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La cuestión de las escalas geográficas está muy vinculada a la discusión en torno a la forma en que
la geografía ha abordado el espacio. Tradicionalmente, la disciplina abordó la escala como un dato
fijo, asociado al tipo de espacio que se estaba considerando. De esta manera, la escala geográfica
se aproximó fuertemente a la noción de escala cartográfica (la que define la relación entre
superficie real y superficie representada). De acuerdo con el tipo de estudio o la dimensión a ser
analizada, el recurso a la escala permitía definir o “recortar” el territorio que resultaba más
adecuado; con esto, la escala intervenía en el proceso de producción de conocimiento antes de
que el mismo se llevase a cabo. Una vez establecida, la escala se mantenía fija y dejaba de ser
objeto de interés. Por ejemplo, la escala estatal ha sido una escala privilegiada por la geografía
tradicional, contribuyendo a que los territorios de los estados se consideraran como unidades fijas
e inamovibles (y a su naturalización); era el punto de partida del análisis, y todo aquello que se
hiciese quedaba incluido en dicho territorio.
Diversas razones han ido llevando a modificar esta forma de conceptualizar y utilizar la escala. Por
una parte, los cambios sociales generales, asociados en gran medida al crecimiento de las
articulaciones entre diversos lugares y sociedades del planeta, han planteado la necesidad de
recurrir a un mayor número de escalas para comprenderla en forma acabada. El predominio de la
escala estatal se ha visto, de este modo, cuestionado por una parte por la creciente importancia
de la escala global, y por otra, por el énfasis que se ha puesto en escalas subnacionales, tales como
las locales o regionales.
La cuestión de las escalas ha cobrado importancia también a partir de un conjunto de trabajos que
vienen considerando el juego o articulación escalar como un “recurso” al que los actores sociales
acuden en pro de la consecución de sus objetivos; en general esta temática está siendo
denominada política de escala (González, 2005; Herod, 2003). Interesa aquí reconocer cómo,
actores situados en ámbitos espaciales concretos (por ejemplo una ciudad, un municipio o un país)
se relacionan con otros que actúan en otros ámbitos para, con esto, alcanzar objetivos que se
definen y pueden realizarse en el primero. Esto es lo que sucede, por ejemplo, cuando ante un
problema local (escala local) se llevan a cabo acciones de reclamo en otras escalas, por ejemplo
nacional o global, tratando de modificar las condiciones locales que generan el problema en
cuestión, y obtener una solución que les resulte favorable. Muchos movimientos ambientalistas
recurren también a este tipo de estrategia.
El espacio social
El espacio también es mental, en la medida en que los individuos lo perciben, imaginan y valoran
de modos diversos, y estas percepciones y valoraciones subjetivas también condicionan la relación
con el espacio, al igual que lo hace, por ejemplo, la presencia de ciertos atributos naturales.
Hemos visto ya los aportes realizados desde perspectivas humanísticas en este sentido, los cuales
son retomados aquí enriqueciéndose en su articulación con la dimensión material del espacio. Y al
mismo tiempo, el espacio también sustenta un conjunto de discursos y representaciones sociales
que incidirán tanto en las formas (materiales o simbólicas) de articularse con el espacio, como en
los resultados que estas formas específicas de articulación provoquen en los procesos sociales.
Conviene aclarar que cada uno de estos espacios (material, mental o perceptivo, representacional)
podría ser considerado en sí mismo, individualmente, y podría dar lugar a conocimientos válidos y
útiles a partir de teorías y métodos que sean adecuados. Por ejemplo, el espacio material podría
ser objeto de las ciencias naturales (o materia de arquitectos e ingenieros), el mental de la
psicología, el representacional de la literatura. Pero todos reunidos y en interacción con lo social
constituyen el espacio social o geográfico (o espacialidad), de interés para las ciencias sociales en
general y la geografía en particular. Y es de interés para estas porque el espacio social interviene,
con sus cualidades, en lo social, dándole especificidad. Si no lo tuviésemos en cuenta, nuestra
comprensión de lo social sería parcial o insuficiente.
