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Guerra: modernidad y contramodernidad


/ Pablo Bonavena
/ Flabián Nievas
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Bonavena, Pablo Augusto


Guerra : modernidad y contramodernidad. / Pablo Augusto Bonavena y Flabián
Nievas. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Final Abierto, 2014.
224 p. ; 20x14 cm.

ISBN 978-987-28470-6-7

1. Sociología de la Guerra. I. Nievas, Flabián II. Título


CDD 303.66

1era. Edición / Febrero 2015

Diseño y diagramación: Marcelo Garbarino

© 2015 Editorial Final Abierto


info@finalabiertoweb.com.ar
www.finalabiertoweb.com.ar

Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Reservados todos los derechos esta edición..
Prohibida la reproducción de este libro sin el permiso previo y por escrito de los titulares del
copyright. Impreso en Argentina.
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Guerra: modernidad
y contramodernidad

/ Pablo Bonavena
/ Flabián Nievas

COLECCIÓN CRÍTICA
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Prefacio

Este libro es el producto de tres años de investigación financiada


por la Universidad de Buenos Aires,1 con sede en el Instituto de
Investigaciones “Gino Germani”. Si bien la redacción final quedó a
cargo nuestro, la colaboración del resto de los integrantes del equipo
posibilitó su realización.2
Este ensayo pretende sintetizar los principales núcleos trabajados
en este tiempo, y plantear las conclusiones más evidentes e importan-
tes a que arribamos. Cada una de las cuestiones que aquí tratamos
han sido expuestos en detalle en diversos artículos, capítulos de libros
y ponencias y comunicaciones a Congresos, así como en el curso de
“Sociología de la guerra” dictado en la Facultad de Ciencias Sociales.
A tales contribuciones parciales nos remitimos para la profundiza-
ción y los detalles de cada aspecto de lo que aquí exponemos.3

1
Proyecto UBACyT W-913, programación 2011/14, dirigido por Flabián Nievas.
2
Además de los autores, el equipo está conformado por Inés Izaguirre, Tomás
Varnagy, Darío de Benedetti, Mariana Maañón, Marina Malamud, Iván Poczynoc,
Julio Spota y Carolina Sampó. Agradecemos especialmente a Mario Iribarren por su
fina lectura del texto, que advirtió erratas, oscuridades y ambigüedades, mejorándo-
lo notablemente. Los defectos que subsistan no son de su responsabilidad, sino de
la nuestra.
3
Una lista de los trabajos parciales más relevantes los incluimos al final del volumen.
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6 PREFACIO

En este trabajo intentamos hacer un equilibrio entre una exposi-


ción general y la justificación de cada aserción contenida en el
mismo. Renunciamos al análisis minucioso de cada fuente, lo que se
puede encontrar en otras publicaciones que hemos realizado, pero
sin por ello exponer un discurso carente de anclaje en algunas citas
que consideramos imprescindibles para su mejor apreciación.
Buscamos aquí hacer una exposición de conjunto sobre una cuestión
que no es directamente visible, pero que, entendemos, es de enorme
importancia actual y futura.
Este libro no está dirigido exclusivamente al público académico,
sino a toda persona interesada en reflexionar sobre las condiciones
socio-políticas actuales y esperables como venideras (con la excep-
ción, quizás, del capítulo primero, centrado más en un repaso de
nuestro propio campo disciplinario). No podemos ocultar la interna
esperanza de que este contribuya, mínimamente, a evitar que las
actuales tendencias se consoliden, y a defender los valores que senti-
mos positivos aunque para los poderes fácticos resulten vetustos,
como los derechos humanos.
La estructura es muy sencilla. En el primer capítulo argumenta-
mos acerca de la necesidad de que los científicos sociales nos involu-
cremos en el estudio de un fenómeno en apariencia tan lejano, y tan
cercano en la práctica, como la guerra. Pensar que es algo que ocurre
en tierras distantes o en tiempos pasados, es como suponer que los
microbios, por ser muy pequeños, no tienen que ver con nosotros.
La sociología le ha prestado poca y mala atención a este fenómeno, y
creemos que es necesario darle un lugar más importante en la disci-
plina. Hace más de una década inauguramos la cátedra de Sociología
de la Guerra, que aún se dicta en la Facultad de Ciencias Sociales de
la Universidad de Buenos Aires. La generosidad y comprensión de las
autoridades de entonces nos permitió instalar académicamente el
tema, algo inusual en las carreras de grado de nuestra disciplina.
Fundamentalmente nos interesa resaltar la íntima relación que hay
entre la guerra y las formaciones sociales, la síntesis de éstas que
expresan aquellas, y la capacidad anticipatoria que tiene la guerra res-
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pecto de fenómenos que luego se instalan y estabilizan, aunque de


maneras que opacan la vinculación con su origen.
El segundo capítulo es un apretado recorrido, sin pretensión de
exhaustividad, de la guerra en la historia, poniendo énfasis en la arti-
culación entre sus formas y los tipos de sociedades en que se desarro-
llaron. El modo social de producción incide en las formas de la
misma. Su escritura no obedece a un afán de erudición, sino a mos-
trar, por contraste, cómo se constituyó la guerra en la Modernidad,
que es de donde partimos para nuestro trabajo, ya que constituye el
modelo clásico sobre el cual observamos las divergencias actuales.
Luego de presentar el panorama moderno, esto es, de la guerra
como asunto interestatal, abordamos las variaciones que han ocurri-
do desde la última mitad del siglo pasado en adelante, pero con espe-
cial aceleración en lo que va de la presente centuria. Sin anticipar el
contenido, sí podemos afirmar que es el centro de nuestras preocu-
paciones morales y políticas. El rumbo que vemos que van tomando
los fenómenos, observándolos sin la ingenuidad de la inmediatez, no
nos permite ser optimistas. La denuncia es insuficiente, pero necesa-
ria. Este trabajo pretende contribuir a echar luz sobre un tema gene-
ralmente subvalorado, y brindar algunos elementos de reflexión para
la mejor comprensión del mismo.
El trabajo finaliza, por último, con un análisis prospectivo, en el
que exponemos algunas hipótesis que hemos podido formalizar tras
estos años de observación y análisis de la guerra y su evolución. El sis-
tema que conocimos y sobre el que están fundados nuestros valores y
nuestras categorías cognitivas parece estar transformándose de mane-
ra definitiva. Es necesario adecuar nuestro entendimiento a lo que se
avecina, aunque aún no haya terminado de configurarse; creemos que
sin ese ajuste es imposible articular ninguna respuesta efectiva.

Flabián Nievas
Pablo Bonavena
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CAPÍTULO I
¿Por qué estudiar la guerra?

La guerra: un fenómeno social olvidado por la sociología

Este es un libro sobre la guerra, o mejor dicho, acerca de algunas


cuestiones vinculadas a dicha actividad, realizado por sociólogos. Esta
aclaración nos parece necesaria pues nos permite pedir cierta indul-
gencia al lector sobre los alcances del mismo, ya que por un lado su
vastedad implica que necesariamente haya muchos aspectos no abor-
dados, y por otro, la temática que abordamos es ajena a nuestro campo
disciplinario por lo que, en definitiva, el fin de este trabajo es coope-
rar en su instalación allí junto a otros tradicionales objetos de estudio
sociológico.
Esta ajenidad fue oportunamente indicada por Alvin Gouldner,
quien señaló que “hay muchos estudios sociológicos sobre la discordia
familiar y aun sobre las tensiones industriales”, pero “son escasos los
estudios sociológicos sobre las relaciones internacionales, la paz y la
guerra”, y para certificar sus dichos señala que examinó veinticinco
libros de introducción a la sociología publicados entre los años 1945
y 1954 y encontró que de las 17.000 páginas de esas obras sólo 275
contenían referencias a la guerra.1 En parte, esto debe matizarse ahora,
ya que desde hace algunas décadas se han multiplicado programas e

1
Gouldner, Alvin W.; La sociología actual: renovación y crítica, pág. 345 y nota
3 de las págs. 345/6. Véanse algunas consideraciones al respecto a partir de pregun-
tarse si es factible una ciencia de la guerra o la estrategia en Joxe, Alain; La ciencia
de la guerra y la paz, págs. 9/10.
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instituciones dedicadas al estudio de la paz,2 los que abordan la guerra


desde una perspectiva “negativa”, es decir, no como un fenómeno
digno de atención por sí mismo, sino en la perspectiva de cómo pre-
venirlas o, al menos, de denunciar su existencia, aunque no desde la
perspectiva de la irenología,3 sino en la perspectiva de cómo prevenir-
las o, al menos, de denunciar su existencia. Aunque muchas veces no
se trata de estudios sociológicos, la importancia de los mismos no
puede subestimarse, y son un importante insumo para el estudio
sociológico de la guerra.
En la línea de Gouldner, el profesor de sociología de la Universidad
de Duke, Edward A. Tiryakian, efectuó una exhaustiva exploración en
la misma dirección recorriendo los Annual Review of Sociology; conclu-
yó que la guerra es un tema “legítimamente sociológico, pero triste-
mente olvidado”.4 La sociología ha estudiado “la educación, la políti-
ca, la economía, el sexo, el género, las conductas desviadas, el juego,
la raza y cualquier otra cosa. Todo menos la guerra”.5 Hans Joas tam-

2
De los muchos importantes, el más destacable quizás sea el Stockholm
International Peace Research Institute (SIPRI), de notable tarea en la sistematiza-
ción de información. Otros dignos de mención son el Centre d’Etudis per a la Pau
JM Delàs, el Instituto de la Paz y los Conflictos (IPAZ), el Centro de Estudios Para
la Paz (CEPPA). No todos los “institutos de estudio de la paz” abordan las guerras;
muchos de ellos se dedican al conflicto social en general.
3
“La polemología requiere también, como complemento, de una irenología, es
decir, una sociología de la paz, que Bouthoul consideraba un capítulo de la prime-
ra. Bouthoul atribuía el término irenología al General Werner, pero según Freund
salió del magín del periodista belga Paul M. G. Levy [1910-2002]. La irenología
como estudio científico de la paz debe distinguirse del Peace Research, que es al
mismo tiempo investigación sobre la paz y para la paz. Esto último ayuda a expli-
car su tradicional vinculación a los centros de poder político y económico del status
quo. Bouthoul sostuvo que la difusión de la terminología Peace Research no respon-
día en todos los casos a razones epistemológicas sino financieras: el mecenazgo, sobre
todo en los Estados Unidos, suele ser muy sensible a la seducción de la paz”. Molina,
Jerónimo; “Gaston Bouthoul: en conmemoración de un pionero de la polemología”,
pág. 128, nota 60.
4
Romero Ramírez, Antonio José; “Guerra y paz”, pág. 592.
5
Tiryakian, Edward A.; “La guerra: la cara oculta de la modernidad”; en Beriain,
Josetxo (comp.); Modernidad y violencia colectiva; pág. 63.
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bién afirma que la violencia, las relaciones entre los Estados no son
parte del “corpus de investigación de las Ciencias Sociales”, por eso la
guerra es “la cara oculta de la modernidad.”6
Otro indicador interesante del déficit que señalamos lo encontra-
mos en el primer número de la Revista Española de Investigaciones
Sociológicas; allí fue publicada una larga lista de escritos sugeridos como
base de una sociología de la guerra, pero en rigor solo el primero de los
nueve ítems en que se subdivide correspondería fehacientemente a tal
disciplina; allí se agrupan 56 títulos en diversos idiomas, aunque
muchos de ellos son de dudosa pertinencia, ya que se encuadrarían
mejor en una sociología militar que en una sociología de la guerra.
Gran parte del resto cuesta ubicarlo dentro de la sociología en general.7
Pero no sólo la guerra es un tema refractario dentro del mundo de
la sociología. Es un fenómeno que en general suele escapar tanto al
interés de muchos otros campos del pensamiento sistematizado como
también al entendimiento del común de la gente. Plagada de horro-
res, desde la modernidad suele ser vista como una suerte de maldición
bíblica a la que sólo se puede condenar. Especialmente a partir del
Renacimiento no sorprende que, dados los niveles de destrucción,
muerte y sufrimientos que ocasiona, fueran emergiendo entre las capas
cultas de la sociedad sentimientos negativos, de rechazo, que a la larga
obnubilaron su comprensión.8 La emergencia de un anti-belicismo

6
Joas, Hans; Guerra y modernidad. Estudios sobre la historia de la violencia en el
siglo XX, pág. 47. Romero Ramírez, A. J.; op. cit.; pág. 592. Véase, también de Joas,
Hans; “La modernidad de la guerra. La teoría de la modernización y el problema de
la violencia”; en Beriain, Josetxo (comp.); Modernidad y violencia colectiva.
7
Verstrynge Rojas, Jorge y Vidaurreta Campillo, María; “Bibliografía sistemáti-
ca sobre la sociología de la guerra”; en Revista Española de Investigaciones Sociológicas,
Nº 1; págs. 329/46.
8
En efecto, aunque encontramos formulaciones pacifistas con anterioridad,
como veremos en el próximo capítulo, la génesis del anti-belicismo ilustrado se
remonta especialmente al Renacimiento, donde se destacaron Moro y Erasmo.
Véase de Bonavena, Pablo; “Filosofía política sobre la guerra y la paz en los cimien-
tos de las Ciencias Sociales: algunas notas sobre las obras de Tomás Moro y Erasmo
de Rotterdam”; ponencia presentada en el V Coloquio Internacional de Filosofía
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popular, en cambio, se extendió recién durante el siglo XVIII con la con-


solidación de los ejércitos nacionales, cuando el pueblo en su conjunto
comenzó a tener que soportar más directamente el peso de la guerra.9
Muchos años después, la magnitud de la crueldad que puso de mani-
fiesto la Gran Guerra acentuó este panorama. Las máscaras contra los
gases venenosos cubriendo el rostro de los soldados en las embarradas
trincheras son un emblema de esa conflagración difícil de olvidar, al
igual que el genocidio armenio o los ataques sin miramientos a la
población civil.10 Esta aversión, claro está, tuvo varios correlatos.
Fuera del ámbito de la sociología este giro en la percepción se nota
en la variación de la valoración respecto de los veteranos de guerra, los
que gradualmente fueron perdiendo su aura heroica. Este proceso se
inscribe en una tendencia general que se remonta a la consolidación
de la burguesía como fuerza estatal. Alexis de Tocqueville ya señaló
hace muchos años, observando a los Estados Unidos de Norteamérica,
la pérdida de prestigio de la profesión del militar como tendencia, a
favor de los civiles. Su valorización positiva fue siendo desplazada por
la sospecha y descalificación. Pero sobre todo desde la guerra de
Vietnam el excombatiente es considerado alguien al que se le debe
temer y no admirar, como ocurría con los regresados de otras batallas.
En lugar de relacionar su participación en la guerra con las hazañas,
hoy es más factible que se sospeche de ganar protagonismo en accio-
nes atroces que, incluso, en cualquier momento podría replicar contra
los conciudadanos indefensos, tal como ocurrió desde Vietnam con

Política. Nuevas perspectivas socio-políticas. Pensamiento alternativo y democracia. Uni-


versidad Nacional de Lanús. Un texto clásico sobre el tema es el de Erasmo de Rot-
terdam; Adagios del poder y de la guerra y Teoría del adagio.
9
Soto, Luis G.; “Guerra, política y moral: de anteayer a hoy”; en Daimon
(∆α´ιµων). Revista Internacional de Filosofía, N° 42. Véase, asimismo, de Sales,
Nuria; Sobre esclavos, reclutas y mercaderes de quintas; págs. 139 a 206 y 209 a 277.
10
Sin duda la Primera Guerra tiene como antecedentes, vista desde la perspecti-
va de remarcar los altos niveles de crueldad y en capacidad de destrucción de vidas
humanas y bienes materiales, a la guerra civil estadounidense; también a la guerra
anglo-bóer con sus campos de concentración. Véase al respecto, Muchnik, Daniel y
Garvie, Alejandro; El derrumbe del humanismo. Guerra, maldad y violencia en los
tiempos modernos.
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varios norteamericanos regresados de guerras lejanas. Ser excomba-


tiente, en las últimas décadas, convoca al estigma más que al honor,
fenómeno muy visible con los veteranos de la guerra de Malvinas.
Estas valoraciones o apreciaciones subjetivas, no obstante, no alte-
raron la prolongación de la actividad guerrera de manera extendida y
sistemática, sin alterar significativamente su recurrencia.11 La violencia
militar del siglo XX puso en evidencia lo estéril de las prédicas pacifis-
tas esgrimidas desde cuatro centurias antes, inclusive en aquellos paí-
ses donde el apoyo a la guerra se discute en el seno de los parlamen-
tos, contrariando el teorema politológico de la “paz democrática”.12 En
efecto, el rechazo intelectual y moral que promueven los enfrenta-
mientos bélicos no melló la determinación de seguir volcando una
gran cantidad de esfuerzos económicos y los recursos de todos los
tipos que insumen para nutrirlos. Por otra parte, el impacto social de
su permanencia repercutió tal vez como nunca en el siglo pasado y lo
que va de éste, en ámbitos tan disímiles como los niveles de población
o el avance tecnológico.13

11
Sobre la declinación del prestigio militar, desde otro ángulo, véase de De
Weerd, Harvey A.; “Churchill, Lloyd George, Clemenceau: la aparición del civil”;
en Mead Earle, Edward; Creadores de la estrategia moderna, Tomo II, págs. 263/4.
12
En la Argentina, por ejemplo, la participación de sus fuerzas armadas en la
invasión a Irak fue promovida por el Partido Justicialista en el gobierno con un
decreto presidencial del 18 de septiembre de 1990.
13
Las dos guerras mundiales, por ejemplo, tuvieron un gran impacto demográ-
fico y generaron un definitivo cambio en el mercado de trabajo, el incremento de
derechos civiles y una ampliación de la ciudadanía política –como el derecho a voto–
de las mujeres. Véase al respecto, de Vidaurreta Campillo, María; “Guerra y condi-
ción femenina en la sociedad industrial”; en Revista Española de Investigaciones Socio-
lógicas N° 1. Véase la segunda parte de esta investigación en Vidaurreta Campillo,
María; “Madurez industrial. Guerra y condición femenina”. Sobre el impacto gene-
ral de la guerra en la sociedad es imprescindible ver el trabajo de Naville, Pierre y
Friedman, Georges; Tratado de Sociología del Trabajo, Capítulo XXII “Guerra y
Sociedad”. Acerca del avance científico-tecnológico que la guerra impulsa pueden
consultarse Bowler, Peter y Rhys Morus, Iwan; Panorama general de la ciencia moder-
na, en especial el capítulo 20; Basalla, George; La evolución de la tecnología, en parti-
cular el capítulo 5; Sánchez Ron, José Manuel; El poder de la ciencia, especialmente
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Su influencia y persistencia, sin embargo, no transformó a la gue-


rra en uno de los objetos de la investigación sociológica.14 Con seguri-
dad resulta llamativo para quienes están lejos de la sociología que sus
especialistas se hayan mostrado renuentes al estudio de la misma. En
este tema se contraría la imagen que los cultores de esta disciplina tie-
nen de la misma: en vez de violentar el sentido común, en este caso
parece acompañarlo. El escaso interés o atención prestado al fenóme-
no en cuanto tal –lo que no implica que no haya estudios sobre gue-
rras particulares, que sí los hay, pero no de la guerra como objeto de
estudio general– solo tiene como contrapartida algunas aproximacio-
nes, pero que en general son escasas y fragmentarias.15 El sociológico
es un mundo académico que suministra atención incluso a fenómenos
relativamente marginales en comparación con la importancia social de
la guerra –tal como opinan Gouldner, Joas y Tiryakian– y esta
impronta de la disciplina requiere alguna explicación y, como parece
lógico, una pronta rectificación, no por un afán enciclopedista, sino
porque, como argumentaremos a lo largo de este trabajo, la guerra
tiene más incidencia en la vida cotidiana de lo que estaríamos dispues-
tos a admitir a priori.

los capítulos 8 a 11; Crone. G. R.; Historia de los mapas, en particular el capítulo
XIV. Pero más allá de los desarrollos técnicos y científicos, el impacto de Internet, la
aeronáutica o la telefonía celular –todos desarrollos inicialmente con fines bélicos–,
por citar solo los ejemplos más salientes, es indudable e inmensurable.
14
Sobre la repetición de las guerras cabe recordar el pensamiento de Aristóteles:
“…toda la vida se divide en trabajo y ocio, en guerra y paz”. Aristóteles; Política, pág.
138.
15
“Las obras de autor reconocido hoy disponibles para el conocimiento del
lugar que ocupan en las ciencias sociales primero, el conflicto armado (bélico) y,
secundariamente, el poder político o la acción profesional de las instituciones para
la defensa no son fáciles de encontrar. Los padres fundadores, los grandes maestros
y los notables teóricos, aplicados al saber que ahora denominamos sociología apenas
se han orientado hacia esta concreta cuestión. Se refieren, eso sí, a la guerra, a las ins-
tituciones para la defensa y a los miembros permanentes de las Fuerzas Armadas
pero, en líneas generales, lo hacen de manera incidental y con evidente desgana”.
Alonso Baquer, Miguel; “El lugar del conflicto, del poder y la acción en las socieda-
des occidentales”, pág. 11.
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Obviamente, dar cuenta de este desinterés requeriría de un estudio


particular, que se aleja del objetivo de este libro. Con seguridad el
esclarecimiento de la omisión histórica nos obliga a conjugar distintas
causas que debemos suponer han operado en diferentes momentos y
de diversos modos, para disipar la atención de los sociólogos sobre el
fenómeno bélico. Debemos decir como atenuante que en muchos paí-
ses los Estados demuestran indiferencia sobre el estudio de la guerra
como fenómeno, cuando no incomodidad, salvo que se lo haga con
fines de aplicaciones prácticas; y si promueven la investigación sobre
aspectos sociales relacionados con ella lo hacen preferentemente den-
tro de las instituciones militares profesionales y no en el ámbito aca-
démico civil. Habrá, seguramente, otros múltiples factores que coope-
ran con la falta de incentivos académicos para su análisis, pero nues-
tra intención aquí es destacar una dimensión de carácter epistemoló-
gica que obtura su visualización como tema sociológico y tiene, enten-
demos, una importancia vital por las huellas que deja en la disciplina.16
Queda para otra ocasión verificar la hipótesis esgrimida por Joas y
Knöbl afirmando que la guerra “acabó por ser incorporada plenamen-
te en el pensamiento social hasta entrada la década de 1980-1990 a
partir de cuatro referencias principales, la reflexión sobre la paz demo-
crática, los Estados fallidos, las nuevas guerras y el relativo al imperio
americano”.17 Esta afirmación parece, en lo atinente a la sociología,
exagerada.

16
El problema de la paz fue “apropiado” por las teorías de las relaciones interna-
cionales generando un campo de conocimiento autónomo donde la temática de la
guerra queda subordinada precisamente a la búsqueda de la paz como una meta
deseable, reuniendo a investigadores y ensayistas provenientes de varias disciplinas;
varios sociólogos efectuaron este recorrido abandonando el ámbito de su formación
de origen para analizar las relaciones internacionales con otros parámetros teóricos.
17
Vargas Maseda, Ramón; “Hans Joas and Wolfgang Knöbl. War in social
thought. Hobbes to the Present. New Jersey; Princeton University Press, 2013”; en
OBETS. Revista de Ciencias Sociales, Vol. 8, N° 2, pág. 375.
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Una impronta de origen

En la conformación de la sociología como disciplina científica con-


fluyeron distintas vertientes del pensamiento social que dejaron mar-
cas decisivas para su desarrollo. Entre ellas, el liberalismo ocupó un
lugar central. Joas es uno de los varios autores que resalta la íntima
relación entre las ciencias sociales y lo que define como la “cosmovi-
sión del liberalismo”.18 El peso de esta herencia es tan potente que
Adorno, incluso, también destaca la presencia del modelo liberal en la
base de las teorías de conflicto social que buscaron ser una alternati-
va al marxismo.19
Desde el prisma liberal, el conflicto social, la lucha política violen-
ta y la guerra se corresponden con etapas pretéritas de la humanidad,
anteriores a las elaboraciones de la filosofía de la Ilustración. El libera-
lismo vincula la guerra con el despotismo y los bríos aristocráticos, y
la considera contraria a la república y el espíritu capitalista.20 Con base
en planteos como el de Kant y su utopía sobre la “paz perpetua”,21 el
liberalismo avizoraba en el futuro desarrollo capitalista una sociedad
pacificada donde los pleitos bélicos serían un viejo recuerdo, situación
que se alcanzaría con una cansina suavización de la violencia. Los
“efectos pacificadores del libre comercio” que auguraba Adam Smith,
argumento consolidado por Adam Ferguson y Jean Baptiste Say, for-
talecían la creencia.22 Benjamín Constant apuntaba en la misma direc-
ción.23

Joas, H.; Guerra y modernidad…; pág. 48.


18

Adorno, Theodor; Introducción a la Sociología.


19

20
Joas, H.; Guerra y modernidad…; pág. 49.
21
Kant, Immanuel; Sobre la paz perpetua.
22
Joas, H.; Guerra y modernidad…; págs. 49, 53 y 173. Véase de Sánchez Mejía,
María Luisa; “Estudio Preliminar: el despotismo en la época de los modernos”; en
Constant, Benjamín; Del espíritu de conquista y de la usurpación.
23
“La guerra es por tanto anterior al comercio. La una es el impulso salvaje, el
otro cálculo civilizado. Resulta claro que cuanto más domine la tendencia comercial,
más habrá de debilitarse la tendencia guerrera. La finalidad exclusiva de las naciones
modernas es el sosiego y, junto con el sosiego, el bienestar, y como fuente del bien-
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La guerra era un fenómeno asociado –y con abundantes motivos–


a la aristocracia, cuya importancia declinaba en la medida que se
expandía el libre comercio y las relaciones capitalistas. El advenimien-
to de las formas republicanas de gobierno y los acuerdos interestatales
para sostener y ampliar el comercio eran considerados la garantía de
una convivencia pacífica entre los pueblos, conformando esto parte de
la utopía revolucionaria de la Ilustración. La ecuación parecía irreba-
tible: el ascenso de las capas sociales ligadas al libre intercambio de
mercancías era proporcional al descenso en importancia y poder de los
sectores nobles, a quienes se veía como los promotores del belicismo.
Con el progreso y la modernización, en definitiva, la guerra se quedaba
sin una personificación social que la enarbole. Kant, en varios pasajes
de sus obras, había coligado el proceso de la civilización con el desplie-
gue del Estado de derecho y éste, al mismo tiempo, convocaba a la
democracia republicana y la paz.24 El pensamiento liberal clásico, por
ende, consideraba a las guerras no sólo nocivas, sino también inmora-
les; por otra parte, en sintonía con Smith, sospechaba que era un mal
negocio por la destrucción que provocaba.
Las premisas del pensamiento liberal fueron traducidas en las pri-
meras páginas de la teoría sociológica en una ideología del industria-
lismo.25 Saint Simon, Comte y Spencer adoptaron una porción consi-

estar, la industria”. Constant, Benjamín; Del espíritu de conquista y de la usurpación,


pág. 18.
24
Bonavena, Pablo y Nievas, Flabián; “Del Estado Nacional al Estado Policial”;
en Robinson Salazar (dir.); La Nueva Derecha. Una Reflexión Latinoamericana; págs.
96/7.
25
El pensamiento contractualista también se encuentra en los cimientos de gran
parte de la sociología del siglo XIX. El obstáculo epistemológico para abordar la gue-
rra refiere a la estructura de su razonamiento. Al dar por terminada la “guerra de
todos contra todos” mediante el pacto social, deja a la guerra fuera de lo regulado,
de lo social, relegándola al ámbito de la naturaleza: la relación entre sociedades, que
es la relación entre Estados, carente de regulación y, por lo tanto, primitivamente
natural. La guerra quedaría localizada así en el ámbito asocial; por ende no podría
ser objeto de una ciencia que se ocupa de la sociedad. El contrato social crea el
Estado y la política desplazando a la guerra al ámbito de “las relaciones internacio-
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derable de los fundamentos económicos y filosóficos del liberalismo y


bajo su influencia argumentaron también que la guerra correspondía a
una fase histórica que debía ser sobrepasada. Con variantes, plantearon
que el peso del militarismo quedaría sepultado por el devenir del pro-
greso industrial.
Para Saint Simon la superación de la sociedad militar y sus clases
parasitarias u ociosas dejaría lugar a los científicos y los industriales.
Pronosticaba que las clases sociales útiles desplazarían a los militares y
el clero, en una sociedad donde de manera ineluctable el trabajo ocu-
paría el lugar que otrora tenía la guerra. Aseveraba que la ley del más
fuerte había sido el fundamento y la base de las primeras formaciones
sociales, mientras que la ley del trabajo era la que correspondía a la
sociedad industrial.26 Decía que la actividad industrial era enemiga de
la guerra; en La industria (1816/17) afirmaba que “todo lo que se gana
en valor industrial se pierde en calidad militar”.27
A su manera, Comte siguió con la misma línea argumental; en su
obra Filosofía Positiva (1830-42) juzgó que el avance de la humanidad
sobre la animalidad se reflejaba en la sustitución de la actividad mili-
tar. En muchos pasajes de sus escritos diferencia tajantemente la socie-
dad militar de la industrial, proclamando “la sustitución de la guerra
por una industria pacífica”.28 Así, Comte avizoraba una “inevitable

nales belicosas”; el “estado de guerra” queda localizado de manera latente en el esce-


nario de las relaciones entre Estados, a la espera de dirimir un litigio por las armas o
desactivarlo con un contrato que lo neutralice, para evitar así las perturbaciones en el
desarrollo de las relaciones de mercado. La sociología del siglo XIX que abordaremos
seguidamente, enajena el lugar de la guerra en la configuración y reproducción de lo
social, como reconoce Alain Touraine y Anthony Giddens, al adoptar una idea de
sociedad que expresa al Estado nacional moldeado por las filosofías del pacto social.
Véase al respecto, de Fernández Vega, José; Carl von Clausewitz. Guerra, política, filo-
sofía; págs. 40 y 44. Véase, además, de Joas, H.; Guerra y modernidad…; págs. 170/1
y 183. Finalmente, véase de Bonavena, Pablo; “Lo extraordinario y lo normal en las
teorías sociológicas: consideraciones sobre la relación entre sociología y guerra”.
26
Saint Simon, Henri; “El liberalismo y el industrialismo”.
27
Bouthoul, Gaston; Tratado de polemología, pág. 181.
28
Marvin, Francis Sydney; Comte, págs. 82/3.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 19

tendencia primitiva de la humanidad a una vida principalmente mili-


tar”, pero auspicia sin dudar que “su destino final” será de manera
ineluctable “esencialmente industrial”.29
Spencer del mismo modo concebía la evolución social como el
pasaje paulatino de la sociedad militar primitiva de cooperación obli-
gatoria, a la sociedad industrial con predominio de la cooperación
voluntaria. En la sociedad militar la cooperación comprende a todos
los miembros de la sociedad y tiene como meta la guerra; la participa-
ción de cada individuo es obligada por un sistema rígido, jerárquico,
fuertemente estatal y despótico. La sociedad industrial demuestra
fuertes contrastes respecto de su antecesora. No tiene gobiernos des-
póticos, la cooperación depende de la voluntad del individuo y la
forma jurídica predominante es el contrato.30 La guerra es tan incom-
patible con la sociedad industrial como la paz con la sociedad de corte
militar. La persistencia de la actividad bélica en la sociedad industrial
expresaría un retroceso en el proceso de la civilización.31
Desde este paradigma generado por los primeros sociólogos, con
su anclaje en el liberalismo, se fueron irradiando hacia las distintas ins-
tituciones académicas que albergaron a la sociología los criterios que
convierten a la guerra, la actividad humana que con más impacto se
replica, en un objeto sociológico marginal. La prolongación de sus
premisas se demuestra, por ejemplo, en la teoría de la modernización,
que en una de sus hipótesis principales presagia una evolución sosega-
da hacia un futuro pacífico.32
La teoría sociológica proyecta una perspectiva normativa sustenta-
da en una idea de paz, que licúa la gravitación de la guerra como
hecho social. El “debe ser tiende a oscurecer la comprensión del ser”.33

29
Comte, Augusto; Curso de Filosofía Positiva, pág. 86.
30
Timasheff, Nicholas S.; La teoría sociológica, pág. 59. Ayala, Francisco; Histo-
ria de la Sociología, pág. 78.
31
Bouthoul, G.; op. cit.; pág. 184.
32
Joas, Hans; Guerra y modernidad…, pág. 68.
33
Fernández Vega, J.; Carl von Clausewitz. Guerra, política, filosofía, pág. 40.
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20 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

La guerra, como consecuencia, queda afuera de su registro y proble-


matización. Pérez Herranz opina que “[…] la filosofía de cuño protes-
tante –racionalista o empirista– ha ido configurando un esquema
único de interpretación de la modernidad que ha neutralizado, absor-
bido o simplemente despreciado cualquier otra alternativa. En virtud
de un proceso evolutivo o de progreso, las comunidades humanas
habrían pasado de un pensamiento teológico a otro positivo –encabe-
zado por el Imperio Británico– a través de una etapa metafísica inter-
media, según el esquema clásico de Comte. La guerra, la violencia y el
mal, tres conceptos medulares de la serie, no habrían significado más
que resistencias ontológicas a la modernidad procedente de Dios, de
la materia o del mismo hombre. Con el acceso al poder de las repúbli-
cas secularizadas o autoafirmadas, ilustradas y de progreso, la guerra
no se contemplaría sino como el horizonte de una barbarie ya supera-
da […]”.34 La sociología prolonga esta proposición desde hace muchos
años. Los hechos tienden a desmentirla.

La anomalía en el marxismo

La obra de Marx y Engels, particularmente la de este último, enta-


bla una estrecha relación con la guerra como ámbito de problematiza-
ción. La obra de ambos tiene una relación “natural” con la guerra y
siente, en consonancia, gran incomodidad frente a la reivindicación de
la “paz”, considerada como la situación “natural” que promueve el
mercado y la constitución del modo de producción capitalista según
las versiones más extendidas del pensamiento económico y una consi-
derable porción de la sociología. Marx construye su teoría desde una
matriz asentada en el antagonismo (la lucha entre clases sociales) y
como gran conocedor de Heráclito de Éfeso, quien había dicho que

Pérez Herranz, Fernando Miguel; “El (inmarcesible) árbol del bien y del mal:
34

entre el atractor maligno y el prójimo”; en Pérez Herranz, Fernando Miguel (ed.);


La cólera de occidente. Perspectivas filosóficas sobre la guerra y la paz, pág. 23.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 21

“la guerra es el padre y el rey de todas las cosas”,35 anotó en los borra-
dores preparatorios de El capital: “La guerra se ha desarrollado antes
que la paz…”.36 El creador del materialismo histórico, –sin deificar la
guerra como lo han hecho, por ejemplo, Pierre Joseph Proudhon37 y,
como veremos, algunos sociólogos– desacraliza la paz, concepción que
seguramente explica su gusto por citar aquella vieja fórmula del
mismo Heráclito, que decía: “la paz no es más que una forma, un
aspecto de la guerra; la guerra no es más que un aspecto, una forma de
la paz”.38
El presupuesto teórico de Marx es que la lucha organiza y ordena
las sociedades clasistas, actividad que ha sido constante en la historia
humana. El momento de mayor despliegue de esa lucha permanente
es la guerra, y la revolución social que abre el camino hacia la posibi-
lidad de construir otro tipo de organización humana no es otra cosa
que una guerra.39

35
El aforismo 53 continúa: “A algunas ha convertido en dioses, a otras en hom-
bres; a algunas ha esclavizado y la otras ha liberado.” Parménides / Heráclito; Frag-
mentos, pág. 220.
36
Marx, Karl; Elementos fundamentales para la crítica de la economía política
(Grundrisse). 1857-1858, tomo I, pág. 30. Sobre qué fue primero, la guerra o la paz,
véase una reflexión en el sentido mentado por Marx en Bobbio, Norberto; Teoría
general de la política, pág. 550.
37
Proudhon afirmaba que la guerra diferencia al hombre de los animales, opi-
nando que sin ella “la civilización sería un establo… La guerra es nuestra historia,
nuestra vida, toda nuestra alma; es la legislación, es la política, el Estado, la patria,
la jerarquía social, el derecho de las gentes, la poesía, teología; una vez más, es todo”.
Pierre Joseph Proudhon; La guerra y la paz (1861).
38
Jaurés, Jean; Exposición promovida por los “Etudiants Collectivistes” de Paris
en diciembre de 1894.
39
Acerca del vínculo entre guerra y revolución, véase de Jacoby, R.; El asalto al
cielo. Sobre la relación entre marxismo y la cuestión de la guerra en general, véase de
Ancona, Clemente; “La influencia de De la Guerra de Clausewitz en el pensamien-
to marxista de Marx a Lenin”; en AA.VV.; Clausewitz en el pensamiento marxista.
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22 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Esta impronta, sin embargo, no fue asumida sino por corrientes


minoritarias dentro del pensamiento marxista. La principal organiza-
ción marxista del siglo XIX, el Partido Obrero Socialdemócrata Ale-
mán, con gran influencia de masas, pronto abandonó esta línea de
problematización, adscribiendo en este punto a las concepciones que
evaluaban al marxismo, en general, como mera “politiquería” promo-
tora del encono entre las clases sociales, al decir de Augusto Comte,
que cerraba su fundamentación con una recomendación basada en un
“esquema extravagante”: la revolución.40
De este modo, la problemática de la guerra, asumida por Marx y
Engels, quedaba por fuera de los sociólogos ajenos a esta tradición,
pero también radiada de los pensadores representantes de la misma
más influyentes de la época, como Karl Kautsky o Eduard Bernstein
(este último, más radicalmente alejado de esta problemática, negando
incluso la revolución como proceso de cambio). Tal como quedó de
manifiesto tras la Revolución Rusa de 1917, la adscripción formal al
marxismo no garantizaba que el pensamiento no fuera penetrado por
la mirada “burguesa” que negaba la guerra como problemática, que
fuera necesario abordar desde la sociología. Por ello, pese a que duran-
te mucho tiempo marxismo y sociología académica se rechazaron
mutuamente, sea porque unos consideraban que el primero no alcan-
zaba siquiera el status de una “sociología en miniatura” como senten-
ció con firmeza Émile Durkheim,41 o bien porque desde el propio

Ritzer, George; Teoría sociológica clásica, pág. 110.


40

Estas descalificaciones, sin embargo, convivieron sistemáticamente con reivin-


41

dicaciones emanadas de sus mismos críticos, como podemos observar en autores tan
importantes como Max Weber o Talcott Parsons. Para superar la tensión que gene-
ran las controversias promovidas por las evaluaciones contradictorias, muchos soció-
logos de primer orden, por ejemplo Ralf Darhendorf, buscaron “rescatar” la socio-
logía de Marx dentro de una supuesta filosofía política o mera ideología que desde
su prisma era aconsejable desdeñar. Véase de Durkheim, Émile; El Socialismo;
Parsons, Talcott, “Clases sociales y conflictos entre clases a la luz de la reciente teo-
ría sociológica”, en Ensayos de Teoría Sociológica; Weber, Max; “El socialismo”, en
Escritos Políticos; Dahrendorf, Ralf; Las clases sociales y su conflicto en la sociedad
industrial.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 23

marxismo se consideraba esta teoría como incompatible con la socio-


logía,42 lo cierto es que en diferentes versiones, intelectuales represen-
tantes de esta teoría accedieron a los claustros académicos, aunque
dejando de lado este aspecto más ríspido que habían incorporado sus
fundadores. Las consecuencias de esta marginación y renunciamiento
al materialismo histórico fueron varias. No pretendemos enumerar
exhaustivamente la mella que dejó en la teoría sociológica este aleja-
miento. Simplemente enfatizamos el ángulo más relevante para nues-
tra argumentación.
El marxismo articuló el desenvolvimiento de la conflictividad
social con el cambio social. La sociología, por el contrario, prefirió
defender una concepción más bien evolutiva del cambio social que lo
desvinculaba del derrotero de las luchas sociales.43 Las vicisitudes de
este enfoque son múltiples, pero no resulta difícil sospechar rápida-
mente algunos resultados.
Las versiones gradualistas del cambio social, que suponen una
lenta mudanza permanente e incremental, localizan el conflicto social
como una secuela del desarrollo (modernización) y no es considerado
entre las causas del mismo.44 No es evaluado como un factor promo-
tor de la transformación, sino un efecto no deseado y transitorio. Con
este supuesto, la sociología priorizó teorizar acerca de la adaptación de
las estructuras sociales a los cambios, la estabilidad y el orden como
problema sociológico central.

42
Esta postura se refleja en Therborn, Göran; Ciencia, clase y sociedad. Sobre la
formación de la sociología y el materialismo histórico. También véase de Lanz, Rigo-
berto; Marxismo y sociología. Para una crítica de la sociología marxista. Un intento de
acercar marxismo y sociología se encuentra en Gouldner, Alvin W.; La crisis de la
sociología occidental. Un escrito clásico sobre el tema es el de Bottomore, Tom;
“Marxismo y sociología”; en Bottomore, Tom y Nisbet, Robert (comps.) Historia
del análisis sociológico.
43
Algunas acotadas pero interesantes consideraciones sobre la relación entre
“desorden” y cambio social pueden encontrarse en Eisenstadt, Shmuel Noah; “La
tradición sociológica”.
44
Véase al respecto De Francisco, Andrés; “Introducción al cambio social”; en
Rodríguez Caamaño, Manuel José; Temas de Sociología I.
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24 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Este encuadre teórico portaría un obstáculo epistemológico que en


gran parte se le endilgó a Emile Durkheim fruto de un supuesto per-
fil teórico signado por un “conservadurismo permanente”, que relegó
el tema del conflicto a favor del orden, bajo la convicción de que los
hombres interactúan preponderantemente de forma armoniosa,45
situación que obtura la observación de los enfrentamientos y pugnas,
quedando la sociología, por ende, solo habilitada para constituir como
un hecho social las relaciones sociales que se recrean y expanden
socialmente como “formas de cooperación perfecta”.46 Esta dificultad,
además, se habría reforzado con la inclusión del modelo organicista y
sus implicancias sistémicas (por ejemplo, la auto-regulación o auto-
estabilización de la estructura social), de tanto peso en la formulación
de las teorías sociales. Resumiendo, el conservadurismo de Durkheim
sumado al organicismo, en gran parte también por su responsabilidad,
más el rechazo del marxismo, explicaría en gran parte la dificultad de
la sociología para tratar el conflicto y la facilidad para concebir al
mundo funcionando en armonía y cooperativamente.47 De este modo,
sólo el derrotero pacífico de las interacciones sociales deviene en el
observable de las teorías, perspectiva robustecida definitivamente con
la hegemonía funcionalista constituida en torno a la figura de Parsons.
Uno de los problemas que se generó de esta combinación de fac-
tores, muy reconocido, es el “olvido” del conflicto social como objeto
de la sociología.48 Las llamadas “teorías del conflicto” buscaron supe-

45
Coser, Lewis; Las funciones del conflicto social, pág. 154.
46
Rex, John; El conflicto social, pág. 75.
47
Es bastante larga la lista de sociólogos que compartirían, con matices, este
argumento. Pueden verse varias interpretaciones en esta dirección, y una puesta en
cuestión de la misma con la idea de buscar en el objetivismo sociológico de
Durkheim un aporte al desarrollo de una teoría del conflicto social en Bonavena,
Pablo y Zofío, Ricardo; “El objetivismo sociológico y el problema del conflicto
social: la perspectiva de Emilio Durkheim”, en Revista Conflicto Social.
48
Sorprende observar la coincidencia en señalar este “descuido” en dos trabajos
de investigación sobre el desarrollo de la sociología hechos con fines distintos por
Bernard y Coser a mediados de los ’50. Bernard, Jessie (1958); La sociología del con-
flicto (investigaciones recientes).
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 25

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 25

rar esta anemia, pero recalcando algunas funciones positivas del con-
flicto en el marco de determinado tipo de estructura social. Uno de los
esfuerzos más destacables en tratar de reparar esta debilidad fue impul-
sado por Ralf Dahrendorf, que junto a John Rex y Lewis Coser repre-
sentan a los autores “clásicos” de esta iniciativa teórica.49
Coser, luego de abordar la relación entre el conflicto y cambio
social desde un ángulo solidario con las apreciaciones de Dahrendorf,
procuró extender su matriz al área del conflicto social violento, trans-
portando toda su base teórica. Intentó demostrar que los tipos de vio-
lencia moralmente desaprobados o que se evalúan como destructivos
pueden cumplir, pese a ello, diversas funciones sociales que resulten
finalmente positivas para la totalidad social.50 Sin embargo, la búsque-
da orientada a reconocer las funciones positivas en los conflictos socia-
les violentos, asimismo, no abrió un sendero desde la sociología hacia
la investigación de la guerra. Cuando Coser ingresa de manera escue-
ta a la temática de la guerra lo hace preocupado por la “terminación”
del conflicto y la necesidad de encontrar los “símbolos” que lleven a la
aceptación de los “compromisos” (los acuerdos de paz); su interés se
asocia casi exclusivamente al intento de suturar el conflicto bélico, sin
mayor proyección que esa.51 Sus presupuestos, seguramente, no le per-
miten ir más allá.
Si asumimos una actitud indulgente frente a las teorías del conflic-
to social y rescatamos algunas de sus formulaciones debemos concluir
que sólo nos permiten ubicarnos frente a los conflictos de poca enver-
gadura. En efecto, si esbozamos una escala del conflicto y la violencia,
donde en el punto más alto ponemos a la guerra entre Estados y, en
sentido descendente, luego a la guerra civil, para seguir con la pugna
por intereses armada con peligro de muerte para los participantes, y
desde allí avanzar a la huelga, seguidamente la competencia, hasta arri-
bar al extremo inferior representado por la discusión y negociación

49
Rex, John; El conflicto social.
50
Coser, Lewis; Nuevos aportes a la teoría del conflicto social, pág. 77.
51
Ídem, pág. 54.
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26 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

institucionalizada;52 veremos que la sociología sólo encuentra comodi-


dad en este último nivel, considerando las situaciones conflictivas un
poco más agudas como meras tensiones, desvíos o enfermedades que
desafían un equilibrio que equivale a la salud del cuerpo social. Como
venimos argumentado, el extremo superior queda fuera del alcance del
sociólogo.53

Algunas excepciones

Excluidos algunos marxistas, son pocos los cuadros de la sociolo-


gía que escapan a la caracterización general que hemos presentado,
pero entre ellos encontramos algunos autores de un peso notable den-
tro de la disciplina. Es arriesgado hacer un inventario sobre la relación
de los sociólogos con la cuestión de la guerra, ya que los tipos de vin-
culación son muy diferentes y, en la mayoría de los casos, episódicos.
Hay sociólogos que abordaron la temática urgidos por alguna coyun-
tura, como el estallido de la Gran Guerra, o desde algún ensayo mar-
ginal respecto del núcleo de sus producciones. Son muchos menos los
sociólogos que dieron relevancia a la guerra en el momento de acuñar
sus teorías o elaborar explicaciones sobre la ordenación de lo social.
Paradójicamente, dos de las excepciones más importantes las
encontramos en Francia, uno de los lugares donde emanó con más
entusiasmo el paradigma que auguraba un futuro armonioso en la
moderna sociedad industrial, sustentado desde una conjunción entre
el pensamiento tanto socialista como liberal que, en gran parte, con-
densaron Saint Simon y Comte en sus cavilaciones.
Antes de presentar a los autores franceses que consideramos una
excepción, debemos despejar la duda que despierta Émile Durkheim.

52
Dahrendorf, Ralf; Sociología y Libertad. Hacia un análisis sociológico del presen-
te, pág. 198.
53
Las llamadas nuevas teorías del conflicto social también demuestran muchos
límites a la hora de abordar el conflicto violento. Véase al respecto, Sommier, Isabe-
lle; La violencia revolucionaria.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 27

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 27

Es habitual, ya nos referimos a ello, considerar que su sociología no


hace observable el conflicto y mucho menos habilita a considerar a la
guerra como un hecho social, adosándole un fuerte perfil pacifista.
“Durkheim creyó que la progresiva expansión del industralismo esta-
blecería una armoniosa y satisfactoria vida social formada a través de
la combinación de la división del trabajo y el individualismo moral”.54
Hay opiniones que, asimismo, postulan que la Gran Guerra, y espe-
cialmente la muerte de su hijo en el frente de batalla, reforzó ese sen-
timiento pacifista de Durkheim con aura industrialista y su postura de
promover alternativas conciliadoras para resolver los problemas socia-
les.55 Aunque tal circunstancia puede haber acentuado su pacifismo,
también es cierto que antes de ello tomó partido por la guerra:
“Mientras que su amigo Jaurès se opuso a ella y lo pagó con su vida,
asesinado por un militarista en agosto de 1914, Durkheim se posicio-
nó desde el principio a favor del militarismo francés, atacando las tesis
de la izquierda revolucionaria que denunciaban el contenido inter-
imperialista de la matanza, participando en las campañas de propa-
ganda y fortalecimiento moral del combatiente y, desde 1915, acusan-
do de todas las responsabilidades a Alemania, nación que conocía por
vivencia propia al haber estudiado en ella”.56 En efecto, organizó un
comité para publicar documentos y estudios sobre la guerra buscando
fortalecer la moral francesa y neutralizar la propaganda alemana.
Mostraba gran preocupación por lo que llamaba el “sustento moral del
país” y trató de darle vigor con varios panfletos.57 No obstante este
activismo, su teoría no viró en la misma dirección y, en todo caso,
encarnó un belicismo político pero sin que tal interés despertara su
celo teórico, ya que su meta era puramente coyuntural y no de prin-

54
Giddens, Anthony; Consecuencias de la modernidad, pág. 20.
55
Monereo Pérez, José Luis; “El pensamiento político-jurídico de Durkheim:
solidaridad, anomia y democracia”, pág. 302.
56
Gil de San Vicente, Iñaki; Marxismo versus sociología. Las ciencias sociales como
instrumento del imperialismo, págs. 61/2. Véase, además, Mateu Alonso, David; “La
sociología de la guerra según Simmel”, pág. 215.
57
Lukes, Steven; Emilie Durkheim. Su vida y su obra, págs. 539 a 551.
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28 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

cipios: “impedir que Alemania sea prusiana, sea un imperio esencial-


mente militar”,58 sin reivindicar nunca el aniquilamiento del pueblo ale-
mán. El compromiso militante por la defensa nacional no conmovió su
concepción sobre el rol de la división del trabajo y la solidaridad en la
generación de conformidad social. Si bien tomó partido en la guerra
nunca le asignó al conflicto bélico virtudes intrínsecas como algunos de
sus colegas alemanes. Justamente, en su trabajo más trascendente acerca
de la conflagración, “Alemania por encima de todo: La mentalidad ale-
mana y la guerra”, confronta con las ideas de Heinrich von Treitschke
por su exaltación de la guerra y la defenestración que hace de la idea que
postula a la “paz eterna” en el horizonte de la humanidad.59 El gran
sociólogo francés evaluaba que esas opiniones conformaban un duro
golpe retrógrado contra los ideales inspirados en la Ilustración. La pre-
tensión de robustecer el estado moral del pueblo, se oponía decidida-
mente a todo tipo de guerra, tanto la de clases como la que ocurre entre
Estados. Ni siquiera las desgracias personales que la guerra le trajo a
Durkheim, como la muerte de su hijo y de una decena de discípulos,
alteró sus principios teóricos y metodológicos. Siempre entendió que la
transformación de un tipo de sociedad tradicional a una moderna era
producto de un proceso paulatino codificado como el pasaje de un esta-
do de guerra permanente a un “régimen legislativo permanente”.60 De
esta manera entraba en sintonía, tal como afirmamos, con predecesores
como Spencer, pero sostenía que la guerra perduraba aún debido a que
todavía sobrevivían “viejas condiciones de existencia”.61

Carta a León, fechada el 2 de octubre de 1914. Citada por Lukes, S.; op. cit.;
58

pág. 544.
59
Treitschke afirmaba que “Dios cuidará de que la guerra se repita siempre,
como un drástico medicamento para la especie humana”. Citado por Fraga Iribarne,
M.; op. cit.; pág. 60.
60
Joas, H.; Guerra y modernidad, pág. 179.
61
Durkheim, Emile; Lecciones de Sociología, págs. 135 y 134. Durkheim le atri-
buye un peso decisivo a las funciones militares para explicar históricamente la supre-
macía social que obtuvo el hombre respecto de la mujer, pero consideraba que el
patriarcado como la guerra en la sociedad moderna perdió todo sentido de ser. Álva-
rez-Uría, Fernando; “Emile Durkheim crítico de Marianne Weber”, pág. 192.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 29

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 29

Independientemente de las controversias que pudiera generar esta


interpretación sobre el alineamiento de Durkheim, entre las excepcio-
nes más tangibles en primer lugar debemos nombrar, sin duda y fuera
de toda polémica, a Gastón Bouthoul, profesor de la Escuela de Altos
Estudios Sociales, vicepresidente del Instituto Internacional de
Sociología, quien publicara en 1951 Las guerras, elementos de polemo-
logía, obra que anticipara el famoso Tratado de polemología, de 1970.62
Algunos de sus escritos se tradujeron al inglés, árabe, japonés, portu-
gués y español para transformarse en un antecedente ineludible a la
hora de hablar sobre la sociología y la guerra.63 Fundó también en
1945 el Instituto Francés de Polemología, que se dedica a investigacio-
nes científicas sobre la guerra y la paz e impulsó la publicación de la
revista “Guerres et Paix”. Bouthoul considera la guerra como un
hecho social en el sentido que le asigna Durkheim, postulando una
perspectiva no-belicista. Planteó que si se desea la paz se debería cono-
cer la guerra.64 Su empeño no tuvo mayor proyección dentro del ámbi-
to sociológico, pero quedó como un claro referente a la hora de pen-
sar el nexo entre sociología y guerra.
Otro autor para destacar con varias obras es, sin duda, Raymond
Aron, quien dedicó un gran esfuerzo en reflexionar acerca de los vín-
culos entre guerra y política, buscando determinar la supremacía de
un ámbito sobre el otro, tomando distancia a la vez de la polemolo-
gía.65 El impacto de su trabajo traspasó los lindes de la sociología trans-
formándose en una ineludible referencia para los especialistas en temas

62
Véase Jerónimo Molina: “El polemólogo Gastón Bouthoul”, en Horacio
Cagni (comp.); Conflicto, Tecnología y Sociedad, 2009.
63
Villafañe, Emilio Serrano; “Polemología o guerra”. Obviamente Bouthoul
tiene varios detractores, que apuntaron a varios aspectos cuanto menos controversia-
les de su obra. Juan Salcedo, por ejemplo, encuentra cierta desmesura en el pensa-
miento de Bouthoul cuando en uno de sus trabajos habla sobre el estudio de la gue-
rra entre las hormigas (Salcedo, Juan; “Sin pies ni cabeza”).
64
Bouthoul, Gastón; Ganar la paz. Evitar la guerra, pág. 377.
65
Anzaldi, Pablo; “Raymond Aron y la teoría de las relaciones internacionales”,
pág. 20.
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30 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

políticos y las relaciones internacionales.66 En su trabajo Paz y guerra


entre las naciones se ocupó del fenómeno bélico para advertir sobre los
gérmenes que la promueven y aquellas iniciativas que podrían antici-
parse a su concreción con el propósito de procurar, así, su prevención
a través de la mediación del juego diplomático.67 Sin embargo, desde
una impronta pacifista, buscó protagonismo en la Guerra Fría tratan-
do de combatir al comunismo, para terminar declarándose un fervien-
te partidario de la OTAN.68 Su trayecto por la cuestión de la guerra
estuvo muy sesgado por el anti-comunismo y por la carrera nuclear,
afligido por una probable guerra en cadena. El realismo “estratégico
neoclausewitziano” que detentaba tal vez pueda ser considerado “un
antídoto contra los reduccionismos económicos”, pero sin abrir “nin-
guna nueva perspectiva realmente importante”.69 No obstante estos
señalamientos, en Pensar la guerra ofrece un recorrido por una signifi-
cativa cantidad de temáticas y autores dejando un rico bagaje teórico
a disposición de aquellos que quieran adentrarse desde la sociología en
el mundo de la guerra.
Fuera de Francia, en los Estados Unidos de Norteamérica, el ruso
Pitirim Sorokin efectúa en parte de sus 37 libros y 400 artículos un
destacable esfuerzo por constituir como objeto de análisis lo que teo-
riza como la fluctuación de las relaciones sociales, la guerra y las revo-
luciones. En esta línea se debe citar The sociology of revolution de 1925
y Contemporary sociological theories de 1928. En su extensa obra titu-
lada Dinámica Social y Cultural expone las dificultades para estudiar el
movimiento de la guerra entre Estados y el tratamiento de las fuentes
para construir sus “sociometrías” de la guerra.70 En ellas investigó 967

Las obras sobre la temática son La société industrielle et la guerre; París, Plon
66

Éditions; 1947. Un siglo de guerra total, Buenos Aires, Editorial Rioplatense, 1973.
Paz y guerra entre las naciones, Madrid; Alianza, 1985. Pensar la guerra; Instituto de
Publicaciones Navales; Buenos Aires, 1987.
67
Aron, Raymond; Un siglo de guerra total, pág. 20.
68
González Cuevas, Pedro Carlos; “Raymond Aron: política, sociología e inter-
pretación de la realidad española”.
69
Joas, H.; Guerra y modernidad, página 181.
70
Sorokin, Pitirim; Dinámica Social y Cultural, Tomo II, págs. 877/82.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 31

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 31

guerras (no batallas) en Grecia, Roma, Austria, Alemania, Inglaterra,


Francia, Holanda, España, Italia, Rusia, Polonia y Lituania, desde el
año 500 antes de Cristo hasta 1925. Buscó determinar la duración, la
cantidad de efectivos y el número de víctimas en series temporales para
localizar los incrementos o disminuciones de la guerra entre un perío-
do y otro.71 Estas “sociometrías” recibieron un fuerte cuestionamiento
de Bouthoul.72 Procuró, además, establecer y evaluar la relación entre la
belicosidad y la civilización, arribando a la conclusión de que no hay
un tipo de cultura más beligerante que otra y que el punto culminan-
te de las guerras debe localizarse “en los períodos de transición de un
tipo de mentalidad cultural a otro, merced al trastrocamiento de los
diversos equilibrios previos”. Del mismo modo colocó a la guerra como
una determinante central del cambio social.73 Finalmente, descartó la
relación entre los disturbios internos de un país y la guerra internacio-
nal.74 De conjunto sus aportes conforman otra referencia ineludible
acerca de la relación entre sociología y guerra.
Cualquier conocedor de la sociología norteamericana se sorpren-
dería de no encontrar mencionados aquí a Paul F. Lazarsfeld y Robert
Merton, quienes trabajaron desde el Bureau of Applied Social Research
haciendo investigaciones para las fuerzas armadas durante el transcur-
so de la Segunda Guerra Mundial.75 Pero su objeto de estudio no fue

71
Sorokin, Pitirim; op. cit., Tomo II; pág. 881 y Tabla 61 de la pág. 883.
72
Bouthoul, Gastón; Tratado de polemología; pág. 735 ss.
73
Romero Ramírez, A. J.; op. cit.; pág. 592.
74
Estas conclusiones corresponden a Grassa Hernández, Rafael; “La objetividad
de las ciencias sociales: investigación para la paz y las relaciones internacionales”,
capítulo IV.
75
El gobierno norteamericano requirió varios estudios para investigar el com-
portamiento del soldado estadounidense, los problemas de las familias, la moral de
la población o los frutos de la propaganda gubernamental. Por entonces el Ministe-
rio de Guerra fue la principal fuente de financiamiento del Bureau dirigido por
Lazarsfeld. (Picó, Josep; “Teoría y empiria en el análisis sociológico: Paul F. Lazars-
feld y sus críticos”, pág. 17). En Revista Papers N° 54, Universidad de Valencia;
España, 1998. De estos proyectos encargados por el ejército norteamericano surgió
el libro de Merton Mass Persuasion (1946), basado en las investigaciones sobre las
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 32

32 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

la guerra; ellos participaron, con sus investigaciones, del esfuerzo de


guerra. Esta relación con los asuntos militares tampoco generó a pos-
teriori una sociología de la guerra; por el contrario, finalizada la
Segunda Guerra Mundial, la sociología académica permaneció ajena
al estudio de este fenómeno. El vínculo entre sociología y fuerzas
armadas estatales permaneció, pero de manera relativamente clandes-
tina.76
La cercanía, empero, sí colaboró a la apertura de la llamada socio-
logía militar. Un trabajo pionero en la conformación del campo de
esta sociología especial es la obra El soldado americano, producto de
una investigación dirigida por Samuel Stouffer. En el emprendimien-
to se emplearon los escalogramas de Guttman, en combinación con el
análisis de estructura latente de Lazarsfeld.77 El profesor Morris Jano-
witz acompañó este camino y se lo considera el creador de la sociolo-

emisiones radiales que promovían la venta de los bonos para financiar la guerra y,
además, en el grado de implicación y fortaleza moral de la sociedad en el esfuerzo
para sostenerla. Torres Albero, Cristóbal y Lamo de Espinosa, Emilio; “In
Memoriam Robert K. Merton (1910-2003)”, pág. 19.
76
No conocemos que exista, hasta el momento, ningún estudio específico sobre
el complejo vínculo entre sociología, estudios de mercado y servicios de inteligen-
cia. La matriz histórica fue la Segunda Guerra Mundial, luego co-evolucionaron de
manera paralela, públicamente diferenciadas, pero técnicamente asociadas.
77
“En suma, para el Soldado Americano, se utilizaron 170 estudios de opiniones
y actitudes que, en total, supusieron casi medio millón de entrevistas”. Camarero,
Luis; “Los soportes de la encuesta: la infancia de los métodos representativos”, pág.
176. Picó señala sobre esta investigación: “…el estudio sobre The American Soldier
(«El soldado americano») de Samuel Stouffer supone el inicio de una colaboración
entre metodología e investigación que da pie a la presentación de los análisis de la
estructura latente de Lazarsfeld, el escalograma de Guttman y la escala de intensidad
de Lickert, así como a la contribución teórica de Merton sobre los grupos de referen-
cia. Además, las proposiciones hipotéticas obvias como: a) que los sujetos más instrui-
dos muestran síntomas más psiconeuróticos que los menos instruidos, o b) que los
sujetos que provienen de un medio rural tienen una moral más elevada en el ejército
que los soldados de la ciudad, etc., se demostraron falsas a través de la encuesta, y se
probó todo lo contrario a lo obvio, lo que dio pie para que Lazarsfeld demostrase la
importancia de la investigación aplicada, contradiciendo la acusación de que sólo
tiende a verificar lo que todos saben”. Picó, Josep; op. cit.; pág. 18.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 33

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 33

gía militar. En los ’50 promovió un análisis institucional de las fuerzas


armadas de carácter estatal y profesional, que generó la obra El
Soldado Profesional en 1960, indagando sobre la organización militar
en las sociedades “democráticas” modernas y fundó el “Seminario
Inter-universitario sobre Fuerzas Armadas y Sociedad”.78 Las preocu-
paciones centrales referían al estudio de la carrera de los oficiales, al
vínculo entre la esfera civil y la militar y la inclusión de áreas de inter-
vención de las fuerzas armadas con tareas como la seguridad interna o
el resguardo de la paz.79
En Alemania, Georg Simmel se ocupó de manera acotada sobre la
temática del conflicto social y la guerra. Un testimonio de tal iniciati-
va la encontramos en Sociología de 1908, donde sintetizó tres escritos
anteriores en el afamado capítulo “La lucha”.80 Allí plantea que el con-
flicto es una forma de socialización, de cohesión, de donde emanan
potentes fuerzas integradoras.81 El tema del enfrentamiento bélico fue
retomado por Simmel recién frente a la Gran Guerra en varios escri-
tos que, en parte, fueron publicados en La guerra y las decisiones espi-
rituales. Frente a la guerra Simmel presentó con nitidez una idea de
nación que anteriormente estaba subyaciendo en su obra.82 Tal elabo-
ración conceptual acompaña el descubrimiento del problema de la
“pertenencia” que el conflicto bélico pone ante sus ojos de manifiesto,
que es el correlato de un sentimiento de inclusión en la nación y su

78
Véase una buena reseña de sus iniciativas en Burk, James; “Morris Janowitz y
los Orígenes de la Investigación Sociológica sobre las Fuerzas Armadas y la
Sociedad”, pág. 127.
79
Pinillos, Hernando Jaime; “Eclosión de la sociología militar”.
80
Esos escritos son: “Sociología de la competencia” en 1903, “El fin del conflic-
to” en 1905 y “El ser humano como enemigo” en 1907. Mateu Alonso, D.; “La
sociología de la guerra según Simmel”, pág. 215, Nuestra referencia es Simmel,
Georges; Sociología. Estudios sobre las formas de socialización. Capítulo IV: “La
lucha”.
81
Fraga Iribarne, Manuel; Guerra y conflicto social, pág. 37.
82
Vernik, Esteban; “Simmel y Weber ante la nación y la guerra. Una conversa-
ción con Grégor Fitzi”, pág. 280. Véase al respecto, Simmel, Georg; Intuición de la
vida. Cuatro capítulos de metafísica.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 34

34 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Estado. La guerra, además, exige una “decisión absoluta” y potencia las


ideas.83 Concibe la vivencia bélica como una experiencia existencial de
base afectiva que supera todas las ponderaciones de tipo racional;
“parangona la experiencia de la guerra con las más profundas experien-
cias religiosas y sexuales constitutivas de valor y personalidad”.84 En
este sentido, se puede afirmar que Simmel expresaba un típico “espí-
ritu de época”, ya que los sentimientos nacionalistas y belicistas esta-
ban muy extendidos en la Europa de entonces.
Desde antes de la guerra, allá por 1912, Simmel habla contra el
antimilitarismo y afirma que el deber del individuo es defender la
nación, pues sin ella no hubiese existido.85 Con el estallido de las bata-
llas se transformó en un apologista de la guerra y le asignó un carácter
religioso al espíritu colectivo que despertaba.86 Conjeturó que la con-
flagración era una gran oportunidad para violentar las “tendencias trá-
gicas de la cultura moderna”, como la burocratización o mercantiliza-
ción de la vida moderna.87
En los escritos de Max Weber también podemos encontrar aires
guerreros de inspiración darwinista en su discurso de toma de pose-
sión de la cátedra de Economía Política en la Universidad de
Freiburg en 1895, publicada con el título “El Estado nacional y la
política económica”.88 Pero, no obstante este antecedente, su inscrip-
ción dentro de una postura abiertamente belicista se relaciona con el
estallido de la Gran Guerra. Lamentando no haber podido ser com-
batiente, Weber trabajó como director de los hospitales del ejército
en Heidelberg. A pesar de su involucramiento con el mundo militar,
sin embargo, la noción de racionalización del mundo occidental

Véase Losurdo, Doménico; La comunidad, la muerte, Occidente. Heidegger y la


83

ideología de la guerra, pág. 20.


