C/ Primavera, 35
Polígono Industrial El Malvar
28500 Arganda del Rey
MADRID-ESPAÑA
www. edimat. es
ISBN: 84-9764-510-3
Depósito legal: M-20465-2006
CAPÍTULO 1
LA E S C R IT U R A C R E A T I V A ................................. 9
1. Primeros pasos: la intuición ..................................... 9
1.1. «La ambición de ser escritor fue durante
los primeros años una especie de farsa»......... 10
1.2. La lectura en la infancia del escritor ............. 11
1.3. ¿Talento o aprendizaje?.................................... 12
2. ¿De qué puedo partir para crear?................................ 15
2.1. ¿Qué es lo que nos lleva a escribir? ............ 15
2.2. ¿De qué parte un escritor cuando
va a crear?............................................................. 16
2.3. ¿Cómo sé qué historia debo contar?............. 18
3. ¿Será ésta la voz adecuada?...................................... 21
4. Mi vida en mi literatura................................................ 22
5. El m iedo..................................................................... . 24
5.1. La propia crítica.................................................. 25
6. ¿Cuál es el lugar adecuado para escribir?................. 27
CAPÍTULO II
LA HISTORIA QUE V A M O S A C O N T A R ...... 31
1. Vamos a contar una historia..................................... 31
1.1. Universalidad.................................................... 34
1.2. Verosimilitud.................. ......... .................. ........ 36
2. Recopilando información............................................ 36
3. ¿Cómo vamos a contar la historia?.......................... 37
3.1. Claridad y belleza................................................ 39
3.2. Evitar lo rebuscado.............................................. 40
3.3. ¿Frases cortas o largas?....................................... 41
3.4. Un error evitable............................................... 42
3
4. A medida que escribimos la historia 42
5. Nada debe ser gratuito 45
6. Cómo llegar al lector 46
7. El tiempo de la creación......................................... 48
CAPÍTULO III
LA D£5CJ31P£.IÁN 51
1. La descripción ............................................................. 51
2. E rro re s ........................................................................... 52
3. Descripción de un personaje................................. 53
4. Descripción del espacio ............................................. 56
5. Descripción de un objeto....................................... 60
CAPÍTULO IV
EL T I E M P O DE LA HI ST OR IA 63
1. El tiempo............................... ................................. 63
1.1. El tiempo interno.......................................... 63
1.2. El tiempo externo ............................................. 64
CAPÍTULO V
EL .N A R R A D O R 67
1 -Eljoanrador.................... ......................................... 67
2. El narrador omnisciente................................ 67
3. E l jiarxador objetivo......... .............................................................
4. El narrador en primera p e rsona................................ 71
5. El narrador en segunda persona........................ 75
6.El narrador de primera persona del plural ................. 76
7. Varios narradores........................ ............... ......... 76
CAPÍTULO VI
LQS .R E R & aN A JES 79
1. Los personajes...................................................... ............79
4
2. El nombre del personaje ............................................. 83
3. ¿Cómo hablan los personajes? ................................. 86
4. Personajes principales............................................... 88
5. Personajes secundarios............................................. 89
CAPÍTULO VII
LOS D JÁ L O G O S 93
1. JÜxliílojgo....... ...... ........................ ............................. 93
2. El diálogo entre personajes...................................... 93
3. El monólogo interior .................................................. 96
4. Cómo llevar los diálogos al papel 98
4.1. Las rayas o guiones.......................................... 99
4.2. Diálogos sin rayas............................................ 104
5. a .evitai.................... . ....... .... 105
5.1. Diálogos vacíos................................................ 106
5.2. Falta de adecuación alpersonaje 109
5.3. Confusión e inexactitud.................................. 111
5.4. Monólogos en lugar dediálogos ........................ 113
5.5. La interferencia del escritor en la voz del
personaje... .......... ............... ......... ............................ H4
5.6. Poca naturalidad...............................................■ 115
5.7. Diálogos repetitivos........................................ 115
5.8. Abuso de los signos deexclamación.............. .... 116
CAPÍTULO VIII
EL CUEJSITO 119
1. El .caienío Jitexario........................ . . .— ................ 119
2. Características del cuentoliterario............................... 119
2.1. Un cuento de Edgar Alian Poe,
El gato negro..................... ......... ........................ 121
2.2. Análisis del cuento El gato negro,
Edgar Alian Poe................................................ ....... 134
5
3. Cuentos de miedo........................................... 136
4. Microrrelatos .......................................................... 139
4.1. El microrrelato como ejercicio ......................... 140
C A P Í T U L O IX
LA NOVELA 143
1. ¿Es la novela un cuento largo? ............................. 143
2. ¿Novela o cuento? ....................................................... 144
3. -N-ov-ela coxta .......... ..... .................................................................... 146
1. Lu j-dc-u........... ----------------- -------------------- 147
5. £1 ££>jiÚ£iizq ................................................................. 148
6. El -d.as.aixo.llo......................... . 150
7 EL£inaL„,........................ ...... ................... 153
8. ¿Debo escribir pensando en el lector? .................... 155
CAPÍTULO X
EL SÍMIL Y LA METÁFORA 157
1. El símil .......................................................................... 157
2. .La .uit'jjJujy..................*— ------- . ....................... 158
C A P Í T U L O XI
O B RA S DE CONSULTA 161
J. Djffjujiiu’ju ................................................................... 161
2. G-namátic-a..................— ...... ....... . . . 162
3. ¿ktQgcafía.............................. ... ............ 163
4. Diccionario de dudas ................................................. 164
5. Manual de redacción ............................... .................. 165
6. Estilo, escritura creativa................................. 165
C A P Í T U L O XII
ESCRIBIR GUIONES 169
1. Una historia en imágenes.............................. 169
6
2. La estructura del guión de cine
2 . 1 . Story-line ...................................
2.2. Sinopsis
2.2.1. Planteamiento
2.2.2. Desarrollo
2.2.3. Desenlace
2.3. Escaleta.............
EJERCICIOS
BIBLIOGRAFÍA
Capítulo I
La escritura creativa
1. Primeros pasos: la intuición
Carmen (Martín Gaite) empezó a escribir siendo
muy niña (...).
Escribió sus primeros cuentos, a la edad de ocho
años, en unos cuadernos infantiles que todavía se
conservan (...).
9
un papel fundamental en la creación con palabras. De
ella depende, por ejemplo, que el escritor elija una h is
toria determ inada entre todas las que puede contar, que
el final sea uno y no otro... y un largo etcétera que sólo
la intuición del escritor puede 'resolver'.
Cuando un niño escribe, no elige una estructura
determinada ni planifica los caracteres de sus persona
je s , ni se fija en si el estilo de sus cuentos será el ade
cuado, si el lenguaje que em plea es el que debe o si será
verosímil la historia creada. Más tarde, las lecturas, la
literatura, la gramática, la redacción, la corrección, etc.,
irán haciendo posible que esa escritura, en principio sólo
guiada por la intuición y la propia imaginación, vaya
adquiriendo una forma, un estilo, una voz. Ésta es la
parte que se puede aprender: la teoría.
10
YIO sentía deseos ni necesidad de escribir nada, y no
escribía nada, ni tan siquiera cartas (...).
V. S. Naipaul:
Leer y escribir
11
m ucho más exhaustiva, profunda y consciente, pues no
será perdonable en ningún caso una novela o relato o
poema donde haya errores gramaticales. El escritor tra
baja con palabras, las palabras son el medio con el que
crea, así como un pintor lo hace con los colores. Por
lo tanto, deberán uno y otro conocer perfectamente los
instrumentos que van a usar. Esta es -co m o ya se anun
ciaba al principio de este a p a rta d o - la parte que se
puede aprender.
12
'crear' tal vez buenos o correctos relatos o incluso una
novela que no esté del todo mal. Pero ¿se trata de
escribir obras simplemente correctas o que no estén del
todo mal?
L a u ra F re ix a s en su obra Taller de narrativa
expresa a este respecto lo siguiente:
13
Efectivam ente José Saram ago estuvo veinte años
sin escribir una letra tras escribir sus dos prim eras
obras, pero eso no significa que no tuviera talento,
supone que en m uchas ocasiones el escritor sufre un
bloqueo, y ese bloqueo puede durar a ñ o s .'P a ra él, no
obstante, todo se basa en trabajo y m ás trabajo, y así
lo recogen Raúl Crem ades y Angel Esteban en su obra
Cuando llegan las musas:
Saram ago tiene una «teoría literaria sobre la inspi
ración y la creación literaria estrecham ente ligada al
concepto de la práctica habitual, del trabajo c o ti
diano.»
Y en este punto sí coinciden m uchos: sin trabajo
diario, sin disciplina, sin un continuo escribir no habrá
inspiración ni m usa capaz de dar a luz una obra. Ni
siquiera talento capaz de crear sin esfuerzo y trabajo.
Lo que nadie pone en duda es la necesidad de
seguir una disciplina, una rutina, que a veces puede
resultar agotadora pero que siempre queda c o m p e n
sada por el indudable placer que es escribir, crear con
las palabras.
M ario Vargas Llosa también ha expresado su p a re
cer acerca de uno de los grandes dilemas de la escri
tura:
14
juventud, a la que aquella elección racional viene a
fortalecer, pero no a fabricar de pies a cabeza.
15
de M artín Gaite, ella escribía mientras los demás niños
ju g a b a n (aunque escribir también sea un ju ego).
Podríam os pues hablar de una suerte de necesidad
que m ueve a ciertas personas a escribir, aunque esta
necesidad tenga m ucho que ver con el placer que p r o
cura escribir. Pero centrém onos en la necesidad, no en
el sentido lúdico. Así, una simple frase puede d e sen
cadenar en el escritor una idea que dé lugar a una
novela; una discusión de dos personas en una cafete
ría puede provocar en el escritor la necesidad de lle
var al papel un relato; puede ser tam bién que un
recuerdo de su vida que persiste en su m em oria acabe
p or convertirse en el m otor de una narración; una im a
gen, una mujer que pasea, un niño que llora, un h o m
bre que se cae al suelo y se rompe una pierna; en casi
todo se pueden encontrar historias. Y esas historias
n ecesitan «salir» fuera, llegar hasta el papel. U na
n ec esid ad que im pulsa, a veces con una urgencia
indescriptible, a escribir.
16
mente que en todos los casos existe cierto com ponente
del propio escritor. Inevitable, teniendo en cuenta que
es él quien escribe, luego algo de él habrá en lo que
cree. De hecho, no son tan pocos quienes defienden
que la escritura es un falseam iento de la verdad, de la
realidad que rodea al escritor:
«La literatura es m entir bien la verdad», Juan Car
los Onetti
El escritor «busca» -tal vez sea más preciso decir
que « e n c u e n tra » - en aquello que le rodea historias
para convertir en literatura. Incluso cuando lo que se
da a luz es una historia de ciencia ficción, donde
parece que no puede haber nada del autor, el escritor
pone algo de sí mismo. Uno de los ejemplos más cla
ros es La Metamorfosis, en la que Kafka crea un per
sonaje que se lev an ta una m a ñ a n a co n v e rtid o en
insecto; en principio, podem os pensar que «eso» nada
tiene que ver con el autor o con lo que le rodea o con
cualquier realidad posible, y sin em bargo parece que
Kafka llegó a sentirse como su personaje, esto es,
como un insecto, y por ello lo convierte directam ente
en tal animal. Se trata de un falseamiento de la verdad,
el escritor no ha creado a un personaje que sintiera tan
mal, tan insignificante como un insecto, sino que ha
usado a un hom bre que literalm ente se transform a en
insecto. No obstante, cuando damos los primeros pasos
conscientes en la escritura es habitual que no falsee
mos lo que estamos contando y plasm em os nuestras
propias experiencias y/o sentimientos y/o recuerdos de
una m anera directa, sin falseamientos. Lo autobiográ
fico tiene un papel fundamental entonces y siempre lo
tendrá, no nos engañem os, sólo que con el tiempo
aprenderem os a servirnos de todo ello para crear no
para «copiar» nuestra existencia. Tras esos prim eros
17
pasos en que puede resultarnos imposible distanciar
nos lo suficiente como para dejar de «copiarnos» a
nosotros m ism os de m anera literal, em pezarem os a
esta r p re p a r a d o s pa ra to m a r la d ista n c ia que se
requiere de la propia experiencia vital, y así ser c ap a
ces de contar otras historias. A unque siempre habrá
algo de nosotros, de nuestras vidas. La propia e x p e
riencia, el c o n o c im ie n to del m undo, la form a de
enfrentarse o de dejarse llevar, la forma de concebir y
sentir el amor, los m iedos, las inseguridades, el pasado,
los anhelos..., y todo lo que nos sucede y rodea será
fuente de nuestros escritos, ¿de dónde «beberíam os»
si no para crear?
Sabiendo esto podem os enfrentarnos a nuestra parte
m ás crítica con m ayor paciencia, conscientes de que
al principio es inevitable que nuestra vida sea lo que
escribam os. Seremos capaces de tom ar distancia d e s
pués.
18
una frase de Wilde que todo escritor ha de tener p r e
sente: «No existen más que dos reglas para escribir:
tener algo que contar y contarlo». Parece obvio, mas
no lo es tanto, ¿cuántas veces nos hem os puesto a
escribir y no hem os sido capaces de rellenar ni una
línea? Tener algo que contar, pasa por tener una h is
toria que contar: es el prim er requisito que debe poseer
todo escritor. Sin historia no hay nada. No obstante,
hace falta m ás que tener una historia, y eso se c o m
prueba a diario sin necesidad de recurrir a la literatura.
Pensem os en dos amigos contando un m ism o chiste:
uno de ellos es muy gracioso y el otro no tiene gracia
alguna. ¿Cuál es el resultado? El soso, por muy buen
chiste que esté contando, no arrancará siquiera la son
risa de cortesía; m ientras que el que es muy gracioso
hará reír aun cuando el chiste sea malo. Pues con la
sscritura sucede algo parecido, aunque si la historia es
mala no sucederá como si el chiste malo pero está bien
contado. No basta con tener una buena historia, hay
que saber contarla, y ésta es la otra clave.
Todos tenem os historias que contar, pero no todos
las contam os igual, y ahí reside la diferencia funda
mental. Luego a la frase de Wilde vamos a añadirle que
además de tener algo que contar, hay que saber cómo.
Así pues la respuesta a la pregunta que abría este
apartado es clara: se puede partir de lo que se quiera para
aerear. Puede contarse cualquier historia, no hay reglas
|fii normas; ahora bien, sí hay que tener una historia o
.¡glina idea, no podemos estar divagando sobre el papel,
¡engañándonos con algo que no es una historia, porque
$ te puede ser un escritor genial pero no tener ideas, en
tem o caso no hay nada que hacer, no hay nada que con-
) en consecuencia no hay historia, y sin historia no
|hay relato. Puede también suceder lo contrario: tener
19
ideas brillantes p e ro nu saber llevarlas al papel, en
cuyo caso estaremos ante la m ism a dificultad. Supon
gamos ahora que tenem os varias historias para contar,
hay que elegir una, y ahí es donde va a influir de
m anera decisiva la intuición de cada escritor. U na
intuición que le lleva a elegir una historia y no otra.
Por eso m uchos autores dicen que son las historias las
que los escogen a ellos.
V. S. N aipaul, Premio Nobel de Literatura 2001,
cuenta lo siguiente a este respecto en su obra Leer y
escribir.
20
Nada ocurrió con mi escritura aquellos cinco
meses; nada ocurrió durante los cinco meses siguien
tes. Y de repente, un día, sumido en una depresión casi
continua, empecé a ver cuál podría ser mi material:
la calle de la ciudad de cuya vida mixta nos habíamos
distanciado, y la vida rural anterior a eso, con las cos
tumbres y modales de una India recordada. Una vez
descubierto, parecía sencillo y evidente; pero tardé
cuatro años en descubrirlo. Casi al mismo tiempo sur
gieron el lenguaje, el estilo, la voz para ese material.
Parecía que voz, form a y contenido se integraban unos
en otros. Parte de la voz era de mi padre, de sus rela
ciones sobre la vida rural de nuestra comunidad. Otra
parte, de El Lazarillo de Tormes. La voz mixta enca
jaba. No era completamente mía cuando me llegó,
pero no me sentía incómodo con ella. Era, en realidad
la voz del escritor, que tanto trabajo me había costado
encontrar. A l poco tiempo me resultaba conocida, en
mi cabeza. Sabía cuándo iba bien y cuándo se des
mandaba.
21
pasará algún tiem po, mas ese tiempo no está perdido,
sino todo lo contrario: es un tiempo de exp e rim e n ta
ción y entrenam iento. La búsqueda necesaria.
Escribirem os, sin duda, m uchos folios hasta que
dem os con la voz que más se adecúa a nosotros como
escritores, a lo que querem os narrar y a la m anera en
que querem os hacerlo.
Confiesa Naipaul que al principio la voz no era
com pletam ente suya, pero poco a poco fue d e scu
briendo que aquella voz era la voz del escritor que
tanto había buscado. Y eso es precisam ente lo que va
a sucedem os, que gracias a nuestra intuición iremos
dando unos determ inados pasos que acabarán por lle
varnos al lugar que pretendem os. No hay fórmulas
m ágicas para encontrar nuestra voz de narradores,
hay trabajo y trabajo, horas de dedicación y búsqueda,
un tiem po necesario, un entrenam iento ineludible.
Poco a poco iremos dándonos cuenta de qué voz nos
gusta y qué voz rechazam os, iremos así configurando
nuestro estilo narrativo.
4. Mi vida en mi literatura
Es habitual que cuando nos iniciamos en la escri
tura contem os episodios de nuestra vida de m anera
casi literal, ya sean pasados o presentes, y que incluso
lleguem os a preocuparnos porque tenem os la im p re
sión de que no somos capaces de salimos de nuestra
propia experiencia vital. Un alumno del Taller de
Escritura que impartí en el año 2004-2005 se m ostraba
muy preocupado por este tema, decía que lo que él
escribía no era literatura, que no podía ser literatura
contar sin más lo que le había sucedido y sucedía en
su vida. Poco a poco fue despegándose de sí m ism o y
22
encontrando fuentes de inspiración fuera de su vida,
si bien quiénes y cómo somos siempre estará en n u e s
tras letras. Siguió tam bién «bebiendo» de su existen
cia, pero aprendió a falsearlo, es decir, a convertirlo
en literatura. N uestra vida puede ser nuestra fuente de
inspiración, lo que no supone copiar lo que nos sucede
al pie de la letra, se parte de lo propio y se falsea, se
cambia, se traduce en literatura. Es sorprendente cómo
un suceso que nos ha ocurrido y que decidimos tomar
como punto de arranque da lugar a relatos totalmente
diferentes de lo que en realidad sucedió.
