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Durante el siglo XVIII la escolástica estuvo representado más en cantidad que en calidad de
pensadores, pero a finales de este siglo, sufrirá las consecuencias de las conmociones
políticas y antirreligiosas. En la primera mitad se multiplicaron los comentarios, cursos,
manuales y compendios con una finalidad pedagógica y escolar. Hay en ellos un espíritu de
conservación, repetición e imitación, más que de creación y originalidad. Las escuelas siguen
manteniendo sus posiciones y refutando las de adversarios, si interés por nuevas corrientes.
También reaparecen defectos de la decadencia: desinterés por la realidad, afición a cuestiones
excesivamente abstractas y especulativas, afán de disputas interminables, estilo recargado.
Aun así aparecen algunas obras de figuras que se asoman por arriba de las demás como los
dominicos Montalban y Aliaga, los jesuitas Lossada y Camargo, el benedictino Miguel
Herce. La decadencia de las universidades era general y alcanzaba a todas las facultades, por
ejemplo matemática y medicina. Los escolásticos mantuvieron la disciplina y el interés por
el estudio, aunque sin capacidad para abrir un nuevo rumbo en la investigación. La oposición
a la escolástica e hace más ostensible en Feijoo, Mayans , Torres Villaroel, Jovellanos, y en
general, los que adoptaron una aptitud ecléctica. En realidad en realidad representa un afán
de renovar el método y el cambio de la física y astronomía por nuevas ciencias que se estaban
desarrollando. El conde de Aranda escribió, luego de la expulsión de los jesuitas “ya era hora
de prohibir en las universidades los nombres de escuela tomista, escotista suarista y de
cualquier otro autor pelagatos”. A mitad del siglo empieza a abrirse la tendencia a una
renovación, representada en os jesuitas de Cervera, quienes son el puente con la restauración
escolástica del siglo XIX. La reforma quedo reducida a mejorar el lenguaje, aligerar
cuestiones, suprimir disputas y abrirse a corrientes modernas como cartesianismo,
gasendismo, sensismo y empirismo.
Alrededor del Dr. José Finestre (1688-1777) se formó en Cervera un grupo de jóvenes
jesuitas que se propusieron renovar la escolástica, cultivando las humanidades, dignificando
el lenguaje, suprimiendo cuestiones anticuadas y dando cabida a la experimentación, a
ciencias positivas y naturales y doctrinas modernas. La expulsión de los jesuitas por Carlos
II cortó el movimiento, muchos de estos emigraron a Italia, como Mateo de Aymerich,
humanista, de criterio ecléctico y renovador, un manifiesto de los propósitos renovadores de
la nueva escuela.
Otro grupo, que conservo gran parte de las doctrinas tradicionales, critica la escolástica y da
acogida a teorías cartesianas, empíricas o censistas, como Antonio Eximeno (1729-1808)
valenciano, aborrecía el nombre de metafísica y comabatio a Maquiavelo: De studiis
philosophicis et mathematicis instituendis. Anti escolástico es el ex jesuita Esteban de
Arteaga, quien compara la teología a las sombras que surgieron ante Eneas a la entrada al
tártaro, las cuales se disipaban al tocarlas. Pero eruditísimo fue Lorenzo Hervas y Panduro
(1735-1809) que “supo más que otro hombre alguno del siglo XVIII”. Filólogo, astrónomo
y antropólogo, y quien escribió Historia de la vida del hombre. Considera a Descartes y
Bacon como los campeones que abrieron camino para investigar la verdad. José Antonio y
Baltazar, pueden considerarse como el anillo de la cadena que enlaza la enseñanza de la
escuela jesuita de Cervera con la restauración del tomismo en Italia mediante su influencia
en el canónigo Vicente Benedetto Buzzetti (1777-1824).