84
Joas, H.; Guerra y modernidad…; op. cit.; página 35.
85
Vernik, E.; op. cit., págs. 282, 288/9.
86
Mateu Alonso, D.; “La sociología de la guerra según Simmel”, pág. 218.
87
Beriain, Josetxo; Modernidades en disputa, pág. 90.
88
Weber, Max; Escritos Políticos. Debemos parcialmente esta observación a
Knöbl, Wolfang; “Guerra y Teoría Social. Un recorrido de Fitche a Max Weber”.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 35

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 35

weberiana se desliga de las distintas maneras en que se ejerce la vio-


lencia armada.89
Su proximidad a la cuestión de la guerra se inscribe, entonces, en
la oleada chauvinista desatada por la Gran Guerra que potenció su
ardiente defensa del nacionalismo alemán.90 También, robusteció su
glorificación de la actividad militar y ahondó su idea anti-pacifista.91
Frente al inicio de la conflagración sentenció que la guerra era “gran-
de y maravillosa”, incluso independientemente de su resultado.92 Des-
tacó el sentimiento de comunidad que genera la guerra, subrayando el
efecto de despersonalización para la conformación de una comunidad
que protagonizaba el pueblo.93 Consideraba, por último, que era esen-
cial la integración de la clase obrera en la nación para afrontar el
esfuerzo bélico.94 Así se fomentaba el renacimiento de Alemania para
cumplir la “responsabilidad histórica” de convertirse en una gran
potencia y consolidar su honor.95
Tal involucramiento quitaba, necesariamente, perspectiva analíti-
ca, razón por la que la exaltación que hizo Weber de la guerra nos
brinda una buena pista de por qué no generó un campo de estudio
específico de la guerra en su sociología, diluyendo el tema en su
noción amplia de violencia, que con sus contornos difusos está ínti-
mamente ligada a la problemática de la dominación y el poder. Fue un
profundo conocedor de la importancia de la guerra y de la organiza-
ción militar en la vida social pero, en conclusión, escribió apenas unas
pocas páginas sobre el tema.96

89
Sobre el lugar de la violencia en la teoría de Weber, véase de Guzman, Alvaro;
Sociología y violencia.
90
Traverso, Enzo; A sangre y fuego. De la guerra civil europea, pág. 166.
91
Sus posiciones en contra del pacifismo pueden rastrearse en Weber, Marianne;
Biografía de Max Weber.
92
De acuerdo a Losurdo, D.; op. cit.; pág. 9. Véase, asimismo, de Weber, Marianne;
op. cit., págs. 487 y 492.
93
Weber, Marianne; op. cit., pág. 484. Véase, de Traverso, E.; op. cit.; págs. 166/7.
94
Vernik, E.; op. cit.; pág. 286.
95
Anderson, Perry; Campos de batalla, pág. 275.
96
Burk, J.; op. cit.; pág. 126. Véase, por ejemplo, el peso de lo militar en la
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 36

36 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

En la sociología alemana, Werner Sombart abordó con mayor


determinación el tema de la guerra. Acuñó una tesis muy polémica
señalando que el surgimiento del capitalismo se explica tanto por el
consumo suntuario como a través del desarrollo de los ejércitos
modernos y sus batallas, muy resistida por Max Weber en su Historia
económica general.97 Este planteo se encuentra en el libro más signifi-
cativo de Sombart en relación con la temática, de 1912.98 Argumenta
allí que el progreso económico, la expansión geográfica, la acumula-
ción de capital, la fabricación de material para la guerra, la destruc-
ción, y la posterior reconstrucción y otros hechos favorecieron la apa-
rición del sistema capitalista. La guerra, asimismo, generó el espíritu
burgués, al demandar orden y uniformidad marcial, construcción e
investigación en tecnología armamentística, nacionalismo y colonia-
lismo expansionistas.99 El conflicto militar configuró un modelo racio-
nal de organización expresada, por ejemplo, en la producción estanda-
rizada de armas, que se prolongaría y generalizaría en la producción
capitalista.100 Sombart explica que el capitalismo fue posible, en el
período que va desde el siglo XVI al siglo XVIII, por gracia de la confor-
mación de los Estados y los conflictos armados.101 Para él, los Estados
modernos “son sólo la obra de las armas; su exterior, sus límites, no
menos que su articulación interna; la administración, la hacienda, se
han desarrollado inmediatamente en la realización de empresas bélicas

configuración de la ciudad en occidente en Weber, Max; La ciudad. Giddens opina


sobre esta cuestión: “Weber prestó más atención que Marx y Durkheim al papel
desempeñado por el poder militar en la historia; sin embargo, no llegó a elaborar un
análisis de lo militar en los tiempos modernos, desplazando el peso de su análisis
hacia la racionalización y burocratización”. Giddens, A., Consecuencias de la moder-
nidad, págs. 21/2.
97
Weber, Max; Historia económica general, págs. 261-3.
98
Sombart, Werner; Guerra y Capitalismo.
99
Blinder, Daniel; “Hegemonía, y soberanía moderna: Werner Sombart y la
acción política en el espacio del Sistema-mundo”, pág. 208.
100
Saez Larumbe, Luis; “Las instituciones militares en la sociedad contemporá-
nea”, pág. 8.
101
Beriain, J.; op. cit.; pág. 91.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 37

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 37

en sentido moderno” y “la guerra no ha destruido sólo el régimen


capitalista, la guerra no ha entorpecido sólo el desarrollo capitalista: lo
ha fomentado igualmente”.102 Arguye que la guerra es el motor del
capitalismo y el crecimiento de los ejércitos y la acumulación de capi-
tal son procesos afines. Aumenta la demanda de productos agrícolas
para abastecer los ejércitos, incrementa la producción textil con la
estandarización de los uniformes, potencia la producción industrial
con los requerimientos de armas que, a su vez, convoca a la innova-
ción tecnológica; todos estos factores promueven la complejización
del arte militar, lo que llevó a “una estandarización y homogeneización
de la vida social, y a la necesidad de estatizar o burocratizar los asun-
tos militares dada la magnitud de la guerra moderna comparada con
la medieval”.103 El moderno ejército genera fortunas, forja actitudes y
forma mercados; instala la disciplina base del trabajo industrial.104
En los Estados Unidos de Norteamérica, Thorstein Bunde Veblen
concibe a la guerra, la actividad guerrera, el militarismo, el armamen-
tismo, la conquista, la lucha y el conflicto como factores fundamenta-
les para explicar la evolución y dinámica social. La guerra crea propie-
dad y la división de clases. El lugar de la guerra en la conformación de
lo social es muy importante en su obra más famosa, La teoría de la
clase ociosa. En Teoría de la Empresa de Negocios destaca una íntima
relación entre capitalismo y guerra, que luego pierde fuerza frente a su
análisis del desarrollo de la Gran Guerra, en Imperial Germany and the
Industrial Revolution (1915) y en Una indagación en la naturaleza de
la paz y las condiciones de su perpetuación.105

102
Sombart, W.; op. cit., pág. 23. Más adelante, señala: “Pero si se imagina la
importancia predominante que tienen las colonias para el desarrollo del capitalismo
moderno –como modelos, como formadoras del modo de pensar, como creadoras
de fortunas, como formadoras de mercados–, basta esta obra sola de la guerra, la
conquista de los imperios coloniales, para considerarla también como creadora del
régimen capitalista. Doble faz de la guerra: aquí destruye y allí edifica” (pág. 27).
103
Sombart, W.; op. cit.; págs. 116 y 123
104
Joas, H.; Guerra y modernidad, pág. 87.
105
Las obras de referencia son: Veblen, Thorstein; Teoría de la clase ociosa; Teoría
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 38

38 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

En México, el sociólogo español José Medina Echavarría impulsó


la temática de la guerra. El Centro de Estudios Sociales de El Colegio
de México, que fundó con Daniel Cosío Villegas, dio comienzo a sus
actividades con un “Seminario sobre la guerra” en abril de 1943. Para
Medina “el tema de la guerra no fue una elección baldía para la cele-
bración del primer seminario del CES, ya que para Medina la guerra
era una particularidad descriptora de su vida y de su tiempo”.106 Sus
reflexiones se centraron en el análisis de la significación histórica y cul-
tural de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias sobre el futu-
ro de la civilización occidental. “Medina veía en la contienda mundial
la prolongación de una cultura en decadencia que la Guerra Civil
española ya había puesto sobre el tapete de la historia”.107
Michel Mann dedica un lugar trascendente al análisis de la guerra y
la cuestión militar en su libro El imperio incoherente. Estados Unidos y el
nuevo orden internacional, considerando aspectos como la política mili-
tar estadounidense, la guerra contra el “terrorismo islámico”, el conflic-
to en Afganistán, la invasión de Irak, la guerra contra los “Estados cana-
llas” y Corea del Norte. En otras obras, subraya al factor militar como
una de las cuatro fuentes del poder social.108 Por otra parte, según Joas,
en sus obras se desprende una tesis: sostiene que existe una “sociología
militarista” representada de diferentes formas por Ludwig Gumplowicz,
Gustav Ratzenhofer, Franz Oppenheimer, Alexander Rüstow, Carl
Schmitt, Gaetano Mosca, Wilfredo Pareto, Otto Hinze e, incluso, Marx
Weber. Joas refuta tal planteo con holgura.109

de la empresa de negocios; “Dos Memorandos sobre la naturaleza de la Paz”; en


Veblen, Thorstein; Escritos sobre el patriotismo, la guerra y la paz.
106
Morales Martín, Juan Jesús; “José Medina Echavarría. Un clásico de la socio-
logía mexicana”.
107
Morales Martín, J. J.; op. cit. El trabajo específico sobre la guerra es Medina
Echavarría, José; “De tipología bélica y otros asuntos”.
108
Mann, Michael; Una historia del poder desde los comienzos hasta 1760 d. C..
También, Mann, M. El desarrollo de las clases y los Estados nacionales, 1760-1914. El
papel asignado por Mann al poder militar ha generado varias polémicas; pues según
algunas opiniones lo localiza escindido del conjunto del poder social.
109
Joas, H.; Guerra y modernidad, pág. 188.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 39

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 39

Por su parte, Charles Tilly le asigna centralidad a la guerra al con-


siderar que forjó los Estados y viceversa.110 También se ocupa con una
obra específica de la guerra civil y la violencia.111 Finalmente, es
menester señalar en los últimos años las iniciativas de Julien Freund,112
Josetxo Beriain, Wolfang Knöbl y, especialmente, Hans Joas en las
obras que ya hemos citado.113

La guerra, un fenómeno social

Hemos presentado los principales vínculos entre la sociología y la


guerra. Vimos que fundamentalmente puede sintetizarse en quienes se
posicionan a favor o en contra de ella (belicistas y pacifistas), pero
pocos son quienes la abordan como un problema digno de estudio en
sí mismo. El sociólogo que mayor importancia le otorgó fue, sin duda,
Gastón Bouthoul, aunque sus aportes han tenido una relativamente
escasa repercusión dentro de la disciplina. ¿Por qué insistir, entonces,
en tomarla como objeto de estudio? Porque la guerra no sólo anticipa
los desarrollos tecnológicos que luego revierten en la sociedad en su
conjunto, sino también aparecen en ella, de manera sintética, tenden-
cias que luego también se expanden por el conjunto de las sociedades.
Así como “la tecnología pone al descubierto el comportamiento acti-
vo del hombre con respecto a la naturaleza, el proceso de producción
inmediato de su existencia”,114 el derecho da cuenta de su entramado

110
Tilly, Charles; Coerción, capital y los Estados europeos 990-1990, págs. 109,
149/50.
111
Tilly, Charles; From Mobilization to Revolution. Véase, también, Tilly,
Charles; Violencia Colectiva.
112
Freund, Julien; Sociología del conflicto.
113
Somos conscientes que el recorrido que hemos realizado no es exhaustivo y
que, además, podríamos engrosar el listado de sociólogos que se relacionaron con la
temática de la guerra desde su contrapartida, la paz, como Norbert Elias, Humana
conditio y Johan Galtung “Violencia, guerra y su impacto. Sobre los efectos visibles
e invisibles de la violencia”, entre otros.
114
Marx, Karl; El capital, pág. 452.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 40

40 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

de vinculaciones, deslindando lo legítimo de lo ilegítimo, y nos mues-


tra sus estructuras morales que son las que viabilizan el orden social; y
la guerra es la principal fuente del derecho.
No se trata, por lo tanto, ni de una historia militar, ni de una socio-
logía de las batallas, sino de la guerra como hecho que involucra a toda
una sociedad, comprometiendo su continuidad como tal. General-
mente se observan los daños materiales que produce la violencia, pero
pocas veces se señala su incidencia en los entramados de relaciones
sociales; cuáles desaparecen, cuáles se fortalecen y se expanden, y cuá-
les, finalmente, sufren modificaciones más o menos importantes. Y ese
es el núcleo que queremos observar; los bienes materiales se sustitu-
yen, pero los entramados de relaciones sociales no se reestablecen en
la forma anterior. Este libro apunta a poner en evidencia justamente
esto último. Por eso, para trazar hipótesis sobre el futuro cercano de
las sociedades, es necesario estudiar la guerra.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 41

CAPÍTULO II
La guerra premoderna

Todo punto de partida supone siempre algún grado de arbitrarie-


dad. Incluso las construcciones omniabarcadoras, como la relativa-
mente nueva “gran historia”, busca puntos de partida no exentos de
arbitrariedad, tal como lo es, por ejemplo, partir del mito científico
del “Big Bang”. Pero también existen razones que forjan la elección de
un determinado punto, que llevan a que la atención se fije allí en
torno a ciertas peculiaridades que enfatizan rasgos a los que se atribu-
ye una mayor importancia que a otros. En nuestro caso, con el recor-
te particular que supone abordar un fenómeno omnipresente en la
historia humana, como lo es la guerra, nos restringe a un conjunto de
factores que debemos ponderar para efectuar dicho corte.
Nosotros, como casi todos los científicos sociales, estamos preocu-
pados por el presente, por entenderlo y tener así las mejores perspecti-
vas de intervención en él. Por eso es que debemos mirar necesariamen-
te en el pasado, so pena de quedar atrapados en descripciones relativa-
mente inocuas en el caso de no hacerlo,1 dado que lo que llamamos
“presente” no es más que un momento en un proceso, alimentado del
pasado, que en el futuro inmediato también se volverá pasado. El pro-
blema siempre surge en la delimitación, en el punto de partida.
Sin inmiscuirnos en el debate acerca de si vivimos en la postmo-
dernidad, en la modernidad tardía, en la líquida, o en cómo se quiera
llamar a este período, no hay dudas de que está ligado de manera

1
Cf. Elias, Norbert; “El retraimiento de los sociólogos en el presente”, en Elias,
N.; Conocimiento y poder.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 42

42 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

directa e inexcusable a la Modernidad, ese proceso sociohistórico sur-


gido en Europa occidental en la segunda mitad del segundo milenio
de nuestra era. Por ello, para precisar las características específicas de
la guerra moderna, a la que podemos considerar “clásica” en nuestro
tiempo, y contrastarla con las formas que asume actualmente, es nece-
sario –a fin de evitar naturalizaciones y anacronismos– ponerla en
perspectiva con sus formas precedentes, pre-modernas. Y aquí es
donde nos enfrentamos al problema inicial: lo “pre-moderno” podría
considerarse, en principio, a todo lo que precede a la Modernidad, es
decir, cualquier punto temporal entre la aparición de la humanidad y
la misma.
Sin embargo, la unidad sociopolítica que conocemos como Euro-
pa, la cuna de la modernidad, –y no su masa geofísica– adquiere su
fisonomía en determinado momento; no siempre ha sido igual. Con
acierto, desde nuestra perspectiva, Maurice Keen advierte que “el
mapa político de Europa, el corazón de la civilización occidental, tiene
escasa relación con el mundo clásico helenístico y romano. Sus rasgos
principales no se formaron en la época clásica, sino durante los tiem-
pos medievales, en gran parte en el curso de la actividad bélica”.2
Aunque existen, inevitablemente, lazos directos entre el mundo anti-
guo y el medieval que se localiza en el espacio geográfico al oeste de
los Montes Urales, las configuraciones de ambos momentos son indi-
simuladamente distintas. La caída del Imperio Romano abrió la com-
puerta para que se reorganizara políticamente ese espacio geográfico,
en un juego que contó con nuevos protagonistas, antes indiferencia-
damente llamados “bárbaros”, y que a partir de dicho momento es
necesario identificar y atender en su especificidad.
Esta es, sin dudas, una razón poderosa para delimitar nuestro
punto de partida. Pero hay otro de igual o mayor importancia para
nuestro objeto de indagación: considerando la evolución de la guerra
desde épocas prehistóricas, no hubo grandes innovaciones en sus for-
mas hasta la Edad Media. Por supuesto que esto no equivale a afirmar
que siempre fue igual, lo que es evidentemente inexacto, sino que las

2
Keen, Maurice; Historia de la guerra en la Edad Media, pág. 15.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 43

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 43

variaciones ocurridas precedentes a este período son de menor impac-


to y envergadura que las ocurridas en él y a partir de él.
Indudablemente la domesticación del caballo, hace unos 6.000
años en la estepa siberiana, dio un gran impulso al combate, cambian-
do profundamente sus formas. La rueda y el manejo de los metales
marcaron avances importantes. El arco y la flecha fueron una combi-
nación que hizo época. También la adopción del carro ligero, introdu-
cido por los hititas más tarde. Pero estamos recorriendo milenios para
señalar cambios sobre cuyos pormenores solo podemos especular,
amén de que retroceder mucho en el tiempo genera problemas de
todo tipo, en particular cuando el objeto es un fenómeno social y, por
lo tanto, evanescente.3
El conocimiento de la guerra en la prehistoria es sumamente
imperfecto, basado en escasas evidencias directas y bastante especula-
ción, o bien en la observación de conductas de comunidades humanas
que se supone que no han variado demasiado con el transcurso de los
milenios. La carencia de documentación hace que la elucubración
reemplace los datos fehacientes, algo que en el estudio de la guerra es
harto frecuente, pero por motivos diferentes –sesgo, falsedad, frag-
mentación, distorsión de la información–. Dado que las culturas de
cazadores-recolectores han dejado pocos vestigios, se supone que los
conflictos bélicos se dirimían tribu a tribu, o pueblo a pueblo, organi-
zados bajo los procedimientos propios de la caza. Para Andre Beaufre
en ese tipo de confrontación se procuraba matar al enemigo con el
menor riesgo, por medio de una especie de “asesinato”; tratándose de
eludir el combate propiamente dicho. Podría haberse usado la embos-

3
Durante más de tres milenios las variaciones fueron tan escasas que pueden
reseñarse brevemente en: la desaparición de los honderos, que arrojaban piedras con
hondas como apoyo a la infantería; la introducción del caballo, primero para los
carros, y cuando se desarrollaron ejemplares más fuertes, para monta; el pasaje de
armas de piedra, sílex, obsidiana y madera, al cobre, bronce y finalmente al hierro.
Las tácticas y técnicas, incluso, variaron menos; ya desde la Antigüedad se realiza-
ban asedios, asaltos, combates abiertos, escaramuzas de guerrillas, fosos, murallas y
ataques navales. Cf. Dougherty, Martin; El guerrero antiguo, págs. 49/59.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 44

44 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

cada o la acción sorpresiva, y el acto de la defensa estaría relacionado


con cubrir el repliegue de rebaños o las familias. La situación era de
inseguridad permanente, circunstancia que empujó al uso de precarias
fortificaciones que a la postre complejizaron el tipo de batalla.4 Tam-
bién Roger Caillois presenta un panorama similar, lo que lo lleva a sos-
tener que en la guerra primitiva no hay diferencia entre la guerra y el
tiempo de paz e involucra necesariamente a toda la población.5 En
contraposición a estos especialistas, el sociólogo Anthony Giddens
opina que no es correcto hablar de guerra entre estos pueblos, socie-
dades de cazadores-recolectores e incluso pequeñas culturas agrarias,
ya que las batallas raramente tenían lugar. Además, especula, no exis-
tían hombres liberados del trabajo para sobrevivir, como para poder
dedicarse enteramente a alguna actividad militar.6
Como vemos, hay importantes desacuerdos para caracterizar la
guerra en los inicios de la humanidad y el análisis de las posturas disí-
miles nos sacaría del camino que hemos trazado para este libro. Por
eso eludimos adentrarnos en ella pero esto, claro está, no significa res-
tarle importancia al estudio de la guerra en la prehistoria o en la
Antigüedad, ni que no haya tenido importancia significativa en la his-
toria social y política,7 sino relativizarla como punto de partida para

4
Beaufre, Andre; La guerra revolucionaria. Las nuevas formas de la guerra. Prime-
ra Parte, Capítulo II.
5
Vidaurreta Campillo, María; “Guerra y condición femenina en la sociedad
industrial”, pág. 71.
6
Giddens, Anthony; Sociología, pág. 388. En su especulación, Giddens no repa-
ra en la evidencia de pinturas rupestres, datadas en 5.000 años de antigüedad, que
muestran hombres batallando con escudos, lo que evidencia un grado de profesio-
nalización ya que, a diferencia de las armas, que también son instrumentos de caza,
los escudos sólo sirven para la lucha entre humanos.
7
Un ejemplo de esa importancia en que “los griegos de la Edad Oscura (1.200-
800 a.C.) peleaban a pie […]. Al término del siglo VIII a.C., la fabricación de armas
había avanzado considerablemente, y en Grecia, las polis cada vez tenían más capa-
cidad para equipar a grandes infanterías […]. Esto supuso una crucial transforma-
ción social y militar, ya que las guerras ya no eran solo un privilegio de la nobleza.
Cualquiera que pudiera permitirse adquirir armas modernas (hopla) podía unirse a
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 45

comprender los fenómenos actuales o, con más modestia, para el obje-


tivo que nos proponemos aquí.8
Todo ello nos lleva a centrar nuestra indagación a partir de la Edad
Media. Se sostuvo y argumenta con asiduidad que durante este perío-
do se produjo un retroceso en el arte de la guerra tanto en la cuestión
organizativa como doctrinaria: “[...] el arte de la guerra [...] se mantie-
ne sin envergadura, fuera de todas las concepciones estratégicas o tác-
ticas originales. Incluso parece, a veces, un poco infantil”.9 Engels cali-
ficó a la Edad Media desde el punto de vista militar, como un “perío-
do estéril” y, años después, Liddell Hart se pronunció en la misma
dirección: “el espíritu de la caballería feudal se mostró rebelde al arte
militar”.10
Sin embargo, nuestro punta de partida es la Baja Edad Media (esto
es, a partir del siglo XI aproximadamente), y tomamos este momento
puesto que es cuando ya tenemos una configuración de Europa relati-

estas prestigiosas tropas […]. Y con el ejército hoplita nació una nueva igualdad”. La
nueva situación creada tuvo profundas implicancias, ya que “la libertad de expre-
sión, que originalmente era un privilegio de los héroes nobles, se extendió a todos
los miembros de la falange. […] Hacia el año 650 a.C., todos los ciudadanos varo-
nes eran hoplitas, y el demos, o pueblo, era soberano”. Watson, Peter; La gran diver-
gencia, págs. 404/5.
8
Si la guerra en general es un tema alejado de la sociología, la brecha se ensan-
cha cuando retrocedemos en el tiempo. El estudio de la llamada “guerra primitiva”,
en cambio, es una temática habitual en el campo de la antropología. El reputado his-
toriador sobre asuntos militares John Keegan dedica un apartado específico del capí-
tulo II de su obra Historia de la guerra a la relación de la antropología con la activi-
dad bélica con una interesante reseña acerca de la misma (págs. 122/36). Desde la
sociología, el interés de buscar en las primeras organizaciones sociales la presencia o
no de la actividad guerrera, y sus eventuales características, fue siempre utilizado por
aquellos que buscan explicar la recurrencia de la guerra en el desarrollo histórico;
especialmente se retrocede a los pueblos cazadores para tratar de determinar el posi-
ble carácter “natural” del acto guerrero. (Dyer, Gwynne; Guerra. Desde nuestro pasa-
do pre-histórico hasta el presente). No obstante, tal como advierte Pierre Clastres,
“equivocarse respecto de la guerra es equivocarse respecto de la sociedad”
(Arqueología de la violencia: la guerra en las sociedades primitivas, pág. 41).
9
Boudet, Jacques (dir.); Historia universal de los ejércitos. Tomo I, pág. 209.
10
Liddell Hart, Basil; Teoría y práctica de la guerra, pág. 114.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 46

46 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

vamente constituida en sus trazos fundamentales, en lo que concierne


a la distribución espacial de los pueblos: el Imperio Franco ya se había
dividido a mediados del siglo IX en tres partes: la futura Francia, la
futura Germania, y un reino que estaba entre ambos y se extendía al
sur hasta Italia. Dado que Europa ha sido en los últimos siglos la
región que más ha sufrido o promovido guerras, parece prudente
tomarla como eje de la observación.
En los albores de esta época el espacio que hoy conforma Europa
occidental había soportado ataques externos, particularmente de los
jinetes magiares, provenientes de la estepa rusa, y de vikingos, oriun-
dos del norte, entre los siglos VIII y X,11 y poco después de los turcos
otomanos en la zona de los Balcanes (ya los musulmanes se habían ins-
talado en el sur en el siglo VIII). Pero, fuera de esto, eran comunes los
conflictos de menor envergadura, que se desarrollaban internamente,
entre pequeños señores, familias, reinos o principados. A fines del
siglo XI se lanzó la Primera Cruzada, una gran campaña expansiva,
aunque con menudos resultados ya que no pudieron sostener las con-
quistas, lo que llevó a sucesivas Cruzadas en los siglos siguientes. Las
Cruzadas estaban convocadas a cumplir con dos funciones: extender
territorialmente el feudalismo europeo, lo que es inherente a este
modo de producción, por una parte, y pacificar a Europa, por otra,
poniendo un enemigo externo y trasladando a gran parte de los gue-
rreros allí. Pero el punto que nos interesa observar es la forma en que

11
Los vikingos noruegos llegaron a “Inglaterra en los años 786-796: [a] Irlanda
hacia el 795; [a] Galia, en el 799”. Duby, Georges; Guerreros y campesinos. Desarrollo
inicial de la economía europea (500-1200), pág. 142. Por su parte, los vikingos dane-
ses realizaban “rápidas campañas de saqueo; después del 834, las expediciones fue-
ron más importantes y algunas bandas establecieron bases permanentes en las des-
embocaduras de los ríos […] y llegaron a atacar las ciudades: Londres, que saquea-
ron en el 841; Nantes, Ruán, París, Toulouse. En Galia la presión mayor se ejerció
entre los años 856 y 862. Después del 878, más de la mitad del espacio anglosajón
estaba en manos de los vikingos”. Ibídem. Esto se debió, en gran medida, a que “el
Imperio Carolingio, desprovisto de flota, no había podido defenderse contra la
irrupción de los bárbaros”. Pirenne, Henri; Historia económica y social de la Edad
Media, pág. 25.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 47

influyó la guerra en la conformación de este nuevo entramado que


surgió por entonces.
Un dato relevante es que es por esa época la totalidad del territo-
rio centroeuropeo había sido tomado en jurisdicción por alguna
estructura política; ya no quedaban espacios libres, aunque la pobla-
ción era escasa y, en su mayoría, agraria. La economía de base rural
tenía límites muy estrechos en cuanto a sus posibilidades; una forma
de mensurar su potencial es observar que por entonces se estaban con-
formando incipientes aglomeraciones poblacionales, villorrios o bur-
gos, que no eran aún centros comerciales ni de desarrollo del artesa-
nado. Según N. Elias “se trataba de burgos fortificados y, al mismo
tiempo, de centros de administración agrícola de los grandes seño-
res”,12 aunque tal denominación no es totalmente precisa,13 ni es la
única denominación que encontramos para designarla. Según Pinto
Cebrian es éste el factor distintivo del inicio bajomedieval, y se carac-
terizaba por su impronta y función militar.14 De modo que, desde el
inicio, estas sociedades se conforman, en cierta medida, por y para la
guerra; aun cuando la mayor parte de su población fuera ajena a la
misma, este fenómeno la envolvía de muy diferentes maneras.15

12
Elías, Norbert; El proceso de la civilización, pág. 292.
13
“[…] tales unidades tienen en su centro un caserío, un poblado, una aldea –a
menudo se dice burgo–, pero esta palabra (lo mismo que la palabra aldea) no tiene
el mismo sentido a través de toda Francia”. Braudel, Fernand; La identidad de
Francia. Barcelona, Gedisa, 1993, tomo I, pág. 127.
14
“El elemento característico durante los inicios de la Edad Media es el «burgo»
que algunos denominaran «castrum», «urbs», «municipium», «castellum», etc. y que
en esencia era un recinto fortificado al principio con empalizadas, generalmente, de
forma redondeada y con un foso y con una torre, más o menos poderosa, en su parte
central como último reducto de la defensa del «burgo». Su población constituía tam-
bién su guarnición y era normalmente militar. El «burgo» se parecía más a un cuar-
tel que a cualquier esbozo urbano, y los civiles (mercaderes y comerciantes) queda-
ban fuera hasta el momento de peligro”. Pinto Cebrian, Fernando; Los conflictos
bélicos y el fenómeno urbano (el factor militar). Madrid, Servicio de Publicaciones del
EME, 1988, págs. 36/7.
15
Parte de la circulación económica era explícita o implícitamente realizada
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 48

48 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

El carácter militar estaba dado por los incesantes enfrentamientos,


que eran alimentados por el afán de apropiarse de las riquezas que pro-
ducían las regiones vecinas. Pero habida cuenta del carácter sumamen-
te endeble de sus economías, ningún señor ni príncipe podía sostener
una beligerancia por tiempo prolongado, limitación que propiciaba la
generalización recurrente de alianzas, tanto ofensivas como defensivas,
circunstancia que fue generando la base de espacios más estables en el
tiempo.16 En las formaciones germánicas, la guerra era una actividad
colectiva de los hombres, no de un grupo especializado, y participar
de ella (y de sus beneficios) era la manifestación de la libertad de un
hombre. Había un momento para la siembra y la cosecha, y un
momento para la guerra. Pero esto cambió en la medida en que los
grupos humanos se fueron asentando, perdiendo su carácter itineran-
te, lo que dio como resultado redes políticas más amplias.17

mediante guerras; explícitamente cuando se toman botines y se distribuyen en el


interior de la sociedad vencedora; implícitamente cuando se ritualiza el botín y se
convierte en tributo de los grupos más débiles a los más fuertes militarmente, o los
regalos, formalmente voluntarios, aunque motivados en la búsqueda de agradar a un
oponente militar y garantizar la paz con éste. (Cf. Mauss, Marcel; Ensayo sobre el
don. Madrid, Katz, 2009.)
16
“A través de esas rentas, la guerra acaba vinculándose a todas las actividades
del hombre. Pero su rápida evolución y su modernización hacen que la guerra acabe
rompiendo las estructuras y resortes tradicionales más sólidos, lo que, eventualmen-
te, la condena a ponerse punto final a sí misma. La paz es el resultado de esta inade-
cuación crónica, de los repetidos retrasos en el pago de las soldadas, del armamento
insuficiente; en suma, de todas esas desgracias que tanto temen sufrir los Gobiernos,
pero que tienen que aceptar como hechos tan inevitables como el mal tiempo o el
temporal”. Braudel, Fernand; El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de
Felipe II, tomo II, pág. 254.
17
A esto debemos agregar, además, que “las técnicas militares se perfeccionaron
y la dirección de la guerra necesitó, para ser eficaz, un equipo menos rudimentario.
Desde entonces, combatir se convirtió en una pesada carga cuya repercusión, en el
momento del año en que la tierra cultivada exige cuidados constantes, fue difícil-
mente soportable para la mayoría de los campesinos. Para sobrevivir, éstos debieron
renunciar al criterio esencial de la libertad, la función guerrera. Fueron, como ya lo
eran los trabajadores rurales en el Estado romano, desarmados, inermes […] No por
ello se dejó de considerar que debían cooperar en la acción militar, pero su contri-
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 49

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 49

Estos primeros conglomerados humanos evolucionarían en dos


sentidos: como ciudadelas fortificadas, en especial a partir del siglo XI,
o bien como castillos (desde los siglos XII y XIII). Estas nuevas formas
de defensa son las que finalmente pusieron fin a las invasiones de la
Europa central lanzadas desde el norte por los vikingos, desde el este
por los húngaros, y desde el sur por los sarracenos.18 Tanto ciudadelas
como castillos sufrieron alteraciones con el correr del tiempo. Así, “las
aglomeraciones eslavas […] adoptaron la forma de recinto circular
rodeada de setos vivos cuya única entrada podía cerrarse […]. En
otras ocasiones estos cercados se hacían utilizando terraplenes”.19 En
cuanto a los castillos, se distinguen distintas etapas.20 La evolución en
general es del uso de la tierra y la madera como materiales de construc-
ción, a la utilización de piedras, es decir, de robustecimiento de las for-
tificaciones, lo cual las tornaba económicamente más costosas y, en
consecuencia, menos asequibles para las personas de menor fortuna.
No sólo implicaba una diferenciación social, sino que también reper-
cutía en la forma de hacer la guerra. Veremos esto con más detalle.
La guerra por entonces reconocía dos formas principales: los ase-
dios y las campañas. Las batallas abiertas eran infrecuentes, sumamen-
te riesgosas –dado que el bando derrotado difícilmente pudiera
recomponerse– y, a la vez, escasamente definitorias. El núcleo de la

bución adoptó la forma degradante de un «servicio»”. Duby, Georges; Guerreros y


campesinos. Desarrollo inicial de la economía europea (500-1200), pág. 56.
18
Duby, Georges; Guerreros y campesinos. Desarrollo inicial de la economía euro-
pea (500-1200), págs. 151/2. Nótese que la ciudadela fortificada era una solución
conocida en la Antigüedad.
19
Weber, Max; La ciudad, pág. 16.
20
Las “cinco etapas de la evolución del diseño de castillos durante el período
medieval: en primer lugar, la sustitución de los castillos de tierra y madera por los
construidos en piedra; en segundo lugar, la construcción de fortalezas alrededor de
la torre del homenaje; en tercer lugar, el paso de las torres de base cuadrada y mura-
llas simples hacia las torres de base redonda; en cuarto lugar, la adopción de planos
concéntricos y simétricos, y, finalmente, los primeros intentos de levantar fortalezas
capaces de integrar el uso de las armas de fuego y contrarrestar sus efectos sobre los
muros”. Jones, R.; “Fortalezas y asedios en Europa occidental c. 800-1450”, en
Keen, Maurice (ed.); Historia de la guerra en la Edad Media, pág. 218.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 50

50 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

guerra apuntaba a lo económico: arrasar las cosechas, quemar las casas,


matar el ganado. Esto era lo principal en las campañas, que solían cen-
trarse en la población no combatiente, a la que sometían a todo tipo
de pillajes, vejaciones y matanzas. Si no se anulaba la potencia econó-
mica de un señorío, la disputa carecía de resolución. La otra forma
principal, los asedios (de castillos, y luego de ciudades) era someter al
hambre y las enfermedades a toda la población que había logrado gua-
recerse en la fortaleza, a fin de lograr su rendición. Se producían ata-
ques, pero lo que solía decidir la suerte de un asedio era qué bando se
debilitaba más rápido que el otro.
En lo técnico-táctico se desarrolló la poliorcética, es decir, el arte
de atacar y defender las fortificaciones. Para ello se avanzó en nuevas
tecnologías y técnicas específicas, que evolucionaban en la dialéctica
ataque-defensa. La artillería estaba constituida de maganeles y catapul-
tas, máquinas para lanzar proyectiles –por lo general piedras, aunque
también lanzaban en ocasiones cadáveres de animales, en una suerte
de guerra bacteriológica primitiva, o cabezas de soldados, para infun-
dir terror–.También se utilizaban atalayas y bastidas, torres de madera
(las segundas, montadas sobre ruedas) desde las que se atacaba a los
defensores de las murallas desde la misma altura y, eventualmente, se
asaltaba desde allí la fortaleza.21
Asimismo, se utilizaba la zapa, una técnica que consistía tanto en
rellenar los fosos que solían rodear los castillos en algún punto para
facilitar el asalto, como también en construir túneles hasta debajo de
las murallas. Una vez llegados allí, prendían fuego para que se quema-
ran las vigas que sostenían los túneles, y que de esta manera cediera el
suelo, desmoronando el muro que se alzaba sobre éstos. Los defenso-
res, muchas veces, ponían vasijas con agua en lo alto de las murallas

21
El asedio y toma de ciudades siempre nutrieron la historia de la guerra –desde
el asedio de Troya hasta los sitios de Leningrado y Stalingrado–. El ataque o la
defensa de los lugares sitiados fue invariablemente un importante estímulo para el
desarrollo de nuevas técnicas, instrumentos y máquinas. Para el período que consi-
deramos aquí, cf. Jestice, Phyllis G.; Bennett, Matthew; Bradbury, Jim; DeVries,
Kelly y Dickie, Iain; Técnicas Bélicas del Mundo Medieval. 500 d.C.- 1500 d.C.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 51

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 51

para observar si se producían vibraciones que evidenciaran que se esta-


ba excavando un túnel, en tal caso ellos mismos cavaban para tratar de
sorprender a los atacantes antes de que culminaran su tarea.
Hacia fines de la Alta Edad Media (circa siglos X, XI), apareció una
nueva figura: la del caballero. Esta figura ocuparía un lugar central
hasta fines de la Edad Media. La destreza de montar a caballo, que
otorgaba una gran ventaja por la movilidad, velocidad y potencia sobre
la infantería, comenzó en las estepas que se encuentran al norte del Mar
Negro, unos 4.000 a.n.e.,22 lo que explica que los magiares fueran mag-
níficos jinetes que asolaron el oeste europeo, hasta que los propios cen-
troeuropeos adquirieron esa pericia.23 Esto fue posible, aparentemente,
a partir de la incorporación del estribo, en el siglo VIII.24
La caballería, no obstante, no se masificó. Por el contrario, su exis-
tencia fortaleció el elitismo a partir de la conformación de los caballe-
ros, cuyo carácter social era noble, o asimilado a la nobleza.25 Esto en

22
Diamond, Jared; Armas, gérmenes y acero, pág. 66.
23
Incluso los vikingos ya dominaban la equitación y los utilizaban en sus incur-
siones. Cf. Clarke, H.; “Los vikingos”, en Keen, Maurice (comp.); Historia de la
guerra en la Edad Media, pág. 73.
24
“El origen de este guerrero a caballo, aristócrata y fuertemente armado, ha sus-
citado siempre un gran debate. Se ha argumentado […] que fue la aparición del
estribo en Europa occidental en el siglo VIII lo que dio lugar a la aparición de una
caballería capaz del «combate a caballo», con la lanza sujeta firmemente «en ristre»
bajo el brazo derecho; añadiendo más aún que, dado que los caballos de guerra nece-
sitaban ser entrenados y las corazas, las armas y el entrenamiento militar requerían
de un lugar concreto para su realización y mantenimiento fue, en realidad, el estri-
bo la causa de la creación y establecimiento de una aristocracia feudal y ecuestre.
Una investigación reciente […] ha sugerido que la plataforma estable necesaria para
que un jinete pudiese intervenir en un combate contra otros caballeros dependía de
un estribo, una silla de montar con respaldo rígido, y una cincha doble para sujetar
convenientemente la silla al caballo”. Ayton, Andrew; “Armas, armadura y caballos”,
en Keen, Maurice; op. cit., pág. 242.
25
La caballería permitía cierta movilidad social. En ocasiones, ante la inminen-
cia de una guerra, un rey armaba caballeros a gente pobre, que con el tiempo podía
adquirir riquezas, aunque mantener el ritmo de vida de los nobles era siempre una
complicación. Keen, Maurice; La caballería, págs. 212/15.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 52

52 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

parte fue favorecido por la iglesia católica, cuando el Papa Inocencio II


convocó a las Cruzadas, para recuperar Jerusalén, a fines del siglo XI.
Además de los torneos y las justas, una mixtura de deporte con entre-
namiento para la guerra, la caballería tenía importancia en las no muy
habituales batallas.26 “La misión para la que había sido concebida la
caballería pesada consistía en lanzarse a la carga con un ímpetu terrible
a fin de romper las líneas de la infantería y la caballería enemigas”,27 y
fue el arma preeminente hasta mediados del siglo XIV. En la batalla de
Courtai, en 1302, por primera vez la caballería pesada fue derrotada
por la infantería; los flamencos opusieron a la caballería francesa una
línea de infantería con picas, los caballos que cargaban se ensartaron en
ellas, y ante el estupor causado, los infantes avanzaron sobre los jinetes,
matando a más de mil caballeros.28 A partir de allí, lentamente, la
infantería comenzó a recobrar protagonismo, lo que se expresa en la
variación proporcional de la composición de las fuerzas: a mediados del
siglo XIII había un caballero por cada uno o dos infantes; cien años des-
pués, el ejército de Carlos el Atrevido de Borgoña, estaba compuesto
por una proporción “de nueve soldados de a pie (tres arqueros, tres
piqueros y tres con las culebrinas) por uno a caballo”.29
Por entonces ya solían contratarse mercenarios. Un tiempo des-
pués, hacia el siglo XIV, comenzaron a existir las “compañías libres”,30
ejércitos privados que eran contratados por los señores para librar las
guerras, lo cual era casi ineludible.31 Estas compañías libres, tan criti-

26
Al igual que la guerra, los torneos tenían un fuerte contenido económico, ya
que los caballeros derrotados debían pagar fuertes rescates para ser liberados. Para
algunos caballeros diestros, esta fue una forma de obtener fortuna; para la mayoría
de ellos, era una forma rápida de arruinarse económicamente.
27
McGlynn, Sean; A sangre y fuego, pág. 158.
28
Rogers, Clifford; “La época de la guerra de los Cien Años”, en Keen, Maurice;
Historia de la guerra en la Edad Media, págs. 184/5.
29
Keen, Maurice; La caballería, pág. 329.
30
Aparentemente el primer contratista fue Roger de Flor, que llegó a ser jefe de
la Compañía Catalana.
31
“Había príncipes soberanos por todas partes; y esto realmente es una de las
características del período. Un grupo de combatientes no podía dejar de emplear
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 53

cadas por Maquiavelo, tuvieron su punto culminante en la guerra de


los Treinta Años, luego de la cual prácticamente desaparecieron. El
origen de estas compañías fue más o menos similar en todos los casos:
surgieron de soldados desmovilizados. Roger de Flor servía como
marino a la orden de los Caballeros Templarios, hasta que fue despe-
dido, en 1291, tras lo cual se fue a Génova, donde se dedicó a la pira-
tería hasta que comenzó a servir a Federico de Sicilia, rey de Aragón,
que estaba en guerra con Carlos de Nápoles. Cuando esta guerra fina-
lizó, en 1302, Roger otra vez estaba desmovilizado, junto a un grupo
de combatientes catalanes. Así surgió la Gran Compañía Catalana.32
Otro gran comandante de compañías libres fue John Hawkwood,
quien vivió durante el siglo XIV, de quien existe una placa conmemo-
rativa en la catedral de Florencia.33
Estas compañías –aunque no sólo ellas– causaban estragos entre la
población civil. La guerra era mucho más peligrosa para los no com-
batientes que para los combatientes. Para estos últimos, la mayor mor-
tandad era producida por enfermedades (sobre todo en los asedios), o
heridas, y no tanto en las batallas, que cuando ocurrían solían ser muy
cruentas, pero eran relativamente escasas. En cambio, “las consecuen-
cias del paso de los soldados […], o de las compañías libres, […] eran
las mismas que si hubiera pasado una nube de langostas. Arrasaban los
campos y ninguna fuerza humana era capaz de detenerlos”.34 Matan-
zas, violaciones y pillaje estaban a la orden del día.

mercenarios, a menos que pudieran confiar en que el adversario tampoco lo haría,


lo que evidentemente no ocurría.” Keen, Maurice; La caballería, pág. 314.
32
Trease, Geoffrey; Los condotieros, pág. 22.
33
En general, los capitanes de estas compañías, luego devenidos contratistas
ellos mismos, provenían de la baja nobleza. Esto se explica por dos motivos: por una
parte era una forma de ascenso económico, pero por otra, con el crecimiento de la
importancia de la infantería, los oficiales de la misma eran, generalmente, hombres
de la baja nobleza, siendo, por lo tanto, quienes tenían la destreza de conducir tro-
pas de infantería.
34
Keen, Maurice; La caballería, pág. 313.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 54

54 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Esto preocupaba a la principal institución terrateniente de enton-


ces, la Iglesia, la que tenía una actitud dual frente a la guerra. Por un
lado, la condenaba, como veremos, y por otro la alentaba.

La ambigüedad de la Iglesia

Desde la Antigüedad hubo intentos de limitar la guerra y su


impronta siempre fue teológica.35 En la Edad Media centroeuropea
estas limitaciones se basaban en la concepción de integridad de una
“respublica christiana”, una totalidad compuesta por un conjunto de
partes, cuya unidad estaba dada por la ley divina. En razón de ello, la
guerra no se la veía ligada a los intereses, sino a la justicia, a la repara-
ción, siendo ésta la base de la “guerra justa”, aplicable entre los cristia-
nos.36 Dado que esto era válido sólo entre católicos, una consecuencia
lógica es que se tratara de regular la violencia entre los mismos. Así fue
como en el siglo X apareció un movimiento, que cristalizó en la llama-
da “Paz de Dios” (Pax Ecclesie), establecida por los Concilios de Cler-
mont (1095) y Letrán (1123), que prohibía a los cristianos realizar
“actos de violencia o de guerra contra el clero, los peregrinos y los
bienes eclesiásticos. Las medidas de amparo se hicieron extensivas a las
mujeres, los niños, los campesinos, los comerciantes y el ganado”.37
Asimismo cubría los templos y molinos. La iniciativa fue el correlato
de la reacción espantada de varios obispos ante “hombres que se devo-
ran como peces en el mar”.38 Este movimiento fue sucedido casi un
siglo después por la “Tregua de Dios” (Treuga Dei), por la cual “la Igle-
sia prohibía que se luchara desde el sábado al mediodía hasta el lunes
a la mañana, durante la Cuaresma y el Advenimiento, en las fiestas de

35
Gutiérrez Posse, Hortensia; Elementos de Derecho Internacional Humanitario,
pág. 24.
36
Van Creveld, Martin; La transformación de la guerra, págs. 176/82.
37
McGlynn, Sean; A sangre y fuego, pág. 124.
38
Semberoiz, Edgardo; Derecho Internacional de la Guerra, pág. 70.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 55

guardar y los días de algunos santos”.39 Asimismo, se condenaba el uso


de algunas armas, como la ballesta, y prohibía hacerlo cerca de los san-
tuarios o contra las clases “vulnerables”: los pobres y el clero; a quien
incumpliera estas regulaciones se lo penaba con la excomunión. De
esta manera se trataba de limitar la guerra. Tomás de Aquino elabora
el concepto de “guerra justa” (por lo tanto lícita), cuya legitimidad
descansa en el cumplimiento de tres condiciones: 1) que la misma sea
realizada por una autoridad válida (la propia Iglesia o los príncipes, no
los señores); 2) que la causa sea justa, es decir, defenderse ante un ata-
que, o bien atacar debido a una injuria o perjuicio causado por el otro;
y 3) que la misma se realice buscando el bien, o por evitar el mal, y no
en pos de un botín o de gloria personal. Por supuesto, el cumplimien-
to de tales requisitos era sumamente subjetivo. Incluso se llegó a regu-
lar que el combatiente justo podía utilizar ciertas armas que el injusto
no estaba autorizado a emplear.
Sin embargo, todas estas regulaciones eran aplicables únicamente
entre cristianos. En paralelo a estas disposiciones, la Iglesia convocaba
a los caballeros y príncipes a las Cruzadas, y en ellas no se aplicaba nin-
guno de estos preceptos, como tampoco en la expansión de los domi-
nios cristianos dentro de Europa, a expensas de los pueblos paganos.
Las atrocidades cometidas por los “hombres de hierro” –como le
decían los musulmanes a los caballeros cubiertos por costosas armadu-
ras– explican la ferocidad con que se desarrollaban estos combates,
que asolaban a los derrotados.40
El movimiento por la Paz de Dios tuvo como complemento, pocos
años después, la “guerra de Dios” de Gregorio VII para resolver con-
troversias con el clero cismático y para socorrer a los cristianos de los

39
Bellamy, Alex; Guerras justas, pág. 66.
40
“Desde los tiempos de la toma de Jerusalén en 1099, tras la Primera Cruzada
[…] las expediciones contra los infieles son notables por su desenfrenada entrega al
salvajismo, horror cuyo principal responsable es el fanatismo religioso, instigador de
los excesos bélicos que se perpetran en nombre de Dios”. McGlynn, Sean; A sangre
y fuego, pág. 177.
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56 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

embates que provenían de oriente.41 A lo largo de los siglos XV y XVI


teólogos como Erasmo o Tomás Moro se pronunciaron contra los
horrores de la guerra.42 Sus visiones también chocaban con el belicis-
mo papal de su época.43 El padre Francisco de Vitoria (1483-1546)
sostuvo la existencia de “un derecho de gentes” que se vincula a la fun-
dación del derecho internacional. Con la misma iniciativa se relacio-
na a Francisco Suárez (1548-1617).44 Finalizando el siglo XVII Hugo
Grocio colaboró para consolidar el Derecho de Gentes y el Derecho
Internacional; el sustrato de sus teorías era la aspiración a una recon-
ciliación entre los pueblos de la cristiandad.
Todos estos intentos jurídicos por condicionar o limitar las guerras
colisionaban sistemáticamente con las prácticas del Vaticano y los
Estados. La búsqueda de un sistema jurídico que pudiera mitigar la
guerra la acompañó en gran parte de su historia, pero con escasa efec-
tividad. Sin embargo, esa argamasa moral y jurídica comenzó a ser un
elemento de presión y los planteos de Grocio impactaron sobre las
actitudes de los Estados.45

La pólvora en la guerra y las innovaciones militares

Indudablemente la gran transformación en el ámbito militar se pro-


dujo con la incorporación de las armas de fuego, lo que no ocurrió de
manera inmediata, sino una vez que éstas lograron demostrar su supe-
rioridad sobre las armas tradicionales. Se desconoce a ciencia cierta el

41
Broccheri Fumagalli Beonio, Maria Teresa; Cristianos en armas. De San Agus-
tín al Papa Wojtila, pág. 49.
42
“[…] la guerra; nada hay que sea más impío, más calamitoso, que más difun-
da la ruina, nada más odioso, en pocos palabras, más indigno del hombre y con más
razón del cristiano”. Erasmo de Rotterdam; Adagios del poder y de la guerra y Teoría
del adagio, pág. 200.
43
Broccheri Fumagalli Beonio, Maria Teresa; op. cit.; pág. 49.
44
Giner, Salvador; Historia del pensamiento social, págs. 250 y 253.
45
Giner, Salvador; Historia del pensamiento social, pág. 257.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 57

origen de la pólvora, aunque las explicaciones más habituales sobre su


procedencia nos remiten a la lejana China, no fue allí donde tuvo su
mayor impacto militar. Los chinos la usaron para fines tanto festivos
como castrenses. No obstante, en este último plano no produjo los
efectos que sí tuvo en Europa. Más allá de las controversias que pue-
dan plantearse sobre quiénes fueron sus inventores, nadie pone en
duda su impacto en el arte guerrero.46 En realidad, puede suponerse
que el uso de la pólvora en la guerra evidencia notablemente los cam-
bios sociales, a la vez que en Europa primero, y en el resto del mundo
después, los dinamizó.
Es muy difícil, por ejemplo, conjeturar que el arma de fuego no
tuvo un lugar relevante en el momento en que las potencias europeas
generaron una nueva espacialidad extendiendo su dominio hacia apar-
tados lugares del mundo. Y así, reiterando el razonamiento, se podría
ir localizando esferas de la construcción social, dentro y fuera de
Europa, donde la pólvora fue un factor apreciable. Se afirma que el
descubrimiento de la pólvora fue “en sus consecuencias, comparable al
de la metalurgia, acaecido cinco milenios antes”.47 Otro testimonio
sobre la influencia que logró lo vemos en la actividad minera, a raíz de
su expansión debido al estímulo recibido por efecto de la guerra, que
multiplicó la necesidad de abastos para la industria armamentística,
que se iba adaptando a los requerimientos de la propulsión de proyec-
tiles por la explosión de pólvora. La pólvora fomentó la minería, la
minería proveyó a la guerra que combinaba a esa pólvora con los
metales. Heterogéneos oficios se fueron acomodando a las nuevas
demandas y nació la necesidad de otras pericias que, a su vez, promo-

46
Una referencia sobre los distintos posibles orígenes puede verse en Hernández
Cardona, Francesc Xavier y Rubio Campillo, Xavier; Breve historia de la guerra
moderna, págs. 9/10. También en Campillo Menseguer, Antonio; La fuerza de la
razón. Guerra, Estado y ciencia en el Renacimiento, pág. 119. Véase, asimismo,
McNeill, William H.; La búsqueda del poder. Tecnología, fuerzas armadas y sociedad
desde 1000 d. C., págs. 88/9.
47
Venner, Dominique; Le livre des armes, pág. 85, citado por Vidaurreta Cam-
pillo, María; “Guerra y condición femenina en la sociedad industrial”, pág. 71.
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vieron nuevos oficios. Todo este movimiento, incontestablemente,


generó grandes negocios que impactaron de manera significativa sobre
los modelos económicos; es interesante no perder de vista, ya que aca-
bamos de mencionarla, el auge y la posterior decadencia de la activi-
dad minera en Europa, según el tipo de metal que era requerido para
la fabricación de armas, y sus lógicas consecuencias en la suerte de
cada economía. La guerra y la preparación para ella estimularon la
actividad económica pero también fue, en ciertas ocasiones, uno de los
factores que promovió sus crisis y parálisis.48 En 1776, Adam Smith
destacó el impacto desfavorable que dejaba en la economía el alto
costo de organizar un ejército sobre la base de un armamento basado
en el uso de la pólvora, circunstancia que según su opinión alejaría a
la burguesía de cualquier impulso guerrero, aunque en gran parte fue
beneficiada por él.49 Una mirada más acorde al desarrollo histórico nos
la ofrece Engels: “A comienzos del siglo XIV, la pólvora llegó a la
Europa occidental a través de los árabes, y subvirtió, como saben los
niños de escuela, todo el arte de la guerra. La introducción de la pól-
vora y de las armas de fuego no fue empero en modo alguno un acto
de violencia, sino una acción industrial, es decir, un progreso econó-
mico. La industria es siempre industria, ya se oriente a la producción
o a la destrucción de las cosas. Y la introducción de las armas de fuego
tuvo efectos radicalmente transformadores no sólo en el arte mismo de
la guerra, sino también en las relaciones políticas de dominio y vasa-
llaje. Para conseguir pólvora y armas de fuego hacían falta una indus-
tria y dinero, y los que poseían las dos cosas eran los habitantes de las
ciudades, los burgueses”.50 La pólvora no sólo trajo un ruido ensorde-
cedor a las batallas, también actuó como tracción de la industria. “Es
sabido que la producción en serie desciende en línea directa de la

48
McNeill, William H.; op. cit., págs. 95/6.
49
Smith, Adam; Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las
naciones, págs. 621, 627/8.
50
Engels, Friedrich; La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring. Anti-
Dühring, pág. 161.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 59

fabricación de armas (siglo XVIII)”51. La realidad marcó, concluyente-


mente que, contra los diagnósticos de Smith, la burguesía en lugar de
repeler el despliegue del militarismo, y su consiguiente necesario
armamentismo, los fortaleció y subordinó, al punto que hoy es muy
difícil pensar la posibilidad de una supervivencia del capitalismo sin su
complejo industrial-militar.
Los alcances de la pólvora fueron, incluso, bastante más allá.
Ocupó un lugar apreciable en la construcción de la estructura políti-
ca de la sociedad emergente, en la consolidación de las relaciones de
dominio que suscitaba, como afirmó Engels. Tilly vinculó aquella
mezcla explosiva y sus modos de utilizarla con la explicación sobre la
consolidación de algunos poderes europeos en menoscabo de otros.
Afirmó que “la guerra tejió la retícula europea de los Estados naciona-
les, y la preparación para la guerra creó las estructuras internas de los
Estados que la componían”, argumentando que la balanza del poder
se inclinó desde mediados del siglo XIV hacia el siglo XVII a favor de los
monarcas que mejor aprovecharon la utilización de la pólvora junto a
la capacidad para forjar cañones y construir fortalezas resistentes.52
Cipolla arguyó que las velas para impulsar los barcos y los cañones le
dieron su poderío a Europa en detrimento de otros centros de poder.53
La combinación de la pólvora y la guerra de religión promovieron las
monarquías absolutas.54 Sin embargo, reconocidos los efectos que
tuvo una composición química tan vigorosa como la pólvora, no son

51
Vidaurreta Campillo, María; “Guerra y condición femenina en la sociedad
industrial”, pág. 68.
52
Tilly, Charles; Coerción, capital y los Estados europeos 990-1990, pág. 121. No obs-
tante, la expansión de las novedades militares no fue uniforme y simultánea. El ritmo de
la evolución general fue lento al igual que sus repercusiones. Parker, Geoffrey; La revolu-
ción militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500-1800, pág. 69.
53
Véase esta tesis en Cipolla, Carlos M.; Cañones y velas en la primera fase de la
expansión europea 1400-1700.
54
Vidaurreta Campillo, M.; “Guerra y condición femenina en la sociedad indus-
trial”, pág. 69.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 60

60 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

fundamentos suficientes para explicar el desarrollo de una nueva etapa


de la humanidad y su carácter belicoso.55
En verdad, son muchas las variables que concurren en la génesis de
un nuevo orden social y la mayor dificultad que afronta el interesado
en explicar su configuración es, por un lado, localizar los factores que
confluyeron y, por otro, las mutuas implicancias, las prelaciones y las
cadenas causales (¿qué fenómeno es una consecuencia y qué fenóme-
no es una causa? ¿Cómo se influyen e interrelacionan?). En un proce-
so donde las implicaciones de los acontecimientos son versátiles,
obviamente, es problemático definir cuál influyó sobre el otro en pri-
mer lugar y, a su vez, cómo el segundo repercutió sobre el primero.56
La investigación de hechos promovidos por una constelación causal
sólo encuentra un ordenamiento en los presupuestos de las teorías que
buscan tener capacidad para explicar su objeto de análisis. Sin preten-
der aquí proponer una solución ante esta incertidumbre, nos parece
pertinente aclarar que no le concedemos al desarrollo de las armas la
capacidad de explicar por sí mismo un proceso complejo como la
emergencia de la guerra moderna, mucho menos de toda la sociedad
moderna, perspectiva que adoptan muchos autores a la hora de inves-
tigar la historia militar de la Edad Moderna desde un ángulo mera-
mente descriptivo apoyado en el progreso tecnológico asociado a la
actividad militar.57
Una tesis muy importante frente a este problema fue esgrimida por
Parker, que demostró el impacto de la “revolución militar” en el éxito

55
“[…] los comienzos de la Edad Moderna destacan como desusadamente beli-
cosos. En el siglo XVI hubo menos de diez años de completa paz; en el siglo XVII sólo
hubo cuatro”. Parker, Geoffrey; La revolución militar…, pág. 17.
56
Incluso, Parker nos advierte sobre las dificultades que presenta la explicación
de un proceso tan intenso de transformación social, pues “la discriminación entre
las condiciones previas y los factores desencadenantes, entre la continuidad y el
cambio, parece a veces suscitar más controversias que el propio fenómeno en sí”.
Parker, Geoffrey; La revolución militar…, pág. 198.
57
Sobre algunas características de la historiografía militar y la superación del
perfil meramente descriptivo, véase García Hernán, David; “La cultura de la guerra
en la Europa del Renacimiento. Algunas perspectivas de estudio”, pág. 105.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 61

de los imperios occidentales entre 1500 y 1750.58 La búsqueda de una


referencia sobre la conceptualización de la modernización militar
como una verdadera “revolución” nos lleva a la conferencia de Michael
Roberts en 1955, pronunciada en el momento inaugural de un curso
en la Queens University de Belfast.59 Sostuvo que en el siglo XVI un
cambio en la técnica, el volumen y la organización militar transformó
no sólo la guerra sino que al mismo tiempo moldeó la economía y la
política del período.60 Se refirió en aquella oportunidad a la introduc-
ción del tiro en ráfaga hecha por los ejércitos suecos de Gustavo
Adolfo. “Roberts centró su tesis en cuatro innovaciones críticas: la pri-
mera sería la revolución en la táctica, con el predominio del arma de
fuego sobre la lanza o la pica; un incremento marcado del tamaño de
los ejércitos en toda Europa sería la segunda; la tercera señalaba la apa-
rición de estrategias más desarrolladas y complicadas; finalmente, la
cuarta reflejaría una repercusión más importante de la guerra en la
sociedad: el aumento de los ejércitos condujo a mayores gastos y cre-
cientes problemas en la recluta, así como a daños más cuantiosos y a
una administración destinada con progresiva asiduidad al problema de
la guerra”.61 Desde ese momento se replicaron varias explicaciones lin-
dantes con la tesis de Roberts, que se transformó en una referencia
obligada para cualquiera que transite por esta temática, acompañadas
por álgidas querellas y cruces que reclaman mesura a la hora de eva-
luar su real incidencia.62

58
Parker, Geoffrey; La revolución militar…; op. cit., pág. 21.
59
“Se entiende por revolución militar las hondas transformaciones en el arma-
mento, la organización, la táctica, la estrategia y el volumen de los ejércitos que, apa-
recidas de forma todavía parcial en la Italia del siglo XV, se consolidan y desarrollan
en los siglos XVI y XVII, dominando el arte de la guerra hasta la segunda mitad del
siglo XVIII. Esta revolución afectó tanto a la guerra terrestre como a la guerra en el
mar”. Benedicto, Jorge y Morán, María Luz; Sociedad y política. Temas de sociología
política, págs. 44/5.
60
Benedicto, J. y Morán, M. L.; op. cit., pág. 44.
61
Parker, Geoffrey; La revolución militar…, págs. 17/8.
62
Jeremy Black cuestionó varios aspectos de sus alcances, poniendo en duda las
fuentes y la errónea subestimación de la pica en el combate a favor de las armas de
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62 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

En efecto, del siglo XV al XVII se observó “el tránsito de la caballe-


ría medieval a la infantería moderna, de la espada y el arco al cañón y
el arcabuz, del castillo elevado a la fortaleza soterrada, de la batalla
campal al asedio de ciudades, y de la mediterránea galera de remos al
atlántico galeón con cañones y velas”,63 mutaciones profundas que
podrían ameritar ser nominadas como una metamorfosis de tinte
“revolucionario”. Claro que estas innovaciones se produjeron al ritmo
de transformaciones sociales de todo tipo, “que dieron origen al siste-
ma europeo de Estados soberanos, a la expansión colonial del capita-
lismo y al nacimiento de la moderna física matemática”.64 Fenecieron
las artes guerreras propias del feudalismo; la pólvora sepultó a la caba-
llería señorial y los muros de los castillos no pudieron contener el
ímpetu de los proyectiles que propulsaba. Las guerras de sitios favore-
cieron la consolidación de la infantería, ya estimulada por el arma de
fuego, ya que la caballería tenía poco que hacer de un lado u otro de
los muros de las fortificaciones.65 La amplitud de dimensiones y áreas
de la sociedad donde se observan profundos cambios nos alertan sobre
el carácter multidimensional de la investigación del proceso, y a su vez

fuego, en A Military Revolution?: Military Change and European Society, 1550–1800.


