom bre debe realizar lo excepcional, m ientras que otros
necesaria la com pañía de los otros. Con ayuda de las nada realizan. Supongamos que lo tem poral no es in ter­
masas, el mañoso elevó un m onum ento enorme. Se tra ta pretado tal como se describe, pero consta que así es en
de algo fabricado (hay muchos otros sim ilares), agradable realidad. U n medio que trasp aren ta de m odo homogéneo
la E ternidad. En tal caso cualquier volición de lo eterno
temporal, tam bién se va realizando dentro de las exigen­
en el hom bre, así como tam bién la volición de lo eterno
cias del orden temporal. Esto es lo que acontece de muy
llegarán a ser adecuadam ente perceptibles en lo tem poral,
diversas formas, o en todas las formas posibles, en el orden
con tal que el orden tem poral acepte los mismos poderes
temporal. G uando una persona inteligente, más ad ap tad a
de com prensión: de tal form a que el hombre que quiere
a lo Eterno y menos a los momentos de la tem poralidad,
algo lo lleva a cabo en el orden tem poral y cree que
dirige sus palabras a los hombres, es muy raro que la
significa algo a los ojos de m uchos; en tal caso la voluntad
com prendan o que la escuchen. En cambio, si un segui­
eterna sería evidente, así como lo es el volumen de un
dor verboso viene en su ayuda para que pueda llegar a ser
grito por el efecto que produce en la habitación, como
mal interpretado: en tal caso logra éxito, pues son muchos
tam bién una piedra a rro jad a en el agua revela su tam año
ios que lo com prenden en forma instantánea. Aquel ver­
por el círculo que form a a su alrededor. Si de esta m a­
dadero pensador se trasform a en un elem ento superfluo
nera se desarrollaran las relaciones entre lo tem poral y
en la vida, pero el que se dice su seguidor es un hombre
lo eterno, tal como el eco corresponde al sonido emitido,
práctico que llega a realizar cosas extraordinarias en el
en tal caso lo realizado sería una fiel trasmisión de la
orden tem poral. Sólo raram ente acontece que las exi­
voluntad eterna en el hom bre. M ediante las realizaciones
gencias de lo E terno y de lo tem poral lleguen a una
hum anas, sería luego posible deducir lo que hay en ellas
situación de conform idad. No insultemos a Dios ni al
de eterno. Pero, en tal caso, nunca hubiera podido acon­
Dios-Hombre con la presunción de que cuanto a éste le
tecer en el orden tem poral (para no m encionar sino lo
aconteció fue algo accidental, que su vida expresaba algo
m ás elevado y lo más terrible, aunque también es la expli­
transitorio, quizás algo que en caso de haber vivido en
cación de todo) que el hijo de Dios, revelado en forma
otras épocas en tre diferentes pueblos no le hubiera acon­
h u m ana, fuera crucificado y repudiado por el orden tem ­
tecido. Por lo tanto, si el discurso sobre el cum plim iento
poral. Porque él verdaderam ente quería lo eterno en sen­
ha de tener algún significado, es, precisamos, distinguir
tido eterno y, con todo, en lo tem poral fue repudiado.
entre los puntos de vista tem poral y eterno. Son dos
Lo que aconteció con el hijo de Dios pasó tam bién con
puntos de vista opuestos, entre los cuales todo hombre
los apóstoles, tal como lo habían esperado, y así ha ido
debe elegir teniendo en cuenta sus propios esfuerzos y
aconteciendo con varios testigos del Bien en quienes esta
voluntad eterna ardía fervorosamente. su época. Pues si juzgam os en cuanto a las consecuen­
cias (por cuyo interm edio se intenta u n ir lo que se opina
En consecuencia, resulta evidente que el orden tem poral
sobre lo eterno y lo tem poral en un juicio realizado des­
no trasparenta lo Eterno. E n realidad, el orden tem poral
pués que hayan pasado los hechos) no es hum anam ente
en tra en conflicto con lo E terno. No es tan sencillo enton­
posible en el instante en que el mismo hom bre actúa, ni
ces realizar lo determ inado. A la m edida de la actividad
cuando actúan los otros.
de lo E terno en el testimonio, más amplio es el abismo
que los separa. En la m edida en que el luchador, en vez Por influencia de una sensible decepción, a menudo
una generación se considera capaz de juzgar a genera­
de adaptarse a lo Eterno, se pone a la par con el orden
ciones anteriores, por opinar que tuvieron una idea equi-
vocada del Bien. Y com ete el mismo error en relación nuidad y perm itía que el pueblo se enfervorizara con
con los contem poráneos. Precisamente es con respecto a ideas sin desear complacerlos. Pensaba que actuaba con
los contem poráneos que se podría saber si se defiende el astucia p ara que fueran creciendo en entusiasmo. Pero
punto de vista del m om ento o si se está de acuerdo con ahora el resultado com prueba lo que se me ha hecho
lo Eterno. Pasados los años, nada significa querer ador­ evidente, que se trataba de un visionario tonto y ciego!”
nar los sepulcros de los nobles y decir: “Si hubieran No han dicho muchos hombres y m ujeres presuntam ente
vivido en la actu alid ad ”, a la m anera en que lo estamos inteligentes: “El resultado com prueba que no era sino
pidiendo a los contem poráneos. Las ideas del momento un cazador de fantasías; debería haberse casado. Así h u ­
no son sino opiniones que desde una perspectiva terrenal biera llegado a convertirse en un distinguido maestro en
y trabajosa determ inan si se ha cum plido o no. Desde Israel.”
este ángulo, nada se ha perdido tan com pletam ente como ¡ Y, sin embargo, desde la perspectiva de la Eternidad,
ocurrió con la C ristiandad cuando Cristo fue crucificado. el crucificado cumplió perfectam ente con todo! Lo m o­
Según la perspectiva de aquella época, nada se habría mentáneo y lo eterno nunca estuvieron en una más atroz
logrado con una realización tan exigua como lo fuera el oposición que en este caso. Jam ás se repetirá n ad a igual.
sacrificio de una vida consagrada: la de Jesucristo. Sin Solamente a él podía acontecerle esto. A pesar de que,
em bargo, en aquel preciso instante, contem plado desde lo visto desde la perspectiva de la eternidad, con la sabiduría
Eterno, El había cum plido en form a total. Porque El no de la eternidad, manifestó a este respecto: “Todo ha fina­
lo juzgaba tontam ente por resultados que todavía no esta­
lizado.”
ban presentes, o m ejor todavía (pues ahí hemos de tener
Pues no es después de h a b er pasado ochocientos años
en cuenta el conflicto y lucha entre dos interpretaciones
que él, al aparecer de nuevo afirm a: “ H a finalizado.”
de lo que entendem os por “cum plim iento” ), verdadera­
No lo diría. T al vez se necesitarían m uchos siglos antes
m ente el resultado estaba ahí. Pregúntese a sus contem ­
de que pudiera decirlo en relación con la existencia tem ­
poráneos si acertaron con el resultado. A firm an respecto
poral. Sin embargo, lo que no se puede expresar después
del C rucificado : “Q ué necio, fue capaz de ayudar a otros
de diez y ocho siglos triunfantes, El lo dijo en su tiempo,
y no pudo ayudarse a sí mismo, pero ahora las consecuen­
en aquel momento en que todo estaba perdido. In ter­
cias son manifiestas y com prendem os lo que realm ente pretado eternam ente m anifestó: “H a finalizado.” Y lo
estaba allí presente.” 25 N o dijeron sus contemporáneos, dijo precisamente cuando la m asa del pueblo, los sacer­
especialmente quien se consideraba inteligente: “ ¡Q u é dotes, los soldados romanos, Herodes y Pilatos, los ociosos
necio, disponía de poder p ara convertirse en rey con tal de de las calles, las m ultitudes y los periodistas (en el su­
que hubiera sabido aprovechar la oportunidad, sólo con puesto de que hubiera en aquella ép o ca), en pocas pala­
la m itad de la inteligencia de que yo dispongo hubiera bras, cuando todos los poderes de aquel momento, por
podido ser rey. Al principio creía que obraba con inge­ diferentes que hayan podido ser sus sentimientos, estaban
de acuerdo en esto: todo se h a perdido, perdido sin espe­
25 M ateo 27:41-44. ranzas. Lo dijo clavado en la cruz en presencia de su
m adre; ante las m iradas de sus discípulos, ante el horror
del crucificado. Allí la m aternidad y la fidelidad de los
discípulos sucum bieron por la apreciación del momento,
de que todo estaba perdido. ¡O h!, aprendam os de este
hecho terrible que aconteció una sola vez (a pesar de que
no entra entre las creencias del m undo, que el crucificado
es el único eterna y esencialmente diferente de todo otro
hom bre), sí,.aprendam os sabiduría. No engañemos a los
jóvenes hablando tontam ente sobre el cum plimiento. No E L P R E C IO D E Q U E R E R U N A S O L A COSA
perm itam os que se preocupen por ponerse al servicio de
lo m om entáneo, en vez de querer con toda paciencia Sobre las evasiones
algo eterno. ¡ No perm itam os que procedan con rapidez
en juzgar aquello que quizá no com prenden, en vez de
querer algo eterno y contentarnos con lo poco que alcan­ Quien de verdad quiere el Bien, aguza la inteligencia
cen a com prender! Seamos justos en considerar que una para la reflexión: con la intención de prevenir las eva­
generación no es superior por el hecho de darse cuenta siones y, por ende3 ayudarse y persistir en el compromiso.
que otra generación previa estaba equivocada, si ahora La inteligencia im porta un gran poder; sin embargo,
en la actualidad no com prenden cómo llegar a distinguir se la tra ta como si fuera un servidor insignificante, un
entre lo m om entáneo y lo eterno de lo que está a su astuto menospreciable. H ay quien escucha al servidor,
alcance. de seguro, pero no perm ite que lo guíe en el obrar. Utiliza
la inteligencia en contra de sí mismo como espía e infor­
m ante, lo advierte de las evasiones e, incluso, avisándole
cuando sospecha de alguna. A hora bien, así como el
ladrón conoce los caminos ocultos y se sirve d e ellos, ta m ­
bién los conocen las autoridades para a tra p a r al ladrón;
el conocimiento en cuanto tal es el mismo en los dos casos.
En esta form a se utiliza la inteligencia. Ignoro si es
verdad que en el nacim iento de todo ser hum ano nacen
sim ultáneam ente dos ángeles, uno bueno y otro malo.
Pero sí creo (y escucharé cualquier objeción, aunque no
me convencerán) que cuando nace un ser hum ano a d ­
viene la vocación de lo eterno, expresam ente para él.
Para ser fiel a sí m ism a, esta vocación de lo eterno es lo
más elevado que se puede p racticar y tan profunda como
lo dicho por el poeta: “El am or a sí mismo no envilece enorgullezca de las ventajas materiales que ha logrado
tan to como el ser negligente, tam bién en relación con uno como prueba. . . de su insensatez; por m ucho que insista
mismo.” 26 Por lo tanto, no existe sino una sola falta, en señalar las insignias de distinción y tam b ién . . . la
una ofensa: la deslealtad al propio yo o la negación de degradación en ellas o c u lta ), u n a inteligencia digna de
su yo m ejor. El culpable de esta clase de faltas no es compasión, que se engaña a sí misma, precisamente en
sim ilar a un ladrón. L a autoridad civil no estará a la lo más elevado. L a única inteligencia genuina es la que
expectativa para atraparlo. Esta falta se inicia de una ayuda al hom bre con sincera devoción a querer el Bien.
m anera com pletam ente silenciosa, de tal modo que nadie Q uien de verdad quiere el Bien, de seguro utiliza
la advierte. ¿Será quizá por carecer de im portancia? la inteligencia en contra de las evasiones. ¿ Pero mediante
C iertam ente muchos creen que se puede buscar y alcanzar este uso no obtiene algo g rande en el m undo? Quizá sí,
la verdad, expresar en form a creativa la belleza y p er­ quizá no. Pero hay algo que logra definitivam ente: se
feccionar de m anera vital el bien. Aunque con la in ten ­ convierte en un amigo, en un am ante de la memoria.
ción de lograr ciertas ventajas en el m undo, m antuvieran Y es así en los m om entos apacibles, cuando la memoria
en secreto alguna infidelidad orientada hacia ellos m is­ lo visita ( ¡ y en estos m om entos qué diferente esta visita
mos, a pesar de que ap artaran un tanto las piedras que de aquella que se hace golpeando con amenazas a la
ciñen su vida interior para sentir menos escrúpulos, de p u erta del hom bre de doble m entalidad!) y entonces
m odo que a pesar de haber logrado ventajas m ateriales le d ic e : “ ¿ Recuerdas aquella época, aquella época en que
po r medios dudosos, todavía “ podrían verdaderam ente tu corazón quedó conquistado por u n a buena resolución?” .
preocuparse del Bien, la Belleza y la V erdad.” ¡ E x p re­ Y él responde: “ Sí, m i a m ad a .” Entonces la memoria
san con esto una estim a tan baja del Bien, la Belleza y continúa (y entre los que aprecian la memoria, ella les
la V erdad, como si pensaran en la posibilidad de utilizar es ta n estim ada que casi prefieren a la visión m utua su
cualquier instrum ento para lograr de él una m elodía m urm ullo cuando les p reg u n ta: “ ¿N o recuerdas aquella
arm oniosa, no im porta cuál sea, incluso una que lo d e­ época?” y “ ¿Puedes recordarla?” ), y la m emoria pro­
gradara ! sigue: “ ¿Puedes recordar las asperezas y sufrimientos a
Sí, el hom bre puede engañarse a sí mismo y a sus que estuviste sometido a causa de tus resoluciones?” El
semejantes. Pero cuando escucha atentam ente desde lo responde: “No, am ada, los he olvidado, ¡dejemos que
eterno, lo hace con la intención de que el sonar de las caigan en el olvido! Pero cu an d o en las penas y en la
cuerdas musicales sea puro y ordenado, e instantánea­ lucha que im pone la vida, cuando no hay sino confusión
m ente descubre tonos falsos y movimientos dudosos. R e­ en mis conturbados pensam ientos, quizá todavía me
chaza a esta índole de hombres, igual que un entendido parezca haber olvidado aquello que sinceramente había
rechaza el instrum ento dañado. ¡Ay!, estamos ante un querido. ¡O h !, tú que llevas su nom bre p o r el acto de
lam entable uso de la inteligencia (por m ucho que se recordar, m ensajera de lo eterno: M emoria. Visítame en
esta hora, tráem e el esforzado encuentro largam ente
2e Shakespeare en E nrique V, acto 2, escena 4. anhelado una vez más contigo.” Y la m em oria responde:
“T e lo prom eto, te lo juro por toda la eternidad.” Luego distinciones y adm iración) y, de esta m anera, sin que
se separan, pues así debe ser en el m undo de la tem po­ llegue a engañar a nadie con u n a ficción im aginativa.
ralidad. H ondam ente conmovido, d a una últim a m irada En la m edida de lo posible prefiere separar el Bien del
a la m em oria que se va desvaneciendo, así como se con­ contacto con las masas. T en d erá a dividir a la m ultitud
tem pla a un santo glorificado. Se ha ido y adviene la p ara entenderse con los individuos o con cada uno de
hora tranquila. No se tra ta sino de un m om ento tra n ­ ellos en particular. T endrá en la m ente lo que un anciano
quilo, no es u n gran m om ento, siempre con el supuesto sabio afirm aba en los tiempos antiguos: “Guando se
de que la m em oria m an ten d rá su promesa. Retiene en reúnen, y se sientan en u n a asamblea, o en la corte de
su alm a aquella tranquilidad en la cual se encontraría justicia, o en el teatro, o en el campo, o en cualquier otro
con la m em oria cuando a ella le placiera. Esta es su encuentro popular y se produce un gran tumulto, y
recompensa, recom pensa que supera todas las otras. Sí, a elogian algo que se ha dicho o realizado o critican otras
sem ejanza de la m adre que lleva a su am ado hijo apre­ cosas, exagerando en ambos casos, gritando y golpeando
tado consigo por un difícil camino, sin que le angustie las manos, y el eco de las piedras o del lugar donde
lo que pueda acontecerle, sino que únicam ente teme que se encuentra la asamblea redobla el sonido de los elo­
se conturbe al hijo; del mismo modo, él no está atem o­ gios y críticas, cuando esto tiene lugar, corno dicen, ¿no
rizado por las tribulaciones que el m undo le pueda se conmoverá el corazón del joven?” 27 Esto es exacta­
ocasionar. La única turbación es que se dificulte la posi­ m ente lo necesario p ara querer de verdad el Bien, que
bilidad de aquella visita que dorm ita en su alma. el corazón del hom bre se conmueva, pero con la inco­
Q uien de verdad quiere el Bien, tam bién utiliza la rru p ta cualidad de la juventud. Y, por lo tanto, el
inteligencia en el m undo. No es lam entable ser inteli­ hombre bueno, en el supuesto de que tam bién sea inteli­
gente; se tra ta de algo bueno. No es ninguna desgracia gente, com probará si es posible hacer algo p ara el Bien,
el que las autoridades sean inteligentes, así pueden seguir entonces tra ta rá de estar con los hombres a solas. Las
mismas personas que solitariam ente pueden llegar a
los ocultos rastros del crim inal p ara apresarlo y hacerlo
querer el Bien, no tardan en caer seducidas cuando se
inofensivo. E n la m edida en que el buen hom bre es
asocian y form an m ultitud. Por este motivo, el hombre
tam bién inteligente y conocedor, no ignora frente a la
bueno no in ten tará asegurarse la com pañía de la m u l­
verdad cómo el m undo desea hacerse agradable el Bien, titud con m iras a dividirla, ni anhelará que vaya tras él,
como la m ultitud desea ser conquistada, la muy tem ida cuando está intentando dividirla.
m u ltitud que “desea infundir tem or al maestro ante sus
No vamos a especificar en términos generales en qué
oyentes a quienes ad u la” . Sabe todo esto, no p a ra se­
form a el hom bre bueno utilizará 1a. inteligencia en el
guirlo, más bien p ara adoptar una conducta totalm ente m undo, pues lo que es necesario hacer puede ser total­
opuesta m anteniéndose lo más lejos que pueda de estos m ente diferente según el tiem po y las circunstancias.
engaños, de m an era que no llegue a adop tar ninguna ruta
ilícita que le consiga ventajas del Bien (obtener dinero, 27 Sócrates en La República d e Platón, V I, 492 B.
Aquel profeta austero 28 que se retiró al desierto y vivía que analizando atentam ente a tal individuo podemos
de langostas sabía, con respecto a sus contem poráneos, llegar a conocer a toda una generación, y llegar a la con­
cómo debía expresarse: no es la verdad la que necesita clusión, por la form a en q u e él se nos ocultó, de cómo
de los hom bres, sino que son los hombres quienes p re­ fue toda u n a generación. Pero es cierto, y todos lo reco­
cisan la verdad. Por lo tanto, estos deben arrimársele, nocen, que el que quiere de verdad el Bien no está en el
dirigirse al desierto. U na vez allí, no se les ofrecerá opor­ m undo p a ra revestirse con la apariencia del Bien, p ara
tunidad p a ra paliarla o considerar que son capaces de así ser aprobado ante los ojos del m undo y conquistar
hacer algo por ella; ahí donde el hacha no yace en los el aprecio general. No consiste su tarea en hacer del Bien
bosques, sino que está lista al pie de los árboles solitarios algo propio del momento, algo que será aprobado en u n a
y donde el árbol que no entregue buenos frutos está reunión ruidosa o que con rapidez conquista discípulos,
condenado a ser derribado. Sí, de seguro que han existido los cuales, tam bién en cierto grado, quieren el Bien. Se­
jueces que se h an nom brado a sí mismos y equivocándose guram ente no es así, su tarea ininterrum pida no está en
han cortado todo el bosque, y esto h a agradado a las la palabra, ni en la intención, sino en la íntim a concen­
m ultitudes. T am poco h an faltado aquellos sabios sen­ tración de su propia vida: p o n er en evidencia que cuanto
cillos que tra b a jab a n para el Bien de m anera divertida. lo rodea se le opone, no para ju zg ar de palabra, sino p ara
Sabían, pues eran inteligentes, lo que precisam ente nece­ que su vida pueda servir al Bien incondicionalm ente a
sitaban aquellos hombres frívolos, p ara que no ado p taran través de los actos. Su labor consiste en la obligación que
el ansia del Bien en vano, y así fueran inducidos a pagar h a asum ido de servir al Bien. Su verdadera función
una buena cantidad de dinero como recom pensa por no estriba en juzgar, ni en sus actos, sino en un acom pa­
haberlos engañado. La form a de ía diversión preparó el ñam iento p or cuyo interm edio el m undo circundante se
abuso en el ansia del Bien; lo opuesto a la diversión, por relaciona con él. Su actividad no radica en juzgar, sino
otro lado, reveló su frivolidad: ahí estaba el juicio. en querer el Bien de verdad. Sin em bargo, su sufrimiento
Sin esta inteligencia, con toda probabilidad lo hubie­ es un acto de juicio, pues p o r su interm edio el m undo
ran im itado com portándose con seriedad. A hora bien, circundante com prueba cómo lo deja sufrir y, sim ultá­
muy por el contrario, debiendo elegir se decidió por lo neam ente con estos sufrim ientos, advierte con m ayor
divertido. N unca se dieron cuenta de que en ello había claridad si quiere el Bien o si se encuentra atrapado en
algo serio, aunque a ellos mismos les faltaba seriedad. el engaño.
Ahí están el juicio y la conducta del juez. Su m anera de
Por encim a de todo quien sinceram ente quiere el Bien
ser expresa la m ás elevada ingenuidad pagana, pues el
no debe estar preocupado. C o n paciencia debe abando­
cristianismo se rige por otras consideraciones.
narse al Bien más allá de la recom pensa que obtendrá.
Sin embargo, sobre esto tam poco se debe generalizar. No se perm ite ni una sola p a lab ra de compromiso, ni una
Su secreto se aplica únicam ente al iniciado, de tal modo m irada. No espera el menor alivio procedente del mundo.
Está entregado por completo al Bien y a cuantos hechos
28 Ju a n el Bautista. o personas puedan necesitar su ayuda. N o actúa como
juez. Al contrario, es todo lo opuesto, él es el juzgado. tra b a ja r de m anera más efectiva a fin de lograr la victoria
Juzga solam ente en el sentido de que el m undo que lo del Bien, es decir, p ara que su posición fuera menos
rodea revela lo que es de acuerdo con la form a en que difícil, semejante a lo que acontece cuando a m edia­
lo estim a a él. noche, por efectos del terror, se siente uno solo “con sus
¿Pero de esta m anera n ada realiza, puesto que se le pesadas arm as en su peligroso puesto de guardia” . 29
oponen los hombres y carga con lo peor en esta lucha? N o sólo eso, lo que cum ple o lo que deje de cumplir,
Si nos referimos a esta vida diríamos que no, pero es en relación con el tiempo m om entáneo, no le interesa.
totalm ente diferente cuando hablam os de la eternidad. Siem pre realiza esto: se ha convertido en amigo y am ante
N o en esta vida, pues quien sinceram ente confía en Dios de la memoria. Lo lleva a cabo tanto si lo recuerdan
es entusiasta. N o se parece a un fragm ento de vela, cuya o no lo recuerdan en el m undo. Puesto que la memoria
llam a débil se extingue con el viento. No, es sim ilar a del m undo es similar al m om ento: u n a serie de momentos.
u n gran fuego; ni la torm enta lo puede apagar. La D e lo que está seguro es del recuerdo de la eternidad.
llam a de este fuego es semejante a u n a que existía en C uando abandona este m undo, n ad a deja tras de sí, lo
G recia: ¡ el agua no la podía extinguir! Y si en resumidas lleva todo consigo, n ad a ab an d o n a, lo obtiene todo pues
cuentas el m undo le hace sufrir con ello, n ad a pierden “Dios p ara él lo es todo”.
ni el Bien ni él mismo: puesto que el estar dem asiado
alto en el m undo es, con m ucha frecuencia, como en la
ordalía que se conoce como “juicio m ediante el agua” ,
una señal de culpabilidad. Puesto que el m undo otorga
más im portancia a las apariencias que al verdadero Bien,
en el reconocim iento de lo m om entáneo, tanto m ás se
realizará cuanto menos im portancia otorgue a los con­
tratos comerciales, a no buscar lo confortable o el poderío,
ni a sacar provecho p a ra sí mismo. ¡ Pero recordemos,
recordemos! N unca olvidemos el recuerdo, aunque se
debe tener en cuenta que somos capaces de olvidar. Y no
será capaz de recordar aquella época cuando buscaba
subterfugios p a ra evitar una decisión; de aquel tiem po
en que entendía de m odo diferente, con el propósito de 29 Véase Rosenkranz, Erinnerungen an Karl D a ub , pág. 24:
evitar una decisión; cuando abandonaba el lugar que le “ Así como al centinela, de noche o en u n lugar solitario, quizás
correspondía p a ra eludir la torm enta; de aquella época an te u n depósito de pólvora, le asaltan pensamientos que serían
imposibles en cualquier o tra circu n stan cia.”
en que se m ostró sumiso p a ra asegurarse u n a fácil sa­
K ierkegaard recuerda este m ism o pasaje en su obra Miedo y
lida en su penosa posición; de aquel tiem po en que buscó T em blor (F ear and T rem bling) en Collected Works, vol. I I I ,
refugio y com pañía con otros, quizá, como se afirm a, p a ra pág. 100.
10

