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V a l o r e s m o r a l e s y c o m p o r t a m ie n t o s o c ia l 319

VALORES MORALES Y
COMPORTAMIENTO SOCIAL

Adela Cortina
Catedrática de Filosofía del Derecho, Moral y Política, Universi­
dad de Valencia.

I. ¿QUÉ SON LOS VALORES MORALES?

El mundo de los valores no sólo es espinoso, sino


también muy variado, porque existen distintos tipos de
valores de los que echamos m ano para acondicionar
nuestra existencia, y no sólo valores morales. Es mérito
de la Ética de los Valores haber intentado presentar ti­
pografías, clasificaciones de los valores, cada uno de
los cuales se considera desde dos polos, el positivo y el
negativo. Todos los valores positivos son importantes
para organizar una vida hum ana en condiciones, por­
que una existencia que no aspire a la alegría, a la utili­
dad, a la belleza, a la justicia o a la verdad, tiene bien
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poco de humana; pero no todos son importantes en el


mismo sentido.

Existen sin duda discrepancias entre las clasificacio­


nes presentadas por los partidarios de la Etica de los
Valores, por ejemplo, m ientras Scheler no incluye en su
clasificación los valores morales como un tipo peculiar
de valores, Ortega sí introduce un apartado dedicado
exclusivamente a ellos. Según Ortega, valores morales
serían, por ejemplo, la bondad, la justicia o la
lealtad (1). M ientras que Scheler, por su parte, entiende
que los valores morales no constituyen una clase pecu­
liar de valores, sino que la conducta moralmente ade­
cuada consiste en tratar de realizar en el mundo los
demás valores de una m anera correcta (2).

Naturalmente, no vamos a entrar en los detalles de


discrepancias como éstas, sino a tom ar de cada uno de
los autores lo que nos interesa para nuestro tema, por­
que cada uno de ellos tiene una parte de verdad. Nues­
tra sugerencia podría entonces recogerse en los siguien­
tes cuatro puntos:

1) Existen distintos tipos de valores, entre los que ca­


bría incluir:

ll) J . O r t e g a y G a s s e t , "Introducción a una estimativa. Qué


son los valores?", en Obras Completas, Madrid, Revista de Occi­
dente, VI, pp. 315-335.
(2) Max S c h e l e r , Ética, Madrid, Revista de Occidente, 1941, 2
vols.
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— Sensibles (Placer /Dolor; Alegría/Pena).

— Útiles (Capacidad/Incapacidad; Eficacia/Ineficacia).

— Vitales (Salud/Enfermedad; Fortaleza/Debilidad).

— Estéticos (Bello/Feo; Elegante/Inelegante; Armo­


nioso/Caótico).

— Intelectuales (Verdad/Falsedad; Conocimiento/ Error).

— Morales (Justicia/Injusticia; Libertad/Esclavitud;


Igualdad/Desigualdad; Honestidad/Deshonestidad;
Solidaridad/lnsolidaridad).

— Religiosos (Sagrado/Profano).

2) La conducta adecuada con respecto a los valores,


referida concretamente a los positivos, es la siguiente:

— Respetarlos allá donde estén ya incorporados.

— Defenderlos en aquellas situaciones en que se ven


en dificultades.

— Tratar de encam arlos en aquellos lugares en que


no se encuentran incardinados o donde dominen
los valores negativos <3).

131 Hans R e i n e r , Vieja y nueva ética, Madrid, Revista de Occi­


dente, 1964; Bueno y malo, Madrid, Ediciones Encuentro, 1985.
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3) Entre estos valores existen unos específicamente


morales, como la libertad, la justicia, la solidaridad, la
honestidad, la tolerancia activa, la disponibilidad al
diálogo, el respeto a la hum anidad en las demás perso­
nas y en la propia. Estos valores se especifican al me­
nos por tres factores:

• Dependen de la libertad humana, lo cual significa


que está en nuestra mano realizarlos.

• Precisamente porque dependen de la libertad hu­


mana, los adjetivos calificativos que se construyen
partiendo de valores morales no pueden atribuirse
ni a los animales, ni a las plantas ni a los objetos
inanimados.

• Una vida sin esos valores está falta de humanidad,


por eso los universalizaríamos', es decir, estamos
dispuestos a defender que cualquier persona debe­
ría intentar realizarlos.