Una reseña de dicho debate se encuentra en Colom Piella, Guillem; Entre Ares y
Atenea y en Andújar Castillo, Francisco; Ejército y militares en la Europa Moderna,
págs. 15/38.
63
Campillo Menseguer, Antonio; La fuerza de la razón. Guerra, Estado y ciencia
en el Renacimiento, pág. 119.
64
Campillo Menseguer, A.; op. cit., pág. 119. En el comienzo de esta obra, el
autor subraya la amplitud e implicancias de la mutación que vivió el armamento:
“En realidad, esta historia de las prácticas y de los saberes militares forma parte de
la historia de la razón. Sobre todo, de la razón moderna. Si esta específica forma de
racionalidad ha llegado a ser la más fuerte, ha sido en gran parte por la fuerza de las
armas. Y la fuerza de las armas, a su vez, ha estado estrechamente ligada a la fuerza
de la razón: de la “razón de Estado”, en primer lugar, pero también de la razón cien-
tífico-técnica, tal y como ambas comenzaron a configurarse a partir del Renacimien-
to”. Campillo Menseguer, A.; op. cit., pág. 26.Véase, también, Cipolla, Carlo M.;
Las máquinas del tiempo y de la guerra: estudios sobre la génesis del capitalismo.
65
Mead Earle, Edward; Creadores de la estrategia moderna, Tomo I, pág. 73.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 63

nos interroga sobre la interconexión de factores relevantes e, incluso,


determinantes.66
Como adelantamos, no transitaremos aquí estas cuestiones pero,
insistimos, queremos explicitar que el proceso de expansión de las rela-
ciones sociales capitalistas en profundidad y densidad es el sustrato que
contiene todas las variables implicadas en el imponente proceso de
transformación que implica la génesis de la modernidad. Es menester
establecer de manera prístina, a fin de evitar ambigüedades o confusio-
nes, que la “revolución militar” fue fruto del cambio de las relaciones
sociales y no su promotor, aunque se entrelazan las implicancias.67
Al unísono, dentro de esta expansión, comenzó el proceso hacia la
conformación del Estado moderno, lo que supuso el desarrollo de una
política armada que debía consolidar el dominio sobre los territorios
donde construye su soberanía. La capacidad de fiscalizar militarmen-
te el terreno que procura bajo su control constituye al Estado como
una entidad política y geográfica real. Además, es la condición para
poder enfrentar con éxito las apetencias de otros Estados que disputan
o podrían pugnar por su territorio desde afuera de las fronteras. Tilly
señala que el Estado, por un lado, procura “atacar y vigilar” a las fuer-
zas opositoras dentro de sus confines; por otro, de manera inescindi-
ble, agredir o repeler a las fuerzas rivales que se encuentran fuera de
sus límites.68 El éxito de esta empresa lo logra por ser un verdadero
“señor de la guerra”.69 El Estado expresa un estado del poder en rela-

66
Aquí se abre la discusión acerca de los “factores precipitantes” o la “determi-
nante principal”, así como si existe o no en determinada circunstancia un “determi-
nante exclusivo”. Sobre el tema se puede consultar de Mac Iver, Robert, “El papel
del precipitante”; en Etzioni, Amitai; Los cambios sociales, pág. 377.
67
“Para tomar una perspectiva clara sobre esto, baste con señalar que casi la tota-
lidad de las innovaciones se produjeron en España, Italia, los Países Bajos y Francia,
es decir, bajo el dominio de los Habsburgo (excepto Francia). Sin embargo, los
Habsburgo desaparecieron como dinastía de importancia con la guerra de los
Treinta Años, lo que indica que no basta con la tecnología militar para sostener el
desarrollo social; la relación es la inversa”. Nievas, Flabián; “La forma de la guerra
en el absolutismo”, pág. 16.
68
Tilly, Charles; Coerción, capital…, págs. 109, 149/50.
69
Crettiez, Xavier; Las formas de la violencia, pág. 82.
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64 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

ción a las fuerzas del interior del territorio y en relación a las fuerzas
de otros Estados.70 Estos atributos sólo se obtienen peleando.
Es necesario advertir que la introducción de la pólvora no generó
transformaciones a gran velocidad, ni siquiera en el campo militar.
Como afirmó Engels, “el desarrollo de las armas de fuego fue muy
lento. El cañón siguió siendo pesado durante mucho tiempo, y el mos-
quete, a pesar de muchos inventos de detalle, siguió siendo un arma
grosera. Pasaron más de trescientos años antes de que se produjera un
fusil adecuado para armar a toda la infantería. Hasta comienzos del
siglo XVIII no desterró definitivamente el fusil de chispa con bayoneta
a la pica en el armamento de la infantería”.71
Indudablemente, los cañones, después de una cansina evolución
desde la segunda mitad del siglo XIV, fueron una de las armas más
temibles que se introdujeron en las contiendas armadas. Ya a fines del
siglo XIII los árabes los utilizaron en el asedio a Córdoba, y un hito
fundamental de su introducción en la guerra fue, sin dudas, la caída
de Constantinopla en 1453 a manos del Mehemed II, quien utilizó
poderosos cañones para abrir brechas en los muros de cuatro metros
de altura que protegieron la ciudad por un milenio.
Pesados, las dificultades para transportarlos por tierra eran muchas
veces insalvables, imprecisos y de escasa potencia en sus inicios, cau-
sando más impresión que destrucción real, los cañones fueron ganan-
do, poco a poco, en poder destructivo, precisión y durabilidad. Esto
se debió al cambio de materiales, al pasar del bronce al hierro, y a un
nuevo cambio en la munición, de la piedra al metal.72 Habría, asimis-
mo, que desarrollar la metalurgia hasta encontrar la forma apropiada

70
Estas ideas tienen como antecedente la lectura de Carl Schmitt referida a
Rousseau. Schmitt, Carl; El nomos de la tierra…, cap. III.
71
Engels, Friedrich; AntiDühring, pág. 161.
72
“Durante la segunda mitad del siglo XIV y principios del XV, las bombardas
fueron las armas de fuego por excelencia. Pesadas y de gran calibre, se utilizaban en
posiciones fijas para atacar murallas, o bien eran ubicadas en barcos para disparar
contra otras naves”. Hernández Cardona, Francesc Xavier y Rubio Campillo,
Xavier; Breve historia de la guerra moderna, pág. 11.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 65

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 65

de trabajar los metales –se experimentó con bronce, con hierro, y en


los inicios, hasta con cuero– para evitar que se deformaran por la tem-
peratura. La fundición de metales en una única pieza permitió el
aumento del poderío de las viejas e inseguras culebrinas o bombardas.
El arte de moldear metales para ser usados como proyectiles también
fue variando; los primeros cañones disparaban una suerte de proyecti-
les con forma de flechas; luego se introdujo la bala de piedra y en el
transcurso del siglo XVI la de hierro, lo que les daba mucha más poten-
cia destructiva, aunque seguían careciendo de exactitud.73 Las muni-
ciones se mantuvieron esféricas hasta el siglo XIX, aunque ya para
entonces algunas eran huecas e incorporaban fragmentos y pólvora en
su interior, para que al estallar esparciera metralla produciendo mayo-
res daños a quienes alcanzaba la misma.
En cuanto a las armas portátiles, eran las que más desventajas ofre-
cían en un inicio. A comienzos del siglo XVI los primitivos arcabuces
tenían que usarse a una distancia no mayor de 100 metros –y a no más
de 50 metros con relativa precisión–, que era el alcance que tenían.
Además, por tratarse de un arma de avancarga –es decir, que se carga-
ba la munición y el propelente por la boca–, una vez que habían dis-
parado necesitaban de varios minutos para recargarlos, incluida la
mecha. Esto dejaba a los tiradores expuestos a la acción de los arque-
ros. Un buen arquero podía disparar entre 6 y 10 flechas por minuto,
con bastante precisión hasta 150 a 200 metros.74 Un cuerpo de arque-
ros producía, de este modo, una verdadera lluvia de flechas de efectos

73
Habría que esperar a Newton para aumentar la precisión. No obstante, “los
primeros trabajos teóricos en el campo de la balística y la artillería corresponden al
siglo XVI. En 1537, Tartaglia intentó determinar la trayectoria de un proyectil y esta-
bleció que un disparo con un ángulo de 45º permite el mayor alcance; también ela-
boró tablas para el tiro.” Hessen, Boris; “Las raíces socioeconómicas de la mecánica
de Newton”, en Saldaña, Juan José (comp.); Introducción a la teoría de la historia de
las ciencias, pág. 92. McNeill, William H.; op. cit.; pág. 94.
74
Parker, Geoffrey; La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de
Occidente, 1500-1800, pág. 37; Edbury, Peter; “La guerra en los pueblos latinos del
este”, en Keen, Maurice; Historia de la guerra en la Edad Media, pág. 147.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 66

66 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

devastadores. Si se insistió con las armas de fuego se debió a que adies-


trar un arcabucero podía llevar unos pocos días, mientras que tener un
buen arquero requería de años. La perseverancia dio sus frutos cuan-
do, a mediados de ese siglo, se generalizaron los mosquetes. Estos
incluían mejoras respecto de su predecesor: disparaban bolas del doble
de peso, y duplicaban la distancia y la precisión del arcabuz.75 Esto
condujo a una fuerte reestructuración de la infantería, por entonces ya
la rama principal de los ejércitos. Desaparecieron los mandobleros,
que utilizaban espadas de doble mango, y también lo hacen casi por
completo los ballesteros.
Los arcabuces fueron sustituidos por los mosquetes; la evolución
de estos últimos, haciéndolos menos pesados –aunque seguían utili-
zándose las horquillas para apuntar– e incorporando la llave de chis-
pa, permitió que se le adosara una hoja afilada en la punta, surgiendo
de tal modo la bayoneta, que le dio más preponderancia a la infante-
ría.76 Como señalamos, fueron desapareciendo paulatinamente las
armas de contacto, en particular la pica, que había sido el arma por
excelencia de la infantería para enfrentar a la caballería; la misma dejó
de utilizarse con la incorporación de los mosquetes.77 Esto siguió
corroyendo la importancia de la caballería, que aunque seguía siendo
significativa, ya no era el componente principal en los ejércitos.
La variación, incluso, acentuó una tendencia ya presente en
Europa, al menos en su zona central, que era la de guerrear para matar
a los enemigos. Esta fue una transformación fundamental, pues la
guerra se había desarrollado, hasta entonces, con la meta de capturar

75
No obstante “el mosquete, a pesar de muchos inventos de detalle, siguió sien-
do un arma grosera. Pasaron más de trescientos años antes de que se produjera un
fusil adecuado para armar a toda la infantería. Hasta comienzos del siglo XVIII no
desterró definitivamente el fusil de chispa con bayoneta a la pica en el armamento
de la infantería”. Engels, Friedrich; La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring.
Anti-Dühring, pág. 161.
76
Wallerstein, Immanuel; El moderno sistema mundial, tomo II, pág. 109, nota 45.
77
Cf. Naville, Pierre; “Trabajo y guerra”, en Friedman, Georges y Naville, Pierre;
Tratado de sociología del trabajo, tomo II, págs. 309 ss.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 67

prisioneros. Destrozar el cuerpo del enemigo en lugar de subordinar-


lo es un claro indicador de una mutación social.
Los ejércitos crecieron a dimensiones nunca vistas antes.78 Esto fue
efecto, en parte, de que a finales del siglo XV comenzaron a aparecer
ejércitos permanentes, lo que supuso una fuerte transformación.
Hasta entonces, los ejércitos se formaban para enfrentar las guerras,
luego de lo cual eran disueltos, y cada quien volvía a sus ocupaciones.
A partir de la formación de ejércitos estables, la profesión militar dejó
de ser algo exclusivo de la nobleza, y pasó a incorporar también per-
sonas del vulgo. Como afirmó Wright Mills, la creación de ejércitos
con reclutamiento de masa significó la extensión de ciertos derechos
con el fin de reforzar lealtades.79
La contratación de fuerzas privadas era algo prácticamente inevita-
ble. Los príncipes y señores, grandes o pequeños, no tenían la capaci-
dad de sostener grandes ejércitos propios, por lo que necesitaban recu-
rrir a los condottieri –tanto para las guerras con otros príncipes o seño-
res como para sofocar rebeliones internas–,80 de quienes requerían más

78
“Es bastante difícil calcular con certeza el tamaño de los ejércitos medievales,
pero acaso los ingleses tuvieran en 1415 unos 6.000 hombres en Agincourt y los
franceses tal vez 12.000. En 1567 el duque de Alba salió a presionar a los Países
Bajos con 10.600 hombres y poco más de 50 años después tanto Gustavo Adolfo
como Alberto de Wallenstein tenían 100.000 a su mando. El ejército francés conta-
ba con 30.000 hombres en 1672, cuando amplió hasta 120.000 para combatir en la
guerra de Holanda, y al inicio de la guerra de Sucesión española tenía reclutados a
360.000. Federico el Grande disponía de más de 160.000 soldados en la primavera
de 1757, y durante toda la guerra de los Siete Años perdió en combate unos
180.000”. Holmes, Richard; Campos de batalla, pág. 116. A fines del siglo XVII el
ejército holandés contaba con 20.000 infantes y 2.000 soldados de caballería.
(Wallerstein, Immanuel; El moderno sistema mundial, tomo II, pág. 159). El ejérci-
to inglés pasó de “10.000 hombres en 1689 a 70.000 por lo menos en 1711”, ídem,
pág. 344.
79
Mills, Wright; La élite del poder, pág. 172.
80
[…] Uno de los usos para los que resultaban más adecuados era la supresión
de rebeliones, y en el siglo XVI, era de la revolución endémica, a menudo fueron lla-
mados con este propósito. […] Las rebeliones encabezadas por gentes de dinero
podían alquilar sus propios mercenarios […] Hay un segundo sentido en el que el
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68 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

su capacidad de financiación que su destreza militar –había contratis-


tas que cosechaban derrota tras derrota, lo cual no menguaba la con-
tinuidad de contratos obtenidos–, no obstante lo cual, ésta no era infi-
nita, y parte de la misma consistía en participar a los soldados merce-
narios de los botines obtenidos sobre las poblaciones, ya fuese por
saqueos directos o por las contribuciones que exigían a las ciudades a
fin de no ser atacadas, las que variaban según el tiempo que demanda-
ra que la ciudad accediese a tal acuerdo.81 Por su parte, los soldados de
ejércitos de los príncipes o señores, debían abastecerse, por lo general,
de la población –con lo cual también realizaban desmanes– puesto
que la logística era más que precaria.
Algo similar ocurría con la guerra marítima. Las potencias vendían
patentes de corso, lo que implicaba que la obtención de la misma era
un permiso de piratería sobre los barcos de flotas de banderas enemi-
gas. Los corsarios participaban a las coronas que les daban las patentes
con parte del botín, y asumían el riesgo en caso de ser capturados –por
lo general terminaban colgados– ya que no tenían protección guber-
namental. Las potencias concentraban, así, su poderío naval en barcos
de guerra para la protección de caravanas propias, en particular los
convoyes provenientes de América. A partir del establecimiento de

uso de mercenarios contenía las explosiones sociales: limitaba las devastaciones de la


guerra. Oman señala que los mercenarios desertaban cuando no se les pagaba. Esto
tenía un impacto directo sobre las tácticas militares. En vez de un asalto frontal, a
menudo un juego de espera tenía más éxito que la rápida búsqueda de una ventaja
militar. Los jefes militares que veían «muestras de malestar en el campo contrario»
a menudo simplemente dejaban pasar el tiempo, porque «unas pocas semanas más
de privaciones y bancarrota arruinarían al oponente». Oman, A history of the art of
war, pág. 38. Citado en Wallerstein, Immanuel, El moderno sistema mundial, tomo
I, pág. 197
81
Esta práctica era común. Si la ciudad accedía al “impuesto”, se le otorgaba un
certificado para que otro grupo de la misma fuerza no exigiera una nueva contribu-
ción. Si la ciudad debía ser sitiada, el precio era mayor, y si debían utilizarse los
cañones, más costoso aún. Las ciudades que estaban en una zona de disputa llega-
ron a pagar un impuesto permanente a cada una de las fuerzas, a fin de no ser ata-
cadas.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 69

rutas atlánticas, apareció la guerra marítima propiamente dicha que, a


diferencia de la antigua, no era una simple extensión de la guerra
terrestre.82 Hacia mediados del siglo XVI se establecieron “líneas de
amistad”,83 que eran delimitaciones acordadas por las potencias, más
allá de las cuales no regían las regulaciones de la guerra, lo que permi-
tía la acción de corsarios, sin que la potencia atacada pudiera invocar
en su favor las mismas.

La guerra de los Treinta Años

De todas las guerras europeas, ésta ha sido, sin duda, la más tras-
cendente. Según varios especialistas, incluso, fue la primera Gran
Guerra de la historia moderna.84 No sólo fue una de las más devasta-
doras, por el hecho de que fue librada por las mayores potencias de la
época, su importancia radica en que su desenlace puso las bases para
el ordenamiento interestatal moderno, sino, y por sobre todo, porque
sintetizó las tendencias de la época.85 La misma estuvo precedida por

82
“[…] la lucha entre dotaciones de galeras movidas a remo era un simple com-
bate terrestre sobre cubiertas de navío”. Schmitt, Carl; Tierra y mar, pág. 38. Esto
fue una característica de la navegación en mares internos; los romanos, por ejemplo,
“intentaban transformar las batallas navales libradas por barcos armados con arietes
en sucedáneos de batallas terrestres en las que los barcos proporcionaban platafor-
mas de combate a los soldados”. Abulafia, David; El gran mar, pág. 201.
83
“Las líneas de amistad […] surgen por primera vez en una cláusula secreta –acor-
dada al principio sólo verbalmente– añadida al Tratado hispano-francés de Cateau-
Cambrésis (1559)”. Schmitt, Carl; El nomos de la tierra, pág. 75.
84
Véanse varias caracterizaciones sobre este conflicto en Geoffrey, Parker (ed.);
La guerra de los 30 años, “Prólogo”.
85
“En el siglo XVII, alcanzaron un mayor grado de evolución tendencias que
habían estado en gestación en las ciencias, las artes, la política y la filosofía. En la
ruptura del orden establecido por un conflicto tan prolongado, estas fuerzas encon-
traron posibilidades de crecer y expresarse con mayor fuerza. Durante las décadas
siguientes, estas nuevas tendencias se harán más evidentes en el desarrollo del cono-
cimiento y en la transformación de los hábitos de vida. La Guerra de Treinta Años
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70 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

un conflicto menor desde el punto de vista militar, pero políticamen-


te anticipatorio. Se trata de la guerra de los uscoques, que produjo
amplias alianzas de las grandes potencias europeas, que es lo que ocu-
rriría un año después, cuando comenzara el conflicto que dividiera
épocas en el viejo continente.86
La Europa de entonces estaba dividida en bloques religiosos, pro-
ducto de la reforma protestante ocurrida en el siglo XVI, que expresaba,
aunque de manera imperfecta, los distintos desarrollos sociales. A par-
tir de entonces, la religión se constituyó en un vector de alianzas y divi-
siones, por cuanto se la esgrimía para favorecer a algunos sectores socia-
les y perjudicar a otros, pero no constituyó nunca la razón última de las
disputas. En ocasiones, como señala Wallerstein, fueron factores geo-
gráfico-militares los que determinaron la filiación religiosa de determi-
nadas regiones.87 Poco después de la Reforma, el catolicismo lanzaba la

y la Paz de Westfalia deben verse en el contexto de este proceso de crecimiento y


contradicción”. Bremer, Juan José; Tiempos de guerra y de paz, pág. 23.
86
Uzkoks es una palabra serbia que significa “refugiado”, se trataba de un grupo
de refugiados de los Balcanes que huían de los turcos, y se dedicaban a la piratería,
atacando especialmente a los mercaderes venecianos. “En la historiografía Croata, el
término «Uskocki rat» (guerra de los uscoques) se refiere a una serie de conflictos
políticos y bélicos en que se enfrentaron, en los años 1615-1617, la Serenísima
República de Venecia y el archiduque Ferdinando de Austria. A pesar de la denomi-
nación que, al parecer, alude a los instigadores o beneficiarios de esta guerra, los
uscoques en realidad ni siquiera fueron sus protagonistas principales. Tras una pro-
longada crisis, al inicio ceñida a la zona del Adriático y a las regiones litorales de la
Península Balcánica, en el otoño de 1615 estalló la guerra en Friul y en Istria. Las
dos partes beligerantes, sin pena ni gloria, lograron mantener casi intactos sus con-
fines. Lo que se hacía con más éxito era una guerra propagandística que consistía en
promulgar sus propias tesis y refutar las adversarias. La crisis se agudizó tanto que al
final se vieron involucrados –de manera directa o indirecta– muchos estados
(Imperio Turco, República de Ragusa, Estado Pontificio, Reino de Nápoles, España,
Francia, Holanda, Inglaterra, etc.). Mientras tanto, el problema de los uscoques se
marginalizó reduciéndose a un tema de polémicas”. Budor, Karlo; “Quevedo y la
guerra de los uscoques: sus fuentes documentales”, pág. 333.
87
En la sublevación de los Países Bajos, a fines del siglo XVI, contra la corona
española, “las líneas de separación administrativa eran de hecho el resultado de fac-
tores geomilitares. El sur de los países bajos era terreno abierto donde la caballería
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 71

Contrarreforma, pero ésta tendría que enfrentarse con el novel calvinis-


mo, más radical que el luteranismo, que lentamente se institucionali-
zaba. El calvinismo se convirtió en un movimiento rebelde.88
A inicios del siglo XVII el avance de los sectores católicos que se evi-
denciaba en la destrucción de iglesias protestantes y fuertes limitacio-
nes a la libertad de culto tornaba insostenible el equilibrio logrado con
la Paz de Augsburgo, de 1555, firmada por Carlos I de España, Carlos
V de Alemania y alrededor de 360 príncipes alemanes, por la cual los
príncipes podían elegir libremente la religión de sus territorios, pero
respetando la libertad de culto de sus súbditos (“cuius regio eius
regio”).89 Pero el fortalecimiento de los católicos condujo a la forma-
ción de la Unión Protestante (11 de mayo de 1608), una alianza de

española llevaba las de ganar. La parte norte estaba cubierta de canales y otras barre-
ras al movimiento de la caballería. Era, en pocas palabras, un territorio ideal para la
guerrilla. Al cabo del tiempo, los del norte se hicieron protestantes; los del sur se
hicieron católicos”. Wallerstein, Immanuel; El moderno sistema mundial, tomo I, pág.
293. “«La verdadera explicación, entonces, de la división de los Países Bajos en un
norte protestante y un sur católico, es exactamente la opuesta de la habitual. No es
porque el sur fuera católico y el norte protestante por lo que la rebelión fracasó aquí
y triunfó allí; es porque los ríos permitieron a la rebelión atrincherarse en el norte,
mientras España recuperaba las provincias situadas del lado malo de la barrera estra-
tégica, por lo que con el tiempo llega a existir este sistema dual de la república pro-
testante al norte y los Países Bajos católicos al sur, la Holanda protestante y la Bélgica
católica.» Debates with historians, Nueva York, Meridian, 1958, p. 209”. Ibídem,
nota 205.
88
Aunque “en la época de expansión de la Reforma, ni [el calvinismo] ni ningu-
na de las distintas confesiones religiosas fue vinculada a una clase social determina-
da” (Weber, Max; La ética protestante y el espíritu del capitalismo, pág. 36), “las
comunidades calvinistas se convirtieron en centros de discordia y ganaron podero-
sos adeptos entre los príncipes electores y la nobleza germánica.” Bremer, Juan José;
op. cit., pág. 30.
89
Esta paz “incluía reformas y prescripciones seculares sobre cuestiones fiscales,
económicas y jurídicas, relacionadas con la administración imperial. […] Era un
arreglo precario pero avanzado. Por primera vez se aceptó en Europa la coexistencia
de dos religiones, mientras que en España, en los Estados italianos y en la actual
Austria, el catolicismo mantenía su supremacía.” Bremer, Juan José; op. cit., pág. 29.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 72

72 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

carácter defensivo dirigida por Federico V, elector palatino.90 La res-


puesta fue que el 10 de julio del año siguiente se formó la Liga Católica
(o Santa Liga Alemana), por iniciativa de Maximiliano de Baviera.
Bastó un pequeño episodio (la “defenestración de Praga”)91 para
que la guerra estallara. Fernando II de Habsburgo convocó a la Santa
Liga, y fue apoyado por Felipe III de España y el papa para enfrentar
a los insurrectos. Rápidamente derrotó a esas fuerzas y los cabecillas
fueron decapitados a fines de 1620. Sin embargo, y pese a que la
Unión Protestante se disolvió, Federico siguió la lucha y consiguió
derrotar a las fuerzas de Tilly, el comandante de las tropas católicas, en
1622, pero después sufrió una serie de reveses. Esta situación llevó a
los protestantes alemanes a pedir ayuda al rey danés, Cristian IV,
quién, más allá de consideraciones religiosas (era luterano), tenía inte-
reses concretos que lo inclinaban a participar en la contienda: expul-
sar a los Habsburgo del ducado de Holstein (zona limítrofe entre
Dinamarca y Alemania) y tener supremacía sobre Suecia. El cardenal
Richelieu, canciller francés, alentó la incorporación de los daneses en
el conflicto. Inglaterra y las Provincias Unidas apoyaron económica-
mente la empresa. Ante esto, Fernando II alistó un ejército de enor-
mes proporciones, comandado por Tilly, pero con el apoyo del duque
Albrecht von Wallenstein, quien sería el principal contratista privado
de esta guerra, alistando a miles de mercenarios, que le dieron un
carácter singular a esta guerra debido a las devastaciones que realizaron.
Wallenstein afirmaba que “la guerra se sostiene de la guerra”, es decir,
que las tropas se sustentaban con acciones vandálicas emprendidas con-
tra la población civil. Saqueaban, cobraban a las ciudades para no ata-
carlas, casi como actividad principal. Y esto lo hacían con la propia

90
El carácter puramente religioso de la misma lo desmiente el hecho de que esta
alianza contaba con el apoyo de Francia, una potencia católica gobernada por los
Borbones, enfrentados a los Habsburgo, que dominaban el sector católico y rodea-
ban a Francia desde España y Alemania.
91
En una reunión para negociar menores restricciones para los protestantes, los
enviados católicos fueron arrojados por las ventanas. Dicho agravio desencadenó la
guerra.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 73

población católica.92 Justamente la acusación de que Wallenstein con-


trataba criminales y delincuentes comunes, y que sus tropas eran ban-
das de forajidos, fue lo que llevó a su destitución en 1630, pero luego
de varios reveses militares lo restituyeron en su cargo. Wallenstein no
era un aventurero, como otros condottieri, sino que se adecuaba a las
condiciones de la situación. Mantener su ejército era casi imposible
para la corona, y él procuraba mediante el pillaje lo necesario para su
sostenimiento. Era, además, la forma de mantener unida a una tropa
que se caracterizaba por su indisciplina, ya que la participación en los
botines constituía una forma de ascenso social para ellos.
En 1630 ingresó en el conflicto Suecia, también a expensas del
tesoro francés por medio de las maniobras de Richelieu. Gustavo
Adolfo II estaba obsesionado por tener el control del Báltico, y en ello
rivalizaba con Dinamarca. Gustavo Adolfo profundizó las reformas
que había comenzado Mauricio de Nassau.93 Además de las innovacio-
nes tácticas también incorporó mejoras en el armamento: artillería
móvil de cobre, para hacerla más liviana y fácil de transportar, mos-
quetes con carga de cartucho y pistolas de tuerca. Esto le permitió
obtener importantes victorias, en una de las cuales, en 1632, Tilly, el
comandante católico, encontró la muerte. Poco después, en la batalla

92
En 1632, luego de ser depuesto y repuesto en su cargo, Wallenstein se acuar-
teló en el castillo de Alte Veste, en Núremberg, donde resistió el asedio protestante
y desde donde lanzó un ataque sobre Bohemia y Silesia. Lukas Behaim, patricio de
Núremberg, dijo que “durante tres meses hemos estado sitiados por nuestros ene-
migos; y durante cuatro hemos sido devorados por nuestros amigos”. Parker,
Geoffrey (ed.); La guerra de los treinta años, pág. 171.
93
“Él llevó las reformas de Mauricio un poco más allá, reduciendo la profundi-
dad de las líneas de diez a seis filas, y aumentando su capacidad de fuego al añadir
cuatro piezas de artillería ligera por regimiento. […] Gustavo introdujo una nueva
unidad táctica, la brigada, compuesta por cuatro escuadrones (o dos regimientos de
combate) formados en flecha, con el cuarto escuadrón en reserva, apoyados por
nueve o más piezas de artillería. [Introdujo también] la doble salva, con los que
mosqueteros dispuestos de tres en fondo, la primera fila de rodillas, la segunda
encorvada y la tercera de pie” multiplicando así el poder de fuego. Parker, Geoffrey
(ed.); La guerra de los treinta años, pág. 271.
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74 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

de Lützen, aunque logró la victoria, Gustavo Adolfo murió en el com-


bate. La comandancia de las tropas suecas la tomó Arnim, quien había
oficiado hasta poco tiempo antes como lugarteniente de Wallenstein.
La campaña victoriosa de Wallenstein se prolongó durante el año
siguiente, tomando prisionero incluso al conde Thurn. El 25 de febre-
ro de 1634 Wallenstein fue asesinado en circunstancias poco claras.94
No obstante ello, en septiembre las tropas combinadas de Fernando II
y las españolas que llegaban de refuerzo, sitiaron la estratégica ciudad
de Nördlingen. Se enfrentaron 33.000 hombres del emperador contra
25.000 de las fuerzas protestantes. Al final del día sólo quedaban
9.000 de estos últimos (12.000 habían muerto y 4.000 fueron toma-
dos prisioneros). Esto condujo al tratado de la Paz de Praga (30 de
mayo de 1635) entre Fernando II y la mayoría de los estados alema-
nes protestantes, cerrando de este modo la guerra civil. Pero seguían
involucrados Suecia y España. Esto condujo a que inmediatamente
Francia se implicara de manera directa en la guerra, lo que terminó de
quitarle todo matiz religioso, pues Luis XIII, el monarca francés que
había expulsado a los protestantes de su país, se alió abiertamente a las
fuerzas protestantes suecas y de las Provincias Unidas. Francia alienta
y apoya levantamientos en Portugal y Cataluña, para debilitar la pre-
sión militar española.

94
Pese a su brillante campaña militar, Wallenstein, hombre de carácter irascible
y exagerado, se había generado fuertes enemistades internas. Parker menciona tres
factores en su contra: 1) el emperador había gastado mucho dinero durante 1633
sin lograr con ello resultados definitivos en la contienda; 2) en el invierno de 1633
a 1634 Wallenstein había alojado nuevamente a sus tropas en territorio de los
Habsburgo, y sus desmanes podían provocar una rebelión campesina; 3) España
enviaba un enorme ejército comandado por el hermano del rey, y Wallenstein que-
ría que se subordinaran a sus órdenes. (Parker, Geoffrey (ed.); La guerra de los trein-
ta años, pág. 181) Además no era un secreto que de joven “pasó cierto tiempo en el
norte de Italia, sobre todo en Padua: no pudo ignorar del todo las actividades polí-
ticas, en orden a constituir sus propios estados, de condottieri como Francisco
Sforza, Segidmundo Malatesta o César Borgia”. (pág. 182).
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 75

Desde entonces la guerra se desarrolló también en territorio fran-


cés, con intentos de invasión de España que fracasaron en 1636. Al
año siguiente falleció el emperador del Sacro Imperio Romano, Fer-
nando II, y lo sucedió Fernando III. Para 1638 la situación de los
Habsburgo en Alemania había empeorado, y en 1639 los suecos los
vencieron en Alemania y los franceses tomaron Alsacia. Ya por enton-
ces la situación era insostenible para la población civil; la devastación
de poblados, la muerte y la destrucción de las cosechas tornaban críti-
ca la vida.
Mazarino, el sucesor de Richelieu (fallecido en 1642), intensificó
aún más esa política. En los últimos años, con la excepción de la bata-
lla de Tuttlingen, en que derrotaron a los franceses, los Habsburgo
fueron derrotados en casi todos los frentes. Dinamarca, que se había
aliado al emperador, fue invadida por los suecos entre 1642 y 1645.
Su otro aliado, España, fue derrotada por Francia en la batalla de
Rocroi, en 1643. Esta tendencia general se acentuó en los años
siguientes. Finalmente el ejército imperial se hundió, y Fernando III
capituló tras la derrota ítalo-española en la batalla de Lens, a manos de
los franceses, el 20 de agosto de 1648.

La paz de Westfalia

El 15 de mayo de 1648, en Osnabrück, localidad de la región de


Westfalia, se firmó el tratado de paz entre los Habsburgo y las fuerzas
protestantes (Instrumentum Pacis Osnabrugensis), representadas por
Suecia. El 24 de octubre, a 45 kilómetros de allí, en Münster, Carlos
IV, rey de España ratificó el tratado de paz con los Estados Generales
de las Provincias Unidas libres del País Bajo (Instrumentum Pacis
Osnabrugensis), que estaba aliada a Francia, reconociendo su inde-
pendencia.
Con esto se consolidó un nuevo orden, reconociendo la primacía de
Holanda (las Provincias Unidas), que venía en ascenso desde el siglo
anterior, como potencia capitalista, aunque poco después comenzaría
su declinación frente a Inglaterra. Asimismo, marcó el comienzo del
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 76

76 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

ocaso irreversible de los Habsburgo.95 A partir de entonces se comen-


zaron a consolidar los Estados absolutistas.
En estos tratados se establecen algunas cuestiones que serán la clave
del sistema interestatal posterior. El más importante, quizás, es el reco-
nocimiento de la soberanía de los Estados, y no de los señores ni de la
realeza. Esto implicaba que los reyes eran los gobernantes de los Esta-
dos, pero éstos no eran su patrimonio. La legitimidad descansa en la
unidad política, y no en el soberano. En consecuencia, queda implíci-
tamente vedada la posibilidad de que los señores o príncipes puedan
hacer la guerra por derecho propio, con lo cual quedan ilegalizadas las
guerras privadas.96 Esta situación, sumada al hecho de que la larga y
encarnizada guerra había extenuado las finanzas de los condottieri,
marcaron la casi desaparición de éstos de allí en adelante. Por otra
parte, la forma de organización política a partir de Estados, es decir,
de unidades territoriales, tuvo como efecto el afianzamiento de las
burocracias, y de la monopolización de la fuerza por parte de las mis-
mas. El ordenamiento territorial resultante del tratado de Münster fue
bastante más estable que el precedente. Uno de los más persistentes es
el reconocimiento de la Confederación Suiza como Estado indepen-
diente.
La soberanía estatal y el principio de igualdad entre Estados en
tanto tales, fueron, por lo tanto, resultantes de estos tratados. Asimis-
mo, la ilegalización de las guerras privadas y el monopolio legítimo de
la fuerza fueron coadyuvantes para la pacificación interna.97 La pobla-
ción civil quedaba sujeta al poder estatal, renunciando los soberanos
al uso propio de la misma. Obsérvese que tan sólo tres años después

95
La independencia de Holanda implicaba la pérdida, para España, del estraté-
gico puerto de Amberes, que era el centro financiero de Europa.
96
Instrumentum Pacis Osnabrugensis, Artículo VIII, §.2.
97
Como observa van Creveld, “el inicio de la Era Moderna fue testigo de toda
una serie de luchas, que entre otras cosas, fueron libradas en orden de determinar
quiénes podían y quiénes no podían usar la violencia armada. Tampoco el resulta-
do podría haber sido predeterminado por algún otro medio”. Van Creveld, Martin;
Las transformaciones de la guerra, pág. 80.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 77

de estos acuerdos se publicó el Leviatán, la gran obra de Hobbes, que


tematiza justamente estas cuestiones. Del mismo modo, la política de
tolerancia religiosa acordada en el tratado de Osnabrück, tuvo dos
efectos: la pérdida de poder del papado en los asuntos internos, y la
laicización de la política.98 Con esto se afianza otro de los principios
del Derecho Internacional moderno, que es la no injerencia externa en
asuntos internos de los Estados.99
Finalmente, la atomización del Sacro Imperio Romano y la instau-
ración de Estados pequeños y jurídicamente iguales tendrían como
efecto el retraso en la unificación política alemana, lo que ocurriría
recién en el último tercio del siglo XIX. En lo inmediato, el desenlace
de la guerra ubicó a la Francia de Luis XIV como potencia europea y
acuñó el que sería el modelo de los ejércitos de occidente.100 Todos los
progresos logrados durante 200 años se concentraron en sus fuerzas
militares.101

98
“Suecia asumió el liderazgo de la coalición protestante, y en las negociaciones
ejerció una considerable influencia: se ratificó la gran mayoría de las cláusulas de la
paz de Augsburgo y se extendió su validez al calvinismo; se reconocieron las secula-
rizaciones de los bienes eclesiásticos que habían tenido lugar después de 1555 y se
anuló el acta de restitución de estos bienes, que había sido acordada a favor del
Imperio en 1629, cuando la guerra le favorecía”. Bremer, Juan José; De Westfalia a
post-Westfalia. Hacia un nuevo orden internacional, pág. 13.
99
Las doctrinas de Samuel Von Puffendorf contenidas en Del Derecho de la
Naturaleza o de Gentes de 1672, y Deberes del Hombre y del Ciudadano de 1673 fue-
ron respuestas “a los horrores de la guerra de los Treinta Años”. Su aporte, aunque
le formuló críticas, se instaló en la línea de Hobbes. Buscaba “un ámbito jurídico
neutral y aconfesional, aunque respetuoso ante la divinidad y de una moral míni-
ma, basada en el derecho de todos los seres humanos a su preservación y bienestar
elemental”. Sin duda su obra fue muy influyente en la formulación de un derecho
internacional. Giner, Salvador; Historia del pensamiento social, págs. 267/8. Para la
relación entre Hobbes y Puffendorf véase de Skinner, Quentin; El nacimiento del
Estado, págs. 106 a 110.
100
Lynn, John; “Estados en conflicto”; en Parker, Geoffrey (ed.); Historia de la
guerra, pág. 173.
101
Mead Earle, E.; op. cit.; Tomo I; pág. 72.
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78 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Novedades organizativas

A fines del siglo XVI, en 1584, Mauricio de Nassau tomó el mando


de las tropas de las Provincias Unidas (actual Holanda) en la guerra
que tenían con España. Introdujo innovaciones fundamentales para
los ejércitos modernos que le permitieron tomar una serie de ciudades
durante la última década del siglo. Fundamentalmente se trató de tres
cuestiones: a) la división interna de los ejércitos, conformando unida-
des más pequeñas, con mayor capacidad de maniobra y menos expues-
tas a la artillería enemiga. Alistó batallones de 550 hombres, subdivi-
didos en compañías y pelotones.102 Además de ello, b) reintrodujo la
zapa, una práctica que había quedado en desuso, con lo que se comen-
zaron a parapetar los campamentos,103 y c) impuso una férrea discipli-
na e instrucción de los soldados en orden cerrado, es decir, acompa-
sando los movimientos, unificando las formas de limpieza y carga de
armas, con lo que logró incrementar la cadencia de fuego y minimizar
los accidentes, así como también una mayor velocidad en el desplaza-
miento y de maniobra, tanto en la marcha como en el combate. La
superioridad que logró sobre los tercios españoles se asentó en la coor-
dinación estricta de los movimientos de carga y disparo; normaliza-
ción de los movimientos de las unidades tácticas (disparos en contra-
marcha y movimiento en línea).104 El mejor aprovechamiento de las
nuevas armas fue moldeando la organización de las tropas y las tácti-
cas de combate, que por su éxito resultaron consideradas como refe-
rencia por los ejércitos franceses a principios del siglo XVII.105 Con las
iniciativas de Mauricio de Nassau, los ejércitos comenzaban a dejar de
ser “«una masa brutal al estilo suizo o una serie de individuos belico-

102
McNeill, William; En búsqueda del poder, págs. 139/43. Nievas, F.; op. cit.;
pág. 25.
103
Esta técnica se usaba en la Antigüedad en el asedio de ciudades, se la cono-
cía con el nombre de “minado”. Dougherty, Martin; El guerrero antiguo, págs. 58/9.
104
Benedicto, J. y Morán, M. L.; op. cit.; pág. 46.
105
Parker, Geoffrey (Ed.); Historia de la guerra. Akal, Madrid, 2010; pág. 10.
Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; op. cit.; pág. 73.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 79

sos al estilo feudal»” para convertirse “en un «organismo articula-


do»”.106
El rey de Suecia Gustavo Adolfo también adaptó muy bien su ejér-
cito a las potencialidades que permitía la artillería y la infantería dota-
da con armas de fuego. Optimizó y actualizó el modelo organizativo
creado por los tercios hispanos y aumentó la proporción de las armas
de fuego en relación a sus piqueros.107 Es menester destacar, sin embar-
go, que más allá de las destrezas propiamente militares, la organización
de sus fuerzas armadas tuvo como correlato la organización política de
Suecia.108 El rey era el jefe de las fuerzas armadas y las tropas se com-
ponían a través del reclutamiento de un ejército nacional basado en el
servicio militar obligatorio de 12.500 infantes y 200 caballos con fer-
vor religioso y nacional, que contrastaba con las fuerzas asentadas en
la contratación de mercenarios.109 Los combatientes bien organizados

106
Holmes, Richard; Campos de batalla. Las guerras que han marcado la historia,
pág. 117.
107
Márquez Allison, Alberto; “Los cambios tecnológicos en el campo militar
desde la caída de Roma a la Guerra de los 30 años. Grandes Batallas de la Historia”.
108
Liddell Hart, Basil; Estrategia, capítulo VI.
109
La descripción de la organización militar sueca corresponde a Schneider,
Fernand; Historia de las doctrinas militares, págs. 18/20. También, tomamos datos
de Dyer, G.; op cit, pág. 203. Mehring describe el sistema de reclutamiento y ofre-
ce estadísticas sobre el crecimiento de las fuerza armadas de Gustavo Adolfo duran-
te la Guerra de los Treinta Años; polemiza, además, aunque sea de manera parcial,
con apreciaciones sobre la calidad de esa organización como las de Schneider.
Señala: “El servicio militar regía para la población masculina entre 18 y 30 años, un
sistema de conscripción cuya carga principal caía sobre la población rural. Sin
embargo no puede soslayarse que la guerra de Gustavo Adolfo no era todavía impo-
pular entre las clases oprimidas […]. La suposición de que Gustavo Adolfo al fren-
te de un ejército de campesinos suecos, inspirados por Dios, hubiera sido capaz de
asaltar las multitudes de mercenarios pagos del emperador no resiste ninguna críti-
ca seria. Cuando se puso en marcha contra Alemania, la mitad de su ejército con-
sistía en soldados legionarios, enganchados en las tierras de todos los señores, reclu-
tados en territorio alemán de acuerdo con el programa de Gustavo Adolfo, entre los
campesinos y artesanos obligados por la violencia o el hambre o entre la soldadesca
internacional que un día servía bajo una bandera y mañana bajo otra, y que después
del inicio de la Guerra de los Treinta Años había crecido hasta convertirse en un
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 80

80 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

y disciplinados usaban un uniforme distinto según cada regimiento,


sin la coraza. El mosquete fue modificado hasta ser más liviano, cir-
cunstancia que permitió poder usarlo sin soporte de madera para
apuntalarlo y disparar. El llamado “cañón de chispa báltico” reempla-
zó el “cañón de mecha”, adelanto técnico que lo hizo más fiable al
sumar, asimismo, el novedoso uso del cartucho.110 Simplificó la caba-
llería; mantuvo coraceros pero todos los jinetes fueron surtidos de
arma blanca y de fuego. La artillería fue mejorada con cañones más
livianos que permitieron ser incorporados por la infantería, artefacto
que desniveló muchos enfrentamientos. Reorganizó las tropas en el
campo de batalla con un incremento del número de mosqueteros en
la infantería; creó la brigada compuesta por dos regimientos de 8 a 12
compañías. Cada compañía, a su vez, se componía de dos pelotones
de mosqueteros en cada ala, y un pelotón central de piqueros.
La introducción de estas modificaciones favoreció la capacidad de
fuego de tropas que podían hacer estragos con una formación de sol-
dados armados con picas, a una distancia tal que evitaba el contacto
físico. Su mejor armamento y organización eran factores que permití-
an una estrategia dinámica que buscaba la batalla. Esto se vio favore-
cido, además, por el perfeccionamiento de la logística (marcha rápida,
buenas comunicaciones) y el menor peso en cada rubro. El diseño tác-
tico ubicaba sobre el campo de batalla a la artillería delante, la infan-
tería en el centro y la caballería en los flancos. La profundidad de las

espantoso tormento para el país. Los prisioneros eran inmediatamente puestos en


fila como soldados. Es probable que al final apenas uno de cada diez hombres del
ejército sueco fuera sueco. Naturalmente también la famosa disciplina cerrada de la
tropa de Gustavo Adolfo, especialmente en relación a la moral, es una
fábula”. Mehring, Franz; “Gustavo Adolfo II de Suecia. La Guerra de los Treinta
Años y la construcción del estado nacional alemán”.
110
“Gustavo Adolfo hizo que sus mosqueteros llevaran una especie de cartucho
de papel que contenía la pólvora necesaria y la pelota para realizar una carga de una
sola vez. Se estima que esta innovación (precursora de la bala actual) permitió a sus
hombres disparar tres o cuatro veces más rápido que sus enemigos imperiales”.
Cañete, Hugo A.; “Las Innovaciones de Gustavo Adolfo (I). La infantería”.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 81

formaciones eran menores a las de la época, en general sólo tres filas,


pero se extendían a lo ancho en el frente de batalla. Además, Gustavo
Adolfo organizó reservas, otro factor que le otorgaba superioridad en
aquellos años. En definitiva, a los pesados y rígidos ejércitos de la
época, supo oponerle una eficaz combinación de “fuego y movimien-
to”, que le permitió una favorable asimetría de fuerza a su favor.111
Las novedades que presentaban las tropas comandadas por Gusta-
vo Adolfo procuraron ser imitadas y la concepción táctica que acuñó
dejó una importante marca. Los ejércitos europeos trataron de seguir
su modelo, hasta que Federico de Prusia introdujera otras novedades.
No obstante, las “tácticas lineales que el rey sueco introdujo, serán usa-
das hasta el siglo XX”.112 Hay que aclarar, sin embargo, que su concep-
ción sobre la organización y uso de las fuerzas armadas no se expan-
dieron ni rápido ni en demasía en el transcurso del siglo XVII. La estra-
tegia y la táctica, como ocurre siempre, estuvieron condicionadas por
varios factores no siempre fáciles de localizar para el analista. La orga-
nización social, la potencia de cada economía para sostener el esfuer-
zo de la guerra –las dificultades de financiamiento eran una preocupa-
ción recurrente–, la capacidad para el reclutamiento de tropas, la cali-
dad de los medios de comunicación, y el tipo de armamento son algu-
nas de las variables que se conjugaban en la formulación de los planes
operativos y estratégicos. El incremento del número de combatientes
imponía como requisito el desarrollo de una buena capacidad de
administración y control de los recursos a través de un crecientemen-
te mayor y perfeccionado aparato burocrático. El abastecimiento de
una fuerza mayor imponía la necesidad, además, de una mejor econo-
mía para asistir a la tropa. Los avances tecnológicos aumentaban el
poder de fuego del armamento, pero también el costo de su desarro-
llo y uso se incrementaba.113 Los problemas logísticos se multiplicaron
y la mala calidad de los caminos terrestres imponía el abastecimiento

111
Schneider, Fernand; op. cit., pág. 20.
112
Márquez Allison, Alberto; op. cit.
113
Parker, Geoffrey; La revolución militar, pág. 199.
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82 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

por ríos y mares. El mal tiempo y el invierno eran escollos casi insal-
vables.114
Como señalamos, la experiencia concebida por el rey sueco logró
cierto predicamento, particularmente en Francia durante esta centu-
ria. La posibilidad de emularla encontró fundamentos no en la destre-
za militar, sino que su andamiaje fue la consecuencia del estableci-
miento de la monarquía absoluta. Las posibilidades de formar una
fuerza armada que replicara las virtudes de los ejércitos de Gustavo
Adolfo encontraban en Francia sus condiciones favorables.

La guerra marítima

Las novedades técnicas también impactaron en la guerra en el mar.


Con la incorporación, a partir de fines del siglo XVI, de la vela cuadra-
da las embarcaciones podían navegar con viento de costado, dando
más posibilidades de movilidad a las naves. Para entonces, asimismo,
aparecieron los primeros veleros artillados a los costados, con lo que
los combates navales pudieron librarse a mayor distancia y no por
abordajes.115 Esto cambió las características de las flotas, y confirió a las
mismas una importancia mayor a la tenida hasta entonces. En reali-
dad la relación entre la pólvora y los marinos fue inicialmente menos
traumática que la entablada con los ejércitos de tierra. Barco y cañón
parecían estar hechos el uno para el otro.116
El desarrollo del comercio a largas distancias en volúmenes cre-
cientes, tanto con regiones asiáticas como de América, e incipiente-
mente con Oceanía, impulsó la disputa por el dominio de las rutas
marítimas, lo que, dadas las características aun relativamente precarias
de navegación –por la escasa velocidad de las naves los viajes insumí-
an mucho tiempo, lo que requería entrar en puertos para reabastecer-
se y realizar eventuales reparaciones, puesto que los barcos también

114
Benedicto, J. y Morán, M. L.; op. cit., pág. 47.
115
Schmitt, Carl; Tierra y mar, págs. 37/8.
116
Véanse detalles de este vínculo en Keegan, J.; op. cit., págs. 446/7.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 83

eran frágiles–, se materializaba en la disputa por los enclaves costeros


en los que se instalaban los puertos. África, Oceanía y Asia fueron
escenarios privilegiados de dichas disputas. Las ciudades portuarias
cambiaban asiduamente de pertenencia.117 Con la incorporación de
artillería en las embarcaciones –algunas de las cuales llegaron a contar
con un centenar de cañones–, eran frecuentes los bombardeos desde
las naves a las defensas portuarias y muy eficaces los bloqueos a las sali-
das y entradas de embarcaciones a los puertos.
La aparición de piratas y corsarios, como vimos, estimuló aún más
el desarrollo de flotas de guerra para proteger de los asaltos a los
buques mercantes, promoviendo el sistema de convoyes a tal fin, con
el que se mejoró mucho la seguridad del transporte oceánico.118 Esto
tuvo gran influencia en el devenir geopolítico; España, que tenía una
Armada débil en términos comparativos, carecía de capacidad de pro-
teger eficazmente a sus navíos, y los cargamentos de metales preciosos
frecuentemente caían en manos de piratas y corsarios, lo que condujo
finalmente a la pérdida de su posición de poder.119 Algo similar le ocu-
rrió a Portugal.120 Inglaterra, Francia y Holanda, por el contrario,
siguieron compitiendo y batallando por el predominio marítimo hasta
que la primera logró imponerse por sobre las otras dos tras varias gue-
rras.121

117
Cf. Fieldhouse, David; Los imperios coloniales desde el siglo XVIII.
118
Este sistema, que data del siglo XVI, fue retomado en la Primera Guerra
Mundial por los aliados para protegerse de los submarinos germanos.
119
Mahan, Alfred; Influencia del poder naval en la historia, págs. 59 y 96.
120
“La suerte de Portugal, unida a la de España durante uno de los más críticos
períodos de su Historia, siguió bajando en igual forma, y aunque fue la primera en
el desenvolvimiento marítimo de la raza, fue todavía más completa su caída”. Mahan,
Alfred; op. cit., pág. 60.
121
Una explicación curiosa sobre la resolución del poderío naval a favor de los bri-
tánicos, es que “Inglaterra se encontraba a barlovento de las Provincias Unidas, con los
vientos dominantes del oeste a su favor. Por tanto, los británicos podían cortar las
rutas comerciales de su rival, y zarpar y formar para la batalla más rápidamente”.
Dickie, Iain et. al.; Técnicas bélicas de la guerra naval. 1190 a.C. – Presente, pág. 113.
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84 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

La preponderancia de la marina entonces se debió, sin duda, al


impulso del naciente capitalismo, a la necesidad intrínseca a este siste-
ma de expandir el intercambio mercantil. Fue eso lo que hizo que
Inglaterra, “un pueblo de pastores se convirtiese, al filo del siglo XVI,
en un pueblo de hijos del mar. Tal fue la evolución fundamental de la
esencia histórico-política de la propia isla. Consistió en que, contem-
plada ahora la tierra tan sólo desde el mar, la isla se convirtió, de peda-
zo desprendido del continente, en parte integrante de ese mar, en un
navío o, más claramente, en un pez.”122

Los cambios doctrinarios

Los avances en la práctica militar no siempre se trasladan con rapi-


dez al campo doctrinario. El proceso de toma de conciencia acerca de
la misma práctica es algunas veces lento y plagado de obstáculos ide-
ológicos y epistemológicos. El paso de las experiencias militares del
siglo XVII a la elaboración teórica o doctrinaria fue cansino. La apari-
ción de las armas de fuego eficaces, en el siglo XVII, convirtió a las
batallas, que siglos antes eran escasamente determinantes en el curso
de una guerra en un choque armado con riesgos muy altos. Por ese
motivo, el arte de los jefes militares radicaba, más que nada, en eludir
las mismas hasta tanto se encuentre en una situación tan favorable que
llevarla a cabo le reporte el triunfo de manera casi inapelable. Pero esto
es tan cierto para un bando como para el otro. Por ello, el arte se redu-
cirá, la mayoría de las veces, a maniobrar la tropa en busca de tal situa-
ción favorable. Y era en el derrotero de tales maniobras cuando se pro-
ducían la mayoría de las tropelías contra la población civil. Por
supuesto, dichas operaciones no estaban exentas de escaramuzas entre
ambos bandos, pero esto ocurría con pequeñas unidades, nunca arries-
gando el grueso de un ejército.

122
Schmitt, Carl; Tierra y mar, pág. 71.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 85

No obstante, en ocasiones, la batalla era aceptada o resultaba inelu-


dible. En tales casos, “el ejército se dispone en línea, en principio en
un llano, y de cara al enemigo. La artillería se coloca delante, lo cual
significa su pérdida en caso de derrota”.123 La elección de llanuras era
un requisito indispensable para un desplazamiento ordenado de la
tropa, así como la necesidad de una planicie para la eficacia de los dis-
paros, tanto de la mosquetería como de la artillería. Surge así el
“campo de batalla” o “campo de Marte”, un concepto que pervivirá en
el léxico militar mucho más allá de su existencia real. El perfecciona-
miento del sistema de fortificaciones y su expresión generó el asedio
como forma de combate.124 Las defensas fortificadas en las fronteras
dieron mucho trabajo y posibilidades de lucimiento a los ingenieros
militares. La guerra de asedio también se fundamenta en la protección
de las fuerzas propias. La búsqueda de éxitos seguros impuso cierta
prudencia en el ataque. La guerra de movimientos para esquivar la
colisión directa entre tropas se combinaba con largos sitios.125
Con tales imperativos, no es sorprendente que hacia el siglo XVIII
esto se sistematizara en formulaciones teóricas. Aunque hubo muchos
hombres que pensaron en los nuevos problemas que se abrían dados
los cambios ocurridos en la forma de la guerra, sólo mencionaremos
los más destacados de ellos, uno de los cuales es, sin duda, el galés
Henry Humphrey Evans Lloyd (1718-1784), quien puso énfasis en el
lugar de la guerra como un instrumento de la política y la manera en
que las decisiones políticas afectaban su desarrollo. Observador agudo
de los cambios que se iban promoviendo, escribió dos obras importan-
tes, la Historia de la última guerra en Alemania entre el rey de Prusia y
la emperatriz de Alemania y sus aliados en 1766 y Memorias militares de
1781, inaugurando una nueva etapa en el pensamiento militar. Indu-
dablemente influenciado por el racionalismo imperante en la época,
cuya máxima expresión entonces era el mecanicismo –producto de la
revolución newtoniana–, colocaba como base de la reflexión militar a

123
Schneider, Fernand; Historia de las doctrinas militares, pág. 16.
124
Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; op. cit.; pág. 90.
125
Schneider, Fernand; op. cit., pág. 24.
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86 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

la topografía y las matemáticas; consideraba que aquel conductor mili-


tar que fuera sólido en estas ramas de conocimiento podría manejar
sus fuerzas con eficacia. Imaginaba, también, que el ideal era lograr la
meta sin confrontación y que la batalla ocurría luego del fracaso de la
maniobra. Destacó la importancia de la “línea de operaciones”, que
refería a la senda que transitaba un ejército desde su punto inicial de
partida y el objetivo, estableciendo en torno a ella ciertos principios
estratégicos importantes. La línea, recomendaba, debía ser lo más
corta y recta posible entre un punto y otro; exigía conducir hacia
algún objetivo esencial, y la elección correcta de su diseño podía deter-
minar el éxito o no de la campaña. La protección para sortear los
intentos de perturbarla por el enemigo debía ser la preocupación prin-
cipal de todo planeamiento estratégico; como contrapartida, el hosti-
gamiento de la línea de operaciones enemiga era una meta fundamen-
tal.126
Todas estas aportaciones en el plano del conocimiento sobre el arte
de la guerra lograron registrar, a veces de manera parcial, las mutacio-
nes que se venían produciendo en el arte militar y, en parte, reflejaron
los cambios sociales generales. Si bien tienen algunas predicciones que
anticipan lo que vendrá, a la vez, mostraban las ataduras que le impo-
nía la fisonomía del sistema social.
Contemporáneo a Lloyd, en 1772, el conde Jacques Guibert
publicó sin su nombre el Ensayo general de la táctica, obra que lo trans-
formó en una celebridad. En sus páginas podemos localizar el germen
de varios elementos y planteos que adelantan la manera que iba a
adoptar la guerra en el futuro. Subrayó la estrecha relación existente
entre la estructura del gobierno y la guerra; supuesto sobre el que esta-
bleció una convicción: se debía contar con una fuerza militar patriota
o ciudadana.127 Postulaba la necesidad de concentrar el fuego, puesta

126
Poczynok, Iván; “Batallas doctrinarias. Guerra, política y estrategia en los
orígenes de la ciencia militar”, págs. 70/3. Véase, también, de Bonavena, Pablo;
(s/f ) Henry Humphrey Evans Lloyd. Material de cátedra de Sociología de la Guerra.
Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales.
127
Palmer, R.; op. cit., págs. 160 y 150.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 87

en práctica luego en la Primera Guerra Mundial. Expresaba, asimis-


mo, una tendencia hacia finales de siglo que devolvía a la táctica su
dinamismo y preconizaba la batalla en detrimento de la maniobra,
dándole protagonismo a la infantería.128
Heredero de la tradición mecanicista, el general prusiano Dietrich
Heinrich von Bülow (1757-1807) intentó fundar un sistema científico
que diera bases certeras para las maniobras, más acabado que el de su
predecesor. Von Bülow contaba con la ventaja de haber visto el desplie-
gue de las batallas napoleónicas, lo que debe señalarse ya que, si bien
no extrajo conclusiones de alta calidad sobre las mismas –lugar que le
correspondería a Clausewitz–, su pensamiento sintetiza de buena
manera el tipo de guerra que, justamente a partir de Napoleón, entró
en crisis. Se puede afirmar que von Bülow, aunque para el momento
histórico en que escribió sus reflexiones ya resultaban anacrónicas, ofre-
ce el mayor desarrollo sistemático de lo que fue una forma de la gue-
rra. Su sistema era geométrico, centrado en el estudio de los ángulos del
triángulo formado entre el objetivo militar (ápice del triángulo) y la
extensión de la base de la fuerza atacante, de modo tal que una base
amplia para atacar un objetivo cercano ofrecía máximas posibilidades
de éxito, las que iban menguando en la medida en que la proporciona-
lidad cambiara en sentido inverso. La razonabilidad de esta proposición
se pierde cuando la misma se convierte en dogma, que fue lo aconteci-
do cuando Bülow estableció en 90° el nivel mínimo del ángulo del
ápice para una operación potencialmente segura, sin otras considera-
ciones como el ánimo de la tropa, el poder de fuego, la topografía, la
fricción, etc., a las que tomaba como constantes.
De acuerdo a su razonamiento, la maniobra era el eje del arte mili-
tar, y el conductor lo que debía hacer era movilizar sus fuerzas a los
efectos de conseguir una posición de superioridad estable, tras lo cual

128
Afirmaba: “El arte consiste en extender las fuerzas sin exponerlas, aferrar al
enemigo sin dejarlas desunir; articular todos los movimientos y todos los ataques,
para tomar al enemigo de flanco sin exponer el propio”. Véase Aron, Raymond;
Pensar la guerra, Tomo I, pág. 303. Véase, asimismo, Courmont, Barthélémy; La
guerra. Una introducción, pág. 53.
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88 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

podía intimar al oponente a la rendición. La batalla, así, dejaba de


cumplir un papel preponderante, y sería, con la aplicación del méto-
do científico, un horror del pasado. La guerra incruenta, tan cara al
pensamiento moderno, encontraba aquí una justificación doctrinaria
anclada en certezas geométricas.
En las antípodas de este pensamiento se encontraba Georg Beren-
horst (1733-1814), quien daba cuenta de otro aspecto emergente con
las guerras napoleónicas: el fervor nacional, que sintetizaba tanto los
factores políticos como anímicos, a la vez que enfatizaba el carácter
azaroso y relativamente imprevisible de la batalla. El genio del conduc-
tor estaba signado por su apreciación en el terreno, y por su audacia y
arrojo, no por cálculos que pudiera establecer a priori. Esta concep-
ción, aunque contrariaba el espíritu racionalista de la época, daba
cuenta especialmente de un elemento vital que sería luego retomado
por Clausewitz en su síntesis: la fuerza moral.

