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ANTOLOGÍA
“EDUCACIÓN CÍVICA”
COMPILADOR
ABRIL 2019.
ÍNDICE
2. LA EDUCACIÓN CÍVICA.
2.1. Hacia una concepción política de la educación cívica.
2.2. La ética de la aliedad y el Estado de justicia social.
2.3. El acceso a la política desde la ética.
3. LA NUEVA CIUDADANÍA.
3.1. Acerca de los valores cívicos.
3.2. Los vectores del cambio.
3.3. Las nuevas necesidades cívicas.
3.4. La ciudadanía, objeto de la educación cívica.
3.5. Educación cívica y democracia.
3.6. Sociedad y cultura cívica.
3.7. Hacia una cultura de la participación cívica.
Educación Cívica. Capacita a las personas para lograr su participación como ciudadanos
de su país. Busca que desde pequeños, los niños manejen conceptos que les permitan
enfrentar problemas sociales, al aprender a manejar sus emociones y, a través de hábitos,
lograr controlar su manera de proceder ante las situaciones de la vida. También es parte de
la educación cívica, lograr inculcar valores en las personas desde su infancia. La idea es que
desarrollen sentimientos de compasión y sentido de la solidaridad, además de capacidad de
servicio. El objetivo es ayudar al individuo a desarrollar capacidades para buscar soluciones
a los problemas por medio de aprendizaje teórico y práctico.
La educación cívica, prepara a las personas para ser ciudadanos responsables, capaces y
autosuficientes, preparados para tener una participación activa en un gobierno democrático.
Por toda esta importancia, se está buscando con fuerza que en el sistema de educación se
incluya la educación cívica. Te cuento que el nivel de conocimiento sobre el tema de los
estudiantes chilenos y de otros muchos países, está bajo el promedio normal y es un tema
preocupante y por el que se está trabajando.
Educación de la personalidad
La educación de la personalidad se trata de preparar a los niños a saber enfrentarse a los
problemas que les presente la vida. Se logra proporcionando recursos tales como hábitos y
conocimiento de valores y anti valores, la capacidad de establecer diferencias entre ellos y
lograr aprender los beneficios de los valores y cómo emplearlos en la sociedad.
Educación de la convivencia
La educación de la convivencia tiene que ver con el comportamiento que tiene el niño con las
demás personas, tanto con su familia, como con sus amigos y compañeros. La idea es lograr
pulir en el niño los sentidos de cooperación, de solidaridad y de protección de sus semejantes.
Se busca también que se aprendan y se lleven a la práctica conceptos como la justicia, el
respeto, y todo lo que tenga relación con los valores éticos.
Educación de la ciudadanía.
La educación de la ciudadanía tiene como objetivo enseñar al menor las normas que se viven
en una ciudad, familiarizarse con ellas y así desempeñarse mejor en su integración
progresiva a la vida en la ciudad y lo relacionado a ella.
Por tanto, la discriminación socava los derechos y limita la generación de otros que les
permitan a los ciudadanos mejorar su calidad de vida. Estas condiciones culturales y legales
llevan a al exclusión social y a la pobreza, por ende, bajo estas condiciones es imposible el
fortalecimiento de un ciudadano pleno que crezca en un ambiente de respeto a la diferencia.
En el caso mexicano se pudo observar hay una gran discriminación hacia las mujeres, adultos
mayores, discapacitados, indígenas y no heterosexuales. El análisis de cada uno de estos
grupos dejó ver que carecen de un reconocimiento a su diferencia, que son vistos con
inferioridad y que la sociedad los relaciona con características negativas, esto ocasiona que
estos sectores tengan una baja autoestima y no se consideren con igualdad de derechos
frente a los demás, se asumen como ciudadanos de segunda y se comportan como tales.
Esta realidad lleva que a que no sólo no usen los pocos o muchos derechos que les otorga
la ley, sino que tampoco sean capaces de exigir más.