E L P R E C IO D E Q U E R E R U N A S O L A C O SA

Análisis de un caso extremo de un sufriente incurable

II. Si un hombre de verdad quiere el Bien, en tal caso


debe querer sufrirlo todo por el Bien.

Esto se aplica a quienes son activos. Pero del que sufre,


si de verdad h a de querer el Bien, se exige que debe
quererlo todo por el Bien o, com o se afirm ó previam ente,
pues equivale a afirm ar la m ism a cosa (y en esto consiste
una igual participación de lo E terno en las diferencias que
existen en la vida terrestre), debe querer decididamente
estar y permanecer con el Bien. En efecto, h a de estar
dispuesto a sufrir y continuar sufriendo sin llegar a la
decisión, en el verdadero sentido de la palabra, de con­
descender con el sufrimiento. Se puede haber sufrido
du ran te toda la vida sin que n u n c a pueda decirse de él,
en sentido verdadero, que estuvo sufriendo por el Bien.
E n este caso tales sufrimientos son diferentes de los pro­
pios de u n a persona activa, pues los sufrimientos de esta
ú ltim a tienen un significado p a ra la victoria del Bien en
el m undo. C uando este sufriente acepta voluntariam ente
sus padecim ientos, él quiere sufrirlo todo por el Bien,
es decir, con 1a intención de que el Bien triunfe en él.
f

De modo que hablemos del deseo y por su interm edio


Por lo tanto, en este caso, el sufriente debe querer
del sufrim iento; demorémonos en esto, convencidos de
padecerlo todo. Todo, pero una vez llegados a este punto
que podemos aprender más profunda y seguramente
¿cóm o debe continuar el discurso? Porque, cuidado,
en qué consiste lo más elevado, mediante la consideración
todavía ahora la visión y el conocimiento del sufrim iento
del sufrimiento, más que poi la observadon de altos logros,
pueden fácilmente desviarse del orden que les compete.
en lo cual existen muchas distracciones. H ay deseos que
¿C óm o lo form ularíam os brevemente? Pues existen diver­
m ueren al nacer; otros que se olvidan como aquello que
sos sufrimientos, y algunos de larga duración. Por lo
pasó en el día de ayer; hay deseos cuyo desarrollo se favo­
tanto, una vez más, no nos distraigamos, sino que simpli­
rece, y luego apenas si se recu erd an ; hay deseos que se
fiquemos con miras a lo im portante. Centrem os el dis­
aprende a desechar y bien se h a hecho en desecharlos;
curso sobre el sufrim iento en el deseo. El deseo expresa
hay deseos que se extinguen, que se ocultan, en la misma
la conexión del sufriente con una existencia tem poral más
form a que se recuerda glorificado en la m em oria alguien
feliz (tanto la fe como la esperanza se relacionan con
que se h a ido. Estos son los deseos a que está expuesta
lo eterno m ediante la voluntad) y, al mismo tiempo, el
una persona activa. Pueden considerarse como enferme­
deseo es el lugar sensible donde el sufrim iento duele,
dades más o menos peligrosas. Su curación debe llevarse
el lugar sensible de continuo afectado por el sufrimiento.
a cabo m ediante la extinción de los deseos individuales.
A unque pudiera hablarse de un sufrimiento en el cual se
Pero existe, asimismo, un deseo que se extingue con
h a extinguido todo deseo, este sufrimiento sería similar
lentitud, un deseo que perm anece con el que realmente
al de un anim al, no al que beneficia al hombre. Q uerer
sufre, incluso por el dolor de su pérdida, y que solamente
poner fin al deseo es una especie de suicidio espiritual.
N o estamos hablando de deseos, sino más bien del deseo se extingue cuando él m uere. A cada deseo le concierne
con énfasis, así como tam poco hablamos de sufrimientos un objeto particular, y hay un gran núm ero de objetos,
aunque el deseo se aplica a la totalidad de la vida.
pasajeros, sino de un verdadero sufrimiento. El deseo no
Sin embargo, por triste que sea en sí el deseo, ¡ qué
es el remedio. Este adviene únicam ente por acción de lo
eterno. El deseo, al contrario, es vida sufriente, la salud grande es el gozo cuando lo acom paña la esperanza! H ay
esperanzas que nacen y m ueren; breves esperanzas que
en el sufrim iento. Es la perseverancia en el sufrim iento,
m ueren al día siguiente; esperanzas infantiles que, al lle­
pues como dijo un pensador: “Sentirse confortable en la
gar a la edad adulta, se desconocen; esperanzas por las
existencia tem poral es algo precario. D eja que la herida
cuales uno muere. Es por esta esperanza que el sufriente,
vaya creciendo, sin que se le aplique la cura y, sin
sometido a la pena del deseo, se com prom ete con el Bien.
em bargo, el médico sabe que la cura depende del hecho
De esta m anera acontece con la esperanza en la que
de m antener la herida abierta.” En el deseo, la herida
el sufriente, como sintiéndose m uy lejos, tiende hacia lo
se m antiene abierta p ara que lo eterno pueda curarla. Si
eterno.
la herida continúa creciendo, el deseo se cancela y, en
Con la fe el gozo es todavía mayor. H ay u n a fe que
tal caso, la eternidad no puede sanar; en ese caso la exis­
desagrada y se desvanece; u n a fe que se pierde y de lo
tencia tem poral ha estropeado la enferm edad.
cual luego nos arrepentim os y u n a fe que, cuando decae, Continuem os hablando del deseo y por ende de los
es como si m uriéram os. Pero entonces en la fe, en la sufrimientos. Siempre puede ser provechoso hablar del
decisión de la fe se llega a conquistar u na fe que no sufrimiento, con tal que ello no se limite a aferrarse a la
defrauda, de la cual no nos arrepentim os, que no se aflicción, sino antes bien en lo que concierne a la edifi­
extingue; capta lo eterno y se m antiene firme. M ediante cación del sufriente. Es perm isible e incluso es un acto
esta fe, con el dolor del deseo, el sufriente queda com ­ de sim patía insistir en el sufrim iento p ara que el sufriente
prom etido con el Bien. Esto es lo que pasa con la fe no se im paciente con una c h arla superficial en la cual no
gracias a la cual el sufriente se arrim a a lo eterno. reconozca sus sufrimientos, y no desespere de todo consue­
Pero lo que produce más gozo es el am or. H ay un lo y se endurezca en su indecisión. Existe verdaderam ente
am or que flam ea como una llama y luego desaparece; algo p ara m over vitalmente el deseo cuando éste ap u n ta
hay otro am or que une y divide: am or hasta la m uerte. a un objeto, y obra y continúa trabajando para su logro.
Pero en la m uerte, en la decisión de la m uerte, hay un Pero es m uy diferente vivir sin este deseo. Pensemos en
am or que no es sim ilar a una llama, que no es equívoco, A braham . 30 Vióse precisado a d ejar su hogar, m orar
que no es hasta la m uerte, sino más allá de la m uerte, entre gente extraña, donde n a d a le recordaba todo aquello
un am or que perm anece. En este am or con la pena del que había am ado; sin em bargo, a veces puede ser un
deseo, el sufriente está entregado al Bien. ¡ O h, tú, su­ consuelo el que nada nos quede de lo que hemos querido
friente, quienquiera que seas, buscarás en la indecisión olvidar, aunque es muy am argo p ara quien está ansioso
m ental el descanso que ofrece la existencia tem poral, el de lo que tuvo que abandonar. De aquí que para un
descanso que te perm ita olvidar tu condición de sufriente hom bre puede existir un deseo que lo abarque todo, de
(sí, así lo crees), pero cuánto m ejor te hace olvidar lo tal m anera que al tener que separarse, cuando ha em pe­
Eterno! D ada tu duplicidad m ental, caerás en la deses­ zado a alejarse, es como si an d u v iera p o r un país extraño
peración, porque todo se ha perdido (sí, esto es lo que donde n ad a sino lo contrario de lo que h a perdido le
piensas) a pesar de que con lo eterno todo puede ser recuerda lo deseado. Para él es como si m orara en un
conquistado! ¿D esesperarás en tu indecisión? ¿H as p en ­ país extraño, aunque perm anezca en su hogar, tal vez
sado en lo que significa desesperar? ¡ Ay, significa negar en el mismo lugar; aunque la ausencia del deseo le
que Dios es am or! ¡ Piénsalo atentam ente, el que en la recuerde de qué m anera viviera entre gente extraña, a
desesperación se abandona a sí mismo (sí, así piensas), tal extremo que el hecho de sufrir la pérdida del deseo
de hecho abandona a Dios! ¡ O h, no fatigues tu alm a con le parece más arduo y más crítico que la pérdida de su
lo que pasa y que sólo otorga u n descanso m om entáneo! mente. A un sin abandonar el lugar, su vida se mueve en
No aflijas tu espíritu con las comodidades que este m undo una senda trabajosa lejos de su deseo, quizás entre sufri­
sum inistra. No asesines al deseo con el suicidio; antes mientos inútiles, pues estamos hablando de uno que sufre
bien, conquista lo más elevado con la esperanza, la fe y realm ente, no del que se consuela por saber que sus sufri-
el am or, con lo m ás elevado que se puede realizar: entre­
garse al Bien.
mientos pertenecen a u n a buena causa, o benefician a denominaciones. Consideremos lo esencial; que éste que
otros. Podríam os hacer esta com paración: no vive por realm ente sufre no beneficia a otros con sus sufrimientos,
largo tiempo en un país extraño; está allí por un mo­ antes bien les rep o rta u n a molestia. Y en caso de no
m ento, en esta región extraña, donde se han reunido los tratarse de lo últim o, entonces lo prim ero debe ser consi­
sufrientes, no aquellos que los están lam entando; no derado como si el sufrim iento debiera m irarse como algo
aquellos a los cuales la eternidad es incapaz de enjugar inútil, es decir, com o si el sufriente en sentido estricto
sus lágrim as po r el motivo que expone simple y emocio­ debiera en realidad denom inarse sufrimiento. E n sentido
nalm ente un antiguo escrito religioso: “ ¿Podrá Dios en estricto, y seamos severos con nosotros p a ra que no nos
el cielo enjugar tus lágrimas, sino has llorado?”. 31 aventuremos a considerarnos sufrientes, en el prim er tiem ­
O tro viene po r o tra ruta, pero hacia el mismo lugar. po n ada está en co n tra n u estra; sin embargo, seamos todo
Silenciosamente la necesidad que es su guía lo em puja lo amables que nos resulte posible con aquellos que son
hacia adelante. Austero y ansioso, no con crueldad, pues sufrientes en sentido estricto. Oh, esta clase de sufriente,
nunca la utiliza, lo im pulsa a alinearse. Pero la ru ta no cualquiera que sea; si alguien en el lugar de su naci­
es la ru ta del deseo. Se detiene un momento, incluso sus miento ha llegado a tal extrem o que le h an sido negadas
sufrimientos conm ueven a sus severos guías: m ira, se todas las formas de vida, llegado el caso piensa seriamente
ram ifica un cam ino: “ ¡adiós, tú, deseo de mi juventud, en un lugar extraño para intentar allí su suerte. Quizá
tú, m i am ado lugar, donde tenía esperanzas de edificar
respondas: “ ¿Q ué significa esto, cómo podré em igrar y
y m orar con mi deseo!” Así se andan moviendo; la nece­
qué ventaja me traerá el cambio de lugar ? M i suerte
sidad que guía va adelante, el deber austero y silencioso
está decidida, donde quiera que vaya será lo mismo.”
viene rnás atrás, sin crueldad, pues nunca es cruel. M ira,
N aturalm ente, pero escuchemos lo que dicen otros; el
ahí hay una ru ta que conduce hacia el lugar deseado:
viaje de que se está hablando no es largo, tu suerte no
“adiós, mi lugar de trabajo donde en plenitud de gozo he
está decidida, a m enos que hayas encontrato la solución
esperado poder olvidar los deseos que negué en mi ju ­
de tu sufrim iento: es solam ente un paso, un paso deci­
v entud” . Así se m ovía el conjunto. Sin embargo, no
sivo, y tú tam bién has emigrado, pues el eterno está
im porta el modo como esto acontece, ya sea que el lugar
m ucho más cerca tuyo que cualquier país extranjero en
sufra modificaciones y el sufriente perm anezca en él, o
que el sufriente cam bie sus destinos y jornadas; esto no relación al em igrante; en cambio, una vez allí, com prue­
im porta, si el lugar es el mismo, si se han reunido en el bas que el cambio es infinitam ente grande. Por lo tanto,
mismo lugar, donde el lenguaje hum ano puede ser tam ­ vete con Dios a Dios, d a continuam ente este paso, este
bién u n a in v itació n : el sufrim iento inútil que está fuera único paso que tú, incluso el que no puede mover las
de todo consuelo. A los sufrimientos se les puede designar piernas, es capaz de d a r; este paso único que, incluso
con diferentes nombres, pero dejémonos de m ultiplicar las el prisionero que h a perdido su libertad, incluso el rete­
nido en cadenas, cuyos pies no están libres, es capaz de
31 José A rndt, T ru e Christianity. d ar: y entonces tú quedas com prom etido con el Bien.
Nadie, ni el que haya vivido más elevadamente que tú, pasado, pero no el deseo. Tengam os en cuenta una dis­
puede hacer m ás de lo que tú has hecho. tinción, pues hay u n dolor del deseo en el cual puede
afirm arse la sim patía, pero tam bién existe un dolor del
Pero recuerda: a tus sufrimientos se los considera con
deseo que elude todo examen, que se oculta y sigue
razón inútiles, y nosotros hombres podemos sentirnos ten­
secretam ente d u ran te toda la vida. Sin embargo, se p ro ­
tados a hablar de sufrimientos inútiles cuando se los m ira
longa pero como privación. Sem ejante a un fiel com ­
desde el p u n to de vista de la comodidad. Pero no se
pañero, este dolor perm anece ju n to al sufriente durante
trata sino de una m anera hum ana de hablar. U sando el
toda su vida sin abandonarlo, desesperado de contar con
lenguaje de la eternidad, el sufrimiento que te ayudó a
com pañía. ¿A hora bien, de qué m anera deberíamos h a ­
conseguir lo m ás elevado está muy lejos de poder consi­
derarse inútil. ¡Ah! sí, es solamente inútil en el supuesto blar de este deseo que posiblem ente existe, pero que
de que no lo aceptes como ayuda p ara conseguir lo más tiende al ocultam iento y, no obstante esto, se expresa
elevado, porque quizá m ataste el deseo y llegaste a con­ de tal m odo que el sufriente lo reconocerá, sin sentirse
vertirte espiritualm ente en una especie de carne m uerta ofendido, y rehusará con im paciencia los cuidados oficio­
exenta de dolor, de otro modo es precisam ente el deseo sos de los sufrimientos que no somos capaces de sufrir o
el que sobresalta y ahí está el alivio eterno. sobre los cuales no pensamos? Hablemos, por lo tanto,
Hablemos una vez m ás del deseo y, a propósito de él, cuando ello sea posible, el idiom a propio del sufriente y
del sufrimiento. No conviene a p artar demasiado pronto dejemos en las m anos del Bien comunicarse con su cora­
la consideración sobre el sufrimiento. Demorémonos en su zón m ediante la luz que p u e d a suministrarle.
reflexión, convencidos de que para la enferm edad mortal Supongamos que los anim ales que son mudos p en ­
del uataream ie7ito':’ no hay medicina mejor que el refle­ saran y pudieran entenderse entre sí, aunque no pudieran
xionar sobre la ardua ruta del verdadero sufriente y el llevar a cabo lo que dicen, vamos a suponerlo. Casi
participar con él en el com ún sufrimiento. C uán a m e­ parece que así fuera. C u an d o en el verano el caballo
nudo la participación sim pática en el sufrim iento de del campesino está en la p ra d e ra y levanta y mueve su
otros está en razón inversa a la m agnitud del sufrim iento! cabeza, de seguro que nad ie sabe con seguridad lo que
Porque si el sufrim iento se prolonga, la sim patía tiende esto significa; o tam bién cuando dos caballos que d u ­
a palidecer: en la m edida en que aum enta el sufrim iento, ran te toda su vida han an d ad o uno al lado del otro,
disminuye la sim patía. E n cuanto aparece el sufrim iento,
arrastrando el mismo yugo, y luego son retirados al
la sim patía h u m an a huye con rapidez. Pero cuando el
anochecer, se acercan en intim idad y parece que se acari­
sufrimiento ta rd a en aparecer, entonces continúa la sim­
cian con los movimientos de la cabeza; o cuando caballos
p atía; y en cuanto a quien está tan atareado, si su
en libertad relinchan trasm itiéndose a modo de eco, o se
prim era sim patía se h a desvanecido, ésta puede llegar a
reúnen en los llanos en rebaño a la m anera de una g ran
convertirse en u n a cierta am argura en contra del que
colectividad, supongamos que pudieran m utuam ente h a­
sufre. Sí: hay deseos que pueden ser curados cuando ha
trascurrido algún tiem po y pueden pasar a integrar el cerse entender.
Sin em bargo, hay u n caballo que se m antiene apartado. requiere o tra clase de com entario) sino que se tra ta de
Pero cuando escucha la llam ada, cuando advierte que incomprensión, entonces has estado entre los otros hom ­
el rebaño se reúne al atardecer y se da cuenta de que van bres, has escuchado cuidadosam ente sus explicaciones y
a reunirse, entonces se apresura con la esperanza de participaste en sus reuniones. Pero siempre que has leído
ap ren d er algo sobre la vida y sus diversos estilos. Atiende algo sobre el tem a, participaste en alguna conversación y
cuidadosam ente lo que tienen que decir los más ancianos siempre que se pronunciaba el “A m én” , tu espíritu que­
referente a que ningún caballo debería considerarse feliz daba conturbado y sufrías: “ ¡O h , decías, yo he sufrido
hasta que m uere, pues el caballo entre todas las crea- todo esto!” O h, pero tú no deseas com pletam ente ser
turas es el m ás sujeto a los trágicos cambios de la fa ta ­ comprendido, pues aunque no hubieras hecho nada para
lidad. Luego, el anciano empieza a enum erar las angus­ merecerlo, te sentirás im pulsado a lo más elevado que
tias: sufrir ham bre y frío, quedar expuesto a la m uerte existe, al M ás Elevado Yo. Ni careces totalm ente de
p or un trabajo excesivo, ser atorm entado por un cruel sim patía hum ana. Hay algo que nos concierne a todos
guía, estar expuesto a los abusos de gente sin inteligencia y que se llam a edificación. No es tan com ún como
a quienes n ada satisface, pero que culpan y castigan al aquellos aspectos que incitan a clam ar y g ritar a las m ulti­
caballo por errores que ellos mismos com eten y, al final, tudes, pues cada uno de los participantes está, en realidad,
en un crudo invierno, ya anciano, ser abandonado en los a solas consigo, sino que, en un sentido más elevado e
desnudos bosques. inclusivo, la edificación es algo qu'e concierne a los hum a­
Al llegar a este pu n to se interrum pe la reunión y aquel nos. La contem plación edificante no descansa hasta que
caballo que tan ansiosam ente había asistido se retira des­ ha llegado a com prenderte. ¿U n pecador que se arre­
ilusionado: “ corazón en pena, deprim e el espíritu” (P ro ­ piente no es más im portante en los Cielos que noventa y
verbios 1 5 :1 3 ). C om prendió perfectam ente todo lo que nueve ju sto s32 que no necesitan de arrepentim iento?
se decía, pero nadie tuvo en cuenta sus propios sufri­ Esto es lo que pasa contigo que sufres de verdad; tu
mientos. Sin em bargo, en todas las ocasiones en que los contem plación edificante es más im portante que las accio­
otros caballos se apresuraban corriendo a sus reuniones, nes de noventa y nueve atareados que no necesitan edi­
él tam bién corría ansiosam ente con la esperanza de que ficar. Sí, incluso en el supuesto de que tú no existieras,
atenderían su sufrim ientos. Y cada vez que escuchó lo la contem plación edificante no descansa hasta que haya
que se decía, se re tira b a con el corazón am argado. Iba aquietado esta calamidad. Porque, ¡ ay de aquellos colo­
com prendiendo cad a vez m ejor lo que preocupaba a los quios edificantes que solam ente desean conversar entre
otros, pero tam bién se entendía menos a sí mismo, por hombre y hom bre sobre los diferentes inconvenientes en
parecerle que los otros lo excluían, a pesar de que se la vida, pero que no se atreven a tocar los sufrimientos
encontraba presente. más terribles!: esta charla carece de franqueza y puede
j O h tú!, sufriente, quienquiera que seas, si tu sufri­ esconder una m ala conciencia si se presenta con el ñora-
m iento no se m antiene oculto por haberlo tú mismo
deseado (entonces debes buscar un arreglo; tu acción 32 Lucas 15:7.
bre de “edificante” . Los hombres atareados que no se ¡ Oyente m ío ! Q uizá te canse tanto oír hablar sobre
h an afanado ni h an sufrido opresión, 33 sino que sim­ el sufrim iento, pero u n discurso edificante nunca cansa;
plem ente han estado ocupados, creen haber escapado no, quizás u n a m adre puede cansarse de cuidar a su hijo
cuando se h an dado m añ a para evitar los sufrimientos en enfermo, pero no fatiga el discurso edificante sobre el
esta vida; no desean que se los conturbe p ara que oigan sufrimiento. T al vez tú eras uno de aquellos a quienes
o piensen lo que es terrible. Sí, es verdad que se han se llam a “feliz” , a los cuales fatig an los discursos de esta
escapado. Sí, han escapado al sin sentido y a la carencia índole. Pero de seguro que no eres tan feliz como para
de significado de la vida. desear fríam ente la ignorancia del sufrimiento. ¡ Por el
¡ O h, tú, sufriente, solo y abandonado por la genera­ contrario, aspiras a conocer el sufrim iento p a ra tu propio
ción a que perteneces, recuerda que Dios, tu creador, no bien a fin de m ejorar tu form ación ante un espectáculo
te ha abandonado! E n todas partes te acom paña su tan som brío! O tal vez se tra te de un dolorido, cansado
comprensión que siempre está contigo. E n ella se une tu de que se le hable de tantas clases de sufrimientos, sin
voluntad con la del Bien. Tienes siempre a tu disposición que se m encione el que le aqueja. Oh, el formarse a sí
la contem plación edificante; su existencia es fuente de mismo de u n a m anera viva con los sufrimientos de otros
seguridad p ara la vida. es un alivio; en cambio, encerrarse exclusivamente en los
Así como es un alivio p ara los m arineros el saber que propios, fácilm ente puede llevar a aquella duplicidad
disponen de pilotos aptos para resolver lo que pueda m ental de que existen alivios p a ra los otros, pero no p a ra
acontecerles en aguas extrañas, de igual m odo la contem ­ uno mismo. Pero no es así. C ad a uno tiene su sufri­
plación edificante está cerca de los rompientes y escollos de m iento propio, grande o pequeño. En cuanto al alivio,
esta vida p rep arad a por la cotidiana visión de sufrimientos es ciertam ente verdadero que existe alivio p a ra todos, de
terribles y lista para prestar ayuda. El sufriente debe ayu­ hecho un m ismo alivio para todos.
darse a sí mismo. Pero no lo puede hacer al estilo y Ahora bien, hablem os de nuevo del deseo, y consecuen­
modo del piloto. La ayuda procedente del piloto no es tem ente de los sufrimientos, pues cuanto más duran m ás
atribuible a ningún hom bre en particular. Si realm ente pesados resultan. Su duración depende de hecho, del
el sufriente, como otro cualquiera quiere el Bien, en tal mom ento en que empezó el sufrim iento. U n pagano sutil
caso debe estar dispuesto a sufrirlo todo. Así se h a entre­ h a observado sabiam ente que uno puede acostum brarse
a sufrimientos prolongados. 34 A quí, sin embargo, el pro­
gado, no a u n a clase de entrega que lo exime del sufri­
blema consiste en determ inar si es valedero esta clase de
miento, sino que perm anece íntim am ente atado a Dios,
alivio. N uestras reflexiones n o se refieren a la m an era
en quien sólo quiere una cosa: sufrirlo todo, ser y per­
de acertar con medios rápidos y mejores de alivio, sino a
m anecer entregado lealm ente al Bien en la angustia del
querer el Bien de v e rd a d ; a q u erer sufrirlo todo con miras
deseo.
a estar y perm anecer consagrado al Bien.

