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Universidad Central de Venezuela

Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas

Escuela de Derecho

Materia: Derecho Penal II / Sección: T.

Prof. Luis Martínez

“Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles,


inhumanos o degradantes”
(Artículo 5 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.)

*Tema 6: Delitos de tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes.*

Realizado por:
1) María Luisa Elena Mayoral Izaguirre.
Cédula de Identidad V-18.493.502
2) Judith González.
Cédula de Identidad V-10.566.547
3) Yuliza Gil.
Cédula de Identidad V-26.838.970
4) Evelyn Lara.
Cédula de Identidad V-15.759.577
ÍNDICE
Introducción: .............................................................................................................................................. 3
1. Definición de Tortura:........................................................................................................................... 6
2. De las funciones del Estado Parte: ...................................................................................................... 7

3. De la tortura y otras formas de malos tratos en el contexto internacional: ................................... 9

4. De la tortura y maltrato en relación al género y orientación sexual: ........................................... 10


5. Reseña histórica Internacional: .......................................................................................................... 11

6. Marco legal del delito de tortura en Venezuela: ............................................................................. 15


Conclusiones sobre la jurisprudencia relacionada con la tortura y tratos crueles: ........................ 17

Bibliografía consultada: .......................................................................................................................... 21

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Introducción:
El presente documento ha sido elaborado sobre la base del levantamiento

bibliográfico relacionado con los delitos de tortura y otros tratos crueles, inhumanos o

degradantes, con el fin de profundizar, en lo posible, dado a la amplitud del tema, en

los conocimientos acerca de la prohibición de la tortura y sobre todo de su prevención,

sirviendo de guía para sus lectoras y lectores. El objetivo de este trabajo es ofrecerle,

tanto a expertos como a aquellos que no están familiarizados con el tema, un panorama

de la definición de la tortura, los deberes asumidos por los Estados, y el alcance de la

prohibición en el derecho penal internacional sobre el delito de tortura. Énfasis

particular se hará sobre el Derecho Penal venezolano en el ámbito de la ley especial

sobre la prohibición de la tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes.

A partir de la exhaustiva revisión bibliográfica se evidencia que los delitos de

tortura y tratos crueles son considerados en el derecho internacional como la causa

primaria de violación de los derechos humanos, siendo la prohibición contra la tortura

en el derecho internacional “absoluta” tal y como lo son la prohibición contra la

esclavitud o el genocidio. La tortura es, además, inadmisible bajo cualquier

circunstancia, incluso la guerra, la emergencia pública o ante una amenaza terrorista.

Esta prohibición es tan fuerte y aceptada universalmente que se ha convertido en un

principio fundamental del derecho internacional consuetudinario, incluida en casi todos

los tratados internacionales que reconocen y aseguran los derechos de cada persona, así

como en leyes de cobertura nacional redactadas específicamente para este fin.

Tanto así, que la prohibición de la tortura es uno de los pilares fundamentales del

derecho internacional establecida en la mayoría, si no todos, de los instrumentos

internacionales universales como la Declaración Universal de Derechos Humanos, la

Convención contra la Tortura y otros Tratos Crueles, Inhumanos o Degradantes y su

Protocolo Facultativo; instrumentos regionales como la Convención Americana de

Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas. Estos organismos han

desarrollado y han adoptado normas y estándares internacionales a ser aplicados en los

Estados Partes para garantizar a todas las personas una protección eficiente contra la

tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes. La prohibición de la


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tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes está consagrada en los distintos

instrumentos internacionales, entre los cuales se encuentran la Declaración Universal de

los Derechos Humanos de 1948 (artículos 3 y 5), Convenio de Ginebra de 1949

(protocolo II, art. 4), Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos de 1966

(arts. 6 y 7), y la Convención Americana sobre Derechos Humanos «Pacto de San José

de Costa Rica» de 1968 (artículos 4 y 5), entre otros. Además, la Corte internacional de

Derechos Humanos advirtió que es obligación y responsabilidad del Estado precautelar

el derecho a la integridad física, sobre todo para aquellas personas que se encuentran o

permanecen bajo su tutela.

Desde la ventajosa posición en que nos encontramos en el siglo XXI, con pocos

Estados que admiten abiertamente la existencia de abusos a los derechos humanos, es

tal vez difícil imaginar la naturaleza revolucionaria de los primeros tratados sobre la

prohibición de la tortura redactados antes del siglo XIX. Actualmente, los países

reconocen tres sistemas regionales para la protección de los derechos humanos: uno en

Europa, otro en el continente americano y otro en África. Para su funcionamiento

coordinado, los tres sistemas adoptaron un mecanismo conformado por dos organismos

para la protección de los derechos humanos, que consiste en una Comisión, organismo

cuasi judicial con la facultad de emitir decisiones y recomendaciones, y un Tribunal o

Corte con la facultad de emitir fallos vinculantes en términos jurídicos. Por otra parte,

existe el Comité de Derechos Humanos y el Comité contra la Tortura de las Naciones

Unidas (UNCAT) encargado de interpretar las obligaciones de los Estados en virtud del

Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) y la Convención contra la

Tortura. Por decisión de los países, dichos comités no son tribunales sino organismos

cuasi judiciales, es decir que sus decisiones, aunque son importantes para la

interpretación de los tratados, no son estrictamente vinculantes en términos jurídicos.

