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UNIVERSIDAD NACIONAL AMAZONICA DE

MADRE DE DIOS
CARRERA DE DERECHO Y CIENCIAS POLITICAS

DOCENTE:
Abg. Jessica Raquel Gallegos Vela

CURSO: Derecho Penal Económico


ALUMNAS:
 Marisol Jancco Huaman
 Ivonne Villanueva Cuba
 Laura Soller Quispe
 Yuliana Paullo Salas
 Lindsey Lucas Inuma
 Rosmary Choque Yucra

CICLO: IX

AÑO: 2019
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INTRODUCCION

El fenómeno de la delincuencia económica constituye uno de los retos que debe afrontar
la humanidad en la búsqueda de un desarrollo sostenible, que permita la satisfacción
cada vez creciente de los seres humanos en contraposición a los limitados recursos que
pueden ser utilizados a este fin en nuestro planeta.
Por lo tanto sería osado en esta ponencia decir que el Derecho Penal, como componente
de las Ciencias Jurídicas, puede solucionar de manera solitaria esta problemática, que
adelantamos, debe tener respuestas transdisciplinarias e interdisciplinarias.
Por eso se requiere entender a la delincuencia económica, al componente personal de
la misma, y de paso responder a las interrogantes sobre las motivaciones de la misma,
que efectos trae en consecuencia, así como dilucidar cuales son los riesgos intolerables
para las comunidades humanas, lo cual puede abordarse desde la construcción teórica
de una especialización del Derecho Penal: el Derecho Penal Económico.
Es por eso que expondremos aquellos fundamentos que en el orden sustantivo y
procesal identifican al mismo, como especialización del Derecho Penal entorno a un bien
jurídico trascendental como es la Economía.

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IMPUTACION OBJETIVA Y SUBJETIVA

1. CONCEPTO BÁSICOS DE DERECHO PENAL ECONÓMICO

El derecho penal económico, en líneas generales puede definirse como la rama


del derecho penal que desde una perspectiva normativa busca proteger el
sistema o modelo económico diseñado constitucionalmente, de forma tal de
permitir que los sujetos económicos puedan interactuar dentro de un esquema
de libre mercado, ofertando o demandando; y que el Estado pueda cumplir
adecuadamente su rol social y regulador.

Como veremos más adelante, los bienes jurídicos que conforman el


modelo económico, son de naturaleza colectiva, es decir que su titularidad
recae sobre todo el entramado social y no puede ser atribuido a una persona
en particular; así tenemos el orden financiero, el orden monetario, el orden
laboral, el orden tributario, etc., se señala que el derecho penal económico en
sentido estricto es el conjunto de normas y principios aplicables a aquellas
conductas que afectan los bienes jurídicos colectivos que conforman el
ordenamiento económico, constitucionalmente definido, sin embargo la
interacción económica va más allá de los objetos de protección colectiva, ya que
ponen en juego intereses individuales como el patrimonio o la libertad o
seguridad laboral, por ejemplo, lo que ha llevado a hablar de un derecho penal
económico en sentido amplio, entendido éste como el conjunto de normas y
principios aplicables a aquellos comportamientos que afectan o bien, los bienes
jurídicos colectivos que forman parte del diseño del modelo económico
establecido por la Constitución, o bien los bienes jurídicos individuales de
aquellas personas en su rol económico.

Ello nos lleva a evidenciar que, en líneas generales, los delitos que forman parte
del listado de delitos económicos, son delitos de infracción de deber, ya que en
lo que se va a poner énfasis es en el rol económico que realizaba el sujeto
infractor, y la inobservancia que haya tenido a los deberes que importan el
ejercicio de tal competencia funcional

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El derecho penal empresarial, es una parte del derecho penal económico, pero
en el cual, el comportamiento delictivo tiene lugar en el contexto o escenario
funcional de una empresa, entendida ésta como la persona jurídica que, siendo
la simbiosis de capital y trabajo, realiza actividades económicas, en búsqueda
de una beneficio de igual naturaleza.

En el ámbito empresarial y su entroncamiento con el derecho penal, podemos


señalar, que normalmente, se producen dos tipos de responsabilidades, una a
nivel personal, que implica, dependiendo del modelo adoptado por cada
legislación, o la aplicación de penas para la propia persona jurídica infractora
(ley 30424) o, caso contrario, la transferencia de responsabilidad punitiva
al órgano funcional de representación que actuó (artículo 27 del Código penal),
reservando para la persona jurídica la aplicación de medidas cuasi
administrativas (consecuencias accesorias, artículo 105 del Código penal). El
otro nivel de responsabilidad es a nivel patrimonial, donde la persona
jurídica, es incorporada al proceso penal como tercero civil responsable, y por
ende, su patrimonio, es pasible de ser afectado cautelarmente, o
definitivamente, en aras de responder indemnizatoriamente por el daño causado
por la comisión del delito, debiendo precisarse, que en este caso, la
responsabilidad que se le atribuye al órgano societario no es penal, sino de
naturaleza civil.