D istanciarnos es algo que iremos logrando con el
tiempo, com o sucede con el estilo narrativo, en el
com ienzo es inevitable partir de lo propio y cercano.
No obstante, nuestra propia existencia, nuestras e m o
ciones y sentimientos pasados o presentes, nuestra
m anera de entender el m undo y de sentirlo siempre
estarán presentes en todo aquello que escribam os.
Puede optarse por usar algo totalm ente autobiográ
fico, com o punto de partida, no obstante será c o nver
tido en m ateria literaria, y para lograrlo hay que tomar
distancia. Si estamos demasiado implicados e m o c io
nalm ente en lo que escribim os no podrem os valorar
nuestras letras y por tanto seremos incapaces de con
vertir el escrito en m ateria literaria. E scribirem os
entonces lo que nos ocurre como una suerte de catar
a is, poder de la escritura que siempre em plearem os,
ípara guardar después lo escrito en un cajón, y volver
sobre ello transcurrido el tiempo necesario como para
tom ar distancia. Al releer lo escrito nos darem os
cuenta de qué falla en el texto, qué le falta y qué le
sobra y posiblem ente podam os crear un relato litera
rio.
23
Es útil practicar escribiendo relatos que no partan
de nuestra vida, hacer ejercicios en los que pongam os
en m archa nuestra im aginación y fantasía. Es curioso
com probar cómo el hecho de narrar algo ficticio, ale
j a d o de nuestra realidad, nos permite estar más atentos
a la narración en sí, a lo literario. Un ejercicio intere
sante a este respecto es el del binom io fantástico. Se
abre un diccionario por una página y la prim era p ala
bra que aparezca se apunta. Vuelve a abrirse el diccio
nario por otra página y la prim era palabra que leamos
se apunta. Tenemos pues dos palabras que han de ser
totalmente distintas, por lo que si en la prim era ocasión
nos han salido dos palabras del m ism o campo sem án
tico, volverem os a buscar hasta que encontrem os dos
com pletam ente diferentes. Una vez tenemos las dos
palabras procederem os a relacionarlas en un relato.
E stim ularem os así los m ecanism o de creación que
tenem os y lograremos crear a partir de otros supuestos
que no sean en principio nuestra vida.
5. El miedo
Todos los escritores, o casi todos, comparten un
m ism o miedo: la ñ o creación. Cuando no conseguim os
escribir; es decir, somos víctimas del denom inado y
por todos, o casi todos, conocido bloqueo nos sentimos
frustrados e incluso desesperados.
Este miedo a veces se diluye con el paso del tiempo,
ya que se aprende a no tener tanta prisa y a esperar,
pues la propia experiencia nos dice que ya en otras
ocasiones nos ha ocurrido y hemos sido capaces de sol
ventarlo, pudiendo volver a escribir. Por ello es al prin
cipio cuando más desesperación genera el bloqueo, ya
que aún no contam os con las armas suficientes como
24
para saber que podem os superarlo. No obstante, es un
miedo que en alguna ocasión aparecerá aun cuando se
lleve m ucho tiempo escribiendo y tam bién es posible
que dure siempre; ahora bien, no nos podem os rendir
ante este temor, no podem os quedarnos parados sin
escribir una letra, porque el bloqueo no se combate así,
sino haciendo todo lo contrario: escribiendo, a pesar
de todo, aun cuando seamos conscientes de que lo que
estam os escribiendo no es la mejor narración de n u e s
tra vida, pero ¿quién nos asegura que de ese escrito no
surgirá tal vez un personaje, una escena, un lugar, un
conflicto o una frase que nos sirva para escribir una
narración que nos haga sentir satisfechos?
25
Lo más adecuado será dejarnos llevar por el proceso
de creación y olvidar mientras tanto lo que es m ejor o
peor, coherente o incoherente, verosímil o inverosímil,
adecuado o inadecuado, original o vulgar. D ebem os
perder el m iedo mientras estemos escribiendo, c o n s
cientes de que ya habrá tiempo después de corregir. No
pensarem os s iq u ie ra - m ie n tr a s estemos e s c rib ie n d o -
en si tal persona se sentirá identificada con tal p e rs o
naje y en consecuencia se disgustará, si esta historia
ya la han contado m uchos antes y mejor, si la estruc
tura es la adecuada, si el narrador se adecúa a la h is
toria o si sería m ejor otro, si la narración es buena, si
realm ente m erece la pena. Este trabajo se reservará
para el final, una vez term inada la escritura de la h is
toria. Lo que sin em bargo sí resulta conveniente hacer
m ientras se escribe es com probar que se sigue una
línea narrativa, para evitar así com enzar contando una
historia para term inar contando otra.
M uchas veces tem erem os que los personajes crea
dos sean poco creíbles o alguien cercano pueda iden
tificarse, incluso que quienes nos rodean puedan j u z
garnos por nuestras letras y pensar algo de nosotros
que no deseam os que piensen. Son varios los m iedos
que nos acecharán, no obstante tratarem os de que
m ientras estam os creando no interfieran, hay que pe n
sar que habrá tiempo después para cam biar o m odifi
car y, sobre todo, saber que todo escritor corre el riesgo
de ser ju z g a d o por lo que escribe, que siempre habrá
quien busque algo autobiográfico en nuestras letras,
pero eso es algo con lo que hem os de contar. Escribir
es diversión pero tam bién es riesgo, y hay que asu
mirlo. A sum ir que cuando escribimos estam os dando
algo de nosotros y que ese algo será recogido por el
26
lector, lo que luego hagan con ese algo ya no es cosa
nuestra.
Pero volvam os sobra esa parte critica, capaz de
detener el proceso creativo. Si bien es cierto que ten
dremos que ignorarla durante el proceso, recurrirem os
a ella una vez lo hayam os concluido; aquí será de cru
cial importancia. E scucharem os entonces todo lo que
tenga que decirnos, pues ha llegado el m om ento de
corregir lo escrito, para lo que es fundamental esa parte
crítica.
Cuando estamos escribiendo una obra es im por
tante, además de ignorar la parte crítica que intenta
pa ralizar c o nstantem ente al escritor, evitar p e n s a
m ientos del tipo «voy a lograr pasar a la Historia de la
Literatura con este libro», «voy a hacerme famoso con
esta novela», «todos se van a sorprender y me van a
reconocer», etc.; no debem os soñar con prem ios y
reconocim iento, porque todo esto sólo potenciará esa
parte critica capaz de cortarnos las alas. Al escribir con
una m eta tan com plicada como convertirnos en los
m ejores escritores de nuestra época, la crítica será
incesante, llegando a n o crear absolutamente nada. No
puede escribirse con semejante presión.
27
papeles, y habrá quien necesite tener la m esa llena de
papeles. Existirá quien escriba mejor en una cafetería
llena de gente y quien opte por una habitación aislada
de todo ruido. Puede tam bién suceder que no haya
posibilidad de elección, en cuyo caso el lugar está muy
claro: donde se pueda.
El escritor M iguel D elibes, por ejem plo, había
escrito siempre en su casa familiar con el ruido de su
n um erosa familia hasta que su mujer consiguió en c o n
trarle un lugar alejado de todo ruido, creyendo que así
facilitaría la labor creativa a su m arido, sin em bargo,
no sucedió lo esperado.
28
(tanto a un escritor como sentarse a escribir y no saber
p o r dónde empezar aun teniendo todo a su favor.» (...)
i Con el tiempo, M iguel llegó a la conclusión de que
aquella crisis -por fortuna, pasajera- se debió al
:drástico cambio que supuso su aislamiento (...) en
‘■aquel estudio del piso 19 respecto a sus costumbres
anteriores: «yo estaba hecho ajuegos de niños, a risas
y voces, a escribir con vida alrededor...». Por supuesto
~no volvió a trabajar en aquella «cárcel de oro», sino
; donde siempre lo había hecho: en su pequeño despa
c h o de la casa fam iliar de Valladolid, y en su estudio
|de 60 metros en el pueblo húrgales de Sedaño.
31
h a yam os em pezado a escribir no surja una buena
idea. Puede que hayam os com enzado nuestra historia
con una idea y que al escribirla y em pezar a d e sarro
llar aparezca otra y que sea esa precisam ente la que
acabem os desarrollando y no la inicial. A lgunos escri
tores em piezan a escribir dando así com ienzo a varias
historias diferentes para finalm ente elegir una de
todas las em pezadas. También escribiendo se busca la
idea. No obstante, lo m ás recom endable cuando se
están dando los prim eros pasos es tener previam ente
una m ínim a idea de la historia.
En caso de tener la idea de la historia en nuestra
m ente antes de iniciar la escritura, pueden tom arse
algunas notas, nos será de gran ayuda cuando estemos
creando, aunque no se trata de escribir una lista de in s
trucciones y seguirlas al pie de la letra, c o m p ro b a re
m os que pese a tener delante las notas tom adas al ini
cio, la historia no se ajusta exactam ente a lo que
teníam os en mente. Las historias van m arcando su
propio desarrollo.
La idea puede surgir en cualquier m om ento, por
eso m uchos escritores llevan siempre un cuaderno con
ellos, ya que aunque siempre tendem os a pensar que
no olvidarem os esa idea, lo cierto es que se olvida. Es
conveniente por ello que estem os preparados, dado
que la historia puede aparecer en cualquier sitio y
m om ento. Incluso puede que nos despertem os a mitad
de la noche con una buena idea en la cabeza; será
bueno apuntarlo ju s to entonces, porque de lo c o n tra
rio se corre el riesgo de olvidar.
A dem ás de tom ar notas acerca de la historia que se
va a contar pueden anotarse algunas características de
los personajes que se piensa incluir en el relato y
puede ser útil tam bién planificar las partes. Si es un
32
relato o un escrito corto la planificación no es en p rin
cipio tan útil, en una novela, por ejem plo, sí puede
serlo. Al planificar las partes, estam os ordenando en
n u estra m ente los a c o n tecim ien to s o sucesos que
vamos a narrar, estam os reflexionando acerca de n u e s
tra historia, la h acem os madurar, y podem os ver antes
de com e n z a r a qué dificultades nos enfrentam os con
esa historia. Como hay una inform ación que e v id e n
tem ente no vam os a dar desde el prim er m om e n to , se
trata siem pre de dosificarla para generar la curiosidad
en el lector, al establecer previam ente un esquem a
podrem os decidir qué datos vam os a ir dando y en qué
partes, pues en esa planificación inicial, aunque lógi
cam ente no vam os a hacer un esquem a muy e x h a u s
tivo, vam os a abordar la parte central de la historia,
la trama. Al trabajar la historia en el esquem a iremos
dándonos cuenta de ciertas lagunas o barreras que
podem os solucionar antes de em pezar, ahorrándonos
con ello tener que solucionar sobre la m archa ciertos
problem as que antes de escribir no nos habíam os
planteado. Esto no supone en caso alguno que ya todo
vaya a ser sencillo y rápido, nos vam os a tener que
enfrentar a lo largo de toda la creación a num erosas
dificultades, si bien cuanto más m ad u ra esté la idea
más sencillo va a resultar llevarla al papel.
No obstante, la forma de trabajar de cada cual es
personal y habrá quienes opten por escribir d irecta
m ente, sin un plan previo. A hora bien, hay dos p u n
tos -se tratan en los siguientes a p a rta d o s - que todo
escritor debe tener en cuenta cuando vaya a contar una
historia, planificada o no:
- U niversalidad.
- Verosimilitud.
33
1.1. universalidad
34
lo que hagan o digan nuestros personajes, los sucesos
que conform en la historia, pero no alzándonos n o s o
tros en m oralistas o adoctrinadores.
Cuando en literatura se habla de un clásico, se hace
referencia, entre otras cosas, a su carácter universal.
De tal m anera que, por ejemplo, podem os leer a escri
tores com o Benito Pérez Galdós o Leopoldo Alas Cla
rín m ucho tiem po después de que hayan escrito sus
obras, y siguen siendo interesantes, aun cuando el
tiem po ya no es el m ism o, y siguen siendo in teresan
tes para personas de diversos lugares. ¿Por qué? P or
que han construido sus obras con una perspectiva uni
versal, siendo por ello posible leerlas en cualquier
época y lugar. Tratan sentim ientos universales y lo
hacen de m anera universal.
V eam os un ejemplo: un m icrorrelato del escritor
Luis M ateo Diez de su obra Los males menores (A u s
tral).
EL LEGADO
35
1.2. Verosimilitud
2. Recopilando información
36
"París del siglo xv m habrá que saber cómo era e n to n
ces París. Será necesario e ineludible -n o intentem os
saltarnos este paso por considerar que en la ficción
todo c a b e - llevar a cabo una docum entación de la
época. H abrá que recopilar información de todo aque
llo que se desconozca o no se conozca en p rofundi
dad. Si lo que va a desarrollarse se conoce en p r o
fundidad no será necesaria la docum entación, pero, de
lo contrario, sí es im prescindible. ¿Cóm o p odría si no
hacerse creíble la historia? Esto es aplicable a todos
los dem ás pilares de la historia, incluso a la idea c e n
tral de la historia. Si querem os, por ejem plo, narrar la
historia de un hom bre que padece esquizofrenia, te n
drem os que saber de qué estam os hablando, si no
c o m eterem o s errores que perjudicarán nuestra c re d i
bilidad. Así pues no ignorarem os la im portancia de la
docum entación.
37
hacer que una historia sea interesante o aburrida,
bonita o fea... etc. Gran parte del peso recae pues
sobre el estilo del autor.
Pensem os un m om ento en la vida real: ¿qué dife
rencia existe entre dos personas que cuentan la m ism a
historia, pero contada por una de ellas resulta muy
interesante m ientras que contada por la otra resulta
muy aburrida? Era la m ism a historia, de hecho los dos
la protagonizaron, mas no han sabido trasm itirla de
igual forma, y por ello uno ha causado aburrim iento
y el otro ha generado interés. La forma en que han
contado la historia es la clave. En literatura sucede lo
m ism o.
Cuando en el capítulo anterior se hacía referencia
a la voz del autor, se aludía al estilo. Y encontrarlo,
com o decía N a ip a u l, no es tarea fácil, re q u e rirá
tiem po y sobre todo una intensa búsqueda de la voz
que m ás se adecúa a la forma de ver y de sentir el
m undo del escritor. De hecho, cuando un escritor con
siga su voz personal, su estilo, su escritura será per
fectam ente reconocible. Es el caso, por ejem plo, de
Francisco U m bral, cuyo estilo sería reconocible aun
cuando su texto no estuviera firmado. El poeta y ta m
bién cuentista M ario Benedetti tiene una de las voces
más personales de la literatura.
El escritor deberá saber dar con una suerte de
ritmo que dote de m usicalidad a sus letras. En p a la
bras de Luis R acionero: «Hay una m úsica interior de
la escritura hecha de núm ero y ritmo, simetría y rotura
de simetría, alternancia y sorpresa, y sobre todo de
sonoridad, reverberaciones en la m úsica callada del
estilo». Y añade: «Reticencia, no explicar, sugerir y
detenerse a tiempo. La regla de oro del artista: ex q u i
38
sito tacto de om isión, la m itad es norm a lm e n te más
e xpresiva que el todo».
Si se cuenta todo, poco m isterio quedará y en c o n
secuencia poco interés suscitará en el lector. Si se le
ha contado todo, y por tanto ya lo sabe todo acerca de
la historia, ¿para qué seguir leyendo?
39
3.2. Evitar lo rebuscado
40
3.3. ¿Frases cortas o largas?
41
elección de unas u otras será cuestión de adecuación a
lo que en cada m om ento se quiera transmitir al lector,
recuérdese para ello que con frases largas se detiene el
ritmo y con frases cortas se acelera.
42
historias, varios personajes, todo ha de estar pe rfe c
tam ente hilvanado. No puede haber lugar para las
fisuras. Por esta razón es recom endable no iniciarse
en la escritura con proyectos dem asiado am biciosos,
es preferible dejarlos para después, cuando se haya
adquirido la suficiente práctica como para poder abor
darlos com o es debido. Si la o las ideas que quieren
convertirse en una narración son com plicadas y el
escritor tiene aún poca experiencia lo más probable es
que no pueda llevarlo a cabo como quisiera. Lo m ejor
será pues c o m en zar con ideas sencillas que con ideas
muy complejas, recuerde el escritor que con tener una
idea genial no basta, que una idea puede ser brillante
pero si no se la lleva al papel de m anera brillante la
idea no valdrá nada. Así que si se opta por una senci
lla, siem pre será m ás fácil encontrar la m ejor m anera
de darle forma. No tenga prisa el escritor por abarcar
grandes proyectos.
En la obra Cómo narrar una historia se señalan
varios puntos im portantes que m erece la pena co n
trolar. Son los siguientes:
43
referencia a hacer una crítica constante de lo que se
escribe, sino a realizar un control sobre el relato, para
que pueda llevarse al lugar que pretende llevarse, y no
e ncontrarse al final con que se ha com enzado c o n
tando una historia y se ha term inado contando otra.
Es cierto que la escritura llevará al escritor m uchas
veces a lugares que no había planeado y que los per
sonajes cobrarán vida propia, sin em bargo, no puede
el autor perm itirse el lujo de construir un escrito
donde se sea repetitivo, aburrido y poco interesante.
Y a esto precisam ente es a lo que se hace referencia
con los puntos antes señalados.
Otro de los posibles problem as con que todo escri
tor puede enfrentarse es a lo que anteriorm ente se ha
d en o m in a d o bloqueo. El bloqueo que atasca la escri
tura y que im pide continuar la historia. No debe p re
ocuparse el autor si le sucede, es norm al, y de la
m ism a m anera que se le ocurrió una idea para llevar
al papel hallará la forma de continuar el relato. Puede
ser útil releer en ese m om ento de bloqueo todo lo que
se ha escrito, pues puede encontrar en sus propias
letras la solución al problem a. Si aún así el escritor
no es capaz de salir del atasco puede optarse por dejar
el escrito en un cajón y volver sobre él pasado un
tiem po. Entonces decidirá el autor si m erece la pena
continuarlo o no. El tiem po suele conceder la distan
cia necesari a y suficiente como para j uzgar con m ayor
objetividad lo escrito.