Es importante destacar que la tortura: (1) es un delito pluriofensivo, ya que afecta

varios bienes jurídicos tutelados como son la integridad física, la salud física y mental,

la vida y la libertad; y (2) es un delito especial, debido a que el sujeto activo no puede

ser cualquier persona, sino en principio, sólo por un círculo reducido y delimitado de

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posibles autores como son los funcionarios y demás personas que ejercen funciones

públicas.

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1. Definición de Tortura:
La definición legal de la tortura, acordada a nivel internacional, esta descrita en

el artículo 1º de la Convención de las Naciones Unidas contra la Tortura y Otros Tratos

o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes que dice textualmente: “se entenderá por el

término ‘tortura’ todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o

sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero

información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha

cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en

cualquier tipo de discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un

funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya, o con

su consentimiento o aquiescencia. No se considerarán torturas los dolores o sufrimientos que

sean consecuencia únicamente de sanciones legítimas o que sean inherentes o incidentales a

éstas”. En esta definición se señalan de manera implícita los tres criterios acumulativos

que incluyen la imposición de forma intencionada de dolor o sufrimiento grave, ya sea

física o mentalmente por un funcionario público, que esté directa o indirectamente

involucrado, con un propósito específico, indicándose también que los actos que no se

ajusten a esta definición pueden constituir tratos o penas crueles, inhumanos o

degradantes según lo dispuesto en el artículo 16 de la Convención (A/63/175, párr. 46).

Aún más relevante es el hecho que esta definición de tortura cubre actos positivos así

como también omisiones. Sin embargo, tanto el Tribunal Europeo de Derechos

Humanos como la Corte Interamericana de Derechos Humanos coinciden en que la

definición de la tortura debe ser objeto de constante revisión a la luz de la realidad

mundial y de la evolución de valores de las sociedades democráticas

(A/HRC/13/39/Add.5, párr. 30) para cubrir aquellos actos que pueden no haber sido

previstos por los redactores de las primeras declaraciones y leyes, tal como fue señalado

en el Comentario del Comité Internacional de la Cruz Roja a los Convenios de Ginebra.

En todo caso, uno de los objetivos principales de la tortura es destruir la integridad

física y el funcionamiento psicológico y social de la víctima.

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2. De las funciones del Estado Parte:
La responsabilidad del Estado en casos de tortura queda claramente descrita en

los artículos 12 y 13 de la UNCAT: “Todo Estado Parte velará por que, siempre que

haya motivos razonables para creer que dentro de su jurisdicción se ha cometido un

acto de tortura, las autoridades competentes procedan a una investigación pronta e

imparcial”, aún en ausencia de una denuncia formal (Observación General N° 2, párrafo

18. Ibíd. Artículo 16), como ocurrió en caso Blanco Abad c. España, Comunicación CAT

N° 59/1996, 14 de mayo de 1998, párrafo 8.2). Los referidos artículos también

determinan que la investigación deber ser emprendida por el Estado Parte cuando

existen evidencias razonables de tortura o de malos tratos, cualquiera sea el origen de la

sospecha, debe ser llevada a cabo por individuos calificados y debe estar orientada a

determinar la naturaleza y circunstancia de los hechos denunciados y a la identificación

de los culpables.

Por otra parte, el artículo 4 de la UNCAT establece:

(1) “Todo Estado Parte velará por que todos los actos de tortura constituyan delitos

conforme a su legislación penal. Lo mismo se aplicará a toda tentativa de cometer

tortura y a todo acto de cualquier persona que constituya complicidad o participación

en la tortura”; y

(2) “Todo Estado Parte castigará esos delitos con penas adecuadas en las que se tenga

en cuenta su gravedad” (Observaciones Finales sobre Uzbekistán, UN Doc. A/55/44,

1999, párrafo 80. Cf. CDH, & UN Doc. CDH/CO/71/UZB/ Add.2, 2004, párrafo 2(I)).

Adicionalmente, en el PIDCP se estipula que la victima debe ser informada de los

resultados de la investigación así como de su derecho a una compensación, aún cuando

los actos fueron realizados por un régimen anterior (artículo 7 en relación con el artículo

2(3) del PIDCP), independientemente de la existencia de una ley de amnistía. Así

mismo, el artículo 2(2) del PIDCP establece: “Cada Estado Parte se compromete a

adoptar, con arreglo a sus procedimientos constitucionales y a las disposiciones del

presente Pacto, las medidas oportunas para dictar las disposiciones legislativas o de

otro carácter que fueren necesarias para hacer efectivos los derechos reconocidos en el

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presente Pacto y que no estuviesen ya garantizados por disposiciones legislativas o de

otro carácter”.