2. El Derecho Penal Económico en el ámbito nacional.

En nuestro país, la historia nos muestra diversos tipos de sanciones a los


delitos que hoy conocemos como económicos. En la época del incanato se
entendía como delito tributario cuando se falsificaban las cuentas y los
responsables eran severamente sancionados. En el Virreinato se castigaba a
los caciques indígenas que escondían a sus congéneres durante los censos
populares, con el propósito de disminuir el cálculo de la distribución de las
cargas tributarias.
En la época republicana Simón Bolívar, por Decreto del 18 de marzo de 18L4,
dispuso la pena de muerte a los empleados que participaran en la comisión
del delito de contrabando y más adelante, en 1896, modificó el castigo para

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que los culpables recibieran multas y pena corporal aflictiva. A partir del siglo
XX tenemos documentos más integrales como el Código Penal de 19L4
donde se define a la defraudación como aquellos actos cometidos en perjuicio
de la administración pública (Art.L48), destacando la «Ley sobre adulteración,
acaparamiento y especulación» (Decreto N°L1411 del 3 de Febrero de 1976),
que en 1980, mediante Decreto N°LL963 del L6 de marzo de 1980 impuso
sanciones administrativas más duras. Posteriormente se sanciona la «Ley
sobre Delitos Económicos» por Decreto Legislativo N° 1L3 de 1L de junio de
1981, donde se perfecciona la tipificación de las conductas lesivas al orden
económico interno.
Las exigencias de la economía de mercado inducen a que en 1991 el sistema
jurídico penal deba responder y regular aquellas conductas que afectan el
ámbito primordial de la vida social, incluyendo innovaciones en el Código
Penal, que podemos mencionar a continuación:
• Delitos societarios: interpretación y nuevo contexto de aplicación.
• Delitos laborales: atentado contra la libre sindicación, prestar trabajo
sin la debida retribución, trabajar sin las condiciones de seguridad e higiene
necesaria, coacción para la celebración de un contrato, retención dolosa de
remuneraciones e indemnizaciones, incumplimiento de resoluciones,
distorsión y disminución de la producción y simulación de causales para el
cierre de local o abandono con la finalidad de extinguir relaciones laborales y
el cierre del centro de trabajo sin la autorización de la Autoridad
Administrativa.
• Delito de quiebra: aquí se incluye la quiebra fraudulenta (incremento
pasivo, satisfacción u ocultación de bienes y concesión de ventajas
indebidas), y quiebra culposa impropia (deudores no comerciantes y ventajas
indebidas y de conveniencia).
• Delitos contra la propiedad intelectual: delito de hurto de uso,
falsificación, de plagio, de defraudación.
• Delitos contra la propiedad industrial, la patentabilidad como objeto de
protección penal.
• Delitos contra el orden económico: de monopolio y prácticas restrictivas

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de la actividad económica
• Delitos contra el consumidor: acaparamiento, alteración del producto,
adulteración, publicidad engañosa, atentados contra la reputación industrial y
la libertad de precios de remate, concurso y licitación pública.
• Represión a la competencia desleal: actos de contusión, engaño,
denigración, comparación, imitación, explotación de la reputación ajena,
violación de secreto, violación de normas y trato discriminatorio y
reproducciones no autorizadas.
• Delitos financieros: concentración crediticia y obtención indebida de
créditos, de omisión, negativa y falsedad en la información, intermediación
financiera irregular, de condicionamiento para otorgar créditos, pánico
financiero, de omisión de provisiones específicas.
Como demostramos líneas arriba la complejidad de la actividad económica
produce un conjunto de conductas que buscan beneficiarse a expensas de
los demás, afectando a la actividad económica y a la planificación estatal de
la economía, buscando que pasar por alto las normas estatales que organizan
y protegen la vida económica, por lo que la delimitación jurídica de estos
delitos es trascendental.
3. POSTULADOS NORMATIVISTAS DE GUNTHER JAKOBS
Para Jakobs la teoría de la imputación objetiva cumple un papel fundamental
que permite determinar los ámbitos de responsabilidad dentro de la teoría del
delito, así faculta constatar cuando una conducta tiene carácter
(objetivamente) delictivo.
La teoría de la imputación objetiva se divide para Jakobs en dos niveles:
La calificación del comportamiento como típico (imputación objetiva del
comportamiento); y, La constatación –en el ámbito de los delitos de resultado-
de que el resultado producido queda explicado precisamente por el
comportamiento objetivamente imputable (imputación objetiva del resultado).
En el primer nivel de la imputación objetiva, la imputación de
comportamientos,
Jakobs propone cuatro instituciones dogmáticas a través de las cuales ha de
establecerse el juicio de tipicidad:

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a) El riesgo permitido: Parte de una definición claramente normativa del
“riesgo”, desligada de probabilidades estadísticas de lesión. El riesgo
permitido se define como el estado normal de interacción, es decir, como el
vigente status quo de libertades de actuación, desvinculado de la ponderación
de intereses que dio lugar a su establecimiento, hasta el punto que en muchos
casos se trata de un mecanismo de constitución de una determinada
configuración social por aceptación histórica; dicho de otro modo, se refiere
más a la identidad de la sociedad que a procesos expresos de ponderación.
b) Principio de confianza: Determina cuándo existe, con ocasión del desarrollo
de una actividad generadora de un cierto riesgo (permitido), la obligación de
tener en cuenta los fallos de otros sujetos que también interviene en dicha
actividad (de modo que si no se procediera así, el riesgo dejaría de ser
permitido), y cuándo se puede confiar lícitamente en la responsabilidad de
esos otros sujetos.
c) Prohibición de regreso: Con ella pretende Jakobs enmarcar de forma
sistemática la teoría de la participación dentro de la imputación objetiva. La
prohibición de regreso satisface la necesidad de limitar el ámbito de la
participación punible, tanto para comportamiento imprudentes como dolosos,
con base a criterios objetivo-normativos. De ese modo, la prohibición de
regreso se presenta en cierto modo como el reverso de la participación
punible.
d) Actuación a riesgo propio de la víctima o competencia de la víctima:
Mediante esta institución Jakobs propone tener en cuenta la intervención de
la víctima en el suceso. En este punto, la teoría de la imputación objetiva
implica la introducción de elementos valorativos que determinan cuáles son
los límites de la libertad de actuación, implica, en este sentido, el
establecimiento de esferas de responsabilidad

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4. EL DOLO COMO TÍTULO DE IMPUTACIÓN SUBJETIVA

Al iniciar el estudio de la tipicidad subjetiva en sus aspectos generales,


debemos poner de manifiesto que según el artículo 12 del Código Penal “Las
penas establecidas por la ley se aplican siempre al agente de infracción
dolosa. El agente de infracción culposa es punible en los casos expresamente
establecidos en la ley”. Una somera revisión del aludido dispositivo nos
conduce a afirmar que en el texto no existe una definición sobre qué debe
entenderse por dolo así como sobre cuáles son los elementos que estructuran
la acción u omisión dolosa. No obstante, en el artículo 14 CP que prevé el
error de tipo, podemos encontrar una regulación relacionada con el dolo. Así,
el texto expresa: “El error sobre un elemento del tipo penal o respecto a una
circunstancia que agrave la pena, si es invencible, excluye la responsabilidad
o la agravación. Si fuere vencible, la infracción será castigada como culposa
cuando se hallare prevista como tal en la ley”. Es decir, el dolo exige
conocimiento de los elementos objetivos del tipo; ahora, si lo que se aprecia
es un error o desconocimiento de alguno (s) de dichos elementos habrá
ausencia de dolo.
El iter del concepto de dolo pasa por un concepto causal, final y funcional.
Así, para los causalistas el dolo (conocido como dolus malus) se estructura
en base a tres elementos: conocimiento, voluntad y conocimiento del derecho.
Para los finalistas el dolo (conocido como dolo natural) se compone de dos
elementos: conocimiento y voluntad. Finalmente, para los funcionalistas el
dolo (conocido como dolo cognitivo) requiere únicamente el elemento
conocimiento. Actualmente, la discusión se centra entre finalistas y
funcionalistas. Los primeros defienden la teoría de la voluntad (conocimiento
y voluntad) y los segundos postulan la teoría de la representación (sólo
conocimiento).
El elemento intelectual o cognitivo, supone que el sujeto debe saber qué es
lo que hace y conocer los elementos que caracterizan su acción como
conducta típica. Es decir, ha de saber, por ejemplo, en el hurto, que se

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apodera de una cosa mueble ajena; en los abusos sexuales, que el sujeto
pasivo es menor de catorce años. El sujeto ha de saber lo que hace, esto no
quiere decir que deba tener un conocimiento exacto de cada elemento del
tipo objetivo. Así por ejemplo, en el abuso sexual de un menor de catorce
años no es preciso que sujeto conozca exactamente la edad del menor, basta
con que aproximadamente se represente tal extremo. El elemento volitivo
supone querer realizar los elementos objetivos del tipo, es decir, supone
realizar algo que el autor cree que puede realizar. Si el autor aún no está
decidido a realizar el hecho, o sabe que no puede realizarse, no hay dolo,
bien porque el autor no quiere todavía, bien porque no puede querer lo que
no está dentro de sus posibilidades