Lo fundam ental es, en cualquier caso, no dejarse
vencer por los obstáculos. Es cierto que m uchos tie
nen una im agen absolutam ente idealizada del trabajo
de escritor. C onsideran a los escritores personas dife
rentes que pasan horas y horas divirtiéndose frente a
un papel y sin problem a alguno. Y precisam ente p ro
44
blem as, obstáculos, es lo que cualquier escritor va a
encontrar a lo largo de toda su trayectoria. Un e s c ri
tor no asciende y se queda en su puesto de m anera
definitiva hasta que se ju b ila; un escritor, aun cuando
haya recibido los m ás prestigiosos prem ios, las m ejo
res críticas y aclam aciones, siempre tendrá un nuevo
reto con cada nuevo relato.
45
peor de lo que la hubiéram os ju z g a d o si no se hubiera
recurrido a un personaje sin finalidad. Pues bien, en
la escritura tam poco se pueden sacar a escena p e rs o
najes, objetos, paisajes o lo que quiera que sea, si no
es por alguna razón. Puede ser sim plem ente porque
define m ejor al p r o ta g o n is ta o ayuda a crear un
ambiente determ inado o dota de belleza una escena.
En cualquier caso habrá una justificación.
Para evitar este tipo de 'salidas' injustificadas hay
que evitar dejarse llevar por enam oram ientos re p e n
tinos. Im aginem os que de repente se nos cuela en el
papel un personaje que nada tiene que ver con la h is
toria que e stam os c ontando y que tam poco tiene
m isión alguna, pero que nos gusta tanto cómo ha qu e
dado definido, cómo habla, cómo es... etc., que deci
dimos dejarlo. C uidado, porque puede que nos e s te
m os dejando llevar por un enamoramiento repentino.
Este ejemplo es aplicable, evidentem ente, a cualquier
otro elem ento que pueda colársenos en una narración.
Lo m ejor será reservarlo para otra historia, otro relato
en el que sí tenga un sitio y una función. El lector no
va a perdonar que se le distraiga con personajes o e le
m en to s que n a d a aportan a la historia que están
leyendo. A dem ás perjudicarían en alto grado el in te
rés que se trata de suscitar en el lector.
46
Si escribim os, por ejem plo, un relato de m iedo, el
lector ha de sentir necesariam ente m iedo. Si el relato
es de amor, el lector debería sentir ese amor que se
está reflejando en la obra. Para conseguirlo será requi
sito indispensable que tam bién lo sintamos m ientras
escribim os. De no ser así, el lector tam poco lo sen
tirá.
Si m ientras estam os escribiendo notam os en algún
m o m e n to que nos estam os aburriendo, deberem os
volver atrás, porque si nos aburrim os nosotros, a u to
res, el lector se aburrirá aún más. D ebem os e m o c io
narnos con lo que contamos, sentir, por ejem plo, pena
por la m uerte de un personaje o m ucho m iedo en la
descripción de una escena. Para hacer sentir hay que
sentir prim ero. Para llegar al lector hay que e m o c io
narse con lo que se está creando.
En el siguiente ejem plo, nosotros, como lectores,
sentirem os cierta inquietud, incluso cierto temor.
47
saber exactamente por qué, uno no se atreve a pre
guntar nada a las arrugadas y solitarias figuras que,
de cuando en cuando, se ve escrutar desde puertas
medio derruidas o desde pendientes y rocosos prados.
Estas gentes son tan silenciosas y hurañas que uno
tiene la impresión de verse frente a un recóndito
enigma del que más vale no intentar averiguar nada.
H. P. Lovecraft,
El horror de Dunwich
7. E! tiempo de creación
48
...quien no tiene prisa p o r ganar dinero, la tiene
p o r ser famoso, y con precipitación es imposible
escribir nada bueno. Tolstoi pasó diez años con G u e
rra y paz, Proust dieciocho para su R echerche [...]
Luis Racionero,
El arte de escribir
49
Capítulo III
La descripción
1. La descripción
51
D escribir se define casi siempre como una pintura
hecha con palabras. Y de eso, efectivamente, se trata.
Hay que contar cóm o es algo con la finalidad de p e r
m itir al lector ver con claridad lo que se le está d e s
cribiendo.
Para que una descripción llegue al lector com o se
desea es im portante saber qué se le va a contar. Y más
aún, qué es lo fundamental que debe conocer el lector
de lo que se le describe.
Es posible tam bién que el escritor no quiera que lo
que describe sea percibido con m ucha claridad, en
cuyo caso la finalidad será bien distinta. En la litera
tura todo está al servicio de la intencionalidad del
autor.
2. Errores
52
infinitamente más. El interés es prim ordial en todo lo
que se cuente. No significa esto que se deba escribir
pensando única y exclusivam ente en el lector, en agra
dar a todos, y en conseguir la fama a costa de lo que
sea. Es m ás, ja m á s debe sacrificarse la creatividad en
favor del gusto general. Ahora bien, un relato debe ser
siempre interesante, ya que de no serlo, no m erecería
la pena contarlo, ¿o se dan en una conversación deta
lles nim ios y sin im portancia que se sabe de antemano
que van a aburrir a quien escucha? No, se cuenta lo que
parece -au n q u e no siempre lo sea y eso es lo que ha
de evitarse en una n a rra c ió n - relevante, importante,
interesante. Pues bien, con la literatura sucede lo
m ism o, aunque hay que ser m ucho más cuidadosos, ya
que aburrir a un receptor en una conversación no tiene
el m ism o alcance que aburrir a un lector. Si lo prim ero
es algo que ocurre con cierta frecuencia, dada la espon
taneidad que interviene en cualquier conversación y la
im posibilidad de revisar lo dicho para escribirlo, en
una novela o relato no puede el autor perm itirse el lujo
aburrir de al lector.
3. Descripción de un personaje
53
que se va a decir del personaje, lo que es relevante y
lo que el lector aún no sabe y necesita conocer.
Veamos a continuación unos ejemplos:
54
lo menos cegata; las otras dos con buena vista, todas
vestidas con andrajos y abrigadas con pañolones
negros o grises. La «seña» Casiana, alta y huesuda,
hablaba con cierta arrogancia, como quien tiene o
cree tener autoridad; y no es inverosímil que la
tuviese, porque dondequiera que para cualquier fin se
reúnen media docena de seres humanos, siempre hay
uno que pretende imponer su voluntad a los demás, y,
en efecto, la impone. Crescencia se llamaba la ciega
o cegata, siempre hecha un ovillo, mostrando su ros
tro diminuto, y sacando del envoltorio que con su arro
llado cuerpo form aba la flaca y rugosa mano de lar
gas uñas. La que en el anterior coloquio pronunciara
frases altaneras y descorteses tenía por nombre Flora
y por apodo «la Burlada», cuyo origen y sentido se
ignora, parlanchína, que revolvía y alborotaba el
miserable cotarro, indisponiendo a unos con otros,
pues siempre tenía que decir algo picante y malévolo
(...), y nunca distinguía de pobres y ricos en sus críti
cas acerbas. Sus ojuelos sagaces, lacrimosos, gatunos,
irradiaban la desconfianza y la malicia. Su nariz
estaba reducida a una bolita roja, que bajaba y subía
al mover de labios y lengua en su charla vertiginosa.
Los dos dientes que en sus encías quedaban parecían
correr de un lado a otro de la boca, asomándose tan
pronto p o r aquí, tan pronto p o r allá, y cuando termi
naba su perorata con un gesto de desdén supremo o
de terrible sarcasmo cerrábase de golpe la boca, los
labios se metían uno dentro de otro, y la barbilla roja,
mientras callaba la lengua, seguía expresando las
ideas con un temblor insultante.
55
En el fragm ento de la novela de Benito Pérez Gal-
dós se describe a varios personajes, una descripción
en la que se m ezclan rasgos físicos con rasgos del
carácter.
En el siguiente texto la descripción es un retrato,
porque se describen los rasgos físicos de un p e r s o
naje:
56
m inado, y, evidentem ente, no es lo m ism o situarla en
R om a que en M adrid, en un lugar real que en uno fic
ticio; así que habrá que tener en cuenta todos los deta
lles, porque una narración ha de guardar la necesaria
c oherencia y sobre todo, respetar la verosimilitud. El
lugar que sea el escenario de la narración aporta o resta
realism o y verosim ilitud a lo narrado.
Existe la opción de no ubicar la narración en un
lugar determ inado. Es éste un recurso usado por algu
nos escritores para dar m ayor u niversalidad a la n arra
ción. Al no situar la narración en un lugar determ inado
la historia que se narra puede suceder en cualquier
lugar y por lo tanto su universalidad en este aspecto
estaría, en principio, garantizada. En el texto que
sigue, que no es exactam ente una descripción, sino un
diálogo pero que a su vez nos m uestra cómo es un
lugar, podem os apreciarlo:
57
un diálogo con otro personaje - c o m o veíam os en el
p asado e je m p lo - o puede que el narrador sea quien
describa el lugar. En cualquier caso se estará haciendo
una descripción.
Veam os un ejemplo:
58
estados de ánimo de nuestros personajes, como hacen
los escritores, por ejemplo, del realism o sucio.
El espacio no es solamente el lugar en que ha de
suceder lo que contam os, es un elem ento más al ser
vicio de la narración. Así, si, por ejemplo, se describe
la casa de un asesino psicópata vendrá bien que sea
oscura, fría, vieja, extraña... Si, por el contrario, la casa
es de u n a jo v e n feliz, habrá luz, color... etc.
En el ejemplo del capítulo anterior, el fragmento del
relato de Lovecraft, el lector puede ver con total n iti
dez el espacio que se le está describiendo; eso es p r e
cisam ente lo que andamos buscando como escritores.
R ecordém oslo:
59
tiene la impresión de verse frente a un recóndito
enigma del que más vale no intentar averiguar nada.
H. P. Lovecraft,
El horror de Dunwich
5. Descripción de un objeto
Puede que en la narración haya que describir un
objeto, algo que no resulta tan sencillo como en un prin
cipio pueda parecer. Pero veamos primero el siguiente
ejemplo en que se describe un objeto, en concreto, una
cruz.
60
nerse a lo verdaderam ente relevante, sin perderse en
detalles que no aportan nada. Todo debe tener un sen
tido y una función. No se puede, por ejemplo, describir
una casa si esa casa no tiene nada que ver con el relato,
aunque la descripción en cuestión haya quedado tan
bien que cueste al autor renunciar a ella. Adem ás, puede
ser útil en otra narración futura.
61
Capítulo IV
El tiempo de la historia
1. El tiempo
63
para ir retrocediendo. Son m uchas las posibilidades de
orden de la narración, y la elección va a depender de la
intención del autor. Desordenar los sucesos también es
posible y es un recurso que se emplea y que puede dar
muy buenos resultados, mas si no se maneja aún muy
bien la técnica de la escritura puede no obtenerse tan
buenos resultados, en cuyo caso quizá lo más rec o
m endable sea com enzar por el principio para seguir un
orden lineal.
Otro de los puntos a tener en cuenta es que en una
narración, aun cuando sea lineal y se desarrolle de prin
cipio a fin, hay determinadas acciones que no van a con
tarse. Sólo lo fundamental estará presente, de tal manera
que se darán saltos en el tiempo, resultado de la om i
sión de determinados episodios que a nadie importan.
¿O verdaderamente puede resultar interesante leer y por
tanto saber, como lector, las veces que un personaje se
lleva la cuchara a la boca hasta que se acaba la sopa? A
no ser que tuviera una función en el relato, no debería
contarse.
64
tener muy presente el tiempo en el que ha decidido
situar la narración para no caer en la inverosimilitud. Si
una mujer, por ejemplo, es ministra en el siglo x nin
gún lector tomará en serio lo que se le está narrando.
Podría hacerse esto si la intención fuera, como ya se ha
señalado antes, escribir una n o v e la d isp a ra ta d a y
absurda, de lo contrario habrá que guardar siempre la
verosimilitud, para lo que es imprescindible que todo
sea creíble, y el tiempo en que se ubica el relato ju eg a
un papel crucial. Para que una historia sea creíble, aun
que suceda en Marte ha de ser verosímil.
Recuerde el autor aquí la importancia de la docu
mentación, porque será necesario recopilar información
del tiempo elegido para no cometer ningún error.
65
Capítulo V
El narrador
1. El narrador
2. El narrador omnisciente
67
Ejemplo:
68
subrayan algunas de las partes en que puede apre
ciarse la subjetividad del narrador:
3. El narrador objetivo
69
Sólo sabe este narrador lo que ve y eso es lo único
que narra. Es una voz com pletam ente diferente de la
anterior, ya que aquella otra lo sabía todo, hasta lo que
piensan y sienten los personajes, m ientras que este
n a rra d o r no sabe m ás que lo que va sucediendo, así
que está al m ism o nivel que los lectores y va c o n o
ciendo la historia a m edida que se va narrando y suce
diendo. El narrador objetivo es un mero testigo que
cuenta lo que ocurre.
Ejemplo:
70
cosas de otro que nos darán una idea de cómo es. Sus
acciones los definirán totalm ente. Si se presenta a un
personaje que asesina niños, no hará falta que el
narrador especifique que era un asesino de niños; sus
acciones ya lo habrán definido suficientem ente. De
esta m anera la narración adquiere m ayor dinam ism o,
porque el lector ve directam ente lo que sucede sin
n e cesidad de que un narrador lo explique.
Este narrador es, en opinión de Enrique Páez, algo
más incóm odo de manejar, pero al m ism o tiem po es
m ucho m ás cercano a los lectores, porque utiliza los
m ism os recursos para interpretar la realidad que uti
lizan esos lectores: los sentidos físicos y la in tu i
c ió n .[...] El resultado suele ser de m ayor vivacidad y
autenticidad.
Este narrador se encuentra más próxim o al lector,
ya que no sabe m ás que él, sabe exa cta m e n te lo
m ism o y al m ism o tiempo.
71
posibilidad y es que un narrador en prim era persona
nos cuente lo que le ha sucedido a otro.
En el caso de que se elija un narrador en prim era
persona, puede optarse por la invención de un p e rs o
naje y una vida y hacerla coincidir con la voz que
narra. Será una autobiografía im aginaria, pues los
hechos que se narran en prim era persona com o si le
hubieran ocurrido al narrador no han sucedido en re a
lidad, no son su vida, son producto de la im aginación
del escritor, pero así los presenta con la intención de
dotar la historia de más credibilidad o/y emoción.
Si en vez de escribir: mataron a los hijos de Ana,
se escribe: mataron a mis hijos, el efecto es muy dife
rente. Se está dando al lector una impresión de m ayor
realidad, y se hace la narración, por tanto, m ás c re í
ble, adem ás de m ás emotiva.
V eam os un ejemplo:
El Lazarillo de Tormes
72
ción del autor. Se trata de una autobiografía im a g i
naria.
En el siguiente ejem plo, extraído de La isla del
tesoro, el narrador es a la vez el protagonista de la h is
toria, consiguiendo de esta m anera m ayor c re d ib i
lidad.
73
ahora lo cuento, que al lector le hace adentrarse en la
narración com o si en realidad hubiera sucedido.
A dem ás de este na rra d o r en prim era persona que
es a su vez el protagonista de la historia que se está
narrando, existe la posibilidad de un narrador también
en prim era persona pero que no protagoniza la h is to
ria. Se trata de un narrador testigo, del que dice E n ri
que Páez en su obra Escribir:
74
bonita viuda, averiguar si es del país o no, lo cual me
parece más probable [...]
Y con esta intención le pregunté a la señora Dean
[...]
Emily Bronté,
Cumbres borrascosas
75
pero no por ello debe dejar de usarse si a la intención
del autor le viene bien.
Con este narrador se le está contando a un tú su
propia historia, lo cual conlleva m uchas más dificul
tades que las generadas al em plear los otros n a rra d o
res vistos en este capítulo. A hora bien, el hecho de que
sea un narrador más incóm odo o difícil de m anejar no
ha de suponer la im posibilidad de usarlo, ya que es
posible que sea el más adecuado para determ inadas
narraciones.
Este tipo de voz dota al escrito de una fuerza que
sólo se consigue a través de esa segunda persona tan
im pactante para el lector. Al dirigirnos a un «tú» el
texto resulta m ucho m ás agresivo.
7. Varios narradores
76
des son varias, por ejem plo, distintos narradores en
prim era persona que van entrem ezclándose a lo largo
de una narración o incluso una voz en prim era persona
que se intercala con otra en tercera... etc.
77
Capítulo vi
Los personajes
1. Los personajes
Los personajes que intervienen en una historia se
dividen de la siguiente manera:
- Principal(es)
- Secundarios.
Hay quien añade a los figurantes com o un tercer
grupo de personajes, y que vienen a ser como los figu
rantes de cine o televisión; es decir, son aquellos que
salen un m o m ento por alguna razón y que puede que
ni siquiera hablen.
U n a de las posibles preguntas de los escritores
cuando se inician es ¿qué núm ero de personajes sería
aconsejable que tuviera mi historia? Pues bien, el
n ú m ero de personajes que tendrá una narración es
decisión del autor; una decisión que dependerá de sus
intenciones. Sin em bargo, sería bueno tener siempre
presente que cuantos más personajes haya en una h i s
toria más caracteres habrá que crear y por tanto la difi
cultad aumentará. Todos han de ser diferentes y todos
han de ser creíbles, por lo que lógicam ente cuantos
m ás personajes se creen, más obstáculos encontrará
el autor, lo que no supone huir de lo c om plicado y
refugiarse por sistema en lo más fácil. Se trata de ser
conscientes del grado de dificultad que posee cada
cuestión, para así poder optar por lo más sencillo
cuando se están dando los prim eros pasos. Más ade
lante ya se estará en disposición de afrontar con éxito
79
lo que en principio hubiera resultado m ucho más
c om plicado y con un resultado posiblem ente peor del
pretendido -sa lv o excep c io n es-.
C ada personaje ha de quedar bien definido, es
más: perfectam ente definido. Esto supone reflejar su
clase social, su cultura y su carácter, datos que se apre
ciarán, sobre todo, en su forma de hablar y de c o m
portarse. De ahí que un personaje que sea, por ejem
plo, analfabeto, no pueda hablar como otro que sea
culto. El habla tendrá que ser fiel reflejo del personaje,
pero este punto se tratará con la debida profundidad
en el capítulo dedicado a los diálogos.
El n a rra d o r puede darnos datos acerca de los p e r
sonajes, pero no puede aburrir al lector con largas
p a rra fa d a s sobre cóm o son, cóm o sienten, cóm o
m iran, cóm o hablan, cóm o com en, cómo cam inan...
etc. Será m ejor intercalar na rra d o r con acción, es
decir, lo que cuenta la voz n a rradora con lo que
ha c en los p ro p io s personajes. En la conjugación
m e s u ra d a se e n contrará la clave para interesar al le c
tor lo suficiente com o para que siem pre quiera seguir
leyendo.