En concordancia, el artículo 5 de la UNCAT establece que:

(1) Todo Estado Parte dispondrá lo que sea necesario para instituir su jurisdicción sobre

los delitos a que se refiere el artículo 4 en los siguientes casos: (a) cuando los delitos se

cometan en territorios bajo su jurisdicción, o a bordo de una aeronave o un buque

matriculados en ese Estado; (b) cuando el presunto culpable sea ciudadano de ese

Estado; y, (c) Cuando la víctima sea ciudadana de ese Estado; y

(2) Todo Estado Parte tomará asimismo las medidas necesarias para establecer su

jurisdicción sobre estos delitos en los casos en que el presunto delincuente se halle en

cualquier territorio bajo su jurisdicción y dicho Estado no conceda la extradición. Como

ejemplo está el caso Roitman Rosenmann c. España que involucró la negación por parte

del Reino Unido de la extradición solicitada por España del ex dictador chileno

Augusto Pinochet para ser juzgado por la tortura de ciudadanos españoles en Chile

durante su mandato. En este caso, el Comité observó que el artículo 5(1)(c) establece

“una facultad discrecional y no una obligación de solicitar la extradición y de insistir en

ella”, aún cuando el Comité recordó que uno de sus objetivos es evitar la impunidad de

la tortura.

En estos mismos términos el artículo 15 de la UNCAT establece “Todo Estado

Parte se asegurará de que ninguna declaración que se demuestre que ha sido hecha

como resultado de tortura pueda ser invocada como prueba en ningún procedimiento,

salvo en contra de una persona acusada de tortura como prueba de que se ha formulado

la declaración”, siendo esta prohibición “absoluta”. Mientras que el artículo 10 de

UNCAT establece “Todo Estado Parte velará por que se incluyan una educación y una

información completas sobre la prohibición de la tortura en la formación profesional del

personal civil o militar encargado de la aplicación de la ley, del personal médico

(Protocolo de Estambul), de los funcionarios públicos y otras personas que puedan

participar en la custodia, el interrogatorio o el tratamiento de cualquier persona

sometida a cualquier forma de arresto, detención o prisión. Igualmente, el Estado Parte

está obligado a revisar constantemente las normativas, manuales de instrucciones,


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métodos y prácticas de interrogatorio, así como las disposiciones para la custodia y el

tratamiento de las personas sometidas a cualquier forma de arresto, detención o prisión

en cualquier territorio que esté bajo su jurisdicción, a fin de evitar todo caso de tortura

(artículo 11 UNCAT). Un ejemplo de la aplicación de estos artículos es el caso Barakat c.

Túnez, en el cual el comité consideró que, ante la ocurrencia del acto de tortura durante

la detención que derivó en muerte, Túnez no había cumplido con sus obligaciones

comprendidas en el artículo 11, entre otras. Finalmente, el artículo 14 de la UNCAT

establece: “Todo Estado Parte velará porque su legislación garantice a las víctimas de

tortura la reparación e indemnización justa y adecuada, incluidos los medios para su

rehabilitación lo más completa posible”.

Queda entonces establecido que los Estados que han firmando y ratificado

voluntariamente los tratados “contra la tortura en cárceles, hospitales, las escuelas,

instituciones que atienden a niños, personas de edad, enfermos mentales o personas con

discapacidades, así como durante el servicio militar y en otras instituciones”, quedan

sujetos al control externo. De hecho, la obligación del Estado de prohibir la tortura se

aplica no solo a funcionarios públicos, como por ejemplo los encargados de hacer

cumplir la ley, sino que también puede aplicarse a los médicos, los profesionales de la

salud y los trabajadores sociales, incluidos los que trabajan en hospitales privados, y en

otras instituciones y centros de detención (A/63/175, párr. 51). La prohibición de la

tortura es uno de los pocos derechos humanos absolutos e inalienables, pertenece al

derecho jus cogens y es una norma imperativa del derecho internacional

consuetudinario. Debido al ámbito internacional que cubren estos tratados

internacionales firmados por países, los Estados ya no pueden argüir, respecto de

determinados actos, que la soberanía sobre su propio territorio prohíba su

implementación.