5. IMPUTACIÓN OBJETIVA EN LOS DELITOS IMPRUDENTES.


Sobre el comportamiento ilícito en los delitos imprudentes la imputación
objetiva dio lugar a que en la fundamentación del ilícito tampoco se pudiera
permanecer en la mera causación (en el sentido de la teoría de la
equivalencia) del resultado. Así, como elementos determinantes, que
constituyen el ilícito del delito imprudente fueron descubiertos y elaborados
con mayor detalle la violación al cuidado y la relación de antijuricidad.
La teoría de la imputación objetiva ha cambiado el nombre de estos
elementos y en vez de ellos habla de “creación de un peligro jurídicamente
relevante o sea, prohibido” y de “realización de este peligro en el resultado
típico”. De este modo su traicionera procedencia de la dogmática de la
imprudencia es terminológicamente encubierta, ello facilita el sugerir su
relevancia práctica para el delito doloso.
La teoría de la imputación objetiva aspira a eliminar esta desigualdad, e
imputar al delito doloso también aquello que es apto para el delito imprudente.
El anhelo de la asimilación de los tipos objetivos se basa esencialmente en
dos motivos. Por un lado, como ya se mencionó se trata de una cierta
necesidad de armonía para la unificación de las estructuras dogmáticas. Por
otro, el enriquecimiento del tipo objetivo en el delito imprudente parece
demostrar que existe, algo como un “ilícito objetivo”, que en relación al tipo

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objetivo (tradicional) del delito doloso, es caracterizado a través de elementos
complementarios. Esto fue, y es, motivo de la teoría de la imputación objetiva
para retocar también el tipo objetivo del delito doloso en su contenido.

6. LAS FORMAS DE LA IMPUTACIÓN SUBJETIVA: EL DOLO Y LA


CULPA
Si bien tanto el dolo como la culpa dan lugar a la imputación subjetiva
necesaria para fundamentar el injusto penal, resulta indispensable diferenciar
ambas formas de imputación subjetiva en el análisis dogmático.
La conducta dolosa tiene, por regla general, una pena mayor que la conducta
culposa, e incluso en determinados tipos penales la conducta culposa
significa ausencia de pena debido al sistema de incriminación cerrada de la
culpa. En este sentido, constituye una tarea esencial de la dogmática penal
dotar de contenido al dolo y la culpa, de manera que podamos diferenciarlos
a efectos de atribuir responsabilidad penal, no obstante, esta labor requiere
hacer previamente.
Una breve descripción de la evolución de la imputación subjetiva en derecho
penal, pues sólo así estaremos en condiciones de precisar el criterio más
adecuado para diferenciar ambas formas de imputación subjetiva.

7. ORIGEN Y EVOLUCIÓN DE LA IMPUTACIÓN SUBJETIVA


En un principio, cuando los ámbitos público y privado del derecho no se
encontraban diferenciados, la reacción ante un delito distinguía sólo
intuitivamente los hechos culpables, de los sucesos casuales.
Posteriormente, con la configuración autónoma del derecho penal público, se
castigó sólo las violaciones jurídicas cometidas voluntariamente,
imponiéndose a las conductas imprudentes únicamente un deber de
resarcimiento, pero no una respuesta penal. Sin embargo, la ampliación
paulatina del contenido del dolo, sobre todo en la edad media tardía, a
supuestos de dolo indirecto, eventual e incluso de culpa consciente, llevó a
incluir supuestos culposos en el conjunto de conductas sometidas a reacción
penal. Esta situación provocó que a partir de la crítica racionalista de la

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ilustración jurídico-penal se trabajara mucho, ciertamente desde muy diversas
perspectivas, para encontrar una delimitación clara entre el dolo y la culpa, a
efectos de atribuir responsabilidad penal. Se podría decir que la
determinación de este criterio de delimitación ha sido el denominador común
desde entonces en la estructuración de la teoría del delito.
Desde las primeras formulaciones de la teoría del delito el dolo y la culpa han
ocupado un espacio común. En la formulación causalista del delito, por
ejemplo, ambos supuestos se agruparon en la categoría de la culpabilidad,
como formas de culpabilidad.
Tal ordenación en la estructura del delito era consecuencia de la comprensión
causalista del delito, en donde la causalidad objetiva era descrita por la
tipicidad, mientras que la causalidad subjetiva configuraba la culpabilidad, sea
en su forma de dolo, sea en su forma de culpa. Esta comprensión mostró, sin
embargo, desde un primer momento, ciertos problemas respecto de la
llamada culpa inconsciente, en la que el autor no se representaba el resultado
y en la que, por tanto, no existía esa vinculación causal-psicológica entre la
subjetividad del autor y el resultado. Por esta razón, la culpa abandonó
tempranamente una configuración psicológica y asumió una configuración
normativa a través de la previsibilidad, en el sentido de que no interesa lo que
el sujeto se representó, sino si éste pudo representarse o no la producción
del resultado.