Esto no significa que una persona servil, hipócrita o


mendaz deje por eso de ser persona. Significa más bien
que ha renunciado al proyecto de hum anidad que los
seres hum anos hemos ido descubriendo a través de si­
glos de historia como superior a otros, porque es el
que mejor acondiciona nuestro m undo para hacerlo ha­
bitable y fruible. Por el contrario, quien se propone
apropiarse de esos valores e ir incorporándolos en sus
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actitudes ante la vida, asume el proyecto que hemos


ido degustando como mejor.

4) No sólo son propios de la vida moral los valores


específicamente morales, sino también la disponibilidad
de la persona para realizar distintos valores, sean o no
morales, integrándolos de una forma plenamente hum a­
na. Es decir, la predisposición a encam ar valores de
utilidad, de salud o estéticos, pero organizándolos de
un modo armónico.

Por eso la dificultad fundamental consistirá en en­


contrar una piedra de foque que nos perm ita distinguir
qué valores son morales y cómo debemos integrar los
distintos valores, sean morales o no, para que resulte
una existencia verdaderamente humana. Todo esto está
estrechamente relacionado con la afirmación kantiana
de que hay seres que son valiosos en sí mismos, m ien­
tras que otros son valiosos para otra cosa, y que los
primeros pueden plantearse el proyecto de realizar a
fondo su propio valor.

Entra aquí una acepción del térm ino “valor", algo


distinta a la que hemos venido tratando hasta ahora, y
es la de que “humanizar" significa potenciar a los seres
que son valiosos en sí mismos —cualquier persona, in­
cluidos nosotros mismos—, mientras que “deshum ani­
zar” significa instrum entalizar a esos mismos seres.
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En efecto, en la Fundamentación de la Metafísica


de las Costumbres distingue Kant entre dos tipos de se­
res: aquéllos que tienen valor en sí mismos, que valen
por sí mismos, y aquéllos que, por el contrario, sólo
valen para otra cosa, distinta de ellos mismos (4).

Los seres que valen para otra cosa tienen un valor


relativo a ella. Dependiendo entonces de lo que valore­
mos para nuestra vida aquello para lo que valen, y
también de otros elementos, como la escasez del objeto
en cuestión, estaremos dispuestos a fijarles un precio y
a intercambiarlos. Remitiéndonos a la célebre teoría
que liga el valor de uso y el valor de cambio de los ob­
jetos, diremos que las cosas que tienen un valor relati­
vo pueden ser intercam biadas y, por tanto, se les puede
fijar un precio.

Sin embargo, existe otro tipo de seres que no son


valiosos para ninguna otra cosa que no sean ellos mis­
mos, sino que son en sí mismos valiosos. Éste es el ca­
so de las personas y, con ellas, de todos los seres racio­
nales. De ellos no se puede decir que cuando pierdan
determ inada característica podemos desembarazarnos
de ellos, porque su valor radica en ellos mismos y, por
lo tanto, no pueden perderlo. Por eso tienen un valor
absoluto, y no un valor relativo a alguna otra cosa. Al

(4) Immanuel K a n t , Fundamentación de la Metafísica de las


Costumbres, Real Sociedad Económica Matritense de Amigos
del País.
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relacionamos con este tipo de seres tenemos que tener


en cuenta, por tanto:

— Que no es legítimo instrumentalizarlos, porque no


valen para otra cosa, sino que son valiosos en sí.

— Que no podemos fijar un precio para ellos por­


que, al no tener valor de uso, resulta imposible
discernir a qué podrían resultar equivalentes y,
por tanto, fijar una medida para el intercambio.

— Que no tienen entonces precio, sino dignidad,


siendo la dignidad una expresión transitiva, ya
que cuando de algo se dice que es digno todavía
no hemos acabado la frase, sino que necesitamos
precisar de que es digno.

— Que este tipo de seres es digno de respeto al me­


nos en un doble sentido: no estamos legitimados
para causarles ningún tipo de daño físico o mo­
ral (sentido limitativo de todas nuestras accio­
nes), y es preciso tom ar en serio las metas que
se proponen ayudarles a alcanzarlas, siempre que
tales metas no sean un obstáculo para que los
demás alcancen las suyas.

Encontramos aquí la expresión "digno” como lo que


merece un tipo de trato: ahora lo digno es lo que me­
rece ser respetado y ayudado, de forma que cualquier
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aparente valor que vaya en contra de una persona deja­


rá de poder ser considerado como tal.

