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Artículo publicado en www.revista-artefacto.com.

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No me resigno a ser pared1


Graffitis y pintadas en la ciudad artefacto
Claudia Kozak

¿Cuál es el problema con las paredes? ¿Por qué una pared en alguna de nuestras
ciudades –la ciudad de Buenos Aires en este caso, desde donde escribo– dice no
resignarse a ser (¿sólo?) pared? El graffiti que da título a este texto permite abrir
el debate por el carácter y la necesidad de las inscripciones urbanas no legales
contemporáneas en el marco de lo que me gustaría llamar la “ciudad artefacto”.
Ciudad mecanismo, muchas veces descompuesto, que da la medida de las
condiciones de nuestro (des) habitar. Sin embargo, no se trata de una cuestión de
planificación urbanística, esto es, no se trata de una cuestión que se resuelva con
una mejor gestión urbana. La ciudad moderna ya había nacido herida y las
contemporáneas difícilmente podrían desconocer esa marca en el orillo. La
ciudad artefacto lleva inscripto el graffiti como cualquier otro artefacto técnico
lleva inscripto su propio accidente, su propio efecto no deseado. Esto ha ocurrido
tal vez siempre, pero más específicamente desde los inicios de la Modernidad a
esta parte, por la complejidad del entramado técnico-social que acontece
velozmente, se hace aún más visible. Así como el ferrocarril inaugura la
posibilidad del descarrilamiento o el barco la posibilidad del naufragio, según la
formulación de Paul Virilio2, agrego aquí: la ciudad artefacto implica la
posibilidad del graffiti que transgrede su norma.

1 Artículo publicado en: revista La roca de crear, n° 2, Caracas, Instituto de las Artes de la Imagen
y el Espacio, octubre-diciembre 2008
2 Cfr. Paul Virilio, “Velocidad, guerra y video”, entrevista de François Ewald, en Números, nº 10,

Bogotá, 1996, 23.

1
Es cierto que existieron graffitis ya desde la Antigüedad, inscripciones en muros
que tenían diversa funcionalidad: publicitaria, política, poética… como en el caso
de la ciudad de Pompeya de la que se han podido recopilar más de diez mil
inscripciones debido a su trágica perdurabilidad bajo metros de lava 3. Pero con
el correr de los siglos, los espacios urbanos cada vez más han densificado o
incluso enrarecido su tensa complejidad, y la proliferación de diversos tipos de
graffitis contemporáneos en algún sentido se exhibe como testimonio de esa
tensión. Quizá existan hoy quienes sueñen o proyecten espacios urbanos más
apacibles o armónicos, pero en tanto nos sabemos parte de sociedades ni
armónicas ni reconciliadas tal vez sea mejor no intentar reconciliar
artificialmente lo irreconciliado y prestar ojos a lo que tienen las paredes que
decir al respecto. Aun cuando a veces no nos sintamos cómodos con lo que tienen
para decir. Incluso cuando el graffiti pueda ser visto como mancha, insulto,
provocación o lo que sea, tiene sin embargo el mérito de hacer ver lo
irreconciliado. Interrumpe el artefacto urbano que nos aplana la mirada.

Por eso hay paredes que no se resignan a ser sólo pared y, explícitamente, lo
dicen. No lo dicen en realidad ellas solas, es cierto; detrás del enunciado está la
pared, pero en su enunciación tuvo que participar necesariamente alguien que
delegó su voz a la pared. Esa voz que se borra a sí misma, se hace anónima, en su
desplazamiento hacia la pared, quizá para que su eficacia pública –no anclada en
una individualidad– sea mayor. Los graffitis que operan autorreferencialmente
nombrándose a sí mismos o a la práctica graffitera en general escanden cada
tanto las ciudades de modo de no olvidar que lo que nombran es, como sostuve
antes, el enrarecimiento del artefacto urbano o la inadecuación a una norma que
en cierto sentido no da cobijo o amparo, que deja afuera la realidad urbana:
Mírenme, no me resigno a ser pared
Las paredes limpias no dicen nada
Lo único que faltaba: ¡que legalicen el graffiti!

3 Cfr. Enrique Montero Cartelle, Grafitos amatorios pompeyanos. Priapeos. La velada De la

fiesta de Venus. Madrid, Planeta-DeAgostini, 1997.