3. De la tortura y otras formas de malos tratos en el contexto internacional:


La tortura y otras formas de malos tratos están prohibidos, entre otros, por: (i) el

Artículo 7 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, Resolución de la AG

2200A (XXI), 21 U.N. GAOR Supp. (N° 16), p. 52, UN Doc. A/6316 (1966), 999 U.N.T.S.
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171, vigente desde el 23 de marzo de 1976; (ii) la Convención contra la Tortura y otras

Penas y Tratos Crueles, Inhumanos o Degradantes (UNCAT), Resolución de la AG

39/46, anexo, 39 UN GAOR Supp. (N° 51) página 197, U.N. Doc A/39/51 (1984), vigente

desde el 26 de junio de 1987; (iii) el Artículo 37 de la Convención sobre los Derechos del

Niño, Resolución de la AG 44/25, anexo, 44 UN GAOR Supp. (N° 49) página 167, UN,

Doc A/44/49 (1989), vigente desde el 2/9/1990; (iv) el Artículo 10 de la Convención

Internacional sobre la Protección de los Derechos de todos los Trabajadores Migratorios

y de sus Familiares, Resolución de la AG 45/158, anexo, 45 UN GAOR Supp. (N° 49A)

página 262, UN Doc A/45/49 (1990), vigente desde el 1/7/2003; y (v) el Artículo 15 de la

Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, Resolución de la AG

A/61/611 (2006). Asimismo, el Artículo 5 de la Convención Internacional sobre “La

Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial”, 660 UNTS, 195, vigente

desde 1969, establece que toda persona tiene “El derecho a la seguridad personal y a la

protección del Estado contra todo acto de violencia o atentado contra la integridad

personal”. Detalles sobre prácticas abusivas comúnmente registradas en torno a la salud

en el contexto del marco de protección contra la tortura y los malos tratos están

descritos en el informe del Relator Juan E. Méndez (Méndez 2015).

4. De la tortura y maltrato en relación al género y orientación sexual:


A finales del siglo XX finalmente se logró la caracterización como actos de tortura

a la violación de mujeres durante la detención, la violencia contra las mujeres

embarazadas y la negación de los derechos reproductivos, tal y como fuera redactado

en el informe de 1986 del Relator Especial sobre la Tortura (UN Doc. E/CN.4/1986/15,

párrafo 119); y en su declaración a la Comisión de Derechos Humanos

(Resumen/Recopilación del período de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos,

UN Doc. E/CN4/1992/SR.21, párrafo 35, reflejado en el caso particular Martín de Mejía vs.

Perú, (CIDH, Caso 10970, Informe N° 5/96, 28/2/1996), y en las resoluciones de la

Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la

Mujer (CEDAW, Recomendación General N° 19, párrafo 7). En paralelo, el Comité de

Derechos Humanos señaló explícitamente que las violaciones del artículo 7 del PIDCP
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incluían, como actos punibles de tortura, al aborto forzoso, así como la negación del

acceso a un aborto en condiciones seguras a las mujeres que han quedado embarazadas

a raíz de una violación. Un ejemplo, es la publicación el 14/6/2004 de “Conclusiones

sobre Chile, UN Doc. CAT/C/CR/32/5, párrafos 6(j) y 7(m)”, en donde el Comité

recomendó la eliminación de la práctica de negar atención médica a mujeres con

complicaciones causadas por abortos ilegales, con fines inaceptables como imponer un

castigo u obtener una confesión sobre la identidad de los practicantes del aborto en

países en los cuales esta actividad es penada por la ley. La clasificación de la violación

sexual como acto de tortura fue ratificada por Tribunal Penal Internacional para la ex

Yugoslavia en 1998, el Tribunal Europeo, la Comisión Interamericana, y el Tribunal

Penal Internacional para Ruanda. En el año 2000, la Comisión Africana de los Derechos

Humanos y de los Pueblos también determinó específicamente que la violación podía

calificarse como tortura u otro trato cruel, inhumano o degradante. Más recientemente,

el Consejo de Derechos Humanos expresó formalmente en el informe A/HRC/19/41

(resolución 17/19) la grave preocupación por los actos de tortura por motivos de

orientación sexual de hombres y mujeres homosexuales mayormente en países

islámicos, así como por la ambigua identidad de género en personas con dicotomía

anatómica congénita de los órganos reproductivos, como se detalla en el trabajo

publicado recientemente por Araujo-Cuauro (2018).

5. Reseña histórica Internacional:


Según datos publicados en Google Scholar y por Caicedo Valladarez y col (2016),

sabemos que los griegos y los romanos utilizaban la tortura como mecanismo de poder

para inducir terror, como espectáculo público y/o como un método de interrogación,

especialmente dirigido hacia los esclavos y miembros de las clases bajas. La tortura

siguió siendo parte reconocida de la justicia monárquica/religiosa durante el siglo XVII,

como fue el caso de “la santa inquisición” (Sánchez Crespo, 2017), hasta la época del