8. LA IMPUTACIÓN OBJETIVA DENTRO DE UNA CONCEPCIÓN


FINALISTA DE LA TEORÍA DEL DELITO
A comienzos de los años treinta, Hans Welzel formulaba en Alemania las
primeras bases para el replanteamiento de una teoría del delito que, como la
causalista, era cada vez más frecuentemente atacada por los diversos
problemas sistemáticos que afrontaba. Un primer aspecto central en la
propuesta de Welzel estaba constituido por su idea de despojar a la relación
de causalidad de su preeminencia en la construcción de la teoría del delito,
sobre el supuesto de que no era esa la forma correcta de trazar el límite entre
aquellas conductas que le interesan al derecho penal y aquellas otras que

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escapan de su radio de acción; desde el punto de vista meramente causal —
señalaba Welzel— no hay ninguna diferencia entre el rayo que causa la
muerte de un ser humano y el hombre que dispara sobre su congénere
quitándole la vida, pues en uno y otro casos el fallecimiento de la víctima es
el resultado de una causa, sin que por ello el derecho penal se interese tanto
en la acción de quien accionó el arma de fuego como en la descarga eléctrica
producida por el rayo. La circunstancia de que este último evento natural no
le interese a la ciencia penal, pondría en evidencia (conforme al
planteamiento de Welzel) que no es la existencia de una relación causal lo
que despierta el interés del derecho penal y, por consiguiente, no es ella la
que puede servir como elemento central para la construcción de la teoría del
delito. Siguiendo con este símil, sostuvo Welzel que la verdadera diferencia
entre la muerte causada por el rayo y la originada por la intervención del ser
humano, radica en la intencionalidad de la conducta que, desde luego, no
puede ser predicada del rayo sino tan solo del ser humano, pese a que ambos
pueden ser considerados como causa de las respectivas muertes. Con esto
no pretendió nunca Welzel asegurar que la relación de causalidad carecía por
completo de importancia dentro de la teoría del delito, sino tan solo destacar
que no es ella su aspecto central pues, a su modo de ver, lo que permite
distinguir entre aquellos hechos que le interesan al derecho penal y aquellos
que escapan a su ámbito de acción es la existencia de la intencionalidad de
la conducta.
Un segundo aspecto central en la propuesta de Welzel tuvo que ver con el
tratamiento de los bienes jurídicos, respecto de los cuales planteó que no
debían ser entendidos de forma estática, como simples piezas de museo que
deben permanecer encerradas en escaparates de vidrio para impedir que se
los manipule sino que, por el contrario, debían ser comprendidos de manera
dinámica, esto es, como elementos que forman parte de nuestra vida social y
con los que estamos interactuando de manera permanente (2) . Esta
concepción dinámica de los bienes jurídicos supondría que no toda lesión que
a ellos se cause resulta relevante para el derecho penal, pues existirían
muchas formas de comportamiento que, siendo admitidas como válidas por

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el conglomerado social, suponen ataques o incluso lesiones a los bienes
jurídicos sin que por ello se despierte el interés del derecho penal. Fue
entonces cuando surgió el concepto de “adecuación social”, con el que se
buscó caracterizar aquellos comportamientos que aun siendo lesivos de
bienes jurídicos debían permanecer al margen del derecho penal, justamente
por tratarse de conductas avaladas por el conglomerado social dentro del cual
se desarrollaban.
Pese a que el planteamiento de Welzel estaba fundamentado sobre estos dos
pilares, las críticas de la doctrina se dirigieron de manera primordial en contra
de la figura de la adecuación social, frente a la cual Welzel no tuvo una
concepción clara respecto de su ubicación sistemática, lo que no solamente
le llevó a proponer de manera alternativa que se considerara dicha figura
como causal de atipicidad y de antijuridicidad, sino que, además, le impidió
demostrar con suficiente contundencia que los casos para los cuales
resultaba útil la figura de la adecuación social no podían ser correctamente
solucionados con los elementos tradicionales de la teoría del delito, como lo
propugnaban los enemigos de la figura. Por el contrario, el concepto de
intencionalidad de la conducta surtió una enorme fascinación entre los
estudiosos del derecho penal, llevándolos a centrar sus esfuerzos en el
rediseño de la teoría del delito a partir de esa noción de intencionalidad, que
poco después fue reemplazada por la de finalidad y que, con el paso de los
años, permitió el surgimiento de una concepción del delito que hoy se conoce
con la denominación de finalismo.
Si bien el hecho de desplazar el eje de la teoría del delito desde la relación
de causalidad (sin llegar a sostener que ésta carece por completo de
importancia) hacia la intencionalidad de la conducta supuso trazar una
importante línea divisoria entre las corrientes causalista y finalista, lo evidente
es que en cuanto las dos escuelas edifican su concepción del hecho punible
a partir de conceptos tomados de las ciencias naturales —la causalidad y la
intencionalidad—, ambas pueden ser consideradas como concepciones
ontológicas de la teoría del delito. Como consecuencia de ello, la distinción
que en una y otra teorías se efectúa entre los aspectos objetivo y subjetivo

