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Devocionario Eucarístico

PRESENTACIÓN
Por Mons. Elías Yanes

I. ADORACIÓN A LA EUCARISTÍA
1. El amor a la Eucaristía fuera de la Misa
2. Archicofradía de los Jueves Eucarísticos
3. Dios está aquí
4. Cristo, ofrenda permanente
5. La adoración eucarística
6. Adoración y solidaridad

II. MILAGROS EUCARÍSTICOS


1. Los corporales de Daroca
2. La iglesia del Corpus de Segovia
3. Santa Clara y los sarracenos
4. En El Escorial
5. En la Villa de Vilueña
6. El milagro de Lanciano

III. ORACIÓN MENTAL


1. Disposiciones para orar
2. Cómo prepararse
3. Dificultades en la oración
4. Los propósitos

IV. ORACIONES Y DEVOCIONES EUCARÍSTICAS


1. Para comulgar bien
2. La visita al Santísimo
3. Quince minutos con Jesús Sacramentado
4. Oración para antes de comulgar
5. Oraciones para después de comulgar
6. Adoro te devote
7. Lauda Sion
8. Oración del Ángel de Fátima
9. La Comunión espiritual

V. EXPOSICIÓN Y BENDICIÓN CON EL SANTÍSIMO

VI. CANTOS EUCARÍSTICOS


1. Cantemos al Amor de los amores
2. Dueño de mi vida
3. Jesús vivir no puedo
4. Oh buen Jesús
5. Jesús amoroso
6. Cerca de Ti, Señor
7. De rodillas, Señor, ante el Sagrario
8. Acerquémonos todos al altar
9. Te conocimos al partir el pan
10. Tú eres, Señor, el Pan de vida
11. Vaso nuevo

Presentación
Por Mons. Elías Yanes, Arzobispo de Zaragoza.
25 de julio de 1998. Solemnidad de Santiago Apóstol.

El Concilio Vaticano II nos recuerda las diversas formas


de la presencia de Cristo Resucitado: "Para llevar a cabo una
obra tan grande, Cristo está siempre en su Iglesia,
principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el
sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro,
«ofreciéndose ahora por el ministerio de los sacerdotes el
mismo que entonces se ofreció en la cruz», sino también, sobre
todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su
virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza,
es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es
Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica
y canta salmos, el mismo que prometió: Donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt
18,20)" (Sacrosanctum Concilium, n.7).

La presencia de Cristo bajo las especies del pan y del


vino eucarísticos se llama "real", como advirtió Pablo VI
(Mysterium fidei, 1965), no por exclusión, como si las otras
presencias no fueran también "reales", sino excelencia, por
antonomasia, por tratarse de una presencia substancial, por la
que se hace presente realmente el Cristo todo e íntegro.

La Iglesia expresa su fe viva en esta presencia de Cristo


invitando a adorar al Señor que está en las especies
sacramentales que se conservan en el Sagrario, y a las diversas
formas del culto eucarístico: horas de adoración, exposición
del Santísimo, bendición eucarística, procesiones eucarísticas,
congresos eucarísticos, etc (Juan Pablo II, El misterio y el
culto de la Eucaristía, 1980, n.3). Esta veneración es
inseparable de la celebración de la Santa Misa. La
participación en esta celebración de la Eucaristía es el
momento central del culto a Cristo, y, por medio de Cristo, al
Padre en el Espíritu Santo.

La adoración a Cristo presente en la Eucaristía nos hace


pensar en el misterio de la última cena y del Calvario.
Veneramos el "cuerpo entregado" de Cristo y su "sangre
derramada", como ofrenda y sacrificio de reconciliación y
alabanza de Cristo al Padre, ofrecido por nosotros y por todos
los hombres. Adoramos en la Eucaristía al Cristo resucitado que
continúa haciendo aquella ofrenda que hizo de sí mismo en la
última cena y en la cruz.
Este Cristo presente en la Eucaristía no está separado de
su Iglesia del cielo, de la que se purifica en el purgatorio y
de la que peregrina en la tierra (cfr. Lumen Gentium, n. 49).
Existe una profunda conexión entre la Eucaristía y la Iglesia:

"como la Iglesia hace la Eucaristía, así la Eucaristía


hace a la Iglesia... En la Comunión eucarística recibimos pues
a Cristo, a Cristo mismo; y nuestra unión con Él, que es don y
gracia para cada uno, hace que nos asociemos en Él a la unidad
de su Cuerpo que es la Iglesia" (Juan Pablo II, o.c. 4).

El culto verdadero a la presencia de Cristo en la


Eucaristía es inseparable de la fe en el amor y presencia de
Cristo en nuestro prójimo, especialmente en los pobres y en los
que sufren (cfr. Mt 25, 31-46). "En efecto, si la vida
cristiana se manifiesta en el cumplimiento del principal
mandamiento, es decir, en el amor a Dios y al prójimo, este
amor encuentra su fuente precisamente en el Santísimo
Sacramento, llamado generalmente el Sacramento del amor... La
Eucaristía significa esta caridad, y por ello la recuerda, la
hace presente y al mismo tiempo la realiza" (Juan Pablo II,
o.c. 5).

Nuestro encuentro con Cristo presente en la Eucaristía nos


impulsa a participar de los sentimientos del corazón de Cristo
(cfr. Flp 2,11) y a unirnos a Él en la voluntad que Él tiene de
que el Evangelio llegue a todos los hombres y a todos los
pueblos.

Cristo en la Eucaristía no está separado de Dios Padre. En


la Eucaristía sigue siendo "Camino" para nuestra comunión con
el Padre (cfr. Jn 14,6). Ni está separado del Espíritu Santo
(Jn 16,13). En la Eucaristía nos ofrece el don de su Espíritu.
Dóciles al Espíritu podemos vivir en íntima comunión con Cristo
y con el Padre (cfr. 2 Co 13, 11-13).

Las meditaciones y oraciones de este "Devocionario


Eucarístico" nos ayudarán a crecer en el amor verdadero a Jesús
presente en la Eucaristía. Así lo suplico a nuestra Madre la
Santísima Virgen del Pilar, para bien de toda la Iglesia.

I. Adoración a la Eucaristía
1. El amor a la Eucaristía fuera de la Misa

La presencia de Jesucristo en la Eucaristía es una


demostración del amor que Dios tiene a los hombres, que ha
querido perpetuar a través de los siglos y en cualquier lugar
del mundo su Sacrificio redentor, el misterio pascual, el
"paso" de Jesús de este mundo al Padre a través de su Muerte,
Resurrección y Ascensión al cielo (la Santa Misa), y además ha
querido permanecer con nosotros de forma sacramental en la
Hostia Santa para ser nuestro alimento, nuestra compañía y un

medio excepcional para que podamos demostrarle nuestra fe y


nuestro amor.

La celebración del Sacrificio de la Eucaristía se completa


con la Comunión de Cristo que se entrega por nosotros. La
presencia de las especies consagradas no pierden su carácter de
alimento por el hecho del intervalo que separa las palabras de
la Consagración del momento en que se va a comulgar.

Por eso, desde los inicios del cristianismo se reservaron


las Sagradas especies para poder llevarla a los enfermos y para
que los fieles pudieran comulgar fuera de la Misa. La
conservación de las Sagradas especies introdujo la costumbre de
adorar este Manjar del cielo conservado en el Sagrario.

Según diversos documentos del Magisterio de la Iglesia, el


misterio eucarístico hay que considerarlo en toda su amplitud,
tanto en la celebración misma de la Misa como en el culto de
las Sagradas especies que se reservan después para prolongar la
gracia del Sacrificio (Cf. Pío XII, Enc. Mediator Dei; Pablo
VI, Enc. Mysterium fidei, Conc. Vat. II, Presbyterorum
ordinis). Hay una unidad y una estrecha interrelación entre el
Sacrificio, el Alimento y la Presencia real. La participación
en la celebración eucarística ha de llevar a la Comunión y a la
adoración después de la Misa; y la adoración eucarística -que
tiene su inicio en la Misa- debe tener como fin la mayor y
mejor participación en la celebración. Aislar uno de los
elementos haría caer en desviaciones que tal vez pudieran darse
por falta de formación teológica.

Por eso, aunque en este Devocionario no se trata de la


celebración eucarística (la Santa Misa), sino del culto a la
Eucaristía fuera de la Misa, debemos tener claro que el punto
de referencia ha de ser el Sacrificio eucarístico, al que deben
acercarnos las consideraciones que aquí hacemos para participar
lo más frecuente y piadosamente que nos sea posible.

Dicho esto, nos ceñiremos a nuestro propósito, porque la


Iglesia demuestra su fe y su amor a la Eucaristía no sólo en la
celebración eucarística (la Misa) sino también con otras
manifestaciones de culto: "La adoración a Cristo en este
Sacramento de amor debe encontrar expresión en diversas formas
de devoción eucarística: plegarias personales ante el
Santísimo, horas de adoración, exposiciones breves,
prolongadas, anuales (las cuarenta horas), bendiciones
eucarísticas, procesiones eucarísticas, Congresos eucarísticos"
(Juan Pablo II, carta Dominicae Cenae, 24.II.1980, n. 3).
Estas demostraciones de piedad constituyen una de las
mayores pruebas de la fe y del amor de los cristianos a Dios.

De una parte, son muestra de gratitud ante el sublime don


recibido: Dios mismo, que con tan gran "deseo" (desiderium
desideravi) quiso instituir este Sacramento, y ante el que no
debemos quedar indiferentes ni podemos acostumbrarnos, pues
realmente Dios está entre nosotros y para nosotros.

Por otra parte, el amor a la Eucaristía es la


manifestación lógica y adecuada de la fe del cristiano. Esta
virtud teologal infundida por Dios no consiste solamente en
conocer y estar de acuerdo con lo que Dios nos revela, sino en
vivir según lo que creemos. La vida cristiana es ante todo
"vida" que, comenzada en el Bautismo y potenciada en la
Confirmación, alcanza su culmen en este Sacramento. Saber que
Dios está escondido ahí en las dimensiones de las especies
sacramentales y no comulgar ni acercarse a su vera para
adorarle, sería un conocimiento estéril, una fe sin obras,
muerta.

De modo semejante a como la vida natural se manifiesta en


el movimiento y en la acción, la fe se demuestra en la vida, en
las obras. Y si bien la fe debe informar todas las dimensiones
y relaciones humanas, necesita primariamente demostrarse en el
trato con Dios, donde se alimenta esa vida sobrenatural, que
son los sacramentos, las oraciones y las devociones. Ser
cristiano no se limita a ser buena persona en la vida diaria,
sino que consiste en vivir de la fe y del amor en el transcurso
del día, demostrándolo en la relación con sus hermanos. Pero
para eso tiene que circular por las venas de su alma la vida
divina, y la fuente y el culmen de esa vida es la Eucaristía.

Han sido muchas y diversas las iniciativas que Dios mismo


ha inspirado a los hombres para que manifiesten su amor a este
augusto Sacramento. Uno de los cauces para la veneración a
Cristo en la Eucaristía es la archicofradía de los Jueves
Eucarísticos, nacida a principios del siglo XX y que se ha
desarrollado en muchísimas parroquias de todas las diócesis
españolas y en muchas otras del mundo entero, y que ha sido
alentada por la jerarquía eclesiástica. Para los que forman
parte de esta archicofradía y para los que no tengan noticia
aún, queremos reseñar brevemente algunos datos históricos que
permitan conocer esta institución, ya que podría ayudarles a
crecer en su amor a la Eucaristía.
I. Adoración a la Eucaristía
2. La Archicofradía de los Jueves Eucarísticos

Nació en 1907, en Vigo, como fruto de los Decretos que


fomentaban la Comunión frecuente y diaria del Pontífice San Pío
X. Fue su fundador el capuchino R. P. Juan de Guernica, que dio
forma a la inspiración divina que tuvieron doña María Saracho y
Spínola y su hija María Margarita, siendo aprobada

el 14 de agosto de ese año por el entonces Obispo de Tuy, don


Valeriano Menéndez Conde.

La finalidad que se pretendía era que el jueves, día en


que el Señor instituyó la Eucaristía como muestra de su amor
hasta el extremo por nosotros, hubiera cristianos que quisieran
comprometerse a dedicar en ese día de la semana un rato largo
para adorar a Jesús Sacramentado, y lo hicieran según un modo
establecido en grupos de doce personas, como doce fueron los
apóstoles.

La meditación con el recuerdo de aquel largo rato de


oración de Jesús en el Cenáculo podía despertar afectos y ser
la hora del amor, que preparase a la recepción de la Sagrada
Comunión.

Después, el P. Guernica la presentó al Congreso


Eucarístico Internacional de Madrid en 1911, el cual aprobó por
unanimidad esta conclusión: Establézcase en todos los pueblos
la Obra de los "Jueves Eucarísticos". En mayo del año siguiente
algunos Caballeros del Pilar formaron un "coro" de adoración y
poco después el Padre Guernica entregó esta iniciativa -bajo el
patrocinio de la Virgen del Pilar- en manos de una Junta,
encabezada por don Juan Buj y ayudado de varios sacerdotes y
seglares. Enseguida contó con la aprobación del arzobispo de
Zaragoza, don Juan Soldevilla y Romero.

