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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATOLICA

DE CHILE

L A T I N , L E N G U A DE L A IGLESIA

SANTIAGO DE CHILE
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Artículo publicado en "L'Osservatore Romano"
el 25 de marzo de 1961.

Traducido por el Canónigo Dr. Francisco Ceriello De Chiara


Profesor de Latín en la Facultad de
Filosofía y Ciencias de la Educación
U N I V E R S I D A D CATOLICA DE CHILE'
"LATIN L E N G U A D E LA IGLESIA"

Mientras la polémica en pro y en contra del latín se


vuelve áspera y se enturbia con ideas a menudo confusas
y superficiales por intrusiones de partidos y oportunistas,
es de sumo interés observar cómo la Iglesia en estos úl-
timos tiempos ha reafirmado con nitidez de principios y
resolución de propósitos su adhesión a la lengua de Ro-
ma, sobre todo en lo q u e se refiere a la recta formación
de sus sacerdotes. Y no sin razón; ya q u e —como hacía
notar con dolor Pío XII— "está sucediendo algo m u y tris-
te: la lengua latina, gloria de los sacerdotes, desgracia-
damente encuentra hoy, día m u y escasos y m u y débiles
cultivadores" (Discurso "Magis quam", del 23 de sep-
tiembre 1951).

"La lengua latina con todo derecho se la llama y es


la lengua propia de la Iglesia" (Pío X, "Vehementer sane",
del 1 ? julio 1908). "El conocimiento y el uso del latín es
de interés no sólo para la cultura humanística, sino más
bien para la religión misma" (Pío XI, "Officiorum om-
nium", del 1 ? agosto 1922). "¡Quién elogiará dignamente
esta lengua imperial q u e más q u e enunciar la verdad la

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graba, y que es también el vínculo precioso de la Iglesia
Católica!" (Pío XII, Discurso "Magis q u a m " ) .
Q u e el latín sea "la lengua de la Iglesia", no es unj
dogma; quitado el latín, la Iglesia permanecería todavía
íntegra en todos sus constitutivos esenciales. Y no se tra-
ta tampoco d e un hecho absoluto que la Iglesia quiera
proponer sin limitaciones: sobre todo, no es la lengua de
ninguno de los muchos pueblos, grandes o pequeños q u e
cubren la faz d e la tierra y forman parte de la Iglesia.
Todo individuo cristiano, todo pueblo cristiano ha usado
y usará con absoluta libertad su propia lengua y todas
las otras lenguas que desee; la Iglesia, muy: lejos de so-
focar las lenguas y las culturas nacionales, ha sido en la
historia la q u e ha dado a los pueblos más diversos, junto
con la fe, el orientamiento hacia la propia cultura me-
diante la creación de alfabetos especiales y la redacción
de los primeros textos escritos: piénsese en el georgiano,
en el armeno, en el gótico, en el eslavo, en muchas na-
ciones africanas de hoy en día, etc. Tampoco se quiere
decir q u e la Iglesia pretende imponer el latín en las li-
turgias de esos diversos ritos orientales, que, siendo ple-
n a m e n t e católicos, conservan no obstante sus propias len-
guas, sean éstas muertas o vivas.
"Lengua de la Iglesia por consiguiente, quiere de-
cir q u e el latín es en todo el Occidente el compañero y
el ministro de la religión católica" ( C a r t a Sda. Congre-
gación de Seminarios, "Vixdum Sacra Congregado", 9
octubre 1921). "El uso de la lengua latina, así como está!
en vigor en gran parte de la Iglesia, es un admirable sig-