Los cambios sociales y militares

La contrapartida de estos avances era siempre una preocupación


que no se disipaba. Los ejércitos continuaban siendo indisciplinados,
practicaban pillaje y eran un flagelo para la población civil. En tiempo
de ocio, como durante los meses de invierno, su presencia se tornaba
una verdadera pesadilla. Todavía se estaba muy lejos de los ejércitos
“nacionales”. Se componían de bandas de profesionales, muchos de
ellos extranjeros. Los nobles buscaban lugar en los cuerpos de caballe-
ría o entre los mandos de la infantería. Los soldados provenían de los
niveles sociales más desfavorecidos. La burguesía eludía el reclutamien-
to y prestaba “servicios técnicos, vale decir, en artillería e ingeniería y
en la aplicación de la ciencia a la guerra, y segundo, ocupaba posicio-
nes destacadas en la administración civil del ejército, que tan notable-
mente evolucionó durante el siglo XVII, y a la cual se le atribuyen
muchos otros progresos y reformas”.129 Los Estados fueron ganando

129
Mead Earle, E.; op. cit., Tomo I; págs. 73/4.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 89

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 89

lentamente capacidad de dirección y control domesticando sus tropas,


aplicando mano dura contra los que saqueaban o desertaban.130
En paralelo proseguían los avances científicos y técnicos, y a fina-
les del siglo XVII se sumaron importantes mutaciones en la tecnología
militar. Parte de esos cambios se condensaron en la Guerra de los
Nueve Años en 1697, momento cuando se abrió una nueva etapa en
la historia militar. Comenzó la hegemonía del fusil y sus exigencias
tácticas. Culminando el siglo, el fusil desplazó al mosquete por ser más
liviano y tener mayor precisión. La eficacia que consolidó el uso del
fusil se acrecentó con la bayoneta. Luego se incorporó la granada de
mano durante la segunda mitad del siglo XVII.131 El choque bélico se
dividía en dos momentos: el tiroteo y el cuerpo a cuerpo. El fusil y el
filo de la bayoneta permitían cubrir las dos modalidades de manera
combinada. Así, el protagonismo en los campos de batalla fue ganado
definitivamente por la infantería.
Los duelos individuales o las guerras privadas comenzaron su decli-
ve durante el siglo XVII cuando los gobernantes del Estado lograron
“inclinar la balanza de modo decisivo tanto frente a los ciudadanos
particulares como frente a los poderosos que rivalizan con ellos dentro
de los Estados. Han logrado que el recurso de las armas sea delictivo,
impopular y poco práctico para la mayoría de sus ciudadanos, han
proscrito los ejércitos privados y han hecho que nos parezca normal
que los agentes armados del Estado se enfrenten a la población civil
desarmada”.132 Un dispositivo estatal moldeado como una “unidad
ordenada” y ganando de manera creciente la capacidad de monopoli-
zar el uso de la violencia tuvo como correlato el afianzamiento de los

130
Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; op cit; págs. 80 y 81.
Federico de Prusia, que como veremos consolidó un importante ejército, mantuvo
la preocupación por los desertores: “evitaba hacer marchas nocturnas y los hombres
enviados a forrajear o bañarse eran acompañados por oficiales para evitar que deser-
ten. Aun perseguir al enemigo era estrictamente controlado para que «no vaya ocu-
rrir que nuestros propios hombres escapen en la confusión»”. Laffin, John; Grandes
batallas de la historia, pág. 158.
131
Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; op. cit.; págs. 95/6.
132
Tilly, Charles; op. cit.; pág. 112.
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90 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

ejércitos nacionales. “Se fortaleció el vínculo entre acción de guerra y


estructura del Estado”.133 Este aspecto fue subrayado por Weber y
muchos especialistas sobre la temática de la emergencia y consolida-
ción del Estado moderno.134 Como señalamos anteriormente, la enti-
dad estatal consolida una espacialidad diferenciando dos zonas: “Unas
fuerzas policiales o su equivalente eran depositarias de la coerción en
la zona de seguridad, mientras los ejércitos vigilaban la zona de amor-
tiguamiento y se aventuraban en su exterior; los príncipes más agresi-
vos, como Luis XIV, redujeron la zona de amortiguación a una fron-
tera estrecha pero fuertemente armada, mientras que sus vecinos más
débiles o más pacíficos recurrían a zonas de amortiguación más exten-
sas y a las vías fluviales. Cuando aquella operación triunfaba durante
algún tiempo, se convertía en zona de seguridad, lo cual impulsaba al
que ejercía la coerción a adquirir una nueva zona de amortiguación en
torno a la anterior. En la medida en que las potencias adyacentes
seguían la misma lógica, el resultado era la guerra”.135 Este entramado
del poderío estatal tuvo su principal expresión en Francia. El sistema
de fortificaciones exteriores francesas fue desarrollado por el ingeniero
Vauban, vencedor en más de 50 plazas fuertes.136

133
Tilly, Charles; op. cit.; pág. 112.
134
Weber, Max; Economía y sociedad, págs. 761/6. Véase Benedicto, J. y Morán,
M. L.; op. cit.; págs. 47/8. También, véase de Mann; M.; Las fuentes del poder social;
op. cit.
135
Tilly, Charles; op. cit.; pág. 114.
136
“Utilizó la bala hueca para atacar las piezas de las fortalezas y los ángulos de
los bastidores. Con objeto de proteger a las tropas sitiadoras, preconiza los parapetos
de tierra, los caballetes de trinchera y las paralelas, cuyo trazado se aproxima progre-
sivamente a las murallas. Se le debe también el poderoso cinturón de fortificaciones,
en particular en las fronteras del Norte y del Este, así como en las costas marítimas
y en los Alpes. Modernizó trescientas fortalezas antiguas, construyó unas cuarenta y
las dotó de cañones de grueso calibre. En lugar de murallas elevadas, preconizó for-
tificaciones rasantes y cubiertas de tierra; creó los fuertes exteriores, que tienen la ven-
taja de extender la defensa sobre un mayor espacio. Finalmente, ideó los fuegos cru-
zados”. Schneider, Fernand; op. cit.; pág. 25. Véase una opinión menos entusiasta,
aunque también elogiosa, sobre Vauban en Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio
Campillo, X.; op. cit.; pág. 87.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 91

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 91

Los armamentos

La guerra, en general, transita entre dos estados que se deben resal-


tar. Oscila entre la asimetría y la simetría de fuerzas. El arte de condu-
cir una fuerza armada busca crear situaciones de asimetría favorables.
Cuando estas disparidades parecen asentadas en los logros técnicos, es
habitual, por ejemplo, que el bando en desventaja recoja el armamen-
to supuestamente más avanzado del enemigo del propio campo de
batalla para analizarlo y, eventualmente, copiarlo.
Esta capacidad de adoptar, según un criterio de eficacia, el nuevo
armamento marca un proceso profundo de cambios sociales y cultu-
rales. Las armas ya no son consideradas más por su “simbolismo”; son
apreciadas por su efectividad: “no se les atribuye una cualidades intrín-
secas e intemporales, sino que esas cualidades son relativas, están en
función de su rendimiento efectivo en los campos de batalla, frente a
otras armas; y además dependen de las circunstancias económicas y
sociales, de la necesidad”.137 El trasfondo social de las transformacio-
nes es insoslayable. Sólo la desacralización de lo social y sus artefactos
permite esta movilidad. La muda de las pautas culturales es, al mismo
tiempo, una variación del peso de cada fracción social. La guerra y sus
armas pierden caballerosidad; su espíritu aristocrático es desplazado
por una fuerza plebeya de masas a la cual no le corresponde ningún
arma por extracción social. Foucault, por ejemplo, da cuenta de esta
innovación; señala que “[…] si hay un ejército de caballeros, un ejér-
cito pesado y poco numeroso de caballeros, entonces los poderes del
rey resultarán fuertemente limitados porque éste no puede pagarse un
ejército costoso como el de caballeros, quienes estarán obligados a
mantenerse solos. En cambio, un ejército de infantería será más
numeroso pero los reyes podrán pagárselo. La consecuencia de esto
será el acrecentamiento del poder real, pero al mismo tiempo un
aumento de la fiscalidad”.138

137
Campillo Menseguer. A.; op. cit.; pág. 173.
138
Foucault, Michel; Genealogía del racismo. Altamira; Montevideo, 1993; pág.
116.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 92

92 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

En definitiva, la economía, la cultura, el ejercicio del poder, se


entrelazan con el derrotero tecnológico-militar, situación que enfren-
tó en los campos de Marte a dos modelos tácticos. Por un lado, un sis-
tema de bloques macizos de piqueros como arma decisiva en el ataque,
apoyados por arcabuceros y mosqueteros, cañones y caballería. Por el
otro, el ágil sistema sueco de brigadas desplegadas solo en tres líneas
de profundidad, en que el rol determinante lo tenían sus mosqueteros,
cumpliendo los piqueros el rol de protección a los mismos, diferencia
sustantiva respecto del otro modelo. Esta formación era acompañada
por la artillería liviana y la caballería apoyada por mosqueteros para
desorganizar el ataque de los jinetes enemigos, antes de embestirlos
con armas blancas.139
Los progresos en el área técnico-militar se siguieron sucediendo.
En los albores del siglo XVIII hubo algunos cambios en el armamento
con su obvio impacto en la organización militar en el campo de bata-
lla. La pica fue definitivamente reemplazada por la bayoneta. El fusil
de chispa eclipsó al mosquete, con una velocidad de un disparo por
minuto. La formación se mantuvo en tres líneas y la caballería conser-
vó un lugar de importancia.140 Cuando se inició el siglo, además, la
fundición de hierro o bronce para la artillería estaba perfeccionada en
toda Europa, y se fabricaban cañones y morteros que daban buenas
garantías a los artilleros; desde mediados de siglo se expandió, tam-
bién, el uso de obuses.141
Sin embargo, el estímulo para las mutaciones en el arte de guerrear
provenía fundamentalmente del desarrollo social y, más específica-
mente, de las potencialidades y necesidades de las economías de los
Estados. Las grandes metas trazadas por los Estados, al estilo de Luis
XIV, fueron desplazadas por objetivos más acotados: la guerra fue
siendo moldeada no tanto por la velocidad del fusil, sino por el cálcu-
lo económico racional. Europa entraba en una etapa donde los deseos

Todo este párrafo está basado en Márquez Allison, Alberto; op. cit.
139

Schneider, Fernand; op. cit., pág. 31.


140

141
Véanse detalles técnicos de cada uno de estos artefactos en Hernández Car-
dona, F. y Rubio Campillo, X.; op. cit., págs. 105/10.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 93

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 93

hegemónicos y las proyecciones de grandes guerras mermaban ante las


sentencias que emanaban de la contabilidad. Por eso, “entre 1715 y
1789 los Estados combatieron por obtener ventajas discretas, más que
por la hegemonía”.142

El cambio en los ejércitos

Especialmente para consolidar la “paz” dentro de sus lindes se recu-


rrió a la existencia de un dispositivo militar permanente. Sus fuerzas
armadas prolongaron la impronta de las diseñadas por Gustavo
Adolfo, conformando la estructura político-militar más sólida que
emergió de aquellas tres décadas de guerra. La práctica militar fue sig-
nada por el incremento del número de los soldados –la mayoría fue
ingresando a la infantería consolidando la tendencia subrayada–143 y
por el mejor entrenamiento.144 Los problemas para su financiamiento
y para poder nutrirla de combatientes eficaces también aumentaron.
El reclutamiento fue regulado por edad y aptitud física. Además de
procurar reconfigurar la cadena de mandos y escalafón, iniciativa que
tocaba los intereses de la nobleza, se trató de ir incorporando cada vez
más tropas de franceses en detrimento de los extranjeros. En 1640
había 160.000 hombres de los cuales 100.000 eran franceses.145 Desde
el punto de vista táctico, se dividían formados en batallones de 800
hombres, y administrativamente en compañías. Desarrollaron milicias
provinciales que se ejercitaban los domingos (llegó a 25.000 milicia-
nos y se incrementó a 250.000 con la guerra de Sucesión Española).
La caballería estaba integrada por regimientos divididos en escuadro-

142
Lynn, John; “Estados en conflicto”; op. cit., págs. 183/4.
143
Lentamente aumentaba el número de infantes armados con mosquetes, lle-
gando a una relación de tres mosqueteros por cada piquero. Finalmente, la bayo-
neta terminó por desplazar a la pica.
144
Véase McNeill, W.; op. cit.; págs. 136/7.
145
Todos los datos que siguen sobre la organización militar francesa correspon-
den a Schneider, Fernand; op. cit., págs. 21/2.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 94

94 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

nes de 200 caballos con jinetes dotados de armas ligeras. Las noveda-
des referidas a la artillería fueron varias. Por influjo directo de Gustavo
Adolfo, los franceses adoptaron un cañón liviano; la infantería tam-
bién fue armada con artillería (de dos baterías de cuatro piezas cada
una). Poco a poco, sin embargo, la artillería se constituye en un arma
específica con personal propio. El transporte de los cañones quedaba
en manos de empresarios civiles y era asistido por infantes al mando
de oficiales especializados. Operacionalmente, se proponían una gue-
rra de movimientos, y en el dominio de la táctica las marchas de apro-
ximación. También, de manera creciente, se extiende a lo largo el fren-
te de batalla desplazando la profundidad.
En este marco, la búsqueda de las huellas que trazan el camino del
desarrollo de las modernas concepciones militares nos remite a Fede-
rico de Prusia (1712-1786). Sus cualidades pasaron por el desarrollo
de la aproximación indirecta y por la movilidad.146 Puso en uso el
reclutamiento de soldados con base regional, que al ser devueltos a sus
vidas habituales quedaban en situación de reserva para ser convocados
nuevamente en caso del estallido de un conflicto. De esta manera
Federico se adelanta en parte al sistema de “movilización moderna”.
Perfeccionó con esmero la instrucción tanto de los oficiales como
de la tropa.147 La caballería fue reorganizada y entrenada para protago-
nizar movimientos veloces, y fue emplazada en tres filas de profundi-
dad en búsqueda de obtener una mayor movilidad y desenvoltura para

146
“[...] aplica felizmente la maniobra de ala. A tal efecto, adopta una técnica de
aproximación perfeccionada: deja el vivac en columnas por alas; ejecuta el movi-
miento de desbordamiento en columnas de línea. En tales condiciones, un simple
cambio a la izquierda o la derecha le deja formado en batalla, en dos filas, cara al ala
enemiga”. Schneider, Fernand; op. cit., pág. 36. Este mérito es aceptado de manera
parcial por Liddel Hart que considera que su “maniobra indirecta era demasiado
directa”, limitación que la hacía fracasar en la “economía de fuerzas”. Liddel Hart,
Basil; Estrategia. La aproximación indirecta, pág. 176.
147
Vale la pena subrayar la importancia del entrenamiento para mejorar el desem-
peño de la infantería; sin una buena instrucción quedaban truncos los avances téc-
nicos del armamento. Sobre esta problemática puede verse de Keegan, John; op. cit.;
págs. 454/6.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 95

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 95

maniobrar en masa. Eliminó el tiro a caballo y los jinetes fueron pro-


vistos con armas blancas. Se dividió entre caballería pesada y ligera; la
primera quedó integrada por coraceros y dragones, y su cometido era
enfrentar la caballería enemiga y abatir a la infantería; la caballería
ligera estaba conformada por húsares con el objetivo de realizar el
reconocimiento y, a la vez, impedir que el enemigo pueda hacer la
misma tarea. La infantería fue preparada para combatir en tres líneas
y, mediante la combinación de la tecnología y mucho entrenamiento,
actuaba en pelotones donde una línea se hallaba de pie y la otra arro-
dillada, con una velocidad de tiro entre tres a cinco disparos por cada
proyectil lanzado por los mosquetes enemigos. La instrucción habili-
taba a la tropa para pasar en el transcurso del combate mismo de una
línea a la columna y a la inversa. Federico también aligeró la artillería
para ganar en movilidad y poder asistir con su poder de fuego el avan-
ce del ejército; para ello dispuso cañones livianos que acompañaban a
la infantería. La artillería pesada fue abastecida de cañones de 6 y 12
libras y obuses. Para la disposición de fuerzas en el campo de batalla
ubicó a la infantería y artillería en el centro, la caballería pesada la
ubicó en cada ala y la caballería ligera fue dispuesta en la retaguardia.
Asimismo mejoró el sistema de abastecimiento y la logística. No obs-
tante, su estrategia se orientaba más al desgaste que al aniquilamiento.
Tal vez otra novedad de Federico para destacar, sea la iniciativa de
avanzar en la concientización de los soldados con el ideal de luchar por
una causa: el Reino de Prusia. Combinó para ello el buen trato y la
buena alimentación de los hombres alistados, con una disciplina seve-
ra y un duro adiestramiento.148
En Francia también hubo novedades. Sobre la base de una ajusta-
da administración estatal, la dirección militar procuraba una buena
formación de los oficiales y de la tropa. Se creó la división, cambio
organizativo que se corresponde al aumento del número de reclutas.149

148
Saint Pierre, Héctor Luis y Bigatao, Juliana de Paula; “Las mutantes másca-
ras de Marte”, en Tamayo, Ana María (ed.); Conocer la guerra, construir la seguridad.
Aproximaciones desde la sociedad civil, pág. 29.
149
La división “[…] llegó a ser definida como una parte del ejército distinta,
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 96

96 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Se formaron milicias y tropas ligeras de infantería. Se reorganizó la


artillería con el uso de piezas más livianas. El cuerpo de ingenieros vol-
vió a constituirse como un arma independiente de la artillería.150
Mientras tanto, Gran Bretaña mantenía la superioridad naval en la
disputa por territorios y riquezas lejos de los confines de Europa. Las
consecuencias de la asimetría fueron palpables: la supremacía en el
mar promovía la superioridad en el comercio. Los dividendos del
comercio fortalecían la capacidad militar en un círculo virtuoso.
Todos los ejércitos principales de Europa estaban supeditados al
dilema de los Estados: priorizar la lucha terrestre continental o favore-
cer la fuerza militar naval. La poca capacidad recaudatoria estatal no
permitía cubrir los dos frentes con igual dedicación. Tal vez, la geogra-
fía insular, la buena administración de las riquezas comerciales, su sis-
tema político y la pericia de sus marineros y soldados fueron los fac-
tores que, combinados, colocaron a los británicos como primera
potencia colonial.151
La Guerra de los Siete Años, obviamente, sacudió todas las estruc-
turas doctrinarias y prácticas del arte bélico. El choque militar entre
Inglaterra y Francia, desde 1756 a 1763, se extendió por Europa, Amé-
rica (al norte) y sur de Asia (el subcontinente indio). El conflicto abar-
có simultáneamente a dos guerras. Por un lado, Francia e Inglaterra
lucharon en el mar, en las colonias y en el oeste de Alemania. Por otro,
Prusia se enfrentó a Austria y a sus aliados en el este de Alemania. Las
batallas navales estallaron en todos los océanos. La extensión espacial

permanente, estable y más o menos igual a una parte del mismo comandada por un
general”. Con ella se avanzó en la transformación de “una sola masa de tropas que
en la batalla formaba un frente continuo” a “conjuntos, articulados, con partes des-
tacables y capacidades para maniobrar independientemente”. Palmer, R.; “Federico
el Grande, Guibert, Bulow: de la guerra de dinastías a la guerra nacional”, en Mead
Earle, Edward; Creadores de la estrategia moderna, Tomo I, págs. 148/9.
150
La descripción de lo ocurrido en Prusia y Francia corresponde a Schneider,
Fernand; op. cit., págs. 32/6. Para el caso prusiano hemos usados datos de Márquez
Allison, Alberto; “Las campañas militares de Federico II de Prusia”.
151
Lynn, John; “Estados en conflicto”, en Parker, Geoffrey (ed.); Historia de la
guerra, pág. 187.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 97

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 97

del conflicto fue tan dilatada que fundamenta una caracterización


polémica: considerar esta guerra como la primera de alcance mun-
dial.152
Más allá de las querellas, se dice que esta guerra cerró una etapa:
“Una época en que las necesidades militares configuraron gobiernos y
en la que la guerra determinó el destino de Estados enteros en Europa,
mientras difundía y definía el dominio occidental en todo el globo”.153
Todos estos cambios fueron acompañados por el desarrollo de doctri-
nas y teorías. Federico mismo elaboró varios trabajos acuñados al calor
de las guerras donde participó con sus fuerzas militares.154
Durante los siglos XVII y XVIII las guerras europeas eran, en gran
parte, “una sucesión de sitios en los que la maniobra, el cerco y la posi-
ción eran las notas importantes de una pomposa gramática que bus-
caba obtener pequeñas ventajas sobre el adversario”.155 El arte bélico
eludía el choque frontal entre fuerzas: “una batalla campal en gran
escala entre ejércitos completos, era en tales circunstancias una ocu-
rrencia rara”.156 Las teorías ubicaban como habilidad suprema el actuar
de modo tal que el enemigo se viera compelido a aceptar las condicio-
nes impuestas sin entablar lucha, prescindiendo del momento de la
colisión armada propiamente dicha. Veían, como medio para ello, una
estrategia de maniobras pura, capaz de desarrollar la guerra sin mayor
derramamiento de sangre, aunque esto fuese más bien una premisa
retórica, sin correlato histórico real. La economía de la violencia obe-
decía a una circunstancia imposible de soslayar. Las fuerzas armadas
representaban un instrumento indispensable para la existencia y
defensa de los Estados, pero también eran una enorme carga para el
tesoro. La formación y el mantenimiento de su fuerza militar solía ser

152
Lynn lo define como “un conflicto auténticamente mundial”. Lynn, John;
“Estados en conflicto; op. cit., pág. 189.
153
Lynn, John; “Estados en conflicto”; op. cit., pág. 193.
154
Principios generales de la guerra de 1746 fue su primer trabajo. Véase una refe-
rencia a sus obras en Palmer, R.; op. cit., págs. 130/1.
155
Saint Pierre, H. y Bigatao, J.; op. cit., pág. 29.
156
De acuerdo con Palmer, R.; op. cit., pág. 127. Véase, también, Poczynok, I.;
op. cit., pág. 63.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 98

98 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

la fundamental inversión de un Estado, y su derrota en un combate lo


dejaba peligrosamente indefenso y al borde de la quiebra económica.
Hacia 1752, por ejemplo, el 90 por ciento del presupuesto del Estado
prusiano se destinaba al gasto militar; en Francia para 1784 insumía
cerca de dos tercios.157
La larga duración de un conflicto también diezmaba las arcas esta-
tales; un Estado con debilidad financiera no podía postergar demasia-
do el final de la guerra. El sostenido aumento del número de efectivos
de cada fuerza militar aumentaba los costos de mantenimiento. Los
ejércitos eran la vida misma del Estado pero se usaban lo menos posi-
ble, y la prudencia y discreción económica limitaron las ansias belico-
sas en muchas ocasiones.
Otro factor colaboraba para atemperar y dosificar la búsqueda de
las colisiones sangrientas; los reclutas forzados y mercenarios no mos-
traban entusiasmo por la batalla, y era impensado el derramamiento
de sangre por una causa. Carecían de una ideología de guerra y no
sabían por qué batallaban, pero incluso “no sentían necesidad de saber
por qué luchaban”.158 Eran convocados a las armas con un fin tempo-
rario y limitado. Su cohesión se lograba con mano dura y el cumpli-
miento de un pago regular.159 La teoría militar expresaba esta situación
postulando la guerra de maniobras, en lugar de las formas del combate

157
Bell, David; La primera guerra total. La Europa de Napoleón y el nacimiento
de la guerra moderna, pág. 59.
158
Aron, Raymond; Un siglo de guerra total, pág. 7.
159
Comparándolas con las tropas regulares de las fuerzas armadas rusas que
enfrentaron a Napoleón, el Mariscal de la Unión Soviética A. A. Grechko hace un
comentario que nos resulta ilustrativo: “Tampoco fueron estables las tropas merce-
narias de las monarquías de Europa Occidental, muy extendidas en las épocas de
descomposición del feudalismo (siglos XV y XVI). Solían completarse con elementos
desclasados de diversas nacionalidades. A los lansquenetes les eran ajenos los intere-
ses de los países en cuyos ejércitos servían. Una absoluta falta de disciplina, cruel-
dad, bajas cualidades morales y combativas, afición a merodear y hacer fortuna dis-
tinguían a los mercenarios, que servían a quien les pagaba mejor. En vísperas de una
batalla decisiva e incluso en el curso de ésta, se pasaban de destacamentos al lado del
enemigo poniendo al ejército traicionado ante el peligro de la derrota”. Grechko,
Andréi; Las fuerzas armadas soviéticas, pág. 116.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 99

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 99

que buscaban el enfrentamiento decisivo y el choque de fuerzas defi-


nitorio.160 “En la teoría bélica absolutista se conservan los rasgos esen-
ciales que definían a la guerra cortesana como torneo librado por com-
batientes pertenecientes a una aristocracia especializada en el oficio de
las armas”.161
Dislocar los planes del enemigo mediante movimientos, amenazar
sus posiciones dominantes, perturbar sus comunicaciones, hostigar y
entorpecer la línea de abastecimiento eran las argucias puestas en prác-
tica para procurar, lo antes posible, un armisticio favorable sin expo-
nerse a peligros mayores. La lucha sangrienta para someter al bando
enemigo únicamente encontraba sustento en casos excepcionales.162
Esta tendencia a los conflictos escuetos encontraba amparo, además,

160
“Una guerra de objetivos limitados era el corolario militar corriente de la
nobleza del poder: la conquista o defensa de una provincia o la ocupación de una
región fronteriza a efectos de negociación. Objetivos más ambiciosos que afectasen
la misma existencia del Estado oponente exceden ambas capacidades de los ejérci-
tos, al menos si la potencia oponente era importante”. Paret, Peter; Clausewitz y el
Estado, pág. 44.
161
Fernández Vega, José; Carl Von Clausewitz. Guerra, política, filosofía, págs.
32/3.
162
Hay otros factores a considerar: “Las guerras de este período se hallaban limi-
tadas en sus alcances y aspiraban a fines reducidos. Una de las causas no menos
importante de esta restricción era el carácter del ejército del siglo XVIII. Compuesto
en gran medida de profesionales altamente adiestrados, reclutados por largos perío-
dos de servicio, resultaba un instrumento de elevado costo. En caso de ser destrui-
do no podía ser fácilmente reemplazado. Se entiende que los príncipes fueran rea-
cios a arriesgar grandes pérdidas de personal. Los generales, a su vez, tenían poco
que ganar y mucho que perder en caso de emprender luchas serias. Eran especialis-
tas que no habían interiorizado una lealtad permanente a sus subalternos, excepto
en la medida en que tal lealtad fuera exigida por la ética de su profesión. Con fre-
cuencia los generales dejaban el servicio de un príncipe para unirse a otro, a pesar
de sus nacionalidades, muy a la manera de los modernos ejecutivos y asesores que
sirven hoy para una empresa, mañana a otra. Puesto que todos los generales se
encontraban en esas condiciones, es razonable suponer que existía entre ellos un
tácito entendimiento, de modo que las campañas se condujeran con vistas a dismi-
nuir los peligros y aun el malestar del cuerpo”. Rapoport, Anatol; Clausewitz.
Filósofo de la guerra y la política, pág. 37.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 100

100 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

en la búsqueda de reglas para humanizar la guerra o, al revés, la limi-


tación humanitaria era el correlato de las limitaciones pecuniarias,
pues los límites morales y legales comprendían a los “adversarios civi-
lizados” de otras fuerzas europeas, cubrían a la población no comba-
tiente, pero se desvanecían frente a los “adversarios no civilizados” de
otros lugares del mundo.163 En los finales del siglo XVIII y principios
del XIX, el pensamiento y la acción militar prusiana –y del resto de
Europa– estaban dominados por esta concepción estratégica. Se repe-
lía la batalla y se priorizaba la maniobra.

163
Bell, D.; op. cit., págs. 75/6 y 78.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 101

CAPÍTULO III
La guerra moderna

Engels sostuvo que la forma de combatir hasta entonces clásica


comenzó a vivir su crisis en la Guerra de Independencia contra Ingla-
terra de los que serían, por su desenlace, los Estados Unidos de Amé-
rica (1775-1783). Frente a las tropas formadas en torpes líneas de
poca movilidad, los grupos rebeldes mostraban una gran capacidad
letal. No sabían marchar, recalca el amigo de Marx, pero sus huestes
eran más cohesionadas por la causa que las reunía, por el mismo moti-
vo no estaban predispuestas a la deserción y demostraban más punte-
ría que sus oponentes.1 Es menester destacar que antes de la guerra por
la independencia en las colonias norteamericanas existían varias for-
maciones de ciudadanos armados reclutados a través de una conscrip-
ción obligatoria. Su misión era resguardar a los colonos de los ataques
“indios”. Cuando se inició el proceso independentista muchos hom-
bres ya tenían, entonces, formación y experiencia militar; asimismo,
estaban armados y con permiso para portar sus armas como defensa
contra los pueblos originarios. Estos factores deben ser tenidos en
cuenta a la hora de ponderar la capacidad de la fuerza que pugnaba
por la independencia. Justamente, el hecho que desencadenó el con-

1
Una vez conquistada la separación de Gran Bretaña, la forma organizativa que
se instaló en el flamante territorio liberado siguió siendo la milicia, ya que se temía
a un ejército profesional como un potencial peligro para la democracia. Stern,
Frederick Martin; El ejército ciudadano, págs. 181/2 y 98. Para una historia general
de las milicias, véase de Andújar Castillo, Francisco; Ejército y militares en la Europa
Moderna.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 102

102 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

flicto, en el cuadro de un intento propiciado por las autoridades bri-


tánicas buscando lograr mayores cargos y control sobre los colonos,
ocurrió en abril de 1775, cuando trataron de requisar armas y muni-
ciones en Concord, almacenadas por quienes defenderían de inmedia-
to su independencia. “Estos destacamentos no daban a los ingleses la
satisfacción de enfrentarse con ellos en línea regular de combate ni en
campo descubierto, sino que atacaban en destacamentos dispersos de
tiradores móviles y ocultos en los bosques. La formación lineal, impo-
tente, sucumbió ante un enemigo escurridizo. De este modo se insta-
ló la formación dispersa de tiradores, nueva forma de combate, fruto
de un material-soldado modificado”.2
Así comenzaba una nueva manera de concebir la guerra que se
correspondía a un determinado desarrollo social diferente al europeo,
aunque conectado a él. La desigual relación de la guerra y la política,
entre el arte bélico y la situación social a cada lado de océano, ponían
en evidencia el choque de un orden social contra otro. Esta divergen-
cia en los entramados sociales imprimía una relación asimétrica a la
hora de guerrear.
Hay opiniones que no asignan a esta conflagración una forma muy
diferente de hacer la guerra contrastada con la europea, prisma desde
donde se relativizan las aseveraciones de Engels. De hecho, la milicia
contó con el concurso de Augustus von Steuban, oficial del ejército de
Federico el Grande que trató de organizar la tropa con los criterios
regulares. Pero también es cierta la adopción de una guerra de desgas-
te de perfil miliciano. En esta guerra cobraron importancia los franco-
tiradores y merodeadores, que apuntaban sus armas contra oficiales
del enemigo, circunstancia no tolerada en Europa, o atacaban en días
festivos de carácter religioso, situación que violaba los cánones guerre-
ros del viejo continente, que arrastraban las tradiciones de la “tregua
de Dios”. El ejército rebelde al mando de George Washington atacó
en la Navidad de 1776 a una guarnición de mercenarios en Hess,
medida que los tomó totalmente por sorpresa.3 Revelan un aparta-

2
Engels, Federico; Anti-Dühring, págs. 26/7.
3
Lynn; J.; “Nación en armas”; en Parker, G. (Ed.); Historia de la guerra, págs. 195/7.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 103

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 103

miento de los contratos establecidos entre los sujetos estatales en el


Tratado de Westfalia y otros acuerdos para fijar límites legales a las
conflagraciones. El accionar del francotirador, por ejemplo, quiebra la
lógica de la guerra dinástica y, por ende, en un principio recibió el des-
precio de los soldados regulares ya que mata con frialdad; por eso los
ingleses durante un tiempo no los avalaron como una práctica legíti-
ma, pues no permitían que un soldado elija a alguien de una clase
social alta para quitarle la vida.4 Independientemente de la real impli-
cancia de estos tipos de prácticas y su peso para determinar el curso de
las operaciones, ponen en evidencia el inicio de un proceso de cam-
bio. El general Beaufre afirma que “técnicamente” fue una guerra de
guerrillas que, a través de los Minutemen, hostigaban a las fuerzas
regulares británicas, pero arguye, no obstante, que fue decisivo el
apoyo de Francia para resolver el conflicto de manera favorable al
bando independentista.5 Lynn subraya con precisión los alcances de
las primicias que puso de manifiesto aquella confrontación; remite de
manera puntual al debate sobre las tácticas.6 Hace referencia a la que-
rella entre los defensores de la formación en columna y los que postu-
laban la formación en líneas. Jacques Guibert, en el citado estudio
sobre táctica, sacó como corolario que se debían combinar en un
orden mixto.7 Claro que no todas las condiciones sociales habilitaban
fácilmente esta posibilidad. Engels en su artículo “Los combates en
Francia”, publicado en Pall Mall Gazette el 11 de noviembre de 1870,

4
Pegler, M.; Los francotiradores, págs. 7 y 11.
5
Beaufre, André; La guerra revolucionaria, págs. 127/8. Los Minutemen eran
“milicias especiales de hombres jóvenes y de rápida movilización”. Marrero, Pilar;
Un despertar del sueño americano. La tensión, el conflicto y la esperanza de los inmi-
grantes en Estados Unidos, pág. 237.
6
Una de las primicias tecnológicas de esta guerra que se sumó a las novedades
tácticas fue la “Tortuga americana”. Un minúsculo submarino con forma de nuez
que, propulsado por un complejo sistema de manivelas y hélices, procuró instalar
una bomba por debajo del barco inglés Eagle. La idea del submarino luego fue des-
arrollada por Robert Fulton. Franklin, Bruce Howard; War Stars. Guerra, Ciencia
ficción y hegemonía imperial, págs. 44/55.
7
Lynn; J.; “Nación en armas”, págs. 199/200.
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104 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

enfatizó otro rasgo de la lucha por la independencia norteamericana


que abrió una época: “la participación de la población en la guerra”.8
Como veremos, desde este conflicto hasta hoy, esa presencia se fue
ampliando.
Hemos enfatizado que durante el Absolutismo las fuerzas armadas
representaban un instrumento indispensable para la defensa de los
Estados y, a la vez, eran una gran carga para el tesoro pues eran su
principal inversión. Su vida se iba en ello. Los ejércitos, asimismo,
mostraban inestabilidad, generaban escasa confianza y las tropas no
estaban unidas por causa alguna, lo que quedaba expresado en las
constantes deserciones, llegando al punto de la cuasi disolución de un
ejército en algunas ocasiones. Entre junio y noviembre de 1567 el ejér-
cito español de Flandes se redujo de 60.000 a 11.000 hombres. En la
década de 1630 la tasa de deserción era del 7% mensual. En 1640 en
el ejército de Extremadura llegó a desertar el 90% de sus hombres.9
Las formaciones para el combate y la táctica reflejaban estas debilida-
des, restando capacidad de maniobra y posibilidades de flexibilidad
operativa. Los movimientos rígidos y acompasados eran la caracterís-
tica habitual. La falta de autonomía para “inventar” o improvisar alter-
nativas sobre la marcha de la batalla era una consecuencia necesaria de
la organización militar absolutista.
Esta concepción comenzó a ser superada en la práctica y la guerra por
la independencia norteamericana es un hito insoslayable en esa dirección.
A partir de la Revolución Francesa los cambios se profundizaron con esta

8
Engels, Friedrich; Notas sobre la guerra franco-alemana de 1870-71.
9
Parker, Geoffrey; La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de
Occidente, 1500–1800, pág. 87.
10
Peter Paret hace una interesante descripción de la situación de los ejércitos fran-
cés y prusiano en 1789, que nos sirve para hacer observable el carácter de las fuerzas
armadas de la época: “[...] ambos eran instrumentos militares de monarquías absolutas,
nutridos por Estados cuyo progreso había estado vinculado, y hasta había llegado a
depender, del propio desarrollo de los ejércitos. Habían conferido estabilidad interna y
un nuevo peso en el exterior a la autoridad central, mientras que sus necesidades eco-
nómicas, financieras y humanas –que habían aumentado enormemente a lo largo del
siglo anterior– había estimulado poderosamente la práctica gubernamental y la expan-
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 105

orientación.10 Como bien señaló Engels, la Revolución Francesa impuso


por necesidad cambios fundamentales en el arte militar, que tuvieron
antecedentes en aquellas batallas del otro lado del océano.11
Sin duda la Revolución Francesa cambió muchas cosas, algunas de
manera definitiva. El precario equilibrio, difícil de sostener pero tole-
rable, entre los Borbones y los Habsburgo, Austria y Rusia, el Imperio
Otomano y Rusia, resultó violentado por la Revolución Francesa y,
por ende, convocó a la guerra. La revolución trastocó esa correlación
de fuerzas en el mapa de Europa; la preocupación predominante de las
monarquías europeas desde entonces fue derrotar al mal ejemplo que
significaba para la estabilidad de sus soberanías la Francia revoluciona-
ria. En poco tiempo, en 1793, la revolución enfrentó a la alianza entre
Gran Bretaña, España, Holanda, Prusia, Austria y Cerdeña.12

sión y proliferación de agencias y controles. Al mismo tiempo, los ejércitos eran insti-
tuciones aristocráticas, que habían llegado a representar un papel vital en el modo de
vida de la nobleza. Su carácter aristocrático se veía aumentado por la naturaleza de las
tropas, construida por mercenarios extranjeros o por hijos de nativos pobres; la distan-
cia que les separa de sus oficiales rara vez se cubría [...] Los soldados alquilados y reclu-
tados formaban una mezcla que exigía una estricta supervisión; esto, junto a la limita-
da eficacia de las armas, hacía que los soldados se utilizasen mejor en formaciones masi-
vas. En ambos servicios la rama más importante, la infantería, maniobraba en líneas de
batallas, estrechamente ordenadas, de forma que el individuo quedaba dentro de for-
maciones que pensaban y actuaban por él. La masificación y los ataques súbitos eran los
medios de que se valía la caballería para realizar su tarea fundamental de proteger a la
infantería, rompiendo los ataques del enemigo y acelerando sus retiradas. Excepto en
una guerra de asedio, la artillería y los ingenieros aún representaban un papel subsidia-
rio. A diferencia de su cohesión táctica, la organización de los ejércitos seguía fragmen-
tada, sus unidades administrativas y operativas por lo general no superaban al regimien-
to o, incluso, al batallón. Numerosos consejos, agencias, comisiones temporales o per-
manentes, cuyas autoridades respectivas se interferían, administraban las fuerzas, pero
cuerpos unificados como podrían ser un estado mayor o un directorio supremo de abas-
tecimientos, estaban aún en su infancia. Ningún ejército había conseguido todavía
combinar un control central eficaz con la iniciativa administrativa y la responsabilidad
que se necesitaba a todos los niveles”. Clausewitz y el Estado, págs. 41/2.
11
Engels, Friedrich: Anti-Dühring, págs. 25/7.
12
Woods, Alan; “Ascenso y caída de Napoleón Bonaparte”. Véase, también, Palmer,
R., en Mead Earle, Edward; Creadores de la estrategia moderna, Tomo I, pág. 161.
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106 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

En paralelo a este proceso, la revolución modificó la formación del


ejército francés y las maneras de encarar la guerra. Luis XVI procuró
enfrentar a las masas con un ejército que en ese momento desnudó
más falencias que virtudes. En 1790 se sublevaron varias porciones de
esa fuerza armada y quedó casi diezmada el año entrante.13 La vieja
estructura militar no tenía cabida en la nueva Francia. La flamante
concepción de la política asentada en las ideas de ciudadanía y de
soberanía popular era un obstáculo para replicar la vieja formación y
la estructura de los ejércitos.14 Sin duda, “la gran revolución francesa
liquidó para siempre el arte militar de la vieja Europa y de la Rusia de
los zares”.15
Uno de los correlatos de la mutación fue, justamente, la emergen-
cia de los ejércitos nacionales con reclutamiento masivo de “ciudada-
nos libres”.16 Los franceses promulgaron una ley el 23 de agosto de
1793 que en una sección decía: “Los jóvenes pelearán, los hombres
casados forjarán armas y transportarán abastos; las mujeres harán tien-
das y vestidos y servirán en los hospitales; los niños convertirán telas
en hilos; los ancianos se harán transportar a las plazas públicas y
encenderán el valor de los combatientes, predicarán odio contra los
reyes y la unidad de la República”.17 El 10 de octubre de ese mismo
año, Saint-Just presenta un Informe a la Convención Nacional en
nombre del Comité de Salud Pública, que muestra el proceso de toma

13
Lynn; J.; “Nación en armas”, pág. 201.
14
Saint Pierre, H., y Bigatao, P.; op. cit., pág. 30. Poczynok, I.; op. cit., pág. 81.
15
Trotsky, León; La revolución traicionada, pág. 199.
16
“Hasta la Revolución Francesa, la suerte de la guerra se había definido
mediante ejércitos reducidos y sostenidos por la renta del Estado, pero a partir de
ese momento, entran en juego las masas, los pueblos con la enorme fuerza que
engendraban sus principios y sus ideales; masas incontenibles que formaban una
nueva estructuración, que le imprimen un nuevo sello de energía, de entusiasmo,
porque todo el esfuerzo de la nación desborda popularmente inclinando la balanza
de las operaciones con un ritmo vertiginoso. Comienzan a surgir nuevos valores
hasta ese momento no explotados, como el valor espiritual y el instrumento de las
masas”. Marini, Alberto; La psicología al servicio de la guerra, pág. 22.
17
McNeill, William; La búsqueda del poder, pág. 213.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 107

de conciencia sobre la transformación que se venía dando y las posibi-


lidades que generaba: “En época de innovación todo lo que no es
nuevo es pernicioso. El arte militar de la monarquía ya no nos sirve,
porque somos hombres diferentes y tenemos diferentes enemigos. El
poder y las conquistas de pueblos, el esplendor de su política y su mili-
cia, ha dependido siempre de un solo principio, de una sola y podero-
sa institución [...] Nuestra nación tiene un carácter nacional peculiar.
Su sistema militar debe ser distinto que el de sus enemigos. Muy bien
entonces: si la nación francesa es terrible a causa de nuestro ardor y
destreza, y si nuestros enemigos son torpes, fríos y lentos, nuestro sis-
tema militar debe ser impetuoso”.18 La pretensión de movilizar a toda
la sociedad para nutrir el esfuerzo bélico no era una iniciativa con
antecedentes; representaba toda una primicia.19
En poco tiempo Francia duplicó el tamaño de su milicia, y volcó
todos sus recursos económicos y materiales al sostenimiento de la gue-
rra. La población armada mostró que la tradicional organización mili-
tar profesional mutó en una fuerza de masas, y la transformación
impuso cambios en la concepción estratégica: la maniobra y el choque
militar acotado quedaron como prácticas impotentes frente a la pre-
disposición a colisionar frontalmente con el enemigo y dar batalla. La
guerra pasó de los príncipes a los ciudadanos, y la búsqueda de una
fuerza de masas significó la fundamental revolución de los asuntos
militares al término del siglo XVIII.20 Como señaló Colmar von der
Goltz, se creaba así el ejército nacional y con él la emergencia del “pen-
samiento nacional, que ya conocía algún antecedente en la Guerra de
los Siete Años”.21 El trabajo ideológico desde el Estado, a través de la
impresión de materiales dirigidos a las tropas, fue uno de los condi-
mentos que cooperó en la consolidación de una argamasa de ideas y

18
Hobsbawm, Eric; Las revoluciones burguesas, pág. 145.
19
Bell, Daniel; La primera guerra total, pág. 37.
20
Courmont, Barthélémy; La guerra: una introducción, págs. 103, 53/4.
21
Colmar von der Goltz, Wilhelm Leopold; La nación en armas, pág. 77. La
referencia al antecedente corresponde a Bell, Daniel, pág. 114.
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108 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

principios que reforzaron la identidad nacional, sustrato ideológico


que potenciaba la cohesión de la población y la energía para pelear.22
La identificación de la población con un ideario nacional permitió
la emergencia de una nueva forma de combate basada en la acción
combinada de tiradores y columnas de infantería, y en la separación del
ejército en divisiones y cuerpos independientes, integrados por todas
las armas, perfil desarrollado a pleno en su aspecto táctico y estratégico
por Napoleón. Esto, razona Engels, “surgió, ante todo, impuesto por la
necesidad, por la Revolución Francesa”.23 Fue factible responder a esa
necesidad por los cambios ocurridos en el sistema social.
Con certeza, seguirán por mucho tiempo las polémicas sobre las
virtudes y defectos militares de Napoleón.24 Se hablará siempre a favor
de su genio militar y en contra de su exacerbado personalismo, eva-
luando qué rasgo eclipsó finalmente al otro. Schneider afirma con
toda convicción que no existió una escuela o sistema napoleónico,
puesto que era más bien un conductor empírico.25 Recalca que no ela-
boró grandes principios de la estrategia y táctica, sino que en relación
a estos aspectos tuvo sintonía con la doctrina militar del siglo XVIII y
especialmente con las aportaciones de Guibert. El famoso Napoleón
postulaba la unidad de dirección tanto en el plano estratégico como
táctico. Reunió a grandes grupos de tiradores; prolongó el principio
divisionario generado por sus antecesores franceses, las divisiones
podían actuar de manera separada o componiendo una mayor vitali-
dad en concordancia con otras porciones de las fuerzas armadas; com-
binó formaciones, columnas o líneas según el tipo de movimiento,
poniendo en evidencia su apego por un sistema táctico flexible.26 Sacó

22
Lynn; John; “Nación en armas”; op. cit.; pág. 202.
23
Engels, Friedrich; Anti-Dühring, pág. 27.
24
La descripción sobre la manera de combatir correspondiente a Napoleón está
basada fundamentalmente en Schneider, Fernand; Historia de las doctrinas militares,
capítulo IV, especialmente págs. 50/1. También en Holmes, Richard; Napoleón.
Batallas y campañas, pág. 28. Lynn; J.; “Nación en armas”, págs. 207/8.
25
Schneider, Fernand; op. cit., pág. 50.
26
“La gran revolución francesa creó un ejército por la amalgama de las tropas de línea
del ejército real con las nuevas formaciones”. Trotsky, León; La revolución traicionada, p. 204.
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mucho provecho a la posibilidad de contar con mesnadas organizadas


en cuerpos, pues favorecían el sistema de mando y los grupos reduci-
dos aminoraban los problemas logísticos.27 Escalonó temporalmente la
entrada en combate de las tropas ligeras, de la línea y de las reservas;
mantuvo la convicción sobre la potencia que brindaba la concentra-
ción de fuego para el combate; practicó la lucha en retirada; extendió
los frentes por efecto del incremento del poder de fuego; le asignó
suma importancia a la artillería y recurrió a la dispersión de la tropa
para la subsistencia. Se preocupó especialmente por la información
que le permitía maniobrar, generando el método de las “posibilidades
del enemigo”: hacía una lista de las factibles o esperables operaciones
del enemigo, e iba eliminando las menos viables hasta que le quedaba
solo una como la más probable, que se convertía en su referencia a la
hora de trazar planes para el combate.
Compensaba la falta de instrucción de sus tropas con un agudo
sentido táctico y una fuerte iniciativa que se cimentaba en la capaci-
dad para combatir a 120 pasos por minuto contra sus enemigos, que
en el mismo lapso de tiempo daban 70; así lograba raudos desplaza-
mientos y, por eso, un superior dinamismo para concentrar fuerzas.
Napoleón decía que multiplicaba “la masa por la velocidad”.
Estas prácticas eran ejecutables debido a su gran pericia para la
adaptación a las vicisitudes que ofrecía el choque armado, versatilidad
que le confería una gran capacidad de maniobra en la búsqueda de
una batalla decisiva a corto plazo, pero no por la preocupación que
tenía el absolutismo frente a una guerra prolongada, sino por la
importancia política de la contundencia, que lo empujaba a la guerra
de aniquilamiento: “Su objetivo en la batalla no era simplemente exce-
derse en las maniobras, sino aniquilar al adversario”.28 Promovía la
“guerra relámpago” en lugar de buscar las “batallas de mutuo consen-
timiento” preponderantes en el siglo XVIII. Imponía el combate a sus
enemigos procurando, en el orden estratégico, mantener su iniciativa

27
Lynn; J.; “Nación en armas”; op. cit., págs. 206/7.
28
Rapoport, A.; op. cit., pág. 40.
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110 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

mediante la ofensiva; maniobraba para imponer la batalla y concentra-


ba fuerzas para el encuentro. A nivel táctico, combinó la acción fron-
tal y la embestida a los flancos o retaguardia del oponente. Buscaba la
“batalla de frentes invertidos”, al atacar la retaguardia del enemigo y
quebrar su comunicación con la base principal.
El sistema de divisiones y cuerpos habilitaba un abasto de la tropa
a través de las requisas y el alojamiento en casas de particulares. Eran
unidades autónomas asentadas en la constitución de diversos centros
de operaciones que podían proceder separadamente y, obviamente,
cooperar en un objetivo común que, además, obtenían muchos sumi-
nistros por propia cuenta (“vivir del país”). Esta alternativa permitió
disminuir la carga de la logística, evitando, por ejemplo, llevar carpas
para reducir el número de animales de carga, aunque esta circunstan-
cia favoreció el incremento de las enfermedades entre los soldados.29 El
aligeramiento del equipo individual aceleró la movilidad y dio mayor
libertad de movimientos en todo tipo de terrenos. De igual manera, el
hecho de no depender de depósitos ni de columnas de abastecimien-
to maximizó el ímpetu de las tropas hambrientas y mal vestidas para
caer en la retaguardia del enemigo, que confiaba en el usual sistema de
aprovisionamiento. Así podía cambiar en plena campaña su línea de
comunicaciones: “El arte supremo de las batallas consiste en cambiar,
durante la acción, la propia línea de operaciones; es una idea mía y es
completamente nueva”.30

29
Desde ya que Napoleón protagonizó un estrepitoso fracaso logístico en Rusia.
Véase Thompson, Julian, págs. 63/4. Véase, de Hernández Cardona, Francesc X. y
Rubio Campillo, X.; op. cit., pág. 50.
30
“Este ambiente revolucionario tuvo serias consecuencias en el plano operacio-
nal [...] Soldados y destacamentos podían dispersarse y vivir de la región, lo que evi-
taba depender de las líneas de comunicaciones. Las requisiciones se veían facilitadas
por la complicidad de la población. Así, para encontrar recursos suficientes sin ago-
tar la región, se incitaba a las fuerzas revolucionarias a dispersarse en sus desplaza-
mientos y estacionamientos, fórmula logística que el «sistema divisionario», introdu-
cido de nuevo en el ejército real, hacía militarmente practicable. Se estableció paula-
tinamente de este modo una práctica característica de las fuerzas revolucionarias fran-
cesas que consistía en vivir de disposiciones diversas y en concentrarse para combatir.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 111

Sin duda Napoleón, supo sacar ventaja de la transición de la gue-


rra dinástica a la guerra de carácter nacional, logrando explotar con
habilidad el nacionalismo. Sus enemigos, empero, fueron sus mejores
discípulos y devolvieron con eficacia sus enseñanzas desplegadas en los
terrenos de batalla.31
El reputado coronel de artillería Gerhardt von Scharnhorst, a cargo
de la Academia de Guerra de Berlín, explicó con mucha agudeza que
los triunfos militares de Napoleón revelaban los cambios sociales y
políticos ocurridos en Francia, especialmente la emergencia de una
“nación en armas”. Para entender la lucha contra Francia, argumenta-
ba, no era suficiente estudiar sus nuevas tácticas o la organización de
su ejército, sino que se debía meditar sobre la dimensión social del
cambio y, desde allí, el contexto general en el que se combatía. Por eso,
en los programas de formación de la Academia que dirigía, además del
estudio de cuestiones técnicas y militares, incluyó otras ramas del
conocimiento social que le otorgaban una perspectiva amplia a sus
graduados, entre los que Clausewitz ocuparía el primer lugar de su
promoción en 1803, pero estos planes de estudio no podían sustituir
la radicalidad del proceso revolucionario francés.32 Scharnhorst

Sus adversarios insistían en operar a la antigua, permanecían agrupados y dependían


de almacenes y líneas de comunicaciones. Napoleón sacaría todas las consecuencias
estratégicas de esta aptitud de las tropas francesas, disponiendo sus tropas en una
ancha red para obnubilar al adversario y luego cercarlo (como en Ulm) o colocarse
sobre una línea de comunicación, rodeándolo para obligarlo a librar batalla con fren-
tes invertidos. Esta maniobra, peculiar a la estrategia napoleónica y que por otra parte
nadie pudo reproducir después, derivaba de las posibilidades ofrecidas por los usos
revolucionarios”. Beaufre, Andre; La guerra revolucionaria, págs. 130/1.
31
Lynn; J.; “Nación en armas”; op. cit., pág. 213.
32
“En 1806 Prusia estaba derrotada por el sólo hecho de que en el país no existía
el menor vestigio de ese espíritu de resistencia nacional. Para reavivarlo, los reorgani-
zadores del gobierno y del ejército hicieron después de 1807 todo lo que estaba en sus
manos por hacer. En esa época, España ofreció un glorioso ejemplo de cómo el pue-
blo puede resistir a un ejército invasor. Todos los dirigentes militares de Prusia señala-
ron a sus conciudadanos ese ejemplo, como digno de ser imitado. Scharnhorst,
Geneisenau, Clausewitz, compartían la misma opinión al respecto, Geneisenau fue
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112 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

enfrentaba con esta propuesta a una concepción de la guerra como un


arte independiente de otras actividades humanas, con sus propios
principios y reglas. Comienza a negar toda independencia de la activi-
dad militar y, por el contrario, se afana en mostrar el vínculo de la gue-
rra con la esfera política y la organización social toda.33
Este perfil reformista dentro del pensamiento militar prusiano se
expandió con vivacidad como correlato de las novedades emanadas de
las guerras napoleónicas, y los cuadros que se ocupaban de elaborar las
doctrinas militares de la época procuraron trasladar al papel esas muta-
ciones. También logró permear las políticas del gobierno de Prusia
que, en 1807, suprimió las relaciones de servidumbre y abrió la posi-
bilidad para que los cargos de oficiales del ejército puedan ser cubier-
tos sin necesidad de tener sangre aristocrática en las venas. Los cam-
bios sociales y las reformas doctrinarias se fueron combinando en la
perspectiva de crear un ejército de base popular.34

personalmente a España para combatir contra Napoleón. Todo el nuevo sistema mili-
tar, introducido entonces en Prusia, fue un intento de organizar la resistencia popular
contra el enemigo, por lo menos en la escala en que fuera posible bajo una monarquía
absoluta”. Todos estos cambios en las formas de lucha y su relación con los entramados
sociales fueron seguidos sistemáticamente por Marx y Engels: “Pero cuando estalló en
América del Norte la guerra aparecieron de pronto destacamentos de insurgentes que,
por cierto, no sabían desfilar, pero que en cambio disparaban magníficamente,
disponían en la mayoría de los casos de fusiles de precisión y, como se batían por su
propia causa, no desertaban. Estos insurgentes no daban a los ingleses la satisfacción
de bailar con ellos, a paso lento y a campo abierto, el conocido minué del combate,
según todas las normas de la etiqueta militar. Ellos atraían a su enemigo a la espesura
de los bosques, donde sus largas columnas de marcha quedaban indefensas ante el
fuego de tiradores dispersos e invisibles. Formados en pequeños destacamentos de gran
movilidad, utilizaban cualquier protección natural del terreno para asestar golpes al
enemigo. Por ello y por su gran movilidad, resultaban siempre inasibles para las rígi-
das tropas enemigas. De tal modo, el fuego de los tiradores dispersos, que ya había des-
empeñado cierto papel cuando se introdujo el arma de fuego, demostraba ahora, en
determinados casos y sobre todo en los pequeños encuentros, su superioridad respec-
to del orden lineal”. Engels, Friedrich; Anti-Dühring, pág. 275.
33
García Caneiro, José; La racionalidad de la guerra. Borrador para una crítica de
la razón bélica, pág. 50.
34
Lynn; J.; “Nación en armas”; op. cit., págs. 212/3.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 113

En el plano doctrinario, como vimos, la producción se polarizó en


un debate entre ciencia o arte de la guerra, donde los nombres de
Dietrich H. von Bülow y Georg Berenhorst lograron notoriedad.35 De
nacionalidad suizo-francesa, Antoine Henri de Jomini (1779-1869)
fue el primer teórico militar que logró sistematizar tempranamente
algunas de las principales transformaciones acaecidas.36 Obtuvo un
puesto en el Estado Mayor de las fuerzas napoleónicas y sus obras, que
empezó a escribir en 1803, fueron muy estudiadas en las escuelas mili-
tares del siglo XIX. Se lo considera el primero en definir con precisión
el arte de la logística.37

Clausewitz

Fue Carl von Clausewitz quien mejor plasmó la experiencia de las


guerras napoleónicas, ocupando con la difusión de su obra De la gue-
rra una posición singular dentro del pensamiento militar, aunque su
reconocimiento tardó en llegar. Fino observador, el militar prusiano
había tomado nota de que los parámetros habituales de entonces para
evaluar el choque entre fuerzas no resultaban determinantes. En su aná-
lisis sobre la victoria napoleónica en Italia a fines del siglo XVIII, donde
las fuerzas austríacas y papales fueron derrotadas, observó que “[e]n
tanto el ejército francés carecía de todo, el ejército austríaco acababa de
ser abundantemente provisto”,38 lo que contrariaba los esquemas de

35
Sobre estos autores, véase Bonavena, Pablo; “Algunas notas sobre el arte mili-
tar en von Bülow”. Véase, también, Poczynok, Iván; op. cit.; págs. 72/7. Véase, ade-
más, Palmer, R.; “Federico el Grande, Guibert, Bulow: De la guerra de dinastías a
la guerra nacional”; en Mead Earle, E. (comp.); Creadores de la Estrategia Moderna.
36
Aron, Raymond; Pensar la guerra, págs. 213/4. Véase sobre el tema de
Howard, Michael; “Jomini y la tradición clásica en el pensamiento militar”, en
Liddell Hart, Basil; Teoría y práctica de la guerra, págs. 20/1.
37
Durante un tiempo fue considerado el mejor historiador de las campañas napo-
leónicas. Carta de Engels a Marx del 19 de junio de 1851. Su ubicación como pio-
nero en teorizar la cuestión logística corresponde a Thompson, J.; op. cit., pág. 40.
38
Clausewitz, Carl von; La campaña de Italia de 1796, pág. 18.
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114 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

pensamiento vigentes. Reconoció la emergencia de la energía que libe-


ró la revolución y a esa motivación la codificó teóricamente como
“fuerza moral”.39 Comprendió el impacto definitivo de esos cambios
sociales sobre el fenómeno bélico y avanzó en la conceptualización de
esas mutaciones, sentando las bases de la moderna estrategia, que
sepultó para siempre las doctrinas absolutistas de la maniobra y sus
variaciones. Le asignó un lugar relevante a las masas nacionales, con-
forme a las virtudes bélicas que habían demostrado en los campos de
Marte bajo el amparo de la bandera de Francia.40 La fuerza de su pen-
samiento se conocería póstumamente, cuando su viuda publicara De
la guerra, un texto que él mismo no consideraba finalizado tras doce
años de tarea.
La perspectiva teórica que desarrolló Clausewitz estuvo basada en
un estudio social de la guerra: la famosa fórmula “la guerra es la con-
tinuación de la política por otros medios” sintetiza su avance en tal
sentido. Argumentaba que la primera tarea del conductor militar resi-
de en desentrañar las características del conflicto que abordará con su
hueste, y que la fuerza militar se obtiene de tres fuentes: el gobierno,
el ejército y el pueblo. Aquí radica la necesidad de comprender el
carácter social de los contendientes, sus objetivos políticos y, a partir
de allí, sacar conclusiones acerca de cómo es posible que cada uno de
los bandos beligerantes lleve adelante el esfuerzo bélico.41

39
Véase Rothfles, H.; “Clausewitz”; en Mead Earle, E. (comp.); op. cit., pág.
211. Véase, también, de Fernández Vega, J.; op. cit., págs. 115/7.
40
Millán, Mariano; “La guerra de Secesión en los EE.UU. ¿Una revolución con-
ceptual en las fundamentaciones de las prácticas militares?”, pág. 3. Naville, Pierre;
“Karl von Clausewitz y la teoría de la guerra”; en Clausewitz, Carl von; De la gue-
rra. Introducción, pág. 13.
41
Millán, M.; op. cit.; pág. 4. La vinculación con el pensamiento social puede
encararse también, de otra manera: “Al igual que Max Weber, Clausewitz interpreta
la acción guerrera, por lo menos la del jefe […], refiriéndose a la relación medio-fin.
[Eso] situaría a Clausewitz entre los fundadores de la sociología de la acción o entre
aquellos que presintieron los marcos formales de una praxeología racional o de una
teoría de los juegos”. Aron, Raymond; Sobre Clausewitz, pág. 48.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 115

Desdeñaba por igual el dogmatismo geométrico de von Bülow


como el voluntarismo de Berenhorst, tal como señalamos, las dos pos-
turas más extremas entre los pensadores militares del momento. El pri-
mero calculaba los ángulos del triángulo formado entre la base de
abastecimiento y el objetivo;42 el segundo abogaba por el ímpetu y el
arrojo, estimándolos determinantes ya que en la guerra no hay posibi-
lidad alguna de cálculo.43
Produjo una verdadera revolución doctrinaria, adecuando el pen-
samiento al orden surgido post-Westfalia. Para Clausewitz, en efecto,
los Estados son los legítimos contendientes en las guerras. En conse-
cuencia son las fuerzas armadas profesionales las que tienen la prima-
cía en la contienda. Evalúa la situación de la guerra de guerrillas, pero
la misma sólo actúa como fuerza auxiliar de las fuerzas regulares.44
Uno de los aspectos sobresalientes de su teoría –que generó mucho
rechazo durante décadas– es la primacía que da a la defensa por sobre
la ofensiva. Esto tiene muchas implicancias, no sólo técnico-militares,
sino también políticas. Aunque la doctrina de la guerra justa estaba
ciertamente en desuso en el momento de la vida de Clausewitz, las
regulaciones sobre la guerra no tardarían en reaparecer, dado que la
dinámica fundada en la ofensiva era propia de los regímenes absolu-
tistas, que necesitaban expandirse territorialmente para sostenerse en
términos políticos y crecer económicamente, mientras que lo propio
de los Estados nacionales sería la relativa estabilidad de las fronteras,

42
“El lector espera que se le hable de ángulos y líneas, y en vez de esos ciudada-
nos del mundo científico sólo encuentra gente de la vida común, como la que se
encuentra todos los días en la calle. Y sin embargo, el autor no puede decidirse a ser
ni un pelo más matemático de lo que su objeto le parece ser, y no teme la extrañeza
que su lector pueda mostrarle”. Clausewitz, Carl von; De la guerra, pág. 158.
43
“[…] tenemos que tomar en consideración toda orientación común de las
fuerzas del espíritu hacia la actividad bélica que podamos considerar cono la esencia
del genio bélico. Decimos común porque precisamente en eso consiste el genio béli-
co, en que no es una sola fuerza, como por ejemplo el valor, mientras otras fuerzas
del entendimiento y el ánimo faltan o tienen una orientación inútil para la guerra,
sino una reunión armónica de fuerzas”. von Clausewitz, Carl; De la guerra, pág. 47.
44
De la guerra, Segunda Parte, Libro VI, capítulo 26.
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116 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

para cuya defensa convoca a sus fuerzas armadas. Por lo tanto, la agre-
sión, aun cuando no estuviese regulada, ya carecía de legitimidad.
Hasta las campañas napoleónicas, de carácter imperial, se realizaban en
nombre de la defensa de la revolución. Desde este ángulo es compren-
sible porqué un sesquisiglo después hasta los Ministerios de Guerra tro-
carían por Ministerios de Defensa. El rechazo que originalmente pro-
vocaba esta doctrina partía de la equivocada idea de que en la guerra la
ofensiva es más potente que la defensa, y quien como Clausewitz plan-
teaba lo contrario, estaba destinado a la derrota. Pese a todo, el tiempo
fue imponiendo el pensamiento del prusiano, y en la segunda mitad
del siglo pasado era de lectura obligatoria en todas las academias mili-
tares, imponiéndose sobre apellidos famosos como Jomini.
La importancia de esta teoría es que expresa de manera armónica
el papel de la guerra en el sistema interestatal post-westfaliano. Las
fuerzas armadas estatales asumen un rol central, pero sin autonomía
respecto del gobierno, que es quien fija los fines políticos, ni de la
población, de donde surge la fuerza moral, ese elemento intangible al
que tanta importancia se le asignó por primera vez, y que aún hoy
sigue siendo un dispositivo con gran potencia explicativa.45

Crimea y Secesión estadounidense: dos guerras modernas

Tras la derrota de Napoleón Bonaparte en Waterloo se impuso en


Europa un orden conservador consensuado en el Congreso de Viena,
entre los representantes del modelo monárquico. La estabilización de
las fronteras –es decir, el mutuo reconocimiento del poder de cada
soberano– inauguró un período de relativo sosiego. “Después de
1815, las grandes potencias evitaron recurrir a las armas durante cerca
de 40 años; y, cuando se produjeron guerras, se libraron por objetivos
limitados. [Así comenzó] el más largo período exento de guerra gene-

45
Es la fuerza moral asimétrica lo que permite entender la reversión de la asi-
metría tecnológica desde la guerra de guerrillas en adelante, en todas las formas
pos-clásicas de enfrentamientos bélicos.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 117

ral que Europa había conocido desde la época de la Paz Romana, de


los siglo I y II de la era cristiana”.46
La capacidad militar cimentada en la industria alcanzada por las
potencias europeas, asimismo, les permitió resolver conflictos fuera
del continente con alguna facilidad, como en la llamada Primera
Guerra del Opio contra China. Claro que las nuevas armas no garan-
tizaban de por sí ningún triunfo; en la guerra proseguían intervinien-
do otros factores, como lo atestigua la derrota de los estadounidenses
a manos de una alianza de los pueblos originarios en Little Big Horn
(1876), el revés británico contra los zulúes en 1879 y el descalabro ita-
liano en Etiopía en 1896.47 Pero, en general, la diferencia entre el des-
arrollo social de cada territorio seguía siendo el factor que marcaba las
diferencias.
Volviendo a Europa, el continente “se acomodó a un período de
desarrollo pacífico sin precedentes”. Esta situación fue acompañada
por muchas iniciativas que buscaban arraigar la convivencia pacífica,
generando muchas organizaciones que trabajaban para promover la
paz, tendencia que se trasladó a la primera década del siglo XX y a los
Estados Unidos de Norteamérica.48
Una de esas guerras de objetivos limitados fue la de Crimea (1853-
1856), que enfrentó al Imperio Ruso, de una parte, con los imperios
Otomano, Británico y Francés, de otra. Los primeros perdieron unos
500.000 hombres, y unos 250.000 los aliados. La guerra por esta estra-
tégica península que controla la entrada al Mar de Azov, se desató a par-
tir del intento del zar de “rusificar” a su población, predominante-
mente tártara en esa época. Esto fue visto como un avance ruso sobre
el declinante imperio otomano, el que, en su debilidad, recurría a los
británicos, a quienes facilitaba su acceso al sur asiático donde éstos

46
Bruun, Geoffrey; La Europa del siglo XIX (1815-1914), pág. 15.
47
Courmont, Barthélémy; La guerra: una introducción, pág. 59.
48
Murray, Williamson A.; “La industrialización de la guerra”; en Parker, Geof-
frey (Ed.); Historia de la guerra, pág. 227. En Norteamérica entre 1900 y 1914 se
crearon 45 nuevas asociaciones por la paz. MacMillan, Margaret; 1914. De la paz a
la guerra, pág. 368.
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118 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

tenían grandes intereses –en particular la India–. Los europeos en


general, y los ingleses en particular, se alarmaron ante lo que podía sig-
nificar una expansión rusa hacia el sur, que pusiera en peligro las pose-
siones coloniales británicas. Las prensas británica y francesa presiona-
ron para escarmentar al oso ruso.49 Los franceses estaban ávidos de
estrenar militarmente su reciente Segundo Imperio, y Napoleón III
necesitaba una victoria militar para aquietar las agitadas aguas políti-
cas internas –Francia había sofocado dos revoluciones recientemente,
en 1830 y 1848–.
La gran cantidad de muertos se puede explicar por el impacto de
la ciencia y nuevas tecnologías, que promovieron cambios en la tácti-
ca. El barco a vapor permitió a los británicos y franceses una mejor
logística.50 Un cambio tecnológico crucial se evidenció en la velocidad
de las comunicaciones a través del telégrafo, que potenció la capacidad
militar, y la introducción del rifle Minié, cuyo proyectil cónico tenía
mayor precisión, alcance y poder destructivo que las balas esféricas de
los mosquetes. Estas últimas solían incrustarse en el cuerpo y despla-
zarse por su interior, mientras que el proyectil Minié lo atravesaba,
rompiendo los huesos a su paso, lo que generalmente derivaba en
amputaciones de los heridos. Este sistema de arma había sido recien-
temente desarrollado por el capitán Claude Étienne Minié y por ello
el bando aliado contó con la ventaja inicial.51
En la Guerra Civil norteamericana (1861-1865) también se recurrió
al telégrafo y fueron empleados de manera nueva, o por primera vez en
forma masiva, los ferrocarriles –ya se habían usado en 1859 en la gue-
rra entre austríacos y franco-piamonteses–, los barcos acorazados, los
fusiles de repetición, las ametralladoras, la artillería ferroviaria, los
aerostatos de señalización, las trincheras y los alambrados. Estos avan-

49
“Fue una guerra –la primera de la historia– que se produjo a causa de la pre-
sión ejercida por la prensa y la opinión pública”. Figes, Orlando; Crimea, pág. 234.
50
Murray, Williamson A.; “La industrialización de la guerra”; op. cit., pág. 227.
51
“Sólo durante la guerra de Crimea –cuando los mosquetes demostraron ser
inútiles ante los rifles Minié de los británicos y los franceses– los rusos compraron
rifles para su propio ejército”. Figes, Orlando; Crimea, pág. 196.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 119

ces tecnológicos fueron combinados con el reclutamiento masivo de


tropas, el bombardeo de ciudades e intensas campañas de propaganda
que sembraban el odio contra el enemigo.52 Fue una guerra entre fuer-
zas armadas constituidas por ciudadanos y enfrentó más claramente que
la de Crimea a dos sistemas sociales: el capitalismo industrial del norte
frente al capitalismo esclavista agrícola del sur.53 Hay quienes argumen-
tan que las diferencias de intereses fueron la causa de la guerra, y quie-
nes sostienen lo contrario: que dada la similitud de los mismos, la causa
inmediata del conflicto fue “la distinta forma en que cada zona del país
quería utilizar la reciente expansión territorial” hacia el oeste.54 La gue-
rra fue de una violencia inusitada para la época, por lo que se la suele
también considerar la primera guerra total, aunque esta caracterización
se esgrimió ante otras guerras. Casi 10.000 combates, destrucción de
campos, incendio de viviendas, la casi extinción del ganado, la acción
de bandoleros que diezmaban los caminos y ciudades con asaltos y
saqueos, 630.000 muertos y 1.100.000 heridos (50.000 amputados)
ilustran la intensidad de la confrontación.55 Los costos económicos del
esfuerzo bélico también fueron enormes.

