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Ante todo, debemos notar que la fiesta de Halloween pertenece a una cultura muy diferente de la
nuestra. Antiguamente, en Europa, se practicaban mucho más intensamente los ritos mágicos
asociados con creencias no cristianas; dentro de tales misterios, los brujos y brujas observaban
diversas fechas de gran valor de acuerdo con sus concepciones del mundo. Una de esas fechas era
la medianoche entre el 31 de octubre y el día 1 de noviembre. En un segundo momento, la fiesta se
trivializó entre el pueblo europeo que mezclaba las creencias mágicas y la religión cristiana. Mucho
más tarde, la fiesta se convirtió en una costumbre con escaso significado para los europeos y las
colonias inglesas en América. En cierto modo, y como muchas otras fiestas, pasó a convertirse en
una especie de fósil o anacronismo. Como se ve, pues, si para los pueblos cuyas culturas produjeron
este rito no significa ya nada, para nosotros resulta más que evidente que carece absolutamente de
relevancia.
Hemos visto que el día de Halloween es una importación cultural absolutamente desmotivada; sin
embargo, no se le puede acusar de carecer de parafernalia propia. En nuestro medio, realizadas las
necesarias adaptaciones locales, seguimos todos los preparativos para la fecha, lo que exige la
compra de adornos diversos para decoración, disfraces, golosinas y bebidas. Por otro lado, las
discotecas ofrecen fiestas para la ocasión en las que los asistentes beben y bailan, prácticamente,
sin motivo alguno, es decir, solo porque es Halloween. Estos elementos materiales encuentran un
mercado que cada año se amplía y diversifica. En efecto, la oferta se dirige a una amplia gama de
compradores según su poder adquisitivo y, como es previsible, según sus edades. Últimamente,
dentro del público objetivo, se percibe un incremento de oficinas e incluso comercios, cuyos rubros
no se asocian inmediatamente a la fiesta, pero que tratan de recoger la “emoción” de la fecha a fin
de no quedar fuera de la efervescencia. Se trata, pues, de una “fiesta” eminentemente comercial y
sin sentido propio.
En conclusión, Halloween no alienta ningún valor o significado social y obliga a gastar dinero. Tal
vez sea un poco exagerado, sin duda, pedir su prohibición; sin embargo, sí parece sensato plantear
claramente a la población la verdadera naturaleza de esta “festividad”.