34 Epicuro en Diógenes Laercio, 140.


Hablemos de una vida de dolor o de una persona cuya no se ha establecido que la juventud sea lo más elevado
naturaleza, desde sus orígenes, como estamos inclinados a que existe. Podemos prescindir de ella sin perder lo más
decir, está afectada por la enferm edad, alguien que desde excelso. Incluso ausente no se ha perdido lo más elevado.
su nacim iento fue m arcado por el sufrim iento: un peso Es u n a bendición contar con el am or, convertido en el
para los otros, casi un peso para sí mismo, y, en este único deseo. ¿Q ué im porta que todos los otros deseos se
caso, lo que es peor, considerado como objeción a la realicen o nos sean negados? ¡ N o hay sino un deseo,
bondad de la Providencia. La carrera de muchos hom ­ el am or; un único anhelo, el am or; una posesión exclu­
bres atareados da lugar y se describe por nuevas tareas. siva, el amor! Ensalzamos la felicidad del amor. O h,
El tener en cuenta al doliente descrito constituye un qué suerte la del que puede sentirse firme en la cotidiana
excelente antídoto p ara la continua ocupación. Precisa­ vida dom éstica am pliam ente g rata; el poder mantenerse
mente cuando contemplamos esta clase de sufrientes, lle­ fiel a la constante gratitud del recuerdo. Pero, Dios sea
gamos a darnos cuenta, fuera de toda duda, en qué con­ loado, no se ha establecido que esto sea lo más elevado.
siste lo más elevado. Pero no hablaremos con descuido Se puede prescindir de ello sin perder lo más excelso. Su
o al paso, apresurándonos para no contem plar el sufri­ ausencia no lo afecta.
miento, gozosos de poder eludirlo. Tam poco queremos ¡A hora pasemos al sufriente! Careció de u n a infancia
h ablar sin esperanza. feliz. N aturalm ente, el am o r m aterno es fiel y tierno,
¡ V erdaderam ente es maravilloso ser niño, dormirse so­ especialm ente cuando el h ijo es delicado de salud. Pero
bre el pecho de la m adre y despertar sólo para verla de la m adre es un ser hum ano. C uando lo acuna en sus
nuevo; ser niño y no conocer sino la m adre y los ju ­ brazos, ella no está contenta. C om prueba que algo la
guetes! Elogiamos la felicidad de la niñez. Ante su pre­ conturba. Algunas veces, al despertarse, advierte que está
sencia sonreímos, de tal modo que incluso a quienes la llorando.
suerte les ha sido favorable no la olvidan con el trascurso Incluso entre los ya adultos, cuando se sienten depri­
de los años. Pero, Dios sea loado, no consta de que en midos, supongamos que aparezca en la puerta, un hom bre
la niñez hayamos encontrado lo más excelso. Podemos feliz, de corazón lúcido y espíritu alegre y dice: “Aquí
prescindir de ella sin que perdam os lo más elevado que estoy.” Los presentes em piezan a sentirse alegres, disipán­
existe. A un ausente, no hemos perdido lo más elevado. dose las nubes de las preocupaciones. Es rara esta clase
¡ Sin d u d a que es algo delicioso ser joven, yacer insomne de hombres. Pero incluso el m ás raro de los genios,
en el ferm ento de gozosos pensamientos, y dormirse sólo cuando lo com param os con u n niño, al aparecer en medio
p ara despertar tem prano con el canto de los pájaros y del intenso dolor propio del d ar a luz, abre la puerta y
continuar viviendo placenteram ente! Ensalzamos la feli­ dice: “ ¡A quí estoy!” Oh, feliz suerte de la infancia, al
cidad de la juventud. Nos regocijamos con quienes están ser bien recibida.
llenos de gozo. Deseamos que la juventud se llene de Se hizo joven, pero n u n ca participaba en los juegos
g ratitu d por su felicidad y que en el futuro no sea ingrata con los otros y si alguien le preguntaba: “ ¿P o r qué no
ante aquello que se ha desvanecido. Pero, Dios sea loado, juegas con los otros?”, él podría responder: “¿Cóm o
tienes valor p a ra preguntarm e esto?” . Se ap artó de la b ram a y bravea de acuerdo con el aturdim iento del
vida, no con el propósito de m orir, pues todavía no es m undo pondría en duda la seriedad de u n a persona que
sino un joven. colocaba en medio de ellos a u n ser sufriente. Su visión
Luego, cuando en él surgió el am or, nadie lo am aba. no incom odaría a nadie dispuesto a querer lo eterno, pero
H abía algunos que naturalm ente se com portaban como ciertas preocupaciones nad a tienen que ver con lo eterno.
amigos con él, pero sin compasión ni simpatía. Creció El, el sufriente, participaba en la vida por el simple
y se convirtió en un hom bre adulto, pero se m antenía hecho de vivir. Pero su vida desconocía algo, algo que en
alejado de lo vital. Luego murió, pero ni siquiera en todas las relaciones de la vida, como en el am or pasional,
estos m omentos se lo tuvo en cuenta. Pues los pocos que
contribuye a la felicidad: ser capaz de d ar y recibir, “lo
lo acom pañaban en los ritos funerarios decían que era
mismo por lo m ism o” . Este “mismo por lo mismo” es
una bendición el hecho de que Dios se lo llevara, incluso
algo que nunca recibió y que él m ismo no podía ofrecer;
el mismo oficiante. M urió y se lo olvidó, ju n to con todos
por ser sufriente fue siempre objeto de sim patía y com ­
sus sufrimientos inútiles. Al nacer no se produjo a su
pasión. No, nunca obtuvo retribución, ni aun cuando
alrededor señal alguna de alegría o regocijo, únicam ente
era niño, pues si otros causaban tristeza a su m adre, él
un desaliento lleno de tem or; al m orir no hubo tristeza
únicam ente podía hacerla feliz m ediante sonrisas cuando
o aflicción, solam ente una gozosa melancolía. Así tras­
se despertaba. No, nunca obtuvo u na adecuada retribu­
currió su vida o, p a ra h ablar con más propiedad, trans­
ción, pues am ab a a sus com pañeros de juego de un modo
curre, pues lo que estoy exponiendo no es un cuento
diferente de como ellos lo am ab an a él. No, nunca “lo
antiguo, sino que estoy narrando lo que h a acontecido
a un “individuo” en los días de su existencia. Es algo que mismo por lo m ism o” y p o r esto careció de compañeros.
pasa con frecuencia. Está m uy cerca de nosotros, aunque D urante toda su vida n a d a pudo llevar a cabo p a ra
pasemos frívolos o sensuales, ignorándolo la inteligencia corresponder a los otros. Incluso cuando m urió no obtuvo
m u ndana y el deseo que prescinde de Dios. Acontece la reciprocidad, pues no se lo lam entó de la m anera que él
bastante cerca de nosotros aunque pretendam os evitar a hubiera lam entado a aquellos que apreciaba. M urió, pero
estos infortunados, e incluso ni siquiera recordarlos, no ¿qué dijeron los que lam entaban su ausencia, e incluso ei
como si se tra ta ra de narraciones desagradables, sino que mismo o fician te?: “Dios sea loado.” ¿ lo d o s estos matices
ni se desea recordárseles en la m ism a iglesia y en las no lo alejaron de lo más elevado?
descripciones edificantes, a pesar de que los últimos de­ O h, tú que sufres, quienquiera que seas, donde quiera
bieran reconocer que la Sagrada E scritura manifiesta que te ocultes de la vista de los hom bres p ara no recor­
predilección por el lisiado y el rengo, el ciego y los leprosos. darles que deben tener compasión, oh, no olvides que tú,
C uando los discípulos aparentaban estar atareados, Cristo tam bién, puedes realizar algo. No consumas tu vida en
colocó en m edio de ellos a un niño. 35 La m ultitud que u n a enum eración tonta de los sufrimientos indignos d u ­
rante días y años. No olvides: hay algo que tú puedes
35 M arcos 9 :3 6 . hacer. Si alguno que finge ser sufriente pretende arro-
jarse sobre los demás por causa de alguna adversidad
sufriente. Pero al mismo tiem po esto puede serle de
de m enor cuantía, no se debiera, como a veces se hace,
ayuda p ara inducirlo a la decisión.
decirle que hay cosas que él puede hacer por los demás.
Porque a aquel que puede hacer algo en favor de los El sufriente, por lo tanto, ha de tener voluntad p ara
otros no se lo considera, en un sentido estricto, como en sufrirlo todo: comprometerse, ser y perm anecer leal al
verdad sufriente. Con él h ab ra de serse duro. O h, Bien en el compromiso. E n tre tanto, resulta indudable
tú, verdadero sufriente, aunque tus sufrimientos te im pi­ que el dolor del deseo es indicio de que, en cierto modo
den tales servicios a favor de terceros, todavía eres el sufrim iento continúa, p ero a la p ar prosigue el resta­
capaz de realizar lo más excelso. T ú puedes querer su­ blecimiento, con tal de que el sufriente perm anezca firme
frirlo todo y de este modo consagrarte al Bien. O h, ben­ en el compromiso. Pero existe u n a fuerza qUe por ej m o _
dita justicia gracias a la cual el verdadero sufriente puede m entó es poderosa. A causa de la inteligencia y de la
incondicionalmente llevar a cabo lo más excelso al igual tem poralidad, o por su interm edio, se origina la destruc­
que el favorecido por la suerte. Tributem os honor y ción del hom bre, pero es u n hecho que la salvación del
alabanza al Eterno, en quien no hay ni la m enor sobra hom bre proviene de lo eterno y m ediante lo eterno
de duda, que carece de m alicia y favoritismo y se atiene A hora bien, la inteligencia en lo íntim o puede utilizarse
a la más perfecta justicia. Al querer sufrirlo todo te has abusivam ente; en cuanto a lo externo, el verdadero su­
entregado al Bien, cam biando tus adornos; de u n modo friente tiene pocas probabilidades de abusar de ella E n
semejante al m uerto que resucita y tira su m ortaja, él el dominio interno, la inteligencia abunda en evasiones
se libra del m anto de la miseria. A hora ya no te distin­ m ediante las cuales se d ila ta en el tiempo y pospone la
gues de aquellos a quienes querías parecerte, los que se decisión. Se em peñará en com prender la decisión única­
han consagrado al Bien. ¡ Todos son iguales, ceñidos m ente en sentido terrenal y tem poral. Desde su punto
sus lomos con la verdad, ataviados con la arm ad u ra de de vista m om entáneo, sólo tiene en cuenta las decisiones
la justicia y usando el casquete de la salvación! 36 Si las que term inen con el sufrim iento. Sin embargo oodemos
cosas ocurren de esta m anera, y hay esperanza p a ra todo tener la seguridad de que lo eterno no cura de esta forma
hombre bueno de que existe una resurrección en la cual El paralítico no logra el uso de sus miembros por haber
no habrá diferencias, donde los sordos oirán, los ciegos sido sanado por el Eterno, n i el leproso la limpieza n i el
deform ado se hace físicam ente perfecto. cas0
verán, donde aquellos que al nacer heredaron u n a form a
mísera serán semejantes a los otros, entonces aquí, de resulta inútil esta ayuda del Eterno, sugiere el inteligente
este lado del sepulcro, poseemos esa clase de resurrección y lo que todavía resulta peor, esta decisión por la cual el
sufriente se consagra a su sufrimiento es la que p r ]va
siempre que un hom bre quiere hacer o sufrirlo todo,
comprometerse y perm anecer atad o al Bien en el com ­ a su condición de esperanza” porque esta decisión re­
promiso. L a única diferencia es el dolor del deseo en el nuncia al juego tram poso de la existencia tem poral
Si el Eterno no sana al sufriente, con la ayuda de la
inteligencia acontece lo siguiente: en prim er lugar d u ­
36 Efesios 6 :1 4 , 17.
rante algunos años el sufriente vive en la esperanza tem -
poral, pero cuando ésta se ha agotado y el sufrim iento el descanso está en la posición en que se encuentra, a
todavía continúa, entonces se hace supersticioso y su pesar de que todavía continúa el dolor. A unque era sola­
salud alterna entre la m odorra y una excitación cálida. m ente una treta, nunca se puede tom ar demasiado en
A m edida que el sufrim iento se prolonga, cae sobre él serio algo, si al proceder así se conquista lo Eterno.
una torpe desesperación, sólo raram ente interrum pida p o r
E n cuanto al sufriente que no espera la salud de lo
u na intensidad no n a tu ra l y muy debilitante, similar al
E terno es un indeciso. Su indecisión equivale a una
jugador que de continuo está esperando que algún día
enferm edad que roe de continuo y destruye los poderes
lo favorezca la suerte. ¡ A la larga com prende lo que la.
más nobles; el daño es interno e infinitam ente más peli­
inteligencia y su terrenal esperanza le ocasionan! A
groso que el hecho de padecer una deform idad o una
la inteligencia le parece adecuado que “ no se abandone la
parálisis. Este indeciso desea sim ultáneam ente ser y no
esperanza terrenal p ara u n a posible sanidad m ítica”, con
ser curado; en cuanto a lo eterno no desea la sanidad.
la intención de conquistar lo Eterno. A la m ente le parece
Sin embargo, la cura tem poral es insegura y los diferentes
inteligente “no tom ar la decisión de despedirse de la
estados en la escala de la inseguridad están marcados por
tierra, pues nunca se sabe lo que puede acontecer. . . y
un creciente desasosiego e n su indecisión. Cuando este
entonces vendrían los lam entos” de haberse dejado sanar
indeciso llega al fin de su existencia, todavía el entendi­
por lo Eterno. L a esperanza terrenal y la esperanza m iento cerca del lecho de m uerte le explicará que no se
eterna crecieron a la p ar y jugaron entre sí en la infancia puede saber lo que sucederá en form a súbita e inesperada.
como nacidos en igualdad, pero la diferencia se m an i­ E n ninguna circunstancia debería enviarse a la búsqueda
fiesta en la decisión. Pero esto pone dificultades a la. del ministro, pues esta clase de inteligencia teme tanto
inteligencia que obstaculiza con firm eza la decisión. A que­ el decidir, que experim enta miedo frente a la llegada del
llos que se adhieren a la vida se dem oran en el tiempo, m inistro como u na decisión tácita, y cree que nunca
acuden a innum erables tretas cuya intención estriba en puede saberse lo que es posible que acontezca repentina­
que no se deben tom ar la vida ni sus aspectos tristes con m ente. Al final muere, y luego los sobrevivientes tienen
dem asiado empeño, pues “es posible” o “quién sabe lo la seguridad de que el d ifunto no remedió su prolongado
que llegue a acontecer” , etcétera. sufrim iento gracias a m étodos súbitos e inesperados. Ay,
C uando el sufriente tom a m uy a pecho su sufrim iento, lo Eterno es u n enigma p a ra quien, en su intelectual
lo Eterno lo ayuda con m iras a la decisión. Pues el hecho interpretación de lo m om entáneo, am a lo m undano. U na
de aceptar el sufrim iento con seriedad equivale a sepa­ y otra vez opina que si de golpe apareciera determ inada
rarse del orden tem poral, de la astucia y de las excusas, ayuda tem poral, el yo q u ed aría atrapado, el yo, que al
de los hombres y m ujeres sutiles y de las anécdotas sobre comprometerse con lo E tern o muere p ara lo temporal.
esto o aquello, solamente con la intención de descansar T odavía considera lo tem poral como lo m ás excelso, m ira
en la bendita confianza de lo Eterno. Para el que sufre lo Eterno como si fuera el “ últim o recurso” . Por lo tanto,
es como si lo com pararan con un enfermo que d a vueltas prolonga la decisión tanto como le es posible. Y a pesar
de uno a otro lado, hasta que por último descubre que de que la ayuda tem poral es la más absurda e irracio-
nal de todas las expectativas, prefiere adherirse a s i l doble m entalidad. Solamente en la entrega a lo Eterno
supersticiosa im aginación antes que m antenerse firme en es posible, en realidad, liberarse de la dolorosa simpatía,
lo Eterno. T em e de continuo un posible arrepentimiento,, pues el compromiso se sobrepone realm ente al sufrimiento.
y sin em bargo lo E terno, cuando honestam ente constituye D e ahí que solam ente el deseo duele, m ientras que lo
la única firmeza, es lo único, absolutam ente lo único, eterno sana.
de lo cual sin reserva puede afirmarse que nunca se En relación con el sufriente, toda doble m entalidad
arrepentirá. A causa de este miedo de que algún día p arte de y es m arcada por no querer abandonar las cosas
pueda arrepentirse de haberse entregado a lo Eterno, el de este m undo. Igualm ente, la charla indecisa que de
hom bre merece llegar a sentirse algún día obligado am ar­ vez en cuando se dirige al sufriente puede reconocerse por
gam ente a arrepentirse por haber dejado pasar el tiempo depositar su confianza en las cosas de este m undo. Con
en vano. excesiva frecuencia ocurre que el sufriente esquiva el
O h, es propio de una superficial inteligencia (no alivio más excelso y quien le h a b la se avergüenza de ofre­
im porta que se jacte o charle m ucho) el engañarse tan cérselo. C ontrariando la verdad, la charla consolatoria
estúpidam ente en lo referente al consuelo más elevado,, busca ofrecerle alivio diciendo que la enferm edad quizá
contentándose con un mediocre y todavía menos que m ejorará, y lo exhorta a ten er más paciencia. E n algo
mediocre consuelo, p a ra finalizar en un rem ordim iento consuela al sufriente cuando le dice que de seguro el
inevitable. Incluso en el supuesto de que el sufriente sea dom ingo estará bien. ¿Pero, p o r qué dam os a un pobre,
capaz de utilizar su inteligencia de tal modo que apa­ si se nos perm ite de paso co m p arar al sufriente con u n
rente em plear su doble m entalidad m ejor de lo que aquí pobre, dinero o una m oneda falsa cuando se dispone de
se ha descrito, es algo que de ninguna m anera afecta la oro abundante p ara ofrecerle? Porque el alivio eterno
situación real. Si utiliza la inteligencia p ara obstaculizar es oro puro. Recordemos al que está activo a pesar de
su compromiso con lo Eterno, es un hom bre de doble que su sufrimiento es siempre diferente del que realmente