Renacimiento. La tortura o “indagatio y inquisitio” se convirtió en la forma más aceptada

de investigación, adoptado en el Derecho Canónico medieval entre los siglos XII al XVI,

no solo en la práctica judicial, sino que se expandió a las ciencias y creencias religiosas
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durante la Edad Media. La bula Papal de Inocencio VIII, Summis desiderantes affectibus

del 5/12/1484, dio origen a la inquisición en contra de “brujas”, y concedió poder

ilimitado a los inquisidores nombrados por el Papa, “para arrancar la verdad en los

peores delitos, mediante la tortura” (para mas detalles leer Saldivar (2017)). En 1569, el

Rey Felipe II impuso la inquisitio en el Perú, bajo la dirección del Consejo de la Suprema

y General Inquisición Española y del Virrey del Perú Francisco de Toledo. Sin embargo,

las atrocidades realizadas con la finalidad de conseguir una confesión llegaron a tal

límite que, para finales del siglo XVII, algunos Estados europeos emitieron edictos o

leyes prohibiendo la tortura en todas sus formas. Inglaterra fue la primera en 1689

mediante la Carta de Derechos (Bill of Rights), seguida por Escocia (1708), Prusia (1740),

Dinamarca (1770), Rusia (1774), Francia (1789), Portugal (1828) y Suiza (1851). En 1776

se redacta la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y la Declaración de

los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), en las cuales se afirma por primera

vez que todos los hombres nacen iguales y con igualdad de derechos. Sin embargo,

tendría que pasar la primera y segunda guerras mundiales con un estimado de 10 y 50

millones de víctimas, respectivamente, para que los países más importantes de esa

época firmaran en 1948 la “Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyos 30

artículos recogen los derechos de carácter civil, político, social, económico y cultural de

todas las personas. Específicamente, en su artículo 5 se establece que “ninguna persona

será sometida a torturas, ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”,

resolución que fue acompañada con el compromiso de los Estados representados en la

Asamblea General de la ONU de respetar el derecho de toda persona a no ser sometida

a torturas ni tratos crueles.

La evolución de las normativas en contra de la tortura continuaron en el año de

1957, cuando el Consejo Económico y Social de la ONU aprobó las Reglas Mínimas para

el Tratamiento de Reclusos, y en 1966 entra en vigor el PIDCP, en cuyo artículo 7 se

establece expresamente que “nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles,

inhumanos o degradantes. Mientras que el artículo 10 establece: “Toda persona privada

de libertad será tratada humanamente y con el respeto debido a la dignidad inherente al

ser humano”. Es interesante notar que en el artículo 7 del PIDCP se incluye por primera
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vez la prohibición de realizar cualquier experimento médico o científico sin el

consentimiento libre del sujeto, a raíz de las atrocidades cometidas por los médicos en

campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El 5/12/1984,

finalmente la Asamblea General firmó la Convención Contra la Tortura y Otros Tratos o

Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, contenida en la resolución 39/46, que entró

en vigor el 26/6/1987. Posteriormente la mayoría de los países firmaron durante los años

siguientes los 4 Convenios de Ginebra los cuales estaban destinados a proteger, durante

la guerra, a los heridos y los enfermos de las fuerzas armadas en campaña y en el mar,

prohibiendo la tortura o los tratos inhumanos, incluidos los experimentos biológicos

(Amnistía Internacional, 2003, p. 23).

Sin embargo y pesar de la existencia de todos los convenios y tratados descritos

en este trabajo, aún en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta se cometían torturas

en varios país como las ocurridas durante las dictadoras de Batista en Cuba, Trujillo en

República Dominicana, Castillo Armas en Guatemala, Duvalier en Haití, la Junta Militar

en Brasil, y Pérez Jiménez en Venezuela. La historia también recoge eventos de tortura

durante la dictadura argentina por parte de las fuerzas armadas luego de que

derrocaron al gobierno de Eva Perón en 1976-1982. El informe final de la Comisión

Nacional sobre la Desaparición de Personas en Argentina (1996), reporta más de 15.000

casos documentados de desaparición forzada entre 1976 y 1982. En esta misma época,

ocurren situaciones similares de tortura en Chile (las caravanas de la muerte) y

Uruguay (La operación Cóndor). En chile, la Comisión Valech (2004) registró más de

35.000 víctimas de la dictadura de Pinochet, de las cuales 27.255 sufrieron tortura, 3.406

eran mujeres y 1.080 eran menores de 18 años. Actos de tortura también fueron

registrados en Perú durante el gobierno de Fujimori en su lucha contra del grupo

insurgente “Sendero Luminoso” con un saldo de más de 8.000 personas desaparecidas y

4.826 casos de tortura perpetrados por agentes del Estado, paramilitares y otros grupos

armados, según consta en el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación de

Perú (1980 y 1997). Por otro lado, muertes extrajudiciales, fuerte represión en las

manifestaciones, torturas en las cárceles y campos de concentración y desapariciones de

campesinas y campesinos tuvieron lugar en Nicaragua durante la dictadura de más de


