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can notoriamente al concepto de «horizonte de expectativas» de Jauss y al de los «códigos 16.3.4. Historia literaria y literaturas nacionales
culturales» de la Semiótica (Iglesias Santos, 1994: 338).
Los avances de la Teoría de los Polisistemas obligan a replantear el tipo de historia de
la literatura que se cultiva y la noción misma de «literatura nacional», pues tradicionalmen-
16.3.2. Relaciones entre polisistemas te se ha venido reduciendo la literatura nacional a una serie de autores y obras canónicas es-
critas en una variante lingüística particular, ocultando así los historiadores la auténtica com-
La Teoría de los Polisistemas no se centra sólo en las relaciones e interferencias que plejidad del sistema literario. Además, se da por supuesto algo que no está nada claro en rea-
se producen entre los factores que integran un mismo sistema, sino que atiende también a lidad: que las fronteras literarias coinciden con las geo-políticas y las lingüísticas (Lambert,
las que se producen entre sistemas distintos, convirtiéndose así en una vía para estudiar 1999: 57). Es paradigmática en este sentido la problemática del caso de Bélgica: los escrito-
cómo funciona la literatura en el seno de una sociedad o una cultura determinada. Se des- res belgas son incluidos en la literatura francesa u holandesa dependiendo de la lengua que
cribe la relación que mantiene el sistema literario con otros sistemas culturales y también utilicen. Y, como se pregunta Montserrat Iglesias Santos, ¿qué se debe hacer con la literatu-
la relación que mantienen distintos sistemas literarios entre sí, pues interesa saber cómo ra inglesa escrita en Sudáfrica? ¿Y con la literatura catalana y la gallega en relación con la
puede una literatura interferir en otra o ser interferida por otra. De ahí que sean las socie- española? Ramón del Valle-Inclán y Camilo José Cela pasan por escritores gallegos cuando
dades multilingües las más idóneas para el desarrollo de los estudios polisistémicos (Igle- no han escrito ni una sola obra en gallego. ¿Qué hay que hacer con casos así? (1994: 345).
sias Santos, 1994: 339). La teoría polisistémica trata todos estos problemas, pero no como problemas, sino como una
muestra de la esencial heterogeneidad de las sociedades multilingües y las interferencias en-
tre sistemas literarios. De hecho, al hablar de sistemas literarios se está hablando de literatu-
16.3.3. La interferencia ras en plural, o sea de literaturas en un país determinado, literaturas en otro país, etc., y no
de la literatura de tal país. El plural acoge todas alternativas, y no sólo las obras que se ajus-
Even-Zohar entiende por interferencia la relación que se produce entre dos sistemas cuan- tan al repertorio canonizado. La riqueza resultante es evidente. Por ejemplo, en el caso de
do uno de ellos se convierte en sistema fuente al hacer préstamos directos o indirectos al otro, España se hablaría de literaturas en España, y ello englobaría la literatura en español, la li-
al sistema receptor. Lo normal es que se produzca una interferencia cuando el sistema recep- teratura en catalán, la literatura en gallego, la literatura en vasco, y también la literatura in-
tor no posee el repertorio necesario para alguna función que necesita o cuando no quiere uti- fantil, la literatura traducida, la literatura del exilio, la literatura denominada «de consumo»,
lizar, por alguna razón, el repertorio existente. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la poesía es- etc. La amplitud de miras es, por tanto, evidente. Y es que recuérdese que la Teoría de los
pañola del siglo xvI que, al querer sumarse al petrarquismo, acepta interferencias de la poesía Polisistemas se basa en el principio de la heterogeneidad de las sociedades en todos los ni-
italiana como la adopción del endecasílabo y de formas poéticas como el soneto, la canción o veles, desde el político y religioso al lingüístico y literario, de ahí que quiera poner de ma-
el madrigal. Y, de hecho, a lo largo del Renacimiento se aceptan todo tipo de interferencias de nifiesto la multiplicidad de prácticas literarias que se dan en el seno de una nación —anali-
la literatura grecolatina por cuestiones de prestigio y para conseguir que la literatura vulgar se zando, por ejemplo, cómo este hecho entra en conflicto «con las tendencias siempre centra-
enriquezca y, enriqueciéndose, se dignifique. En un caso la poesía italiana y en el otro la gre- lizadoras del poder» (Lambert, 1999: 60)—, y que, en definitiva, intente «dar cuenta de todos
colatina se convierten en sistemas fuente de otros sistemas literarios. Como es lógico suponer, los factores que conforman el sistema literario, así como de las distintas actividades y pro-
para que se produzcan este tipo de relaciones intersistémicas es preciso que el sistema fuente cesos sociales que en él tienen lugar» (Iglesias Santos, 1999: 9). Se la ha inscrito a veces en
resulte accesible al sistema receptor, y ello puede deberse a un contacto directo por razones el ámbito de la sociología de la literatura, pero esto supone un error totalmente determinado
geográficas o bien a una cuestión de dominación y de prestigio (o todo a la vez). por la visión tradicional textocéntrica, que considera extraliterario todo lo que está más allá
Uno de los casos más interesantes de interferencia es el provocado por las traduccio- del marco estrictamente textual. El sistema literario es mucho más que el texto, como ya ha
nes: se toma de un sistema literario fuente una obra y se pasa (se traduce) a otro sistema li- quedado antes claro, y ésta es una convicción básica de la teoría polisistémica.