52
Murray, Williamson A.; “La industrialización de la guerra”; en Parker, Geof-
frey (Ed.); Historia de la guerra, pág. 226. Carocci, Giampiero; Historia de la guerra
civil norteamericana, pág. 68. Courmont, B.; op. cit., pág. 59. Incluso fue la prime-
ra guerra en que se utilizaron submarinos por ambos bandos, aunque no llegaron
más que a un nivel auxiliar y relativamente episódico. En 1864 el CSS Hunley (de
tracción humana) hundió al USS Housatonic, el primer buque de guerra hundido en
combate por un submarino.
53
En las fuerzas del norte se alistaron más de 200.000 negros; murieron 38.000.
Se los utilizó para los trabajos más duros y se les pagaba menos que a los blancos.
Zinn, Howard; La otra historia de los Estados Unidos. Véase también Muchnik, D. y
Garvie, A.; El derrumbe del humanismo; pág. 52.
54
Bosch, Aurora; Historia de los Estados Unidos. 1776-1945, pág. 152. Véase,
también, Faulkner, Harold; Historia económica de los Estados Unidos.
55
“[…] la devastación del sur, la movilización de recursos y las consecuencias
políticas del conflicto llevan a considerarla una guerra totalmente distinta de las
anteriores, claramente una primera guerra total en la experiencia del sur”. Bosch,
Aurora; Historia de los Estados Unidos. 1776-1945, pág. 520. Cf. Muchnik, D. y
Garvie, A.; El derrumbe del humanismo, pág. 45.
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120 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Aunque técnicamente fue una guerra civil, la neutralidad británica


fue dudosa, ya que el bloqueo de puertos sureños por parte de la
Unión perjudicaba a los industriales textiles ingleses, que dependían
del algodón norteamericano. Por esta razón, los ingleses tendían a
favorecer a los sureños.56
El carácter social de la guerra quedó de manifiesto cuando, tras un
inicio prometedor para la Confederación en la batalla de Bull Run,
cerca de Washington, la prolongación del conflicto se tornó su princi-
pal debilidad, ya que contaba con apenas la décima parte de la capa-
cidad industrial del país, y menos de la mitad de la línea férrea al ini-
cio de la guerra, una proporción aún menor luego, pues la Unión
siguió expandiendo el ferrocarril, mientras que la Confederación no
podía reemplazar las unidades deterioradas. Esta diferencia en la dis-
ponibilidad de recursos fue la que llevó finalmente a la derrota de los
Estados sureños. Los sobresaltos que vivió el norte tuvieron mucho
que ver con la orientación doctrinaria con la que abordaba la guerra;
amparado en Jomini, no tenía una cabal comprensión del tipo de gue-
rra que le tocaba protagonizar. Dotado únicamente de concepciones
que atrasaban casi un siglo respecto del desarrollo de la historia social
general y también de lo bélico, una guerra moderna industrial, con un
poder de fuego y pasiones nunca antes vistos, era leída por el norte con
el lente de las guerras torneo del absolutismo.57 A partir este prisma, la
Unión se planteó una estrategia basada en la maniobra frente a un
enemigo que buscaba las batallas, y convocaba a la movilización desde
el nacionalismo; en definitiva, actuaba como una fuerza moderna, y el
general Robert Lee parecía descifrar mejor frente a qué tipo de confla-
gración estaba.58

56
En diversos artículos aparecidos en el New York Daily Tribune y el Die Presse
de Viena, Marx y Engels denunciaban esta situación. Cf. Marx, Karl y Engels,
Friedrich¸ La guerra civil en los EE.UU.
57
Millán, Mariano; “La guerra de Secesión en los EE.UU. ¿Una revolución con-
ceptual en las fundamentaciones de las prácticas militares?”, pág. 4.
58
En este sentido, además del texto de Millán, puede leerse Cárdenas Nannetti,
Jorge; “Lincoln y la guerra” en Nueva Historia de los Estados Unidos, págs. 220/44.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 121

No sólo la concepción absolutista de la guerra parecía agotada, las


tácticas napoleónicas también demostraron ser incompatibles con los
avances tecnológicos. El norte finalmente adoptó una estrategia de des-
gaste por sobre la búsqueda de combates definitorios, con la que trató
de quebrar la fuerza moral del sur. El general del norte William Tecum-
seh Sherman arrasó con cuanto pudo en su paso por Georgia, y anun-
ció a los habitantes del norte de Alabama que su ejército tenía derecho
a la vida y los bienes de su enemigo pues la guerra “es, sencillamente, un
poder no constreñido por ninguna constitución ni pacto”.59 Tal vez por
estas palabras, Liddell Hart lo consideró el primer general moderno.

Se retoman las regulaciones

En el marco de este recrudecimiento de la guerra, con una acrecen-


tada capacidad destructiva, en agosto de 1864 se firmó el “Convenio
de Ginebra para mejorar la suerte que corren los militares heridos de
los ejércitos en campaña”, que establece que ambulancias y hospitales
militares deben ser reconocidos por los bandos beligerantes como neu-
trales, mientras haya heridos o enfermos en ellos, y en tanto no encu-
bran fines militares (art. 1); esta condición se extiende también a todo
el personal de las mismas (art. 2). En su artículo 7 establece que el
emblema distintivo para establecimientos, vehículos y personal alcan-
zados por estas disposiciones será una cruz roja, tomando así el distin-
tivo del Comité Internacional de la Cruz Roja, creado un año antes a
instancias de Henri Dunant, quien fuera también el promotor de la
Conferencia, con la suscripción originalmente del Imperio Francés, la
Confederación Suiza, Dinamarca, los reinos de Bélgica, Italia, Portu-
gal, Países Bajos, España, Prusia, Wurtemberg, el Gran Ducado de
Baden y el Estado de Hesse-Darmstadt (estos últimos cuatro hoy for-
man parte de Alemania).

59
Murray, Williamson A.; “La industrialización de la guerra”, pág. 241.
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122 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

En 1868 se redactó la Declaración de San Petersburgo para la limi-


tación del armamento.60 Durante 1885 se firmó el Acta General de
Berlín donde se avanza un paso más con la política de generar un
mecanismo de mediación de los Estados frente a conflictos inter-esta-
tales. Un antecedente importante de esta iniciativa fue la reunión en
París celebrada en el año 1856 donde se acordaron normas que que-
daron plasmadas en la Declaración de Derecho Marítimo y se estable-
cieron bases para la mediación previa al estallido de un conflicto.61
Esta tendencia a la reglamentación para mitigar los efectos de los
encuentros militares se ratificó en 1899, con la Conferencia de La
Haya, que también versaba sobre cuestiones humanitarias, donde se
acordaron las leyes y usos de la guerra terrestre, con un reglamento
anexo, en el que se establecieron y profundizaron normas respecto al
tratamiento de los prisioneros, los heridos, capitulaciones, armisticios,
etc. Fueron prohibidos, asimismo, los gases tóxicos y las balas dum
dum.62 El Segundo Convenio de Ginebra, de 1906, incorporó a las
fuerzas de mar, dándoles un tratamiento similar al que en la anterior
Convención tenían las fuerzas de tierra. En 1907 se suscribió la Con-
vención para la Resolución Pacífica de las Controversias Internaciona-
les. “Las convenciones de la Haya de 1899 y 1907 habían tratado de
establecer las leyes de la guerra. Se habían reconocido los derechos de
un pueblo invadido a presentar resistencia, siempre que se constituyesen
en cuerpos organizados y fueran identificados como beligerantes. Tal
como dijo el representante belga en la conferencia de 1899: «Si la gue-
rra está reservada exclusivamente a los estados y si los ciudadanos son
meros espectadores, ¿no quedan así mermadas las fuerzas de resistencia,
no se priva así al patriotismo de su efectividad? ¿Acaso la defensa de la

60
“Declaración de San Petersburgo de 1868 con el objeto de prohibir el uso de
determinados proyectiles en tiempo de guerra”. En este acuerdo se prohibió el uso
de proyectiles explosivos “cuyo peso sea inferior a 400 gramos”.
61
Los datos sobre los convenios corresponden a Semberoiz, Edgardo R.; Derecho
Internacional de la Guerra; págs. 25, 40 y 87.
62
Las balas “dum dum” son proyectiles explosivos. Pese a su prohibición, y luego
de la misma, los británicos las usaron contra los afganos.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 123

patria no es el primer deber de un ciudadano?». Esgrimían que la gue-


rra terrestre era únicamente asunto de los ejércitos permanentes, y que
el reconocimiento de la leva masiva y de la guerra de guerrillas destrui-
ría los límites de la guerra y conducía a la barbarie. En su reglamento
del servicio de campaña se publicaron los importantes artículos de la
Convención de La Haya en un apéndice, pero el grueso del texto deja-
ba claro que el estado mayor no reconocía el derecho de los civiles a
resistirse en caso de invasión”.63
De esta manera se universalizaban los derechos humanitarios en la
guerra, al menos para los países signatarios de dichos convenios, que
eran principalmente europeos, aunque luego se fueron incorporando
también otros. En paralelo, la capacidad de destrucción crecía, pro-
pensión que reafirmó la guerra Franco-prusiana con el uso de fusiles
de repetición y la artillería de retrocarga, novedades tecnológicas que
definitivamente demostraban la entrada a otra etapa en las prácticas
militares. La guerra Hispano-norteamericana (1898) y la guerra Ruso-
japonesa (1904-1905) delinearon el mismo derrotero.64 La escasa efi-
cacia real de los instrumentos jurídicos acuñados no fue comprobada
algunos años más tarde.

La guerra europea a fines del siglo XIX


y sus impactos doctrinarios

La calma bélica entre grandes naciones permitía suponer que la


guerra era una alternativa cada vez más lejana, tendencia reforzada
luego del enfrentamiento franco-prusiano, cuando se vivió un desta-
cable incremento de la producción y de riqueza que fue impactando
favorablemente sobre el nivel de vida de algunos sectores de la pobla-
ción europea. Con la prosperidad, pocos sospechaban la posibilidad

63
Strachan, Hew; La Primera Guerra Mundial, pág. 50/1.
64
Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; op. cit., págs. 133,
161 y 164.
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124 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

de una gran guerra.65 Los esfuerzos regulatorios aparecían como un


reaseguro de la tranquilidad adquirida. Las mentes interesadas en la
guerra, empero, seguían por otro andarivel.
Luego de la guerra franco-prusiana (1870-1871) el ejército teutón
se transformó en un referente ineludible para el resto de las fuerzas
armadas; la consigna general de todo ejército era imitar a los alema-
nes. Se copió el tamaño de la infantería (aumentó en número), y su
organización de 250 hombres fue usada como unidad táctica básica.
También se adoptó el servicio militar obligatorio, entre otras reformas.
El ejército prusiano había demostrado buena capacidad para ajustarse
a los cambios efectuados por la Revolución Francesa y capitalizar el
desarrollo industrial, de especial impacto sobre el transporte, el arma-
mento y las comunicaciones.66 El Jefe del Estado Mayor General,
conde Helmuth von Moltke, entre 1868-69, escribió definiendo su
concepción estratégica: “El plan de operaciones para la ofensiva con-
tra Francia consiste únicamente en buscar por todas partes a la princi-
pal fuerza enemiga y atacarla dondequiera se la encuentre”. Sostenía
que el creciente poder de las armas de fuego brindaba preponderancia
a la ofensiva; perspectiva que inculcó a la mayoría de los escritores
militares alemanes.67
En consonancia con estos preceptos, las guerras por las cuales
Bismarck llegó a Emperador de Alemania se desarrollaron de acuerdo

65
Engels era una de las personas que la anunciaba. En 1887, en el prefacio al
folleto de Segismundo Borkheim titulado En memoria de los ultrapatriotas alemanes
de 1806-1807, contra los pronósticos de paz anunciaba: “Para Prusia-Alemania ya
no es posible ahora ninguna otra guerra que la mundial. Y sería una guerra de pro-
porciones y fuerzas nunca vistas. De ocho a diez millones de soldados se matarán
entre sí, y al hacerlo destruirán toda Europa hasta devastarla como nunca la devas-
taron hasta ahora las mangas de langosta”. Citado por Lenin, Vladimir; “Palabras
proféticas”, en Obras Completas, tomo 36, pág. 488.
66
Gran parte de estas notas que siguen sobre aspectos doctrinarios tienen como
referencia el artículo de Luvaas, Jay; “Pensamiento y doctrina militar en Europa
1870-1914”, en Liddell Hart, B.H.; Teoría y práctica de la guerra.
67
Véanse análisis de algunas de sus campañas en Liddell Hart, Basil; Estrategia.
La aproximación indirecta.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 125

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 125

a los principios de la aniquilación.68 El poder de fuego avalaba el fla-


mante planteo táctico y estratégico. Los progresos en los dispositivos
de tiro y carga de los fusiles, por ejemplo, permitían mayor velocidad
para reponer proyectiles y la posibilidad, incluso, de cargar el arma
cuerpo a tierra. Así, el énfasis en la ofensiva y la aniquilación fue
ganando espesor, convicciones que se combinaban con otra: la políti-
ca nacional debe ir de la mano con la estrategia militar. Uno de los
observables de esta determinación fue la construcción de ferrocarriles
estratégicos por toda Alemania; en cada tramo del trazado subyacía
una hipótesis de conflicto.
Las ventajas alemanas en la fusilería, previas a la guerra con
Francia, se disiparon en el momento en que estalló el conflicto en
1870. En este sentido las fuerzas se equipararon, pero los prusianos
tenían supremacía en la artillería con un nuevo cañón de retrocarga.
Los franceses, por su parte confiaban en un arma que mantenían en
secreto: la ametralladora. La balanza se desequilibraba en contra de
Francia a la hora de comparar los aspectos organizativos y administra-
tivos, terreno donde la superioridad prusiana le permitía aprovechar al
máximo el ferrocarril. De igual forma, era mejor su sistema de reser-
vistas. La fuerza de ambos bandos fue sustentada de manera semejan-
te por un fuerte sentimiento nacionalista, y el reclutamiento alcanzó
grandes niveles de masividad, pero escaseaban los profesionales milita-
res del lado francés.69 Los puntos fuertes y débiles quedaron expuestos
en la guerra. También la emergencia del conflicto de clases en su con-
texto; la Comuna de París fue un emergente inesperado.
En el plano doctrinario, luego de la guerra, todas estas vicisitudes
tuvieron fuerte repercusión en Alemania y Francia y dejaron su
impronta.
En 1877, Van der Goltz escribió León Gambetta y sus ejércitos, llaman-
do la atención sobre el fenómeno de la “levvé en masse” introducida por

68
Mantenía una famosa rivalidad con Moltke. Véase Aron, Raymond; Pensar la
Guerra, Tomo II, págs. 12/8.
69
Murray, W.; “La industrialización de la guerra”; op. cit., págs. 244, 246,
249/50.
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126 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

los franceses, señalamiento reforzado cuando publica La nación en


armas en 1883, donde trató el significado otorgado por Clausewitz a
la idea de la “nación en armas” y aniquilamiento.70 El Conde Alfredo
von Schlieffen, jefe del Estado Mayor desde 1891 hasta 1905, conti-
nuó la tradición de Moltke, evaluando que la guerra se había vuelto
absoluta y la victoria reposaba en la aniquilación.
En Francia, las líneas de pensamiento estratégico son más difíciles
de delinear. Golpeados por la reciente derrota, buscaban las causas en
la inferioridad numérica y en la tardía movilización. Se insistió con el
sistema del servicio militar obligatorio y se inició una revisión del
método de Moltke, a quien se tendió a emular, aunque algunos cua-
dros militares resistían esa influencia, como el general Henri Bonnal.
Este sostuvo que había “muchas ideas falsas” en la estrategia prusiana
y trató, sin la sombra de Moltke, de inyectar un espíritu ofensivo a las
fuerzas armadas de Francia. Desde 1898 la concepción de Bonnal se
instaló como la línea oficial.
El Mariscal Foch, en Los principios de la guerra de 1903, subrayó la
importancia de los elementos materiales y psicológicos en la guerra, al
mismo tiempo que buscó resistir la influencia prusiana. Postulaba la
ventajas de la ofensiva y pensaba que la guerra moderna sería nacional
y absoluta, perfil instalado desde las guerras napoleónicas. En 1911,
afirmó: “Sí, una nueva era se había iniciado, la era de las guerras nacio-
nales de ímpetu desenfrenado, pues esas guerras iban a consagrar a la
lucha a todos los recursos de la nación, dado que iba a fijarse como
objetivo no un interés dinástico, no la conquista o posesión de una
provincia, sino la defensa o propagación de ideas filosóficas primero,
de principios de independencia, unidad, de ventajas materiales de
diversas especies a continuación, dado que además pondrían en juego
el interés a los medios de cada uno de los soldados, y en consecuencia
sentimientos, pasiones, o sea elementos de fuerza hasta el momento
jamás explotados”.
En Inglaterra no hubo una producción importante para destacar
en el terreno estratégico y en los Estados Unidos de Norteamérica el
70
Clausewitz, Karl von; De la guerra, Libro VI, Capítulo XXVI.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 127

general mayor Emory Upton extrajo conclusiones de su propia guerra


civil, destacando el valor de la simplicidad, la flexibilidad y las escara-
muzas en un orden disperso.
Estas reflexiones y trazos doctrinarios colisionaban con la idea de
la paz que, como señalamos, ganaba espacio hacia finales del siglo XIX
y los primeros años del siglo XX. Mientras tanto, la industria al servi-
cio de la guerra reafirmaba otro diagnóstico de Engels: el militarismo
devorará a Europa.71 En definitiva, como señaló con agudeza el soció-
logo norteamericano Thorstein Bunde Veblen, hay guerras porque las
naciones se preparan para hacerlas.72

Las guerras mundiales

Mucho es lo que se ha escrito, dicho y visto sobre las guerras mun-


diales. Miles de libros, películas, documentales, fotografías, series, han
mostrado sus horrores, sus causas, sus vivencias. Omitiremos, por lo
tanto, el relato de hechos que son ampliamente conocidos, o fáciles de
conocer accediendo a una innumerables cantidad de fuentes disponi-
bles, a diferencia de las guerras pretéritas a éstas, de menor conoci-
miento del público en general. Tomaremos aquí algunos aspectos que
resultan relevantes para nuestro análisis, considerándolas como dos
momentos de una misma guerra, en consonancia con la posición de
otros estudiosos del tema.73

71
Akímovna, Stepánova Evguenia; Federico Engels. Esbozo biográfico, pág. 58.
72
Veblen, Thorstein Bunde; Imperial Germany and the industrial Revolution, pág.
259. La opinión de Veblen tiene base en William Graham Sumner; quien señala que
la preparación para la guerra es una profecía que en algún momento se autorrealiza,
es decir, tarde o temprano conduce a la guerra. Giner, Salvador; Sociología.
73
Cf. Traverso, Enzo; A sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945;
Casanova, Julián; Europa contra Europa. 1914-1945. También Eric Hobsbawm las
considera conjuntamente: “[…] la guerra se desarrolló sin límite alguno. La segun-
da guerra mundial significó el paso de la guerra masiva a la guerra total”. Historia
del siglo XX, pág. 51.
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Hacia fines del siglo XIX culminó en Europa la formación de los


Estados nacionales, con la organización de Italia y Alemania. En este
último caso la integración política venía a potenciar un gran desarro-
llo industrial y económico. Junto a este fortalecimiento en la zona cen-
tral de Europa, se acentuaba la decadencia de los últimos Estados
absolutistas. El siglo XX comenzó con la derrota de Rusia a manos de
Japón, en 1905, en contra de las previsiones de entonces. Fue la pri-
mera victoria asiática asestada contra una potencia europea, y una de
las causales de este desenlace fue que Japón adoptó las armas occiden-
tales y las dirigió contra aquéllos que las habían forjado.74 Japón era
una emergente potencia industrial y militar, y daba cuenta de la capa-
cidad militar de las nuevas tecnologías. Esta derrota en el extremo
oriental, reorientó los intereses rusos hacia el oeste, particularmente a
los países balcánicos, que estaban en el extremo del cada vez más debi-
litado Imperio Otomano, y en parte en el también enclenque Imperio
Austro-Húngaro. A esto se le deben agregar las ambiciones de algunos
países, exacerbados por la situación.75
La fragilidad de estos últimos, unida a la potencia expansiva de
Alemania –y subsidiariamente de Italia– fueron los factores que confor-
maron las fuerzas tractoras de un reacomodamiento geopolítico. Ambas
naciones aspiraban a expandir sus propios capitalismos de acuerdo al
modelo entonces imperante: a través de colonias en territorios extra-
europeos. Pero había un límite fáctico para tales anhelos, pues casi todo
el globo estaba ya dividido en áreas coloniales o de influencia de las
principales potencias europeas. África, a mediados del siglo XIX, apenas
tenía población europea en su territorio (franceses en los extremos norte
y este, portugueses en dos franjas costeras, una en el sudeste y otra fren-
te a Madagascar, y británicos en el extremo sur, en la colonia de El

74
Courmont, Barthélémy; La guerra: una introducción, pág. 103; Murray, W.;
“Hacia la guerra mundial”, pág. 263.
75
Tanto Rumania como Bulgaria entraron a la guerra porque encontraron en
ello la oportunidad para ampliar sus fronteras, apropiándose de territorio de quie-
nes suponen que, por ser más débiles militarmente, resultarán perdedores de la con-
tienda. De manera similar se condujo el gobierno italiano.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 129

Cabo), pero en menos de cuatro décadas todo el África subsahariana


estaba conquistada por los europeos.76 Pero en esta ocupación, alema-
nes e italianos se sintieron relegados. Esta situación resultaba incómoda
para el pujante capitalismo alemán y el zaherido orgullo italiano, quie-
nes reclamaban un reordenamiento de las posesiones coloniales, ade-
cuándolas a la realidad de fin de siglo, y no a condiciones que conside-
raban pretéritas y sin relación con las de ese momento –entre 1880 y
1913 Alemania pasó del segundo al primer lugar como productor y
exportador de máquinas–. Se le habían cedido territorios coloniales a
Alemania, pero estos no satisfacían, por sus características, los requeri-
mientos de este imperio.77 De modo que la resolución formal, pero no
real, del tema de las colonias era una fuente de tensiones.
Los dirigentes políticos de entonces confiaban en que la resolución
de dichas tensiones era una guerra rápida, que decidiera cuál era la
posición resultante de cada una de las potencias. La idea de que fuera
rápida (una o dos semanas) se debía a que todos confiaban en el pode-
río de las nuevas tecnologías militares. Esta opinión era sostenida tam-
bién por los banqueros, quienes suponían que ningún Estado podría
financiar una guerra larga.
Cuando se contrastan los discursos con las condiciones y las accio-
nes desarrolladas se observa una importante disonancia cognitiva y

76
Esto fue posible no sólo por el mejor armamento de los europeos, sino funda-
mentalmente porque los africanos perdieron su defensa, inexpugnable hasta enton-
ces por los europeos, que eran los anticuerpos generados durante decenas de miles
de años en un ambiente de rica biodiversidad, y que les proporcionaban inmunidad
a enfermedades que eran mortales para los no africanos. Como sostiene Sánchez
Ron, “la ciencia médica se constituyó en un instrumento muy eficaz para la exten-
sión colonial; esto es, en un instrumento político”. Sánchez Ron, José; El poder de
la ciencia, pág. 248.
77
En uno de ellos, África del Sudoeste Alemana –actual Namibia–, se produjo
en 1904 el genocidio del pueblo herero. “Von Trotha se guió desde el principio por
la idea de una guerra de exterminio, por lo que no sólo intentó combatir a los here-
ro con recursos militares, sino que tras una batalla campal empujó a sus enemigos
hacia el desierto de Omaheke, les impidió el acceso a los puestos de agua y los dejó
morir de sed”. Welzer, Harald; Guerras climáticas, pág. 11.
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130 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

también un obstáculo epistemológico, es decir, por un lado, una


incongruencia entre lo que se piensa –la confianza en la tecnología
armamentística, sin apreciar que en las mismas o similares condicio-
nes estaban los demás–78 y lo que se hace, y por otro lado, y la impo-
sibilidad de reconocer las condiciones reales.
Las circunstancias políticas para que se produjese la guerra eran
tales, que bastó un hecho menor para que se lo tomara como excusa a
fin de comenzarla. El sistema de alianzas que se había formalizado con
vistas a la misma hizo el resto. Fue la mayor movilización de recursos
en términos absolutos y relativos de la historia hasta entonces. De allí
que se la denominara “guerra total”; involucró a toda la sociedad,
tanto en el esfuerzo de guerra, como también en las pérdidas. Se ata-
caron ciudades, se ejecutaron civiles, se saquearon las riquezas locales.
Como podemos observar a lo largo de estas páginas, con la noción de
“guerra total” se procuró caracterizar a varias guerras.79 La Gran
Guerra, no obstante, es un referente para esta construcción concep-
tual, que de manera magnífica definen Deleuze y Guattari: “la guerra
total no sólo es una guerra de aniquilamiento, sino que surge cuando
el aniquilamiento no sólo toma como centro el ejército enemigo, ni el
Estado, sino la totalidad de la población y su economía”.80 En efecto,
la Gran Guerra robusteció y acrecentó la tendencia a llevar la lucha
más allá de todas las restricciones. Pero también consolidó una orien-
tación que Lenin ya había subrayado en enero de 1905 a partir de su
análisis sobre la conquista japonesa de la fortaleza de Port Arthur,
defendida infructuosamente por las fuerzas del zarismo ruso. Nos refe-
rimos al “nexo entre la organización militar del país y toda la estruc-

78
Esto se representa, también, en el grotesco barroquismo de los uniformes fran-
ceses, engalanados con plumas rojas, con que los primeros batallones de cadetes iban
al frente, donde morían siendo fácil blanco con sus atractivos ropajes.
79
La noción cobró notoriedad con la obra de Erich Ludendorff de 1935, titula-
da La Guerra Total, editada en Argentina por Pleamar. Buenos Aires; 1964. Véase al
respecto de de Benedetti, Darío; “Ludendorff: la teoría militar entre la Kriegsideo-
logie y el Modernismo Reaccionario”.
80
Deleuze, Gilles y Guattari, Félix; Mil Mesetas, pág. 420.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 131

tura económica y cultural”.81 Esta ligazón permite calificar a muchos


de los Estados nacionales como verdaderas “sociedades de guerra”,82
caracterización apuntalada en indicadores tales como, entre otros, el
número de efectivos o la modalidad de la incorporación de tropas,
pero fundamentalmente ponderando la porción del producto bruto
interno que se dedica a gastos militares. Durante todo el siglo XX
hablar de la “guerra total” se convirtió en un lugar común para los
especialistas militares. El carácter abarcador de este tipo de conflicto
armado queda patentado, asimismo, por el arraigo social que lo acom-
pañó con una “explosión de patrioterismo” en casi todos los países
europeos, siendo éste otro factor que indica la profundidad y exten-
sión social del hecho.83
Pero lejos de ser una guerra breve, como se pronosticaba con firme
certeza antes de entablarla, al poco tiempo se reveló como una empre-
sa que estaba por fuera de las previsiones de todos sus participantes.
Los ejércitos se encaminaban a una guerra con concepciones militares
propias del siglo XIX, a pesar de que la Guerra Civil norteamericana,
para tomar un ejemplo de gran impacto militar y político, ya había
evidenciado los peligros de la incongruencia entre la guerra teórica y
las operaciones militares con el poder de fuego que otorgaba el susten-
to de la ciencia, la técnica y la industria. Igualmente la guerra de Man-
churia entre japoneses y rusos demostraba que la mayor potencia del
armamento diezmaba a las tropas si no se establecían nuevas tácticas.
Sin embargo, de estas experiencias se extraía como corolario que los
combates no podían ser prolongados y se debía volcar toda la capaci-
dad disponible en el inicio de la contienda para resolver el pleito pron-
tamente. Nadie aventuraba una guerra larga sin que colapsaran los
Estados. Los mandos militares sacaban, obviamente, lecciones equivo-
cadas. Los políticos y las burguesías pecaban de la misma limitación.
Claro que existían profecías que contrarrestaban la mirada dominante.

81
Lenin, Vladimir; “La caída de Port Arthur”, en Obras Completas, Tomo IX.
82
Verstrynge, Jorge; Una sociedad para la guerra.
83
Millán, Mariano; “A 100 años del comienzo de La Gran Guerra. Una breve
mirada panorámica del conflicto. Dossier Gran Guerra”.
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132 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

El viejo Moltke auguraba que la próxima guerra duraría 30 años y el


banquero y financista ferroviario polaco Ivan Bloch afirmó en su libro
La guerra futura (1899) que en la próxima colisión militar “todo el
mundo irá a las trincheras”.84 Antes, los millones de muertos habían
sido vaticinados por Engels en 1887, cuando arriesgó que la próxima
guerra sería “mundial de una magnitud y una violencia hasta hoy
impensables. Aventuró que de ocho a diez millones de soldados se
matarán entre sí”, condensando “la destrucción de la Guerra de los
Treinta Años comprimida en tres o cuatro años, extendida por todo el
continente”.85
La postura hegemónica, en esto coinciden todos los historiadores,
era que la próxima sería una guerra de pronta resolución. Su correla-
to, por ejemplo, significó que las reservas de municiones almacenadas
fueran pocas.86 Como afirma Murray, “la generación de la paz de la
época anterior a 1914 impidió a los generales comprender plenamen-
te las repercusiones de la criminal combinación de tecnología y servi-
cio obligatorio”.87 En poco tiempo, con las primeras balas, comenza-
ría la crisis de las doctrinas imperantes y los diseños estratégicos ancla-
dos en ellas.
Como ocurre con cada evento importante en la historia, si se toma
cada elemento en particular, siempre se encontrarán antecedentes.
Pero lo singular estuvo en la conjunción de todos ellos en un mismo
hecho. Estos elementos precedentes pueden verse en las guerras que la
preexistieron. Así, a modo de ejemplo, la táctica de posiciones, expre-
sada en las trincheras que surcaron el frente occidental en dicha con-
tienda, tuvieron una presencia trascendente en la guerra de Crimea.
Dos de las novedades tecnológicas que imprimieron su impronta a la
Gran Guerra, el submarino y la aviación, también habían actuado pre-

84
Murray, W.; “Hacia la guerra mundial”, págs. 268 y 275.
85
Engels, Friedrich; “Prefacio al folleto de Sigismund Borkheim”, citado por
Lenin, Vladimir; “Palabras proféticas”, en Obras completas, tomo 36, pág. 488.
86
Kolko, G.; El siglo de las guerras, pág. 43.
87
Murray, W.; “Hacia la guerra mundial”, págs. 254/5.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 133

viamente, en la guerra de Secesión y en la guerra ítalo-libia, respecti-


vamente. No obstante, la combinación de todos ellos –mejorados,
además, respecto de sus predecesores–, dieron a esta conflagración un
cariz peculiar, más destructivo y cruento que ninguno anterior, en la
que los muertos fueron contados por millones, y que demolió gran
parte de la capacidad productiva de cada uno de los participantes.
Tuvo, además, una indeleble huella en la estructura demográfica, lo
que incidió en los sistemas políticos, no sólo de los países participan-
tes, sino de buena parte del mundo. La extensión de los derechos polí-
ticos para las mujeres y cierta expansión de la ciudadanía son algunos
de los testimonios de las mutaciones que promocionó la lucha bélica.88
Ocurrieron, también, los primeros genocidios de la época moder-
na, aunque los mismos no tuvieron la repercusión que sí lograron
algunos de los ocasionados en la Segunda Guerra Mundial.89 Comen-
zaba así una práctica que se acentuaría a lo largo del siglo pasado.90

88
Hablamos de marcas demográficas y los cambios en el mercado de trabajo que
trajo la guerra en el primer capítulo. Sobre el tema opina Louise Black: “El factor
decisivo que arrastra a las mujeres a la guerra reside en la sustitución de los ejércitos
profesionales por los ejércitos de masas, así como en la amplitud sin precedentes de
las pérdidas humanas en los frentes. En las fábricas, en los despachos, en los campos,
en el seno de las profesiones liberales, la partida de millones de hombres hacia las trin-
cheras ha creado vacíos que sólo las mujeres pueden llenar. Por ello, la guerra no hace
sino acelerar la integración de las mujeres en la producción… En todos los países beli-
gerantes, la guerra de 1914-1918 modifica profundamente la condición femenina”.
Black, Louise; “Les femmes étrangéres dans la guerre”; en Revista Historia Magazine
20e siécle; Les femmes en guerre, pág. 657. Citado por Vidaurreta Campillo, María;
“Guerra y condición femenina en la sociedad industrial”; pág. 74. Esta autora, con-
cluye que “la guerra mundial de 1914-18, al trastornar la vida nacional de los belige-
rantes, hace penetrar a las mujeres en los dominios de los que hasta entonces habían
sido tenidas celosamente aparte; esta guerra les confía cargas consideradas hasta ese
momento como feudos inexpugnables del sexo masculino”, pág. 75.
89
Además del reconocido genocidio armenio, que le costó la vida a un millón
de personas, o quizás más, también se imputa a los turcos el genocidio sirio (1914-
1920), en el que se aniquilaron unas 250.000 personas, y el griego póntico (1914-
1919), con más de 300.000 muertos.
90
Cf. Bruneteau, Bernard; El siglo de los genocidios.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 134

134 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Cada sociedad nacional puso en evidencia sus fortalezas y debilida-


des, sus virtudes y defectos, dado que se movilizaron todos los recur-
sos en el esfuerzo de guerra. La tecnificación alemana se hizo sentir, ya
que siendo el único país de los centrales que estaba en condiciones rea-
les de enfrentar la guerra –su principal aliado, Austria-Hungría, esta-
ba sumido en un caos y su grado de integración era débil–, combatió
durante cuatro años, casi todos en un doble frente, y estuvo a poco de
ganarla. La fortaleza británica en el mar también repercutió en la gue-
rra, pues pese a la feroz campaña submarina alemana, logró, aún con
dificultades, mantener el flujo de suministros para sobrevivir en los
momentos más críticos.
La guerra tuvo dos dinámicas simultáneas y distintas, una en el
frente oriental y otra en el occidental. En este último se desplegaron
los mayores esfuerzos tecnológicos, pues los dos ejércitos más poten-
tes eran el alemán y el francés. En el frente oriental se enfrentaban, al
menos potencialmente, la incompetencia austro-húngara con el enor-
me y mal articulado ejército ruso. Este último hizo gala del espíritu
absolutista, enviando al frente a millones de campesinos sin apenas
instrucción, mal equipados,91 con una pobre logística que privilegiaba,
por ejemplo, el traslado de caballos y forrajes en los escasos trenes dis-
ponibles, antes que de tropas, las que se desplazaban a pie.92
Acorde con el desarrollo del capitalismo industrial de entonces, la
“materia prima” más utilizada fueron los hombres. Las bajas produci-
das en la guerra perdieron el carácter predominantemente personali-
zado y artesanal que tenían con la artillería de balas cilíndricas, los
fusiles de un tiro por vez y las armas blancas –bayonetas o sables– y
comenzaron a ser mayoritariamente producidas por procedimientos
industriales: obuses con metralla, ametralladoras, hundimiento de

91
Era habitual la escasez de armas y de municiones. Había soldados desarmados
que tomaban el arma de un camarada muerto, y cuando llegaban municiones, no
siempre coincidían con los diversos calibres de las armas, de modo que sólo servían
para algunas de ellas.
92
En gran medida, se repitió también aquí lo que había ocurrido en la guerra de
Crimea. Cf. Figes, Orlando; Crimea.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 135

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 135

barcos con torpedos lanzados desde submarinos, gases venenosos y, en


menor medida, por bombardeos aéreos desde dirigibles93 y aviones.
En el período 1914-1918 la guerra abrió una nueva dimensión
espacial: se pasó de la guerra en un plano, en la superficie, sea maríti-
ma o terrestre, pero en la que los combatientes se encontraban en una
situación análoga, a una guerra tridimensional, cúbica, en la que para
muchos combatientes resultaba inabordable el “arriba”, desde donde
caían las bombas, o el “abajo”, desde donde venían los torpedos de los
submarinos. Esta aguda observación es de Carl Schmitt, pese a que él
la plantea de una manera a nuestro juicio equivocada y de forma
incompleta, lo cual no le quita méritos a la profundidad de su plan-
teo.94 Esta innovación radical produjo extrañeza a propios y extraños,
es decir tanto a quienes sacaban provecho de ello como a quienes
padecían la nueva vivencia. Los submarinos inicialmente se pensaban
como una herramienta de defensa de costas y puertos, no como un

93
Las ciudades de Lieja y Amberes fueron las primeras en ser bombardeadas noc-
turnamente en 1914. En enero de 1915 bombardearon Londres. Cf. Soteras, Esteban;
“El zepelín como arma de ataque”, en De la guerra, N° 0, mayo de 2006, págs. 5/6.
94
En efecto, él hace su formulación en relación a la Segunda Guerra Mundial,
cuando claramente este fenómeno aparece en la primera, y sólo en lo que respecta a
la aviación, olvidando el terrible impacto de los submarinos. Vale la pena citarlo en
extenso: “Hoy día ya no es posible seguir aferrándose a las concepciones tradiciona-
les del espacio o imaginarse el espacio aéreo como una mera pertinencia o como un
ingrediente, sea de la tierra o del mar, lo cual equivaldría a pensar de un modo fran-
camente ingenuo desde abajo hacia arriba. Sería la perspectiva de un observador que,
desde la superficie de la tierra o del mar, mira al aire con la cabeza inclinada hacia
atrás, desde abajo hacia arriba, mientras que el bombardero que cruza el espacio
aéreo produce su tremendo efecto desde arriba hacia abajo. A pesar de todas las dife-
rencias entre la guerra terrestre y la guerra marítima, existía en estos dos tipos de
guerra un nivel común, y la lucha se desarrollaba, también en sentido espacial, en la
misma dimensión en la que los combatientes se enfrentaban sobre un plano idénti-
co. El espacio aéreo, en cambio, se convierte en una dimensión propia, un espacio
propio que, como tal, no enlaza con las superficies separadas de tierra y mar, sino
que hace caso omiso de su separación, distinguiéndose, así esencialmente en su
estructura, tan sólo por esta razón, de los espacios de los otros dos tipos de guerra”.
Schmitt, Carl; El nomos de la tierra, pág. 353.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:10 Página 136

136 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

arma de ataque, cuya utilidad fue descubierta casi incidentalmente por


los alemanes que los llevaron mar adentro. Fueron ellos quienes obtu-
vieron las mayores ventajas de esta arma, pese a que casi todas las fuer-
zas beligerantes poseían submarinos, algunas de ellas, más que la
Armada teutona cuando se inició el conflicto.95 Algo similar ocurrió
con la aviación. Pese a que ya había sido utilizada militarmente en la
conquista italiana de Libia, en 1911,96 no se le daba a esta arma carác-
ter ofensivo, siendo utilizada desde el comienzo sobre todo para reco-
nocimiento y observación de los movimientos del enemigo. Téngase
en cuenta, además, que en los inicios se les daba más importancia a los
enormes y lentos dirigibles, que a los frágiles pero veloces aviones. Sin
embargo, la acción que desplegaron éstos, más allá de las expectativas
que hubiera sobre los mismos, permitió al piloto italiano Giulio
Dohuet escribir, en 1921, es decir, poco después de terminada esta
etapa de la contienda, su influyente –hasta hoy– opúsculo El dominio
del aire, donde postula que quien tenga la supremacía aérea cuenta con
una ventaja indiscutible. Su doctrina, de un razonable optimismo
entonces, sigue vigente pese a que la experiencia demuestra que tal
ventaja es relativa. Más allá del valor que la misma pueda tener como
saber militar, resulta de innegable importancia, toda vez que formula
claramente la nueva espacialidad y anticipa, premonitoriamente,
características de la guerra que se verían con claridad en la segunda
etapa de las hostilidades.97
Pero la derrota alemana en 1918, tras un increíble desgaste de
todos los beligerantes, no culminó con un reacomodamiento geopolí-
tico estable, sino casi lo opuesto. Aunque el escenario interestatal era

95
Cf. de la Sierra, Luis; El mar en la gran guerra (1914-1918), págs. 88 ss.
96
Headrick, Daniel; El poder y el imperio. La tecnología y el imperialismo, desde
1400 hasta la actualidad, pág. 283.
97
“No hay zonas donde la vida pueda trascurrir en completa seguridad y tran-
quilidad. […] Todos los pobladores serán combatientes porque todos estarán
expuestos a la ofensiva del enemigo: no habrá división entre beligerantes y no beli-
gerantes”. Dohuet, Giulio; El dominio del aire, pág. 15. De esta manera preanuncia-
ba el flagelo que la misma sería para la población civil.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 137

novedoso en muchos aspectos, las tensiones que habían llevado a la


guerra no se habían resuelto y dos décadas después la guerra se reanu-
dó. Con esta primera parte del conflicto colapsaron las rémoras de
absolutismo que aún supervivían, con dificultades, a inicios del siglo
XX. El imperio otomano terminó de desmoronarse, tras una larga
decadencia en la que fue sostenido artificialmente por la competencia
entre las principales potencias europeas que lo usaban para contener
mutuamente la expansión, unas de otras. El Imperio Austro-húngaro
se fraccionó, dando lugar a Austria, Checoslovaquia y Hungría, ade-
más de otras pérdidas territoriales. Finalmente, el Imperio Ruso no
sólo desapareció, sino que dio lugar a la primera revolución socialista
triunfante,98 y a la aparición de nuevas unidades políticas territoriales,
o la reaparición de otras. Finlandia y Estonia surgieron el antiguo
Imperio Ruso, Letonia y Lituania, de éste y del también desaparecido
Imperio Alemán; resurgió Polonia, que había desaparecido en 1795;
Serbia y Montenegro, junto a otros territorios del desaparecido
Imperio Austro-húngaro –entre ellos Bosnia-Herzegovina, Croacia y
Eslovaquia– conformaron Yugoslavia. En Oriente Medio, grandes
territorios hasta entonces pertenecientes al Imperio Otomano se cons-
tituyeron en protectorados británicos y franceses.
Sin embargo, en el plano geopolítico, los dos hechos más signifi-
cativos fueron la aparición de la Rusia socialista (devenida Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1922, cuando se unieron a ésta las
Repúblicas Socialistas de Transcaucasia –compuesta por Georgia,
Armenia y Azerbaiyán–, Ucrania y Bielorrusia) y el cambio de actitud
de Estados Unidos, que rompió su tradicional “aislacionismo” y
comenzó a ocupar un lugar relevante en el escenario internacional.
La experiencia soviética fue un temblor político en todo el mundo.
De manera casi inmediata repercutió en Alemania, donde en 1918 la
Liga Espartaco promovió un levantamiento revolucionario, que fue

98
Alemania, en su afán por quitar a Rusia de la guerra, garantizó el regreso de
Lenin a Finlandia. La presencia del revolucionario ruso en su tierra aceleró la trans-
formación radical del régimen.
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reprimido y sus principales dirigentes asesinados. Esto fue una señal


de alarma, y de inmediato las potencias vencedoras en el primer tramo
de la guerra, Francia y Gran Bretaña, apoyaron al movimiento contra-
rrevolucionario ruso en la guerra civil que se desarrolló en dicho país.99
Rusia se encontraba asfixiada económicamente, y alentó a los grupos
revolucionarios nacionales. En Alemania, en tanto, la naciente repú-
blica, conocida por el nombre de la ciudad donde se promulgó la
Constitución, pronto se encontró acorralada por las enormes cargas
impuestas por el Tratado de Versalles como reparaciones de guerra.
En muchas mentes y corazones la monstruosidad de esta guerra
generó una “verdadera rebelión contra lo que había sucedido”.100 Resul-
taba inadmisible semejante carnicería humana que, lejos de poner en
evidencia el progreso social promovido por la industria, parecía mani-
festar un retroceso a una brutalidad propia del pasado. La guerra tam-
bién destrozó la ingenua sensación de un siglo pacífico, aquella idea
acuñada de manera generalizada luego de la guerra franco-prusiana. La
certeza esgrimida desde Saint Simon a Spencer, argumentando que
una sociedad que vive del trabajo industrial está condenada a la con-
vivencia pacífica, voló por los aires. La industria, en lugar de haber ale-
jado a la guerra, le había dado un alcance que parecía ilimitado.101
Paradójicamente, antes de la deflagración los actores que tuvieron la
máxima responsabilidad en ella “no impugnaban las reglas fijadas por
el derecho internacional”.102 Sin embargo en el transcurso de las bata-
llas todos los principios fueron vulnerados.

99
En la guerra civil las fuerzas soviéticas combinaron con eficacia la acción del
Ejército Rojo con guerrillas que actuaron en la retaguardia de los ejércitos enemigos.
Desorganizaron constantemente el abastecimiento, las comunicaciones y causaron
muchas bajas. En Siberia actuaron cerca de 90.000 partisanos en septiembre de
1919. En el Lejano Oriente, en la región de Amur operaban 25.000 guerrilleros y
hubo fuerzas considerables de este carácter en Transbaikal y en Primorie. Esta situa-
ción prefiguró parte de la forma que asumió la guerra contra la ocupación nazi.
Sokolovsky, Vladimir; Estrategia militar, pág. 169.
100
Aron, Raymond; Un siglo de guerra total, pág. 7.
101
Aron, Raymond; Un siglo de guerra total, pág. 46.
102
Traverso, Enzo; “La metamorfosis de la violencia. La guerra en el siglo XX”,
en Pérez Herranz, Fernando Miguel (ed.); La cólera de occidente, pág. 86.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 139

El acuerdo de Versalles, a la luz de la dolorosa experiencia que pro-


vocó la matanza millones de personas, creó la Sociedad de las Naciones,
impulsada por Woodrow Wilson, con la idea de arbitrar en los conflic-
tos internacionales y promover la cooperación y la paz. Hubo intentos
de estabilización, pero no alcanzaron las metas mínimas que se había
autoimpuesto, lo que la llevó finalmente a su disolución en 1946.
Como lo hace notar Danilo Zolo, en El nomos de la tierra, Carl
Schmitt afirma que el fin de la guerra marcó el agotamiento de un
orden internacional “espacializado” –el westfaliano–, y con él sucum-
bió el intento de regular la guerra asentado en la territorialidad euro-
pea. Esa organización internacional, a expensas de Estados Unidos, es
“desespacializada” pues postula un orden universal, no meramente
europeo, que para el jurista alemán reedita el clima y el ideario de
Francisco de Vitoria, expresado en la condena a las guerras de agre-
sión.103
Las “Reglas de la Haya de 1923” establecieron pautas para la gue-
rra aérea, en un debate que recreó una vieja polémica sobre su legiti-
midad que viene desde F. Lana Terzi, padre jesuita, con su obra
Pródromo donde opinaba de manera negativa sobre la posibilidad de
usar globos en los campos de batalla, sin poder imaginarse, obviamen-
te, los bombardeos sobre Londres.104 En 1928 se firmó en La Habana
una Convención de neutralidad marítima y en Londres, durante
1936, se establecieron reglas para evitar los ataques de los submarinos
a los barcos mercantes.105
Se puede decir, con cierta precaución, que la guerra no logró ins-
taurar en esta primera fase un orden social y geopolítico estable, pero
sí que acabó con el precedente, que dio lugar, justamente, a la guerra.
Esto es lo que conduce de manera lógica a postular la unidad del fenó-
meno bélico en dos fases o etapas, ya que la resultante del conflicto no

103
Zolo, Danilo; La justicia de los vencedores. De Nuremberg a Bagdad, págs.
24/7.
104
Semberoiz, Edgardo R.; Derecho Internacional de la Guerra, pág. 131.
105
Gutiérrez Posse, Hortensia; Elementos de Derecho Internacional Humanitario,
pág. 29.
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140 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

surgirá de manera nítida y sólida hasta la culminación de la segunda de


éstas. En cuanto al orden social, los países del sur de Europa seguían
con su retraso en el desarrollo capitalista, que tuvo efectos políticos, ya
que surgieron sectores de la población que pregonaron por un “salto”
evolutivo, dando lugar a fenómenos caracterizados por su intolerancia
visceral al comunismo y a los movimientos obreros y campesinos. En
la retrasada Italia apareció el movimiento fascista, amparado por la
monarquía, al tiempo que en España se desplegó de manera muy visi-
ble la tensión entre las dos alternativas que estaban históricamente dis-
ponibles en la época: en 1931 se estableció la segunda República, en el
seno de la cual se dio una disputa entre tendencias moderadas y más
radicalizadas de izquierda, con una fuerte presencia anarquista. Los sec-
tores privilegiados se agruparon en el naciente falangismo, y en 1936
comenzó la guerra civil, preludio de la segunda fase de la guerra mun-
dial. En Alemania, en tanto, que no tenía el retraso en el desarrollo de
las relaciones capitalistas de estos dos países, sino por el contrario, un
extraordinario desarrollo de las mismas, fueron las gravosas cargas
impuestas por el Tratado de Versalles las que dieron lugar a que, en
1933, el incipiente movimiento nacionalsocialista triunfara en las elec-
ciones, accediendo al Reichstag y a la Cancillería.
De este modo, a las tensiones propias del desajuste entre el desarro-
llo de las relaciones capitalistas, y las economías sustentadas en tales
relaciones, con las formas estatales, se le sumaron las tensiones políti-
co-ideológicas de postulados alternativos factibles, todo esto exacerba-
do por la crisis económica mundial que comenzó en 1929 en Estados
Unidos con el quiebre bursátil. Lo que en 1914 había comenzado
como una forma de resolución del equilibrio mundial con centro en
Europa, ahora se potenciaba en complejidad debido al ingreso de
Estados Unidos en el escenario del poder mundial, y la disputa entre
el capitalismo y el socialismo, dándose ésta en el interior de cada país,
y relanzada por la aparición de la Unión Soviética. En el extremo
Oriente, se fortalecía cada vez más el ultranacionalismo japonés, con
aspiraciones imperialistas. La nueva espacialidad cobraba existencia.
En este cuadro surgieron tres tendencias bien definidas: los movi-
mientos comunistas, articulados en la III Internacional, los de cuño
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 141

nazi-fascista, extendidos ambos por prácticamente todo el mundo, y


la reacción keynesiana para morigerar los efectos de la crisis, de la cual
surgirá el llamado “Estado de bienestar”. Esta última, sin embargo,
demandaba de tiempo para que sus resultados se hiciesen palpables,
mientras que las dos primeras pretendían resultados más o menos
inmediatos.
La Sociedad de las Naciones en su corta existencia desempeñó un
papel resolutivo en conflictos menores, pero fracasó cuando un Estado
actuaba con determinación. No pudo impedir la invasión italiana a
Abisinia (la actual Etiopía), ni la invasión japonesa a Manchuria, ni el
rearme alemán. En gran medida, la debilidad originaria de la Liga de
las Naciones fue la no incorporación de Estados Unidos a la misma.
También estaban fuera de la misma la Unión Soviética –recién fue
admitida en 1930–, debido al rechazo que generaba el comunismo,
Alemania –fue admitida en 1926, pero se retiró en 1933, con el ascen-
so nazi– y Turquía, por haber sido derrotadas en la Gran Guerra.
Japón también se desligó en 1933, debido a la condena que había
generado su agresión a China. Con prácticamente Francia y Gran
Bretaña como únicos Estados fuertes, su papel se diluyó cuando estos
países tomaron la política de tolerancia, primero frente al falangismo
español, y luego ante el expansionismo alemán.
Como afirmamos, los esfuerzos que se fueron sumando para limi-
tar la guerra no entorpecieron la continuidad de los preparativos para
seguir guerreando. Los ruegos para la paz, el derecho humanitario y las
convenciones fueron impotentes frente a la inestabilidad geopolítica,
que no hizo más que convocar nuevamente a las fuerzas militares para
resolver la situación, sin oír los reclamos éticos y morales.
La prolongación de la crisis llevo de manera inevitable a la segun-
da fase de la guerra, cuyo ensayo general se vivió en España entre los
años 1936 y 1939, que culminara con la derrota del bando republica-
no y la instauración de la dictadura de Franco que duró hasta 1975.
En 1939, y luego de haber tolerado el avance de la política anexio-
nista de Hitler, tras el ataque de las fuerzas alemanas a Polonia, sus dos
aliados, Inglaterra y Francia, declararon la guerra a Alemania. Las fuer-
zas contenidas y acrecentadas desde 1918 se liberaron. Si bien comen-
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142 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

zó en septiembre de 1939, la verdadera furia se desató en junio de


1941, con el lanzamiento de la “operación Barbarroja”, la invasión ale-
mana a la Unión Soviética, con la que formalmente tenía un pacto de
no agresión secreto. La mayor potencia destructora se concentró en el
frente oriental, en el que Alemania desplegó sus mejores unidades y su
mayor poderío militar. Si tomamos como parámetros la cantidad de
tropas empleadas por mes en esa campaña, y comparamos con la
misma dimensión en otras operaciones, el frente germano-soviético
insumió veinticuatro veces más que el frente occidental desde el desem-
barco en Normandía, que fue el segundo en intensidad en toda la gue-
rra, y cuarenta y cinco veces más que la arrolladora campaña alemana
en el frente occidental en el verano boreal de 1940.106
La guerra se expandió a casi todo el globo: se desencadenó en cua-
tro continentes (solo estuvieron exceptuados de acciones militares la
Antártida y América, pese a que varios países americanos participaron
de la lucha) y en todos los océanos, que cubren las tres cuartas partes
del globo.
La vitalidad de la ofensiva alemana hasta el año 1941, fundada en
la doctrina de la guerra relámpago (blitzkrieg), evidencia que fue esta
potencia, y no las demás, la que mejor comprendió la nueva espacia-
lidad en que se desarrollaba la guerra, abierta en la primera fase de la
misma. El papel relevante de los ataques aéreos, y de las tropas aero-
transportadas para irrumpir tras las defensas del enemigo lo demues-
tran.107 Del mismo modo que, a la inversa, la táctica defensiva que se
le oponía era bidimensional, fundada en la defensa en las fronteras,
cuyo ejemplo más acabado es la “línea Maginot”, un complejo de
fuertes principales, galerías y pequeños fortines desplegados en la fron-
tera de Francia con Alemania. Otro complejo similar, conocido como

106
Cf. Davies, Norman; Europa en guerra. 1939-1945, pág. 49.
107
Al comienzo de la guerra, en septiembre de 1939, la Luftwaffe alemana bom-
bardeó el pequeño pueblo de Frampol, de apenas 4.000 habitantes y sin importan-
cia de ninguna índole. Se lo escogió por su diagramación cuadricular, que permitió
a los técnicos alemanes mensurar con precisión el daño que ocasionaban las bom-
bas. Tras los ataques se tomaban fotografías aéreas que luego eran analizadas.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 143

“línea alpina”, se desplegaba en la frontera de Francia con Italia, y su


construcción demandó casi tres lustros (desde 1922 hasta 1936). Esta
situación no era equivalente en la guerra naval, en la que se habían
desarrollado armas y tácticas que involucraban tanto las operaciones
de superficie como las submarinas, incluido el apoyo aeronaval.108
La URSS tuvo inicialmente serias dificultades para frenar la inva-
sión de los alemanes y sus aliados. Sus fuerzas armadas formadas para
la ofensiva no pudieron consolidar la defensa por mucho tiempo y
kilómetros. Hitler pensó en una victoria relámpago en cuatro meses
con grandes concentraciones de carros de combate y un devastador
poder aéreo. Stalin movilizó a la población contra la agresión nazi a
partir de la convocatoria a la “Gran Guerra Patria”, donde a la agita-
ción del sentimiento nacional contra el invasor se sumó el rescate de
viejos héroes nacionales como Kutusov. Nos detendremos en algunos
aspectos de la defensa en el capítulo próximo, pero es menester desta-
car la paulatina comprensión del tipo de enfrentamiento que libraban
las fuerzas comunistas y la capacidad de adaptarse a las nuevas circuns-
tancias que dictaba el conflicto; la figura de Gueorgui Konstantino-
vich Zhukov y su visión de las confrontaciones fue crucial para rever-
tir la situación inicial de manera favorable, y lanzar la contraofensiva.
También fue notable la enorme capacidad de recuperación económi-
ca soviética luego del descalabro de 1941.109
Esta disonancia cognitiva por parte de los Aliados sería resuelta con
el correr de la guerra, como acabamos de observar con la URSS, y fue
acompañada con una gran movilización de la fuerza de trabajo, la
ciencia, la tecnología y la industria al servicio de los combatientes.110
Pero esta resolución implicó la ruptura de los parámetros de algu-
nas de las principales construcciones de la Modernidad, particular-

108
El primer portaaviones propiamente dicho fue construido en 1920, pese a
que se venía experimentando desde años antes con esta alternativa. Los hidroavio-
nes constituyeron una etapa de la exploración de esta alternativa.
109
Overy, Richard; Por qué ganaron los aliados, págs. 23, 47, 107/8.
110
Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; Breve historia de la
guerra moderna, pág. 73.
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144 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

mente la no diferenciación entre objetivos militares y la población no


militarizada, debida a la generalización de los bombardeos aéreos.
Davies aporta cifras de las principales ciudades europeas,111 aunque
algunas ofrecen dudas.112 No obstante, hay cantidades enormes de
muertos que es muy difícil de discernir: ¿cuántos murieron por los
bombardeos aéreos en ciudades como Leningrado o Stalingrado,
cuántos por hambre, y cuántos por la artillería, los francotiradores o
las represalias internas?, ¿cuántos murieron por las explosiones de las
bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki y cuántos por efectos de la
radiación?113 La culminación paroxística de este proceso fue el genoci-
dio de judíos, gitanos y opositores en general al régimen nazi. No fue
el único; las detonaciones atómicas pueden encuadrarse en los mismos
parámetros.
Con el final de la misma, ahora sí, se instauró un nuevo orden,
estable, que dividía al mundo en dos grandes esferas de interés, una
para cada una de las potencias vencedoras: Estados Unidos y la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas.114 Tras varios acercamientos par-
ciales, el acuerdo final se realizó en la cumbre de Yalta, cuyo conteni-
do explica la disposición geopolítica emergente tras la guerra, y cómo
algunos países con fuerte tradición anticomunista, como los países
bálticos o Polonia quedaron bajo la órbita soviética, y otros con fuer-
tes Partidos Comunistas, como Italia, Francia y Grecia, permanecie-
ron en la esfera “occidental”.
Concluida la Segunda Guerra Mundial, ante el evidente fracaso de
la Sociedad de las Naciones, se creó Naciones Unidas, cuyas bases fun-

111
Davies, Norman; op. cit., pág. 394.
112
Los 90.000 muertos en Varsovia difícilmente incluyan las decenas de miles
del gueto de esa ciudad.
113
Las diversas fuentes consultadas para todos estos casos difieren hasta tal punto
que es difícil darles credibilidad.
114
Esta resolución, no obstante, no fue evidente en un primer momento. “En
vista de lo que ocurrió a partir de 1945 […], resulta tentador suponer que la derro-
ta del Eje fue principalmente una hazaña norteamericana y rusa. Hasta los meses
finales de la guerra, sin embargo, los británicos fueron socios iguales en aquella
alianza”. Ferguson, Niall; La guerra del mundo, pág. 611.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 145

damentales se acordaron en Yalta, en la misma reunión en que los


Estados ya vislumbrados como vencedores acordaron sus “áreas de
influencia”.
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CAPÍTULO IV
La guerra en la actualidad

Las formas de guerra actual reconocen su gestación en la paradoja


de la “guerra fría”: la carrera armamentista entre las superpotencias,
basada en un desarrollo científico-técnico sin precedentes, que desple-
garon sistemas de armas capaces de destruir varias veces el planeta,
tuvo como efecto el retraimiento a formas y usos de armas simples –en
vez de los complejos sistemas desarrollados por algunas fuerzas estata-
les– en las guerras reales que ocurrieron durante dicho período. En ese
lapso germinaron las formas de guerra actualmente predominante –que
por inercia conceptual aún se siguen llamando “irregulares”, pese a
que la regularidad de un fenómeno está asociada a la frecuencia de su
ocurrencia, razón por la que debiera hablarse de la “nueva regularidad
de la guerra” y no de “guerra irregular”–, aunque su gestación recono-
ce, como es habitual en cualquier fenómeno social, prolegómenos de
distinta naturaleza. No hay acuerdo unánime sobre cuáles deben ser
considerados como antecedentes. Un trabajo clásico sobre los guerri-
lleros es, sin dudas, la Teoría del partisano, de Carl Schmitt, quien no
vacila en ubicar en la resistencia española al ejército napoleónico los
antecedente directo de la guerrilla que se expandió durante el siglo
XX.1 Sin embargo, estudiosos de dicho procesos, como Charles Esdaile,

1
“El partisano de la guerrilla española de 1808 fue el primero que se atrevió a
luchar irregularmente contra los primeros ejércitos modernos y regulares. […] Una
chispa saltó entonces desde España al norte. Allí no provocó un incendio igual al
que dio su importancia histórico-universal a la guerrilla española. Pero provocó unos
efectos cuyas consecuencias hoy, en la segunda mitad del siglo XX, llega a cambiar la
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148 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

sostienen que hay una suerte de mitología respecto a lo que fue la gue-
rrilla española.2 Como alternativa, hay quienes sitúan como referencia
la campaña árabe encabezada por Thomas Edward Lawrence –más
conocido como “Lawrence de Arabia”– durante los años 1916-1918,3
pero, aunque indudablemente se utilizaron tácticas guerrilleras, éstas
se combinaron con el uso de aviones biplanos, lo que coloca a esta
campaña en una modalidad mixta, quizás a pesar del propio
Lawrence, quien debía reportarse a los oficiales del Ejército británico
que luchaba contra los turcos,4 lo cual inscribe a la misma en el plano
táctico, dentro de una estrategia indudablemente regular, como fue-
ron las que se implementaron en la Primera Guerra Mundial.
Del mismo modo, la poco conocida pero muy exitosa campaña de
Paul von Lettow-Vorbeck, quien lideró la fuerza del África del Este Ale-
mana –el único frente en el que Alemania no fue derrotada en la
Primera Guerra Mundial– recurriendo a la guerra de guerrillas.5 Tam-
bién suele situarse como otro antecedente a las dos guerras de los
Boers (1880-1881 y 1899-1902) como un anticipo de las nuevas for-
mas de guerra, dado que los colonos holandeses recurrieron a la gue-
rra de guerrillas para enfrentarse a los británicos, y éstos utilizaron a
un gran número de combatientes irregulares para acosar a los Boers en

faz de la tierra y de la humanidad.” Schmitt, Carl; Teoría del partisano, págs. 12 y


14.
2
“En resumen, el aspecto tradicional de la guerrilla contiene una fuerte inclina-
ción hacia lo artificial, cuando no es totalmente falso”. Esdaile, Charles; España con-
tra Napoleón. Guerrillas, bandoleros y el mito del pueblo en armas (1808-1814), pág.
19. Este autor sostiene que la guerrilla española ya para 1809/10 se recompuso, en
gran parte, como parte del ejército español, mientras que otra parte, quizás la menor,
se dedicó al bandolerismo, atacando por igual a franceses y a la población civil, pues
eran “producto en primer lugar de la pobreza y los problemas sociales ocasionados
por el impacto de la guerra, la invasión y el hundimiento económico de una socie-
dad cuyos recursos eran muy escasos”. Ibídem, pág. 319.
3
Cf. Visacro, Alessandro; Guerra irregular. Terrorismo, guerrilha e movimientos de
resistência ao longo da historia, págs. 43/54.
4
Cf. Graves, Richard; Lawrence de Arabia, págs. 67/125.
5
También Lettow-Vorbeck contó con artillería; al inicio unos pequeños cañones
de 37 mm, y luego con los cañones desmontados del SMS Könisberg.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 149

la zona rural.6 Se pueden encontrar antecedentes de guerrillas en la


Edad Media, en la guerra de los Treinta Años en Alemania (1618-
1648), en los combates de los independentistas norteamericanos con-
tra las fuerzas británicas (1774-1783), como ya lo mencionamos. Hay
referencias, además, en los enfrentamientos entre jacobinos y Chouans
en la Vendée (1793-1796), en la resistencia tirolesa (1809) contra la
invasión napoleónica,7 también en Missouri en 1861 cuando las fuer-
zas del sur se organizaron en guerrillas rurales. Los francotiradores
franceses hostigando a las fuerzas prusianas en 1871 son otro hito.
Incluso la piratería, que es una guerrilla marina, data de la Antigüe-
dad; hace unos 3.000 años “el Mediterráneo oriental estaba plagado de
piratas y mercenarios reunidos en unas alianzas flexibles e inestables”.8
Beaufre y Guillen revisan el tema desde la rebelión de Espartaco y
podríamos seguir citando ejemplos cada vez más lejanos, hasta llegar
al enfrentamiento bíblico de David y Goliat.9
No es la singularidad de un hecho lo que intentamos señalar, sino
el inicio de un proceso –es decir, donde podamos encontrar una con-
catenación más o menos ininterrumpida de sucesos de similar natura-
leza–, y éste sólo comienza de manera incipiente en la Segunda Guerra

6
Esta guerra presenta el antecedente de los campos de concentración. Los bri-
tánicos, para asfixiar la resistencia Bóer, encerraron a 120.000 mujeres y niños tras
las alambradas, situación que provocó unos 20.000 muertos por hambre y enferme-
dades. Murray, Williamson A.; “La industrialización de la guerra”; en Parker,
Geoffrey (Ed.); Historia de la guerra, pág. 262.
7
Schmitt, Carl; Teoría del partisano…; págs. 11, 12 y 16.
8
Abulafia, David; El gran mar, pág. 79.
9
Schmitt, Carl; Teoría del partisano…; pág. 11. Murray, “La industrialización de
la guerra”; en Parker, Geoffrey (Ed.); Historia de la guerra, pág. 262; Aron, Ray-
mond; Pensar la Guerra; Tomo II; pág. 156. Beaufre, André; La guerra revoluciona-
ria; capítulo 1; parte 2. Guillen, Abraham; Teoría de la violencia, pág. 135;
Bonavena, Pablo y Nievas, Flabián; “La contrainsurgencia de hoy”. Sobre los ante-
cedentes de la guerra de guerrillas junto con precisas consideraciones críticas sobre
sus bondades y limitaciones, en un artículo escrito en 1965 haciendo algunas pre-
dicciones sobre la guerra en Vietnam, véase Hobsbawm, Eric; “Vietnam y la diná-
mica de la guerra de guerrillas”, en Revolucionarios.
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150 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Mundial, en la que se conjugan un conjunto de situaciones que, vere-


mos, nos conducen de manera casi directa a las nuevas formas de la
guerra.
Es en el marco de esta “guerra total” –en la que se recurrió a todos
los medios disponibles– en el que los Estados eurasiáticos apelaron, en
un contexto de extrema debilidad militar frente al poderío militar ale-
mán, a la formación de fuerzas irregulares para generar mayor fricción
en las fuerzas atacantes, sea para tornarle más costosa la invasión (en
Europa occidental), como para ralentizar su avance (caso soviético).
Casi no hay casos de resistencia organizada que no hayan tenido apoyo
estatal, con la excepción de los grupos que actuaron en el levantamien-
to de los guetos de Varsovia, que fueron aniquilados por los alemanes
con artillería y bombardeos aéreos, reduciendo toda el área a escom-
bros.10 Pero las resistencias más destacadas –la francesa, la soviética, la
polaca, la holandesa, la italiana, la griega, también parte de la yugos-
lava– contaron con algún tipo de amparo proveniente de formaciones
estatales. Fue en esta situación crítica en que el Estado delegó parte del
ejercicio legítimo de la violencia a grupos no estatales, perdiendo así,
de hecho, la pretensión a detentar el monopolio del mismo; a partir
de entonces esta nueva disposición iría profundizándose y autonomi-
zándose progresivamente en el medio siglo siguiente, aunque cada vez
más por fuera del control estatal. Por ello comenzaremos por reseñar
brevemente estas experiencias, a fin de buscar a partir de ellas no las
líneas de continuidad con el fenómeno en su actualidad, sino los ele-
mentos que culminaron en la configuración actual.

