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LA MULTIDIMENSIONALIDAD DE LA CIENCIA

Cuando se habla del impacto social de la ciencia y la tecnología no falta


quien se pregunte si éstas son buenas o malas, justas o injustas, solidarias o
insolidarias. Esto parece suscitar un interés por las cuestiones éticas en el
ámbito de la ciencia, sin embargo, una determinada actividad científica, un
proyecto o incluso cierto método de investigación, puede ser valorado con
eficacia en términos de bueno o malo, justo o injusto, pero no solo desde el
punto de vista moral, sino religioso, político, económico o militar. Es más,
si pretendiéramos quedarnos solo en el ámbito de la ética, debemos advertir
que “no es posible evaluar moralmente la ciencia y la tecnología en general
o en abstracto” (4), solo “los sistemas técnicos concretos sí están sujetos a
evaluaciones morales y no son éticamente neutros” (3). Es decir, lo que sí
tendría sentido, lo que sí sería posible, sería llevar a cabo una valoración de
los distintos sistemas científicos entendiéndolos como sistemas de acciones
humanas.
Es fundamental insistir en el sin sentido de hablar de la relación de la ciencia
y de la ética en general, pues este marco genérico no diferiría mucho del que
nos proporciona a grandes rasgos la ética profesional: la actividad científica
solo es posible a partir de la confluencia de distintos profesionales. “Si
queremos profundizar en las implicaciones éticas del ámbito científico -
tecnológico, debemos adentrarnos en cada caso particular, en cada actividad,
en cada disciplina científica concreta. Por ese motivo, a lo largo del presente
escrito se insiste en ahondar en la necesidad de acudir a la disciplina, a la
actividad específica, pero también, en el marco cultural y contextual en el
que se desarrolla. Ello nos permitirá, eso sí, presentar un modelo compuesto
por 12 subsistemas de valores a partir de los cuales será posible efectuar una
evaluación axiológica de cualquier disciplina, modelo, proyecto o actividad
científica. No pretendemos llevar a cabo una evaluación general de la
ciencia, pero sí dar una serie de pautas generales para realizar evaluaciones
de casos concretos.
Lo primero que se constatará es la imposibilidad de elaborar una evaluación
de la ciencia a partir únicamente de la consideración de un tipo de valor, ya
sea éste el conjunto de valores epistémicos o de valores morales. Desarrollar
una “evaluación” supone considerar el mayor número de valores
involucrados en el caso a estudiar. En el nuestro, consistiría en determinar
qué valores intervienen en la actividad científica y tecnológica. El análisis,
el estudio de las repercusiones, la importancia de la actividad y de los valores
científicos y tecnológicos, no puede partir de la nada, desde el vacío, se debe
recurrir al contexto social y cultural en el que se desenvuelve. Por ello,
debemos revisar, aunque sea en forma escueta, qué es una cultura y cómo la
ciencia nace precisamente como un modo más de dar cuenta de la necesidad
que toda cultura y cómo la ciencia nace precisamente como un modo más de
dar cuenta de la necesidad que toda cultura tiene de explicar la realidad. En
consecuencia, se hace indispensable adentrarse no solo en los distintos
sistemas científicos concretos, sino también tener en cuenta el contexto y los
agentes que hacen posible el desarrollo de la actividad científica. Pero antes
de esto, analicemos cómo se superó la visión neutralista de la ciencia dando
cabida a una visión pluralista.
De la neutralidad de la ciencia a una pluralidad de valores.
Ya en 1973, T. Kuhn reabrió el debate sobre ciencia y valores. La neutralidad
de la actividad científica era una de las herencias que el empirismo había
establecido, así como había una base empírica común a todos los seres
humanos, también había una base axiológica común a todos los científicos,
exclusivamente epistémica, caracterizada por la existencia de un objetivo
principal de la ciencia, la búsqueda de la verdad, la explicación de los hechos,
el avance del conocimiento científico. De este modo, se consideraba que los
valores externos a la propia actividad científica no influían en el
conocimiento científico como tal, independientemente de que de ese saber
se hiciera un uso bueno o malo. Ésta es, de hecho, la reflexión a la que han
llegado la mayoría de los científicos, tendiendo a pensar que la racionalidad
científica se justifica por las metas u objetivos de la ciencia. Un auténtico
científico observa, mide, describe e intenta explicar o comprender los hechos
o fenómenos recurriendo a leyes o principios explicativos causales. Los
preceptos y reglas propios de la actividad científica de fundamentan en el
logro de los objetivos y la racionalidad instrumental.
A muchos de los conflictos éticos que se presentan en la ciencia tienen su
génesis en la naturaleza humana y no tanto en la propia actividad científica.
No obstante, en la misma medida en que esos fines y objetivos, así como los
medios, instrumentos y métodos pueden y deben ser evaluados, queda la
neutralidad de la ciencia en entredicho. Por ello, los juicios de hechos no son
suficientes, se debe acudir a los juicios de valor. Y es que toda práctica
científica está influida por un espacio (o sistema de valores) que la dota de
un sentido y determina la actividad científica y tecnológica como actividad