terario (el receptor). Es un caso de lo que José Lambert denomina «importación», concepto
con el que se refiere a todo lo que un sistema literario toma prestado de otro. A la Teoría de
los Polisistemas no le interesa tanto pronunciarse sobre si las traducciones son buenas o ma- 17. Estudios Culturales
las cuanto analizar cuestiones como por qué han sido precisamente ésas las obras traducidas
y no otras, quién ha hecho la selección, a quién van dirigidas, etc. Pues así se comprueba, 17.1. INTRODUCCIÓN
por ejemplo, que muchas veces las traducciones tienden a hacerse de manera que vengan a
reforzar las normas estético-literarias del sistema receptor. Es decir, el texto traducido (nor- Suelen presentarse los Estudios Culturales como la última gran tendencia de la activi-
malmente por su reconocido prestigio) participa del estilo o repertorio oficial, dominante, y, dad intelectual. Una tendencia que se presenta, en el contexto del posmodernismo, como al-
así, lo refuerza. Por este camino, viendo lo que se importa y lo que se exporta, pueden exa- ternativa a disciplinas académicas como la sociología, la antropología, las ciencias de la co-
minarse también casos de colonización cultural. Por ejemplo: a veces la importación es tan municación y la crítica literaria (Reynoso, 2000: 19). Quienes siguen esta corriente convier-
fuerte que absorbe la producción local y termina con la independencia del sistema receptor ten en objeto preferente de investigación la cultura popular o, más exactamente, se centran
(Iglesias Santos, 1994: 342). Como se ve, desde la Teoría de los Polisistemas se intenta tras- en «la observación etnográfica de las dispersiones y fragmentaciones político-sociales y dis-
cender las cuestiones lingüístico-literarias para atender a las implicaciones políticas, econó- cursivas producidas por el capitalismo tardío» (Grüber, 1998: 27). Sus trabajos denotan un
micas y sociales que tienen o pueden tener las traducciones. voluntario alejamiento respecto de la metodología y la terminología científicas, lo que hace
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que resulte difícil vincularlos a alguna teoría concreta. Y es que, en definitiva, los Estudios Raymond Williams, E. P. Thompson, Richard Hoggart y Stuart Hall son considerados los
Culturales se presentan (siguiendo de cerca en este punto a la Deconstrucción) como una ac- fundadores (los founding fathers) de los Estudios Culturales. De hecho, el término mismo de
tividad intelectual que se emancipa de las disciplinas constituidas (Reynoso, 2000: 47) «Estudios Culturales» aparece por primera vez en un discurso pronunciado por Hoggart en
Sobre esta cuestión se ha dicho también que los Estudios Culturales, más que interdis- 1964. Y hay quienes marcan claramente la diferencia entre estos cuatro fundadores y los que
ciplinarios, son antidisciplinarios, en el sentido de que mantienen una tensa relación con las vinieron detrás siguiendo sus pasos. Así lo observa Carlos Reynoso:
disciplinas académicas. Fredric Jameson los considera más bien «posdisciplinarios», pero
cree que «uno de los ejes fundamentales que los sigue definiendo es su relación con las dis- Hay una diferencia abismal entre el esfuerzo y el trabajo de los tres o cuatro fundadores
ciplinas establecidas» (1998: 72). Y que los Estudios Culturales son esencialmente eclécti- y la mecánica de citas encomilladas con que la masa de los recién llegados cree satisfacer la
cos, de formación amorfa. Todas estas ideas, como se ve, redundan en lo mismo: los Estu- administración de un marco teórico (2000: 36).