Entonces, a partir de lo expuesto en este trabajo podemos señalar que uno de los elementos
que no ayudan al desarrollo de una ciudadanía plena en México es la cultura. Hay una gran
discriminación hacia diversos grupos sociales; dicha construcción cultural es resultado de
una socialización en donde participan la familia, la escuela, los medios de comunicación, el
trabajo, los amigos, las asociaciones; pero además, se está reproduciendo de generación en
generación, sin que los mexicanos seamos conscientes de ello. Mientras esta concepción no
se transforme, la formación de un ciudadano pleno en México es muy difícil; y por las
consecuencias que esto acarrea para la democracia, consideramos que se debe poner en la
agenda pública la formación de una cultura de la no discriminación y del respeto a la
diferencia social.
Los valores son las normas de conducta y actitudes según las cuales nos comportarnos y
que están de acuerdo con aquello que consideramos correcto. Todos los padres deseamos
que nuestros hijos se comporten de forma educada, pero sin que se conviertan en niños
temerosos o conformistas, ni transformándonos nosotros en padres exigentes y quisquillosos.
Hay algunos valores fundamentales que todas las personas debemos asumir para poder
convivir unos con otros y que son importantes tener siempre presentes y cumplir sin
perjudicar a nadie.
Durante los primeros años nuestros hijos aprenden tanteando el terreno y probando cosas.
A través de pequeños actos, nuestro hijo va percibiendo qué está bien y qué no debe hacer. A
partir de la edad de 3 años, ya saben ver en otros niños lo que hacen mal y lo que hacen
bien: “Miguel es muy guapo porque me da besos” o “David se porta mal porque da patadas”. A
partir de los 5 y 6 años, los niños tienden a mirar a los adultos y ver en ellos el claro ejemplo
de lo correcto: por eso intentan ser como ellos y comportarse como ellos. De esta manera
aprenderán mucho sobre valores.
La adquisición de buenos valores depende, como casi todo en la vida de nuestro hijo, de
sentirse querido y seguro, de desarrollar lazos estables con sus padres y de tener confianza
en sí mismo. Sólo sobre una base de amor y seguridad podrá aprender e interiorizar los
valores éticos correctos. Lo más importante: el ejemplo que dan los padres en su forma de
relacionarse con los demás, de pedir las cosas, de ceder el asiento, de repartir lo que les
gusta, de renunciar a algo, de defender a alguien, etc. Un comportamiento de los padres que
transmite tolerancia, respeto, solidaridad, confianza y sinceridad empapa a los hijos de todos
estos valores y aprenden a actuar respetándolos siempre.
Los valores pueden variar mucho según las culturas, las familias o los individuos. Existen
diferentes tipos de valores:
Valores familiares: Hacen referencia a aquello que la familia considera que está bien y
lo que está mal. Tienen que ver con los valores personales de los padres, aquellos con
los que educan a sus hijos, y aquellos que los hijos, a medida que crecen, pueden
aportar a su familia. Los valores familiares son los primeros que aprenderá nuestro hijo
y, si sabemos transmitirlos con paciencia, amor y delicadeza, pueden ser una buena
base en la que apoyar, aceptar o rechazar otras experiencias, actitudes y conductas con
los que se irá encontrando a lo largo de su vida.
Valores socioculturales: Son los valores que imperan en la sociedad en el momento
en que vivimos. Estos valores han ido cambiando a lo largo de la historia y pueden
coincidir o no con los valores familiares. Puede ser que la familia comparta los valores
que se consideran correctos a nivel social o que, al contrario, no los comparta y eduque
a sus hijos según otros valores. En la actualidad, intentamos educar a nuestros hijos en
el respeto, la tolerancia, la renuncia a la violencia, la consideración y la cortesía, pero
vivimos en una sociedad en la que nuestros hijos pronto descubren que también imperan
otros valores muy diferentes como el liderazgo, el egoísmo, la acumulación de dinero,
el ansia de poder, e incluso el racismo y la violencia. Los valores
familiares determinarán, en gran medida, el buen criterio que tenga nuestro hijo para
considerar estos otros valores como aceptables o despreciables, o para saber
adaptarlos a su buen parecer de la mejor manera posible.
Valores personales: Los valores personales son aquellos que el individuo considera
imprescindibles y sobre los cuales construye su vida y sus relaciones con los
demás. Acostumbran a ser una combinación de valores familiares y valores
socioculturales, además de los que el propio individuo va aportándose a sí mismo según
sus vivencias personales, su encuentro con otras personas o con otras culturas en las
que, aún imperando una escala de valores diferente a la suya, el individuo encuentra
actitudes y conductas que considera valiosas y las incorpora a sus valores más
preciados.