10
Sobre la organización de la resistencia en los guetos de Varsovia y, como eviden-
cia de esta situación, es muy interesante el libro de Matthew Brezezinski, El ejército de
Isaac. La resistencia judía en la Polonia ocupada, en especial el capítulo 23. También es
digna de atención la referencia sobre la manera que conseguía armas la autodefensa
judía Haganá en Palestina en el enfrentamiento con Gran Bretaña. Cf. Glass, Charles;
Desertores. Una historia silenciada de la Segunda Guerra Mundial, pág. 21.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 151

Las rupturas en la Segunda Guerra Mundial

Cuando los distintos países se vieron superados por el avance ale-


mán y sus ejércitos colapsaron, rápidamente pasaron a organizar o sos-
tener grupos clandestinos, con el objetivo de hacer más gravosa la ocu-
pación territorial mediante atentados, sabotajes, inteligencia, espionaje,
y en algunos casos, guerra de guerrillas en el sentido más tradicional.
Aunque no fue exclusividad de los comunistas, éstos desempeña-
ron un papel protagónico en estos grupos de resistencia, en gran medi-
da debido a que, conformada la Tercera Internacional, los comunistas
armaron redes clandestinas con gran capacidad operativa en casi todos
los países occidentales, las que en el momento de la guerra estaban
activas y disponibles. Pero, como dijimos, no fueron exclusivamente
los comunistas quienes alentaron esta modalidad. Lejos del comunis-
mo, Winston Churchill, fue uno de los gobernantes que más apoyó la
guerra irregular contra las fuerzas alemanas suministrando armamen-
to, alimentos y dinero a quienes enfrentaran al ocupante alemán.11
Estos entramados estaban sustentados por los propios gobiernos de
los Estados ocupados en casi la totalidad de los casos, pero no en
todos, como ocurrió con la resistencia alemana y la italiana. Un caso
notable lo constituyeron las acciones de los grupos conformados por
niños y jóvenes que resistieron al nacionalsocialismo en Alemania,
Austria, Francia (París y Niza), Italia y otros lugares de Europa como,
entre otros, los grupos llamados Los Pioneros Rojos, La Rosa Blanca,

11
“David Stafford, historiador y ex diplomático, la registra en un libro atrapan-
te: Churchill and The Secret Service (Woodstock, NewYork, The Overlook Press). La
fascinación de Winston Churchill por el espionaje y las operaciones militares no
ortodoxas nació con las experiencias vividas cuando era un joven oficial y periodis-
ta en busca de fama y excitación. En la guerra entre cubanos y españoles (1895) y
en las guerras imperiales libradas por Gran Bretaña en Afganistán, Sudán y Sudáfri-
ca, el joven Churchill aprendió a apreciar la importancia de un buen servicio de inte-
ligencia y el valor de la guerra de guerrillas. Fueron dos lecciones que nunca olvidó”.
Steiner, Zara; “Una cuestión de inteligencia”. Véase también Marini, Alberto; La
psicología al servicio de la guerra. Cómo la utilizaron las principales potencias en el
último conflicto, pág. 32.
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152 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Los Piratas de Edelweiss, La Mano Negra, Los Navajos, Los Guerrille-


ros del Monte Moquet y el Grupo Insurreccional Francés.12
Los más conocidos entre los grupos de resistencia son los maquis
franceses, sostenidos por el gobierno en el exilio en Inglaterra, al igual
que el de los polacos, pero también el caso de los griegos, los soviéti-
cos, los yugoslavos, e incluso la guerrilla de Mao Tse-tung, que aun-
que no estaba mantenida por el Estado chino, al menos contaba con
su benevolencia durante la tregua que significó la lucha contra el inva-
sor japonés.
En general se trataba de movimientos que no pretendían, al menos
en principio, más que hostigar al enemigo, atrayendo sobre sí más tro-
pas para distraerlas, de esa manera, de los distintos frentes. En algunos
casos, como el soviético, este objetivo se cumplió con un alto grado de
eficacia.13 Otros propugnaron, ya desde el inicio, la derrota del enemi-
go en su territorio, como los casos balcánico y griego. Un breve repa-
so sobre cada caso nos arrojará mayor luz sobre los mismos.
En Yugoslavia, junto a la guerra regular hubo una guerra civil,
entre los partisanos comandados por Josip Broz Tito, los ustachas cro-
atas y los chetniks serbios. Los primeros levantaron la bandera de la
tolerancia étnica, los segundos eran activos colaboracionistas de los
nazis, y los terceros eran monárquicos que alternaron entre la resisten-
cia y la colaboración con las tropas de ocupación, y contaron casi hasta

12
Faligot, Roger; Piratas de la Libertad. Grupos y ejércitos de adolescentes que com-
batieron al nazismo 1933-1945.
13
Los alemanes debieron emplear hasta 25 divisiones para tratar de neutralizar
a unos 150.000 guerrilleros soviéticos, circunstancia que debilitó el potencial mili-
tar alemán. Sobre los logros de la resistencia en la URSS véase un preciso informe
en Beaufre, André; La guerra revolucionaria, págs. 206/14. Por su parte los soviéti-
cos afirmaban que “los luchadores clandestinos y los guerrilleros soviéticos organi-
zaron más de 21.000 descarrilamientos de trenes con tropas y material de guerra del
enemigo; dañaron 1.618 locomotoras, 170.800 vagones; volaron y quemaron
12.000 puentes de carreteras y vías férreas; aniquilaron y tomaron prisioneros 1,5
millón de soldados hitlerianos, oficiales y sus cómplices locales; y suministraron
muchas informaciones valiosas al mando del Ejército Soviético”. Rzheshevski, Oleg;
La segunda guerra mundial. Mito y realidad, pág. 210.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 153

último momento con el respaldo de Gran Bretaña. Este solapamiento


entre dos guerras paralelas y simultáneas hace que muchas veces se vea
a la guerrilla de Tito como una fuerza que luchaba por la emancipación
nacional, dejando de lado los enfrentamientos intestinos. Mihailovi,
ministro de Guerra de la monarquía, exiliado en Londres, negoció el
apoyo alemán para atacar a los partisanos de Tito. El 1 de noviembre
de 1941 asaltó los cuarteles en Uzice del futuro mariscal, teniendo
como respuesta un contraataque que se aproximó hasta el cuartel gene-
ral de Mihailovi, en Ravna Gora.14 Pese a su filiación comunista, el líder
de la resistencia yugoeslava no recibió apoyo material soviético hasta
fines de 1943, después de la Conferencia de Teherán, cuando ya esta-
ba en una mejor posición interna. El grueso del esfuerzo debió sopor-
tarlo enfrentando en soledad pero con éxito a 15 divisiones, que en
1944 Hitler elevaría a 20 divisiones completas a pesar de las necesida-
des acuciantes que tenía en otros frentes, lo que sería para Tito, en gran
medida, la base de su independencia posterior.15
En el caso de los andartes griegos, el grupo mayoritario fue el
EAM/ELAS (Frente de Liberación Nacional / Ejército Popular de
Liberación Nacional), en cuya dirección participaba el comunismo
vernáculo (KKE), aunque nunca tuvo la hegemonía. Otro de los gru-
pos fue el EDES (Liga Republicana Nacional de Grecia), monárqui-
co, con apoyo de Gran Bretaña. El ELAS fue quien llevó el mayor peso
de la guerra, y debieron enfrentarse a los británicos cuando lograron
expulsar a los alemanes.16 Una parte del mismo se desmovilizó, sumán-
dose al gobierno provisional siguiendo las directivas de Moscú, pero
otra continuó resistiendo en las montañas. A fines de diciembre de

14
Gluckstein, Donny; La otra historia de la guerra mundial. Resistencia contra
imperio, pág. 41.
15
Pereyra, Daniel; Del Moncada a Chiapas. Historia de la lucha armada en Amé-
rica Latina, pág. 70. Montes de Oca, Ignacio; Ustashas. El ejército nazi de Perón y el
Vaticano, pág. 52. Véase también Tito, Josip Broz; “La experiencias de la guerra de
liberación nacional tienen enorme importancia para nuestra defensa popular”; en
Vukotic, Aleksandar; Doctrina popular yugoslava de defensa popular total.
16
Gluckstein, Donny; op. cit., págs. 51/9.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 154

154 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

1944, cuando finalmente las unidades acantonadas en Atenas entra-


ron en negociaciones para finalizar las hostilidades, aún dominaba las
tres cuartas partes del país.17 En ambos países el resultado fue el opues-
to, pero el denominador común fue la resistencia liderada por los
Partidos Comunistas y la relativa autonomía respecto de sus propios
Estados.
Pero el que tiene mayor interés por sus implicancias fue el caso
francés. Allí también se dio el fenómeno de una resistencia dual, es
decir, una organizada por el gobierno en el exilio, dependiente del
general De Gaulle, y la que se estructuró a partir del PC francés –los
Franc-Tireurs et Partisans, o maquis–, que comenzó a activarse tras la
invasión de los alemanes a la Unión Soviética. Los maquis fueron
quienes llevaron el mayor esfuerzo, a pesar de ser entre los grupos
resistentes los que recibían menos armas de parte de los Aliados; no
obstante, y aunque tuvieron 60.000 muertos, lograron liberar París.18
Pero lo fundamental de esta experiencia, a diferencia de la yugoslava,
que terminó con la constitución de un Estado socialista, y la
griega –de la que no surgió nada importante posteriormente, ya que
fueron aplastados por los británicos luego de concluida la guerra mun-
dial–, es que en la resistencia francesa participaron franceses continen-
tales y extra-continentales, fundamentalmente de Argelia, entonces
territorio francés. Los aprendizajes en acciones y organización clandes-
tinas serían acumulados, pocos años después, en la guerra de libera-
ción de Argelia contra los propios franceses.19
Un aprendizaje más directamente vinculado ocurrió en el territo-
rio de la colonia francesa de Indochina (actuales Laos, Vietnam y
Camboya). Cuando Francia fue invadida por Alemania, y en el marco
de un avance arrollador de Japón sobre Asia, el gobierno de Vichy
pactó con los japoneses mantener la administración gala, a cambio de

17
Kolko, Gabriel; El siglo de las guerras. Política, conflictos y sociedad desde 1914,
pág. 235.
18
Gluckstein, Donny; op. cit., págs. 105 y 108. Glass, Charles; Desertores. Una
historia silenciada de la Segunda Guerra Mundial.
19
Visacro, Alessandro; op. cit., págs. 135/6.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 155

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 155

permitirles establecer bases militares en esa colonia. Con la finaliza-


ción de la guerra, aunque Francia era nominalmente vencedora, su
debilidad era notable, a la vez que los nipones se habían rendido ante
los Aliados. En esas circunstancias peculiares (soldados japoneses, bri-
tánicos y franceses ocupaban Indochina) emergió el Vietminh (Viet
Nam Doc Lap Dong Minh – Liga para la Independencia de Vietnam),
hasta entonces un pequeño grupúsculo, que lideró la independencia
de la parte norte de Vietnam.
No es únicamente la aparición de formaciones irregulares lo que
encontramos como origen de las nuevas formas de guerra en la segun-
da conflagración mundial, sino que se trata de un fenómeno más pro-
fundo y abarcador: otro de los rasgos que aparecen con nitidez en ella
es el tomar a la población civil como blanco de ataques militares –este
fenómeno es relativamente usual en las guerras civiles, pero no lo era
hasta entonces en las guerras interestatales–,20 y no la mera producción
de “daños colaterales”, como se suele denominar de manera eufemís-
tica a los efectos no deseados, entre ellos, las bajas civiles. De los apro-
ximadamente 50 millones de muertos, 28 eran civiles. En su mayoría,
estas bajas fueron producidas por los cuerpos militares regulares, y pla-
nificadas por los respectivos gobiernos, rompiendo de esta manera con
una larga y laboriosa construcción de la Modernidad, que es la preser-
vación de los no combatientes de los efectos de la guerra, y que cons-
tituyó el Jus Publicum Europæum.
En los inicios de la Gran Guerra, en el transcurso de la marcha ale-
mana por Bélgica hacia Francia, el ataque a la población civil de
Lovaina presagió cómo serían las nuevas guerras del siglo que se
abría,21 pero aún era relativamente excepcional. Años después, fuera de
todo error o exceso, tal como sostiene Davies, “entre 1939 y 1945, la
población civil estuvo en primera línea”.22 Este autor llama la atención
sobre que “el Holocausto […] fue único por su concepto y ejecución

20
Cf. Waldmann, Peter y Reinares, Fernando (comps.); Sociedades en guerra
civil; también Waldmann, Peter; Guerra civil, terrorismo y anomia social.
21
McMillan, Margaret; 1914. De la paz a la guerra, págs. 20/1.
22
Davies, Norman; Europa en guerra. 1939-1945, pág. 377.
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156 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

[…]. Pero no fue excepcional, ni por su escala ni por el dolor que pro-
vocó. Se produjo en un contexto en el que también perecieron ese
número de seres humanos inocentes multiplicado por tres o cuatro
veces”.23 Esta práctica, cuyo ensayo general había hecho la Legión
Cóndor de la Luftwaffe en Guernica en 1937, se generalizó en la
Segunda Guerra Mundial, y comenzó y finalizó con la guerra misma:
en septiembre de 1939 la Luftwaffe lanzó 700 toneladas de bombas
sobre la pequeña localidad polaca de Frampol, por el único motivo de
que ésta estaba dispuesta en una cuadrícula y permitía a los expertos
medir los efectos destructivos de las bombas y así realizar los ajustes
técnicos correspondientes; culminó el 9 de agosto de 1945 con la
bomba atómica que cayó sobre Nagasaki. Entre ambos puntos del
tiempo, los civiles de todos los bandos sufrieron bombardeos sistemá-
ticos. De parte de Alemania, los londinenses tuvieron el triste privile-
gio de ser la población que inauguró, como blanco, el uso de los pri-
meros misiles: las bombas voladoras V1 y V2, lanzados desde platafor-
mas continentales.24 Por su parte, la población alemana fue víctima de
las decisiones de la Conferencia de Casablanca (14 al 24 de enero de
1943), en la que los Aliados delinearon “una estrategia militar cuyo fin
explícito [era] el de impactar, a través de los bombardeos masivos de
las ciudades, en la sociedad alemana en su conjunto”.25 El asalto sovié-
tico a Berlín provocó igualmente efectos devastadores sobre los habi-
tantes de la ciudad. Como se puede apreciar, todos los bandos incu-
rrieron en ataques a la población civil y los soportaron en las propias.
Pero no sólo sufrieron bombardeos aéreos las ciudades (Varsovia fue
una de las más afectadas,26 seguida por Berlín, Londres, Hamburgo y
Dresde); también el asedio de la aviación más la artillería, que padecie-

23
Ibídem, pág. 391.
24
Como señalamos, el ataque sobre la población civil desde el cielo se inauguró
en 1914 y en el primer ataque a Londres, en septiembre de 1915, los dirigibles ale-
manes dejaron caer sus primeras bombas provocando la muerte de 26 civiles e
hiriendo a 94. “Máquinas de Guerra”. Anónimo; Máquinas de guerra. pág. 15.
25
Traverso, Enzo; A sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945, pág. 117.
26
N. Davies da la cifra de 90.000 civiles muertos (op. cit., pág. 394), pero allí
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 157

ron particularmente las grandes ciudades rusas (ya que las pequeñas
aldeas fueron arrasadas). Leningrado sobrellevó casi dos años y medio
de asedio, lo que provocó la muerte por fuego enemigo, frío, hambre y
enfermedades, de unas 700.000 personas. En la batalla de Stalingrado,
es decir, incluyendo las aldeas aledañas a la ciudad, en las que se com-
batió, se estima que murieron alrededor de dos millones de civiles.
Por otra parte, se generalizaron los campos de concentración para
alojar civiles. Los hubo de dos tipos: los de exterminio, y los de reten-
ción. Los primeros fueron, emblemáticamente, los campos nazis. Los
campos de concentración estadounidenses fueron del otro tipo; crea-
dos por F. D. Roosevelt en febrero de 1942 cuando aprobó la Orden
ejecutiva 9066, en los que se terminó recluyendo a unas 120.000 per-
sonas (de las que 42.000 habían nacido en EE.UU. y en una enorme
porción eran niños) en campos de concentración situados en las zonas
desérticas de su territorio.27 Entre ambos, los campos de trabajos for-
zados japoneses y soviéticos.28
Aquí aparecen dos elementos relativamente anómalos, que consti-
tuirán rasgos distintivos de la forma que adquirirá la guerra en la últi-
ma parte del siglo XX y lo que va del XXI: el privilegiar blancos civiles
por sobre los militares, por un lado, y las tácticas de desgaste progresi-
vo hasta hacer colapsar a las formaciones militares estatales, por otro.29
Las batallas abiertas, en las que confrontan los aparatos bélicos de dos

no parece incluir a los 56.000 judíos masacrados tras el levantamiento del gueto de
Varsovia.
27
Itulain, Mikel; “Los olvidados campos de concentración en los Estados
Unidos de América”.
28
Los alemanes también tenían campos de trabajo forzado, pero fueron emble-
máticos los de exterminio, particularmente los de Treblinka y Auschwitz.
29
Otro fenómeno novedoso que prolifera en la Segunda Guerra y que muestra
una tendencia en expansión hasta nuestros días lo constituye la participación feme-
nina en carácter de combatiente. La ciudadela de Brest Litovsk fue defendida por un
batallón conformado por mujeres y luego, en la misma URSS, fueron ocupando
cada vez más puestos en el frente de batalla al calor del incremento de las bajas que
recibían las fuerzas defensivas soviéticas. Marini, Alberto; La psicología al servicio de
la guerra, págs. 34/5.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 158

158 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

o más Estados conformados en unidades uniformadas y distinguibles,


siguiendo cadenas de mando formales, y en las que se busca las mejo-
res condiciones para librar la batalla final –cuya culminación significa
aniquilar la capacidad militar de la fuerza contraria, resguardando
hasta donde sea posible la vida y los bienes de la población civil, en un
pretendido marco de cierta regulación jurídica–, se irán convirtiendo
progresivamente en una antigualla. La protección del civil ha queda-
do desplazada como problema.30 En gran medida esta tendencia
comenzó a gestarse en la guerra por la unificación de Vietnam, aun-
que aún no estaban allí presentes todos los atributos de la guerra
actual, pero fue ese el primer conflicto en el que claramente una pode-
rosa fuerza estatal cayó derrotada frente a una mucho más débil en los
términos militares hasta entonces convencionales. También allí la
población civil fue blanco privilegiado por las fuerzas survietnamitas y
estadounidenses, toda vez que suponían –no sin razón– que buena
parte de ella era, para usar una metáfora maoísta, “el agua en que se
mueve el pez”.31
Tales elementos son anómalos en el contexto de la guerra en su tra-
dición moderna: la largamente construida distinción entre combatien-
te (a quien es lícito matar bajo determinadas reglas y circunstancias)32
y no combatiente, que es uno de los pilares de la regulación de la ges-
tión de la violencia en la Modernidad.33 De acuerdo a estas reglas, la
población civil, como tal, no puede ser blanco legítimo de agresión; y

30
Morgades, Silvia; “La protección de las víctimas de los conflictos armados”; en
García, Caterina y Rodrigo, Angel (eds.); La seguridad contemporánea. Nuevos des-
afíos, amenazas y conflictos armados, capítulo IX.
31
A esto obedeció, entre otras medidas, el intento de adopción de “aldeas estra-
tégicas”, en las que eran reubicados campesinos dentro de un perímetro definido,
con estricto control de sus desplazamientos y de sus alimentos, para evitar que die-
sen protección o vituallas a los miembros del Vietcong.
32
No, por ejemplo, siendo prisionero o estando impedido en el campo de bata-
lla, lo que constituyen crímenes de guerra.
33
Recordemos el conflicto que generaron la aparición de los francotiradores en
el siglo XIX.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 159

los civiles, individualmente, sólo pueden serlo en la medida que aten-


ten contra el orden legal, cometiendo actos tipificados como delitos.
Esta salvaguarda constituye la base misma de la legitimidad estatal
moderna, cuya potencia ideológica descansa en la paz. La promesa de
pacificación es el núcleo central de la argumentación moderna, ya sea
la contractualista o la mercantilista,34 pero también Weber reconoce la
legitimidad del orden como posible sólo en un ámbito pacificado.
Además de estas acciones estatales, y concomitantes en el efecto cau-
sado, tenemos por otro lado la aparición sostenida de agentes no esta-
tales de la guerra, que son movimientos no especializados en la violen-
cia, pero que la ejercen con vistas a lograr un objetivo político. Se
refuerzan así dos situaciones anómalas: el Estado no resguarda a la
población civil, sino que la toma como blanco, y no se enfrenta con
otro Estado, sino con formaciones no estatales que niegan con su exis-
tencia la pretensión del monopolio de la violencia legítima por parte
del Estado; claramente se trata de fuerzas no estatales, pero legíti-
mas –esta es una condición sine qua non para la existencia de fuerzas
partisanas–, lo cual genera una dualidad que resulta incompatible con
el diseño del Estado-nación. De modo que estas dos cuestiones cen-
trales en la organización del Estado moderno, el Estado-nación, que-
dan disueltas en esta fase histórica. Y si lo destacamos es porque no se
trata de algo episódico, sino de los prolegómenos de una tendencia
que se iría acentuando en el tiempo de manera acelerada, particular-
mente después de la “guerra fría”, es decir, en la última década del siglo
pasado.
Un tercer elemento, que tratamos por separado porque no tuvo
desde el inicio el significado que fue adquiriendo en la medida en que
se desarrolló la nueva forma de la guerra, pero que apareció también
con la segunda conflagración mundial, fue la creación de oficinas esta-
bles de inteligencia en las Fuerzas Armadas de las diversas potencias.

34
Es muy evidente en el pensamiento de Thomas Hobbes que el estado de natu-
raleza es el de guerra; mientras que en el de Adam Smith e Immanuel Kant el desarro-
llo de las relaciones comerciales conspira contra la guerra y, por lo tanto, afianza la paz.
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160 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Si bien el espionaje es inmemorial,35 no se trataba ahora únicamente


de espiar las actividades del enemigo, sino de generar informaciones y
propaganda, es decir, de tener una actuación efectiva sobre el curso de
las acciones. La inteligencia –y la contrainteligencia– tiene como fines
generar información sobre el contendiente, arreglar contrainforma-
ción propia para el enemigo, crear propaganda para animar al bando
propio, y diseñar propaganda para desanimar al bando contrario. La
base de la acción psicológica en la guerra, como en todo tipo de acción
militar, es la información.36 La importancia y la dificultad que conlle-
va la misma ya era reconocida por Clausewitz, quien advertía que “una
gran parte de la información que se recibe en la guerra es contradicto-
ria, una parte aún mayor es falsa y con mucho la mayor está sometida
a bastante incertidumbre”.37
La inteligencia y la contrainteligencia conforman la parte de infor-
mación, y la contrainformación la parte de la “guerra psicológica”.
Sobre esta última, Ramón Carrillo señala que “el objetivo primo de la
guerra psicológica es crear, en el o los adversarios, un clima mental,
una serie de sentimientos que, conduciéndolos por las sucesivas etapas
del miedo, del pánico, de la desorientación, del pesimismo, de la tris-
teza, del desaliento, en fin, los lleve a la derrota. Y viceversa, crear en
el medio propio un clima neutralizador de esos sentimientos. El clima
de la rabia, con todos sus matices. En una palabra: un clima de derro-
ta y otro de victoria, de donde tenemos los dos aspectos de la guerra
psicológica: el ofensivo y el defensivo, que por la parte contraria debi-
lita al adversario y por la propia lo exalta”.38 La guerra psicológica se
fundamenta en la propaganda –el término propaganda deriva de una
sección del Vaticano que tenía como meta propagar la fe–. Para

35
Ya Sun Tzú, hace unos 2.500 años, dedicaba el último apartado de su obra El
arte de la guerra a los agentes secretos.
36
Poli, Jorge Heriberto; Acción psicológica. Arma de paz y guerra, pág. 27.
37
Clausewitz, Carl von; De la guerra, pág. 69.
38
Carrillo, Ramón; “La guerra psicológica”, en Electroneurobiología, vol. 2, N°
2, pág. 6.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 161

muchos especialistas la propaganda es sinónimo de acción psicológi-


ca.39
En la Segunda Guerra Mundial fue cuando se comenzó a utilizar
de manera sistemática como forma de influir en la voluntad del ene-
migo y la del propio pueblo, aunque fue en la Gran Guerra cuando la
guerra psicológica pasó de ser un recurso incidental a un “arma” prin-
cipal. Allí la propaganda se transformó en una actividad sistemática,
especialmente con el ingreso de Estados Unidos en la guerra;40 otro
antecedente importante lo encontramos en la guerra de liberación
norteamericana contra Gran Bretaña,41 pero en ninguno de ambos
casos se había encarado de manera profesional, con agencias específi-
cas para tal fin.
Al abordar este tema inmediatamente surge la imagen de Josef
Goebbels, quien usó intensivamente la propaganda, aunque de una
manera que hoy nos resulta casi ingenua.42 Fueron las emisiones del
británico Sefton Delmer las que se constituyeron en el modelo de pro-
paganda que vertebra la guerra psicológica. “El objetivo era socavar
subrepticiamente a Hitler no oponiéndose a él, sino fingiendo apoyar-
lo. Había que debilitar la máquina de guerra alemana no ganando a
los alemanes para el bando aliado, sino poniendo a los alemanes con-

39
Linebarger, Paul; Guerra psicológica, pág. 120.
40
Quintero Pizarroso, Alejandro; Nuevas guerras, vieja propaganda (de Vietnam
a Irak), págs. 49 y 51. “En la guerra 1914/18 los folletos aliados incidieron notable-
mente en la moral alemana contribuyendo a su desorganización (Memorias de Hin-
denburg y de Lüdendorff )”. Marini, Alberto; La psicología al servicio de la guerra,
pág. 53.
41
Poli, Jorge Heriberto; Acción psicológica. Arma de paz y guerra, pág. 57.
Linebarger, Paul; Guerra psicológica; págs. 54 y 84.
42
El 17 de diciembre de 1939, por ejemplo, escribía que había dado “instruc-
ciones para que los estadistas enemigos no sean dibujados como figuras cómicas sino
como tiranos crueles y vengativos.” Gobbels, Josef; Diarios. 1939-41, pág. 97. Su
obsesión por la propaganda –no exenta de cierta candidez– lo llevó a realizar regis-
tros que luego fueron pruebas de los crímenes nazis. Sobre la estructura de propa-
ganda alemana nazi véase Poli, Jorge Heriberto; Acción psicológica. Arma de paz y
guerra, pág. 182 y Anexo 8.
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162 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

tra sus propios compatriotas […] a los oyentes se les ofrecerían los
motivos patrióticos para hacer lo que querían hacer desde el principio
por su propio interés, pero que no se atrevían”.43 Se descubría así la
médula de una actividad que evolucionaría en dos ámbitos, aunque
siempre cercana en sus técnicas e incluso en muchos de los profesiona-
les que la desarrollan: los departamentos de inteligencia de los Estados
y sus Fuerzas Armadas, por una parte, y el marketing por otra. Ambos
indagan las profundidades de la mente humana, asumiendo que “es
peligroso suponer que la gente se comporta de manera racional”.44
Estados Unidos, el país que tenía mayor rezago en este aspecto, en
parte por su doctrina aislacionista que mantuvo hasta la primera
mitad del siglo pasado, creó la Oficina de Servicios Estratégicos
(OSS) durante el último tramo de la presidencia de Roosevelt, que
luego de la rendición alemana, pasó a ser la Unidad de Servicios
Estratégicos (SSU), lo que finalmente devino en la Agencia Central
de Inteligencia (CIA).45 Esta agencia sería el vehículo, en la segunda
mitad del siglo XX, de los mayores esfuerzos por injerir en asuntos
externos de manera relativamente solapada.46 Pero es necesario volver
a los jalones de las transformaciones bélicas antes de volver a tocar los
temas de inteligencia.

La guerra de Vietnam

Cuando las tropas británicas se retiraron de Indochina, seis meses


después de que se proclamara la República Democrática de Vietnam,
dejaron a las fuerzas francesas el control del territorio al sur del paralelo

43
Newcourt-Nowodworski, Stanley; La propaganda negra en la Segunda Guerra
Mundial, pág. 119.
44
Packard, Vance; Las formas ocultas de la propaganda, pág. 22.
45
Sobre el tema, véase de Quintero Pizarroso, Alejandro; Nuevas guerras, vieja
propaganda (de Vietnam a Irak), pág. 53.
46
Para una historia somera de tales intervenciones véase Winer, Tim; Legado de
cenizas: historia de la CIA.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 163

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 163

16, para que éstas intentaran reconquistar la parte norte del país. Las
fuerzas del Vietminh se dispersaron en las áreas rurales, en una típica
estrategia maoísta de guerra de guerrillas. Esto llevó a que las tropas
francesas se concentraran en las grandes áreas urbanas, quedando a la
defensiva. Las fuerzas al mando de Vo Nguyen Giap se establecieron
al norte del río Rojo (en cuya ribera se encuentra Hanoi), y los fran-
ceses evacuaron los puestos militares, concentrándose en el área cen-
tral y sur de Vietnam. La guerra, que comenzó en 1946, se prolongó
hasta 1954. La fase decisiva estuvo precedida por la “operación
Castor”. Luego de una derrota de las fuerzas del Vietminh, que le
costó miles de muertos, las fuerzas francesas decidieron hacerse fuer-
tes y escogieron la aldea de Dien Bien Phu, situada en un valle y rode-
ada por montañas selváticas, con la seguridad de que el vapuleado ene-
migo no tenía forma de aproximarse allí, y desde donde asestar golpes
en la retaguardia de los vietnamitas. Construyeron una fortaleza con-
siderada inexpugnable.47 Sin embargo, el Vietminh, luego de un
esfuerzo logístico enorme,48 logró tomar por sorpresa a los franceses con
fuego de artillería y una gran movilidad, anulando la capacidad de abas-
tecimiento aéreo, hasta que, después de 57 días la guarnición se rindió,
y al día siguiente comenzó la Conferencia de Ginebra entre ambas fuer-
zas, que condujo al reconocimiento por parte de Francia de la indepen-
dencia de Vietnam del Norte.49 Una fuerza de menor cuantía militar

47
“El campo fortificado de Dien Bien Phu disponía de fuerzas bastante podero-
sas: 17 batallones de infantería, 3 grupos de artillería, y además las unidades de inge-
nieros, los tanques, la aviación, transporte, etc… en su mayor parte, las unidades
más aguerridas del Cuerpo Expedicionario Francés de Indochina”. Vo Nguyen Giap;
Guerra del pueblo. Ejército del pueblo, pág. 149.
48
“Nuestros combatientes abrieron centenares de kilómetros de trincheras, en
una magnífica red que resolvió el problema de nuestro despliegue en el mismo valle
y facilitó los movimientos bajo el martilleo de la artillería y los bombardeos de
napalm. Pero no bastaba atenuar los efectos de la artillería enemiga: teníamos tam-
bién que aumentar nuestra propia potencia de fuego. Nuestros combatientes abrie-
ron nuevos caminos en los flancos de las montañas para llevar la artillería hasta las
proximidades de Dien Bien Phu. Allí donde fue imposible abrir caminos, arrastra-
ron los cañones con la sola fuerza de sus brazos”. Vo Nguyen Giap; op. cit., pág. 151.
49
Visacro, Alessandro; op. cit., págs. 107/9.
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164 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

había derrotado a un ejército poderoso, “[…] el Coronel William F.


Long declaró doce años después de la derrota, «Dien Bien Phu […] se
ha convertido en acrónimo para la derrota de Occidente en manos del
Este […]»”.50 Algo había cambiado, y uno de sus protagonistas lo supo
entender: “[…] en Indochina, a pesar de contar con marcada superio-
ridad material y tropas, fuimos derrotados”.51 Eso lo llevó a concluir
que “una condición sine qua non de la victoria en la guerra moderna
es el apoyo de la población. […] Si ese apoyo no existe, debe buscar-
se por todos los medios posibles, siendo el más efectivo de todos el
terrorismo”.52
Por ello, aunque habitualmente la referencia a la guerra de Vietnam
suele indicar la segunda de las mismas, libradas entre el Vietcong y
Vietnam del Norte contra Vietnam del Sur y Estados Unidos (1964-
1975), para nuestros propósitos analíticos ésta primera tiene mayor
importancia, y debe ser empalmada con la guerra de Argelia, siguien-
do la elaboración que los franceses hicieron de esta nueva modalidad.
En la segunda guerra de Vietnam, los vietnamitas combinaron las
modalidades maoístas con tácticas regulares que empleó el ejército nor-
vietnamita. No es que no haya habido absolutamente ninguna innova-
ción, pero las mismas palidecen frente a lo que significó la lucha por la
independencia de Argelia, con el empleo de las lecciones aprendidas en
Indochina por parte de los franceses, que fueron replicadas en Vietnam
por los estadounidenses asesorados por los franceses, justamente.53 Por

50
Bloomer, Harry; “An Analysis of the French Defeat at Dien Bien Phu”.
51
Trinquier, Roger; La guerra moderna, pág. 19.
52
Trinquier, Roger; op. cit., pág. 24.
53
Según Carl Bernard, coronel de las Fuerzas Especiales estadounidenses, fue el
general francés Paul Aussaresses quien les “hizo comprender que nuestro modelo
militar estaba completamente perimido y que no era con tanques, artillería pesada
o aviones de combate como se ganaría la guerra de Vietnam, que todo eso no era
más que una pérdida de tiempo, energía y dinero […]. Nos explicó que en la gue-
rra revolucionaria el enemigo es la población y que para ganar hay que tener un buen
servicio de información, capaz de identificar y después destruir la infraestructura
política y administrativa del adversario”. Robin, Marie-Monique; Escuadrones de la
muerte. La escuela francesa, pág. 332.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 165

esa razón, aunque haya tenido un fuerte impacto político, desde el


punto de vista de las innovaciones militares, es poco lo que ha aporta-
do esta guerra.
La primera conclusión es que, si no se consigue el apoyo espontá-
neo de la población, se debe recurrir al terrorismo. Pero exponer las
atrocidades represivas muchas veces genera más resistencia; el recurso
de poner en evidencia la crueldad aplicada sobre la población que apo-
yaba los destacamentos militares resistentes de carácter irregular fue
utilizado por los alemanes en los territorios ocupados en la Segunda
Guerra, pero su eficacia fue limitada.54
Luego de hacer balances, el punto más visible al que se arribará es
al terrorismo de Estado. En él se condensan las tácticas que, por bru-
tales, y especialmente fuera de una situación de pueblo ocupado,
deben realizarse con el mayor ocultamiento posible. Pero ¿es el terro-
rismo de Estado una forma de guerra? Volvamos a Trinquier: “Desde
que terminó la segunda guerra mundial una nueva forma de guerra ha
sido creada. […] Eso de que el enemigo sea aniquilado después de una
o más batallas es cosa del pasado”.55 No se trata de un cambio estraté-
gico, sino de algo más profundo, que afecta las bases mismas de la
estrategia.

Los cambios fundamentales

El concepto de estrategia varió con el tiempo.56 En la guerra pre-


moderna indicaba, según la concepción que acuñó von Bülow, las

54
Ante la efectividad de las guerrillas comandadas por Tito, Hitler ordenó en
1944 que asesinaran de 20 a 100 yugoeslavos por cada soldado alemán muerto. La
medida no amedrentó a los partisanos y, por el contrario, aumentó el número de
acciones contra los alemanes. También favoreció el reclutamiento de guerrilleros,
incluso de croatas y cerca de 4.000 soldados italianos que se pasaron de bando.
Montes de Oca, Ignacio; Ustashas. El ejército nazi de Perón y el Vaticano, págs. 52 y 55.
55
Trinquier, Roger; op. cit., pág. 22.
56
El término estrategia “deriva indirectamente del término griego strategos
(general), que no tiene la connotación actual, ya que el equivalente griego de nues-
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166 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

maniobras que se realizaban por fuera de la vista del enemigo, mien-


tras que la táctica era, por el contrario, el movimiento que podía ser
visto por el enemigo. Se trataba simplemente de una cuestión espa-
cial.57 Con Clausewitz el mismo se complejiza: “La estrategia es el uso
del combate para los fines de la guerra”,58 es decir, el arte de combinar
las acciones en función de la finalidad, que es la batalla decisiva, en la
que se logra desarticular la capacidad del enemigo de seguir comba-
tiendo. La táctica, por su parte, es cada uno de los encuentros indivi-
duales, cuya totalidad debe inscribirse en la estrategia delineada. Ya en
el siglo XX, Mao Tse Tung incorporó una nueva dimensión, que deno-
minó la “ciencia de la campaña”,59 un concepto articulador de la estra-
tegia con la táctica, que posteriormente se popularizó como “estrate-
gia operacional”.

tra «estrategia» hubiera sido strategike episteme (conocimiento de los generales) o


strategon sophia (sabiduría de los generales). Analogías como strategicos, como en
el título de la obra de Onosander, o el muy posterior strategikon (de Mauricio), tie-
nen una connotación didáctica. Por otra parte, strategemata (Strategematon es el
título griego del trabajo en latín de Frontino) describe una compilación de stratege-
ma, precisamente «estratagemas» o ardides de guerra. Mucho más comúnmente
usado por los griegos, a partir de Eneas en el siglo IV a.C. hasta Leo en el siglo VII
d.C. y más adelante, fue taktike techne, que describe todo un cuerpo del conoci-
miento sobre conducción de la guerra, como abastecimientos, diplomacia menor,
técnicas y tácticas propiamente dichas. Taktike techne, o más bien su traducción
latina ars bellica, reapareció en 1518, siendo usado por Maquiavelo como «arte della
guerra» en Los discursos sobre Tito Livio (quien en realidad empleaba ese término) y
más tarde en el título de su Arte de la guerra”. Luttwak, Edward; Estrategia. La lógi-
ca de guerra y paz, págs. 235/6. El término estrategia no se usó durante la Edad
Media, en que la conducción de la guerra se denominaba “L’Art de Chevalerie”,
siendo retomado durante el siglo XVIII. Van Creveld, Martin; La transformación de
la guerra, págs. 137/8.
57
Pese a que se trata de una noción superada, aún persiste en el léxico militar.
Así, los misiles transcontinentales son conocidos como “estratégicos”, mientras que
a los de menor alcance se los denomina “misiles tácticos”.
58
Clausewitz, Carl von; De la guerra, pág. 139. Tomamos aquí la definición más
tradicional, aunque hay quienes incluyen en la esfera de la estrategia la preparación
para la guerra.
59
“La ciencia militar china está constituida por la estrategia, la ciencia de las
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 167

En todos los casos hace referencia al desplazamiento espacio-tem-


poral de una fuerza en función de la planeada batalla final. Dada esta
concepción, se desprenden naturalmente de ella nociones elementales
de sustantiva importancia tales como las de “frente”, “retaguardia”,
“flancos” y “líneas de abastecimiento”, entre otros. En el frente se con-
centra el poder de fuego, en la retaguardia opera la logística, los flancos
son los espacios de maniobra y contramaniobra con que se cuenta, y las
líneas de abastecimiento son el cordón umbilical para la avanzada.
A partir de la guerra de Indochina estos conceptos comenzaron a
quedar obsoletos, pero no por una elaboración intelectual superadora,
sino por la práctica diferencial que comenzó a realizarse en dicha con-
tienda. El coronel Charles Lacheroy, quien actuó en esa guerra, expli-
caba –con cierta desesperación– que “de día conseguíamos controlar
la situación, más o menos bien; pero cuando caía la noche, a pesar de
nuestros centinelas, de nuestras patrullas y de nuestras emboscadas, el
Viet merodeaba y llevaba a cabo sus funciones […] No había frentes
ni fronteras para proteger nuestras vidas, nuestros planes, ni siquiera
nuestras intenciones”.60 El espacio, tal como era conocido, se difumi-
na: es uno de día y otro distinto por la noche. Es decir que el espacio
varía con el tiempo. No hay frente ni retaguardia, no hay tampoco, en
consecuencia, flancos. Los soldados norteamericanos desconocían
dónde se situaba la línea del frente: “No existe campo de batalla pro-
piamente dicho y no se llega al gran enfrentamiento para dirimir la
superioridad por medio de las armas. La lucha está en todas partes y
en todos los momentos, objetivando con ello una nueva presencia del
tiempo y como consecuencia inmediata la destrucción del espacio

campañas y la táctica. La primera trata de las leyes de la dirección de la guerra en su


conjunto; la segunda, de las leyes que rigen las campañas y que se aplican en la direc-
ción de las mismas; y la tercera, de las leyes que rigen los combates y que se aplican
en la dirección de éstos”. Mao Tse Tung, “Problemas estratégicos de la guerra revo-
lucionaria de China”, en Obras escogidas, tomo I, pág. 198, n. 1. Este escrito es de
1936.
60
Lacheroy, Charles; “Action Vietminh et communiste en Indochine, ou une
leçon de guerre revolutionnaire”, conferencia del 25 de abril de 1995, citada por
Robin, Marie-Monique; op. cit., págs. 36/7.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 168

168 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

[…]”.61 Esto inhabilita los planteamientos estratégicos en los térmi-


nos hasta entonces corrientes.
En las ciudades estos problemas se amplifican, y dado que las gue-
rras actuales se libran principalmente en espacios urbanos, la inclusión
de armamentos pesados, por ejemplo, pierde eficacia. La trama urba-
na condiciona el tipo de tácticas utilizables, más semejantes a las tra-
dicionalmente policiales que a las consideradas típicamente militares.
Esta variación actúa, también, como ratificación de la población civil
como blanco privilegiado de las acciones. Esta novedad aparece plena-
mente desarrollada por primera vez en la guerra de Argelia.

La guerra de Argelia

Inmediatamente culminada la guerra de Indochina, comenzó el


movimiento independentista en Argelia (1954-1962). Allí se confor-
mó el Frente de Liberación Nacional (FLN), cuyo brazo armado era
el Ejército de Liberación Nacional. “El FLN, siguiendo el ejemplo de
la resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial, se organizó en
maquis denominados Wilayas. Cada wilaya, en un total de seis, cons-
tituía una especie de comando territorial, organizado en compañías de
guerrilla clandestina llamadas katiba. Cada katiba poseía cerca de
ciento cincuenta hombres”.62 El conflicto comenzó a fines de 1954, y
rápidamente el FLN creció en hombres y capacidad operativa. Tuvo la
habilidad, incluso, de llevar el enfrentamiento del ámbito rural a la
ciudad (la Casbah).63 En el término de dos años pasó de un pequeño
grupo a una fuerza significativa, que empleó terrorismo en forma
metódica, con la convicción de que “la violencia del colonizado […]

61
Marini, Alberto; Estrategia sin tiempo. La guerra subversiva y revolucionaria,
pág. 174. Courmont, Barthélémy; La guerra: una introducción, pág. 103.
62
Visacro, Alessandro; op. cit., págs. 135/6.
63
Pinto Cebrian, Fernando; Los conflictos bélicos y el fenómeno urbano. El factor
militar, pág. 180.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 169

unifica al pueblo”, y que, “en el plano de los individuos, la violencia


desintoxica”.64 Significativamente, el terrorismo no unificó a los fran-
ceses en su contra. Muchos intelectuales de gran renombre, entendie-
ron que éste era la forma desesperada de la lucha por la liberación, y
no una práctica antihumana.65
El terrorismo del FLN fue correspondido por el terrorismo del
ejército francés, en particular del cuerpo de paracaidistas. Allí aplica-
ron las lecciones aprendidas en Indochina, y pusieron en práctica téc-
nicas de terrorismo de Estado.66 Partieron de una serie de supuestos:
a) que las formas habituales de librar una guerra son inadecuadas e
ineficaces frente al terrorismo; b) que el terrorista es un cuadro políti-
co irreductible en sus convicciones; c) que la forma de combatir orga-
nizaciones clandestinas es hacerlo clandestinamente; d) que no hay
posibilidad de llegar a ningún tipo de entendimiento con el enemigo,
es decir, que no se puede plantear ningún tipo de tregua ni acuerdo
transitorio; e) que lo vital, en un ámbito de clandestinidad, es la infor-
mación; y f) que la misma sólo se puede obtener bajo tortura.67
Con este esquema contrainsurgente, basado en el terrorismo y la
tortura, las fuerzas francesas enfrentaron a los argelinos del FLN/ELN.
Si bien “el torturar a las personas producía buenos resultados a corto
plazo […], desde el punto de vista COIN [contrainsurgente], no fue
estratégicamente eficiente”.68 Esto expresa, de manera muy sintética, el
cuadro final del conflicto, que suele generar dificultades para su com-
prensión: el ejército francés logró desarticular al ELN, anulando la

64
Fanon, Frantz; Los condenados de la tierra, pág. 86.
65
El libro de Frantz Fanon fue prologado por Jean-Paul Sartre, entonces el más
importante filósofo galo.
66
“El terrorismo […] es un arma de guerra que no puede ser por más tiempo
ignorada, y mucho menos menospreciada”. Trinquier, Roger; op. cit., pág. 32.
67
“Ningún abogado está presente cuando se efectúa este interrogatorio. Si el pri-
sionero ofrece rápidamente la información que se le pide, el examen termina ense-
guida. Pero si esta información no se produce de inmediato, sus adversarios se ven
forzados a obtenerla empleando cualquier medio”. Trinquier, Roger; op. cit., pág. 37.
68
François, Philippe; “Contrainsurgencia en Argelia: un punto de vista francés”,
pág. 71.
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170 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

capacidad operativa del FLN, y sin embargo perdieron la guerra y


debieron retirarse de Argelia. Retomando la vieja reflexión de Clause-
witz, de que la guerra es la continuación de la política por otros
medios, lo que se observa es que la misma, en este caso, perdió de vista
el objetivo político, cegada por la presión de la victoria militar. Los
franceses supusieron que la irregularidad en el accionar militar plante-
ado por la insurgencia debido a la asimetría de fuerzas se debía enfren-
tar con irregularidad, descuidando el aspecto sustancial de que el
Estado es un aparato administrativo-político-militar que descansa en
la legitimidad, es decir, en una serie de supuestos impensados, uno de
los cuales es el respeto y apego a la normativa jurídica. La aplicación
de tácticas contrainsurgentes (detenciones masivas, allanamientos de
domicilios, aplicación de tormentos, ejecuciones sumarias) corroyó
dicha legitimidad, no sólo ante los argelinos, sino frente a los propios
franceses –que es lo que explica la oposición de los principales intelec-
tuales y del Partido Comunista Francés–.69
Estas experiencias no se circunscribieron a Argelia. Los militares
franceses las diseminaron por el mundo occidental. Ya en Argentina
estuvieron impartiendo cursos de contrainsurgencia desde el año 1958,
y luego también en Estados Unidos, a principios de la década del ’60.
Estas formas de terrorismo de Estado se desplegaron, sobre todo, en
América Latina en la década del ’70, pero con innovaciones. Se expan-
dió una forma que había tenido su primer experimento en la Segunda
Guerra Mundial, con las “Directivas para la persecución de las infrac-
ciones cometidas contra el Reich o las Fuerzas de Ocupación en los
Territorios Ocupados”, conocidas con el nombre de Decreto “Noche y
niebla”, secreto, que indicaba –según la reconstrucción efectuada en el
juicio de Núremberg– que las personas apresadas, sobre las que había
seguridad de que eran miembros de grupos de resistencia, debían ser
ejecutadas, y cuando se tratara de opositores, pero sin que hubiesen rea-
lizado actos de sabotaje o ataques a tropas alemanas, debían ser lleva-

69
“La urgencia de la situación inclinó a las fuerzas armadas, bajo el mando de
Massu, a asumir tareas de imposición de la ley […] provocando que la opinión
pública se volcara contra los franceses”. François, Philippe; op. cit., pág. 67.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 171

dos secretamente a Alemania, perderse entre “la noche y la niebla”,


pues no se daba información sobre ellos a nadie, ni siquiera a las auto-
ridades alemanas.70 Esta figura, en el marco de la contrainsurgencia,
fue la del “detenido-desaparecido”, con lo que se buscaba infundir
terror entre la población civil, conminándola a la inacción y la acep-
tación pasiva de la situación política de cada uno de los países en los
que se aplicaba.

En América Latina

Esta práctica se concentró con mayor fuerza en América Central


(Guatemala, Honduras), y en algunos países de la región andina
(Perú)71 y del cono sur (Argentina). En tanto vulneraba todo marco
jurídico, se la mantuvo lo más oculta posible; y aun cuando se tenía
algún conocimiento sobre las mismas, tal conocimiento era impreciso
o fragmentario, y nunca reconocido oficialmente.72 La política oficial
era la negación o alegato de desconocimiento de tales situaciones, lo
que traza el límite político que tenían para llevarla a cabo. Este límite
indicaba que no sólo se vulneraba la legalidad, sino también que tales
prácticas eran ilegítimas, es decir, que podían ser moralmente resisti-
das por el grueso de la población y de los gobiernos. Resulta ilustrati-
vo en tal sentido el episodio de cuestionamiento realizado por el
expresidente de facto Agustín Lanusse a la Junta Militar que se hizo
cargo del gobierno en la Argentina a partir de marzo de 1976; Lanusse

70
Véase de Bonavena, P. y Nievas, F.; “La contrainsurgencia de hoy”.
71
4414 casos, según la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, tomo 6, pág. 74.
72
En Argentina los primeros datos sobre estas políticas fueron difundidos a tra-
vés de ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina), de manera artesanal, por el
periodista Rodolfo Walsh. Un país cuya consideración en general se soslaya desde
esta problemática es Haití. Según la Federación Latinoamericana de Asociaciones de
Familiares de Detenidos-Desaparecidos en Haití, con la instalación de la dictadura
de Duvalier se registraron cerca de 12.000 casos. Citado por Sohr, Raúl; El mundo
y sus guerras, pág. 121
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172 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

avalaba la represión a la “subversión”, pero rechazaba el formato clan-


destino e ilegal de los procedimientos. Esta crítica lo llevó a cumplir
una sanción con prisión en 1977.73 Es que la clandestinidad resultaba
esencial por al menos tres cuestiones: una es la ya apuntada de la
inaceptabilidad de los niveles de la misma; la segunda es que en el sola-
pamiento se podían aplicar tormentos que son inherentes a este tipo
de represión, y la tercera es que se generaba incertidumbre en el resto
de la población, tanto la políticamente activa, a quienes les planteaba
enormes dificultades en su acción, como a los políticamente pasivos,
a los que les generaba mayor pasividad y reluctancia a cualquier com-
promiso. La tecnología de la desaparición, en síntesis, tenía tres efec-
tos: captura de parte de la fuerza insurgente, ruptura de las certezas de
la parte no capturada –con las dificultades operativas que ello acarrea–
y generar mayor docilidad en la población no politizada.74
Esto sólo fue posible vulnerando el ordenamiento normativo y
simbólico del Estado moderno. Tal ruptura tiene efectos no sólo den-
tro del propio Estado, sino más profundamente, en el sistema interes-
tatal en su conjunto, ya que esta situación era tolerada por gran parte
de los Estados –cuando no alentada, como fue claramente el caso de
Estados Unidos–. Esto tuvo efectos corrosivos sobre la propia legitimi-
dad del Estado como aparato político de dominación. Estigmatizó en
algunos países a las fuerzas armadas del Estado, como es evidente en
el caso argentino donde nunca pudieron recuperar su lugar social
luego de los juicios a la cúpula de la dictadura militar impulsados
durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Como en todo sistema comple-
jo, las manifestaciones no son lineales ni directas; es necesario obser-
var el sistema en su conjunto y sus variaciones en relación con el fenó-
meno que venimos analizando.

73
Véase de Lanusse, Agustín; Protagonista y testigo. Reflexiones sobre 70 años de
nuestra historia, en especial el Capítulo IX, Punto “Guerra interna, guerra sucia”.
74
Véase de Izaguirre, Inés (1995); “Pensar la guerra. Obstáculos para la reflexión
sobre los enfrentamientos en la Argentina de los ´70”; en Antognazzi, Irma y Ferrer
Rosa (comps.); Del Rosariazo a la democracia del ’83, pág. 125. También véase de
Ulloa, Fernando; “La ética del analista ante lo siniestro”.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 173

La post-Guerra Fría

La implosión de la Unión Soviética, formalmente disuelta en


diciembre de 1991, aunque ya desde 1989 había entrado en la crisis
terminal, trajo consigo una serie de fenómenos asociados a la desapa-
rición de uno de los polos del poder mundial. Brevemente reseñados,
y en función del tema central abordado en este libro, deberíamos con-
signar tres, que por su derrotero posterior demostraron ser los más
relevantes: a) la pérdida de parámetros en la constitución de un ene-
migo, b) la dispersión del poder militar y c) la aparición de las empre-
sas militares privadas.
El primero de ellos implicó el derrumbe de doctrinas, teorías y
funcionalidad de dispositivos diseñados bajo la hipótesis de una even-
tual acción del bloque comunista. El miedo al comunismo era un
fenómeno generalizado, fomentado de manera sistemática por miles
de medios y durante muchos años. Baste recordar la proliferación de
películas de cine donde se exponía, una y otra vez, el riesgo que signi-
ficaba ese enemigo.75 La amenaza comunista como ideología, que
había colaborado tanto en disciplinar a las poblaciones de las socieda-
des occidentales, se esfumó junto con la URSS.76 Aunque no tuviera
un efecto visible inmediato, lo cierto es que cuestiones tales como la
llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional”, perdieron sentido en el
mismo instante en que desapareció el poder soviético sobre cuya ame-
naza se sustentaban. El paradigma de seguridad nacional cayó junto
con el muro de Berlín.

