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Virginia Haurie

Si te juntas a cantar no solo cantas


(Una mirada sobre la participación autogestionada en Barcelona)

S
Soñar no es sólo un acto político necesario, sino también una connotación de
la forma histórico social de estar siendo mujeres y hombres. Forma parte de la
naturaleza humana que, dentro de la historia, se encuentra en constante proceso
de devenir. Haciéndose y rehaciéndose en el proceso de la historia, como sujetos y
objetos, mujeres y hombres, convirtiéndose en seres de la inserción en el mundo y
no de la pura adaptación al mundo, terminaron por tener en el sueño también un
motor de la historia.
No hay cambio sin sueño, como no hay sueño sin esperanza.
Paulo Freire, Pedagogía de la esperanza

Nuestras ciudades se expresan en las alamedas, las avenidas, los paseos, los
bulevares, las plazas. Hacer ciudad es pensar en y con los ciudadanos, es decir las
personas juntas y en la calle. Deseemos que los proyectos de políticos y urbanistas
no lo olviden y que el 2004 nos deje una gran alameda de justicia y libertad en el
Besòs y de Barcelona a Badalona. Las alamedas de la libertad precisan espacios
protectores para sus ciudadanos. El urbanismo es político, pero no hay política sin
urbanismo.
Jordi Borja
Índice

Prólogo a la edición argentina.................................... 4


Introducción. ............................................................ 5
En Barna.................................................................... 8
Acerca de la participación oficial........................... 16
El corazón de Barcelona. ...................................... 28
Representatividad vs participación......................... 36
Barcelona en lluita . .............................................. 50
Entre Greenpeace y Energy Control................... 57
Asociarse es un sentimiento.................................... 64
La ciudad nos habla................................................. 79
De las tabernas a los equipamientos colectivos. ... 87
La pinya ciudadana................................................... 97
La pinya II................................................................105
Mako en Arcadia..................................................... 113
Acerca de setas, bananas y otras yerbas ................123
La participación globalizada..................................135
En la ciudad sin esquinas. ...................................... 151
Participación mediática..........................................159
Nieve en agosto......................................................169
Cierre .....................................................................179
Bibliografía............................................................. 181
s
Prólogo a la presente edición

Escribí «Si te juntas a cantar no sólo cantas» pensando


en los jóvenes catalanes y en los inmigrantes, que son quienes
más necesitan de la participación cívica y política, y menos la
practican. Fue en el 2002, año en que ocurrió en Barcelona
una de las manifestaciones más importante desde la diada
del 77. Ese año, también, se aprobaba el nuevo Reglamento
de Participación Ciudadana que organiza la relación entre
la sociedad organizada y el Estado. Era la primera reforma
desde que empezara el proceso participativo en la ciudad
quince años atrás.
Hoy, la participación ciudadana sigue siendo un tema
vigente, sobre todo la autogestiva, que es de la que trata este
libro. Los jóvenes se hacen esuchar en muchos países del
mundo pero aún es el grupo social que tiene menos repre-
sentados en la política y en las instituciones. Y qué decir de
la situación de los inmigrantes cuando los políticos hablan
de levantar muros en sus fronteras.
Frente a la rapidez de los cambios políticos y sociales,
este libro es solo un pequeño mojón en el tiempo que tal
vez permita percibir cuánto se ha avanzado, o retrocedido,
en el complejo proceso de construir colectivamente una
sociedad más equitativa.

Buenos Aires, junio 2016


Introducción
Este trabajo aborda las prácticas espontáneas de parti-
cipación ciudadana ocurridas en la ciudad de Barcelona
durante el año 2002. Comienza con una breve reseña de
experiencias participativas gubernamentales, indaga sobre
algunos indicadores de compromiso cívico y luego recorre
formas participativas menos reconocidas como son las que
se manifiestan en las plazas, en las calles y bares o en los
alrededores de un mercado. También, las que emergen entre
quienes asisten a los equipamientos comunitarios.
Se detiene en las acciones de grupos que, por sus carac-
terísticas o condición jurídica, no intervienen en las ofertas
oficiales de participación ciudadana. De manera recurrente
se asoma a la participación que se expresa a través del mundo
asociativo. Muchas de las experiencias mencionadas están
estrechamente vinculadas a él.
Por último, quedan planteadas ciertas prácticas parti-
cipativas que se han extendido con el acceso a las nuevas
tecnologías, como la facilitada por el uso de Internet o la
telefonía móvil. Son nuevos espacios de participación abier-
tos en las llamadas redes virtuales.
Se han realizado entrevistas tanto a individuos como a
grupos (dirigentes vecinales, técnicos, expertos, funciona-
rios, grupos informales), se recurrió a periódicos, revistas,
programas de televisión y a la observación directa. Las refe-
rencias conceptuales han sido tomadas de trabajos realizados
por expertos locales. Espero, cuando no han sido citados

5
textualmente, haber interpretado cabalmente sus conceptos.
Este libro es una exploración curiosa realizada por
una persona extraña a la ciudad, pero que ha trabajado con
relación a los temas de participación ciudadana, promovidas
desde el Estado, la mayor parte de su vida profesional en
la ciudad de Buenos Aires.
Es posible que alguien se pregunte para qué sirve la
mirada de un extranjero. A veces posibilita rever aquello
que dejamos de apreciar porque lo consideramos natural,
simplemente nos acostumbramos a que esté allí. También
para afirmarnos en lo que pensamos o percibimos, tanto
por acordar como por disentir. Otras veces, nos permite
descubrir algo nuevo o reflexionar sobre lo ya conocido y
puede ocurrir que no nos aporte nada nuevo.
Una mirada externa utiliza una lente que deliberada-
mente agranda lo que observa para exagerar y así captar la
atención. También es una lente que intenta ser «inocente»
pero es sólo un intento. En cierta forma un extraño está
fuera de las cargas o del peso que los hechos observados
tienen para los lugareños, sin embargo no está libre de lo
que trae consigo: desde la horinzontalidad, la cultura del país
de origen (la observación de un inglés sería muy distinta) y
desde la verticalidad, las experiencias vividas.
Al escribir este libro me he inclinado a pensar en los
jóvenes y en aquellos colectivos que necesitan de la par-
ticipación ciudadana y menos la practican (por ejemplo,
inmigrantes), pero no excluye a quienes tienen responsabi-
lidades públicas o sociales. Debo decir que a veces mientras
lo preparaba, he pensado en mis compatriotas.
Para facilitar su lectura se han utilizado recursos perio-
dísticos y literarios. Me entusiasmó un joven que después
de leer unos capítulos me dijo «parece interesante y además

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participar es gratis...» y otro que dijo: «yo soy de las que odian
la política pero me has hecho dudar». Si se despertara algo
similar en otros jóvenes, me daría por satisfecha.
He disfrutado de la tarea y ponerle un punto final ha
sido totalmente arbitrario. Barcelona por idiosincrasia es
terreno fértil para el desarrollo de múltiples experiencias
en este campo como en muchos otros. Una idiosincrasia
de la que sólo me atrevo a enumerar algunos rasgos: interés
por la complejidad, sentido crítico, sentimiento de pérdida,
superación, competitividad, sensatez y locura, parquedad,
trabajo, libertad.
La posibilidad de conocer un poco de la singularidad
de esta ciudad ha sido un privilegio. Por esta oportunidad
estaré siempre gratamente en deuda.

Barcelona, diciembre del 2002.

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En Barna

«Barcelona tiene una gran capacidad para venderse» me dijo


Andrés Naya, vicepresidente de la Federación de Vecinos
de Barcelona, y ejemplificó: «Barcelona ha paseado por
toda Sudamérica el reglamento de participación ciudadana,
tenemos el mejor del mundo...». Este hombre, originario
de Huesca, con porte de trabajador manual y mente llena
de ideas progresistas era consciente de que el mejor de los
reglamentos no es suficiente para la participación real.
Pero por ahora dejemos la participación ciudadana a un
lado y volvamos a la gran capacidad que tiene Barcelona para
venderse al mundo. Esta afirmación es válida si se analizan,
por ejemplo, los resultados del año dedicado a Gaudí: a los
pocos meses se superaron con creces las expectativas de
visitantes esperados y por ende recuperado las inversiones
realizadas. Sin embargo, ni el mejor marketing del mundo
puede transformar basura en mariposas, aunque a veces nos
parezca que algunos lo logran.
El sesquicentenario de Gaudí convocó multitudes por-
que además Gaudí es Gaudí: un artista genuino, a quien es
posible imaginar con su característico gesto adusto, tirándose
de la barba, molesto con el merchandising que se hace de su
persona y su obra. Sin embargo, más allá o más acá de ese
mercadeo, es valioso que pueda ser conocido fuera de las
fronteras donde vivió.
Con esto quiero decir que la buena prensa de «Barna»,
como la llaman cariñosamente los jóvenes, se debe a que

8
Barcelona es Barcelona: una ciudad con atractivos genuinos
en la que sus mejores pregoneros no son sus administracio-
nes o medios de comunicación (por lo menos en la calidad
de tales) sino sus ciudadanos y visitantes.
Los barceloneses aman su ciudad, cualquier foráneo
atento puede percibirlo en los hechos más que en las pala-
bras. Es un amor enraizado en la historia de su identidad,
que creció superando tempestades y que floreció allá por el
92 cuando los catalanes quisieron mostrarla al mundo. Con el
tiempo, la ciudad y sus habitantes parecen tener la relación de
un matrimonio maduro que se quiere sin condiciones, en el
que mucho se perdona y poco desata el fuego. Sin embargo,
asolan los vientos de la globalización que ponen a prueba
ese amor, tanto como la irrupción de nuevos protagonistas:
los jóvenes de la democracia, los inmigrantes y los guiris1
Por ahora los visitantes disfrutamos de los resultados de
esa relación que ha hecho de Barcelona una ciudad amable,
en toda la denotación de la palabra: complaciente, afable,
afectuosa, digna de ser amada. Caminando por una calle de
Ciutat Vella escuché a un joven de pelo verde y pantalones
llenos de bolsillos decir a viva voz: «Barcelona, aquí respiro
libertad». Eran las dos de la mañana en la plaza de Santa
María del Mar y el estallido de euforia traspasó los balcones
de donde cuelgan carteles que dicen: Clos, prou sorolls, Dret
al descans.
Unas turistas holandesas opinan: «Barcelona es una
ciudad con vida: a todas horas hay gente en la calle, siempre
tienes la impresión de que pasan cosas. Esto no sucede en
una ciudad como París, por ejemplo, con todo lo bonita
que es». Y una familia polaca dice: «Creo que Cataluña es
país con carácter y Barcelona es el espejo de eso: una ciu-
dad glamorosa, cosmopolita, pero a la vez canalla, un pelín

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degenerada, y esa combinación gusta mucho».2
En lo personal me atrae ese ir y venir entre lo cos-
mopolita y lo pueblerino, que la hace interesante y a la vez
cercana a la gente. Y poder ver juntos mar y montaña algo
que en mi país –si se vive en Buenos Aires–, sólo es posible
después de recorrer tres mil kilómetros. Me gusta mucho el
barrio de Gracia, allí viví mientras escribía este libro.
A lo largo de su historia Barcelona ha atraído a forá-
neos: conquistadores, curiosos y siempre a hambrientos…
pero lo que distingue a la oleada de foráneos, que llegó du-
rante los últimos años, es que ocurrió primera vez en tiempos
de democracia y en medio de una crisis económica política
que se extiende por occidente como las sombras en el ocaso.
La ciudad está tratando de acoger a sus nuevos ha-
bitantes: los inmigrantes con sus costumbres y colores,
los «invasores» guiris deambulando por plazas y calles, y,
también aunque parezca raro decirlo, a los jóvenes nacidos
en la democracia
Mientras los «sin papeles» se escurren por los inters-
ticios y son manipulados por mafias que pretenden ganar
territorio, los inmigrantes «con papeles» , al igual que los
jóvenes, reclaman un espacio que no es precisamente terri-
torial, y los turistas... «¡Ay los turistas!, nos están echando de
nuestra ciudad», dice una señora bajita que habita en un piso
frente a la Sagrada Familia y que por eso está pensando en
mudarse del barrio donde nació y pasó toda su vida.
La calidad de vida de los barceloneses ha aumentado
mucho en los últimos treinta años; no es una opinión: basta
ver los indicadores publicados y el tipo de deshechos que se
ven por las calles. También ha habido mejoras en aquellos
barrios donde se recibe una menor o muy pequeña parte
de la torta del bienestar. Claro, nada es suficiente y todo

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depende de aquello con qué se compare; sin duda los datos
serán por demás impactantes para quien vive, por ejemplo,
en cualquier ciudad de América del Sur donde esos mismos
indicadores de calidad de vida durante el mismo período
van en sentido contrario. Pero cierto es que los temas y
los problemas que la ciudad debe afrontar son cada vez
más complejos, y sus competencias más limitadas, pero la
democracia da la ventaja de poder establecer una relación
cercana y directa con la sociedad civil para afrontar los
nuevos desafíos.
«Pensar en lo global y actuar en lo local» (y viceversa,
sostiene Jordi Borja3) parece ser la fórmula más aceptada
para intervenir sobre la realidad del nuevo siglo. Y en este
contexto: ¿Qué rol juegan los ciudadanos? ¿Son activos
en la solución de los conflictos que los afectan? ¿Qué in-
tereses prevalecen: los individuales, los corporativos o los
colectivos? ¿Cómo se organizan en función de las distintas
procedencias? ¿Qué se quiere transformar? ¿Con qué me-
canismos? ¿Qué temas o problemas los movilizan?
Visité por primera vez la ciudad de Barcelona en 1987
para conocer el proceso de descentralización y participa-
ción que lideraba un teniente de alcalde de mente clara y
provocadora: Jordi Borja. Por entonces, el Ayuntamiento
de Barcelona había iniciado un intercambio con Buenos
Aires en diversos temas (si, señor Naya, soy una víctima
más de la capacidad de venta que tiene esta ciudad). En esos
años yo dirigía un programa del Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires que tuvo notoriedad en la ciudad, dedicado a
reconstruir las redes sociales y a promover la participación
después de la dictadura militar. De aquel corto viaje del 87,
recuerdo la apropiación de los espacios públicos por parte
de los ciudadanos. Recuerdo el impacto que me provocó

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participar en la manifestación pacífica realizada en repudio
al atentado en el Hipercor y los ríos de gente en la calle para
la fiesta de San Juan. Mientras escribo, viene a mi memoria
un director de centro cívico que lucía trajes anchos muy a
la moda de esos años, al que escuché quejarse (con apenas
un año de vigencia del reglamento de participación) de la
«dictadura de los vecinos». Me pregunto qué opinión tendría
ahora… quince años después.

Ahí estaba yo, quince años después, de nuevo en


Barcelona, justo en el año en que la Dirección de Participa-
ción realizaba un trabajo junto a la Fundació Jaume Bofill y
el concurso de asociaciones sin fines de lucro para renovar
aquel primer reglamento de participación ciudadana. El
regidor Pere Alcober (al igual que Andrés Naya) era cons-
ciente de que las normas no bastan para influir en el estilo
de gestionar de los funcionarios. Siempre es necesario crear
mecanismos ágiles y nuevos que faciliten la participación y
complementen el sistema democrático representativo.
Pero esta vez me interesaba saber qué ocurría fuera
de los mecanismos formales de participación ciudadana,
especialmente en los barrios y la alcaldía me había dado la
oportunidad de hacerlo.
La participación ciudadana es un tema complejo, lo
sabía y estaba preparada pero no esperaba que, a poco de
empezar a investigar sobre el tema, la extrañeza se presentara
como un obstáculo: todas las ciudades y sus habitantes se
parecen entre sí en algún punto, pero cada una es única (y
únicos) por sus circunstancias: lengua, historia, costumbres
y tradiciones, su geografía. Yo podría conocer todo lo que
ocurría en distintos partes de la ciudad pero jamás tendría
las vivencias de quien ha nacido o se ha criado en Barcelona.

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Nunca una habanera me evocaría una escena de la infancia;
una fiesta mayor no me llevarría a un tiempo de ilusiones;
ni Montjuïc me provocaría rechazo por la tragedia de fusi-
lamientos republicanos.
Trataba de lidiar con la perplejidad cuando conocí
a Maco. No sabía que estaba frente a la persona que me
ayudaría a cruzar las fronteras que hasta ese momento me
impedían avanzar en mi investigación.
Leía «La Vanguardia», sentada en uno de esos bonitos
asientos que hay por la ciudad. No presté mayor atención a
quien estaba a mi lado, yo intentaba encontrar en el periódico
alguna información que me permitiera para entender por
qué la gran manifestación que se había realizado en apoyo
a la huega general de trabajadores había terminado en dos
actos diferentes. Percibí un movimiento a mi izquierda y
al girar la cabeza, vi a un chaval que como contorsionista
trataba de encontrar una posición cómoda para dormir en
un asiento individual con apoya brazos. Por un instante
nuestras miradas se encontraron.
—Estos no son esschacables –dijo en medio de un
bostezo, mientras tocaba la dureza del asiento .
—¿Queeé decís? –pregunté, pensando que hablaba
en catalán.
—Argentina ¿no?
—Sí, ¿y vos?.
—De aquí y de allá…
Aunque después me contaría que había nacido en
Barcelona, jamás lograría descubrir el barrio donde vivía.
Al rato, estábamos charlando animadamente y terminé
contandole qué hacía yo en Barcelona.
—Tu necesitas alguien que hable el catalán y yo
buscarme la vida ¿vale? –dijo serio como tratando de parecer

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formal.
—Sí, pero tu no tienes ni idea de lo que es la partici-
pación ciudadana –le contesté para ganar tiempo. Noté que
le había hablado de tu contagiada por su forma de hablar.
—Nadie conoce Barna como el Maco, y además eso
de participar sí es que esschacable...
—De acuerdo –me escuché decir sin saber si lo hacía
para seguirle la corriente o porque en verdad me interesaba
su ayuda.
—Del tirón –dijo con gesto ganador—. Pues venga,
lo primero es lo primero: mi abuelo diría que tienes que
empezar por «descubrir la sopa de ajo».
Anoté en mi agenda el nombre de la plaza y la hora
donde nos encontraríamos en dos días, después se alejó sin
que tuviera tiempo de preguntarle que quería decir «esscha-
cable».
Mientras caminaba por Gran de Gràcia caí en la cuenta
de que tenía un compañero de ruta con quien descubrir
Barcelona. Era importante contar con alguien que me
ayudara comprender la ciudad, sobre todo la calle, ¿era la
persona adecuada? y además ¿volvería a verlo? Di la vuelta
para caminar por la vereda con sombra y me olvidé de él,
mi cabeza fue tras otros pensamientos: cómo encarar la
investigación de lo que ocurría en la calle, cómo contribuir
con mis observaciones a «echar cables» entre los ciudadanos
y entre éstos y los poderes públicos que posibiliten mejo-
rar, aliviar, transformar las circunstancias que impiden un
desarrollo humano más equitativo.
Mientras cruzaba la plaza Rius i Taulet me sorprendió
haber pensado en la expresión «echar cables»; podía asegu-
rar que nunca antes la había usado. En realidad, no estaba
segura. Desde que estaba en Barcelona mi castellano, mi

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español (¿mi argentino?) estaba «patas arriba». Además de
tener que aprender catalán, tenía que repensar muchas de
las palabras que usaba cotidianamente: para comprar carne
tenía que ir a una charcutería y no a una carnicería, que en
la ferretería debía pedir tacos o tacs en lugar de «tarugos»,
que es un insulto, y que, para arreglar algún problema con la
instalación de gas, se recurre a un lampista y no a un gasista.
Al llegar a mi departamento (en realidad debía decir piso4),
subí las escaleras de dos en dos, tenía mucho trabajo por
hacer... y mucho por aprender.

Notas
1
La antropóloga Nadja Monnet en un trabajo sobre el tema detalla
que en varios diccionarios se considera coloquial, informal o vulgar
esta palabra. El diccionario Clave (1996) se limita a decir que «guiri»
es un extranjero; Moliner (1998) precisa que es un extranjero que
«sobre todo no es de habla española».
2
Diario «La Vanguardia» junio 2002.
3
Borja, Jordi. Local y Global, Madrid, 1997
4
En Argentina la palabra piso se usa para los departamentos o apar-
tamentos que ocupan toda la superficie de la planta de un edificio.

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Acerca de la participación oficial

No sabía si Maco aparecería en la plaza donde me había


citado para comenzar la visita guiada por Barcelona, pero
yo debía organizar un plan de trabajo y repasar algunos
conceptos. Buen momento para preparar un mate.
La participación ciudadana es como el amor: son he-
chos, no palabras. «Nunca un amor platónico», diría Jordi
Gasull de la CONFAVC1. Sin embargo es un tema sobre el
que mucho se reflexiona y escribe. En Barcelona hay todo
tipo de estudios, investigaciones y artículos sobre la partici-
pación y cuestiones relacionadas con el tema sin contar los
que hay en el resto de España. Sobre el escritorio tenía un
dossier de cuarenta páginas sólo con la bibliografía existente.
Seleccioné varios títulos y sin querer los recuerdos sobre
mi experiencia en Buenos Aires llegaron como catarata.
La primera vez que entendí cabalmente el significado de la
participación ciudadana no había sido a través de la teoría
sino en la práctica misma, los libros me ayudarían después.
Era el año 1984 y la Argentina recuperaba la demo-
cracia después de una dictadura que había dejado 30.000
desaparecidos. Me habían encomendado la organización
de un programa cultural en los barrios de Buenos Aires
que tenía por objetivos descentralizar los servicios cultura-
les (entonces sólo había grandes templos de la cultura en
pocas manzanas del centro de la ciudad) y a través de ellos
promover la participación como manera de fortalecer la
democracia.

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Se privilegiaron las zonas más desfavorecidas para la
creación de centros culturales (algo similar a los centros cí-
vicos) y se convocó para que los ciudadanos se inscribieran
libremente en talleres y cursos. El programa tenía un presu-
puesto muy bajo y casi en su totalidad se destino a contratar
monitores. Las actividades se hacían en las escuelas después
del horario de clase. Un par de oficinas libres que había en el
piso donde funcionaba la radio municipal las tomamos casi
por asalto para las tareas de dirección. También se realizó
una convocatoria para atraer a los empleados municipales
de otras dependencias.2
La demanda de servicios fue tan grande que de un año
a otro se pasó de la contratación de cuarenta monitores a
más de cuatrocientos. Los centros permanecían abiertos de
lunes a lunes, y miles de personas giraban en torno a sus
actividades.
Los problemas eran infinitos. ¿Qué actividades hacer?
¿Cómo hacerlas? ¿Para cuántos? ¿Qué personal debía tener
cada centro? ¿Qué criterios de selección del personal? Ade-
más, había otro tipo de discusiones. ¿Qué era participar?
¿Animación cultural, educación por el arte o educación
popular? Como suele ocurrir después de una dictadura
toda decisión era discutida y considerada autoritaria. Las
reuniones de trabajo con los directores de Centro eran a mi
juicio improductivas y detenían el «avance» del programa.
En especial por las interminables discusiones y los enfren-
tamientos no sólo con mi rol sino entre ellos, entre los más
antiguos y los más nuevos, entre los que eran militantes de
partido y los que no lo eran, entre los que provenían del
mundo artístico o del universitario. Sufría aquellas reuniones
que no me servían para mucho, pero me parecía peor no
hacerlas. No fue ésta la única razón que me llevó a buscar

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ayuda, también la convicción de que teníamos la respon-
sabilidad de una tarea importante, que estaba ayudando a
las personas (por ende, a la comunidad) y que era necesaria
por la creciente amenaza de las fuerzas militares. Una con-
vicción a la que había llegado de escuchar los testimonios
de la gente en los Centros
Buscar ayuda no fue una empresa fácil: había consul-
tores de todos los colores y estilos, ansiosos por vender
sus servicios; encontré la persona adecuada en la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires,
Amanda Toubes. Lo supe cuando me dijo que sólo acep-
taría colaborar si estaba dispuesta a revisar la organización
interna, porque no se podía promover la participación
ciudadana si no se trabajaba en la participación al interior
de la organización. Las dos o tres palabras que me dijo me
alcanzaron para darme cuenta de que yo no lo hacía y de
que ése era el camino.
Lo primero que descubrí fue que a participar se
aprende. También a distinguir entre la participación real
y la participación simbólica. La primera implica intervenir
en decisiones, decisiones que por lo general involucran re-
cursos. La segunda es la más común: «Antes de hacer algo
consulto a todos los socios, pero las decisiones las tomo
yo» –decía el presidente de un club de barrio.
También, que hay grados o niveles, y sobre todo
aprendí la importancia de la información para tomar mejores
decisiones. Si los ciudadanos no tuviéramos acceso a ella,
una asamblea, por ejemplo, que es el mecanismo conside-
rado más democrático, podría convertirse en lo contrario.
Entonces empezamos a recorrer un camino que básica-
mente consistió en descentralizar las decisiones, sustentado
en un proceso formativo. Inicialmente no tenía claro que
implicaba cambiar actitudes. Una de las más importantes fue

18
aceptar que yo tenía rasgos autoritarios y otra, reconocer la
importancia de trabajar en equipo. Las reuniones con la vein-
tena de directores de centros que antes me parecían inútiles
se convirtieron, poco a poco, en un espacio privilegiado de
trabajo y producción. Las discusiones no terminaron, pero
ya no lo vivía como una falla. Éramos personas apasionadas
en defensa de nuestros puntos de vista. Era, en definitiva, la
posibilidad de disentir que nos ofrece la democracia.
Durante tres años se fueron descentralizando distintas
decisiones. Recuerdo que lo primero fue la selección y con-
tratación de los monitores, pero el paso previo fue acordar
los criterios de selección. Progresivamente se fue diseñando
el programa con la participación de técnicos y ciudadanos, y
se fueron encontrando las respuestas a casi todas las pregun-
tas que inicialmente nos hicimos. Tres años después llegó el
momento de descentralizar las decisiones presupuestarias.
Era la culminación de un proceso de participación con el
fin de practicar lo que se proclamaba a los vecinos. Ante
esa decisión me preguntaba cuál sería mi función cuando
ya no tuviera poder discrecional sobre los fondos, pero
comprometida con el proceso participativo, seguí adelante,
y los resultados valieron el esfuerzo: se terminaron las es-
peculaciones acerca del destino de los recursos, y se usaron
con más eficiencia al extenderse esta práctica dentro de las
distintas organizaciones que integraban el programa. En
cierta forma, gané un poder distinto al obtener el respeto y
la confianza, en especial de los más críticos con mi gestión.
Como responsable general tuve más tiempo para dedicarme
a cuestiones de fondo, básicamente a la normativa que debía
sustentar la descentralización y continuar con la formación
que requería un proceso participativ, iniciado después de
una dictadura salvaje.

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Son las estructuras rígidas del sistema político y del
burocrático lo que dificulta «sacar los pies del plato». La
experiencia mencionada se realizó porque se dieron circuns-
tancias excepcionales3, y por supuesto no duró muchos años
con esa dinámica, pero sirvió para demostrar que aún dentro
de una burocracia rígida como la estatal se pueden realizar
innovaciones. Aquel programa, que todavía continúa, recibió
reconocimientos públicos como modelo de participación y
todavía hoy sigue siendo objeto de tesis de estudio.
Sin embargo, mi gestión en aquel programa no tuvo
un final feliz. Terminó abruptamente con la renuncia del
presidente Alfonsín. Su gobierno nos había prometido du-
rante todo el mandato que «con la democracia se cura, con
la democracia se come, con la democracia se educa» y lo que
vivíamos era una hiperinflación galopante, miseria, desocu-
pación y dio lugar al gobierno de Menem que prometía el
«salariazo» entre pizza y champán. A principios de los 90 el
escepticismo fue ganándonos el alma y profundizando el
descreimiento en la política.
Por mucho tiempo pensé que aquella experiencia de
participación sólo había sido posible por la fuerza y la espe-
ranza que había llegado el inicio de la democracia. Sin em-
bargo, no era así. Años más tarde fui a trabajar en el diseño
de un programa similar en un pequeño pueblo cerca de la
cordillera de los Andes. Pasar de una ciudad de 3.000.000
de habitantes a una de 30.000 era un desafío, básicamente
porque no había margen para el error. En aquel pueblo viví
una experiencia potente, pero lo valioso fue descubrir que
la fuerza ciudadana siempre está intacta si se trabaja con
honestidad en pos de objetivos comunitarios.
Cuando la ciudad de Buenos Aires obtuvo en el 94 la
autonomía para elegir a sus representantes de gobierno y

20
se realizó un rico proceso participativo con la sociedad civil
para definir su Constitución, pensé que la historia estaba
dando a la ciudad y a sus habitantes una oportunidad. En
la Constitución de la Ciudad se contemplaban diversos me-
canismos de intervención de la ciudadanía en los asuntos
públicos, y además se preveía la creación de comunas. El
primer gobierno autónomo de la ciudad, elegido en 1996,
definió tres ejes para su gestión: participación, transparencia
y descentralización. Yo quería estar ahí y ser parte de esa
transformación.
A principios de 1997 se crearon los primeros Centros
de Gestión y Participación (CGPs) en el marco de un Pro-
grama de Descentralización que debía iniciar el proceso
de organización de las comunas. Tuve la responsabilidad
de organizar uno de ellos: el CGP 13. El Centro abarcaba
un territorio de 130.000 habitantes, de población bastante
homogénea, de clase media, exigente e informada de sus
derechos. Dentro de esa zona ubicada al norte de la ciudad
está Belgrano, mi barrio.
El punto de partida no era el mejor: los nuevos centros
se asentaron sobre los viejos Consejos Vecinales que habían
sido creados en 1983 y eran muy mal vistos por la ciuda-
danía, esencialmente porque habían sido espacios usados
para prácticas clientelísticas. En enero de 1997, al asumir la
dirección general, había sólo tres empleados, una máquina
de escribir rota y algunos servicios desconcentrados que
dependían de otras reparticiones como rentas, registro civil
y servicio social.
Cuando se inicia, el Programa de Descentralización
es conducido por Andrés Borthagaray, un arquitecto joven
con rigurosidad técnica pero con desventajas políticas: el
área tenía escasa asignación de presupuesto, el rango de

21
Subsecretaría de la Descentralización y una fuerte resistencia
tanto política como burocrática del interior del Gobierno.
No obstante, se lograron grandes avances: en poco tiempo
se ponen en marcha los Centros de Gestión y Participa-
ción en las dieciséis zonas en que se ha dividido la ciudad,
alcanzan las condiciones necesarias de equipamiento y se
realiza una transferencia masiva de competencias y servi-
cios. Los ciudadanos pueden tomar contacto directo con
el Gobierno local.
Así se crea la Ventanilla de Atención Universal para
recibir y dar respuesta a un conjunto de trámites con el fin
de eliminar intermediarios, costos y favorecer la rapidez
y la transparencia. Se establecen unidades de desarrollo y
mantenimiento de barrio para planificar trabajos locales
y controlar a los de terceros. Se articulan los servicios
socio-culturales para integrar los recursos, y también se
inician un Programa de Información Pública para exponer
a consulta los pliegos de contratos de obras y un Programa
de Capacitación y Entrenamiento para orientar al personal
para la correcta atención del ciudadano.
En el CGP 13, seleccionado como piloto, se cuadriplicó
la cantidad de trámites que podían realizar los ciudadanos, se
agregaron nuevos servicios y, lo más importante, se empezó
a dar respuesta a reclamaciones de los vecinos, estableciendo
prioridades con criterios técnicos y no clientelísticos. El
caso más paradigmático fue el del arreglo de veredas; había
expedientes con solicitud arreglos que tenían más de diez
años y, además, no se recordaba que se hubiera realizado
con criterios de prioridad transparentes.
Por otro lado, cada Director General fue definiendo
acciones de acuerdo con las características y necesidades
de cada territorio. Con el fin de garantizar el derecho a la

22
información, el CGP 13 organizó el primer centro gratuito
de la ciudad de conexión a Internet. El servicio se brindaba
en turnos de una hora a cualquier persona (mayor de 304),
con o sin conocimientos de informática con la ayuda de
una empleada que estaba familiarizada con este tema. Para
ofrecer este servicio se recurrió los ordenadores existentes
en el CGP, ubicados en un espacio que permitiera ser usados
en trabajos administrativos internos y, después de las cuatro
de la tarde, por los ciudadanos.
¿Qué pasó con la participación? Lo primero fue ganar
credibilidad, ser eficientes, transparentes, dar satisfacción a
las reclamaciones que llevaban años sin resolverse y tener
una política abierta hacia la vecindad. La concreción de pe-
queñas obras locales que estuvieron a nuestro alcance nos
permitió empezar a ganar la confianza de las organizaciones
del barrio.
Paralelamente se fueron adecuando los espacios físicos.
A pesar de la necesidad de ubicar las nuevas unidades de
trabajo busqué mantener libre la mayor cantidad de metros
cuadrados para posibilitar reuniones comunitarias (cultu-
rales/vecinales). Por otra parte, las distintas salas se usaron
para las más variadas actividades; por ejemplo, ceremonias
de casamiento, talleres culturales o reuniones vecinales.
Además de buena iluminación, aire acondicionado,
plantas decorativas y carteleras accesibles para la vecindad
y no para promocionar las dependencias públicas, se llevó
a cabo una política cultural dirigida a cambiar actitudes
respecto del espacio público, en este caso las instalaciones
del CGP. Se crearon dos Salas de Arte, se pusieron en
funcionamiento variados talleres culturales, se organizaron
tertulias. Poco a poco esa dinámica fue transformando el
CGP de un frío lugar donde se hacían colas y trámites a un

23
espacio que podía ser vivido por los vecinos como propio.
Aquellos primeros años existió la posibilidad de innovar
la manera de establecer vínculos entre el sector público y la
sociedad civil. Se apoyaron, dentro de los escasos recursos
con los que contábamos, las iniciativas de las entidades
locales (cabe señalar que en Buenos Aires había poco fi-
nanciamiento para las ONGs) y se organizaron actividades
como «El barrio es un sentimiento» para articular la oferta
cultural y comunitaria de todo el territorio. Las actividades
de más de 50 instituciones locales fueron coordinada por
el CGP desde un plano de horizontalidad.
Hacia 1998 había que formalizar, por mandato del
decreto de creación de los CGPs y de la Constitución de la
Ciudad, un organismo de consulta integrado por entidades
sin fines de lucro. De hecho ya existían de manera informal
distintos espacios donde intervenían organizaciones y ciu-
dadanos no pertenecientes a organizaciones. Había espacios
por sector, por temas o problemáticas: arte, seguridad,
inundaciones y para la concresión de una plaza de esculturas
pensada para un espacio público en situación de abandono.
En 1999 se comenzó a trabajar en la constitución
del Consejo Consultivo. Para hacerlo se decidió dividir la
zona en seis subzonas con el fin de llegar a mayor cantidad
de ciudadanos5. Si bien por normativa general tenía que
estar integrado sólo por ONGs incluimos también a los
ciudadanos no asociados. Por delante había un gran tema
que nos involucraba a todos: la reglamentación de la ley de
comunas. La mayoría de la población no era consciente de
que esa normativa podría incidir directamente en su vida
comunitaria por muchos años.
Pero los problemas que se presentaban en el terreno de
la participación eran muy diferentes a los que yo había de-

24
bido enfrentar en otras funciones. En primer lugar, el cargo
que yo ocupaba recién sería electivo en el 2002*, cuando se
aprobara la reglamentación de la ley de comunas. Mientras
tanto, se tenía frente a los ciudadanos la responsabilidad de
todo lo que pasaba en el territorio, pero faltaban las compe-
tencias y los recursos para hacer frente a los problemas. De
hecho, en el propio CGP sólo se tenía autoridad jerárquica
y funcional sobre el 30% del personal que trabajaba en el
organismo.
Jamás olvidaré las tormentas. Belgrano es un barrio con
muchos árboles añosos que se podan nada, poco o mal. En
cada tormenta muchos árboles caen. Lograr que se poden
o mantengan en buenas condiciones era una empresa casi
imposible. La mayor cantidad de reclamaciones específicas
recibidas a diario se debían a problemas relacionados con el
arbolado, pero el CGP no tenía la competencia para brindar
ese servicio que se realizaba desde un organismo centrali-
zado. Un día, poco después de una tormenta, un árbol cayó
sobre el cochecito de un bebé y su madre; por suerte, las
heridas no fueron graves pero aquel hecho, que ocurrió casi
al inicio de mi gestión, me marcó profundamente. No era
yo la responsable de ese servicio, centralizado y mal gestio-
nado, pero para mis vecinos sí lo era. Comprendí que un
funcionario debe aceptar toda la responsabilidad (no sólo lo
que conviene) y pelear internamente para cambiar ese estado
de cosas, o renunciar. No podía sumarme públicamente a
las reclamaciones de los vecinos porque lo consideraba una
actitud demagógica, si no confusa y poco responsable. No
habría sido lo mismo desde un cargo electo; nada hubiera
podido impedirme ponerme al frente de las reclamaciones
ciudadanas para lograr que los árboles fueran bien conser-
vados por la organización responsable o para conseguir los

25
recursos y gestionar ese servicio desde el CGP.
Este es sólo un pequeño ejemplo que muestra como la
participación ciudadana estaba encorsetada, y no sólo por
la falta de recursos o competencias para hacer frente a los
problemas del territorio.
Otro problema, que fue ganando terreno en la medida
en que los Centros crecían y se complicaba el panorama
político por la llegada de la elecciones presidenciales6, fue
el de las prácticas clientelísticas; poco a poco empezaron a
desembarcar protegidos de concejales o de los «punteros»
políticos del barrio y resultó imposible llevar adelante una
política coherente.
Después de la elecciones, asumió un nuevo Subsecre-
tario de Descentralización quien me citó para informarme
que en mi puesto era necesario una persona «más compro-
metidas con el partido que con los vecinos».