m entalidad. Es y perm anece siendo un indeciso, aunque lo agobia. Leemos de los ap ó sto les37 que, a pesar de
contara con ayuda tem poral y hubiera sabido m anejar su recibir azotes, seguían contentos y daban gracias a Dios.
intelecto con astucia; sí, todavía se continuaría creyendo De ahí que no hay lugar p a ra h ab lar de tener un poco de
que fue calam itoso el haber m anejado la inteligencia para paciencia y de que todo irá bien el próxim o domingo, pero
evadir el com prom iso con lo Eterno. Pues en este com­ aquí se encuentra el alivio victorioso de lo Eterno y en
promiso consiste la única y verdadera salvación. Por lo ello consistía la conquista de los apóstoles azotados. Así
tanto, constituye tam bién u n a doble m entalidad si el su­ tam bién pasará con el verdadero sufriente. Porque cuan­
friente utiliza su energía a fin de ocultar su dolor en vez do el Eterno sana, el deseo continúa lacerando (pues lo
de entregarse a lo E terno p a ra la curación. Esta clase Eterno no aísla al sufriente del tiem po), pero finalizaron
de sufrientes no buscan alivio en el sufrimiento, sino los lamentos, la distracción tem poraria, la evasión enga-
únicam ente sim patía, en cuanto ésta puede ser tam bién
u n a aflicción. Ahí está el carácter contradictorio de la.
ñosa. Esto se sabe bien cuando el verdadero sufriente se
h a lam entado a través del tiempo y m ediante la im agina­ 11
ción ha procurado pasar o m atar el tiem po: todavía la
eternidad está a la expectativa. El verdadero sufriente
debe tam bién responder por la form a en que h a em pleado
el tiem po, y d a r cuenta de si ha em pleado o no la m i­
seria terrenal con miras a u n a sanidad eterna. Pero el
presunto inteligente afirm a: “Sin embargo, no se debería E L P R E C IO D E Q U E R E R U N A S O L A C O SA
perder la esperanza.” “ ¿ T ú hipócrita, responde el Eterno,
Cómo debe em plear la inteligencia el sufriente para
a que vienen tus expresiones equívocas? No ignoras que
evidenciar la evasión
existe u n a esperanza que debería ser condenada a m uerte,
que algunos placeres, deseos y anhelos m erecen extin­
guirse. D eberíam os abandonar por completo la esperanza
Pero el sufriente que de veras quiere el Bien utiliza
terrenal, pues ésta es la única form a p ara que nos salve
su inteligencia p a ra cortar con las evasiones y luego entre­
la verdadera esperanza.” Por lo tanto, el sufriente nunca
garse al compromiso, escapando, de este modo, a las
debería “ aceptar la liberación” (Hebreos 11:15) en las
decepciones que ocasiona la tem poralidad. No teme la
condiciones del mundo.
señal del compromiso que le im pone el sufrim iento; sabe
que esta señal le abre el cam ino h acia lo eterno. No
ignora que el compromiso h a cortado el nervio del orden
temporal, a pesar de que todavía continúa el dolor en el
deseo. N o hay d u d a de que a m enudo el sufriente se
im pacienta cuando carga por adelantado los sufrimientos
de toda la vida, y se descorazona cuando le sería m ucho
más fácil el sufrim iento si acep tara la carga que com porta
cada día.
El compromiso no debería concentrar los sufrimientos
de esta m anera. El error consiste precisam ente en esto,
a pesar de aceptar p o r adelantado los sufrimientos, el
sufriente nad a obtiene que sea eterno sino que se atem o­
riza por lo tem poral. A causa de la incertidum bre del
orden tem poral, a través de los años el sufriente puede
perder la confianza en el com promiso. Y esto no deja
de ser u n a calam idad. Desde esta perspectiva, el su-
friente que sinceram ente quiere el Bien sabe que la inteli­ muchos m ediante uno, o la alcanzada en la soledad
gencia es u n amigo traicionero y que únicam ente el com­ entregado a sus propios esfuerzos; de hecho la victoria
promiso merece plena confianza. es igualm ente grande. ¡ Oh, bendita sea la justicia de lo
El activo lo h a rá todo con miras al Bien, el sufriente Eterno!
todo lo sufrirá tam bién por el Bien. La sem ejanza con­ T odavía debemos hablar sobre algo más antes de ter­
siste en que uno y otro puedan afirm arse y perm anecer m inar con el asunto del sufrim iento: ¿ Puede decirse que
en el Bien. Solam ente la dirección ad o p tad a es diferente, se quiere el sufrimiento? ¿ P o r ventura no es el sufri­
pero esta diferencia no debe entenderse como una m u tu a miento algo a que nos vemos obligados en contra de la
exclusión. El activo obra desde afuera con la intención voluntad? ¿Si uno está libre de él, puede quererlo, y en
de conquistar el Bien; incluso sus sufrimientos tienen el supuesto de sentirse constreñido a él, puede afirmarse
im portancia en atención al objetivo. El verdadero su­ que lo quiere? En el caso de que tengamos la intención
friente está dispuesto a todo internam ente (al querer de responder a estos problemas, ante todo distinguéremos
sufrirlo todo) p a ra lograr la obtención del Bien. Pero entre lo que significa querer en cuanto inclinación y lo
el Bien debe h ab er sido conquistado y h a de continuar que es querer en el noble sentido de la libertad. Son
conquistándolo en los actos de su corazón, cuando con muchos los hombres que tropiezan con la imposibilidad
sinceridad obra externam ente p ara el bien. El verdadero de unir en el mismo concepto libertad y sufrimiento. De
sufriente puede siem pre actuar externam ente p ara el ahí que cuando ven a un hom bre que cuenta con medios
Bien m ediante el ejem plo y la efectividad. Pues su vida, y podría, por lo tanto, disponer de su tiempo de un
precisam ente por habérsele negado tanto, im plica un gran modo fácil y confortable, pero que se está esforzando
desafío p ara aquellos a quienes se les h a otorgado mucho. tanto como un obrero escrupuloso, exponiéndose a m u­
Su vida, si está consagrada al Bien, y persevera en él, chos sufrimientos cuando escoge el penoso camino de una
im plica u n severo juicio p ara los muchos que utilizan de elevada vocación, lo contem plan como un fanático o
m odo inexcusable todo lo que les h a sido otorgado. T o d a ­ lunático. L am entan que la Providencia haya regalado
vía más, incluso en el supuesto de que al sufriente le fuera tan felices circunstancias a alguien que no sabe utilizarlas.
negada su capacidad de obrar m ediante el ejemplo, a u n ­ Piensan dentro de si, aunque no lo digan a voces, a pesar
que estuviera privado de com unicación con todos los otros de que no consideran hasta q u é extrem o están traicionado
hombres, estaría, sin embargo, participando en algo g ra n ­ su propia vida íntim a: “Si hubiéram os ocupado su lugar
de que conviene a la hum anidad. Ln su ubicación soli­ sabríamos cómo disfrutar realm ente de esta vida” . De
ta ria estaría defendiendo un trance difícil al ponei a acuerdo con esa m anera de pensar, si se puede estar libre
salvo su propia alm a de las engañosas dificultades del de sufrim iento, y nada se hace p ara conseguirlo, estaría­
sufrim iento. ¡ A unque no lo viera ni u n solo hombre, mos ante un ser fanático o falto de razón.
la h u m anidad siente con él, sufre con él y logra conquis­ ¿E n tal caso, en qué consiste el coraje? ¿E n ceder a
tas a su la d o ! Pues ahí donde el Bien obtiene de verdad las llam adas del placer para ver donde se encuentra? O,
conquistas, la victoria es tan grande como la lograda por para que se manifieste el coraje no se requiere que exista
oposición (lo cual parece indicar incluso el mismo len­ estriba precisam ente en aq u ella índole de coraje que
guaje) 38 aunque la persona corajuda contem pla el peli­ voluntariam ente acepta el sufrim iento inevitable? Lo
gro de frente, y el peligro no es lo que se desea ver? P ara inevitable en ese caso ra d ic aría en la destrucción del
ofrecer un ejem plo, ¿no es similar al caballero corajudo coraje. Existe una alevosa oposición en el mismo sufriente
que espolea su caballo hacia adelante en contra de algo que v a a la p a r con el m iedo de lo inevitable, y los dos
terrorífico? No hay ni el m enor temblor de miedo en sus en conjunto desean aplastarlo. A pesar de esto, la p a ­
ojos, porque el coraje controla incluso las expresiones ciencia dom ina el sufrim iento y es m ediante esta sum i­
oculares. El caballero y el caballo son un ejem plo acerca sión que encuentra la libertad en m edio del padecim iento
de la estructura del coraje. El caballero expresa lo cora­ inevitable. Es asi como la p aciencia, si la consideramos
judo, el caballo lo espantadizo. El caballo y su tem or desde este aspecto, lleva a cabo u n m ilagro todavía m ayor
representan lo inferior en el hombre, y lo espantadizo que el coraje. El coraje v o luntariam ente acepta sufri­
es aquello que el coraje desafía. De este m odo el coraje mientos que podrían evitarse; en cambio, la paciencia
quiere voluntariam ente el sufrimiento. El corajudo sufre lleva a la m ayor perfección la libertad en el sufrim iento
una traicionera oposición dentro de sí mismo relacionada inevitable. Gracias al coraje, el que es libre se d eja
con la oposición externa. Pero es precisam ente por este a tra p ar por propia voluntad, pero por la paciencia el
aspecto, el ser corajudo, que a pesar de todo quiere volun­ prisionero ejercita su libertad, aunque no en el sentido
tariam ente el sufrim iento. de que la necesidad convierta al carcelero en un ser
Desde otro ángulo (y esto lo debemos considerar en ansioso o temeroso.
prim er lugar, pues hablam os del verdadero su frien te), L a imposibilidad externa d e librarse a u no misino del
aquél puede voluntariam ente aceptar aquella clase de sufrim iento no pone en peligro la interna posibilidad d e
sufrimientos inevitables, pues carece de poder p a ra libe­ sei realm ente capaz de em anciparse en el sufrim iento,
rarse de ellos. ¿Sólo el que está libre de tener que sufrir de la libre voluntad de aceptarlo, pues el que lo sufre
puede afirm ar: “ Encadénam e, no tengo m iedo” ? ¿ U n otorga su consentimiento al q u erer aceptarlo. U no pu ed e
prisionero puede tam bién decir: “Acepto librem ente mi sentirse obligado a perm anecer en u n a estrecha cárcel, a
encarcelam iento” , un encarcelam iento al cual está ya sufrimientos de larga duración; en tal caso, la necesidad
condicionado? E n tal caso, la opinión de la m ayoría de es tiranía, pero no se le puede obligar a ’ ser paciente.
los hombres expresa que esto es imposible y, p o r lo tanto, En el supuesto de que la tiránica necesidad presione u n
que la situación del sufriente no es sino desesperación. alma que no posea, ni desee poseer, la elasticidad de la
Pero, entonces, ¿en que consiste la p a cie n c ia? 39 ¿N o libertad, en ese caso esta alm a se deprim e pero no se
convierte en paciente. La paciencia es la c o n tra p re sió n
38 El vocablo danés que significa coraje es M od y su opuesto de la elasticidad; gracias a ella el presionado está libre d e
es M odstand. (N ota del trad u cto r inglés.) presiones. ¿O solamente el hom bre rico puede ser econó­
39 El vocablo danés que significa paciencia es T aalm od que
mico pues, en el caso de quererlo, le es posible ser
im plica el vocablo M o d , coraje, con lo cual se explica el desa­
rrollo del discurso. (N ota del trad u cto r inglés.)
extravagante? ¿ O n o puede tam b ién el pobre ser econó-
mico a pesar de carecer de posibilidades p ara ser extra­ eterno”, la necesidad no lo puede encarcelar, a no ser
vagante, y aunque se sienta obligado a ser económico? que se trate de u n confinam iento voluntario.
No, no es posible forzarlo a ser económico, aunque se vea ¡M is oyentes!: perm ítanm e, si así lo desean, recordar
obligado a ser pobre. ¡Ay!, la sabiduría de muchos hom ­ la dirección que está tom ando nuestro discurso. Si uno
bres parece haber sido calculada con el propósito de quisiera u n a sola cosa, en tal caso debe querer el Bien,
abolir el Bien. G uando u n a persona que dispone de m e­ porque sólo de esta m anera le será posible querer u n a
dios elige voluntariam ente la vía estrecha se lo considera sola cosa. Si procede con sinceridad h a de querer el Bien
raro, “podría tratarse tan bien sin tra b a ja r y consentir a de verdad. Y a se trate de un hombre de acción o de un
sus deseos p a ra su propia com odidad” . Y cuando la sufriente debe querer hacerlo todo por el Bien, o quererlo
víctim a de u n sufrimiento inevitable lo soporta paciente­ sufrir todo por el Bien. Y, adem ás, ha de perm anecer
mente, no falta quien le diga: “p a ra su propia vergüenza consagrado al Bien. Sin em bargo, puede abusarse de la
se siente obligado a sufrirlo y trasform a la necesidad en inteligencia en la búsqueda de evasiones, o bien externa­
virtud” . N o hay d u d a de que está trasform ando la nece­ m ente cayendo en la decepción. El buen hom bre, por el
sidad en virtud, ahí está el secreto, es ésta la form a más contrario, usa la inteligencia p a ra finalizar con las eva­
precisa de nom brar lo que está haciendo. Decide aceptar siones y, por ende, p ara decidirse y perm anecer constante
como libre algo que h a sido determ inado p or la necesidad. en la entrega. Asimismo, em plea la inteligencia p ara
Y es ahí donde reside el poder curativo de la decisión a prevenir las decepciones externas. l i a de querer sufrirlo
favor de lo eterno: que el sufriente quiera aceptar por todo por el Bien y ser y perm anecer consagrado al Bien.
propia voluntad el sufrimiento compulsivo. Así como Y el discurso continuaba describiendo las condiciones del
constituye u n alivio para el sufriente el confiarse a un verdadero sufriente, puesto que al analizar los sufrim ien­
amigo, del mismo modo es una liberación entregarse a lo tos quizá se llega a aprender dónde radica lo más elevado.
Eterno, incluso en el caso de que la necesidad compulsiva Una vez más en relación con el sufrim iento puede ab u ­
presione en su corazón; le significa u n a liberación el sarse de la inteligencia internam ente m ientras se an d a
abrirse a lo eterno y aceptar p a ra siempre existir que­ en la búsqueda de vías de escape, pero el hom bre bueno
riendo sufrirlo todo. utiliza su inteligencia en contra de las vías de escape, de
Pues es u n cautivo para el cual la p u erta está abierta: tal modo que p u ed a perm anecer consagrado al Bien, al
¡es la tra m p a de lo eterno! ¡Y aquél está verdadera­ querer sufrirlo todo, aceptando la obligada necesidad del
m ente en cadenas cuando es eternam ente libre! Guando sufrimiento.
Pablo afirm ó: “Soy un ciudadano rom ano” , 40 el prefecto Pero la pureza de corazón radica en querer una sola
no se atrevió a encarcelarlo y le perm itió un confina­ cosa. Esta, es la tesis que ha m otivado el discurso con que
m iento voluntario. De igual modo, cuando un hom bre hemos com entado las palabras apostólicas: “ ¡Acercaos a
se aventura a declarar: “Soy un libre ciudadano de lo Dios y El se acercará a vosotros, lim piad vuestras manos,
vosotros pecadores, y purificad vuestros corazones, vos­
40 Véance Hechos 22:27-30 y 24:2 3 . otros los indecisos!” Porque el entregarse al Bien es u n a
total decisión aním ica, y no es factible por medio de la y profundam ente trasparente, anhela ansiosamente el
astucia y la adulación de la lengua afirm arse en Dios, Bien. Como el m ar se hace p u ro sólo por su impulso
en el supuesto de que el corazón esté lejos. No, puesto hacia arriba, así tam bién el corazón se purifica al anhelar
que Dios es espíritu y verdad, sólo se puede perm anecer únicam ente el Bien. Así como el m a r espejea la elevación
cerca de El con sinceridad, por querer ser santo, como El de los cielos en sus profundidades puras, así tam bién el
es s a n to 41 por pureza de corazón. Pureza de corazón: corazón, si está calmo y profundo en trasparencia espejea
se trata de una figura del lenguaje que com para al cora­ la divina elevación del Bien e n sus puras profundidades.
zón con el m ar, ¿por qué así? Simplemente debido a C uando ocurre de esta m anera entre el cielo y el m ar,
que la profundidad del m a r determ ina su pureza, y su entre el corazón y el Bien, entonces es posible afirm ar
pureza determ ina su trasparencia. Puesto que el m ar es que existiría u n a lim pia im paciencia p a ra codiciar un
puro únicam ente cuando es profundo, y es trasparente elevado reflejo. Porque si el m a r es im puro resulta inca­
si es puro, tan pronto como es im puro deja de ser p ro­ paz de proporcionar un puro reflejo del cielo.
fundo, y no es otra cosa que agua en superficie, y así
cuando hay agua tan sólo en superficie ya no es tras­
parente. Por el contrario, cuando es puro en profundidad
y trasparencia, entonces resulta de u n a sola consistencia,
no im porta lo m ucho que se lo observe; en tal caso su
pureza constituye constancia en profundidad y traspa­
rencia. Desde este aspecto com param os al m ar con el
corazón, pues la pureza del m ar consiste en la constancia
de su profundidad y su trasparencia. No hay torm enta
que pueda conturbarlo; ninguna ráfaga de viento agita
su superficie, ninguna espesa neblina puede extenderse
sobi’e él; ninguna d u d a puede agitarlo; ninguna nube
oscura es capaz de oscurecerlo: antes bien, perm anece
calmo, trasparente en su profundidad. Si hoy pudieras
contem plarlo, te sentirías trasfigurado al observar su p u ­
reza. Si lo estuviste contem plando todos los días, decla­
rarías que siem pre es p u r o . . . sim ilar al hom bre que no
quisiera sino una sola cosa. Así como el m ar, cuando
está calmo y profundam ente trasparente, refleja lo celeste,
lo mismo pasa con el corazón puro, cuando está en calm a
r

12

e n t o n c e s , ¿que debo hacer?