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no d e su u n i d a d " (Pío XII, Encíclica "Mediator Dei et
hominum", 20 diciembre 1947).
Después de estas limitaciones, el hecho de la sim-
biosis Iglesia-latín permanece todavía grandioso e impor-
tantísimo, y no rescindible en la situación histórica con-
creta.
La lengua latina nacida entre campesinos y pastores
en un ángulo del agreste Lazio, no sólo no desapareció
frente al ascendiente cultural d e la lengua griega, sino
q u e lentamente supo absorber toda la capacidad expre-
siva de ésta en las creaciones superiores del pensamiento.
E n este proceso de madurez, sirvió durante cinco siglos
como medio d e comunicación a la más vasta y civil co-
m u n i d a d de gente del m u n d o antiguo. Instrumento na-
tural y, se p u e d e decir, necesario de la Iglesia en el mun-
do occidental durante el primer milenio, esto es, hasta
cuando florecieron en el vasto territorio de la Rumania
las diversas lenguas neolatinas, conservó en el curso del
segundo milenio el oficio d e lengua de la cultura, en con-
traposición a los lenguajes vulgares del uso cotidiano, y
de un modo particular conservó dentro de la Iglesia el
valor de lengua institucional. Lengua institucional: quiere
decir usada por la institución eclesiástica, para los fines
de la institución, con validez geográfica y étnica univer-
sa], mientras los individuos singulares que son miembros
de la Iglesia usaban y usan, en las diversas partes del
mundo, su propia lengua nacional.

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Triple carácter

Este formidable hecho histórico ha establecido entre


la Iglesia y el latín una conexión que no parece rescin-
dible sin un grave daño: "el interés que la Iglesia tiene
por el latín se f u n d a m e n t a no solamente sobre valores
culturales y humanísticos, sino sobre el interés de la re-
ligión misma" (Pío XI, Officiorum omnium, 1 ? agosto
1922).
Ningún Pontífice ha expresado las razones de una
tal simbiosis "Iglesia-latín" tan p r o f u n d a m e n t e como Pío
XI. En un pasaje de su Carta "Officiorum omnium", di-
rigida con fecha 1 ? de agosto 1922 al Cardenal Bisleti,
Prefecto de la Sda. Congregación de Seminarios y Uni-
versidades, el Pontífice dice así: "La Iglesia, que com-
prende en su seno a todos los pueblos, q u e durará hasta
el fin de los siglos y q u e excluye de su gobierno toda
forma de demagogia, exige por su misma naturaleza una
lengua q u e sea universal, inmutable, no vulgar". Un bre-
ve análisis de estos tres títulos pondrá en evidencia, cree-
mos, q u e ellos dimanan d e la "naturaleza misma de la
Iglesia", e, inspirados en el más práctico realismo, no
contienen ni un ápice de retórica.

UNIVERSALIDAD

El primer requisito de la lengua de la Iglesia, enseña


el Pontífice, es q u e sea universal. D e b e ella servir, en el
orden d e la institución eclesiástica para poner el centro

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de la Iglesia en contacto pronto, seguro, igual, con todos
los radios q u e se dirigen al centro.
Si en los discursos dirigidos en solemnes ocasiones a
éste o aquel otro pueblo los Pontífices usan de b u e n gra-
do las respectivas lenguas nacionales, sin embargo cuando
se deben dirigir a la familia católica universal, el uso de
ésta o aquella otra lengua moderna, propia de una epecí-
fica. comunidad, resultaría una preferencia por aquella
particular comunidad con daño de las otras. La Iglesia,
que. con las palabras de Pablo proclama: "ubi non est gen-
tilis et i u d a e u s . . . b a r b a r a s et Scyta, servus et liber" (Col.
3, 11; Gal. 3; Rom. 10, 12), no p o n d r á jamás sobre el plato
d e la balanza, para favorecer los intereses terrenos de un
pueblo con menoscabo de los otros, el peso de los valores
eternos d e q u e ella misma es defensora. Y tampoco
constreñirá a los pueblos d e menor poderío político o
cultural a inclinarse frente a los más fuertes, como las ga-
villas en el sueño profético d e José (Gen. 37, 6 ss.). D e
ahí q u e el uso del latín, q u e no es la lengua propia de
ningún pueblo, no favorece ni perjudica parcialmente a
nadie; y con esto cumple con una condición esencial que
d e b e tener, en el orden cristiano, una lengua universal.
El uso del latín por parte de la Iglesia, no se limita
a la función negativa de eliminar parcialidades y resen-
timientos. La facilidad q u e proporciona a los sacerdotes
de todo el m u n d o para percibir prontamente con preci-
sión y uniformidad los actos del magisterio, de legislación,
de exhortaciones del Sumo Pontífice; el poder seguir en
los "Acta Apostolicae Sedis" las disposiciones de los di-