Constituida esta primera Junta Nacional, posteriormente


fue elevada a Universal por los Decretos de Su Santidad
Benedicto XV, el 5 de diciembre de 1920, y de Pío XI, el 12 de
junio de 1923, en que decretó que "después de haber oído el
parecer del Cardenal Prefecto de la Congregación del Concilio,
con Nuestra Autoridad Apostólica y en virtud de las presentes,
queremos y decretamos: que a la Archicofradía titulada de los
Jueves Eucarísticos canónicamente erigida en Zaragoza, puedan
agregarse todas las Asociaciones del mismo nombre que existan,
no sólo en España, sino en todo el orbe de la tierra". En 1957,
al cumplir las bodas de oro, la Revista de la archicofradía que
lleva el mismo nombre, indicaba que eran más de veinte mil los
centros establecidos en el mundo -parroquias, Ordenes y
Congregaciones religiosas- que cobijaban a varios millones de
asociados, y que para celebrar esa conmemoración, el Centro
Universal de la Asociación que se hallaba en Zaragoza, entregó
al Arzobispo de la diócesis, don Casimiro Morcillo y González,
dieciocho custodias para las iglesias que se habían edificado
en los suburbios de la ciudad con el fin de fomentar el culto
eucarístico.

El jueves 17 de octubre de 1957 Su Santidad el Papa Pío


XII dirigió a esta obra un radiomensaje a las ocho y media de
la tarde, momento en el que se estaba celebrando en los Centros

una Hora Santa extraordinaria, y que pudo ser escuchado por


Radio Nacional. Especial mención mereció la que se celebró en
la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, con asistencia de
todos los Centros y Banderas de Zaragoza.

La Revista oficial de los Jueves Eucarísticos, en su


número extraordinario de diciembre de 1957 publicó el
rediomensaje de Su Santidad, del cual transcribimos unos
párrafos: ¿Quién hubiera podido soñar con los veinte mil
Centros de hoy, los millones de asociados y, en una palabra,
con esta grande hoguera cuya luz y cuyo calor perciben todos?
¡Cuántas ciudades y cuántos pueblos purificados y renovados;
cuántas parroquias y cuántos centros vivificados y
beneficiados; cuántas almas santificadas y hasta sublimadas a
los más altos ideales de la perfección cristiana.

Poco a poco, la aprobación de insignes Prelados, la


recomendación del Congreso Eucarístico Internacional de Madrid
(1911), la Bendición de los Sumos Pontífices, el especialísimo
favor de ser recibidos bajo el manto maternal de la Patrona y
Reina de España...

Bien está, pues, hacer de todos los jueves del año una
jornada dedicada especialmente a la evocación de aquel gran
día, en que nuestro amabilísimo Redentor, "cum dilexisset suos,
qui erant in mundo", aunque siempre amaba a los suyos en esta
tierra, entonces les amó hasta el extremo, no sólo quedándose
con ellos para siempre, sino también dándoseles como alimento,
produciendo así en sus almas los más maravillosos efectos y
concediéndoles la perfección y la consumación de la vida
sobrenatural, que aquí halla sustento, crecimiento, reparación
y gusto...

Que vuestra Archicofradía, y todas las instituciones


similares que en la Iglesia de Dios florecen, crezcan y se
desarrollen hasta inundar y llenar las respectivas naciones,
hasta llegar a todo el mundo y a todas las almas,
comunicándoles el amor a la Eucaristía, a esa Eucaristía que ha
de salvar al mundo.

En ese número de la Revista se recogían los testimonios


del Nuncio del Papa en España, del Cardenal Arzobispo de
Toledo, del Cardenal Arzobispo de Santiago, del Cardenal
Arzobispo de Tarragona, y de sesenta y tres Obispos españoles
con palabras de alabanza para esta institución y alentando a
promoverla en las Parroquias con el fin de que todos pudieran
aprovecharse de sus bienes espirituales.

Estos los últimos decenios el Espíritu Santo ha suscitado


otros modos de piedad en el seno de la Iglesia; a la vez, se
puede constatar que algunas prácticas piadosas tradicionales

se realizan actualmente de un modo distinto a como se hacían en


años pretéritos. Sin embargo siempre será imprescindible la
adoración al Santísimo Sacramento, pues es parte esencial de la
demostración de la fe de la Iglesia.

En estos años, la Revista de los Jueves Eucarísticos,


editada en Zaragoza, ha seguido llegando a los cientos de
Centros que están suscritos, siendo de alguna manera vínculo de
unión entre ellos, y ha servido de expansión para promover el
culto a la Eucaristía, sobre todo en Sudamérica, especialmente
en Perú donde hay setenta y cinco Centros.

I. Adoración a la Eucaristía
3. Dios está aquí

Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor: Dios


está aquí. Es inaudito, pero es la realidad. Para quienes no
tienen fe es increíble, pero no lo es para quienes creemos en
la palabra de Dios. Jesús lo afirmó con claridad: Quien come mi
carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (Jn 6,56).

Muchos le abandonaron entonces porque, sin la fe, esas


palabras resultan duras de admitir. Jesús, sin embargo, no
rebajó su contenido. ¿Queréis marcharos?, preguntó a sus
apóstoles. Porque las cosas son así, esta es la realidad.
Pedro, movido por Dios, afirmó: Señor, ¿a quién vamos a ir?, de
quién nos vamos a fiar, si sólo Tú tienes palabras de vida
eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo
de Dios (Jn 6,68).

Agradecemos a Dios que nos haya dado a conocer esta


verdad, pero se requiere como respuesta un acto de fe personal:
Te creo, Señor; si Tú lo dices, será así. Para eso hacía Jesús
los milagros, para que, viendo sucesos extraordinarios,
creyeran cosas humanamente increíbles, misterios que sólo sabe
Dios y de los que desea hacernos partícipes. Los contenidos de
la fe son un regalo para los que tienen fe, para los humildes.
Quien se fía de alguien que sabe más acaba sabiendo lo que no
conocía. Los cristianos conocemos realidades maravillosas y
salvíficas que no pueden ser conocidas los quienes se guían
exclusivamente por sus propias evidencias, su experiencia y su
limitada razón. La Eucaristía, en este sentido, es un regalo
para los que tienen fe.

En la Biblia se descubre el interés de Dios por estar


cerca de los hombres, de aquellos que le pueden reconocer como
Dios. Por eso, Dios hizo una alianza con el pueblo de Israel.
Ellos se comprometían a escuchar su voz y a obedecerle, y Dios
se comprometía a estar en medio de ellos y a protegerles.

Su presencia estaba en un lugar sagrado (la Shekinâ): Me harán


un santuario y habitaré en medio de ellos (Ex 25,8). Primero
fue la "Tienda del encuentro" durante el éxodo por el desierto
y luego instalada en Jerusalén, y después reemplazada por el
Templo de Salomón. Allí, en el "Sancta sanctorum" habitaba Dios
de una manera especial en medio de su pueblo.

Pero al llegar la plenitud de los tiempos, Dios mismo puso


su tienda entre los hombres, y habitó entre nosotros, como dice
Juan en el prólogo de su Evangelio (Jn 1,14). Aquella presencia
de Dios en medio de Israel quedó sustituida por un Hombre en
cuyo cuerpo habita en plenitud la divinidad. Jesús es el
Emmanuel, Dios con nosotros. Él predijo a los judíos que, si le
mataban, ya no habría templo en Jerusalén, y que Él al tercer
día reedificaría otro templo no hecho por mano de hombre.

Una vez resucitado ya no iba a haber más templo ni lugar


donde se adorara a Dios, porque los verdaderos adoradores
adorarían en espíritu y verdad. Ya no sería un "lugar" donde se
adoraría a Dios, sino una Persona: dondequiera que se halle el
Cuerpo de Cristo, allí estará Dios. Quien desee encontrarse con
Dios tiene que ir a Él, porque no se nos ha dado otro nombre
bajo el cielo, no hay otro camino, no hay otro lugar. Cristo
está en su Iglesia (Mt 28,20) y en todo hombre que permanezca
en su palabra y en su amor (Jn 14,16; 15, 4-9), pero de una
manera especial -de modo sacramental- en su Cuerpo y en su
Sangre (Jn 6,56): Esto es mi cuerpo..., ésta es mi sangre...
(Mc 14,22; 1 Cor 11,24).

En los sacramentos de la nueva ley se simboliza con signos


visibles la realidad que contienen, y en ellos se hace presente
Cristo y nos da su gracia; pero "El modo de presencia de Cristo
bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía
por encima de todos los sacramentos y hace de ella como la
perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos
los sacramentos. En el santísimo sacramento de la Eucaristía
están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y
la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor
Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero. Esta presencia
se denomina real, no a título exclusivo, como si las otras
presencias no fuesen reales, sino por excelencia, porque es
substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace
totalmente presente" (C.E.C., 1374).

La Eucaristía hace presente aquí -en las dimensiones del


pan y del vino consagrados- a Cristo vivo, y lo hace presente
continuamente en la Iglesia a través de los siglos. La
Eucaristía no es una simple referencia a la persona de Cristo,
sino que es su misma Persona.

I. Adoración a la Eucaristía
4. Cristo, ofrenda permanente

"La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la


actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio,
en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. Cuando la
Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de
Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo
ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre
actual" (C.E.C., 1.62 y 1.364). Cristo permanece en la
Eucaristía como estaba en la Cruz, ofreciéndose al Padre, y
ofreciéndose por nosotros.

Jesús vino a este mundo, como decimos en el Credo, "por


nosotros los hombres y por nuestra salvación". El momento
álgido (el kairós) de su estancia en la tierra fue su muerte y
resurrección, el misterio pascual. Por medio del pan y del
vino, la Eucaristía hace presente a Cristo en ese misterio
salvífico de su vida: Siempre que coméis este pan y bebéis este
cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva (1 Cor
11,26), escribió san Pablo. Para los primeros cristianos y para
los que vendrían después, Jesús resucitado era "el Señor",
Dios; y aunque cuando se hace presente ahora, lo hace tal como
vive actualmente, es decir, resucitado, su modo estar ahí es en
estado de ofrenda, de entrega.

Cristo nos salvó por su obediencia y su amor, manifestados


en su sufrimiento y la muerte -Se humilló a sí mismo haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2,8)- en un
acto de entrega y de ofrenda al Padre en favor de sus hermanos
los hombres, y esa misma disposición es la de Cristo cuando
aparece en el momento de la Consagración de la Misa, y no sólo
en ese momento, sino mientras duran las especies sacramentales.

"Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse


presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que
Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso
darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en
la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial
del amor con que nos había amado hasta el fin, hasta el don de
su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece
misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se
entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y
comunican este amor" (C.E.C. 1380).

Y de la misma manera que decimos que Jesús no vino a la


tierra simplemente para estar sin más por Palestina, sino para
entrar en relación con los hombres, para hablarnos, para
salvarnos, darnos ejemplo y que los hombres pudiéramos entrar
en relación personal con Él, también podemos decir que la
presencia de Cristo en la Eucaristía no es simplemente para
"estar ahí", sino que se ha quedado "para nosotros".

Su presencia real tiene unos fines: "fin primario y primordial


es la administración del Viático; los fines secundarios son la
distribución de la comunión fuera de la misa y la adoración de
Nuestro Señor Jesucristo presente en el Sacramento" (Ritual de
la sagrada comunión y del culto eucarístico fuera de la misa,
n. 5).

Jesús nos invita -siempre que nos acerquemos con las


debidas disposiciones- en primer lugar a la Comunión con Él.
Así lo expresan sus mismas palabras: Tomad, comed: esto es mi
cuerpo (Mt 26,26). La Eucaristía no fue instituida para estar
simplemente milagrosamente en el sagrario, sino que es "para
nosotros", para que Le recibamos como alimento espiritual de
nuestras almas.

Pero además su presencia constante en las especies


sacramentales es una invitación suya a que le acompañemos pues
bien sabe Dios que necesitamos de su cercanía, ya que la
amistad lo requiere y desea. Ha sido un deseo de Jesús de estar
cerca de nosotros, y es una necesidad para el cristiano, porque
después de la misa siente la necesidad de decirle lo que Le
dijeron los discípulos de Emaús: Quédate con nosotros (Lc
24,29). Y Él, que tanto desea nuestra compañía, ha accedido a
nuestro querer. Su presencia real se ofrece a nosotros para que
entremos en ese diálogo de persona a Persona con Él. Jesús en
la Eucaristía es una ofrenda permanente al Padre y una ofrenda
permanente para nosotros.
A la vez, es siempre una interpelación a que el amigo viva
como Él vive en la Eucaristía: ofreciéndose al Padre. Es una
invitación a participar en el sacrificio de la nueva alianza
-que es vida para nosotros-, con las actitudes de Cristo, que
se anonadó y obedeció al Padre entregando su vida hasta el fin.
Una invitación, en fin, que comprometa a quien adora, y también
él esté dispuesto a ofrecerse al Padre en favor de sus hermanos
los hombres.

La adoración eucarística no puede quedarse, por tanto, en


una asistencia pasiva ante la Hostia expuesta o ante el
sagrario. Adorar ha de ser ante todo una comunión con Cristo en
su misterio pascual de muerte y resurrección.

Comunión que tiene como fin la plena configuración con


Cristo hasta poder decir como San Pablo Ya no vivo yo, pues es
Cristo el que vive en mí (Gal 2,20). La adoración eucarística
se convierte entonces en una adoración al Padre, en Cristo, por
el Espíritu Santo, en una adoración en espíritu y en verdad (Jn
4,24), como desea Dios que se le adore.

I. Adoración a la Eucaristía
5. La adoración eucarística

Si bien al hablar del sacrificio de la Misa el Catecismo


dice que "la Eucaristía es un sacrificio porque representa
(=hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su
memorial y aplica su fruto" (C.E.C. 1366), algo semejante puede
decirse de la Eucaristía como sacramento, pues Cristo que está
en Ella resucitado, está en actitud oferente, en permanente
ofrenda al Padre por nosotros.

