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CENTRO SALESIANO DE ESTUDIOS SUPERIORES

Influencia del vitalismo


en los fascismos del siglo
XX
Investigación final de Filosofía Social
29/05/2019
Influencia del vitalismo en los fascismos del siglo XX
Introducción
El pensamiento de una época siempre corresponde íntimamente con las
obras que la humanidad realiza en ella, pues influye en el pensar y sentir
colectivos. Así pues, la época del racionalismo llevó a la Ilustración, un
movimiento que proclamaba la plena confianza en las verdades científicas y en
cambio la duda sobre aquéllas verdades dogmáticas como las presentadas en la
religión. El pensamiento de Rousseau acompañó la Revolución Francesa, aunque
curiosamente su obra El contrato social era usada por ambos bandos como
fundamentación teórica de su lucha, solo que bajo diferentes interpretaciones.

En este trabajo pretendo analizar la influencia del vitalismo


(particularmente el propuesto por Nietzsche) en los fascismos del siglo XX,
especialmente en la Segunda Guerra Mundial. El vitalismo tiene mucho en común
con las ideologías fascistas que Hitler supo muy bien poner en la mente del
pueblo para que apoyaran su lucha, como él la llama, aunque probablemente
Nietzsche no buscaba alentar una guerra de este estilo ni mucho menos.

A la base de la filosofía nietzscheana está la muerte de Dios, que urge a


derrumbar los viejos ídolos y erigir al propio sujeto como alguien poderoso,
podríamos incluso decir que a usurpar el lugar que Dios tenía en el mundo. Ésto
es el superhombre, el hombre que ha dejado atrás a Dios y por tanto es capaz de
ser para sí su propio dios. Nietzsche tiene especial hostilidad a la ética kantiana
del deber, como también a la ética utilitaria y también a la moral cristiana.
Valora únicamente la vida, fuerte, sana, impulsiva, con voluntad de dominio.
Esto es lo bueno y todo lo débil, enfermizo o fracasado es malo. La compasión es,
por ésto, el sumo mal.

Ya a partir de estos presupuestos pueden empezar a vislumbrarse toda la


influencia que Nietzsche tuvo en la Segunda Guerra Mundial. El siglo XX muestra
así una devaluación de los valores tradicionales y cristianos que hasta entonces
estaban de alguna manera de fondo del obrar. Ahora lo que vale, así como en la
naturaleza la selección natural, la supervivencia del más fuerte y no hay lugar
para la compasión y la misericordia. En un mundo sin Dios, como ya lo prevenía
Kant, la ética se convierte en un absurdo.
El vitalismo de Nietzsche
LA MUERTE DE DIOS

La “muerte de Dios” cuenta como un acontecimiento ocurrido en los


últimos tiempos de la historia humana, aunque no puede determinarse el hecho
concreto con el que se ha realizado, porque no se trata de un hecho, sino de un
proceso. En el libro tercero de La gaya ciencia se da como sucedido el fenómeno
de la muerte de Dios. Esta muerte, ocurrida temporalmente con sentido de
trascendencia, no es acogida con una conciencia histórica a la altura del
momento, y por eso amenaza un vacío demoledor de nihilismo al no poder llenar
el proceso óntico real, la conciencia aturdida de los contemporáneos, que no
perciben el sentido hondo de la historia para entregarse a la empresa que exige
una renovación creadora.

Para precisar la amplitud y la importancia que merece la muerte de Dios


en la filosofía de Nietzsche, es necesario medir con todo rigor el alcance que
este filósofo concede a sus palabras, en cada una de las ocasiones que las emplea
y su entronque con el pensamiento filosófico total, y ante todo de trascendencia
para la situación del hombre.

Un pasaje del libro Así habló Zaratustra puede ilustrarnos claramente


sobre la relación que la filosofía nietzscheana y más concretamente la muerte de
Dios tienen con el fascismo y el nacionalsocialismo. En él, Zaratustra insiste en
llamar superiores a unos ciertos hombres que estaban en una plaza: “hombres
superiores, no hay hombres superiores, todos somos iguales, un hombre es un
hombre y ante Dios todos somos iguales; ¡ante Dios! Pero este Dios ha muerto ya.
Y ante la plebe no queremos ser iguales. Hombres superiores, marchaos de la
plaza”. El pasaje termina con un diálogo escalofriante: “¡Ánimo! ¡Arriba!
Hombres superiores, sólo ahora está de parto el monte del futuro de los
hombres. Dios murió, ahora queremos que viva el superhombre”.