Crear personajes que parezcan reales, de carne y
hueso, no es tarea fácil. Uno de los errores habituales
cuando se em piezan a hacer los prim eros intentos en
la e s c ritu ra es la confusión de c a ra c te res, de tal
m anera que en no pocas ocasiones todos los p e rs o n a
je s acaban siendo el mismo. Y m uchas veces son todos
com o el propio escritor. Para que esto no suceda, es
decir para que los personajes no acaben siendo todos
com o el escritor, hay que saber, hay que aprender a
distanciarse de uno m ism o y poder así conseguir que
el personaje actúe según debe actuar, y no com o el
80
escritor actuaría. El personaje tiene sus propios r a s
gos, y según esos rasgos que le hemos dado, actuará.
Otro de los errores a evitar es la falta de profundi-
zación en los personajes, porque de no ahondar lo
n e c esa rio el resultado será: personajes planos, es
decir, sin profundización psicológica, en cuyo caso no
se in v o lu c rará al lector en la narración. Hay que
hacerle sentir lo que siente el personaje para que
pueda interesarle lo que le sucede.
Pensem os en la vida real. Vamos cam inando por la
calle y nos cruzam os con un hom bre mayor. Cuando
llegam os a casa una vecina nos cuenta que ese h o m
bre m ayor con el que nos hem os cruzado tiene cuatro
hijos. ¿Nos interesa esa inform ación? Pues en p rin c i
pio y así presentada, no. A hora bien, si vam os c a m i
nando por la calle y nos cruzam os con ese m ism o
hom bre m ay o r y al llegar a casa la m ism a vecina nos
cuenta que era el dueño de la em presa donde trabaja
su m arido, que acaba de quedarse viudo y en el paro,
y que ha sido en el pasado uno de los hom bres más
ricos del país, pero que un socio se la h a ju g a d o y ha
c onseguido echarle a la calle, dejándole en la ruina,
y que además tiene cuatro hijos y uno de ellos está en
la cárcel esperando a que pague una fianza que no
puede pagar, ¿nos interesaría más ese hom bre y su h is
toria? Posiblem ente, sí. La razón: la vecina nos ha
involucrado en la historia, nos ha p resentado bien al
personaje y ha suscitado nuestro interés dándonos los
datos m ás relevantes de su historia. El escritor tiene
el m ism o 'p apel' a la hora de p rese n tar a sus p e rs o
najes: debe suscitar (igual que la vecina) el interés en
el lector. Porque el lector tiene que desear seguir
leyendo, y para ello es indispensable que se interese
por lo que les sucede a los personajes de la historia.
81
Es más com plicado profundizar en los personajes
de un cuento que en los de una novela, ya que se
cuenta con m ucho m enos espacio y ha de lograrse
m u ch a intensidad desde la prim era palabra del relato.
Si se relata una historia en diez páginas, no pueden
dedicarse siete a contar que un personaje era alto,
rubio, listo, jo v e n , hijo de un arquitecto y una m a e s
tra... etc. H abrá que saber interesar al lector con muy
poca inform ación. Con solo unas pin ce lad a s, y a
veces ni eso, tendrá que quedar el personaje definido.
Hay que tener tam bién en cuenta a la hora de crear
personajes que, salvo que la intención sea esa, los per
sonajes no deben ser ni absolutam ente buenos ni
totalm ente m alos, pues se caería en el m aniqueísm o.
La regla de oro en literatura es siem pre la v e ro sim i
litud, y si los personajes no lo son, la obra tam poco
lo será. E v id e n te m e n te , personajes muy buenos y
personajes muy m alos no responden a una c a ra c te ri
zación verosím il, pues las personas no son ni absolu
tam ente buenas ni absolutam ente m alas. A hora bien,
y reitero, puede que la intención, por alguna razón, sea
ésa: crear buenos y m alos, en cuyo caso bien estará.
En la caracterización de los personajes, tal y como
ya se ha apuntado, tendrá m ucha im portancia la forma
en que se expresen y la forma en que queden d e s c ri
tos por el narrador. Hay que cuidar, por tanto, todos
los detalles. Si el narrador consigue presentarlos ade
cuadam ente, pero luego ellos hablan de forma poco
natural o que no responde a lo que de verdad son, de
nada servirá el acierto del narrador al describirlos o
presentarlos. Así, si uno de los personajes es un h o m
bre m uy culto se expresará com o un hom bre muy
culto, si es un niño lo hará como tal... etc.
Todos los personajes tienen una función.
82
En una narración los personajes principales son
quienes van a soportar todo el peso de la historia, pero
este hecho no justifica en m odo alguno el descuido de
los personajes secundarios; con ellos puede -y de
hecho, d e b e - definirse mejor a los protagonistas, c o n
c retar más la historia, acercar la narración al lector
con m ayor facilidad. Los personajes secundarios no
están en la historia porque sí, están por algo.
Im a g in em o s una historia en la que los p r o ta g o n is
tas son un hom bre y una m ujer que acaban de casarse
y se van de viaje de novios a Cancún. Allí el hom bre
m antiene una fugaz aventura con una mujer, y su
recién estrenada esposa los descubre. La m ujer con la
que ha m antenido la aventura am orosa no vuelve a
aparecer en el libro, es un personaje secundario, mas
su im p ortancia es total. Todos los personajes son
im portantes, y todos deben tener una razón por la que
están en nuestro escrito.
83
pata y dé m iedo al lector, el nom bre no podrá ser del
tipo de los expresados. Y no es que en la realidad un
p s ic ó p a t a asesin o no p u e d a lla m a rs e C a rlito s o
Pedrito, se trata de hacer creíble al lector lo que está
leyendo. En la vida real nadie tiene que dem ostrar que
algo es real, todos sabem os que lo es, y que un p s i
cópata asesino se llam ara Carlitos o Pedrito nos p r o
duciría sin duda alguna sorpresa pero no pondríam os
en duda los hechos, si nos los cuentan en las noticias
del m ediodía. A unque nadie negará que no dejaría de
causar sorpresa el nom bre. De hecho, lo más p ro b a
ble sería que los periodistas no lo llamaran Carlitos
sino Carlos. Com o m ucho apostillarían: conocido
como Carlitos.
No tendría tam poco sentido llam ar a un personaje
n acido en M álaga, de familia andaluza, R o bert o
Jam es. No lo tendría a excepción de que respondiera
a una intención m uy determ inada del autor, como
podría ser, por ejem plo, el hecho de que su m adre
estuviera e nam orada platónicam ente de Robert Red-
ford, y esto tuviera un sentido dentro de la narración.
De no ser así, llam ar Robert a un hom bre nacido en
M á la g a y de familia andaluza no tendría sentido y al,
lector le costaría trabajo tom ar a ese personaje en
serio.
Se puede incluso em plear el nom bre de un p e rs o
naje -o de to d o s - com o un símbolo; Benito Pérez Gal-
dós así lo hacía. Veam os el siguiente ejemplo ex tra
ído de su novela Miau:
84
cía huida, fueron tras él y le acosaron con burlas y
cuchufletas, no del mejor gusto. Uno le cogía del
brazo, otro le refregaba la cara con sus manos ino
centes, que eran un dechado completo de cuantas por
querías hay en el mundo; pero él logró desasirse y...
pies, para qué os quiero. Entonces dos o tres de los
más desvergonzados le tiraron piedras gritando
Miau; y toda la partida repitió con infernal zipizape:
Miau, Miau. [...]
—M ía tú, [...], si a mí me dieran esas chanzas, la
galleta que les pegaba que les ponía la cara verde.
Pero tú no tienes coraje. Yo digo que no se deben
poner motes a las personas. [...] Ayer fue contando
que a tu abuela y a tus tías las llaman las Miaus, por
que tienen la fisonomía de las caras, es a saber, como
las de los gatos.
85
personalidad que, a veces, nos persigue como una
maldición. Nos quedamos con él p o r cobardía; por
falta de valor para desafiar a un destino que otros eli
gieron p o r nosotros.
Quién sabe por qué a Salvador le hubiera gustado
llamarse Pablo, Miguel, Luis, Manuel, José... Quizá
porque se traducen fácilmente a cualquier idioma o
porque le habrían marcado menos. Salvador significa
que salva; que ha venido a redimir al hombre [...] y
ni puede ni quiere salvar a nadie. La prueba es que
cada vez se siente más incapaz de ayudar a sus
pacientes. Y lo más gracioso es que eligió esta pro
fesión por culpa de su nombre. No hay nadie en la
vida que le haya defraudado tanto como él mismo. En
tales circunstancias qué se puede esperar de un p si
quiatra.
Nativel Preciado,
Bodas de plata
86
de treinta que un adolescente de quince. En c o n s e
cuencia, habrá que tener en cuenta todos los detalles
a la hora de hacer hablar a los personajes. Tienen que
ser creíbles para el lector y su forma de expresarse es
vital para tal propósito.
Así pues podem os establecer los siguientes puntos
como lugares por los que hay que pasar para que los
personajes se expresen con coherencia. Se tendrá p r e
sente:
- Su cultura.
- Su clase social.
- Su edad.
- Su actitud vital.
- Sus diferentes estados em ocionales.
- Su carácter.
Todos los factores señalados han de quedar refle
ja d o s en el habla del personaje. Esto supone y requiere
un c onocim iento exhaustivo del personaje creado,
pues aunque se trate de ficción no vale todo. En
m uchos casos habrá, para lograr credibilidad y b u e
nos personajes, que buscar la información necesaria
p a ra c a ra c te r iz a r lo s a d e c u a d a m e n te . Si hay que
ponerle en su boca determ inados coloquialism os o
expresiones propias de un leguaje que o bien d e s c o
noce el autor o bien no conoce suficientem ente, habrá
que informarse. Si un personaje es un jo v e n de una
d eterm inada tribu en la que se em plean determ inadas
palabras será b ueno conocer su lenguaje, porque aun
que no se use en su totalidad, habrá que reflejarlo con
fidelidad.
El lector tiene que ver a los personajes de c u a l
quier narración com o personas de carne y hueso, debe
sentirlos com o posibles, tan reales incluso que se
olvide de que son personajes ficticios. El escritor
87
deberá distanciarse de sí m ism o para crear p e rs o n a
j e s v e rd a d e ram e n te auténticos, de lo contrario los
personajes acabarán hablando com o el autor y no
com o ellos, con el riesgo añadido de que todos aca
ben siendo uno m ism o: el escritor. Y no solam ente
eso, tam b ié n actuarán com o el escritor lo haría y no
c om o los personajes que son. Para darles vida y que
sean ellos m ism o s hay que evitar interferir.
4. Personajes principales
Los personajes principales de una narración pue
den ser varios o puede ser uno solo. Es el denom inado
p rotagonista o protagonistas. Com o protagonista o
protagonistas que es o que son, todo ha de girar en
torno a él/ella o a ellos/as, ha de quedar claro que él/
ella o ellos/as son los protagonistas de la historia. Esta
advertencia, en principio evidente, no lo es tanto, ya
que es frecuente que algunos de los personajes secun
darios pugnen durante la creación del relato por c o n
vertirse en principales. Cuidado. Hay que tener claro
quién o quiénes son los personajes principales y qu ié
nes no lo son; no dará buen resultado que se confun
dan, pues confusión será tam bién el resultado de la
narración, y no olvidem os que la claridad es una de
n uestras metas.
Se pondrá especial atención a la descripción que
del personaje se haga y se intentará que no sea e x c e
sivam ente larga. H abrá que buscar las palabras que
m ejor le definan procurando en todos los casos no
ahondar en datos insignificantes que nada aportan.
Puede servir la descripción hecha por otro personaje,
es decir que no sea el narrador quien lo describa, sino
uno de los personajes de la historia quien en un diá
logo o en varios vaya dando al lector cierta inform a
ción necesaria. A dem ás, no debe el autor olvidar que
los actos contribuyen en alto grado a la definición del
personaje. Si el p ro ta g o n ista de la historia es un
ladrón, no hará falta que el narrador especifique que
lo era si le hace robar durante la narración. Lo ideal
es hallar el térm ino m edio entre descripción y acción.
De nada servirá crear un buen protagonista si el
resto de los personajes están mal construidos. Los p e r
sonajes secundarios ayudarán a definir m ejor al p r o
tagonista o protagonistas.
Por últim o, cabe decir, aunque acaso se derive lógi
cam ente de lo ya expresado en este apartado, que los
personajes centrales son quienes desencadenan todas
las historias; por eso son protagonistas. Si se pretende
involucrar al lector en el relato, m eterlo de lleno en
la narración, hay que lograr que se interese por los
personajes y lo que les sucede. Por ello no será bueno
que se le diga todo sobre un personaje en la prim era
página. D ebe dosificarse siempre la información.
5. Personajes secundarios
Se elijan los personajes secundarios que se elijan,
habrá que tener presente que no se les puede d e s c u i
dar; esto no supone que se igualen a los personajes
centrales, porque de ser así no habría diferencia entre
protagonistas y secundarios, todos serían p ro ta g o n is
tas, pero sí que no caigan en el olvido y descuido del
escritor, una tendencia no tan rara com o puede p a re
cer, sobre todo cuando se dan los prim eros pasos en
la escritura.
Tam poco podem os convertir a los secundarios en
protagonistas. No sería muy lógico que un personaje,
89
por ejem plo, que es el herm ano del protagonista y que
se está usando en la narración para poner de relieve
el egoísm o del protagonista estuviera descrito y defi
nido como el personaje central. No puede dedicarse
90 páginas de 110 a un personaje que sale poco, aun
que su función sea muy significativa en la narración.
El núm ero de personajes secundarios suele ser, por
regla general, m ay o r que el de los protagonistas.
A hora bien, recordem os que cuantos más personajes
se incluyan en una narración más dificultades se g e n e
rarán.
Especial atención requerirán esos detalles insigni
ficantes que m uchas veces se tiene la tentación de
incluir. Al igual que con los protagonistas se sele
cciona lo verdaderam ente im portante para no con
vertir la narración en una historia aburrida llena de lar
gas descripciones, habrá que seleccionar tam bién con
m ucho cuidado lo que se dice de los secundarios; con
m ás razón en este caso, en que contam os con m enos
espacio que con los protagonistas. La información que
de los secundarios se dé ha de ser relevante y tra s
cendente o por lo m enos tener alguna im portancia en
la narración, y han de quedar siempre en lo que son:
secundarios, no pueden tomar ellos el relato. Los p ro
tagonistas son quienes deben hacerlo, no los secun
darios. Así pues, no tem erá el autor tachar y borrar
c uando los secundarios coman terreno a los p ro ta g o
nistas, algo que puede suceder casi sin que el autor se
dé cuenta.
Por último, recordem os que todos los personajes
deben p o se er a lguna m otiv ac ió n , suficientem ente
clara para el lector, que les m ueva a actuar com o lo
hacen, y que no parezca que sus actos son in m o tiv a
dos y gratuitos o casuales. Las casualidades nunca han
90
de parecerlo, todo debe estar engranado de tal m odo
que nuestras historias nunca se resuelvan de principio
a fin por pura casualidad. H uyam os de lo fortuito.
91
Capítulo VII
Los diálogos
1. El diálogo
93
práctica. A m edida que vayam os cobrando e x p e rien
cia nos iremos soltando en el difícil ejercicio de crear
diálogos que parezcan verdad sin reproducir la rea li
dad tal cual es. Ése es el problem a, que hem os de
escribir conversaciones entre personajes que parezcan
sacadas de la realidad, pero sin que lo sean, pues no
pod e m o s aburrir con diálogos vacíos o inform aciones
gratuitas. Los diálogos han de parecer totalm ente
naturales, nunca forzados, de tal m odo que el lector,
cuando los lea, le parezca que los estuviera e scu
chando.
Ejemplo:
Miguel de Unamuno,
Abel Sánchez
94
En el diálogo extraído de la obra de Miguel de Una-
m uno, Abel Sánchez, el narrador va acotando en algu
nos casos las intervenciones de los personajes; sin
em bargo, no es obligatorio hacerlo así. D ependerá una
vez más del autor, la necesidad, la claridad... etc. Es
n u e vam ente una elección personal del escritor.
Ejemplo:
95
del Circo. Claro, como a él le han puesto mote, quiere
vengarse, encajándotelo a ti. Lo que es a mí no me lo
pone, ¡control, porque sabe que yo tengo mu malas
pulgas, pero mu malas... Como tú eres así tan poquita
cosa, es a saber, que no achuchas cuando te dicen
algo, vele ahí p o r qué no te guarda el rispeto.
3. El monólogo interior
96
rio, los pensam ientos surgen y se va estableciendo una
suerte de diálogo, y esto, como bien sabrá el lector,
sucede en com pleto desorden. Se salta de un p e n s a
m iento a otro sin ningún tipo de linealidad, en c o m
pleto caos; por esta razón, si el autor desea que sus
personajes sean lo m ás creíbles posibles, habrá que
aproxim arlos todo lo que se pueda a las personas de
carne y hueso que se pretende sean quienes aparecen
en la historia. Es por este m otivo que el m onólogo
interior -al ser un ejercicio que todos r e a liz a m o s -
constituye una buena técnica para dotar de realism o
nuestra narración y nuestros personajes.
A hora bien, hay que saber cóm o debe em plearse
este recurso. No es un diálogo entre personajes, por
lo que no se reflejará de la m anera en que se refleja
una conversación. Se introducirán pues directam ente
los p en sam ien to s del personaje tal y com o los piensa,
es decir, como sucede en la vida real cuando una p e r
sona está hablando consigo. Y no solam ente eso, sino
que habrá que presentar tal m onólogo en com pleto
desorden (es, en realidad, el fluir del p e n sam ien to de
c u a lq u ie ra ), lo que au m e n ta la dificultad de este
recurso. Debe ser absolutam ente verosímil y debe
estar llevado al papel de tal m anera que el lector pueda
saber que son pensam ientos del personaje sin que esté
especificado, es decir que no se escribirá «Y Juanito
pensó que esa m añana era fría...», sino que d ire c ta
m ente se introduce: «La m añana es dem asiado fría.
Tendré que com prar pan si no quiero que piensen que
estoy sin un duro y que por ello escatim o en cualquier
gasto. Buff, qué frío hace hoy. Claro que si com pro
pan y...».
Se corre el riesgo de generar cierta confusión, pues
al no contar con los recursos con que se cuenta en un
97
diálogo entre personajes, es m ás com plicado señalar
que se trata del pensam iento del personaje. No o b s
tante, pese a su dificultad, es una técnica que dota a
la n ovela de m ucho realism o, eso sí, siempre y cuando
esté bien em pleada, de lo contrario los resultados
serán pésim os.