Valores espirituales: Para muchas personas la religión es un valor de vital importancia
y trascendencia así como su práctica. De la misma manera, la espiritualidad o la vivencia
íntima y privada de algún tipo de creencia es un valor fundamental para la coherencia
de la vida de mucha gente. Los valores espirituales pueden ser sociales, familiares o
personales y no tienen que ver con el tipo de religión sino con el sentimiento que
alimenta esa creencia.
Valores materiales: Los valores materiales son aquellos que nos permiten nuestra
subsistencia y son importantes en la medida en que son necesarios. En la actualidad,
vivimos un alza a nivel social, de los valores materiales: el dinero, los coches, las
viviendas y lo que a todo esto se asocia como el prestigio, la buena posición económica,
etc.
Valores éticos y morales: Son aquellos que se consideran indispensables para la
correcta convivencia de los individuos en sociedad. La educación en estos valores
depende, en gran parte, de que se contemplen en aquellos valores que la familia
considera primordiales, es decir, que entre los valores familiares que se transmitan a los
hijos estén estos valores ético-morales imprescindibles:
1. Respeto: tiene que ver con aceptar al prójimo tal como es, con sus virtudes y
defectos, reconociendo sus derechos y necesidades. Decir las cosas
educadamente, sin herir, violentar o insultar a nadie, son muestras de respeto. La
educación en el respeto empieza cuando nos dirigimos a nuestros hijos
correctamente, de la misma manera que esperamos que ellos se dirijan a los
demás.
2. Sinceridad: la sinceridad es el pilar en el que se sustenta la confianza. Para que
nuestros hijos no mientan, no debemos abusar de los castigos: los niños mienten
por miedo al castigo.
3. Renuncia a la violencia: que nuestros hijos no sean violentos depende mucho de
que sus padres no griten, peguen o les falten al respeto.
4. Disposición a ayudar: conseguir que los niños ayuden a los adultos y a sus iguales
se consigue fácilmente: sólo debemos aceptar desde el principio sus ganas de
ayudar, encomendarles pequeñas tareas y adaptarlas siempre a su edad y sus
posibilidades.
5. Cortesía: tiene que ver con el respeto, la consideración y los modales. No tiene
que ver con no poder hacer algunas cosas porque no es de buena educación, sino
en hacerlas diciendo “por favor”, “gracias” y “¿puedo?”.
6. Consideración: tiene que ver con saber renunciar a los propios intereses en
beneficio de los de los demás. Si los niños ven que sus necesidades se toman en
serio, les será más fácil respetar las de las otras personas.
7. Tolerancia: tiene que ver con la aceptación y el respeto hacia la gente que es
diferente, a lo que nos resulta extraño, desconocido o poco habitual.
8. Responsabilidad: tiene que ver con la confianza que tenemos en que nuestros
hijos sabrán asumir algunas tareas y las cumplirán. Tiene que ver con la conciencia
de que los actos o el incumplimiento de los mismos tiene consecuencias para otras
personas o para nuestro propio hijo.
La responsabilidad que tenemos los padres en la transmisión de estos valores a nuestros
hijos es crucial. Los valores no se transmiten vía genética, por eso es tan importante tenerlos
en cuenta en la educación. Pero debemos saber que los valores no se enseñan
independientemente del resto de cosas, ni a través de grandes explicaciones o dando una
lista con aquello que consideramos correcto y lo que no, esperando que nuestros hijos la
memoricen. Los valores se transmiten a través del ejemplo práctico, a través de la
cotidianidad, de nuestro comportamiento en el día a día, en aquello que los hijos observar
hacer a sus padres.
TEMA 2.- LA EDUCACIÓN CÍVICA.
Concepción Política de la Educación Cívica.