El Dios que mantenía el orden en la sociedad se ha ido. Este Dios, que


impide ser auténticamente emprendedores y obliga a reconocer ante todo la
sumisión, esa también el mayor peligro. Hay que rechazar todo impedimento
hacia el superhombre, hacia la capacidad máximo del desarrollo de la voluntad
de poder en el hombre.

EL SUPERHOMBRE Y LA MORAL

Nietzsche se opone a todas las corrientes igualitarias, humanitarias,


democráticas de la época. Es un afirmador de la individualidad poderosa. El bien
máximo es la misma vida, que culmina en la voluntad de poder. El hombre debe
superarse, terminar en algo que esté por encima de él, como el hombre está por
encima del mono; esto es el superhombre. Nietzsche toma sus modelos en los
personajes renacentistas, sin escrúpulos y sin moral, pero con magníficas
condiciones vitales de fuerza, de impulsos y de energía. Y esto lo lleva a una
nueva idea de la moral.

Nietzsche tiene especial hostilidad a la ética kantiana del deber, como


también a la ética utilitaria y también a la moral cristiana. Valora únicamente la
vida, fuerte, sana, impulsiva, con voluntad de dominio. Esto es lo bueno y todo lo
débil, enfermizo o fracasado es malo. La compasión es, por ésto, el sumo mal.
Así distingue dos tipos de moral: la moral de los señores y la de los esclavos.

La moral de los señores es la de las individualidades poderosas, de superior


vitalidad, de rigor para consigo mismas; es la moral de la exigencia y de la
afirmación de los impulsos vitales. La moral de los esclavos, en cambio, es la de
los débiles y miserables, la de los degenerados; está regida por la falta de
confianza en la vida, por la valoración de la compasión, de la humildad, de la
paciencia, etc. Es un amoral de resentidos que se oponen a todo lo superior y por
eso afirman todos los igualitarismos. Nietzsche atribuye este carácter de
resentimiento a la moral cristiana. Nietzsche, en su valoración del esfuerzo y del
poder, es uno de los pensadores que más han exaltado el valor de la guerra: la
guerra le parece ocasión de que se produzca una serie de valores superiores: el
espíritu de sacrificio, la valentía, la generosidad, etc.

Frente al hombre industrial y utilitario de la burguesía del siglo XIX,


Nietzsche afirma la idea del caballero, del hombre animoso y pujante, que
entiende la vida generosamente. Y estas ideas tienen un punto de contacto con
el cristianismo, aunque Nietzsche no lo supo ver.

Lo más importante de la filosofía nietzscheana es su idea de la vida y su


conciencia de que existen valores específicamente vitales. En esta expresión
valores vitales se encierran dos de las ideas que van a dominar la filosofía
posterior. Nietzsche es un origen de la filosofía de los valores y de la filosofía de
la vida.

LO DIONISÍACO Y LO APOLÍNEO

Niezsche da una interpretación de Grecia que tiene gran alcance para su


filosofía. Distingue dos principios: lo apolíneo y lo dionisíaco, es decir, lo que
corresponde a los dos dioses griegos Apolo y Dionysos. El primero es el símbolo de
la serenidad, de la claridad, de la medida, del racionalismo; es la imagen clásica
de Grecia; en lo dionisíaco, en cambio, encuentra lo impulsivo, lo excesivo y
desbordante, la afirmación de la vida, el erotismo, la orgía como culminación de
este afán de vivir, de decir sí a la vida a pesar de todos sus dolores. La influencia
de Schopenhauer cambia de signo y en lugar de la negación de la voluntad de
vivir, Nietzsche pone esa voluntad en el centro de su pensamiento.

LA GRAN POLÍTICA Y EL SUPERHOMBRE

A partir de la gran crisis de la muerte de Dios es posible un pensamiento


politeísta que sirva de base a la implantación lúcida de nuevos valores, a una
aristocracia experimental que alíe el pensamiento a los instintos, la reflexión a
las pasiones, la negación a la vitalidad. Ha llegado la hora de la Gran Política.
Por eso comienza su Ecce homo anunciando que se acerca el momento en que ha
de hacer una tremenda oposición a Occidente.

La Gran Política es la preparación del mundo para el advenimiento del


superhombre: la creación de unos valores y unas formas de vivir que hagan
posible el superhombre. Habrá que crear mucho y habrá que destruir mucho
también, pues el superhombre no será una consecuencia ineluctable del progreso
histórico ni de la evolución biológica, sino la gran obra de arte política de los
filósofos-artistas herederos consecuentes de la muerte de Dios.