dios Culturales rechazan las rígidas delimitaciones intelectuales y quieren abrazarlo todo con
absoluta libertad. Pero como quien mucho abarca poco aprieta, a veces las investigaciones
pecan de cierta superficialidad y esto es lo que, sobre todo en la década de 1990, ha ido de- 17.3. PRINCIPALES TEMAS DE INTERÉS
nunciándose cada vez con mayor frecuencia. Porque al acudir a conceptos de otras discipli-
nas tratando de no perder su propia especificidad u originalidad, los Estudios Culturales aca- En sus inicios, los Estudios Culturales solían divulgarse en obras colectivas, pero esta
ban siendo una «superposición de perspectivas disciplinarias» (Jameson, 1998: 79). tendencia ha ido disminuyendo considerablemente y lo normal ha sido, en la década de
Por otra parte, los problemas del eclecticismo son evidentes: no termina de configurar- 1990 (que es cuando se considera que ha llegado el triunfo absoluto del movimiento, tras
se un método propio, suficientemente sólido. Se utilizan conceptos y procedimientos de in- el gran impulso experimentado en los años ochenta), la aparición de compilaciones de bre-
vestigación procedentes de muy variadas fuentes: de las teorías de comunicación, de la Se- ves monografías de carácter totalmente individual. A estas alturas son ya muchos los es-
miótica, del Estructuralismo, del Psicoanálisis, de la Antropología, de la Sociología, de la Fi- tudios que han aparecido, pero lo cierto es que sus temas son recurrentes y pueden ser re-
losofía, etc. Así, fácilmente se adivina que detrás (o mejor, en la base) de los Estudios ducidos a un número bastante modesto. Carlos Reynoso enumera los siguientes (2000: 24):
Culturales están Jakobson, Lévi-Strauss, Althusser, Bourdieu o Lacan. Y quienes están fa- género y sexualidad (gay, lesbian o queer Studies), identidad cultural y nacional, colonia-
miliarizados con las obras de estos autores se sienten con derecho a figurar entre los cultu- lismo y postcolonialismo, raza y etnicidad, cultura popular, estética, discurso y textualidad,
ralistas, de ahí que los Estudios Culturales hayan sido comparados con un paraguas bajo el ecosistema, tecnocultura, ciencia y ecología, pedagogía, historia, globalización en la era
cual se reúne mucha, demasiada gente que quiere tener un emblema en común, sin darse posmoderna.
cuenta de que tal vez el paraguas no es lo suficientemente amplio como para garantizar la Con sólo examinar esta lista se entiende de inmediato que gran parte del interés que
protección de todos (Reynoso, 2000: 69). suscitan los Estudios Culturales está relacionado con el hecho de que los temas tratados re-
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sultan atractivos por sí mismos. Y es que la atención prestada a los grupos marginados, a las
minorías étnicas, sexuales y culturales es casi una exigencia de «lo políticamente correcto»;
17.2. LAS DISTINTAS MODALIDADES implica estar de acuerdo con los movimientos antirracistas, antisexistas, etc. (Jameson, 1998:
69). Lo que incide, por cierto, en la cuestión del compromiso de los intelectuales con los nue-
Suele situarse el comienzo de los Estudios Culturales en la Inglaterra de 1956, momento vos grupos sociales o microgrupos. Esta observación ha sido hecha a menudo y los culturis-
en el que una serie de intelectuales de considerable prestigio inician, como ha señalado tas han reaccionado a la defensiva frente a ella, sintiéndose atacados, acusados de trabajar en
Eduardo Grüner, «un movimiento de toma de distancia del marxismo dogmático dominante cuestiones que poseen un atractivo superficial. Es interesante lo que afirma Carlos Reynoso
en el Partido Comunista británico, para adoptar lo que ellos mismos llamaron una versión al respecto:
"compleja" y crítica de un marxismo culturalista, más atento a las especificidades y autono-
mías de las antiguas "superestructuras", incluyendo el arte y la literatura» (1998: 20). En Dejemos de lado que los estudios sean o no superficiales, porque en un juicio semejan-
te siempre habrá espacio para la subjetividad. Pero ¿no son ellos en efecto glamorosos? Cete-
realidad, con el tiempo las relaciones entre el marxismo y los Estudios Culturales se irán de-
ris paribus, y sinceramente: entre un ensayo que se llama «Estructura de los mitos no etioló-
teriorando, a medida que los culturistas se interesan más por las corrientes del postestructu-
gicos entre los ayoreo-dé» y otros titulados «Leyendo Hustler» (Kipnis 1992), «Mirando Da-
ralismo, sobre todo por los trabajos de Foucault, Derrida y Lacan. llas» (Ang 1985), o «Cómo se usa un condom» (Treichler 1996) ¿cuáles elegiría usted leer
Según Carlos Reynoso, pueden advertirse dos modalidades de Estudios Culturales: «por primero? ¿No recurren ellos mismos a su sustancia temática para publicitar su propio atracti-
un lado está el corpus canónico de Williams-Thompson-Hoggart et al. y los textos que pro- vo? ¿No hay acaso en la celebración del interés que despiertan los Estudios Culturales, antes
longan la idea original de estudios de la cultura popular inglesa; por el otro se agrupa lo que que en el examen de su factor teórico, una pizca de ese espíritu mediático que hace que un
en general pasa hoy por Estudios Culturales lato sensu, y que a pesar de las infaltables refe- producto termine juzgándose por su potencial de recaudación? (2000: 29).
rencias al canon no tiene mucho que ver con él en términos de método, política, reflexividad
y elaboración conceptual» (2000: 22). La primera de estas especies, la del corpus de Wi- Después de leer estas palabras se adivina ya cuál es la opinión que los Estudios Cultu-
lliams-Thompson-Hoggart et al., se encuentra totalmente anclada en un contexto demasiado rales le merecen a Carlos Reynoso. Él mismo la explicita:
concreto, el delimitado por la cultura inglesa, mientras que la segunda tendencia es más ge-
neralista, aunque sus trabajos no tienen tanta calidad como los de los otros investigadores. Mi punto de vista (y no he dado aún con ninguna excepción importante) es que en el
Los primeros suponen el origen del movimiento, y esto nadie parece discutirlo. En efecto, culturismo la teoría y el método van hacia un lado y los resultados concretos vienen de otro.