L a f i n a l i d a d del oyente en una elocución


devocional

'~t F ita elocución h a ido avanzando a


¡O yente mi g¡ b ien después de las referen-
proposito e expresado sobre ella, sin embargo
n u n c a ^ e h a olvidado. Porcpie lo q ue hasta ahora se h a
riicho está muy estrechamente conectado con lo apropiado

Ia T
invitar I
la confesión. D esde su único punto de
auerer una sola cosa, el discurso se ha mo-
^ n" diferentes direcciones, pero en todo momento
vido en d este punto de partida. Ai
retrocediendo, no o b s ta n t e a es P ^
mismo tiem po ha escudrm ado el ,^ ^ ^
diferencias humanas. D ve ^ ^ ^
errores indrviduales y el esta^ ^ ^ ^ form a
e x tr a v ia d o en esta ™ posible darse cuenta de ello y
genérica, e mo c¡rcu n stan cias de la vida coti-
cuidarse, aDarezca mezclado y, entonces, es
d ia n a es raro qu ^ ^ estas instancias tan amplia-
mas difici „ , , en que se ha desarrollado
T te c u ío d i s t i e n d o tenazm ente en la exigencia, querer
el discurso q a reconocer muchos errores, des-

engaños^decepciones y autodecepciones. H a realizado el


esfuerzo de indicar los vestigios de la doblez m ental en curso ni al arte con que es pronunciado. E n el supuesto
sus vías ocultas y h a indagado en sus secretos. C on la de que aconteciera esto últim o, debemos reprochar de
decisión de hacerse inteligible en sus diversos aspectos, nuevo tu actividad y la doble m entalidad, pues se ha
el discurso h a procurado que todas estas cosas resulten puesto énfasis en algo equivocado. Es así como el oradov.
inteligibles a cada uno de los oyentes. Sin embargo, la devoto es adm irado por su a rte , su elocuencia, a pesar de
inteligibilidad del discurso y su comprensión por parte del que aquella decisión de que todo hombre es capaz, y que
oyente no constituyen el verdadero propósito del discurso. es muy posible que sea advertida, es lo más elevado;
No está ahí el énfasis que se le quiere proporcionar. Para sin embargo, resulta com pletam ente ignorada. Desde el
culm inar con éxito, el discurso debe, fuera de toda duda, aspecto devocional, la elocuencia es una simple bagatela,
exigir algo del oyente. No ha de solicitar simplemente en la misma form a que la herm osura constituye un privi­
lo que ya antes se h a solicitado, que el lector coopere legio feliz, sin que llegue a ser esencial. En sentido devo­
en la obra con el que hace el discurso. . . ahora el discurso cional, una fo rm alid ad : el escuchar, en relación con el
de modo incondicional postula la actividad decisiva del actu ar: lo últim o es lo más elevado y, loado sea Dios,
lector, y todo depende de esto. todo hom bre es capaz de a c tu a r si así lo desea. No
¡ Así, m i lector, dirige tu atención a aquella oportu­ obstante ello, el atareado en sus negocios otorga el mayor
nidad, pues consciente del pecado agudiza la necesidad énfasis a las frivolidades, a la capacidad de agradar, y
hasta que llegues a darte cuenta de que u n a sola cosa considera la seriedad como si fu era algo nulo. De m anera
es necesaria; m ientras el ansia de este lugar santo fo rta ­ despectiva y frívola, el negociante cree que lo más im por­
lece la voluntad en u n a santa determ inación, m ientras la tante consiste en ser elocuente y que corresponde al oyente
presencia de aquel que todo lo conoce im posibilita el auto- abrir juicio sobre si el que h a b la posee este don.
engaño, ten en cuenta tu propia vida! El discurso carente Con m iras a que no se pase por alto ninguna irregula­
de autoridad no presum irá juzgarte. Al p o n d erar con rid ad o dejemos de m encionar alguna de las duplicidades,
vigor la ocasión te encontrarás ante un elevado juez, perm ítanm e que al llegar a este punto, en que se trata
frente al cual no se aventura hom bre alguno a juzgar 3 de la actividad de las personas, ilustre de m anera breve
otro, puesto que todo hombre figura entre los acusados, la relación existente entre el que habla y el oyente en
El discurso no está dirigido especialm ente a ti como si sentido devocional. C oncédanm e, una vez más, tom ar
fueras el designado, puesto que no te conoce. Pero en arm as contra la duplicidad, ilustrándola m ediante u n
el caso de que ponderes intensam ente la ocasión, entonces breve ejem plo del m undo artístico. Y no permitam os que
sí que será p a ra ti, quienquiera que seas, como si h ab lara los dos sentidos con los cuales esto puede ser interpretado,
especialmente p a ra ti. Esto no supone que el discurso te turbe o te proporcione u n a base p ara la acusación de
posea un m érito especial. Se debe a tu propia actividad que estamos procediendo de m a n era im propia. En el caso
si el discurso te ayuda, y ello se deberá a tu actividad, de haber asistido a u n a exhibición del arte m undanal, por
el que el “tú ” se sienta muy en lo hondo. En realidad este solo hecho puede que hayas llegado a com prender
responde a tu propia actividad. N o lo atribuyas al dis­ cuál es el significado del a rte espiritual. Por lo tanto
debes haber considerado lo espiritual dentro del arte m un­ falta) se encuentra ante Dios d urante el discurso. El
danal, pues éste fue el medio de tu prim er reconocimiento apuntador cuchichea al actor lo que debe decir y la prin­
de la diferencia entre uno y otro. Si no fue así, la dis­ cipal obligación de este últim o consiste en repetirlo, ahí
cordia y la duplicidad m oran en tu propio corazón, de está el gran encanto del arte. El apu n tad o r dice las
tal modo que en ciertos períodos vives en el plano hum ano palabras a los oyentes. Este debe proceder con la máxim a
y sólo ocasionalm ente fom entas pensamientos espirituales. diligencia: los oyentes por sí mismos, consigo mismos y
Así pasa en el teatro, como sabes muy bien, con alguien para sí mismos, en silencio ante Dios p ara que sean
que está sentado dispuesto al cuchicheo; se tra ta de capaces de hablar m ediante la ayuda del que les dicta.
alguien carente de im portancia y que no desea destacarse. El que les dicta no lo h ace p ara su propio beneficio,
Pero está el otro, el que se mueve con ligereza, atento a con el propósito de que se lo elogie o critique. Lo que se
lo que está haciendo. P or este motivo se le h a dado un propone es que el oyente sepa repetirlo. Si bien el apun­
nom bre a p ro p ia d o : es u n actor. 42 Representa a un indi­ tador asume la responsabilidad de lo que está dictando,
viduo distinto. Persuadido intelectualm ente de su arte no por ello es m enor la responsabilidad del actor. En el
ilusorio, cad a una de sus palabras parecen verdaderas, teatro, la obra se representa ante una audiencia de asis­
incorporadas como están a su propio ser, verdaderas por tentes; en cuanto a la dirección devocional, es Dios mismo
su interm edio; sin em bargo, se le h a dictado lo que debe quien está presente. En el m ás riguroso sentido, Dios es
decir por aquel que está oculto y cuchichea. N adie es el crítico presente que observa cómo se habla y cómo se
tan tonto com o p a ra creer que este último es m ás im por­ escucha: en este caso, la asistencia no es la acostum brada.
tante que el actor. El que dicta es el apuntador, y el que lo oye y atiende
Olvidemos ahora esta charla liviana sobre el arte. M uy está abiertam ente frente a Dios.
b ie n ; en cu an to a los asuntos espirituales, la insensatez de O h, no olvidemos nunca esto, no reduzcamos lo espi­
muchos consiste en esto, que ellos en sentido laico con­ ritual a lo m undanal. A unque pensemos atentam ente
sideran al que dicta como actor, y los oyentes como asis­ sobre lo espiritual y lo m undanal, no dejemos de distin­
tentes al te atro son los que juzgan al artista. Pero el que guir entre uno y otro. C uando consideramos lo espiritual
dicta no es el acto r. . . de ninguna m anera. No, el que al estilo m undano (algo que sería ta n tonto como juz­
cuchichea es el ap u n tad o r. En cuanto a los que se hallan gar al ap u n tad o r más im portante que el actor en u n a
presentes, no se tra ta de asistentes al teatro, pues cada obra te atral), en tal caso el ap u n tad o r se convierte en
uno de los oyentes atenderá a su intim idad. El escenario actor, y los oyentes, en asistentes al teatro críticos. D el
es la eternidad, y el oyente, en el supuesto de que sea mismo modo, desde el p u n to de vista secular, el acto
u n verdadero oyente (y en caso de que no lo sea está en devocional está sólo dedicado a un grupo de asistentes
y Dios no está allí más presente de lo que lo está, en el
teatro. La presencia de D ios es lo decisivo, aquello que
42 El vocablo danés p a ra actor es Skuespiller que, literalm ente,
todo lo cambia. C uando Dios se hace presente, cada uno
significa rep resentación o poner de manifiesto. (N o ta del tra ­
d u cto r inglés.) de los hombres frente a su presencia tiene el deber de
prestarle atención. El que habla debe atender a sí mismo, tiv o : es posible, de seguro, q u e u n a persona defienda u n a
a lo que dice; el oyente ha de estar atento a lo que opinión muy diferente, incluso opuesta, a la nuestra, pero
oye, a cómo oye y al hecho de si durante el acto, él, en con todo es posible alternar con él si suponemos que al
su intim idad, está hablando secretam ente con Dios. Si así final quizás exista un punto d e acuerdo, una cierta u n id ad
no fuese, presum irían de colaborar con Dios; Dios y los en un aspecto hum ano general, se llame como se llame.
oyentes observarían al apuntador y em itirían juicio sobre Pero si topamos con un tonto, en ta l caso no es posible
él. Es así como se desarrollan las relaciones entre el alternar con él, pues rechaza este punto de acuerdo final
ap untador y el oyente en asuntos devocionales. gracias al cual es posible convenir en algo. Se puede
O vamos a expresarlo en otra form a; es como si un discutir con otro, llegar m u y lejos en la discusión, con
funcionario de la iglesia de categoría inferior, carente de tal que de que se coincida en que, a la postre, siempre
autoridad, tom ara a su cargo el leer en voz alta las preces hay algo en com ún, u n acuerdo de significado hum ano
prescritas. H ablando en propiedad, el que está orando general: la propia respetabilidad. Pero cuando en estos
no es funcionario eclesiástico. Q uien ora es el oyente altercados alguien se com porta como un loco, en un
sentado en la iglesia, abierto a Dios m ientras escucha la esfuerzo desesperado que m erece menosprecio, y se exalta
lectura de la oración. Sin embargo, el oyente no habla, a sí mismo en esta desvergüenza, entonces no es posible
no se deja oír su voz y ni siq u iera'o ra en voz muy b aja em prender discusión alguna. Pues, similar a un loco, y
para sí, pero silenciosamente y en su corazón está, de todavía de modo más ignominioso, rechaza la ú ltim a posi­
hecho, orando en la presencia de Dios, m ediante la voz bilidad (el autorrespeto) que existe de ponerse de acuerdo.
audible de uno que lee la oración y le cuchichea lo que Esta afirm ación presupone que tú quieres el Bien, y
debe decir. Pero no estamos ante un asunto serio: el te pregunto: qué clase de vida vives, si de veras quieres
hecho de que uno diga o dicte a otro lo que debe decir. o no quieres solamente una cosa. No se te pregunta cuál
L a seriedad consiste en esto: que este otro hom bre se es tu vocación en la vida, o sobre el número de obreros
d irija a Dios y hable p o r sí mismo. A hora hemos puesto que m antienes en empleo, cuántos empleados tienes en la
en claro el asunto, se insistirá en la exigencia a que el oficina o si tal vez estás al servicio del estado. El in terro ­
locutor gobierne activam ente su m ente en el mom ento gatorio no versa sobre esto. L a pregunta está por encim a
de la oración. de todo esto, se te interroga en prim er lugar y principal­
A hora bien, pregúntate en relación con lo ya expre­ m ente, si estás viviendo de ta l m odo que te sientes capaz
sado: ¿ Q u é clase de vida vives? ¿Quieres una sola cosa? de responder a la pregunta, de tal modo que la preg u n ta
Y ¿cuál es esta sola cosa que quieres? N o se está a la existe verdaderam ente p ara ti. Puesto que p a ra ser capaz
de responder seriam ente se requiere una elección previa,
espera de que nombres cualquier objetivo que sólo p reten ­
de ser u n a sola cosa. Lo que m encionam os anteriorm ente debe haberse elegido lo invisible, aquello que está dentro
no se refiere a cualquiera con quien no es posible tra ta r de uno. H ay que haber vivido de modo de disponer de
tiempo para concentrarse m entalm ente, de m anera que
con seriedad, porque ése no tiene en cuenta con la de­
su vida sea capaz de superar la trasparencia, condición
bida seriedad esta oportunidad. Existe todavía otro m o­
que lo habilita p ara proponerse la cuestión y lo capacita
para responderla, si naturalm ente es legítimo preguntarse
que un hom bre sepa de qué se habla. Plantear esta cues­
13
tión a u n hom bre tan ocupado en sus asuntos m undanos,
así como mezclarse con las m ultitudes ruidosas, sería una
estupidez que conduciría solam ente a una nueva estupidez
al responder.

E N T O N C E S , ¿Q U E DEBO H A C E R ?

Vive como un “individuo”