El superhombre es una decisión de los más fuertes, de los más lúcidos y


nobles, que por obra de su voluntad de poder llega a ser algo fatal. El lema del
superhombre no es el “tú debes” de Kant y los cristianos, ni siquiera el “yo
quiero” del héroe, sino el jubiloso y terrible “yo soy” de los dioses griegos. Él es
la última meta del hombre, porque a partir de él ya no habrá metas sino pura
aceptación del caos de fuerzas y del eterno retorno, “finalidad sin fin”.

Para la realización de la Gran Política, Nietzsche apeló a individuos, a los


individuos menos contaminados por el gregarismo vigente. El superhombre
dominará la tierra, pero sería erróneo imaginar este dominio como un control
gubernamental. En su aspecto negativo, la Gran Política pasa por la lucha contra
aquellas instituciones destinadas a perpetuar y consolidar la anulación de las
diferencias, la homogenización de lo jerárquicamente diverso, la sustitución de
los valores peculiares de cada individuo o cada pueblo en un vacuo absoluto
llamado Bien Común. La emancipación del Estado es el camino hacia aquél que
aspira a ser algo más que un número intercambiable entre los demasiados: éste
es el superhombre, dueño de sus valores e insustituible.

EL ETERNO RETORNO

Nietzsche depende en cierta medida del positivismo de la época: niega la


posibilidad de la metafísica; además, parte de la pérdida de la fe en Dios y en la
inmortalidad del alma. Pero esta vida que se afirma, que pide siempre ser más,
que pide eternidad en el placer, volverá una vez y otra. Nietzsche utiliza una
idea procedente de Heráclito, la del eterno retorno de las cosas. Cuando estén
realizadas todas las combinaciones posibles de los elementos del mundo, quedará
todavía un tiempo indefinido por delante y entonces volverá a empezar el ciclo,
y así indefinidamente. Todo lo que acontece en el mundo se repetirá igualmente
una vez y otra. Todo volverá eternamente y con ello todo lo malo, lo miserable,
lo vil. Pero el hombre puede ir transformando el mundo y a sí mismo mediante
una transmutación de todos os valores y encaminarse al superhombre. De este
modo, la afirmación vital no se limita a aceptar y querer la vida una sola vez,
sino infinitas veces.

NIETZSCHE Y EL NACIONALSOCIALISMO

El nombre y la obra de Nietzsche se consideraron por muchos, en cierto


modo, totalmente vinculados y llevados a su única praxis en la política y
operaciones sociales y bélicas de los nacionalsocialistas. Por ello, también este
filósofo alemán habría estado presente en el banquillo de los acusados ante el
tribunal de guerra de Nürenberg. Con ellos habría sido condenado a no pervivir
más en su acción directa sobre los supervivientes de la Segunda Guerra Mundial.

Muchos profesionales de la política y de la filosofía hicieron cantera en


Nietzsche, excavando en sus aforismos y manuscritos para fundamentar y
justificar aquella acción política y aquel nacionalismo. El propio Führer Adolf
Hitler así lo proclamaba.

Podríamos indicar como directrices fundamentales del nacionalsocialismo


la idea biológica de la raza aria, el nacionalismo alemán socializado, su
dominación arrolladora sobre el resto del mundo y el antisemitismo. Quien lea
atentamente los escritos de Nietzsche podrá apreciar muy pronto que aparecen
muchos pensamientos y valoraciones que no tendrían cabida ninguna en la
mentalidad totalitarista de los dirigentes del Eje.

Sobre su concepto de raza humana será preciso encuadrarlo en las


consideraciones ya desarrolladas acerca de las dimensiones positivas que
reconoce Nietzsche sobre la realidad del hombre y su superación hacia el
superhombre. No es solo puramente biológico el determinante único acerca del
ser humano superior ni del superhombre, ni se reducen a ello los rasgos
distintivos de una raza. Ni se une a las pretensiones del nacionalismo alemán que
afirma sólo en su pueblo la perfección de la raza. En Ecce homo, al hablar de
Wagner critica la tendencia idealista de los alemanes como un derecho a la
mentira y como consecuencia de la enfermedad de Europa que es el
nacionalismo, la neurosis europea por la pequeña política.

En los alemanes de su tiempo, ve Nietzsche precisamente a los que


encarnan mayormente los “filisteos de la cultura” que describe y critica en sus
Inactuales. Asimismo comprobamos textualmente su desprecio por los
antisemitas en sus múltiples referencias a ellos y a los judíos.

No por eso podemos pasarnos a la aceptación incondicional de cuanto


Nietzsche afirma o proyecta en su extremismo apasionado que llega en ocasiones
a evadirse de la más concreta realidad, a pesar de sus pretensiones positivistas.
Ni podemos negar que algunos de sus libros se convirtieron en lema estimulante
para los nazis.