¿De dónde? Pues del interés intrínseco del tema estudiado, de la percepción atenta, de la sa-
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gacidad del investigador o de sus informantes, del buen estilo, de la contundencia de los he- tudios de género, los estudios gay, lesbian o queer Studies, los estudios sobre el multicultu-
chos escogidos y de la lectura no necesariamente teórica de la realidad misma (2000: 91). ralismo, sobre el postcolonialismo, etc. Acerca de este último caso, por ejemplo, lo cierto es
que hasta fines de la década de 1980, ningún autor de Estudios Culturales alude a la teoría
Los Estudios Culturales han dado cabida en sus investigaciones a géneros antes consi- postcolonial. Y el caso es que esta corriente —en la que destacan autores como Edward Said,
derados de mala calidad (western, novela rosa, novela negra, etc.) y también a productos pro- Homi Bhabha y Chakravorty Spivak, entre otros— ha sido considerada como «el último y
cedentes de otros ámbitos artísticos (música, fotografía, cine, pintura, etc.) y a productos cul- más interesante desarrollo de los Estudios Culturales» (Grüber, 1998: 20). Se utiliza el tér-
turales como la televisión, la publicidad, las revistas, la moda, etc., y lo más curioso es que mino «postcolonial» en referencia a cualquier cultura que haya sufrido un proceso imperia-
todo este material, cuya presencia hubiera resultado antes difícilmente planteable en un ám- lista desde los comienzos de las colonizaciones o bien, en un sentido más restringido, en re-
bito académico universitario, es examinado en igualdad de condiciones, sin que se establez- ferencia a los imperios coloniales del siglo xix. Lo importante es destacar la tensión que la
can jerarquías de valor. Merece la pena ver cómo Reynoso analiza algunas de las más cono- cultura colonizada mantiene con el poder imperial. Una de las imposiciones de la hegemo-
cidas investigaciones sobre fenómenos culturales desarrolladas en el campo de los Cultural nía colonizadora es la de la lengua de la metrópoli —y, en consecuencia, también la de su
Studies, pues se comprende de inmediato por qué este autor adopta una actitud sumamente literatura— en detrimento de la lengua autóctona y de la producción cultural de la comuni-
crítica frente a los culturistas. Entre los trabajos que Reynoso examina se cuenta Subculture: dad colonizada. Esta cuestión es de suma importancia teniendo en cuenta que el control so-
The meaning of style (1979), de Dick Hebdidge. Dice sobre él: bre la lengua resulta determinante porque es la manera más eficaz de expresar todo un mun-
do conceptual. Sin duda, lengua y literatura están al servicio del imperialismo.
[...1 es un intento de estudiar los significados culturales y la lógica interna del movimiento Una de las líneas de investigación principales de la teoría postcolonial es la que trata
punk como forma de lenguaje que poseen su propia coherencia. El punk es puesto en con- de mostrar cómo quedan vestigios de colonialismo en los discursos y las prácticas del mun-
traste contra otras formas subculturales como los hipsters, los mods, los beats, los teddy boys do postcolonial. Esta demostración trata de llevarse a cabo con categorías de análisis mucho
y los skinheads. El encanto del libro le viene del colorido chirriante de su objeto, de la irre- más refinadas que las utilizadas antes por los estudios antiimperialistas, categorías en gran
verencia de sus actores principales, de la descripción de sus extraños códigos, de su música
medida tomadas de autores como Foucault, Derrida, Lacan, De Man, y gracias a las cuales
sin melodía, del pogo, de su culto al exceso. Lo que haría las veces de aparato teórico es
una sucesión de referencias desperdigadas, primero semiológicas y luego posestructuralistas se consiguen grandes logros en la crítica cultural e ideológica. Aunque hay algo que se les
que abarcan desde la lengua y el habla de Saussure a las prácticas significantes de Kriste- puede reprochar (y se les reprocha, de hecho) a quienes siguen este camino: su injustificado
va, pasando por la dialógica de Voloshinov, los mitos de 'Roland Barthes y el concepto es- abandono del pensamiento de Marx, Freud y de los investigadores de la Escuela de Frank-
tructuralista de la ideología pergeñado por Althusser. Según sean las características del as- furt (Grüber, 1998: 59).