Cacerolazos, 2001.

26
Un año después llegaron los cacerolazos.

1
CONFAVC Confederación de Asociaciones de Vecinos de Cataluña.
2
Generalmente eran personas que estaban en conflicto con sus jefes
o que deseaban por distintas razones cambiar de lugar de trabajo y
conseguían la autorización necesaria para cambiar a otra dependencia
oficial.
3
Básicamente la firme decisión política de no involucrarlo en prác-
ticas clientelísticas y libertad de diseñarlo con la participación de
técnicos y ciudadanos.
4
Se realizó de esta manera por considerar que los mayores eran los
que tenían menos oportunidades.
5
Cabe aclarar que en Buenos Aires no todos los barrios tenían aso-
ciaciones vecinales, aunque podía suceder que en uno solo hubiera
tres que además estaban enfrentadas entre sí.
6
El Jefe del Gobierno De la Rúa se presentaba como candidato a
presidente.

*La eleción de jefes comunales se realizó por primera vez en el 2011

27
El corazón de Barcelona

La cita con Maco era a las diez de la mañana en la plaza


Lesseps del lado de Travessera de Dalt; me había dicho que
quedaba hacia las montañas.
Se presentaba un hermoso día de verano, todavía no
hacía mucho calor. El lugar no quedaba lejos de mi piso,
decidí caminar. Los comerciantes hacían preparativos para
comenzar la jornada. Olía a café en los diminutos bares
que pueblan el barrio. A la altura de la parada de metro
Joanic, un señor de cabellera blanca miraba una maquinaria
sumergida en un pozo de grandes dimensiones. Le pregunté
cómo llegar a la plaza Lesseps, las callecitas de Gracia me
todavía me desconcertaban un poco. Después de decirme
tres opciones diferentes y de recomendarme el metro, me
contó que allí se estaba construyendo un parking y que ese
lugar había habido un refugio antiaéreo en los tiempos de
la guerra. Recordaba haber ido con su madre con algo que
le ponía en la boca para protegerlo de las ondas expansivas
de las bombas. En el parking de la siguiente esquina habían
demolido otro. Algunos de esos refugios (se hicieron alre-
dedor de 1.400) fueron pagados por las familias del barrio.
Recordé haber leído en el diario que vecinos de la calle
Rosselló esquina con Sardenya, en el barrio de la Sagrada
Família, apoyados por la Asociación de Vecinos del barrio
organizaban una plataforma para evitar la demolición de un
refugio. Le pregunté si los vecinos del barrio también se ha-

28
bían organizado para evitar la demolición. No, me contestó
y agregó: algunos están contentos porque van a tener un
lugar para aparcar los coches… otros, solo quieren olvidar.
En los alrededores de la plaza Lesseps vi muchas
reclamaciones en los balcones «Volem plaça Lesseps», bastan-
tes desteñidos. Debían llevar algún tiempo expuestas a la
intemperie. Los carteles de tela blanca en los balcones me
parecíeron una manera muy interesante de reclamar. Sentí
curiosidad por saber cuándo habían empezado a usarse.
En mi país se usan los «pasacalles»1 que tienen la desven-
tajas que pueden ser quitados fácilmente de las calles por
la autoridad porque las normas prohíben el uso de estos
carteles tanto para este tipo de manifestaciones como para
publicidad comercial.
—Pensaba que se usaban en otros países. Aquí siempre
hay alguien o una organización que los hace y los reparte
–me diría un funcionario del área de Participación que los
vivía como una afrenta personal.
Unos años antes, en ocasión de un breve viaje a Bar-
celona para vistar a mi hija que vivía en la ciudad, los había
visto por primera vez. Entonces aprendí la primera palabra
en catalán: PROU. Cierto es que a ningún gobernante le
debe agradar verlos en su ciudad, pero para quienes han
sufrido la dictadura y no quieren olvidarla, la protesta, el
derecho a manifestarse, supone primero un signo del juego
democrático o sea de buena salud ciudadana y después, un
problema a resolver.
Claro que si una mañana nos despertamos con toda la
ciudad cubierta de carteles blancos...

A media calle distinguí a Maco. Se lo notaba impaciente


porque daba vueltas alrededor de una columna. Lo vi sacar

29
algo del bolsillo y luego leer. Mientras me acercaba pude
mirarlo mejor: calculé que debía tener entre quince y dieci-
séis, tal vez más. Alto, desgarbado, la cabeza casi rapada con
una mata de pelo largo en la nuca y en los laterales un corte
con dibujos. Una verdadera obra de arte en la cabeza, pensé.
La ropa era bastante convencional: camiseta sin mangas,
pantalones largos y sandalias. Recordaba que llevaba un solo
aro en la oreja izquierda y que tenía una mirada inteligente
y curiosa. No usaba tatoos, visibles por lo menos.
—Vamos al parque Güell – dijo sin exordio–. Allí
está lo primero que debes ver: el corazón de la ciudad. –Y
agregó–: llegas diez minutos tarde, si quieres que curre para
ti deberás ser puntual, tía. El tiempo es muy preciado para
mí. Me debes diez minutos de vida.
Estaba tan sorprendida que no supe qué decir; me
sentía avergonzada e irritada por la reprimenda y, además,
el parque Güell no estaba en mi lista de prioridades aunque
tenía apuntado hacerle más adelante una visita turística . Lo
había visitado en ocasión de mi primer viaje y desde en-
tonces había leído y visto muchas fotografías de la obra de
Gaudí. La ciudad estaba empapada de Gaudí por los cuatro
costados: el parque Güell era el resultado de circunstancias,
fortalezas y talentos liderados por Antoni Gaudí y, realiza-
do gracias a su mecenas, el industrial Eusebi Güell. En los
inicios del siglo XX, durante catorce años, se trabajó sobre
diecisiete hectáreas de una topografía accidentada hasta
hacer de una tierra árida y seca un paraíso fértil y místico.
—¡Tía, qué arte para el enfado tienes! Ven, no te vas
a arrepentir; he hecho una lista de lo que tienes que mirar
–dijo, moviendo una hoja de papel y con una sonrisa com-
pradora que disolvió mi enojo.
Caminamos por Travessera de Dalt y doblamos hacia

30
la izquierda hasta una calle llamada de Olot donde estaba
la entrada principal.
— Existen otras dos entradas –explicó Maco– , origi-
nariamente Gaudí proyectó siete.
—¿Y por qué no se hicieron las demás? –pregunté
sobre todo para saber cuánto más sabía.
—Pues, no sé... y no tiene importancia –dijo, im-
paciente, como si le hubiera preguntado algo totalmente
intrascendente o estúpido–. Ven, ven, despabila y apúrate.
Maco estaba ansioso como si fuera a entregar un re-
galo maravilloso. Cruzamos un hermoso portón de metal
(Maco me aclaró que no era el original, y que los dibujos
–una hojas– eran los de una planta del lugar) y dos casas
que parecían de cuento de niños. Se detuvo al llegar a los
pies de la gran escalinata.
—Allí está, mírala primero desde abajo –dijo satisfe-
cho–. Eso es lo que quería mostrarte primero.
La mejor foto no hace los honores a ese paisaje de
perfecta imperfección: la escalinata generosa con el majes-
tuoso fondo de columnas dóricas, las piedras rústicas de
la montaña, el trencadís2 como un calidoscopio y la famosa
salamandra, que parece caminar hacia el que la mira. Estaba
encantada con lo que tenía delante aunque no entendía por
qué tenía tanta importancia para Maco. ¿Sería por el escudo
catalán o por la salamandra que es considerada por muchos
un símbolo de la ciudad?
— ¿Y, tía, qué dices?
— Sí, es muy bonita, y parece que se mueve –dije mi-
rando en dirección a la salamandra.
— No, hombre, mira más arriba.
Levanté la vista.
— Mira más arriba, sobre las columnas, allí: ¡la gran

31
Plaza del teatro griego. Parque Güell
plaza del teatro griego! –dijo como perdonándome la vida
y empezó a subir los escalones corriendo.
Traté de seguir su ritmo y llegué sin aire hasta la gran
explanada. Estaba casi vacía, había pedacitos de sol en
los pequeños mosaicos del trencadís que cubre totalmente
el ondulante banco de la plaza; detrás, la vista de toda la
ciudad y el mar.
—Esto es arte, lo más... «Aquí lo tengo todo aunque no soy
propietario de nada» –canturreaba esa canción mientras daba
una especie de vuelta triunfal sobre la plaza.
Después se sentó a mi lado y volvió a sacar un papel
del bolsillo.
—Mira, cuando tú hablabas el otro día de la ciudad y de

32
la participación cívica, yo pensaba en este lugar. Aquí soy el
dueño de la ciudad... bueno, de parte ¿vale? Anoche busqué
las palabras participación y cívico en el diccionario: «ser
parte de algo» y «colectivo de ciudadanos» –tenía anotado
con una letra que necesitaba caligrafía–. Pues, mira este lugar
y en especial el banco sin fin (se refería al ondulante banco
que rodea un costado de la plaza), aquí podríamos estar
todos los vecinos sentados hablando sobre los problemas
de Barna. Y mira, mira los cientos de miles de trocitos de
cerámica...–me obligó a asomarme sobre un lado del ban-
co—. Este –era un trozo amarillo con una eme3–, éste es el
mío. Mi abuelo decía que aquí cada uno de nosotros tiene
el suyo aunque no lo sepa, nunca le hice mucho caso, pero
ayer vine y busqué todo el día hasta que lo encontré, aquí
está dibujada la «M» de Maco. –Y en tono entre solemne y
tierno agregó–: Estoy seguro de que si buscas con paciencia,
encontrarás el que tiene tu nombre.
Estaba impresionada. Ese jovencito, inspirado en este
extraordinario lugar, hablaba de la democracia directa… y
había dicho que no sabía nada sobre participación políti-
ca. Motivada por las palabras de Maco, pensé en la isla de
Tomás Moro4.
Le conté a Maco como los griegos se gobernaban a
través de asambleas. Luego, un poco acerca de Aristóteles
y otro poco de la Utopía de Tomás Moro: el primero decía
que todos somos «animales políticos» (Maco, burlándose,
dijo que era al revés, que los políticos eran los animales, pero
más allá del chascarrillo escuchaba con atención) y hablaba
de la necesidad de un Estado para organizar la sociedad y
que la democracia era una de las formas de organizar ese
Estado. Le causó risa enterarse de que utopía quiere decir
«el lugar que no existe», y se fascinó con esa ciudad, ideada

33
por Moro, donde todos son dueños de todo, donde no hay
diferencias de clase y en la que el rey tiene la misión de fo-
mentar la paz, las artes y las ciencias y velar por el bienestar
y la abundancia de todos los habitantes a través de medidas
prudentes. Maco reía a carcajadas.
—¡Ese Moro sí que tiene arte! Se lo contaré a mi tío. El
siempre dice que España, además del rey Juan Carlos, tiene
a uno que se cree rey y hace justamente todo lo contrario
–dijo con lágrimas en los ojos.
A cabo de un año Maco votaría por primera vez y
no tenía ninguna expectativa. Apenas conocía los partidos
políticos y los gobernantes eran figuras lejanas que le inspi-
raban desconfianza. Sin embargo, parodiando mi manera de
hablar, dijo que quería empezar a «intervenir en los asuntos
públicos de la ciudad». Le expliqué que había distintos es-
pacios y mecanismos para la participación cívica como el
pleno de la ciudad, el Consejo Municipal de Asociaciones,
los Consejos Temáticos, y que, también, estaban los plenos
de los distritos y las audiencias públicas. Después, di por
terminado el tema. Maco estaba dando señales de aburri-
miento. Me hizo prometer que lo llevaría conmigo el día
que fuera a un pleno de la ciudad.
Pasamos el resto del día recorriendo el parque. Maco
lo conocía a la perfección; cuando era pequeño su abuelo lo
llevaba todos los días antes de ir a la escuela. Allí había apren-
dido a andar en bicicleta, había saltado sobre la salamandra,
y dijo ser culpable de la rotura de uno de sus colmillos (no
le creí). Recorrimos las cavernas, los túneles, los caminos, el
mercado, contamos las ochenta y seis columnas y jugamos
a imaginarnos dónde podríamos ubicar nuestras casas que,
como las imaginadas por Gaudí, no se distinguirían entre
sí por el lujo sino por la originalidad.

34
Al pie de las columnas con forma de macetero y
tipas, Maco me habló de su abuelo. Había muerto tres años
atrás, y desde entonces no había vuelto al parque. Maco,
«majo», era el nombre que él le había dado. Se alegraba de
estar de nuevo aquí porque lo sentía presente en cada lugar
y cosa que miraba y así podía recordar las historia que le
contaba.
Una me gustó especialmente: el parque está sobre una
montaña mágica (antes era una montaña pelada y así la lla-
maban), es mágica porque guarda los sentimientos que los
barceloneses pierden a medida de que se hacen adultos (los
buenos sentimientos, aclaró), y en ella permanecen intactos
en espera de quien quisiera recuperarlos. Para lograrlo, sólo
es necesario ir hasta la montaña y pasear por el parque. Por
eso, el abuelo de Maco llamaba al parque Güell: «el corazón
de Barcelona».
1
En Argentina se llama pasacalles a carteles de tela plástica tendidos
a lo ancho de la calle y usados para propaganda política, con fines
comerciales o para enviar saludos personales.
2
El trencadís es una técnica que consiste en formar mosaicos com-
puestos por fragmentos cerámicos, a menudo de desecho, que encajan
como si fuera un puzzle. Gaudí utilizó esta técnica para revestimientos
o decoraciones; recordemos los trozos de botella.
3
Jujol, colaborador de Gaudí, insertó algunas palabras cuando pre-
paraba la cerámica para hacer el trencadís
4
Tomás Moro escribió el libro «Utopía» acerca de una sociedad ideal.
Gaudí leyó este libro cuando diseñaba el parque.

35
Representatividad vs participación
La democracia debe comenzar en casa ,
y esa casa es la comunidad de los vecinos.
John Dewey
(¿Sería soltero? VH)

Maravillosos bares, Centros Cívicos, bibliotecas de la ciudad


y sedes sociales de Barcelona que permiten echar una mirada
a todos los diarios mientras se bebe un café.
En uno de ellos leí casi media página dedicada a los
vecinos de la plaza Lesseps. El titular decía: «Reunión del
Ayuntamiento desbordada por la participación de trescien-
tos vecinos».
Sobre el problema de la plaza Lesseps había escuchado
por lo menos tres versiones distintas. El presidente de una
asociación cultural de la zona , habitante de uno de los edi-
ficios aledaños a la plaza, no entendía qué había pasado: el
proyecto había sido expuesto durante mucho tiempo frente
a la plaza y se habían realizado consultas con representantes
y vecinos referentes de la zona. A su juicio era un proyecto
muy razonable. Para un técnico en temas participación, el
problema era consecuencia de un mal proceso participativo
y, para un político del barrio, se estaba haciendo uso de ese
tema para una confrontación político-partidario.
Un grupo de vecinos había creado una asociación ad
hoc llamada «Otra plaza Lesseps es posible», en clara alusión
al lema del movimiento antiglobalización, a fin de plantear
sus reclamaciones a la administración. Alguien cercano

36
a esta entidad dijo que
había tantas propuestas
como vecinos en la aso-
ciación. De todos modos,
se habían movido mucho
para buscar adhesiones y
apoyo, e integraban, junto
con otras, la Plataforma en
Contra de la Especulación.
«“Yo lo que quiero
es que la plaza sea plana
como en tiempos de Fran-
co, ni más ni menos”, dijo
Joan Roca, vecino desde
hace 46 años de la calle
Príncep d’Astúries, para glosar su modelo ideal de plaza de
Lesseps. El hombre acarició ayer la esperanza de un nuevo
horizonte bajo el balcón. El proyecto que pudo conocer
en primera persona le pareció “mejor que el otro porque
elimina escaleras”; con un solo pero: “tantos semáforos no
podrán tragar el tráfico”». 1
Trescientos vecinos de Gràcia y Sarrià-Sant Gervasi
se habían reunido en la iglesia dels Josepets con cinco
técnicos del Ayuntamiento para trabajar en un nuevo plan
de reforma de la plaza. ¿Qué era lo que pasaba realmente?
Tenía que investigar con más profundidad. Un grupo acti-
vo había logrado la revisión del proyecto y eso estaba muy
bien, pero ¿qué pasaba con el resto de miles de vecinos
del barrio? ¿Tenían menos derechos? ¿Y los del resto de la
ciudad? ¿Acaso no tenían derecho a opinar? ¿De quién era
la responsabilidad de hacerlo?
Llamé al distrito y a la organización de vecinos, que se
había constituido ad hoc, para fijar citas y de paso confirmé

37
para el día siguiente una reunión con el vicepresidente de la
Federación de Asociaciones de Vecinos y Vecinas de Barce-
lona que había concertado días antes. Después, dediqué el
día a investigar indicadores de participación política.
La participación electoral en Barcelona y el resto de
España evidenciaban altos índices de abstencionismo, tanto
en elecciones generales como en referéndums. Pasaba lo
mismo que en otras democracias. Pero ¿había bajado la afi-
liación a los partidos y a la militancia partidaria? Aunque los
estudios hablaban de una disminución en las dos formas de
participación, las páginas web de los partidos no lo reflejaban
o lo hacían indirectamente: por ejemplo, el PP mostraba una
curva ascendente en sus afiliaciones entre 1993 y el 2001;
el PSOE no mostraba estadísticas pero introducía, además
de los afiliados, la categoría de simpatizantes: de alguna
manera se reconocía un nuevo tipo de afiliación de menor
compromiso político.
Con respecto a la militancia no encontré datos, sólo
estudios que dan cuenta de como, en el pasado, el éxito
electoral dependía en gran medida de la eficiencia de los or-
ganizadores de los partidos a nivel local. Pero con la llegada
de la televisión primero y del marketing político después, los
líderes políticos habían dejado de depender exclusivamente
de los militantes. Ahora eran más importantes los asesores
en medios, los expertos en sondeos de opinión y los encar-
gados de la publicidad.
Algunos analistas señalaban que «mientras la militancia
baja, es mayor el mayor gasto en campañas». Encontré este
dato: en España, en 1993, el financiamiento público fue de
12.009 billones de pesetas y en 1980 de 1,7 billones. Sin em-
bargo, desde la óptica de la participación, lo más significativo
era el alejamiento que se había producido entre políticos,

38
partidos y ciudadanos.
¿El menor interés en la política partidaria implica
un menor interés en los temas públicos o en la política?
Putnam dice que «estar al tanto», «preocuparse por
saber lo que ocurre en los asuntos públicos» es una forma de
participación de carácter individual que expresa algún grado
de compromiso. La audiencia de programas de noticias o la
lectura de diarios podrían dar algunos indicios.
Una ligera mirada a los indicadores de audiencia de la
televisión muestran que los españoles pasan un promedio
de tres horas y media frente a la caja maldita, tendencia que,
salvo una pequeña variación en 1997, había subido en forma
constante desde 1990. En el año 2000 superaban esa media
Andalucía, Valencia y, en tercer lugar, Cataluña2.
Los canales más mirados: Antena 3, TV3, Tele5 y TV1
en último lugar. Si bien lo que más interés despierta es la
ficción, los programas de noticias tienen una buena audien-
cia y se mantienen más o menos sin variaciones por debajo
del cine, las telenovelas y de «Operación Triunfo» o «Gran
Hermano». Un dato interesante que podría aportar al tema
es el creciente aumento del interés de los magazines de los
canales autonómicos.
Según la Asociación Mundial de Periodistas (WAM),
las ventas mundiales de periódicos han aumentado en un
0,46, y la publicidad ha caído un 0,7%3 durante el 2001 y
un 4,8% en los últimos 5 años. Según la misma fuente, en
España se ha mantenido constante.
En los últimos cinco años, las tiradas han disminuido
en una decena de los miembros de la UE, sobre todo en
Luxemburgo (11,5%), Grecia (11,4%), Reino Unido (8,7%)
y Holanda (7,9%), mientras hubo alzas en Austria (2,4%),
España (2,9%), Italia (3,7%) e Irlanda (8,1%). El Instituto

39
de Estadística de Cataluña mostraba una baja en los diarios
locales en 1999 y el 2000, y una subida en los nacionales.
Sin embargo, habría que estudiar cómo incide la lectura de
diarios por Internet, así como los diarios de distribución
gratuita que se entregan todas las mañanas en las entradas
del metro. En el rubro «revista política» no aparecían datos,
pero no dejó de sorprender el vertiginoso aumento de las
revistas del corazón y las de informática.
La Asociación Mundial relaciona la prosperidad con la
utilización de los medios de comunicación: «donde la hay,
el consumo de TV baja, mientras que el de prensa escrita
aumenta». Si analizamos los datos de Argentina, esto se
cumple: en el periodo 1996-2000 de acelerado declive econó-
mico, la disminución en las ventas de periódicos acumulada
fue del 35,8%.
También me interesaba saber qué pasaba con la prensa
alternativa. En la revista «La Veu del Carrer» había leído
que se editaban 121 revistas en los barrios de la ciudad.
Andaba en busca de más datos relacionados, cuando recibí
un mensaje de mi amigo Maco para chatear.
Escribió que estaba leyendo el libro «Utopía» por In-
ternet y quería hacerme algunas preguntas. Primero, tuve
que pedirle que me escribiera en un lenguaje que pudiera
entender: entre la jerga joven, la de la web y la mezcla de
idiomas era imposible comprenderlo. En resumen dijo
que la primera parte del libro no le había interesado (es el
capítulo que hace referencia a los problemas de la sociedad
inglesa) y que en ningún lado se mencionaba la palabra par-
ticipación. Además, no entendía por qué le había hablado de
«Utopía», si allí no había democracia directa (tenía razón, el
gobierno de Utopía era representativo). Después, dijo que
le gustaría trabajar la tierra como lo había hecho su abuelo,

40
pero sólo seis horas diarias como hacían los utópicos (en
forma rotativa todos trabajaban la tierra). Volvió a repetir
que estaba «emocionado» con esa sociedad tan igualitaria,
pero que desconfiaba de los filarcas4. Por último, insistió
que no creía en los políticos pero quería entender y saber
qué podía hacer él para construir una sociedad más justa.
No sabía muy bien qué contestarle. Como muchos
de su generación, Maco «sentía» que en la política (y en los
políticos) estaban todos los males de la sociedad. ¿Cómo
razonar con un muchacho sobre estos temas? Además, era
inquietante el entusiasmo que demostraba por una sociedad
ideal, y en cierto modo me sentía responsable por haber
despertado ese interés y no saber cómo canalizarlo.
¡Las críticas y las debilidades de la democracia repre-
sentativa eran tan antiguas! Rousseau lo había dicho sin
vueltas: «Los ingleses se creen libres. Se equivocan. Sólo lo
son en el momento de la elección, después no son nada».
Con estas palabras Rousseau no quería decir otra cosa más
que, pasado el acto de la votación, los representantes sólo
velan por sus propios intereses, motivo por el cual él era un
defensor de la democracia directa. Pero esto no explicaba la
crisis actual, tal vez, debía contarle cómo la tecnología, los
medios de comunicación y la globalización económica (los
utópicos no habían tenido que lidiar con estos temas) han
venido a complicar al Estado y las formas representativas
de gobierno. Quizás debía hablarle de cómo ha influido el
desconcierto que llegó con la caída del Muro respecto de
las ideas que organizaban al mundo y de cómo se habían
deshecho las esperanzas que se habían depositado en los
países del Tercer Mundo.
En este contexto, había aparecido el debate sobre
la representación mediante elecciones y la participación

41
ciudadana fuera de la intermediación de los partidos po-
líticos. Ante la creciente incapacidad para equilibrar las
desigualdades sociales, los gobiernos se habían alejado de
los ciudadanos dejándolos solos frente a las relaciones de
mercado, el control del conocimiento y de la información,
y las profundas diferencias en la distribución de la riqueza.
Si bien se abogaba por la participación como meca-
nismo para gestionar mejor los recursos públicos, estaba
bastante generalizada en la sociedad civil la opinión de que
sólo la democracia participativa podría acortar distancia y así
centrar a los poderes públicos en las necesidades ciudadanas.
Todo este discurso me parecía abstracto y, por otro
lado, tenía más preguntas que respuestas sobre este tema.
Además, podía escuchar a Maco diciéndome: «Tía, eso sí
que es marejar la perdiu5». Pensé que tal vez podría contarle
lo que había vivido en mi país. Al fin y al cabo, estábamos
literalmente en boca de todo el mundo. Éramos un ejem-
plo de cómo decisiones que se tomaban fuera del país nos
habían hundido frente a un Estado sumamente débil y un
gobierno más identificado con intereses privados que con
intereses públicos. Podría contarle de la noche del 19 de
diciembre, de cómo un hecho de relativa trascendencia
había desencadenado una manifestación multitudinaria que
terminó con un gobierno democrático y puso en tela de
juicio la legitimidad de todos los representantes políticos,
además de otros poderes e instituciones del país.
Había escrito para una revista local una nota perio-
dística sobre las asambleas vecinales en Argentina y decidí
mandársela, hablaríamos personalmente sobre el tema en
nuestro próximo encuentro. Le di una tarea: describir dos
situaciones donde hubo participado en los últimos años
y dos organizaciones comunitarias con las que estuviera

42
conectado.
Después de enviarle el correo, mi pensamiento voló
hacia Argentina. La tele hablaba de niños que morían de
hambre en la provincia de Tucumán, las imagenes mostraban
personas robando carne cruda de un vagon de tren. Esta
mañana mi portera me miró con lástima al comentarme la
noticia. Las crisis económicas no eran un problema nuevo
en Argentina, pero sí era más grave que otras. El ordena-
dor me avisó la llegada de un nuevo e-mail. Un amigo de
Buenos Aires me enviaba una noticia de un diario nacional.
Lo leí. Mi país nunca dejaba de sorprenderme. El Canal 2
de televisión había creado un partido político con el fin de
elegir un diputado «de la gente», a través de un programa
del tipo reality show. Un enemigo capaz de disfrazarse de
tantas maneras es casi imposible de vencer, pensé.
Salí a la calle y caminé hasta el mar. Tenía necesidad
de mirar el horizonte.
1
Artículo de Patricia Castán, «El Periódico», septiembre del 2002.
2
www.corporacionmultimedia.es
3
Las ventas mundiales de periódicos crecieron un 0,46% el pasado
año (4,8% en los últimos cinco años), a pesar de que los ingresos
publicitarios cayeron un 7% en términos reales. Ese retroceso se
debe a la crisis de la publicidad, que afectó más a otros medios que
a la prensa, ya que consiguió no disminuir su cuota de mercado por
primera vez en los últimos 15 años. Por áreas geográficas, las ventas
cayeron en 9 de los 15 países miembros de la Unión Europea, en
particular en Austria (2,5%), Reino Unido (1,8%), Bélgica (1,7%) y
Dinamarca (1,7%); se mantuvieron estables en España y progresaron
en Irlanda (2,4%), Italia (0,4%) y Finlandia (0,21%. No hubo datos
de Francia ni de Portugal .
4
En la isla había para cada treinta granjas un jefe llamado filarca,
y para cada diez filarcas un jefe filarcas. El país era gobernado por
sabios, y el rey era elegido por los filarcas entre cuatro candidatos
propuestos por el pueblo.

43
5
Catalán: Marejar la perdiu significa marear la perdiz, irse por las
ramas. Maco había usado esa expresión cuando le expliqué por qué
había dejado mi país.

Attach enviado a Maco:


Las asambleas vecinales en la Argentina

La noche del 19 de diciembre del 2001 los argentinos


salieron a la calle golpeando cacerolas para decir basta al
gobierno, a la falta de justicia, a las políticas neoliberales que
están empobreciendo al país hasta límites insospechados. La
chispa que detonó la protesta fue la declaración del estado
de sitio, por parte del entonces Presidente De la Rúa, con
motivo de algunos asaltos a supermercados que se estaban
produciendo en distintos puntos del país.

La protesta comenzó en forma espontánea dentro de las


casas, siguió en patios y balcones, en la calle, en la esquina
del barrio, para confluir en el Congreso Nacional y en la
Plaza de Mayo donde está ubicada la Casa Rosada, sede del
Gobierno de la Nación. Fue una reacción desesperada, una
llamada, un encuentro entre miles de argentinos. «Que se
vayan todos» fue la frase coreada hasta el cansancio al ritmo
de las cacerolas. Esa noche hubo rabia, alegría y emoción
por el encuentro: «No estoy solo, somos miles». También,
muerte. Más de treinta personas murieron en diferentes
puntos del país.

Mientras varios presidentes pasaban por la Casa Rosada,


nacían las asambleas de vecinos. Casi ocho meses después,

44
alrededor de 300 asambleas en todo el país (la mayor parte
localizadas en Buenos Aires y en el Gran Buenos Aires)
trabajan en la idea de construir un país diferente.

Pero las nuevas formas de lucha y de resistencia habían


comenzado a principios de los noventa. Por entonces nació
la agrupación HIJOS creadores de los «escraches», una for-
ma de condena social a los militares libres, pero culpables
de muertes, torturas y desapariciones durante la dictadura.
También surgieron organizaciones de tipo territorial de
pobres y desocupados, los llamados «desaparecidos socia-
les», las primeras víctimas de las políticas de ajuste, quienes
formarán los piquetes para cortar rutas como forma de
protesta. A mediados de los noventa se crean una central
de trabajadores (CTA) más autónoma y democrática, nue-
vos sindicatos más comprometidos con la realidad social,
y cooperativas de trabajadores que intentan llevar adelante
empresas quebradas.

Sin embargo, los acontecimientos de diciembre implicaron


para grandes sectores tomar conciencia de tres hechos
fundamentales: la política económica impuesta durante la
dictadura no había cambiado con la democracia; la imperiosa
necesidad de tener una justicia no corrupta; y, lo más inédito,
la identificación de
los sectores medios
con los pobres y los
desocupados. El
primer indicio de
este hecho ocurrió
durante la marcha
Cacerolazo 2001 piquetera de enero

45
del 2002, cuando comerciantes y vecinos de la capital reci-
bieron a los piqueteros de la provincia con café con leche
y mate cocido1.

Mientras el poder circule


Las asambleas empezaron en la esquina donde los vecinos
se habían juntado durante los cacerolazos espontáneos de
diciembre. Al principio fueron miles; después, la participa-
ción se fue decantando. Los grupos son heterogéneos en
edades, profesiones, oficios e historias. Al inicio, las sesiones,
los temas y las discusiones eran interminables, con asuntos
de distinto peso y muchos de gran complejidad. Todo era
tan abigarrado que sólo era posible arribar a consensos para
actos de repudio y protesta; así, se contabilizan en diciembre
2001 sesenta y seis cacerolazos diarios.

Comienza un proceso de marchas, contramarchas, de fuertes


tensiones y sentimientos contradictorios. Hay alegría por los
logros, tristeza por las deserciones, impotencia, también,
miedo, rabia, desazón y cierta soberbia de pensarse puros y
pretenderlo todo. Algunas asambleas se afirman en lo que
tienen en común y posponen discusiones más complejas
para el futuro; otras analizan las alternativas de cómo lograr
el poder o qué hacer con él cuando lo obtengan; otras estu-
dian el anarquismo o la construcción del socialismo como
alternativas; unas pocas se reúnen sólo para lograr sacar sus
depósitos de los bancos. Con el tiempo, prevalece el carácter
territorial de las asambleas –los integrantes se autodenomi-
nan «vecinos» entre sí– y comienzan a organizarse acciones
dirigidas a satisfacer las necesidades del barrio donde están
insertas, a pesar de las críticas de integrantes más politiza-
dos que ven en estas actividades una pérdida de los grandes

46
objetivos políticos.