Veam os un ejem plo de m onólogo interior:
James Joyce,
Ulises
98
logo, cóm o usar los signos y qué signos deben o p u e
den usarse. D ado que existen diversas alternativas las
dudas aum entan, por ello se dedica el presente apar
tado a dar ciertas pautas acerca de los signos que su e
len em plearse en los diálogos. Sin em bargo, esto es
solam ente una guía, ya que la literatura es m uchas
veces trasgresión y siempre puede encontrarse otra
m anera de llevar al papel la historia o en este caso
concreto los diálogos. Al respecto cabe decir que
m uchos autores han optado por incluir los diálogos de
formas diferentes, sin usar guiones, sin usar separa
ción de línea... etc, posibilidades a las que tam bién se
alude en este capítulo.
— Ya no me acuerdo de su rostro.
99
—¿Quépensáis, pues,hacer?—preguntó el gene
ral—. ¿Daréis a vuestro proyectil un diámetro de
sesenta pies?
Ejemplo:
Julio Veme,
De la Tierra a la Luna
100
En el ejemplo se puede apreciar la m anera en que
deben escribirse las rayas:
1. Cuando el personaje em pieza a hablar.
— ¿ Vendrás a la fiesta?
—No estoy muy segura.
101
— ¿Por qué?
—Pues, Juan, porque no sé si es muy conveniente
que vaya.
—No lo entiendo, Clara.
— Tú sabes que José estará en la fiesta, y, la ver
dad, encontrármelo ahora...
102
dor interviene en el diálogo ha de ser por alguna
razón, nunca de m anera gratuita.
En los siguientes ejem plos se aprecia la diferencia
que m arca la intervención del narrador:
103
—Por favor, Sergio, acompáñame a la fiesta — dijo
Amalia con una voz tan amenazadora que me hizo
sentir aquel «porfavor» como una orden.
104
¿Cuándo has llegado?, preguntó Sergio. Esta
mañana, en el tren de las diez- ¡Ah!, es que mamá me
dijo que llegabas mañana, no hoy. Ya, es que era mi
idea, pero luego cambié de opinión. Bueno, bueno, no
importa, ¿qué tal te ha ido el viaje?
5. Errores a evitar
3. Confusión e inexactitud.
105
6. Poca naturalidad.
7. Diálogos repetitivos.
—Hola, Juan.
—Hola, María.
— ¿Qué tal estás?
—Bien, gracias. ¿Ytú?
—Bien también, gracias.
— ¡Qué calor hace hoy!
—Sí, la verdad, es horrible, yo tío puedo ni dormir,
estoy hecho polvo.
— Y dicen que no va a cambiar, que de momento
seguimos igual.
—Ya, ¡qué horror! Fíjate que hay gente que se está
muriendo por culpa del calor.
106
—Sí, sí, es que a la gente mayor le afecta mucho.
No beben casi, y claro acaban deshidratándose.
—Fíjate que mis padres se han ido a Santander,
como siempre ya lo sabes, y dicen que hasta allí hace
un calor insoportable. Con eso te lo digo todo.
—Oye, p o r cierto, ¿qué tal están tus padres?
—Pues mis padres muy bien, como te digo en San
tander, que bueno, aunque se quejan del calor, yo me
imagino que será bastante más soportable que el que
tenemos aquí.
—Sí, eso seguro.
—Bueno, y los tuyos, ¿qué tal?, ¿cómo están?
—Pues ya sabes, tirando, que no es poco. Se que
jan mucho, pero luego están bien.
—M e alegro, pues dales recuerdos de mi parte y
diles que me acuerdo mucho de ellos.
—Sí, claro, se los daré. Ellos también se acuerdan
de ti.
—Bueno, pues nada...
—Oye, dales tú a los tuyos recuerdos también, ¿de
acuerdo?
—Sí, sí, por supuesto.
—Bueno, pues nada, que ya me voy, porque tengo
un poco de prisa.
—Sí, sí, yo también.
—M e he alegrado mucho de verte.
— Y yo, porque, ¿cuánto hacía que no nos veía
mos?
— ¡Buf. N i me acuerdo.
—Pues a ver si no pasa tiempo y nos vemos algún
: día de estos. No sé, quedamos para tomar una cañita
o lo que sea.
—Pues sí, la verdad, porque es que al final nunca
quedamos.
107
—Bueno, pues lo dicho, que quedamos en llamar
nos.
—Hecho.
—Pues nada, hasta pronto, y que sigas tan bien,
¿eh?
— Y tú. Adiós.
108
Para mi perplejidad, contestó con una expresión
de horror en el semblante:
— ¿Contarle cómo murió? ¡Por nada del mundo!
— ¿Porqué no?—pregunté; un terrible sobresalto
se había apoderado de mí.
Guardó silencio otra vez, y me di cuenta de que tra
taba de inventar un pretexto.
Bram Stoker,
Drácula
109
narración un personaje, por ejem plo, deje de e x p re
sarse com o lo venía haciendo hasta entonces. O que
el habla del personaje no se adecué a las caractérísti-
cas que se le han atribuido. A decuar el lenguaje al per
sonaje requiere un conocim iento ex haustivo de cada
uno de los personajes de la narración y tam bién de la
form a en que deben expresarse.
R e cordem os ahora el fragm ento de la novela M iau
de Benito Pérez Galdós en que se reproducía el habla
de algunos de sus personajes, que a su vez era reflejo
de los m ism os. Aun no habiendo leído tal novela nos
hac em o s una idea de cóm o son los personajes que
hablan, y de eso se trata, de que sus palabras reflejen
cóm o son.
110
de frío. M i mamá las llama «las arpidas». ¿No la has
visto tú cuando están en el balcón colgando la capa
para que les dé el aire? Son más feas que un túmulo,
y dice mi papá que con las narices que tienen se
podrían hacer las patas de una mesa y sobraba
maera... Pues también Posturitas es un buen mico;
siempre pintándola y haciendo gestos como los clos
del Circo. Claro, como a él le han puesto mote, quiere
vengarse, encajándotelo a ti. Lo que es a mí no me lo
pone, ¡control, porque sabe que yo tengo mu malas
pulgas, pero mu malas... Como tú eres así tan poquita
cosa, es a saber, que no achuchas cuando te dicen
algo, vele ahí por qué no te guarda el rispeto.
111
tenerse muy presente que se haga lo que se haga no
debe ir en detrim ento de la claridad y la precisión, es
decir que no se puede caer en la confusión y en la in e
xactitud. Si ese es el resultado con que el autor se
e n cu en tra tras haber creado un diálogo deberá re h a
cerlo. Está bien innovar, incluso es necesario, mas
n u n c a supondrá una dism inución de la calidad litera
ria que toda obra debe poseer. Puede parecer esta afir
m ación lo suficientem ente obvia como para haberla
om itido, sin em bargo querer ser original e innovador
puede llevar al autor por un cam ino indebido, com o,
por ejem plo, el de la confusión y la inexactitud. Algo
que puede afectar a los diálogos al querer huir de lo
c o n v e n c io n a l. El lec to r debe saber quién está
h ablando en todo m om ento, y si los diálogos no lo
dejan claro y se duda acerca de la persona que habla,
el lector se pe rd e rá y estará m ás preocupado por adi
vinar quién habla que por saber lo que dice, cansando
en seg u id a a quien lee y posiblem ente llevándole al
abandono de la lectura.
A dem ás de evitar la confusión habrá tam bién que
evitar la inexactitud, para lo que será necesario saber
m uy bien la razón por la que se hace hablar a un p e r
sonaje en cada caso. Se aludía en apartados anterio
res a un tipo de intervenciones vacías, es decir esas
palabras que se ponen en boca de algún personaje sin
n in g u n a razón y sin ningún interés.
La originalidad no puede ir nunca en detrim ento de
la historia. Si el lector pierde el interés en lo que se
le está c ontando porque no consigue enterarse de
quien habla o de lo que dicen los personajes, cóm o y
por qué, de poco servirá la pretendida originalidad.
Todo lo e x p re s a d o en el presente apartado no
supone que no se deban intentar nuevas vías, buscar
112
nuevas formas, experim entar todas las veces que se
crea necesario o se pueda, se trata de no confundirse
y no dejarse llevar por enam oram ientos repentinos
que oscurezcan la calidad de la obra.
113
m anera que es de poco interés para cualquier persona
que en la vida real se tope con una de estas personas
que sólo hablan y hablan en lugar de m an te n er una
conversación. Puede usarse este tipo de in te rv en c io
nes - m o n ó l o g o s - para caracterizar a un personaje que
siem pre «m onologa», pero no se hará con todos, ni de
m an e ra sistemática, pues entonces ya no se tratará de
un recurso que el escritor ha usado, sino de su inca
p a c idad para llevar al papel diálogos.
114
casos, el autor siem pre tiene una ligera idea de cómo
y quiénes son, pues incluso en el supuesto de que la
h istoria vaya creándose a m ed id a que se escribe,
siem pre se parte de algo que está ya esbozado en la
m ente del escritor.
115
Puede hacerse uso de la repetición de m anera p u n
tual en o b ediencia a alguna finalidad, m as no de
m anera gratuita y sistemática. En el caso, por e jem
plo, de que un personaje haya de resultar aburrido y
m olesto, porque así es como el escritor lo ha c o n c e
bido, se le puede retratar com o alguien que repite lo
m ism o constantem ente y así en los diálogos que m a n
tiene con otros personajes repite una y otra vez la
m ism a idea, pero solam ente se llevará a cabo la r e p e
tición en casos com o éste, es decir, cuando exista una
razón para que el personaje sea en sus intervenciones
repetitivo.
Si la repetición carece de im portancia o ju s tific a
ción, porque no sirve para destacar algún detalle o
p oner de m anifiesto alguna característica de un p e r
sonaje, ha de evitarse. Con la repetición gratuita sólo
se consigue que el ritm o del relato decaiga h aciéndose
m o n ó to n o y la emoción o posible tensión que se haya
c onseguido caiga tam bién irrem ediablem ente.
No conviene tam poco h acer hablar a los p e rs o n a
j e s más de la cuenta. Hay que dar con la m e d id a ju s ta ,
dosificar lo que dicen en cada intervención. Se irá por
este m otivo dando la inform ación poco a poco, inten
tando que se m antenga siem pre cierto m isterio, no
pueden desvelarlo todo de una vez, pues si lo hacen
¿qué interés tendrá la historia que sigue?
116
casos m ayor expresividad que con ellos. H abrá que
co m probar cuál de las dos opciones (con signos de
exclam ación o sin ellos) es más efectiva. A hora bien,
en general es preferible no abusar de estos signos,
pues recargan el texto y el efecto es el contrario del
deseado.
117
Capítulo VIII
El cuento
1. El cuento literario
El cuento literario, que nace en el siglo xix (Alian
Poe, Chéjov, Tolstoi, Clarín, Grimm , Andersen, Pardo
Bazan... etc.), es el género al que se va a dedicar el p r e
sente capítulo. En él se han instalado, al m enos alguna
vez, casi todos los escritores del ya pasado siglo xx.
De hecho, es una buena m anera de ejercitarse antes de
dar com ienzo a la escritura de una novela, que por sus
características requiere una práctica y un conocimiento
m ayor de la escritura; algo que puede ir lográndose con
la escritura de narraciones más cortas.
Por cuento literario se entiende (Miguel Diez):
«relato breve m oderno escrito por un autor», y se dife
rencia del cuento po p u lare n que éste es anónimo y per
tenece al «saber tradicional del pueblo»; son historias
que se transmitieron de generación en generación de
m anera oral, lo que conllevó que se fueran creando
diferentes versiones aunque en esencia el cuento fuera
el mismo.
Analizada la diferencia entre cuento popular y cuento
literario, y definidos ambos, podemos adentrarnos en el
cuento literario, que es el que interesa en este capítulo.
119
o incluso una novela larga, dependiendo de su e xten
sión. Este hecho -la b re v e d a d - determina ciertos r a s
gos que todo cuento ha de poseer.
Al ser obligadam ente breve requiere que el autor
sepa co n ta ren poco espacio lo que desea contar: la h is
toria que le ha llevado a escribir un cuento. Esto
supone suprimir todo lo que no sea imprescindible. No
habrá lugar en el cuento para datos superfluos, diálo
gos que no sean fundam entales, descripciones largas
que no aportan m ucha información, personajes que
apenas «sirven» para algo en la historia. Hay que
saber elegir lo que se va a decir. Es muy importante
tener en cuenta que elegir lo m ás significativo no
puede ir nunca en detrim ento de la claridad, la c o h e
rencia y la unidad del cuento; el cuento debe ser c o m
prendido por el lector, así que no se elim inará aquello
que sea vital para la com prensión de la historia o para
lograr la intensidad que todo cuento requiere.
El objetivo, acaso p rim ordial e inelu d ib le , del
cuento es despertar el interés desde la prim era página;
lo que requiere que desde el principio el cuento sea
muy intenso. La intensidad se consigue yendo d ire c
tam ente a lo esencial, suprim iendo todo lo accesorio
y superfluo. Podríam os decir que se trata de dejar la
historia al desnudo, sin ropa que distraiga al lector. Es
como cuando se cuenta una historia o anécdota a algún
amigo o conocido y se pretende que esté atento a ella
desde el principio, para que no pierda detalle de lo que
se le está contando. Si quien habla com ienza facili
tando excesivos detalles nimios y se extiende con lar
gas descripciones, el receptor perderá la atención o, al
m enos, buena parte de ella. Con el cuento sucede
exactam ente lo mismo. Se trata de atrapar al lector
desde la prim era letra, razón por la que habrá que saber
120
dar con la intensidad que le haga querer seguir leyendo
casi sin descanso hasta el térm ino del cuento.
A ñade M iguel Diez a este respecto, en su estudio
del cuento literario, «íntim am ente unida a la in te n si
dad aparece el otro elem ento: la tensión, que consiste
en la im posibilidad de sustraernos a la atmósfera que
va creando el cuento, sin darnos un m om ento de tre
gua».
EL GATO NEGRO
121
del horror, pero a muchos les parecerán menos terri
bles que baroques. Quizá posteriormente surja una
inteligencia más serena, más lógica, y mucho menos
excitable que la mía, que verá en las circunstancias
que yo enumero con espanto solamente una sucesión
normal de causas y de efectos naturales.
Desde mi infancia me hice notar p o r la docilidad y
dulzura de mi carácter. Tan manifiesta era la ternura
de mi corazón que me convertí en objeto de burla de
mis compañeros. Sentía una pasión especial p o r los
animales y, gracias a la complacencia de mis padres,
poseía gran diversidad de ellos. Con ellos pasaba la
mayor parte del tiempo y nunca me sentía tan feliz
como cuando les daba de comer o les acariciaba. Esta
peculiaridad de mi carácter aumentó con los años, y
al llegar a la edad viril, constituyó una de principa
les fuentes de placer. A quienes han profesado afecto
a un perro fie l y sagaz no necesito explicarles la natu
raleza y la intensidad de la alegría que proporciona
el trato con los animales. En el desinteresado y abne
gado amor de un animal hay algo que llega directa
mente al corazón del que ha tenido frecuente ocasión
de comprobar la inconsistente amistad y la frágil fid e
lidad del hombre.
M e casé pronto y tuve la dicha de encontrar en mi
esposa un carácter totalmente compatible con el mío.
En cuanto supo de mi predilección p o r los animalillos
domésticos, no perdió ocasión de procurármelos de la
especie más agradable. Teníamos pájaros, una carpa
dorada, un hermoso perro, conejos, un pequeño mono
y un gato.
Este último era un animal notablemente grande y
hermoso, completamente negro y astuto hasta un
grado asombroso. A l hablar de su inteligencia mi
122
esposa, que en el fondo era algo supersticiosa, hacía
frecuentes alusiones a la antigua creencia popular, que
considera todos los gatos negros como brujas disfra
zadas. No es que lo tomase en serio, pero si lo men
ciono es, sencillamente, porque acabo de recordarlo
en este preciso instante.
Plutón — así se llamaba el gato— era mi preferido
y mi compañero de juegos. Sólo yo le daba de comer
y él me escoltaba a cualquier parte de la casa donde
me dirigiese. Incluso me costaba trabajo impedir que
me siguiera p o r la calle.
Nuestra amistad continuó así varios años, durante
los cuales mi temperamento y mi carácter—por causa
del demonio de la intemperancia— experimentó, me
sonrojo al confesarlo, una radical alteración a peor.
De día en día me volví más huraño, más irritable, más
desconsiderado hacia los sentimientos de los demás.
Llegué a emplear un lenguaje brutal con mi esposa y,
con el tiempo, incluso a pegarla. A mis animalillos,
p o r supuesto, les hice sentir el cambio de mi carácter.
No sólo los desatendí, sino que los maltraté. Con Plu
tón, sin embargo, aún sentía una consideración que me
impedía golpearlo cuando no tenía escrúpulo en pegar
a los conejos, al mono e incluso al perro, si por casua
lidad o p o r afecto se cruzaban en mi camino. Pero mi
mal iba dominándome cada vez más —porque ¿qué
mal puede compararse con el alcohol?— y por último,
hasta Plutón, que se estaba haciendo ya viejo,
comenzó a experimentar los efectos de mi mal tempe
ramento.
Una noche en que volvía a casa muy embriagado
de una de mis frecuentes rondas por la ciudad, se me
antojó que el gato evitaba mi presencia. Le cogí, pero
él, espantado de mi violenta actitud, me hizo con los
123
dientes una ligera herida en la mano. Un furor demo
níaco se apoderó al instante de mí. Perdí el control de
mí mismo. De pronto mi alma pareció huir del cuerpo
y una diabólica perversidad saturada de ginebra estre
meció todas las fibras de mi ser. Saqué del bolsillo de
mi chaleco una navaja, la abrí, agarré al pobre ani
mal p o r la garganta y deliberadamente le saqué un
ojo. M e sonrojo, me abraso, me estremezco al escri
bir esta abominable atrocidad.
Cuando la razón volvió a mí con el amanecer, tras
haber disipado en el sueño los vapores de la embria
guez nocturna, experimenté un sentimiento mitad de
horror, mitad de remordimiento, p o r el crimen que
había cometido. Pero era aquel a lo sumo un senti
miento débil y equívoco que no llegó al alma. Volví a
caer en mis excesos y pronto ahogué en vino todo
recuerdo del hecho.
