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Entre las tareas que esperan a los niños durante su crecimiento, está el tener que
aprender las “reglas básicas” de la sociedad en que viven. Un conjunto muy
importante de estas reglas básicas, son las normas morales, generalmente
aceptadas, por las cuales se juzga a las personas como buenas o malas.
Las cosas concretas que los niños aprenden a considerar como morales o
inmorales, así como las actitudes y valores particulares a los cuales son
expuestos, dependen en gran parte del contexto social en el que crecen. Son
universales, y aún estas suelen aplicarse de modo diferente en los diversos
grupos sociales. Por ejemplo, todos los grupos sociales regulan la agresión entre
los miembros de su propio grupo, y ninguno condena el homicidio. Pero si hubiera
algún grupo que creyera que solamente sus miembros son humanos y hay
algunos grupos que así lo creen-, entonces el matar a un extraño no es homicidio.
Por lo que toca a riñas y agresión entre los niños, algunos grupos condenan una
ligera dosis de agresión, mientras que otros permiten una cantidad muy
considerable. A muchos niños de E.U.A. se les suele ensenar que no es cosa
buena el pelear, pero por lo menos, entre los niños, esta norma quiere decir:
Pelea, pero pelea “limpio”, es decir, los niños tienen que aprender un complejo
código, no escrito, que especifica cuándo se puede pelear y qué tácticas se
pueden emplear.
En una forma semejante, todos los grupos sociales tienen reglas de un tipo o de
otro, para las relaciones sexuales entre sus miembros. Pero el grado hasta el cual
el interés y la exploración sexual entre los niños, se considera como natural, y la
cantidad de libertad que se les permite, difieren notablemente de un grupo a otro.
La postura que prevalece en Estados Unidos es que el interés y curiosidad
sexuales entre los niños, deberán desalentarse decididamente. Como
consecuencia de esta actitud, muchos niños reciben muy poca o ninguna
información acerca de la sexualidad, a no ser hasta llegar a la adolescencia, si es
que entonces, están muy conscientes de la desaprobación de los adultos, aun
cuando esto no les impide necesariamente seguir siendo curiosos. Muchos niños
juegan al “doctor” y al “Yo te enseno el mío, si tú me ensenas el tuyo”, teniendo
mucho cuidado, por lo general, de no atraer la atención de los adultos.
Sea lo que fuere de los otros grupos culturales, lo que aquí nos interesa
principalmente, es la cultura norteamericana. Las normas, actitudes y valores
morales de que vamos a hablar en este capítulo, son los que prevalecen
generalmente en Estados Unidos. Con esto no queremos decir que estas sean
necesariamente las mejores normas o las únicas normas que los niños pueden
aprender. Pero, ciertamente, son las normas con que la inmensa mayoría de los
niños tropieza, si no en el hogar, ciertamente en la escuela o entre los
compañeros.
CONCIENCIA
Sin embargo, los datos de investigación no parecen confirmar muy bien esta teoría
del desarrollo de la conciencia. Por lo pronto, la teoría sugiere que la resistencia a
la desviación, debería estar en relación con la fuerza de la conciencia y con la
culpabilidad. Pero al contrario, la conducta moral y la resistencia a la desviación,
están relacionadas con factores como desarrollo intelectual, estima de sí mismo, y
con la capacidad para planear y tomar decisiones (Kohlberg, 1964).
Además, aun cuando los niños empiezan la escuela, logran ser capaces de inhibir
las reacciones inmediatas, inclusive, en situaciones en las que el aspecto
emocional es muy tenue. Pero las tentaciones de transgredir, suelen sentirse muy
intensamente y son difíciles de resistir, todo lo cual hace más difícil el abstenerse
de actos prohibidos. Esto es verdadero a cualquier edad, pero suele ser
especialmente verdadero cuando los niños están aprendiendo por primera vez a
aplicar su nueva capacidad, para inhibir o refrenarse.
También puede suceder que los padres resulten modelos relativamente invisibles
de normas morales, tanto porque las actividades de los niños y las de los adultos,
van por caminos separados, como porque buena parte de los criterios morales de
los adultos, suelen ser encubiertos y, por lo tanto, no los pueden observar los
niños. Debido a esto, los niños no ven que los padres o los demás adultos
resuelvan situaciones como las que ellos encuentran, ni tampoco son testigos de
los conflictos morales que afrontan los adultos “allá que los niños sí observan, bien
puede suceder que los sentimiento o razones que los adultos tienen para actuar
así, n aparezcan con toda claridad, sino que haya que deducirlas por medio de
raciocinios, basados e indicadores muy sutiles. Y como ya lo hemos visto, la
capacidad para este tipo de deducciones interpersonales todavía no está bien
desarrollada en los niños de edad escolar, aunque ciertamente va creciendo
rápidamente, durante estos mismos anos.
Por consiguiente, la identificación con los progenitores resulta algo limitada, como
fuente de desarrollo de la conciencia, no porque la identificación sea algo
importante, sino porque los progenitores resultan inaccesibles como modelos. Sin
duda alguna que los padres difieren mucho en su accesibilidad, y el también muy
probable que, cuando los padres se preocupan por “poner el buen ejemplo”,
manifestando explícitamente sus criterio morales y actuando constantemente
conforme a ellos, y hacen ver las semejanzas que hay entre sus propias
decisiones morales y las que los niños tendrán que hacer por su cuenta, la
identificación, como una base para el desarrollo de la conciencia, se fortalezca.
Los padres también suelen convertirse en modelos más evidentes, según que los
niños van creciendo, que va mejorando, y, en parte, por el mayor interés y
participación que tienen los niños en los asuntos de los adultos.
Cuando se dice que alguien tiene una conciencia o convicciones muy sólidas,
generalmente se interpreta la frase en el sentido de que esa persona tiene normas
o criterios morales que mantiene firmes, sea cual fuere la situación. Dicha persona
es siempre honrada o íntegra. Ahora bien, los niños de edad escolar ¿dan
muestra de esta solidez? La respuesta es: solamente a un nivel muy limitado
(Hartshorne y May, 1928; Burto, 1963). En la mayoría de los casos, el que los
niños mientan, engañen o roben, depende, principalmente, de la situación en que
se encuentran. Esto es especialmente verdadero durante los primeros anos de
escuela. Entre los factores circunstanciales, que suelen determinar que los niños
violen, o no, los códigos de conducta, está la probabilidad de ser sorprendidos, la
severidad de la pena que se prevé, en el caso de ser atrapados, y la importancia
que tiene el resultado que se pueda lograr, violando algún código de conducta.
Los niños (al igual que los adultos) suelen transgredir más fácilmente, cuando
necesitan algo desesperadamente, por ejemplo, una buena calificación o un
reconocimiento especial, que, cuando el resultado que se obtiene, no tiene mucha
importancia para ello. También se suelen dar diferencias, por razón del sexo, en
los factores que determinan el hacer trampas. Un estudio con niños de quinto
ano, encontró que las niñas suelen hacer más “pasteles” si constantemente tienen
impresiones negativas de sí mismas, mientras que lo que más impulsa a los niños,
son factores de situación, como, por ejemplo, el haber fallado previamente en
algún examen (Johnson y Gormly, 1972).
Algunos padres, aunque no muchos, suelen usar una u otra de estas técnicas casi
exclusivamente. Sin embargo, la mayoría de los padres usan generalmente alguna
combinación de las tres. Por consiguiente, los padres que se clasifican en una de
estas tres categorías, suelen variar desde los que casi siempre usan un poco más
que otras. Además, los efectos de estas técnicas, casi siempre certo interactúan
otras variables: la intimidad y cariño entre padres e hijos, la cantidad de
discrepancia entre los códigos parentales y los códigos de los compañeros, las
características personales de cada niño en particular, por mencionar sólo algunas.
Además, algunas técnicas suelen tener efectos más permanentes que otras, en el
desarrollo de la conciencia de los niños. Por estas razones, son de esperarse
resultados algún tanto mixtos, cuando se comparan los resultados finales de los
diversos estudios. No obstante, también aparecen relaciones de cierta monta,
siempre son negativas. Los niño, cuyos padres usan regularmente el castigo físico
y las técnicas privativas, suelen dar menos muestra de un sólido desarrollo de
conciencia, que los niños cuyos padres usan típicamente otras técnicas.
Hoffman (1970) hizo un análisis muy parecido a este, del afecto parental y los
índices de moralidad que aparecen en los cuadros 1-1 y 1-2. La mitad de estas
comparaciones manifestaron relaciones significativas, y de estas, la gran mayoría,
tanto en el caso de las madres como en el de los padres, mostraron una relación
positiva entre afecto y desarrollo de conciencia. Por consiguiente, tanto el afecto
como la inducción, parecen favorecer el desarrollo de la conciencia.
La comparación de los cuadros 7-1 y 7-2, indica que hay diferencias entre madres
y padres, como agentes de disciplina. Por ejemplo, la inducción tiene relaciones
positivas con la conciencia, cuando la usan las madres, pero no consta que haya
ninguna relación, cuando la usan los padres. En general, son las madres las que
ejercen influjo más poderoso en el desarrollo de la conciencia. Más de la mitad de
las comparaciones de las madres, demostraron relaciones significativas, mientras
que menos de una quinta parte de las comparaciones de los padres, mostraron
alguna relación significativa. Sin embargo, es de notarse que los padres, fueron
incluidos en un número mucho menor de estudios –un problema que se encuentra,
muchas veces, en la literatura sobre psicología de desarrollo-. También es posible
que los padres tengan otro tipo de influencias, que nunca se ha valorado en estos
estudios.
Aquí conviene recordar una cosa. Recordemos que los niños no son un mero
objeto pasivo de las prácticas parentales, sino que sus propios atributos suelen
determinar las prácticas de los padres. Un niño muy activo, y que fácilmente se
distrae, está más expuesto a obtener bajas calificaciones en los índices de
moralidad, debido a las dificultades que tiene para refrenar o inhibir las reacciones
inmediatas a las diversas situaciones. Para este niño, también se requiere, por lo
general, una intervención y un control bastante directos por parte de los padres,
para el propio bien del niño y par la mayor tranquilidad de todos los demás. Por el
contrario, el no mesurado, que hace preguntas y entiende las explicaciones que se
le dan, suele obtener calificaciones elevadas, en los índices de moralidad; y
obviamente, los padres suelen adoptar la práctica de dar razones y explicaciones
a un niño como este. Estos ejemplos confirman muy bien lo que se descubrió
acerca de la aserción de poder y de la inducción; lo que demuestra también que
los resultados reflejan la influencia de los atributos de los niños sobre los padres,
al igual que la influencia de las prácticas de padres sobre los niños.
Castigo
Cuando los padres echan mano del castigo físico de las técnicas de aserción, de
sostener, de afirmar, de poder, lo que pretenden, en la mayoría de los casos, es
ensenar a los niños a ser “buenos”. No obstante, tratándose de los índices de
conducta moral, de los que hablamos en la sección anterior, las técnicas asertivas
de poder resultaron ser las menos eficaces para lograr esta meta. Por principio de
cuentas, ¿hay alguna razón que justifique el castigo? Esta es una cuestión de
mucha preocupación y controversia entre los padres, los cuales, por una parte,
pueden estar convencidos de que “evitar los palos es echar a perder al niño”,
mientras que, por la otra, pueden estar profundamente convencidos de que a los
niños nunca hay que castigarlos. Esta cuestión también tiene un aspecto práctico
muy importante, ya a que la mayoría de los padres ciertamente castigan a sus
hijos, por lo menos de cuando en cuando. Cierto estudio calcula que el 98% de los
padres hacen esto (Sears, Maccoby y Levin, 1957).