Introducción
Hemos expuesto en el módulo anterior que, en las últimas décadas, la geografía ha visto un
incremento del interés y la necesidad de fundamentar teóricamente su labor y su producción; el
contacto con las grandes líneas de pensamiento social, por ejemplo, se encuentra vinculado con
esto. También se ha visto un creciente interés por la búsqueda de marcos teóricos y conceptuales
que sean específicos de la disciplina, tratando de ir más allá de la mera incorporación de la
producción de otras disciplinas del campo social. Y al mismo tiempo –y en parte también como
herencia de las tendencias radicales– se ha ido poniendo un énfasis creciente en la construcción
de un conocimiento geográfico que contribuya a la comprensión –y posible solución– de los
problemas que son considerados importantes para la sociedad (Ortega Valcárcel, 2004), sin que
esto lleve a desconocer que la definición de estos problemas y de sus posibles soluciones no son ni
lineales ni compartidos por todos.
Lo anterior remite a la necesidad de revisar una noción que, a lo largo del tiempo, ha ocupado un
lugar central en la disciplina, la de espacio. En las últimas décadas se han producido en torno a ella
intensos debates y, entendemos, avances conceptuales significativos en función de dar
fundamentos teóricos más claros a la geografía como ciencia social. Edward Soja (1993) ha
señalado con claridad que la tradición de estudios sociales ha descuidado la consideración del
espacio, centrando su interés en el tiempo; según el autor, los grandes marcos interpretativos de
lo social han sido capaces de abordar los procesos de forma clara y significativa, con lo cual la
dimensión temporal que está implicada en lo social ha sido ampliamente considerada. Pero no ha
sucedido lo mismo con el espacio, cuyo rol en estos procesos ha quedado en la oscuridad, lo que
desembocó en su no consideración o incluso en su ocultamiento. Reconociendo que esta situación
ha comenzado a revertirse, considera asimismo que esto es fuente de enriquecimiento tanto para
la teoría social como para la geografía.
La geografía tradicional asumió esta noción de espacio como un dato de la realidad, como algo
dado, no sujeto a indagación ni cuestionamiento en sí mismo. A él se refieren los autores clásicos
cuando hablan de “la Tierra” o la “superficie terrestre”, y al tratamiento de sus características
dedican sus esfuerzos. Como contenedor, este espacio está cargado de objetos, sean naturales o
producto de la actividad humana, que deben ser descriptos no en sí mismos sino en su desigual
distribución, en su presencia/ausencia en los distintos puntos (¿lugares?, ¿sitios?) del espacio, que
pueden ser individualizados por un nombre y por su ubicación según la grilla de coordenadas
(posición). Dicha distribución también puede ser explicada si se logra establecer, como indicaba
Ritter, las relaciones causales entre los objetos y cualidades. Como escenario (palco, soporte) el
espacio es considerado como el ámbito donde los hechos suceden entre las cosas que están en él,
ya se trate de hechos del orden natural o del orden humano (distinción que, cabe advertir,
también puede ser considerada una operación intelectual). Los hechos ocurren en el espacio, de
manera diferencial en su extensión, y diversa también a lo largo del tiempo. La descripción
geográfica tradicional asume esto al describir las características del espacio en sí mismas, tanto
cuando se orienta a la descripción sistemática de las regularidades, como a la descripción de corte
regional, privilegiando las particularidades.
El espacio también fue considerado como una categoría del pensamiento, al igual que el tiempo,
que son previas e indispensables para la experiencia humana. Kant los considera categorías a
priori, ya que no hay experiencia humana al margen del espacio ni del tiempo. Este tipo de
concepción del espacio ha sido privilegiado por las perspectivas idealistas, que han puesto énfasis
en las condiciones humanas para conocer y en el modo en que estas influyen en el mismo (Ortega
Valcárcel, 2004). Por ejemplo, cabe recordar el énfasis en la percepción sensible o empática que la
geografía regional coloca en el acto de conocer, oponiéndose a la neta distinción entre objeto y
sujeto del positivismo.