Entretanto, el gato se recobraba lentamente. La
cuenca del ojo perdido presentaba, ciertamente, un
aspecto espantoso, pero el animal ya no parecía tener
dolores. Iba y venía p o r la casa como de costumbre,
aunque, como era de esperar, huía presa de terror
cuando yo me acercaba. Aún me quedaba lo bastante
de mi antiguo corazón como para sentirme apenado
ante esta evidente aversión p o r parte de una criatura
en otro tiempo me había querido tanto. Pero a este
sentimiento pronto dio paso a la irritación. Y luego
vino, como destinado a causar mi ruina final e irre
vocable, el espíritu de la perversidad. La filosofía no
se preocupa ni mucho ni poco de este sentimiento. Sin
embargo, tan seguro como creo que la perversidad es
uno de los primitivos impulsos del corazón humano,
una de las facultades primarias que marcan el carác
ter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí
124
mismo cometiendo una acción vil o necia por la única
razón de que sabe que no debería cometerla? ¿No
tenemos una inclinación constante, a despecho de
nuestro buen juicio, a violar la ley, simplemente por
que comprendemos que es ley? Este espíritu de per
versidad, repito, vino a causar mi ruina final. Era ese
ansia insondable del alma de vejarse a sí misma, de
ofrecer violencia su propia naturaleza, de hacer mal
sólo p o r amor al mal, el que me impulsó a continuar
y, finalmente a consumar el suplicio a que había infli
gido al inocente animal. Una mañana, a sangre fría,
le pasé un nudo corredizo alrededor de su cuello y le
ahorqué de la rama de un árbol. Lo hice con los ojos
arrasados de lágrimas, y con el más amargo remor
dimiento de corazón; lo ahorqué porque sabía que me
había amado, y porque reconocía que no me había
dado motivo de agravio, le ahorqué porque sabía que
al hacerlo así estaba cometiendo un pecado, un
pecado mortal que ponía en peligro mi imperecedera
pues la colocaba, si tal cosa es posible, fuera de la
■misericordia infinita del M uy Misericordioso y M uy
\ Terrible Dios.
En la noche del día en que cometí esa terrible
‘acción fu i despertado del sueño p o r el grito de
\« ¡Fuego!». Las cortinas de mi cama eran presa de las
llamas. La casa entera ardía en pompa. Sólo con
Agrandes dificultades logramos escapar del incendio mi
Iesposa, un criado y yo. La destrucción fue completa.
1Toda mi fortuna desapareció en ella, y desde entonces
[9ne abandoné a la desesperación.
No caeré en la debilidad de establecer una relación
fógica de causa y efecto entre mi atrocidad y este desas
ee. M e limito a enumerar una cadena de hechos, y no
jleseo dejar en el olvido siquiera un posible eslabón.
125
A l día siguiente del incendio visité las ruinas. Los
paredes, con una sola excepción, se habían derrum
bado. Esta excepción la constituía un tabique interior,
no muy grueso, situado aproximadamente en el centro
de la casa y contra el que se había apoyado la cabe
cera de mi cama. Allí el enlucido había resistido en
buena parte a la acción del fuego, hecho que atribuía
su reciente aplicación. En torno a aquel tabique se
había congregado gran cantidad de gente y muchas
personas parecían estar examinando una determinada
parte de él con minuciosa y viva atención. Las pala
bras «¡extraño!», «¡singular!» y otras expresiones
análogas excitaron mi curiosidad. M e acerqué y vi,
como esculpido en bajorrelieve, la figura de un gato
gigantesco. La imagen estaba reproducida con una
fidelidad verdaderamente maravillosa. Una cuerda
rodeaba el cuello del animal.
Cuando contemplé esta aparición —pues no pude
considerarla otra cosa—, mi asombro y mi temor fu e
ron extremos. Pero al fin vino en mi ayuda la reflexión.
El gato, recordaba yo, había sido ahorcado en un ja r
dín contiguo a la casa. Con la alarma producida por
el incendio el jardín se había llenado inmediatamente
de gente y alguien debió de cortar la cuerda que sus
pendía del árbol al animal y arrojar éste a mi cuarto
p o r una ventana abierta. Probablemente lo hicieron
con la intención de despertarme. La caída de las otras
paredes había prensado a la víctima de mi crueldad
contra la superficie del enlucido recién extendido,
cuya cal, junto con las llamas y el amoníaco del cadá
ver habían form ado el retrato que estaba viendo.
Aunque así satisfice a mi razón, ya que no del todo
a mi conciencia, la circunstancia sobrecogedora que
acabo de exponer no dejó, sin embargo, de causar
126
honda impresión en mi magín. Durante meses no pude
desembarazarme del fantasma del gato, y en todo ese
tiempo se aferró a mi espíritu un sentimiento impre
ciso que parecía, pero que no era, remordimiento. Lle
gué incluso q lamentar la pérdida del animal y a bus
car en torno mío, en los viles antros que a la sazón
frecuentaba, otro favorito de la misma especie que lo
reemplazara.
Una noche que me hallaba sentado, medio atur
dido, en una antro de lo más infame, atrajo de pronto
mi atención hacia un objeto negro yacente sobre la
parte superior de uno de esos inmensos toneles de
ginebra o ron que constituían el principal mobiliario
del local. M e había quedado unos minutos mirando a
lo alto de aquel tonel, p o r lo cual me sorprendía el
hecho de no haber reparado antes en el objeto que
estaba encima. M e acerqué a él y lo toqué con la
mano. Era un gato negro, muy grande, tan grande
como Plutón y semejante a él en todo, menos en un
detalle: Plutón no tenía un solo pelo blanco en todo
el cuerpo, pero este gato lucía una ancha aunque inde
finida señal blanca, que le cubría casi toda la región
del pecho.
A l tocarlo se levantó al instante, ronroneó fuerte
mente, se restregó contra mi mano y pareció encan
tado de la atención que le prestaba. Era pues el ani
mal que buscaba. Enseguida propuse comprárselo al
tabernero, pero dijo que no le pertenecía y que no lo
había visto nunca antes.
Continué acariciándole y, cuando me dispuse a vol
ver a mi casa, el animal se mostró dispuesto a acom
pañarme. Permití que lo hiciera, agachándome de vez
en cuando al caminar para pasarle la mano por el
lomo. Cuando llegó a casa se acostumbró sin tardanza
127
a la vida doméstica y se convirtió rápidamente en el
gran favorito de mi esposa.
Por mi parte, bien pronto sentí surgir en mí una
gran antipatía hacia él; precisamente lo contrario de
lo que yo había esperado. Pero es que — no sé cómo
ni p o r qué— su manifiesto cariño p o r mí me disgus
taba y me fastidiaba. Gradualmente este sentimiento
de disgusto y fastidio creció hasta trocarse en la
amargura del odio. Evitaba al bicho siempre que
podía; una especie de vergüenza y el recuerdo de mi
anterior crueldad me impedía maltratarle en lo físico.
Durante algunas semanas no le golpeé ni empleé con
él la violencia, pero paulatinamente llegué a conside
rarle con indecible aborrecimiento y a huir en silen
cio de su odiosa presencia, como si fuera la peste.
Lo que sin duda aumentaba mi odio hacia élfue el
descubrimiento, a la mañana siguiente de llevármelo
a casa, de que, como Plutón, también a él se le había
sido privado de un ojo. Esta circunstancia, sin
embargo, sirvió para que se ganara el cariño de mi
esposa, quien, como ya he dicho, poseía en alto grado
esta dulzura de sentimientos que fuera en otro tiempo
mi rasgo distintivo y la fuente continua de mis más
sencillos y puros placeres.
Sin embargo, cuanto mayor era la aversión que
sentía yo hacia el gato, más parecía crecer su cariño
po r mí. Seguía mis pasos con una pertinacia difícil de
hacer comprender al lector. Cada vez que me sentaba
se acurrucaba bajo mi silla o saltaba a mis rodillas
cubriéndome con sus aborrecibles caricias. Si me
levantaba para andar, se me colaba entre mis piernas
y casi me derribaba o bien, clavando sus largas y afi
ladas uñas en mi ropa, trepaba por ella hasta mi
pecho. En esos momentos, aunque hubiese querido
128
aniquilarlo de un solo golpe, me contenía en parte por
el recuerdo de mi anterior crimen, pero sobre todo
•— lo confieso sin ambages— el animal me inspiraba
un pánico cerval.
Este pánico no era exactamente el de un posible
daño físico y, sin embargo, no sabría definirlo de otro
modo. Casi me avergüenza confesar — incluso en esta
celda para asesinos donde escribo— que el espanto y
el horror que me inspiraba el animal se habían aumen
tado p o r una de las mayores fantasías que es posible
concebir. M ás de una vez mi esposa me había llamado
la atención sobre el carácter de la marca de pelo
blanco, de la que ya he hablado y que constituía la
única diferencia aparente entre ese extraño animal y
el que había yo matado. El lector recordará que esa
marca, aunque grande, era al principio muy indefi
nida. Pues bien, gradual y lentamente —por fases casi
imperceptibles que mi razón se esforzó largo tiempo
en considerar imaginarios— la marca había acabado
p o r adquirir una nitidez rigurosa de contornos. Era
ahora la representación de un objeto cuya sola men
ción me hace temblar —y, por esta causa, sobre todo,
aborrecía y temía al monstruo y me hubiera librado
de él de haberme atrevido—. Era la imagen de una
cosa odiosa y siniestra: la imagen de la horca. ¡Oh,
siniestra y terrible máquina de horror y de crimen, de
la agonía y de la muerte!
Y entonces era yo un ser desdichado hasta más allá
de la desdicha posible en el género humano. ¡ Una bes
tia irracional, cuyo congénere había yo aniquilado
con desprecio, una bestia irracional provocaba en mí
— en mí, hombre creado a imagen y semejanza del Altí
simo— tanto y tan insufrible dolor. ¡Ay, ni de día ni de
noche conocí yo la bendición del descaso! De día el
129
bicho no me dejaba solo un momento, de noche salía
yo a cada momento de mis sueños de indecible angus
tia para sentir el caliente aliento de la cosa sobre mi
rostro y su enorme peso — encarnación de una pesa
dilla que yo era incapaz de expulsar— posado eter
namente sobre mi corazón.
Bajo la presión de tales torturas sucumbió lo poco
que quedaba en mí. Malignos pensamientos fueron mis
únicos confidentes, los más sombríos y malvados pen
samientos. La taciturnidad de mi humor habitual se
incrementó hasta transformarse en un odio a todas las
cosas y a toda la humanidad, mientras que los repen
tinos, frecuentes e ingobernables estallidos de furia a
los que me abandonaba yo ciegamente convertían a mi
sufrida esposa en la habitual y más paciente de mis
víctimas.
Un día me acompañó, en un quehacer doméstico,
al sótano del viejo edificio que nuestra pobreza nos
había obligado a habitar. El gato que me siguió por
las empinadas escaleras, casi me hizo caer de bruces.
Exasperado hasta la locura, me apoderé de un hacha,
y, olvidando en mi ira el pánico pueril que hasta
entonces había paralizado mi mano, dirigí al animal
un golpe, que habría resultado instantáneamente mor
tal si le hubiera acertado. Pero la mano de mi esposa
detuvo el golpe. Dominado por una rabia demoníaca
ante su intromisión, liberé mi brazo y hundí el hacha
en su cráneo. Cayó muerta en el acto sin exhalar un
gemido.
Realizado el horrendo asesinato, me puse inme
diatamente y con toda deliberación a la tarea de ocul
tar el cuerpo. Comprendía que no podía sacarlo todo
de la casa ni de día ni de noche sin correr el riesgo de
ser observado por los vecinos. Muchos proyectos asal
130
taron mi mente. Primero pensé en cortar el cadáver en
trozos diminutos y destruir estos p o r medio del fuego.
Luego resolví cavar una fosa para él en el suelo del
sótano. Después estudié la conveniencia de arrojarlo
al pozo del patio, pero cambié de idea y pensé en
embalarlo en un cajón, como se acostumbra con las
mercancías, y llamar a un mozo de cuerda para que
se lo llevara de la casa. Finalmente di con lo que con
sideré la mejor solución de todas. Decidí emparedarlo
en el sótano, como se cuenta que hacían con sus víc
timas los monjes de la Edad Media.
Para una cosa así el sótano se prestaba bien. Sus
paredes denotaban poca solidez de construcción y
habían sido enlucidas recientemente con un yeso basto
que la humedad del ambiente no había dejado endu
recer. Además, en una de las paredes existía un
saliente formado p o r una falsa chimenea u hogar, que
había sido tapada y dispuesta de igual manera que el
resto del sótano. No dudé que me sería fácil quitar los
ladrillos de aquel lugar, introducir el cadáver y
tapiarlo dejándolo p o r fuera como antes, de suerte que
ninguna mirada pudiera descubrir nada sospechoso.
No me engañe en mis cálculos. Con ayuda de una
palanqueta fu i retirando sin dificultad los ladrillos, y
habiendo colocado cuidadosamente el cuerpo de pie
contra la pared interior, lo sostuve en esa postura sin
gran esfuerzo. Y volví a levantar toda la fábrica tal
como se hallaba en un principio. Habiendo procurado
con las mayores precauciones posibles cal, arena y
agua, preparé un enlucido que no podía distinguirse
del primitivo y que apliqué esmeradamente sobre la
nueva obra de ladrillo. Cuando hube acabado vi satis
fecho que todo estaba perfecto. La pared no presen
taba la más ligera señal de arreglo. Recogí con el
131
mayor cuidado los escombros del suelo. M iré en tomo
mío triunfalmente y me dije: «Aquí por lo menos mi
trabajo no ha sido en vano».
M i siguiente paso consistió en buscar al bicho cau
sante de tanta desgracia, porque había tomado la
firm e resolución de darle muerte. Si le hubiera encon
trado en aquel momento, no cabe duda de la suerte que
hubiera corrido. Pero parecía que el taimado animal
se había alarmado ante la violencia de mi cólera
anterior y se abstenía de hacer acto de presencia mien
tras durase mi estado de ánimo. M e resulta imposible
describir la honda, y bienaventurada sensación de ali
vio que la ausencia de aquella detestable criatura
causó en mi pecho. No se dejó ver en toda la noche y
así, p o r primera vez desde su llegada a la casa, dormí
profunda y tranquilamente. ¡Sí, dormí, incluso con el
peso del crimen sobre mi alma!
Transcurrieron el segundo y tercer día sin que apa
reciera mi atormentador. Una vez más respiré como un
hombre libre... El monstruo, en su terror, había aban
donado aquellos lugares para siempre. ¡No lo volve
ría a ver nunca más! ¡Mi dicha era infinita! La cul
pabilidad de mi atroz acción no me inquietaba ni poco
ni mucho. M e hicieron algunas preguntas, pero las res
pondí sin apuro. Hasta se emprendió un registro en mi
casa, pero, p o r supuesto, nada se pudo descubrir.
A l cuarto día después del asesinato un grupo de
policías se presentó inopinadamente en la casa y pro
cedió de nuevo a realizar un riguroso examen en la
vivienda. Confiado, sin embargo, en la impenetrabili
dad del escondite no experimenté la menor turbación.
Los agentes me pidieron que les acompañara en su
registro. No dejaron ni un rincón sin explorar. A l fin,
por tercera o cuarta vez, descendieron al sótano. No
132
me temblaba ni una sola fibra y mi corazón latía con
la calma del que se sabe completamente inocente.
Recorrí el sótano de punta a punta. Crucé los brazos
sobre el pecho y me paseé con soltura de un lado para
otro. Los policías, plenamente satisfechos, se dispu
sieron a marcharse. El júbilo de mi corazón era dema
siado intenso para que pudiera reprimirlo. Ardía en
deseos de decir una palabra, una sola palabra, por vía
de triunfo, y asegurar doblemente su confianza en mi
inocencia.
— Caballeros — dije p o r último, cuando los agen
tes subían la escalera—, me complace sobremanera
haber desvanecido sus sospechas. Deseo a todos salud
y un poco más de cortesía. Y, a propósito, caballeros,
ésta... ésta es una casa admirablemente construida.
(En el rabioso deseo de decir algo con tono despreo
cupado apenas sabía lo que decía). Puedo asegurar
que es una casa admirablemente construida. Estas
paredes... ¿se van ustedes, caballeros?, estas paredes
están levantadas con gran solidez. Y entonces, por el
simple frenesí de la baladronada, golpeé fuertemente
con un bastón que tenía en la mano sobre la mismí
sima parte del tabique tras la cual se hallaba el cadá
ver de la esposa de mi corazón.
¡Quiera Dios protegerme y librarme de las garras
\del Enemigo! No bien se extinguió aún el eco de mis
■golpes, me respondió una voz desde el fondo de la
Zumba..., un grito, al principio apagado y entrecortado
Acomo el sollozo de un niño, que luego aumentó rápi
damente hasta transformarse en un chillido prolon
gado, penetrante y continuo, totalmente anormal e
inhumano. Un lamento, un lastimero alarido, mitad de
¿horror mitad de triunfo, como solamente podría sur
gir del infierno, proferido al unísono por las gargan
133
tas de los condenados en su agonía y de los demonios
exultantes p o r su condenación.
De mis propios pensamientos sería absurdo hablar.
Desfallecido, fu i a parar tambaleándome a la pared
opuesta. Durante un instante los policías que estaban
en la escalera quedaron suspensos, petrificados de
horror. Un momento después una docena de robustos
brazos arremetían ya contra la pared, que cayó de
golpe. El cadáver, muy descompuesto ya y cubierto de
sangre coagulada, permaneció rígido ante los ojos de
los presentes. Sobre su cabeza, con las rojas fauces
dilatadas y el único ojo de fuego, se hallaba acurru
cado el odioso animal, cuya malicia me indujera al
asesinato y cuya voz delatora me entregaba al ver
dugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!
134
ocurre hasta el final. El m anejo de la intensidad es una
c aracterística de la escritura este autor, cuyos cuentos
consiguen una intensidad tal que resu lta muy difícil al
lector dejar de leer.
Tensión, intensidad y síntesis son los tres rasgos que
este cuento posee y que han hecho posible lograr el
objetivo p reten d id o . El autor lleva al lector hacia
donde quiere, lo inquieta y le transm ite cada sen ti
m iento con total credibilidad. ¿Q uién no ha im aginado
al gato negro del relato o al pro tag o n ista o a la m ujer?
E fectivam ente Poe consigue que sus relatos sean casi
com o pelícu las en n uestra m ente.
Puede el lector com probar que nada sobra en este
cu en to , que todo es fundam ental, que el autor ha
sabido seleccionar cuidadosam ente aquella inform a
ción que sí debía dar y la ha dado con toda la m aestría
posible. G racias tam bién a ello logra la intensidad que
logra en el relato, pues no hay distracción en detalles
superfluos u ornam entos. Va directam ente a la acción.