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del delito responde por igual a parámetros ontológicos, pues tanto para los
causalistas como para los finalistas todo aquello que ocurra fuera de la mente
del ser humano debe ser tenido como parte del aspecto objetivo del delito,
mientras lo que acaezca al interior de la psiquis deberá ser objeto de análisis
dentro del aspecto subjetivo del delito. Por ello, la creación del concepto de
injusto por parte de los finalistas, la distinción entre los tipos objetivo y
subjetivo y el nuevo contenido que se le infundió a la noción de culpabilidad,
si bien marcan una notable diferencia sistemática con el causalismo, no hacen
desaparecer la estrecha relación con el mismo en cuanto esos nuevos
elementos y contenidos de la teoría del delito siguen siendo organizados
conforme a los mismos parámetros ontológicos que dentro del causalismo
sirvieron inicialmente para calificar a la tipicidad y la antijuridicidad como los
elementos objetivos del delito, y a la culpabilidad como el aspecto subjetivo
del mismo.
El reconocimiento de que toda conducta humana es final, acarreó entre otras
importantes consecuencias, el desplazamiento del dolo desde el ámbito de la
culpabilidad (lugar que le correspondía dentro de la concepción causalista del
delito) al de la tipicidad, ubicándolo de manera concreta en lo que desde
entonces se denominó el tipo subjetivo. Pese al buen funcionamiento del
sistema en relación con los delitos dolosos, claramente caracterizados por la
existencia de una intencionalidad dirigida a la lesión o puesta en peligro de
bienes jurídicos, pronto enfrentaron los finalistas problemas en el ámbito del
delito imprudente, pues siendo su principal característica la producción de un
resultado no querido, el ingrediente de la intencionalidad de la conducta no
prestaba ninguna utilidad para explicar la razón de ser de la punibilidad de los
delitos imprudentes, lo cual suponía un serio inconveniente sistemático, sobre
todo en tratándose de una teoría surgida en un país donde casi la mitad de
los delitos que llegan a conocimiento de las autoridades son imprudentes.
Con la pretensión de solucionar este grave inconveniente sistemático, se
propuso inicialmente reconocer que en el delito imprudente también existe
una finalidad, solo que siendo ella jurídicamente irrelevante conducía a la
producción de un resultado penalmente relevante; contra esta solución se

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dijo, con razón, que suponía el expreso reconocimiento de las fallas del
finalismo frente a esta modalidad delictiva, en cuanto se admitía de manera
expresa que la finalidad propia del delito imprudente resultaba irrelevante
desde el punto de vista del derecho penal, a diferencia de lo que ocurría frente
al delito doloso, en donde era justamente esa finalidad la que marcaba la
diferencia entre aquellas conductas que resultaban de interés al derecho
penal, y aquellas que escapaban a su ámbito de acción.
Welzel, por su parte, intentó dos soluciones diversas al problema, la primera
de las cuales consistió en hacer referencia a una “finalidad potencial” del
autor, afirmando que si bien quien comete un delito imprudente carece de la
voluntad de causar un resultado nocivo, su conducta es penalmente
reprochable en cuanto podía y debía haberse comportado en forma diversa a
como lo hizo, para poder evitar la sobrevención del resultado; pese a que esa
“finalidad potencial” debería estar referida a la posibilidad concreta de
actuación del autor, era forzoso reconocer que esta propuesta suponía para
el finalismo la aceptación de que en los delitos imprudentes el resultado es
producto de esa “causalidad ciega” que con tanto empeño combatieron. La
incompatibilidad de esa “finalidad potencial” con la intencionalidad propia de
su sistema, hizo que pronto Welzel abandonara ese intento de solución
reemplazándolo por uno diverso que descansa sobre el concepto de
“infracción al deber objetivo de cuidado”; de acuerdo con esta tesis, lo que en
el delito imprudente se reprocha es la no observancia del deber de cuidado
exigible en el desarrollo de la acción generadora del resultado lesivo. Pese a
que la “objetividad” de este concepto pudiera parecer incompatible con una
teoría final del injusto de marcada tendencia subjetiva, la aparente
inconsistencia podía ser obviada recurriendo a la afirmación complementaria
del propio Welzel en el sentido de que la acción descuidadamente omitida
debió ser intencional, de manera que mientras en los delitos dolosos es
necesario el examen de la conducción final de la acción, en los imprudentes
la atención debe centrarse en la indebida ausencia de la conducción final de
una acción encaminada a evitar el resultado, lo cual supondría que, en todo
caso, lo determinante dentro de esta concepción del delito seguiría siendo la