75
En los años de “caza de brujas” en Norteamérica –práctica conocida como
“macartismo” por su impulsor, Joseph McCarthy, que tuvo gran auge en el periodo
inicial de la Guerra Fría, (1945-1954)–, la industria cinematográfica de Hollywood
puso en marcha la producción de una serie de películas de corte anticomunistas, que
la colocaron como una vanguardia de la lucha contra el “enemigo rojo”. La primera
de ellas fue Telón de acero (William Wellman). Vidal Pelaz López, José; “Cae el telón.
El cine norteamericano en los inicios de la guerra fría (1945-1954)”, pág. 125.
76
Luzzani, Telma; Territorios vigilados, pág. 155.
77
Nievas, Flabián y Bonavena, Pablo; “El lento ocaso de la ciudadanía”, pág. 233.
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174 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

El segundo fenómeno es la dispersión del poder militar. Evidente-


mente eso ocurrió con el poderío antaño concentrado en la Unión
Soviética, el que formalmente fue disuelto entre los países emergentes de
la desarticulación de la misma; pero también existieron muchos puntos
de fuga, y gran parte del armamento soviético se dispersó por medio de
ventas oficiales o por el mercado negro de armas, a distintos puntos del
planeta. En general sólo se tuvo precaución sobre las armas de destruc-
ción masiva (termonucleares, bacteriológicas y/o químicas), pero esa
atención no se dispensó para con el armamento convencional. Como
correlato de dicho fenómeno, y como efecto de la distensión, los ejérci-
tos de las potencias occidentales de la OTAN redujeron también el
número de efectivos de manera significativa. La ecuación final era que,
aunque seguía habiendo disparidad entre las fuerzas de los distintos paí-
ses, esta era menor en magnitud a la que existía en la etapa anterior.
El tercer fenómeno pasó más inadvertido al comienzo, pero es un
efecto aleatorio de la conjunción de los dos anteriores. Por una parte,
una gran cantidad de militares de los antiguos bloques hegemónicos
quedaron desmovilizados, por otra, había una enorme disponibilidad
de material bélico de primera calidad. Esto confluyó con dos condi-
ciones emergentes: un apreciable número de conflictos irresueltos,
antaño contenidos en el marco de la Guerra Fría, particularmente en
África –aunque no de manera excluyente–, y la irrupción de una fuer-
te ideología a escala planetaria, que se conoció como “Revolución
Conservadora”, neoconservadurismo o simplemente neoliberalismo,
que instaló todo tipo de relaciones y espacios en el ámbito –real o
potencial– del mercado. El correlato de sus efectos fue el achicamien-
to del tamaño de muchos Estados, tendencia que implicó también a
sus fuerzas armadas.77 En este contexto aparecieron estas empresas, la
primera de ellas, Executive Outcomes, con sede en Sudáfrica.78 Su leit

78
La creación de esta empresa es una referencia para explicar lo que aquí presen-
tamos como el “tercer fenómeno”. Su génesis fue la contrapartida del fin de la
Guerra Fría y el apartheid, que implicó una drástica reducción del personal militar
en Sudáfrica. Este personal fue la base asalariada del flamante emprendimiento béli-
co privado. Pérez Traiana, Jesús Manuel; “Executive Outcomes: una compañía mili-
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 175

motiv único y excluyente es la ganancia económica.79 Usualmente se ha


confundido a estas empresas con mercenarios, cuando en realidad se
trata de un fenómeno novedoso, más complejo, potente y de mayor
envergadura que los típicos soldados de fortuna. Lejos de su reputa-
ción como poco fiables, en el debut de la empresa en los campos de
batalla sus empleados mostraron predisposición para alcanzar los pla-
nes trazados, aunque peligraran sus vidas.80
Bajo esta nueva realidad, que en un principio se vivió con un opti-
mismo desmedido e ingenuo, y se creyó que sobrevendría un largo
período de paz mundial, lo que ocurrió es que las guerras proliferaron
pero bajo una nueva forma, nacida en gran parte de la guerra insurgen-
te, aunque con componentes que le brindan especificidad. La primera
y gran diferencia con la insurgencia “clásica” que se encuentra en la
segunda mitad del siglo pasado, es que se debilitó la perspectiva socia-
lista. Y no sólo en cuanto polo de poder, sino como ideario deseable o
imaginable por las fuerzas rebeldes.
La necesidad de la definición de un enemigo, recomendación acon-
sejada al príncipe por Maquiavelo,81 llevó a que los Estados Unidos
procuraran suplantar el “terror rojo” con una hipótesis de conflicto
potencial, la amenaza del narcotráfico, pero el fracaso sistemático de

tar privada pionera y las posibilidades de la pacificación privada”; en de Cueto


Nogueras, Carlos; Los desafíos de las fuerzas armadas en el siglo XXI, pág. 32.
79
Vale aquí recordar que “«[e]l capital», dice un redactor de la Quarterly Review,
«huye de la turbulencia y la refriega y es de condición tímida. Esto es muy cierto,
pero no es toda la verdad. El capital experimenta horror por la ausencia de ganancia
o por una ganancia muy pequeña, como la naturaleza siente horror por el vacío. Si
la ganancia es adecuada, el capital se vuelve audaz. Un 10 % seguro, y se lo podrá
emplear dondequiera; 20 %, y se pondrá impulsivo; 50 %, y llegará positivamente
a la temeridad; por 100 %, pisoteará todas las leyes humanas; 300 % y no hay cri-
men que lo arredre, aunque corra el riesgo de que lo ahorquen. Cuando la turbulen-
cia y la refriega producen ganancias, el capital alentará una y otra. Lo prueban el
contrabando y la trata de esclavos.»” Marx, El capital, tomo I, pág. 950, n. 113.
80
Pérez Traiana, Jesús Manuel; op. cit., pág. 35.
81
Rezses, Eduardo; “El derecho penal del enemigo. Un nuevo intento de expan-
sión del poder punitivo”; en AA.VV.; Políticas de terror. Las formas del terrorismo de
Estado en la globalización, pág. 100.
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176 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

las campañas anti-narcotráfico, como el empeño en sostenerlas y los


volúmenes de recursos económicos comprometidos en las mismas
hacen que tal argumento sea poco convincente.82 La iniciativa tuvo
como hito el bombardeo e invasión a Panamá en diciembre de 1989,
en la operación “Causa Justa”, para detener al antiguo numerario de la
CIA y entonces presidente panameño general Manuel Noriega, y lle-
varlo a comparecer ante la justicia norteamericana bajo el cargo de
“narcotraficante”.83 El rechazo a esta intervención, especialmente por
la gran cantidad de heridos, muertos y desaparecidos –las cifras osci-
lan entre 2.500 a 5.000–, la desproporción entre el enemigo construi-
do y el miedo a la amenaza hicieron que el planteo vaya perdiendo
espesor. La probable conexión, además, entre los intereses norteame-
ricanos y el narcotráfico tal vez fue otro factor que desalentó esta línea
política.84
Luego del intento fallido, aunque más o menos a la par, se tomó
como nueva orientación un ensayo de Samuel Huntington –director
del Instituto de Estudios Estratégicos de la Universidad de
Harvard–, de gran influencia política y hasta académica, pese a no
ser un trabajo de este corte,85 acerca del eventual “choque de civili-
82
Rey, Oscar B.; Colombia. Guerrilla y narcotráfico, pág. 98. Sobre el tema,
donde se subraya el impacto del cambio de orientación política de los EE.UU.,
puede verse Isacson, Adam (20008); “Las frustraciones de la lucha antidrogas”, en
AA.VV.; Seminario Internacional. Límites y desafíos de la agenda de seguridad hemis-
férica. En la misma publicación véase, en el mismo sentido, Tellería Escobar, Loreta;
“Bolivia: fuerzas armadas y lucha contra el narcotráfico”.
83
Berenstein, Fabián; Go home! Intervenciones de la CIA y los Marines en América
Latina. L.D. Books. México; págs. 33 y 135.
84
Calveiro, Pilar; Violencias de Estado. Guerra antiterrorista y la guerra contra el
crimen como medios de control global, pág. 70.
85
El propio autor, con innegable honestidad intelectual, advierte que “[e]l pre-
sente libro no es, ni pretende ser, una obra de ciencias sociales. […] Aspira a ofrecer
una estructura, un paradigma, para ver la política global, que sea […] útil para los
decisores políticos”. El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del orden mun-
dial, pág. 14. Esta propuesta fue hecha en contrapunto con la visión, también muy
extendida por entonces, de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia, idea que
también surgió de un artículo y luego se plasmó en un libro publicado en 1992 (The
End of History and the Last Man).
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 177

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 177

zaciones”.86 Huntington postuló la existencia de nueve civilizacio-


nes –occidental, latinoamericana, africana, islámica, sínica, hindú,
ortodoxa, budista y japonesa– a partir de la desaparición del bloque
soviético, y especuló acerca de la potencialidad de antagonismo entre
ellas, concluyendo que las civilizaciones islámicas y occidental serían
las que mayor tensión tendrían entre sí y, por lo tanto, las que más
probablemente chocaran en su afán por controlar la mayor parte del
planeta. Según su opinión, los islámicos tienen en su seno grupos muy
radicalizados y una tasa de crecimiento demográfico muy sostenida,
combinación que Huntington evalúa como explosiva.87
Durante un lustro esa concepción se expandió,88 tornándose casi
sentido común para muchos analistas, pese a que las guerras se susci-
taban principalmente por otras razones. Las guerras más cruentas, que
fueron las de los Balcanes, no encajaban en dichas categorías, pese a
que se exaltaba lo étnico-religioso como forma de identidad necesaria
para el desarrollo en altos niveles de la violencia organizada. Tampoco
lo era la guerra ruso-chechena, ni otras que se desarrollaron en ese
período. La realidad demostró que dicha concepción fue más perfor-
mativa que descriptiva.
Las guerras que se libraron entonces, a fines del siglo pasado, tuvie-
ron como signo peculiar el despliegue de las empresas militares priva-
das. Estuvieron en los escenarios bélicos de todos los continentes.
Angola, Sierra Leona, y el Congo en África; Papúa Nueva Guinea en
Oceanía;89 la región del Kurdistán turco en Asia; Croacia en Europa;
Colombia en América.90 El desarrollo de estas compañías tiene diver-
sas implicancias. Peter Singer observa cinco cuestiones que deben ser

86
Esta necesidad fue, literalmente, lo que condujo al autor a escribir el libro a
partir de un artículo suyo aparecido en la revista Foreign Affairs en el verano boreal
de 1993 (“The clash of civilizations?”), cuya repercusión fue tan grande que alentó
al mismo a darle una forma más acabada.
87
Sohr, R.; El mundo y sus guerras, pág. 105.
88
El libro fue publicado en 1996.
89
Escudé, Carlos; Mercenarios del fin del milenio.
90
Azzelini, Darío; El negocio de la guerra y Uesseler, Rolf; La guerra como negocio.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 178

178 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

consideradas:91 1) “los incentivos de una compañía privada no siempre


se alinean con los intereses de sus clientes, o del bien público”, que es
lo mismo que señalaba Maquiavelo respecto de los condottieri;92 2) las
mismas no poseen regulación, y la ética de actuación de las mismas
queda sujeta a su propio criterio; 3) usualmente se encomienda a estas
empresas aquellas tareas que carecerían de apoyo legislativo, o directa-
mente vulneran la legalidad; 4) no tienen un marco legal que encua-
dre su acción, pues sus países de asiento son diferentes de los que ope-
ran; y 5) puesto que pagan salarios más elevados que los Estados, atraen
al personal mejor entrenado, sin costo alguno para su preparación. Sin
embargo, no parecen ser esos los únicos problemas que plantea su pre-
sencia. Ante todo, su propia existencia es una renuncia del Estado,
como aparato jurídico-político, a la pretensión del monopolio del uso
legítimo de la violencia. La clásica definición de Weber (“el Estado es
aquella comunidad humana que en el interior de un determinado terri-
torio –el concepto del «territorio» es esencial a la definición– reclama
para sí (con éxito) el monopolio de la coacción física legítima”)93 se des-
vanece ante la relevante actividad de las empresas militares privadas. Se
concreta así lo que, para los parámetros de la Modernidad, es una gran
paradoja: que el Estado consienta la existencia –y utilice los servicios–
de una institución que es su propia negación en tanto tal. Para darle
mayor alcance a la misma, no son sólo los Estados individuales, tam-
bién los utiliza la organización supraestatal que es Naciones Unidas.
Las razones de por qué lo hace no son difíciles de explicar: para los
Estados débiles (particularmente los de África subsahariana, o algunos
de Oceanía, pero en general para todos aquellos que han dado en lla-
marse en diversos grados “Estados fallidos”)94 recurrir a estas empre-
sas es, usualmente, la única forma de poder sostener una guerra con
probabilidades de éxito. En el caso de los más industrializados (Estados

91
Singer, Peter; “La privatización de la guerra”.
92
Maquiavelo, Nicolás; Del arte de la guerra.
93
Economía y sociedad, pág. 1056.
94
El índice anual de “Estados frágiles” lo elabora el Fondo para la Paz y la Polí-
tica Exterior, con sede en Washington (http://ffp.statesindex.org/).
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 179

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 179

Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia), lo hacen para minimizar los


costos políticos (no se computan las bajas como propias, se pueden vio-
lar tratados internacionales, pues toda la responsabilidad por la acción
de estas empresas no alcanza a sus contratantes), a la vez que promue-
ven una industria que resulta lucrativa. El grado de dependencia de los
ejércitos regulares de estas compañías es tan elevado que el propio
Colin Powel, secretario de Estado durante la presidencia de Bush (h),
alertó que si se cancelaban los contratos con las mismas, el ejército esta-
dounidense colapsaría en su operatividad.
El otro cambio importante, que no es solo fisonómico, en las con-
tiendas libradas a partir del fin de la guerra fría, es que cada vez con
mayor asiduidad se enfrentan fuerzas estatales con fuerzas no estata-
les –en algunos casos, ni siquiera nacionales–; es decir, que la matriz
político-espacial del Estado-nación ya no produce necesariamente
fuerzas beligerantes, tal como era el caso de las fuerzas no estatales que
luchaban en la época de la guerra fría (movimientos de liberación
nacional, guerrillas izquierdistas, etc.). Se rompe el monopolio del
nivel de análisis estatal para pensar la seguridad y para hacer la gue-
rra.95 Los puntos de vinculación son otros, de carácter ideológico-cul-
tural, pero desanclados del espacio.
Esto cobró suma relevancia a partir del ataque a Estados Unidos en
septiembre de 2001, aunque las fuerzas que allí operaron –bajo el
“nombre-franquicia” de al-Qaeda– venía actuando con anterioridad.
Este ataque estuvo precedido de otros: las embajadas estadounidenses
en Kenia y Tanzania, el USS Cole (en Yemen), lo que planteaba un tipo
de contienda desterritorializada. Esta circunstancia, aceptada desde el
momento mismo en que se declara la “guerra contra el terrorismo”,
modifica radicalmente todas las doctrinas militares desde lo más pro-
fundo, ya que cualquier pensamiento estratégico se orienta en el espa-
cio y el tiempo, y aquí tenemos una de tales dimensiones diluidas: no
hay un espacio circunscripto para la guerra, puesto que se puede pre-

95
de Cueto Nogueras, Carlos (2008); “Los actores no estatales del paradigma
emergente de la gobernanza de la seguridad en la posguerra fría”; en de Cueto
Nogueras, C.; Los desafíos de las fuerzas armadas en el siglo XXI, pág. 8.
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180 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

sentar en cualquier parte del planeta, ni hay un tiempo delimitable


toda vez que no existe una batalla final con la que concluya el conflic-
to.96 Tampoco considera las dimensiones sociales y políticas que se
implican en la guerra, como nos enseñó Clausewitz; por el contrario,
las niega sustantivizando tales condiciones en una práctica, concen-
trándose en algo que es un “procedimiento y no un fin en sí mismo,
por ello es absurdo identificar al terrorismo como el enemigo”.97
Este conjunto de situaciones fue llevando a los Estados, al menos
a los más desarrollados, a librar guerras en una modalidad novedosa,
que supone la alteración de todos los andamiajes morales y jurídicos
construidos durante siglos.

La “guerra contra el terrorismo”

El terrorismo es colocado, o al menos eso se pretende, en el lugar


central que tuvo antes el comunismo.98 Como reacción al ataque a las
Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono, el gobierno de los
Estados Unidos declaró la guerra al terrorismo, en la cual se embarca-
ron, directa o indirectamente, otras potencias.99 ¿Qué es exactamente lo
que se encuadra bajo esta denominación? El terrorismo es un método

96
Bonavena, Pablo; “El espacio y el tiempo en las nuevas formas de la guerra y
breves consideraciones de su proyección sobre América Latina”; en Antognazzi, Irma
y Redondo, Nilda (comps.); Libro de las VIII Jornadas Nacionales y V Latinoameri-
canas del Grupo de Trabajo Hacer la Historia.
97
Lo cual constituye una incoherencia. Gassino, Francisco y Riobó, Luis; “Ante-
cedentes próximos”, Sección II, en AA.VV.; La primera guerra del siglo XXI. Irak
2003, Tomo I, pág. 149.
98
Rodríguez, Esteban; “Estado del miedo. El terrorismo como nuevo rudimen-
to legitimador del Estado de Malestar”; el AA.VV.; Políticas de terror. Las formas del
terrorismo de Estado en la globalización, pág. 84.
99
Estados Unidos impuso a las llamadas democracias occidentales, pero también
a gobiernos de otros lugares del mundo, la sanción de paquetes jurídicos que acom-
pañen su esfuerzo para controlar el terrorismo. Véase un estudio comparado de las
leyes anti-terroristas en Álvarez Conde, Enrique y González, Hortensia; “Legislación
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 181

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 181

de combate, básicamente con fines propagandísticos. “Como tal, no


puede extenderse más allá de una primaria fase agitativa o, a lo sumo,
defensiva. Nadie supone que mediante este método se logra ganar una
guerra. Como máximo se puede aspirar a crear las condiciones para
desarrollar una mejor defensa con vistas a una fase contraofensiva o
simplemente para forzar una negociación. Es un método de lucha que
ejerce una violencia limitada. Cualquier desapasionada contabilidad de
bajas –basta ver la cantidad de muertos palestinos e israelíes en el pro-
longado conflicto entre estas naciones– pone de manifiesto que el terro-
rismo, viendo los alcances sobre la vida humana, tiene cierta «econo-
mía» de la violencia. La incidencia de sus acciones –generalmente des-
tinadas a la población civil, aunque no únicamente, como lo atestigua
el ataque al U.S. Cole en Yemen– es relativamente acotada respecto de
los bombardeos regulares contra el grueso de la población, incluso los
llamados «ataques quirúrgicos», que repiten los ejércitos de los países
más poderosos. Por poner simplemente algunos ejemplos: el combate
de Mogadiscio, que obligó al retiro de las tropas estadounidenses de
Somalia, arrojó un saldo de 18 soldados norteamericanos fallecidos,
contra aproximadamente mil civiles caídos. El ataque a Atocha arrojó
casi dos centenares de muertos, muchos menos que los civiles masacra-
dos en el ataque aliado a Fallujah, sobre el que no hay estimaciones ofi-
ciales, pero las extraoficiales cifran en miles de muertos civiles”.100
Pero más allá de los alcances de este recurso de combate y de toda
comparación, la palabra terrorismo desde hace muchos años está car-
gada de una connotación negativa, que impuga gravemente a aquellos
que designa.101 Si bien se presenta como la negación de la condición
humana, básicamente se trata de un nuevo formato de la beligerancia
propuesta por el Estado ante un tipo de actividad hostil que puede ser

antiterrorista comparada después de los atentados del 11 de septiembre y su inciden-


cia en el ejercicio de los derechos fundamentales”.
100
Nievas, Flabián y Bonavena, Pablo; “Del Estado Nacional al Estado Policial”,
en Salazar, Robinson (dir.); La Nueva Derecha. Una Reflexión Latinoamericana, págs.
107/8.
101
Rodríguez, Esteban; op. cit.; pág. 74.
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182 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

enfrentada de diferentes maneras. Esta forma –guerra antiterrorista–


se instala en una suerte de nivel intermedio entre dos espacios tradi-
cionalmente diferenciados en el ejercicio de la violencia legítima: la
policíaca, de carácter interno, y la militar, de carácter externo; la pri-
mera ejercida sobre la propia población, aquende las fronteras; la
segunda, aplicada sobre otras naciones, eventualmente allende las
fronteras –excepto cuando un país es invadido, pero en tal caso la
lucha es justamente para evitar la lucha en el interior de la unidad
territorial–.102
Dado que se trata de una propuesta estatal, no es el grupo insur-
gente quien define este tipo de guerra, aun cuando utilice métodos
terroristas en su campaña.103 Este extremo se constata en la nomina-
ción, por parte de los Estados, con la etiqueta de “grupos terroristas”
a organizaciones que históricamente han estado ajenas a dichas prác-
ticas, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Es
decir, no se define por lo que hagan –resulta irrelevante en dicho sen-
tido si realizan o no terrorismo–, sino por el tratamiento que les da el
Estado a la acción de determinados grupos insurgentes.
En esta nueva configuración, que por estar entre lo militar y lo
policial no es lo uno ni lo otro, sino algo totalmente nuevo, se produ-

102
Un antecedente, aunque no el único, y relativamente tosco respecto de las for-
mas actuales, fueron las disposiciones de las dictaduras latinoamericanas, cuya
acción represiva interna fue puesta en la órbita de las Fuerzas Armadas de cada país,
con lo que asumieron de hecho actividades policíacas. Resulta sugestiva la tesis de
León Rozitchner (De la guerra “sucia” a la guerra limpia) y de Prudencio García (El
drama de la autonomía militar) acerca de la incapacitación que produjo esta activi-
dad de las Fuerzas Armadas argentinas para desenvolverse en un conflicto conven-
cional, como lo fue el de Malvinas. Ambos autores coinciden en la misma tesis desde
puntos de análisis distintos.
103
La adopción de métodos terroristas no es, en modo alguno, una actitud irra-
cional, sino producto de un análisis de correlación de fuerzas y de oportunidades.
Cf. Crenshaw, Martha; “La lógica del terrorismo: el comportamiento terrorista
como producto de una opción estratégica”, en Howard, Russell y Sawyer, Reid
(comps.); Terrorismo y contraterrorismo. Comprendiendo el nuevo contexto de la segu-
ridad.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 183

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 183

cen formas de pensar y actuar totalmente distintivas de las anteriores.


Uno de los cambios sustantivos es el desplazamiento inverso en la
importancia de dos actividades: el decrecimiento de la logística –que
llegó a absorber hasta el 95% del personal de un ejército– y el creci-
miento de la inteligencia. Esta última, como se ha visto, es relativa-
mente nueva, y se diferencia del simple espionaje, conocido de larga
data. Para la guerra antiterrorista la producción de inteligencia es cru-
cial, y en función de la misma se producen los mayores esfuerzos tec-
nológicos y humanos.
Es necesario aclarar que el antiterrorismo es, en la doctrina, una de
las formas de la contrainsurgencia, pero en la práctica resulta su opues-
to. La contrainsurgencia, al menos en su versión más avanzada, brega
por ganar “mentes y corazones”, es decir, el apoyo y la simpatía de la
población, mientras que el antiterrorismo carece de limitaciones éticas
y legales, generando usualmente el efecto contrario.
Todos los pilares en que se basan las tácticas antiterroristas contra-
rían los supuestos de la Modernidad.

El planteo de un enemigo difuso y la reacción del Estado

Desde mediados del siglo pasado, crecientemente han sido grupos


insurgentes los que se enfrentaron a fuerzas estatales. Esto creaba, en
principio, el problema de la identificación del enemigo. La insurgen-
cia históricamente ha compensado su desventaja en poder de fuego
respecto de las fuerzas estatales con su habilidad para pasar relativa-
mente desapercibida. Raramente están uniformadas o usan insignias
que la identifiquen.104 La sorpresa es su carta más letal; es su fuente de
energía y potencia. Frente a este tipo de desafío, las fuerzas regulares,
hemos vistos, se encontraban primariamente en una situación de des-

104
Una de las pocas fuerzas insurgentes que sí cumple con éste y otros requisi-
tos –tales como tener una cadena de mandos identificable, portar armas a la vista,
etc.– propios de los ejércitos regulares amparados por los Convenios de Ginebra, son
las FARC-EP colombianas.
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184 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

orientación: sufrían los ataques sin saber de dónde venían. Su enemi-


go difuso era la población civil; sabían que no toda, pero no podían
distinguir los combatientes de los no combatientes. La guerra, como
fenómeno político, encontraba de esta forma sus raíces.
Un Estado, atacado de esta manera, debiera recurrir a sus fuerzas
policiales y/o de seguridad para enfrentar una situación de “conmo-
ción interna”. La tarea es laboriosa, y desnuda las falencias políticas
que llevaron la situación a tal extremo. Teniendo a su disposición las
fuerzas militares, pocos han sido los gobiernos que se resistieron a la
tentación de hacer uso de las mismas, y éstas, concebidas, organizadas
y entrenadas para otros tipos de conflicto, se encontraban ante la
humillante paradoja de que su inmenso poderío de fuego relativo fren-
te a un adversario mucho más débil en todos los parámetros con que
se merita una Fuerza Armada, no tenían ocasión de emplearlo y con
asiduidad eran presas de emboscadas o escaramuzas en las que sufrían
desgastes, bajas o derrotas.
Ante esa situación, cuyo problema originario era el desconoci-
miento del enemigo, los Estados Mayores buscaron solucionarla gene-
rando, justamente, el conocimiento del mismo, para lo cual se hacía
necesario producir elementos de inteligencia. Se trató, inicialmente,
de una verdadera cartografía política. En las épocas de la “guerra fría”,
el enemigo era, por definición ex ante, el comunismo. Había buenas
razones para suponer que en Occidente las fuerzas insurgentes abreva-
ban en esta ideología; y de hecho, en buena parte de los casos era así.
Pero no todas ni siempre lo fueron. Muchas fuerzas insurgentes devi-
nieron comunistas a lo largo de la contienda, debido a la necesidad de
contar con uno de los polos como aliado, tal como le sucedió al
Movimiento 26 de Julio en Cuba, y también es lo que ocurrió con
gran parte de los movimientos de liberación nacional africanos. La
plantilla “comunismo-anticomunismo” casi no dejaba brechas para
situarse de manera independiente cuando avanzaba la polaridad en la
confrontación, so pena de desaparecer rápidamente.
Ahora bien, el comunismo es una ideología, y los comunistas no
necesariamente hacen pública la misma. Era necesario dar cuenta de
quiénes eran. Ante la previsible falta de colaboración de los sospecho-
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 185

sos de serlo, y bajo la presión política de tener que desarticular lo más


rápidamente posible un proceso que, en caso contrario, crecería hasta
tornarse inmanejable, los franceses redescubrieron la utilidad de la tor-
tura, práctica nunca del todo olvidada, pero sí clandestina y despresti-
giada. Los Estados, en particular los del Tercer Mundo, usualmente
recurrían a ella,105 no obstante lo cual, siempre actuó de manera rela-
tivamente marginal, no reconocida, como anomalía.
Esta situación comenzó a revertirse a partir de la acción de las fuer-
zas estatales francesas, que luego la irradiaron a América y al resto del
mundo. La justificación de la aplicación de tormentos parte de dos
supuestos que, por su relativa aceptación, es necesario analizar en deta-
lle.106 Uno es de orden técnico, y el otro, moral. El primero refiere a la
capacidad de obtener información que, sin la aplicación de tortura, no
se conseguiría, o al menos no se lograría hacerlo en el tiempo necesa-
rio para que la misma sea utilizable, que es lo que lo conecta con el
otro argumento, que admite la crueldad del método, pero lo reivindi-
ca como excepcional y necesario. Este último, en palabras de Terets-
chenko, se presenta así:

Imagine que un terrorista haya sido arrestado y que sea, con


suficientes indicios para sostener una convicción razonable,
sospechoso de haber puesto una bomba en una escuela de la
ciudad; imagine que en uno de esos colegios se encuentran sus
propios hijos. Todos los métodos de interrogación legales que
fueron empleados no dieron resultado, pues el hombre se niega

105
En Argentina, aunque formalmente abolidos en 1813, muchos tormentos
como el cepo y la estaca se siguieron usando durante el siglo XIX. El Estado los reto-
ma de manera sistemática a partir del inicio de la década del ’30.
106
Para tener una dimensión del fenómeno nos detenemos en una ejemplifica-
ción. Según un detallado análisis sobre la represión en Uruguay en la década de los
años setenta, se puede calcular en 296,2 por 100.000 habitantes la tasa de morbili-
dad anual por tortura. Este dato ilustra sobre la magnitud de esta política para el
control social. Yarzábal, Luis; “La tortura como enfermedad endémica en América
Latina: sus características en Uruguay”, pág. 86.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 186

186 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

a hablar, en este caso, ¿no sería legítimo recurrir a la tortura? […]


¿[…] no es ésta, una situación que evidencie un «estado de
necesidad»,107 que pudiese legitimar la violación de la ley según
el código penal de numerosos países? En esencia, éste es el argu-
mento esgrimido por los defensores moderados o pragmáticos
de la tortura del Estado.108

Se trata de un argumento falaz en tres planos. Primero: la situación


ficticia –que evidentemente convoca a la angustia, lo cual socava la
capacidad crítica de respuesta– es inverosímil, pues los mismos ele-
mentos que llevan a sospechar a un sujeto de tal acción, con “convic-
ción razonable”, deberían permitir, con mayor facilidad, localizar al
menos el edificio en que presuntamente la colocó, evacuarlo y revisar-
lo. Eso llevaría, incluso, menos tiempo que apresarlo y torturarlo para
que “confiese”. Si el tiempo es un factor vital, la tortura no es la mejor
opción, pues puede llevar días hasta que alguien “hable”. Este es el
segundo plano falaz: ya Pietro Verri, en 1777 terminaba sus Osserva-
zioni sulla tortura109 advirtiéndo que, con tal de librarse del tormento,
cualquier persona construye relatos ficticios, acordes a lo que presume
que quieren escuchar sus verdugos. Esto es algo que los especialistas
saben; la Agencia Conjunta de Recuperación de Personal, de EE.UU.
(JPRA), prevenía en un memorando que “«[e]l error inherente a esa
manera de pensar radica en suponer que, mediante tortura, el interro-
gador puede extraer información de inteligencia fiable y precisa. Pero
un simple vistazo a la historia y la conducta humanas parecen refutar
esa suposición». [Asimismo] destacaba que, al final, a partir de un cier-
to nivel de torturas, los prisioneros «terminan por dar aquellas res-

107
“El estado de necesidad designa la situación de una persona que comete una
infracción para escapar a un peligro real o inminente que esté amenazándola a ella
misma o al prójimo, e incluso que realice un bien (art. 122-7 del código penal fran-
cés)”.
108
Teretschenko, Michel; Sobre el buen uso de la tortura. O cómo las democracias
justifican lo injustificable, págs. 77/8.
109
Verri, Pietro; Observaciones sobre la tortura. Buenos Aires, Depalma, 1977.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 187

puestas que creen que el interrogador quiere oír. En ese caso, se trata
ya de información que no es fiable ni precisa»”.110 Finalmente, el ter-
cer plano de la falacia es postular la excepcionalidad de la práctica;
cuando se instaura la misma, se ejerce de manera sistemática y gene-
ralizada, nunca es una situación esporádica ni podría serlo, ya que
quienes aplican tormentos son especialistas en ello, no es algo que
cualquier persona pueda realizar, se requiere una larga preparación.111
Esta falacia oculta algo de mayor trascendencia: con la institución
de la aplicación de tormentos se derrumba el sistema jurídico penal
moderno, uno de cuyos mentores fuera el amigo de Pietro Verri,
Cesare Beccaria, autor del clásico De los delitos y las penas. En dicho
tratado Beccaria aboga principalmente, por tres principios: acusacio-
nes públicas, eficacia de las penas –lo cual implica la proporcionalidad
de las mismas con la falta cometida–,112 y abolición de la pena de
muerte, a la que deja por fuera de lo jurídico por no tener fines correc-
tivos, resocializadores, ya que la misma no es un derecho, “sino una
guerra de la nación contra un ciudadano”.113 También sucumbe todo
el derecho del prisionero otorgado por las convenciones.

110
Scahill, Jeremy; Guerras sucias. El mundo es un campo de batalla, págs. 136/7.
El coronel estadounidense Carl Bernard, en una entrevista en la que se le pregunta
sobre el uso de la tortura, responde: “Comprendo el razonamiento militar y la difi-
cultad que plantea el terrorismo, pero en el largo plazo es un mal cálculo no sólo
desde el punto de vista moral, sino también técnico. […] La arrogancia es el mayor
obstáculo para una lucha eficaz contra el terrorismo y el peligro más grande de la
guerra antisubversiva es ser impaciente y querer obtener efectos a corto plazo”.
Robin, Marie-Monique; Escuadrones de la muerte. La escuela francesa, pág. 332/3.
111
Cf. Samimian-Darash, Limor; “Rebuilding the body through violence and
control”. La autora indaga la preparación de los soldados para la lucha antiterroris-
ta, que es una situación bastante próxima a la de los torturadores.
112
“El fin […] no es otro que impedir al reo hacer nuevos daños a sus conciu-
dadanos, y apartar a los demás de cometer otros iguales. Deben, por tanto, ser ele-
gidas aquellas penas y aquel método de infligirlas que, guardada la proporción, pro-
duzcan la impresión más eficaz y más duradera sobre los ánimos de los hombres, y
la menos atormentadora sobre el cuerpo del reo”. Beccaria, Cesare; De los delitos y
las penas, pág. 69.
113
Ibid., pág. 71.
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188 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Todos estos principios, pilares del Estado-nación moderno, son


vulnerados por los gobiernos en las nuevas modalidades de guerra, lo
que, como veremos, tiene implicancias que trascienden a los escena-
rios bélicos.

La inteligencia generalizada

Si consideramos que la guerra es una forma de resolución de ten-


siones políticas, resulta obvio que los preparativos para la misma abar-
can cuestiones que trascienden lo inmediatamente bélico. Así como el
espionaje se transformó en parte de las prácticas industriales, la inteli-
gencia se prolongó mucho más allá de las tareas inmediatas y perento-
rias de la guerra, y las agencias que se montaron emprendieron otras
tareas, no tan apremiantes, vinculadas con proyecciones estratégicas de
las potencias que las organizaban. Ese “mensaje fundamental de que
solamente la información puede hacerle frente eficazmente al terroris-
mo es imperecedero”,114 pero no sólo la tortura es la fuente de conoci-
miento sobre el enemigo.
Ya vimos que durante la Segunda Guerra Mundial se valieron de
recursos académicos para la producción de conocimiento del enemigo
o del entorno del mismo. Esta práctica se extendió en las épocas pos-
teriores, pero con un cambio sustancial: quienes oficiaban de “agen-
tes”, no siempre estaban al tanto de su colaboración. En tal sentido es
paradigmático el fracasado “proyecto Camelot”, lanzado por Estados
Unidos para América Latina en la década del ’60, con el fin de evaluar
“la factibilidad de desarrollar un modelo general de sistemas sociales
que [hiciera] posible predecir e influir aspectos políticamente signifi-
cativos de cambio social en las naciones en desarrollo del mundo”.115

114
Hoffman, Bruce; “Un trabajo repugnante”; en Howard, Russel y Sawyer,
Reid; Terrorismo y contraterrorismo. Comprendiendo el nuevo contexto de la seguridad,
pág. 331.
115
Documento oficial de la Special Opertions Research Office de la American
University, citado por Galtung, Johan; “Después del proyecto Camelot”, pág. 115.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 189

El proyecto, elaborado en Estados Unidos, fue presentado a científi-


cos sociales latinoamericanos, a quienes se convocaba a colaborar con
la investigación, para cuyo financiamiento se contaba con un millón y
medio de dólares. El mismo fue cancelado por el secretario de Defensa
estadounidense tras el rechazo enfático que tuvo en Chile, lo que des-
ató un escándalo internacional.
Después de ello se avanzó, en este terreno, con mayor cautela. A la
vez que seguía usándose a la CIA para las actividades más comprome-
tidas, impulsaba veladamente, a través de fundaciones privadas, como
la Fundación Ford u otras, mediante la financiación de determinadas
líneas de investigación, cuyos resultados se remiten a las centrales, sin
que el productor de las mismas tenga control sobre su utilización. Esta
fundación, que data de 1936, comenzó a cobrar relevancia después de
la Segunda Guerra Mundial, financiando investigaciones, revistas,
programas académicos y organizaciones progresistas no comunistas.116
Durante la “guerra fría” esta fundación tuvo un lugar relevante en la
implementación de esta política. No obstante, las investigaciones del
Senado estadounidense sobre las actividades de la Agencia Central de
Inteligencia hicieron que se replantearan sus actividades directas.117 Así
es cómo, en 1979, el gobierno de Reagan impulsó la creación de la
Fundación Política Americana, y en 1983, en la misma dirección, la
Fundación Nacional para la Democracia (National Endowment for
Democracy, NED), cuya financiación es tanto privada como guberna-

116
Una síntesis de su historia puede verse en “La Fundación Ford, fachada filan-
trópica de la CIA”, [en línea] en http://www.voltairenet.org/article123675.html;
también en Petras, James; “La Fundación Ford y la CIA: un caso documentado de
colaboración filantrópica con la policía secreta”, [en línea] en http://www.mov-con-
dor.com.ar/documentos/fund-ford-cia.htm
117
“Cuando se reveló a finales de 1960 de que algunas ONG de países de América
[Latina] recibían financiación encubierta de la CIA para librar la batalla de las ideas
en los foros internacionales, la administración Johnson llegó a la conclusión de que
dicho financiamiento debía cesar, recomendando el establecimiento de «un mecanis-
mo público-privado» para financiar abiertamente actividades en el extranjero.” Lowe,
David; “De idea a realidad”, [en línea] en http://www.ned.org/about/history
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190 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

mental, y algunas de cuyas funciones fueron delegadas por la CIA.118


En la página web de la NED aclaran que, pese a ser una ONG, la
misma “se financia principalmente a través de los créditos anuales
[gubernamentales] y sujeta a la supervisión del Congreso”.119
A través de esta organización se financian otras ONGs en el
mundo, para la irradiación de valores e ideología, además de la com-
pilación de información sobre los territorios en que actúan éstas. Con
alta probabilidad, ninguno de los miembros de tales organizaciones
tenga vínculo directo alguno con la CIA, y es también muy probable
que carezcan de información acerca de los orígenes de los fondos y del
destino de sus producciones, por lo que no se puede pensar en un
“reclutamiento”, aunque eso no minimiza que objetivamente actúen
como agentes indirectos de tales agencias de inteligencia.120 Se desarro-
lla de tal manera una malla móvil de organizaciones y personas que
colaboran, sabiéndolo o no, con los objetivos que inicialmente son
delineados por centrales de inteligencia externas.121
Esto plantea un escenario que habitualmente no es abordado por
los académicos, ya que muchos de ellos se encuentran directa, indirec-
ta o potencialmente involucrados en estas redes, lo que desalienta todo
tipo de indagaciones en tal dirección, aunque indudablemente serían

118
Calvo Espina, Hernando; “Más discreta y tan eficaz como la CIA”.
119
http://www.ned.org/about/history
120
El uso del plural se debe a que, aunque aquí estamos presentando el caso de
la CIA, esta es una práctica relativamente extendida entre las principales agencias de
inteligencia del mundo. El príncipe Bernardo, de Holanda, el primer presidente de
la World Wildlife Foundation (Fundación para la vida silvestre del mundo), “fue
nazi, miembro de las SS motorizadas y luego agente de la IG Farben alemana en
París, empresa que recaudaba información para las SS”. Orduna, Jorge; Ecofacismo,
pág. 49.
121
En Argentina algunas ONGs que recibieron financiamiento de la NED fue-
ron Poder Ciudadano, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS, que también
recibe apoyo económico de la Fundación Ford, tal como consta en su página web:
http://www.cels.org.ar/cels/?info=detalleTpl&ids=9&lang=es&ss=60), el Foro de
Periodismo Argentino (FOPEA) y el Centro para la Empresa Privada Internacio-
nal (datos publicados en http://www.ned.org/where-we-work/latin-america-and-
caribbean/argentina).
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 191

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 191

de su competencia. En la mayoría de los casos no se trata de un cálcu-


lo racional, interesado, sino de algo que se presenta como “desinte-
rés”,122 lo que remite al plano del deseo. No debe perderse de vista que
somos “máquinas deseantes”.123 Las técnicas de marketing se han espe-
cializado en azuzar/bloquear deseos. Mercado y política se entremez-
clan y desdibujan.124 Muchas técnicas se utilizan indistintamente en
uno u otro ámbito, y los desarrollos se potencian mutuamente, cuan-
do no son inmediatamente comunes, particularmente los métodos de
persuasión, de inducción a la aceptación o el rechazo mediante patro-
nes de asociación de ciertas ideas, figuras o situaciones con estímulos
gratificantes o displacenteros. De modo similar al que se coloca un
producto en el mercado de consumo, se impone una figura en el mer-
cado electoral, y se impone una idea, como la de la peligrosidad del
terrorismo, en el mercado occidental.
Esta situación hace que sea vano cualquier intento de delimitación
clara o precisa. No hay un tope o una variación que permita distinguir
dónde concluye la acción de inteligencia. Conviene pensarlo como un
continuo que lentamente se va atenuando, a medida que se aleja del
centro de producción de inteligencia. La relativa inespecificidad cre-
ciente no atenúa sus efectos totales; por el contrario, los acrecienta.
Están en consonancia, además, con la estructura de gestión de la vio-
lencia que veremos en el próximo capítulo.

122
Una buena descripción de estos mecanismos de “desinterés” los describe
Bourdieu en “Cultura y política”, en Bourdieu, Pierre; Sociología y cultura, págs.
251/64.
123
Cf. Deleuze, Gilles y Guattari, Felix; El antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia,
cap. 1.
124
Una anécdota lo ilustra: poco antes de caer el régimen de Khadafi en la ciu-
dad rebelde de Bengazi pululaban los agentes de todas las potencias intervinientes
en el conflicto. Un personaje con estas características había logrado reunirse con
todos los comandantes rebeldes, algo muy difícil para cualquiera. Resultó ser un
representante de dos empresas telefónicas. Cf. Cantelmi, Marcelo; Una primavera en
el desierto. Crónicas de un periodista argentino en el norte de África, págs. 343/4.
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192 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Las PSYOP

La creciente importancia de la inteligencia no sólo se debe a la


importancia de conocer un enemigo difuso, sino también a la necesi-
dad de producir legitimidad del propio accionar e ilegitimidad del
enemigo. Para ello se han ido desarrollando diferentes y refinadas téc-
nicas de “operaciones psicológicas” (o PSYOP, según su acrónimo en
inglés), que son acciones tendientes a 1) tornar moralmente aceptables
las operaciones militares del propio bando y/o 2) deslegitimar las ope-
raciones militares del bando enemigo, y al enemigo como tal.
Estas técnicas han tenido una gran evolución desde su aparición en
la Segunda Guerra Mundial, en la que la burda –vista desde hoy–
“propaganda negra” se limitaba a pegar afiches o tirar panfletos para
desanimar a las tropas y población enemigas.125 Incluso durante la
“guerra fría”, que fue cuando cobró mayor impulso, sus fines estaban
acotados por las restricciones políticas de las guerras limitadas.126 Esto
implicaba que siempre se debía crear o mantener una posibilidad de
salida de un conflicto. Las operaciones psicológicas ofensivas –siempre
complementadas con las defensivas, orientadas a la población propia–
tenían que contemplar, en su diseño, ambas cuestiones: socavar la legi-
timidad de un enemigo y sostener abierta la posibilidad de recompo-
ner a una parte del mismo con la cual llegar a un acuerdo posterior.

125
En realidad, ya en la Primera Guerra Mundial se habían arrojado panfletos
desde aviones y dirigibles, pero es a partir de la segunda cuando se sistematiza y se
crea un área especializada.
126
Dada la temida posibilidad de una guerra nuclear, había una doctrina de res-
tricción autoimpuesta (que fue lo que impidió a McArthur utilizar armas nucleares
en la guerra de Corea; cf. Cumings, Bruce; “El delirio atómico de MacArthur y
LeMay”). El concepto de “guerra limitada” se refería a tres parámetros: geográfico
(delimitación del teatro de guerra), armamentístico (utilizar los menores medios
posibles, y siempre convencionales) y político, que “era una restricción en los fines
perseguidos en la guerra” (Hasenbalg, Rodolfo; “Guerra limitada y escalada”, en
Gamba, Virginia y Ricci, María; Ensayos de estrategia, pág. 77), lo que significaba
que el enemigo debía presentarse como indeseable, pero no tanto como para que no
permitiera luego presentar un acuerdo de paz con él.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 193

Esta fue una tarea que no necesariamente desarrollaban los militares,


sino que podían ser realizadas por agencias civiles de inteligencia, tal
el caso de la CIA. El empleo de agencias civiles tenía como ventaja el
potencial alistamiento de especialistas no militares, los primeros de los
cuales fueron los antropólogos,127 algunos de ellos sumamente destaca-
dos, como Margaret Mead o Gregory Bateson.128
La llamada “guerra psicológica”, de la cual las PSYOP son las opera-
ciones tácticas, sufrió una profunda transformación después de la gue-
rra de Vietnam, en la que se descubrió que el periodismo, informan-
do con arreglo a sus propios intereses, podía tener efectos nefastos para
las campañas militares carentes de sustentos políticos que permitieran
legitimarlas. La censura previa ha sido, tradicionalmente, un mecanis-
mo corriente de los Estados en situaciones de guerra. Pero cuando la
misma es políticamente inviable pueden surgir los efectos indeseados
que tuvo la guerra de Vietnam en Estados Unidos. Es entonces cuan-
do comenzaron a desarrollarse otras tácticas de control de la informa-
ción, cuyo último eslabón –hasta el momento– es lo que se llaman los
“medios asimilados”: se les ofrece que realicen la cobertura periodísti-
ca con total seguridad, protegiendo a los periodistas con las tropas,
para lo cual los representantes de los medios deben acceder a los luga-
res que la fuerza militar determina que son seguros, y en los momen-
tos en que consideran carentes de peligro.129 El ofrecimiento de tales
“garantías” conlleva implícito que quien no se aviene a esta política, se
arriesga a ser alcanzado por fuego de cualquier bando; por otra parte,
los medios que se “asimilan” solo ven aquello que las Fuerzas Armadas
les habilitan ver o quieren que vean. Esto permite montar operaciones

127
Esto es algo que temprana e intuitivamente comprendieron los militares fran-
ceses, aunque no en el contexto de una inteligencia profesional –que aún no existía
como tal–, al incorporar el conocimiento antropológico en su cultura operacional
para sus campañas coloniales, para lo cual recurrieron a los antropólogos. Cf. Boré,
Henri; “Opérations complexes en Afrique. Formation à la culture opérationnelle
dans l’Armée française”, (trad. Mariana Maañón).
128
Cf. McFate, Montgomery; “Antropología y contrainsurgencia: la extraña his-
toria de su curiosa relación”.
129
Cf. Miracle, Tammy; “El Ejército y los medios de comunicación asimilados”.
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194 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

de propaganda, como lo fue el “rescate” de la soldado Jessica Lynch en


abril de 2003.130
Pero no se restringen las mismas a situaciones puntuales o tácticas;
existen también las llamadas “operaciones estratégicas”, que son de
mayor alcance.131 En este sentido, el mejor éxito ha sido, en nuestro
siglo, la instalación del concepto de terrorismo para definir cualquier
operación militar en contra de Estados Unidos o sus aliados, y de
terroristas a cualquier organización que las lleve a cabo. La importan-
cia del mismo es que no se trata de una categoría analítica ni descrip-
tiva –en tal sentido es una categoría absurda, ya que no se puede redu-
cir un combate a su forma–, sino moral; el terrorismo denota una sín-
tesis de negatividad: maldad, perversión, irracionalidad, inhumani-
dad, oscurantismo, constituyéndose en una versión actualizada del
viejo concepto cristiano de “demonio” y “demoníaco”, la suma del
mal.132 Se trata, de manera evidente, de la reinstalación de un entra-
mado de pensamiento pre-moderno, que contraría el racionalismo
laico. A diferencia de cualquier conflicto moderno, de matriz westfa-
liana, en la “guerra contra el terrorismo” se eliminan los puntos de
encuentro o de diálogo con el enemigo.133 Esta ruptura radical impli-
ca la búsqueda del exterminio de un enemigo con el que no se puede

130
Cf. Pérez Betancourt, Rolando; “La farsa del rescate de la mujer soldado en
Irak: Jessica y el cine”.
131
“Estados Unidos establece claramente la distinción entre un programa infor-
mativo internacional a nivel estratégico y las operaciones psicológicas a nivel táctico
o de campo de batalla. La información internacional es parte de la diplomacia públi-
ca y por lo general, es una función de grupos de trabajo intergubernamentales. Estos
grupos intergubernamentales se reúnen periódicamente para clarificar las políticas
pertinentes a la información a la luz de los acontecimientos sociopolíticos del
momento”. Goldstein, Frank; “Las operaciones psicológicas. La guerra del Golfo
Pérsico”.
132
Con su intelecto básico, el presidente George Bush (h) no dudaba en califi-
car sus iniciativas político-militares como la “guerra del bien contra el mal”.
133
Entre los esfuerzos que se realizan en este tipo de guerras, se recomienda “que
se decida no negociar con los terroristas bajo ningún punto de vista”. Zuckerberg,
Hugo (Director General del Instituto Superior de Seguridad Israelí); “Contraterro-
rismo psicológico”.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 195

negociar o pactar. Se arriba así, a la situación de una guerra que no


contempla la desmovilización o desarticulación operativa de la fuerza
militar enemiga, sino su total devastación.
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CAPÍTULO V
La configuración contramoderna

Hemos presentado, en el capítulo anterior, la dinámica bélica que


se fue instalando en el decurso del último medio siglo y cómo los Esta-
dos no encontraron otra respuesta para el fenómeno insurgente que el
terrorismo de Estado o contrainsurgencia, socavando sus propios fun-
damentos como aparato jurídico-político, cuyas implicancias totales
estamos lejos de poder imaginar. La fundamentación jurídica que tuvo
y tiene el Estado para sustentarse fue avasallada por la misma entidad
que promete su resguardo. Asimismo, siendo que uno de los objetivos
del sistema jurídico “es sujetar al poder, someterlo a reglas que delimi-
ten su ámbito de actuación”,1 esta mutua implicación entre Estado y
derecho se resquebraja. En la contrainsurgencia el Estado desconoce el
derecho; la justicia es impotente ante el “señor de la guerra”. Al decir
que “no encontraron” otro mecanismo queremos enfatizar que se trata
de la dinámica que efectivamente ocurrió, siendo posible suponer que
existían otras alternativas que bien pudieron ser exploradas.2
Vimos como la fisonomía de la guerra ha mutado a lo largo de la
historia y una marcha que no se detiene. Las bases sobre las que se

1
Moreso, Josep Joan, “Poder y derecho”; en García, Caterina y Rodrigo, Angel
(eds.); La seguridad comprometida. Nuevos desafíos, amenazas y conflictos armados,
pág. 161.
2
Recordemos la citada interpelación del general Agustín Lanusse a la Junta Mili-
tar en la Argentina. En el libro citado de este ex dictador, justamente, se esgrime otra
alternativa.
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198 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

desarrolla actualmente contrarían los supuestos sobre los que se fundó


la Modernidad. La trabajosa tarea de filósofos de toda índole, juristas y
políticos, con sus argumentaciones que transitan del humanismo al
racionalismo para dotar a la convivencia dentro de cada Estado y, entre
los Estados con criterios que economicen la violencia, parece quedar
estéril frente a la actual dinámica de los conflictos más agudos. Los
Convenios de Ginebra y otros acuerdos, aunque formalmente vigentes,
no tienen aplicación real en las “guerras difusas”. Y no se trata sólo de
un desconocimiento fáctico, lo que en sí mismo es grave y pasa en cada
guerra, sino que se van intentando construir argumentos ideológicos y
jurídicos en los que asentar las nuevas prácticas. El gobierno de Estados
Unidos, en la administración Bush (h) acuñó el concepto de “comba-
tiente ilegal”, tomando el término de la Convención de La Haya de
1907, pero en un contexto distinto y con un significado diferente. A él
se apela hasta el presente para mantener rehenes fuera de toda legali-
dad. En Irak, “[l]as personas conducidas hasta el NAMA [un área mili-
tar destinada a interrogatorios] no tenían reconocido derecho alguno
como prisioneros de guerra. Simplemente se las clasificaba como com-
batientes ilegales. No se veían con ningún abogado, ni las visitaba la
Cruz Roja, ni se las acusaba formalmente de delito alguno”.3 Podrá
notarse la total concordancia con las prescripciones del coronel
Trinquier. Este es un patrón de conducta que ha sido especialmente
denunciado por los organismos internacionales de defensa de los dere-
chos humanos en el caso de los prisioneros de Guantánamo. Lo nota-
ble de esta situación es que al apresar “combatientes ilegales”, el propio
Estado se convierte en “captor ilegal”, en un secuestrador por fuera de
la ley; y esta conducta en algunos casos es una política deliberada.4

3
Scahill, Jeremy; Guerras sucias, pág. 204.
4
EE.UU. para poder clasificar como “ilegales” a los combatientes talibanes, que
participaban de un gobierno legítimo, es decir, que eran combatientes estatales,
argumentó que no había reconocido al gobierno talibán como tal, omitiendo que los
talibanes se formaron y derrocaron al anterior gobierno afgano con la indisimulada
asistencia de la CIA.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 199

Se ha generado una red institucional para-jurídica que abarca


desde prisiones secretas hasta interrogatorios con aplicación de tor-
mentos y detenciones por tiempo indefinido sin acusaciones ni defen-
sa. Y esto no es algo que incumba a un solo Estado, sino que es una
práctica que involucra a muchos, con diferentes características,5 y que
se va extendiendo como práctica. Se trata de la internacionalización de
la contrainsurgencia, la que difícilmente se puede limitar a las fronte-
ras de un Estado, tal como ya se viera hace unas décadas en América
Latina con la citada “Operación Cóndor”.6 Esta disolución de las
fronteras implica, necesariamente, la negación de la soberanía. El
Estado asume un carácter diferente: no pierde su potencial represivo,
pero a costa de licuar, al menos en algunos aspectos, la soberanía en
que se fundamenta. Esta incipiente pérdida de sustento jurídico-filo-
sófico tiene, además, una expresión más acabada en la misma elabora-
ción del derecho.
Muchos especialistas señalan que los cambios sociales y políticos de
las últimas décadas han exigido variaciones al derecho penal, en temas
como la criminalidad o el llamado terrorismo.7 En esta dirección, hace
una década, el jurista alemán Günther Jackobs presentó lo que llamó
“derecho penal del enemigo”, en el que sistematiza estas nuevas prác-
ticas desde un punto de vista jurídico. En 1985 vinculó dicha noción
“con los delitos de puesta en riesgo, delitos cometidos dentro de la

5
Entre otros, han colaborado con esta red clandestina Tailandia, Polonia, Ruma-
nia, Mauritania, Lituania, Gran Bretaña (con instalaciones secretas en la isla Diego
García, ubicada en el océano Índico). La Open Society Justice Initiative (OSJI) ela-
boró un informe en 2004 señalando que al menos 54 países colaboraron con Estados
Unidos en secuestros, torturas y detenciones de la CIA tras los ataques de 2001.
6
Cf. McSherry, J. Patrice; Los Estados depredadores: la Operación Cóndor y la gue-
rra encubierta en América Latina. Martorell, Francisco; Operación Cóndor. El vuelo
de la muerte. Calloni, Stella; Operación Cóndor: los años del lobo.
7
Rezses, Eduardo; “El derecho penal del enemigo. Un nuevo intento de expan-
sión del poder punitivo”; en AA.VV.; Políticas de terror. Las formas del terrorismo de
Estado en la globalización, pág. 103. Uno de los expertos que cita Rezses es el profe-
sor español Silva Sánchez, Jesús M; La expansión del derecho penal. Aspectos de la polí-
tica criminal en las sociedades postindustriales.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 200

200 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

actividad económica”; que fue la base de la provocativa propuesta que


lanzó unos años después.8 Los puntos principales de esta doctrina son,
según uno de sus más reconocidos críticos, “en primer lugar, […] un
amplio adelantamiento de la punibilidad, es decir, que en este ámbi-
to, la perspectiva del ordenamiento jurídico-penal es prospectiva
(punto de referencia: el hecho futuro), en lugar de –como es lo habi-
tual– retrospectiva (punto de referencia: el hecho cometido). En
segundo lugar, las penas previstas son desproporcionadamente altas:
especialmente, la anticipación de la barrera de punición no es tenida
en cuenta para reducir en correspondencia la pena amenazada. En ter-
cer lugar, determinadas garantías procesales son relativizadas o inclu-
so suprimidas”.9 Según el propio Jackobs, su planteo no es prescripti-
vo sino descriptivo, en función de las variaciones ocurridas. Pero de
manera independiente de su motivación, lo que resulta cierto es que
su elaboración es un avance en la debacle que van sufriendo los valo-
res y ordenamientos de la Modernidad. Los tres elementos en que
Cancio Meliá sintetiza esta propuesta se han ido expandiendo más allá
del restringido espacio de la teoría del derecho, y es posible constatar
cómo van impregnando las prácticas legislativas y jurídicas, más allá
de los territorios directamente implicados en conflictos bélicos.
Es trágico, además, comprobar que el debate jurídico que instaló
Jackobs tiene como trasfondo el incremento de una práctica popular,
que se expande con fuerza en los últimos años. Nos referimos a la “jus-
ticia por mano propia” que practican sectores de la población frente a
los acusados de presuntos delitos, que son castigados por un grupo de
pobladores, en general de barrios populares aunque no faltan las “tur-
bas” de clase media, sin que la justicia estatal actúe como mediación,
circunstancia que anula todo derecho a defensa y la presunción de ino-

8
Rezses, E.; “El derecho penal del enemigo. Un nuevo intento de expansión del
poder punitivo”, pág. 106.
9
Cancio Meliá, Manuel; “¿«Derecho penal» del enemigo?”, en Jackobs, Günther
y Cancio Meliá, Manuel; Derecho penal del enemigo, págs. 90/1. Véase la exposición
de Filippini, Leonardo en las Jornadas “Los reclamos por la seguridad, control social
y guerra”.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 201

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 201

cencia. Lejos de las querellas en los claustros, en el ámbito de la con-


vivencia cotidiana al “enemigo” se le suspenden los derechos; se lo sen-
tencia sin parámetros de proporcionalidad ni pruebas para establecer
la responsabilidad del supuesto infractor. Esta práctica está muy
difundida por toda América Latina.10
Es notable el avance de esta nueva racionalidad, que aparece aso-
ciada a los problemas –reales o percibidos– de seguridad cotidiana. En
general, tras la percepción pública de merma en la seguridad –en lo
que se suele llamar “inseguridad”–, se cuelan medidas o políticas que
han sido creadas e implementadas primeramente en escenarios bélicos,
y que son positivamente aceptadas –cuando no directamente deman-
dadas– por el grueso de la población, sin advertir la contradicción con
principios básicos ya instalados con la conformación de nuestra era
moderna. Desde este ángulo, las ideas de Jackobs no sólo poseen como
trasfondo prácticas sociales concretas, sino que encuentran sintonía
con la tendencia general del derecho penal actual, en el sentido que
implica la amplificación de sus alcances pero, al mismo tiempo, su
perspectiva menoscaba “los principios y garantías jurídico-penales
liberales del Estado de derecho”.11
Se ha ido forjando, de muy diversas maneras, una sensación –que
es relativamente común al menos en los pueblos occidentales–, una
especial sensibilidad e intolerancia a las situaciones puntuales de peli-
gro, sin que se repare en la imposibilidad de eliminar toda situación que
entrañe riesgo.12 Los hechos que ocurren y provocan miedo propalados

10
Ante la magnitud de los hechos, la presidenta argentina Cristina Fernández de
Kirchner, en un acto en la Casa Rosada, debió hacer alusión de forma indirecta al
tema ante la proliferación de los varios episodios de linchamiento. Diario El Día de
La Plata y Clarín del 31/03/2014.
11
Rezses, Eduardo; “El derecho penal del enemigo. Un nuevo intento de expan-
sión del poder punitivo”, en AA.VV.; Políticas de terror. Las formas del terrorismo de
Estado en la globalización, págs. 99/100.
12
Sobre el papel del miedo en la configuración de lo social, cf. Bonavena, Pablo
y Nievas, Flabián; “El miedo sempiterno”; en Nievas, Flabián (comp.); Arquitectura
política del miedo.
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202 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

por los medios de difusión masiva, que los potencian en cada noticie-
ro y en programas especiales donde se aborda la temática, mezclando
víctimas con especialistas en desordenados diálogos.13 Wacquant plas-
ma esta tendencia invocando a un programa de la televisión francesa
que muestra casos de inseguridad y violencia ciudadana con el inquie-
tante título de Esto puede pasarle a usted.14 Pero los medios de difusión
masiva sólo potencian aquello que existe en ciernes, operan sobre una
base real que existe más allá de su acción. Y esto es sociológicamente
significativo: se han ido generando las condiciones para un incremen-
to del control de la población no sólo sin resistencia por parte de la
misma, sino con aceptación y hasta demanda de tal vigilancia.

El derrame

Pensar que esto ocurre en aquellos países que están involucrados en


conflictos bélicos es desconocer que estas condiciones se diseminan
allende sus fronteras, llegando a países alejados de tales escenarios,
como el nuestro. Esto no es más que un correlato de la ya expuesta
situación de transnacionalización de la contrainsurgencia; ya vemos
que no sólo como políticas activas, sino también en la configuración
de sentidos.
Medidas similares a las que en otras épocas, no lejanas en el tiem-
po, causaban rechazo y temores, hoy son demandadas y generan satis-
facción: uso intensivo de cámaras en la vía pública, retenes de fuerzas
de seguridad, drones, uso de biometría en documentación, controles
de movimientos económicos y financieros a la población, control de

13
Esto suele dar lugar a teorías conspirativas, que atribuyen intencionalidad y un
poder cuasi omnímodo a los medios, cuando éstos sólo pueden operar sobre expec-
tativas efectivas de la población. Cf. Nievas, Flabián; “Los medios de la política y la
política de los medios”, en Salazar, Melissa (comp.); Los medios y la política: relación
aviesa.
14
Wacquant, Loïs; Castigar a los pobres. El gobierno neoliberal de la inseguridad
social, pág. 349.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 203

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 203

desplazamientos, entre otras.15 Asimismo, ha existido en las últimas


décadas una tendencia a la prolongación y endurecimiento de las
penas,16 la tipificación de nuevos hechos,17 y una fuerte presión por la
flexibilización procesal, a cuyas garantías se tilda de “garantismo”, en
una implícita cancelación del principio de inocencia. Agréguesele el
reciente anuncio en la Argentina de la emisión de los nuevos docu-
mentos de identidad, que contendrán un chip con la información de
la historia clínica, los datos previsionales (ANSES), lazos familiares y
del uso del transporte con la tarjeta SUBE. También el reconocimien-
to del jefe de Gabinete del gobierno nacional, Jorge Capitanich, sobre
la compra de equipos para espiar correos electrónicos y llamados tele-
fónicos con el fin de emplearlos “frente a delitos complejos de enver-
gadura, como el narcotráfico”.18
Evidentemente son formas atenuadas si se las compara con las tor-
turas, las prisiones secretas o el bombardeo con drones; pero se basan
en idéntica lógica, aunque con distinta intensidad y contexto. La
degradación relativa que tienen estos mecanismos es compatible con
la menor amenaza potencial, pero no varía en su formato ni en los
principios en los que se sustenta su implementación: anticipación del
hecho, para lo cual la vigilancia es sobre toda la población, la que se
vuelve en su totalidad potencialmente sospechosa.
Si pensamos en un escenario bélico, la probabilidad de ocurrencia
de hechos violentos que comprometan la vida en ese contexto es máxi-
ma, pero esas situaciones de guerra son mínimas; en el extremo opues-
to, la mayor cantidad de situaciones usuales en la mayor parte del

15
Cf. Nievas, Flabián; “El trasfondo de la seguridad pública”, en Debate públi-
co. Reflexión de Trabajo Social, N° 7, junio de 2014.
16
Leyes 25.882, 25.891, 25.892 y 25.893, impulsadas por Juan Carlos Blum-
berg, más la modificación del artículo 55 del Código Penal, elevando el tope de pri-
sión a 50 años.
17
Leyes 26.023 (2005, Convención Interamericana Contra el Terrorismo),
26.024 (2005, Convenio Internacional para la Represión de la Financiación del
Terrorismo), 26.268 (2007, Encubrimiento y Lavado de Activos) y 26.734 (2011,
modificación del Código Penal).
18
Diario Clarín del 17/11/2014.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 204

204 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

mundo es de una mínima probabilidad de ocurrencia de hechos leta-


les, pero, a la vez, la violencia en pequeña escala está extendida en
razón inversa, es decir, es más probable en sociedades en las que la vio-
lencia extrema es inusual o episódica –mientras que en estas últimas la
violencia minúscula se diluye en la escala total de violencia–. Es decir
que hay una relación inversa entre probabilidad de violencia extrema
(debido a la situación) y probabilidad de ocurrencia (en cantidad de
personas potencialmente expuestas a la misma). Esta disposición
“escalar” también contraría una de las distinciones constitutivas de la
Modernidad, que es la oposición entre paz y guerra. Esta separación
es tan fuerte y tajante en nuestras mentes que opera en nosotros como
un verdadero obstáculo epistemológico, impidiendo o dificultando
ver las nuevas regulaciones de la violencia.
Con el advenimiento de la Modernidad, y del poderoso aparato
jurídico-político que es el Estado-nación –figura anómala, que mere-
ció el citado atento estudio de Charles Tilly–,19 se tendieron a estabi-
lizar –relativamente– las fronteras, con lo cual se fijó con una también
relativa claridad, una diferencia entre lo interior, nacional, y lo exte-
rior, extranjero. Esto contribuyó a separar las condiciones de paz, inte-
rior –en donde la violencia se criminaliza–, y de guerra, con el exte-
rior –en donde la violencia es lícita–; siendo los connacionales amigos,
y los extranjeros, enemigos en sentido político. Asimismo, esta cir-
cunstancia permitió cristalizar la diferenciación largamente ensayada
entre combatientes y no combatientes.20
Como puede apreciarse en lo que hemos presentado en el capítulo

19
Nos referimos a la investigación acerca de cómo fue imponiéndose frente a
otras configuraciones jurídico-políticas como la ciudad-Estado, los Imperios y otras
formas menos extendidas La contradicción inherente a una forma fija, como el
Estado, con una volátil, como la nación, están en la base de su inestabilidad relati-
va. Por ello hay regiones del mundo en las que nunca se lograron formas estables.
(cf. Tilly, Charles; Coerción, capital y los Estados europeos. 990-1990).
20
Münkler, Herfried; Viejas y nuevas guerras. Asimetría y privatización de la vio-
lencia, págs. 50/4. Estas afirmaciones, por cierto, requieren de algunos matices; no
toda la población de un Estado goza de idénticos derechos, “[h]ay algunas exclusio-
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 205

anterior, estas dicotomías básicas van diluyéndose poco a poco. La glo-


balización no anula las fronteras estatales, pero las vuelve más porosas
y menos relevante en muchos aspectos, la díada schmittiana “amigo-
enemigo” ya no se organiza primariamente en torno a nacionalidades,21
las nuevas formas de beligerancia no diferencian combatientes de no
combatientes y, tal como lo estamos exponiendo ahora, la línea diviso-
ria entre paz y guerra es cada vez más lábil y borrosa, toda vez que los
mecanismos regulatorios de la violencia pierden diferenciación y espe-
cificidad. Esto se verifica en la creciente tendencia –dispersa, pero iden-
tificable– a la asimilación de las Fuerzas Armadas y la policía a las fuer-
zas de seguridad, allí donde éstas existen.22 Las fuerzas de seguridad –en
Argentina Gendarmería y Prefectura Naval– son cuerpos policiales
militarizados, y resultan una suerte de punto medio entre las fuerzas
especializadas en la violencia exterior y las de represión interior.
Por una parte las policías tienden a militarizarse; progresivamente

nes ampliamente aceptadas: los niños, los dementes, los criminales, los visitantes
extranjeros […]. Pero luego se agregan a esa lista otras categorías de excepciones –los
migrantes, los que no poseen ninguna propiedad, los pobres, los ignorantes, las
mujeres–”, con lo que los derechos nunca fueron homogéneos. Wallerstein, Imma-
nuel; “Liberalismo y democracia”, en Conocer el mundo. Saber el mundo. El fin de lo
aprendido, pág. 105.
21
Este poderoso dispositivo ideológico operaba en un doble registro: por una
parte, la conformación identitaria nacional asimila inmediatamente al connacional
como “amigo” y al extranjero como (potencial) enemigo; en paralelo, esto obturó o
dificultó la toma de consciencia de los sectores explotados, mitigando la lucha de
clases. Su debilitamiento de la identidad nacional, no obstante, no ha hecho resur-
gir la potencia de esta última, quizás ahora menos potente que en otras épocas, lo
que parecería una paradoja (o que el enunciado anterior es erróneo); sin embargo,
su pérdida de vigor ha sido concomitante con el acrecentamiento de otros factores
que tienen idéntico efecto.
22
La creciente indistinción se refleja, por ejemplo, en el Tratado de Lisboa, de la
Comunidad Europea, en el que ambas se conjugan en su sección segunda (“Política
común de seguridad y defensa”), recientemente revitalizada. La ambigüedad del títu-
lo refleja la ambigüedad del contenido, en que “común” refiere tanto al carácter
comunitario como a la relativa indistinción de las políticas de seguridad y defensa.
(cf. Barea Mestanza, Alfonso; “La política común de seguridad y defensa: perspecti-
vas de futuro”).
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 206

206 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

se van constituyendo cuerpos específicos de represión que adoptan


antiguas tácticas militares que se inspiran en las legiones romanas con
sus disposiciones en línea doble o triple para enfrentar multitudes des-
organizadas, para lo cual no necesitan más que equipamiento defensi-
vo. Complementariamente, las Fuerzas Armadas van perdiendo fun-
ciones militares clásicas, actuando cada vez más como fuerzas de segu-
ridad, sea en misiones internacionales “de paz” o en conflictos bélicos,
que se desarrollan casi exclusivamente en territorio urbano en los últi-
mos años.23 Para ello los ejércitos van adoptando crecientemente tác-
ticas y armamentos policíacos. Israel y Estados Unidos han comenza-
do a implementar “asesinatos selectivos”, los que, más allá de su
manifiesta ilegalidad, denotan la táctica policial de la persecución y
caza del hombre de manera individual. Por otra parte, hay un soste-
nido desarrollo de armamentos específicos, algunos de los cuales son
clasificados como “no letales”, cuya inspiración es claramente policía-
ca. Entre éstas, merecen mencionarse las llamadas “armas escalares”,
que actúan a distancia y son de naturaleza electromagnética, con lo
cual la afectación no puede ser discriminada, y cuyos efectos a la alta
exposición y/o a largo plazo son desconocidos.
Las transformaciones, empero, no se agotan aquí. Así como los
Estados cedieron funciones militares a las compañías privadas, repli-
can esta actitud con las empresas de seguridad. La expansión de este
fenómeno se puede percibir en la proliferación de empresas de seguri-
dad. En Argentina hay alrededor de un millar de este tipo de organi-
zaciones que “venden tranquilidad”, ocupando aproximadamente a
150.000 personas,24 generando millones de dólares anuales.25 En 1971

23
El “policiamiento” de las Fuerzas Armadas lo expresa claramente el Gral. M.
Taylor, cuando afirma que “el entrenamiento para el control de tumultos es un
entrenamiento de combate”. (Taylor, Maxwell; Control de disturbios, pág. 42). Para
las formaciones militares en el control de multitudes, véase en particular el cap. 5 de
esta obra.
24
Lorenc Valcarce, Federico; Esteban, Khalil y Guevara, Tomás; “El nuevo pro-
letariado de la vigilancia: los agentes de seguridad privada en Argentina”, pág. 107.
25
Nievas, Flabián; “Topografías del miedo”, págs. 6/7.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 207

existían 20 empresas con apenas 6.000 empleados.26 En apenas cuatro


décadas se semicentuplicó el número de empresas, pero ocupando, en
promedio, a la mitad de personal, lo cual evidencia, de manera indi-
recta, dos cuestiones: por un lado, su alta rentabilidad convoca a
inversores en nuevos emprendimientos; de allí la multiplicación de
empresas.27 Por otro lado, la mayor proporción de capital constante
(cámaras, alarmas, etc.) explicaría la merma relativa de personal ocu-
pado. Asimismo, por ser un mercado que sólo en las últimas dos déca-
das fue cobrando dinamismo y acrecentándose exponencialmente en
nuestro país, todavía no se han producido grandes procesos de con-
centración, pese a que ya están operando compañías transnacionales.
Pero aún persisten muchas empresas pequeñas, realidad observable
con el dato sobre el promedio de ocupados en el sector, que es de 150,
cuando, según el consultor Oscar Fraga Albert una entidad mediana
cuenta con una media de 500 guardias empleados.28
Pero hay que señalar otra peculiaridad: la diferencia entre empre-
sas de seguridad y empresas militares es, en muchos casos, puramente
conceptual. En la práctica una misma empresa, de manera directa o
por medio de filiales o firmas asociadas, brinda una gama de servicios
que abarcan desde la vigilancia de un barrio hasta el combate en zonas
de guerra.29
Este deslizamiento en la gestión de la violencia es en sí mismo sig-
nificativo. No se trata de una “delegación”, es decir, de una actividad
que el Estado deja en manos de terceros pero que supervisa y regula;
se trata, más bien, de una incursión corporativa en ámbitos que otro-
ra eran excluyentemente estatales.