A lian Poe, que sabía de la im portancia del clim a,
creó uno en E l gato negro que contribuye n o ta b le
m ente a h acer la histo ria m ás tensa aún. Y es que p re
cisam ente el clim a, la atm ósfera, el espacio, es de vital
im portancia para crear tensiones. Poe logra con el
clim a adentrar al lector en el m undo que ha creado para
el relato, de tal m anera que el lector puede verlo p e r
fectam ente. El espacio de que se sirve el escritor en el
relato así com o los personajes contribuyen de m anera
definitiva a llevar al lector a sentir la obsesión del p ro
tag o n ista com o algo que está sucediendo m ientras lo
lee, olvidando que tiene un libro entre las m anos. Y
éste es uno de los objetivos fundam entales, in troducir
al lector en la h istoria de tal m anera que «viva» lo que
en ella sucede.
135
E dgar A lian Poe supo crear am bientes terroríficos
y angustiosos que hacen de sus relatos verdaderos cua
dros de terror, en los que el lector entra sin darse cuenta
y siente el m iedo y la angustia que tan bien supo lle
var al papel su autor.
3. Cuentos de miedo
En el apartado anterior se ha analizado brevemente
un cuento de A lian Poe, un relato que entraría dentro
de lo considerado cuentos de m iedo. Sirve perfecta
m ente para ejem plificar las características que todo
cuento de terro r ha de poseer. La intensidad, el clim a
que genere cierta inquietud en el lector, cierto tem or,
personajes que hacen al lector sentir m iedo o le a su s
tan por alguna razón, m isterio... etc.
En E l gato negro no se asiste a una serie de m atan
zas llenas de sangre, gritos y horror. Si así hubiera sido,
lo m ás probable es que en lugar de m iedo hubiera p ro
vocado asco, desinterés o incluso risa. T arantino, por
ejem plo, sabe cóm o usar este tipo de hechos -m a ta n
zas, sangre... e tc .- p a r a crear parodias, m as no está en
su finalidad llevar a cabo una película de m iedo, de ahí
que use el exceso para su objetivo. En este apartado
se trata de lo contrario, es decir, de dar m iedo, para lo
cual se hace necesario no traspasar esa línea que con
v ertiría un buen relato de m iedo o incluso de terro r en
una parodia del propio género que se pretende, sólo
que tam poco sería una buena parodia dado que no
resultaría de la intención del autor sino del error. Por
esta razón hay que m edir m uy bien lo que se escribe,
para no excederse.
Para p ro v o car m iedo hay crear un am biente muy
d eterm inado, pues no b asta con hacer aparecer, por
136
ejem plo, un fantasm a, ya que un fantasm a por sí solo
no dará m iedo, lo da todo lo que le rodea, las c irc u n s
tancias en que se m uestra, el personaje que lo ve y
siente terror... El am biente ju e g a en todo cuento de
terror un papel fundam ental. La casa, el ja rd ín donde
el protagonista tiene escondidos los cuerpos de las p er
sonas que ha asesinado, un árbol con extraños p o d e
res, una hab itación m uy oscura donde el único objeto
que hay es un hacha, una casa abandonada... etc. Del
clim a, la atm ósfera, el espacio va a depender que co n
sigam os nuestro objetivo. No hay que usar o b lig a to
riam ente esos espacios arquetípicos ya de tanto com o
se han usado: castillos, casas viejas, sótanos... etc., se
puede perfectam ente crear un clim a de terror en una
casa actual. Es el ruido proveniente de no se sabe qué
lugar, el m ovim iento de las cortinas, la oscuridad de
un pasillo que contrata con la lum inosidad de una h ab i
tación lo que va creando poco a poco un clim a ade
cuado para introducir el m iedo.
Es tam bién necesario saber ir aum entando la ten
sión y el m isterio, p ara lo que se hace fundam ental
hallar el punto ju sto en que se da la suficiente infor
m ación o las suficientes pistas com o para que el le c
tor siga leyendo, pero al m ism o tiem po se om ite una
parte significativa, para no desvelar el m isterio que es
en realid ad el m otor del lector. Si se le cuenta todo,
¿qué le m overá a seguir leyendo?, ¿en qué lugar q u e
dará el m isterio , la duda, que lo im pulsa a p roseguir
con la lectura? Es por ello preferible hacer uso de la
¡sugerencia, no expresarlo todo de golpe, sino poco a
poco, ya que si tam poco se le da al lector inform ación
•alguna se aburrirá. A sí pues se irán p roporcionando
inform aciones -n o to d a s - y se irán dejando otras para
el final. El autor m ostrará sólo aquello que sabe va a
137
suscitar el suficiente interés en el lector para que siga
leyendo. Lo difícil es saber encontrar tal punto, saber
qué es lo que debe decirse en cada caso y lo que debe
callarse y reservarse para el desenlace.
Si en cu alq u ier cuento es im portante la síntesis, en
el de m iedo tod av ía lo es m ás, pues una disertación o
una descripción dem asiado larga puede hacer que el
lector pierda interés y salga de golpe de la historia, y
en co n secuencia, se pierda toda p o sibilidad de hacer
que sienta m iedo.
U no de los peligros que corre cualquier escritor, al
abordar este tipo de relato, es caer en la in v ero sim ili
tud. Pensem os que al tratar tem as com o lo sob ren atu
ral, o sin ir tan lejos, el asesinato, la locura... etc, se
puede -sin q u e re r- dar a luz una historia inverosím il.
El pro tag o n ista ju g a rá aquí un papel de vital im p o r
tancia, pues es error posible y que debe evitarse, la c re
ación de un personaje central que lleva a cabo las
acciones porque sí. Y esto no puede ser así, siem pre
existe una m otivación, algo que nos lleva a actuar de
una d eterm inada m anera aunque sea absolutam ente
irracional. A hí es donde hay que ser coherentes y b u s
car un m otivo lo suficientem ente fuerte com o para
creer que el personaje llega hasta donde llega. T am
poco será bueno que los personajes sean superhéroes
que todo lo llevan a cabo de m anera altruista y que de
todo salen a flote con la heroicidad propia del super-
héroe. E sto tam poco co ntribuiría a la verosim ilitud, y
se enlaza aquí nuevam ente con el tem a dedicado a los
personajes. Los personajes deben ser verosím iles, y no
lo serán si son seres extraordinarios que todo lo logran
y que a todos salvan. H abrá que d escen d er un poco a
la realidad, al m enos para crear a los personajes. Y no
solam ente eso, ¿qué interés puede tener un hom bre o
138
m ujer que desde la p rim era línea supera todo con total
facilidad?, pues si eso es lo que hace, ¿dónde está la
historia?, se supone que resolverá positivam ente todo
lo que le ocurre. Se trata de intrigar, de m antener el
m isterio y de generar cierto temor. C uanto m ás, mejor.
4. Microrrelatos
LA OVEJA NEGRA
139
y corrientes pudieran ejercitarse también en la escul
tura.
De Luis M ateo Diez es el siguiente m icrorrelato que
ilustra tam bién el saber hacer en este género de su
autor.
EL POZO
140
tor observe lo que le rodea, busque detalles, pequeñas
h isto rias, algo que pueda sugerir m ucho m ás de lo que
cuenta. Porque con el m icrorrelato -co m o se ha apun
tado ya en el anterior ap a rtad o - se trata de decir con
lo que no se dice.
141
Capítulo XI
La novela
143
porque las características son distintas y por ello novela
y cuento son géneros diferentes.
El cuento requiere una intensidad, una brevedad y
una síntesis que la novela no puede requerir, pues enton
ces no habría novela, sino cuento. En el cuento se
atrapa al lector desde la prim era página y el ritmo va
ascendiendo y ascendiendo, la intensidad se m antiene
y la tensión es m uy alta. La novela no m antiene tal grado
de intensidad. No estriba la diferencia únicam ente en su
extensión, esto es, no es que cuento y novela se dife
rencien solam ente porque uno es corto y la otra larga,
sino que las otras características propias del cuento tam
poco se cum plen de la m ism a m anera en la novela.
La novela tam bién necesita interesar al lector, pero
no puede guardar el m ism o grado de intensidad durante
todas sus páginas. En la novela hay que dejar espacio a
los personajes, am bientes... etc. Se debe conjugar la
velocidad con la quietud, es decir, que cuando se lleva
la historia (en la novela) a un grado alto de tensión a
continuación se ha de contrarrestar con una escena más
lenta o una descripción que relaje un poco el ritmo. Esto
no significa, por supuesto, que se tenga que aburrir al
lector con páginas innecesarias, pues en la novela tam
bién hay que saber m antener el interés, se trata de dejar
al lector que respire tras un m om ento de m áxim a ten
sión.
2. ¿Novela o cuento?
Ante una pregunta como la que da título al presente
apartado no queda m ás rem edio que dar un consejo:
prim ero cuento y después novela, porque con el cuento
podrá el escritor ir aprendiendo sin necesidad de escri
bir doscientas páginas. Si directam ente se opta por
144
escribir una novela, puede que el autor se quede sin fuer
zas y sin ilusión al com probar que el resultado no es el
que esperaba.
Sin «entrenam iento» (y qué m ejor «entrenam iento»
que la propia escritura) no será posible saber escribir
diálogos, descrip cio n es, dar con el tono adecuado,
encontrar el narrador que m ejor le va a la novela... y un
largo etcétera de ingredientes que se han ido exponiendo
a lo largo de este libro. A unque puede haber -co m o en
to d o - excepciones. No obstante, y reitero, la verdad es
que casi todos los escritores han dado sus prim eros
pasos en el cuento. Por algo será.
E scrib ir cuentos p erm ite ir p ro b an d o diferentes
voces, narradores, estilos. Proporciona la posibilidad de
entrenar la plum a antes de em prender tareas de la enver
gadura de la novela, ir profundizando en los entresijos
de la escritura. No es que escribir cuentos asegure que
después se estará preparado para escribir novelas sin
esfuerzo. N ada m ás lejos de la realidad, pero sí se habrá
hecho un entrenam iento previo que perm itirá ir acer
tando en cada una de las elecciones a que habrá que
enfrentarse a lo largo del proceso creativo.
A dem ás, cabe añadir y es ju sto hacerlo, el cuento no
es un género m enor de la literatura. M uchos escritores
se instalarán en él sin necesidad de recurrir a la novela
y eso no significa que sean unos m alos escritores. Se
trata de que cada cual encuentre el género que m ás se
adapte a lo que quiere contar y por supuesto de contar
cada historia en el género que m ás se adecué a ella. E x is
ten grandes escritores que solo han escrito cuentos y
ja m á s han escrito una novela, o si lo han hecho ha sido
en m uy pocas ocasiones, siendo el relato el género que
con m ás asiduidad cultivaron y cultivan, pasando a la
H istoria de la L iteratura precisam ente por sus cuentos.
145
Volvam os a la novela. La prim era novela que se
escribe no suele ser casi nunca lo que se espera, es
cierto, pero nadie debe perder la ilusión y las ganas, ya
que éste es un cam ino largo. La prim era novela no será
m uy buena, o no todo lo buena que se esperaba, pero
esta no es razón para im pacientarse o arrojar la toalla.
Todo lo contrario. Con esa prim era novela se habrán
aprendido m uchas cosas acerca de la escritura y se com
probará en la siguiente. Es m ás, puede que con el
tiem po pueda retornarse a ese prim er intento y encon
trar la m anera de corregirlo y m ejorarlo.
3. Novela corta
146
A sí que lo m ejor será dejar que la historia m arque el
núm ero de páginas, y no em peñarse en alargar y forzar
una n arración, porque quizá lo que sena una buena h is
toria se convierte en una historia aburrida, forzada y en
m uchos casos vacía.
4. La idea
147
van a escribir no em piezan. Cada cual tiene su propia
m anera, su personal m anera, de crear.
5. El comienzo
En el cuento ya se ha explicado la importancia de
enganchar al lector desde la prim era página, y con la
novela sucede exactam ente lo m ism o, al m enos en el
com ienzo, porque luego las diferencias entre novela y
cuento son -co m o se ha explicado anteriorm ente- n o ta
bles.
Lo prim ero que el escritor cuente en su novela será
vital para que el lector decida seguir leyendo, por lo que
puede ser m uy recom endable entrar directam ente en un
conflicto, y no em pezar dando una larga descripción o
haciendo una extensa reflexión.
Si una novela com ienza con un personaje que se
enfrenta a la m uerte, el interés -al m enos en las p rim e
ras p á g in a s- está prácticam ente asegurado, siem pre y
cuando se escriba creando la suficiente tensión, el clim a
adecuado... etc. Si el principio elegido sitúa, por ejem
plo, a un niño perdido en un parque m ientras un p sic ó
pata anda suelto cerca de él, tam bién se estará generando
interés, pues es un principio que presenta sin dilación
un conflicto que im pulsa al lector a continuar leyendo
para saber qué es lo que sucederá con el niño, si el p s i
cópata lo raptará... etc. A hora bien, si se da com ienzo a
una narración contando, en el prim er caso de los dos
ejem plos citados, cóm o es ese personaje que se enfrenta
a la m uerte, describiéndolo de m anera extensa física y
psíquicam ente, y no se cuenta a lo que se enfrenta hasta
haber concluido la descripción, el interés será m ucho
m ás difícil de lograr. Si el escritor detiene la acción nada
m ás em pezar a describir al niño y reserva para la m itad
148
de la novela el conflicto: se ha perdido y un psicópata
asesino anda suelto cerca del niño, posiblem ente la h is
toria aburra al lector.
Lo expresado no supone que haya que caer en el
extrem o opuesto, es decir, que se asfixie al lector, dando
conflicto tras conflicto, acción que nunca se detiene. No
puede tam poco «ahogarse» al lector con una sum a de
conflictos, aunque sí deba saberse em pezar la novela
con uno. Porque para que al lector le interese cóm o es
ese niño o ese personaje que se enfrenta a la m uerte ha
de saber prim ero el peligro que corre, el conflicto a que
se enfrenta. Cuando ya se ha atrapado al lector y se ha
logrado que se interese por lo que va a sucederle, enton
ces tam bién querrá saber cómo es por dentro y por fuera.
Será ése el m om ento de hacer una descripción o de con
tar por boca de otro personaje algunas de sus caracte
rísticas.
Im aginem os que estam os leyendo una novela en la
que la protagonista ha de rescatar a su herm ana pequeña
de una casa plagada de espíritus perversos que la q u ie
ren matar. U na vez que sabem os esto, querem os saber
cóm o son esos dos personajes, cóm o ha ido la niña a
parar a esa casa, cóm o son esos espíritus y quiénes fue
ron cuando estaban vivos. Todo nos interesará y q u e
rrem os saber m ás y más. Pero si la historia hubiera
com enzado contándonos que una m ujer es rubia, alta,
con unos preciosos ojos verdes, hija de un m arinero y
una m odista, casada con un hom bre m ayor que ella pero
m uy atractivo, con unos prim os que viven en Venecia
y una herm ana pequeña que nació hace diez años y que
es muy sim pática, no tendrem os m ucho interés. Y no lo
tendrem os porque no hay nada que queram os saber de
un personaje cualquiera. Un personaje nos interesa por
lo que le pasa y por el conflicto al que se enfrenta. Y es
149
al saber esto cuando querem os conocer cóm o es, es
entonces cuando ya sí querem os conocer cóm o es por
dentro y por fuera.
R ecuérdalo: sin conflicto no hay historia y m ucho
m enos interés, así que com ienza tus novelas entrando
directam ente en algún conflicto.
A veces resulta m uy difícil em pezar de esta m anera
y se hará dando descripciones de personajes o del clim a
o de un paisaje; no debe preocuparse el autor si esto
sucede, sim plem ente ha de continuar escribiendo, p o r
que habrá un m om ento en el que entre en el conflicto,
y ese será el inicio de la novela. Sabrá verlo. Se supri
m irá entonces todo lo anterior, lo que no supone que se
tire a la basura, ya que servirá posiblem ente para más
adelante, cuando ya sea conveniente e interesante dar
inform ación acerca de este o aquel personaje o de un
paisaje o una casa. Ese inicio que va a suprim irse ha
sido, adem ás, una'form a de ir buscando el conflicto, no
una pérdida de tiem po.
6. El desarrollo
150
U na vez hallado el principio en que se ha situado al
personaje frente a un conflicto, ha llegado el m om ento
de co n tinuarlo, y no puede resolverse en la cuarta
página, porque entonces se habrá concluido la historia.
Hay que continuar, y no puede ser alargando de m anera
artificial la narración, sino buscando la m anera de que
ese conflicto se com plique y el personaje o personajes
tengan que seguir enfrentándose a él, o a unos nuevos,
teniendo siem pre presente, eso sí, que la historia es una,
ya que puede suceder que el autor acabe creando otra
historia diferente de la que en un principio creó.
Conviene recordar aquí que los personajes no deben
ser superhéroes que todo lo superan, pues en ese caso
aunque hubiera conflicto no habría interés, la historia
sería predecible y, en consecuencia, aburrida, pues si
todo lo logra, ¿dónde está el conflicto? Es m ás verosí
mil y tam bién m ás interesante un personaje que unas
veces gana y otras pierde.
A dem ás de acercar el conflicto al lector hay que
acercarle los personajes. Que el lector los sienta muy
cerca, próxim os, incluso posibles aun tratándose de
extraterrestres o ratones parlanchines. Es posible, ¿o no
hem os leído alguna vez una novela de m arcianos o fan
tasm as y m ientras la leíam os no nos detuviste a p en
sar: esto es im posible, vaya tontería? De hecho, si eso
sucede es que falla la verosim ilitud que toda narración,
novela o cuento, ha de poseer. P ensem os en el cuento
de Poe E l gato negro, si no hubiera sido llevado al papel
con la verosim ilitud que supo llevarlo Poe, ¿lo h ab rí
am os creído?
En una novela no sólo habrá una historia, habrá m ás,
pequeñas historias secundarias que ayudan a potenciar
la principal, están -co m o los personajes secu n d ario s-
151
al servicio de lo principal de la historia. Tienen tam bién
una función, nunca están de más.
E vitar las reflexiones personales que, en realidad, no
vienen a cuento en la historia que se está escribiendo es
algo que todo escritor tam bién tendrá presente; no debe
caerse en la tentación de querer aleccionar al lector, no
es bueno pretender hacer una obra filosófica si lo que
se está haciendo es una novela. El lector quiere que se
le cuente una historia no recibir una lección de vida, ni
ser adoctrinado. H uyam os de las m oralejas y adoctri
nam ientos. No somos ju ec e s, somos narradores, y n u e s
tro com prom iso es contar historias, hacer literatura. Es
cierto que adem ás de contar historias todo narrador ha
de lograr un m ínim o de reflexión en sus lectores, pero
no reflexionando él en la novela, sino llegando a tal
reflexión a través de la propia historia.