2
¿Usted en su casa hace esto?
No hay que pintar las paredes

En ocasiones el graffiti se hace cargo de nombrar irónicamente su propia


ilegalidad para reforzar así su sentido de la inadecuación. Se trataría en esos
casos de un tipo de graffiti que podemos caracterizar como graffiti “de leyenda
ingeniosa” (irónico-lúdico-político-poética, con mayor o menor énfasis en alguno
de tales atributos, según los casos) y que proliferó en muchos países
latinoamericanos a partir de la década del 80 del siglo XX 4, en muchos casos
siguiendo hasta cierto punto el modelo de toma de la palabra del graffiti del Mayo
francés. Una parte considerable de esos graffitis de leyenda ingeniosa adscriben a
un estilo epigramático que en realidad ya se había manifestado también en los
grafitos pompeyanos, en los que la frase, dividida en dos partes, comienza por la
construcción del sentido en una dirección determinada para luego desviarlo en
una segunda dirección inesperada:

La guerra es un buen negocio. Invierta un hijo


Viví cómodo. Viví muerto
En mi pieza tengo un póster de todos ustedes –el Che–
Duerma tranquilo. A su hija la cuida la policía

Pero si hablamos de graffitis en Latinoamérica no podemos desconocer que su


historia está indisolublemente ligada a la historia de las pintadas políticas.
Algunos decimos “pintadas”, otros dicen “pintas”, pero se trata más o menos de lo
mismo: inscripciones en espacios públicos no concebidos para tal fin y que tienen
cierto carácter de clandestinidad, en tanto no son permitidas legalmente. En
muchos contextos particulares, con todo, esta ilegalidad suele pasarse por alto. Si

4 Al respecto se puede consultar entre otros: Armando Silva, Graffiti: una ciudad imaginada.
Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1988; Analía Blanqué, Antología del retrete. Graffitis de los
baños de mujeres. Montevideo, Editorial Memphis/Vintén Editor, 1991; Oscar Collazos “El
graffiti. Un diálogo democrático” en Comunicación, nº 67, Bogotá, trimestre 3, 1989; Claudia
Kozak, Gustavo Bombini, Istvan y Floyd. Las paredes limpias no dicen nada. Buenos aires, Libros
del Quirquincho 1991; Claudia Kozak, Contra la pared. Sobre graffitis, pintadas y otras
intervenciones urbanas. Buenos Aires, Libros del Rojas, 2004.

3
los partidos políticos realizan pintadas incluso como parte del juego democrático,
queda poco espacio para el reclamo de ilegalidad. Así lo entienden también los
individuos particulares y las pintadas pasan a ser parte entonces del paisaje
urbano latinoamericano. No es que pueda afirmarse que en primer término
existió la pintada política (partidaria) y sólo luego la pintada sin soporte
partidario a la que hasta aquí he venido llamando “graffiti”. José María Ramos
Mejía, integrante de lo que en la Argentina se conoce como la generación del 80,
escribió en 1904 por ejemplo, y no precisamente porque los asociara con su idea
de “cultura”, acerca de los “desbordes plumitivos de los pilluelos” en las paredes
de la ciudad de Buenos Aires, y de un “misterioso personaje colectivo” que las
convierte en “prensa gratuita y sin censura donde no se paga el aviso ni la
diatriba” 5, lo que demuestra que ya en aquella época, las paredes aparecían
“rayadas” de muy diversa manera. Pero la presencia de la pintada político
partidaria ha sido muy fuerte en Latinoamérica y ha acompañado gran parte de
sus procesos políticos y sociales. Desde el ya mítico debate mural en el exterior de
la residencia de Hernán Cortés en México, cuando sus oficiales le demandaban a
través de las paredes el reparto del botín de Tenochtitlan y que Cortés cerró con
su contundente “Pared blanca, papel de necios” 6, o el “On ne tue point les idées”
que Domingo Faustino Sarmiento, quien luego sería presidente argentino,
escribió en su paso al exilio en 1840, hasta las convulsionadas décadas de los 60 y
70 del siglo XX, millones de consignas políticas se han reproducido en las
paredes.

5 José María Ramos Mejía, Los simuladores del talento en las luchas por la personalidad y la

vida. Buenos Aires, Félix Lajouane & Cía. Editores, 1904. El autor, miembro de la generación del
80 —aquella que impuso su proyecto oligárquico-liberal en su construcción de la nación—
presenta un discurso paradójico respecto de las inscripciones en espacios públicos no concebidos
para tal fin: por una parte, evalúa el fenómeno a partir de consideraciones del más acérrimo
darwinismo social, pero por la otra, aún a su pesar, se entusiasma sin incluso sospecharlo: “(...)
lenguaje sugestivo, libre y de un sabor agreste y pintoresco, estrafalario, eso sí, cuando es el
agitado fronterizo, el que con su mano nerviosa confía a los blancos reboques y a la seductora
limpieza de las puertas, los secretos de sus angustias alucinatorias.” (p. 266).

6El hecho es relatado por Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la
Nueva España, y retomado por Ángel Rama en “La ciudad letrada”, texto incluido en Richard
Morse y Enrique Hardoy (comps.), Cultura urbana latinoamericana, Buenos Aires, CLACSO,
1985.