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forma como la acción final es conducida por el autor.
Pese a los esfuerzos realizados por los partidarios de esta corriente doctrinal,
lo evidente es que con esta última precisión no se logra ocultar que el
finalismo se vio forzado a abandonar la intencionalidad de la conducta como
fundamento de la punibilidad del delito imprudente, lo cual puso en evidencia
un gran problema sistemático al verse abocados a bifurcar la teoría del hecho
punible, edificando el reproche al delito doloso sobre la intencionalidad de la
conducta y la sanción al delito imprudente a partir de la lesión al deber objetivo
de cuidado. No obstante lo trascendental de esta dicotomía dentro de lo que
pretendía ser una concepción unitaria del delito, la aparente solidez teórica
de la infracción al deber de cuidado como razón de ser de la intervención del
derecho penal frente al delito imprudente, llevó a que la doctrina ampliamente
mayoritaria la acogiese sin vacilación, al punto que incluso los defensores de
esquemas causalistas la adoptaron como sustituto de sus tradicionales tesis
de la previsibilidad.
No obstante lo anterior, la práctica judicial se encargaría pronto de demostrar
que la lesión al deber objetivo de cuidado no era suficiente como correctivo
de la relación causal para delimitar aquellos eventos en los que el derecho
penal debe intervenir, de aquellos otros que deben permanecer por completo
ajenos a su ámbito de aplicación.
Muy conocido en la literatura especializada es un proceso que fue sometido
a estudio del Tribunal Supremo alemán en la década del cincuenta, en el que
se juzgaba al conductor de un camión que, en carretera, sobrepasó un ciclista
a una distancia inferior a la permitida por el Código de Circulación; durante la
imprudente maniobra de sobrepaso, el ciclista perdió el equilibrio y pereció
arrollado por las ruedas traseras del vehículo. Practicada la necropsia se
estableció por parte de los médicos legistas que, en el momento de su muerte,
el ciclista conducía su vehículo en avanzado estado de alicoramiento. Al
pretender abordar el examen de este caso a partir de la infracción al deber
objetivo de cuidado, se llegaba a la conclusión de que no solo el conductor
del camión había infringido con su comportamiento el deber objetivo de
cuidado al adelantar al ciclista a una distancia inferior a la permitida por el

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Código de Tránsito, sino que también este último había lesionado el deber
objetivo de cuidado al guiar su bicicleta en estado de ebriedad, contraviniendo
igualmente claros preceptos del Código de Circulación. Esta particular
situación ponía en evidencia que en casos como este la lesión al deber
objetivo de cuidado no servía como correctivo a la simple relación de
causalidad para determinar quién podía ser tenido como “autor” de la muerte
del ciclista, pues no solo los dos involucrados en el insuceso podían ser
considerados como causa del fallecimiento de la víctima, sino que también
ambos habían infringido con su conducta el deber objetivo de cuidado,
haciendo imposible que con el simple recurso a esta última figura pudiera
brindarse una adecuada solución al caso.

9. LA IMPUTACIÓN OBJETIVA EN LA JURISPRUDENCIA PERUANA


El derecho penal peruano viene experimentando una interesante evolución
en cuanto a los criterios de imputación penal, por ello, en este trabajo,
procedemos a revisar algunas de estas tendencias vinculadas a la imputación
objetiva, partiendo de la conocida causalidad como presupuesto de esta
imputación para luego introducirnos en la problemática específica de las
líneas que la doctrina y la jurisprudencia nacionales vienen aceptando.
En principio, la idea que la conducta humana causa un resultado y que el
resultado que provenga de ella tendrá significación jurídico-penal es lo que
orienta la determinación de la causalidad. Para tipificar una conducta a un tipo
legal, es necesario comprobar la relación existente entre esta conducta y el
resultado típico, confirmando con ello que una es la concreción de la otra, es
decir, que exista una relación suficiente entre ellas. Sólo en pocas
infracciones se plantea esta problemática, principalmente en homicidios,
lesiones, incendios. Por ello, no debe sobrevalorarse el papel de la
causalidad. Así, constatada la relación de causalidad entre la acción y el
resultado típico, el segundo paso, consistirá en la imputación del resultado a
dicha acción. Como vemos, el primer paso consiste en una comprobación,
donde se verificará, desde un punto de vista natural, la relación de causalidad;
el segundo paso será la comprobación de un vínculo jurídico entre la acción