También es cierto que en este, nuestro tiempo, se elogian el logro y la importancia de contar
con ciudadanos bien informados; no obstante, nos encontramos en una sociedad de
sobreabundante información, aunque la misma es, en gran parte, objeto de manipulación o
sesgo. Esa facilidad de estar informado se traduce demasiadas veces en una especial
codificación y transmisión que provoca parcialidad o subjetividad, algo que conlleva la
uniformización de ideas y conductas anticipadamente construidas. Vivimos, igualmente, en
una realidad en la que la expansión de los conocimientos se corresponde con una galopante
reducción de la interpretación, con el fin, el estrechamiento o el olvido de las ideologías, con
la impactante crisis de los valores. Se asienta, en fin, la primacía de una cultura descriptiva
frente a una cultura valorativa; esta última, claro, es la que debería y podría contar con buenos
apoyos desde el quehacer educativo.
Otra muestra la podemos constatar en la emergente y enfrentada sociedad argentina del xix.
Allí, dos nombres pueden ilustrar la centralidad que la dimensión cívica adquiere en el
pensamiento político-educativo: en primer lugar, el entendimiento por Esteban Echeverría de
que la democracia y la libertad, más allá de la simple independencia, o de aparentes
transformaciones, serían producto de la educación del pueblo y de la preparación que este
obtuviera para la nueva vida social, para la democracia, para poder gobernarse a sí mismo;
al pueblo hay que hacerle comprender y apreciar «los derechos y obligaciones de su nuevo
rango social». Por otra parte, el deseo de Domingo Faustino Sarmiento de extender la
educación se basaba en su creencia de que ella ha de ser apoyo y motor de la paz, la libertad
y las buenas costumbres cívicas. La educación popular es una educación cívica que asocia
su doble preocupación de pedagogo y político: formar ciudadanos con «íntima conciencia de
sus derechos» es uno de sus objetivos más importantes de cara a construir realmente la
nueva nación, lejos del caudillismo despótico que denuncia en el Facundo. En un discurso
dirigido al Congreso Nacional en el año 1870, Sarmiento calificaba como empresa gloriosa la
de educar a todos para acceder a la participación en las ventajas sociales y el gobierno de
todos para todos: no hay república sin esta condición, exclamará, y la palabra «democracia»
–añade– «es una burla donde el gobierno que en ella se funda pospone o descuida formar al
ciudadano moral e inteligente».
Y desde el punto de vista de la práctica educativa, desde los mismos albores de nuestra
modernidad pedagógica, Dewey apuntaba otra idea clave al sostener la importante función
social de la educación y la imprescindible presencia de un fuerte espíritu social en la
organización, los contenidos y los métodos escolares. Habla de la escuela como comunidad
de vida, como «una oportunidad para una atmósfera social», como «un grupo social en
miniatura», o «un medio auténticamente social». Son afirmaciones hechas en su influyente
obra Democracia y Educación, pero que ya había adelantado de alguna manera en La
escuela y la sociedad, donde reconocía que la debilidad de la escuela del momento consistía
en el hecho de que se proponía formar a los futuros miembros del orden social en un ambiente
en el que, sin embargo, faltaban las condiciones del espíritu social. Y un primer punto que
parece ahora oportuno señalar es su argumentación respecto a que una sociedad
democrática está más interesada que otras en una educación deliberada y sistemática,
fundamentalmente –dice– porque la democracia no es solo una forma de gobierno sino un
modo de vivir que ofrece a todos más diversidad de estímulos y exige mayor capacidad para
la iniciativa y la adaptabilidad.
Ya más cerca de nuestro tiempo Paulo Freire anima su movimiento de educación popular
desde planteamientos crítico-emancipadores, y subraya así un conocido compromiso
pedagógico con la realidad histórica, en el que lo educativo tiene un referente ideológico,
político y cívico esencial: la participación popular consciente y crítica en las decisiones y la
conquista de la democracia. Su pensamiento y su obra difunden la idea de que hay que
preparar para la libertad a la clase oprimida, y que hay que hacerlo politizándola,
concienciándola críticamente de la realidad y creando disposiciones democráticas; porque
Freire entiende que la criticidad es la nota fundamental de la mentalidad democrática. Por
todo ello la educación para la libertad que propugna es sustancialmente una pedagogía
política, y, por lo tanto, la realidad comunitaria y el nuevo proyecto cívico revolucionario es
algo fundamental en sus propósitos (Freire, P., 1973; 1975). La educación queda definida
como una fuerza de transformación social, y, por consiguiente, vinculada con la política y la
ciudadanía.