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43 años de Somoza hasta 1979. Mientras que en Guatemala desde 1962 a 1996 alrededor

de 200.000 personas desaparecieron o fueron torturadas antes de ser asesinadas por

parte del ejército guatemalteco, de las cuales el 83% serían indígenas mayas según el

informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, CEH, y la comisión de la

verdad auspiciada por la ONU. Estos eventos que marcaron la historia de países

hermanos latinoamericanos determinaron la aprobación de la Declaración sobre la

Protección de Todas las Personas contra la Tortura, y los otros Tratos o Penas Crueles,

Inhumanos o Degradantes, y la creación de centros que proporcionaban cuidados

médicos y psicosociales en países donde había existido prácticas relacionadas con la

tortura y otros malos tratos como Argentina, Chile y Uruguay, apoyados por el Fondo

de Contribuciones Voluntarias de las Naciones Unidas para las Víctimas de Tortura,

(Amnistía Internacional, 2003, p. 24).

Detalles más recientes sobre nuevos tratados, revisión de aquellos vigentes y

reuniones de los comités internacionales sobre tortura y malos tratos fueron publicados

por Ruiz y Aguado (2017). El protocolo Facultativo de la Convención de las Naciones

Unidas contra la Tortura, fue firmado por Ecuador el 24 de mayo de 2007 y ratificado el

20 de julio de 2010. Finalmente, según el informe anual del Subcomité de Prevención de

la Tortura 2015, setenta y seis (76) Estados aceptaron formar parte del Protocolo

Facultativo entre los cuales se encuentran Lituania, Grecia, Mozambique, Finlandia,

Níger, Marruecos, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Costa Rica, Ecuador, Guatemala,

Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay. Hasta donde

pudimos verificar, Venezuela firmó el protocolo pero esta no ha sido ratificado por el

Ministerio del Poder Popular para Relaciones Interiores, Justicia y Paz

(www.mpprij.gob.ve/). Por otro lado, en Europa, no existe un instrumento específico en

materia de tortura, sino el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos

Humanos y las Libertades Fundamentales (1950, art. 3), en el cual solamente se

establece la prohibición de someter a las personas a torturas y penas o tratos inhumanos

o degradantes, sin definir de una forma precisa qué se entenderá por los mismos.

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6. Marco legal del delito de tortura en Venezuela:
En Venezuela, los derechos a la vida y a la integridad personal se encuentran

establecidos en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela en su Capítulo

de Derechos Civiles, artículo 46, que prohíbe de forma taxativa la práctica de la tortura

así como la pena de muerte. Asimismo, la Constitución señala el derecho a la integridad

personal y a una vida libre de violencia en el ámbito público y privado. A nivel jurídico,

Venezuela dispone de la Ley Especial para Prevenir y Sancionar la Tortura y otros

Tratos Crueles, Inhumanos o Degradantes, mejor conocida como “Ley contra la

Tortura”, publicada en la Gaceta Oficial Extraordinaria de la República Bolivariana de

Venezuela Nº 40.212 del 22/7/2013. Tal y como cita el Capítulo I de las Disposiciones

Generales, artículo 1: “La presente Ley tiene por objeto la prevención, tipificación,

sanción de los delitos de tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes, así

como la reparación del daño a las personas que hayan sido víctimas de estos delitos,

promoviendo la participación protagónica de los ciudadanos y ciudadanas a través de

las instancias y organizaciones del Poder Popular, organizaciones sociales y

organizaciones de víctimas de estos delitos, en corresponsabilidad con los órganos y

entes del Poder Público competentes, en la protección y defensa de los derechos

humanos”.

De la revisión detallada de esta ley resalta que la misma deroga el artículo 181 del

Código Penal, así como señala, los siguientes puntos:

(1) El establecimiento de penas de prisión para quienes apliquen, directamente o

colaboren o sean autores intelectuales, torturas, tratos crueles, inhumanos y

degradantes tanto físicas como mentales (artículos 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23) y para

aquellos que incumplan con la obligación de notificar a la Defensoría del Pueblo y a los

distintos representantes de los órganos y entes que conforman la Comisión Nacional de

Prevención de la Tortura y otros Tratos Crueles, Inhumanos o Degradantes cuando

tengan conocimiento sobre la comisión de uno de los delitos previstos en esta Ley

(artículos 23, 24, 25, 31), así como el personal de salud que labore en instituciones

privadas y con responsabilidad en el trato de pacientes, que maltraten física o

verbalmente a las personas en la prestación de sus servicios (artículos 26, 27);


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(2) Los derechos de las víctimas a la justicia, la rehabilitación, la indemnización y la

reparación por los daños causados (artículo 6, 8, 9 10);

(3) El deber del Estado de educar, investigar y prevenir estos hechos (artículos 32, 33); y

(4) la responsabilidad de los funcionarios a todos los niveles involucrados en casos de

tortura, sin que el cumplimiento de órdenes sea excusa.