Es posible que uno de los momentos más importantes en la


vida de las asambleas fuese cuando se logró superar el inten-
to de control por parte de grupos partidarios radicalizados.
Al hacerlo se consiguió hacer circular el poder, lo que es
esencial mientras se trabaja en la construcción de alterna-
tivas. Poco a poco, con gran dificultad, se logran acuerdos
y se van conjugando las grandes reivindicaciones políticas
y las de la vida cotidiana. En los últimos meses, reuniones
zonales intentan acotar y consensuar las propuestas y accio-
nes que cada barrio lleva al organismo de coordinación de
todas las asambleas vecinales. Un informe señala que más de
230 resoluciones distintas se trataron y votaron durante los
primeros cuatro meses, sin contar las acciones que fueron
ejecutadas durante ese tiempo.

Ciudadanos en la calle, 2001

47
Cierto es que las asambleas motivadas por el visceral recha-
zo a los políticos y a la política partidaria buscan practicar
una política radicalmente distinta a la instituida. En este
sentido, gran parte del debate se refiere a los mecanismos
necesarios para garantizar la horizontalidad en las decisio-
nes, la transparencia en las gestiones y el autocontrol como
forma de protección, mientras las acciones van dirigidas
a hacerse cargo de todo aquello de lo que el Estado se ha
desentendido.

Últimamente, algunas asambleas están ocupando inmuebles


abandonados o cerrados para usarlos como sede y para orga-
nizar comedores comunitarios; también se buscan terrenos
para convertirlos en huertas, se crean formas de atención
médica (a bajo precio), se realizan compras colectivas, acti-
vidades culturales y de debate. Todo tiene, además, el fin de
tejer lazos vecinales para instalar valores solidarios.

Internet es una herramienta de mucha utilidad para la or-


ganización y para la circulación de la información, muchas
asambleas tienen una página web o han creado grupos de
discusión y comunicación. También se editan boletines, y
hasta se ha impreso un libro titulado «Qué son las asam-
bleas vecinales» en una imprenta autogestionada por los
trabajadores, mientras la policía pretendía clausurar el lugar.

Sin embargo, pretender asumir todo lo que el Estado debiera


hacer enfrenta a las asambleas con sus límites. Entender que
no son las únicas protagonistas válidas del cambio social y
formular acciones que promuevan la integración de otras
organizaciones del movimiento social, los partidos políti-

48
cos que se oponen a las políticas neoliberales, así como las
nuevas organizaciones que van surgiendo, podría implicar
un cambio cualitativo.

«Que se vayan todos» es aún hoy la consigna con la que se


identifican y saludan las asambleas vecinales. A muchos les
sirve, aunque no tengan respuesta para «el después»; a otros
tantos les genera desazón y parálisis. Señalar un camino ca-
paz de generar esperanza es una de las tareas fundamentales
de los movimientos sociales. ¿Serán las asambleas vecinales
capaces de trazarlo?
1
Mate cocido: infusión de uso diario en Argentina que se prepara
con yerba mate

49
Barcelona en lluita

En Ciutat Vella, en la calle Obradors, está la sede de la Fede-


ración de Asociaciones de Vecinos y Vecinas de Barcelona,
entidad que lleva treinta y dos años de existencia. Al entrar
se ve una oficina repleta de mesas de trabajo, ordenadores
y estantes con publicaciones editadas por la entidad; En «La
Veu del Carrer», una de las más conocidas, se expresan los
vecinos y se debaten temas relacionados con el movimiento
urbano.
Cuando se habla de los inicios del movimiento vecinal
las miradas se iluminan y las voces se apasionan. Fueron
tiempos de pelea duros y peligrosos, cuando las reglas y el
enemigo eran claros, así como las ideas acerca de las necesi-
dades de las barriadas y las libertades que se querían lograr.
Los protagonistas fueron hombres y mujeres comunes que
hace tiempo peinan canas. A los que no están se les recuerda
con estatura de gigantes. Pero los barrios no eran los únicos;
las vanguardias profesionales, el sindicalismo clandestino,
los partidos políticos prohibidos, también estaban en la
lucha contra la dictadura que había empezado a asomarse a
través de reivindicaciones vecinales de los barrios obreros.
Tras la muerte de Franco, las asociaciones vecinales
jugaron un papel esencial en la creación de una nueva cultura
política vinculada a la vida cotidiana, pero el mayor impacto
fue la influencia sobre la concepción de la ciudad. Desde
entonces los partidos políticos han tenido que lidiar con la
democracia participativa.

50
Pero la relación entre entidades, asociaciones y poderes
públicos ha ido cambiando. Joan Subirats1 distingue tres
etapas.
La primera, antes mencionada, donde existía un tejido
asociativo muy politizado que se estructuraba en torno al
antifranquismo y que mantenía una posición de enfren-
tamiento y reivindicación constante frente a los poderes
públicos autoritarios.
La segunda es la que se extiende entre los momentos
finales de la transición democrática y el fin de siglo, cuando,
al mismo tiempo, se han producido la institucionalización
de buena parte del movimiento asociativo y una cierta crisis:
repliegue de las entidades a nuevos terrenos de colaboración,
conflicto con el gobierno y la administración local.
La tercera es la que apenas empezamos: las entidades
y asociaciones buscan y exploran nuevas vías de relación
entre ellas y con los poderes públicos locales, en un esce-
nario más abierto, donde se ponen en cuestión muchos de
los viejos paradigmas de funcionamiento; todo el mundo
ha de aprender a moverse en una nueva época.
En la misma nota, publicada en «La Veu del Carrer»,
agrega: Términos como governance o «gobierno de redes»,
«gobierno relacional», «gobierno
de la influencia», tratan de describir
una realidad en la que predomina la
interdependencia entre actores de
toda clase, la continuidad en las re-
laciones entre estos actores, y donde
no se acepta sin más el papel formal-
mente superior y jerárquico de las
instituciones públicas. Poco a poco
va surgiendo una forma de entender Andrés Naya

51
el ejercicio del poder más vinculado a la gente, donde las
«autoridades» tendrían que hacer más de articuladores que
construyen los intereses generales que de administradores
legales de lo público.
La charla con Andrés Naya, vicepresidente de la Fede-
ración, transcurrió en una sala de reuniones formal, donde
objetos y cuadros que recuerdan logros alcanzados:
AN: Hasta la llegada de la democracia y ante la situación
de falta de libertades como la que teníamos, las asociaciones
de vecinos eran el ombligo. Todo lo que ocurría en el terri-
torio pasaba por la asociación de vecinos. Se hacían muchas
tareas de suplencia, no sólo de las organizaciones políticas.
»Con la llegada de la democracia las asambleas veci-
nales siguen teniendo su vigencia y su peculiaridad, pero
ha habido importante enriquecimiento en el crecimiento
asociativo. En un barrio uno puede encontrarse con 35 o
40 entidades y colectivos que surgen por intereses comunes,
pero abarcan aspectos parciales de la realidad: la enseñanza,
la sanidad, el consumo, la cultura con sus mil impresiones,
las organizaciones de padres y madres.
VH: ¿La participación ha bajado?
AN: Sí y no, vamos a ver. A la hora de hacer las normas
se podría haber abierto en la ciudad un debate de balance de
los quince años que llevamos desde el 86. Hubiera sido un
punto de partida interesante. La sensación que tenemos es
que la participación sigue siendo una asignatura pendiente.
Al poder no le gusta la participación, le gusta ejercer el
poder, desarrollar sus iniciativas, pero todo lo que sea fis-
calidad, todo lo que sea control, todo lo que tenga que ver
con facilitar información, le pone nervioso. La Regiduría de
Participación existe porque quiere impregnar este mecanis-
mo a toda la maquinaria municipal, pero todo termina en las

52
personas y hay poco tarannà en general. No es un problema
de etiquetas políticas sino de cómo entender la política.
»La impresión es que la participación reglamentada,
formal, parece que no da resultado. Hay un primer derecho,
que es el de la información, y todo depende de la voluntad
política del concejal o del teniente de alcalde. Es decir, no se
ha conseguido que haya una información previa y suficiente
de muchos planes urbanísticos.
»El paso que queremos dar es que la participación no
dependa de la sensibilidad, de la voluntad del político, tiene
que ser obligatoria. Por eso proponemos que a cada proyecto
o plan especial se le añada una memoria participativa, o sea
un documento que detalle: en qué momento se va a informar
a los afectados, qué mecanismos de explicación, un espacio
de debate, las posibilidades de modificación o de aportes.
VH: ¿Y la participación no formal?
AN: Manifestaciones de participación informal no hay
muchas, salvo en algunos temas: en colectivos más extra-
parlamentarios relacionados, por ejemplo, con el tema de
la inmigración, donde la agresión es fuerte. Ahí sí que es
informal; no se utilizan los mecanismos de participación
institucionales. La participación termina convirtiéndose en
un pulso entre administración y administrados. La petición
del 0,7 % fue informal. El movimiento okupa es informal.
En diferentes barrios hay núcleos activos de jóvenes en
torno a pequeñas publicaciones y actividades que cuestio-
nan al sistema. Sólo son las minorías las que no aceptan las
normas, pero han aumentado.
VH: ¿Qué pasa con la representatividad?
AN: La representatividad del movimiento asociativo le
viene dada por el trabajo que realiza, por el contacto directo
y cercano a los afectados. Los tiempos nos llevan a tener

53
asociaciones poco participativas.
Hay asociaciones en las que los
dirigentes se apoltronan, igual que
el político en el cargo y en el sueldo
adquiere ese pequeño estatus. Hay
asociaciones que tienen el mismo
presidente desde hace 20 o 30 años.
VH: ¿Y sobre el carácter con-
Logo institucional
sultivo de la participación?
AN: El voto les otorga el derecho a gobernar, no lo
podemos suplir; si no, estaríamos cuestionando el sistema de
la democracia. Pero hay una manera de entender la democra-
cia formalmente. La participación tiene que ser profundizar
la democracia; ello quiere decir, entre otras cuestiones, un
concepto de ciudadano activo que participa, que opina, que
interviene, y esto es fundamental para tomar las decisiones.
... Yo no quiero ser el que decida, pero quiero opinar y ar-
gumentar, y quiero que haya sensibilidad de la otra parte y
se recoja lo razonable, lo justo que estoy planteando.
»En estos veintidós años se han hecho cosas, pero
seguimos siendo críticos en algunos temas en que las
prioridades no han sido resueltas; por ejemplo, el tema de
la movilidad. Barcelona ha avanzado mucho y tiene una
gran capacidad para venderse. Barcelona ha paseado por
toda Sudamérica el reglamento de participación ciudadana,
tenemos el mejor del mundo. Los reglamentos tienen que
existir, pero si no hay la voluntad política. La participación
te la tienes que creer de verdad.
»A un ayuntamiento progresista le interesa tener un
tejido asociativo fuerte, que se haga interrogantes, que
se pregunte cosas, que sea independiente, que sea crítico,
porque allí está su apoyo; pero eso tiene sus inconvenientes

54
si gobiernas. Para que en tu proyecto de ciudad viva esa
democracia profundizada, estás recogiendo fuerzas para
poder llevar unas políticas con las que puedas enfrentarte a
intereses muy poderosos en la misma ciudad.
»El gran reto: los problemas no son sencillos; son com-
plejos. La pérdida de fuerzas puede recuperarse formando
redes y trabajando conjuntamente con otros movimientos
sociales y colectivos. Antes, en el barrio, la asociación de
vecinos era clave; ahora es clave la coordinadora de asocia-
ciones del barrio. El reto es abrir, trabajar con todos los que
están planteando la misma problemática.

Me fui a las dos de la tarde, debajo del brazo llevaba el


libro «Barcelona en lucha», que da cuenta de la historia del
movimiento urbano entre 1965 y 1996. Un regalo, aclaró
Naya. La etiqueta en la contratapa mostraba el precio: 2.500
pesetas. Dentro, decenas de fotos y testimonios registraban
el aporte invalorable de miles de ciudadanos anónimos.

Sede FABV

55
Apuré el paso antes de encontrarme con Maco tenía que
entrevistar a Jordi Gasull, dirigente de la Confederación de
Asociaciones de Vecinos y Vecinas de Cataluña y de una
fundación de ayuda social que procura acompañar procesos
de inserción o reinserción en la sociedad. «Un hombre de
muchas ideas», me habían dicho.
Jordi, formado en filosofía, es un hombre comprome-
tido. Ayuda tanto a un viejo militante alcohólico a vencer
su enfermedad como actúa en un plan estratégico dirigido
a hacer de la CONFAVC «una herramienta colectiva de
progreso, convivencia, solidaridad y valores compartidos.»2
Jordi me concedió unos pocos minutos, lo estaban
esperaban unos vecinos. Al hablar de la participación puso
énfasis en dos temas: la educación para la auto-organiza-
ción y la participación, y las nuevas formas de la acción o
intervención pública, como el partenariado, o sea, la capa-
cidad de asociarse en proyectos concretos, compartiendo la
capacidad de diseñarlos, de gestionarlos y de experimentar
las soluciones a los problemas que se afronten.
Académicos y representantes de movimientos sociales
apuntaban hacia la misma dirección: más y mejor interven-
ción de la sociedad en los asuntos públicos. Pero algunos
viejos dirigentes vecinales (integrantes de la llamada «mosca
cojonera») se preguntaban, además, quién continuaría las
luchas cuando ellos ya no estuviesen. Los pueblos siempre
levantan sus banderas, pensé.
Tomé el metro. En un bar, en el Portal del Angel, me
esperaba una charla complicada.

1
Institut de Govern i Polítiques Públiques. UAB. Publicado en «La
Veu del Carrer», maig-juny de 2002.
2
Plan Estratégico CONFAVC 2002-2005. Barcelona, febrero de 2002.

56
Entre Greenpeace y Energy Control

Esta vez fui yo la que esperó casi media hora. Maco llegó
corriendo y se desplomó en la silla del bar.
—Perdón, perdón... te debo una..., me pegué una
marcha, no vi la hora –dijo casi sin aliento.
Los locales de baile «After Hours» me parecían un
despropósito pero no lo censuré. Le pregunté por la tarea
que le había encargado: pensar en qué situaciones había
participado y en asociaciones con las que tuviera algún tipo
de contacto. Me contestó que no lo había hecho, que era una
tontería. Insistí. Después de un largo silencio, dijo:
—He pensado... eso de participar puede ser cualquier
cosa.
Tenía razón pero no se lo dije.
–…pues… he juntado juguetes para niños del Senegal
–me miró a los ojos buscando aprobación.
—¿Y qué más? –pregunté.
—Llevé ropa a mis colegas del Ecuador, cuando se
encerraron en la iglesia el año pasado.
—Me tienes que hablar de lo que ocurrió en la iglesia,
me interesa, pero en otro momento; ahora sigue, vas muy
bien –dije para animarlo.
—Tía, ¡no fastidies! La última: actuaba en las fiestas de
fin de año de la escuela.
— Ves, Maco, que mi petición no era tan complicada.
Me miró y abrió la boca en un bostezo. El interés que

57
había expresado cuando chateábamos ya no estaba. Miraba
hacia una mesa donde había una chica bonita. Le había pe-
dido que pensara eso para explicarle, a partir de su propia
experiencia, que había distintos grados de compromiso en
la participación. Tal como él lo había expresado, «partici-
par» era una palabra que se usaba para diferentes tipos de
acciones, solidarias o sociales, como las que él acababa de
mencionar (hasta los dictadores la usaban, por lo general,
para cooptar1 voluntades, pero no era el momento de hablar
de eso). Esas acciones contribuían a fortalecer a la sociedad
y en otro nivel, la participación ciudadana implicaba acciones
dirigidas a tomar parte en asuntos públicos. Quería decirle
que se podía participar a través de acciones individuales,
aunque cuando se interviene junto con otros, en una aso-
ciación de barrio, en un partido político o una organización
que defiende intereses legítimos, se forjan lazos y, sobre todo,
las voces se multiplican y pueden llegar a ser escuchadas.
Pensaba en cómo despertar su interés, cuando Maco
dijo:
—Greenpeace y Energy Control.
—No entiendo.
—Tú me encargaste que buscara asociaciones, pues
ahí las tienes: Greenpeace y Energy Control.
—¿Y de dónde las conoces?
La segunda nunca la había oído nombrar.
—Pues, la primera de la tele y la otra de las marchas.
—¿Cómo que la conoces de las marchas? ¿Qué tiene
que ver una asociación con las marchas?
—Fui de marcha por ti, por el curro2, ¿vale? Aquí tienes
–se reía, mientras me mostraba una tarjeta blanca donde se
podía leer un número de teléfono y una dirección.
Este chico no me hacía las cosas fáciles, y el bar don-

58
de estábamos no ayudaba; el sonido de los televisores era
demasiado fuerte y apenas podíamos escucharnos. Cuando
mencionó la palabra «pastillas», reconozco que me puse un
poco nerviosa y ya no entendí nada. La expresión seria en
mi cara debió provocar su reacción.
—Este lugar no es muy esschacable –dijo, molesto, mien-
tras se levantaba y sin decir más salía a la calle.
Tardé unos segundos en reaccionar, dejé dinero sobre
la mesa y salí a buscarlo. Sin querer, lo había censurado y si
no lo encontraba para disculparme lo más probable era que
no lo viera nunca más. Afuera no pude distinguirlo entre la
multitud que, a esas horas de la tarde, había en el Portal del
Angel. Corrí en dirección a la plaza de Cataluña y luego en
dirección contraria. Apesadumbrada y agitada me senté en
la ventana del Corte Inglés. Miraba hacia el piso cuando un
par de pies enfundados en sandalias pararon frente a mí:
—Hola, tía.
Mi alegría al verlo fue tan grande que le di un abrazo.
—No te emociones, es sólo por el curro –dijo tratando
de poner distancia–. Por hoy basta de participación. Ven, te
llevaré a recorrer un barrio muy chulo.
Caminamos por las callejuelas laberínticas del Casc
Antic y después por el Raval. Vino a mi memoria una frase:
«Las ciudades del exilio son ciudades sin esquinas». La dije
en voz alta; Maco entendió. Le hablé de mis amigos que
estaban en la Argentina; él de los suyos y un poco de su
vida. Desde la muerte de su abuelo vivía con un tío soltero
que trabajaba armando y desarmando escenarios para una
agencia de trabajo temporal. Tenían una buena relación,
pero se veían poco y rara vez tenían tiempo para salir jun-
tos. Pero gracias al trabajo de su tío, Maco podía acceder a
algunos festivales y conciertos. La escuela y la calle eran los

59
lugares donde forjaba sus relaciones. Tenía cuatro amigos
(dos catalanes, un ecuatoriano y una andaluza) con quienes
solía encontrarse en la plaza del barrio y para ir a bailar. No
conocía a nadie de su escalera, sólo a Montse, una señora de
la planta baja que le dejaba guardar la bicicleta en el patio de
su piso. Había hablado una vez que la ayudó con las bolsas
del mercado. Cuando le pregunté si en su barrio había algún
casal o centro cívico, contestó que sí, pero que no iba. ¿Por
qué?, pregunté. Sólo se encogió de hombros; ninguno de
sus amigos frecuentaba esos lugares, e ir sólo no le apetecía.
Fuera de la escuela, donde sus lazos tampoco eran fuertes
(llevaba allí un año), iba a la biblioteca del barrio para usar
Internet gratis.
La escuela era un espacio de contención social im-
portante, le sería difícil seguir estudiando sin algún tipo de
ayuda. Maco y su tío pertenecían a lo que algunos estudiosos
llaman la sociedad débil:
«A medida que el capitalismo se desorganiza, el Estado
y la sociedad civil pierden capacidad y fuerza para organi-
zarlo. La sociedad es cada vez más una sociedad capitalista
o de mercado, y son sus fuerzas y su lógica las que acaban
por imponerse cada vez en más órdenes de la vida de la
gente. Este proceso se hace hoy visible en forma de paro
y precariedad laboral, de disminución de garantías públicas
y políticas sociales, de desregulación de las políticas eco-
nómicas y de políticas fiscales recesivas; pero también en
forma de una mayor debilidad del estado frente al mercado
y de una importante debilidad y desestructuración de la
sociedad civil. (...)
»La tendencia hacia la dualización social es una tenden-
cia hacia la configuración de lo que podríamos llamar dos
sociedades dentro de la sociedad. Por un lado tendríamos lo

60
que podríamos llamar la sociedad fuerte: está compuesta por
todos aquellos que tienen unas ciertas garantías de empleo
y/o ingresos, pero además, y como consecuencia principal,
son personas que tienen también una red de relaciones
sociales sólidas; son las personas que más cuentan, las que
están más organizadas y asociadas (en la sociedad fuerte se
encuentra, al menos en su parte principal, la base social de
partidos, sindicatos y asociaciones); las que más votan en
las elecciones y, en definitiva, las que más recursos tienen
(materiales y sociales) para defender sus intereses y hacer
frente a las dificultades.
»Frente a la sociedad fuerte aparece la sociedad débil:
aquí encontramos a los que no tienen, o los que tienen muy
precariamente empleo o garantías de ingresos. Son los que
menos cuentan, los que menos votan, los que menos se
asocian y los que menos participan y, como consecuencia
de todo ello, los que se encuentran con más dificultades a la
hora de hacer valer sus intereses, de cubrir sus necesidades
y de hacer frente a las dificultades de que está sembrada su
vida cotidiana.» 3
Para decirlo sencillo: Maco y su tío eran como equili-
bristas o trapecistas de un circo que hacían sus piruetas sin
red que los protegiera de eventuales caídas.
Es por eso necesaria la construcción de redes y, como
dice Rebollo, se debe fortalecer la participación en el ám-
bito económico o del empleo, en el ámbito de la sociedad
civil y en la política. Es esencial contrarrestar la dualización
social y dar protagonismo a los ciudadanos más débiles y a
los colectivos invisibles, que son los que más lo necesitan
y participan menos.
Consecuencia de sus circunstancias, las relaciones de
Maco eran escasas: cambiar de barrio constantemente, de

61
escuela, la falta de un núcleo familiar, el nivel de ingresos.
Maco tenía un capital social muy pequeño, o sea pocas re-
laciones que pudieran abrirle oportunidades, simplemente
orientarlo, o establecer normas de reciprocidad, como la que
había establecido con Montse, su vecina: por el simple hecho
de ayudarla con las bolsas de la compra tuvo la posibilidad
de guardar su bicicleta.
En el barrio, en la ciudad, había espacios y servicios
que podían llegar a contenerlo, pero él no sabía, no podía
o no quería dar el primer paso. Pensando en estos temas
entendí esa palabra que Maco solía usar, esschacable: mi joven
amigo necesitaba alguien que simplemente le echara una
mano, «un cable».

62
Una semana después fuimos juntos a la marcha para
conocer a la gente de Energy Control. Esta asociación sin
fines de lucro, nacida en Barcelona, no se posiciona a favor
ni en contra de las drogas y enfocan su consumo desde el
punto de vista de la salud y no de la moral. Tampoco toman
partido acerca de si se deben legalizar o no. Llevan a cabo
sus actividades en los espacios de fiesta y se basan en la
participación.
Los voluntarios de Energy Control actuaban. Están en
los lugares donde los jóvenes entran fácilmente en contacto
y con la necesidad de la droga: las marchas. Allí dan infor-
mación, regalan cómics sobre los efectos y riesgos de tomar
tal o cual droga, y las analizan en el momento, para que se
sepa qué se está tomando. Un problema difícil encarado
valentía y sentido común.

1
Cooptar. Arg. Captar la adhesión de alguien, generalmente con
fines políticos, valiéndose de acciones reprobables que no pueden
considerarse ilegales.
2
Expresión coloquial que en algunos países de España significa
trabajo. En Arg.palabra del lunfardo: actividad irregular o delictiva
por la que se obtiene dinero, en general mediante la credulidad ajena
o el abuso de las normas
3
Rebollo, Oscar. UAB. Participación en el ámbito social.
Documento.

63
Asociarse es un sentimiento

A l’Ateneu hi trobaràs, després que hagis complert els teus


deures de treballador -un consell moral-, l’esbarjo per a tu
i els teus familiars -un altre consell moral i res d’anar amb
els amigots, no, amb la família-, l’esport, les excursions, un
bar proveït de totes les begudes i tota mena de jocs legals
-pensin que el joc estava perseguit, hi havia molt joc il·legal
als anys 30-, i, a més, un esmerat servei de barberia.
Boletín de un ateneo del Raval a principios del siglo XX

La afiliación a organizaciones formales puede ser un ba-


rómetro práctico del compromiso comunitario1. No era
fácil conocer la cantidad exacta de asociaciones de tipo
voluntario que había en Barcelona en el 2002: «cuatro mil»,
«siete mil», «se sabe cómo van aumentando, pero no cuantas
hay en realidad», «tal vez, doce mil», fueron algunas de las
respuestas. Las diferencias eran grandes porque las fuentes
eran distintas: provenían del Ajuntament, de la Generalitat
y otras de un estudio realizado por el Consell Municipal
d´Associacions de Voluntariat de Barcelona.
El primero registraba en la memoria del año 2001 un
total de 3.548 organizaciones y una solicitud de alta de se-
senta y una entidades; allí se registraban las que daban cuenta
de algún tipo de actividad, y el alta era necesaria para recibir
servicios. En la Generalitat, la inscripción era obligatoria al

64
momento de constituirse pero no al dejar de funcionar. A
mediados del 2002 se registraba un total de 11.689 entre
asociaciones sin fines de lucro, fundaciones y federaciones.2
La Agència Municipal de Serveis per a les Associacions de
l’Ajuntament de Barcelona, conocida como Torre Jussana,
estimaba que unas dos mil ya no eran activas3. La Generalitat
para intentar precisar ese dato había abierto dos categorías
de archivo: las que realizaban algún movimiento administra-
tivo y las que no. Entre ambos organismos no se cotejaban
datos y las categorías de clasificación eran distintas.
Torre Jussana es el lugar donde el Ayuntamiento brinda
servicios al mundo asociativo. Es difícil de encontrar si no
se conoce la ciudad pero una vez que se llega hasta allí, es
imposible olvidarlo. Está ubicada cerca de Els Mistos, escul-
tura de Claes Oldenburg y Coosje Van Bruggen, colocada
en la Vall d’Hebron con motivo de los Juegos Olímpicos:
una gigantesca cajetilla de fósforos. Frente a la escultura de
vivo amarillo está el Pavelló de la República, una réplica,
con la pintura Guernica incluida, del que se realizó para la
Exposición Universal de París en el año 1937.
La Agència Municipal de Serveis per a les Associacions
funciona en una antigua residencia rodeada de jardines y
cuidada por un dragón de utilería. Allí hay instalaciones
con teléfono, ordenador y acceso a Internet para uso de las
entidades y espacios generosos para reuniones. También se
imparten cursos, entre otros servicios. La actividad que des-
pierta más entusiasmo en gran parte del mundo asociativo
es la Feria de Asociaciones que se realiza, desde hace siete
años, en la plaza de Cataluña durante las fiestas de la Merced;
más de quinientas asociaciones quisieron participar en la del
2002 y alrededor de un centenar fueron elegidas para acceder
a los stands. Desde hacía un par de años se realizaban ferias

65
similares en cada distrito, con gran aceptación.
Entre las 3.548 organizaciones registradas en Torre
Jussana llevan la delantera las dedicadas a temas culturales
(786), otra rúbrica importante es «sociedad» (605) que re-
úne las asociaciones en defensa de los derechos humanos,
las cívicas, las religiosas, las políticas; un centenar están
dedicadas a temas vecinales. Desde 1998 se han inscrito
en Torre Jussana nuevas asociaciones, aparentemente con
características distintas a las históricas. Sin embargo, no es
posible indagar rápidamente sobre este dato porque el tipo
de programa de registro que usan, tanto el Ayuntamiento
como la Generalitat, no permite saber el año de registro
y/o creación.
Dejando de lado las asociaciones religiosas o las rela-
cionadas con el mundo laboral, las de base comunitaria son
muy heterogéneas. Hay asociaciones para todos los gustos,
de todo tipo y color. En un sólo un día supe de tres, dos de
ellas por el diario. Una nota comentaba que se acababa de
crear la asociación Salvador Puig Antich. Era el nombre del
último anarquista catalán ejecutado, en 1974, con el garrote
vil. Justamente a propósito de la exhibición de este instru-
mento de muerte, en una fundación se habían generado
protestas. Las hermanas del anarquista habían expresado su
indignación y anunciaban la reciente creación de la asocia-
ción. Otra, era acerca de un libro que tuvo su origen cuando
el escritor se contactó con la asociación de exboxeadores de
Cataluña. Supe de la tercera mientras asistía a una audien-
cia pública en Ciutat Vella: un jovencito educado y bien
vestido, ante la negativa del distrito de otorgarle a su grupo
un permiso para bailar break dance en el Portal del Angel,
había anunciado a viva voz la creación de una ONG con el
propósito de defender el derecho a danzar en la calle. Una

66
actividad amparada por la Constitución, aclaró.

¿Es la sociedad catalana muy asociativa? Es importante


saberlo en tanto que es uno de los componentes del capital
social: las administraciones y las comunidades funcionan
mejor cuanto más y mejores sean los lazos de reciprocidad
entre ciudadanos y de cooperación en la resolución de los
temas públicos.
Subirats estudió el capital social en Cataluña y el País
Vasco4. Durante un breve encuentro me comentó: «El tejido
asociativo del País Vasco es más denso que el catalán... si vas
al País Vasco, el mejor restaurante de un pueblo es la sede
del Partido Nacionalista Vasco. Es donde se reúnen a jugar
a cartas, es donde está el entramado. En la época buena del
Partido Nacionalista Vasco, justo después de la transición
democrática, llegó a tener 32 militantes de cada 100 votantes,
ahora tiene 18 o 19. No hay ningún partido en España que
pase de cuatro militantes de cada cien votantes; en Cataluña,
igual, y la tendencia es que siga bajando». En el trabajo antes
citado menciona que los catalanes se encuentran entre las
autonomías más asociativas de España y que la tendencia es
a asociarse más por cuestiones profesionales y económicas
que filantrópicas.

Una encuesta realizada por el Departament de Cultura


i l’Institut d´ Estadística de Catalunya, en el 2001, determinó
un tasa asociativa del 31,30%, o sea que 1.629.0000 personas
estaban afiliadas a alguna asociación. La encuesta preguntaba
por asociaciones de tipo cultural, social, deportivo y político,
se excluían los colegios profesionales o las comunidades de
propietarios.
Los datos no pueden compararse pero, a título ilustra-

67
tivo, vale mencionar que en los Estados Unidos, a pesar del
declive de su fuerza social, en 1990 el 70% de su población
declaraba estar afiliada a alguna organización comunitaria,
política, laboral o religiosa. Según los últimos estudios reali-
zados, seguía siendo uno de los países más asociativos, sólo
superado por los del norte de Europa: Noruega, Suecia,
Islandia y Holanda. En EE.UU., el asociacionismo sigue
disminuyendo, pero el mayor declive fue y es en términos
de compromiso activo. Esto significa que no necesariamente
la mayor cantidad de personas asociadas implica un mayor
compromiso cívico. Tampoco la mayor cantidad de asocia-
ciones implica una mayor masa asociativa; un ejemplo son
las peñas del Barça: han aumentado en número, pero no
en asociados.
«Asociarnos, tal vez, sea un sentimiento», fueron
palabras de Carme Segura, presidenta de «els Lluïsos»5 y
responsable por diez años de Torre Jussana.
Varias personas que había entrevistado dentro del
mundo asociativo activo pensaban que Cataluña era el país
más asociativo de España. Sin embargo, los que estaban
fuera pensaban que no había mucha vida asociativa: «Es
que somos tan individualistas y dedicamos tantas horas al
trabajo...» fue el comentario entre profesionales de alrededor
de cuarenta años.
La importancia e influencia de los «Lluïsos» en la Vila de
Gràcia se parece a la de muchas de las entidades que nacieron
hacia fines del siglo XIX y principios del XX, en particular
en aquellas zonas que fueron municipios autónomos antes
de ser integrados a Barcelona, como Horta, Sarríà, Sant
Martí, Gràcia. Estas organizaciones con fuerte presencia de
la iglesia y los ateneos gestados por el movimiento obrero
durante la etapa de industrialización de la ciudad, marcaron

68
el inicio del tejido asociativo actual.
Josep Ma. Huertas Clavería6, destacado periodista,
rescata el origen obrero del Raval, el barrio más importante
de la Barcelona antigua, y sus asociaciones: allí, en 1888, se
fundó la UGT, pero fueron los anarquistas quienes llevaban
una intensa vida social. Fue en ese barrio donde se creó la
sociedad de los tipógrafos; también grupos corales, casinos,
ateneos y, por supuesto, escuelas:

L’Ateneu Enciclopèdic Popular és l’entitat més famosa


que ha existit al Raval, però probablement amb una vocació
més de ciutat que de Raval. Tanmateix estava al cor del barri,
al carrer del Carme - hi ha una placa que ho recorda- i tenia una
obsessió molt habitual dels treballadors conscienciats: donar
cultura al poble. Era una obsessió, que venia evidentment d’un
esperit anarquista molt de final del segle passat, de que amb la
cultura i l’educació la gent podria alliberar-se de la ignorància,
de la misèria, de l’explotació, i aconseguir unes millores de
vida. L’Ateneu Enciclopèdic Popular reflexa tot això, i va ser
fundat un any molt difícil, l’any 1902. I és un any molt difícil
perquè és l’any de la vaga general. ... La biblioteca de l’Ateneu
va arribar a tenir 6.000 volums, per tant no és una cosa menor.
Val a dir que aquests 6.000 volums, segons l’Albert Pérez
Baró, que va fer una història d’aquesta institució a la qual ell
pertanyia, van ser llençats per la finestra en els primers dies de
1939, quan va acabar la guerra, pels que la van guanyar. La vida
de l’Ateneu torno a dir que va ser independent però sempre va
tenir una certa influència anarquitzant fins els anys 30 en que
entra en la línia d’un partit marxista de molt curta vida, però
que encara és recordat en el nom del partit. El partit es deia el
Bloc Obrer Camperol, però amb el temps es va convertir en el
POUM, Partit Obrer d’Unificació Marxista. Aquest és el que
tenia més influència en aquell moment, a partir de l’any 32. És

69
el mateix any que s’instal·la al carrer Mendizábal la gran lògia
de la maçoneria espanyola. Per tant, tenim un passat associatiu
realment fort.