intencional. Al momento de hablar de ciencia y tecnológica como actividad
intencional. Al momento de hablar de ciencia y tecnología podemos llevar a
cabo una distinción entre el contexto de investigación y el contexto de
aplicación. Por ejemplo, si nos fijamos en este último, observamos cómo los
descubrimientos e innovaciones tienen como objetivo esencial la
transformación de las sociedades y de las personas, motivo por el cual no
tiene sentido pretender separar la actividad científica de la vida social. Es
precisamente esta gran variedad de sociedades y de disciplinas científicas,
por un lado, y la variedad de sistemas de valores por otro, lo que hace
imposible decir si la ciencia y la tecnología en general son buenas o malas
para la sociedad. Se hace indispensable interpretar los valores como
entidades sociales cambiantes y elaborar un estudio empírico de los distintos
sistemas de valores vigentes en cada especialidad científica y en cada
momento histórico. Disciplinas como la sociología, la antropología y la
historia de la ciencia han demostrado cómo los valores contextuales guían la
investigación, determinan qué hipótesis seleccionar y limitan lo que se
conocerá. Como ya apuntamos, es en función de estos factores, entre otros,
como se establece qué teorías o disciplinas se financian, qué líneas de
investigación se siguen y cuáles se descartan. En este sentido, debemos estar
atentos ya que siendo cierto que un individuo puede satisfacer un conjunto
de valores, lo mismo ocurre con un instrumento, una teoría o una institución
científica. La emergencia de la Gran Ciencia (no por su calidad, sino por su
tamaño) reclama la participación de miles de científicos, trabajadores
proletarizados, que, con un gran nivel intelectual, no tienen influencia en el
resultado final e incluso, en muchas ocasiones, lo desconocen. A eso, cabe
añadir que, en la actividad científica, como en cualquier otra, no solo existen
valores contextuales, sino, además, internos al propio desarrollo:
encontramos valores personales, preferencias de grupos individuos, que
influyen en la propia práctica científica. Parece oportuno señalar que muchos
de los conflictos éticos que se presentan en la ciencia tienen su génesis en la
propia naturaleza humana, social o cultural en la que la actividad se efectúa
y no tanto en la propia actividad científica. Las envidias, el ansia de poder,
de reconocimiento, de dinero, etc. no son algo que pertenezca de manera
exclusiva a la ciencia, sino que es algo común en todas las profesiones. En
este tipo de casos, creemos pertinente señalar cómo se manifiestan, cuáles
son las peculiaridades que estos “males comunes” adoptan en el campo de la
ciencia y cuáles son sus repercusiones.
El concepto de progreso
Si estamos atentos, observaremos cómo cuando hablamos de ciencia y
tecnología siempre aparece la misma idea, el mismo concepto como telón de
fondo: el progreso. Mas, ¿qué debemos entender por tal? En general,
significa una mejora de las condiciones de existencia y de las circunstancias
de vida en el campo económico, político y en el de la ciencia y la técnica. La
disputa en torno a la representación de los fines político – sociales (calidad
de vida), muestra que el progreso, como constatación y como exigencia,
contiene de modo necesario una valoración que a la postre está fundada en
la imagen del hombre. De acuerdo con Max Weber, se debe distinguir entre
mera diferenciación progresiva, creciente racionalización de los medios
técnicos y el auténtico aumento de valor. La de en el progreso y las teorías
del mismo con frecuencia están cargadas de elementos ideológicos y
utópicos, por eso conviene usar con cautela el concepto de progreso. Este es
deseable en tanto que crea los presupuestos para posibilitar y asegurar un
desarrollo digno de la humanidad y del hombre en el plano material, cultural
y espiritual.
Pero acudamos a la etimología. De la voz latina progredo, que significa
“caminar adelante”, el progreso implica un caminar hacia adelante y, por
ende, una meta hacia la cual dirigimos. Si no existe una meta hacia la cual
dirigirnos. Si no existe una meta no podemos saber lo que es ir hacia adelante
y lo que es hacerlo hacia atrás. Por consiguiente, si queremos saber si la
ciencia y la tecnología progresan, se requiere que nos pongamos de acuerdo
acerca de cuáles han de ser sus fines.
Si decimos que el fin, la meta de la ciencia es descubrir la estructura íntima
de la realidad, nos encontraremos con quienes afirmen que la ciencia no
avanza ya que en pocos siglos hemos pasado por visiones del mundo
radicalmente incompatibles (Ptolomeo, Newton, Einstein) que nos impiden
asegurar que lo que hoy damos por válido, mañana vaya a serlo. No obstante,
si señalamos que el objetivo de la ciencia es explicar y predecir, entendiendo
con ellos que las teorías científicas se justifican en virtud de su capacidad
para permitirnos realizar predicciones, para hacer cálculos, entonces sí que
podemos afirmar que la ciencia avanza. Lo que quizá ya sea más
problemático es llevar a cabo la equiparación, tantas veces intentada, de los
progresos científicos y tecnológicos con el progreso individual y social. Para
poder constatar el avance, antes debemos establecer cuáles son los objetivos
de un individuo y de una sociedad.

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