LA “RAZA SELECTA”

Nietzsche reconoce la raza selecta como valor positivo. Son varias las
razas que han actuado como selectas, como positivamente buenas y hasta han
podido existir en las mismas épocas. En su libro Zur Genealogie der Moral leemos
sus alusiones a la “magnífica bestia rubia”, sin que por ello reduzca su
consideración sobre la raza a una sola, sino a cuantas reúnen los caracteres de
afirmación y vida que él considera dignos de ennoblecimiento. Tanto los héroes
homéricos, los vikingos escandinavos, los romanos, árabes, japoneses, etc. Peor
el problema de la raza no se resuelve con la generación por los padres. Cuenta
también la educación, la formación. Entre los símbolos que caracterizan el
aspecto positivo de la raza fuerte, proclama Nietzsche repetidamente el mito de
Prometeo para los arios, paralelamente a la caída en el pecado original para los
semitas. El mito prometeico señala efectivamente un pecado activo, con un
sentimiento trágico. Su tragedia sería la justificación del mal humano mediante
un sufrimiento operante.

La raza se corrompe no por sus vicios, sino por su ignorancia, teniendo


pues el conocimiento como determinante positivo de una raza selecta. Por esto,
si escribe Nietzsche en alguno de sus escritos póstumos sobre el aniquilamiento
de las razas decadentes y de las valoraciones esclavistas, no se conseguirá esto
por la cría de una raza pura, ni muchos menos la raza germana, sino por cruces
entre razas antagónicas, por mezclas de razas. Estas proposiciones no admitirán
ningún racista puro, si bien no faltan frases muy duras en el lenguaje
nietzscheano, considerándolas aisladas.

Siempre que se acerque uno a desentrañar los pensamientos sociales de


Nietzsche, es imprescindible tener presente su concepto de hombre. El hombre
núcleo vital que se engrandece y se relaciona, intensificando su propio ser desde
el momento en que nace como individuo. La persona que afirma su personalidad,
abriéndose y comunicándose con los demás, afirmando así su realidad única,
participando de la totalidad universal sin destruirse, ni anularse, sino
concienciándose, haciéndose conocimiento operativo que proyecta a cada
individuo competente hacia su vinculación descubierta y reconocida en el
conjunto de cuanto existe.

Muy duramente se ha criticado el antisocialismo de Nietzsche como se le


acusa igualmente de ser ideólogo del nacionalsocialismo. Conforme a las
categorías nietzscheanas, el problema que realmente trata de resolver el
socialismo no es cuestión de derecho, sino solamente un problema de poder. Ahí
es donde ha de poner su empeño el socialismo y la humanidad para resolverlo.
Todas estas objeciones al socialismo determinan cómo entiende él lo que en su
tiempo se pregona como propaganda socialista. Rechaza tajantemente todo
socialismo en cuanto sea opresión y no liberación de la vida creadora personal.
Rechaza cuanto dé lugar a la unión y coincidencia de rebaño y no a una
comunidad y actuación conjunta de potentes creadores personales.

Fascismo y nazismo
¿QUÉ ES EL FASCISMO?

La palabra fascismo (procedente de fascio, fajo, unión de fuerzas más o


menos homogéneas pero estrechamente unidas por vínculos ideales y
disciplinares, con la vista fija en la consecución de un fin común) nos conduce
necesariamente a los fascios de acción revolucionaria creados por el mismo
Benito Mussolini entre el 1914 y 1915.

Decenas de millones de personas han sufrido en carne propia los estragos


de la aplicación del fascismo y nazismo como sistemas de gobierno. De igual
modo surgieron los términos bárbaro o vándalo para designar a miembros de las
tribus que se lanzaron contra los Estados civilizados de Europa, dejando tras de sí
una estela de incendios, ruinas y muerte.

Las expresiones fascismo, nazismo y falangismo evocan el mayor flagelo


impuesto al mundo, sobre todo a Europa, por hombres bestialmente degradados,
deshonra y afrenta de la condición humana. Sus vástagos vuelven a ser hoy, en
muchos países, una grave amenaza para la humanidad.

Cuando decimos fascismo, frecuentemente tenemos en cuenta sólo el


sentido estricto de la palabra, es decir, el fenómeno italiano. El nazismo, a su
vez, se define como la teoría y la práctica difundidas en Alemania, lo mismo que
el falangismo en España. En cierta medida es así, pero tal apreciación no aclara
el asunto en toda su complejidad. Hace hincapié en las particularidades que
distinguen al fascismo del nazismo, al nazismo del falangismo, etc. pero no en lo
que tienen en común, que es mayor que las diferencias entre una u otra forma
nacional.