Llegamos a esta pregunta: ¿vives de manera tal que


eres consciente de ser un “individuo”? No se trata de
aclarar algo, como si preguntáram os sobre tal “individuo”
en un sentido especial, sobre alguien que concentra adm i­
ración y envidia. No, es un problem a más serio refe­
rente a la vocación eterna de to d o individuo, así que cada
uno debe tenerla en cuenta, y algo todavía más serio,
debe preguntarse si considera su vida frente a Dios. Se
tra ta de una clase de conciencia fundam ental para querer
verdaderam ente una sola cosa. Pues aquel que en sí
mismo no es una unidad, n u n ca en realidad resulta com­
pleto y decisivo; existe externam ente para lo externo,
vive como un núm ero más en tre la m ultitud, como una
fracción en el conglomerado terreno. ¡ Ay, cómo podría
este hom bre preocuparse con la idea: querer verdadera­
m ente u n a sola cosa!
Es esta clase de conciencia la que debe preocupam os.
De hecho, es como si este discurso no preguntara por
generalidades, sino que más bien se dirige a ti como
individuo. O , todavía mejor, m i oyente, es como si tú
te indagaras sobre si posees esta conciencia, si estás con-
tem plando el motivo de este discurso. E n el mundo, la nadie piense desesperadam ente no serlo, quizá porque en
turba está ruidosam ente atareada. Unos hacen estrépito el aturdim iento terrenal carecía de nombre y se lo desig­
porque encabezan la m ultitud, la m ayoría porque la inte­ n aba con un número.
g ran como sus miembros. Pero Aquel que todo lo conoce, Porque, después de todo, ¿en qué consiste la rendición
que todo lo observa, no desea las m ultitudes. Desea al de cuentas sino en la voz de la conciencia p a ra siempre
individuo; únicam ente estará en relación con el individuo destinada, por derecho eterno, a convertirse en la voz
sin que le im porten grados elevados o humildes, si es exclusiva? ¿Q ué otra cosa es sino, durante toda la eter­
distinguido o desdichado. n idad en u n silencio infinito, la conciencia que habla con
Todo hom bre, en su condición de individuo, debe ren­ el individuo sobre lo que es com o tal, lo que h a hecho
d ir cuentas a Dios. Q ue ningún tercero se interponga con el Bien y el m al y sobre el hecho de que durante su
entre Dios y el individuo. Sin embargo, el discurso, al existencia no deseó ser un individuo? ¿Q ué significa esto
p lan tear este problem a, h a de aventurarse a recordar a los sino que en la eternidad hay u n espacio infinito, de tal
hombres, de tal form a que nunca se olviden, que la más m odo que cada persona, en cu an to individuo, está aparte
peligrosa de todas las evasiones consiste en esconderse en con su conciencia? ¡ Porque e n la eternidad no existen
la m ultitud con el propósito de escapar a la m irada de presiones del populacho, ni aglomeraciones, ni cómo
Dios sobre él en cuanto individuo, decidido a no escuchar esconderse en la m ultitud, como tam poco hay agitaciones
la voz de Dios que lo apela. H ace m ucho tiempo, A dán o luchas callejeras! Aquí, en el orden tem poral, la con­
intentó hacerlo cuando su m ala conciencia lo indujo a ciencia se dispone a convertir a cada u n a de las personas
im aginar que podría esconderse entre los árboles. Q uizá en individuo. Pero aquí, en la tem poralidad, en la agita­
parezca más fácil y conveniente, aunque expresa m ayor ción, entre el ruido, entre la m u ltitu d y su presión, en la
cobardía, el esconderse entre la m ultitud a la espera de jungla de la evasión existen, es verdad, calamidades, algu­
que Dios no sea capaz de reconocer entre uno y otro. nos ahogan la voz de la conciencia, su conciencia, de la
Pero en la eternidad cada uno tendrá que rendir cuentas cual el hom bre nunca puede librarse. Es su conciencia
en su condición de individuo. Esto significa que la eter­ o, con m ayor precisión, el hom bre que continúa perte­
nidad le interrogará sobre si ha vivido como un individuo. neciendo a la conciencia. P ero por ahora no estamos
La eternidad p ondrá ante su conciencia cuanto h a hecho hablando de esta calam idad, porque incluso entre las
como individuo a aquel que se ha olvidado de sí mismo mejores personas acontece con excesiva frecuencia que
en un ruidoso autoengreim iento. E n la eternidad se le la voz de la conciencia es u n a voz entre varias otras.
pedirá estricta cuenta como individuo, cuando él ha Entonces suele ocurrir que la voz aislada de la conciencia
intentado confundirse entre la m ultitud donde no existe (como acontece generalmente a los solitarios) queda
este estricto pedido. C ada uno tendrá que rendir cuentas acallada por la m ayoría. Pero en la eternidad, la única
a Dios como in dividuo; el rey tendrá que responder como voz que se oye es la de la conciencia. L a debe oír el
individuo, e igualm ente el más mísero pordiosero. Q ue individuo porque queda constituido en el eco eterno de
nadie se vanaglorie de ser más que un individuo, que esta voz. Debe ser oída. No hay form a de escapar a
esta voz. E n la infinitud no se tra ta de lugar, el lugar ni entras en com paración con terceros, sino solamente
lo constituye el mismo individuo. Debe ser oída. E n vano •como un individuo, ante Dios, donde no se te preguntará
el individuo m ira alrededor en busca de la m ultitud. ¡ Ay!, si tu m atrim onio andaba de acuerdo con otros, con lo
es como si se extendiera un m undo entre él y el individuo generalm ente practicado, o si fue m ejor que los otros, sino
más cercano, cuya voz tam bién le está hablando sobre lo que solam ente se te p reg u n tará si m archaba de acuerdo
que él, en cuanto individuo, ha dicho, realizado y ha con tu responsabilidad en cuanto individuo. Porque las
pensado sobre el bien y el mal. prácticas comunes cam bian, toda com paración vacila o
¿Vives de tal m anera que eres consciente de ser un contiene una verdad a medias. Pero la práctica de la
individuo, de cada una de las relaciones m ediante las eternidad, que nunca pasa de m oda, estriba en que tú
cuales entras en comunicación con el m undo exterior, eres eres un individuo, que en tu ín tim a relación m atrim onial
consciente de ti mismo y de que sim ultáneam ente estas deberías haber sido consciente de esto.
en relación contigo mismo en cuanto individuo? ¿Incluso V erdaderam ente, no se tra ta de que la eternidad apunte
en estas relaciones en las cuales los hombres experim entan al divorcio; ni es divorcio el hecho de que la eternidad
bellamente su intim idad, recuerdas que todavía existe no establezca diferencias en tre hom bre y m ujer. T u
una intim idad m ucho mayor, aquella que en cuanto indi­ esposa nunca ten d rá oportunidad de reprocharte el tener
viduo se relaciona con Dios? ¿Si estás atado a otro ser esto en consideración, tu m ás íntim a relación con Dios.
hum ano m ediante el santo vínculo del m atrim onio, no Sería capaz de proceder tan to n tam en te como p a ra desear
piensas que todavía existe una relación más íntim a en la p a ra sí únicam ente lo terrenal, o desear que tú te entre­
cual, en cuanto individuo, estás vinculado con Dios? El gues a lo terrenal: esta insensatez de la m ujer no podrá
discurso no se propone preguntarte si todavía amas a tu cam biar la ley de la eternidad. E n la eternidad no te
esposa: así lo espera, ni si ella es la m eta de tus ojos y p reguntarán si tu m ujer te h a seducido (sobre el p ar­
el deseo de tu corazón: te lo desea. Tam poco te pre­ ticular se interrogará a e lla ), sino que simplemente te
gunta si has hecho feliz a tu esposa, cómo han organizado interrogarán sobre si perm itiste que te sedujeran. Si tu
la vida fam iliar, qué buenos consejos han recibido de m atrim onio contó con la bendición de una familia que
otros o si estos otros los han influido vergonzosamente. está creciendo a tu lado, debes ser consciente de que
Tampoco inquiere sobre si tu vida m atrim onial es mas m ientras guardas u n a íntim a relación con tus hijos m an­
recomendable que la de muchos otros, o si puede pre­ tienes todavía una m ás íntim a relación contigo en cuanto
sentarse a otros como un digno modelo. No, este discurso individuo. T ú divides la responsabilidad con tu esposa
no versa sobre ninguno de estos aspectos. No se dirige y, por lo tanto, la eternidad le p reg u n tará a ella en
a ti para felicitarte, o investigar, o vigilar, o elogiarte ni cuanto individuo sobre su p a rte de responsabilidad. Por­
para establecer comparaciones. T e interroga sobre lo que en la eternidad no existe com plicación de ninguna
últim o: si eres consciente de la más íntim a relación con­ clase que dificulte la rendición de cuentas o facilite la
tigo, en cuanto individuo. T ú no conllevas la responsa­ evasión. E n la eternidad no se te p reg u n tará si edu­
bilidad en relación con tu esposa, o con otros hombres, caste a tus hijos en la form a como lo están haciendo
otros. Sim plem ente te interrogarán en qué form a los recuerdas que al incorporarte al mundo que está a tu
educaste, en cuanto individuo. No habla contigo al estilo alrededor, que en esta relación, tú te relacionas contigo
de como tú hablas con un amigo en confidencia. Porque en cuanto individuo con u n a responsabilidad eterna?
incluso estas confidencias pueden fácilm ente acostum ­ ¿O estás m uy confundido entre la m ultitud, en medio
b rarte a las evasiones. Porque aun el amigo más digno de la cual uno se disculpa por la presencia de los otros,
de confianza habla todavía como u n a tercera persona. pero luego, supongamos, cuando en la conversación asoma
Y a causa de esta índole de confianza, uno fácilm ente la responsabilidad, entonces es como si nadie hubiera?
se acostum bra a hab lar de sí mismo como si fuera una ¿En tus juicios te comportas como las m ultitudes, con
tercera persona. Pero en la eternidad, tú eres un indi­ una capacidad de m ultitud? N o estás obligado a defender
viduo, y la conciencia cuando habla contigo no es nin ­ una opinión sobre lo que no comprendes. No, por el
guna tercera persona, como tam poco tú eres una tercera contrario, desde toda la eternidad estás excusado de
persona al dialogar con la conciencia. Pues tú y la con­ tenerla. Pero en cuanto individuo eres eternam ente res­
ciencia son u n a m ism a cosa. Ella sabe todo lo que tú ponsable de rendir cuentas de tus opiniones y del juicio
sabes, y sabe que tú lo sabes. E n relación con la form a­ que te merecen. En la etern id ad no se te interrogará
ción de tus hijos, puedes ponderar varios aspectos con en form a inquisitiva o profesional, al estilo de los perio­
tu esposa y con tus amigos. Pero en cuanto a tu com por­ distas, sobre si fueron muchos los adictos a la m ism a. . .
tam iento y a la responsabilidad consiguiente son sola­ errónea opinión. U nicam ente te preguntarán si la sostu­
m ente tuyos, total y únicam ente tuyos como individuo. viste, si dañaste tu alm a p o r adherirte a juicios frívolos
Y si dejas de actuar, esquivando toda deliberación propia y absurdos, p o r la sencilla razón de que otros, quizá la
o en consejo con otros, solamente tú cargas con la res­ mayoría, opinaron sin ton n i son. Solamente serás interro­
ponsabilidad en cuanto individuo. gado sobre si no has arruinado lo mejor que en ti existe
Es m uy factible que en el aspecto tem poral, en el cual al com prom eterte con la m u ltitu d en sus desafíos, pen­
se pregunta a uno y a otro sobre las m últiples compli­ sando que tú eres parte de los muchos y que, por lo
caciones de las acciones m utuas, uno pueda con justicia tanto, gozabas de la prerrogativa de los muchos, es decir,
creer que se tra ta de u n a fantasía, u n a quim era, de que porque estabas entre los m uchos que andaban equivo­
cada uno, entre incontables millones, pudiera ser conven­ cados. En la eternidad se te interrogaráo sobre si no has
cido con sumo cuidado, hasta en lo más m ínim o, acerca llegado a d a ñ ar algo excelente al opinar con otros que
de aquello en que consiste su vida. Sin em bargo, en la ignoraban cómo opinar, y que únicam ente disponían
eternidad esto resulta posible pues cad a uno es un indi­ de una fuerza m ultitudinaria, algo que desde el punto de
viduo. Y esto se aplica a todas las relaciones de tu vida. vista tem poral resulta significativo pero que en cuanto a
En el supuesto caso de que no vivas en algún lugar la eternidad es totalm ente indiferente.
solitario en el m undo, sino en u n a ciudad populosa, y Atiende, desde el punto de vista tem poral se habla y
dirijas tu atención a lo externo m ezclándote sim pática­ d ice: “U no más o menos e n n a d a se diferencian” , y esto
m ente con la gente y con lo que está aconteciendo, ¿no se lo aplica uno a sí mismo. E n la tem poralidad, uno
piensa y dice: “U no en contra de cien, ¿qué puede signi­ verdad eterna, pues en la etern id ad no existen las m ulti­
ficar esto?” Así es cómo se va creciendo cobardam ente tudes. La verdad no es de ta l naturaleza que agrade de
entre la m ultitud. Y la pluralidad por lo general está inm ediato a las m ultitudes frív o la s .. . y de hecho nunca
en lo falso. La verdad se satisface con ser unidad. Pero en es así; ocurre, simplemente, que a las m ultitudes la ver­
algo se triunfa m ediante esta condescendencia cobarde. dad les parece absurda. Pero en cuanto al hombre, cons­
Vence al sentirse satisfecho como el más fuerte, porque ciente de sí mismo en cuanto individuo y que opina con
la m ultitud es siempre la más fuerte. Por otro lado, a la responsabilidad eterna, procede con lentitud para juzgar
eternidad nunca se la tiene en cuenta. El individuo es lo que no es usual. Pues es posible que no sea falsedad,
siempre solamente uno, y la conciencia en su m anera de decepción, ilusión y vanidad. A unque tam bién es factible
proceder meticulosa concierne únicam ente al individuo. que se halle ante la verdad. R ecuerda las palabras de un
En la eternidad resultará inútil que andes buscando a sabio sencillo de los tiempos antiguos: “Si un hombre
la m ultitud. Esperarás en vano p ara ver dónde se han no puede ver m ediante la luz gracias a la cual ve la
concentrado el ruido y las multitudes, p ara correr hacia mayoría, quizá se deba a q u e se acostumbró a la oscu­
ellos. Asimismo, en la eternidad caerás en el olvido de ridad, pero tam bién podría ser que esté usando una luz
las colectividades. Y esto no deja de ser terrible. Pero más clara y, en el supuesto de que sea así, entonces no
que en la tem poralidad la m ultitud nos olvide, con hay motivo p ara reírse.” 43
tal que contemos con el auxilio de lo Eterno, quiza sea No, no se tra ta de algo risible, pero sí lo es y también
una bendición, y el dolerse de ello, algo sin im portancia. digno de compasión el hecho de que el frívolo se ría
¿Q ué te exigirá, por lo tanto, la eternidad y la con­ de un hom bre por ser más sabio o m ejor. Pues el reír
ciencia al hacerte consciente de que tú eres un indi­ requiere u n a base razonable, y cuando ésta falta, es el
viduo? Te enseñará que en el caso de juzgar (pues reidor quien se convierte en m otivo de risa. Pero aquí, en
muchos serán las oportunidades en que no podrás ju z g a r), el orden tem poral, en m edio de la prodigalidad que
tienes que asum ir la responsabilidad de tu juicio. 1 e utilizan los seres humanos en la tierra, aquí el número
enseñará a exam inar lo que comprendes y lo que no se convierte en tentación. Lleva a que el hombre se
comprendes, como si estuvieras ante un caso de m uerte; tenga en cuenta, es decir, a tenerse en cuenta entre las
desea que te veas tem blando al tener éxito en medio de m ultitudes. Aquí, m ediante el empleo de números re ­
la m iseria a que estás sometido. Porque u n a m ultitud dondos, resulta fácil m anejarlo todo. Sí, aquí en la tem ­
de tontos no llega a convertirse en u n hom bre sabio, y poralidad es posible que n ingún individuo obtenga éxito,
lo que opina una m ultitud 110 es sino u n a dudosa reco­ aunque sea verdad que sinceram ente quiso el Bien, al
m endación a favor de alguna causa específica. Sí, cuanto separarse de la m ultitud. Pero la eternidad lo puede
m ás grande la m ultitud, m ucho m ayor es la probabilidad llevar a cabo. La eternidad constriñe m ediante el fuerte
de que aquello que elogia no sea sino u n a estupidez, y brazo de la conciencia, sosteniéndole como individuo. La
lo más im probable es que resulte verdadero, y todavía
m ucho más im probable que en ese caso se trate de u n a 43 Sócrates en La República de Platón, V II , 518 A.
eternidad lo tom a aparte con su conciencia. Y h a de aquello que en la eternidad es la bendición más excelsa
cuidarse cuando es tom ado aparte p ara ser juzgado a es tam bién la seriedad más profunda. Lo que allí implica
solas. Porque en este caso la eternidad lo pondrá ap arte el más bendito alivio constituye, asimismo, la más acu­
con su conciencia, en aquel lugar donde sin d u d a habrá ciante responsabilidad.
presión, pero no como en la tem poralidad donde la p re­ L a eternidad dispone de suficientes habitaciones, de
sión es excusa; aquí, representa la victoria. No, la eter­ m odo que cada uno puede ser ubicado en ellas en forma
nidad lo ubica ahí donde estar bajo presión im plica aislada. Porque dondequiera que exista conciencia, p re­
estar a solas, sin excusas, estar solo y como perdido. El sente ahora y siempre en c a d a persona, existe en la eter­
salmista real afirm a: “Aquel que se sienta en los cielos n id ad una prisión solitaria o la bendita cám ara de la
se sonríe; Y ahvé se burla de ellos.” 44 No m e atrevo a salvación. Desde esta perspectiva, esa conciencia de ser
creerlo. M e parecería m ejor decir así: cuando la tu rb a u n individuo es la p rim aria conciencia del hombre, su
clam a, grita, triu n fa y celebra, cuando un individuo en conciencia eterna. Pero el hom bre es lento p ara darse
seguimiento de otro se apresura a ir hacia el lugar del cuenta de que es un individuo y de que en él reposa la
tum ulto donde uno se encuentra cómodo si va en busca final y más alta responsabilidad p ara juzgar. Pues incluso
del olvido y disculpa frente a lo que es eterno, mientras, el amigo de nuestra confianza al juzgar como observador
al mismo tiempo, la turba grita burlonam ente ante Dios:: im parcial debe, por necesidad, dejar de lado lo que es
“Sí, m ira si has tom ado posesión de nosotros” , sin em bar­ crucial. A quí se tra ta entonces de ser directam ente aquel
go, puesto que es difícil entre la prisa de la m ultitud dis­ a quien le concierne, para el cual la conciencia es el más
tinguir al individuo, dificultoso ver un solo árbol cuando* íntim o tú en la form a en q u e lo aconseja. Está dotado
se está contem plando el bosque, la sobria serenidad de la de tan ta inteligencia que voluntariam ente no juzga sobre
eternidad aguarda apaciblemente. Y si todas las gene­ varias cosas, sino que lo ay u d a a querer solamente una.
raciones que h a n vivido en la tierra se levantaran y Piensa que no es u n a v en taja el hecho de vivir en una
reunieran en u n a sola m ultitud p a ra desatar u n a torm enta ciudad m uy poblada donde, a causa de la rapidez en los
en contra de la eternidad gracias a su enorme m ayoría, medios de comunicación, todos pueden conseguir una
la eternidad los d erro taría ta n fácilm ente como la firm eza idea rápida y superficial sobre cualquier cosa posible.
de u n a roca inam ovible destruiría a una insignificante M uy al contrario, considera esta facilidad como una ten­
espum a; con ta n ta facilidad como el viento en su em puje tación y una tram pa, y aprende con ansiedad en cuanto
destruye u n a d im inuta arista. T an fácilmente, pero no de individuo a preocuparse por su eterna responsabilidad.
la misma m anera. Porque el viento dispersa las astillas,
“Incluso un tonto podría llegar a ser un hombre sabio,
pero vuelve y las agita de nuevo. L a eternidad disipa
si aprendiera a callar” , dice el proverbio.45 Y ello se
la m ultitud al darle a cada uno un peso infinito, al con­
vertirlo en algo pesado. . . como un individuo. Porque
45 Se refiere al proverbio latin o : “T u si tacuisses, philosophus
mansisses” . (E n caso de callar serías filósofo). Véase Boecio,
Consolado philosophiae I I , 17.
debe, no tanto al hecho de que en tal caso dejaría a un vía, debes preguntártelo a ti mismo cuando reflexionas
lado su tontería, sino más bien porque este autocontrol activam ente sobre esto. No se te dirá solamente lo que
lo ayudaría a que fuera m ás consciente de sí mismo como te conturba, aunque hay m uchos que opinan que se d e ­
individuo, y lo pondría en estado de alerta p ara no bería vivir en un estado de conciencia alertante. N o
a d o p tar las opiniones de la m ultitud. O en el supuesto im porta si muchos o pocos sostienen esta convicción.
de que tuviera opiniones propias, andaría con cuidado Q uien te habla no in ten tará vencerte p ara que adoptes
p a ra que la m ultitud no las adoptara apresuradam ente. esta actitud, a pesar de que se la h a impuesto a sí mismo
Q uien es consciente de sí mismo como individuo ha entre­ como una convicción. La ex altad a ansia de lo Eterno
nado la visión p ara contem plar las cosas invertidas. Su no desea que la recomiende la m ayoría ni la elocuencia.
sentido está fam iliarizado con el verdadero pensam iento U nicam ente una cosa no se atreve a prom eterte este
de lo eterno: que todo en este m undo aparece invertido. discurso. . . ni desea ofenderte. No se atreve a prom eterte
Lo puram ente m om entáneo, en el momento inmediato,, ventajas terrenales si llegas a convencerte y perseveras
p ara no decir en la eternidad, aparece como carente de luego en la convicción. Al contrario, en el caso de per­
sentido y v anidad: el intenso m om ento del placer (y pode­ severar, sentirás el peso de tu vida y frecuentem ente te
mos decir algo más intenso en el m omento de la lujuria) sentirás tam bién cansado. L a perseverancia te h ará objeto
se convierte p ara la m em oria en algo asqueroso; el intenso de ridículo para otros, adem ás de los sacrificios que la
m om ento de la angustia, de la venganza y de la pasión perseverancia te puede exigir. N aturalm ente, el ridículo
cuya gratificación parece responder a un impulso irresis­ no logrará distraerte en caso de que persistas en tu con­
vicción. El ridículo puede ser incluso, u n a ayuda p ara ti
tible, p ara el recuerdo es algo horrible. El colérico, el
por cuanto constituye una p ru e b a de que andas por el
vengativo y el apasionado a impulsos de la pasión cree
camino recto. El juicio de la tu rb a tiene su significado.
vindicarse a sí mismo. Pero cuando lo recuerda, cuando
No pretendam os ignorarlo orgullosam ente; debemos, p o r
el acto de su venganza viene a su mente, se desprecia,
el contrario, prestarle atención. Si luego compruebas que
porque precisam ente en aquel m om ento advierte que la
llevas a cabo lo opuesto de lo que opina la turba, en tal
venganza lo ha perdido. Lo puram ente m om entáneo p a­
caso, en la m ayoría de las veces, realizas lo justo. O
rece provechoso. Pero de inm ediato decepciona y, m irado
cuando al principio haces lo opuesto y tienes la suerte
desde el punto de vista de la eternidad, invita al arrepen­
de que te sea adversa la opinión de la m ultitud, en tal
timiento. Así pasa con todas las cosas del m om ento y,
caso puede estar bien seguro de haber acertado con lo
por lo tanto, tam bién con las opiniones de la m u ltitu d
recto. En ese caso no sólo a ti mismo te has atestiguado
y con su membresía, pues estas opiniones y esta mem- y ponderado la convicción, sino que cuentas con la v en ­
bresía pertenecen a lo m om entáneo. taja de u n a nueva certificación por medio del ridículo.
Lectores míos, ¿están viviendo ahora de tal modo que Puede éste herir tus sentimientos, pero precisam ente esta
son conscientes de ser individuos de una m anera evidente herida com prueba que estás en lo recto. . . en la senda
y eterna? Sobre esto debemos interrogarnos o, m ejor toda­ del honor y de la victoria, sim ilar a las heridas de un
guerrero que luce en el pecho la herida y la insignia del
consciente de tu eterna responsabilidad frente a Dios?
honor.
¿Vives de ta l m odo que esta conciencia te pone sobre
Sin duda habrás observado entre los escolares que el
seguro en cuanto al tiempo, el descanso y la libertad de
considerado el más valiente entre todos es el que no tiene
acción p ara escudriñar cada u n a de las relaciones de tu
m iedo de su padre y se atreve a decir a los o tro s: “Creéis
vida? T odo esto no te exige que renuncies a la vida,
que le tengo m iedo?” Por otro lado, si se dan cuenta
a una vocación honorable y a una feliz existencia dom és­
que entre ellos hay alguno que en un momento determ i­
tica. Al contrario, precisam ente la conciencia será la que
nado y expresam ente tiene miedo de su padre, de inm e­
sostendrá, clarificará e ilu m in ará lo que debes hacer en
diato le h a rá n sentir el ridículo. ¡Ay!, en el hombre
relación con la vida. No precisa que te retires y caviles
acosado por el miedo que corre hacia la m ultitud ( ¡ pues
sobre tu preocupación de lo eterno. Necesitas hacer algo
que otra cosa impulsa al hombre hacia la m ultitud sino
más. E ncontrarás m ás tiem po p a ra cum plir con tus d e ­
el m iedo!), existen tam bién indicios de valor sin miedo,
beres, m ientras que tu preocupación por lo eterno evitará
ni aun de Dios. Y si alguien advierte que hay un indi­
el que te inmiscuyas en cu an to te sea posible realizar. . .
viduo separado de las turbas real y verdaderam ente con
un tipo de actividad que bien merece llamarse pérdida
m ie d o . . . no de las turbas, sino de Dios, seguro que se
de tiempo.
convertirá en objeto de algún ridículo. El ridículo llega
a paliarse algo y entonces dicen: debería amarse a Dios.
Sin duda, Dios sabe que la m ayor consolación estriba
en que su persona es am or y que al hom bre se le ha
perm itido am arlo. Pero no vayamos demasiado lejos y
dejemos de lado tontam ente, y hasta como blasfemia, la
tradición de nuestros padres, establecida por el mismo
D io s: que real y verdaderam ente el hom bre debería tem er
a Dios. Conoce este m iedo el hombre consciente de sí
m ismo en cuanto individuo y, por lo tanto, consciente
de su responsabilidad eterna ante Dios. Sabe que si toda­
vía m ediante excusas y evasiones logra que le vaya bien
en esta vida, y si gracias a esta ru ta oscura h a logrado
conquistar a todo el m undo, le queda aún en el otro
m undo un lugar donde no cabe evasión alguna así como
no hay lugar para sombras en el desierto ardiente.
El discurso no se va explayar más sobre el particular.
Sólo te preg u n tará u n a y otra vez, ¿vives de tal m anera
consciente de ser un individuo y, por lo tanto, tam bién
E N T O N C E S , ¿ Q U E DEBO H A C E R ?