Un grupo de experimentos sobre los efectos del castigo en los niños, se diseñaron
para estudiar los efectos que tenían ciertas variables sobre la resistencia de los
niños a la tentación, como, por ejemplo, el momento en que se administra el
castigo, intensidad del castigo y el dar razones de la prohibición. En estos
estudios, la práctica general es que se les ensenan a los niños pares de juguetes
–un juguete grande y atractivo, y uno pequeño y sin ningún atractivo-. A los niños
se les dice que pueden tocar o jugar con algunos juguetes, peo no con otros. El
juguete atractivo de cada par, queda “prohibido”. Siempre que los niños escogen
el juguete atracti9vo de cualquier par, se les “castiga”, por ejemplo, con una
reprimenda verbal (verbigracia, “No, eso está mal hecho”), con un ruido intenso y
desagradable, o quitándoles algún dulce que se les hubiera dado previamente. El
momento del castigo puede variarse, “castigando” en que el instante que el niño
toma el juguete prohibido, o después de que lo haya tomado; la intensidad del
castigo suele variarse, cambiando lo intenso de algún ruido desagradable; etc.
Una vez que los niños han aprendido a levantar constantemente el juguete poco
atractivo, el experimentador abandona el cuarto. Luego se vigila a los niños a
través de una ventana unidireccional, para ver qué tan bien se resisten a la
tentación de levantar el juguete “prohibido” o de jugar con él.
Estos estudios han demostrado que, en general los castigos más intensos son los
más eficaces para suprimir la conducta prohibida, pero que se da cierta relación
entre la intensidad del castigo y el momento en que se administra. Si los castigos
son suaves, el castigo que se da en el momento en que el niño hace la respuesta
prohibida, es más eficaz que si se da algún tiempo después. Peor el castigo
intenso tiene prácticamente la misma eficacia, ya sea que se administre
inmediatamente o después de algún tiempo (Parde, 1970). Sin embargo, lo más
eficaz de todo, es combinar el castigo con alguna información sobre el acto
prohibido, dando razones por las que los niños no deben hacer eso. En este caso,
los niños no solamente dan señales de una mayor resistencia a la tentación, sino
que esta resistencia suele durar más tiempo (Leizar y Rogers, 1974). Además, la
eficacia del razonamiento con los niños, va aumentando durante los anos
escolares.
Esto parece indicar que si los padres tienen que castigar a algún niño, deberán
asegurarse de que el niño entiende muy bien la relación entre el castigo y la
acción cometida. En el caso de niños de edad escolar, las razones que se dan
suelen bastar para este fin. Si el castigo parental es arbitrario desde el punto de
vista del niño, de suerte que no capte la relación que hay entre lo que hace y el
castigo, o que no comprenda por qué no se permite el acto en cuestión, entonces
los niños no establecen ninguna relación entre lo que hacen y el castigo y, por
consiguiente, ni podrán evitar volver a hacer los mismo en el futuro, no tampoco
podrán discurrir y encontrar una alternativa. La aserción de poder, sin ninguna
justificación, suele producir este tipo de efectos. Decir a los niños que se les
castiga porque “son malos”, suele reforzar los conceptos negativos que el niño
tiene de sí mismo, y no le da al niño ningún punto de apoyo para no volver a ser
“malo”. En forma semejante, “porque yo te lo digo”, no es una razón específica.
Los niños pueden aprender a someterse a la autoridad de los adultos (o a
rebelarse en contra de ella), haciendo lo que se les manda (o negándose a ello);
pero un pronunciamiento como el citado, no les proporciona ningún fundamento
lógico y racional para comprender la prohibición y para modelar su futura
conducta, conforme al mandato. Por el contrario, un castigo ocasional, claramente
vinculado a un acto específico del niño, suele ser un medio bastante eficaz de
comunicación con los niños.
El que el castigo pueda ser nocivo o no, también depende de la actitud que tengan
hacia el castigo las familias que los niños conocen (Kagan, 1967). Si las familias
conocidas del niño no creen en el castigo y raras veces lo usan, entonces,
inclusive un castigo ocasional, lo suele sentir el niño como un suceso cruel y de
rechazo. Por el contrario, si las familias amigas del niño creen que el castigo es
una manifestación de amor y de preocupación por los niños, cuando se portan
mal, entonces el castigo se suele aceptar sencillamente, como uno de los
aspectos menos agradables de la vida, pero no necesariamente como algo cruel o
que signifique, desafecto por parte de los padres.
Los pares difieren entre sí, no solamente por sus convicciones acerca de la
disciplina, sino también acerca del castigo. Los progenitores permisivos creen,
pro lo general, que a los niños se les debe dejar crecer y desarrollarse sin ninguna
interferencia, por parte de los adultos. No debe existir ninguna disciplina de ningún
tipo, o esta deberá reducirse a un mínimo, y mucho menos castigo físico. Los
padres autoritarios, por lo general, creen que a los niños hay que reglamentarlos
y que la disciplina es esencial. Suelen también echar mano de la disciplina
asertiva de poder. Los padres autoritativos se encuentran en un término medio.
Conceden a sus hijos mucha libertad, pero al mismo tiempo establecen ciertas
reglas y normas de conducta que mantienen en vigor fielmente. Suelen también
echar mano de la inducción o razonamiento, como técnica principal de disciplina.
Cuando se compararon los niños de estos tres tipos de padres, se encontró que
los niños de hogares autoritativos, por lo general eran independientes y
dominantes (en especial las niñas) y socialmente responsivos (en esencial los
niños). Cuando los padres eran autoritarios, las niñas resultaron más
dependientes y los niños menos socialmente más responsivos que los demás. Y
en el caso de padres permisivos, los niños resultaron menos competentes y las
niñas más resistentes a los adultos (Baumrind, 1971)
Además de tener que aprender lo que no deben hacer, los niños también tienen
que aprender los mandatos morales positivo de su sociedad, los “debes”, que
especifican los diversos modos como de debe uno comportar. En este aspecto del
desarrollo moral, el foco principal de la investigación sigue siendo la consideración
por los demás. La consideración se manifiesta bajo la forma de generosidad,
comunicación de bienes, ayuda y altruismo –lo cual supone auxiliar a los demás, a
costa de “uno” mismo hasta cierto grado, sin esperar ningún premio personal-. En
realidad, solo durante la última década, se ha notado algún interés por el lado
positivo del desarrollo moral. Por consiguiente, es bastante menos lo que sabemos
acerca de este lado positivo, que lo que sabemos acerca del desarrollo de la
conciencia.
Un segundo punto es que, lo que los modelos hacen, es mucho más importante
que lo que dicen. Decir a los niños que es muy bonito compartir el bien, o
enumerar las virtudes que hay en las diversas formas de compartir, nunca han
tenido mucho efecto en la disposición de los niños para donar algo. Lo que influye
en qué tanto donan los niños, es qué tanto donan los modelos.
Hay otros atributos y acciones del modelo que también influyen en las donaciones
de los niños. Por ejemplo, los modelos que expresan gusto y alegría por las
donaciones que hacen, son más eficaces que los modelos que no; y los niños
generalmente dan más, cuando los modelos les manifiestan cierta aprobación
social por ello (por ejemplo, “¡muy bien, haz hecho una cosa muy buena!”). Sin
embargo, hay una excepción muy interesante, a propósito de esto.
Aproximadamente, después de los nueve años de edad, la aprobación social de
un modelo hipócrita –de uno que predica el compartir, pero que él mismo no la
practica en realidad, reduce la buena disposición de los niños para dar (Midlarsky,
Bryan y Brickman, 1973). Es evidente que los niños bien entrados en los años
escolares, ya empiezan a caer en la cuenta de al inconsistencia moral de los
demás, y empiezan a reaccionar contra ella negativamente. Si esto es verdad en
el laboratorio, también es muy probable que sea verdad en el hogar. En este
momento, ¿se puede afirmar que los padres no practican lo que predican,
empiezan también a perder algo de su eficacia potencial como modelos? ¿Qué
efectos tiene esta inconsistencia en los sentimientos de los niños hacia sus
padres, y en el trato entre padres y niños?
Son muy raros los estudios de observación natural que hayan relacionado la
consideración de los niños por los demás, con las prácticas de los padres. Dos
estudios indican que las relaciones existentes se fortalecen durante los años de
escuela. Los actos de consideración de los niños de escuela, de párvulos, apenas
si se relacionaron con el uso parental de técnicas de aserción de poder de
negación del amor o de inducción (Hoffman, 1963). Sin embargo, para el séptimo
año, ya se advirtieron relaciones muy significativas entre los juicios que hacen los
compañeros, acerca de la consideración que los niños tienen por los demás, y
estas categorías de técnicas parentales (Hoffman y Saltzstein, 1967). En el caso
de las niñas, el patrón fue el mismo que para las prohibiciones morales: la
consideración por los demás, se fortalece mucho mediante la inducción y el afecto,
pero se relaciona negativamente con la aserción del poder y con el afecto, y
negativamente relacionada con la negación del amor, y no hubo ningún relación
con respecto a la inducción. La razón de estas diferencias entre niños, no está del
todo clara. Puede ser que la consideración sea de mayor importancia para las
niñas que para los niños. Sin embargo, es más probable que los modos como se
supone que se debe expresar la consideración, sean diferentes para niños y niñas.
Tal vez los niños sientan que tienen que ponerse de parte de otros niños contra
algún grupo, mientras que las niñas suelen ayudar a otros y dar muestras de
preocupación por los sentimientos de los demás.
JUICIOS MORALES
En lugar de preguntar qué es lo que hacen los niños y cómo se siente acerca de lo
que hacen, el estudio de los juicios morales versa sobre el modo como los niños
deciden que una acción es buena o mala. Piaget, quien fue el primero que inició
esta línea de investigación con niños, describe los principales cambios que se dan
en el razonamiento moral de los niños, durante los años de escuela. Cuando los
niños entran por primera vez a la escuela, llevan consigo ideas bastante rígidas e
inflexibles acerca de qué es lo que hace que una acción sea buena o mala.
Tienen la convicción de que las reglas de conducta son absolutas, fijas e
inmutables, y que estas reglas las determina una autoridad externa. A esto se le
llama realismo moral. El que juzguen que un acto sea bueno o malo, depende de
sus consecuencias. Si acusa daño o provoca el castigo, es un acto malo. A esto
se le llama razonamiento moral objetivo, ya que el juicio se basa en
consecuencias externas al sujeto activo. Sin embargo, para cuando los niños
llegan a los años intermedios –y ciertamente para cuando salen de la escuela
elemental-, ya están avanzando hacia una concepción de las reglas, como
convencionalismos o consentimientos humanos que se peden cambiar. Y que se
basan en el consentimiento recíproco de la gente que los emplea. Esto se llama
relativismo moral. El que los niños juzguen que un acto sea bueno o malo,
depende ahora más de las intenciones del sujeto activo, quede las consecuencias
del acto mismo. Como los estados internos subjetivos del actor son la base para
estos juicios, a esto se le llama razonamiento moral subjetivo.
Para aclarar las ideas que tienen los niños acerca de las reglas de conducta, a
continuación transcribimos el diálogo que entablaron Piaget y un niño suizo de
diez años, cuando se le pidió que inventara una regla nueva para el juego de
canicas:
Ben se encuentra en un estado intermedio. Por una parte, está empezando a caer
en la cuenta de que pudiera haber reglas distintas de las que actualmente conoce
(y por lo pronto inventa una), que podrán ser aceptadas pro otros (otros niños que
aprenderán el juego por primera vez). Un niño más joven, casi seguro, habría
negado que pudiera haber ninguna regla nueva. Pero la dificultad que tiene Ben
para aceptar esas reglas, como legítimas, es evidente. Sólo pueden ser legítimas
las reglas establecidas que él conoce actualmente (que están “en el juego”). Un
niño más avanzado de edad, tal vez diría que es evidente que una nueva regla
puede ser legítima, con tal que todos la acepten.