Y todavía debemos hacer una breve y ejemplificadora referencia a ciertos hitos de la
consideración política sobre el sentido y pertinencia de la educación cívica. En diciembre de
1979 la UNESCO realizó en México una conferencia1 en la que los ministros de Educación
y de Planificación Económica de los Estados miembros de América Latina aprobaban un
documento que contenía afirmaciones como estas:
Que es de urgente necesidad intensificar la acción educativa como condición necesaria para
lograr un auténtico desarrollo y orientar los sistemas educativos conforme a los imperativos
de la justicia social, de manera que contribuyan a fortalecer la conciencia, la participación, la
solidaridad y la capacidad de organización, principalmente entre los grupos menos
favorecidos.
Que en la educación deben tener primacía la transmisión de los valores éticos, la dignidad
de la vida humana y la formación del individuo en un mundo cada vez más conflictivo y
violento frente al cual esos valores deben ser reconocidos y respetados (Blat Gimeno, J.,
1981).
Conseguir que la vida política no sea un simple desempeño práctico y rutinario, sino
que signifique la auténtica posibilidad de apreciar, asumir y argumentar las
convicciones de la persona como sujeto político.
Hacer posible que la profundización en la sociedad democrática descanse en la
formación de una más rica cultura de los valores democráticos, y asegurar el
fundamento de una sólida cultura política.
Promover el adecuado y firme desarrollo de competencias para una cultura de activo
ejercicio cívico (Mayordomo, 1998, 2002).
Para todo ello, consideramos que la formación en este campo debe contemplar el fomento
de ciertas capacidades básicas que engloban finalidades procedimentales, desarrollo de
destrezas sociales, promoción de actitudes y conocimiento:
Una de las finalidades de la OEI es contribuir a una educación para la ciudadanía de todas
las personas que participan en algún proceso de enseñanza. No se trata solo de que los
alumnos reciban clases teóricas sobre educación cívica, sino también que vivan en
ambientes escolares plurales, participativos y equitativos, y que encuentren una oferta
educativa capaz de prepararlos para el ejercicio futuro de sus derechos y deberes
ciudadanos. La educación artística y el ejercicio del deporte pueden convertirse, asimismo,
en estrategias idóneas para el conocimiento de los otros, el respeto a las diferencias y el
disfrute compartido.
En última instancia, el objetivo que se pretende es preparar a todos los alumnos para que
puedan integrarse de forma activa en la sociedad, ampliar sus conocimientos, adaptarse a
los cambios sociales y laborales y disponer de la palabra y de la acción con las que ejercitar
sus derechos como personas libres. Desde esta perspectiva, toda la enseñanza ha de
orientarse a la formación de ciudadanos competentes, libres, responsables y solidarios.
Pocos temas han ocupado espacios centrales de la agenda nacional como los estragos de
la corrupción y la delincuencia organizada, que parecen contaminar el presente y el futuro de
nuestra vida como sociedad. Por disímiles que puedan ser, estas malas hiedras tienen una
raíz común: la ausencia de cultura cívica y la incapacidad de asumir que, en tanto
ciudadanos, tenemos derechos pero también obligaciones.
En ambos casos, igual en las altas esferas del poder que en la vida del ciudadano, existe la
amenaza de que estos males tomen carta de naturalización, que se vuelvan parte del paisaje
moral y ético de gobernantes y gobernados.
Desarrollo cognoscitivo: estadios globales que permiten al ser humano la construcción del
conocimiento desde la infancia y la adolescencia, abordado particularmente por la disciplina
fundada por Jean Piaget.
Educación cívica: formación del ser humano dirigida a las relaciones sociales y la búsqueda
de espacios para la convivencia social.
Jóvenes: estadio del ser humano que se caracteriza por el inicio de la adultez y por el logro
de la autonomía.
Democracia: en sensu lato (sentido amplio), es una forma de convivencia social, cuyos
miembros son libres e iguales, y las relaciones sociales se establecen de acuerdo a
mecanismos contractuales.
En el contexto social, político y económico de nuestro país, se vivió un clima de incertidumbre
por las próximas pasadas elecciones federales, estatales y municipales, que nos llevó por
decisión a la reflexión sobre la educación, el civismo, la democracia y la juventud.