La cumbre del culto a Dios es el Sacrificio de la Cruz que


se renueva cada día en nuestros altares, pero como la
permanencia de Cristo en las especies sacramentales hace
referencia directa al Sacrificio eucarístico, bien puede
decirse que los fines de la Misa se prolongan en el Sacramento:
la adoración, impetración de perdón, la petición y la acción de
gracias. Cristo Sacerdote permanece en la Eucaristía como
mediador para que nuestro culto sea agradable al Padre.

La adoración eucarística es adoración a Cristo, verdadero


Dios. Pero también es adoración al Padre a través de nuestro
mediador que es Él: "La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo,
participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece
totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los
hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también
el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los
fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se
unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un
valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da
a todas a las generaciones de cristianos la posibilidad de
unirse a su ofrenda" (C.E.C. 1368).

He aquí el sacerdocio común de todos los fieles, que por


estar bautizados pueden dar culto agradable a Dios, y unidos a
Cristo oferente en la Eucaristía (en el sacrificio de la Misa
primordialmente) pueden participar del sacerdocio de Cristo,
ofreciéndose ellos mismos y todas sus actividades en una total
disponibilidad al Padre. El Sacramento de la Eucaristía, como
prolongación del Sacrificio del Altar, es donde el cristiano
puede -por Cristo, con Él y en Él- rendir el culto más excelso:
adorar, dar gracias, pedir bienes y pedir perdón. "La Iglesia y
el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús
nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo
para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación
llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del
mundo. No cese nunca nuestra adoración" (Juan Pablo II, Carta
Dominicae Cenae, 3).

Aunque la oración ante la Eucaristía no se sitúa en el


ámbito de la liturgia sacramental, sino en el de la oración
cristiana, sin embargo está en íntima relación con ella, ya

que la presencia de Cristo en el pan consagrado es consecuencia


del Memorial celebrado (de la Misa). Porque el Cuerpo y la
Sangre de Cristo se hacen presentes en la celebración
eucarística, puede ser adorada la eucaristía al permanecer las
especies sacramentales.

Por eso no sólo en la celebración litúrgica, sino también


fuera de la misa la eucaristía conserva su profundo sentido
sacrificial, pascual y de comunión: "La exposición de la
santísima Eucaristía, sea en el copón, sea en la custodia,
lleva a los fieles a reconocer en ella la maravillosa presencia
de Cristo y les invita a la comunión de corazón con él. Así
fomenta muy bien el culto en espíritu y en verdad que le es
debido" (Eucharisticum mysterium, 60).

Esa comunicación con Cristo presente y cercano hace que se


vayan imprimiendo en nosotros sus mismos sentimientos. La
oración ante la Eucaristía se alimentará con las palabras del
mismo Jesús en su evangelio, pero la sola meditación de su
presencia eucarística mueve al orante en su actitud de acogida
y escucha a advertir lo que Él quiere decirnos en su presencia
silenciosa: la humildad, la generosidad, la pureza, la
caridad..., y que el pan está allí para ser comido, y que ese
pan que se entrega por muchos es signo de la comunión entre los
cristianos.
I. Adoración a la Eucaristía
6. Adoración y solidaridad

Jesús fue a la vez e inseparablemente el contemplativo del


Padre y el que tanto trabajaba en servicio de los demás que no
tenía tiempo ni para comer. Por eso, aunque en la Iglesia haya
diversos carismas y se distinga entre almas contemplativas y
las que se dedican a la acción evangelizadora, en realidad no
debe de haber una contraposición radical, pues todos hemos de
cultivar esas dos proyecciones.

Es una riqueza inmensa para todos la adoración de la


Hostia expuesta en los conventos de clausura durante largos
ratos, incluso de modo permanente. Sin embargo, esa personas,
deben de tener presente a los que se desviven en su compromiso
de acción, y en la medida en que puedan, ellas mismas han de
sentir la urgencia de evangelizar. Sirva de ejemplo Santa
Teresita de Lisieux, que sin haber salido nunca del convento,
es sin embargo patrona de las misiones.

Asimismo, quienes se dedican a los enfermos, a la


enseñanza, o desarrollan sus deberes profesionales y
familiares, no deben dejar de tener un tiempo dedicado a la
oración, y concretamente a la adoración a Jesús Sacramentado,
de donde sacarán su fuerza, y donde, al reavivar la presencia

de Cristo, se reavivará la presencia de los otros Cristos, los


hombres.

Por tanto, sea cual sea el carisma de una institución


dentro de la Iglesia, y aunque sea mucho el trabajo -la acción-
que el cristiano tenga que desarrollar, nunca ha de faltar un
tiempo dedicado a la adoración a Cristo, como medio
importantísimo por donde Dios nos concederá la profundidad en
la oración, la eficacia de nuestra labor y el verdadero sentido
de la solidaridad.

Unas palabras de la Madre Teresa de Calcuta pronunciadas


en el Congreso Eucarístico de Nairobi (1985) pueden servir de
testimonio elocuente: «Si de verdad aspiramos a crecer en el
amor, hemos de volver a la Eucaristía y a la adoración. Hasta
1973 teníamos en nuestro instituto media hora semanal de
adoración al Santísimo. Pero entonces, con motivo del Capítulo
General, decidimos por unanimidad fijar una hora diaria de
adoración. Tenemos mucho que hacer, como es bien sabido, porque
nuestros hogares para enfermos, leprosos y niños abandonados
están en todas partes a plena ocupación. Sin embargo, nos
mantenemos fieles a nuestra hora diaria de adoración. Pues
bien: desde que introdujimos este cambio de la hora diaria de
adoración, nuestro amor por Jesús es más íntimo, es más
comprensivo nuestro amor recíproco, reina una mayor felicidad
entre nosotras, amamos más a nuestros pobres. Y, lo que es más
sorprendente, se ha doblado el número de vocaciones».

En su despedida entrañable en el Cenáculo, Jesús expresó


un deseo que conviene que no olvidemos nunca: Cuando me vaya y
os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré
conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros (Jn
14,3). Jesús se fue al cielo el día de su Ascensión, pero quiso
quedarse en la tierra en la Eucaristía. Él quiere que lleguemos
a estar con Él en ese lugar reservado en el cielo, pero
indudablemente desea que estemos ya juntos en este lugar en la
tierra que es la Eucaristía: que donde Él está, estemos también
nosotros.

Con esto nos demostraba, una vez más, que es el gran


solidario con los hombres. Si de verdad creemos que está
presente en la Eucaristía, nos daremos cuenta que Él es nuestro
primer prójimo, y estaremos a su vera -sin prisa, que sea lo
primero de todo- adorándole, acompañándole. Él, que no se deja
ganar en generosidad, solucionará todos nuestros pesares y
necesidades; y sobre todo nos concederá aquello que más
necesitamos y que sólo Dios puede dar: la Fe, la Esperanza y la
Caridad.

II. Milagros Eucarísticos


II. MILAGROS EUCARÍSTICOS

Los cristianos sabemos que en el Pan y el Vino consagrados


están el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de
Jesucristo, y tenemos certeza absoluta porque Jesús -que es
Dios- así nos lo dijo. Los sentidos sólo captan los aspectos
sensibles, pero nuestra inteligencia no tiene como única fuente
de conocimientos lo que se capta por los ojos o por el tacto:
hay cosas que sabemos y de las cuales tenemos certeza absoluta
que son así en la realidad porque nos las han dicho.

La fe es una fuente de conocimiento muy común en las


personas; de hecho casi todo lo que sabemos lo conocemos porque
nos lo han contado. Y si el que nos habla es Dios, no hay mayor
seguridad de que las cosas son tal y como Él nos las dice, pues
la realidad es como Dios la ha pensado y la ha hecho y la
verdad tal como Él la dice.

A los discípulos de Jesucristo les parecía increíble que


pudieran comer su Cuerpo y beber su Sangre, y por eso, cuando
en Cafarnaún les prometió la Eucaristía muchos le abandonaron.
Pedro, sin embargo, dijo: ¿A quien iremos? Sólo tú tienes
palabras de vida eterna. Aunque nos parezca insólito, sabemos
que es así porque Tú lo dices.

La Eucaristía es un premio para los humildes que se fían


de lo que Dios dice. Pero además, Dios ha querido hacer algunos
milagros a lo largo de los siglos para mostrar que Él puede
haberse quedado escondido y vivo en las especies sacramentales.
Anotaremos brevemente algunos milagros eucarísticos, pero que
quede bien claro que los cristianos creemos no por ellos, pues
aunque no se hubieran realizado, creeríamos igualmente.

II. Milagros Eucarísticos


1. Los corporales de Daroca

En el Libro bermejo de la Colegiata de Santa


María de Daroca se halla el relato del milagro
de los corporales que en dicha colegiata se
guardan. Y aunque el relato no lleva fecha, en
otro manuscrito del año 1397 ya se refiere a
él. El relato dice que "según se narra
extensamente en historias antiguas, el reino
de Valencia lo detentaba el rey moro Zahén; y
para que no molestase al reino de Aragón,
Jaime I dispuso que el noble y valeroso señor
Berenguer de Entenza con tropas de Daroca,
Calatayud, Teruel y de sus comunidades mas otras gentes se
acercasen a las fronteras del reino de Valencia... Tras muchas
acciones, Jaime I en persona con

amplio ejército se unió al noble Entenza y en 15 de octubre de


1238 ocupó la ciudad de Valencia. Una multitud de moros se
retrajeron a Játiva, fortificándose y atacando diariamente a la
perdida Valencia.

Por lo que el rey dispuso que Berenguer de Entenza con los


suyos fortificasen cierto pueyo llamado Chío, en el término de
Luchente, distante unas once leguas de Valencia... Cierto día
que Entenza tuvo premonición de ataque moro, dispuso junto con
otros cinco capitanes suyos, confesos y contritos recibir antes
del combate la Eucaristía en nombre de toda la tropa cristiana.
Un sacerdote de la iglesia de San Cristóbal de Daroca llamado
Mateo Martínez, se dispuso a celebrar la misa en un altar
dentro de una tienda de campaña que se alzaba sobre una piedra
enorme en forma de ara. Consagradas las formas, tras sumir el
sacerdote su hostia, reservando otras seis para Entenza y sus
cinco capitanes, súbitamente atacaron los moros, y los
combatientes cristianos, interrumpida en este punto la misa, se
aprestaron a rechazar la ofensiva mora, quedando las seis
formas ya consagradas pero no sumidas al cuidado del
celebrante, quien en vez de sumirlas las recogió en el lienzo
de los corporales. Los capitanes y sus gentes, tras rechazar el
ataque moro regresaron a donde quedó el sacerdote, quien
declaró haber escondido las seis formas consagradas dentro de
los Corporales bajo una gran piedra a fin de evitar las
profanase el enemigo moro. Y sacados los Corporales de su
escondite y extendidos, aparecieron las seis formas adheridas
al lienzo y teñidas de roja sangre, como si se tratase de la
propia carne y sangre de Jesucristo...

Acabada la batalla un 23 de febrero víspera de San Matías,


año 1239, abandonado por los moros el castillo de Chío,
Berenguer de Entenza ordenó derribar sus muros e incendiarlo. Y
al repartir el botín cogido a los moros surgió disputa sobre el
destino de los Corporales: las gentes de Daroca adujeron la
condición darocense del sacerdote que había consagrado las seis
hostias. Echadas suertes sobre las ciudades que pretendían los
Corporales, por tres veces correspondió a Daroca; pero para
evitar sospecha de posible subterfugio en aquellas suertes, se
acordó buscar una mula blanca traída de tierra mora, aun no
conquistada por cristianos, que desconocía por tanto los
caminos de cristianos, y colocando sobre su costillar los
Corporales, dentro de una arqueta sujeta con cordones de seda
roja, se la soltó sin freno alguno, dejándola discurrir a su
natural arbitrio, siguiéndola gentes con luminarias, para que
la mula se dirigiera al lugar donde la Providencia designase
para residencia de los Corporales.

En este caminar sucederían varios hechos milagrosos... Y


por la vía de Teruel, la mula, despreciando detenerse pese a
halagos que recibía en su caminata, un 7 de marzo de 1239, se

aproximó a la ciudad de Daroca, a más de cincuenta leguas de


Luchente, llegando hasta el hospital de San Marcos, después
convento de la Trinidad, hincó patas en tierra y expiró,
enterrándola en el atrio. Los darocenses alborozados y llenos
de devoción inusitada trasladaron la arqueta con los Corporales
a la iglesia principal de Santa María, instalándolos en altar
definitivo para tal relicario. Y es tradición, que noticioso
Jaime I de estos sucesos vino a Daroca a adorar los Corporales,
y regaló una custodia de plata sobredorada, concediendo además
otros dones y privilegios".

El 10 de mayo de 1263, accediendo a las súplicas de


Daroca, el Papa Urbano IV concedió indulgencias a los que
concurrieran a la fiesta que se celebraba en Santa María de
Daroca.

II. Milagros Eucarísticos


2. La iglesia del Corpus de Segovia

El año de 1410, reinando en España D. Juan Clarísimo, en


el cual tiempo por ser el Rey de edad pequeña, que aún no había
llegado a los catorce años, y la nobilísima Reina Dª Catalina,
madre suya, era Gobernadora de todo el Reino; y siendo Obispo
de la ciudad de Segovia D. Juan de Tordesillas, acaeció una
cosa admirable y espantosa en esta ciudad. Y es que un
sacristán de la iglesia de San Facundo, estando fatigado por
una deuda que debía de ciertos dineros que era obligado, so
pena de excomunión, a pagar a otro cristiano, viendo que por su
pobreza no podía cumplirlo, determinó pedirlos a un judío
médico, que tenía por nombre D. Mayr, vecino de esta ciudad.