Ocupación y vocación: medios y fin

Esta fue la principal cuestión. Puesto que es necesaria


solamente una cosa, y el teína de este discurso consiste
en querer una sola cosa, de ahí entonces que lo único
imprescindible es la responsabilidad eterna de ser un indi­
viduo que sabe asum ir la conciencia ante Dios. El dis­
curso, por consiguiente, pregunta ah o ra: “¿Cuál es tu
ocupación en la vida?” No interroga sobre si eres un
hombre elevado o modesto, u n rey o solamente un simple
trabajador. No procede según el estilo acostumbrado en
el m undo de los negocios: si ganas m ucho dinero o si te
esfuerzas p a ra procurarte enorme prestigio. Las m ultitu­
des inquieren y hablan sobre estas cosas. Pero ya sea que
tus tareas sean elevadas o mediocres, ¿son de tal n a tu ­
raleza que van a la par con la responsabilidad de lo
eterno? Supongamos que aconteciera algo horrible; su­
pongamos que pereciera la ciudad donde vives de una
m anera sim ilar a aquellas ciudades en el lejano sur, y
que todos quedaran estabilizados en las ocupaciones que
habían elegido. ¡ Pero demos por supuesto que esto tuvo
lugar sin la excusa de “estar prácticam ente en arm onía
con las costumbres generalm ente aceptadas en la época” ,
la excusa pronunciada por una generación posterior con ocupaciones modestas, pero que opina con una m ucho
la intención de protegerse de la desgracia! O bien, algo m ayor pureza sobre la honorabilidad de las ocupaciones.
que todavía es m ucho más grave, supongamos que uno ¿Cuál es tu actitud en tu ocupación? ¿Cóm o te com­
de los más célebres m uertos, uno considerado eminente portas? ¿T e has hecho a la idea de que tu ocupación
como acostum bran las masas, por sus ruidosas festividades es tu verdadera vocación, d e modo que no hacen falta
y balandronadas, imaginemos que un individuo de esta explicaciones partiendo de los resultados, pues no tienes
índole se te acercara. ¡ Supongamos que te visitara, que por qué preocuparte por si tu vocación te es o no es favo­
él en tu presencia, ante tu m irada penetrante continuara rable, si tienes o no tienes éxito? Ay, esta indecisión
todavía en su presente ocupación! ¿N o estás tú h ab i­ ocasiona inmenso debilitam iento. Por lo tanto, persevera.
tuado a pensam ientos de esta índole? Precisamente es M ediante la gracia de Dios y tu fidelidad algo bueno
en esta form a que el trasfigurado quizá desee servir des­ resultará a causa de un principio de escasas esperanzas.
pués de la m uerte: perm aneciendo en su individualidad. En todas partes hay principios, y hay buenos principios,
D e seguro que debería ser motivo de disgusto si, en aquel siempre que se em piece con Dios, y ningún día es malo
bendito lugar de descanso, tuvieran conocimiento de que cuando se inicia, incluso cuando parece poco prometedor,
u n a m ultitud frívola tra ta al difunto trasfigurado sola­ con la protección de Dios.
m ente como u n tonto viviente desea ser tratad o : h o n rán ­ ¿O quizá te has dejado en g añ ar a ti mismo por opinar
dole por ser un tipo bullicioso y afecto a los aplausos. referente a tu vocación que te resultó bien, te otorgó
No creas que el trasfigurado se h a convertido en un aris­ éxito, quizá muchísimo éxito? Ay, con frecuencia se dice
tócrata. T odo lo contrario, es todavía más hum ilde, más en el m undo, incluso por aquellos que piensan que están
sim pático hum anam ente con cada uno de los hombres. h ablando p iadosam ente: “L a prueba de que la ocupación
Por lo tanto, sim ilar a un oficial superior que viaja y de u n hom bre es la apropiada consiste en su capacidad
visita a individuos, no esquivará las ocupaciones más para realizarla.” Com o si endurecieran a tal extremo su
humildes, si es verdaderam ente honorable. O h, en la corazón p ara p racticar plácidam ente toda índole de cruel­
eternidad donde m ora, se olvidan todas las diferencias dades, y esto fuera precisam ente lo que deberían hacer.
triviales. Pero el trasfigurado, similar a la eternidad, no Como si u n desvergonzado cultivara en su corazón la
anhela las turbas. D esea al individuo. Por lo tanto, si más inicua crueldad capaz de llevarla a cabo, ¡ y precisa­
tú te sintieras avergonzado de tu modesta ocupación, m ente esto es lo que debiera hacer! No, un resultado
porque entre las tareas estiladas en el m undo es tan desfavorable no puede desm entir la convicción de u n
hum ilde, la visita que recibirás del trasfigurado como hom bre fiel a lo que considera su vocación, así como
individuo te infundiría el coraje propio de la franqueza, tam poco un resultado favorable por sí solo no comprueba
pero en cuanto a lo que estoy diciendo, y si consideras que su autor cum ple con u n a adecuada vocación.
atentam ente la oportunidad de este discurso, en este caso ¿Gozas de u na m ente suficientem ente firme sobre la
te encontrarás como individuo ante uno todavía más ele­ forma en que llevarás a cabo tu ocupación, o estás de
vado quien piensa aún más hum anam ente en cuanto a continuo indeciso p o r el deseo de estar en buenos térm i-
nos con la m ultitud? ¿T e m antienes firme en tus pro­ certeza si la persecución no sea quizás un bien p ara mí.”
mesas, no con obstinación o mal hum or, sino sabiendo ¿ Haces el bien solamente p o r m iedo del castigo, de modo
que es algo que te concierne eternam ente; continúas recio que miras con recelo, aun cu an d o realizas el bien, de tal
y firm e ante lo mismo sin desviar el deseo, aunque hayan modo que en los sueños, de noche, desees estar libre de
acontecido cambios en varios aspectos? ¿O pinas que el castigos y en cierta m anera del Bien, y en tus im agina­
Bien no se diferencia del oro, cuya compra puede parecer ciones du ran te el día im aginas que es posible servar al
dem asiado elevada? ¿H ay ventajas a las cuales no po­ Bien con m ente servil? O h, en cuanto al Bien no es un
drías renunciar a causa del Bien, distinciones o quizá señor difícil que hoy quiere u n a cosa y m añ an a otra. El
relaciones? ¿Existe alguna señal de aprobación desde Bien quiere siempre una y la m ism a cosa. ¡ Procede con
arriba, más im portante o, quizá, procedente de abajo? exactitud, exige sinceridad y com prueba si está presente!
¿Si crees que el Bien debe ser comprado a cualquier Y ahora pasemos a tratar sobre los medios a usar. ¿Q ué
precio, sentirás envidia cuando veas que otros lo están medios utilizas p ara cum plir con tu obligación? ¿Consi­
adquiriendo a un precio bajo, precisamente aquello mismo deras los medios tan im portantes como el fin, de igual
que a ti te ha costado tanto, pero que, no olvides, merece im portancia? De otro m odo te sería imposible querer
cualquier precio? Si tus esfuerzos logran éxito, hazte a una sola cosa, pues en este supuesto los medios irrespon­
la idea de que eres un siervo inútil, puesto que la recom­ sables, frívolos, egoístas y heterogéneos andarían de por
pensa no te afecta, pues no eres más útil por el hecho de medio p a ra confundir y corrom per. P ara h ab lar desde el
haber obtenido recompensas; tam poco te afecta la adver­ punto de vista de lo eterno, h ay solam ente un medio como
sidad, puesto que ella simplemente expresa algo que tú existe solam ente un fin: el Bien genuino, y únicam ente
vergonzosamente adm ites: que no tienes derecho a nin­ un m ed io : es decir, desear el uso exclusivo de los que son
gún reclamo. N ada ocultes sospechosamente en tu alma, genuinam ente buenos, aunque el Bien genuino es el fin.
como si todavía desearas aquello que tuvo un final dis­ En la tem poralidad y en el m u n d o se distingue entre los
tinto, de tal modo que te consideres capaz de aferrarte a dos, considerando que el fin es más im portante que el
la recom pensa como si en ella consistiera el precio; como medio. Se piensa que el fin es lo prim ario y exige del
si la adversidad no hubiera existido, aunque reprim ida, que aspira a él que luche p a ra conseguirlo. No precisa
te hizo im aginar locam ente que tuviste suerte, pues puedes ser tan escrupuloso en cuanto a los medios. Sin em bargo,
hacer algo p ara el Bien, algo de lo cual vale la pena h a­ no es así, y no es sino un acto de im paciencia irreligiosa
blar. No eches al olvido que ninguna persona piadosa desea la conquista de un fin de este modo. C uando nos refe­
que se aleje la adversidad cuando sigue la ru ta que debe rimos a lo eterno resulta m uy diversa la relación entre
seguir, pues ignora si le puede resultar beneficiosa. No los medios y el fin.
olvides que el piadoso logra la más hermosa de sus victo­ Si u n hom bre se propone un objetivo aquí en esta vida,
rias, cuando el poderoso que lo ha perseguido desea, y no logra alcanzarlo, en ta l caso, desde la perspectiva
digamos, liberarlo, y entonces él replica: “No quiero que de lo eterno, es m uy posible que esté libre de condena. Sí,
se me libere incondicionalm ente, pues no puedo saber con incluso puede m erecer elogios p o r ello. Puede haberse
interpuesto la m uerte o alguna adversidad incontrolable: tal m anera dé proceder 110 es sabiduría, sino indolencia.
en estos caso no m erece reproche alguno. Incluso puede Por otro lado, la bendita seguridad de lo Eterno resulta
haberse privado de alcanzar el objetivo por no querer sino similar a un sueño refrescante, se parece “al frío de la
utilizar los medios perm itidos por el juicio de lo eterno. nieve en la época de cosechar”, 46 p ara aquel que quiere
E n ese caso, su renuncia a no someterse a la im paciencia lo Eterno. P ara aquel cuyos medios son invariablem ente
y a las sutilezas del intelecto, merece grandes elogios. Por justos al igual que el fin, n u n c a se llega demasiado tarde.
lo tanto, no es responsable de no conseguir su objetivo La eternidad carece de curiosidad e impaciencia, a dife­
dentro de la tem poralidad. Pero, sin excepción, es eter­ rencia de lo que acontece en la tem poralidad. Es precisa­
nam ente responsable por la clase de medios utilizados. Y m ente por esto que, sin excepción, los medios son ta n
en el caso de que quiera em plear o emplee medios genui- im portantes cómo el fin. A las modalidades pasionales,
nam ente buenos, según la apreciación de lo eterno, se terrenales y m undanas, estas reflexiones quizá les parezcan
dirige a su objetivo. Si con el propósito de alcanzar su chocantes y paralizantes. P a ra ella la conciencia es lo
objetivo llegara a usar, y defendiera, medios ilícitos o más paralizante que existe. Porque la conciencia es real­
cuestionables, ay, supongamos que llegara a m orir al m ente “un inocente espíritu ruborizante que conmueve el
día siguiente. Entonces este hom bre astuto se encontraría corazón del hom bre y lo llena de dificultades” , por la sen­
apresado en su p ropia estupidez. Estuvo utilizando medios cilla razón de que p ara la conciencia los medios resultan
ilícitos y falleció antes de lograr su objetivo. Pues el tan im portantes como el fin.
objetivo solo se alcanza al final; en cuanto a los medios
Por lo tanto, oyentes míos, al llevar a cabo vuestras
están al principio. L a consecución del objetivo se asemeja
ocupaciones, que damos por supuesto que son buenas y
a acertar el blanco con la b ala; en cambio, los medios
honorables, ¿ los medios son ta n im portantes como el fin ?
nos infunden ánim o. Y con seguridad el propósito cons­
¿ O quizá vuestros pensam ientos son tan volubles que la
tituye un indicio m ucho más seguro del objetivo que el
gran im portancia del objetivo les hace pensar que la adop­
lugar acertado por la bala. Es posible que la b ala dé en
ción de medios ilícitos g u ard a una m ínim a im portancia?
el blanco por casualidad; tam bién el que tira puede,
¡ Ay, esta volubilidad donde menos se encuentra es en la
en este caso, estar libre de culpa. E n cuanto al propósito
eternidad, pues la eternidad es clara y trasparente! ¡ Pien­
por obtener no se perm iten irregularidades. Según los
sas que la grandeza del objetivo hace innecesario in terro ­
cálculos tem porales y terrenos, el fin es incondicional­
garse sobre la trivialidad del m al, es decir, opinas que
mente más im portante que los medios. E n el plano p a r­
existe algún m al que sería de escasa im portancia, a pesar
ticular, es un torm ento en su m ayor intensidad que lo
de que en cuanto a obligación es infinitam ente más im por­
m antiene desvelado e intranquilo al carecer de control tan te que el más grande objetivo! ¿Consideras que es
sobre el tiempo, y que de continuo esté llegando dem a­ trivialidad el medio que se utiliza para producir u n a
siado tarde, aunque no se trate sino de m edia hora. Y lo
obra m aestra? Bien, quizás esto puede tenerse en cuenta
que todavía es peor, puesto que la norm a seguida es
la pasión terrenal, con toda verdad puede afirm arse que
inocente más puro de los jóvenes; un juez frente al cual
si se tra ta de u n a obra m aestra. ¿Pero crees que al dueño es inútil que intentes esconder los secretos de tu culpa­
no le interesa distinguir entre la consagración piadosa a bilidad, pues siempre lo sabe todo.
u n santo servicio, o cuando por desesperación entre alu­ ¿ Y cuál es tu actitud en relación con los otros? ¿Estás
cinantes pecados origina una obra m aestra? de acuerdo en querer una sola cosa? ¿Perteneces, quizás,
¿En caso de que no te hubieras convertido en un a un partido en lucha, o estas en actitud de le\ antar la
hom bre veleidoso, sino más bien sobrio y alertado, no m ano contra todos y las m anos de todos en tu contra?
tienes tu propia m anera de proceder en el uso de los (*O deseas p ara todos los otros lo que deseas para ti3
medios? ¿Si u n joven (espíritu inocente y pronto a quizás anhelas p ara ti y p a ra los otros lo mas excelso, o
ruborizarse) se dirigiera a ti, perm itirías sin excepción deseas que aquello que tu y los tuyos desean sea lo más
que lo conociera todo? ¿E n toda tu conducta no hay excelso? Porque ahí está el orden eterno que lo gobierna
algo — cómo podría expresarlo, pues me extendería en todo, que establece unión con los muertos, con hombres
exceso, pero lo digo brevem ente así— : no hay algo sobre que nunca has visto, con gente extraña cuyo lenguaje y
lo cual tú estarías muy seguro, que los de mayor edad o costumbres ignoras, con todos los seres humanos en la
de tu misma edad adm irarían por el ingenio e inteli­ tierra, relacionados por la sangre y eternam ente relacio­
gencia dem ostrados, en caso de que se lo explicaras, pero nados con lo 13ivino por la tarea de la eternidad de
que, m uy extrañam ente, causaría rubor a un joven (no
querer una sola cosa. ¿Deseas u n a ley para ti y los tuyos
por ser tan inteligente, sino por no serlo lo suficiente pues
diferente de la que existe p a ra los otros? ¿O aspiras a
m enosprecia el obrar de este modo) ? T al vez gracias a
encontrar consuelo en algún orden diferente de aquel en
la adulación te has impuesto sobre una persona determ i­
que cada hombre, sin excepción, encontrará el suyo?
nada, o por esconder algo o m ediante verdades a medias
obtuviste un buen negocio, o por una unión falsa llegaste Supongamos que en alguna oportunidad un rey, un
a prom over tu propia causa. Q uiza triunfaste al otorgai mendigo y un hombre similar a lo que tu eies se te acei-
tu adm iración basada en una comprensión inadecuada, caran. ¿A nte ellos te aventurarías a confesar franca­
conquistaste riquezas y poder m ediante un plan astuto mente que lo desado por ti en el m undo, aquello en que
p ara en trar en una hábil combinación. ¿E n toda tu buscas consuelo es algo tan seguro que el rey en su m a­
conducta, conocida y secreta, no hay algo que por ningún jestad no por ello te despreciaría a pesar de sei tu un
motivo quisieras que el joven descubriera (y es adm irable hombre de calidad inferior; seguro tam bién de que el
el hecho de que ames a la juventud y anheles respetar su mendigo no se retiraría envidioso por no poder lograr
p u reza)? ¿N o hay algo en ti, en contra de ti mismo, el. mismo consuelo; seguro de que el hom bie de tu misma
en lo cual estés dispuesto a reconocer culpabilidad? ¿A1g° condición se sentiría satisfecho por tu franqueza? Ay,
que en m anera alguna descubrirías a los jovenes. Sin existe algo en el m undo que se denom ina espíritu de
embargo, como ya he dicho, si atentam ente reflexionas casta. Es algo peligroso, pues toda casta divide. Divide
sobre este discurso verás que te encuentras ante un elevado cuando el espíritu de casta expulsa ai ciudadano común,
juez que juzga infinitam ente con mayor pureza que el
si no adm ite al noble y deja de lado al sirviente. Es ñaste en la más excelsa d e las realidades, a causa de tu
divisoria porque im pide el ingreso al rey, al mendigo, al secreto!
sabio y al simple ciudadano. Porque el espíritu tribal es Y ahora u n problem a en cuanto al sufriente. N o se
enemigo de la hum anidad universal. Pero querer una trata del estado de su salud. No, el discurso no se refiere
sola cosa, querer genuinam ente el Bien, en cuanto indi­ a este particular. Oh, si piensas activam ente sobre la
viduo, m antenerse firme en el Bien, es algo que cualquier oportunidad de este discurso, al colocarte frente a Dios
persona es capaz de hacer, es algo que une. Si estuvieras te elevarás por encim a de la sim patía hum ana. Entonces
solitario en la cárcel lejos de todo ser hum ano, si te no languidecerás p o r simpatía. Porque aunque esto acon­
encontraras en u n a isla desierta con la única com pañía tece raram ente, si llegara a sucederte, como puedes d e­
de animales, en caso de que genuinam ente quisieras el sear que sea así, en tal caso podrías sentirte francam ente
Bien, si te m antuvieras firme en Dios, en tal caso estarías agradecido. No lo agradecerías inclinado como si fueras
en unidad con todos los hombres. Si te aconteciera algo un m endigo; Dios no te lo perm itiría. E n caso de que te
realm ente horrible (pues lo referente a la religión no es nieguen sim patía, si alguien tem e hacerlo y te esquiva en
como u n a joya fem enina que se utiliza únicam ente para form a egoísta y cobarde, e incluso llega a odiarte por no
momentos espléndidos), que fueras enterrado vivo y llega­ atreverse a pensar en tus sufrimientos, en tal supuesto
ras a despertar estando ya en la tum ba, incluso en este todavía serías capaz de co n tin u ar carente de simpatía.
torm ento tan solitario, estarías en unidad con todos los No te sentirías m ás am argado por su ausencia; Dios te
hombres. ¿Es ésta en la actualidad tu actitud? ¿No tom ará bajo su cuidado. El discurso en este caso te
gozas de ningún privilegio especial o talento; favores que, interroga, como tam bién debes tú interrogarte por in te r­
a solas o en com pañía de otros, en los cuales encuentras medio del discurso, si en la actualidad vives de tal m anera
una fuente de consuelo y que no te atreves a com unicar que verdaderam ente estés queriendo u n a sola cosa. El
a los no iniciados? Puedes d ar limosna al pobre p ara discurso no presum e juzgarte sobre esto, muy lejos está
consolarlo, pero tienes a tu disposición todavía un con­ de ello. El discurso no juzga a nadie. Incluso la S anta
suelo mayor. De seguro tú consuelas al pobre en su E scritura cultiva u n tierno am or especial p ara los desafor­
pobreza, pero te consuelas a ti en cuanto a la riqueza que tunados. Es propio de u n a m editación devocional preocu­
tú posees y te asegura frente a toda pobreza. Ayudas parse p o r el que sufre, así como en el m undo uno se dirige
bajo un aspecto, pero tienes a tu disposición un más al poderoso o al hom bre distinguido. El discurso no
amplio consuelo; quizá tu talento es tan excelso, que no interroga en form a inquisitiva y preocupada sobre la
llegará a acontecer que al despertarte m añ an a te consi­ índole de tus sufrimientos, por cuántos años has sufrido,
deres el más tonto de cuantos hay en la tierra. Anhelas qué opinan sobre esto el m édico o el pastor ni qué espe­
instruir a la juventud, pero no la aceptas cordialm ente ranzas te h a n dado en el o rd en tem poral. Ay, afuera con
como confidente, porque tienes un secreto tuyo, porque la vanidad, tam bién al proceder así se puede interpretar
eres un traid o r que engañaste a la juventud en la más como indicio de distinción p ara concentrar la atención de
elevada realidad, en tu secreto, y tam bién te autoenga- los otros hacia uno mismo.
Teniendo en cuenta todo esto, procura cuestionarte a amigo ignoran el cambio, este discurso te pregunta si por
ti mismo por interm edio del discurso. Si el sufriente te la presión de una m onotonía que no cambia no se está
habla en privado, pregúntale qué clase de vida está lle­ produciendo un cambio infinito. No se trata de un cam ­
vando, si verdaderam ente quiere una sola cosa: en este bio en el sufrim iento (porque aun en el caso de produ­
caso no se sentirá tentado a relatar en detalle lo que m ejor cirse una modificación, ésta siempre será finita) sino en
conoce ni establecerá comparaciones. Las comparaciones ti, un cam bio infinito de lo que es bueno a lo mejor.
perjudican. Sí, y esto es algo malo. ¿Q uiere en la actu a­ Si el discurso tuviera que caracterizar tu condición alte­
lidad verdaderam ente una sola cosa? Si te das cuenta de rad a a través de los años, se aventuraría a utilizar las
que el único motivo de querer una sola cosa es por esto palabras del apóstol y afirm ar de tu vida inalterada por
o por lo otro y que, en tal caso, te verás libre del sufri­ el sufrim iento: ¡ Más aún; nos gloriamos h asta en las tri­