Los niños corren las etapas por orden y sin saltar ninguna, aunque puede suceder
que lleguen a una etapa determinada a diferente edad. Por ejemplo, niños varones
de 13 años de edad, de villorrios aislados de Turquía y de Yucatán, respondieron
a los cuentos de Kohlberg como lo hicieron los niños e 10 años de Estados Unidos
(Kohlberg, 1969). Dentro de los mismos Estados Unidos, los niños con elevados
CI, y los niños de clases sociales más elevadas, por lo regular elaboran juicios
morales más avanzados que los niños de la misma edad, pero de CI más bajos o
de clase social más baja. Dentro de este contexto, los juicios morales se parecen
a la conducta moral, ya que la resistencia a la desviación y otras medidas,
muestran relaciones muy semejantes respecto al CI y a la clase social.
Sin embargo, las razones de estas relaciones pueden ser distintas según se trate
de juicios morales o de conducta moral y las prácticas disciplinarias de los padres,
que sé se relacionan con la conducta moral. Por el contrario, el estar expuesto a
un razonamiento moral distinto del propio, si influye en el juicio moral. En parte,
esto puede ser sencillamente el resultado del aprendizaje social. Los niños que, en
los cuentos de pares de Piaget, vieron o escucharon que reforzaba a los modelos
por hacer juicios morales a un nivel superior o inferior, propio nivel característico,
cambiaron a hacer juicios al nivel modelado (Bandura y McDonald, 1963; Cowan,
Lnger, Heavenrich y Nathanson, 1969; Le Furgy y Woloshin, 1969). Pero hay algo
más de por medio, que el solo reforzamiento. Los cambios a niveles superiores al
del niño, se hicieron con mayor facilidad, y tenían mayor probabilidad de perdurar,
que los cambios a niveles más bajos de juicio (Cowan y Cols 1969: Le Furgy y
Woloshin 1969). Los mismos resultados se obtuvieron en un estudio basado en las
historietas de Kolhberg (Turiel 1966), junto con el otro descubrimiento, el que tiene
muy poco efecto el estar expuesto a un razonamiento moral, que esta a dos
etapas de distancia del propio. Pro lo visto, los niños asimilan con mayor facilidad
los juicios que están ligeramente mas avanzados, que los suyos propios. A la luz
de esto, el desarrollo del razonamiento moral se asemeja al desarrollo del
conocimiento general. Al mismo tiempo, parece que los niños rechazan los juicios
que están a niveles inferiores a los suyos. Por consiguiente, esto indica que el
estar expuesto a los juicios morales de otros, facilita el desarrollo de los propios
juicios morales; y el conocer los juicios de otros puede lograrse mediante un
amplio contacto social ordinario, o por medio de programas específicos de
entrenamiento.
El tercer proceso tiene que ver con las emociones, y, su resultado final, es el
control de los impulsos. Cuando los adultos que son importantes para el niño, dan
muestra de disgusto o escatiman amor, cuando los niños se portan mal, esta mala
conducta y los impulsos que conducen a ella, producen ansiedad. El sentimiento
desagradable de ansiedad, a su vez, inhibe o refrena la mala conducta en
cuestión. Como resultado de esto, los niños desarrollan el control de sí mismos, en
el sentido de que se refrenan a sí mismos y se abstienen de actos prohibidos, aun
cuando los personajes de autoridad no estén presentes. Este proceso suele
aumentar la importancia del valor que los niños conceden a las diferentes normas
morales, o, por lo menos, la consistencia del comportamiento, ya que se integran
las normas y las emociones –y una vez más, este proceso parece verificarse
durante los últimos años de la niñez media-. Sin embargo, los niños difieren
mucho entre sí, en la cantidad de amor que se les niega en la práctica, y muy
probablemente también en sus reacciones ante esta negación. Si se da el caso de
que algunos niños experimenten una negación muy grade de amor, muy bien
pueden llegar a ser individuo agobiados por la ansiedad y exageradamente
conformistas.
RESUMEN
Los niños entran en el periodo de los años escolares con capacidad para enunciar
muchas de las reglas morales y conformarse con ellas, en algunas circunstancias,
pero sin dar muchas señales de poder integrar estas normas en su propia
conducta en alguna forma consistente, y, además, valorar la conducta por sus
consecuencias. Al final de los años escolares, ya son individuos capaces de
enunciar principios más generales que, ciertamente, se aplican a sí mismos,
cuando los tiene en grande estima, y que valoran el comportamiento a la luz de las
intenciones y del consentimiento social. El desarrollo moral no termina con la
escuela elemental. Lo que pasa en la adolescencia y en la edad adulta, puede
contribuir en una forma muy importante a que se cambien las normas morales, la
conducta moral y los juicios morales. No obstante, es indudable que es
precisamente durante los años escolares cuando los niños empiezan a integrar el
raciocinio, las emociones y la conducta; y es, precisamente, sobre este
fundamento, sobre el que se continuará el desarrollo posterior.
ACTIVIDADES DE PROFUNDIZACIÓN
El aprendizaje de las posturas morales y de los valores, ¿en qué forma depende
de la cultura en la que crecen los niños?
¿Qué limitaciones puede haber en la identificación con los padres, como fuente de
desarrollo de la conciencia?
¿Qué tan consistente es la conducta moral de los niños de edad escolar? ¿Qué
pudiera significar su consistencia o inconsistencia moral?
¿Qué relación hay entre los patrones de disciplina parental y el desarrollo moral de
los niños?
Exponga los efectos del castigo que se impone, para suprimir las acciones
indeseables.
¿En qué forma pueden ser eficaces los modelos para influir en la disposición de
los niños, para compartir?
Exponga las diversas maneras en que cambian los juicios morales de los niños
durante los años escolares.
Exponga los cuatro procesos que suelen influir en le desarrollo moral de los niños,
y cuál es el desenlace final de cada uno de ellos.
ESTRUCTURA
El despertar a la
realidad
Los moralistas Justificación y
objetivos
modernos
3.3 JUSTIFICACIÓN:
Tiene que ver con la ética, porque esta pretende, en el hombre, la armonía en lo
que piensa y en lo que hace. Busca que el hombre guarde el orden, en relación
con el mundo que lo rodea, en relación con quienes vive y en relación consigo
mismo. Fomenta en él la necesidad de saber vivir, de saber amar y de ser feliz.
3.4 DESARROLLO
EL DESPERTAR A LA REALIDAD
Sería bueno pensar que si alguien, de un animal que no has conocido, te muestra
solamente la cola, no podrás saber claramente como es el animal, su conjunto y,
por lo tanto, el sentido de realidad que implica la palabra cola.
Se han mirado tanto hacia fuera que no se han tenido tiempo de mirar hacia
dentro, y saber que allí dentro habita la realidad, la felicidad, la verdad, Dios y el
amor.
Para despertar es necesario descubrir que se está dormido. Pensar, es ver y
descubrir algo nuevo, lo desconocido; superar esquemas, hábitos, costumbres,
culturales y creencias que permitan ver la realidad que no cambia. De ahí, que si
tú preguntas: ¿Quién soy yo? Lo que tienes que averiguar es lo que no eres, para
llegar al ser que ya eres. Sócrates decía: “la vida no observada, no examinada, no
vale al pena vivirla, porque no es vida”.
Para despertar hay que tener presente: darte cuenta del dolor, de la aflicción o del
desasosiego que sufres y cuál es el motivo; darte cuenta de que el sufrimiento o
las molestias, se deben a tu reacción ante un hecho o una situación concreta, y no
a la realidad de lo que te está ocurriendo; es no identificarse con las formas que
cambian, ni apegarse a ellas, ni rechazarlas, ni ponerle marcas, ni valorarlas,
dándoles una importancia que no tienen.
Tú no estas para arreglar el mundo, sino para amarlo y comprenderlo. Olvidas que
a cada persona, la vida tiene reservado un ritmo y una ocasión. No seas exigente
con los demás, pues dejar que cada uno haga lo que quiera, es el amor. En el
amor no puede haber exigencias y chantajes. La amabilidad es hacer lo que más
conviene a otra persona, según lo que necesita, en ese momento. El verdadero
amor es un estado que te capacita para abrirte a todas las personas y a la vida. La
respuesta del amor es siempre la que el otro necesita, porque el amor verdadero
es clarividente y es comprensivo. Siempre está de parte del otro.
Se cuenta que un árabe, llevando veinte camellos, llega a una ciudad a visitar a un
amigo. Por la noche clavé estacas y amarró a los camellos; pero para el último no
hubo estaca, ni forma de amarrarlo. El amigo le dijo: “Simulad que claváis una
estaca; cuando lleguéis al camello veinte, pues como el camello es un animal tan
estúpido, se creerá que está atado”. Al día siguiente comenzó a desatar los
camellos, y el amigo le dijo, con relación al camello veinte: “Haced el gesto de
desatar la estaca de la cuerda, pues todavía se cree atado”.
Un señor, descubrió el arte de hacer el fuego, mas quiso comunicarlo a todas las
tribus, y todos daban gracias al maestro. Llegó a otra tribu y allí los sacerdotes se
quedaron perplejos, y, al ver el éxito que el fuego tenía en la tribu, los sacerdotes
tuvieron celos y asesinaron al maestro. Pero para que el pueblo no los culpase,
hicieron una gran escultura de él y, junto con el invento de hacer fuego, lo
subieron a su pedestal para que toda la tribu lo venerase. Y en aquel pueblo ya
nunca hubo FUEGO, sino veneración y alabanza.
Camus, decía: “me reí mucho al ver que el pez en el agua tenía sed”. Lo del pez
que tenía miedo a ahogarse, sería la mejor definición del hombre frente a su
realidad.
Un sabio dijo aun emperador: “Cuando llegue el día de tu muerte, morirás sin
haber vivido”.
ACTIVIDADES DE PROFUNDIZACIÓN
Actividad uno:
5. ¿Cómo se puede entender cuando Cristo dice: “Tenéis que volver a ser
niños”. “Tenéis que vivir en este mundo, como si no fuerais de este
mundo”?
Actividad dos:
SE PREGUNTA:
3. ¿Se podría decir que Aristóteles ya habla de que el fin justifica los medios?
¿Por qué?
LECTURA DE APOYO
Como antihumanísticas son también las modas de los diversos primitivos, que se
siguen regularmente desde cuarenta años a esta parte. Incluso, la revalorización
esporádica de artistas y escritores que , con todo derecho, se pueden llamar
humanistas, se hace hoy en función antihumanística, es decir, buscando en ellos
aquellos caracteres que pueden confirmar y reforzar el antihumanismo moderno.
Es evidente, sin embargo, que las modas artísticas son efectos, no causas; esto
es, que el antihumanismo tiene orígenes profundos que llegan más allá de las
explicaciones ingeniosas de los artistas y de sus exegetas. En realidad, el
antihumanismo moderno está en la vida, antes aun que en el arte.
Por otra parte, es significativo que el nazismo haya sido realizado por un pueblo,
en nada periférico, con respecto a nuestra civilización, sino decisivamente central.
Hasta el punto de que surge la sospecha de que los alemanes han realizado el
nazismo por cuenta de todos los demás pueblos, incluso de aquellos que lo
combatieron y lo vencieron.
De manera que hoy no hay nada de humanismo, sino horror, aburrimiento, odio,
repugnancia por cualquier clase de humanismo. Y esto, advierto, porque ha
habido una complicidad entre el mundo y los nazis en la destrucción de la idea del
hombre y del humanismo, y esta complicidad, como todas ellas, inconfesadas e
inconfesables, ha provocado remordimiento. Sintiéndose culpable frente al
humanismo asesinado, el mundo lo odia. Veamos ahora, si, a pesar del odio hacia
el humanismo, ha sobrevivido por casualidad, al menos, en cualquier forma que
sea, un concepto del bien y del mal, el otro pilar del moralismo, en todos los
tiempos y en todos los lugares.