El fenómeno en su conjunto es conocido con la palabra “fascismo” en su


sentido general, y en este caso comprende todas las interpretaciones nacionales.
A veces, al caracterizarlo, se dice simplemente que es una dictadura de la
sociedad, un fenómeno tan antiguo como el Estado, por cuanto éste es expresión
de aquéllo. Durante muchos siglos, la sociedad humana conoció una sola forma
de dictadura: la de los fuertes contra los débiles, ricos contra pobres y opresores
contra oprimidos.

El fascismo actúa en interés de los que ejercían el poder en la mayoría de


los países del mundo actual: las grandes compañías industriales, los monopolios y
sus aliados, los terratenientes. Es una forma de ejercer la política imperialista en
un país y en la esfera internacional. Detrás de los fascistas están las fuerzas que
hoy gobiernan los asuntos del bloque imperialista, predicador inveterado del
“amor a la libertad” y del “democratismo”.

Fascismo no significa simplemente dictadura de los terratenientes y


monopolistas, sino que representa la más brutal y sangrienta de todas las
dictaduras. El régimen fascista ostenta sin disimulo la dictadura de los
monopolistas: el terror y los asesinatos, la violación de las leyes y el menoscabo
de la cultura, el juego con las bajas pasiones del hombre son los métodos que
aplica para lograr sus fines.

HISTORIA DEL FASCISMO

Entre 1914 y 1915 se desencadenaba la apasionada polémica sobre la


intervención de Italia en la guerra, compuesta por elementos de izquierda,
socialistas de fondo revolucionario y sindicalistas, todos burgueses, obreros o ex-
obreros, pero en disensión manifiesta con los demás partidos. Dichos fascios
representaron el intervencionismo popular o revolucionario. Numéricamente no
eran de grande importancia, pero en cambio lo eran moral y políticamente
porque rompía la solidaridad neutralista del socialismo italiano. La brecha que
Bissolati y otras trásfugas del socialismo habían empezado a abrir en la ideología
clásica internacionalista de aquel partido, se ensanchaba considerablemente y
suministraba nuevos gérmenes para la formación de un socialismo nacional;
enriquecía con elementos, con ideas y con palabras nuevas el intervencionismo
de los nacionalistas, de los liberales, de los republicanos, de los demócratas, aún
cuando por el momento no ofrecieran gran novedad las razones intervencionistas
de Mussolini y de los fascios comparadas con las de Bissolati.

Es necesario tener presente este movimiento intervencionista para


conocer el fascismo que nace en 1919. Se vio entonces palpablemente cómo los
viejos partidos habían llegado a la más completa descomposición y se ven
constreñidos a ceder el paso a la formación de nuevas creaciones políticas.

La guerra hubiera sobrevenido aún sin el intervencionismo, pero éste le


infundió un carácter revolucionario que de otra manera no hubiera tenido. La
guerra, por su parte, removió las pasiones patrióticas. Añádanse todavía los
ilimitados poderes otorgados al Estado, aun en el ramo económico de la
producción y en los cambios: esto que, por otra parte, envalentinó al partido
socialista italiano, que aunque hostil a la guerra y desdeñoso frente a esta
especie de socialismo estatal, se sentía con todo dispuesto a reconocer en ello
una eficaz aportación al verdadero socialismo; estimuló, por otra, las diversas
reacciones de la postguerra contra el Estado monopolizador.

Es necesario tener presente todo este cúmulo de acontecimientos para


comprender la vida italiana del 191 al 1919; crisis de los viejos partidos políticos,
intervencionismo revolucionario, descrédito de clases y de instituciones, violenta
polémica entre los socialistas declarados intervencionistas contra el sentir del
partido, sentimientos más elevado y profundo de los problemas nacionales y
sociales suscitado por la guerra entre los mejores combatientes, et.

BASES DE LA IDEOLOGÍA DEL FASCISMO

En política, se llama ideología al sistema de puntos de vista, ideas y


nociones concretas que caracterizan a una clave, un grupo o un movimiento
social. Los fascistas tienen su ideología, aunque sólo convencionalmente
podríamos definirla como verdadera doctrina, ya que constituye un cúmulo
caótico de hipótesis y teorías anticientíficas, que se contradicen entre sí,
aplicadas en diferentes ocasiones y países.

¿Se puede hablar en este caso de una ideología fascista única? ¿No sería
más correcto mantener el punto de vista de que en general no existe? Tal
posición sería errónea; ello significaría cerrar los ojos a la existencia real de
ideas y opiniones que se propongan e influyeron sobre muchas personas.