4
Aunque graffitis y pintadas políticas impliquen prácticas afines e incluso muchas
veces interconectadas, en general y a los fines de una mayor claridad respecto del
objeto, he elegido diferenciarlos, fundamentalmente en relación con el grado de
“soporte” institucional que manifiestan 7. El graffiti, por supuesto, nombra
políticamente muchas veces en sus temas y siempre en su disposición
“anarquizante”. Pero no está sujeto a una validación político-partidaria como la
pintada política. Por otra parte, la globalización nos ha traído otros usos de la
palabra graffiti que ya no podrían asociarse a la pintada política. Me refiero a
varios tipos de grafftis menos verbales que icónicos, en sus variantes técnico-
estilísticas diferenciales. “Graffiti hip hop”, “graffiti esténcil”, “graffiti diseño”,
entre otras modalidades plásticas que jerarquizan la imagen. También el graffiti
verbal tendría que ser considerado en relación con su uso del color, el diseño, la
relación forma-fondo, pero es claro que no siempre el énfasis está allí sino en el
mensaje.

Ordenar el caos de inscripciones que cubren las áreas urbanas es tarea en algún
sentido ímproba: resulta cuestionable el hecho mismo de pretender dar orden a
aquello que no se quiere ordenado y, a la vez, resulta difícil establecer criterios
que permitan incluir sin ambivalencias las distintas modalidades. La clasificación
valdrá sólo a los fines de plantear una mirada panorámica que, con mucho,
tendría que excederse si de lo que se trata es de pensar los modos en que el
graffiti participa de la construcción de los sentidos urbanos.

7 Aunque la pintada política presenta una larga tradición en Latinoamérica no sería ocioso
destacar que no existen muchos estudios específicos sobre ella en cuanto a su historia,
modalidades retórico-estilísticas, etc. En la Argentina, por ejemplo, he podido consultar dos libros
específicos sobre cantos políticos en espacios públicos (protestas, demostraciones y lo que
nosotros llamamos “marchas”) pero ninguno sobre pintada política en particular. He trabajado el
tema con cierto detalle en mi libro Contra la pared, aunque tampoco se trata un libro que toma a
la pintada como objeto exclusivo. Una referencia importante es el libro de Lyman Chaffee,
Political protest and Street Art. Popular Tools for Democratization in Hispanic Countries.
Westport, Connecticut, 1993. Un trabajo de campo que da cuenta de la proliferación de pintada
política en la Venezuela contemporánea es el de Iván Abreu Sojo, “El graffiti en la V República
Venezolana. Estudio del Tenerife (España), 2003.

5
Un criterio a tener en cuenta es el de la localización. El graffiti es una práctica del
espacio público y en tanto tal importa diferenciar, como lo hace Lelia Gándara en
su estudio discursivo del graffiti 5, entre espacios públicos abiertos y espacios
públicos cerrados. De entre los graffitis que se exhiben en espacios públicos
abiertos —dejando en este caso de lado los que se manifiestan en espacios
públicos cerrados: graffitis de escuela, graffitis de cárcel, graffitis de baño— es
posible identificar en una primera instancia (y recurro aquí a mi experiencia más
cercana, la de la Argentina, por lo que la clasificación es ya bastante restringida)
aquellos que, como ya sostuve, privilegian ya sea la imagen, ya sea el texto verbal.
Los casos más relevantes del primer tipo son las piezas del hip hop (profusión de
colores, imaginería massmediática, estilos codificados de acuerdo al tipo de letra
que sirve para encriptar el nombre: wild style, 3D, entre otros) y los graffiti-
esténcil, tan a la moda en este momento en muchos lugares del planeta, y que se
dan en el algo paradójico cruce entre el arte político antiglobalización y el auge
del diseño (publicitario, gráfico, de objetos, etc.). La diferencia entre ambos tipos
de graffiti-imagen, más allá de las estéticas involucradas, radica también en las
técnicas de realización. El graffiti hip hop es en cierto sentido artesanal; la
realización de una pieza de grandes dimensiones puede llegar a tardar varias
horas; en cambio, el graffiti esténcil se realiza utilizando moldes calados o
plantillas que permiten serializar una misma imagen múltiples veces y con gran
rapidez. Con el nombre de graffti diseño aludo a cierto tipo de mural que ha
comenzado a proliferar por ejemplo en la ciudad de Buenos Aires en los últimos
años que presenta una estética diferenciada respecto del hip hop y es producido
habitualmente por grupos de artistas/diseñadores gráficos cuya práctica se
desarrolla en distintas ramas del diseño incluida la práctica comercial y que
conciben sus murales como parte del street art 8.