26
Lorenc Valcarce, Federico; Esteban, Khalil y Guevara, Tomás; op. cit.
27
También explicaría la alta concentración espacial, ya que en Buenos Aires exis-
ten 449 empresas registradas. Cf. http://www.buenosaires.gob.ar/areas/ seguridad_
privada/pdf/dt_22Ago2013.pdf, visitado el 22/8/13.
28
http://www.soyentrepreneur.com/inicia-tu-agencia-de-seguridad.html, visita-
do el 22/8/13.
29
Malamud, Marina; “Compañías Militares Privadas: las multinacionales de la
violencia y su relación con el Estado nación (1990-2010)”.
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208 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

El efecto conjunto de toda esta configuración que, a través de la


mutación de la guerra observamos, es el de lenta pero persistente diso-
lución de los supuestos básicos de la Modernidad, sobre los cuales se
estructuró nuestro mundo en los últimos siglos. Y hablamos de diso-
lución y no de cuestionamiento porque esta transmutación ocurre en
gran medida de forma inadvertida. Sin que se haya tomado pleno
registro de la variación del conjunto, asistimos a la restitución de prác-
ticas que se consideraban superadas, como la tortura –ya no en tanto
anomalía tolerada, sino activa y abiertamente instrumentada–, el ase-
sinato como política de Estado, la privatización de la gestión de la vio-
lencia en todas sus escalas, todo lo cual no debe ser entendido como
un retorno a las condiciones pre-modernas, sino como un avance con-
tra-moderno, al que todavía podemos identificar más por su negativi-
dad, por lo que disuelve, que por lo que va creando y erigiendo. Como
advierte Wallerstein, esta mudanza no debe considerarse “como una
línea precisa, sino como una franja de tiempo, una «transición» duran-
te la cual las oscilaciones alrededor de cualquier línea que se mida se
vuelven cada vez más grandes y erráticas”,30 por lo que con asiduidad
encontraremos fenómenos divergentes y hasta opuestos.
Se trata, evidentemente, de una época de grandes transformaciones
y pérdidas de certezas. Una época en que se difuminan las distinciones
y las líneas divisorias se vuelven evanescentes. Las contraposiciones
público-privado, guerra-paz, nacional-extranjero (ciudadano-no ciuda-
dano) aunque conceptualmente sostenidas, encuentran menos corres-
pondencia con la realidad que en otros momentos históricos. La priva-
cidad se torna en una entelequia inconsistente ante la expansión de los
mecanismos de control directos e indirectos. Con ingenuidad instala-
mos y usamos dispositivos que permiten una vigilancia cotidiana que
vulneran toda rémora de privacidad, generando información que está
totalmente fuera del alcance del usuario.31 Obsérvese que se trata de

30
Wallerstein, Immanuel; Impensar las ciencias sociales, pág. 255.
31
“NameTag, una aplicación que estuvo disponible para quienes probaron
Google Glass. Los usuarios miraban simplemente a un extraño y NameTag les
devolvía el nombre, la ocupación e información del perfil público en Facebook”.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 209

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 209

tecnología desarrollada para la guerra “antiterrorista”, pero cuya aplica-


ción se propaga en razón de dos factores: 1) la imposibilidad de deli-
mitar la “guerra” –qué es, dónde se desarrolla, cuándo comienza y ter-
mina, contra quiénes se desarrolla–,32 y 2) la tracción del capital.33

Un escenario posible

Hace algún tiempo circuló por Internet, a modo de chiste, una


situación de probabilidad incierta pero creciente: una persona pide
por teléfono una pizza y el comerciante le dice que no se la puede ven-
der porque esa semana la persona que está haciendo el pedido ha con-
sumido tantas grasas, tantas calorías, tantos hidratos de carbono y con
la pizza sobrepasa el nivel máximo de los valores estipulados por la
sanidad pública en función de los parámetros establecidos para evitar
la saturación del sistema sanitario, y que su vulneración generaría la
clausura del local de pizzería, y al cliente le bloquearían sus seguros
médicos. Esa escena risueña cobra realidad en el sistema financiero, en
el que cualquier movimiento es registrado privada y públicamente y
en base a la misma se otorgan o deniegan líneas de créditos, direccio-
nadas, además, sobre determinados tipos de consumo. Asimismo,
cada vez que un usuario de Internet hace una búsqueda deja un regis-
tro cuya compilación y depuración luego es comercializada por la
empresa propietaria del software con que se hace la búsqueda para
direccionar ofrecimientos comerciales. Toda esta información sobre las

Singer, Natasha; “Nunca olvidar una cara”, en “The New York Times International
Weekly”, suplemento de Clarín, sábado 7 de junio de 2014.
32
Cf. Nievas, Flabián; “De la guerra «nítida» a la guerra «difusa»”, en Nievas,
Flabián (ed.); Aportes para una sociología de la guerra.
33
“El negocio global de la biométrica […] generó aproximadamente U$S 7.200
millones en 2012”. Singer, Natasha; op. cit. No es el único ejemplo. Los drones, que
comenzaron como un desarrollo militar, en menos de una década empezaron a ser
comercializados y hoy se pueden adquirir drones para uso personal en algunas cade-
nas de electrodomésticos en Argentina.
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210 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

finanzas y consumos ha generado un mercado donde se compra y ven-


den datos sobre hábitos de gastos y de navegación en la web.
Estos no son los únicos monitoreos posibles, desde luego. Con
registros generalizados de los desplazamientos de buena parte de la
población, los datos biométricos, tomados tanto para obtener la docu-
mentación que acredita identidad, como en aeropuertos y eventual-
mente ante algunos trámites, como la obtención de la clave fiscal, se
centraliza un enorme cúmulo de información que mitiga en gran
medida la privacidad. A esto podemos sumarle el control mediante
cámaras fijas o móviles (en drones),34 personal de seguridad en pues-
tos de observación fijos o móviles, y tenemos, de este modo, una malla
de dispositivos que permiten monitorear prácticamente todos nues-
tros vínculos. Los llamados telefónicos hechos o recibidos por un telé-
fono móvil y el uso de la tarjeta de crédito o débito también van
dejando sus huellas indelebles sobre nuestros recorridos espaciales y
sociales. Y todo esto sin considerar la captura de correos electrónicos,
comunicaciones telefónicas y conexiones a la red de Internet realiza-
das por sistemas como el Echelon –gestionado por Estados Unidos y
Gran Bretaña principalmente, aunque también Canadá, Australia y
Nueva Zelanda forman parte de dicho conglomerado de inteligencia–
o el Indect, que es un sistema similar en cuanto a funciones, pero ges-
tionado por la Comunidad Europea, tecnología que como vimos
acaba de ser actualizada en Argentina.
Dicho en forma sintética: las posibilidades de monitoreo de la vida
de las personas son múltiples, en particular en el medio urbano. Esto
puede llevar a preguntarnos si tal situación significa una vigilancia
absoluta y perpetua de toda la población. Tal supuesto es material-
mente imposible, ya que se necesita inteligencia humana para inter-
pretar los datos y estimar posibles riesgos, lo cual implicaría un nivel
de procesamiento incompatible en términos de tiempos y disponibili-
dad de analistas con la totalidad del volumen capturado. Pero los pul-
sos electrónicos o electromagnéticos (positivos o negativos, + o –) no

34
El Municipio de Tigre cuenta con una flotilla de drones para “seguridad ciu-
dadana”, tal como lo presenta en su página web. Cf. http://www.tigre.gov.ar/drones/
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 211

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 211

son más que eso, un bit (binary digit), y los bits necesitan un orden
para transformarse en grafos, los que por su partes son condición
indispensable para la información, pero constituirla como tal implica
intervención humana –aun cuando sea en forma delegada en un soft-
ware–. Este conjunto de información es filtrada por sistemas automa-
tizados –muchos de ellos dotados de “inteligencia artificial”, es decir,
la capacidad de “aprender”, de autocorregirse, de los propios siste-
mas–35 que actúan en función de los patrones de búsqueda que se
fijan. Desechado lo sobrante, el remanente pasa al análisis humano
directo (HUMINT). Los analistas descartarán otra parte de la informa-
ción, y sobre lo que resta se fijarán observaciones adicionales (segui-
mientos, filmaciones, inspección de los residuos domiciliarios, patro-
nes biométricos, reconstrucción de movimientos físicos, económicos,
escuchas, etc.). Este “refinamiento” no supone un ajuste para un mejor
reflejo de la realidad, sino la generación del sentido con que se inter-
preta dicha realidad, la forma de configurarla –lo que, en última ins-
tancia, es la construcción subjetiva de esa realidad–. Esta edificación
está afectada por factores contingentes,36 lo que en ocasiones lleva a
situaciones trágicas.37

35
Cf. Haugeland, John; La inteligencia artificial.
36
Estas afectaciones, que provocan cambios imprevistos, han sido parcialmente
formalizadas para los fenómenos naturales, abordando fenómenos “que están mar-
cados por inestabilidades, fluctuaciones, sinergia, emergencia, autoorganización, no-
linealidad, bucles de retroalimentación positiva antes que de retroalimentación
negativa, equilibrios dinámicos, rupturas de simetría, en fin, aquellos que se encuen-
tran al borde del caos” (Maldonado, Carlos; “Ciencias de la complejidad. Ciencias
de los cambios súbitos”, pág. 91), pero su traslación al ámbito social es problemáti-
co, ya que hay variables como la ideología que aún resultan sumamente imprecisas
para su tratamiento formal.
37
Podemos citar dos casos paradigmáticos, entre muchos otros que se pueden
mencionar. Uno es el de nuestro colega, el Dr. Miguel Ángel Beltrán, falsamente
acusado de ser “Camilo Cienfuegos”, quien fuera secuestrado en México y luego de
estar cuatro años en cárceles de máxima seguridad, fue declarado inocente de todos
los cargos, y luego condenado en segunda instancia; el otro es el del ciudadano esta-
dounidense Anwar al-Aulaqui, que fuera eliminado por un ataque de dron en Yemen
sin que mediara ninguna acusación formal. En ambos casos se los sindicó vagamen-
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212 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

Estos dispositivos lo que permiten no es que todos sean vigilados,


sino que cualquiera, en el momento que se requiera, puede ser moni-
toreado, y eventualmente acusado o eliminado debido a evidencias
circunstanciales. Se trata de un entramado de control flexible, cuya
gestión no es estatal ni empresarial pura, pero tampoco del Estado y
empresas asociados como tales, sino de una mixtura aún indefinible,
que licúa nuevamente la distinción entre lo público y lo privado.

Los gradientes de la violencia

Hicimos mención anteriormente a que los diversos tratamientos


de la violencia presentaban una lógica común. Dicha lógica es la que
vimos propalar por Jackobs, que reseñando lo dicho esencialmente se
puede sintetizar en tres puntos: anticipación a la producción del
hecho, punibilidad desproporcionadamente alta, y laxitud de las
garantías procesales. Estos descriptores operan como ordenamiento
general. En la cúspide de la violencia, los conflictos bélicos, tenemos
que uno de los contendientes es conceptuado y nominado como
“terrorista”, sujeto desprovisto de humanidad y, en consecuencia, de
derechos.38 En tanto terrorista, no se lo debe dejar actuar, de acuerdo
al sofisma de “la bomba de retardo”;39 para ello se maximizan las accio-
nes de vigilancia y punitivas: en los casos en los que se los imputa

te como “terroristas” debido a sus pronunciamientos públicos, siendo éste el motivo


de la persecución o eliminación.
38
“Frecuentemente se emplea el apelativo de «terrorista» para deshumanizar o
desacreditar adversarios políticos o cualquier oposición al régimen establecido. El
apelativo de «terrorista», por un lado, parece justificar el empleo de todos y cuales-
quiera medios en su contra y, por otro, procura abrir una brecha entre el grupo así
considerado y la población en general, evitando la simpatía de ésta por la causa de
aquéllos”. Saint Pierre, Héctor; “¿Guerra de todos contra quién? La necesidad de
definir «terrorismo»”, en López, Ernesto (comp.); Escritos sobre terrorismo, pág. 54.
39
Véase la cita de Teretschenko en el capítulo anterior, según la cual las acciones
punitivas se desencadenan antes de que ocurra el evento, al que se busca prevenir de
esta manera.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 213

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 213

como de mayor peligrosidad –que suele ser más simbólica que real–,
se los elimina, últimamente mediante la política de “asesinatos selecti-
vos”, o mediante reclusiones ilegales e indefinidas. Estos asesinatos
teledirigidos, realizados normalmente mediante drones, no implican
la inexistencia de “daños colaterales”, sino que se trata de acertar al
blanco elegido, con independencia de las consecuencias para terceros
que pudiera ocasionar la acción. Ahora bien ¿cómo se escogen los
blancos? Muchas veces por determinados parámetros que en modo
absoluto son definitivos,40 o bien por la coincidencia de pautas de con-
ducta o ideológicas con un patrón o perfil prefijado. Cuando la “peli-
grosidad” no amerita su eliminación, son capturados, y se los mantie-
ne confinados sin acusación por períodos prolongados, sometidos a
tormentos, y privados de cualquier derecho, muchas veces en prisio-
nes secretas y fuera de toda órbita judicial, precisamente para evitar
tener que rendir cuentas sobre dicho tratamiento. Esta situación afec-
ta, no obstante, a relativamente pocas personas –no más que unas
decenas de miles–.
Un nivel un poco por debajo del anterior lo constituyen los sindi-
cados como “narco-terroristas”, es decir, una zona intermedia entre
organizaciones criminales y terroristas. Así se califica, vagamente, a
grupos de resistentes afganos, Sendero Luminoso de Perú, las FARC
colombianas y otros agrupamientos político-militares que mantienen
su zona de influencia en zonas con plantaciones que nutren el narco-
tráfico.41 La peligrosidad es apenas inferior a los anteriores, pero

40
“La CIA decía que los «varones en edad militar» que participaban en alguna
gran concentración de personas en una región determinada o que tenían contactos
con presuntos terroristas o militantes podían ser considerados blancos legítimos de
los ataques con drones. Para atacarlos, pues, no se necesitaba una identificación posi-
tiva: bastaba con que reunieran únicamente algunas de las «señas» que la Agencia
había elaborado para identificar a presuntos terroristas”. Scahill, Jeremy; Guerras
sucias, pág. 336.
41
Son muchos los trabajos que sostienen la denuncia sobre algún tipo de vincu-
lación entre guerrillas y narcos, por eso las tipifican como “narcoguerrillas”. Rey,
Oscar B.; Colombia. Guerrilla y narcotráfico, pág. 102.
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214 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

numéricamente son más los miembros que las constituyen. En gene-


ral refiere a conflictos que se prolongan en el tiempo. Se trata, de
manera evidente, de una forma de deslegitimar a grupos armados cuyo
propósito principal y posiblemente excluyente es político y no econó-
mico, y a los que con estas asociaciones –en muchos casos reales, al
igual que otros segmentos sociales, como los políticos, los miembros
del Poder Judicial y de las Fuerzas Armadas de esas naciones, y también
el sistema financiero– se intenta denostar moralmente.
Por debajo de éstas, en orden de peligrosidad, están las organizacio-
nes criminales internacionales; mafia, camorra, narcotraficantes, tra-
tantes de personas, piratas, traficantes diversos, etcétera. La amplia
gama de actividades que se encuadran en este nivel son merecedoras de
un análisis más pormenorizado, ya que es fácil advertir la extrema difi-
cultad en delimitar este sector, por eso es claramente insuficiente y dis-
funcional la distinción legal-ilegal. Es muy usual que las actividades
estén a mitad de camino entre lo legal y lo ilegal, o que conjuguen
ambas, en diferentes proporciones variando según los momentos y los
lugares; también resulta poco verosímil que alguna de estas actividades
semiclandestinas se desarrollen sin el apoyo o la anuencia de al menos
una parte de los funcionarios estatales involucrados con dicha área de
actividad (sean éstos funcionarios policiales, judiciales, políticos y/o de
la burocracia permanente). En estos casos la violencia aparece como
forma autorregulatoria de la actividad económica, toda vez que al no
estar regulada estatalmente los conflictos se dirimen de manera priva-
da,42 pero eso no remite totalmente la actividad a lo ilegal.

42
Vale recordar que Weber sostenía que “Franz Oppenheimer ha opuesto con
razón al «medio económico» el «medio político». De hecho es conveniente separar
al último de la «economía». El «pragma» de la violencia se opone fuertemente al
espíritu de la economía (en el sentido corriente de la palabra). La apropiación inme-
diata y violenta de bienes y la compulsión real e inmediata de una conducta ajena
por medio de la lucha no deben denominarse «gestión económica»”. Weber, Max;
Economía y sociedad, pág. 47. Esta oposición no es un mero artificio, sino que es
consustancial al ordenamiento político del capitalismo, aun cuando nunca haya sido
total, como lo demuestra la existencia de las guerras, las que también coadyuvan a
su desarrollo económico, pero no a sus formas políticas.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 215

En el caso del tráfico de estupefacientes, por ejemplo, necesita no


sólo de la ayuda de parte del aparato estatal, sin la cual la logística sería
de imposible implementación, sino también del aparato financiero
formal, los bancos comerciales, sin los que la circulación de esas masas
de dinero sería quimérica. No obstante ello, la atención se focaliza en
determinados personajes, con lo que se acentúa el ocultamiento del
entramado real y total que hace posible la actividad. Algo similar ocu-
rre con el tráfico de armamentos. Casi no existen fábricas clandestinas
de armamentos, y las que existen producen poca cantidad, de baja
calidad, y de escaso poder de fuego. El tráfico de armas requiere inelu-
diblemente de la implicación de funcionarios estatales –cuando no de
los propios Estados en tanto tales–, de bancos y de particulares.43 Pero
la atención se pone sólo en una parte del entramado, dejando la otra
fuera de visibilidad, y se legitiman las acciones remitiendo al puro y
simple ilegalismo, cuando en realidad éste no es tal, sino que está aso-
ciado inextricablemente a prácticas y circuitos legales.
En la escala inferior tenemos a la delincuencia común, mucho más
numerosa en casos, pero menos peligrosa en especificidad, y con
menor impacto de violencia puntual. En este tramo la legitimación
viene dada por una construcción simbólica que lleva no menos de dos
siglos,44 y lo que se percibe es que en los últimos años se ha disparado
enormemente la sensación de inseguridad, en la que se monta la fuer-
te presión por la merma de derechos para los infractores a la ley –en
particular en los delitos sexuales y en los de sangre–, y la aludida pro-
longación de las penas. Dado que en nuestra región la pena de muer-
te es tradicionalmente ilegal, sólo se la tolera vagamente con los ajus-

43
Esta relación quedó evidenciada en la Argentina con el escándalo sobre el pre-
sunto contrabando de seis mil quinientas toneladas de armas del gobierno justicia-
lista de Carlos Menem a Croacia, en momentos en que se desarrollaba el conflicto
armado con Serbia. Montes de Oca, Ignacio; Ustashas. El ejército nazi de Perón y el
Vaticano, pág. 17.
44
En esto nos remitimos a los diversos trabajos de M. Foucault, sobre cómo se
fue separando al delincuente de los sectores populares, y enfrentándolo a éstos, cuan-
do originariamente eran figuras sociales populares en muchos casos.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 216

216 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

ticiamientos que de facto realizan las fuerzas policiales o de seguridad


de manera eventual –en algunos ocasiones llamados casos de “gatillo
fácil”–, pero a la vez mientras sectores minoritarios bregan por su
implementación legal, la mayoría avala y reclama la muerte social del
sujeto, en encierros tan prolongados como se pueda. En paralelo
muchos de los casos de justicia por mano propia culminan con la
muerte del “culpable”; vemos así otra forma de la pena de muerte sin
regulación estatal.
Como se puede observar en la totalidad del recorrido, la lógica
subyacente es la misma, solo varía en grados de aplicabilidad. La ope-
ración, en definitiva, es la deshumanización del otro (delincuente, cri-
minal, terrorista), y, en tanto no humano, objeto de aplicación de vio-
lencia extrema, aniquiladora.

La fractura moral

Hemos presentado dos dimensiones de la nueva forma de gestión


de la violencia: la de los mecanismos, y la de la construcción del suje-
to-otro. Debemos considerar, ahora, la forma en que se produjo la
ruptura con los valores modernos, que es la condición de posibilidad
para lo analizado. Siguiendo el método retroductivo, según el cual “el
punto de partida de la investigación está en las etapas más avanzadas [de
un fenómeno], en las cuales el análisis de los mecanismos se torna más
claro”,45 resulta necesario abordar el problema moral desde el terroris-
mo, figura que se encuentra en la cúspide de la violencia y el rechazo.
“Yassef Saadi, jefe de la Zona Autónoma de Argel, declaró después
de su arresto: «Puse mis bombas en la ciudad porque no tenía aeropla-
no para tirarlas. Pero causé menos víctimas que la artillería o el bom-
bardeo aéreo de nuestras pequeñas localidades. Yo estoy en guerra.
Nadie puede criticarme por lo que hago»”.46 Hay, en esta declaración,

45
García, Rolando; El conocimiento en construcción, pág. 51.
46
Trinquier, Roger; op. cit., pág. 36.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 217

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 217

un plano de identidad: ambos bandos son combatientes; el recurso al


terrorismo es una opción táctica con arreglo a las condiciones y posi-
bilidades de desarrollar el combate.47 Es necesario preguntarse si
ambos bandos tienen las mismas condiciones y posibilidades de com-
batir, y claramente la respuesta es negativa. Los recursos materiales
estatales son infinitamente superiores a los de cualquier organización
no estatal: cuentan con ingentes cantidades de profesionales en los dis-
tintos rubros necesarios para su organización bélica, material militar
en abundancia, diversificado para distinto tipo de operaciones, gran-
des recursos económicos y vinculaciones diplomáticas y políticas con
otros Estados. Las organizaciones no estatales, por el contrario, care-
cen de personal profesionalizado –solo después de un tiempo y un
determinado nivel de desarrollo logran tener unos pocos miembros
con capacidad operativa semejante a un profesional de nivel medio del
aparato estatal–, sus recursos económicos suelen ser escasos, y su nivel
de armamento es precario y, en buena medida, artesanal. Sus vínculos
políticos son, generalmente, clandestinos y limitados, y su capacidad
táctica raramente está diversificada. Puestos en este plano la asimetría
entre ambos es casi abismal. Pero no se trata de los únicos elementos
de comparación posibles: es necesario incluir otro, sobre el que Clau-
sewitz llamaba la atención: la fuerza moral, esto es, la disposición al
combate de los miembros de cada bando. Quizás el indicador más
demostrativo (aunque tal vez no el más importante) de la fuerza moral
sea la capacidad de una organización de desarrollar tácticas suicidas.
Estas, cuando aparecen, son utilizadas excluyentemente por el bando
más débil. Pero raramente se trata de organizaciones estatales.48 El

47
Como reconoce Martha Crenshaw, “[l]a amplia gama de actividades terroris-
tas no puede ser desestimada como «irracional» y consecuentemente patológica, irra-
zonable o inexplicable. El recurrir al terrorismo no precisa ser una aberración. Puede
ser una respuesta razonable y calculada a las circunstancias imperantes”. “La lógica
del terrorismo: el comportamiento terrorista como producto de una opción estraté-
gica”, en Howard, Russell y Sawyer, Reid (comps.); Terrorismo y contraterrorismo.
Comprendiendo el nuevo contexto de la seguridad, pág. 67.
48
Nos referimos a misiones suicidas, no misiones altamente peligrosas, es decir,
aquellas que implican la seguridad de la muerte. Entre los escasos ejemplos de com-
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 218

218 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

recurso a este tipo de acciones –que siempre son una opción entre un
menú de posibilidades–49 pone de manifiesto, de manera obvia, la dis-
ponibilidad de combatientes dispuestos a asumirlas, lo que indica un
grado de compromiso superior, el grado más elevado, que es el de la
propia inmolación en pos del grupo. Esta conducta es la del héroe,
pero en este caso se trata de opciones individuales. Cuando una orga-
nización recurre a esta táctica denota una fuerza moral muy elevada en
todos sus niveles. En ese sentido encontramos una asimetría igual pero
opuesta a la de los medios con los que cuentan.
Estas dos asimetrías son fundamentales para entender el fenómeno
de cómo se han ido desarrollando condiciones contra-modernas. Las
fuerzas estatales, desprovistas de gran fuerza moral para operaciones
contrainsurgentes –lo que no se debe a ninguna falla intrínseca de sus
combatientes, sino a la falta de razonabilidad de las políticas por las
que combaten, que genera escaso compromiso más allá del profesio-
nalmente indispensable–, debido a que sus propios pueblos carecen de
lo que Losurdo define como “ideología de guerra”50 –y tampoco, en el
caso de los Estados centrales, se encuentran materialmente amenaza-
dos, con su territorio ocupado o atacado–, lo que se traduce en difi-
cultades para el reclutamiento y un muy bajo umbral de tolerancia a
las bajas propias y otros tipos de sacrificios. A falta de fuerza moral
(“patriotismo”) los Estados tienden a seducir, mediante incrementos
económicos y ventajas adicionales, a los sectores menos favorecidos

batientes estatales que llevaron a cabo tales misiones podemos contar a los pilotos
japoneses kamikaze y los brigadistas iraníes (en la guerra contra Irak).
49
“[…] ninguna de las organizaciones implicadas está monógamamente casada
con las MS [misiones suicidas]. Las MS han sido sólo una parte minúscula del arsenal
desplegado por los ejércitos regulares o insurgentes que se han valido de ellas.”
Gambetta, Diego; “¿Se puede desentrañar el sentido de las misiones suicidas?”, en
Gambetta, Diego (comp.); El sentido de las misiones suicidas, pág. 352.
50
Con esta expresión dicho autor se refiere a la creencia en un destino manifies-
to por parte de la población de un país, que vincula a la guerra con el medio para
que tal destino se materialice. Cf. Losurdo, Doménico; La comunidad, la muerte,
Occidente. Heidegger y la “ideología de guerra”.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 219

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 219

para incorporarlos a la milicia51 y, por otra parte, a extremar los recau-


dos a fin de minimizar todo riesgo. Esto impacta tanto en las tácticas
como en el equipamiento:52 basta ver la imagen de un soldado profe-
sional, guarnecido con costosos equipos,53 frente a la de un miliciano,
desprovisto de toda sofisticación, para representarse esa disparidad en
la fuerza moral. En la raíz de toda guerra hay un núcleo político, que
no puede subsanarse con tecnología.54 Pero tampoco se subsana con

51
Estados Unidos incrementó, en 2004/5, de U$S 6.000 a 15.000 el estipendio
para cubrir cargos en lugares en que el personal escasea, se dieron ventajas educati-
vas, y hasta se otorgó la “Green Card” a los reclutas inmigrantes y sus familias,
durante el apogeo de la guerra de Irak. En el caso de países periféricos, se suelen tole-
rar actos de corrupción de militares y policías, que es una forma de financiamiento
indirecto de las fuerzas, y de ventajas adicionales con las que se estimula el ingreso
a las mismas.
52
La más publicitada, aunque no la única, es la proliferación del uso de drones.
También se desarrollan robots para funciones que van desde desarmar una bomba
hasta llevar pertrechos.
53
“EE.UU. desarrolla el programa Land Warrior para los Rangers (provistos en
el año 2006), y una segunda versión, el Land Warrior Stryker Interoperability; Aus-
tralia, el LAND 125 Wundurra, que incluye estudios de nutrición e hidratación;
Canadá el Sistema integrado de Vestimenta y Equipo Protector; Francia el Sistema
del Futuro Infante; Holanda el Sistema del Soldado de Infantería del Real Ejército
Holandés; el Reino Unido el Futuro Soldado de Infantería (FIST); y España el
Programa Combatiente del Futuro”. Nievas, Flabián y Bonavena, Pablo; “El miedo
sempiterno”, en Nievas, Flabián (comp.); Arquitectura política del miedo, pág. 41.
Cf. “Soldado cibernético”, DEF Nº 2, Buenos Aires, octubre de 2005, págs. 48 ss.;
también “El combatiente del tercer milenio”, en Revista Española de Defensa Nº 203,
enero de 2005, págs. 50 ss. Al respecto se ha escrito mucho, bajo el nombre de “revo-
lución de los asuntos militares” (RMA). Cf. Ferro, Matías; “¿Qué entendemos por
Revolución en Asuntos Militares?”, Investigación Nº 03 del Centro Argentino de
Estudios Internacionales, s/d; Granda Coterillo, José y Martí Sempere, Carlos;
“¿Qué se entiende por Revolución de los Asuntos Militares?”, en Análisis Nº 57,
Madrid, mayo-junio de 2000.
54
Cf. Nievas, Flabián y Bonavena, Pablo; “La debilidad militar norteamericana”,
en Nievas, Flabián (ed.); Aportes para una sociología de la guerra. Sin embargo, las
ventajas militares son siempre temporales y circunstanciales. Cuando Estados
Unidos mantenía un embargo tecnológico a Pakistán, cayeron sobre ese país cuatro
misiles que habían sido dirigidos a Afganistán, uno de los cuales estaba intacto.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 220

220 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

las tácticas corrientes. Ante esto se plantean dos escenarios: o se renun-


cia al uso de la fuerza militar y se aguzan las destrezas políticas y la
fuerza que se pueda componer en tal sentido, o bien se utiliza aquélla,
pero en términos que tengan alguna oportunidad de doblegar al ene-
migo. En este último término es cuando se opta por el terrorismo de
Estado. Allí es cuando se produce la debacle moral, cuando se auto-
corrompen los supuestos mismos en los que se sustenta cada Estado y
el sistema interestatal surgidos a partir de los acuerdos de la paz de
Westfalia.
Los imperativos inmediatos, acicateados por las urgencias del capi-
tal en general, sean las más urgentes, de todas las industrias ligadas al
aparato bélico, las más mediatizadas, como las vinculadas a los secto-
res “estratégicos”, y ambas mediadas y direccionadas en buena medida
por el capital financiero, configuran la fuerza motriz de la dinámica en
la que los Estados –al menos los que tienen mayor desarrollo capita-
lista– se ven envueltos, generando prácticas que niegan los pilares
morales sobre los que se han edificado.
La tortura, ya no como anomalía tolerada, sino como práctica
regular y generalizada; la vulneración de las libertades; la vigilancia
extendida; la instauración de la sospecha y no de la prueba como fun-
damento de la punición; la deshumanización de parte de la población
que, por diversas razones, resultan disfuncionales o sobrantes; la trans-
ferencia de parte de la gestión de la violencia a corporaciones privadas,
constituyen la emergencia de parámetros que la Modernidad preten-
día haber superado. Pero, como ya advertimos, no se trata de un regre-
so a situaciones anteriores. En los sistemas complejos –y la sociedad
es, sin dudas, el más complejo de los sistemas–,55 los cambios profun-

“¿Qué cree usted que el funcionario paquistaní le dijo al Washington Post? Dijo, fue
un regalo de Alá. Pakistán deseaba tecnología estadounidense. Ahora tiene la tecno-
logía, y los científicos paquistaníes están examinando este misil muy cuidadosamen-
te. Cayó en las manos equivocadas. Busque soluciones políticas. Las soluciones mili-
tares provocan más problemas que los que resuelven”. Ahmad, Eqbal; “Terrorismo:
el de ellos y el nuestro”, en Howard, R. y Sawyer, R.; op. cit., pág. 62.
55
Según un cálculo basado en la tasa de densidad de energía libre que circula por
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 221

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 221

dos suelen estar precedidos de grandes variaciones caóticas, en las que


no son extrañas las reapariciones de situaciones, valores y/o institucio-
nes que habían quedado subordinadas o ensombrecidas en el sistema
en su etapa de estabilidad.56

II

Hacia un nuevo nomos

Todo ordenamiento social supone regulaciones; ambos conceptos


son indisociables, aunque refieren a distintos niveles de observación.
Estas regulaciones operan, a su vez, en dos niveles: el fáctico, emergen-
te de la dinámica social, lo que se expresa en la reproducción social, y
el que es impuesto por sectores favorecidos por dicho ordenamiento,
que organiza en base a creencias, costumbres y finalmente códigos, la
reglamentación que tiende a coadyuvar dicha reproducción. No obs-
tante la presencia de ambos niveles, los órdenes cambian en el tiempo
y el espacio, aunque tales normas y reglas tienden a retardar dichas
variaciones. El νόμος (nomos) es la articulación entre ambos niveles,
es decir, entre la disposición fáctica del poder espacio-temporal y el
derecho que emana de la misma, y tiende a reforzarla en su reproduc-
ción. Se trata, en definitiva, de la regulación de la violencia.
Carl Schmitt plantea la existencia de al menos tres ordenamientos:
el que proviene de la existencia del hombre en la tierra, el que se ins-
tituye a partir de la incorporación del mar a la vida terrestre, lo que

un sistema, medida en ergios (energía) por tiempo (s-1) por masa (g-1), las sociedades
modernas son tres veces más complejas que el cerebro humano, 25 veces más com-
plejas que un organismo animal, 55 veces más compleja que una planta, unas 6.700
veces más complejas que un planeta, 250.000 veces más que una estrella, y 500.000
veces más que una galaxia. Christian, David; Mapas del tiempo, pág. 111.
56
Aunque no se pueda generalizar, es notable que en nuestro país haya reapare-
cido una forma punitiva medieval, que es la humillación pública, con la figura del
“escrache”.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 222

222 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

ocurre con la conexión intercontinental, a partir fundamentalmente


de la colonización europea de América, y que concluye finalmente con
la Primera Guerra Mundial.57 Eventualmente, a partir de entonces sur-
giría una nueva articulación (que Schmitt no puede analizar) signada
por la bipolaridad y la amenaza nuclear, que promueve alianzas y regu-
laciones para restringir las posibilidades de uso del arsenal
atómico –que junto a las políticas atentas a ello conformaron un
mecanismo altamente eficaz, pues nunca más se usaron armas nuclea-
res para la guerra–. Este nomos –si existió como tal– desaparece irre-
mediablemente al inicio de la última década del siglo pasado. Pero
estas puntualizaciones son, como en todo proceso, un tanto arbitra-
rias. En definitiva, como dijimos, siempre se busca prolongar la exis-
tencia de un orden social; y para ello, resulta fundamental regular el
uso de la violencia, delimitando la legitimidad/ilegitimidad de la
misma, para lo cual debe tender a constreñirla. En función de ello se
han creado diversas argumentaciones.
En el período precedente al que analizamos, la primera gran cons-
trucción fue la diferenciación entre guerra justa e injusta, con arreglo
al ius ad bellum (derecho a la guerra) tanto como al ius in belli (dere-
cho en la guerra). En lo atinente a lo primero, para que una guerra sea
justa deben cumplirse cuatro criterios: que sea por el bien común, que
la causa sea justa (por ejemplo, la autodefensa), que la guerra sea
menos perniciosa que lo que se intenta evitar, y finalmente, que sea el
último recurso.58 Con esto se trata de mitigar el uso de la fuerza,
dotándola de razonabilidad y amparo moral, es decir, de tornar tole-
rable su utilización. Pero a la vez, garantizando la posibilidad de movi-
lidad necesaria en el marco del orden existente.59

57
Schmitt, Carl; El nomos de la tierra. Parece evidente que estaba bastante per-
turbado por la posición en que había quedado Alemania tras los Tratados de
Versalles.
58
Bellamy, Alex; Guerras justas, págs. 192/4.
59
El fracaso de la moralización de la violencia se hace palpable en una magnífi-
ca obra como la de Bellamy, quien al tratar el tema del terrorismo sostiene: “No con-
denaríamos a un miembro de la resistencia francesa por hacer estallar un camión
lleno de explosivos en los cuarteles militares alemanes en 1942. Condenamos en ata-
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 223

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 223

El nomos post-westfaliano, que Schmitt incorpora al ordenamien-


to surgido con la anexión de las nuevas tierras al orden europeo,60 eli-
mina la legitimidad de actores no estatales en la guerra, ya que por un
lado “los empresarios de la guerra, que hasta entonces habían desem-
peñado un papel dominante en los mercados europeos de la violencia,
se apartaron de un negocio que había dejado de serlo. La financiación
previa de una tropa con una cierta capacidad de combate había llega-
do a costar más de lo que posteriormente podía recuperarse mediante
su contratación”,61 mientras que por otro, la secularización estatal
quedó refrendada por los tratados de Westfalia y posteriores, ya rese-
ñados, con lo que sólo los Estados retuvieron el privilegio del uso legí-
timo de la violencia. Al cesar la auctoritas eclesiástica, los Estados per-
dieron toda instancia superior que los pudiera regular. A partir de
entonces a “ambas partes beligerantes les corresponde el mismo carác-
ter estatal con idéntico derecho. Ambas partes se reconocen mutua-
mente como Estados. De este modo, se hace posible distinguir entre
el enemigo y el criminal”.62 Ahora bien: en opinión de algunos auto-
res, esto debilita la diferenciación entre guerra justa e injusta: “Duran-
te los siglos XVIII y XIX esta distinción no se tomó en consideración, ya
que la política nacional solía estar impregnada de la perspectiva amo-
ral maquiavélica de que la soberanía dotaba al estado de cuanta justi-
ficación necesitase para sus fines; y en ausencia, desde la Reforma, de
una autoridad supranacional que impugnase esa filosofía, el criterio
permaneció invariable durante toda la época de la pólvora”.63
Durante el siglo XX hemos visto varios intentos de reglamentar la
guerra buscando una sintonía con los valores modernos. Sin embargo,

que llevado a cabo en el Líbano no por la naturaleza del ataque en sí mismo, sino
porque estuvo dirigido contra infantes de marina estadounidenses cuya presencia en
esa región creemos justificada”. (Guerras justas, pág. 218). El gran vacío en su argu-
mento es ¿por qué esa presencia está “justificada”? Alguien tan minucioso en sus
argumentos como Bellamy, calla sobre ello.
60
Schmitt, Carl; El nomos de la tierra, págs. 133 ss.
61
Münkler, Herfried; Viejas y nuevas guerras, pág. 81.
62
Schmitt, Carl; El nomos de la tierra, pág. 135.
63
Keegan, John; Historia de la guerra, pág. 510.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 224

224 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

también lo hemos expuesto, las normas fueron desatendidas en repeti-


das oportunidades, especialmente por los países más poderosos. Nume-
rosos ejemplos de burdas tergiversaciones que operan como excusas
para tratar de evitar que el caso quede formalmente encuadrado como
agresión pueden ilustrar esto; desde el supuesto ataque norvietnamita a
una torpedera estadounidense en el golfo de Tonkin –incidente a par-
tir del cual Estados Unidos se involucró de manera directa en la gue-
rra vietnamita–, hasta las imaginarias ADM (armas de destrucción
masiva) en poder del régimen de Saddam Husein en Irak, lo que “jus-
tificó” la invasión a dicho país en 2003.
De cualquier modo, lo que hasta inicios de este siglo se hacía de
manera relativamente oculta y disimulada, a partir del ataque al terri-
torio estadounidense en 2001, se tornó algo abierto e indisimulado.
Comenzaron a construirse nuevas argumentaciones, que colisionan
punto por punto con los supuestos modernos. La “preempción”, los
ataques aéreos, los asesinatos selectivos, los secuestros estatales y las
invasiones humanitarias comenzaron a ocupar el centro de la nueva
escena, perfilando lo que pretende establecerse como el nuevo nomos.
Veamos sucintamente estos aspectos.

La “preempción”

Este anglicismo es utilizado por algunos juristas para distinguirlo


de la prevención. La diferencia entre preempción (amenaza inminen-
te) y prevención (amenaza futura) parece puramente nominativa, ya
que lo inminente está aún en el terreno futuro, y toda amenaza futu-
ra puede ser calificada como inminente de acuerdo a valoraciones
diversas, aunque nunca exenta de algún grado de especulación. Lo sig-
nificativo de este novel concepto, es que aparece en el marco del
esfuerzo por validar las acciones contrainsurgentes, particularmente
las acciones antiterroristas. El despliegue de fuerzas militares sobre una
frontera, el rearme del Estado hostil, la concentración de fuerzas, etc.,
son indicadores claros de una amenaza futura, y es válido tomar medi-
das preventivas tendientes a bloquear las acciones que pudieren des-
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 225

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 225

plegarse por parte del enemigo. No es necesario para ello acudir al


concepto de nuevo cuño. Su necesidad aparece cuando es menester
justificar las acciones “precautorias” antiterroristas. Se trata, en reali-
dad, del pasaje al derecho internacional del concepto de punición
anticipada ya expresado por Jackobs para el derecho penal.
Ahora bien, en la práctica, no se han distinguido las acciones “pre-
emptivas” de las acciones de guerra preventiva. Una acción de guerra
preventiva es, a todas luces, una agresión: atacar a un Estado en base
a la suposición de una eventual amenaza.64 Golpear antes de que surja
la amenaza, es decir, anular anticipadamente cualquier potencial peli-
gro, supone una total arbitrariedad, ya que el derecho reside en la
potestad de la fuerza, pues –de manera evidente–, sólo quien tenga el
poder militar necesario puede tomarse tal atribución. ¿Qué es esto,
sino la licuación del derecho, entendido como la reglamentación que
reemplaza al uso efectivo de la fuerza?

Los ataques aéreos

Una de las características de las últimas campañas militares es el uso


del poder aéreo de manera intensiva a fin de producir daños sin expo-
ner al personal militar propio. Esto se observó tanto en las dos guerras
contra Irak, como en Afganistán, en Serbia, en Libia, y actualmente en
la zona norte de Siria e Irak, donde se está instalando el Estado
Islámico. El uso de poder aéreo resulta, a todas luces, desproporciona-
do para un tipo de beligerancia cuyo centro de gravedad es la actividad
de inteligencia, es decir, la fina discriminación de actores y conductas,
mientras que el bombardeo aéreo no tiene capacidad técnica de discri-
minar blancos.65 Esto se acentúa mucho más en el caso del uso de las

64
De manera bastante significativa, George Bush (h) declaró que “la guerra con-
tra el terrorismo no se ganará a la defensiva. Debemos llevar la batalla al enemigo,
desbaratar sus planes y enfrentar las peores amenazas antes de que surjan”. Discurso
pronunciado en la ceremonia de graduación en West Point el 1 de junio de 2002.
65
En contra de esto se suele argüir que las llamadas “bombas inteligentes” tie-
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 226

226 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

prohibidas “bombas de racimo”, el uso de las bombas o municiones


con uranio empobrecido, y el uso de las bombas de grafito.66
En este punto es necesario volver a Dohuet y su doctrina del poder
aéreo como determinante en la resolución de las guerras.67 Como advier-
te Headrick, esta “doctrina y sus diversas variantes han influido podero-
samente desde entonces sobre los estrategas de la aviación. […] Sin
embargo rara vez ha funcionado, ni siquiera cuando, como durante la
Segunda Guerra Mundial, el enemigo era toda la población y no sólo sus
fuerzas armadas. Muy a menudo los bombardeos han reforzado la volun-
tad de combate de la población afectada y su lealtad hacia su gobierno”.68

nen un elevado grado de precisión en los blancos seleccionados. Reese recuerda que
“en Afganistán, un caza-bombardero F-16 y un bombardero B-2 Stealth emplearon
unas bombas de 500 libras, varias otras municiones de dispersión, y otras 16 bom-
bas de 2.000 libras para atacar una camioneta Toyota con 15 supuestos combatien-
tes del Talibán. […] El camión fue dañado y murieron algunos combatientes, inclu-
yendo una mujer con su hijo”. (Reese, Timothy; “Potencia de fuego de precisión:
bombas inteligentes, estrategia ignorante”, págs. 70 y 75). Esto evidencia una limi-
tación infranqueable: la tecnología puede seleccionar la camioneta, pero no puede
determinar quiénes son sus ocupantes.
66
Las bombas de racimo son un conjunto de pequeñas bombas que se esparcen
por el área en que cae la unidad, afectando todo lo que está a su alcance; no hay dis-
criminación posible sobre los blancos reales a menos que se trate de unidades mili-
tares concentradas en espacios alejados de zonas de no combatientes, algo que clara-
mente no ocurre en los conflictos actuales. Por otra parte, si alguna bomba secun-
daria no detona, queda en estado latente y funciona como mina antipersonal (tam-
bién prohibida). Las bombas o municiones de uranio empobrecido se usan para tras-
pasar blindajes, pero el efecto radiactivo persiste por largo tiempo en la zona, afec-
tando a generaciones futuras. Las bombas de grafito se usan para hacer colapsar las
redes eléctricas, pero el grafito se esparce en el ambiente, y es altamente canceríge-
no. Estos tres tipos de armas han sido usados masivamente por Estados Unidos en
sus ataques aéreos.
67
A los efectos de despejar cualquier duda de que se sigue esta doctrina, en la
misma se establece que “[l]os blancos de la ofensiva aérea serán por lo tanto en gene-
ral superficies de cierta extensión, donde haya fábricas, casas, establecimientos, etc.,
y alguna población. Para destruir tales objetivos será necesario emplear en conve-
niente proporción los tres tipos de bombas: explosiva, incendiaria y venenosa”.
Doheut, Giulio; El dominio del aire, pág. 28.
68
Headrick, Daniel; El poder y el imperio, pág. 341.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 227

GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 227

¿Por qué insistir entonces con una táctica que se ha demostrado


infructuosa? La respuesta consta de dos aristas que, aunque diferentes,
son concurrentes: la escasa tolerancia a las bajas propias, por una
parte, y la necesidad de utilizar el producto del complejo militar-
industrial, por otra. La conjunción de ambas tienen como efecto
ineludible la producción de elevados números de víctimas no comba-
tientes. La potenciación de ambas aristas lleva al uso cada vez más
extendido de drones para los ataques.
Es impropio, por lo tanto, considerar a las mismas como “daños
colaterales”, ya que están innegablemente inscriptas en el uso de esta
táctica de combate, es decir, no se trata de casos eventuales, imprevis-
tos e inevitables. Por el contrario, son sistemáticos y previsibles en los
bombardeos, y evitables con solo usar otra forma de combate –que
implicaría, por supuesto, el poner en riesgo a los propios profesiona-
les militares–. Esto nos conduce, en consecuencia, a una conclusión
inexcusable: si para no arriesgar al personal militar propio, cuyo traba-
jo implica justamente arriesgar la vida, se sesgan vidas de no comba-
tientes, el acto en sí mismo es de carácter criminal. Pero tiene este
signo sólo en el nomos de la Modernidad. En los hechos y en los
intentos de argumentación de los mismos, se conforma un nuevo
nomos, de rasgos contra-modernos.

Los asesinatos selectivos

Esta práctica contra-judicial tiene largas raíces y profusa instru-


mentación.69 Se dividen en tácticos y estratégicos, siendo el primero
un objetivo militar inmediato, sea de consecuencia o de oportunidad;
el segundo implica un objetivo militar o político mayor, sea en estado
de guerra o no. Además pueden ser, por su ejecución, directos o indi-

69
Diferenciamos lo anti-judicial, es decir, contrario o por fuera del derecho (tipi-
ficado como “delito”), de contra-judicial, atentatorio contra el derecho mismo. Lo
primero se opone pasivamente al derecho, lo elude; lo segundo lo hace de manera
activa, socavándolo.
guerra:Maquetación 1 26/02/15 13:11 Página 228

228 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

rectos. El directo es cuando actúa una fuerza comando para la elimi-


nación del blanco; indirecto es cuando se motiva a un ciudadano indí-
gena para que lleve a cabo la acción.70 Aparentemente es algo previsto
como política de Estado desde la década del ’60,71 pero que ha cam-
biado radicalmente su estatus en estas últimas décadas; de ser un ins-
trumento de uso clandestino, ha pasado a ser reivindicado pública-
mente como política de Estado. Durante las décadas del ’60 al ’90 fue-
ron realizados por agencias de inteligencia, en estilo gansteril.72 Israel
adoptó oficialmente esa política ya finalizando el gobierno de Ehud
Barak, luego de comenzar la segunda Intifada, a inicios de este siglo.
Posteriormente Estados Unidos adoptó la misma política, pero de
manera aún más controversial, por cuanto ha asesinado a ciudadanos
propios.73
La adopción de esta política colisiona con toda la lógica penal
moderna. Si contraponemos esta práctica con los argumentos de Bec-
caria, quien se oponía a la pena de muerte judicial, observamos con
nitidez la contradicción. Esta práctica nos enfrenta a una paradoja: un
homicida, incluso serial, es aprehendido y juzgado con las garantías
procesales establecidas. Se lo imputa, tiene conocimiento de la acusa-
ción, defensa legal, y se presume su inocencia hasta tanto se demues-

70
Anónimo; Selective Assassination as an Instrument of National Policy, págs.
12/3. (El autor, cuyo nombre no figura en la obra, es un capitán de la USAF).
71
Esa sería la fecha de la primera edición del pequeño libro Selective assassina-
tion as an instrument of national policy (del que hay una nueva edición de Paladin
Press, 2002).
72
Eso llevó al periodista Tim Winer a afirmar que “la CIA «ya no es ni intenta
ser una agencia de espionaje, ya es abiertamente una organización paramilitar que se
dedica al asesinato selectivo de enemigos»”. Cf. “La CIA se dedica al asesinato selec-
tivo”, en http://www.abc.es/20100308/internacional-internacional/dedica-asesina-
to-selectivo-20100308.html. Entre los muchos casos documentados, están especial-
mente detallados los distintos planes de asesinato de Fidel Castro por parte de la
Agencia. Cf. Winer, Tim; Legado de cenizas, págs. 284/301.
73
El caso más conocido es el del clérigo Anwar Awlaki, asesinado mediante un
misil en Yemen, pero días después se asesinó con el mismo método a su primogéni-
to, Abdulrahman Awlaki, un adolescente de 16 años. Cf. Scahill, Jeremy; Guerras
sucias, págs. 635/54.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 229

tre lo contrario. En contraposición a esto, alguien nominado como


“terrorista” por funcionarios estatales –de su nación o extranjeros– no
conoce los cargos, carece de asistencia jurídica, y es ejecutado sin jui-
cio; se presume su culpabilidad potencial, es decir, se lo concibe peli-
groso por lo que pudiere hacer, no necesariamente por lo que haya
hecho. Con esto se borra una distinción indispensable para el funcio-
namiento de un orden social: la legitimidad o ilegitimidad del uso de
la violencia.74

Los secuestros estatales

En los comienzos de las prácticas contrainsurgentes, los secuestros


estatales, con independencia de su escala, siempre trataron de mante-
nerse lo más ocultos posible y, como norma, sistemáticamente fueron
negados por los funcionarios de los gobiernos. La figura del “detenido-
desaparecido”, cuya imagen evoca tristemente las décadas del ’70 y ’80
en América Latina, constituye el ícono de dicha práctica. El Estado
actuaba en vías paralelas, por dentro y por fuera de la legalidad, aun-
que discursivamente siempre se mantenía por dentro de sus lindes.
Mediante esta práctica se actuaba doblemente: en la desarticulación de
entramados, de manera directa, y en la irradiación del terror a través de
esos mismos tejidos de relaciones sociales, de forma indirecta.
Esta situación ha cambiado en la última década. Hay numerosas
denuncias de la existencia de una red de cárceles secretas y detencio-
nes clandestinas a lo largo del mundo, con la peculiaridad de que
todas son regenteadas por un mismo Estado. Esto nos enfrenta con el
hecho de una dualidad punitiva: legal e ilegal, pública y secreta, regla-

74
“[…] diferentes sociedades en diferentes momentos y lugares han diferido
grandemente sobre la forma precisa en la cual trazan la línea entre guerra y asesina-
to; sin embargo, la línea misma es absolutamente esencial. […] Donde la distinción
no es preservada la sociedad se desarticula y el diferenciar a la guerra como una
forma distinta a la mera violencia indiscriminada, se torna imposible”. Van Creveld,
Martin; La transformación de la guerra, pág. 130.
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230 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

da por el derecho, normada por el arbitrio, sustentado en la fuerza de


las armas y en la complicidad de muchos gobiernos del mundo.
Estamos, por lo tanto, ante una situación en la que lo instituido es en
parte legal y en parte ilegal, pero tanto una como otra conforman una
unidad como política estatal. En el circuito ilegal la aplicación de tor-
turas no sólo es tolerada, sino una política declarada.75 Todo esto,
como se ve, está en las antípodas de los valores impulsados por la
Modernidad. Pero se avanzó más aún: se ha cuasi-legalizado este dis-
positivo, en complejos públicos con prisioneros secretos, privados de
derechos, sin acusación, y con reclusión por tiempo indefinido, en las
cuales se denuncian aplicaciones de tormentos, como ocurre en Guan-
tánamo, un centro que no es estrictamente una cárcel, ni un campo de
concentración, ni un campo de prisioneros, sino algo de nuevo cuño,
en el cual no se aplica ninguna legislación, ni la estadounidense, ni la
internacional.76

75
Cuando este libro ya estaba en prensa se conoció el informe del Senado de
Estados Unidos sobre los métodos de interrogatorio utilizados por la CIA, en el que,
aunque se omite el término “tortura”, detalla pormenorizadamente las técnicas que
encuadran bajo dicha denominación, tales como privación del sueño –hasta más de
una semana sin dormir–, submarino húmedo –simulacro de ahogamiento–, golpi-
zas y bofetadas, amenazas psicológicas, y otras más sutiles pero que igualmente cons-
tituyen tormentos. El informe de 499 páginas fue desclasificado el 3 de diciembre
de 2014. Cf. Senate Select Committee on Intelligence; Committee Study of the Cen-
tral Intelligence Agency ‘s Detention and Interrogation Program.
76
Allí hay dos complejos, el campo Delta, con cuatro campamentos, y el campo
Iguana, para menores (había prisioneros de 12 a 14 años). El campo X-Ray, que fue
donde alojaron inicialmente a todos, fue desactivado tras las fuertes críticas interna-
cionales (cf. Reverter, Emma; Guantánamo. Prisioneros en el limbo de la ilegalidad
internacional). No se sabe con exactitud cuántos prisioneros hay, pero se estima que
un centenar y medio (BBC, 29/1/14). Los tormentos aplicados y las penosas condi-
ciones de detención fueron relatadas por algunos de los liberados (cf. Sassi, Nizar;
Guantánamo. Prisionero 325, Campo Delta). Pese al compromiso asumido por el
gobierno estadounidense de desactivarlo, el mismo sigue activo.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 231

Las invasiones humanitarias

Desde hace algún tiempo, que podríamos establecer a partir del fin
de la guerra fría, comenzaron a implementarse lo que se dieron en lla-
mar como “intervenciones humanitarias”. Esto cobró impulso cuando
el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan propuso una
reforma en la Carta de las Naciones Unidas, poniendo los derechos
humanos en la cúspide de la estructura. Si bien la reforma no prospe-
ró, la fisura en la primacía de la soberanía como parámetro de ordena-
miento ya había ocurrido.
Esto generó una nueva forma de intervencionismo, que permite
superar, malamente disimulado, las inhibiciones que impuso la desacre-
ditación del colonialismo ocurrida tras la Segunda Guerra Mundial.
El intervencionismo, esto es, la tutela impuesta por los Estados
poderosos a los débiles de manera abierta, no es una práctica novedo-
sa. Lo flamante es la forma de justificación. El poner los derechos
humanos por sobre la soberanía tiene varias implicancias; por un lado,
corroe uno de los supuestos del sistema interestatal post-westfaliano,
que reconoce igualdad de cada Estado basada en la soberanía. Por otra
parte, proyecta los derechos humanos como un valor universal, lo que
tampoco tiene correlato con la realidad, pues los mismos no son acep-
tados por todos como prioritarios.77 Además de esto, la cuestión de los
derechos humanos es sumamente lábil, de dificultosa medición. El
etnocentrismo nos los hace suponer como autoevidentes, pero en

77
“Las diferencias acerca de los derechos humanos entre Occidente y otras civi-
lizaciones, así como la limitada capacidad de Occidente para alcanzar sus objetivos,
se pusieron claramente de manifiesto en la Conferencia Mundial sobre Derechos
Humanos de la ONU, celebrada en Viena en junio de 1993. Por un lado estaban
los países europeos y norteamericanos; por otro lado había un bloque de unos cin-
cuenta países no occidentales […] Entre las cuestiones sobre las que los países se
dividieron siguiendo criterios de civilización estaban: la universalidad y el relativis-
mo culturales con respecto a los derechos humanos; la relativa prioridad de los dere-
chos económicos y sociales (incluido el derecho al desarrollo) frente a los derechos
políticos y civiles; la condicionalidad política respecto de la asistencia económica
[…]”. Huntington, Samuel; El choque de civilizaciones, pág. 125.
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232 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

absoluto es así. Por ejemplo ¿una lapidación es más o menos cruel que
una electrocución? ¿Matar población civil a machetazos es genocidio,
pero hacerlo con un arma nuclear no? ¿Por qué razones sería más con-
denable una “limpieza étnica” que una “limpieza social”? Y, finalmen-
te, ¿quién tiene la potestad de decidir acerca del umbral que requeri-
ría una intervención?
Bellamy considera los tres niveles de decisión propuestos por la
Comisión Internacional sobre Intervención y Soberanía Estatal
(ICISS): 1. Gobierno huésped, 2. Autoridades nacionales en conjun-
to con agencias del exterior y, 3. Organismos internacionales; pero los
considera “muy restrictivo”, y propone “una situación hipotética en la
cual el gobierno británico hubiera estado comprometido a actuar para
detener la limpieza étnica en Kosovo, pero otras naciones de la […]
(OTAN) no lo estuvieran. El modelo secuencial le exigiría a Blair que
primero le pidiera permiso a Milosevic para intervenir; que presenta-
ra un proyecto de resolución al Consejo de Seguridad y, una vez recha-
zado, se presentara ante la Asamblea General; luego de no obtener la
mayoría de los dos tercios, que intentara infructuosamente persuadir
a todos los miembros de la Unión Europea y la OTAN de que actua-
ran; todo esto antes de actuar de manera unilateral. Es muy improba-
ble que en un caso así, Gran Bretaña decidiera intervenir luego de
sufrir tantos reveses políticos. Los costos de legitimidad tanto en lo
doméstico como en lo internacional, serían demasiado altos”.78 El
ejemplo imaginario no puede disimular lo falaz del razonamiento.
Dadas las premisas enunciadas, que indican la negativa a la injerencia,
y debido a que tal acumulación de negativas corroería la legitimidad
para actuar, se desprende que lo indicado sería manejarse de manera
unilateral desde el inicio, que es justamente lo que priva de carácter
humanitario a la intervención, dejándola como una mera intromisión
desnuda, para la cual no se necesitan razones, ya que se trata simple-
mente de una relación de fuerzas.

78
Bellamy, Ale; Guerras justas, pág. 319.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 233

III

La metáfora geológica

Los geólogos saben que las placas tectónicas están en permanente


movimiento, aunque el mismo no se perciba si no es mediante un ins-
trumental especializado; tales deslizamientos presionan los bordes de
las placas, donde acumulan tensiones hasta que llega un punto en que
las mismas superan las fuerzas que se le contraponen y allí sobreviene
un terremoto, que puede ser de pocos puntos en la escala sismográfi-
ca, pero tras una determinada cantidad de esos pequeños temblores,
finalmente habrá uno de gran impacto. No saben ni qué grado alcan-
zará –y el nivel destructivo que tendrá– ni cuándo sucederá, ni siquie-
ra cuál será el epicentro, pero sí pueden anticipar la zona en que ocu-
rrirá, y que el mismo finalmente pasará.
En ciencias sociales estamos en una situación análoga. Hemos pre-
sentado elementos que, considerados en su conjunto, muestran una
tendencia que no podemos predecir hacia qué orden futuro se dirige,
pero sí podemos observar que va en contra de los fundamentos jurídi-
cos y morales de la arquitectura social que suele englobarse bajo el epí-
teto de “Modernidad”. Esto no significa que se vaya hacia la post-
modernidad, en el sentido que corrientemente se ha dado a este térmi-
no, sino que sólo podemos ubicar, hasta ahora, una contra-moderni-
dad. No todo lo que sucede en la línea temporal es jerárquicamente
superior a lo que lo antecede, ni todo lo último es más desarrollado que
lo previo, como lo sabe cualquier estudiante de historia al comparar la
Edad Media con el Imperio Romano o la Grecia antigua. El almana-
que no es un índice de acumulación de otra cosa que no sean días.
Hay quienes, que como Immanuel Wallerstein, vienen anunciando
un inminente “punto de bifurcación”, es decir un punto en que se
rompe la reproducción y se toma una de múltiples direcciones posi-
bles.79 Esto no sucede espontánea ni súbitamente; se trata de un proce-

79
“[…] podemos considerar que nos encontramos en lo que los científicos de la
complejidad llaman una «bifurcación», durante la cual el sistema mundial estará en
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234 PABLO BONAVENA / FLABIÁN NIEVAS

so en el cual se producen paradojas, aparentes incongruencias, desajus-


tes, y demás situaciones que producen perplejidad. La tarea del soció-
logo es, hasta donde resulte posible, identificar las dinámicas, los flu-
jos y comprender y explicar los procesos sociales, que presentan el
inconveniente de ser únicos e irrepetibles, por lo cual las matrices son
difíciles de establecer. No obstante, existe gran cantidad de trabajo
acumulado, numerosas investigaciones en distintas áreas que pueden
y deben ser vinculadas para encontrar nuevos sentidos generales. Las
indagaciones sobre sensibilidades y subjetividades tienen mucho para
aportar; el avance contra-moderno se expresa en un complejo entra-
mado de hipersensibilidad frente a la violencia minúscula y la muerte,
por un lado, y una potenciación de la desprotección de civiles y tole-
rancia de la violencia estatal, por otro. Para conjugar esta contradic-
ción se desarrolla tecnología de efectos imprevisibles, pues cada vez
más se intenta desarrollar guerras con menor participación humana,
que es lo mismo que decir una guerra deshumanizada: el efecto opues-
to al buscado.80
En este libro hemos hecho un apretado recorrido centrado en el
desarrollo de la guerra y sus formas, en la convicción que la misma sin-
tetiza buena parte de lo medular de cada época y las sociedades, aun-
que gran parte de los sociólogos no le presten atención. Y nos sirve,
también, para avizorar los cambios que están ocurriendo, los que en la
inmediatez y ante el enorme caudal de información que recibimos a
diario, nos resulta difícil de procesar e identificar. Que sirvan estas
páginas como un llamado de atención, para que se pueda reflexionar

este estado «caótico», en el sentido técnico de que habrá simultáneamente muchas


soluciones posibles para todas las ecuaciones del sistema mundial, y por lo tanto nin-
guna predecibilidad de los patrones de corto plazo”. Wallerstein, Immanuel; Cono-
cer el mundo, saber el mundo. El fin de lo aprendido, pág. 66.
80
El comando remoto de los drones, operados a miles de kilómetros de distan-
cia, es un buen ejemplo de ello; así como las “bombas inteligentes”, arrojadas desde
grandes alturas sin control óptico directo del operador; las armas “escalares”, de
acción invisible; los misiles comandados por satélites, etc. A esto debemos sumarle
las novísimas armas “autónomas”, que seleccionan blancos mediante softwares de
inteligencia artificial, es decir, prescindiendo de la intervención humana.
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GUERRA: MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD 235

nuestra época desde una perspectiva más amplia y abarcadora, y como


base para futuras y más pormenorizadas investigaciones.
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Índice

Prefacio ......................................................................................... 05

Capítulo I
Por qué estudiar la guerra .............................................................. 09

Capítulo II
La guerra premoderna ................................................................... 41

Capítulo III
La guerra moderna ...................................................................... 101

Capítulo IV
La guerra en la actualidad ............................................................ 147

Capítulo V
La configuración contramoderna ................................................. 197

Bibliografía ................................................................................. 237


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