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y el resultado. Este segundo aspecto no es más que ‚el juicio normativo de la
imputación objetiva, en relación con los delitos de resultado.
Con anterioridad, la causalidad era planteada como una problemática fuera
del ámbito de la teoría del tipo. Los autores peruanos sistemáticamente
ubicaron a la causalidad como elemento de la acción, pero en la actualidad,
es dominante la identificación de la relación de causalidad como presupuesto
del tipo objetivo ‚Para llegar a este punto ha sido preciso asumir que la
conducta humana es valorada en los tipos penales en su totalidad, lo que
significa que la capacidad causal de los actos del hombre ha sido también
considerada, y por ello no es típica cualquier causación de un resultado, sino
sólo las causaciones que forman parte inescindible de un comportamiento
injusto‛
En la actualidad, la teoría de la imputación objetiva va aproximándose a ser
una teoría general de la conducta típica, es decir, en el que la atribución del
resultado ya no es la cuestión dominante sino que la imputación objetiva debe
extenderse fuera del ámbito de la imputación de resultado. Así, por este
camino se plantea una equiparación entre imputación objetiva a toda la
imputación del aspecto objetivo del tipo. Además, se considera que la
imputación objetiva es una exigencia producto del principio de culpabilidad.

10. LA IMPUTACIÓN OBJETIVA DE ROXIN EN LOS DELITOS COMISIVOS


DOLOSOS DE RESULTADO
Roxin, máximo representante de la doctrina de la imputación objetiva,
considera que para este tipo de delitos la imputación objetiva se realizará en
dos etapas: el análisis del nexo causal (causalidad) y el análisis de los
restantes presupuestos objetivos de imputación. Dichos presupuestos son
objetivos, porque no tienen que ver con la finalidad o con el dolo del autor,
sino que se examinan previamente y con total independencia de aquél.
En todo delito de resultado se requiere, como primer nivel de análisis, que se
verifique un nexo de causalidad entre el comportamiento del sujeto activo y la
producción del resultado.
Es decir para tipificar un conducta a un tipo legal es necesario comprobar

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la relación existente entre esa conducta y el resultado típico.
Esta comprobación del vínculo jurídico entre la acción y el resultado se
denomina el Juicio normativo de la imputación objetiva.
Como vemos, un primer momento consiste en una comprobación, donde
se verificará, desde un punto de vista natural, la relación de causalidad; el
segundo momento será la comprobación de un vínculo jurídico entre la acción
y el resultado. Esto no es más que " el juicio normativo de la imputación
objetiva", en relación con los delitos de resultado.

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CONCLUSION:

 Como puede verse, la imputación subjetiva está adquiriendo


nuevos contornos en la teoría del delito que a alejan de la
comprensión psicologicista aún imperante sobre todo en el
delito doloso. esta reformulación de la parte subjetiva del
hecho repercute no sólo en el derecho penal material, sino
también en el derecho procesal, poniéndose de manifiesto
que la separación en compartimentos estancos de ambas
disciplinas resulta un grave error académico y legislativo que
debe empezar a corregirse.
 Tendríamos que concluir que la imputación objetiva "como
mecanismo de atribución parte de un resultado
individualizado. Ello no tiene nada de raro en un mecanismo
de "atribución", ya que al ser sólo eso es de lo más normal y
lógico que se presuponga el resultado a imputar. Más aún, es
gracias a ello que es un mecanismo de imputación y no una
teoría de averiguación del resultado a imputar. Se debe decir
además que para individualizar el resultado no queda otro
camino que recurrir a la intención del sujeto (el resto sería
pura adivinanza jurídica) y en esa medida sería el dolo, un
presupuesto de la imputación objetiva. Pretender una teoría
objetiva que prescinda de toda intención individualizadora del
resultado sólo se puede explicar por una sobredimensión y
desnaturalización de la teoría.

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BIBLIOGRAFIA.

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Comportamiento Humano. Información Comercial Española,
N° 557, enero 1980.

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imputación objetiva. En Imputación objetiva y antijuridicidad.
Estudios de Derecho Penal. Primera edición. Editorial Jurídica
Bolivariana

 Vargas González, P Soto Arroyo, H (1998) Imputación


objetiva. 1 era edición. Librería Barrabas Distribuidor, San
José, Costa Rica

 Muñoz Conde, F (2002) Teoría de la acción. En Imputación


objetiva y antijuridicidad. Estudios de Derecho Penal. Primera
edición. Editorial Jurídica Bolivariana.

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