L’any 31 es crea un nou partit, un partit al que primer no es


donava gaire importància, però que resulta que en un mes es
va fundar i en un mes va guanyar les eleccions municipals, i
arrasant, que és Esquerra Republicana de Catalunya. Aquest
partit va obrir a l’any 31, l’any que es funda, un ateneu al carrer
de l’Estrella, que és possible que ocupés el local dels radicals
dels anys anteriors, perquè els radicals van tenir els seus anys
de glòria fins a primers dels anys 20. Després van entrar en una
decadència molt gran i anaven tancant locals perquè no tenien
tants socis. És curiós que en un dels butlletins de l’Ateneu hi
ha una frase que diu: «A l’Ateneu hi trobaràs, després que ha-
gis complert els teus deures de treballador (un consell moral),
l’esbarjo per a tu i els teus familiars (un altre consell moral,
res d’anar amb els amigots, no, amb la família), l’esport, les
excursions, un bar proveït de totes les begudes i tota mena de
jocs legals (pensin que el joc estava perseguit, hi havia molt joc
il·legal als anys 30) i, a més, un esmerat servei de barberia».
Aquí es reflexa el món de les societats. Ser d’una societat era
anar a passar els caps de setmana, anar a veure teatre, sarsuela,
anar a la barberia, anar a jugar al dominó, anar a prendre alguna
cosa amb els amics, anar amb la família.7

Las organizaciones nacidas alrededor de la iglesia reali-


zaban actividades que giraban en torno al deporte, la cultura,
las sardanas y excursiones. La literatura y lengua catalana
ocupaban un lugar importante y eran sólo para hombres.
En 1855 se creó la primera asociación «Lluïsos de
Gracia», la más grande y la más activa. El núcleo religioso
era muy importante, pero a medida que fue pasando el
tiempo esa religiosidad se convirtió en despotismo; quien

70
no iba a misa no podía ir al teatro, por ejemplo. Por eso, el
dogmatismo religioso provocó la primera escisión, en 1869.
Fue promovida por los asociados casados porque las mu-
jeres no podían entrar en la entidad. De allí salió el Centro
Moral e Instructivo de Gracia que siguió con las mismas
actividades: canto coral, excursiones y otras. Pero en 1902
se produce otra división y se crea el Circulo Católico que
acaba de cumplir su centenario. No volvieron a dividirse.
Carme se entusiasmaba cuando hablaba del barrio de
Gracia (donde vive) y de los Lluïsos: «En 1850, Gracia era
independiente, en aquella época llegó a ser la ciudad que
tenía más habitantes de España. Había muchas fábricas que
daban trabajo a toda la población y además venía gente de
fuera a trabajar. En la parte vieja se puede ver una chimenea.
En aquel tiempo era normal la relación en la calle, la relación
vecinal. Las muchas plazas de Gracia fueron el otro elemento
que les llevó a unirse. La insurrección de la quintas, en 1870,
fue muy aglutinadora para la gente de la Vila.
«En esa época era muy normal pertenecer a alguna de
estas entidades. Eran fuertes núcleos de opinión y de mo-
vilización. En 1968, los Lluïsos, la más retrógrada, aceptó
socias y, a partir de allí, fue la más avanzada. En el 1976 tuvo
la primera presidenta; yo soy la segunda.
»Mi entidad está muy bien, somos una estructura
potente, tenemos ciento veinticinco voluntarios, dos admi-
nistrativas, y fun-
ciona porque tres
o cuatro veces
por semana a las
ocho de la tarde
nos encontramos
allí con dos o tres Logo institucional

71
de la junta, y la cosa funciona porque estás allí, porque te
lo crees y lo quieres.
»Durante la dictadura las asociaciones estaban quietas;
los Lluïsos no cerraron, como otras. Eran instituciones muy
catalanas, y el catalanismo siempre fue punta de bandera.
Pero por ese tiempo los concursos de poesía debían ser en
castellano; a Montserrat no se podía ir; cantar había que
hacerlo en castellano. Poco antes de morir Franco, recuerdo
un concierto que no podía empezar porque un inspector
miraba las letras: que no fueran antiestatales o anticlericales.
Había mucho control.
»Las asociaciones de vecinos se crearon en los 60 y
se desarrollaron a partir del 69/70. Eran reivindicativas
y consiguieron muchas cosas, como el polideportivo, que
lo conseguimos porque había pintadas en todo el barrio
pidiéndolo; el centro cívico también, y mucho más. Pero la
gente inicial se fue dispersando por distintas razones, y los
que quedaron no han sabido motivar o buscar otros motivos
de reivindicación; ya no lideran. Yo salí de una asociación
vecinal; los de aquel núcleo todos estamos situados en la
administración. Esto pasó, entre el 79 y el 80, en todas las
asociaciones de vecinos de Barcelona; fueron una escuela
política.
»La gente que estaba en el Ayuntamiento era la gente
que estaba en las asociaciones; por eso te tenían que escu-
char a la fuerza. Eran arte y parte, había una relación muy
directa con los políticos. El reglamento se aprobó en el 86,
pero desde el 80, y sobre todo desde el 83, se desarrolló una
política participativa de apoyo a las AA.VV., incluso con
apoyo económico. El movimiento asociativo está haciendo
muchas cosas que tendría que estar haciendo la administra-
ción pública. Pero esa tendencia de los últimos 20 años fue

72
una opción política: «lo que puede hacer la sociedad que no
lo hagan los políticos». ¿Por qué el Ayuntamiento va a hacer
la fiesta mayor, si hay colectivos que hacen la fiesta mayor?
Se dan fondos importantes, se firman convenios y se da
ayuda económica a asociaciones de todo tipo. El dinero se
gasta mejor, y está más controlado».
El perfil asociativo de Gracia es importante y fuerte;
actualmente hay unas trescientas o más asociaciones vo-
luntarias. En la ciudad circula una broma respecto de las
asociaciones de Gracia: «No es que haya tantas sino que
cada candidato que perdía una elección montaba una nueva
asociación».
Más allá de la broma, la participación en los Consejos
del Distrito puede ser un indicador del compromiso de
las asociaciones: «Participan unas veinticinco, el núcleo de
siempre, entre las que hay fuertes lazos de solidaridad», fue
el testimonio de Joan, miembro del Círculo Católico.
Desde el año 1979, las organizaciones formales han
aumentado en Gracia y en el resto de la ciudad; las formas
de acción son múltiples y heterogéneas. El estudio del año
1997 realizado sobre 774 entidades da cuenta de un aso-
ciacionismo centrado en la mejora de la calidad de vida de
la ciudad y en los servicios personales, con las siguientes
características: son mayoritariamente pequeñas, en una alta
proporción nacidas después del 79, dependientes del finan-
ciamiento público y con poca conexión entre sí8.
En los últimos cuatro años, el registro en Torre Jussana
de organizaciones formales ha aumentado más que en los
años anteriores, aunque es difícil precisar si son nuevas o
les ha interesado registrarse para acceder a los beneficios
de los servicios que allí se brindan. La percepción es que el
tipo de asociaciones ha cambiado: «escisiones de algunas que

73
estaban desactivadas», «hay un auge de las de cooperación
solidaria», «parecen asociaciones de tipo profesional».
Con mayor frecuencia aparece un nuevo tipo de aso-
ciación o colectivo ad hoc: son grupos de vecinos afectados
por distintos proyectos de la administración, como, por
ejemplo, Plataforma del 22@ o Plataforma del Carrer Ca-
rabassa, o interesados en la defensa de un tema concreto,
como la Plataforma «Fem girar El Molino» o el «Forat de la
Vergonya». Por lo general se organizan ante un problema y
una vez resuelto, se deshacen. Sólo algunos llegan a cons-
tituirse formalmente y con el único fin de realizar acciones
legales. No requieren la intermediación de asociaciones más
tradicionales; a lo sumo piden su apoyo.
Paralelamente los indicadores de la ciudad registran
un crecimiento sostenido en la apropiación de los espacios
públicos. No sólo para concurrir a talleres o actividades sino
como punto de encuentro de grupos informales de todo
tipo: para hacer música, organizar viajes, leer libros, realizar
actividades deportivas, hacer maratones, jugar al ajedrez,
estudiar historia, organizar actividades solidarias, y muchas
relacionadas con las nuevas tecnologías, como BCN Party
en el distrito de Sants-Montjuïc, o Raval Net.
Ante tanta tecnología son interesantes los grupos de
lectura que se han formado en los últimos siete años: unos
setenta, que reúnen a mil quinientas personas. Son clubes
de lectura para los cuales leer es un motivo para relacionar-
se, compartir lo leído y enriquecerse con puntos de vista
distintos. La librería de la Mujer, en Ciutat Vella, empezó
hace siete años con una persona; hoy llegan a 40. Entre los
más difíciles de contabilizar están los grupos informales de
espiritualidad, son los que piden más espacios para hacer
actividades en algunos equipamientos colectivos.

74
Un Informe del PNUD señala la dificultad de cuantifi-
car el asociacionismo informal, un fenómeno en aumento en
muchos países, en particular entre los jóvenes, quienes inte-
gran organizaciones informales, como las barras deportivas,
los equipos de fútbol entre amigos o las bandas de música
de aficionados. Este hecho forma parte de un capital social
informal, que se puede potenciar a través del uso activo
de los espacios públicos y mejorando la disponibilidad y el
empleo atractivo del tiempo libre.
A la hora de hacer una reflexión sobre estos grupos
informales en un barrio, Pedro Cervera, animador social del
Casal de Barri de Prosperitat, dijo: «Tienen distintos grados
de compromiso cívico. La movilización no es tan fuerte
como en los 80, ni tan poca como en los 90». Dijo también
que percibía un repunte en los intereses más colectivos, a
partir de las movilizaciones relacionadas con los temas de
la globalización.

Donde el paseo de Sant Joan se une con Travessera


de Gràcia está ubicada la imponente estatua de Josep Cla-
vé. Masón, moralizador de la clase obrera, recaudador de
fondos para huelgas y amante de la música, Clavé inició un
movimiento coral que llegó a más de 170 coros. Reunió a
miles de personas desde mediados del siglo XIX. A título
de muestra, los del Raval9 en las primeras décadas del siglo
XX: el Orfeón Canigó, en la calle Mendizábal; Hermandad
Barcelonesa, en la calle Tallers; Barcanona, en la calle Po-
niente; La Amapola, en un sencillo bar en la calle Carretas;
La Dalia, en la calle de Sant Jeroni; Juventud Montserratina,
en la calle de Montserrat; Xauxa, en la calle de Sant Jeroni;
Girasol, en la calle de Sant Climent; Los Canarios en la calle
de Sant Pacià; Los Claveles, La Musa Catalana y La Barcarola.

75
Pues, si te juntas a
cantar, no sólo cantas...
—¡Oye, venga, ha-
cemos una cena!
—¡Oye, mañana es
mi santo!
—¡Oye, han pues-
to una cruz aquí arriba,
vamos de excursión!
Grupos de amigos
haciendo cosas.
Imagino que este
gran movimiento aglu-
tinó después a los de
teatro, a los excursio-
nistas... Imagino que ha
influido mucho en el
asociacionismo actual.
¿Y cómo siguió? Josep Clavé
—¡Oye, que se han colgado
unos tíos de la masía y la policía no les deja comer, vamos!
Esta historia y otras las conocí charlando con vecinos

76
de Nou Barris. Un grupo de amigas de un ateneo se orga-
nizaron para ir a dar de comer a los okupas de Can Masdeu;
luego formaron la asociación «A las mujeres ni las toquen»
Y esta otra...
—¡Oye, que se vienen las fiestas!
Y un grupo de amigos de un equipamiento de jóvenes
organizó «La peña de los 1000 duros» para integrarse en los
festejos del barrio. Fue la primera de muchas otras.
— ¡Oye, el huracán Mitch ha destruido una ciudad,
vamos!
A veces, de los equipamientos surgen grupos, como los
«Pigmeos Revoltosos» o «La Madriguera», que sin papeles
ni subsidios unen la amistad, la organización de conciertos,
la música y la solidaridad hacia los colectivos más desam-
parados.

1
Robert Putnam. Sólo en la Bolera. G. Gutemberg, Barcelona 2002.
2
Generalitat www.GENCAT.net/justicia
3
Memoria 2001. Torre Jussana. Ayuntamiento.
4
Subirats, Joan. El quinto elemento: el capital social de las Comuni-
dades Autónomas. Su impacto sobre el funcionamiento del sistema
político autonómico. Revista Española de Ciencias Políticas, vol. 1,
num. 2, 2000.
5
Los Lluïsos, nombre que tiene su origen en San Luis Gonzaga
6
Josep Mª Huertas Clavería: La política en un barri apolític. Con-
ferència Escenes de la Ciutat, 14 de maig de 1998.
7
Traducción propia: «El Ateneo Enciclopédico Popular es la entidad
más famosa que ha existido en el Raval, pero probablemente con una
vocación más de ciudad que de Raval. Aún así estaba en el corazón
del barrio, en la calle del Carmen -hay una placa que lo recuerda- y
tenía una obsesión muy habitual de los trabajadores concienciados:
dar cultura al pueblo. Era una obsesión que venía evidentemente del
espíritu anarquista de final del siglo pasado. Con cultura y educación
la gente podría liberarse de la ignorancia, de la miseria, de la explo-
tación, y conseguir unas mejoras de vida. El Ateneo Enciclopédico

77
Popular refleja todo esto, y fue fundado un año muy difícil, el año
1902. Y es un año muy difícil porqué es el año de la huelga general...
La biblioteca del Ateneo llegó a tener 6.000 volúmenes, por lo tanto
no es una cosa menor. Justo es decir que estos 6.000 volúmenes,
según Albert Pérez Baró que hizo una historia de esta institución a la
cual él pertenecía, fueron tirados por la ventana en los primeros días
de 1939, cuando acabó la guerra, por los que la ganaron. La vida del
Ateneo fue independiente, pero siempre tuvo una cierta influencia
anarquista hasta los años 30, en que entra en la línea de un partido
marxista de muy corta vida, pero que todavía es recordado en el
nombre del partido. El partido se llamaba el Bloque Obrero Campe-
sino, pero con el tiempo se convirtió en el POUM, Partido Obrero
de Unificación Marxista. Este es el que tenía más influencia en aquel
momento, a partir del año 32. Es el mismo año en que se instala en
la calle Mendizábal la gran logia de la masonería española. Por lo
tanto tenemos un pasado asociativo realmente fuerte.
En el año 31 se crea un partido al que primero no se daba demasiada
importancia, pero que resulta que en un mes se fundó y en un mes
ganó las elecciones municipales y arrasando, que es Izquierda Repu-
blicana de Catalunya. Este partido abrió, en el año que se funda, un
ateneo en la calle de la Estrella que es posible que ocupara el local
de los radicales de los años anteriores, porque los radicales tuvieron
sus años de gloria hasta primeros de los años 20. Después entraron
en una decadencia muy grande e iban cerrando locales porque no
tenían tantos socios. Es curioso que en uno de los boletines del Ate-
neo había una frase que decía: «En el Ateneo encontrarás, después
de que hayas cumplido tus deberes de trabajador (consejo moral),
el recreo para ti y la familia (otro consejo moral; nada de andar con
los amigotes, no, con la familia), el deporte, las excursiones, un bar
provisto de todas las bebidas y toda clase de juegos legales (el juego
estaba perseguido; había mucho juego ilegal en los años 30) y además
un buen servicio de barbería».
Aquí se refleja el mundo asociativo. Ser de una sociedad era ir a pasar
los fines de semana, ir a ver teatro, a la zarzuela, ir a la barbería, ir
a jugar al dominó, ir a tomar algo con los amigos, ir con la familia.
8
Dossiers Barcelona Associacions 29. Radiografia de les Associacions
de Voluntariat de Barcelona. Consell Municipal d’Associacions de
Voluntariat de Barcelona.
9
Citados por Huertas Clavería.

78
La ciudad nos habla

Nuestras ciudades se expresan en las alamedas, las avenidas,


los paseos, los bulevares, las plazas. Hacer ciudad es pensar en
y con los ciudadanos, es decir las personas juntas y en la calle.
Deseemos que los proyectos de políticos y urbanistas no lo olviden
y que el 2004 nos deje una gran alameda de justicia y libertad en
el Besòs y de Barcelona a Badalona. Las alamedas de la libertad
precisan espacios protectores para sus ciudadanos. El urbanismo
es político, pero no hay política sin urbanismo.
Jordi Borja
«La Vanguardia», 11-09-02.

Caminábamos por el Carrer dels Escultors Claperós en el


barrio del Clot, una calle lateral al hermoso parque del mis-
mo nombre que guarda los restos de lo que debió ser una
fábrica. Era cerca de las doce, ritmo de barrio, poco tránsito,
algunos caminantes. Por detrás del parque asomaban edi-
ficios bastante nuevos y altos. Sonidos indefinidos y voces
atrajeron mi atención; doblamos a la derecha, un pequeño
cartel decía Cabanyal, la calle tenía una leve pendiente y al
fondo había movimiento de personas. En seguida el espa-
cio se ensanchaba, y se nos presentó la plaça del mercat, en
realidad la plaza Font i Sagué: un par de terrazas, los bancos
típicos, el kiosco de la Once, el de periódicos y revistas, el
gran edificio del mercado, el privilegio de cinco plátanos
altísimos y gente aquí y allá. Viviendas de entre tres y cinco

79
pisos rodeaban la plaza. Al fondo cruzaba una de las calles
peatonales que dan tanta vida y singularidad a la ciudad.
Apuré el paso. Maco percibió mi entusiasmo y me
preguntó:
—¿Qué la hace especial para ti?
Teníamos una hora y le propuse tomar algo en una
de las terrazas. La sombra de los árboles era perfecta para
estar al aire libre. Era la primera vez que estábamos en una
plaza después de aquel primer encuentro en la explanada del
parque Güell. Era ya un buen momento para hablar de la
importancia que tienen las plazas y calles, el llamado espacio
público, como se dice en la jerga. Maco pidió un bocadillo
y una birra; yo, un café.
—¿Qué ves? – le pregunté como respuesta.
— Pues nada, Virginia, sólo gente –dijo, impaciente.
—Observa con más cuidado.
En la mesa del lado, un grupo de seis mujeres de
entre cincuenta y más de setenta charlaban. En la mesa había
café, cerveza y gaseosas. Hablaban en catalán y sólo pude
entender que se referían a la Pantoja y también al Jesulín. Una
sola hablaba en castellano y, cuando el resto se dirigía a ella,
le hablaban en
el mismo idio-
ma. Era la que
quería ver buen
teatro. Se despi-
dió diciendo:
—Peque-
ñas cosas que
no se acaban
nunca.
Llevaba Plaça del mercat

80
en la mano una bolsa doblada de tela y
la vi ir en dirección a la panadería que
estaba en una esquina. En seguida llega-
ron otras dos. No me atreví a pedirle a
Maco que me tradujera la conversación.
No hizo falta. Mirándome con cierta
condescendencia, dijo:
—Una tuvo problemas con el
lampista que, en resumen, era un impre-
sentable; a otra no le gusta la tele porque
todos dicen las mismas noticias; la otra
quiere ver una buena obra de teatro...
ah, también hablaron de los ronquidos;
el marido de la que lleva gafas duerme Plaça del mercat
boca abajo con mascarilla. Pero ¿qué quieres escuchar? ¿si
se quejan del Ajuntament?
—Contesta primero a mi pregunta.¿Qué ves?
—Veo tías con carros de la compra que van o vienen
del mercado, gente gran, un par de paquis1, dos camiones de
reparto y una camioneta del Ajuntament cruza por la plaza;
pasaron dos en sillas de ruedas, tres chavalas con niños y
dos con perros. En las terrazas hay dos parejas de abuelitos,
tres hombres, una pureta2 sola y las tías de esa mesa; entre
las que llegaron y se fueron, van como diez.
—Las plazas, las calles, hablan de cómo las personas
o, mejor dicho, los ciudadanos, se apoderan, hacen suya la
ciudad; y lo que tiene de especial para mí, es que las plazas
me hacen sentir bien si tienen vida, claro, como ésta. Cuando
recién llegué a la ciudad, lo único que calmaba mi ansiedad
era caminar de arriba abajo por el Passeig de Gràcia y la
Rambla... estoy segura de que puedes decir más, sólo has
enumerado lo que has visto, ahora trata de describir qué

81
hacen.
—Pues, conversan... se saludan... ¡qué arte! Ya lo tengo:
lo que ocurre es que la gente «se encuentra», «intercambia»,
«se relacionan», «forjan vínculos» ¡Triunfo!
—¡Molt bé! – le felicité en mi escaso catalán, pero es-
toy segura de que todavía podés decirme algo más. Intenta
distinguir lo que todos tienen en común.
Maco juntó las manos por detrás de la cabeza y las pasó
por el pelo largo que tenía solo en la nuca.
– No vayas a arrancarte esos pocos mechones –dije–
que no es tan difícil.
Me miró desconcertado.
—Es una broma –me apuré a decir; había olvidado que
mi humor argentino no tenía el sentido de una broma para él.
—¡Del tirón sí lo sé! La calle es de todos; aquí no im-
porta quién eres o de dónde eres o qué edad tienes. Aquí te
sientes menos solo, puedes divertirte...
—Un urbanista3 de esta ciudad, que se dedica a de-
fender los derechos de los ciudadanos, dice que los lugares
públicos deben ser bellos y lujosos –los ojos de Maco se
abrieron asombrados—, que lo que se gasta o, mejor di-
cho, invierte en un espacio público es justicia social. ¿Qué
piensas?
— ¡Qué guay! En mi barri, te lo dije, hicieron un cen-
tro cívico de puta madre, y además hay un monumento
gigantesco y raro. Cuando lo trajeron a algunos vecinos no
les agradó, pero los guiris van en autobús a verlo y ahora a
todos dicen que está muy bien porque el barri es importante;
aunque algunos se quejan por los turistas, pero se abrió un
bar y un restaurante y unas tiendas... –calló unos segundos y
pregutó–: ¿Sabes qué otra cosa se puede hacer en una plaza?
Pensé que iba a decir «pipa» para hacerme una broma.

82
–Puedes pelear... ¿vale? –y con cierto aire enigmático
agregó–: dime ¿qué es lo primero que hace el sol al salir?
—¿El acertijo es una especie de venganza? –pregunté
divertida.
— Contesta –insistió.
— Bueno, calentar...
— Sombra, tía, ese-o-eme-be-ere-a, sombra.
—¿Qué me querés decir?–contesté medio molesta por
no haber dado con la respuesta correcta.
—Pues nada sólo es un acertijo... sabes... no creo que
todo lo que pasa en una plaza te agrade. A ver, dime qué
has visto tu en otras plazas de Barcelona. Apuesto a qué
no has visto todo.
Pensé en las que conocía: en Plaça Catalunya, los do-
mingos se reúnen los inmigrantes, la majestuosidad de sus
ornamentos contrasta con la pobreza de esos colectivos.
Donde la plaza se une con la Rambla es centro de expresión
de grandes acontecimientos y festejos, así como la plaça Sant
Jaume, alrededor de la cual están las sedes de la Generalitat y
del Ajuntament, es el lugar de las manifestaciones políticas y
de las reivindicaciones. Había paseado por las pequeñísimas
y escondidas plazas de Ciutat Vella, de día llenas de voces
extranjeras y de noche cuando parece posible encontrarse
a la vuelta de la esquina con un par de caballeros feudales
de regreso de una parranda. He estado en la novísima de
los Ángeles, frente al MACBA en el barrio del Raval, que
no tiene árboles y donde no viven vecinos y sólo hay un
banco pequeño. Sin embargo, es una plaza viva, donde se
mezclan turistas, niños que juegan a la pelota, inmigrantes,
estudiantes, artistas, pintores de graffiti y muchachos que
utilizan la gran rampa del museo para tirarse en patinete.
También he paseado por las ramblas, como la de Prim, en

83
el Besòs, o la rambla Badal, un espacio ganado a partir del
cubrimiento de una autopista, y en tantas otras. Repasé lo
que había visto: según hora del día cambian los habitantes y
la dinámica de las plazas que varía según el barrio. Las que
más conocía eran las alegres plazas de Gracia que nacieron
de la visión de un alcalde que propuso a la vecindad bajar
sus impuestos a cambio de dejar espacios vacíos para uso
comunitario. ¡Increible!
Repasé mentalmente lo que sabía de las plazas de
Gracia pues eran las que más conocía: por la mañana tem-
prano son un lugar de paso, todos van apurados rumbo a
sus trabajos, algunos se detienen a tomar un café y comer
una pasta. Las terrazas empiezan a disponerse a media ma-
ñana, y los visitantes se parecen a los de la plaza del Clot.
La actividad gira alrededor de las compras. Hay los que
se toman un breve intervalo antes de la comida, abuelos
que se seintan al sol, encuentros de vecinos siempre en la
misma mesa y a la misma hora. Pero cerca de las dos casi
todos desaparecen, con excepción de los que llegan a comer
platos combinados y permanecen hasta la hora de volver
a sus trabajos. Después de las cinco llegan las abuelas con
los nietos que salen de la escuela. Cierto que verlo un día
puede ser enternecedor, pero allí están día tras día cuatro
o cinco horas, sentadas con un café descafeinado, mientras
los chicos juegan en la plaza. La primera vez que esto me
llamó la atención fue en el paseo Sant Joan, tal vez porque la
larga hilera de bancos deja más expuestos a sus ocupantes,
así como la gran cantidad de niños en carros y triciclos. No
pensé que Maco se referiera a eso; era demasiado joven
y además él mismo había sido criado por su abuelo. Hay
gran cantidad de personas solas y parejas que pasan horas
sentadas en la plaza sin hablarse... Seguí pensando. A partir

84
de las siete y media de la tarde predominan los grupos que
tienen entre 25 y 30 años, grupos en los que siempre hay
solos, siempre alguna una pareja, y siempre alguien que tiene
una moto. También puede llegar alguien con un perro de
raza. Beben cerveza, comen bocadillos, y algunos perfuman
la plaza con olor a hachís.
Le pregunté si era eso, pero no. ¿Se refería, Maco, al
famoso botellón?
Estos grupos se deshacen poco antes de la medianoche
y llegan a la plaza chicos de la edad de Maco. Hay los que
sólo se toman una birra y lo pasan muy bien y los otros,
que empiezan con birra, siguen con los cubatas y suelen ir
al baño en grupos de tres o cuatro. A medida que corren las
horas ya no apagan los cigarrillos en los ceniceros y tiran las
servilletas como pelotas. Muchos permanecen en la plaza
luego de cerrados los bares, previa provisión de bebidas en
envases desechables. Sólo se van cuando llegan los trabaja-
dores que lavan la plaza provistos de mangueras y escobas.
Se les puede ver un sábado o domingo en el metro, pálidos,
a las seis de la mañana, rumbo a sus casas o un After Hour.
—En mi país, los jóvenes también son los dueños de
las calles y de las plazas –dije como pensando en voz alta–.
Tuve esa lucha con mis hijos porque yo prefería que vieran
algo más de sol. Es una época, después pasa. No me parece
malo. Bueno, claro que no estoy a favor de que se droguen
ni de que beban demasiado pero eso no pasa por estar en
la plaza.
Maco escuchaba atento. Aunque solía adoptar un aire
displicente, absorbía mis palabras como esponja. Además
sabía que le interesaba escucharne hablar de mis hijos.
—Con mi peña siempre vamos a la plaza –dijo–, y lo
malo, muy malo, es que nos echan de allí. ¿Por qué? No sé.

85
¿Qué me dices, ahora? Tú dices que el espacio público es
nuestro derecho y ahora que lo sé: ¡pelearemos!.
Se nos hacía tarde y dejamos allí nuestra charla. Yo
tenía una entrevista y Maco había prometido ir al Centro de
Orientación e Información Juvenil, en la calle Ferran, con el
fin de averiguar sobre becas para la universidad. Al despe-
dirse, dijo que había aprendido mucho, pero no habíamos
hablado de lo más emocionante que sucede en una plaza.
Después de una pausa agregó: para un catalán.
—La sardana –contesté, rápidamente, como si fuera a
ganar un concurso de la tele.
—No. Tendrás que esperar hasta septiembre para verlo.
Ya te diré. Gracias por la birra. Adéu.
— ¿Irás a la calle Ferran? –le pregunté, mientras se
alejaba.
No escuchó o no quiso contestar. Atravesó la plaza.
Caminaba como si fuera a llevarse el mundo por delante,
pero detrás de esa fachada había un niño huérfano que
necesitaba ayuda.

1
Paquistaníes
2
Es la manera en que un joven se refiere a alguien mayor que él.
3
J. Borja

86
De las tabernas a los equipamientos
colectivos

Antes de que aparecieran los ateneos, los centros cívicos,


los casals, eran los mercados y las tabernas espacios privi-
legiados donde los ciudadanos se conocían, encontraban,
intercambiaban, informaban y organizaban.
Pocos lugares tienen tantos colores, olores, ruidos y
movimientos como un mercado, ni tantos sabores al alcance
de la mano. Un espacio vital de intercambio, es el alma o,
mejor dicho, el estómago de un barrio o de un pueblo. Los
vecinos de Santa Caterina recuerdan con tristeza el tiem-
po en que el mercado daba vida al barrio, era un lugar de
encuentro entre los vecinos del noreste de la Via Laietana.
«Venían de otros lugares a comprar», dijo Jorge de la RAI
(Recursos de Animación intercultural). Hace años que está
cerrado por obras, para algunos vecinos fue «el principio del
fin del barrio». Los pequeños comercios, que completaban la
oferta del mercado, fueron desapareciendo. La remodelación
del mercado, donde se encontraron restos arqueológicos,
forma parte de un proyecto que busca abrir las estrechas
calles medievales.
Los mercados parecen heridos de muerte: «ya no es lo
que era», decía una señora que llevaba treinta años vendiendo
verduras en la Boquería, el más representativo de Barcelona.
«Desde que están los supermercados no se vende mucho,
además, la gente no tiene tiempo para venir a comprar». La

87
señora del delantal blanco con puntillas dijo ser afortunada
porque vendía una gran producción de calabazas para la
fiesta «esa de los ja... yanquis; las compran de una escuela
cercana». Escuché horrorizada que aquí, igual que en mi
país, habían importado esa fiesta de brujas.
Las tabernas también habían jugado un papel impor-
tante como lugar de encuentro entre hombres, en particular
anarquistas que, hacia fines del siglo XIX, querían cambiar
el estado de las cosas. J. M. Huertas Clavería relató respecto
a las tabernas en el Raval: On es reunien aquests treballadors? A
part d’aquests pisos que llogaven es reunien a les tavernes. Hi havia
tavernes on els treballadors es reunien i muntaven grups per intentar
millorar les condicions de vida. Un d’aquests grups, dels quals no sé
res més que el nom, és deia «els fills sense nom». Aquest grup, amb
un nom evidentment de regust anarquista, estava al carrer Arc del
Teatre. I allà es reunia un sindicalista molt jove, que estava destinat
a ser molt famós, que es deia Salvador Seguí, el Noi del Sucre.
En el mismo barrio, en el 2002, el bar de un local de
la calle de la Cera, donde se reunían grupos anarquistas y
alternativos, fue cerrado. No todos los anarquistas bebían,
los puros opinaban que distraía a los militantes de su lucha.
Lo mismo se piensa en algunos centros sociales de okupas
que se plantean buscar maneras más
creativas de convocar.
Según Carlos Azagra, creador
del PGB (Partido de la Gente del
Bar) «los bares van a menos, van
cerrando, y los nuevos no favorecen
la tertulia porque hay música muy
fuerte, no tienen las mesas alarga-
das...». Azagra es además creador
de un cómic con el mismo nombre.

88
Así fue como conocí sus historietas. Maco sabía que estaba
interesada en los bares, como lugares de encuentro, y me
trajo la revista «Jueves».

En el número 1328 la historieta no era precisamente


alentadora: los personajes Pedro Pico y Pico Vena salían en
busca de antiguos bares y lo que encontraban era locutorios,
inmobiliarias y bancos.
El partido PGB, que llegó a tener varios locales en
diferentes ciudades de España, había nacido en un bar. Allí
se reunían skin heads y punkies, entre ellos Pedro Pico y Pico
Vena; uno era cantante, el otro baterista del grupo OI (Olor
Insoportable). Azagra vivía encima del bar. Lo frecuentaba
con sus amigos «rojeras, los ex de todo». Entre trago y trago
se les ocurrió hacer algo para ayudar a esos muchachos a
pensar: «el problemas de estos chavales era que les gustaba
ponerse la cruz gamada porque sus padres eran rojos y así
provocarlos. Tenían esa tentación. Entonces nosotros les
dijimos que eso era chungo; les explicamos que era mejor
ir más a la izquierda. Por eso en el logo pusimos la estrella
roja, para diferenciar. El PGB nació para motivar; era una
cuestión mental, una corriente de pensamiento informal.
Después del desencanto del 87 teníamos que aferrarnos a
alguna historia. El objetivo único y fundamental era la de-
fensa de la tertulia en los bares, no era la borrachera por la
borrachera ni tomar el poder de nada. Queríamos que una
tía del PP o del PSOE pudiera hablar con otro en un bar,
con su ideología diferente. Hoy el PGB está dormido, es un
recuerdo, sólo queda la página web y la historieta.»
¿Qué fue de la vida de los muchachos que inspiraron
tus personajes?, pregunté. «Uno se hizo nazi, el otro se ocupa
del comercio de la familia». ¿Y los demás? «Todos nos hemos

89
casado, tenemos hijos, trabajamos mucho, salimos menos. Ya
no tenemos tiempo de ir a los bares», dijo, mientras corría
a buscar a sus niñas que salían de la escuela.
Sin embargo, hay bares muy vitales como «El
Terraza», en Trinitat Nova, un verdadero centro social, y
tantos otros. También están los bares de los equipamientos
colectivos de barrio. En la ciudad hay casi trescientos equi-
pamientos dedicados al encuentro comunitario.
La gran mayoría de los equipamientos han sido una
conquista de los vecinos desde el inicio de la democracia.
La web del Ayuntamiento tiene en su base de datos como
espacios de participación un total de doscientos ochenta y
dos equipamientos. El 50% son públicos.
A principios del 2003, el distrito que tenía más equipa-
mientos colectivos era el de Nou Barris; la gente del mun-
dillo asociativo lo atribuía a la fuerza reivindicativa de sus
organizaciones. Nou Barris tenía veintidós equipamientos
comunitarios; en el otro extremo estaba Sarriá con nueve.
Ciutat Vella, Sant Martí, Sant Andreu, Sants-Montjuïc se-
guían con diecinueve en cada distrito. Cuando terminaba
este libro la cifra había aumentado.
Teniendo en cuenta la variable cantidad, la distribución
parece bastante equitativa, sin embargo sería necesario com-
parar otro tipo de datos como cantidad de metros, servicios
y recursos. Bueno, en recursos Nou Barris era también el
distrito que recibía mayor cantidad1 de financiación para
proyectos y actividades participativas.