II. EVOLUCIÓN DE LOS VALORES MORALES

Ahora bien, conviene recordar que aunque los valo­


res son cualidades reales de las personas, las acciones,
los sistemas o las cosas, y aunque tienen una "mate­
ria”, de suerte que podemos distinguir unos de otros,
también es verdad que a lo largo de la historia y en las
diferentes culturas hemos ido dándoles cuerpo con dis­
tintos contenidos.

Obviamente, la historicidad del contenido de los va­


lores morales ha despertado frecuentemente la sospe­
cha de que su valía es relativa a las distintas épocas
históricas y a las diferentes culturas, de suerte que ca­
da una de ellas ha entendido por libertad, justicia o so­
lidaridad cosas bien distinta. De donde parece que de­
ba concluirse que nada puede afirmarse universalmente
a cuento de los valores, sino que es preciso atenerse a
cada una de las épocas para ver qué es lo que realmen­
te vale en ellas.

Sin embargo, una afirm ación sem ejante no es co­


rrecta. Ciertamente, hay una evolución en el conteni­
do de los valores morales, pero una evolución que im ­
plica un progreso en el modo de percibirlos, de suerte
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que en las etapas posteriores entendemos cómo los


han percibido en las anteriores, pero nos parece insu­
ficiente.

Lo cual significa que la evolución de lo moral no es


simple cambio, sino progreso moral, de forma que his­
tóricamente hemos ido recorriendo unas etapas y vol­
ver a las anteriores no es sólo cambiar, sino retroceder.
En este punto nos será de enorme utilidad la Teoría de
la Evolución Social, que Habermas ha diseñado en al­
gunas de sus obras como teoría de la evolución de la
conciencia moral de las sociedades, con la siguiente
clave: las sociedades aprenden, no sólo técnicamente, si­
no también moralmente (5), y este aprendizaje va acu­
ñando la forma de conocer de las personas que las
componen.

Tomando como base la teoría de Kohlberg, incluso


contando con las rectificaciones de Gilligan, diseña Ha-
bermas su teoría del desarrollo de la conciencia moral
social. A su tenor, las sociedades con democracia libe­
ral hemos realizado un proceso de aprendizaje que ha
acuñado ya nuestros esquemas cognitivo-morales. En
ese proceso de aprendizaje las sociedades ahora dem o­
cráticas han recorrido los tres niveles descritos por

(5) J. H a b e r m a s , La reconstrucción del materialismo histórico,


Madrid, Taurus, 1981; Conciencia moral y acción comunicativa,
Barcelona, Península, 1983. Para una exposición sucinta de la
teoría de la evolución social A. C o r t in a , Ética mínima, Madrid,
Tecnos, 1986, cap. 5.
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Kohlberg y han llegado al postconvencional, es decir, al


nivel en el que hemos aprendido a distinguir entre las
normas de nuestra com unidad concreta y principios
universalistas.
\

Estos principios tienen en cuenta a toda la hum ani­


dad, de modo que desde ellos podemos poner en cues­
tión tam bién las norm as de nuestras sociedades concre­
tas. Y esos principios entrañan un conjunto de valores
morales, que son universales: aquellos valores que erigi­
ríamos para cualquier persona. Con lo cual, el relativis­
mo queda arrum bado, porque hemos ido aprendiendo
al hilo de los siglos que cualquier ser humano, para
serlo plenamente, debería ser libre y aspirar a la igual­
dad entre los hombres, ser solidario y respetar activa­
mente su propia persona y a las demás personas, tra­
bajar por la paz y por el desarrollo de los pueblos,
conservar el medio am biente y entregarlo a las genera­
ciones futuras no peor que lo hemos recibido, hacerse
responsable de aquellos que le han sido encontrados y
estar dispuesto a resolver mediante el diálogo los pro­
blemas que pueden surgir con aquéllos que com parten
con él el m undo y la vida.

III. VALORES MORALES Y COMPORTAMIENTO SOCIAL

Tomar el pulso a distintos colectivos sociales con el


objetivo de averiguar cuáles son los valores que más es­
timan, construir su “perfil valorativo” es fundamental
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para tom ar conciencia de la propia identidad moral y


de las posibilidades y necesidades de cambio. De ahí
que en lo que sigue intentem os diseñar un termómetro
de los valores que componen la “ética cívica” que son
los compartidos, al menos en el nivel de la conciencia,
por las distintas éticas de máximos de una sociedad
pluralista, y que, como en otros lugares he comentado
con mayor detalle, serían fundamentalmente la libertad,
la igualdad, la solidaridad, el respeto activo y el diálo­
go, o, mejor dicho, la disposición a resolver los proble­
mas comunes a través del diálogo <6).