El judío le respondió que todo lo que le pedía y mucho más


le daría, si por prenda de esto le daba el Cuerpo de
Jesucristo, que los cristianos decían era Dios. Entonces el
sacristán prometióselo y dióselo en una custodia muy guardado,
y recibió el sacristán los dineros y fuese muy alegre. Hecho
esto, el judío muy contento, mandó llamar a otros judíos amigos
y propincuos suyos secretamente, los cuales juntos, les dijo
que él tenía la Hostia que los cristianos adoraban por Dios, y
les dijo que sobre tal negocio determinasen lo que se había de
hacer con deliberación. Pasado el concilio, tomaron con sus
sucias manos el Cuerpo de Nuestro salvador y, menospreciándole,
le trajeron a la sinagoga, adonde hicieron gran fuego, y en
medio de él pusieron una gran caldera con resina, adonde,
estando muy cociendo, determinaron echar el Cuerpo de nuestro
Salvador Jesús dentro.

Mas mira el Misterio grandísimo en la Sagrada Hostia: la


agarraron para echarla en la caldera y se fue volando por el
aire, yendo tras de ella los malvados pensando tomarla; y luego
en un momento comenzó a temblar la sinagoga y se oyó un gran

trueno y estallido. que todos los postes y arcos se abrieron (y


hoy día están así) y fue tan grande el ruido, que todos los
judíos pensaron se venía el edificio al suelo. Entonces viendo
los malvados la grandeza del milagro, determinaron tomar un
paño limpio, y envuelta en él la sacratísima Hostia, la
llevaron al monasterio de Santa Cruz, de la Orden de
Predicadores. Y contaron al Prior por orden todo lo que había
acaecido y le dieron el Cuerpo de nuestro Salvador, el cual lo
llevó al altar con toda solemnidad. Y lo contó todo al Prelado
de esta ciudad de Segovia, lo que oyendo el Obispo, se lo dijo
a la Reina, que se hallaba en dicha ciudad, y acordaron de
común consejo de hacer grande inquisición de esta maldad y
echaron en prisiones a todos los principales de los judíos,
entre los cuales prendieron a D. Mayr, los cuales después que
les dieron tormentos, confesaron la verdad.
Acabada la justicia, el Obispo, con toda la clerecía y
Cofradías en solemne procesión, vinieron a esta casa, donde
acaeció el milagro, y la consagró para la iglesia que hoy se
llama "Corpus Christi", desde cuyo tiempo el día de Corpus
Christi cada año se hace una solemnísima procesión por toda la
ciudad a esta iglesia.

Para testimonio de lo cual todas estas cosas, por orden


común, e informado de hombres que se hallaron presentes al
negocio, las escribió el egregio Dr. De Espina en un libro que
se llama Pináculo de fe, que está hoy día en San Francisco de
Valladolid (cf. I. Rodríguez y Fernández, Segovia. Corpus.
Madrid, 1902).

Actualmente esta iglesia del Corpus Christi, situada junto


a la Plaza Mayor de la ciudad de Segovia está llevada por
madres Clarisas. Y todavía se sigue haciendo anualmente en las
catorce principales parroquias de la ciudad una función de
desagravio, con procesión al Corpus, llamada "catorcena".

II. Milagros Eucarísticos


3. Santa Clara y los sarracenos

Corría el año 1240 cuando las tropas del emperador


Federico asolaban las tierras de Italia, destruyendo fortalezas
y cometiendo toda clase de desmanes. Un viernes de septiembre
de aquel año las tropas sarracenas y tártaras rodearon Asís y,
una vez en la ciudad, entraron en San Damián hasta el claustro
de las religiosas. Éstas, presa de espanto, acudieron entre
lágrimas al dormitorio de Clara de Asís, que se encontraba
tendida en su pobre lecho gravemente enferma.

Ella les dijo que tuvieran seguridad porque si Dios estaba


con ellas los enemigos no las podrían ofender. Pese a estar
enferma, pidió a sus hijas que la condujeran al refectorio.

Ante la puerta que los enemigos golpeaban con furia desde el


otro lado, mandó colocar la cápsula de plata, encerrada en una
caja de marfil, donde se guardaba con suma devoción la Sagrada
Forma. Y, postrada en tierra, rezó entre lágrimas así: "Señor,
guarda Tú a estas siervas tuyas, pues yo no las puedo guardar".

Y he aquí que del relicario que contenía las sagradas


Especies salió una voz como la de un niño que pudieron oír con
distinción: "Yo siempre os defenderé". Clara añadió: "Mi Señor,
protege también, si te place, a esta ciudad que nos sustenta
por tu amor". Y la misma voz respondió: "La ciudad sufrirá, mas
será defendida por mi poder". Entonces, la virgen Clara,
levantando el rostro bañado en lágrimas, confortó a las que
lloraban diciéndoles: "Hijas, yo salgo fiadora de que no
sufriréis nada malo; basta que confiéis en Cristo". De
inmediato, la audacia de los sarracenos, sedientos de sangre
cristiana y capaz de los peores crímenes, se convierte en
pánico por una fuerza misteriosa, y escapándose de prisa por
los muros que habían escalado, huyeron de la ciudad. A
continuación Clara conminó a las que habían oído la referida
voz, prohibiéndoles con seriedad que, mientras ella viviera, se
guardaran absolutamente de revelar el suceso a nadie (cf. I.
Ormaechevarría, Escritos de Santa Clara y documentos
contemporáneos. BAC).

II. Milagros Eucarísticos


4. En El Escorial

En la sacristía del Real Monasterio de El


Escorial se encuentra una forma eucarística que
fue llevada allí en tiempo de Felipe II y que
desde Carlos II se le ha tributado culto público
dos veces al año, los días 29 de septiembre,
festividad de San Miguel, y 28 de octubre,
fiesta de San Simón y San Judas.

A finales de junio de 1572, unos seguidores


del reformador suizo Zwinglio irrumpieron en la
iglesia católica de Gorkum, población a unos 55
kilómetros de La Haya (Holanda), bajo los
dominios del rey Felipe II. Su odio a todo lo que fuese
católico -iglesias, imágenes, reliquias, etc.- les llevó al
extremo de apoderarse de una hostia consagrada, que extrajeron
del copón donde se reservaba. Uno de los que profanó el templo
tomó la forma y arrojándola al suelo la pisoteó, abriendo en
ella tres orificios con los clavos de su calzado, de los que
brotaron unas gotas de sangre. Sangre que, a pesar del tiempo
transcurrido, todavía hoy se observa claramente en los bordes
de los tres agujeros, aunque seca y con un color rojo un tanto

desvaído por el paso de los años.

Ante tal extraño prodigio, los profanadores se turbaron, y


uno de ellos apenado fue a dar cuenta de lo sucedido al rector
de la iglesia, Juan van der Delft. Este recogió la forma
consagrada del suelo y, ambos, rector y profanador, viendo el
cariz que tomaban los acontecimientos, huyeron de la ciudad a
Malinas, refugiándose en un convento de los Padres
Franciscanos. Allí el profanador se convirtió y tomó el hábito
franciscano.
Pero en 1572 Malinas cayó en manos de los sublevados y los
católicos enviaron sus reliquias a la próxima ciudad de Amberes
para ponerlas a salvo. Por el testimonio escrito del propio
rector consta que la santa forma se entregó a Andrés de Horst,
hombre de plena confianza y reconocida piedad, para que la
custodiase, aunque bajo la vigilancia de los Padres
Franciscanos. Cierto noble alemán llamado Fernando Weidner,
cortesano y capitán del ejército del emperador de Austria, al
tener noticia de la Forma milagrosa, deseó vivamente poseerla,
no cejando en su empeño hasta conseguirlo. Por mediación del
mismo Andrés de Horst se la pidió al prior de los franciscanos
de Malinas, y con el apoyo del propio Van der Delft consiguió
que le fuese entregada. La entrega fue realizada en 1580 en
presencia del rector y del prior de los franciscanos. Pensaba,
además, llevársela a Alemania para rebatir a ciertos incrédulos
que negaban la sagrada Eucaristía. Le fue entregado asimismo un
documento que avalaba su autenticidad (documento que se
encuentra en El Escorial).

Llegado a Viena Fernando Weidner con dicho documento y con


la Sagrada Forma, se lo dio a conocer a su amigo el noble
Andrés Hirch y éste informó al Consejero del emperador, barón
Adam Dietrichstein, y a su esposa doña Margarita de Cardona,
que mostraron vivo deseo a Hirch de que consiguiese la Forma.
Éste importunó tanto al noble alemán Weidner que no tuvo más
remedio que regalársela.

Muerto el barón Dietrichstein, quedó doña Margarita dueña


única de la Sagrada Forma, llevándosela consigo después a
Praga. Después resolvió enviársela en 1594 a Felipe II por
mediación de su hija la marquesa de Navarrés, residente en
España. Antes de enviársela a su hija, quiso hacer constar por
escrito ante notario y testigos que era la misma forma que ella
y su marido habían recibido de Fernando Weidner.

Posteriormente, para que la Forma pudiese ser venerada en


exposición pública, y a la vez quedase oculta cuando esto no
tuviese lugar, el rey Carlos II pensó que un cuadro la
ocultara. Claudio Coello lo realizó. En él se representa al
padre Francisco de los Santos impartiendo la bendición al
monarca.

En la guerra civil que hubo en España en el siglo XX, los 67


religiosos de El Escorial fueron fusilados y gracias al
sacristán, padre José Llamas, que ocultó la Sagrada Forma en
unos corporales debajo de una peana de un estante antes de ser
detenido. Allí la encontró el padre Llamas, único
superviviente, intacta. En esa época desapareció la custodia
que regaló Isabel II; y en el verano de 1942, la custodia de
Carlos II fue robada de su camarín. Por fortuna, el ladrón dejó
la Forma en el templete. Para evitar otros robos sacrílegos, la
Comunidad agustiniana encargó a Talleres Granda la confección
de otra custodia, que fue estrenada en 1944.

II. Milagros Eucarísticos


5. En la Villa de Vilueña

El día 8 de noviembre de 1601 tocaron dos niños las


campanas de la iglesia de La Vilueña con el fin de anunciar las
exequias que se celebrarían al día siguiente por el alma del
difunto D. Pedro Goñi, hijo y vecino del pueblo, fallecido el
día anterior. Cumplida la misión, los niños bajaron de la torre
e impulsados por el miedo del recuerdo del cadáver
recientemente enterrado, corrieron hacia la puerta de la
iglesia y, en su carrera tiraron una vela encendida.

Eran las 11 de la noche cuando un vecino del pueblo vecino


de Munébrega vio un resplandor y acercándose a Vilueña
descubrió que la iglesia ardía. Los vecinos intentaron apagar
las llamas pero el templo quedó reducido a cenizas. El cura
párroco, Don Miguel, se acercó donde estuviera el sagrario y,
removiendo los escombros, con dolor advirtió que no estaba la
arqueta donde se guardaba la píxide que contenía las Formas.
Con lágrimas en los ojos anunció la pérdida a la gentes, que se
pusieron a buscarlo por entre las ruinas pues el corazón les
decía que allí debía de seguir.

Observaron que a quince pies donde había estado el altar


brillaban unas ascuas, y allí se pusieron a buscar diciéndose
que, si los Magos de Belén fueron conducidos por una estrella,
aquel refulgor era una señal. Con un pico levantaron una
baldosa y allí encontraron la arqueta que contenía el copón. El
párroco la abrió y dentro estaba la cajita de plata con siete
formas consagradas, que mostró al pueblo. Todos los fieles
congregados se pusieron de rodillas para adorar.

Como la iglesia estaba en ruina, se traslado la arqueta a


la planta baja de la casa de Don Joaquín Pujales, por ser
amplia, con los pocos objetos de la iglesia que respetó el
fuego, y allí estuvo hasta que terminaron de restaurar la
iglesia (que fue mucho más tarde, en 1817). Pocos días después
del incendio, las autoridades del pueblo enviaron noticias de
este prodigioso milagro a los Reyes Don Felipe y Doña Margarita

de Austria, que a la sazón se encontraban en Valladolid, donde


habían trasladado la Corte en 1600. Interesados del suceso
enviaron a su primer ministro, Don Francisco Gómez de Sandoval,
duque de Lerma, que informado de los hechos y veracidad de
ellos dio cuenta a sus soberanos, los cuales concedieron en
aquel año algunos honores, entre ellos el que pudiera ostentar
en lo sucesivo el título de Villa.

Los fieles de esta Villa quisieron que anualmente se


conmemorase tan grande milagro el día 9 de noviembre, fundando
al efecto una Cofradía. Corría ya el año 1608, siete años
habían transcurrido desde el horroroso incendio, las Sagradas
Formas estaban en un estado tal de conservación que nada hacía
presumir la más pequeña tendencia a descomponerse. Cuando en la
visita pastoral que hizo en aquel año el entonces Obispo de
Tarazona, Fray Diego de Yepes, movido de algún escrúpulo, las
consumió quedando privados de aquel tesoro incomparable, y
conservando solamente la arqueta y caja donde estuvo encerrado
el Santísimo Sacramento.