En los ochenta, comenzó en Barcelona una tenaz labor


de recuperación del espacio público, entendido como luga-
res de encuentro de los ciudadanos (durante la dictadura,
la reunión era vivida como una amenaza). Se recuperaron

90
espacios industriales y ferroviarios sin uso, se crearon nue-
vos parques y se abrieron espacios comunes en todos los
barrios. Poco a poco la ciudad fue conquistada por la gente.
La peatonalización de muchas calles o la transformación
de otras con espacios ganados para los caminantes, como
la avenida Gaudí, son hoy un sello distintivo de la ciudad.
Los centros cívicos fueron espacios emblemáticos
en los 80 y una de las reivindicaciones más sentidas de los
vecinos. En 1987 me habían deslumbrado por todas las
posibilidades culturales, recreativas, comunitarias y sociales
que podían realizarse en tan magníficos edificios. Tenían
entonces una organización, con organismos consultores y
responsables de los servicios, bastante complicada. La tarea
de los ordenanzas para facilitar el uso de los espacios a los
vecinos durante todo el día me había parecido una novedad
(impensable, en la Argentina).
Entonces, la dinámica del centro dependía de las dotes
del director o directora. Recuerdo algunos, desbordantes de
gente y actividades, y otros vacíos por completo.
En aquella misma época, en la ciudad de Buenos Aires
(todavía no era autónoma) se organizaban Centros culturales
con el doble propósito de acercar la oferta cultural al barrio
y promover la participación cívica (en la Argentina no hubo
un movimiento vecinal significativo y la decisión de crear
los Centros culturales no fue el resultado de un proceso
reivindicativo). El presupuesto destinado a estos espacios
fue escaso, motivo por el cual los Centros se organizaron
en espacios públicos, principalmente en las escuelas después
del horario de clase.
La gran libertad para trabajar y el no uso con fines
clientelísticos del los Centros fue, tal vez, una de las razo-
nes de la gran aceptación que tuvieron entre la gente. Lo

91
más innovador fue que los talleres eran un medio y no un
fin. Tenían como objetivo promover el intercambio entre
vecinos y la organización comunitaria, paralelamente a la
participación en tal o cual curso o taller. Las actividades eran
gratuitas, y los asistentes tenían «la obligación», como parte
del taller, de organizar una actividad cultural abierta a otros
vecinos. Era una manera de «devolver» a la comunidad la
inversión realizada, y los vecinos estaban, en cierto modo,
agradecidos a que los «empujaran» a juntarse con otros. En
muchos casos, personas que habían vivido toda su vida en
la misma calle se hablaron por primera vez en el Centro del
barrio. Los talleres literarios inventaron los cafés literarios
abiertos al barrio y editaron libros en cooperativas; se hacían
bailes o cenas y se organizaban para reclamar, por ejemplo,
títulos de vivienda. También se presentaban espectáculos
de alto nivel junto con las producciones de los talleres. Pero
todo esto duró poco, aunque algo del espíritu con que habían
sido creados perduró a través de los años. Con los sucesivos
cambios de gobierno los Centros aumentaron en número,
pero cambió la política: se privilegió el consumo del curso
o taller sobre la producción y el intercambio. Los talleres se
convirtieron en un fin en sí mismo.
Quince años después, en Barcelona, me conmovieron
algunos casals de barri y sedes de asociaciones civiles. Más
modestos, me recordaron a los Centros de Buenos Aires a
mediados de los 80 porque había pasión, inquietudes, ideas
y convocaban a mucha gente del barrio. También visité
algunos Centros Cívicos. Seguían convocando gente, en
particular para consumir servicios, si éstos estaban bien
localizados. Muchos se habían externalizado (privatizado).
En un solo centro cívico podía haber una empresa de ser-
vicios para organizar los talleres, una asociación sin fines

92
de lucro para la organización de actividades infantiles, otra
para la gente mayor y otra distinta para las actividades de
los jóvenes. El director/ra, en algunos casos funcionario de
la administración, tenía varias dependencias jerárquicas y
funcionales. Los ordenanzas, generalmente personal al borde
de la jubilación y procedentes de organismos diversos, tenían
poca capacidad para adaptarse a las tareas polivalentes. Debía
haber problemas de gestión porque se había encargado a una
consultora internacional, Deloitte & Touche, la elaboración
de un plan director para los Centros Cívicos.
En los barrios escuché comentarios acerca de que pron-
to no quedarían Centros Cívicos administrados directamente
por el Ayuntamiento. Vecinos del movimiento asociativo
estaban entusiasmados. Angelot, una militante vecinal,
sospechaba que la idea era entregarlos a las asociaciones,
aunque sin fondos. «Los fondos que se requieren para su
funcionamiento deberían ser considerados una inversión y
no un gasto», decía. Pero tal vez donde se requería poner
atención era en la poca fiscalización de parte del Ayunta-
miento respecto a las entidades responsables de gestionar
equipamientos: «Nosotros criticamos a la administración
porque no controla a las entidades que gestiona, somos
los primeros en pedir que nos fiscalicen, que controlen
lo que estamos haciendo. Mientras las cosas funcionen, la
administración deja hacer, pero estamos gestionando cosas
y dinero público.»2
«Los proyectos y la gestión de los espacios públicos y de
los equipamientos colectivos son a la vez una oportunidad
de producir ciudadanía y un test del desarrollo de la misma.
Su distribución más o menos desigual, su concepción arti-
culadora o fragmentadora del tejido urbano, su accesibilidad
y su potencial de centralidad, su valor simbólico, su poliva-

93
lencia, la intensidad de su uso social, su capacidad de crear
empleo, la importancia de los nuevos públicos de usuarios,
la autoestima y el reconocimiento social, su contribución a
dar sentido a la vida urbana... son siempre oportunidades
que nunca se deberían desaprovechar para promover los
derechos y deberes (políticos, sociales, cívicos) constitutivos
de la ciudadanía.»3

Quizás, instituciones como los Centros Cívicos no


deberían dejar de ser administrados directamente por el
Estado; sin embargo, el mejor desempeño no pasa por
quien lo gestiona sino por cómo se gestiona y qué objetivos
se persiguen. Un caso interesante es el de las Cocheras de
Sants.4 El Centro Cívico se cogestiona entre el Secretariat
de Sants-Hostafrancs-La Bordeta y el Ayuntamiento. «Una
fórmula rara y estrambótica», a juicio de uno de los respon-
sables de la gestión.
Jordi Clausell5 dijo: «Cuando se consiguieron las
Cocheras hubo una gran ilusión en el barrio. Al principio
las gestionaba el Ayuntamiento, y pasado un año y pico la
sensación era que aquello no funcionaba. Había unos ór-
ganos de participación entre comillas que sólo servían para
explicar lo que estaba haciendo el Ayuntamiento. Había un
deterioro de la imagen de las Cocheras y un conflicto veci-
nal. A las entidades no les gustaba como funcionaban y me
imagino que al Ayuntamiento tampoco. Les salían caras y
no había resultados. Iba poca gente, había pocas actividades,
y los vecinos no se sentían partícipes de la gestión.
»A mediados de los noventa ello e exterioriza con
pintadas en la calle, y corría el rumor de privatización. Co-
mienza un proceso de discusión y reflexión para encontrar
puntos comunes que lleva más de un año con reuniones

94
maratónicas. Finalizó un sábado cuando nos encerramos
todos –Ayuntamiento, entidades, Secretariat– y llegamos a
un pacto que llevó el nombre de Pacto de la Fundació Miró
–allí estábamos reunidos– y reflejó la voluntad de trabajar
conjuntamente.
»La cogestión se basa en la confianza y transparencia.
Hay momentos en que la cogestión acaba en congestión, y
otros momentos en que las cosas mejoran, como en toda
relación. Lo importante es que sirve para gestionar el con-
flicto. Ni el Ayuntamiento lo hace todo mal ni los vecinos
lo hacemos todo bien, y a la inversa. Se aprende trabajando
conjuntamente. Se ha multiplicado por cuatro la oferta de
talleres. El Secretariat no recibe subvenciones, pero invierte
dinero que genera de otras actividades».
La fórmula que se dieron fue repartir en partes iguales
el órgano de dirección y la mesa técnica entre los dos socios,
o sea Ayuntamiento y Secretariat de Sants-Hostafrancs-La
Bordeta. La convivencia no es fácil, pero el Secretariat tiene
la ventaja de la experiencia de gestionar el polideportivo
de la España Industrial, gestión que años antes ganó en un
concurso. También la posibilidad y la decisión de reinvertir
fondos en temas culturales y sociales.
El caso más emblemático como modelo de autoorga-
nización es el Ateneo de Nou Barris. En el 2002 celebró
su veinticinco aniversario. El espacio fue ganado para la
comunidad el día en que miles de personas se juntaron para
derribar los muros de una planta asfáltica que se estaba cons-
truyendo. Desde entonces comenzó un proceso de trabajo,
pero mientras funcionarios del distrito sostienen que es una
gestión conjunta, los habituales del lugar sostienen que el
Ayuntamiento sólo da parte del dinero.

95
Más allá o más acá de este «ellos y nosotros», varios
casals de barri, desde hace unos años, intentan distintas fór-
mulas para revitalizar la gestión de los equipamientos.
Algunas preguntas (valdrían para mi país): después de
veinticinco años, ¿cómo ha sido el uso social de los espa-
cios públicos?, ¿cuánto han contribuido los equipamientos
colectivos a la sociabilidad comunitaria? En particular,
¿cuánto en la conformación de un «nosotros»?, y ¿cuánto a
la participación ciudadana?, ¿qué diferencias hay entre los
servicios privatizados y los que no lo están?

1
Fuente: Torre Jussana: L’Ajuntament de Barcelona, l’any 2000, va
destinar 1.353.866.768 pessetes a subvencionar un total de 1.826 pro-
jectes de les associacions de la ciutat. Els districtes van subvencionar
499.098.337 pessetes d’aquest total, xifra que representa el 36,86%.
El districte que va atorgar un import més elevat de subvencions, va
ser el districte de Nou Barris (que representa un 29% de l’import total
subvencionat pels districtes), seguit de Ciutat Vella i Gràcia (12%).
Els districtes que menys volum de subvencions van atorgar són Les
Corts (3%) i Sarrià-Sant Gervasi (4%).
2
Entrevista a Jordi Clausell, del Secretariat de Sants-Hostafrancs-La
Bordeta.
3
Borja, Jordi: «Espacio Público y Ciudadanía». Revista del CLAD
Reforma y Democracia, n° 12, Caracas.2001.
4
Es importante tener en cuenta que la relación de la sociedad civil
con el Estado es más que la gestión conjunta, como en este caso.
5
Entrevista a Jordi Clausell, del Secretariat de Sants-Hostafrancs-La
Bordeta

96
La pinya ciudadana

Força, equilibri, valor y seny.


Lema de los castellers

No tuve que esperar hasta septiembre, como me había dicho


Maco, para ver una de las actividades más interesantes de la
cultura popular catalana: los castellers. Los había visto en la
tele haciendo zapping, en alguna foto aquí y allá, pero no
me habían llamado la atención; eran parte de un folklore
que algún colectivo tradicional se empeñaba en mantener
vivo contra viento y marea. Verlos en vivo en una la plaza
me impactó profundamente.
Las colles de castellers han crecido en toda Cataluña en los
últimos diez años, también en Barcelona donde han pasado
de una a seis. El número puede decir poco, pero si se piensa
que una colla necesita mínimamente ciento veinte personas
para armar un castell, no es poca cosa.
Todos los aspectos relacionados con la organización
de construcciones humanas que pueden llegar a una altura
de tres plantas son muy interesantes y lo más notable son
sus componentes simbólicos: la construcción como esfuerzo
colectivo, la plaza como escenario, la relación fuerza equi-
librio, la importancia de la base.
Los castellers hablan de la singularidad de la cultura
catalana, sin embargo como fenómeno ciudadano, nada se
puede comparar a otra tradición: las fiestas mayores.

97
Un barcelonés seguramente las tiene incorporadas
como algo tan «natural» (a los castellers, también) como el
agua que sale del grifo de su casa, pero no es común. En
mi cudad, por ejemplo, hay pocas fiestas ciudadanas con
una práctica tan antigua, salvo las religiosas. En pueblos del
norte se conservan festejos tradicionales y otros se han ido
inventado para atraer turistas, pero no son fiestas donde las
personas se involucran en forma tan activa1 como en estos
festejos que reúnen a gente de todas las edades.
Las fiestas mayores tienen un gran valor cívico y son un
patrimonio cultural precioso como las «piedras del pasado»
que, de tanto en tanto, las excavaciones sacan a la luz.
La Fiesta Mayor del barrio de Gracia fue la prime-
ra que tuve la posibilidad de conocer. Incluso antes de su
inicio. La noche previa recorrí, con ayuda de un mapa, las
veintitantas calles que estaban siendo engalanadas. Las calles
decarados por los vecinos alguna vez llegaron a ser más
de sesenta y alguna vez, apenas tres. Una costumbre que,
según Jordi Pablo, estudioso de las fiestas, tuvo origen en
una época en que se armaban decorados en las calles para
la presentación de zarzuelas. La energía de los vecinos «de
la calle en cuestión» era contagiosa. Viejos, chicos, hombres,
mujeres trabajando juntos. ¡Cómo se divertían! El tipo de
calle angosta que tiene este barrio favorecía la creación de
ambientes diversos: fantásticos, mágicos, nostálgicos, locos.
Un derroche de creatividad. Un bosque quemado, otro
encantado, otro de limoneros. La gran mayoría realizada
con material de desecho: envases de plástico de todo tipo.
Increíble lo que construían con objetos desechables tan
poco amigables.
Había un velero de utilería casi tamaño real, colgado al
revés y la calle tenía un techo de frente a frente que aseme-

98
jaba las olas del mar. Golosinas, cartas, puzzles, piezas de
mecano eran algunos de los elementos que inspiraron a los
vecinos. También había espacios más políticos: la plaza de la
Virreina solía dedicarse a algún tema de interés político. El
año 2002 fue contra el trasvase del Ebro: había información
en paneles, en mesas junto a objetos de propaganda, y un
decorado de móviles con peces. Una gigantesca araña sobre
su correspondiente tela pendía sobre la calle Mare de Déu
dels Desamparats, obra de okupas que, con motivo de las
fiestas, habían ocupado un edificio abandonado.
La posibilidad de actividades durante día y noche era
interminable. Sólo leer el programa implicaba un tiempo
considerable. Cada calle con su escenario posibilitaba es-
cuchar distintos tipos de música con sólo unas travesías de
diferencia. Pero lo más increíble era ver a jóvenes y viejos
divertirse juntos en la misma fiesta. Imposible no registrar el
esfuerzo de las mujeres setentonas que luchaban para hacer
bailar a sus maridos y las muy ancianas que vendían bebidas,
objetos alusivos a las fiestas, o simplemente charlaban en la
calle hasta altas horas de la noche.
Unos días después, hubo otra de las fiestas famosas de
Barcelona: la de Sants. Allí, tenían un sabor un poco más
íntimo, más local, a pesar de las calles anchas y de la lluvia
que arruinó muchos de los decorados y festejos. Los palcos
familiares (como los de un teatro) le daban un toque de
pueblo a las calles repletas de mesas, donde recipientes de
distinto tipo y forma guardaban comida hogareña preparada
para la cena compartida entre los vecinos.
Todo proyecto colectivo une: sea festivo, de reivin-
dicación, o solidario. Simplemente, trabajar en común. Se
aprende a compartir, a diseñar, a exponer ideas y defenderlas,
a buscar recursos, y una fiesta en la calle, además, tiene la

99
posibilidad de establecer lazos y sumar a muchos otros que
tal vez no tienen el impulso de participar en la organización.
Es una forma de practicar ideas tan abstractas –como son
las de fraternidad, igualdad y libertad–, a través de un hecho
propio de la naturaleza humana como es la pura y simple
necesidad de festejar con otros.
El interés por el devenir de las fiestas me llevó a
conocer el barrio de Prosperitat. Desde hacía un poco más
de cinco años, la dinamización del festejo del barrio corría
por cuenta de los jóvenes. La iniciativa había partido de un
grupo que se había gestado en el casal de jóvenes del barrio,
el primero creado en la ciudad hacía veinte años.
Ferran, vecino del barrio, trabaja en guardar la memoria
de las fiestas mayores. Me contó que la historia de esos fes-
tejos refleja la evolución del barrio. Prosperitat es un barrio
joven que se creó para dar alojamiento a los inmigrantes de
la década de los cincuenta.
La primera Fiesta Mayor del barrio se realizó en el
año 1979. Antes de eso las fiestas habían sido organizadas
por una asociación dedicada a las sardanas y al canto coral,
llamada Agrupación Sardanista l´Ideal d’En Clavé, que
montaba una carpa sobre la Via Júlia.
Las fiestas mayores en otras barriadas periféricas
habían empezado años antes como provocación al régimen
de Franco: a la vez de hacer reivindicaciones para mejorar
la calle y el barrio, se quería reivindicar la calle como algo
festivo y como espacio de libertad.
En Prosperitat, la Fiesta Mayor fue una iniciativa de la
vocalía cultural: «Los vecinos nos reunimos en el salón de
la parroquia, donde había una especie de cine, y se llenó.
Había un feriante y le pedimos 50.000 pesetas, y el hombre
nos ofreció 100.000. El aplauso de los vecinos fue apo-

100
teótico. Todos teníamos ganas de tirar adelante, de hacer
una cosa nueva. Después, aparecieron las subvenciones del
Ayuntamiento.»
La consigna de las fiestas es ocupar la calle, y la gente
se prende. Tal vez las viviendas, muy reducidas, invitan en
verano a relacionarse fuera de ellas. La fiesta tiene sus altos
y bajos. Hace unos años empezó a adquirir fuerza con las
peñas de jóvenes; en los últimos dos o tres se han creado
alrededor de trece.
Las peñas son grupos de amigos que se juntan para la
fiesta; se compran unas camisetas, juntan dinero y organizan
actividades. Buscan un local, hacen encuentros gastronómi-
cos y luego hacen guerras de agua o un baile. Se generan lu-
chas entre ellos, y se divierten descalificándose unos a otros.
«La Peña de los Mil Duros» fue la primera y el nom-
bre surgió del dinero que cada integrante puso cuando se
organizaron para la primera fiesta en 1996. Su aparición fue
una sorpresa para todos. Como todos los años, sonaron las
campanas y empezó el pasacalle con los tambores, pero la
gente se encontró con que todos los nombres de las calles
habían cambiado. La noche anterior la Peña le había puesto
los nombres de los bares del barrio.
Cada año hay nuevas peñas que se reúnen. Son gru-
pos de amigos por afinidades, no por calles. Los grupos de
vecinos por calles han disminuido mucho, me dijeron. La
gente se hace mayor y la fiesta se va transformando en una
obligación, en una carga.
La comisión central que dinamiza el barrio para las
fiestas está preocupada por un cambio generacional, quiere
que la gente joven ocupe un espacio, para que las fiestas no
mueran.
«Los que tenemos más de cuarenta estamos en la Peña

101
Pureta; nosotros escogemos un día e invitamos a todas las
peñas a comer chorizo con vino. Luego, la Peña de los Za-
patillas o la Peña Peñita Peña invita otro día a patatas con
huevo. Todo en plan cachondo. Durante los nueve días
aparecen muchas dinámicas de convivencia. «Móntate tú la
fiesta» es el lema.»
«Aquí hay charangas, como en Pamplona, gente que
empieza a las siete a despertar con música a todo el barrio.
Se han cogido cosas que se han visto en el pueblo de los
padres o parientes, y se han trasladado, con una forma nueva.
Nuestra fiesta no se parece a las de otros barrios. Tiene una
entidad propia.»
Mientras charlaba con Ferran, apareció Quico, gran-
dote, con el entusiasmo de un chico. Se rieron de la época
en que se peleaban por política. Pertenecían a diferentes
partidos políticos de izquierda. Hoy, alejados de los partidos,
trabajan juntos para el barrio: «En el 83, 84, hubo un desen-
canto global, en especial de los que estábamos en partidos
pequeños, creíamos en la revolución, éramos utópicos, y lo
seguimos siendo de otra manera. Estamos contentos con el
barrio, con la forma en que ha evolucionado nuestra fiesta,
que ha implicado el
trabajo de muchos
colectivos. Estamos
consiguiendo el cam-
bio generacional; yo
ya no quiero organi-
zarlas (dice Quico),
quiero sólo disfrutar-
las, pero si veo que se
deterioran estaré allí.
La idea es conseguir
Castellers

102
un barrio vivo, dinámico, y con mucha gente de muchas
maneras de pensar. Las fiestas ayudan a lograrlo.»
Sin duda, las fiestas mayores contribuyen a armar la
gran pinya ciudadana.

En el programa de la Fiesta Mayor de Gracia (casi


un pequeño libro) había visto anunciados a los castellers.
Me senté a la mesa en una de las terrazas de la plaza para
verlos. Primero fue la llegada de grupos de personas que
llevaban el mismo color de camisas, algunos azules, otros
verdes. Había niños pequeños, viejos, mujeres, jóvenes,
gordos, flacos, altos, bajos. Algunos llevaban instrumentos
musicales. Todos tenían pantalones blancos y pequeños
pañuelos rojos con pintas blancas. Los vi ayudarse entre sí
para colocarse larguísimas fajas negras; me explicaron que
se usan para proteger la espalda y como apoyo para los que
suben. Poco a poco la plaza se llenó. No había diferencia
entre los castellers y el público, ¿dónde iban a armar el castell?
De pronto vi brazos que se levantaban, manos que se
encontraban, otras que apoyaban; alguien daba instrucciones
a viva voz (cap de colla). Lamenté no entender el catalán. Fi-
nalmente, el grupo de base, el sostén: la pinya estaba armada;
ahora subían cuatro y las manos de la pinya, en un aparente
enredo, los sostenían; ya subían otros cuatro sobre los an-
teriores. Había empezado a sonar un instrumento musical
(la gralla) y cuatro más subían sobre los anteriores, y otros
dos. Detrás de estos vinieron los niños (la canalla). Contuve
la respiración. ¿Cuántos años tenían? Cinco, tal vez, seis.
Me concentré en la base, como si eso pudiera hacerla más
sólida. ¿Estaba firme? ¿Se movía? Al fin, el más pequeño
(enxaneta) llegó a la cima y coronó el castell levantando un
brazo. La plaza estalló en un aplauso. No era el final. Ba-

103
jar podía ser tan complicado como subir. Deslizándo los
cuerpos por la estructura armada se fue desarmando piso
a piso hasta que todos volvieron a fundirse con la multitud
que había en la plaza.
Aquel castell fue un cuatro de siete (quatre de set). Desde
entonces vi muchos otros de distintas formas y de diferentes
pisos, incluso uno increíble de diez. Presencié el gesto de
una chiquitina cuando, a la mitad de una subida, venció el
miedo que la hacía mirar constantemente hacia abajo y a
otra, que alentaba a su compañera en el piso cuatro: «Con-
fía en ti, confía en ti», le decía. También fui testigo de la
alegría, la concentración, la fuerza y la decepción, cuando
no lo lograban. Sobre todo vi el esfuerzo de cientos de
personas –sin distinción de edad, sexo o contextura– que
trabajaban juntas por un objetivo, y eso siempre transmite
una fuerza contagiosa.
Fue agradable escuchar que en muchas de las colles
se integraban inmigrantes. Una buena pinya ciudadana tiene
que macerarse con los que van llegando. En el dossier téc-
nico, regalo de los Castellers de la Vila de Gràcia, decía: «La
formació d´una bona pinya és un pas fonamental per a realitzar un
castell segur. La seva forma i estructura dependrà del tipus de castell
que fem, però, en general, s’ha d’entendre que totes les forces han de
ser equilibrades i constants, sense estrebades.» 2

1
En la década de los noventa resurgieron con fuerza las «murgas»,
una especie de comparsa, integradas por colectivos de jóvenes.
2
La formación de una buena base es un paso fundamental para rea-
lizar una construcción segura. Su forma y su estructura dependerán
del tipo de construcción que se hace. En general, todas las fuerzas
deben ser equilibradas y constantes, sin tirones.

104
La pinya II

Históricamente, en todas partes, las fiestas organizadas por


la gente han sido vistas con recelo por el poder.
Jordi Pablo

Jordi Pablo tenía un taller en la calle Virtud. Su mesa de


trabajo estaba inmersa en un laberinto de anaqueles repletos
de libros. Varios estantes guardaban documentación de las
fiestas mayores de Barcelona y de muchos otros lugares. Fui
a verlo porque me interesaban varios temas sobre la cultura
popular catalana, pero sobre todo quería preguntarle sobre
el futuro de las fiestas mayores:
VH: ¿Qué puedes decirme de las fiestas mayores en
relación con la participación vecinal?
JP: Hay que distinguir las de Barcelona y las de Cata-
luña. Son dos realidades distintas, y además las fiestas del
ámbito metropolitano son muy importantes por el fenóme-
no de la inmigración.
»En la corona de Barcelona que va desde Sant Adrià
del Besòs hasta el Prat se concentró la inmigración de
los 50. Era gente que trabajaba en Barcelona pero vivía
extrarradio, y esto ha generado un fenómeno festivo muy
especial, que llega hasta ahora. La Generalitat, a diferencia
del Ayuntamiento, no las considera un fenómeno catalán al
que se deba dar apoyo.
VH: Hablemos del origen de las fiestas.

105
JP: El origen de la fiesta es el origen de los tiempos
(se ríe). Ha dado tantas vueltas como el mundo. Histórica-
mente, en todas partes, las fiestas organizadas por la gente,
por asociaciones, han sido vistas con recelo por el poder.
»No todas las fiestas patronales tienen un origen
religioso. El fenómeno anticlerical es del siglo XIX, pero
se reproduce antes de la guerra civil; son más laicas o, por
lo menos, no sólo controladas por la iglesia, y después de
la guerra ocurre lo contrario: las fiestas son religiosas por
definición y organizadas por el poder.
»Ahora coexisten con mucha flexibilidad, lo que me
parece saludable: en la Fiesta de la Merced se hace un acto
religioso, que es la misa mayor. A ella van todas las autori-
dades, y el obispo siempre las riñe por las cosas que hacen
mal, y después algún regidor siempre hace una declaración
porque se siente ofendido. Es interesante y divertido.
»Pero esto no forma parte de los actos masivos de la
Merced, que han sido reinventados muy recientemente: son
del año 1980, o sea de la democracia actual. La Fiesta de la
Merced es una fiesta laica, a pesar del patrocinio inventado
por el alcalde Rius i Taulet a fines del siglo XIX. Algunos
citan el origen en una fiesta extraordinaria que hubo en
1902, pero se hizo sólo ese año y tuvo relativa influencia
en lo que es el modelo de la fiesta actual. Francesc Cambó
fue el responsable, y lo más significativo fue una Cabalgata
Histórico-Artística e Industrial diseñada por Miquel Utrillo.
Se dice que participaron más de mil comparsas y cuarenta
carrozas».
VH: Leí en el diario que el único lugar donde se hacían
festejos era en la calle Petritxol.
JP: La de Petritxol era una fiesta aristocratizada; fue
en la época del alcalde Porcioles. No era la época dura del

106
falangismo, había cierta apertura. Durante los 50 se reor-
ganizaron las fiestas de la Merced desde un punto de vista
localista y romántico. Tenían un rancio sabor localista, muy
interesante pero cultista; era la posibilidad de que algunos
escritores pudieran escribir, en castellano, por supuesto,
porque estaba prohibido el catalán. Pero ello no es genera-
lizable a lo que ocurría en los barrios; aquí también había
fiestas, pero organizadas por las cooperativas falangistas,
los sindicatos verticales.
»También en Gracia se hacía la fiesta. El momento más
bajo fue en la predemocracia. En el 75 sólo se decoraron tres
calles, y parecía que ello iba a desaparecer. La fiesta hermana
de Sants no se hizo durante cinco o seis años; sólo en los
80 se volvió a realizar.
»Aunque los festejos los organizaran la iglesia o los
poderes fácticos, la gente participaba. En el siglo XIX, por
ejemplo, participaban en la procesión todos los gremios.
VH:¿Qué pasa con la participación de los vecinos?
JP: Ya has podido ver que hay fiestas de ciudad, de
barrio y de calle. Son como círculos concéntricos y tienen
una estructura parecida. Cuanto más de calle, menos sub-
vención tienen y más las hacen los vecinos. Esto no quiere
decir que en las grandes no participe mucha gente.
»Durante la época de Franco las asociaciones no esta-
ban permitidas; como antes dije las fiestas estaban organi-
zadas por las autoridades, fueran de ciudad, de barrio o de
calle. En la predemocracia, en los 70, ocurrió un fenómeno
muy importante: se empiezan a organizar los vecinos en los
barrios, como alternativa al poder constituido. Allí está el
origen de las fiestas actuales, que empiezan siendo reivin-
dicativas.
»El movimiento empieza en los barrios más periféri-

107
cos, como los de Nou Barris o el Besòs, para quejarse del
urbanismo caótico, de lo que estaba mal. Organizaciones
de base contra el poder establecido.
»Cuando llega la democracia, los cuadros, los organiza-
dores de esta base social alternativa, pasan al Ayuntamiento,
y al quedar las asociaciones desarmadas se vive una suave
decadencia, que llega prácticamente hasta hoy. Poco a poco
los distritos o entidades públicas que ya son oficiales sus-
tituyen a las asociaciones de vecinos como organizadoras
de las fiestas. Se normaliza la vida cívica, pero se pierde la
espontaneidad de la época en que todo lo organizaban los
vecinos. Las Fiestas del Eixample son un ejemplo, fueron
muy famosas en especial la de la Esquerra. Ahora se hacen
simultáneamente varias fiestas mayores, todas muy peque-
ñas, y todo se está atomizando y perdiendo en cierto modo.
VH: ¿Cuál es el futuro de las fiestas?
JP: Es difícil ver si van a más o van a menos. Cada vez
se institucionalizan más. Vivimos un momento en el que
ya se ha recuperado todo lo recuperable, y con un cierto
cansancio de los modelos actuales festivos. No quiero decir
que no haya fenómenos muy interesantes y consolidados,
pero ¿hasta cuando? Las fiestas son ciclos, se transforman
o se anquilosan.
»Siempre he defendido la relación entre arte y fiesta. Si
no se entiende así, se va hacia la folklorización, la recreación
artificiosa de unos modelos antiguos. El interés que hay en
las colles de castellers es importante, y las colles de diablos son un
ejemplo interesante. Los diablos tienen toda una iconografía
muy imaginativa. Son gente joven poco estructurada, muy
autogestionada, poco manejable. El casamiento de los dra-
gones de dos colles fue muy divertido; se hicieron imitaciones
de las revistas del corazón. Los que hacen los gigantes son

108
más estructurados. Pero a veces las cosas se hacen con poco
rigor, y están muy subvencionadas. No me refiero al valor
estético: las que hacen las escuelas, de papel maché, pueden
ser desastrosas pero tener mucha gracia.
VH: ¿Qué pasa con las sardanas?
JP: Deberías leer sobre ese tema, hay estudios muy
buenos. La sardana tuvo un declive y ahora está estable,
pero es difícil decir qué pasará. En la época franquista era
casi la única manifestación catalana tolerada por el régimen.
Era, por lo tanto, un símbolo de catalanidad y tenía un valor
extraordinario.
VH:Estuve en el barrio de Prosperitat; allí la fiesta se
estructura alrededor de peñas integradas por jóvenes. Es-
tán tomando el relevo en la organización de la fiesta de ese
barrio, que el año que viene cumple quince años.
JP: Estoy de acuerdo contigo. El fenómeno de peñas
como base asociativa es el más interesante, pero existe desde
muy atrás.
VH: ¿Cómo se involucran los inmigrantes?
JP: La implicación de los inmigrantes ha evolucionado
fuerte e intensa en dos fiestas. Una la organiza la Federación
de Entidades Andaluzas de Cataluña, y es de toda Cataluña;
la otra es El Rocío, una romería que recrea la que se hace
en Huelva. Se monta un entoldado, se hace la fiesta, y la
base son las peñas.
»También se da ello en las fiestas de barrio. En Nou
Barris hay un concurso de carros, se inventan unos artilugios
con ruedas y se tiran montaña abajo, para ver quién lo hace
mejor. El caso es reciente; en Cataluña se hace en varios
sitios, y ahora también aquí, en Torre del Baró.
VH: Si, me enteré de eso en Prosperitat; empezó hace
unos dos años con tres carros, y este año hubo quince carros

109
tirándose montaña abajo. Pasemos a las fiestas alternativas
¿Cómo ves este fenómeno?
JP: Las fiestas alternativas son de okupas, grupos
anarquistas o punks. Es una renovación que no se sabe
adónde va. Por ejemplo, en Penitents sólo han quedado las
fiestas alternativas. En Sants se organiza una fiesta alterna-
tiva, y en Gracia las hay de todos los matices. En la plaza de
la Virreina se junta gente de extrema izquierda tradicional,
movimientos antiglobalización, ecologistas y algunos grupos
políticos; son los que más entienden el sentido de la Fiesta
Mayor; adornan la calle, se integran, pero están en el límite;
algunos años quedan dentro de la estructura formal de la
Fiesta Mayor y otros no; ahora están fuera.
VH: ¿Algún hecho singular, en relación a la participa-
ción, que no hayas mencionado?
JP: Muchos, pero quiero destacar la importancia de
los bares. Son los centros de encuentro en las fiestas, y en

Fiesta mayor en el barrio de Gracia

110
Gracia son fundamentales. Si no existieran estos bares y el
sentido voluntarista de sus propietarios para organizar las
fiestas, no tendrían el brillo que tienen. Creo que en la calle
Providencia el centro social es un bar.
»Hay una actitud solidaria de unos, no solidaria de otros
y otros están en el medio. Pero a algunos de estos bares
deberían hacerles un monumento, darles una medalla. En
cambio, otros son la antítesis, aprovechados que se dedi-
can a vender litronas sin colaborar en nada. Esto es lo más
negativo que hay en estos momentos; es muy conflictivo y
puede hundir la fiesta. Se debería buscar una manera, junto
con la Administración, para que no se pierda esa dinámica
cuando un negocio cambia de dueño. En la parte baja de
Verdi los cambios de propietarios han quebrado la dinámica
de esa calle. Cierto es que no nos hemos podido seducir
mutuamente con algunos colectivos de inmigrantes muy
cerrados, pero habría que buscar la manera de echar cables.
»Pero el vecino común es la base; por ahí no participa
de la vida asociativa, pero está dispuesto a compartir con los
demás. Es algo orgiástico, porque se da una comunicación
que ocurre porque existe una fiesta así. Había en mi calle
una minusválida que iba con muletas todo el año daba una
sensación de tristeza... y en una de las cenas esta mujer se
emocionó tanto de estar con tanta gente que empezó a sacar
todas las botellas de licores que tenía en la casa; era feliz, la
fiesta le había dado unos gramos de felicidad.
»Estos rasgos de humanidad y de conexión entre
personas no detectados por las administraciones, porque
son muy pequeñitos, son la base de la fiesta mayor de los
barrios. Lo común, desde las administraciones, es valorar a
los técnicos socioculturales y no a los vecinos espontáneos
organizadores de las fiestas.