También aquí debemos reconocer que los hombres ya no creen hoy, ni en el bien,
ni en le mal (los escritores católicos creen o muestran creer solo en el mal; pero se
trata, por así decirlo, de nostálgicos del diablo). Y no creen por la buenísima razón
de que el mundo moderno es fundamentalmente optimista, y para creer en el bien
y en el mal, es necesario ser lo bastante pesimista para creer en el mal, tanto
como en el bien. No obstante, el mundo moderno, por el contrario, cree, o por lo
menos muestra creer, solamente en el bien. Este optimismo, atestiguado por los
crueles estragos de dos guerras mundiales y de innumerables revoluciones
(solamente los optimistas, o sea, los revolucionarios y los reformadores son
capaces de derramar tanta sangre), este optimismo excluye todo moralismo. Marx
(que, lamentamos no ver incluido en la antología, como el primero y más
característico de los moralistas modernos) y Freud, nos han explicado y
garantizado que eso que e llama mal, no existe, es decir, no tiene una existencia
autónoma, indestructible y original, por lo cual puede ser removido y anulado,
tanto pro una revolución social y política (para muchos, incluso, por una simple
reforma tributaria) como por una cura psicoanalítica.
Es, sin embargo, extraño que precisamente en esta época de la humanidad, esta
misantropía profunda y tranquila esté alimentada por el desprecio, por ese
desprecio en el cual Zolá ve con razón la fuente del moralismo. Hoy los hombres
se desprecian el uno al otro; o bien se estiman por motivos de complicidad el uno
al otro; o bien se estiman pro motivos de complicidad conformista, que equivale al
desprecio. Es difícil decir cual sea el origen de este desprecio universal de todo
hacia todos; probablemente hay que buscarlo en los acontecimientos de la primera
mitad de este siglo, que son ciertamente de todo, menos edificantes. El desprecio
que hoy une a los hombres, a falta de otro lazo, se asemeja mucho a la forma de
relación de los súbditos de las dictaduras. Se diría que los hombres se desprecian
hoy recíprocamente, porque han vivido, o porque viven o porque saben que
podrían vivir bajo una dictadura. De cualquier modo que sea, el desprecio es hoy
el sentimiento sobreentendido en toda sociedad; desprecio tan profundo y
enraizado, que renuncia, incluso, a toda expresión como cosa en el fondo inútil y
sin finalidad; los hombres se desprecian hoy, hasta tal punto, que les parecería
despreciarse menos, si lo demostrasen. Por eso el mundo moderno, además de
ser el mundo del desprecio, es también el mundo de la hipocresía y del
conformismo.
Por otra parte, antes, incluso, de despreciar a los demás, los hombres hoy se
desprecian a sí mismos.
Por lo tanto, el mundo moderno no tiene ni una idea del hombre ni un concepto del
bien y del mal, con que hacerse un trampolín, desde el cual pueda lanzarse al
moralismo. En cambio, ha llevado hasta el fondo la experiencia opuesta, de la cual
podría venir el moralismo; ha llegado hasta el fondo en la destrucción de todo
humanismo y de toda posibilidad de indicar, aunque fuese con otros nombres y
otros aspectos, el bien y el mal. Sin embargo, por una significativa contradicción
del moralismo, no ha estado nunca tan difundido como hoy. El mundo moderno es,
en resumen, un mundo de acusados, en el que ninguno es o se siente digno de
ser juez; un mundo de conformistas, sin ningún modelo al que conformarse; el
mundo de no-creyentes que, no obstante, creen en la necesidad de creer.
Sus ensayos, sus novelas, sus estudios, sus confesiones, parten siempre del
hecho de la idea preliminar de que el hombre viejo no existe ya, y que el hombre
nuevo no existe todavía; tiene siempre un carácter exploratorio, experimental,
hipotético. Quizá los dos casos extremos son los de Kafka y Croce. El primero
tiene una visión del mundo, característica del punto mas bajo y más desesperado
que ha alcanzado la crisis del humanismo, fundada en un sentimiento agudísimo
de la enajenación total del hombre, que apenas puede ser mitigada por la
sospecha de una trascendencia, por lo demás, indefinible e inefable y tal vez
inexistente; el segundo es, en cambio, el ultimo de los moralistas tradicionales. Al
primero sería inútil pedirle noticias del pasado; al segundo, igualmente, inútil
pedirle noticias del provenir. Entre estos dos polos opuestos, se ordenan todos los
demás autores. Pero lo que les da una nota común (con excepción de Croce, que
se supone incluido en la antología como ejemplo de lo que el moralismo fue y no
podrá ya ser jamás), es que evitan toda alusión a lo que ha sido, hasta ahora, el
revés de los moralistas tradicionales, que parecían siempre hacer resonar en sus
páginas el eco de una experiencia de siglos; prefieren, en cambio, hablar de lo
poquísimo que es o que podría ser. A sus espaldas ha quedado un desierto
sembrado de carroña, de ruinas y de monstruos, semejante a los que se ven en
los cuadros de Salvador Dalí. Es natural que no miren hacia atrás. Pero delante de
ellos, antes de llegar a un oasis, hay todavía mucha tierra árida.
El oasis podría ser un nuevo concepto del hombre para proponer como modelo.
Sin este modelo, no es posible ningún moralismo. Hoy, como hemos dicho, este
modelo no existe, todos desprecian a todos, y todos saben que son dignos de
desprecio. Pero no es arriesgado afirmar, como puede comprenderse fácilmente,
recorriendo esta antología, que el trabajo de creación de un nuevo modelo
humano, es decir, de un nuevo humanismo, ha empezado ya, y no podrá menos
de dar sus frutos en el futuro.
ESTRUCTURA
Axiología y Ética
diálogo de valores
El concepto La doble
de valor responsabilidad
axiológica
- Clasificación y - La función de la
jerarquía de los cultura en los valores.
valores - Actividades de
profundización
- Valores morales
JUSTIFICACIÓN
DESARROLLO
CONCEPTO DE VALOR
En la forma más simple, puede entenderse por valor la apreciación positiva que se
hace de las cosas, conceptos, ideas o personas, en relación con la propia cultura.
Por ejemplo, en nuestro medio son valores el respeto por la libertad, la familia, la
superación de las dificultades, etc.
Tenemos que ser sinceros en decir que, aunque el valor se ha de describir, no así
se ha de definir; dar una definición de él, resulta difícil, por cuanto el concepto de
valor ha sido tomado en diversos sentidos: para designar valores económicos,
como precio de un objeto; para evaluar en forma no económica los objetos, las
ideas o las personas, en cuyo case se dice que un objeto tiene un gran valor
estético y una personas un gran valor moral.
También los filósofos y las escuelas se han ocupado del tema, y han presentado
diversas interpretaciones: Desde Sócrates que le dio gran importancia al valor
ético. Este fue el motivo para que Platón, Aristóteles y, posteriormente, la
Escolástica, identificarán el valor como el bien, identificación ya superada, porque
el bien es distinto del valor, ya que el bien incluye el objeto, más el valor que se le
ha incorporado. Esta es una concepción metafísica del valor, que cambia un poco
con Emmanuel Kant, quien introdujo modificaciones, pasándolo por el mundo de
los bienes al campo personal, y dándoles especial importancia a los valores éticos.
La Axiología o estudio de los valores, se introduce en la filosofía moderna con el
filosofo alemán Hermanm Lotze, a quien se le ha llamado el padre de la filosofía
moderna; también es de importancia Federico Nietzsche, que incorpora la palabra
valor al lenguaje corriente; precisamente, por su ataque a las viejas tablas de
valores y su anhelo de una “Transmutación de valores”.
Entre estas dos teorías, hay una posición intermedia, en la cual se acepta que los
valores están en las cosas y en el sujeto que las valora. Hay, además, otra
posición que sostiene que el valor tiene un carácter relacional y requiere la
presencia del sujeto y del objeto. Puede también analizarse el valor desde el punto
de vista Filosófico, como una cualidad estructural, es decir, una cualidad de otras
cualidades.
Puede concluirse, entonces, que el Valor es una cualidad estructural que tiene
existencia y sentido en situaciones concretas, apoyándose en la realidad de dos
manera: La primera, en que la estructura valiosa surge de la experiencia. Y la
segunda, en que el bien u objeto al cual se incorpora, se da en situaciones reales.
Los valores morales hacer relación a la actividad moral del hombre, orientada a la
perfección de sus iniciativas. El valor moral, como cualidad, no reside en objetos
particulares, sino en la conducta misma del hombre, en un medio. Posee valor
moral todo aquello que es apreciado con sentido, en relación con determinado
proyecto o posibilidad del hombre. La valorización moral es el motor de la
actividad moral y de la reflexión ética. Estructurar una axiología moral no es otra
cosa que estructurar una ética. Lo esencial no es construir un cuadro universal de
valores vitales, sino, más bien, estructurar una conciencia de comportamiento,
orientada por la capacidad estimativa del hombre, y no por su capacidad repetitiva
e imitativa.
Nuestra moral será libre y liberadora, si nos guiamos por el valor personalizante de
todo lo que conforma nuestra conducta o incide en ella. Los preceptos no son
valiosos por ser preceptos. Como todas las demás realidades humanas, pueden
tener valor o carecer de él, y es el hombre, con una conciencia lúcida en cada
momento de su vida, quien los evalúa a la luz de su fin último. El bien último del
hombre constituye su valor moral fundamental. La opción por los valores en el
bien, se planifica en el máximo valor: la vida; a este valor se subordinan los
demás, de él se desprenden los otros juicios, razonamientos y normas; no matar,
no atentar contra la vida, no abusar de ella con las drogas, y, por otro nivel,
también se da aquí el lenguaje corporal, la transmisión de la vida, etc. Es por eso
por lo que podemos afirmar que el valor vital nos sirve de fundamento a otros
valores.
Este valor vital y biológico, sin ser espiritual, es la puerta que conduce a los
valores espirituales. El cuerpo, medio de expresión de acción y de comunión de
personas, lo biológico, nos transporta hacia lo interpersonal. Es compromiso vital,
pues, asumir lo que respecta a la salud mental, corporal y social, para llegar a
valores más elevados. Nadie tiene el derecho para comportarse como in
irresponsable frente a su propia vida, y, menos frente a la de otros; de deber
absoluto es asumirla con responsabilidad, para mejorarla y prolongarla, a fin de
cumplir una de las más sublimes misiones humanas.
La cultura nos proporciona, en primer lugar, una base para conocer los valores de
los pueblos, puesto que crea la unidad de grupo y de la sociedad. Canaliza,
prescribe y dirige la satisfacción de nuestros deseos. Proporciona la unidad de
valores que comporte la mayoría de los miembros de una sociedad. Es una de las
bases más importantes de la solidaridad.
En el mundo actual, donde la cultura tiende a ser Universas, esta deberá ser
instrumento del hombre para realizar:
Por ende, la cultura no puede reducirse a ser mera reproducción de los sistemas
políticos, económicos, legislativos, religiosos, vigentes. Antes, al contrario, debe
revertir una función crítica, en orden a una transformación estructural de la
sociedad y la educación.
EJERCICIO COMPLEMENTARIOS
DINÁMICA DE REFLEXIÓN
De estas trece personas, de deberá salvar decidir cuales pasan la bote salvavidas.
No hay tiempo que perder.
PREGUNTAS
- ¿Qué razones tuvo para salvar a las cinco personas que ha señalado?
(justifique su respuesta ampliamente)
- ¿Qué escala de valores se posee para salvar a una persona y no salvar a otra?