miento, entonces ya no quieres genuinam ente una sola bulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la p a ­
cosa. Pero incluso en el caso de que fueras tan tonto ciencia; la paciencia virtud p ro b ad a; la virtud probada,
como para que el deseo se extinguiera, de modo que p u ­ e s p e r a n z a ...” . 47 ¿Podría este discurso decirse ante tu
dieras separar el penoso lazo del deseo del sentido más tum ba: “ ¿Llegó a conquistar aquella esperanza que nunca
feliz de ser un hom bre, de querer vivir, de querer ser sufre vergüenza?” En tu tu m b a, en vez de musitar u n a
así feliz, todavía en este caso fallarías en querer una sola oración referente a que el sufriente h a fallecido, tal como
cosa. ¿C uál es en la actualidad tu situación con respecto se ha descrito antes, podría decirse libre y cordialmente,
al sufrim iento? El doctor y el pastor te preguntan sobre como si se estuviera ante la tum ba de un héroe: “Su vida
tu salud, pero la eternidad te hace responsable de tu consistió en sufrir, ¿pero fue una vida que llenaría de
condición en el sufrimiento. ¿Es tal que no te hallas, de
vergüenza a muchos? Pues en la eternidad se tendrán
m anera frívola e inquieta, fluctuando en u n a fiebre
tan poco en cuenta tus sufrim ientos como si se tratara de
de im paciencia? ¿ T u situación no es, quizás, u n a lán ­
la púqDura de un rey. En la eternidad se te interrogará
guida ausencia de sufrim iento? ¿O es tal tu condición
únicam ente como individuo en cuanto a tu fe y a tu fide­
que estés dispuesto a sufrirlo todo y a esperar que el
lidad. N o se te preguntará en absoluto si te fueron con­
Eterno te consuele? A m edida que corre el tiempo,
fiadas m uchas o pocas cosas, si te fueron otorgados m u ­
¿cómo cam bia tu situación? ¿Em pezaste bien, quizá por
chos talentos p ara negociar con ellos o con un centenar
ser cada vez más y más im paciente? ¿O tal vez com en­
de libras. Se indagará exclusivam ente sobre tu fe y tu
zaste por ser im paciente pero aprendiste a tener paciencia
a m edida que sufrías? Ay, quizá tu sufrim iento du ran te fidelidad. E n la tem poralidad existe otra clase de pre­
años perm aneció inalterado, y en el supuesto de que cam ­ guntas. A quí se averigua sobre los altos puestos que se
biara, en tal caso su descripción correspondería al doctor disfrutaron, cuando se es un hom bre im portante, y en
o al pastor. Ay, quizá la persistente m onotonía del sufri­ medio de estas preocupaciones olvidan la fidelidad. En
m iento te dé la impresión de u n a m uerte que se acerca
sinuosamente. Pero m ientras el doctor, el pastor y tu 47 R om anos 5:3-4.
la eternidad se pregunta tan sólo sobre la fidelidad, y
con idéntica diligencia se pregunta lo mismo al rey y al
más; insignificante de todos los sufrientes. No sirven las
15
excusas de haber sido escasamente dotado, ni sirven otras
respuestas en cuanto a la pregunta sobre la fidelidad, la
pregunta que sabe por misericordia eterna que los sufri­
mientos pueden ser motivo de tentación, pero tam bién
pueden guiar. Porque “más vale llorar que reír, pues tras
u n a cara triste hay un corazón feliz” (Eclesiastés 7 :3 ). C O N C L U S IO N
Este es el cam bio sobre el cual pregunta la eternidad, no
sobre la im posibilidad de cambio del sufrimiento. Es esto El hombre y lo eterno
lo que p regunta la eternidad, y si tú reflexionas acerca
de la oportunidad de este discurso, no dejarás de in terro ­
garte sobre este particular. Si el cambio no h a tenido Ahí finaliza el discurso. Pero ahora tú, mi lector, y yo
lugar, en tal caso la pregunta sobre si verdaderam ente debemos convencernos de que estamos m uy lejos de vivir
ha tenido lugar te será útil p ara que se lleve a cabo. La de acuerdo con aquella pureza de corazón que verdadera­
sim patía hum ana, no im porta lo compasivamente que m ente no quiere sino una sola cosa; entonces hemos de
pregunte, es incapaz m ediante el interrogatorio de alterar adm itir que se nos exige u n a respuesta p a ra evitarnos u n a
el carácter del sufrimiento. La pregunta de la eternidad, decepción, pues sin que im porte la form a que p uedan
en caso de que te la formules verdaderam ente ante Dios, adoptar, las preguntas se convierten en acusación: en tal
contiene la posibilidad de cambio. Pero estoy discur­ supuesto, el individuo, tú, mi oyente, y yo deberíamos
seando de tal m odo como si pretendiera edificarte. A de­ decimos conjuntam ente: “¿ E n verdad no es nuestra vida
m ás del respeto que me mereces, resultaría incómodo p ara similar a la que lleva la m ayoría?” ¿Cóm o, pues, em pe­
este discurso el presionarte. Eres tú el que m ejor conoce zaremos, ahora, de nuevo, y de nuevo hablaremos de
qué puede responder, en el supuesto de que te formules aquella evasión que consiste en ser uno a la p a r con los
esta pregunta, sobre si vives de esta m anera en la a ctu a ­ otros? Pues donde hay m uchos, allí nos encontram os con
lidad. exterioridad, com paración, indulgencia, excusas y evasión.
Después de haber com prendido lo calamitoso que es esta
evasión, ¿todavía nos refugiaremos en ella? ¿Nos conso­
laremos p o r el hecho de pertenecer a u n compromiso
común? Ay, incluso en la tem poralidad se considera
consuelo dudoso el integrar u n compromiso común, y en
cuanto a la eternidad, no existe tal cosa. E n la eternidad,
el individuo, tú, oyente, y yo, puesto que somos individuos
seremos interrogados como individuos y sobre los detalles blemas serios y en qué estriban los problemas tontos*
de la vida individual. Si en este discurso ha hablado des­ puesto que millares de veces las tonterías son adm itidas
m añadam ente, no se te preguntará sobre esto, oyente mío, como serias. Por otro lado, la eternidad distingue adm i­
ni a ninguno de quien haya yo aprendido. Pues si éste rablem ente entre ellas; por lo tanto, resulta evidente que
se ha expresado con falsedad, a él se le interrogará sobre por ahora no se trata de algo fácil. Solamente se inten­
esto y, en cuanto a mí, tendré que responder por haber sifica la seriedad del compromiso. Pues en la eternidad
aprendido de otro lo que era falso. Ni tendrá que res­ n o existe ni la más remota idea de algún compromiso
ponder por mí cualquiera que haya tenido conmigo común. En la eternidad, el individuo, tú, mi oyente, y
alguna relación. Pues en el supuesto de que esta relación yo, en cuanto individuos, seremos interrogados como tales
fuera corruptora, a él se le interrogará sobre el particu lar; o bien sobre los detalles de nuestra vida. Puede acontecer
en cuanto a mí, tendré que responder por haberla buscado que en este discurso hubiera u n a verdadera reflexión sobre
o por no haber evitado esta relación y por el hecho de la vida y que gozara, adem ás, de habilidad y oportunidad
haberm e dejado corrom per. No, si he hablado desm aña­ para expresarme; pero tam bién puede haber acontecido,
dam ente y en la m edida en que lo haya hecho, en ese supongamos el caso, de que las circunstancias no me fu e ­
caso, y sin ninguna clase de excusa, yo, como individuo, ran favorables al hablar. E n el supuesto de que así fuera,
seré interrogado sobre el particular. Pues en la eternidad en la eternidad no se me p reg u n tará inquisitivam ente
se está muy lejos de cualquier compromiso común. E n la sobre estas circunstancias. Si perm aneciera silencioso, en
eternidad, el individuo, tú, mi oyente, y yo seremos inte­ tal caso tendría que rendir cuentas en m i condición de
rrogados en cuanto individuos y sobre los detalles indi­ individuo. En la tem poralidad, cuando la tarea consiste
viduales de nuestra vida. en usar la inteligencia p a ra ventaja propia, cuando lo
Si aconteciera que en este discurso me he expresado que juzga y critica es la inteligencia m undana, en ese
de acuerdo con la verdad, en tal caso 110 seré cuestionado. caso las circunstancias desfavorables no son solamente
No se me cuestionará si he triunfado ante los hombres base para el silencio, sino que el silencio se considera u n a
(muy al contrario, quizá se me pregunte si he hecho los actitud inteligente, m ientras que las circunstancias favo­
mayores esfuerzos con miras a convencerlos) ; no me p re­ rables invitan a participar en la conversación. Por otro
guntarán si, m ediante mi discurso, he logrado alguna ven­ lado, según el orden eterno, en el supuesto de que las
taja terrenal (todo lo contrario, puede preguntársem e si circunstancias fueran difíciles se duplica la obligación de
tengo idea de haberm e esforzado para lograrla) ; no h ab rá hablar. La dificultad se convierte precisamente en u n a
preguntas sobre los resultados obtenidos o si no obtuvo invitación. Desde el punto de vista de la eternidad, al
ninguno, o si los únicos resultados p ara mí fueron de p é r­ individuo solamente se le p reguntará si sabía que las
dida y tal vez tam bién de haberm e convertido en hazm e­ circunstancias le eran desfavorables y, en este caso, si
rreír. No, la eternidad me librará de todas estas tontas prefirió quedarse silencioso y, por ende, a causa de su
preguntas. En la tem poralidad podemos confundim os, silencio y, de acuerdo con el proverbio, si por su consen­
pues ignoramos quién es quién: en qué consisten los p ro ­ timiento contribuyó en cu an to individuo a una situación
en la cual las circunstancias llegaron a ser todavía más uno com prende que carece de méritos. Advierte que
desfavorables p ara la verdad. Sí, desde el punto de vista méritos y éxitos no son sino fantasías y engaños de los
de lo eterno, las circunstancias no le servirán p a ra ocul­ sentidos que tienen su lugar entre la m ultitud y fom entan
tarse o evadirse, pues se le preguntará en su condición de la conversación. Percibe que desde esta perspectiva quien
individuo, y la dificultad de las circunstancias actuarán nunca llega a convertirse en u n individuo, fácilmente cae
en su contra como una acusación doble. En cuanto a en la tentación de considerarse a sí mismo como el más
perm anecer silencioso, no es lo mismo que acontece con m eritorio de los hombres. Pero el objetivo de la confesión
el dorm ir pues el que duerm e no peca. Porque en el no consiste en que uno sea consciente de sí mismo en el
m undo el individuo ha atraído sobre sí la más atroz de las mom ento de practicarla, p a ra luego olvidarse de ello d u ­
culpas al perm anecer silencioso. La falta no consistió en rante el resto del tiempo. Al contrario, en el m omento
no habérselas arreglado p ara cam biar las circunstancias. de la confesión debería ser consciente de cómo ha vivido
T am poco en el hecho de perm anecer silencioso por dis­ durante el resto de su existencia. Si la m ism a conciencia
creción, que consiste en callarse cuando debe hacerlo, sino no le exigiera u n com portam iento cotidiano, en este caso
por astucia, pensando que resulta más prudente callarse. la confesión llegaría a ser u n a autocontradicción. Sería
como insistir en que u n a persona hum ilde rindiera cuen­
P o r lo tanto, ¿cómo procederemos si estos problemas
tas, a sí mismo y a Dios, de la form a e n que h a vivido
parecen acusaciones? Ante todo, cada uno tiene que con­
como rey. . . él que nunca llegó a ser rey. Así pasa con
vertirse en un individuo con su responsabilidad ante Dios.
un hom bre al cual se le pide que rinda cuentas de cómo
D eberá someterse al severo juicio de esta individualidad.
¿P or ventura no consiste en esto el propósito de la con­ se h a com portado como individuo, y luego se le perm ite
fesión? Pues así como se está muy lejos de que en el que lleve u n a clase de vida sin esta conciencia.
cem enterio de la iglesia “la m ultitud de difuntos se con­ ¡O yente mío! ¿T e acuerdas ah o ra de cómo se inició
viertan en u n a sociedad”, tam poco los que se acercan a este discurso? Perm ítem e que te lo recuerde. Es verdad
la confesión pueden form arla, pues no sólo el rey se p re­ que el orden tem poral dispone de su propio tiempo, pero
senta sin terceros a la confesión, para eludir la com pañía tam bién lo ten d rá lo Eterno. Si esto no llegara a acon­
de los otros. Aquellos que se acercan a la confesión no tecer d u ran te la vida de un hom bre, lo Eterno vuelve de
integran u n a sociedad. C ada uno, en cuanto individuo, nuevo con otro nom bre, y entonces dispondrá de su p ro ­
está ante Dios. H om bre y m u jer pueden dirigirse a la pio tiempo. Eso se denom ina arrepentim iento. Y puesto
confesión en m utuo y grato compañerismo, pero no pue­ que en el presente ningún hom bre ha vivido en la p er­
den los dos realizar a la p a r la confesión. El confesante fección, sino de u n a m anera frágil, la Providencia le h a
no lo hace en com pañía, es un individuo, a solas ante dado dos com pañías, u n a lo invita a m irar hacia adelante,
Dios. Y en cuanto individuo, si considera que se propone la otra hacia atrás. Pero en cuanto a la llam ada del
a sí mismo, gracias a un íntim o m urm ullo, acusaciones, arrepentim iento, se da siempre en la hora undécim a. Por
en este caso ejerce la confesión. Pues ésta no consiste en lo tanto, la confesión es siempre a la hora undécim a, pero
enum erar méritos y éxitos, sino pecados. Al confesarse, no p or esto debe ser precipitada. Porque la confesión es
un acto santo, que exige una m ente recogida. U na m ente individuo, que a través de este ojo de ag u ja debe pre­
recogida indica que h a de evitar toda distracción, toda sionar hacia el cam ino estrecho donde no ag u ard a nin­
relación, con el propósito de centrar esta relación en sí guna com paración, donde, sin embargo, ninguna com pa­
mismo como individuo, responsable ante Dios. Se ha ración m ata con su insidioso apaciguam iento. El cam ino
concentrado en sí m ism a p ara evitar toda distracción y, ancho, por otro lado, resulta así por la sencilla razón de
por ende, tam bién toda com paración. Pues ésta puede que son muchos los que transitan por él. L a ru ta de las
ser causa de tentación para un decaim iento terrenal y for­ m ultitudes es siempre am plia. Es ahí donde se encuen­
tuito, porque quien se com para se ve obligado a ad m itir tran los tentadores lugares propios de la evasión y que
que va detrás de otros, o se eleva en orgullo pues, h a ­ nos ocultan. Allí la com paración acaricia con su refres­
blando hum anam ente, parece que se coloca por encim a cante brisa de aire. Pero es un cam ino que no guía a la
de los otros. vida.
U na nueva expresión de la honda exigencia de la hora Sólo el individuo puede en verdad querer el Bien, y
undécim a se presenta cuando el penitente ha dejado de aunque el penitente trab aja con denuedo y no en forma
lado cualquier otra relación que no sea el centrarse en sí exclusiva en la hora undécim a de la confesión, sino tam ­
mismo en cuanto individuo. Es así como se hace respon­ bién todos los días m ediante el arrepentim iento, el camino
sable de cualquier relación ordinaria y evita toda com­ no deja de ser el justo. Pues está en relación con la
paración. C uanto más se utilizan las comparaciones, más exigencia que invita a la pureza de corazón por querer
aum enta la im presión de que todavía queda m ucho tiem ­ una sola cosa.
po. C uanto más se usan las comparaciones, la vida resulta Si tú, oyente mío, conoces sobre el acto de confesión
más indolente y perjudicial. Pero si se deja de lado toda más de lo que se ha dicho aq u í; si tam bién sabes lo que
com paración, en este caso el hom bre como individuo se sigue a la confesión de los pecados, todavía creo que este
confiesa ante D io s. . . y está lejos de toda com paración largo discurso no h a sido dicho en vano, en el supuesto
en la m edida en que las exigencias que dem anda la de que te obligue a pensar pausadam ente sobre algo que
pureza de corazón están por encim a de toda com paración. ya sabías y que ahora conoces más. Pero no olvides que
Lo que Dios le exige es pureza de corazón y esto es lo lo m ás terrible consiste “en vivir engañado, no por lo que
que el penitente se exige a sí mismo ante Dios. Sí, y es puede ser engañado (ay, y en el particular horriblem ente
precisam ente ahí donde él confiesa sus pecados. Y por engañado) sino ser engañado por exceso de conoci­
pesada que pueda ser la ru ta y la hora de la confesión, m iento” . Piensa que en esta época existe particularm ente
sin em bargo el penitente conquista lo Eterno. Lo fortalece la gran tentación, p ara los que predican, de d ejar de
la conciencia de ser un individuo y el trabajo de querer lado al individuo tan pronto como sea posible cuando
verdaderam ente una sola cosa. Esta conciencia es la parece que se ha dicho lo suficiente, de tal m anera que
puerta angosta y el camino estrecho. N o es el cam ino que nadie puede sospechar que el predicador ignora lo que
sigue la m ayoría en seguimiento unos de otros. No, esta todo hombre conoce en u n país cristiano. ¿Pero de qué
angostura significa que cada uno debe convertirse en un sirve al hom bre el ir más y más adelante y decir de é l :
no para nunca de avanzar, cuando tam bién puede afir- encuentra el pecado. Todos los días y día tras día hay
m arse: ¿n ad a hay que lo detenga? El imponerse una algo que se in terp o n e: dem ora, bloqueo, interrupción,
pausa no significa ser perezoso. La pausa tam bién es desilusión y corrupción. Así en este tiem po de arrepen­
m ovimiento. Es el íntimo movim iento del corazón. La timiento quieras concederme el coraje, u n a vez más, para
pausa equivale a profundizar en la intim idad. En cambio, querer u n a sola cosa. C iertam ente, es u n a interrupción
el hecho de proceder siempre hacia adelante significa ir en nuestras tareas cotidianas; las dejamos de lado como
directam ente por el camino de la superficialidad. Por si fuera un día de descanso, cuando el penitente (y es
esta ruta no se llega a querer u n a sola cosa. U nicam ente solamente en el momento del arrepentim iento que el
si de tiempo en tiempo se detiene en su an d ar haciá obrero muy atareado puede tranquilizarse en la confesión
adelante y de nuevo se detiene, después de recomenzar del pecado) se encuentra a solas contigo en la confe­
solamente en ese caso puede quererse una sola cosa. sión. Es de veras una interrupción. Pero es una interrup­
Porque la pureza de corazón es querer una sola cosa. ción que indaga hacia atrás, en sus alejados orígenes,
¡ O h Padre que estás en los cielos! ¡ Q ué es el hombre aquello que debe ser reanudado de nuevo y que fuera
sin Ti! ¡Q u é es todo lo que conoce, por m ucho que sea separado por el pecado; que en su aflicción pueda arre­
lo que conozca, sino un fragm ento insignificante en com­ pentirse por el pecado que separó; que en medio de su
paración con tu persona! ¡Q ué son todos sus esfuerzos, ansiedad pueda llegar a com pletar lo que todavía le falta.
aunque anduviera a la p ar con el m undo, sino una obra Oh, tú que otorgas el principio y el complemento, dame
a medio hacer en el caso de que te ignore: T ú, el Uno, la victoria en el mom ento de la necesidad, de tal modo
que eres u n a sola realidad y que lo eres todo! De este que ni el deseo apasionado ni u n a determ inada resolución
m odo otorga al intelecto sabiduría p a ra com prender esta puedan separarme, otórgam e la aflicción del arrepenti­
realidad; sinceridad al corazón p a ra aceptar esta com­ miento: querer una sola cosa.
prensión; pureza a la voluntad p ara que quiera solamente
una cosa. Concede en la prosperidad perseverancia para
una cosa; en m edio de las distracciones, recogimiento para
esta sola realidad; en medio de los sufrimientos, paciencia
para querer esta sola cosa. O h, tú que otorgas el prin­
cipio y el cum plim iento, tem prano, a la hora de 1a. aurora,
da al joven resolución p ara querer u n a sola cosa. Y a
m edida que el día se desvanece, otorga al adulto un
recuerdo renovado de esta su prim era resolución, de tal
m odo que el principio sea sim ilar al últim o y el último
sim ilar al principio en posesión de u n a vida durante la
cual ha querido u n a sola cosa. Ay, pero esto es algo que
todavía no ha acontecido. E ntre uno y otro extremo se
INDICE
Ensayo in tro d u c to rio : Significado e im p o r­
tan cia del pen sam ien to de K ierkegaard,
p o r L u is Farré 7
Prefacio 35
I. In trod ucción : El ho m b re y lo eterno 37
2,. R e m o r d im ie n to , a rrep en tim ien to , confesión:
Em isarios de la e te rn id a d p ara el homjbre 47
3. Barreras para querer una sola cosa: T a n to
la v ariedad como ciertos m om entos espectacu­
lares no son esta sola cosa 63
4. Barreras para querer una sola cosa: L a re ­
com pensa-dolencia 79
5. Barreras para querer una sola cosa: Q u erer
sin m iedo del castigo 91
6. Barreras para querer una sola cosa: Servicio
i
egocéntrico del B ien 113
7. Barreras para querer una sola cosa: C iertos
com prom isos 119
8. E l precio de querer una sola cosa: C o m p ro ­
m iso, lealtad, disposición p ara sufrirlo todo 137
9. E l precio de querer una sola cosa: Sobre
las evasiones 157
10. E l precio de querer un a sola cosa: A nálisis
de u n caso extrem o de u n sufrien te in cu rab le 167
II. E l precio de querer una sola cosa: Cóm o .
debe e m p le ar la in telig en cia el su frien te p ara \
evidenciar la evasión 191
12. Entonces, ¿qué debo hacer?: La fin alid ad del
oyente en u n a elocución devocional 201
13. Entonces, ¿qué debo hacer?: Vive com o u n
: " in d iv id u o ” 209
14. Entonces, ¿qué debo hacer?: O cupación y
vocación: m edios y fin 225
15. Conclusión: El hém-bre y lo etern o 239

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