111
Antes de irme me preguntó por las fiestas de la
Argentina, y le dije que no había nada parecido a las fiestas
mayores. Me contestó que estaba equivocada, que uno de
sus alumnos le había hablado de fiestas en la Argentina, y
fue a mirar en su ordenador para constatarlo: lo que tenía
registrado era el festejo en la calle cuando la Argentina ganó
el mundial de fútbol del 78 y el fenómeno de los papelitos
que se tiran en las canchas durante los partidos.
Mi primer viaje a Barcelona había sido en el año
87, justo para la fiesta de San Juan, y recuerdo que, cuando
vi la gente por las calles, me evocó aquellos festejos del
mundial del 78. El único festejo masivo que había vivido, y
lamentablemente había ocurrido una época muy triste para
el país.

112
Mako en Arcadia

Lo que queda al margen del sistema formal está des-


tinado a volver continuamente, a plantearse como proble-
ma. De nosotros depende no tratar como «irracional» todo
lo que no es «calculable».
Pietro Barcellona

La falta de comunicación y la distancia son las causas que


generan fricción.
Okupa de Can Masdeu

«Apreciada Virginia:
«No pienses que he olvidado mi compromiso contigo pero
he estado muy ocupado. Encontré mi utopía, aunque acá
le dicen Arcadia. Ven a verme, te interesará. Toma la línea
verde del metro hasta Canyelles y luego sigue las cruces
hasta un camino que entra en la montaña.
Adéu. Mako».
Durante casi un mes nos habíamos visto a diario. Me
acompañaba a realizar entrevistas o solíamos encontrarnos
para recorrer los distintos barrios. La última vez habíamos
estado en el Besòs, donde yo quería conocer a la Asociación
Ambar Prim: un colectivo de mujeres que realizaba talleres
con mucha convocatoria y hacía presentaciones teatrales
para el día internacional de la mujer. Eran muy famosas en el
barrio. Esa vez aprovechamos para visitar el parque Diagonal

113
Mar. Una hermosa extensión de terreno decorada con un
diseño de caños o tubos muy postmoderno. ¿Se apropiaría
la gente de ese lugar? Era muy pronto para saberlo.
Aquel día lo habíamos pasado muy bien, sin embargo,
Maco parecía retraído. Hacía días que lo notaba. No me
perseguía con sus tontos acertijos ni intentaba provocarme
con su aire autosuficiente. Imaginaba que su extraño com-
portamiento tenía relación con el tema del estudio. Sabía
que no había hecho nada para intentar encontrar ayuda.
Llevaba más de dos semanas sin saber nada de él cuan-
do recibí este correo. Era la una de la mañana y el mensaje
había sido enviado poco después de las doce de la noche.
¿En qué andaba metido este chaval?
¿Arcadia? Asocié esa palabra con la literatura, pero no
recordaba nada más. Por suerte, con Internet tenía la biblio-
teca en casa. Escribí Arcadia en un buscador: en apenas 0,07
segundos tenía más de dieciséis mil documentos que incluían
la palabra para consultar. Pescar en ese mar de información
no era tan sencillo: los primeros cuarenta documentos eran
empresas de diferente tipo, en particular hoteles y lugares
de descanso; también había juegos que tenían ese nombre.
¿Estaría Maco trabajando en un hotel en la montaña? Y
¿por qué había escrito su nombre con K? En el tablero del
ordenador esas letras (c y k) estaban demasiado separadas
para tratarse de un error tipográfico. Necesitaba algo más
para acotar la búsqueda de información; agregué las pala-
bras montaña y Barcelona en el buscador. Los documentos
habían bajado a casi cien, sin embargo no aparecía algo que
pudiera tener relación con el mensaje de Maco.
Estaba pasando sin escalas del amor al odio por las
nuevas tecnologías cuando recordé el diccionario: entré en
la página web de un diccionario y allí estaba la respuesta; en

114
realidad, parte de la respuesta. Arcadia era una región del
Peloponeso, en Grecia, considerada por los antiguos como
lugar de vida pastoril sencilla. Era la representación de la
poesía bucólica. Recién entonces «me cayó la ficha»: Maco
se estaba refiriendo a la Arcadia de las poesías de Virgilio1.
Sabía de ellas, pero nunca las había leído. Reconciliada con
las TICs2 volví a buscar más datos a través de los misteriosos
caminos de la web.
A la mañana siguiente tomé la línea de metro ha-
cia Canyelles. Saber ahora el contenido de los poemas de
Virgilio no me había aclarado demasiado qué relación tenía
con la desaparición de mi amigo. Pensé que tal vez estuviera
trabajando en una huerta, en algún casal de gente mayor.
Ese pensamiento me tranquilizó, en alguna ocasión me había
dicho que su abuelo había trabajado la tierra y que a él le
habría gustado hacer lo mismo. Estuve diez minutos miran-
do por los alrededores de la salida del metro en busca de
cruces negras y no las encontré. Estaba por desistir cuando
vi una cruz pintada en una columna del alumbrado. Seguí
caminando por el Passeig de la Vall d´Hebron y descubrí
otras. Al fin, llegué a un camino de tierra cercado con espesa
vegetación que entraba en la montaña. Aquello empezó a
resultar agradable y hasta divertido. Me recordaba una ca-
minata que había hecho por la precordillera de los Andes,
cuando investigaba para mi libro sobre las pioneras de la
Patagonia; el sendero que conducía al refugio en la cima de
la montaña, a ocho horas de camino, estaba marcado por
manchas pintadas de rojo en los árboles. Esperaba que el
trayecto no fuera tan largo como aquél.
El día era fantástico. Varias personas bajaban de lo alto,
parecían de paseo por el lugar. Luego de unos pocos minutos
divisé una enorme casa antigua al fondo de un barranco.

115
Me acerqué hasta el borde del camino. Frente a la casa ha-
bía huertas y personas que allí trabajaban. A un costado vi
varias carpas. Seguí por el camino y encontré un cartel de
bienvenida. Aquel caserón me resultaba conocido. A poco
de llegar a Barcelona lo había visto en las noticias de la tele,
pero había sido la foto de la tapa de la revista «Carrer» de la
FAVB, lo que me había impactado. Una foto mostraba con
mucho detalle a unos muchachos colgados en el frente de la
masía. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que estaba
en Can Masdeu y que Maco era un okupa.3
No era eso lo que tenía en mente para Maco y
muchos menos cuando recordé los relatos de los jóvenes
que habían vivido el intento de desalojo: once de los ocu-
pantes usaron el pararrayos, un trípode, trampolines, sillas,
una bañera, columpios, tirolinas y candados para colgarse
en el frente de la masía; seis resistieron cincuenta y ocho
horas hasta que llegó la orden de un magistrado de cesar
el desalojo. El informe médico sobre el estado de salud de
los seis okupas fue la base oficial que respaldó la decisión.
Varias asociaciones del barrio y varios centenares de vecinos
estuvieron allí para apoyarlos, pero fueron las mujeres las
que se organizaron para interceder ante la policía y así llevar
comida y agua a los jóvenes.
La masía de Can Masdeu, declarada patrimonio históri-
co, es una antigua leprosería, propiedad de la Fundació Sant
Pau y ubicada en el valle de Sant Genís, un sitio magnífico.
Llevaba más de cincuenta años sin uso cuando fue ocupada
a fines del 2001 por un par de decenas de jóvenes okupas
con el objetivo de transformarla en un Centro Social Okupa
(CSO) y rescatarla de eventuales usos privados.
Para el movimiento okupa, las acciones de ocupación
son políticas y sociales: una forma de reivindicación del

116
derecho a la vivienda y como lucha contra la especulación.
También una opción de vida en tanto que la implicación per-
sonal es muy fuerte: vida comunitaria, decisiones colectivas,
riesgos de tipo legal y exposición a los prejuicios sociales.
En Barcelona hay alrededor de veinte CSOs reconoci-
dos en el mundillo alternativo. El más antiguo es Les Naus,
en el barrio de Gracia, funciona desde 1994. Casas ocupa-
das había alrededor de cien. Un boletín de la Asamblea de
Okupas de Barcelona da cuenta de ochenta y tres desalojos
ocurridos en la ciudad (Guinardó 10, Gracia 35, Sants 12,
Poble Sec 1, Ciutat Vella 7, Sant Andreu 16, Nou Barris 2).
En 1996 ocurrió el del cine Princesa, el más violento. Las
ocupaciones con fines sociales son muy distintas a las que
se hacían sólo por obtener vivienda, porque a los problemas
de la convivencia comunitaria se les suma el trabajo social.
Algunas ocupaciones han ganado las batallas judiciales, la
de Can Masdeu había logrado captar tanto la adhesión de
la prensa como la de sectores progresistas.
Varios dirigentes vecinales de la zona sentían admi-
ración por los jóvenes de Can Masdeu: la manera en que
habían resistido el desalojo, las buenas maneras, formación
universitaria que casi todos tenían, y lo duro que trabaja-
ban. Los vecinos de Nou Barris no habían tenido hasta ese
momento contacto con okupas como en otros barrios de
Barcelona. En Gracia o Sants el movimiento okupa llevaba
años, pero en este caso los jóvenes de Can Masdeu habían
buscado la complicidad de las instituciones y de los vecinos
del barrio. La innecesaria crueldad de algunos policías al
negar agua y comida durante el intento de desalojo había
despertado la ira y la solidaridad de mujeres que habían
tenido posibilidad de conocer cómo eran y cómo pensaban
esos muchachos. «Podrían ser uno de mis hijos», había dicho
una de esas mujeres.

117
La movilización había empezado durante el intento de
desalojo. Uno de los que había estado colgado lo contaba
de esta manera: «Lo interesante de verdad ocurrió abajo.
Rápidamente, la gente empezó a llegar, tanto del barrio
como del resto de Barna: gritos de apoyos, carreras por el
monte, música en vivo... pronto se tomó el prado y empezó
a crecer un campamento. Siguió llegando la gente: la señoras
del barrio hacían su sentada delante de la línea policial hasta
que se nos daba agua y comida, los chavales del parque des-
de su motos deslumbraban a los maderos con un láser, los
malabaristas y músicos ayudaban a pasar el rato, y a mí hasta
me arrancó por bulerías desde mi «yakuzi»; gente de otras
okupas y ‘Can Masdeunos’ preparaban acciones para romper
el cordón policial y pasarnos comida y agua, y triunfaron; se
cortó la circunvalación, la gente se encadenó en la ciudad,
mani y acampada en el Ayuntamiento, unos compañeros
okuparon el consulado español en Ámsterdam... El apoyo
siguió llegando desde todos los sectores: asociaciones ve-
cinales, ecologistas, trabajadores del Hospital de Sant Pau
(el dueño), colectivos de todos lados, incluso de Ecuador y
México... todos iban desfilando por allí. La gente del barrio
mezclada con activistas de redes que trabajan sobre temas
de globalización, gente de okupas de Barna mezclada con
militantes vecinales, alguna ama de casa y algún jubilado, que
increpaban a los del casco, y alguna pandilla que al salir del
colegio nos gritaban ‘¡no os bajéis, resistid!’».
Semanas después, la acampada y distintas actividades
en solidaridad continuaban. Se había creado una corriente
vecinal de apoyo que posteriormente se conformó como
Plataforma en Contra de la Especulación del Valle de Sant
Genís, que incluía a varias plataformas ecologistas, organiza-
ciones vecinales de dos distritos y los okupas de Can Masdeu.

118
Okupas en Can Masdeu resistiendo el desalojo

El colectivo «A las mujeres ni las toquen» había surgido


por iniciativa de las que habían intercedido ante la policía
para llevar comida a los okupas que estaban colgados de la
masía. Posteriormente, llamaron a otras a fin de tener una
presencia en el lugar ante eventuales nuevos intentos de
desalojo. Desde entonces convocaban a distintas actividades.
Mientras me acercaba a la masía, me atrajo un rico olor
paella. Me acerqué. Bajo un enorme tilo, una cooperativa de
productos orgánicos estaba organizando una gran comilona.
Por todos lados había gente reunida, claro, sin la pre-
sencia de la policia, el clima era distendido. Había debates

119
sobre temas políticos, otros grupos hacían música, tai chi,
trabajaban en las huertas o se bañaban desnudos en una
fuente de piedra rehabilitada. La sombra del enorme tilo era
uno de los lugares preferidos. Un joven okupa madrileño
de suaves maneras comentaba que Barcelona era la ciudad
donde se hacían más ocupaciones, mientras que una okupa
norteamericana, emocionada por la aceptación que tenían
entre los vecinos de Nou Barris, contó que en su país no
había posibilidad de ocupar inmuebles debido a la rapidez
del funcionamiento de las leyes. Otro contaba cómo era la
organización cotidiana: cada uno ponía un euro al día para
los gastos, y el que no los tenía aportaba más trabajo; vivían
de manera sencilla y las decisiones se tomaban en asamblea.
Un jubilado quiso saber cómo se aceptaba a los interesados
en residir en la masía: «Se les invita a pasar unos días para
ver si se adaptan, pero no son tantos los que quieren hacer
esta vida porque hay que trabajar muy duro».
En ese ambiente distendido, el valle de vegetación gene-
rosa, el sol filtrado entre las ramas del tilo, el agua fresca de
la piscina, las verduras alineadas en los pequeños rectángulos
de los huertos, parecía un lugar donde sentirse relajado y
hasta feliz. Comprendí por qué Maco debía sentirse a gusto.
Le vi venir con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba quemado
por el sol y tenía las uñas de las manos negras del trabajo en
la huerta. Llevaba días acampando con un grupo de amigos
para ayudar a unos jubilados a quienes les habían dado un
pedazo de tierra para cultivar. Los muchachos se proponían,
mientras les dejaran, seguir allí.
—Esto es participar4, tía. Es flipante–dijo, y se fue
hacia donde se organizaba un baile.
Cuando Virgilio inmortalizó la Arcadia en sus Églo-
gas, describió un territorio fértil donde vivían una comu-

120
Can Masdeu con huetas

nidad incontaminada de pastores de refinada sensibilidad,


dados a la poesía, a la música, y deidades rústicas, en estrecha
armonía con la naturaleza. Pero la realidad era muy distinta.
Las tierras del Peloponeso central no eran generosas sino
ásperas e inhóspitas. Maco veía en ese lugar la posibilidad
de llevar una vida sencilla e inalterada por los conflictos de
la vida contemporánea, pero aquello era una ilusión. No
tardaría mucho en darse cuenta. En el invierno la vida en
Can Masdeu sería mucho más dura. Vivir en comunidad
podía ser muy enriquecedor, pero requería un aprendizaje,
y, sobre todo, la batalla legal apenas empezaba y tendría
que convivir, cotidianamente, con la presión que implicaba
realizar acciones que atravesaban el límite de la ley.

1
Publio Virgilio Marón nació en Andes (cerca de Mantua) en 70 a.
de J.C. y murió en Brindisi en 19 a. de J.C. Principales obras:

121
La Eneida (27-19 a.J.C.), Églogas (37 a.J.C).
2
Tecnologías de la Información y las Comunicaciones
3
Martínez López, Miguel, Doctor en CC. Políticas. Universidade de
Vigo: «El movimiento de okupación se puede describir como una for-
ma singular de participación urbana que ha adoptado medios de acción
no institucional. Estos medios comienzan con la propia okupación y
continúan con otras formas de resistencia y movilización ciudadana».
4
La ocupación de inmuebles en desuso es considerada como acción
directa, sin embargo también es una forma de participación en tanto
que implica una toma de posición frente a determinados hechos o
políticas públicas.

122
Acerca de setas, bananas y otras yerbas

Las asociaciones aúnan las energías de las mentes


que divergen y las dirigen con vigor hacia una meta
claramente definida.
Tocqueville

Eran gente sencilla que hablaba de manera sencilla (vale la


redundancia) sobre temas complejos con actitud humilde
y abierta: querían aprender, querían sumar, querían ayuda
para pensar y hacer. Usaban el sentido común, se jugaban
por las innovaciones, apostaban a la educación, promovían
procesos de autonomía, confiaban en sus fuerzas, trabajaban
los conflictos –en lugar de esconderlos– y tenían esperan-
za. Se apoyaban en lo que tenían y se esmeraban por crear
ofertas para que la «montaña fuera a Mahoma» (aunque eran
ellos los que vivían en un barrio en la montañas) y tejían.
Tejían sin parar: relaciones de confianza entre vecinos, con
la administración, con fundaciones, con profesionales, con
universidades, y estaban pensando en organizar un foro de
empresarios.
Fue un barrio marginal detrás de la montaña de Collse-
rola, de esos de los que todos quieren irse. Un lugar donde
fue necesario secuestrar un autobús para lograr el servicio,
con viviendas a punto de derrumbarse como consecuencia
de la aluminosis. Con sólo mirar fotos, de no muchos años
atrás, se podía tener una idea de la magnitud de los proble-
mas urbanísticos por resolver, además de los sociales. La

123
construcción de los bloques de vivienda se realizó en los
años cincuenta, como en muchos otros barrios de Barcelona,
para los inmigrantes que llegaban de las áreas rurales del
resto de España. Algunas de esas viviendas eran de entre
veinte y treinta metros cuadrados. Se edificó, como barrio
dormitorio, sin hacer ningún tipo de planificación urbana,
sin prever el asfalto, ni la iluminación pública, o espacios
comunitarios o comerciales. Estaba totalmente desconec-
tado del resto de la ciudad y los accesos eran dificultosos.
Un barrio invisible a los ojos de la ciudad que empezó
a ser reconocido por su esfuerzo colectivo para diseñar el
futuro. No fue una gran obra arquitectónica, ni tampoco
alguna escultura monumental de artista notable lo que llevó
a extraños (de otros barrios de Barcelona e incluso de otros
países de Europa) hasta la última y muy nueva estación de
metro de la línea amarilla para participar en el Congreso del
barrio Trinitat Nova.
El propósito del Congreso, que duró tres días, fue
evaluar y debatir la manera de continuar el proceso del

El barrio Trinitat Nova

124
plan comunitario iniciado seis años atrás. El lugar: un au-
ditorio y varias sedes sociales repartidas entre los bloques
de viviendas.
Se acercaba diciembre y Barcelona estaba rebosante de
luces navideñas. Al llegar, me sorprendió que no las hubiera
en Trinitat Nova.
El objetivo que ahora se proponían los vecinos del
barrio era lograr un barrio sostenible con mejor calidad de
vida, un ecobarrio. Eran conscientes de que el proceso im-
plicaba cambiar actitudes. En los descansos entre ponencias
y distintas actividades programadas había té con hojitas de
menta, café, pastas y charla amable. Lamenté que Maco no
estuviera allí conmigo.

Si se pregunta a alguna persona del mundo asociativo


por experiencias participativas novedosas (en general se
sabe poco de lo que pasa en otro barrio que no sea el pro-
pio), se alude a las asociaciones fuertes de los distritos de
Nou Barris (el Ateneo), Sants-Montjuïc (las entidades de
segundo grado como el Secretariat de Sants-Hostafrancs-La
Bordeta), Gràcia (varias) y algunas del Eixample, como el
Centro Passatge, la Asociación de Vecinos y Vecinas de la
Esquerra, y la de Sant Martí; pero cuando se hace referencia
al Plan Comunitario de Trinitat Nova se habla de un barrio
en movimiento. Una historia más que interesante, ¿cómo
será su devenir?
Los movimientos traen ideas nuevas (aunque a veces
son para resistir cambios) y a veces se concretan en organi-
zaciones. La mayoría de las mencionadas nacieron del mo-
vimiento vecinal de los 70, y es atrayente seguir el proceso
de institucionalización a través de los años.
De las entrevistas realizadas podía percibir que las

125
organizaciones de Nou Barris seguían siendo combativas y
politizadas, que las de Sants-Montjuïc eran potentes y efi-
cientes, que las de Gracia tenían la fuerza de las relaciones de
confianza entre ellas y de su prestigio histórico. Ciutat Vella
se destacaba tanto por la cantidad de asociaciones como por
las divisiones que había entre ellas. «Algunas muy chulas,
pero cada una en lo suyo; hay líderes muy personalistas»,
fue uno de los comentarios. Para mí, Ciutat Vella era un
hermoso dragón un poco lastimado que necesitaba ayuda
para curar heridas demasiado abiertas.
En el Convento de San Agustín de Ciutat Vella se
había realizado una jornada de trabajo organizada por la
Asociación Ecoconcern, una entidad muy bien vista por
jóvenes militantes sociales. Tiempo antes se había realizado
un interesante trabajo sobre inmigración y convivencia, y se
convocaba para trabajar sobre «El barrio que queremos».
En la jornada se expusieron experiencias de participación
de otros territorios y se hizo una devolución de la investi-
gación realizada. Hubieron más de sesenta personas, casi
todas jóvenes voluntarios con fuerte compromiso social,
pero vecinos y representantes de asociaciones vecinales del
barrio, muy pocos. El plan integral del barrio, que reunía a
varias entidades, había elegido estar presente con un panel,
de 3x2 metros, de información sobre sus actividades. Sin
embargo, los jóvenes participantes no se desanimaron y se
propusieron seguir adelante con la idea de un plan comu-
nitario inspirado por la experiencia de Trinitat Nova. Por
esos días las organizaciones del barrio estaban enfrentadas
por el destino del llamado «Forat de la Vergonya», ubicado
en las calles Metges, Muntanyans y Jaume Giralt, en el Casc
Antic. Se trataba de un espacio que había quedado vacío
después de la demolición de varios edificios.

126
Vecinos y asociaciones, que querían un espacio ver-
de, plantaban árboles que sistemáticamente otros vecinos
arrancaban. Por ese motivo llevaban días haciendo guardia
desde la mañana hasta la noche. Estas divisiones entre veci-
nos siempre son útiles a alguien, pensaba. ¿Quién tenía que
asumir el rol de trabajar sobre esas dificultades? Subirats, en
un trabajo sobre este barrio, destacaba la consistencia de su
capital social y señalaba que «las instituciones de gobierno
deberían hacer lo posible para que la labor emprendedora
de tejer redes comunitarias –construir puentes– se realice
de manera colectiva asumiendo todos juntos las responsa-
bilidades de los espacios y ámbitos de convivencia... implica
entender la labor de la Administración más como habilita-
dora que como dictaminadora, más capaz de gobernar por
influencia que por las normas y la jerarquía, más adaptable
y flexible que rígida y procedimental.»1
Una de las organizaciones de segundo grado que se
destaca y que reúne a doscientas sesenta entidades es el
Secretariat de Sants-Hostafrancs-La Bordeta. Nació hace
veintisiete años a partir de la organización de un congreso
de cultura catalana para potenciar la identidad y la cultura
del país. Luego de un año de trabajo, cincuenta entidades
decidieron coordinarse en función de objetivos culturales,
políticos y urbanísticos comunes. El funcionamiento inicial
fue asambleario; con el tiempo se fueron institucionalizando
y se definieron estrategias a través de la reflexión en común.
Primero se plantearon dar apoyo y servicios a las entida-
des integrantes y diversificar sus ingresos para no depender
sólo de las subvenciones y así mantener su autonomía. El
segundo planteamiento fue reivindicar la gestión, por parte
del Secretariat, de los equipamientos públicos del territorio,
y el tercero fue el de la interlocución, a nivel de entidades,

127
con la administración.
Con casi trescientas entidades y seiscientos millones
de pesetas de presupuesto, el Secretariat busca consoli-
darse: Clausell, en la entrevista que le realicé, expresó: «Es
necesario cambiar los estatutos que tienen veintisiete años
y fueron hechos para una realidad diferente. Las entidades
son muchas más que las iniciales y además se crean con ob-
jetivos muy concretos. Se plantea que a tantas no podemos
llegar: nosotros damos cobertura de déficits. Cuando falta
dinero para concretar un proyecto, se da a fondo perdido.
Se hacen fotocopias gratuitas, y también lo son el uso de
salas y otros servicios. Se plantea hacer una empresa para
optimizar el uso de los recursos económicos. El Secretariat
tiene contradicciones, no todo son «flors y violes»; algunas son
de crecimiento, pero lo importante es la voluntad a nivel de
participación. Una fórmula que tenemos desde el principio
es que todas las entidades tienen derechos y obligaciones.
Tengan un socio o diez mil, tienen un voto. Semanalmente,
a las ocho de la tarde los martes, a las Cocheras de Sants
puede ir cualquier asociación a decir lo que quiera. Allí se
lee toda la documentación recibida. A veces pueden venir
quince o cinco si hay partido de fútbol. Es una fórmula
abierta para que las entidades que no están de acuerdo con
algo puedan decirlo cada semana».
El Secretariat saben que en las asociaciones hay núcleos
más reducidos de socios que no tienen fuerza pero sí cre-
dibilidad y generan opinión. Por eso son potentes a la hora
de sentarse a la mesa con la administración: «Cuando hace-
mos una reivindicación lo pensamos mucho, pero cuando
se inicia es como un elefante que va andando. Cuesta más,
pero por donde pasa va haciendo camino, porque implica
a todos los sectores. Se tarda, pero es mucho más fácil
conseguir el objetivo.»

128
Los temas más generales como los del impacto de
la globalización no se los han planteado. Tampoco tienen
contacto fluido con los colectivos alternativos. Pero su estra-
tegia es tejer relaciones, cuanto más estrechas mejor. En eso
radica la fuerza para ir haciendo pequeñas mejoras a nivel de
sociedad: «Es el grano de arena. No aspiramos a más cosas.
Somos conscientes de nuestras limitaciones. Hemos tenido
muchas ofertas para organizar otras actividades pero ha sido
una decisión no crecer por fuera del territorio. Pensamos
que hacerlo puede ser el fin del Secretariat».
Entre este tipo de instituciones construidas con el es-
fuerzo colectivo de años de trabajo crecen como setas los
grupos vecinales ad hoc. Son colectivos que se organizan
para hacer frente a un hecho concreto y luego desaparecen.
Estos grupos no participan de los espacios institucionales,
salvo para presentar sus demandas. Hay todo tipo de posi-
ciones con respecto a estos colectivos: unos los viven como
una amenaza para las organizaciones formales, otros las con-
sideran de poco compromiso cívico, hay quien considera su
proliferación consecuencia de la falta de representatividad,
envejecimiento o demasiada identificación con los poderes
públicos de las organizaciones más tradicionales.
Los grupos y las demandas son muy heterogéneos.
Pero, en general, se les ve como un recurso –de los ciu-
dadanos con poder adquisitivo–, para defender intereses
particulares.
Un aspecto de estos grupos parece tener relación con
la forma de participar en esta época: un compromiso que
no está definido por la organización sino por cada persona,
y donde nadie se casa con nadie. Tendría relación con lo
que los ingleses llaman el efecto NIMBY: del inglés not in
my back yard, que se traduce al castellano como «no en mi

129
patio trasero, o no en mi jardín». NIMBY es la reacción de
grupos de ciudadanos que se organizan para enfrentarse a
los riesgos que supone la instalación en su barrio de ciertas
actividades o instalaciones percibidas como peligrosas.
En Norteamérica es un fenómeno muy extendido y
en crecimiento: allí se habla del efecto BANANA: Build
Absolutely Nothing Anywhere Near Anything, que se traduce
como «no construir absolutamente nada en ningún lugar
cerca de cualquier cosa». Esta expresión2, al igual que el
síndrome NIMBY, lleva en forma explícita una postura de
falta de solidaridad. La oposición del colectivo es por lo que
le afecta directamente, sin atender a la verdadera esencia del
problema; o, dicho de otra manera, no se piensa como parte
de una comunidad. NIMBY es, por ejemplo, la respuesta a
¿quién quiere un tanatorio al lado de su casa? Y es el prin-
cipal argumento sobre el que se afirman los funcionarios
ante un conflicto, y justifica que las decisiones queden sólo
a criterio del gobierno. También refuerza otro argumento:
la legítima elección.
Sin duda existen colectivos totalmente aferrados a sus
intereses (los «sí, pero no acá»); sin embargo, ¿cuál es la
línea divisoria entre intereses particulares y colectivos? Por
lo general, la oposición de estos grupos ciudadanos suele
ser más global de lo que parece.
La verdadera insolidaridad radica en que siendo cons-
cientes muchas veces de los efectos negativos de algunas
actividades e instalaciones, los ciudadanos no se movilizan
hasta que no se ven afectados directamente.3
Subirats planteó, en el Congreso de Trinitat Nova, que
el problema radica en la falta de implicación de los ciudada-
nos desde el principio, desde la definición de los problemas.
El ciudadano puede llegar a estar de acuerdo si considera

130
legítimos el cómo y el porqué
se quieren hacer las cosas.
Mientras algunos miran
estos grupos ad hoc pregun-
tándose si las setas son o no ve-
nenosas, los vecinos de Trinitat
Nova cosechan las bananas que Logo del plan
han plantado en su patio trasero.
Recogen los frutos de haberse involucrado. Ya tienen el
metro, ha empezado la construcción de los nuevos edificios
y están llenos de proyectos. No son más buenos o solidarios
que en otros barrios (aunque, sin duda, después de seis años
de trabajo lo son un poco más) sino porque, además, han
aprendido que los mejores resultados para todos se obtienen
de hacer lo mejor para uno mismo y para el otro.
Jordi Mateu4, de ATTAC, destaca el carácter pedagó-
gico que debe implicar la participación. Es un proceso que
nos tiene que permitir aprender colectivamente sobre nuevas
formas de relacionarnos, sobre todas las implicaciones del
concepto de democracia en la vida diaria. En este sentido, los
espacios de participación ciudadana tienen que crear inten-
cionadamente las condiciones para profundizar en el debate
sobre las actitudes y valores personales que se encuentran
en la base de la conducta humana. No puede haber una
transformación social profunda sin una evolución paralela
de los valores que han generado el modelo actual; es decir, la
participación ciudadana por sí misma no es necesariamente
garantía de una actitud desinteresada y solidaria.
No anar a agermanar: involucrar-se, fueron las palabras
que cerraron el Congreso de Trinitat Nova. Las dijo una
jovencita del barrio de Sarrià que había escuchado hablar
del plan comunitario cuando estudiaba en la universidad y
quiso trabajar en él.

131
Oscar Rebollo, académico y vecino de toda la vida de
«la Trini» como ahora llaman al barrio cariñosamente sus
vecinos, es uno de los impulsores de este plan. Seguramente
aprendió los «pinitos» del vecinalismo al lado de su padre
que aún continúa al frente de la Asociación Vecinal. Cuan-
do se cumplieron cuatro años de trabajo escribió: «El Plan
Comunitario de Trinitat Nova es una experiencia fascinante
de participación ciudadana. No se entienda esto como un
arrebato de inmodestia por parte del que suscribe (que,
como miembro de la A.V. del barrio, está implicado en el
proceso del que se dispone a escribir), pues no pretendemos
ser ejemplo para nadie y sí, en cambio, vamos tomando con-
ciencia con el tiempo de las cosas que es necesario mejorar
en nuestro proyecto, de nuestras limitaciones y de nuestros
errores. De ahí deriva, precisamente, su fascinación, del he-
cho de ser, de haber sido durante estos cuatro últimos años
un laboratorio de ensayo de metodologías participativas, un

Fiesta vecinal en Trini

132
proceso creativo, cambiante y constantemente sometido, por
parte de todos los que en un grado u otro participamos en él,
a la crítica y la autoevaluación. (...) Hoy el Plan Comunitario
mantiene una red de relaciones sociales e institucionales muy
rica, trabaja en proyectos de remodelación urbanística, de
promoción económica, de dinamización de la vida comuni-
taria y asociativa, en la educación reglada y en la no reglada,
entre otros, y, además, se intenta abordar todos estos frentes
de forma coordinada, integrada y participativa».
Hay muchos aspectos interesantes que destacar de
este proceso. Vale citar la emergencia de grupos informales
y el trabajo de los educadores de calle que posibilitaron la
formación del grupo musical «La Madriguera». Jóvenes que
están totalmente consustanciados con el plan de futuro del
barrio. En particular esto último, porque los educadores
de calle son necesarios para que muchachos como Maco
encuentren un lugar fértil de pertenencia.
Pero durante las jornadas me conmovieron varios
hechos: la implicación del equipo técnico5 (sus testimonios
dejaban en claro que tenían libertad para ensayar formas
nuevas de trabajo); el afecto entre las personas involucradas
en el plan y los niños del barrio. Durante una de las sesiones
abiertas un grupo de chicos, que no pasaba de los diez años,
preguntaba con entusiasmo y hasta hicieron reivindicacio-
nes: ¿Por qué no hay en nuestro barrio luces navideñas como
en los demás? ¿Por qué la cabalgata de reyes no pasa por mi
casa? ¿Por qué no ponen más luz en la vieja casa del agua?

1
Subirats, Joan. En torno a Ciutat Vella. Identidades y diversidades
en las ciudades. BMM: Cuaderno Central N° 45, 02/09/2002, Publi-
caciones bcn.es.
2
Existen muchas otras: LULU (loo.loo) A real estate development

133
or other construction project to which the local residents are oppo-
sed. Acronym based on the phrase «locally unwanted land use.»
GOOMBY A person who hopes for or seeks the removal of some
dangerous or unpleasant feature from his or her neighborhood. NOPE
Not on Planet Earth NOTE Not over there, either. A person or attitude
that opposes new real estate development in the local.CAVEs citizens
against virtually everything.
3
Rodriguez, Rafael L. Art.: Del síndrome «Nimby» al efecto «Yimby»
4
Mateu, Jordi. Proyecto democracia directa: Hacia un nuevo concepto
de ciudadanía. Documento 2002.
5
El mismo Rebollo en otro texto señala un aspecto negativo de esto
mismo en el sentido de una excesiva dependencia: Gobiernos locales
y redes participativas: Cap / El plan comunitario de Trinitat Nova:
un referente de la planificación participativa local. Ismael Blanco y
Oscar Rebollo.

134
La participación globalizada

Algo que pudo haber sido impensable, es ahora pensable.


