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Tiranía y esperanza

«Hope in the Prison of Despai» (1887), de Evelyn De Morgan

“Había perdido la esperanza, y eso es lo que te mata, te mata antes de


que mueras, mucho antes de que mueras”

Rick Yancey: La quinta ola

Las noticias nos hablan de impunidad: perdigonazos a los ojos,


esbirros que matan a golpes. El mal parece haber triunfado.
Hay momentos en que todo parece oscuro. Nos sentimos en el salmo
23. En su “valle de sombra de muerte”. Las fuerzas negativas parecen
haberse instalado para no irse más. Ante tal perspectiva la voluntad
aquea. Como ocurre con los roedores del “experimento esperanza”,
del profesor Rudolf Bilz, los cuales dejan de nadar a los quince minutos
si perciben que no van a recibir ayuda.

Este estado de ánimo lo describe buena parte de la literatura del siglo


XX, la cual puede ser cali cada como una glori cación del fracaso. La
obra de Kafka, por ejemplo, presenta un desarrollo dramático de su
narrativa que se puede gra car, tal como hace Kurt Vonnegut, como
una echa que va inexorablemente hacia abajo, hasta llegar a la
consumación de la tragedia. Por su parte, el teatro de Samuel Beckett
recrea, con humor negro, la frustración existencial del ser humano.

Esta visión pesimista nos conduce hacia el fenómeno de la


desesperanza aprendida, el cual ha sido objeto de muchos estudios
psicológicos. No es de extrañar que esta sea una asignatura adoptada
por las tiranías, las cuales se muestran muy solícitas a la hora de
enseñárnosla. Ante ese programa educativo disfuncional, lo más
subversivo es cultivar la entereza.

Resiliencia

¿Por qué será que, cuando afrontamos una adversidad, nuestra


tentación es dejarnos vencer? ¿Por qué preferimos el placer perverso
de revolcarnos en nuestras miserias antes de levantarnos sobre
nuestros propios pies?

Sobre la resiliencia, mucho tiene que enseñarnos Víktor Frankl, quien


de ne a la desesperanza como sufrimiento sin propósito. Si una
persona no puede encontrar un sentido a su sufrimiento, tenderá a la
desesperanza. Pero si la persona es capaz de entender la adversidad,
puede convertir sus tragedias en logros, en superación.

La clave es la autoestima, pues sin esta no hay punto de partida. Sin


crecimiento no nos podemos hacer responsables de nuestra propia
existencia. Todos tenemos que asumir una razón que nos permita
seguir adelante. Desde los estoicos, sabemos que si no tenemos poder
para cambiar la realidad, podemos elegir nuestra actitud frente a esa
situación. No necesitamos vivir sin adversidades, sino tener conciencia
de su inevitable existencia. Las di cultades son esa parte de la vida con
la que se construyen los desafíos.

Para Frankl, hay tres tipos de personalidades. Las que buscan el placer,
como sostenía Freud, las que buscan el poder, como sostenía Adler, y
habría que agregar a Nietzsche, y las que buscan el sentido de la vida
tal como sostenían Sócrates, Platón y Aristóteles. Tan solo la búsqueda
del sentido de la vida se puede oponer a la desesperanza.

Por el contrario, cuando no se alcanza el logro existencial, se origina


una frustración que se asocia a la desesperanza, caracterizada por la
duda sobre el sentido de la vida y por un vacío existencial que se
mani esta en un estado de tedio, en la percepción de falta de control
sobre la propia vida y en la ausencia de metas vitales.

La grandeza de ánimo   

La desesperanza no es solo objeto de la psicología existencial; es sobre


todo un asunto de la ética. Según Joseph Pieper (Las virtudes
fundamentales, p. 367), la desesperanza es un vicio moral que tiene su
raíz en la pusilanimidad y la soberbia.

La pusilanimidad es la cobardía para asumir las desgracias,


di cultades o sufrimientos. Es la tara que nos impide intentar grandes
iniciativas, las cuales siempre suponen retos y obstáculos, y nos
obligan a encallar en la mediocridad absoluta.