Es importante señalar la creación en Venezuela, en el año 2000, del Instituto

Nacional de la Mujer (INAMUJER; Gaceta Nº. 5398 de fecha 26/10/99, decreto 428), para

el logro pleno de la igualdad de derecho y de hecho entre venezolanas y venezolanos.

Mientras que en el 2007 en Venezuela entró en vigencia la “Ley Orgánica sobre el

Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia”, que sanciona el delito de

maltrato a la mujer, en concordancia con la Constitución vigente. En el marco

constitucional y legal en Venezuela, está también prohibida la violencia hacia una

persona por motivos de su orientación sexual (Título III, Capítulo I, de los Derechos

Humanos y Garantías y de los Deberes, Artículo 21, 27 y 55). Para terminar, hay que

mencionar la existencia en Venezuela de la legislación procesal que regula las relaciones

de la policía con el imputado como quedó establecido en Código de Conducta para

Funcionarios Encargados de Hacer Cumplir la Ley (Cellino, 2003).

Acciones concretas del Gobierno Nacional en contra de la tortura y tratos crueles

se ven reflejadas en la designación el 31/8/ 2013 de la Comisión Nacional de Prevención

de la Tortura y Otros Tratos Crueles, Inhumanos o Degradantes (Gaceta Oficial Nª

40.212), contemplada en los artículo 11, 12, 13 y 14 del Capítulo III de la Ley contra la

Tortura especial, con el objetivo de coordinar, promover, supervisar y controlar a nivel

nacional las políticas y planes nacionales de prevención de la tortura y otros tratos

crueles, inhumanos o degradantes; así como vigilar los derechos de las personas

privadas de libertad; quedando integrada por un representante del Tribunal Supremo

de Justicia, de la Defensa Pública, del Ministerio Público y de la Asamblea Nacional; así

como un representante de los ministerios del Poder Popular para el Servicio

Penitenciario; Relaciones Interiores, Justicia y Paz; Comunas y Protección Social;

Defensa; Salud; Pueblos Indígenas; un representante del Poder Popular designado por

el Consejo Federal de Gobierno, y dos funcionarios de la Defensoría del Pueblo, que la


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presidirá. Otro acto gubernamental importante en la lucha contra la tortura fue la

realización del foro sobre la tortura y los Tratos Crueles el cual se llevó a cabo el

17/11/2015 en el Teatro Principal del Ministerio del Poder Popular para la Defensa,

ubicado en el Fuerte Tiuna, con la asistencia del Vicepresidente de la República

Bolivariana de Venezuela, el Defensor del Pueblo, la Ministra de Servicios

Penitenciarios, y el Viceministro de Asuntos para la Paz. En este foro dirigido a

funcionarios tanto de instituciones públicas como policiales y militares, los ponentes

ratificaron que “la legislación venezolana tipifica el delito de tortura con una pena

similar a la correspondiente al homicidio, y quien cometa un delito de tortura

comprobado a nivel judicial deberá pagar entre 15 a más de 20 años de prisión, en razón

a lo que implica este terrible flagelo”. Cabe aquí señalar que entre las distintas

atribuciones de la Defensoría del Pueblo dadas por mandato constitucional se encuentra

el prevenir e impedir de inmediato la tortura, el trato cruel, inhumano o degradante en

todas sus formas, lo cual se enmarca dentro del derecho ius cogens.

Conclusiones sobre la jurisprudencia relacionada con la tortura y tratos


crueles:
La vida es uno de los bienes jurídicos más preciados, más allá de ser un don de

Dios, y absolutamente nadie tiene el derecho a denigrarla, mucho menos quitarla. Sin

embargo, la humanidad ha desarrollado inimaginables métodos de tortura con el solo

objetivo de traumatizar físicamente a las víctimas para destruirlas psicológicamente a

fin de obtener información y propagar el terror al resto de la comunidad.

A lo largo del desarrollo de esta investigación, pudimos constatar la magnitud de

la crueldad asociada a la tortura aplicada por personas amparadas en la envestidura de

funcionario público.

En el ámbito del derecho penal, el delito de tortura posee tres elementos que lo

distinguen: pluriofensivo, especial y de resultado, como todo delito de resultado, en él

se puede presentar la figura del delito inacabado. El sujeto activo, es el funcionario

público y el sujeto pasivo es el reo o la persona detenida o procesada judicialmente. La

complejidad legal, humana, ética y moral que rodea a las denuncias de tortura se
17
evidencian en el caso Kennedy c. Trinidad y Tobago, por ejemplo, en el cual el Comité

designado consideró que las golpizas a las que fue sometida la víctima por la policía

mientras se encontraba privada de libertad constituían una violación del artículo 7 del