Joseph Gusfield

La serena confianza de los vecinos de Trinitat Nova en la


posibilidad de construir de manera colectiva, junto con los
poderes públicos, un ecobarrio; el propósito de organi-
zaciones más tradicionales que querían consolidar logros
alcanzados con esfuerzo, o aquellas que buscan ampliar sus
horizontes para «no perder el tren de la historia», contras-
taban con el entusiasmo de individuos y colectivos que se
sentían parte o se identifican con el movimiento1 en contra
del capitalismo global.
Fue en la ciudad de Barcelona donde se vivió la mayor
manifestación del movimiento antiglobalización desde su
nacimiento en Seattle en 1999. Medio millón de personas se
manifestaron el 16 de marzo del 2002. Fue la culminación
de una semana de acciones y debates donde hubo de todo.
La manifestación fue sólo un hito dentro de una protesta
que desde el año 2000 tiene alcance mundial.
Las reivindicaciones traspasan las fronteras de cada
país para dirigirse contra el sistema dominante en el mundo.
Pero, ¿qué pasó antes? ¿Y después?
Animadores de barrio, antiguos militantes de partidos
de izquierda, dirigentes vecinales y militantes sociales con los

135
que conversé percibían que algo nuevo estaba ocurriendo,
pero jamás pensaron que se expresaría con tal magnitud.
Lo más interesante es que estas personas, que tienen
años de compromiso con un cambio social, por primera
vez en mucho tiempo vuelven a creer que algo se puede
cambiar. Además, tienen la certeza, como en la época de las
grandes movilizaciones de fines de los setenta, de que no
están solos; hay otra gente al costado, y allende las fronteras,
que trabaja para lograr un mundo más justo.
Sin embargo, no son pocos los que miran a los grupos
antisistema con desdén y recelo. «Muchos de los que pasan
los 50 deberían ponerse un vestido viejo y mirarse en el
espejo, dijo una joven que se preparaba para ir al encuen-
tro de la ciudad de Florencia, se darían cuenta de que no
somos demasiado diferentes. Nosotros, como antes ellos,
confiamos en poder cambiar el mundo. Ellos perdieron la
capacidad de soñar, nosotros, no».

Barcelona,16 de marzo del 2002, movimiento antiglobalización

136
En Ciutat Vella la asociación de Recursos de Animación
Sociocultural comparte la sede con una antigua asociación
cultural de principios de siglo, Germanor Barcelonina, que
en el 2002 es casi inexistente. La RAI fue fundada en 1993
por un grupo de jóvenes integrantes de la Brúixola2.
La Brúixola hacía actividades diversas: talleres para
jóvenes, gestión de centros cívicos y trabajo internacional.
Cuando cerró por problemas económicos surgió la idea de
montar una entidad especializada sólo en el trabajo inter-
nacional. El intercambio con otros países no es un fin, sino
una metodología para trabajar, con jóvenes entre 16 y 25
años, en valores de la participación, solidaridad, antirracis-
mo, interculturalidad y compromiso social.
La dinámica de los grupos, durante el intercambio en
cada país (sea a través de trabajo o en actividades de tiempo
libre), las diferentes culturas y el status económico, permiten
reflexionar y sensibilizar acerca de las valoraciones culturales.
Esta entidad de tipo pedagógico y de creciente adhesión
entre los jóvenes llevaba fuera de España entre cuatrocien-
tos y quinientos jóvenes por año, aunque en el 2002 había
llevado menos. Trabajan con países europeos, el norte de
África, el antiguo bloque socialista, Centro-América, Cuba,
y están siempre abiertos a nuevas propuestas.
El éxito asociativo se basa, a juicio de sus promotores,
en actuar como plataforma de recursos donde se da apoyo a
los jóvenes para gestionar sus proyectos. Ellos marcan todo
el proceso. Esa fuerte interacción y el compromiso con el
cambio social los ha llevado a trabajar en todo tipo de pro-
yecto social que concuerde con los intereses de la entidad, así
como a ensayar nuevas dinámicas de organización interna.
Jorge Sánchez había pasado los treinta y sentía que ya

137
debería estar fuera de la RAI. Recorrimos la sede. Vi señales
de antiguos esplendores, como un enorme hogar de leña,
espejos, un teatro, un bar y salones de enormes dimensiones.
Seguramente con elevado costo de mantenimiento. Varios
jóvenes trabajaban en ordenadores; muchas piezas desar-
madas mostraban la necesidad de contar con más.
El único rastro de la vieja fundación era una placa de
bronce, que llevaba años sin lustrar, con la fecha 1913-1963.
Para Jorge, el proceso de la RAI refleja lo que ha pasado
en lo general. «Por la evolución que ha tenido se puede de-
cir que RAI no es sólo una asociación formal que gestiona
distintos fondos; se podría decir que está a medio camino
entre lo que es una asociación y un movimiento social. A
principios de los 90 esto era el desierto, el único horizonte
de los chavales era lograr un trabajito. Los que queríamos
y trabajábamos para un cambio social éramos muy pocos.
Todos nos conocíamos, uno sabía quien era el referente para
cada tema, lugar o grupo. Ahora ya no es así, cada vez hay
más que quieren participar.
«El éxito viene dado porque la gente participa de lo que
quiere y con un grado de compromiso que puede aportar,
y eso ha hecho que de pequeños grupos se vaya tejiendo
una red que desemboca en... ‘Oye no me gusta como está
montado esto, y vamos a tirar de la cuerda para intentar
cambiarlo’. La muestra fue la última manifestación de marzo
pasado, donde nos juntamos medio millón de personas bajo
ninguna bandera de partido político y de ningún sindicato
«La gente ha vuelto a creer que la política no sólo se
hace a través de los grupos formales sino que se puede hacer
de muchas maneras. Los partidos políticos y los sindicatos
mayoritarios, mal que les pese han dejado de ser el referen-
te político, y bien preocupados que están. Ahora ellos van

138
detrás nuestro. Son ellos los que se quieren apuntar, son
los que nos llaman por teléfono y nos dicen ‘oye por qué
no hacemos...’, pero ahora somos nosotros los que vamos
a decir cosas, los que vamos a marcar la línea. Creo que se
quedaron muy preocupados con esa manifestación, donde
ellos no pudieron ni salir3 . Pero la gente fue. La gente tiene
claro que quiere participar. La participación no se puede
cuadricular, tiene que ser con una responsabilidad que si tu
la asumes tienes que cumplir. No es como la militancia de
hace veinte años. Ha cambiado.
«Supongo que estamos en la fase de las ideas, y luego
habremos de plantearnos cómo se incide, cómo se negocia y
quién negocia. Aún estamos en la fase donde hay gente que
piensa que la negociación es absurda y tal. Es un proceso,
y hay que ir ganando espacios, articulando, tejiendo, y creo
que los futuros modelos de incidencia política vienen por
articular esa manera de participación, no en bloque sino en
red. La RAI siempre fue un modelo de participación muy
abierto y horizontal. RAI tenía una asamblea anual que elegía
una ejecutiva abierta. Se trabajaba por consenso, pero desde
marzo el estado de asamblea es permanente.»
Durante los 90 en Barcelona creció el movimiento
de solidaridad, nacieron numerosas organizaciones formales
de apoyo a los países periféricos y se gestaron iniciativas
diversas. El registro de servicios de Torre Jussana da cuenta
de ello. No todas eran formales, el grupo de los «Pigmeos
Revoltosos» en el barrio Prosperitat es una iniciativa de
jóvenes de baja estatura (de allí, una parte del nombre del
grupo) que desde hace más de cinco años destinan parte
de su tiempo a trabajos solidarios. Se inició para ayudar a
los perjudicados por el huracán Mitch. Cada año trabajan
por un tema diferente que eligen entre todos. El 2002 está

139
dedicado a apoyar a una asociación Argentina sin fines de
lucro llamada «La Vieja del Andén».
Como en la mayoría de estas organizaciones, las deci-
siones se toman por consenso. Cada uno aporta un poco
de su tiempo, y se afirma en los valores que los unen. La
política partidaria no tiene lugar en sus debates, tampoco
se interesan por el financiamiento oficial. Los recursos los
obtienen con recitales y actividades diversas. Otra caracte-
rística bastante común en estos pequeños colectivos es que
se lo pasan muy bien trabajando juntos. En Barcelona hay
mil quinientos grupos de jóvenes.
Rafa Juncadella, conocido por su buen humor y com-
promiso social, es una institución en el barrio de Roquetes,
donde vive. El fue el iniciador de un movimiento de solida-
ridad con el barrio Boris Vega de Estelí, una ciudad al norte
de Nicaragua; la cosa terminó en un hermanamiento, que
implica a trescientas personas y 35 entidades de Nou Barris.
La construcción de un centro preescolar, una casa vecinal,
letrinas, pavimentos y cunetas de calles, luces domiciliarias,
cursos de capacitación y alfabetización son algunos de los
resultados. Todos los segundos domingos de mes, en la Via
Júlia frente a la Plaza Francesc Layret, se monta un merca-
dillo de recuperación solidaria que contribuye a ese fin. Más
de un centenar de personas de Nou Barris han visitado y
convivido en ese barrio de mil personas, y algunos nicara-
güenses han visitado Barcelona. El intercambio cultural es
el motor de un hermanamiento que convoca a personas de
todas las edades.
Jordi, jubilado, participa activamente desde hace diez
años en las tareas de solidaridad. Vivió en las chabolas sin luz
de los vecinos de Estelí y considera que el hermanamiento
es también un testimonio permanente de denuncia de las

140
desigualdades del mundo, donde el 20% de la población
que vive en los países ricos consume el 83% de los recursos
del planeta.
Un hermanamiento que expresa de una manera práctica
que otro mundo es posible.
Otras iniciativas, que más tarde se formalizarían
en una asociación del tipo de TI JA (tu y yo en bosnio),
surgió en Sants promovida por el Ayuntamiento a partir de
una carta enviada por jóvenes de Sarajevo que querían ser
invitados a conocer la ciudad. En 1997 comenzó un inter-
cambio entre jóvenes de Sants y bosnios, pero el colectivo
entró en crisis en el 2001, cuando se produjo la suspensión
de la ayuda oficial.
Este hecho los enfrentó a nuevos retos: el Grupo de
Estudios Pedagógicos con Bosnia les propuso hacer un
cómic de la colección El món per un forat. Llibres per a pensar»,
que tiene como objetivo concienciar a los jóvenes sobre
las injusticias del mundo. Con el dinero que obtendrán se
proponen realizar un plan relacionado con las minas de
Bosnia y Guinea Bissau. Todos tienen deseos de volver a
los Balcanes.
En el Eixample, una entidad tradicional como la Fun-
dació Claror creó en 1999 una plataforma de cooperación y
solidaridad y presentó un proyecto de trabajo en Nicaragua.
Antes había promovido varias campañas de carácter puntual,
como Claror per a Bòsnia, Ayudamos al Zaire, pero en 1999
se propuso dar continuidad y criterio a este tipo de acciones.
La Verneda Solidària, en el distrito de Sant Martí, realiza sus
actividades con el apoyo del Ayuntamiento y busca conju-
gar tres aspectos: la solidaridad, las nuevas tecnologías y la
participación ciudadana.
Las organizaciones4 dedicadas a este tema son tan

141
heterogéneas como el voluntariado interesado en realizar
trabajos en países periféricos. En su mayoría son jóvenes:
unos buscan unir aventura con la posibilidad de un desa-
rrollo profesional; para otros es una forma de devolver algo
de lo que han recibido en el país.
Pep ya no es joven. Tiene cuarenta y cinco años y tra-
baja para el Ayuntamiento. La idea de viajar como voluntario
por un año al Senegal le ha devuelto el entusiasmo perdido
hacía años. Sin embargo, no le ha resultado fácil encontrar
una ONG que le acepte. La oferta amplia de voluntarios
se traduce en requisitos muy exigentes: se debe tener por
lo menos un master afín, hablar francés o inglés, y conocer
la cultura del lugar. Pep correráa con el gasto del pasaje;
al llegar tendrá alojamiento y comida. Lleva dos años de
preparativos.
Más allá de los objetivos y acciones de cada orga-
nización y de las motivaciones de personas involucradas,
las manifestaciones y luchas más importantes de este mo-
vimiento son para la reivindicación del 0,7% del PBI para
los países empobrecidos, una demanda no atendida por
la mayoría de los gobiernos democráticos liberales de los
países del centro. También las campañas para la abolición
de la deuda externa.
El 12 de marzo del 2000 se organizó un acto de par-
ticipación muy interesante: a propósito de las elecciones
legislativas se realizó una consulta popular a través de la cual
se manifestaron más de un millón de personas a favor de la
abolición de la deuda externa de los países empobrecidos.
El objetivo era destinar ese dinero al desarrollo social de
esas mismas poblaciones.
En febrero de 1999 se hicieron en Barcelona unas
«Jornadas de debate sobre la deuda externa» con expertos

142
en el tema. Las jornadas fueron un éxito, y de allí surgió
un grupo de unas cuarenta personas con el propósito de
comprometerse con este tema. Fue el nacimiento de la
«Plataforma para la Abolición de la Deuda Externa», que,
junto con la «Plataforma del 0,7 y más», trabajaron de forma
conjunta con otros colectivos, organizaciones e iniciativas
que conformaron la «Red para la Abolición de la Deuda
Externa». Reclamaban la anulación de la deuda externa
del mundo empobrecido desde un razonamiento ético y
humano y desde los más elementales principios de equidad
y justicia. Sin embargo, ello no fue fácilmente aceptado. La
Junta Electoral Central prohibió el acto, lo que provocó
una ola de protestas que incluyó a un joven que se colgó de
las torres de la Sagrada Familia. Finalmente, la consulta se
realizó, y ciudadanos de más de cuatrocientos municipios
de toda España, la mitad de ellos en Cataluña, pudieron
manifestarse. Fue un ejemplo de ejercicio cívico.
Para Gemma Usabart y Tomás Herreros5, miembros
del Observatorio de Movimientos Sociales, las ONGs y los
movimientos de solidaridad con países periféricos son una
de las seis patas sobre las que se fue sustentando una crítica
social amplia que desembocó en las protestas globales contra
el capitalismo, entre 1999 y el 2002. Otra pata son los nuevos
movimientos sociales6: feminismo, pacifismo, gays y lesbia-
nas, ecologismo, pacifismo. Estos movimientos no tenían la
fuerza de los años 60 y 70, pero siguieron teniendo presencia.
De todos, el ecologismo fue el que más se destacó en los
noventa, protagonizando iniciativas colectivas en defensa
de recursos amenazados por el capitalismo La plataforma
de Defensa del Ebro y más localmente la Plataforma en
Defensa del valle de Sant Genís son algunas de ellas.
Las patas restantes son: los partidos de izquierda ra-

143
dical, que si bien perdieron influencia en la mayoría de los
países persisten en la crítica contra el capital, así como sin-
dicatos alternativos a los oficiales; los movimientos urbanos
vinculados en la mayoría de los casos a las nuevas dinámicas
de los grupos antisistema: los okupas, los insumisos, el an-
tifascismo, el antirracismo y los movimientos asamblearios
estudiantiles; la quinta son los movimientos en contra de la
exclusión social en los países centrales, como el de «papeles
para todos». La última pata la conforman los movimientos
de los países periféricos, con la particularidad de no estar
subordinados a los países centrales: el movimiento de los
Sin Tierra, en Brasil o el Zapatismo, en México.
Uno de los grupos antisistema que conocí estaba
integrado por unas ocho o diez mujeres muy jóvenes. Se
definían como anarquistas y feministas. Trabajaban en la
contrainformación, organizaban debates, talleres y ciclos de
cine. El próximo paso que se proponían era una okupación.
Antes habían intentado tener una huerta en Can Masdeu,
pero habían desistido. Consideraban que la asamblea de esa
comunidad de okupas no era suficientemente democrática,
y además criticaban que tuvieran relación con la prensa.
Una organización curiosa es Yomango7. El diciembre
del 2002 se presentaron en dos bares de Barcelona con el
proyecto Yomango Tango, una de sus variadas acciones.
Entre cortes y quebradas organizaban un acto de apoyo a
la Argentina. La particular manera de luchar contra el ca-
pital «es tomar prestado para siempre» objetos de grandes
empresas. Algo que expresan a través de eufemismos. Por
ejemplo, los objetos o prendas se denominan «liberados», y
las etiquetas se cambian por otras de Yomango.
En ocasión de cumplirse un año de las manifestaciones
que terminaron con el gobierno del Presidente De la Rúa

144
en la Argentina, Yomango realizó una exhibición de tango
en una sucursal de la multinacional Carrefour, en el centro
de Barcelona. Los bailarines in-
terpretaron una coreografía que
les permitió apropiarse «discreta
y festivamente» de unas cuantas
botellas de champaña con las
que celebrar el aniversario de las
luchas argentinas. Otras acciones
que suelen convocar a muchos
jóvenes son los talleres. Se reú-
nen en la calle San Pablo y dan
consejos para evitar que suenen
alarmas usando envases de gaseo-
sas, por ejemplo.
Como en otras épocas, estos
grupos apelan al humor. «Mun-
dos Soñados» es una iniciativa
de denuncia contra la política de
inmigración. Hombres vestidos
de mujeres azafatas, con folletos
turísticos perfectamente dise-
ñados con textos alusivos a la
problemática de los inmigrantes
ilegales, se presentan en los ae-
ropuertos, en especial, cuando se
realiza alguna deportación.
El SCCPP, Sabotaje contra
el Capital Pasándoselo Pipa,
realiza intervenciones sobre el
espacio público. Surgió, como los
anteriores, de un grupo de acción

145
directa llamado La Fiambrera Obrera8, que tuvo activa in-
tervención en las grandes manifestaciones. Después de la
marcha de Barcelona se plantearon las siguientes reflexiones:
«La crisis de los movimientos antiglobalización después de
Génova y, sobre todo, después de Barcelona, ha dejado más
claro que nunca que de las grandes movilizaciones contra
las autodenominadas «cumbres» no sacaremos mucha más
legitimidad, ni por tanto mayor fuerza antagonista, que la que
hemos conseguido hasta ahora. Las grandes contracumbres
que, sin duda, seguiremos organizando serán metidas en el
saco del «encuentro de violentos» o en la aséptica bolsa de
plástico de las manifestaciones lúdico-festivas «quécivico-
somos». Génova y Barcelona ilustran lo que dieron de sí,
respectivamente, ambos modelos. Sin duda, la mayor fuerza
de las clásicas movilizaciones antiglobalización se basaba en
el efecto combinado de la acción directa y la desobedien-
cia civil respaldada por grandes contingentes de personas.
SCCPP es una propuesta para un formato de acción que
reúna las mayores fuerzas que hemos sido capaces de liberar
y lo haga allí donde podemos ser más fuertes y constantes,
en lo más parecido a nuestro propio terreno: nuestra vida
cotidiana. Y no porque pensemos que esta «cotidianeidad»
es un oasis donde el capital no interviene, sino todo lo
contrario: porque parece claro que es allí donde con más
crudeza y efectividad se reproduce el capital globalizado.»9

La dinámica de los movimientos, iniciativas y colectivos


que emergen durante los noventa fue sintetizada por Jorge
Sánchez de la RAI durante nuestro encuentro: «Hay una
nueva forma de participar de la gente y en la toma de las
decisiones. El asociacionismo tradicional es muy vertical,
con una asamblea anual que elegía una junta, siempre los

146
mismos. El socio tenía un compromiso, estaba marcado por
la institución. Pero las cosas han cambiado: la globalización
ha llevado a que la gente se atomice y se junte para hacer
música, para ir a Chiapas a cooperar, para revindicar una
plaza en el barrio o para tomar unas copas por la noche en
un local social. El compromiso es el que se marca cada uno.
La red es un componente que antes no existía, y hace que
la interacción sea muy rápida. El otro es la horizontalidad;
todos confluyen en la red. Allí la gente se entera de todo lo
que pasa; por ejemplo, que se está montando una «bicicleta-
da» para que haya más carriles bici, o que se quiere desalojar
a La Hamsa. Allí estaremos por lo menos quinientos, gente
y colectivos que están en otras cosas, pero con los que se
comparten ciertas ideas comunes. El hecho de que el acceso
a las nuevas tecnologías sea fácil hace que de un día para el
otro se pueda montar una movida.»
Los movilizaciones de los noventa por la solidaridad
tuvieron impacto en las políticas públicas del Ayuntamiento
de Barcelona10. El punto de inflexión a partir del cual cam-
bia casi todo fue la campaña del 0.7% realizada en 1994.
Hasta entonces, las políticas de solidaridad y cooperación
del Ayuntamiento de Barcelona eran erráticas y sin coordi-
nación. Ese año se crea Barcelona Solidaria, un programa
para centralizar todas las políticas de cooperación: ayuda
de emergencia, proyectos de sensibilización y educación
respecto del desarrollo.
En 1996 se aumentó el presupuesto al cambiar la base
sobre la que se aplicaba el 0.7%, y se reduce hasta el 25%
la parte del presupuesto que gestionará el Ayuntamiento
directamente. El resto pasó a gestionarse a través de las
ONGs. Este mismo año se crea el Distrito 11, un programa
de solidaridad con la ciudad de Sarajevo al que se destina

147
un 10% del presupuesto y comprende una gestión mixta
Ayuntamiento-sociedad civil.
El impacto de las manifestaciones generalizadas de
principios del siglo XXI es difícil de precisar. Para algunos
estudiosos el movimiento antiglobalización es un movimien-
to más, para otros tiene características únicas: «un movimien-
to de movimientos». En él confluyen otros movimientos,
colectivos, iniciativas e individuos descontentos con el orden
social existente. Se destacan como importantes la expresión
del descontento con el sistema, la posibilidad de ampliar la
red de resistencia y nuevas dinámicas de trabajo.
Actualmente la red impulsa la creación de nuevos
ateneos, campañas y grupos de debate que trabajan para
generar una nueva conciencia. En Europa, a instancia de
grupos de Barcelona y Madrid, se ha conformado una red
para preparar una Consulta Social en el 2004 cuando se
realicen las elecciones europeas. Surge de otras experiencias
previas, como la Consulta Zapatista y la Consulta Social
para la Abolición de la Deuda Externa; o sea, cuando se
descubre la potencialidad de movilización y sensibilización
que puede despertar este tipo de campañas. Se trabaja sobre
dos objetivos: servir de soporte a procesos de información,
reflexión, debate y propuesta social, y desarrollar una con-
sulta social entre los ciudadanos europeos.
Cruzando las fronteras de Europa, el nuevo Foro So-
cial Mundial del 2003 se prepara para debatir la creación de
una red mundial de movimientos. El objetivo es ir más allá
de los encuentros eventuales entre los movimientos de los
diversos países y continentes. Se busca construir un debate
político más profundo, establecer estructuras horizontales y
acciones comunes, y extender el alcance de los movimientos
en todos los continentes.

148
Los movimientos sociales a lo largo de la historia
difundieron nuevas ideas en la sociedad11, generaron con-
troversia sobre un estado de cosas, y mostraron formas
alternativas o nuevas de participar en ella: mucho de cómo
pensamos y de los valores que sostenemos es consecuencia
de las luchas de los movimientos sociales.

1
J. Raschke define los movimientos sociales como actores colecti-
vos de movilizaciones cuya meta es provocar, impedir o reproducir
un cambio social básico. Persiguen estas metas con cierta dosis de
continuidad sobre la base de una elevada integración simbólica,
una escasa especificación de roles y mediante formas variables de
organización y acción.
2
En catalán: brújula.
3
Ante este tipo de testimonio, tan generalizado en nuestro tiempo,
resulta extraño pensar que muchos partidos políticos y sindicatos
fueron el resultado de grandes movimientos sociales.
4
No se deben confundir las organizaciones con los movimientos
sociales. Una asociación puede estar autoaislada en su realidad so-
cial, mientras que un movimiento social lo es en tanto que sistema
de comunicación en acción.
5
Usabart, Gemma y Herreros, Tomás : «Globalización y Movimientos
Sociales» Papers d´innovació social. Asociación Ecoconcern, junio
2002.
6
Los nuevos movimientos sociales no tienen ese nombre por actuales
sino para diferenciarlos de los movimientos clásicos.
7
Mangar: proviene de manga, equivale a robar, hurtar.
8
Expusieron en el MACBA durante el IX Congreso de Antropología
FAAEE realizado en Barcelona.
9
Algunos estudios menciona un cambio de estrategia de los grupos
antisistema para lograr un mayor acercamiento a la gente, incluso
en los grupos más radicalizados. Una estadística da cuenta que en
Barcelona durante el 2002 se realizaron 89 pequeños atentados incen-
diarios atribuidos a grupos antisistema, la mitad respecto del año 2001.
10
«La Democracia radical: pluralismo participativo y redes de acción

149
colectiva en Catalunya y Euskadi», investigación del Equipo de
Análisis Política (EAP) de la Universidad Autónoma de Barcelona
e investigadores de la Universidad del País Vasco. Citado por Robert
González y Lluc Peláez en el trabajo «Barcelona y la red de solida-
ridad internacional».
11
La relación movimientos y cambio social puede tener una dirección
positiva (apoyar un cambio) o negativa (resistirse a un cambio).

150
En la ciudad sin esquinas

Cuando a la hora de comer llego a mi escalera, el


primer piso huele a tortilla, el segundo a couscús, el tercero
a carne asada, el cuarto a sardinas fritas. Cuando al fin
llego a mi piso, se me pasó el hambre.
Vecina del Raval

Llevaba dos meses sin ver a Maco. Extrañaba su compañía.


Cada tanto recibía algún correo, pero cada vez eran más
espaciados. A veces me contaba algunas de sus actividades
en la montaña donde seguía acampando con sus amigos.
La última vez me había dicho que estaban trabajando en un
sistema para convertir los deshechos en abono orgánico. Se-
guramente estaba aprendiendo muchas cosas, pero lamenté
que no me hubiera acompañado a varias de mis entrevistas y
actividades. También porque habría aprendido mucho. Hoy
muy temparano me acordé de él cuando leí en «El País»1
los datos de un estudio del Instituto Idea. Sólo el 30% de
los jóvenes que tienen entre 12 y 18 años considera que la
democracia es insustituible. El 70% restante considera que
es igual un régimen democrático a uno autoritario, o que
la democracia sólo sirve si da solución a los problemas. En
la nota, Alicia Mirayes, doctora en Filosofía, decía: «Los
adolescentes hacen suyos y radicalizan los valores sociales
con mayor consenso. Esos son justamente los valores eco-
nómicos que exaltan el individualismo y ensalzan la com-

151
petitividad, la eficacia, el éxito y la riqueza. Dichos valores,
fuera del contexto económico, tienen unas consecuencias
nefastas para el desarrollo del individuo, porque no profun-
dizan en el desarrollo del civismo y no contribuyen a hacer
una sociedad más justa. No olvidemos que la adolescencia
es el período en el que comienzan a forjarse las identidades.
El problema de nuestro tiempo es que el individualismo ha
sustituido al civismo, y la máxima es que ‘cada quien debe
salvaguardar sus propios intereses’ «.
Transformar esa representación es uno de los grandes
retos del futuro, pensé. «Las mediaciones de la política o del
derecho, aunque frágiles, son las que permiten la civiliza-
ción», dijo Bruno Latour cuando intervino en el Congreso
de Antropología que se había realizado en Barcelona.
Con la proximidad del fin de año tenía que dar por
terminado este trabajo. Había visto, como vulgarmente se
dice, la punta de un iceberg. La participación informal en
lo público podía estar en muchas partes: en las cartas que
se escriben para expresar opinión, al intervenir en un foro,
pintando graffiti, cuando se va a una marcha o se firma una
petición; también en los grupos de amigos o de afinidad
que, por ejemplo, improvisan un cartel en favor de la paz
para llevar a un concierto
Esta mañana, por primera vez, sentí que Barcelona de-
jaba de ser una ciudad sin esquinas para mí,. El día comenzó
como cualquier otro, transcribiendo entrevistas o escribien-
do. Por la tarde fui a charlar con César Muñoz, docente de
la Dirección de Participación Ciudadana. Muchas personas
del mundo asociativo, en especial jóvenes, se disputaban las
plazas para realizar los cursos que dictaba en Torre Jussana.
César suele hablar despacio, a veces con silencios y
otras con poesía. Enseñaba que la participación informal es

152
la propia del ser humano, la no contaminada, la no dirigida,
la no propuesta, la espontánea, la que todo ser humano
realiza en su vida cotidiana.
«El ser humano es participativo de por sí; en el seno de
la madre ya participa, ya se mueve, ya está llamado, ya quiere
comunicarse. Cuando nace es un animal social; a partir de
allí es participativo por naturaleza. Para mí, la participación
informal es la más rica, la básica, la de más potencial, y es
la que menos se cuida. Cuando se habla de participación
ciudadana la gente no entiende que participación ciudadana
es la informal, sobre todo.
«El grado de participación más alto se da en el mundo
de la no asociación, en la informalidad. La gente participa
a través de deseos, intereses, no sólo de necesidades. Los
intereses y deseos deberían ser la base de las políticas de una
ciudad.Evidentemente, tamizados, hablados y con-sensua-
dos. Es lo que crea orgullo de ciudad, o sea participación».
Tuve que irme cuando empezaban a llegar sus alumnos,
y partí hacia Verdum. Había visto anunciadas unas jornadas
sobre inmigración en el Centro Cívico Via Favència. Sabía
que en el distrito había una organización llamada Nou
Barris Acull. Eran personas y asociaciones, con apoyo del
Ayuntamiento, que buscaban acoger a los nuevos vecinos
del barrio. Un folleto anunciaba que enseñan castellano y
catalán, dan asesoramiento legal, información sobre recursos
y servicios culturales, sanitarios, educativos. En Poble Nou
existía una organización similar llamada Apropem-nos que
realizaba «Cafés-té», entre otras actividades, para integrar
a los vecinos. Había obtenido por su trabajo el segundo
premio a la innovación, concedido por el Ayuntamiento.
Las actividades en Via Favència estaban organizadas
por una red de entidades2, y el programa era variado. Talle-

153
Nou Barrris Acull

res, películas, exposiciones, danzas y comidas de distintas


colectividades. Me interesé por una mesa redonda donde
hablarían entre vecinos sobre la inmigración.
Al llegar, el salón estaba frío por algún problema de
la calefacción, pero el trato entre la gente era cálido. Casi
todos se conocían. Había una tienda donde se servían té
de hierbas y dulces magrebíes. Pensé que iba a encontrar a
muchos de los nuevos inmigrantes, pero para mi sorpresa
la gran mayoría eran inmigrantes de los 50 y 60.
Tal vez era una experiencia demasiado nueva. Por otro
lado, los inmigrantes tienden a asociarse con los que tienen
el mismo país de origen. También ocurre que los nuevos
inmigrantes legales, a veces, no quieren relacionarse con los
«sin papeles». Conocí a una uruguaya, blanca y rubia, que
cuando andaba por la calle, en el metro, o iba al «súper»,
evitaba hablar para confundirse con los locales.

154
Además, entre los recién llegados suele haber un gran
desconocimiento de la ciudad. Tal vez, un Centro Cívico
puede ser visto como un lugar «oficial», y la gente puede estar
temerosa de ser identificada. En esos días el gobierno de
España anunciaba la construcción de una cárcel para alojar
a los ilegales, y la prensa no dejaba de bombardear con un
tema muy «vendedor». El rechazo hacia el extranjero está
tan metido dentro de nosotros que casi parece algo «natural»
del ser humano.
Por eso este tipo de iniciativas de integración resulta
esencial. Tanto o más que las muchas ONGs que en Barce-
lona trabajaban para los inmigrantes. El estudio realizado
por Ecoconcern en el Casc Antic señala que «las personas
inmigradas no están consideradas como vecinos del barrio,
sino que constituyen una categoría diferente, sobre todo con
respecto al imaginario colectivo de las personas autóctonas.
El ejemplo más ilustrativo de esta construcción es el hecho
de que las asociaciones de vecinos son entidades integradas
por personas autóctonas, y, en cambio, las asociaciones
de personas inmigradas existen en función del origen del
colectivo. Esta barrera invisible que divide entre vecinos y
‘no vecinos’ comporta toda una serie de dinámicas a la hora
de pensar, actuar o definir un modelo de integración.»A la
hora de participar en asociaciones lo hacen tanto como los
autóctonos, dice el mismo estudio. Al menos no en menor
medida que la población autóctona. En el Casc Antic el
número de asociaciones de personas inmigradas es muy ele-
vado, así como el número de miembros que las componen.
Sin embargo, otras vías de participación se utilizan
menos, como la sindical o la institucional. El trabajo antes
mencionado destaca la alta presencia, en las calles y en las
plazas, dónde se producen relaciones interpersonales, de

155
intercambio de información, conocimientos o ayuda mutua;
también el no reconocimiento de este fenómeno como vía
legítima de participación, y la vivencia que se tiene de esa
presencia como amenaza o inseguridad.
Los inmigrantes «sin papeles» tienen su participación
restringida por su situación jurídica. No tienen derecho a
voto, a asociarse, a la huelga, a la sindicación, a manifestarse.
No son ciudadanos. En tal sentido, al momento de luchar,
sus acciones son desesperados intentos de lograr ser acep-
tados como tales. Un ejemplo fueron los encierros en las
iglesias impulsados por la organización «Papeles para todos».
La ley abusará de su poder siempre que se comporte
como si la persona que tiene delante no existiese. Negar un
documento es, de alguna forma, negar el derecho a la vida.
Esto escribió José Saramago en apoyo a la lucha «Papeles
para todos».
Es posible que luchar contra los prejuicios culturales
sea por lo menos tan difícil como la lucha legal. Aún en un
ambiente de contención como el de la jornada en el Centro
Cívico aparecían éstos. También una ferviente defensa de
la inmigración. No era para menos. Casi todos los que esta-
ban allí habían llegado a Barcelona como inmigrantes. Una
época en que había pintadas en las calles que decían «fuera
charnegos», y era necesario un pariente responsable para
no ser devueltos en el mismo tren en que habían llegado.
En la mesa redonda, una antigua militante social expre-
só que el fenómeno de la inmigración de los últimos años
les había cogido por sorpresa. No habían imaginado que
podía suceder. Explicó cómo algunos intentos de integra-
ción que habían realizado desde el Ateneo fracasaron por
no atender a las características culturales de los colectivos
que buscaban integrar. Una vecina estaba molesta por las

156
quejas de algunos inmigrantes por su situación. Pidió que
fueran tolerantes, y también resignación; ella, como mu-
chos de los que estaban allí, había sufrido para conseguir
lo que tenía. Recordó los pisos de 20 metros donde vivían
muchas familias al llegar; ahora les tocaba sufrir a los que
llegaban. Otra dijo que no se trataba de tener que sufrir, y
denunció a los que se aprovechaban de los inmigrantes; no
les pagaban o les pagaban poco. También apareció el tema
de las becas de comedor, que decían perder por culpa de
los inmigrantes. Un dirigente3 contestó que no se trataba
de peleas entre personas que necesitaban becas sino de
unirse y luchar para conseguir más. Alguien explicó que los
criterios para otorgar las becas no consideraban el origen
étnico. Se habló de las fábricas que estaban cerrando como
consecuencia de los que empleaban trabajadores ilegales a
los que se paga menos. El único inmigrante nuevo que dio
su testimonio fue un joven africano empleado en un super-
mercado. Apenas hablaba castellano, pero se hizo entender
cuando dijo «nosotros trabajamos en aquello que ustedes
no quieren hacer; no robamos el trabajo a nadie».
Entre el público estaba el Regidor del Distrito como
uno más. Ya antes, en Trinitat Nova, me había sorprendido
encontrar al regidor Alcober solo entre el público. En mi
país eso no es nada común. Es raro ver a un funcionario
de esa jerarquía en una reunión de barrio entre el público,
y mucho menos solo.
Al terminar la mesa nos acercamos a tomar té y sabo-
rear unas pastas hechas a base de frutos secos y miel. Charlé
un rato con Naya y Cervera y saludé a otro par de vecinos
que había conocido en actividades anteriores. Antes, cuando
me dirigía a tomar el metro, me había encontrado con una
vecina, y charlamos unos minutos. Recordé nuevamente la
frase de Paulo Freire: «Las ciudades del exilio4 son ciudades

157
sin esquinas». Simplemente, porque no hay una cara amiga
con la cual encontrarse a la vuelta de la esquina.