pecto de la subcultura que se analizan, una u otra será la teoría (o tal vez mejor, el nomen- Por otra parte, lo cierto es que, pese a presumir de ser una actividad intelectual plural,
dador conceptual) del que se eche mano en un momento dado. Hebdidge y sus críticos tolerante, que participa como ninguna de la apertura hacia el Otro o lo Otro característica del
señalan dos hallazgos. El primero es teórico y metodológico, y reza así: las diversas teorías posmodernismo, los Estudios Culturales causan la impresión de ser bastante exclusivistas y
semiológicas y posestructurales utilizadas tienen sus limitaciones, sus pros y sus contras. El censores, pues permiten que se hable abiertamente de unos temas (de las minorías étnicas,
segundo es sustancial: Hebdidge asegura que las diversas subculturas juveniles de posgue- culturales, sexuales, etc.) pero rechazan (también abiertamente) otros. Así lo denuncia Terry
rra se comportan como «semiólogos prácticos» o «semiólogos naturales». A diferencia de Eagleton:
un semiólogo teórico que busca descubrir los códigos o convenciones que gobiernan la cons-
trucción de significados culturales, Hebdidge argumenta que los grupos subculturales efec-
Por su ostentosa apertura hacia el Otro, el posmodernismo puede ser casi tan exclusi-
túan una disrupción de los códigos dominantes adoptando estilos y códigos distintivos. Nin-
vista y censor como las ortodoxias a las que se opone. Se puede hablar largo y tendido de la
guno de los descubrimientos de Hebdidge aporta nada nuevo: todo el mundo sabe desde el
cultura humana, pero no de la naturaleza humana; de género, pero no de clase; de cuerpo, pero
vamos que las teorías, cualesquiera sean, tienen un alcance limitado, ventajas y desventajas;
no de biología; de jouissance, pero no de justicia; de poscolonialismo, pero no de la pequeña
ningún conjunto de conceptos puede intentar cubrir con la misma eficacia todos los objetos
burguesía. Es una heterodoxia evidentemente ortodoxa que, como forma imaginaria de identi-
en que se nos ocurra fijar nuestra atención. En cuanto al segundo hallazgo, alcanza con cru-
dad, necesita sus cucos y sus espantapájaros para seguir en el negocio (1997: 51).
zarse con un punk en la calle, con el pelo teñido de verde y alfileres en las mejillas, para
inferir de inmediato que el joven ha adoptado un estilo distintivo, y que seguramente pre-
tende comunicar algo con eso (Reynoso, 2000: 93). En definitiva, puede decirse que los Estudios Culturales, lejos de presentar un carácter
universal, pecan de un cierto reduccionismo, de una búsqueda excesiva de particularismos
Con sólo leer estos comentarios de Reynoso salta a la vista una cuestión importante: los que amenazan con eliminar, como advierte Eduardo Grüner, «la legitimidad teórica y políti-
Estudios Culturales adoptan a menudo una perspectiva sociológica. Lo curioso es que este ca de categorías como la de "lucha de clases" o "inconciente", para no mencionar la hoy tan
tono sociológico no suele ser reconocido por los mismos que lo utilizan. Pero, de todos mo- desprestigiada idea de un pensamiento histórico» (1998: 24). Y es que, para los seguidores
dos, desde fuera parece algo evidente. De hecho, Fredric Jameson asegura que la distinción de los Estudios Culturales, la aparición de los nuevos movimientos sociales se explica por-
entre Sociología y Estudios Culturales «parece sumamente difícil, si no completamente im- que estos movimientos vienen a llenar el vacío dejado por la desaparición de las clases so-
posible» (1998: 74). Y ya Raymond Williams afirmaba que los Estudios Culturales eran una ciales y, así, en lugar de hablar de la lucha de clases, se prefiere hablar de multiculturalismo:
manera de abordar las cuestiones sociológicas generales mucho más que una disciplina es- no de varias clases que coexisten en el seno de la sociedad, sino de muchas culturas distin-
pecializada (en Jameson, 1998: 74). tas. Así, la oposición más habitual es la establecida entre «culturas centrales» y «culturas pe-
Volviendo ahora a la lista de temas más recreados en los Estudios Culturales, conviene riféricas». Para los Estudios Culturales, la noción de «clase social» resulta demasiado amplia
advertir que no todos los autores están de acuerdo en aceptar como Cultural Studies los es- porque, dentro de cada clase, se perciben grupos distintos, con sus particularides diferencia-
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les. Es lo que, de hecho, ya había advertido Mijail Bajtin desde una perspectiva sociolin- cer los mecanismos que permiten conectar lo disímil, puesto que esta conexión no es nece-
güística: en una sociedad conviven —en diálogo— muchos grupos sociales y cada uno de
ellos tiene su propio lenguaje (heteroglosia), de modo que no puede estudiarse el código abs- saria ni azarosa, sino buscada. Se entiende la importancia de estas ideas en el ámbito de los
tracto de la lengua, sino el uso que cada grupo social hace de ese código. Hay que estudiar, Estudios Culturales, donde se trabaja mezclando las cuestiones de género, de sexualidad, de
pues, el habla individual de cada grupo y advertir cómo detrás de cada manera de hablar se raza, etc., y lo importante es ver cómo pueden combinarse, articulándolos en una estructura
descubre una ideología, puesto que los distintos grupos sociales intentan que sus palabras ex- compleja, todos estos aspectos, qué conexiones se establecen entre ellos, cuál es más deter-
minante en un individuo, etc.