PIDCP, mientras que las condiciones generales en las que se encontraba el detenido,

que incluían hacinamiento durante la etapa de prisión preventiva y permanecer

incomunicado en el pabellón de los condenados a muerte, violaban el artículo 10;

mientras que en caso Linton c. Jamaica, el Comité consideró que “las sevicias infligidas al

detenido, la ejecución simulada por los guardianes de la prisión, y la denegación de la

atención médica adecuada después de las lesiones sufridas en la tentativa de fuga

fracasada, representan un trato cruel e inhumano en el sentido del artículo 7 y por lo

tanto entrañan también una violación del párrafo 1 del artículo 10 del Pacto”. También

pareciera ser que la jurisprudencia vigente sólo reconoce como funcionarios públicos a

personas con poder de facto ante la ausencia de un control gubernamental de jure. Por

ejemplo, los actos realizados por los miembros de fracciones que en un determinado

momento ejercen el control de un territorio no estarán comprendidos dentro de la

definición de tortura del artículo 1 de la Convención. Esta situación quedó en evidencia

en el caso Elmi c Australia, en el cual el Comité consideró que al momento de ocurrir los

hechos de tortura Somalia no contaba con un gobierno central por lo que las acciones

llevadas a cabo por grupos con una autoridad cuasi-gubernamental podrían estar

comprendidos en la definición del artículo 1.

Otros cuatro aspectos que complican la legislación en contra de la tortura son:

(1) La evaluación del grado de la “no participación” de las estructuras del Estado frente

a torturadores tal como ocurrió en el caso de Dzemajl y otros c. Yugoslavia, en el cual se

denunció la no actuación de la policía presente en el lugar para impedir la destrucción

de un asentamiento romaní. En este caso, el Comité consideró que esta falta de acción

constituía “aquiescencia” en los términos del artículo 16 de la Convención, lo cual dio

lugar a responsabilidad por permitir de facto la tortura o los malos tratos.

(2) La práctica generalizada de la aplicación de la tortura en el ámbito político, tanto por

funcionarios públicos en forma directa como por grupos paramilitares, con pleno

conocimiento y aquiescencia de la autoridad pública, directa beneficiaria final, muchas


18
veces, de las informaciones que resultan. Cabe aquí plantearse la pregunta de si,

conforme a la Convención, es procedente exigir responsabilidad penal por tortura a los

particulares que cometan aquellos hechos bajo las condiciones y finalidad antes

señaladas.

(3) La dificultad para definir la magnitud de los dolores o sufrimientos físicos o

mentales infringidos a la(s) víctima(s) de forma que califiquen dentro de definición de

tortura o por el contrario queden a nivel de “tratos o penas crueles, inhumanos o

degradantes” a los que se refiere el artículo 16 y que implican penas mucho menores de

acuerdo a la legislación internacional y nacional vigente. En efecto, la determinación

cuantitativa y no cualitativa de la magnitud de la tortura en términos de dolor o

sufrimiento, físico o (sobre todo) psíquico, su gravedad y efectos posteriores está basada

en criterios médicos subjetivos y plantea, por ello, muchas dificultades en el plano

general y en el caso particular (Lobo y col. 2016; Varas y col. 2016; Protocolo de

Estambul). El efecto físico y/o psicológico de la tortura depende directamente de la

edad, género, constitución y capacidad física y resistencia de la víctima, siendo los

trastornos psicológicos a menudo más prevalentes y duraderos que los físicos; y

(4) La necesidad de incluir como victimas a los familiares de los torturados cuyas vidas

también se ven drásticamente afectadas por este hecho.

Como se describió en los párrafos anteriores, existen excelentes leyes internacionales y

nacionales para la penalización de los delitos de tortura y tratos crueles, que cubren

todos los aspectos de estos actos. Sin embargo, su implementación es trabada por la

falta de coordinación entre las instituciones y la distribución de sus competencias

responsables de prevenir, investigar y sancionar la tortura, lo cual resulta en la

duplicidad de funciones que alargan los tiempos de respuesta en la atención a las

víctimas y de los presupuestos. Parecería que hay también inconvenientes con lo

relacionado al mantenimiento o ruptura de la unidad del título de imputación en la

participación de los delitos especiales y la admisión de la autoría mediata con

instrumento doloso no cualificado.

Podemos entonces concluir, que los casos de tortura en nuestro país no se deben,

necesariamente, a vacíos jurídicos, sino a problemas en la aplicación efectiva de los


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mecanismos para erradicarla, al desconocimiento de las leyes y normativas por parte de

funcionarios públicos y a posibles contradicciones entre las diversas normas jurídicas

involucradas, situación que, a largo plazo, compromete la credibilidad del Estado como

garante del respeto y protección de la dignidad humana y los derechos humanos. Estos

aspectos y posibles ambigüedades dogmáticas deben ser motivo de intensos análisis y

discusiones en el Derecho Penal venezolano.

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