Pasando ya a tom ar el pulso a nuestros valores, nos


encontramos en prim era instancia con que no hay mo­
tivos ni para el triunfalismo ni para el catastrofismo.

No hay motivos para el triunfalismo porque, aunque


nadie se atreve a denigrar públicamente a los valores
mencionados, y aunque tirios y troyanos se hacen len­
guas de sus bondades, queda mucho camino por andar
en lo que toca a su realización. Entre las declaraciones
públicas sobre los valores que deben ser valorados y las
realizaciones de la vida corriente, entre el dicho y el
hecho, hay todavía un gran trecho. De ahí que las posi­
ciones triunfalistas disten mucho de tener una base su­
ficiente para el entusiasmo.

(61 A. C o r t i n a , La ética de la sociedad civil, Madrid,


Anaya/Alauda, 1994; Ciudadanos como protagonistas, Barcelona,
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 1999.
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Pero tampoco la tienen los catastrofistas y apocalíp­


ticos para proclam ar que nos encontramos en una épo­
ca de desmoralización como jam ás se vio en tiempos
anteriores, que el grado de inmoralidad alcanzado es
ya irrespirable. En realidad, conviene recordar que
nunca hubo un a Edad de Oro de la moralidad, nunca
hubo un tiempo en que los valores mencionados se vi­
vieran a pleno pulm ón y orientaran las opciones reales
de las gentes.

Situados más allá del triunfalismo y del catastrofis­


mo, repasaremos cada uno de los valores que compo­
nen la ética cívica, por ver cuáles son los verdadera­
mente apreciados, cuáles están más en el dicho que en
el hecho, y cuáles van quedando relegados incluso en
el dicho.

1) Libertad

La libertad es el prim ero de los valores que defen­


dió la Revolución Francesa y sin duda uno de los más
preciados para la humanidad. Quien goza siendo escla­
vo, quien disfruta dejando que otros le dominen y deci­
dan su suerte por él, está perdiendo una de las posibili­
dades más plenificantes de nuestro ser personas. Sin
embargo, tam bién es cierto que un valor tan atractivo
ha tenido y tiene distintos significados, y que conviene
diferenciarlos con objeto de averiguar si en nuestra so­
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ciedad la libertad es o no un valor en alza, o si lo es


sólo alguno de sus significados y otros no lo son.

A) Libertad como participación

• Caracterización

La prim era idea de libertad que se gesta en la polí­


tica y la filosofía occidental, es la que Benjamín Cons-
tant denominó “libertad de los antiguos” a), con la que
se refiere a la libertad de que gozaban los ciudadanos
en la Atenas de Pericles. “Libertad" significaba sustan­
cialmente “participación en los asuntos públicos”, dere­
cho a tom ar parte en las decisiones comunes, tras ha­
ber deliberado conjuntam ente sobre las posibles
opciones.

• Temperatura

Ante una idea de libertad como la que acabamos de


exponer cabe preguntar si es apreciada positivamente
en nuestro tiempo y en nuestra sociedad. En lo que
respecta a la participación política, creo que no es un
valor en alza entre nosotros. Por una parte, porque la
política ha perdido de algún modo el halo que en al­
gún tiempo le rodeara, y las gentes prefieren dedicarse

m Benjamín C o n s t a n t , Escritos políticos, Centro de Estudios


Constitucionales, Madrid, 1989, pp. 257-285.
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a otras actividades, propias de la sociedad civil. Pero


además tampoco ven los ciudadanos que su participa­
ción en las decisiones políticas lo sea realmente, por­
que en realidad se limita a ser una votación de tiempo
en tiempo, referida a programas que incluyen una gran
cantidad de apartados, con algunos de los cuales pue­
den estar de acuerdo y con otros, no, sin posibilidad de
discernimiento. Al final el ciudadano da su voto (que
no "participa políticamente”) al líder y al equipo que le
infunde mayor confianza, sea cual fuere el programa.