El fascismo es un fenómeno desarrollado por las clases opresoras: los


grandes monopolistas industriales y sus aliados latifundistas. Este factor ha
desempeñado un papel decisivo en la formación de la ideología fascista. Si
examinamos las diferentes teorías enunciadas, podremos, en muchos casos,
determinar su origen.

Los opresores necesitaban al fascismo ante todo para poner orden en sus
países. Debía ser la fuerza que asegurase que las masas no participaran ni
siquiera en forma aparente en el gobierno del Estado. Debía disciplinarlas,
privarlas de la posibilidad de luchar por sus derechos, por su nivel de vida, por su
futuro. Precisamente por eso, entre las numerosas doctrinas fascistas ocupa un
lugar preponderante la del sometimiento total del pueblo al Estado, al partido y
al líder fascista.

Según estas teorías, el pueblo sencillo es incapaz de dirigir el Estado. El


verdadero gobierno, afirman, se realiza sólo por la aristocracia espiritual: “los
superhombres” (según expresión del filósofo reaccionario alemán Nietzsche,
cuyas concepciones sirvieron de fundamento a la ideología fascista), “jefes” de
sangre y vocación.

“No se puede entregar el poder a las masas ciegas, incapaces de pensar,


carentes de la chispa divina”, escribía Adolf Hitler, jefe de los nazis, en su libro
Mein Kamp, “catecismo” del fascismo. Hay que “situar al individuo por encima
de la masa, es decir, subordinar ésta a aquél”.

Goebbels, otro dirigente y teórico fascista, explica esta idea afirmando


que “sólo los grandes hombres modelan a la masa inmadura y que ésta no está
llamada a dirigir formaciones políticas. No hay que liquidar la desigualdad entre
los hombres, al contrario, hay que ahondarla y convertirla en una ley, protegida
por barreras infranqueables”.

Estos teóricos, al atacar a los marxistas y el marxismo, los acusaban de


confiar en las masas, de exagerar su significado y papel, y de anteponer los
intereses de la mayoría del pueblo en cada país. Las masas no pueden ser factor
decisivo en un Estado, porque destruyen la cultura, la economía y la política.

Criticando el parlamentarismo, A. Rosenberg, uno de los más conocidos


teóricos del fascismo, veía su mayor defecto en el hecho de que reconoce la
libertad de movimiento y de comercio, la igualdad de las personas y los sexos,
etc. “Con ello, el parlamentarismo atenta contra las leyes de la naturaleza. El
ideal alemán exige autoridad, fuerza reformadora del tipo humano, limitaciones,
adiestramiento, autarquía.”

PRINCIPIOS DEL ESTADO FASCISTA TOTALITARIO


Todo esto en conjunto sentó los principios sobre los que se erigió el Estado
fascista totalitario. Nada tiene de extraño que las clases gobernantes de loa
países donde los fascistas desarrollaban su actividad exaltaran estas ideas. El
Estado fascista, según ellos, es un organismo situado por encimad e las clases y
dirige a toda la nación en aras del bienestar general.

Entre trabajadores y patronos, escribía uno de los filósofos del fascismo,


debe existir una unidad basada en la mutua confianza. Ambas partes deben
imbuirse de un sentido de “reciprocidad” y “responsabilidad solidaria” por el
destino de la economía nacional en su conjunto. Los trabajadores saben que
están obligados a seguir y obedecer en todo a su patrono, que es su jefe”

Estas últimas palabras encierran la esencia de la consigna fascista “de la


comunidad popular”: la subordinación de los oprimidos a los opresores, un
régimen de cementerio; lo que fue y sigue siendo el sueño de los explotadores
desde tiempos remotos. El teórico Spann llegó a elaborar una especie de sistema
de categorías sociales para el Estado fascista: en la base se hallan los obreros
artesanos, “condenados a una vida de bestias”; por encima de ellos, los
trabajadores intelectuales predestinados a una vida algo mejor. Más arriba, los
rectores de la vida económica, los “trabajadores-capitalistas” que intervienen de
manera “creadora” en el aspecto económico y administrativo, y a continuación
los dirigentes y los sabios. Las capas bajas debían someterse a las altas de
acuerdo con las leyes morales de su categoría, y “crear todo para los
superiores”.

Con el objeto de encubrir la falta de derechos para el pueblo, los teóricos


proclaman el llamado principio corporativo de la estructura del Estado. Este
debe ser dirigido por un jefe fascista, ayudado por corporaciones creadas al
objeto y que agrupan a capitalistas, terratenientes, campesinos y obreros. De
esta forma se crea la ilusión de que el pueblo interviene en la dirección del
Estado, pese a la liquidación del sistema parlamentario.