Casi todos los ciudadanos de este país, o al menos parto del supuesto, conocemos o sufrimos
de manera directa o indirecta los graves problemas políticos, económicos y sociales que
aquejan a nuestra nación. Las personas viven cansadas de la violencia, de la inseguridad,
de la desigualdad, de la superficialidad de los medios masivos de comunicación, etc. Sin
embargo, como causa raíz de estos problemas existen otras dificultades de naturaleza
distinta que se tienen que afrontar para cambiar nuestra situación.
Comprometidos con el proceso educativo del país, propongo hacer una breve reflexión sobre
las ausencias que observo en la formación del carácter cívico de nuestros jóvenes y que da
como resultado una pobre participación ciudadana y democrática; se respaldará dicha
observación con una brevísima revisión sobre algunos principios básicos de la teoría de
Lawrence Kohlberg.
Para Kohlberg el desarrollo moral depende de estímulos entre los cuales destacan los
estímulos cognitivos puros, considerados como base necesaria para el desarrollo moral. La
ausencia de los estímulos cognoscitivos necesarios para desarrollar el razonamiento lógico-
formal puede ser importante para explicar los topes de nivel moral (Palomo).
Lo anterior nos lleva a una conexión con la Teoría del Desarrollo Cognoscitivo, propuesta por
Jean Piaget respecto a los estadios del desarrollo. En el primero, encontramos la etapa de
pensamiento sensorio-motora (desde el nacimiento hasta los dos años). En el último, el
desarrollo de las operaciones formales necesarias para la formación de los conceptos
morales.
En los años 90, la UNAM realizó un estudio sobre la situación de los adolescentes en nuestro
país, en relación al desarrollo cognoscitivo desde la perspectiva teórica de Piaget, cuyos
resultados revelaron que la mayoría no alcanzaba a desarrollar el último estadio
(Operaciones Formales). A continuación, se cita textualmente:
Con el respaldo de la teoría antes expresada, se reitera que la formación cívica en nuestro
país se ha organizado a partir de enfoques que promueven la “asimilación de patrones
conductuales” y de modelos externos y no sobre la base de una comprensión social y
desarrollados como resultado de una interacción personal.
La educación cívica, como parte del desarrollo moral del ser humano, es un tipo de formación
vinculada al desarrollo de las habilidades sociales, la que permite a su vez, fortalecer los
espacios de convivencia social. Asimismo, encontramos dentro de ésta, la enseñanza de las
reglas de ordenamiento a través del desarrollo de comportamientos y conocimientos que le
facilitan al ser humano interpretar y evaluar información política y desarrollar un análisis crítico
de la democracia y del papel de los ciudadanos en la vida de un país.
En el nuestro, la educación cívica ha ocupado un papel importante dentro de los programas
educativos, fundamentalmente en la educación básica. Sin embargo, desde mi perspectiva,
los esfuerzos se han orientado casi con exclusividad a la “asimilación de valores o normas”
lo que “supondría una internalización” por parte de los niños (en términos de la postura de
algunos autores como Hartshorne y May, Bandura y Brown), de estas normas a lo largo de
su desarrollo. Así nos lo expresa Palomo González en la Teoría y Práctica del Desarrollo
Moral en la Escuela.
La educación cívica en México está obligada a dirigir su mirada bajo la perspectiva de las
teorías estructuralistas sobre el desarrollo moral, centrada en marcos interpretativos del
sujeto que forman sistemas de pensamiento unificados y globales, ya que a través de estos
marcos interpretativos el niño percibe las situaciones sociales y organiza los juicios sobre lo
que debe o no debe hacer. No se rige por las reglas a través de modelos externos -propio de
la teoría del aprendizaje social-, sino por esquemas de comprensión social desarrollados en
la interacción personal (Palomo).
Por otra parte, en este esfuerzo por la formación moral de nuestros niños y jóvenes, no se
pretende que la escuela sea el único espacio de responsabilidad en dicha formación, ya que
los padres están incluidos intrínsecamente en el marco de responsabilidad en la educación
de sus hijos.
Luego entonces, las generaciones de jóvenes y niños están muy alejadas de estos ideales
ya que no han podido desarrollar los llamados estímulos cognitivos puros considerados como
base necesaria para el desarrollo moral.