presen su experiencia y sus aspiraciones particulares. Esto es lo que hacen los Estudios Cul-
turales: centrarse en el modo particular que tienen de vivir y de pensar, y de hablar, y de Resulta indispensable advertir también la importancia que adquiere en el ámbito de los
Estudios Culturales la noción de límite,
comportarse las múltiples culturas que coexisten en el mundo occidental. Aunque, como ad- entendida en el sentido que le da Eduardo Grüber,
vierte Eduardo Grüber, este interés por el multiculturalismo —entendido como la coexisten- para quien el límite «es la simultaneidad —en principio indecible— de lo que articula y sepa-
cia híbrida de diversos mundos de vida culturales— no justifica el abandono de la categoría ra: es la línea entre la Naturaleza y la Cultura, entre la ley y la transgresión, entre lo Con-
de «clase social», pues sin duda «es la lucha de clases lo que muestra la fractura constituti- ciente y lo Inconciente, entre lo Masculino y lo Femenino, entre la Palabra y la imagen, en-
va de la sociedad» (1998: 39). El control de la clase dominante hace que la sociedad parez- tre el Sonido y el Sentido, entre lo Mismo y lo Otro» (1998: 32). Y sigue diciendo Grüber:
ca monoglósica, pero en realidad toda sociedad es heteroglósica y siempre hay resquicios «Es también —y en esto se constituye en un tema casi obsesivo de los estudios culturales
para la resistencia, siempre acaban surgiendo productos culturales (basta pensar en la litera- "post"— la línea entre los territorios, materiales y simbólicos: territorios nacionales, étnicos,
tura carnavalizada de la que habla Bajtin) que descubren «la polifonía latente bajo la apa- lingüísticos, subculturales, raciales; territorios, en fin, genéricos,
en el doble sentido de las
rente armonía del consenso» (Grüber, 1998: 43). De todos modos, lo cierto es que en el fon- "negociaciones" de la identidad en el campo de las prácticas sexuales, y de los géneros lite-
do las diferencias culturales «dejan intacta la homogeneidad básica del sistema mundial ca- rarios, estéticos o discursivos en general» (1998: 32). Hay que tener en cuenta que la cultu-
pitalista» (1998: 39). Centrarse en los derechos de las minorías étnicas, los gays y las ra de un grupo sólo se percibe cuando éste entra en contacto con otro grupo y asoman las di-
lesbianas no impide que el capitalismo siga su curso. Aunque no por eso tiene que renun- ferencias. Es decir: la cultura es el conjunto de marcas definitorias que tiene un grupo a los
ciarse a analizar, como hacen los Estudios Culturales, los procesos de construcción de iden- ojos de otro (Jameson. 1998: 102), y ésta es, sin duda, una cuestión de límites. En cuanto se
tidades. Porque, en definitiva, esto es lo que más interesa a los culturistas o culturalistas: percibe el límite, dónde termina el grupo propio y comienza el otro, se está conociendo la
mostrar las señas de identidad de los distintos grupos sociales y las posibilidades de que se cultura a la que se pertenece. Es así como se constituye el proceso de construcción de una
establezcan alianzas entre ellos debido a la existencia de ciertos intereses comunes (Jameson, identidad cultural. Por ejemplo: Edward Said demuestra en Orientalism
(1978) que Oriente
1998: 70). Lo que se lleva a cabo es, pues, una política de identidad de los nuevos grupos es una invención hecha a la medida de Occidente. El Otro se forja siempre una imagen de
sociales o microgrupos, y ahí caben el feminismo, el movimiento gay, la cuestión de los ne- nuestra cultura y esta imagen puede ser asumida o rechazada. Es lo que ocurre con los este-
gros, los estudios chicanos, la teoría postcolonial, etc. En definitiva, de lo que se trata es de reotipos, por ejemplo, a veces se aceptan con orgullo (o con resignación, lo mismo da) y otras
reflejarlos grupos, subgrupos y, en definitiva, las posiciones ideológicas subculturales. Lo veces se rechazan por ofensivos. Pero no es posible prescindir de ellos. En todo caso, lo que
ideal sería edificar, a partir de estudios dedicados a los distintos grupos sociales, una teoría es «políticamente correcto», dice Fredric Jameson, «es permitir que el otro grupo construya
de la identidad colectiva, como ha señalado Jameson tras lamentar que sólo en unos pocos la imagen propia que prefiera para, en adelante, funcionar con ese estereotipo "oficial"»
casos se tenga dicho objetivo en mente (1998: 87). Sólo en unos pocos casos porque lo nor- (1998: 106). Se entiende así por qué Jameson asegura que la cultura «debe verse siempre
mal es la celebración de la mezcla cultural y de la complejidad estructural resultante. Una como un vehículo o un medio por el cual se negocia la relación entre los grupos» (1998:
celebración «posmoderna», como dice Jameson, «del desdibujamiento de las fronteras entre 103). Jameson añade también que las dos formas fundamentales de relación entre dos gru-
lo alto y lo bajo, del pluralismo de los microgrupos y del reemplazo de la política ideológi- pos «se reducen a las primordiales de envidia y odio» (1998: 104). Se refiere, por una par-
ca por la imagen y la cultura mediáticas» (1998: 91). te, a que cuando un grupo tiene más prestigio social que otro es posible que se genere una
envidia colectiva por parte del grupo «envidioso», que puede intentar apropiarse de la cultu-
ra del otro grupo. Y, por otro lado, puede suscitarse, en lugar de la envidia, el odio. Un gru-
17.4. ARTICULACIÓN Y LÍMITE po se siente amenazado por la existencia de otro, lo considera peligroso e impuro y esgrime
o el odio como defensa de las fronteras de su grupo (Jameson, 1998: 105). De todo esto de-
Uno de los conceptos clave de los Estudios Culturales es el de la «articulación». No es duce Jameson que «las relaciones entre los grupos son siempre estereotipadas en la medida
un concepto fácil de definir, precisamente, pues ha recibido varias y muy distintas acepcio- en que implican abstracciones colectivas del otro grupo, más allá de cuán adocenadas, res-
nes. Hasta el punto de convertirse, según Grüber, «en uno de esos explicatodo que finalmente petuosas o liberalmente censuradas sean» (1998: 105-106).