(Analizar ampliamente desde la teoría de los valores).
Todo acoto moral entraña la necesidad de elegir entre varios actos posibles. Esta
elección ha de fundarse, a su vez, en una preferencia. Elegimos “a”, porque lo
preferimos, por sus consecuencias, a “b” ó “c”. Podríamos decir también que “a” es
preferido porque se nos presenta como un comportamiento más digno, más
elevado moralmente o, en pocas palabras, más valioso. Y, consecuentemente,
descartamos “b” ó “c”, porque se nos presentan como actos menos valiosos, o con
un valor moral negativo.
Tener que elegir supone, pues, que preferimos lo más valioso a lo menos valioso
moralmente, que constituye una negación del valor de ese género (valor moral
negativo, o disvalor). El comportamiento moral, no solamente forma parte de
nuestra vida cotidiana, no sólo es un hecho humano entre otros, sino que es
valioso; o sea, que tiene para nosotros un valor. Tener un contenido axiológico (de
axios, en griego valor) no sólo significa que consideramos la conducta buena o
positiva, digna de aprecio o alabanza, desde el punto de vista moral; significa
también que puede ser mala, digna de condena o censura, o negativa desde ese
punto de vista moral. En un caso y otro, la valoramos, o juzgamos como tal, en
términos axiológicos.
Pero, antes de examinar en qué sentido atribuímos valor moral a un acto humano,
es preciso determinar qué entendemos que por valor o valioso. Podemos hablar
de cosas valiosas y de actos humanos valiosos. Es valiosos para nosotros un acto
moral, pero también lo son –en un sentido u otro- los actos políticos, jurídicos,
económicos, etc. Lo son, asimismo, los objetos de la naturaleza (un pedazo de
tierra, un árbol, un mineral, etc.); los objetos producidos o fabricados por el
hombre (una silla, una maquina), y, en general, los diversos productos humanos
(una obra de arte, un código de justicia, un tratado de zoología, etc.).
Así, pues, tanto las cosas que el hombre no ha creado, como los actos humanos,
o los productos de la actividad humana, tienen un valor para nosotros. Pero, ¿qué
significa tener valor o ser valioso para nosotros? Más, antes de esclarecer que
cuestiones, habrá que determinar, en primer lugar la naturaleza del valor.
Tenemos, pues, una doble existencia de la plata: A) como objeto natural; B) como
objeto natural humano o humanizado. Como objeto natural, es sencillamente un
fragmento de naturaleza, con determinadas propiedades físicas y químicas. Es así
como existe para la mirada del científico, para el químico inorgánico. En la relación
que mantiene el hombre de ciencia con este objeto, se tratar de determinar lo que
es, describir su estructura y propiedades esenciales. Es decir, en esta relación de
conocimiento, el científico se abstiene de apreciar el objeto, o de formular juicios
de valor sobre él.
Ahora bien, es cuando objeto humano –es decir, como objeto de plata, producido
o creado por el hombre-, se nos presenta con un tipo de existencia que no se
reduce ya a su existencia meramente natural. El objeto de plata posee
propiedades que no interesan, ciertamente, al científico, pero que no dejan de
atraer a los hombre, cuando entran en otro tipo de relaciones distintas de la
propiamente cognoscitiva. La plata no existe ya como un simple objeto natural,
dotado exclusivamente de propiedades sensibles, físicas o naturales, sino que
tiene una serie de propiedades nuevas como son, por ejemplo, la de servir de
objeto de adorno, o producir un placer desinteresado al ser contemplada
(propiedad estética); la de servir para fabricar objetos que tienen una utilidad
práctica (propiedad práctico-utilitaria); la de servir como moneda de medio de
circulación, atesoramiento o pago (propiedad económica).
Veamos, pues, que la plata no sólo existe en el estado natural, que interesa
investigar particularmente al hombre de ciencia, sino como objeto dotado de
ciertas propiedades (estéticas, práctico-utilitarias o económicas), que sólo se dan
en él, cuando se halla en un relación peculiar con el hombre. La plata tiene,
entonces, para nosotros, un valor en cuento a su modo de ser natural; pero se
humaniza adquiriendo propiedades que no existen en el objeto de por sí, es decir,
al margen de su relación con el hombre. Tenemos, pues, unas propiedades
naturales del objeto –como la blancura, la brillantez, la ductibilidad o la
maleabilidad- y otras, valiosas, que se dan en él, en cuanto objeto bello, útil o
económico. Las primeras –es decir, las naturales- existen en él,
independientemente de las segundas. O sea, en plata, por ejemplo, aunque el
hombre no la contemple, trabaje o utilice; es decir, al margen de una relación
propiamente humana con ella. En cambio, las propiedades que consideramos
valiosas, sólo existen sobre la base de las naturales, que vienen a constituir –con
su brillo, blancura, maleabilidad y ductibilidad- el soporte necesario de ellas, o sea,
de la belleza, de utilidad o del valor económico.
Por estas propiedades pueden ser llamadas también humanas, en cuanto que el
objeto que las posee sólo existe como tal, en relación con el hombre (es decir, si
es contemplarlo, utilizando o combinado por él). Vale no como objeto en sí, sino
para el hombre. En suma: el objeto valioso no puede darse al margen de toda
relación con su sujeto, ni independiente de las propiedades naturales, sensibles o
físicas que sustentan su valor.
El término “valor” –cuyo uso se extiende hoy a todos los campos de la actividad
humana, incluyendo, por supuesto, la moral- proviene de la economía.
Corresponde a Marx el mérito de haber analizado el valor económico,
ofreciéndonos, con ello, los rasgos esenciales del valor, en general. Aunque el
valor económico tenga un contenido distinto de otros valores –como el estético,
político, jurídico o moral-, su análisis resulta muy fecundo, cuando se trata de
esclarecer la esencia del valor en general, poniendo de manifiesto su significación
social, humana, con lo cual se está en condiciones de responder con firmeza a la
cuestión cardinal de si son valores objetivos o subjetivos, o de qué tipo peculiar es
su objetividad. Vamos este problema del valor, con respecto a un objeto
económico, como la mercancía.
Aquí tenemos la doble relación del valor que subrayábamos anteriormente: A) con
las propiedades materiales del objeto (sin ellas el valor de uso no existiría
potencial ni efectivamente); B) con el sujeto que lo usa o consume (sin él tampoco
existiría el valor ni potencial ni efectivamente, aunque no por ello el objeto dejaría
de tener una existencia efectiva, como tal objeto material). Podemos decir, por
esta razón: A) que el valor de uso de un objeto natural sólo existe para el hombre,
como ser social, y B) que si bien el objeto pudo existir –antes de que surgiera la
sociedad misma- con sus propiedades materiales, sin embargo, esas propiedades
sólo podían servir de sustento a un valor de uso y, por consiguiente, a un objeto
que ha de ser usado, al entrar en la relación con el hombre social. El objeto sólo
es valioso, en este sentido, para un sujeto.
Para que un objeto tenga un valor de uso, se requiere simplemente que satisfaga
una necesidad humana; con independencia de que sea natural (aire, tierra virgen,
praderas naturales, etc.), o producto del trabajo humano. Cuando estos productos
se destinan no sólo a ser usados, sino, ante todo, a ser cambiados, se convierten
en mercancías, y, entonces, adquieren un doble valor: de uso y de cambio. Este
último es el valor que adquiere – en unas relaciones sociales dadas, basadas en la
propiedad privada sobre los medios de producción- el producto del trabajo
humano, al ser equipado con otros productos. El valor de cambio de la mercancía
es indiferente a su valor de uso: o sea, que es independiente de su capacidad
para satisfacer una necesidad humana determinada. Por sí es indiferente el valor
de uso, sólo un objeto útil puede tener un valor de cambio. (Sólo podemos
cambiar-o equipar- un objeto útil por otro que tiene una utilidad –valor de uso-: es
decir, la cualidad de satisfacer una necesidad humana concreta; sin embargo, el
valor de cambio hace abstracción de uno y otro valor de uso –de las cualidades de
los productos para establecer entre ellos una relación cuantitativa).
Mientras el valor de uso pone al objeto en una relación clara y directa con el
hombre ( con necesidad humana que viene a satisfacer), el valor de cambio
aparece en la superficie como una propiedad de las cosas, sin relación alguna con
él. Dado el valor de cambio como el valor de uso no es una propiedad del objeto
en sí, sino de este como producto del trabajo humano, lo que ocurre es que en
una sociedad en la que se produce para el mercado, y se equiparan los productos
haciendo abstracción de sus propiedades útiles, y del trabajo concreto que
encarnan, su significación humana y social, se oculta, el valor de cambio se
presenta sin relación con el hombre, como una propiedad de la cosa. Esto da a la
mercancía la apariencia de una cosa extraña, ajena al hombre, cuando es la
expresión o materialización de una relación social, humana. El producto del trabajo
humana se vuelve un fetiche, y a esta transformación de un producto del trabajo
humano, en algo ajeno al hombre –extraño y enigmático- al adoptar la forma de
mercancía, es a la que llama Marx el “fetichismo de la mercancía”.
Pero lo que nos interesa subrayar aquí, es: A) Que el valor de cambio – como el
de uso- sólo lo posee el objeto en su relación con el hombre, como una propiedad
humana o social suya, aunque esta propiedad valiosa no se presente en el objeto
(en la mercancía) con la claridad y transparencia con que se da en ella el valor de
uso: B) Que el valor de cambio –como el de uso- no existe, por tanto, en sí, sino
en relación con las propiedades naturales, físicas, del objeto que lo soporta, y en
relación también con un sujeto –el hombre social-, sin el cual tal objeto no existiría,
potencial ni efectivamente, como el objeto valioso.
Definición de valor
1) No existen valores en sí, como entes ideales o irreales, sino objetos reales
(o bienes) que poseen valor.
4) Las propiedades reales que sustituyen el valor, y sin las cuales no se daría
este, sólo son valiosas potencialmente. Para actualizarse y convertirse en
propiedades valiosas efectivas, es indispensable que el objeto se encuentre
en relación con el hombre social, con sus intereses o necesidades. De este
modo, lo que sólo vale potencialmente, adquiere un valor efectivo.
Así, pues, el valor no lo poseen los objetos de por sí, sino que estos lo adquieren
gracias a su relación con el hombre como ser social. Pero los objetos, a si vez sólo
pueden ser valiosos cuando están dotados efectivamente de ciertas propiedades
objetivas.
Objetivismo y subjetivismo axiológicos
Si las cosas no son valiosas de por sí, ¿por qué valen? ¿Valen porque yo –como
sujeto empírico, individual- las deseo, y, en ese caso, sería mi deseo, mi
necesidad o mi interés lo que confiere su valor a las cosas? De ser así, el valor
sería puramente subjetivo. Tal es la tesis del subjetivismo axiológico, que también
podríamos considerarlo como psicologismo axiológico, ya que reduce el valor de
una cosa a un estado psíquico subjetivo, a una vivencia personal. De acuerdo con
esta posición, el valor es subjetivo, porque para darse, necesita de la existencia de
determinadas reacciones psíquicas del sujeto individual, con las cuales viene a
identificarse. No deseamos el objeto porque vale –es decir, porque satisface una
necesidad nuestra-. Sino que vale porque lo deseamos o lo necesitamos. En
pocas palabras, lo que deseo o necesito, o también, lo que me agrada o gusta, es
lo que vale; a su vez, lo que prefiero, de acuerdo con estas vivencias personales,
es lo mejor.