Mientras que las teorías del Estado totalitario y del caudillismo buscaban
asegurar el orden en el país, otra, la racista, se proponía ante todo asegurar las
anexiones imperialistas fuera de las fronteras nacionales.

No fueron los fascistas los inventores de dichas teorías. Nació en el siglo


XIX entre quienes pretendían justificar “moralmente” una política colonialista.
Los fundadores del racismo fueron, entre otros, el conde de Gobineau y
Charmberlain, quienes en su propósito de demostrar la legitimidad del yugo
colonial, argumentaban que en las colonias viven representantes de razas
inferiores destinadas por su misma suerte a ser esclavas de los conquistadores
europeos.

EL SUPERHOMBRE EN LA TEORÍA RACISTA

Desde su origen quedó demostrado el carácter anticientífico de la teoría


racista. Los rasgos externos específicos de los representantes de las diversas
razas se explican por las diferentes condiciones geográficas, climáticas y por la
adaptación del organismo al medio durante muchos siglos. Estos caracteres no
son en modo alguno estáticos e inalterables. Los datos científicos testimonian
que todos los hombres provienen de una misma raíz. Además, en el transcurso de
miles años las diferentes razas se han ido mezclando y cruzando de tal manera
que en general no existen razas puras. Y aunque existieran, ello no alteraría la
esencia del problema: el hecho de que la capacidad de los hombres, sus
cualidades morales, no se determinan en absoluto por su pertenencia a
determinada raza, sino por sus condiciones de vida, por la educación y enseñanza
que reciben.

Desde los albores del movimiento fascista, sus ideólogos se aferraron a la


teoría anticientífica de los colonizadores oscurantistas, convirtiéndola en base de
su doctrina. Los fascistas, lo mismo que los creadores del racismo, estaban
interesados en la justificación moral de sus conquistas e inversiones, y esa teoría
suministraba cumplidamente la necesaria argumentación.

No es difícil entrever las inmensas posibilidades que ofrece esta teoría


para justificar toda clase de excesos. Si existen razas superiores e inferiores,
entonces a la superior se le permite todo, la naturaleza misma la predispone a
ocupar el puesto de amo en el mundo. “El hombre de raza no nórdica – afirma
Hauch en el libro Nuevos principios de las razas – forma el escalón intermedio
entre el hombre y la bestia; se acerca más al mono que al ser humano; no se lo
puede llamar hombre en todo el sentido de la palabra”.

Siendo así, se explica cualquier crueldad hacia los representantes de razas


inferiores. El “superhombre” tiene derecho a golpearlos y matarlos. Según la
concepción fascista, tener compasión de un ser de raza inferior es una
supervivencia condenable de humanitarismo, un prejuicio. Sólo merecen respeto
los fuertes, los débiles deben ser aniquilados. No es casual que en la Alemania
nazi, cuando floreció esta teoría de las razas, se practicase en los hospitales la
liquidación física en masa de los pacientes. En un libro de Lenaz se proponía
abiertamente a los médicos que dieran muerte a los enfermos y débiles en bien
de la pureza de la raza aria.
Los nazis aplicaron intensamente la teoría racista en su país. A los
enemigos de su régimen, a los antifascistas, se los proclamaba degenerados,
portadores de elementos de una raza extraña y con s pretexto se los aniquilaba.
Los fascistas promulgaron una forma especial de racismo, el antisemitismo .A
quienes pertenecían a la raza semita, más exactamente a los judíos, se los
declaraba principales responsables de la desigualdad social. Todos los vicios del
capitalismo – el empobrecimiento del pueblo, la opresión, el desempleo, el
hambre, etc. se explicaban como maquinaciones de los judíos. Así se canalizaba
el descontento de los trabajadores en una dirección determinada, a fin de
provocar discordias entre las nacionalidades.

Del culto a la guerra proviene el culto al “heroísmo” fascista que según sus
teóricos es la disposición a morir en la guerra de conquista. Sacrificarse en
nombre de la raza nórdica, de la victoria del “superhombre” en aras del Führer
alemán, se presentaba como el acto más sublime.

NATURALEZA “CUASI-RELIGIOSA” DEL SISTEMA FASCISTA

Benito Mussolini escribe en su libro El Fascismo: “la vida, tal como la


concibe el fascismo, es seria, austera, religiosa; entregada por completo a un
mundo sostenido por las fuerzas morales y responsables del espíritu”.