El graffiti esténcil ha tenido una visibilidad muy importante en la Argentina


desde comienzos de los 2000 y responde a un particular cruce entre el arte

8Se puede consultar sus trabajos en sitios web como www.doma.tv o www.kidgaucho.com. En
general estos grupos nombran su práctica callejera con el más globalizado street art y no tanto
como arte callejero.

6
callejero, el diseño e incluso la relectura del graffiti de leyenda ingeniosa de los
80. Podría afirmarse que el juego irónico tan característico del graffiti de leyenda
se ha desplazado ahora a la imagen, como lo demuestra entre muchos otros
ejemplos la muy difundida imagen del rostro de Bush con orejas de Mickey
Mouse, anclada a través del texto “Disnay War”.

Por otra parte, de los graffitis verbales se destacan en la Argentina sobre todo dos
grandes tipos, aunque existen muchos más: los graffitis de leyenda ingeniosa ya
mencionados, y los graffitis “de firma” de bandas de rock. Se trata en este caso del
tipo de graffitis verbales que más se puede ver en las calles argentinas en la
actualidad. Particularmente abundante desde los 90, cubre a tal punto la
superficie urbana que suele llamar la atención de visitantes extranjeros. Implican,
por un lado, una forma de autopromoción gratuita que hacen las propias bandas
para “ganar terreno” y, también, de una forma de suscribir a una identidad grupal
ligada a tal o cual subcultura de parte de los seguidores de una banda. En la
Argentina, el auge del “rock barrial” durante los años 90 ha dado un particular
sentido a esta práctica en uno u otro de estos dos aspectos, ya que forma parte en
la actualidad de modos de autoafirmación identitaria de muchos jóvenes sobre
todo de sectores populares que ven reducidas sus alternativas de proyectos de
vida. De allí la frecuente asociación de sentidos en relación con campos de
referencia ligados a lo “pobre”, “derrotado”, “oscuro”, “falto de sentido”, etc. que
puede leerse en estos graffitis:
Barrio Pobre
Barrios bajos
Alma Negra
Ases Negros
Desterrados del Paraíso
Hijos del rigor
Derrokados
Sin rumbo
Sin Ley

De algún modo en conexión con este tipo de graffiti de firma de bandas de rock
barrial, hay que destacar también que muchos jóvenes se dan una identidad

7
grupal y territorial (la cuadra, la calle) utilizando un nombre más bien genérico
que los identifica: Los pibes (Los pibes de Yatay, Los pibes de Humboldt, Los
pibes de Valderrama, Lo’ Pibe). Y en relación con esto, vale la pena llamar la
atención sobre los graffitis “en memoria” (una subclase dentro de los graffitis “de
leyenda”) que comenzaron a aparecer en la ciudad de Buenos Aires hacia
mediados de los 90 y que se fueron instalando hacia finales de la década con más
fuerza en relación con nuevos contextos de empobrecimiento, violencia y/o
exclusión social:
El “bocha” no se fue. Los grandes siempre vuelven —Los Pibes—
David, no te olvidamos —Tole y los Pibes—
Cebolla: x siempre y para siempre (1983-2003) —Los Pibes—
Negrito: cómo te vamos a olvidar si vos nos diste tanta alegría. Cómo te
vamos a
olvidar si formás parte de nuestros corazones.

La profusión de palabra/imagen contra la pared, que aquí sólo he sintetizado


sumariamente en su modalidad relativa al graffiti latinoamericano y sobre todo
argentino, y que al mismo tiempo puede ser periodizada según contextos más
específicos en los que una u otra modalidad se hace más visible o por el contrario
tiende a casi desaparecer, permite que retomemos algunos de los interrogantes
del comienzo en función de lo que podríamos llamar “políticas de la mirada en el
artefacto urbano”, que ligan la práctica del graffiti a las condiciones de
producción de las artes poéticas y visuales contemporáneas: existe, en efecto, una
zona de cruce entre algunas modalidades del graffiti y las intervenciones urbanas
des-limitadas, desaforadas, de artistas que conciben su práctica como
interrupción anti-anestésica del artefacto urbano. Cuando estos artistas no
responden en forma directa a la tradición más abarcadora del arte mural
institucionalizado, cuando asumen para sí que cualquier pared en cualquier
ciudad es terreno de disputa del sentido, más allá de las sanciones por su
ilegalidad, se acercan a la práctica graffitera. Asumen, en síntesis, que las paredes
del artefacto urbano no se resignan a ser sólo pared. Su análisis más detallado,
con todo, tendría que dar lugar a otro texto.

5 Lelia Gándara, Graffiti. Buenos Aires, Eudeba, 2002.

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