El subjetivismo, por tanto, traslada el valor del objeto, y lo hace depender del
modo como soy afectado por la presencia del objeto. Esto es bello, por ejemplo,
en cuanto que me afecta en cierta forma, al suscitarse en mí una reacción
placentera, desinteresada. Es decir, la belleza del objeto no es puesta en relación
con ciertas propiedades suyas, con cierta estructuración o formación de su
materia, sino que se la hace depender de la emoción o el sentimiento que
despierta en el sujeto. Tal es la tesis fundamental que, con diferentes matices, o
fijando más la atención en un valor que en otro, sostiene los partidarios del
subjetivismo axiológico en nuestra época. (R. B. Perry, LA. Richards, Charles
Stevenson y Alfred Ayer, entre otros).
Veamos ahora en qué tiene razón y en qué no la tiene esta posición subjetiva.
La tiene al sostener que no hay objetos valiosos de por sí, al margen de toda
relación con un sujeto, y, más propiamente, con un sujeto valorizante. Ya
defendido anteriormente este argumentando y, por ello, no insistiremos ahora en
él.
Ahora bien, el subjetivismo yerra al descartar por completo las propiedades del
objeto –ya sean las naturales o las creadas por el hombre- que pueden provocar la
actitud valorativa del sujeto. De otro modo, ¿cómo podría explicarse que distintos
objetos susciten diversas actitudes valorativas en un mismo sujeto, aunque ello no
quiera decir que la relación sujeto-objeto tenga un carácter estrictamente
individual? Es evidente que la existencia de propiedades objetivas, distintas,
contribuyen a despertar reacciones diversas en el mismo sujeto.
2) Los valores se hallan en una relación peculiar con las cosas reales,
valiosas, que llamamos bienes. En lo bienes se encarna determinado valor,
en las cosas útiles, la utilidad; en las cosas bellas, la belleza; y, en los actos
buenos de los hombres, la bondad.
a) los valores existen en sí y por sí, al margen de toda relación con el hombre,
como sujeto que pueda conocerlos, aprehenderlos o valorar los bienes en
que se encarnas. Son, pues, valores en sí, y no para el hombre.
d) Puede variar históricamente las formas de relacionarse los hombres con los
valores (las formas de aprehenderlos o de realizarlos); pueden, incluso, ser
ciegos para percibirlos, en una época dada. Sin embargo, ni la ignorancia
de un valor, ni los cambios históricos en su conocimiento o su realización
afectan en nada a la existencia de los valores, ya que estos existen de un
modo intemporal, absoluto e incondicionado.
Las dos tesis fundamentales del objetivismo axiológico, cuyos rasgos esenciales
hemos enumerado, podemos sintetizarlas respectivamente así: separación radical
entre valor y bien (cosa valiosa), y entre valor y existencia humana. Hagamos
ahora unas breves observaciones críticas, completando lo que hemos expuesto
anteriormente..
Las cosas no creadas por el hombre (los seres naturales), sólo adquieren un valor
al entrar en una relación peculiar con él, al integrarse en su mundo, como cosas
humanas o humanizadas. Sus propiedades naturales, objetivas. Los valores
existen para un sujeto, entendido este, no es sentido puramente individual, sino
como ser social; exigen, asimismo, un sustrato material, sensible, separados del
cual, carecer de sentido.
Los cosas no creadas por el hombre (los seres naturales), sólo adquieren un valor
al entrar en una relación peculiar con él, al integrarse en su mundo, como cosas
humanas o humanizadazas. Sus propiedades naturales, objetivas, sólo se vuelven
valiosas cuando adquieren, por tanto, el modo de ser peculiar de un objeto natural
humano.
Hasta ahora nos hemos ocupado, sobre todo, de los valores que se encarnas en
las cosas reales y exigen, propiamente, un sustrato material, sensible. Los objetos
valiosos pueden ser naturales, es decir, como los que existen en su estado
originario, al margen o independiente del trabajo humano (el aire, el agua o una
planta silvestre), o artificiales producidos o creados por el hombre (como las cosas
útiles o las obras de artes). Pero, de estos dos tipos de objetos, no cabe decir que
sean buenos desde un punto de vista moral; los valores que encarnan o realizan
son, en distintos casos, los de la utilidad o la belleza. A veces suele hablarse de la
“bondad” de dichos objetos y, por este motivo, se emplean expresiones como las
siguientes: “este es un buen reloj”, “el agua que estamos bebiendo ahora es
buena”, “X ha sido escrito un buen poema”, etc. Pero el uso de “bueno” en
semejante expresiones, no tiene ningún significado moral. Un “buen” reloj es un
reloj que realiza positivamente el valor correspondiente: el de la utilidad; o sea,
cumple satisfactoriamente la necesidad humana concreta a la que sirve. Un “buen”
reloj es un objeto “útil”. Y algo análogo podemos decir del agua, al calificarla de
“buena”; con ello, queremos decir que satisface positivamente, desde el punto de
vista de nuestra salud, la necesidad orgánica que ha de satisfacer. Y un “buen”
poema es aquel que, por su estructura, por su lenguaje, cumple
satisfactoriamente, como objeto estético u obra de arte, la necesidad estética
humana a la que sirve.
Así, pues, los objetos útiles, aunque se trate de objetos producidos por el hombre,
no encarnan valores morales, aunque pueden hallarse en una relación
instrumental con dichos valores (como hemos visto en el ejemplo anterior del
cuchillo). Por ello, dichos objetos deben ser excluidos del reino de los objetos
valiosos, que pueden ser calificados moralmente. Cuando el término “bondad” se
aplica a ellos (“buen” cuchillo), debe entenderse con el significado axiológico
correspondiente, no propiamente moral.
Puedo juzgar una obra de arte por su valor religioso o político, pero siempre que
no se pretenda con ello deducir de esos valores su valor propiamente estético.
Quien condena una obra de arte desde el punto de vista moral, no dice nada que
afecta su valor estético; simplemente está afirmando que, en dicho obra, no se
realiza el valor moral que él considera que debiera realizarse en ella. Un mismo
acto o producto humano, puede ser valorado, por tanto, desde diversos ángulos,
en cuanto que en él se encarnan o realizan distinto valores. Pero, aunque los
calores se conjuguen en un mismo objeto, no deben ser confundidos. Esto se
aplica de un modo especial a los valores morales y no tener presente que los
valores morales sólo se encarnan en actos o productos humanos, y, dentro de
estos, en aquellos que se realizan libremente, es decir, conciente y
voluntariamente.
ACTIVIDADES DE PROFUNDIZACIÓN
No nos ocuparemos de cada uno de estos elementos por separado, ya que han
sido estudiados, o habrán de serlo, en los capítulos respectivos. Nos limitaremos
ahora a una caracterización general de la valoración moral, para pasar
inmediatamente al examen del valor fundamental: la bondad.
En primer lugar, hay que tener presente que el valor se atribuye a un objeto social,
establecido o creado por el hombre, en el curso de su actividad histórico-social.
Por tanto, la valoración, por ser atribución de un valor así constituido, tiene
también un carácter concreto, histórico-social. Puesto que no existen en sí, sino
por y para el hombre, los valores se concretizan de acuerdo con las formas que
adopta la existencia del hombre, como ser histórico-social.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta que los objetos valorados, son actos
propiamente humanos y que, por tanto, los seres inanimados o los actos animal –
como ya hemos subrayado- no pueden ser objeto de valoración moral. Pero no
todos los actos humanos se hallan sujetos a semejante valoración –a una
aprobación o reprobación en el sentido moral-, sino sólo aquellos que afectan, por
sus resultados y consecuencias, a otros. Así, por ejemplo, el levantamiento de una
piedra que encuentro en un terreno desértico, no puede ser valorado moralmente,
ya que no afecta a los intereses de otro (si se trata, por supuesto, de un lugar
deshabilitado); en cambio, levantar una piedra en la calle, evitando con ello un
peligro a un transeúnte, si tiene un significado moral. Así, pues, puedo atribuir
valor moral a un acto si –y sólo si- tiene consecuencias que afectan a otros
individuos, a un grupo social o la sociedad entera.
Al tener que tomar en cuenta esta relación entre el acto de un individuo y los
demás, el objeto de la valoración se inscribe necesariamente en un contexto
histórico-social, de acuerdo con el cual dicha relación adquiere o no un sentido
moral. Veamos, por ejemplo, lo que sucede a este respecto con una actividad
humana, como el trabajo. En una sociedad basada en la explotación del hombre
por el hombre –y, más profundamente, en las de la producción de plusvalía-. La
actividad laboriosa es puramente económica, y carece de significado moral. Para
el propietario de los medio de producción, que se apropia a su vez de los
productos creados por el obrero, le son indiferentes las consecuencias de su
trabajo para él mismo, es decir, para el trabajador, como hombre concreto, o para
los demás, en su existencia propiamente humana. El trabajo escapa así a toda
valoración moral; es un acto puramente económico, y, como tal, lucrativo. Para el
obrero que no se reconoce en su trabajo y que ce a este como un medio para
subsistir, carece también de significación moral; sólo un estímulo material,
meramente económico, lo puede impulsar a realizarlos. En esas condiciones
sociales concretas, no se podría reprobar moralmente el modo como ejerce su
actividad. Otra cosa sucede en una sociedad en la que el trabajo deja de se una
mercancía, y este recobra su significación social, como actividad creadora que
sirve a la sociedad entera. En esas condiciones, rehuirlo o efectuarlo
exclusivamente,. Por un estímulo material, se convierte en un acto reprochable,
desde el pinto de vista moral. Vemos, pues, que los actos humanos no pueden ser
valorados aisladamente, sino dentro de un contexto histórico-social, en el seno del
cual cobra sentido al atribuirles determinado valor.
Así, pues, por el valor atribuido, por el objeto valorado y por el sujeto que valora, la
valoración tiene siempre un carácter concreto; o sea, es la atribución de un calor
concreto en una situación dada.
Así, pues, las ideas de lo bueno y lo malo cambian históricamente, de acuerdo con
las diferentes funciones de la moral efectiva de cada época, y esos cambios se
reflejan bajo la forma de nuevos conceptos, en las doctrinas éticas. Tomando en
cuenta la aspiración común de los hombres de alcanzar lo bueno, por considerarlo
el valor moral fundamental, aunque siempre de acuerdo con sus aspiraciones
concretas en cada época o en cada sociedad, veamos, en el plano de teoría ética,
algunas de las respuestas principales a la pregunta acerca de la naturaleza de lo
bueno. Entre estas concepciones principales, tenemos las que definen lo bueno
como felicidad, placer, buena voluntad o utilidad.
Veamos ahora las tesis fundamentales del hedonismo, así como las dificultades
que suscitan.
Esta tesis se funda en el hecho psicológico de que todos los hombres desean el
placer como fin, hecho que puede ser reconocido, si es interpretado en el sentido
de que los hombres prefieren el placer al displacer, o dolor. Pero, de acuerdo con
nuestra crítica del subjetivismo axiológico, una cosa no puede ser intrínsecamente
bueno, en cuanto que es deseable o preferible al dolor, la bondad moral de un
acto placentero no puede ser aislado de sus consecuencias. Recordemos a este
respecto “el placer de la venganza”; quien lleva a cabo una calculada y pérfida
venganza, puede experimentar un placer pleno, pero impregnado moralmente de
las consecuencias y de la naturaleza negativa del acto.
Con esta tesis se contribuye a borrar de nuevo la línea divisoria entre lo bueno y lo
malo, en sentido moral, ya que el placer acompaña a las experiencias más
variadas, incluyendo aquellas que, como la contemplación de un cuadro, no tiene,
al menos esencialmente, un significado moral. Por otro lado, una buena acción –
en sentido moral- también produce satisfacción en quien la ejecuta, pero de
acuerdo con la doctrina hedonista, su valor moral radicaría, no en una bondad
intrínseca, o inherente al acto o a sus consecuencias, sino al placer que produce.