II. Milagros Eucarísticos


6. El milagro de Lanciano

En Lanciano, pequeña población italiana


situada a cuatro kilómetros de la
autopista de Pescara a Bari, hay una
iglesia dedicada a San Longinos. En esa
iglesia, en el siglo VIII, un monje de
la Orden de San Basilio, después de la
Consagración padeció una fuerte duda
contra la Presencia Real de Jesucristo
en la Eucaristía. De pronto sus ojos
contemplaron una maravilla: la Sagrada
Hostia se convirtió en un pedazo de
carne y el Sanguis en coágulos de
sangre.

Han pasado más de mil doscientos años. Actualmente el


trozo de carne de forma redonda y con un hueco se conserva
entre cristales en el ostensorio de una custodia. En su base,
en una pompa de cristal, se guardan los cinco coágulos. Este
relicario expuesto a la adoración de los fieles se halla en la
iglesia de San Francisco de Lanciano.

El 18 de noviembre de 1970 los frailes menores


conventuales, con autorización de la Santa Sede, confiaron a
los profesores Linoli y Bertelli -éste último de la Universidad
de Siena- el análisis de tales reliquias. El 4 de marzo de 1971
estos profesores dictaminaron sus conclusiones, que fueron
publicadas en numerosas revistas científicas y en el libro de
Bruno

Sammaciaccia, titulado "Il miracolo Eucaristico de Lanciano".


Los principales resultados de aquel análisis se pueden
sintetizar así:
- La Carne es verdaderamente carne, la Sangre es verdaderamente
sangre. Ambas pertenecen a una persona humana.

- La Carne y la Sangre son de una persona viva, no de un


cadáver.

- Ambos son del mismo grupo sanguíneo (AB).

- El diagrama de esta Sangre corresponde al de una sangre


humana que habría sido extraída de un cuerpo humano en el mismo
día en el que se hizo la prueba.

- La Carne, que es como una rebanada, está constituida de un


tejido muscular del corazón (miocardio).

- La conservación de estas reliquias, dejadas en su estado


natural durante siglos y expuestas a la acción de agentes
físicos, atmosféricos y biológicos, es un
fenómeno extraordinario e inexplicable.

- A pesar de que cada coágulo de sangre es de


un tamaño diferente, todos pesan lo mismo
pesados uno a uno, y pesan exactamente el peso
de los cinco coágulos reunidos.

Mientras la iglesia de San Francisco está


abierta, cualquier persona puede ver el milagro
permanente, y adorar a Cristo en esas especies
sacramentales.

III. Oración mental


III. ORACIÓN MENTAL

Lo que diferencia al hombre de los animales, más que el


hecho de tener inteligencia y voluntad, es el ser religioso;
pudiendo llegar incluso a ser hijo de Dios. Por eso, es
apropiado a las personas humanas rezar. Los animales no pueden
hablar, pero sobre todo, no pueden hablar con Dios. Quien no se
relaciona con Dios vive una vida sin trascendencia, sin lo que
es más propio de la persona y desconoce su mayor dignidad.

Orar es hablar con Dios, con Alguien que nos ve y nos


escucha. Dios son Personas, y para eso creó a los hombres a su
imagen y semejanza, para que hubiera unas criaturas que, siendo
también personas, con ellas pudieran entablar un diálogo.
Porque podríamos pensar que hemos de hacer oración porque nos
interesa a nosotros, cuando en realidad se trata en primer
lugar de un
interés de Dios, que es Padre, que desea hablar con sus hijos.
A través de ese diálogo que se sostiene con la mente y las
palabras, podemos escuchar lo que Dios nos dice y, desde ahí
establecer un diálogo existencial, viviendo como Dios quiere,
convirtiendo nuestra vida en oración.

Pero es necesario ponerse, dejar todo y, cerrada la puerta


de la intimidad, quede el alma a solas ante su Dios. Santa
Teresa resume qué es la oración diciendo que "no es otra
cosa... sino tratar de amistad, estando muchas veces a solas
con quien sabemos nos ama" (Vida, 8, 2). Es muy importante la
oración litúrgica y la oración comunitaria, que siempre habrán
de tener este matiz de relación personal con Dios; pero también
es muy importante la oración mental: sólo así se entra por el
camino precioso de la vida interior que conduce a la santidad.

III. Oración mental


1. Disposiciones para orar

a) Humildad. La primera y principal disposición para


llegar a este coloquio divino es querer hablar y escuchar a
Dios. El soberbio tiene como punto de referencia a sí mismo, y
posee una especie de "vida interior" riquísima, con alegrías y
penas transeúntes, que vienen y se van, y que dejan un poso de
amargura, insatisfacción y soledad. Quien vive para sí mismo no
puede ser feliz, porque, al igual que los ojos, nosotros no
estamos diseñados para amarnos a nosotros mismos sino para amar
a alguien exterior, y sobre todo, al Amor de los amores, a
Dios.

Para relacionarnos con Dios hace falta, por tanto, una


actitud de humildad, de ponernos en nuestro sitio -que es la
tierra, y de ahí, de humus, viene la palabra humildad- y elevar
nuestros ojos hacia el cielo, hacia el lugar de Dios.

¡Qué pena si sólo nos pusiéramos a rezar cuando truena,


cuando sufrimos, como acudiendo a alguien que nos remedie
nuestros males! ¡Qué pena si la elevación de nuestra voz a Dios
es consecuencia de nuestra soberbia, como si todos me hubieran
de servir, e imaginásemos que Dios es nuestro servidor más
poderoso! Evidentemente, Dios nos espera en el momento del
dolor para ser nuestro acompañante y consuelo. Pero hemos de
darnos cuenta de quién es el que reza y a Quién se dirige.

b) Fe. Hablamos con Dios, que nos ve y nos escucha, no con


una figuración ni un artificio. Conviene que en ocasiones y
sobre todo al principio, se hagan muchos actos de fe explícita.
Por ejemplo: "Señor, sé que estás aquí, sé que me ves y que me
estás escuchando...".

La tentación más frecuente que retrae de hacer oración y


la
más oculta, es nuestra falta de fe. Más que en una incredulidad
declarada se expresa en las preferencias que uno tiene. "Cuando
se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos
y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el
momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias.
En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado
todavía la disposición propia de un corazón humilde: "Sin mí,
no podéis hacer nada" (Jn 15,5)" (CEC 2732).

c) Sinceridad. Reconocer quién es Dios y lo que somos


nosotros y lo que nos pasa -cosas buenas y malas- es
absolutamente necesario para que ese diálogo sea eficaz. La
oración puede ser fuente del verdadero conocimiento propio, y a
la vez, al conocernos podremos hacer una buena oración.

Pero, como sucede en la amistad humana, la sinceridad es


imprescindible. Dios lo ve todo, hasta nuestros más ocultos
pensamientos; por eso no tiene sentido pretender ocultarle
algo; y por eso tiene mucho sentido intentar descubrir nosotros
la verdad -ser sinceros con nosotros mismos-, pues de otra
manera los únicos que salimos perdiendo somos nosotros.
Sinceridad, por tanto, para reconocer lo que nos pasa y para
dirigir nuestra mirada allá en el fondo de nuestro corazón,
donde Dios deposita lo que nos quiere decir.

d) Confianza. Desde la verdadera humildad no nos


hundiremos al reconocernos miserables y llenos de defectos. La
confianza en un Dios que nos ama es una gran enseñanza del
Nuevo Testamento. Dios desea que nos acerquemos a Él.
Precisamente Dios permite lo que nos humilla o el sufrimiento
para que acudamos en su ayuda, porque es quien nos puede
ayudar. Dios siempre nos escucha y es quien nos alivia (Venid a
Mí los que estéis cargados y agobiados que yo os aliviaré).
Nadie nos quiere tanto como Él y nadie tiene tanto interés en
escucharnos como Él. Cuántas veces Jesús dijo a la gente: No
temas... ten confianza...

e) Sencillez. No se trata de devanarse los sesos para


decir cosas bonitas. Orar es hablar con Dios y con la Virgen
como se habla con el padre, con la madre, con un amigo. Decir
lo que nos pasa tal como lo vemos.

A veces será recitar despacio, con sencillez, oraciones


que los santos han dirigido a Dios.

f) Obediencia. Con la misma sencillez hay que estar


dispuesto a obedecer, a aplicar a nuestro caso concreto lo que
"vemos" que debemos hacer. Porque en la oración vemos, con la
luz del Espíritu Santo, y su palabra interpela a nuestra
conciencia: para seguirle más de cerca, para rectificar si era
el caso, para hacer más porque podemos hacer más,..., a ser
mejores en una palabra.

El principal defecto de muchos que no se atreven a rezar es que


no quieren salir del anonimato, que no se atreven a enfrentarse
-por cobardía- cara a cara con Dios, no sea que les vaya a
pedir algo.

Si recordamos, Dios siempre habló en el antiguo y el nuevo


testamentos pidiendo (a Abraham, a Jacob, a Moisés, a Pedro, a
María Magdalena, al joven rico), y con la respuesta generosa
Dios fue escribiendo la historia sagrada. Es en esa dinámica de
amor (petición y entrega mutuas) donde la vida se va llenando
de gracia, se va transformando según desea Dios. La obediencia
es condición indispensable para la oración.

III. Oración mental


2. Cómo prepararse

Está claro que la oración, tanto la presencia de Dios a lo


largo del día como en los ratos de meditación, la da Dios. La
verdadera oración que llena el alma es un regalo, que en ningún
modo se debe a nuestro esfuerzo. Sin la ayuda del Espíritu
Santo no podríamos ni siquiera pronunciar el nombre de Jesús
con mérito.

Sin embargo Dios está dispuesto a darnos ese regalo si


ponemos de nuestra parte, junto a las disposiciones que
decíamos antes, unos actos de preparación. Por un lado, como
disponerse a hacer un rato de oración mental supone un deseo de
hablar con Dios, hace falta el empeño de estar habitualmente en
gracia de Dios. Esto se logra acudiendo regularmente a los
sacramentos y, en particular, al de la Penitencia. Otra
disposición también remota es la guarda de los sentidos y del
corazón. Quien va pendiente de noticias, de imágenes, o no
cuida la sobriedad en el comer o el beber, difícilmente podrá
tener el alma despierta, porque estará embotada.

La preparación próxima para orar se puede resumir en:

-Procurar hacerla junto al sagrario siempre que se pueda,


o al menos en un lugar recogido.

- Cuidar la postura, como si estuviera alguien viéndonos.


Sentados, de rodillas o de pie. Una excesiva comodidad ayuda a
distraer la imaginación.

- Llevar siempre un libro espiritual o un tema para


tratar. Quizá lo primero que hemos de tratar con Dios es lo que
llevamos en el corazón, pero hemos de enriquecer la meditación
con palabras de los evangelios o de algún libro espiritual que
trate del tema. Quizá unos apuntes que tomamos en otra ocasión.
Apuntar puede ser un modo de evitar distracciones.

III. Oración mental


3. Dificultades en la oración

Ya el Catecismo advierte del esfuerzo que conviene al


combate de la oración: "La oración es un don de la gracia y una
respuesta decidida por nuestra parte, supone siempre un
esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de
Cristo, así como la Madre de Dios y los santos nos enseñan que
la oración es un combate.

¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las


astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al
hombre de la oración, de la unión con Dios. Se ora como se
vive, porque se vive como se ora (...). El "combate espiritual"
de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la
oración" (CEC 2725).

Lógicamente al comenzar el rato de oración es necesario un


acto de presencia de Dios, para darnos cuenta de que estamos
con Alguien. Y, de alguna manera, todo ese tiempo tiene que
estar traspasado por la "presencia" del amado, que envuelve
nuestro espíritu.

De todas maneras, la validez de la oración no dependen


para nada del sentimiento y mucho menos del sentimentalismo,
porque la relación entre dos personas no depende de que uno lo
sienta o no. Desde luego no tendría sentido dejar la oración
porque no se siente, porque por esa razón dejaría de
alimentarse al no sentir que engorda. Los sentimientos, aun
siendo fundamentales en la persona, no son ni el único ni el
más importante criterio para conocer la verdad de nuestra
relación con Dios. El objeto de la oración es la unión con
Dios, no el bienestar personal.

Sí que es bueno dejar que el corazón haga su labor y se


desborde en afectos hacia el que es Creador, Redentor y
Santificador. Unas frases afectuosas, sencillas y llenas de
cariño pueden ayudar mucho. En todo caso, hemos de saber que,
de igual modo que los sentimientos vienen y van, en nuestros
ratos de oración habrá temporadas que exigirán más esfuerzo, y
en otras, en cambio, parecerá que es Dios quien nos lleva. Ya
lo decía la santa de Ávila asemejando el alma con un huerto y a
la oración con el agua. Lo mejor y más rápido para regar todo
el huerto es que llueva. A veces hay que llevar el agua por
canales que riegen el campo; pero hay ocasiones en las que hay
que echar el cubo al pozo y sacar, cubo a cubo, el agua para
regar todo. ¿Qué es lo mejor? Lo que Dios quiera.
Junto a la falta de sentimientos, el otro enemigo con el
que hay que enfrentarse son las distracciones. Algunas veces
son inevitables. Lo que importa es darle la vuelta y convertir
ese tema en objeto de oración: pedir por esas personas o esa
situación, ofrecerlo, desagraviar. Sin duda muchas veces se

tratará de lo que llevamos realmente en el corazón y más que


"rechazarlo" se trata de hablar con Dios de lo que nos preocupa
o nos ilusiona. No olvidemos que a Dios le interesa todo lo que
a nosotros nos interesa. Y si son verdaderas tentaciones,
decirle que no nos deje caer en la tentación, que nos libre del
Maligno.