1
«El País», 3/11/2002.
2
Projectart, con la colaboración de: Ludoteca La Guineu, Biblioteca
Les Roquetes, el Consell de Cooperació de Nou Barris, 9 Barris
Acull, entre otras.
3
A. Naya
4
Si bien Freire se refería la exilio político y los que dejan el país,
porque se sienten expulsados o por razones de sobrevivencia econó-
mica, no están impedido de volver a su país de origen, la situación de
«empezar de nuevo» o la ilegalidad impiden salir del país de acogida
y puede pasar mucho tiempo antes de poder ver a familiares y amigos.
En ese lugar el exilio y la inmigración se parecen.

158
Participación mediática

Quien tiene la televisión tiene el poder.


Tabucci en el CCCBa
Estoy en la tele, luego existo.
Creencia popular

En los 90 los espacios institucionales abrieron las puertas a


las personas no asociadas. El nuevo reglamento de partici-
pación incorpora lo que ya se estaba dando en la práctica.
Sants-Montjuïc fue el distrito pionero en audiencias públicas
abiertas a todo ciudadano.
En el 2002 hay diversidad de espacios dentro de las
ofertas públicas de participación: agenda 21, proyectos
puntuales, planes comunitarios, comisiones de trabajo sobre
temas sectoriales, consejos.
En décadas anteriores se consideraba que sólo las
asociaciones no lucrativas eran interlocutores válidos ante
los poderes públicos. La gente asociada no veía con buenos
ojos la intromisión de los ciudadanos «sueltos». Pero esto
comenzó a cambiar. Algunos mecanismos están dirigidos
a ciudadanos entresacados aleatoriamente que deliberan
en grupos a puerta cerrada durante días sobre un tema.
También se piensan instrumentos para involucrar a los
ciudadanos que no demuestran un interés explícito en
participar. Una experiencia interesante en este sentido es la

159
del Ayuntamiento de Sant Feliu. Allí se creó un mecanis-
mo llamado «Debate Familiar» a fin de incluir a la mayor
cantidad de ciudadanos en el debate acerca de la visión de
la ciudad para el 2010.
Pero no hay que olvidar que la participación no debe
ser sólo un conjunto de mecanismos sino un proceso que
comprenda una manera de entender y ver el mundo. 1
De todas las experiencias innovadoras las más intere-
santes son las que se realizan con niños. El Ayuntamiento,
desde 1994, realiza audiencias públicas donde los niños son
protagonistas. En el 2002 intervinieron unos 1000 niños, y
el tema tratado fue la movilidad en la ciudad; expresaron su
opinión acerca del transporte público, el tránsito, la conta-
minación, la seguridad vial, y expusieron cómo les gustaría
desplazarse por la ciudad.
También se encaran proyectos con niños desde el
mundo asociativo. La asociación por los derechos de los
niños como usuarios de la ciudad «Amb ulls d’infant», en
Nou Barris, es un ejemplo. El objetivo es contar con la ayuda
de los niños para que la ciudad, el barrio, sea un espacio
de relación, de colaboración y de intercambio de ideas. Se
proponen recuperar la calle como un lugar de encuentro y
convivencia. «Queremos mirar a la vecina o el vecino no
como un extraño sino como alguien con quien tenemos
cosas en común, que podamos sentir que todos juntos for-
mamos parte de la misma comunidad», dijo Angelot, una
de las gestoras de esta iniciativa.
Volviendo a la participación individual, las nuevas
tecnologías han facilitado mucho la participación de los ciu-
dadanos. No hace falta recurrir a estudios para afirmar que,
en general, somos más comentaristas que jugadores, y si a
ese rasgo agregamos un ordenador e Internet tendremos una

160
gran cantidad de personas que dirán: yo participo. Dirigirse
por carta o correo electrónico a los representantes políti-
cos, a los gobernantes, la asociación del barrio, mandar una
carta a un periódico, intervenir en fórums virtuales, firmar
una petición, expresa algún grado de participación. Estas
prácticas individuales pueden llegar a tener consecuencias
políticas. La diferencia con las formas colectivas es que no
refuerzan los vínculos sociales2.
Sobre estas prácticas hay un dato interesante: un distrito
recibe alrededor de unas quinientas comunicaciones al mes,
mientras que un solo periódico, de difusión masiva, recibe
más o menos la misma cantidad al día.
El aumento de la comunicación por el uso de Internet
ha llevado a los periódicos a ofrecer, además de su columna
de lectores, distintos fórums sobre temas políticos y de la
ciudad. Un periódico, por ejemplo, organizó, con la parti-
cipación de vecinos (algunos famosos), una campaña para
modificar a favor de los peatones el tiempo de duración de
los semáforos. Posteriormente se introdujo en el uso de la
telefonía móvil como instrumento de participación para un
interesante concurso sobre las palabras. Los resultados del
uso del móvil fueron más que satisfactorios, y se proponen
seguir usándolo.
Es muy posible que la telefonía móvil adquiera gran
importancia en temas de participación ciudadana. Habrá
que ver cómo se combina con todos los aspectos que son
esenciales a la participación, como la información, el nece-
sario debate y la concertación.
Para indagar sobre la práctica de expresarse a través
de los medios de comunicación me entrevisté con los
responsables en temas de la ciudad de los periódicos «La
Vanguardia» y «El Periódico».

161
Las entrevistas a Josep Ràfols y Eugeni Madueño las
realicé por separado en las sedes de los periódicos, que por
las medidas de seguridad parecen búnkers. Uno en tono
cansino y el otro vehemente, contestaron a mis preguntas
regalándome un poco de su escaso tiempo.
VH: Sobre la relación entre los periodistas y los ciu-
dadanos.
E.M: Hace 20 años cuando entré en «La Vanguardia» la
relación entre los periodistas y la calle era más diáfana que
ahora. El periodista de deporte iba al campo del Barça, y el
de la taquilla le conocía. Saludaba a uno y a otro, era más
sencillo, más casero.
»La relación se ha limitado tremendamente porque
el periodista tiene un horario laboral de 9 a 12 horas en el
diario, no tiene tiempo material para relacionarse con la
realidad de la calle.
»Quienes traen las noticias son las agencias, y a nivel
local los intermediarios de la comunicación, que son los
gabinetes de relaciones públicas, etc. La gente no viene aquí.
Si una persona quiere hablar sobre algo de su barrio ni se
le ocurre venir aquí. Además verás que no hay un sitio pre-
visto para eso.» (Se refería al vestíbulo del periódico donde
realicé la entrevista).
J.R.: En los setenta había gente que por la noche venía
a charlar con los periodistas; nosotros estábamos esperando
para corregir las páginas, y entonces esto era una tertulia.
Ahora, nada. Los periódicos se han vuelto muy fríos, muy
exigentes con la gente, no hay espacios para tertulias.
»Somos menos felices ahora.

VH:Acerca de la cartas de lectores y los correos elec-


trónicos que reciben a diario.

162
E.M.: Las cartas al director, para mí y otra mucha gente,
son la sección más interesante del diario, porque es la que
respira más realidad. La mayoría manda cartas para quejarse
de algo, es el último recurso. El 99% son expresiones de
rabia sobre temas del ámbito municipal porque la partici-
pación municipal es muy sofisticada: tú mandas un e-mail
al Alcalde y te responde una máquina. Es como una queja
a Telefónica, tienes que hablar con la máquina, y no hay
posibilidad física de hablar con alguien y decirles a la cara
que son unos cabrones.
»Las cartas hace 20 años eran más ideológicas y ahora
son más prácticas; la gente hablaba de conceptos más que
de problemas concretos. También señalan contradicciones
de los políticos, pero no son ideológicas.
J.R: Los mensajes han aumentado mucho con el uso
de Internet, y es increíble lo que llega. En el departamento
donde yo trabajo llega diariamente una media de 250 a 300
notas por e-mail, una parte menor de correo, y casi igual
de faxes, y las llamadas de teléfono son continuas. El tra-
bajo de los coordinadores se ha convertido en una tarea de
seleccionador de todos los input que entran; vamos como
desbrozando el camino, tirando muchas cosas a las papeleras.
»Los vecinos tienen la necesidad de que su reclamación
sea potenciada, sea en los diarios o en la televisión. Acá de-
cimos: si sale en la tele, existe; si no sale en la tele, no existe.
»Respecto a lo que se publica intentamos interpretar
qué temas pueden ser de interés para nuestros lectores.
Hay un viejo debate sobre lo que es importante y lo que es
interesante. La inflación anual puede ser interesante, pero la
mensual lo es menos. Los índices económicos del país son
importantes, pero a la gente le interesan poco. En cambio,
le interesará más saber de alguna mujer que sale mucho

163
en la tele por sus relaciones amorosas; no tiene ninguna
trascendencia para el país ni para nada, pero interesa. Se
trata de encontrar un equilibrio entre lo importante y lo
interesante para la gente.
»Aquí ha habido algunos casos de corrupción. El que
se ha librado más, afortunadamente, ha sido el nivel mu-
nicipal, con lo cual la credibilidad en sus funcionarios más
cercanos aún se mantiene. Creo que la primera instancia,
la municipal, es aquella en que la gente confía más, a pe-
sar de que no se atienden muchas peticiones. Además, la
gente se ha vuelto mas exigente; lo primero es quejarse al
Ayuntamiento, y cuando no se le hace caso viene al diario.
Somos como un tribunal de segunda instancia: cuando falla
la primera, vienen aquí.
»Nos llaman para pedirnos el teléfono de un hospital,
para reclamar que tienen cacas de perro en la puerta. Hay
situaciones muy dramáticas: cuando llaman porque hay
alguien tirado en la calle, o cuando quien llama es porque
se quiere suicidar.»

VH: Acerca de la responsabilidad en la formación de


la opinión pública.
E:M.: Durante la transición, la gente venia a explicar
sus problemas, y los diarios estaban en una situación de
apuesta por la democracia, porque se veía que el franquis-
mo caía. Las noticias que traía la gente de los barrios, de la
fábrica, eran noticias porque a todos nos interesaban, y a
los empresarios de los medios también les interesaba dar la
sensación de que aquel sistema no funcionaba. En aquella
época la gente pensaba que los periódicos eran sus aliados,
y durante mucho tiempo la gente no supo diferenciar lo que
era una circunstancia coyuntural y lo que era un negocio,

164
ni cuando las cosas volvieron a la normalidad, pues los
negocios son negocios.»
J.R.: Soy muy discreto y tengo serias dudas sobre
eso; en cambio, los estamentos oficiales u organizaciones
ciudadanas están convencidos que les hundimos si no les
hacemos caso. Tienen la sensación de que si no salen en
los medios no son nada. Soy escéptico sobre eso; nosotros
tenemos una sobrecarga de inputs, pero también la gente
recibe una sobrecarga de informaciones, y no se tiene capa-
cidad para digerirlas. En un periódico, por ejemplo, puede
haber doscientas informaciones distintas, y a una persona
le pueden interesar de 15 a 20; a una interesada de 30 a 40,
no mucho más; y a una superficial, 3 o 4 temas. Entonces,
puedes querer que salga tu noticia, pero ello satisface al que
la envía, a su ego, porque ha logrado colocar una notita en
el periódico. Pero la función de pretender llegar a la opinión
pública, hacer que se entere o se sensibilice sobre lo que
se está explicando, es una parte más difícil y no siempre
constatable. En resumen: publicar algo no es garantía de
que llegue a la opinión pública.»

VH: Sobre las tendencias de la participación ciuda-


dana.»
E.M.: Barcelona ha sido muy participativa, y la gente
ha tenido interés en discutir los asuntos urbanos; había una
cultura de participación, pero se ha ido muriendo. ¿De quién
es la culpa? Supongo que de todos, pero de los partidos más,
porque ellos en teoría viven de eso, de ganarse la simpatía
para que los voten.
»En 20 años nos hemos aburguesado todos. Vivimos
muy bien, la gente se ha olvidado de que eran pobres, y la
prueba está en que los inmigrantes de hace veinte años ahora

165
tratan mal a los que vienen, como si ellos no lo hubieran sido.
Hay una amnesia general. Hace muy poco tiempo éramos
pobres, pero el despegue general económico nos ha hecho
parecer que somos del primer mundo desde siempre, y
hace cuatro días éramos del tercer mundo. Es general: nadie
participa en nada, nos lo dan todo hecho.
J.R.:Hay una gran tradición de asociacionismo, co-
leccionistas de sellos, grupos folklóricos que hacen bailes,
clubes de la petanca, club de fumadores en pipa, coleccio-
nistas de tapones de champán, club de pescadores. Casi
todo el mundo pertenece a algo. Pero lo que ha disminuido
es la movilización social y política. También el boom de las
ONGs, porque la gente no está segura de que los 20 duros
que da lleguen al muchacho pobre del Senegal.
»Estamos en una sociedad que participa menos. La
gente reclama cuando tiene la basura en la puerta o un hoyo
delante de casa; es una reivindicación que ha ido desde lo
social y lo colectivo a lo más individual. Hay una tendencia
a que la reivindicación se centre en los intereses más par-
ticulares, tal vez porque las reivindicaciones más urgentes
colectivas se han ido resolviendo; no todas, pero sí las más
importantes.
»La sociedad se ha individualizado, el modelo de so-
ciedad que estamos viviendo es mucho más individual que
el que teníamos hace 25 años, creo que eso ha pasado en
todo el mundo más o menos desarrollado.

Los diarios funcionan como un altavoz para quejas


y propuestas de los ciudadanos, pero es la televisión la que
captura el deseo de protagonismo y el tiempo de grandes ma-
yorías. ¿Qué lleva a millones de personas a estar pendientes
de las intimidades del «Gran Hermano» o de los famosos?

166
¿Qué lleva a una joven a gastar todo su sueldo en llamadas
para lograr que el candidato de su pueblo sea el ganador en
«Operación Triunfo»? Más allá de las interpretaciones de
estos fenómenos lo concreto es que se mira la televisión
un promedio diario de tres horas y media. ¿Cuánto tiempo
queda para involucrarse en los temas públicos? Y, por otro
lado, ¿tiene la televisión efectos psicológicos que inhiben la
participación? ¿Cómo influyen los contenidos?
Putnam cita en su trabajo cuatro causas principales3
que han incidido en la perdida del compromiso cívico en
USA; la televisión (el promedio en USA es de cuatro horas
diarias) es una de las más importantes. No sólo va asociada
a una menor participación comunitaria, sino también a una
menor comunicación social en todas sus formas, escritas,
orales o electrónicas. El impacto es mayor en las actividades
no formales de participación que en las formales.
Para responder a las preguntas antes mencionadas:
Putnam hace un interesantísimo análisis de los efectos del
contenido de los programas y de determinadas noticias de
impacto mundial. Sólo citaré dos puntos: la televisión roba
tiempo, pero también parece estimular el aletargamiento y
la pasividad4; y los contenidos de los programas (no muy
diferentes de los que se ven en España o la Argentina), que
constituyen un porcentaje masivo y creciente de la progra-
mación televisiva, generan aislamiento cívico.
Sin embargo, a veces pasan cosas buenas para los tele-
videntes. Mientras escribía sobre este tema llegó un amigo
que me trajo noticias de Argentina. El canal de televisión
que había tenido la arrogancia de organizar un partido para
elegir un candidato a diputado nacional, el reality show «que
iba a revolucionar la política Argentina» a juicio de sus pro-
ductores, fracasó totalmente; fue suspendido y calificado

167
como uno de los peores de la televisión.
Otras noticias no eran tan buenas: el 55% de habitantes
bajo la línea de pobreza. Datos de un país que hace menos
de 100 años estaba entre los primeros países del mundo.
También me dijeron que, pasada la explosión de diciembre,
gran parte de la población parecía estar acostumbrándose
o resignándose a la nueva situación. La mayoría de los po-
líticos seguían con actitudes y enfrentamientos miserables
sin acusar recibo de la gravedad del país.
Dicen que quien se va de un lugar guarda en la memoria
la foto congelada del momento en que partió. La mía era la
de un pueblo movilizado que reivindicaba cambios políticos
de fondo. Estaba por regresar a mi país y no debía olvidarla.

1
Vargas, Guiomar. Luchando, creando poder popular, Documento,
2002.
2
Excepto la participación en foros o chats.
3
Las otras son el trabajo, el cambio generacional y la expansión
urbana.
4
Kubey y Csikszentmihalyi, investigadores del empleo del tiempo,
citados por Putnam. «Solo en la Bolera», pág. 320.

168
Nieve en agosto

La democracia no es un fin, es un principio.


José Saramago en el CCCBa

Hacía frío en Barcelona. Los días eran cortos y los colores


de la ciudad algo apagados. Me levanté temprano para pre-
senciar el Pleno de la Ciudad. Ese día se trataría el nuevo
Reglamento de Participación Ciudadana. Subí por la calle
Ferran hasta la Plaça Sant Jaume. ¿Vendría Maco? Esperé
en un bar. Desde allí podía ver toda la plaza. Estaba casi
vacía. A un lado, el edificio de la Generalitat se aprestaba a
ser reacondiconado; al otro, enfrentado al anterior, la sede
del Ayuntamiento.
Vino a mi memoria la expresión «la voz de la Plaça
Sant Jaume» o los «intereses de la Plaça Sant Jaume». Me
había llamado la atención al escucharla en boca de algunos
barceloneses referida a los poderes públicos. Curioso, pensé.
La frase en sí misma, fuera del contexto de conversación,
tiene una connotación totalmente opuesta. Esa plaza es el
escenario privilegiado para manifestar oposición (también
adhesión) a los poderes públicos. Curioso, también, por-
que en mi país no había escuchado un frase parecida, y allí
también hay una plaza entre la sede del gobierno nacional

169
y la sede del gobierno de la ciudad. Toda nuestra historia
de reivindicaciones ha pasado y pasa por la Plaza de Mayo.
En ese momento quise saber sobre los hechos más sentidos
de la Plaça Sant Jaume para la gente de este pueblo. Vinie-
ron a mi memoria imágenes de multitudes que había visto
en el Museo de Historia de Cataluña: la fundación de la
República, la llegada del Presidente Tarradellas. Me dijeron
que esta plaza era el lugar donde festejaba el Barça que por
esos días tenía una mala racha. Recordé algunas protestas,
no muy numerosas, que había presenciado desde mi llegada
a Barcelona. Semanalmente había alguna. Supongo que la
fragmentación social las ha hecho más creativas que mul-
titudinarias. A poco de llegar, una manifestación me hizo
creer que, en pleno agosto, podía nevar en la ciudad. Salía
de un comercio del Casc Antic dispuesta a enfrentarme
con el calor del verano cuando vi caer copos blancos. En
dirección a la Plaça Sant Jaume eran más intensos, las calles
estaban prácticamente blancas. Mientras iba en esa direc-
ción, cruzaron varias personas llevando muchas bandejas
con trozos de pollo.
—¡Son los pagesos, y están regalando pollo! –dijo Maco,
que me acompañaba.
—¿Los qué? –dije mientras intentaba procesar lo que
veía.
—Los granjeros, tía, ten imaginación –contestó diver-
tido, y corrió hacia la plaza.
Al llegar, la escena era cinematográfica, las plumas
volaban en todas direcciones. Una hilera de policías pro-
tegía a la Generalitat. A un costado, desde un camión, se
repartían pollos a una multitud entusiasmada con el regalo.
Hacia el centro, había varios hombres con gallinas atadas
por el cuello, las paseaban por la plaza como quien pasea

170
a su perro. Había niños que jugaban con las plumas que el
viento amontonaba hacia el norte. Un grupo de hombres
parecía estar evaluando los resultados. Llevaban distintivos
de la Unió de Pagesos. Fui hasta ellos y pregunté a qué se
debía el acto.
—Queremos que nos paguen más por nuestros pollos.
Es que los traen de otros países donde la mano de obra no
vale nada, y a nosotros nos matan –dijo uno.
—Venimos a entregar nuestras peticiones y hacemos
esto para que nos den más atención. Hace tiempo hicimos
otra en Madrid, pero no tuvimos respuesta.
–Por eso estamos aquí –dijo otro.

Allí, en el bar, mientras esperaba a Maco, sentí que


había pasado un siglo desde que había llegado a la ciudad.
Miré hacia el Ayuntamiento. Llegaba gente apurando el
paso. Casi todos vestían ropas oscuras. Algunos saludaban
a la policía que montaba guardia en la entrada. Muy cerca,
un contingente de turistas escuchaba las explicaciones del
guía. Estaría hablando del estilo gótico del palacio, de las
distintas modificaciones que había tenido con el transcurso
del tiempo. Seguramente, no dejaría de mencionar el lujoso
Saló de Cent, donde se habían realizado las históricas reu-
niones de los «cien» representantes de la ciudad.
Hay pocas instituciones tan formales como los po-
deres públicos. Y así tiene que ser, pensé. En ellos está la
responsabilidad de adoptar decisiones que han de ser obe-
decidas, y, al mismo tiempo, son el espacio de todos. Pero
la denominación de poderes públicos es demasiado vasta,
por eso es común referirse a los niveles de gobierno, a las
formas de adoptar decisiones políticas, a sus actores o a sus
instituciones.

171
Miré el reloj, faltaba poco para el Pleno. Confiada en
que Maco vendría, no había buscado a otra persona para que
me hiciera de intérprete (ya leía el catalán casi sin dificultad
pero todavía tenía problemas para entender el lenguaje ha-
blado); sobre todo, me interesaba conversar con él porque
quería tener la oportunidad de hacerle comprender que el
Estado podía brindarle oportunidades para su futuro.
Cierto es que, frente a las muchas caras de los poderes
públicos, esto a veces parece confuso. Días antes me había
ocurrido. Había escrito a Maco un correo para recordarle la
fecha y hora del Pleno, y para contarle sobre del Congreso
de Asociaciones de Barcelona1. Me contestó, con bastante
impertinencia de
su parte, que leyera
los diarios. Sabía a
qué se refería. Ese
día, en el periódico
hubo una página
entera, con foto
incluida, de una pe-
lea campal entre
vecinos y policías

«Forat de la vergonya»

172
en el Casc Antic por el tema del «Forat de la vergonya».
Había sido la última vez que tuve noticias suyas. No volví a
escribirle, ni él lo hizo. Pensé que tal vez no volvería a verle.
La visión maniquea de separar sociedad civil y Estado
es muy común. Además, siempre es útil a determinados in-
tereses. Los que proclaman la primacía de la sociedad civil y
el achicamiento del Estado son generalmente quienes menos
necesitan de las oportunidades que éste puede brindar. El
equilibrio es necesario, y mucho más cuando los Estados
están cada vez más flacos y los poderes económicos más
rechonchos.
Un Estado fuerte necesita de una sociedad civil fuerte2.
Naya, de la FABV, lo había dicho en nuestra charla: «A un
ayuntamiento progresista le interesa tener un tejido aso-
ciativo fuerte, que se haga interrogantes, que se pregunte
cosas, que sea independiente, que sea crítico, porque allí
está su apoyo...»
En el siglo XVIII, los hombres de las luces nos ilumi-
naron con la razón para poder distinguir progresivamente
la política de la religión, la política del mercado y más tarde,
la política de la sociedad. También nos dieron la posibilidad
de creer en nuestras propias fuerzas y de perseguir nuestras
utopías. El futuro no depende de un destino inevitable o
de la gracia divina. Pero no nos prometieron un camino de
rosas. La sociedad, al poder pensar sobre sí misma3, es capaz
de debatir y analizar su relación con el Estado, enunciar
objetivos y tratar de alcanzarlos. Los movimientos sociales
nacen de esa autonomía.
Las formas de relación con el Estado son heterogéneas,
como todos los actores que intervienen. En la interacción
se van reconociendo las distintas caras del poder: por eso
las actitudes pueden ser de colaboración con un nivel y no

173
con otro; de colaboración frente a determinadas políticas,
y de enfrentamiento con otras. Pueden ser de colaboración
y, simultáneamente, de presión, o decididamente de enfren-
tamiento. En cuanto a los espacios, las organizaciones más
institucionalizadas tienden a usar más los ámbitos oficales
de participación que algunos llaman «por invitación», y las
menos institucionalizadas tienden a ocupar o irrumpir en
los espacios públicos.
Mientras los ciudadanos oscilan entre la colaboración y
el enfrentamiento, los poderes públicos pueden comportar-
se, o no, como opresores cuando representan los intereses
de la opinión pública que detenta la posición dominante4,
pero simultáneamente ofrecen oportunidades a quienes
menos pueden expresar su opinión. Un ejemplo son los
fondos públicos destinados al el fortalecimiento del tejido
asociativo.
Cuando el poder público se pierde tras escuchar el
canto de las sirenas (en general, de los poderes económicos),
surgen las movilizaciones para reorientarlo en su finalidad de
equiparar las desigualdades y garantizar esas oportunidades.
Me disponía a pagar cuando vi a Maco en la plaza
mirando a todas direcciones. Le hice una seña. Estaba muy
cambiado desde la última vez que le había visto allá en la
montaña. El pelo le había crecido; ahora llevaba un corte
parejo en toda la cabeza. Llevaba una chaqueta oscura, te-
janos, bambas y una expresión muy seria en la cara.
—Hola Virginia, ¿podré entrar así al Ayuntamiento?
—dijo. Me sorprendió no escuchar el desdeñoso tono que
usaba al llamarme «tía».
—Está muy bien –contesté. —¿Cómo te va en la
montaña?
—Hace tiempo que volví a mi casa. Mi peña, también.

174
Gloria y Pep empezaron la universidad, y Oscar volvió a
su trabajo. Ese lugar en la montaña es guay pero no es para
mí –dijo sin levantar la vista.
Me pregunté por qué no me lo había contado antes. Se
hizo un largo silencio que no quise interrumpir.
—He pensado mucho. No quiero que me llamen «el
noi de la litrona», como dijo un vecino de mi escalera; no
estoy preparado para luchas que no comprendo del todo.
¿Tú qué piensas?
—Que ya es la hora de entrar en el Ayuntamiento,
después podremos seguir hablando.
Durante el Pleno noté que Maco se sentía inhibido. La
presencia del Alcalde, el salón majestuoso, con sus sillones
tapizados de vivo color rojo. El tono solemne y a veces
enérgico de algunos discursos. Las cámaras de la televisión,
los fotógrafos. Las audiencias públicas con niños son una
buena manera de incorporar la relación con los poderes
públicos como algo más próximo y «natural», pensé.
—El poder siempre trata de impresionar – le susurré
al oído; – imagínatelos fuera de aquí, haciendo otras cosas
y verás que son como tú o como yo.
No sé qué se le cruzó por la mente, pero le vi contener
una carcajada.
—¿Qué se necesita para ser de los «buenos»? –me
cuchicheó al oído.
Supuse que la pregunta no era lineal. Ojalá los viejos
males del mundo se resolvieran con una confrontación entre
buenos y malos, y la democracia fuera el remedio que cura
todos los males.
Finalmente, el Reglamento de Participación fue apro-
bado por amplia mayoría. La alegación presentada por la
FAVB de incluir una Memoria Participativa5 había sido

175
contemplada, aunque no otras que se consideraban muy
importantes6. Sin embargo era un paso adelante. Pero sólo
un nuevo principio. Los espacios para la concertación y el
debate siempre son necesarios. También las normas para
facilitar y transparentar el juego democrático.
«Tengo la sensación de que estamos haciendo un esfuer-
zo muy importante de pensar en la innovación de la partici-
pación ciudadana y con resultados concretos, pero por otra
parte veo, quizás, menos debate sobre cómo se transforman
las maneras de representación política», dijo Ricard Gomà7 y
agregó que es ne-
cesario superar el
debate estéril en-
tre representación
y participación.
Una sociedad tan
compleja como
la actual requiere
innovar en estos
dos aspectos, que
deberán articular-
se a partir de bases
nuevas.
Al salir del
salón vi al regidor
Alcober rodeado
de personas que le
saludaban. Parecía
contento.
Salimos del
Ayuntamiento.
La cara de Maco
Plaça Sant Jaume

176
había recuperado la expresión abierta y risueña que tenía
cuando le conocí intentando dormir en un banco de la calle.
Caminamos por la calle Ferran en dirección a la Rambla.
Maco finalmente había decidido intentar conseguir una beca.
A unas pocas travesías estaba ubicado el Centro de Informa-
ción y Orientación para los Jóvenes. Entramos. Lograr una,
seguramente, no iba a ser fácil ni sería un trámite sencillo
pero al menos se proponía intentarlo.
—¿Ya sabés lo que quieres estudiar?
—Sí –dijo rotundo–. «Otro mundo es posible» y yo
quiero estudiar para ayudar a construirlo. Es mi utopía.
—Me alegra escucharlo pero me muero de curiosidad
por saber qué vas a estudiar. Contesta a mi pregunta, por
favor.

1
El Congreso de Asociaciones fue la culminación de un año de tra-
bajo de varios centenares de asociaciones, y de donde había salido el
compromiso de trabajar en una red entre todas las asociaciones para
intervenir con más fuerza en las decisiones públicas.
2
A veces se siguen mecánicamente los conceptos de Alexis de Toc-
queville (1805-1859), quien planteó una relación directa entre estados
débiles y sociedades civiles fuertes, que llevan aparejada una partici-
pación abierta; en las sociedades débiles y estados fuertes se produce
poca participación, con manifestaciones de violencia esporádicas.
3
El antropólogo Bruno Latour, de la Ecole des Mines de París, dijo,
cuando visitó Barcelona, que a tentados como el de las Torres Gemelas
ponen en tela de juicio la razón o por lo menos la idea de
modernización progresiva del planeta. «Ya no podemos sentarnos
todos alrededor de la razón, sino que debemos intentar ver qué está
bien o mal fabricado»
4
Ferri Durá, Jaime. «Movimientos sociales y poderes públicos»,
Consejo de la Juventud de España, 2001
5
La memoria será obligatoria para proyectos urbanísticos de gran
envergadura o de especial trascendencia y planes sectoriales o temá-

177
ticos que afecten al conjunto de la ciudadanía.
6
Una es el derecho a voz en los plenos, que queda a criterio del Alcal-
de, y otra hace referencia a la composición del Consell de la Ciutat.
7
Gomà, Ricard, «La Sociedad civil en democracia», UAB; ponencia
presentada en las jornadas DEMOS el 4 de marzo del 2001.

178
Cierre

La cuestión hoy no es (o es menos) qué hacer sino


cómo hacerlo, y más que producir discursos normativos
sobre lo que se debería hacer se trata de que la gente partici-
pe activamente en la orientación de su propio destino y la
construcción de las ciudades, los territorios de deseos -indi-
viduales y colectivos, conscientes y subconscientes-, territo-
rios de utopía y de democracia, en que la consagración del
ciudadano y la ciudadanía sea el corolario de la confianza
en la competencia del ciudadano.
Céline Sachs-Jeantet.

Entre los «buenos y los imprescindibles» de Barcelona, como


los llamaría Bertolt Brecht, hay una profunda nostalgia por el
tiempo en que los barrios estuvieron movilizados, allá en los
inicios de la democracia. La emoción es contagiosa cuando
los vecinos evocan cómo era su barrio y en lo que después
se transformó. Hay orgullo ciudadano por sentirse prota-
gonista de esos cambios. En los barrios hay un testimonio
de lo que es posible lograr cuando las fuerzas se conjugan
en una misma dirección.
Diferentes experiencias que ocurren en la ciudad evi-
dencian que la fuerza ciudadana está intacta cuando surge
una idea motivadora en la que es posible creer. Mientras la
participación en ámbitos oficales y en instituciones parece
decrecer, no son pocos los que asocian el repunte en la
participación informal de los últimos años con las ideas que
los movimientos sociales, contra la globalización del capital,

179
están inspirando a lo largo del mundo.
Las motivaciones saltan desde las pequeñas utopías
locales a otras que trascienden las ciudades, los países y los
continentes. Tal vez nunca haya sido tan evidente la íntima
relación entre lo local y lo global
Desde la diada del 11 de septiembre del 77 las calles de
Barcelona no se llenaban como en los últimos años: el medio
millón de personas en contra de la globalización neoliberal
en marzo del 20021. Alli se expresaron unos sentimientos
y unas ideas que no siempre están encontrado un cause.

Regresé a mi país cuando Estados Unidos había inva-


dido Irak. En la Argentina, destrozada y escéptica, había
asumido un nuevo presidente, con poco más del 20% de
votos, que volvía a generar esperanzas. Una esperanza que,
más allá de las bondades del gobierno, en muchos era la
misma actitud de espera de soluciones mágicas que llegan
de la mano hombres fuertes, de inversores «bondadosos»
o de fórmulas del FMI.
Las asambleas vecinales practicamente habían desa-
parecido. Si Argentina lograra liberarse de esas ilusiones y
de las condiciones que las generan, tal vez, podría avanzar
hacia proyectos colectivos de trasformación social.
La participación ciudadana en los asuntos públicos y
comunitarios, sea formal o informal, en cuestiones simples
o más complejas es un camino para lograr los pequeños
y grandes cambios que necesita la construcción de una
sociedad distinta, más justa para todos, donde sea posible
convivir entre las diferentes formas de ser en el mundo y
donde la política, con mayúscula, pueda ganarle el pulso a
los mercados.
«Otro mundo es posible» si hacemos lo necesario para
alcanzarlo.

180
Bibliografía

Ajuntament de Barcelona: Memoria del proceso de redacción de


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