Obviamente, la participación puede y debe extender­


se a otros ámbitos de la vida social. Y es éste un tipo
de participación no suficientemente trabajado, porque
en realidad cada ám bito requeriría una forma de parti­
cipación peculiar. La extensión de la regla de las mayo­
rías a todos ellos puede ser nefasta, como ya señalaba
Tocqueville. Por eso im porta estudiar qué significa real­
mente participación en la empresa, en el hospital, en la
Universidad, en las asociaciones de vecinos, de consu­
midores, u otras organizaciones cívicas <8). Hay una
gran cantidad de espacios de participación en que las
personas pueden implicarse si desean ser libres en este
prim er sentido de libertad, y sin embargo, no parece
ser éste un valor en alza. Por el contrario, es el nuestro
un tiempo en que se aprecia más la vida privada que la

m A. C o r t in a , Ética aplicada y democracia radical, Madrid,


Tecnos, 1993.
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participación. Es el segundo concepto de libertad el


que se aprecia, más que el primero.

B) Libertad como independencia

• Caracterización

Como el mismo Constant recoge, el inicio de la Mo­


dernidad supone el nacimiento de un nuevo concepto
de libertad en los siglos xvi y xvil. La "libertad de los
modernos" o libertad como independencia, estrechamen­
te ligada al surgimiento del individuo.

En épocas anteriores se entendía que el interés de


un individuo es inseparable del de su comunidad, por­
que a cada uno de los individuos le interesa que sub­
sista y prospere la com unidad en la que vive, ya que
del bienestar de su com unidad depende el suyo propio.
Sin embargo, en la Modernidad empieza a entenderse
que los intereses de los individuos pueden ser distintos
de los de su comunidad, e incluso que pueden ser con­
trapuestos. Por lo tanto, conviene establecer los límites
entre individuos, como también entre cada individuo y
la comunidad, y asegurar que todos los individuos dis­
pongan de un espacio en que moverse libremente sin
interferencias. De aquí nacen las libertades o derechos
básicos, que garantizan un ámbito de independencia.
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Éste es el tipo de libertad más apreciado actualmen­


te, porque permite disfrutar de la vida privada. La vida
familiar, el círculo de amigos, las asociaciones cívicas,
los bienes materiales e inmateriales. A diferencia de la
democracia ateniense que identifica la auténtica liber­
tad con la participación en la vida pública, la Moderni­
dad estrena la libertad como independencia, como dis­
frute celoso de la vida privada.

• Temperatura

Que cada persona pueda gozar de un amplio abani­


co de libertades sin interferencias es sin duda una de
las grandes conquistas de la Modernidad. Pero enten­
der por “libertad" exclusivamente este tipo de indepen­
dencia da lugar a un individualismo egoísta, que exige
el respeto de los propios derechos, pero no está dis­
puesto a asum ir las responsabilidades por que esos de­
rechos se respeten universalmente, ni tampoco por la
supervivencia y desarrollo de la comunidad. Cuando lo
convincente sería afirmar, dando otro sentido al univer­
salismo kantiano, que un individuo sólo se ve legitima­
do para reclam ar determinados derechos cuando está
dispuesto a exigirlos para cualquier otra persona: que
yo no puedo exigir como hum ano un derecho que no
esté dispuesto a exigir con igual fuerza para cualquier
otro.

Nuestro tiempo no tiene en esto una temperatura


elevada, cuando lo bien cierto es que un valor que no
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se universalice deja de estar a la altura moral de nues­


tro tiempo. Sólo que unlversalizar las libertades todos
exige solidaridad, sin ayuda m utua resulta imposible
que todos puedan gozar de libertad.

C) Libertad como autonomía

• Caracterización

En el siglo xvni, con la Ilustración, nace una terce­


ra idea de libertad: la libertad entendida como autono­
mía. Libre será ahora aquella persona que es capaz de
darse sus propias leyes. Lo cual significa tom ar con­
ciencia de que existen un tipo de acciones que hum ani­
zan y otras que deshumanizan, como tam bién de que
ese tipo de acciones merece la pena hacerlas o evitarlas
precisamente porque nos humanizan o porque nos des­
humanizan, y no por cum plir mandatos ajenos.

Ser libre entonces exige saber detectar qué hum ani­


za y qué no, y estar dispuesto a incorporarlo en la vida
cotidiana. Y precisamente porque se trata de leyes co­
munes a todos los seres humanos, se trata de unlversa­
lizarlas, a diferencia de lo que podría ocurrir con un
individualismo egoísta.

Esta idea de libertad como autonom ía no sólo per­


tenece a una tradición liberal kantiana, sino que la in­
corpora el comunitarismo más relevante en la década
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de los noventa, dispuesto a unir orden y autonomía,


premodernidad y modernidad (9).