III. Oración mental


4. Los propósitos

La oración bien hecha ha de cuajar muchas veces en


propósitos, en deseos de mejora personal, de cambios concretos
en la conducta, de reparar algo que hemos hecho mal, de buscar
la reconciliación con aquel a quien hemos podido ofender, etc.
Bueno será apuntarlos para verlos en otros momentos de oración.

Esto no quiere decir que siempre tenga que haber un


propósito contabilizable. A veces el Señor nos ha llevado por
otros derroteros y los propósitos no serán necesarios, de igual
modo que una madre no necesita apuntarse unos propósitos para
querer a sus hijos, les quiere y basta.

Pero de ordinario a nosotros nos vendrán bien. Y en


concreto nos puede ayudar mucho el que las palabras que han
herido nuestro corazón en la oración, las recitemos a modo de
jaculatoria muchas veces durante el día.

IV. ORACIONES Y DEVOCIONES EUCARÍSTICAS


1. Para comulgar bien

Las condiciones para hacer una buena Comunión son tres:


estar en estado de gracia, guardar el ayuno eucarístico y saber
a Quién recibimos.

El estado de gracia es, después de ser bautizado, no tener


conciencia de estar en pecado mortal. Para comulgar -salvo que
haya una urgente y gravísima necesidad- no basta el acto de
contrición con el deseo de confesarse, sino que se precisa la
acusación de los pecados mortales y recibir personalmente la
absolución.

San Pablo advertía a los cristianos que, "quien coma el


pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo
y de la sangre del Señor. Examínese pues, el hombre a sí
mismo... porque quien come y bebe sin discernir el cuepo, come
y bebe su propia condenación" (1 Cor 11, 27-29).

La Eucaristía es un manjar maravilloso, es "el Pan de los


ángeles", pero hay que tener en cuenta que produce efectos
diversos según las disposiciones del que lo recibe: es un bien
para los buenos, pero hace un gran daño a los malos. Por tanto,

con conciencia de pecado mortal nadie debe acercarse a


comulgar, pues cometería un pecado gravísimo, un sacrilegio.

Se puede comulgar con conciencia de pecado venial, pero


conviene hacer un acto de detestación, para procurar la mayor
limpieza de nuestra alma a la hora de recibir al Señor.

Saber a Quién recibimos significa saber que la Sagrada


Comunión es el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de
Jesucristo, instituido por Él para alimento de nuestras almas,
y que, bajo las apariencias de pan y de vino consagrados está
realmente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del
mismo Cristo.

Guardar el ayuno eucarístico consiste en no comer ni beber


nada durante una hora antes de comulgar. El agua no rompe el
ayuno. Los enfermos y sus acompañantes pueden comulgar aunque
no haya transcurrido una hora de haber comido cuando les lleven
la Comunión.

Hay obligación grave de comulgar por lo menos una vez al


año en el tiempo de Pascua. No cumple con el precepto el que
comulgare en pecado mortal. También es necesario procurar que
se administre la Comunión a modo de Viático al enfermo que está
en peligro de muerte. Conviene comulgar con frecuencia, y aun
cada día, pues así como alimentamos frecuentemente nuestro
cuerpo, la Eucaristía es el alimento de nuestra alma. Se puede
comulgar dos veces al día si se participa en dos Misas, pero no
más veces ni si la segunda vez se tratara de comulgar fuera de
la Misa.

Así le pedía el Papa Juan Pablo II en su oración a la


Virgen de Guadalupe:

"Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir


continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos y a
volver a Él, mediante la confesión de nuestras culpas y pecados
en el Sacramento de la Penitencia que trae sosiego al alma".

En la presencia de Dios examina tu conciencia


preguntándote, sin prisa, lo que has hecho en contra de los
mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, con plena
advertencia y pleno consentimiento, y después de un acto de
contrición, con propósito de no volver a cometerlos, decirlos
al sacerdote de Jesucristo. Dios desea que estemos en gracia y
está dispuesto a perdonar siempre.

 ¿He admitido en serio alguna duda contra las verdades


de la fe? ¿He llegado a negar la fe o algunas de sus
verdades, en mi pensamiento o delante de los demás? ¿He
desesperado de mi salvación o he abusado de la
confianza en Dios, presumiendo que no me abandonaría,
para pecar

con mayor tranquilidad?

 ¿He murmurado interna o externamente cuando me ha


acaecido alguna desgracia? ¿He hablado sin reverencia
de las cosas santas, de los sacramentos, de la Iglesia,
de sus ministros?
 ¿He practicado la superstición o el espiritismo? ¿He
participado en alguna reunión de alguna sociedad
contraria a la religión?
 ¿He recibido indignamente algún sacramento? ¿He callado
por vergüenza algún pecado mortal en mis confesiones
anteriores?
 ¿He leído o retenido libros o revistas contrarios a la
fe o a la moral? ¿Los he dado a leer a otros? ¿Pongo
los medios de adquirir la formación cristiana necesaria
para ser testimonio de Cristo con el ejemplo y las
palabras?
 ¿He blasfemado? ¿Lo he hecho delante de otros? ¿He
dejado de cumplir por mi culpa algún voto, juramento o
promesa?
 ¿He faltado por mi culpa a Misa los domingos y fiestas
de guardar?
 ¿He observado la abstinencia los viernes de Cuaresma?
¿He guardado el ayuno el Miércoles de Ceniza y el
Viernes Santo? ¿Cumplí la penitencia que me impuso el
sacerdote en la última confesión? ¿Me he confesado al
menos una vez al año?
 ¿He desobedecido a mis padres y superiores en materia
de importancia? ¿Me intereso por la formación religiosa
de las personas que dependen de mí? ¿Me preocupo de qué
libros leen, qué películas ven, quiénes son sus
amistades?
 ¿Tengo enemistad, odio o rencor contra alguien? ¿He
causado la muerte de alguien, por ejemplo practicando
el aborto? ¿He inducido o colaborado en la muerte de
otro? ¿He bebido con exceso, he tomado drogas? ¿He
puesto en peligro mi vida o la de otros?
 ¿He aceptado pensamientos o miradas impuras? ¿He visto
películas inmorales? ¿He tenido conversaciones impuras?
¿He realizado actos impuros? ¿Solo o con otras
personas? ¿Del mismo o distinto sexo? ¿He usado mal del
matrimonio?
 ¿He tomado dinero o cosas que no son míos? ¿Cuánto? ¿He
restituido o reparado por el daño causado? ¿Vivo las
exigencias éticas en mi trabajo?
 ¿He dicho mentiras? ¿He descubierto defectos graves de
los demás sin causa justa? ¿He calumniado, es decir, he
atribuido algo negativo a alguien y que no es verdad?
¿He hecho juicios temerarios contra el prójimo? ¿He
reparado el daño que haya podido seguirse?

IV. Oraciones y devociones Eucarísticas


2. La visita al Santísimo

Muchos cristianos tienen costumbre, a lo largo del día, de


detenerse en la iglesia para hacer una visita a Jesús
Sacramentado. Son momentos de intimidad con el Señor en los que
se hace brevemente un acto de fe, se pide ayuda, de da gracias,
etc.

Él nos espera y desea que vayamos a verle. Cuando estamos


delante suya Él está atentísimo a lo que queramos decirle, o
ante nuestra simple mirada, porque sabemos que allí, en el
Sagrario, está el mismo Jesús de Nazaret, el Hijo de María, el
que multiplicó los panes y los peces, el que con un solo gesto
calmó una tempestad y devolvió la paz a unos hombres asustados.
El tiene todo lo que necesitamos.

La visita al Santísimo nos ayudará a guardar la presencia


de Dios durante el día en medio del trabajo y de nuestras
ocupaciones.

Además de lo que queramos decirle, podemos recitar por


tres veces la estación:

V. Viva Jesús sacramentado.

R. Viva y de todos sea amado.

O bien:

V. Alabado sea el santísimo Sacramento.

R. Sea por siempre bendito y alabado.

Padre nuestro... Avemaría... Gloria...


Comunión espiritual: Yo quisiera, Señor, recibiros con
aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra
Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los Santos.

IV. Oraciones y devociones Eucarísticas


3. Quince minutos con Jesús Sacramentado

 No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme; basta


que me ames mucho. Háblame sencillamente, como hablarías al más
íntimo de tus amigos, como hablarías a tu madre, o a tu
hermano.

 ¿Necesitas hacerme alguna súplica en favor de alguien?


Dime su nombre, sea el de tus padres, el de tus hermanos y
amigos; dime en seguida qué quisieras hiciese yo realmente por
ellos. Pide mucho, muchas cosas; no vaciles en pedir, me gustan
los corazones generosos, que llegan a olvidarse de sí mismos
para atender las necesidades ajenas

 Háblame con llaneza, de los pobres a quienes quisieras


consolar; de los enfermos a quienes ver padecer; de los
extraviados que anhelas devolver al buen camino; de los amigos
ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todos
al menos una palabra; pero palabra de amigo, palabra entrañable
y fervorosa. Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica
que salga del corazón.

 ¿Necesitas alguna gracia? Haz, si quieres, una lista de lo


que necesitas, y ven, léela en mi presencia. Dime con
sinceridad que sientes orgullo, pereza y amor a la sensualidad,
que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente..., y pídeme
luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que
haces para sacudir de encima de ti tales miserias.

 No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos y


tantos justos, tantos y tantos santos de primer orden que
tuvieron los mismos defectos! Pero rezaron con humildad, y poco
a poco se vieron libres de sus miserias.

 Tampoco vaciles en pedirme bienes para cuerpo y para


entendimiento: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos,
negocios o estudios... Todo eso puedo darte, y lo doy y deseo
me lo pidas en cuanto no se oponga, sino que favorezca y ayude
a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿Qué puedo
hacer por tu bien? ¡Si conocieses los deseos que tengo de
favorecerte!
 ¿Te preocupa alguna cosa? Cuéntamelo todo detalladamente.
¿Qué te preocupa?, ¿qué piensas?, ¿qué deseas? ¿No querrías
poder hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos a quienes
amas tal vez mucho y que viven quizá olvidados de mí? ¿No te
sientes con deseos de mi gloria?

 Dime: ¿qué cosa llama hoy particularmente tu atención?


¿qué anhelas más vivamente y con qué medios cuentas para
conseguirlo? Dime qué es lo que te ha salido mal, y yo te diré
las causas de tu fracaso. Hijo mío, soy dueño de los corazones,
y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, donde me
place.

 ¿Estás triste o de mal humor? Cuéntame tus tristezas con


todos sus pormenores. ¿Quién te ha ofendido?, ¿quién lastimó tu
amor propio?, ¿quién te ha menospreciado? Acércate a mi
corazón, que tiene el bálsamo eficaz para todas las heridas del
tuyo. Cuéntame todo, y acabarás por decirme que, a semejanza de
mí, todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi
consoladora bendición. ¿Tienes miedo de algo? ¿Sientes en tu
alma tristeza?

 Échate en brazos de mi providencia. Contigo estoy aquí, a


tu lado me tienes; todo lo oigo, ni un momento te desamparo.

 ¿Sientes desprecio por las personas que antes te quisieron


bien, y ahora se alejan de ti sin que les hayas dado el menor
motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado si no han
de ser obstáculo a tu santificación.

 ¿Tienes alguna alegría que comunicarme? ¿Por qué no me


haces partícipe de ella por lo buen amigo tuyo que soy?
Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me
hiciste, te ha consolado y hecho como sonreír tu corazón. Quizá
has tenido

alguna sorpresa agradable; quizá has recibido buenas noticias,


una carta, una muestra de cariño; quizá has vencido una
dificultad o salido de un apuro... Obra mía es todo esto, y yo
te lo he proporcionado. ¿Por qué no has de manifestarme por
ello tu gratitud, y decirme sencillamente como un hijo a su
padre: gracias, padre mío, gracias? El agradecimiento trae
consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le agrada verse
correspondido.
 ¿Tienes alguna promesa que hacerme? Puedo leer en el fondo
de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente, a Dios
no. Háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes un propósito
firme de no ponerte más en aquella ocasión de pecado?, ¿de
privarte de aquello que te dañó?, ¿de no leer más aquel libro
que dio rienda suelta a tu imaginación?, ¿de no tratar más a
aquella persona que turbó la paz de tu alma, haciéndote pecar?
¿Volverás a ser amable con aquella persona a quien miraste
hasta hoy como enemiga? Hijo mío, vuelve a tus ocupaciones
habituales, a tu trabajo, a tu familia, a tu estudio..., pero
no olvides la grata conversación que hemos tenido aquí los dos,
en la soledad de la capilla.

 Ama a mi Madre, que lo es tuya también, la Virgen


Santísima... y vuelve otra vez a Mí con el corazón más amoroso
todavía, más entregado a mi servicio: en el mío encontrarás
cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.

IV. Oraciones y devociones Eucarísticas


4. Oración de santo Tomás de Aquino para antes de comulgar

Oh Dios todopoderoso y eterno, he aquí que me acerco al


sacramento de tu unigénito Hijo Jesucristo, nuestro Señor; me
acerco como un enfermo al médico de la vida, como un inmundo a
la fuente de la misericordia, como un ciego a la luz de la
claridad eterna, como pobre y necesitado al Señor de los cielos
y de la tierra.

Imploro la abundancia de tu infinita generosidad para que te


dignes curar mi enfermedad, lavar mi impureza, iluminar mi
ceguera, remediar mi pobreza y vestir mi desnudez, para que me
acerque a recibir el Pan de los ángeles, al Rey de reyes y
Señor de señores con tanta reverencia y humildad, con tanta
pureza y fe, con tal propósito e intención como conviene a la
salud de mi alma.