Entonces, parece pertinente hacer una relación causal entre las deficiencias que muestra
nuestra educación cívica y el desarrollo moral con la realidad citada por Hurtado en México
sin sentido (2011), en donde plantea que los tres problemas que nos agobian son el
estancamiento económico, la violencia criminal y el fracaso de la democracia. Subraya que
en México “hemos perdido el sentido de nuestra existencia colectiva”, y que debemos
“impulsar la transición de la democracia electoral a la democracia ciudadana desde la
democracia misma”, mediante un cambio en nuestra forma de vida con una reforma moral.
La sociedad mexicana está desintegrada, desorientada y desalentada. Hay un vacío de
ideas, de valores, de proyectos, de aspiraciones. En los días más grises todo parece
simulacro y tramoya. El sentimiento es de fracaso y la actitud de renuncia. No hay incentivo
para actuar, sobre todo para actuar de manera organizada. Esto se debe, entre otras causas,
a que el tejido social está desgarrado por la frustración y la violencia. La gente sospecha del
vecino, se recluye en círculos pequeños o, en el peor de los casos, dentro de sí misma.
Por lo anteriormente expuesto, no es de extrañar que se hagan afirmaciones tales como: No
hay moral, no hay valores, la juventud no presenta valores, etc. Lo que ha fallado en el intento
es que los esfuerzos han estado equivocadamente orientados.
Sumado a lo anterior, si los padres utilizan unas técnicas coherentes de disciplina que
impliquen razonamiento y explicaciones o discusiones que tengan en cuenta las opiniones
de los demás, el juicio moral será maduro y la conducta moral más autocontrolada.
Los valores, la moral, el liderazgo y la democracia hay que vivirlos y enseñarlos a través del
ejemplo de padres y educadores, respaldados por marcos de referencias fuertemente
interpretados.
TEMA 4.- DERECHOS HUMANOS.
Preámbulo
Proclama la presente Declaración Universal de Derechos Humanos como ideal común por el
que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como
las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y
la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas
de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos,
tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados
bajo su jurisdicción.
Artículo 1
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como
están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Artículo 2
Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción
alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen
nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
Artículo 3
Artículo 5
Artículo 6
Artículo 7
Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley.
Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta
Declaración y contra toda provocación a tal discriminación.
Artículo 8
Toda persona tiene derecho a un recurso efectivo, ante los tribunales nacionales
competentes, que la ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales
reconocidos por la constitución o por la ley.
Artículo 9
Artículo 10
Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y
con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la
determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación
contra ella en materia penal.
Artículo 11
1. Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no
se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan
asegurado todas las garantías necesarias para su defensa.
2. Nadie será condenado por actos u omisiones que en el momento de cometerse no fueron
delictivos según el Derecho nacional o internacional. Tampoco se impondrá pena más grave
que la aplicable en el momento de la comisión del delito.
Artículo 12
Artículo 13
Artículo 14
1. En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en
cualquier país.
2. Este derecho no podrá ser invocado contra una acción judicial realmente originada por
delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.
Artículo 15
Artículo 16
1. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna
por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia; y disfrutarán de
iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del
matrimonio.
2. Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse el
matrimonio.
3. La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la
protección de la sociedad y del Estado.
Artículo 17
Artículo 18
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el
no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y
opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Artículo 20
Artículo 21
Artículo 22
Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener,
mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la
organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos,
sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.
Artículo 23
Artículo 24
Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación
razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.
Artículo 25
1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su
familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la
asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros
en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos de pérdida de sus
medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.
2. La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los
niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social.
Artículo 26
1. Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en
lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será
obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los
estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos.
2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el
fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales;
favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los
grupos étnicos o religiosos; y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones
Unidas para el mantenimiento de la paz.
3. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse
a sus hijos.
Artículo 27
1. Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad,
a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él
resulten.
2. Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le
correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea
autora.
Artículo 28
Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que
los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos.
Artículo 29
1. Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede
desarrollar libre y plenamente su personalidad.
2. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará
solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el
reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las
justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad
democrática.
3. Estos derechos y libertades no podrán en ningún caso ser ejercidos en oposición a los
propósitos y principios de las Naciones Unidas.
Artículo 30