explican bien poco» (1998: 36). En principio, puede decirse que articular es conectar, bajo Lo que está claro es que los Estudios Culturales han obligado a enfrentarse a la alteri-
ciertas condiciones, dos elementos diferentes para que constituyan una unidad (Reynoso, dad, y esto puede suponer, en muchos casos, un mejor conocimiento de la propia cultura,
2000: 100). La conexión permanece mientras las condiciones que la facilitan siguen vigen- pues al abordar el examen de lo Otro, inevitablemente afloran los propios prejuicios, las con-
taminaciones propias desde las que se ve lo ajeno.
tes; después, puede desaparecer. No es, por tanto, necesario que se mantenga durante todo el
tiempo.
Gracias a la articulación se configura una estructura compleja en la que importan tanto
las diferencias entre los elementos integrantes como las similitudes. Lo importante es cono-
NOTA PRELIMINAR

Esta obra se propone corno objetivo primordial ofrecer una panorámica bastante com-
pleta de lo que ha sido la Historia de la Crítica Literaria en Occidente. Es ya un lugar co-
mún, cuando se analizan las distintas disciplinas que configuran los estudios literarios, insis-
tir en la necesidad de que todas ellas —no importa ahora cuántas deben ser consideradas—
colaboren entre sí para que el resultado final sea verdaderamente riguroso. La postulación de
este enfoque interdisciplinario se hace sin duda desde el convencimiento de que esta inter-
disciplinariedad ha sido esencial en la historia de la investigación literaria. Una visión dia-
crónica permite advertir cómo, efectivamente, las aproximaciones a la literatura se han he-
cho a menudo desde posiciones pertenecientes a otras esferas: a la Filosofía, a la Estética, a
la Retórica, a la Ética, a la Política, a la Sociología, a la Lingüística, al Psicoanálisis. Y, por
supuesto, también desde disciplinas propias del ámbito literario: desde la Historia Literaria,
desde la Crítica Textual, desde la Teoría de la Literatura, desde la Crítica Literaria, desde la
Literatura Comparada. Las perspectivas son múltiples y en cada caso los intereses específi-
cos pueden ser distintos, pero la confluencia en el estudio de lo literario permite llevar a cabo
una lectura unitaria —inclusiva, pues, y no excluyente— de lo que ha sido el estudio de la
literatura a lo largo de la historia. Precisamente por eso se ha considerado oportuno tomar
aquí el sintagma «Crítica Literaria» con un sentido eminentemente genérico, englobador. Con
el mismo sentido, en definitiva, con el que lo maneja René Wellek en su Historia de la crí-
tica moderna. Escribe el autor en el «Prólogo» a esta obra:

Tomo el término crítica en amplio sentido, para abarcar no sólo opiniones sobre libros
y autores particulares, crítica «de enjuiciamiento», crítica profesional, ejemplos de buen gus-
to literario, sino también, y principalmente, lo que se ha pensado sobre los principios y teoría
de la literatura, su naturaleza, función y efectos; sus relaciones con las demás actividades hu-
manas; sus tipos, procedimientos y técnicas; sus orígenes e historia (1989: 7-8).

A este mismo sentido genérico de la Crítica Literaria apela T. S. Eliot desde las pági-
nas de Función de la poesía y función de la crítica:

Por crítica entiendo aquí toda la actividad intelectual encaminada, bien a averiguar qué
es poesía, cuál es su función, por qué se escribe, se lee o se recita, bien —suponiendo, más o
menos conscientemente, que eso ya lo sabemos— a apreciar la verdadera poesía (1999: 44).