Te pido que me concedas recibir no sólo el sacramento del


cuerpo y de la Sangre del Señor, sino la gracia y la virtud de
ese sacramento.

Oh Dios benignísimo, concédeme recibir el cuerpo de tu


unigénito Hijo Jesucristo, Señor nuestro, nacido de la Virgen
María, de tal modo que merezca ser incorporado a su cuerpo
místico y contado entre tus miembros.

Oh Padre amantísimo, concédeme contemplar eternamente a tu


querido Hijo, a quien, bajo el velo de la fe, me dispongo a
recibir ahora. Que contigo vive y reina en la unidad del
Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

IV. Oraciones y devociones Eucarísticas


5. Oraciones para después de comulgar

A JESÚS CRUCIFICADO

Mírame, ¡oh mi amado y buen Jesús!, postrado en tu presencia,


te ruego con el mayor fervor que imprimas en mi corazón los
sentimientos de fe, esperanza y caridad, verdadero dolor de mis
pecados y propósito firmísimo de jamás ofenderte; mientras que
yo, con gran amor y compasión, voy considerando tus cinco
llagas, comenzando por aquello que dijo de ti, oh Dios mío, el
santo profeta David: Han taladrado mis manos y mis pies, y se
pueden contar todos mis huesos.

ALMA DE CRISTO

Alma de Cristo santifícame.


Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN A SAN MIGUEL ARCÁNGEL

Arcángel san Miguel, defiéndenos en la lucha;


sé nuestro amparo contra la maldad y las asechanzas del
demonio.
Pedimos suplicantes que Dios lo mantenga bajo su imperio;
y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno con
el poder divino
a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan por el
mundo tratando de perder a las almas. Amén.

ORACIÓN DEL PAPA CLEMENTE XI

Creo, Señor, haz que crea con más firmeza; espero, haz que
espere con más confianza; me arrepiento, haz que tenga mayor
dolor.

Te adoro como primer principio; te deseo como fin último; te


alabo como bienhechor perpetuo; te invoco como defensor
propicio.
Dirígeme con tu sabiduría, átame con tu justicia, consuélame
con tu clemencia, protégeme con tu poder.
Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, para que se dirijan a ti,
mis palabras, para que hablen de ti; mis obras, para que sean
tuyas; mis contrariedades, para que las lleve por ti.
Quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como lo
quieres, quiero hasta que quieras.
Señor, te pido que ilumines mi entendimiento, inflames mi
voluntad, limpies mi corazón, santifiques mi alma.
Que me aparte de mis pasadas iniquidades, rechace las
tentaciones futuras, corrija las malas inclinaciones, practique
las virtudes necesarias.
Concédeme, Dios de bondad, amor a ti, odio a mí, celo por el
prójimo y desprecio a lo mundano.
Que sepa obedecer a los superiores, ayudar a los inferiores,
aconsejar a los amigos y perdonar a los enemigos.
Que venza la sensualidad con la mortificación, la avaricia con
la generosidad, la ira con la bondad, la tibieza con la piedad.
Hazme prudente ante los consejos, constante en los peligros,
paciente en las contrariedades, humilde en la prosperidad.
Señor, hazme atento en la oración, sobrio en la comida,
constante en el trabajo, firme en los propósitos.
Que procure tener inocencia interior, modestia exterior,
conversación ejemplar y vida ordenada. Haz que esté atento a
dominar mi naturaleza, a fomentar la gracia, servir a tu ley y
a obtener tu salvación.
Que aprenda de ti qué poco es lo terreno, qué grande lo divino,
qué breve el tiempo, qué durable lo eterno.
Concédeme preparar la muerte, temer el juicio, evitar el
infierno y alcanzar el paraíso.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.

ORACIÓN DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

Señor, haced de mí un instrumento de vuestra paz:


Que donde haya odio, ponga yo amor;
que donde hay ofensa, ponga yo perdón;
que donde hay desesperación, ponga yo esperanza;
que donde hay tinieblas, ponga yo luz;
que donde hay tristeza, ponga yo alegría.
Haced Señor que no busque tanto ser consolado como consolar;
ser comprendido como comprender;
ser amado como amar.
Porque es cuando nos damos, que recibimos;
cuando nos olvidamos, que nos encontramos;
al perdonar, que obtenemos perdón;
y es que muriendo, que resucitamos a la vida eterna.

OFRECIMIENTO DE SÍ MISMO

Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi


entendimiento, todo mi haber y poseer; Vos me lo disteis, a
Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed de mí según
vuestra voluntad, dadme vuestro amor y gracia, que esto me
basta.
ORACIÓN A SAN JOSÉ

¡Oh feliz varón, bienaventurado José, a quien le fue concedido


no sólo ver y oír al Dios a quien muchos reyes quisieron ver y
no vieron, oír y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo,
vestirlo y custodiarlo!
V. Ruega por nosotros, bienaventurado José.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro
Señor Jesucristo.
Oración: Oh Dios, que nos concediste el sacerdocio real; te
pedimos que, así como san José mereció tratar y llevar en sus
brazos con cariño a tu Hijo unigénito, nacido de la Virgen
María, hagas que nosotros te sirvamos con corazón limpio y
buenas obras, de modo que hoy recibamos dignamente el
sacrosanto cuerpo y sangre de tu Hijo, y en la vida futura
merezcamos alcanzar el premio eterno. Por el mismo Jesucristo
nuestro Señor. Amén.

HIMNO DE ACCIÓN DE GRACIAS

Cántico de los Tres Jóvenes


Ant: Cantemos el himno de los tres jóvenes, el que los santos
cantaban en el horno encendido alabando al Señor (T.P.
Aleluya).
1. Bendecid al Señor todas las obras del Señor; alabadle y
ensalzadle por los siglos.
2. Bendecid cielos al Señor, bendecid al Señor ángeles del
Señor.
3. Bendecid al Señor todas las aguas que hay sobre los cielos;
bendiga todo poder al Señor.
4. Bendecid al Señor sol y luna; estrellas del cielo bendecid
al Señor.
5. Bendecid al Señor toda la lluvia y el rocío; todos los
vientos bendecid al Señor.
6. Bendecid al Señor fuego y calor; frío y calor bendecid al
Señor.
7. Bendecid al Señor rocíos y escarchas; hielo y frío bendecid
al Señor.
8. Bendecid al Señor, hielos y nieves: noches y días, bendecid
al Señor.
9. Bendecid al Señor, luz y tinieblas: rayos y nubes, bendecid
al Señor.
10. Bendiga la tierra al Señor: alábele y ensálcele por los
siglos.
11. Bendecid al Señor, montes y collados: todas las cosas que
germinan en la tierra, bendecid al Señor.

12. Bendecid al Señor, mares y ríos: fuentes, bendecid al


Señor.
13. Bendecid al Señor, ballenas y todo lo que vive en el mar:
todas las aves del cielo, bendecid al Señor.
14. Bendecid al Señor, todos los animales y ganados: bendecid,
hijos de los hombres, al Señor.
15. Bendice, Israel al Señor: alabadle y ensalzadle por los
siglos.
16. Bendecid al Señor, sacerdotes del Señor: Bendecid al Señor,
siervos del Señor.
17. Bendecid al Señor, espíritus y almas de los justos: santos
y humildes de corazón, bendecid al Señor.
18. Bendecid al Señor, Ananías, Azarías y Misael: alabadle y
ensalzadle por los siglos.
19. Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo:
alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
20. Bendito eres en el firmamento del Cielo: y loable y
glorioso por los siglos.
(No se dice Gloria...)
1. Alabad al Señor en su santuario: alabadle en su augusto
firmamento.
2. Alabadle por sus grandes obras: alabadle por su inmensa
majestad.
3. Alabadle al son de trompetas: alabadle con salterio y
cítara.
4. Alabadle tañendo tímpanos y cantando a coro: alabadle con
instrumentos de cuerda y voces de órgano.
5. Alabadle con címbalos resonantes: alabadle con címbalos de
alegría: todo ser que vive alabe al Señor.
Gloria al Padre...
Ant. Cantemos el himno de los tres jóvenes, el que los santos
cantaban en el horno encendido alabando al Señor. (T.P.
Aleluya).
Señor ten piedad. Cristo ten piedad. Señor ten piedad.
Padre nuestro...
V. Y no nos dejes caer en la tentación.
R. Mas líbranos del mal.
V. Que te alaben, Señor, todas tus obras.
R. Y que tus santos te bendigan.
V. Se regocijarán los santos en la gloria.
R. Se alegrarán en sus mansiones.
V. No a nosotros, Señor, no a nosotros.
R. Sino a tu nombre da la gloria.
V. Señor, escucha mi oración.
R. Y llegue a ti mi clamor.
Oremos.
Oh Dios, que mitigaste las llamas del fuego a los tres jóvenes,
concédenos benignamente a tus siervos que no nos abrase la
llama de los vicios. Te rogamos, Señor, que prevengas nuestras
acciones con tu inspiración y que las acompañes con tu ayuda,
para que toda nuestra oración y trabajo en Ti siempre comience,
y por Ti concluya.. Danos, Señor, poder apagar las llamas de
nuestros vicios, Tú que le concediste a san Lorenzo vencer el
fuego que le atormentaba. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
IV. Oraciones y devociones Eucarísticas
6. Adoro te devote

Te adoro con devoción, Dios escondido,


oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto;
pero basta el oído para creer por firmeza;
creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más verdadero que esta palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad,
pero aquí se esconde también la Humanidad;
creo y confieso ambas cosas,
y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás
pero confieso que eres mi Dios:
haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere, que te ame.
¡Oh memorial de la muerte del Señor!
Pan vivo que das la vida al hombre:
concede a mi alma que de Ti viva
y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, bondadoso Pelícano,
límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto,
te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro cara a cara,
sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

IV. Oraciones y devociones Eucarísticas


7. Lauda Sion Salvatorem

Este himno, encargado por el Papa Urbano IV a Santo Tomás


de Aquino para el Oficio de la Solemnidad del Corpus Christi,
es un canto de alabanza del alma, simbolizada en Sión
(Jerusalén), en la que se admira y agradecen algunos aspectos
de la maravillosa realidad de la presencia de Cristo en la
Eucaristía.

Alaba Sión a tu Salvador,


alaba a tu guía y pastor con himnos y cánticos.
Pregona su gloria cuanto puedas,
porque El está sobre toda alabanza,
y jamás podrás alabarle bastante.
El tema especial de nuestras alabanzas
es hoy el Pan vivo y que da la vida.
El cual se dio en la mesa de la sagrada cena
al grupo de los doce Apóstoles, sin ninguna duda.
Sea, pues, llena, sea sonora, sea alegre,
sea pura la alabanza de nuestra alma
pues celebramos el solemne día
en que fue instituido este divino banquete.
En esta mesa del nuevo Rey,
la Pascua nueva de la nueva Ley
pone fin a la pascua antigua.
Lo viejo cede ante lo nuevo, la sombra ante la realidad
y la luz ahuyenta la noche.
Lo que Jesucristo hizo en la cena
mandó que se haga en memoria suya.
Instruidos con sus santos mandatos,
consagramos el pan y el vino, en sacrificio de salvación.
Es dogma que se da a los cristianos,
que el pan se convierte en Carne, y el vino en Sangre.
Lo que no comprendes y no ves, lo atestigua una fe viva,
fuera de todo orden de la naturaleza.
Bajo diversas especies, que son accidente y no sustancia,
están ocultos los dones más preciados.
Su Carne es alimento y su Sangre bebida,
pero Cristo está todo entero bajo cada especie.
Quien lo recibe no lo rompe, no lo quebranta,
no lo desmembra: se recibe todo entero.
Recíbelo uno, lo reciben mil;
y aquél lo toma tanto como éstos,
pues no se consume al ser tomado.
Recíbenlo buenos y malos;
mas con suerte desigual de vida o muerte.
Es muerte para los malos, y vida para los buenos;
mira cómo un mismo alimento
produce efectos tan diversos.
Cuando se divida el Sacramento, no vaciles,
sino recuerda que Jesucristo está en cada parte
tan entero como antes en el todo.
No se parte la sustancia, se rompe sólo la señal;
ni el ser ni el tamaño se reducen de Cristo presente.
He aquí el Pan de los Ángeles, hecho viático nuestro;
verdadero pan de los hijos, no lo echemos a los perros.
Figuras lo representaron: Isaac fue sacrificado,
el Cordero Pascual, inmolado;
el maná nutrió a nuestros padres.
Buen pastor, Pan verdadero, ¡oh Jesús!, ten piedad.
Apaciéntanos y protégenos;
haz que veamos los bienes en la tierra de los vivientes.
Tú, que todo lo sabes y puedes,
que nos apacientas aquí siendo aún mortales,
haznos allí tus comensales.
coherederos y compañeros de los santos ciudadanos. Amén.
IV. Oraciones y devociones Eucarísticas
8. Oración del Ángel de Fátima

Dios mío yo creo, adoro, espero y os amo, os pido perdón


por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro
profundamente y os ofrezco el precioso Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, que se encuentra
presente en todos los Sagrarios de la tierra, y os lo ofrezco,
Dios mío en reparación por los abusos, sacrilegios e
indiferencias con que Él es ofendido. Amén.