Pero ya hemos visto que una acción moralmente negativa también, produce
placer: lo siente, por ejemplo, el asaltante que ataca de improvisto a un
desprevenido transeúnte, en tanto que el desvalijado noctambulo, experimenta
displacer o dolor. Para el hedonista, la bondad y la maldad en sentido moral
tendrían, pues, un valor puramente instrumental; es decir, tanto una como otra,
estarían al servicio de lo único que es intrínsecamente bueno: el placer. Pero, con
ello, hemos quedado fuera del verdadero dominio de la moral.
A diferencia de las dos tesis anteriores, que son compartidas por todos los
hedonistas cuantitativos (como Epicuro y Bentham, para los cuales las diferencias
cualitativas del placer, no implican diferencia alguna en cuanto al valor o bondad),
y los hedonistas cualitativos (como John Stuart Mill), para estos las diferencias
cualitativas producen diferencias del valor. O sea que para los hedonistas
cuantitativos, la bondad depende de la cantidad de placer, mientras que para los
hedonistas cualitativos, las diferencias cualitativas del placer producen diferencias
de valor.
Kant considera que lo bueno ha de ser algo incondicionado, sin restricción alguna;
es decir, no depende de circunstancias o condiciones que escapen a nuestro
control, ni tampoco de las consecuencias de nuestros actos. Pero ¿hay algo
bueno en este sentido absoluto, irrestricto o incondicionado? Veamos las dos
concepciones de lo bueno, examinadas anteriormente.
¿Qué es entonces, lo que puede ser bueno de un modo absoluto, sin restricción
alguna, en toda circunstancia y en todo momento, cualesquiera que sean los
resultados o consecuencias de nuestra acción?
“La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su
aptitud para alcanzar un fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el
querer, es decir, es buena en sí misma. Considerada por sí misma, es, sin
comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que pudiéramos obtener por
medio de ella”.
Pero esta buena voluntad no debe ser confundida con un mero deseo, que se
queda sólo en eso, sin echar mano de todos los medios de que dispone, o en una
simple intención, que no va más allá de un intento de hacer algo, aunque
ciertamente no se consigna lo que se quería, o aunque las consecuencias de
nuestra acción no respondan a nuestro propósito. Por ello dice también Kant, en la
misma obra, tratando de que quede bien claro lo que entiende por “buena
voluntad”.
“Aun cuando se diera el caso de que, por una particular ingratitud de la fortuna, o
la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa
voluntad la facultad de realizar su propósito; incluso si, a pesar de sus mayores
esfuerzos, no pudiera conseguir nada y sólo quedarse la buena voluntad –no,
desde luego, como un mero deseo, sino como el acopio de todos los medios que
están a nuestro alcance-, sería esa buena voluntad como una joya que brilla por sí
misma, como algo que tiene en sí mismo su pleno valor. La utilidad o la inutilidad
no pueden añadir, ni quitar nada a eso valor”.
Así, pues, la buena voluntad no se ve afectada –no deja de ser buena- pro el
hecho de que las circunstancias o condiciones impidan que se cumplan sus
propósitos; pero tampoco puede reducirse a la buena intención, que se queda en
un simple deseo. Tampoco basta actuar conforme al deber. Así, por ejemplo, es
un deber nuestro cumplir lo prometido. Pero este deber puede ser cumplido por
diversas razones: por las ventajas que podamos obtener de ello; por temor a las
consecuencias de su incumplimiento; por una inclinación nuestra a obrar así, etc.
En todos esos casos se ha cumplido lo prometido; es decir, se ha actuado
conforme al deber, pero no por el deber. En ninguno de esos casos, a juicio de
Kant, resplandece lo único que es bueno moralmente, sin condición o restricción
algunas: la buena voluntad, o sea, la voluntad que actúa, no sólo de acuerdo con
el deber, sino por respeto al deber, determinada única y exclusivamente por la
razón.
Pero ¿Qué voluntad es esta y donde podemos hallarla? Esta buena voluntad,
independiente de las circunstancias y de las inclinaciones e intereses humanos
concretos, y sólo determinada por la razón, no es la voluntad de los hombres
reales, determinados histórica y socialmente, e insertos en la malla de las
exigencias, intereses y aspiraciones de su existencia afectiva. Lo bueno, así
concebido –como “buena voluntad”-, se inscribe en un mundo ideal, “ahístorico” e
intemporal, que se convierte para los hombres reales en un nuevo “más allá”.
1ª. Por su carácter abstracto, formal y universal, esta moral de la “buena voluntad”
es impotente e infructuosa, en el mundo concreto de los hombres reales, para
regular efectivamente sus relaciones mutuas.
3ª. Si en cada acto moral no puedo desentenderme del que es afectado por él, no
puedo ignorar entonces las consecuencias que lo afectan práctica y
efectivamente, aunque no afecten a mi “buena voluntad”.
4ª. Si el otro –como persona- debe ser tomado en cuenta, ¿por qué hemos de
preferir una voluntad buena, pero impotente, o que siendo pura, puede, incluso,
acarrearle males a una voluntad no tan “buena” o tan “pura”, que, sin embargo, le
aporta más bien al otro?
5ª. Si la “buena voluntad” no basta para evitar a otro las malas consecuencias de
su acción, ¿puede desentenderse el sujeto de ella, de lo que pudiera evitar esas
consecuencias negativas para otro, y, sin embargo, podría ser considerada
verdaderamente buena?
6ª. Al privar de todo valor moral a lo que se cumple por un impulso o inclinación, y
admitir sólo como bueno lo que se cumple por deber, surgen una serie de
dificultades. ¿Quién es más bueno moralmente: quien no roba por la convicción de
que ése es su deber, o el que se abstiene de hacerlo, no por esa convicción, sino
tras de una larga y dura lucha para vencer sus tentaciones o inclinaciones? ¿Por
qué el ladrón que ha de recorrer un duro, y a veces, largo camino para abstenerse
de robar, habría de tener menos valor moral que el que se abstiene de hacerlo, sin
necesidad de librar esa dura lucha, sólo porque está plenamente convencido de
que ése es su deber? Pero, por otro lado, si consideramos que el ladrón, en este
caso, es más bueno moralmente, nos encontraríamos entonces con la paradoja de
que el hombre más conformado o más hecho desde el punto de vista moral,
tendría menos valor, al actuar, que el menos conformado moralmente. Pero la
paradoja sólo se produce por esta tajante oposición Kantiana, entre actuar por
deber, y cualquier otro tipo de obrar, que no tenga por base este motivo, aunque
se trate de un obrar conforme al deber.
Para esclarecer la relación que los utilitaristas establecen entre lo bueno y lo útil,
hay que comprender sus respuestas a dos preguntas fundamentales, a saber:
Descartada esta significación de “lo útil” (como lo útil para mí, independientemente
de que lo sea o no para los demás), cabría entender el utilitarismo en el sentido
opuesto: como una doctrina que concibe lo “bueno” como lo “útil” para los demás,
independientemente de que coincida o no con nuestro propio bienestar personal.
De acuerdo con esta posición, lo bueno sería lo útil para los otros, aunque esta
utilidad entrara en contradicción con mis intereses personales. El utilitarismo sería
así –en diametral oposición del egoísmo ético- un altruismo ético.
Pero ¿Cómo conciliar los diversos intereses –el de los demás y el mío-, cuando
entran en conflicto? Un conflicto de este género puede presentarse, por ejemplo,
cuando un país pequeño es agredido por una potencia extranjera, y se libra
entonces una guerra justa, defensiva y patriótica. El interés personal exige, por un
lado, conservar la propia vida, o no renunciar a las comodidades de ella; p3ro el
interés general reclama, por el contrario, renunciar a dichas comodidades y
arriesgar la vida incluso en el campo de batalla. El utilitarismo aceptará en este el
sacrificio del interés personal, de la felicidad propia, o incluso, de la propia vida, en
aras de la de los demás, o en beneficio de la comunidad entera. Pero este
sacrificio no lo considerará útil o bueno en sí, sino en cuanto que contribuye a
aumentar o extender la cantidad de bien para el mayor número. Incluso, el
ofrendar la vida, en este caso, será útil o provechoso (es decir, bueno), porque de
lo contrario se acarrearía más mal (o sea, las consecuencias serían peores) que
en cualquier otro acto que se realizara en lugar de él.
Así, pues, lo bueno (lo útil) depende de las consecuencias. Un acto será bueno si
tiene buenas consecuencias, independientemente del motivo que impulsó a
hacerlo, o de la intención que se pretendió plasmar. O sea, que
independientemente de que el agente moral se haya propuesto o no, que un acto
suyo sea ventajoso para él, para los demás o para toda la comunidad, si el acto es
beneficioso por sus consecuencias sólo podemos conocerlas después de
realizado el acto moral, se requiere siempre una valoración o un cálculo previos de
los efectos o consecuencias.
Pero, por otro lado, las dificultades crecen si se tiene en cuenta que, en una
sociedad dividida en clases antagónicas, el “mayor número posible” tropieza con
límites insuperables impuestos por la propia estructura social. Así, por ejemplo, si
el contenido de lo útil se ve en la felicidad, el poder o la riqueza, veremos que la
distribución de estos bienes que se consideran valiosos no puede extenderse más
allá de los límites impuestos por la propia estructura económico-social de la
sociedad (tipo de relaciones de propiedad, correlación de clases, organización
estatal, etc.). Finalmente por no tener presente las condiciones histórico-sociales
en que ha de aplicarse su principio, el utilitarismo olvida que, en las sociedades
basadas en la explotación del hombre por el hombre, la felicidad del mayor
número de hombres no puede ser separada de la infelicidad que la hace posible.
Si, a título de ejemplo, tenemos presente la sociedad esclavista griega y,
particularmente, la polis ateniense, veremos que la felicidad del mayor número (de
hombres libres) tenía por base la infelicidad de un número mayor aún (de
esclavos). Lo mismo cabe decir de una sociedad colonial en la que la felicidad del
mayor número (la minoría de los colonizadores) se da sobre la base de la
infelicidad de la inmensa mayoría (los colonizados) o cuando se trata de un Estado
industrial, regido por la ley de la producción de la plusvalía, y en el cual con el
progreso de la industria y la técnica, y el incremento de bienes de consumo, la
infelicidad del hombre manipulado o codificado no hace más que extenderse,
aunque a veces no sea consciente siquiera –a tal punto llega su enajenación- de
su propia infelicidad.
Vemos, pues, que lo bueno se da en una peculiar relación entre los intereses
personales y colectivos. Partiendo de que el individuo es un ser social, y de que la
sociedad no es un conglomerado de átomos sociales, individuo y sociedad se
implican necesariamente, y de ahí su relación necesaria en la que no podemos
aislar o hipostasiar ninguno de los dos términos. Pero la necesidad de esa
relación no significa que históricamente haya estado siempre en una vinculación
adecuada: justamente la que constituye la verdadera esfera de lo bueno.
5. ACTIVIDADES DE PROFUNDIZACIÓN
a) El Eudemonismo
ESTRUCTURA
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
La educación
Bibliografía
INTRODUCCIÓN
Las lecturas que aparecen a continuación, son algunos de los textos que han
sido seleccionados para que el asesor tenga material suficiente y necesario de
acompañamiento; así mismo, para que pueda variar el manejo de las asesorías
logrando hacerlas menos monótonas y pobres de contenido.
Cada lectura de apoyo tiene unas actividades de profundización que la harán
más interesante y provechosa tanto para el estudiante, como para el desarrollo
del curso.
1.1. Tratara justa e imparcialmente a los estudiantes, sin tener en cuenta las
características físicas, mentales, emocionales, políticas, económicas,
sociales, raciales o religiosas
1.2. Reconocerá las diferencias entre los estudiantes y tratara de satisfacer sus
necesidades individuales.
1.3. Animara a los estudiantes para que formulen y anhelen altas metas
individuales en el desarrollo de sus dotes físicas, intelectuales, creativas y
espirituales.