El espíritu es la fuerza accional y tensa que mueve y vigoriza la materia,


elemento inerte y pasivo, subordinado por entero a sus directivas interiores. Las
fuerzas morales trabajan en el seno de la materia y la orientan y sostienen. No
hay fuerza sin materia ni materia sin fuerza que la impulse.

El fascismo, exaltando los valores del espíritu en su aspecto más dinámico


y activo, ha cimentado la arquitectura de su doctrina sobre una concepción
fundamentalmente espiritualista del universo. El fin propio del hombre
espiritualmente considerado en la acción porque el espíritu, en constante afán
de superación y vencimiento de sí mismo, debe adelantarse al momento presente
y transitorio y aplicarse a conquistar el porvenir.

El fascismo radica la verdadera felicidad en aquel estado que los antiguos


filósofos llamaban “ataraxia”, o sea la soberanía del alma sobre sí misma, la paz
interior y la serena convivencia del espíritu bajo el imperio de su propia libertad.
El fascismo, como verdadera fe, un estado de conciencia colectivo, ha debido
idear un mito porque el mito es indispensable en los sistemas políticos y
filosóficos: “el mito no es una cosa que se inventa, es un hecho ideal que
despierta una fe y que puede hacerse realidad, y siendo la expresión de una
conciencia religiosa y política, es absolutamente legítimo en su terreno”.
Los doctrinantes del marxismo, conociendo el inmenso poder del mito
sobre las multitudes y con el fin de dar al sistema la consistencia y el valor de
una religión, han ideado el mito de la Huelga General Revolucionaria, episodio
decisivo en la lucha de clases. El fascismo, sistema que aspira a fisonimizar una
época de la historia, sustituyendo una fe por otra y una expresión de conciencia
por otra, ha ideado sus mitos contrapuestos a los mitos del marxismo y los ha
elevado a la categoría de símbolos de su revolución. Es por ello que expresa el
sentido de su revolución con una fórmula en consonancia con las aspiraciones de
la razón humana: el mito de la solidaridad de clases y su fusión en una sola
realidad económica y social, base fundamental de una nueva moral más alta.

Las fuerzas morales en acción constante, es decir, en lucha para dominar


todo lo que hay de oposición a ellas, tienden a dar un sentido de movimiento al
concepto cuasi-religioso del fascismo. Reconoce en cada hombre una
responsabilidad personal en función de la colectividad.
Conclusiones
Es cierto, como afirma Popper en su libro Conjeturas y refutaciones, que a
la hora de poner por escrito un trabajo intelectual es imposible para el autor
reconocer en ese momento los alcances que su obra tendrá. Tenemos el claro
ejemplo de Einstein, cuya fórmula física E = MC 2 sirvió de base para la creación
de la bomba nuclear por parte de Estados Unidos en el Proyecto Manhattan,
misma que luego sería arrojada sobre Hiroshima y Nagasaki. Otro ejemplo en la
filosofía es el pensamiento de Berkeley, quien intentando rescatar a Dios y
considerarlo como condición sine qua non del conocimiento científico, sirve
también como fundamento a la propuesta empirioradical de Hume que echa por
la borda tanto a Dios como a la metafísica e incluso la ciencia.

Siempre que se acerque uno a desentrañar los pensamientos sociales de


Nietzsche, es imprescindible tener presente su concepto de hombre. El hombre
núcleo vital que se engrandece y se relaciona, intensificando su propio ser desde
el momento en que nace como individuo. La persona que afirma su personalidad,
abriéndose y comunicándose con los demás, afirmando así su realidad única,
participando de la totalidad universal sin destruirse, ni anularse, sino
concienciándose, haciéndose conocimiento operativo que proyecta a cada
individuo competente hacia su vinculación descubierta y reconocida en el
conjunto de cuanto existe.

Muy duramente se ha criticado el antisocialismo de Nietzsche como se le


acusa igualmente de ser ideólogo del nacionalsocialismo. Conforme a las
categorías nietzscheanas, el problema que realmente trata de resolver el
socialismo no es cuestión de derecho, sino solamente un problema de poder. Ahí
es donde ha de poner su empeño el socialismo y la humanidad para resolverlo.
Todas estas objeciones al socialismo determinan cómo entiende él lo que en su
tiempo se pregona como propaganda socialista. Rechaza tajantemente todo
socialismo en cuanto sea opresión y no liberación de la vida creadora personal.
Rechaza cuanto dé lugar a la unión y coincidencia de rebaño y no a una
comunidad y actuación conjunta de potentes creadores personales. De esta
manera, Nietzsche termina influyendo en los fascismos del siglo XX de una forma
que difícilmente pudo haber imaginado.
Bibliografía

Bibliografía
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