IV. Oraciones y devociones Eucarísticas


9. La Comunión espiritual

Ya san Agustín distinguía entre el sacramento (el signo) y


lo que nos da el sacramento (lo significado, que aquí es
Cristo), dos aspectos -mejor dicho, dos realidades- de la misma
realidad. La teología posterior explicará cómo pueden recibirse
los efectos del sacramento de la Eucaristía sin recibir el
sacramento mismo. Santo Tomás de Aquino, explicó que se pueden
recibir los efectos sin recibir el sacramento: mediante el vivo
deseo de la voluntad humana de recibir el sacramento
intensificando la fe y el amor hacia Cristo Eucarístico, aunque
con la Comunión sacramental se consigue más plenamente el
efecto del sacramento que con sólo el deseo (Suma de Teología,
III, q. 80, a. 1).

En el siglo XX, san Pío X, que tanto hizo por fomentar la


Comunión frecuente y diaria, y adelantó la edad de la Primera
Comunión de los niños, la describe así en su propio Catecismo:
La comunión espiritual es un gran deseo de unirse
sacramentalmente a Jesucristo diciendo, por ejemplo: "Señor mío
Jesucristo, deseo con todo mi corazón unirme a Vos ahora y por
toda la eternidad", y haciendo los mismos actos que preceden o
siguen a la Comunión sacramental.

Muchos autores espirituales la han recomendado (santa


Teresa de Jesús, Tomás de Kempis, san Alfonso María, san Alonso
Rodríguez, El Santo cura de Ars, etc. como medio para crecer en
el amor a Dios y remedio para cuando el amor se enfría. No hay
una fórmula concreta para practicar esta devoción, que debe de
contener algunos elementos: un acto de fe (creo que estás
aquí), un acto de amor a Jesús Sacramentado (Te amo sobre todas
las cosas), una acción de gracias por haberse quedado con
nosotros y un acto de deseo (quisiera recibirte). En la vida
diaria, a veces lo que más importa es la intención, el deseo,
aunque luego no se pueda hacer lo que se deseaba realizar. Una
fórmula popular breve es: Yo quisiera, Señor, recibiros con
aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra
Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los Santos.

V. Exposición y bendición con el Santísimo


V. EXPOSICIÓN Y BENDICIÓN CON EL SANTÍSIMO

La exposición y bendición con el Santísimo Sacramento es


un acto comunitario en el que debe estar presente la
celebración de la Palabra de Dios y el silencio contemplativo.
En la exposición solemne -con la custodia- se utiliza incienso;
en la exposición simple -con el copón- puede utilizarse.

Pange, lingua, gloriosi


córporis mysterium,
sanguinisque pretiósi,
quem in mundi prétium
fructus ventris generosi
Rex effudit gentium. Amen
Canta, lengua, al glorioso
Cuerpo y Sangre del Señor.
Canta a la Sangre preciosa
que es el precio del perdón,
y el Rey, fruto de una Virgen,
por el mundo derramó.
Se puede leer entonces algún pasaje del evangelio, hacer un
rato de oración en silencio, o rezar tres veces la estación:
V. Viva Jesús Sacramentado
R. Viva y de todos sea amado
Padrenuestro, Ave María y Gloria
Yo quisiera Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y
devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el
espíritu y fervor de los santos.

Tantum ergo Sacramentum


veneremur cernui;
et antiquum documentum
novo cedat ritui
praestet fides suplementum
sensuum defectui.
Genitori, Genitoque
laus et jubilatio,
salus, honor, virtus quoque
sit et benedictio.
Procedenti ab utroque
compar sit laudatio. Amen.

Contemplando tal misterio,


adoradlo con pasión.
Que la fuerza de la gloria
borre el rostro del temor.
La fe muestra la presencia
escondida de mi Dios.
Gloria al Padre, fuerza eterna,
alegría y esplendor.
Gloria al Hijo, a quien dio todo,

pues eterno lo engendró.


Gloria al Espíritu Santo,
Fuego eterno de su amor.
V. Les diste pan del cielo (T.P. Aleluya)
R. Que contiene en sí todo deleite (T.P. Aleluya).
Oración: Oh Dios, que bajo este Sacramento admirable nos
dejaste el memorial de tu Pasión: concédenos que de tal modo
veneremos los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre,
que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu
Redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.

(El sacerdote o el diácono puede dar la bendición con el


Santísimo. Dios nos bendice. Es un momento para adorar,
agradecer y pedir. Terminada la bendición, el ministro, y
todos con él, bendecimos a Dios y repetimos estas Alabanzas de
desagravio por las blasfemias):

- Bendito sea Dios.


- Bendito sea su santo Nombre
- Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero
- Bendito sea el Nombre de Jesús
- Bendito sea su Sacratísimo Corazón
- Bendita sea su Preciosísima Sangre
- Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar
- Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito
- Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima
- Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción
- Bendita sea su gloriosa Asunción
- Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre
- Bendito sea San José, su castísimo Esposo
- Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.
Amén.

(Mientras el ministro retira el Santísimo y lo guarda en


el Sagrario, se suele cantar un cántico adecuado). Puede ser:

Laudate Dominum omnes gentes,


laudate eum omnes populi.
Quoniam confirmata est super
nos misericordia eius
et veritas Domini manet in aeternum.
Gloria Patri, et Filo, et Spiritui Santo.
Sicut erat in principio,
et nunc et semper,
et in saecula saeculorum. Amen.
Cantad al Señor todas las gentes,
cantad al Señor todos los pueblos.
Porque es eterna su misericordia
y su verdad permanece para siempre.
Gloria al Padre y al Hijo

y al Espíritu Santo
como era en un principio,
ahora y siempre
y por los siglos de los siglos. Amén.

(O bien)
Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar.
Y la Virgen concebida sin pecado original.

VI. Cantos Eucarísticos


VI. CANTOS EUCARÍSTICOS

1. CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES

Cantemos al Amor de los amores


Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! Venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor.
¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y tierra bendecid al Señor,
honor y gloria a Ti, Rey de la gloria,
amor por siempre a Ti, Dios del Amor.

2. DUEÑO DE MI VIDA

Dueño de mi vida, vida de mi amor,


ábreme la herida de tu corazón.
1. Corazón divino dulce cual la miel,
Tú eres el camino para el alma fiel.
2. Tú abrasas el hielo, tú endulzas la hiel;
tú eres el consuelo para el alma fiel.
3. Corazón divino, ¡qué dulzura dan
de tu Sangre el vino, de tu Carne el pan!
4. Tú eres la esperanza del que va a vivir,
tú eres el remedio del que va a morir.
5. Corazón divino, Jesús, guíame;
si yerro el camino, enderézame.
6. Yo soy tu vasallo, tú serás mi juez;
cuando a mí juzgues, compadécete.

3. JESÚS VIVIR NO PUEDO

Jesús vivir no puedo lejos de Ti,


Jesús sin Ti me muero, ¡ay! ven a mí.
1. No puedo, Jesús mío, sin Ti vivir
cual flor que sin rocío se va a morir,
se morirá mi alma lejos de Ti.
2. De ti solo yo espero el bien sin par,
tu paz, que el mundo entero no puede dar;
por mí bajaste al suelo, ¡oh qué bondad!

3. Castígame, si quieres, soy pecador,


pero dame tu gracia, dame tu amor.
Y ven, ven a mi alma, dulce Señor.
4. Más que pecar, Dios mío, quiero morir;
quiero exhalar mi vida, Señor, por ti.
Por ti, que das tu sangre en la cruz por mí.
5. Oculto estás; mis ojos ¡ay! no te ven,
no te oigo ni te toco, mi dulce Bien.
Pero te adora mi alma, te ve mi Fe.
6. Oh Buen Pastor de mi alma, oh buen Jesús,
si yo de ti me aparto, dame tu luz.
Y atráeme al silbido de tu virtud.

4. OH BUEN JESÚS

1. Oh buen Jesús, yo creo firmemente


que por mi bien estás en el altar,
que das tu Cuerpo y Sangre juntamente
al alma fiel en celestial manjar.
2. Indigno soy, confieso avergonzado
de recibir la Santa Comunión;
Jesús que ves mi nada y mi pecado,
prepara Tú mi pobre corazón.
3. Oh buen Jesús Pastor fino y amante
mi corazón se abrasa en santo ardor;
si te olvidé hoy juro que constante
he de vivir tan solo de tu amor.
4. Dulce maná de celestial comida,
gozo y salud de quien te come bien,
ven sin tardar, mi Dios mi luz, mi vida;
desciende a mí, hasta mi pecho ven.

5. JESÚS AMOROSO

1. Jesús amoroso, el más fino amante,


quiero en todo instante sólo en Ti pensar.
Tú eres mi tesoro, Tú eres mi alegría,
Tú eres vida mía yo te quiero amar.
2. Oh Corazón dulce de amor abrasado,
quiero yo a tu lado por siempre vivir
y en tus llagas santas viviendo escondido
de amores herido en ellas vivir.

6. CERCA DE TI, SEÑOR


1. Cerca de Ti, Señor, yo quiero estar;
tu grande eterno amor quiero gozar.
Llena mi pobre ser, limpia mi corazón;
hazme tu rostro ver en la aflicción.
2. Mi pobre corazón inquieto está,
por esta vida voy buscando paz.
Mas sólo Tú, Señor, la paz me puedes dar;

cerca de Ti, Señor, yo quiero estar.


3. Pasos inciertos doy, el sol se va;
mas, si contigo estoy, no temo ya.
Himnos de gratitud alegre cantaré,
y fiel a Ti, Señor, siempre seré.
4. Día feliz veré creyendo en Ti,
en que yo habitaré cerca de Ti.
Mi voz alabará tu santo nombre allí,
y mi alma gozará cerca de Ti.

7. DE RODILLAS, SEÑOR, ANTE EL SAGRARIO

1. De rodillas, Señor, ante el Sagrario,


que guarda cuanto queda de amor y de unidad,
venimos con las flores de un deseo
para que nos las cambies en frutos de Verdad:
Cristo en todas las almas
y en el mundo, la Paz.
2. Como estás, mi Señor, en la Custodia,
igual que la palmera que alegra el arenal,
queremos que en el centro de la vida
reine sobre las cosas tu ardiente caridad:
Cristo en todas las almas
y en el mundo, la Paz.
3. Como ciervos sedientos que van hacia la fuente,
vamos hacia tu encuentro sabiendo que vendrás;
que el que la busca es porque ya en la frente
lleva un beso de paz.
4. Que las llamas gemelas de las almas amigas
se muevan, todas juntas, en único afán,
como el aire ha movido las espigas
que hicieron este Pan.
5. Tiradas a tus plantas las armas de la guerra
rojas flores tronchadas por un ansia de amar,
hagamos de los mares y la tierra
como un inmenso altar.

8. ACERQUÉMONOS TODOS AL ALTAR

Acerquémonos todos al altar que es la mesa fraterna del amor,


pues siempre que comemos de este pan, recordamos la Pascua del
Señor.
1. Los hebreos en medio del desierto comieron el maná:
nosotros peregrinos de la vida, comemos este pan.
Los primeros cristianos ofrecieron su cuerpo como trigo:
nosotros, acosados por la muerte, bebemos este vino.
2. Como Cristo hecho pan de cada día se ofrece en el altar,
nosotros entregados al hermano, comemos este pan.
Como el cuerpo de Cristo es uno solo por todos ofrecido,
nosotros olvidando divisiones, bebemos este vino.
3. Como ciegos en busca de la aurora, dolientes tras la paz,
buscando tierra nueva y cielos nuevos, comamos este pan.

Acerquémonos todos los cansados, porque Él es nuestro alivio,


y, siempre que el desierto nos agobie, bebamos este vino.

9. TE CONOCIMOS AL PARTIR EL PAN

1. Andando por el camino, te tropezamos, Señor,


te hiciste el encontradizo, nos diste conversación;
tenían tus palabras fuerza de vida y amor,
ponían esperanza y fuego en el corazón.
Te conocimos, Señor, al partir el pan,
Tú nos conoces, Señor, al partir el pan.
2. Llegando a la encrucijada, tú proseguías, Señor;
te dimos nuestra posada,, techo, comida y calor;
sentados como amigos a compartir el cenar,
allí te conocimos al repartirnos el pan.
3. Andando por los caminos, te tropezamos, Señor,
en todos los peregrinos que necesitan amor,
esclavos y oprimidos que buscan la libertad,
hambrientos, desvalidos, a quienes damos el pan.

10. TÚ ERES, SEÑOR, EL PAN DE VIDA

1. Mi Padre es quien os da verdadero Pan del cielo.


Tú eres, Señor, el Pan de vida.
2. Quien come de este Pan vivirá eternamente.
3. Aquel que venga a Mí no padecerá más hambre.
4. Mi Carne es el manjar y mi Sangre la bebida.
5. El Pan que yo daré, ha de ser mi propia Sangre.
6. Quien come de mi Carne mora en Mí y Yo en él.
7. Bebed todos de él, que es Cáliz de mi Sangre.
8. Yo soy el Pan de vida que ha bajado de los cielos.
9. Si no coméis mi Carne, no tendréis vida en vosotros.
10. Si no bebéis mi Sangre, no tendréis vida en vosotros.
11. Quien bebe de mi Sangre tiene ya la vida eterna.
12. Mi Cuerpo recibid, entregado por vosotros.

11. VASO NUEVO

Gracias quiero darte por amarme.


Gracias quiero darte yo a ti, Señor.
Hoy soy feliz porque te conocí.
Gracias por amarme a mí también.
Yo quiero ser, Señor, amado,
como el barro en manos del alfarero.
Toma mi vida, hazla de nuevo,
yo quiero ser un vaso nuevo.
Te conocí y te amé.
Te pedí perdón y me escuchaste.
Sí, te ofendí, perdóname, Señor,
pues te amo y nunca te olvidaré.
Yo quiero ser, Señor, amado...

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