2.1. Respetara el derecho natural que los padres tienes sobre sus hijos
2.2. Buscara establecer relaciones amistosas y cooperativas en el hogar
2.4. Suministrara a los padres de familia la información que mejor sirva a sus
hijos, y tratara con discreción la información recibida de los padres.
4.7. Será justo en todas las recomendaciones que haga acerca del trabajo de
otros profesores.
5.2. Apoyara a los otros profesores que hayan actuado en su nombre, y con su
consentimiento.
5.3. Hablara constructivamente de otros profesores, pero informara
honestamente a personas responsables sobre asuntos relacionados con el
bienestar de los estudiantes, el sistema escolar y la profesión.
6.3. Observar una conducta intachable, para ser ejemplo ante discípulos,
compañeros y conciudadanos.
6.9. Ser alegre con sus alumnos, optimista en su trabajo y sociable con todos.
Le basta simplemente con ser buena y con resistir todos los análisis que sobre ella
se hagan desde distintos frentes. Por eso se requiere una gran personalidad.
ACTIVIDADES DE PROFUNDIZACION:
1. Identificar aquellos principios éticos del educador, los cuales brillan por su
ausencia en este municipio.
Las relaciones que el código ético provoca en los adultos que no son consejeros,
no siempre concuerdan con las que aquellos cuyo objetivo es resguardar la
intimidad de los niños, especialmente la de los implicados en relaciones de
consejo individual y de pequeños grupos.
El consejero que se siente molesto por el papel que desempeña en las relaciones
de ayuda, es probable que se sienta igualmente molesto por las exigencias que le
imponen los estudios del ambiente del niño, el desarrollo de los programas y su
desarrollo personal. Si bien sus múltiples contactos diarios con diversas personas,
así como las apreciaciones, a veces poco lógicas de estas, pueden afectar la
capacidad del consejero para aceptarlas y comprenderlas, la conducta que
adopte, al afrontar las responsabilidades complementarias, puede comprometer su
propia imagen ante los ojos de los miembros de la escuela y de la comunidad. El
respeto por el individuo y la observancia de normas de conducta elevadas, son
cualidades inherentes al sistema de vida del consejero y en consecuencia, este
considera muy natural cumplir con los siguientes principios.
14.1. Se esfuerza, en la medida de sus posibilidades, por fomentar el
desarrollo y el mejoramiento de su profesión.
1. INTRODUCCION
Aristóteles, que definió al hombre como “un animal racional”, también alcanzo a
determinarle como un “animal político”. Con otras palabras, el filósofo griego
define al hombre como el ser que vive en sociedad. El animal irracional desarrolla
su vida en rebaño, en manada o en piara, cuyos miembros no establecen entre sí
vínculos comunes de convivencia que nazcan y tomes origen de su propia
naturaleza.
Esta concepción del hombre debe ser una ayuda para valorar a los “otros”, es
decir, a los demás hombres. En esta perspectiva no se entiende por qué Sartre ha
afirmado “el infierno son los otros”.
En una sana antropología “los otros” cabe que sean el infierno, porque pueden
constituir una amenaza para el “Yo”. Es, además, evidente que “los otros” limitan
mi libertad, pero son también la posibilidad máxima de que Yo pueda realizarme
como hombre, porque me permiten la comunicación. Los “otros” son, sobre todo,
conversación enriquecedora, amistad agradable, ayuda necesaria, amor
comunicativo, etc.
Sartre describe a “los otros” como una amenaza, pero la verdadera sociabilidad
del hombre, más que en una amenaza, debe convertirse en comunión creadora.
Es necesario redescubrir la profundidad de la frase de Arthur Rimband: “Yo es el
otro” (je est un autre). La ínter subjetividad es la vocación plena del hombre.
De hecho, no haría falta aducir prueba alguna que demostrase que el hombre es
social por naturaleza. Bastan los datos históricos para probar que el hombre vive
como tal, cuando desarrolla su sentido social y por el contrario, se degrada en la
medida en que, o más bien lo social ahoga su propia persona, o cuando el
individuo fomenta los más salvajes egoísmos. Además, es una constatación
personal de todos: sabe más de su sentido social el que lo vive, porque
experimenta su riqueza, que el profesor de metafísica que aduce argumentos a
favor de la sociabilidad natural del hombre.
No obstante, las pruebas que demuestran que el hombre el social por naturaleza,
se basan en múltiples hechos.
Pero el hombre no solo busca esas “salidas hacia el otro” en busca de una
complementariedad, sino que de esas mutuas relaciones surgen costumbres,
hábitos, instituciones, deberes y derechos que comprometen su misma existencia.
Las plasmaciones del espíritu social del hombre están postulando una realidad
que esta o por encima de sus iniciativas particulares, y que tiene un fundamento
ontológico en su mismo ser.
Resulta, pues, evidente que, al hablar del hombre, es imprescindible salvar esa
doble dimensión, de forma que una no aniquile a la otra. Apostar por uno de esos
dos elementos ha sido una constante de la historia humana, dando lugar a
diversos desequilibrios; individualismo exagerado y socialismo colectivista son dos
formas de entender al hombre y que han tenido vigencia en distintas épocas de la
humanidad. Aun cabe decir más; ni siquiera los distintos sistemas filosóficos y
políticos, a pesar de sus afirmaciones expresas, han logrado la síntesis entre la
defensa de la persona como individuo y sus exigencias colectivas, en la sociedad.
Así, por ejemplo, todos los sistemas filosóficos, políticos, colectivistas, los
totalitarismos, no alcanzan a valorar la dimensión personalista del hombre y, casi
siempre, de un modo u otro, el individuo queda subordinado a las exigencias de la
“clase social”. En tales sistemas, la persona sucumbe frente y ante las exigencias
colectivistas de la sociedad.
7. INDIVIDUALISMO Y MASIFICACION
Pero ese egoísmo individualista pasa a quien lo practica una costosa factura: el
precio del egoísmo es la soledad. La neurastenia es, frecuentemente, el resultado
de un individualismo exagerado, que se inicia por el intimismo del culto a la propia
persona y acaba en el ensimismamiento narcisista.
Por eso, en esa síntesis, se consigue hasta un equilibrio psíquico: persona normal
es la que sabe integrar el amor a su dignidad de hombre y cultiva los valores que
emanan de la vida social.
“Esta esfera, que ya está planteada con la existencia del hombre como hombre,
pero que todavía no ha sido conceptualmente dibujada, la denominamos la esfera
del “entre”. (M. Buber, Que es el hombre, México 1976, pp. 146-1147).
“La necesidad de ser visto o de aparecer, el “estar en público” como dicen los
alemanes, aparece ya en el reino animal (el pavo real que, observado, pavonea).
Se manifiesta muy pronto en el niño, a lo largo del segundo año. El exhibicionismo
de estos adultos que buscan la publicidad y la confianza a todo precio, que solo se
complacen cuando están en las candilejas y al descubierto, es la cristalización
infantil de una fase insuficientemente sublimada del instinto. (…)”
“Por grosera que sea la formula “el ojo ve todas las cosas excepto a sí mismo”,
contiene algo de verdad. Por lo menos el ojo solo se ve en un espejo, y el mejor
espejo para la mirada del hombre es la mirada de otro hombre. Aquel niño de dos
años, que, cuando para hacer reconocer su propiedad a su hermana, decía: “mi
tuyo”, designaba en un leguaje espontáneo un itinerario humano fundamental” (M.
Mounier, El yo entre otros, Madrid 1962, pp. 308-313).
“Los otros no quieren decir lo mismo que la totalidad de los restantes, fuera de mi,
de la que se destaca el yo; los otros son, antes bien, aquellos de los cuales
regularmente no se distingue uno mismo, entre los cuales uno es también uno …
El mundo del “ser ahí” (el hombre) es un “mundo con”. El “ser ahí” (el hombre) es
“ser con” otros. El “ser en si” intramundano con estos es “ser ahí con otros”… Esta
proposición fenomenológica: “el ser de ahí”, que es esencialmente “ser con”, tiene
un sentido ontológico-existencialista. El “ser con” determina existencialmente el
“ser ahí” {o sea el hombre}. (…)”.
El ‘ser solo’ es un modo deficiente del ‘ser con’… El ‘ser uno para el otro’ ‘uno con
otro’, ‘uno sin otro’, el ‘pasar de largo junto a otro’, el ‘no importarle nada uno a
otro’ son modos posibles de la existencia inauténtica”. (M. Hedegger, Ser y
Tiempo, México 1951, pp. 137-141).
“No es que el sujeto exista y ‘además’ haya cosas, sino que ser sujeto “consiste”
en estar abierto a las cosas. La exterioridad del mundo no es un simple factum
(hecho), sino la estructura ontológica formal del sujeto humano. En su virtud,
podría haber cosas sin hombres, pero no hombres sin cosas, y ello no por una
especie de necesidad fundada en el principio de causalidad, ni tan siquiera por
una especie de contradicción lógica, implicada en el concepto mismo de hombre,
sino por algo más: porque siria una especie de contra-ser o contra-existencia
humana. La existencia de un mundo exterior no es algo que le viene al hombre
desde fuera; al revés: le viene desde si mismo… Sin cosas, pues, el hombre no
sería nada. (…).
7. COLECTIVISMO
Se califica de colectivo todo concepto que denota multitud, toda reunión de varios
individuos, a menudo con el sentido accesoria estimativo de “ masa”, en la que
parecen la peculiaridad y el valor propio de los elementos (hombres o cosas); por
eso al hombre inserto en lo colectivo, se le concibe muchas veces como hombre
despojado de su propia dignidad personal (de su situación de sujeto), defraudado
hasta venir a ser mera cosa (objeto de curso social y económico).
“El hombre se pregunta; Que soy? De donde vengo? Donde puedo estar?. El
hombre puede reflexionar sobre sí mismo y colocarse, en un momento dado, en
una cierta realidad; es un ser en búsqueda constante de ser mas, y como puede
hacer esta autor reflexión, se puede auto-descubrir como un ser inacabado que
está a la búsqueda… Esta búsqueda debe hacerse con otros seres que también
buscan ser mas, en la comunión con otras conciencias”. (P. Freire).
Aparece, en primer lugar, la libertad considerada como valor y como medio para la
realización de valores. Pero esa libertad se entiende como un proceso dinámico,
creativo, por el que el hombre toma conciencia de sí, y se abre al mundo y a los
otros hombres en un dialogo y compromiso de acción.
Este “con” pertenece al ser mismo del hombre y no es un añadido suyo”. (X. zubiri,
Naturaleza, Historia, Dios, Madrid 1959, pp. 313-319).
“El Yo nace después del tu y frente a él, como culatazo que nos da el terrible
descubrimiento del tu, del prójimo como tal, que tiene la insolencia de ser el otro”
(Ortega y Gasset).
Antes del dialogo en gran grupo, leed los textos que ofrecemos a continuación,
pensad y reflexionad sobre ellos, analizando los aspectos positivos y negativos
que detectéis en cada planteamiento, y elaborad una crítica personal de cada una
de esas concepciones del hombre y de la sociedad, siempre a la luz de lo que
sintáis y percibáis desde vuestra experiencia y de lo que hayáis podido descubrir
en el desarrollo del tema.
9. INDIVIDUALISMO
Pero ese egoísmo individualista pasa, a quien lo practica, una costosa factura: el
precio del individualismo es la soledad y la neurastenia.
ACTIVIDAD DE PROFUNDIZACION No 2
1. Presentar argumentos que sustenten la necesidad de Inter-relacionar en toda
persona su ética individual con la moral social.
4. Hacer una síntesis de las pruebas sobre sociabilidad natural del hombre y
estas como podrían ser implementados en el medio educativo.