• Temperatura

La autonom ía exige un esfuerzo que bien pocos es­


tán realmente dispuestos a realizar. No es fácil tratar
de discernir sin reservas qué humaniza y optar por ello
en los casos concretos. A pesar del entusiasmo ilustra­
do por haber abandonado el oscurantismo, lo habitual
no es optar por leyes propias, sino sumarse a las aje­
nas, es decir: a) Las de la mayoría, sin discurso alguno,
lo cual favorece la natural tendencia —siguiendo de
nuevo a Tocqueville— de integrarse en el grupo más
fuerte. La regla de mayoría es útil para tom ar decisio­
nes políticas, siempre que se respeten las minorías, pe­
ro no es una ley moral, b) Las opiniones de determina­
dos m edios de com unicación, c) "Los hechos", la
costumbre, lo que presuntam ente —dice— no puede ser
de otro modo. Sin duda también los hábitos del cora­
zón componen la realidad social, pero no sólo ellos.

La libertad como autonom ía es una de las claves de


un mundo hum ano y puede unlversalizarse, siempre
que se practique la solidaridad.

|9) A . E t z io n i, La nueva regla de oro, Barcelona, Paidós, 1999.


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2) Igualdad

• Caracterización

El valor de la igualdad es el segundo de los que


proclama la Revolución Francesa, y tiene a su vez dis­
tintas acepciones: 1) Igualdad en el respeto de los dere­
chos que, como persona, se tienen. 2) Igualdad ante la
ley. 3) Igualdad de oportunidades. En virtud de la cual
las sociedades se comprometen a com pensar las desi­
gualdades naturales y sociales de nacimiento, para que
todos puedan acceder a puestos de interés. 4) Igualdad
en ciertas prestaciones sociales, que han sido unlversa­
lizadas, gracias al Estado social de derecho.

Obviamente, estas nociones de igualdad, políticas y


económicas, hunden sus raíces en la idea moral de
igual dignidad de todas las personas, por la que todas
merecen igual consideración y respeto. La igual digni­
dad de las personas, que tiene raíces religiosas y filosó­
ficas, exige mecanismos de igualación social como los
mencionados.

• Termómetro

El valor de la igualdad está encarnado en nuestras


sociedades verbalmente, pero en su aplicación la ley
dista mucho de tratar por igual a todos los ciudadanos,
y la desigualdad en cuanto a las oportunidades vitales
es todavía innegable. Por otra parte, las conquistas del
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Estado Social de Justicia están en peligro, porque se


intenta arrum bar algunas de ellas, fundamentales para
la igualación social en lo básico, tratándolas como de­
sajustes producidos por el Estado del Bienestar (,0).

Por último, las discriminaciones por razón de mise­


ria, pobreza, raza o sexo siguen formando parte de la
percepción habitual de los individuos en sociedades su­
puestamente en el nivel postconvencional.

Y, sin embargo, el valor de la igualdad es básico pa­


ra una sociedad que quiera situarse en el nivel moral
que le corresponde en el progreso en la evolución so­
cial.

3) Respeto activo

• Caracterización

En las democracias liberales es muy apreciado ver­


balmente el valor de la tolerancia, y ciertamente la tole­
rancia es preferible a la intolerancia. Sin embargo, la
sola tolerancia tiene el inconveniente de poder conver­
tirse fácilmente en indiferencia, y entonces, más que in­
terés por que el otro pueda vivir según sus convicciones

ll0) A. C o r t in a , Ciudadanos del mundo, Madrid, Alianza, 1997,


cáp. 3.
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y criterios, es desinterés. Por eso, la tolerancia así enten­


dida, es todavía un valor inferior al verdaderamente po­
sitivo, que es, más que tolerancia, respeto activo.

Consiste el respeto activo en el interés por compren­


der a otros y por ayudarles decididamente a llevar ade­
lante sus planes de vida. Cosa que no puede hacerse si
no es en relación con proyectos de vida que, por una
parte, respeten unos mínimos morales í") y que, aunque
no se com partan en su conjunto, representen para
quien los respeta un cierto punto de vista moral (U>.

• Temperatura

El respeto activo es un valor poco estimado verbal­


mente, bastante menos que la tolerancia pasiva, cuando
lo bien cierto es que incluso la tolerancia pasiva acaba
desapareciendo si no tiene su base en un aprecio posi­
tivo del otro y un cierto respeto por su cosmovisión.
Para lo cual no basta con la defensa verbal, sino que
es necesaria su encarnación en la vida cotidiana.

lll) A. C o r t in a , Ética m ínim a, Madrid, Tecnos, 1986.