Sólo la adopción de un sentido considerablemente amplio de la actividad crítica como el


que aquí se postula permite englobar en una misma obra material tan heterogéneo como
los diálogos platónicos, la Poética de Aristóteles, un tratado extraído de las obras morales
de Plutarco, una carta de Petrarca dirigida a su hermano Gerardo, la defensa de la poesía
26 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA
ANTIGÜEDAD CLÁSICA 27

que lleva a cabo Sir Philip Sidney, la carta que Góngora escribe «en respuesta de la que le Con este distinto tratamiento del material presentado se pretende dejar claro que, hasta lle-
escribieron», el Art Poétique de Boileau, las reflexiones de Burke sobre lo sublime y lo be- gar al siglo xx, todas las referencias citadas no son más que algunos de los jalones en la his-
llo, el Laocoonte de Lessing, las consideraciones de Hume sobre el gusto, la Crítica del toria del pensamiento «acerca de la literatura», aportaciones que, sin llegar a constituir nun-
juicio de Kant, el «Prefacio» de Wordsworth a la segunda edición de las Baladas Líricas, ca un cuerpo teórico propiamente dicho, sientan muchas de las bases epistemológicas de lo
un par de ensayos de Poe, la «Introducción» de Taine a la Historia de la literatura ingle- que el siglo xx ha sintetizado en su floresta de escuelas teórico-críticas.
sa, Le minan éxperimental de Zola, los lúcidos comentarios de Benjamin sobre La obra de
arte en la época de su reproductibilidad técnica, el célebre ensayo con el que Barthes pro-
clamaba La muerte del autor, o la lección con la que Jauss inauguraba en 1967 el curso
de la Universidad de Constanza, por citar sólo unos cuantos ejemplos. La heterogeneidad
es evidente incluso en la extensión y en las modalidades textuales mismas: cartas, prólo-
gos, preceptivas, ensayos, diálogos filosófico-literarios, capítulos, obras enteras. Pero to-
dos los textos presentan como denominador común su relevancia en la Historia de la Crí-
tica Literaria. En mayor o menor grado, todos han contribuido a que la disciplina se con-
solide y pueda hoy alegar en su favor una sólida tradición. O lo que es lo mismo: unos
sólidos fundamentos.
Toda selección puede ser acusada —más o menos justificadamente— de una cierta do-
sis de arbitrariedad. También la de los textos que en esta obra se proponen, por supuesto. Sin
embargo, ha tratado de atenuarse la inevitable subjetividad confrontando algunos de los más
prestigiosos estudios y antologías de Estética y de Crítica Literaria en busca de coinciden-
cias, en busca de aquellos textos unánimemente considerados esenciales en la historia de los
estudios literarios. Pero además de estos textos imprescindibles otros han venido a comple-
tar la propuesta presentada. Porque se entiende que una obra de estas características ha de
ser mucho más ambiciosa que una antología, sin dejar de ser también ella, claro, una anto-
logía. Lo que significa que, por muy completa que sea esta propuesta, nunca lo será tanto
como para cubrir todas las aportaciones que se han hecho a la Historia de la Crítica Litera-
ria. Sin duda, faltan nombres. Incluso nombres importantes. Tan importantes como el Dr. John-
son, por ejemplo, o como Mathew Arnold. O como Alexander Pope. Y como Shaftesbury o
Schopenhauer. Pero están otros no menos importantes. No falta Aristóteles, ni faltan tampo-
co Addison, Kant, Lessing, Rousseau, Diderot, Schiller, Friedrich Schlegel, Coleridge,
Wordsworth, Shelley, Sainte-Beuve, Taine, Brunetiére, Poe, Hegel, Jakobson, Shklovski,
Mukarovski, Lukács, Barthes, Todorov, Jauss, Iser, Derrida. Seguro que las presencias com-
pensan en este caso las inevitables ausencias.
De todos modos, lo que de veras ha importado al confeccionar esta obra ha sido que,
con los autores y textos presentados, pueda ofrecerse ya una imagen bastante completa de lo
que ha sido la Crítica Literaria a lo largo del tiempo. Incluso puede decirse que más que los
grandes nombres han importado los grandes textos. Precisamente por eso no se dan dema-
siadas indicaciones biográficas; se ha preferido desplazar el foco de atención hacia la obra,
hacia ese ensayo, esa carta, ese prólogo, etc., que inexcusablemente tiene que conocer quien
quiera familiarizarse con la Historia de la Crítica Literaria. Y hay que hacer aquí una im-
portante matización.
Hasta el siglo xx, en el ámbito de la Crítica Literaria dominan las individualidades,
grandes nombres que escriben importantes textos y dejan así su huella en la historia de los
estudios literarios; sin embargo, en el siglo xx han proliferado las escuelas teórico-críticas y
la obra de la mayor parte de los grandes críticos puede ser estudiada en el seno de alguno de
los principales métodos de Crítica Literaria desarrollados. De ahí que en el programa pre-
sentado se observe un claro cambio al llegar al siglo xx. Hasta entonces, los temas se suce-
den privilegiando normalmente la obra de un autor concreto; después, son los métodos, las
escuelas, las que pasan a primer término, aunque por supuesto éstas estén conformadas por
una suma —engañosa, a veces— de individuos y nunca se olvide aquí este hecho evidente.

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