Si lo que el escritor desea en su novela es m ostrar
un determ inado m odo de vida, lo hará con la propia h is
toria, con la acción de los personajes, con los conflic
tos que se presenten y con la m anera de resolverlos. No
es necesario que el escritor hable durante páginas y
páginas para m ostrar al lector un m odo determ inado de
vida, una form a de pensar o una m anera de estar en el
m undo.
Si, por ejem plo, la historia que se está escribiendo
gira en torno a la infidelidad de una mujer, el autor evi
tará la tentación de olvidar que está escribiendo una h is
toria para 'h ab lar' él sobre la infidelidad. Intentará pues
que su m anera de entender o de ju z g a r los hechos que
presenta queden reflejados -si ésa es su intención- a tra
vés de la propia historia, de los actos de la m ujer y quie
nes la rodean, de la form a en que resuelve el conflicto...
etc. Porque no hay que olvidar que el lector quiere que
la historia continúe, no que el autor reflexione y refle
152
xione sobre lo que presenta, si quisiera leer reflexiones
acerca de la infidelidad no acudiría a una novela. Inten
tará pues el autor no alzarse en ju e z y em itir ju ic io s o
sentencias de m anera directa. D ejará que sea la historia
la que hable por él.
Al igual que se evitarán los adoctrinam ientos, se evi
tarán las repeticiones. A veces el autor tiene la sensa
ción de que no está repitiendo, porque está expresándolo
de m anera diferente, no obstante puede que lo esté
haciendo, en cuyo caso deberá om itir las repeticiones,
siem pre tan aburridas y m onótonas, incluso cuando le
parece que se ha expresado de m anera excepcional y bri
llante y por ello le cueste prescindir de alguna. En oca
siones, sobre todo al principio, el escritor queda sedu
cido ante determ inados párrafos o frases de su historia,
y queda seducido por el m ero hecho de que en ellas ha
conseguido una expresión poética o herm osa, o una
m etáfora ingeniosa, o lo que quiera que sea. H abrá que
ser siem pre muy crítico con lo que se escribe, aunque
éste sea trabajo aposteriori, es decir tras haber escrito
la novela. A la hora de som eter a exam en la novela la
honestidad será fundam ental, y en algunos casos el autor
se verá obligado a sacrificar determ inadas partes de su
obra por no ser relevantes en su historia, por no añadir
algo a lo que ya está expreso.
7. El final
153
parecer natural, y no ser dem asiado predecible ni alec
cionador. Es preferible evitar la m oraleja. Con el final
no hay que enseñar al lector, con el final hay que cerrar
una historia, aunque el verbo cerrar no sea aquí el más
adecuado, ya que no de m anera obligada se cierran las
historias, pues se puede -en algunos casos, com o ocu
rre en el realism o su cio - optar por un final abierto, ahora
bien, ha de tenerse cuidado con estos finales, ya que no
puede dar la sensación de que se ha optado por un final
abierto, porque no se es capaz de resolver la historia o
porque se es objeto de la prisa y la im paciencia. En el
realism o sucio, corriente literaria que refleja lo coti
diano de nuestras existencias, los finales son abiertos,
pero lo son por un m otivo im portante. Al tratarse de una
corriente que busca centrarse en el alm a hum ana, lle
vando al papel «trozos» de vidas norm ales, grises
incluso y hasta m ediocres, un final cerrado no sería
coherente, pues la vida continúa, los personajes siguen
viviendo y los conflictos, tal y com o sucede en la vida
real, no se solucionan en la m ayoría de los casos. Este
tipo de literatura no resuelve, no busca plantear co n
flictos para resolverlos, sino m ostrar al lector pedazos
de vida que pueden corresponder a cualquiera y por ello
no hay, no puede haber, un final cerrado.
Cuando el escritor em pieza a escribir una historia
puede no saber, y es lo m ás lógico, cuál va a ser el final
de m anera exacta; sabrá, eso sí, hacia donde dirige su
historia, m as esto no supone saber cuál va a ser el desen
lace exacto del conflicto. Las historias van haciéndose
a m edida que se crean, aun cuando el autor tenga muy
claro lo que va a contar antes de com enzar a hacerlo.
En la m ayoría de los casos habrá que esperar a haber
construido la historia para dar con el final más apro
piado.
154
8. ¿Debo escribir pensando en el lector?
R otundam ente no.
A lo largo de esta obra se ha m encionado en m uchas
ocasiones al lector. Es m ás, ha sido aludido casi de
m anera constante, y es que el fin de todo escrito es que
sea leído. A hora bien, esto no debe suponer en caso
alguno que haya que escribir pensando en un lector
determ inado con la única intención de escribir una h is
toria que le guste. Si se escribe de esta m anera, es decir
queriendo seducir a un determ inado lector o queriendo
convertir la historia en un best-seller, los m iedos y el
bloqueo no tardarán en asaltar al lector y la historia se
truncará pronto. No puede crearse pensando todo el
tiem po en el destinatario de la creación, pues se trata de
un ejercicio personal, propio, que ha de partir de la per
sona que crea y no de lo que considere más va a agra
dar a quien después lo reciba. Lo que no se contradice
en m odo alguno con conocer determ inadas caracterís
ticas que en una obra no funcionan o algunos de los
requisitos que una buena historia ha de reunir, y que se
han ido citando en este libro.
Tam poco se puede escribir pensando en que tal per
sona se va a enfadar cuando lea lo que hem os escrito, o
que tal otra nos va a pedir cuentas después. Ni siquiera
se puede escribir queriendo llegar a un público deter
m inado. M ucho m enos se escribirá para gustar y para
que las obras creadas sean muy leídas -aunque sea una
finalidad lógica, un deseo del au to r- y así vender tanto
que el autor se haga fam oso y rico en poco tiem po. Estos
pensam ientos lo entorpecen todo. E scribir es arte. Y el
arte no puede hacerse pensando en los demás.
155
Capítulo K
El símil y la metáfora
1. El símil
157
al autor un buen símil será m ejor no escribir ninguno.
Siem pre es preferible prescindir que caer en esos otros
tan sabidos y repetidos.
A continuación se da una lista de sím iles que es
m ejor no em plear, debido al excesivo uso que de ellos
se ha hecho y que ha term inado por convertirlos en
expresiones por todos conocidas:
2. La metáfora
La metáfora es una comparación, pero sin los tér
m inos que com paran.
Ejem plo:
158
a la tristeza. Un ejem plo válido para ilustrar qué es una
m etáfora: la designación de una realidad con el n o m
bre de otra con que guarda alguna relación. A sí, en el
ejem plo, la aguja es la tristeza. Es pues com o una com
paración (la tristeza es com o una aguja que m antiene
p resió n ...), pero en la que se om iten los térm inos co m
parativ o s y se designa de m anera directa una cosa con
el nom bre de otra.
De la m ism a m anera que no se deben em plear sím i
les que se han convertido en tópicos, ha de evitarse el
uso de m etáforas que ya todos conocen y que a nadie
causan efecto. Y efecto es precisam ente lo que debe
causar una m etáfora, por lo que de no lograrlo la m etá
fora perdería su sentido y su valor. La m etáfora, igual
que el sím il, ha de sorprender, sugerir, ser im aginativa.
Se trata de crear, no de repetir lo que ya todos c o n o
cen. Con la m etáfora se dota de expresividad la n a rra
ción; una expresividad que se pierde si se recurre a las
ya sabidas, entre las que se encuentran algunas com o
las que se exponen a continuación, extraídas del Arte
de escribir de Fernando Lázaro Carreter:
159
Se corrió un tupido velo sobre el asunto (=Se desis
tió de averiguar más sobre el asunto).
160
Capítulo XI
Obras de consulta
Tal y como se ha ido expresando a lo largo de este
libro no todo es creación e im ag in ació n , existe una
parte teó rica de la escritura que todo escrito r debe
m an ejar con la soltura que req u iere un arte cuyo
m edio de expresión son las p a la b ras, lo que im plica
co n o cerlas y saber em plearlas. A ún cuando se tenga
un co n o cim ien to bastante profundo, siem pre habrá
dudas, que es im portante solventar. Por todo ello, en
este c ap ítu lo se reseñan diferentes m anuales, g ram á
ticas y diccionarios que, sin duda, serán de ayuda para
todo escritor, sobre todo en caso de estar dando los
p rim ero s pasos en la escritura.
1. Diccionario
161
ñas que se han aceptado por el uso, pero que conviene
no em plear.
2. Gramática
La gramática es una parte fundamental de la escri
tura, algo que todo escritor ha de co n o cer p e rfe c ta
m ente. A sí pues no debe ja m á s evitar el escrito r e scri
bir una oración o una p alab ra porque no está seguro
de su corrección, la m anera de ir m ejorando es acu
dir a una g ram ática y buscar la m ejor solución cuando
a p a re z ca n las dudas. Si se e v ita siem p re lo que
«cuesta», no se adquirirá nu n ca el debido dom inio del
que es el instru m en to de trabajo de todo autor: las
palabras.
162
R igurosa y exhaustiva, esta gram ática no se deja en
el tin tero aspecto alguno. Sin em bargo, es preferible
tener ciertos co n o cim ien to s antes de consultarla.
3. Ortografía
En las gramáticas antes citadas hay cuestiones de
ortografía que se abordan y se explican, m as será
bueno tener adem ás alguna obra dedicada únicam ente
a la ortografía de n u estra lengua.
163
Al igual que en su Gramática, L eonardo G óm ez
T orrego adopta un tono didáctico m uy útil para que
el lector pu ed a ir co m prendiendo con facilidad todo
lo que se expone. E x p licacio n es ex h au stiv as, nunca
in n ec e sarias, m uchos ejem plos y num erosos e je rci
cios com ponen esta obra, que destaca por su sencillez
y am enidad.
4. Diccionario de dudas
164
- S eco, M anuel, Diccionario de dudas y dificul
tades de la lengua española (Ed. E spasa).
5. Manual de redacción
165
- Las h istorias de género (relatos de m iedo, re a
lism o sucio, relatos eró tico s, cuento de fantasm as,
autobiografías, guión de cine, novela h istó rica, rela
tos infantiles y ju v e n ile s ...).
- El proceso creativo.
- La corrección.
- La publicación.
U na obra v erd ad eram en te interesante escrita en un
lenguaje sencillo y m uy claro que hace de su lectura
un c o m p leto placer. M uy recom endable. El prólogo
escrito por Luis L andero añade un m otivo m ás para
acercarse a este libro.
166
En poco m ás de cien p ág in as, L aura F reixas nos
acerca a la n arrativ a de una m anera m uy sencilla.
167
dirigen un talle r de escritura. P ráctico y d irecto , da
p autas m uy in teresan tes acerca de la escritu ra y los
talleres. A borda cuestiones com o: qué es un taller, su
función, las etapas, el taller de poesía, el taller de no
ficción, el talle r de novela, las p rem isas, leer para
escribir... etc.
168
Capítulo XII
Escribir guiones
169
Estas son las partes que todo guión ha de tener:
2.1. Story-line
2.2. sinopsis
170
E sta parte del guión ocupará aproxim adam ente cua
tro folios que se dividirán, siem pre que sea posible, de
la siguiente m anera:
- Prim ero: p lanteam iento de la historia.
- Segundo y tercero: nudo.
- C uarto: desenlace.
Es posible que s e fu r ocupen exactam ente cuatro
folios, pero conociendo la extensión que debe ocupar
cada parte en los recom endados cuatro folios puede
hacerse un cálculo de cuánto espacio dedicar a cada
p arte, en caso de no ser cuatro los folios em pleados.
V eam os un ejem plo m uy resum ido de lo que debe
ser una sinopsis, que continúa el m ism o guión visto en
el apartado anterior:
2.2.7. Planteamiento
2.2.2. Desarrollo
171
2.2.3. Desenlace
2.3. Escaleta
172
Nada, Paloma, nada, ¿qué más va a hacer?. Esta
noche ha sido un desastre, y encima tú me has dejado
colgado en medio de esa farsa que casi me hace vomi
tar y...
PALOMA (interrumpiendo a Juan):
¡Tiene gracia, hombre!
JUAN:
No, ironías no, ¿eh?
PALOMA:
Perdona, Juan, pero yo soy así, irónica, soy irónica,
pero al menos yo no me pongo a mirar a otros tíos en
tus narices. Porque eso es lo que tú has estado
haciendo toda la maldita noche. Y no me digas que me
equivoco, por favor, ahórrate el numerito, que te
conozco muy bien y en cuanto ves a una tía se te cru
zan lo cables.
JUAN:
¡Estoy harto de esta historia!, ¿entiendes?, ¡harto!
Esta conversación ya la he tenido otras veces y no
pienso dar explicaciones a nadie. No, nunca más.
PALOMA (se levanta y se acerca a Juan):
¿Qué quieres decir? No insinuarás que yo soy
como Luisa, ¿no?
JUAN:
¡Pues sí!
PALOMA (intenta calmarle cogiéndole por el
brazo):
Pero, Juan, ¿de verdad piensas así? Dímelo, por
que si es así...
JU AN (la abraza):
No, es que...
PALOMA (retirando los brazos de Juan):
Entonces, ¿porqué lo has dicho?
JUAN (intentando abrazarla otra vez):
173
No sé, Paloma. Intento...¿yo qué sé! ¿Por qué no lo
olvidamos? Es ridículo.
PALOMA (zafándose del abrazo):
¡Porque no puedes gritarme lo que te venga en
gana, hacerme daño, compararme con tu ex mujer y
con tu pasado y quedarte tan ancho, como si no pasara
nada!
JUAN (cae abatido en la butaca):
¿No ves que intento pedirte perdón?
PALOMA:
Pues pídelo. ¿ Qué crees que yo puedo adivinarlo
todo? Las cosas no son así, ¡qué va!
PALOMA rompe a llorar.
JUAN (se levanta de nuevo y la abraza):
Perdóname, Paloma. Por favor, perdóname. No
llores, anda, no llores, que no soporto verte así.
Paloma, eres lo que más quiero, te lo juro. He sido un
bruto, perdóname, por favor, perdóname. Te quiero
tanto, mi vida. De verdad... Perdóname por todo. Té
juro que no ha pasado nada entre Sara y yo, de ver
dad. ..
PALOMA (le besa):
Es que cuando te veo mirar a otra, Juan, yo no sé
lo que me pasa, nunca me había pasado antes, te lo
juro. M e siento tan poca cosa al lado de esas mujeres
tan guapas que siempre te rodean... M e encuentro tan
ridicula, tan tonta... ¿Por qué crees que nunca quiero
ir a buscarte al trabajo? Pues porque me da miedo
verte con alguna de esas mujeres despampanantes,
como la que salía contigo cuando nos conocimos.
Encima eso, que no consigo olvidarme de esa histo
ria. Sí, ya sé que fu i yo la que se empeñó en saberlo,
pero es que no pensaba que me fuera a hacer tanto
daño... Y por eso cuando he llegado a casa y me he
174
encontrado con Sara aquí, han pasado p o r mi cabeza
tantas cosas...
JU AN (pone sus manos alrededor de la cara de
Paloma):
Escúchame, Paloma, escúchame: te quiero más
que a nada en el mundo y nada me gusta más que estar
contigo. Métetelo en la cabeza de una vez: a quien
quiero es a ti y sólo a ti.
PALOMA (acariciando con el dedo índice la nariz
de Juan):
Entonces, ¿por qué salías con ella al tiempo que
conmigo ?
JUAN:
¿Con aquella amiga de...?, pues no sé, me gustaba
físicamente, además fue sólo un mes.
PALOMA (que ya no le acaricia):
Pues no lo entiendo, Juan. M e parece muy poco
honesto que compartas la cama con dos mujeres. Aun
que fuera un mes. Aunque fuera al principio. No me
gusta y punto. Y no lo entiendo. ¿Qué necesidad
tenías? No va contigo, Juan.
JU AN (se aparta de Paloma y sube las escaleras
que dividen el dúplex):
Pues yo no tengo más argumentos, y además estoy
muy cansado. Estás siendo muy injusta conmigo. Com
pararte con Luisa ha estado mal, no tiene disculpa, y
lo siento. Pero eso no te da derecho a juzgarme como
lo estás haciendo.
PALOMA:
No te vayas, Juan. Te estoy hablando.
JU AN sube al dormitorio y PALOMA sube detrás
de él.
175
PALOMA:
Perdona, me he pasado, pero es que te juro que me
duele más de lo que piensas.
JUAN:
Anda, cabezota, ven aquí. Dame un beso.
Se besan y se abrazan.
176
Ejercicios
177
3. E scribe un m icro rrelato en diez líneas. En él debes
lo g rar que el lecto r reflex io n e sobre la guerra.
D áselo luego a alguien en cuyo criterio confíes y
c o m p ru eb a si has logrado tu objetivo.
178
otra mujer. A partir de ahí deberás reconstruir la h is
toria.
179
13. E scrib e un cuento en el que se crucen tres h isto
rias. D eben ser, al igual que en el ejercicio an te
rior, tres h isto rias diferentes que en algún punto
de la narració n se unan. No fuerces la unión, ha
de p arecer lógica y natural al lector. R ecuerda:
v e ro sim ilitu d com o regla de oro.
180
etc.). Por últim o, cam bia otra vez el narrador, y
co n v iértelo en un n arrador en tercera p ersona que
no es om nisciente (no lo sabe todo com o el o m n is
ciente, es un p resen tad o r que ni ju z g a ni opina).
181
24. E scribe un m icro rrelato sobre la m u erte, sin usar
la palabra «m uerte». D ebes conseguir que se refle
xione sobre la m uerte sin referirte a ella de m anera
explícita. Se trata de sugerir.
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27. H az un esquem a de una posible novela. E scribe la
idea que vas a desarrollar. H az después un re s u
m en de la historia. D ebes tam bién d escrib ir a tus
personajes.
183
in d isp en sab les y co m prueba cóm o has m ejorado
tu relato.
184
visual. Es muy im portante que lo tengas presente,
ya que influye decisivam ente en lo que cuentas y en
lo que no cuentas.
185
Bibliografía
187
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CARMEN: Hablar y escribir. M adrid, Pirám ide, 1989.
188
PAEZ, ENRIQUE: Escribir. M anual de técnicas narra
tivas. M adrid, SM, 2001.
189
UNAMUNO, MIGUEL: Abel Sánchez. M adrid, Alianza,
1994.
190