(l2) A. G u t m a n n , “Introducción” a Ch. T a y l o r , El multicultura-
lismo y "la política del reconocimiento”, México, F.C.E., 1993, pp.
13-42.
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4) Solidaridad

• Caracterización

El valor solidaridad constituye una versión seculari­


zada del valor fraternidad. La fraternidad exige en bue­
na ley que todas las personas sean hijos del mismo Pa­
dre, idea difícil de defender sin un trasfondo religioso
común. Por eso la fraternidad de origen religioso cris­
taliza, secularizada, en la solidaridad; uno de los valo­
res más necesarios para acondicionar la existencia hu­
m ana y que resulta habitable, en la línea de lo que
veníamos diciendo.

El valor de la solidaridad se plasm a en dos tipos al


menos de realidades personales y sociales; a) En la re­
lación que existe entre personas que participan con el
mismo interés en cierta cosa, ya que del esfuerzo de
todas ellas depende el éxito de la causa común, b) En
la actitud de una persona que pone interés en otras y
se esfuerza por apoyar sus empresas o asuntos.

En el prim er caso, la solidaridad es un valor indis­


pensable para la propia subsistencia y la del grupo. En
el segundo caso, no es indispensable para la propia
subsistencia, ni siquiera para la del propio grupo, aun­
que hay asuntos que sin solidaridad pueden repercutir
en el bienestar individual y grupal a medio y, sobre to­
do a largo plazo (cuestiones de ecología, armamento
nuclear, biotecnologías, etc.). Sin embargo, en socieda-
V a l o r e s m o r a l e s y c o m p o r t a m ie n t o s o c ia l 341

des que pretenden haber accedido al nivel postconven­


cional en el desarrollo de la conciencia moral, lo que
es dudoso es que se pueda sobrevivir bien desde la in­
diferencia ante el sufrimiento ajeno. Ahora bien, así co­
mo el segundo tipo de solidaridad es siempre un valor
moral, el prim er tipo de solidaridad puede no ser un
valor moral.

En efecto, ejemplo del prim er tipo de solidaridad es


el de cualquier colectivo que necesita para sobrevivir
del esfuerzo de sus miembros, y esto puede hacerlo a
toda costa, incluso a costa de valores clave, como la
justicia. La solidaridad sólo es un valor moral cuando
no es grupal, sino universal, es decir, cuando las perso­
nas actúan pensando, no sólo en el interés particular
de los miembros de un grupo, sino tam bién de todos
los afectados por las acciones del grupo.

La solidaridad, como valor moral, no es pues gru­


pal, sino universal. Y una solidaridad universal está re­
ñida inevitablemente con el individualismo cerrado y
con la independencia total.

• Termómetro

La solidaridad, poco practicada entre los adultos, si


no es en casos puntuales de catástrofes, etc., es —se di­
ce— en nuestros días un valor en alza entre los jóve­
nes, sobre todo en su dimensión de voluntariado. Como
en alguna ocasión ha comentado Lipovetsky, la ética de
E l SIGLO XX: MIRANDO HACIA ATRÁS PARA VER HACIA DELANTE 342

estos tiempos dem ocráticos es más bien una ética "in­


dolora” poco entusiasm ada por los deberes, las obliga­
ciones y los sacrificios; es una ética que sólo se pone
en m archa por la espontánea voluntad de los suje­
tos (13>. Ahora el querer —no el deber— hacer las cosas,
es la “razón” más contundente para em barcarse en
una empresa. Por eso la voluntad, el querer o no hacer
las cosas, ha pasado a prim er plano. Esta prim acía de
la voluntad sería la clave del crecimiento del volunta­
riado.

Ahora bien, no cualquier producto de la voluntad


tiene esa calidad ética a la que llamamos “voluntaria­
do” sino que para tenerla debe cumplir al menos dos
condiciones: la acción voluntaria es un ejercicio ético
cuando tiene voluntad de cambio y hace camino con las
victimas (14). Donde las cosas no pueden cam biar tam­
poco es posible la ética, a quien no se le remueve el es­
tómago con las piltrafas, los desechos y los parias care­
ce de la fortaleza del voluntariado. Y es que la fuerza
de la ética no procede de una voluntad abstracta, sino
de una voluntad implicada en el sufrimiento y el gozo,
sacudida por la precariedad; una voluntad atenta, ca­
paz de descubrir fuentes de transformación, donde los
indolentes no ven nada. Para lo cual es insuficiente la