La virtud contraria es la magnanimidad: la grandeza de ánimo. La


magnanimidad implica una nobleza de carácter que lleva a la persona a
realizar grandes cosas por un n más alto. No es una ambición egoísta,
pues procura un bien superior. Implica ideales elevados acompañados
de generosidad y valentía. El magnánimo vive en armonía con sus
convicciones y sabe ponerse al servicio de un ideal mayor que él.
Por otra parte, continúa Pieper, la humildad regula a la
magnanimidad. Coloca la esperanza ante sus propias posibilidades,
previniendo de las tentaciones fantasiosas del narcisismo. La
esperanza lleva de modo natural a la magnanimidad, y la humildad
protege todo ese proceso, para que no se pervierta por presunción ni
por desesperanza. La desesperanza es como una senilidad del espíritu,
y la presunción es lo contrario, como una especie de infantilismo
espiritual.

Imágenes de humanidad

Nietzsche a rmaba: “Cuando alguien tiene un por qué en la vida,


puede soportar casi todos los cómo». Este pensamiento está muy bien
ilustrado en la película La vida es bella (1997), escrita, dirigida y
protagonizada por Roberto Benigni. Este lm presenta una emotiva
historia, ambientada en la Italia de la Segunda Guerra Mundial, en
donde Guido, un italiano de origen judío, es llevado al campo de
concentración nazi, junto a su pequeño hijo de seis años.

Lo extraordinario de este argumento es cómo Guido enfrenta la


fatalidad para mantener a su hijo a salvo, y, además, ocultarle la
terrible crueldad que los rodea. Con astucia y mucha imaginación, el
padre construye una elaborada fantasía para proteger a su hijo del
terror. El nal es triste, pues, Guido es asesinado, pero logra que su
hijo sobreviva al holocausto.

Otro ejemplo cinematográ co es La carretera (John Hillcoat, 2009), un


drama post-apocalíptico. El libreto está basado en la novela
homónima de 2006 del autor estadounidense Cormac McCarthy. El
planeta ha sido arrasado por un misterioso cataclismo y, en medio de
la desolación, un padre y su hijo se dirigen hacia la costa en busca de
un lugar seguro.

El clima de la historia es claustrofóbico. La vegetación está muriendo.


Los pocos humanos que quedan se han convertido en caníbales.
Nuestros protagonistas se enfrentan a la imposibilidad de sobrevivir
un invierno más. Lo más razonable sería suicidarse y dejar de sufrir. De
todas formas, se empeñan en vivir en medio de la catástrofe y, sobre
todo, en aferrarse a la dignidad humana en medio de la bestialización.
Ambas películas nos dicen que el humanismo no es una mera postura
intelectual sino la respuesta del ser humano ante el hecho de la
imposibilidad de lo humano.

Plantar un árbol

Las tiranías expulsan el sentido de la vida del mundo. Cuando el mal


triunfa, las personas se preguntan si existe Dios. Esto ocurre, sobre
todo, si se mantiene una actitud pasiva ante el mal. Cuando se enfrenta
al mal, cuando se lucha contra una tiranía, se rescata el sentido de la
vida.

Hay ejemplos que fortalecen el sistema inmunológico contra la


desesperanza. Un ejemplo aleccionador lo encontramos en Anna
Frank, quien escribió estas palabras apenas tres semanas antes de que
la arrestaran:

«Asombra que yo no haya abandonado aún todas mis esperanzas,


puesto que parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, me aferro a
ellas, a pesar de todo, porque sigo creyendo en la bondad innata del
hombre. Me es absolutamente imposible construirlo todo sobre una
base de muerte, miseria y confusión. (…) Sin embargo, cuando miro el
cielo, pienso que todo eso cambiará y que todo volverá a ser bueno, que
hasta estos días despiadados tendrán n, y el mundo conocerá de
nuevo el orden, el reposo y la paz.” (Sábado 15 de julio de 1944)

El gran desafío es cómo inspirarnos a nosotros mismos. Hay que


aprender a distinguir entre expectativa y esperanza. Aunque las
expectativas sean negativas, no debemos perder la esperanza. Eso
implica, en esta situación, apostar por la humanidad que hay en
nosotros, a pesar de que la evidencia parezca decir lo contrario. Como
a rmaba Martin Luther King: “Si supiera que el mundo se acaba
mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol».
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