(l3) Gilíes L ip o v e t s k y , El crepúsculo del deber, Barcelona, ana­


grama, 1994.
<l4) J. G a r c ía R o c a , Solidaridad y voluntariado, Sal Terrae, San­
tander, 1994; A. Domingo, Ética y voluntariado, Madrid, PPC,
1997.
V a l o r e s m o r a l e s y c o m p o r t a m i e n t o s o c ia l 343

sola voluntad: es preciso también querer formarse téc­


nicamente para prestar una ayuda, no sólo cordial, sino
también eficaz, poniendo voluntad a la razón y razón a
la voluntad.

Obviamente, esta solidaridad de que hablamos es


universal, lo cual significa que traspasa las fronteras de
los grupos y de los países, y se extiende a todos los se­
res humanos, incluidas las generaciones futuras. De
donde surge la percepción de tres nuevos valores al
menos: la paz, el desarrollo de los pueblos menos favore­
cidos y el respeto al medio ambiente <l5). Estos valores
requieren solidaridad universal.

5) El diálogo

• Caracterización

El diálogo es un valor muy acreditado en la tradi­


ción occidental. Al menos desde Sócrates se tiene al
diálogo como uno de los procedimientos más adecua­
dos para encontrar la verdad, porque partimos de la
convicción de que toda persona tiene, al menos, una
parte de verdad, que sólo dialógicamente puede salir a
la luz.

1151 V. M a r t ín e z G u z m á n (ed), Teoría de la paz, Valencia, Ñau


Llibres, 1995; A. C o r t in a , Ética de la sociedad civil, cap. 6.
E L SIGLO XX: MIRANDO HACIA ATRÁS PARA VER HACIA DELANTE 344

Sin embargo, nos referimos aquí al diálogo más


bien como medio de resolución de conflictos superior a
la violencia y como procedimiento para discernir si una
norm a vigente es o no moralmente justa. En ambos ca­
sos los diálogos deberían reunir un conjunto de requisi­
tos, como los que pone sobre el tapete la ética discursi­
va. 1) Quien tom a el diálogo en serio no ingresa en él
convencido de que el interlocutor nada tiene que apor­
tar. Está, pues, dispuesto a escucharle. 2) Eso significa
que no cree tener ya toda la verdad y que el interlocu­
tor es un sujeto al que convencer. Un diálogo es bilate­
ral, no unilateral. 3) Quien dialoga en serio está dis­
puesto a escuchar para m antener su posición si no le
convencen los argumentos del interlocutor, o para mo­
dificarla si tales argumentos le convencen. Pero tam ­
bién está dispuesto a aducir sus propios argumentos y
a dejarse “derrotar” si viene al caso. 4) Quien dialoga
en serio está preocupado por encontrar una solución
correcta y, por tanto, por entenderse con su interlocu­
tor. “Entenderse” (sich verstandigen) no significa lograr
un acuerdo total, pero sí descubrir todo lo que ya tene­
mos en común. 5) La decisión final, para ser correcta,
no tiene que atender a intereses individuales o grupa-
les, sino a intereses universalizabtes, es decir, a los de
todos los afectados.

• Temperatura

Los diálogos están de moda en nuestras sociedades.


Las “cum bres” se suceden, y en ellas se reúnen los po­
V a l o r e s m o r a l e s y c o m p o r t a m ie n t o s o c ia l 345

derosos de la tierra para hablar de los problemas de


los débiles. Sin embargo, rara vez los débiles están in­
vitados; y, si lo están, rara vez cuenta sus intereses a la
hora de tom ar decisiones.

Por otra parte, el diálogo, así descrito, no suele ser


el medio para resolver las discrepancias ni en los paí­
ses ni entre ellos, sino más bien la negociación, en el
mejor de los casos, en sociedades organizadas desde la
idea de contrato. Y, sin embargo, es la forma más hu­
m ana de ir acondicionando nuestra existencia com ún y
de ir incorporando a ella aquellos valores que la hagan
realmente hum ana

Antes de term inar conviene aclarar que no hemos


mencionado el valor justicia, porque es un valor que
articula los restantes: el respeto a la libertad y su po­
tenciación, el fomento de la igualdad, la realización de
la solidaridad, como también tom ar las decisiones co­
munes dialógicamente, teniendo por interlocutores a to­
dos los afectados por ellas.

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