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casterios romanos; el poder tener acceso directamente, en
el tiempo de los estudios y después, a las obras de los
padres y de los grandes maestros; el uso d e una termino-
logía exacta, inmutable, universal; aquella d i f u n d i d a ca-
pacidad para poder acercarse a las fuentes originales, q u e
es el f u n d a m e n t o de la ciencia; la rápida comprensión de
los textos litúrgico, y en fin, la comunidad d e una super-
cultura q u e enriquece y no menoscaba las culturas na-
cionales, todo esto constituye un manojo de ataduras q u e
contribuye a fortalecer la unidad de todos los miembros
de la Iglesia, del orden sacerdotal en primer lugar, y me-
diante éste también de todos los fieles. Pío XI ( C a r t a
Officiorum omnium, 1 ? agosto 1922): "Es una disposi-
ción providencial q u e el latín proporcione a los más cul-
tos entre los cristianos d e cada nación un poderoso vínculo
de unidad, permitiéndoles conocer más p r o f u n d a m e n t e
aquello q u e se refiere a la M a d r e Iglesia, y poder man-
tenerse en una más íntima cohesión con el Jefe de ella".
Y Pío XII (Disc. Magis q u a m 23 sept. 1951) resumía y
confirmaba: "La lengua latina es un vínculo precioso de
la Iglesia Católica".

INMUTABILIDAD

Además del requisito d e la aptitud para la universa-


lidad étnica y geográfica, la lengua de la Iglesia, dice el
Sumo Pontífice, d e b e poseer el atributo d e la inmutabi-
lidad: "La Iglesia, q u e está para durar hasta el fin de los
siglos, exige por su misma naturaleza una lengua q u e sea
inmutable".

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Es un hecho q u e las lenguas vivas se encuentran en
continua mutación; y mientras más los pueblos q u e las ha-
blan participan a los movimientos de la historia, tanto
más se alteran sus lenguas. E n los períodos más intensos,
bastan etapas del orden del decenio para cambiar el ros-
tro de una lengua. Y tanto mayor, naturalmente, es la
alteración si se trata de siglos. ¿Cuál de entre las mo-
dernas naciones de gran cultura no siente la necesidad de
glosar para leer sus propios clásicos de hace cuatro, cinco
o seiscientos años?
Ahora bien, si la Iglesia debiera consignar el depósito
de sus verdades en la figura m u d a b l e de las lenguas mo-
dernas, d e varias o muchas lenguas modernas, sin q u e
una de ellas tenga mayor autoridad sobre las otras, re-
sultaría necesariamente q u e la formulación de esas ver-
dades estaría sometida a permutaciones de múltiple pro-
videncia y de eficacia desigual. Ya no se tendría más una
medida única e inalterable d e la q u e las medidas singu-
lares podrían sacar su norma. Estos son hechos obvios,
q u e la lingüística moderna, poniendo en claro la dimen-
sión diacrónica en la vida de las lenguas, h a copiosamente
probado y precisado. Por el contrario, el latín, sustrayén-
dose a las alteraciones causadas por el uso cotidiano d e
una colectividad en pleno tumulto histórico, vive en una
esfera de cristalina nitidez y precisión. Las modificacio-
nes semánticas q u e ha sufrido, en cuanto lengua popu-
larmente viva, han terminado de un modo definitivo; las
modificaciones de sentidos debidas a desarrollos doctrina-
les, a polémicas y controversias, están hoy por hoy neta-

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mente identificadas, y no tienen ningún influjo pertur-
bador en las definiciones de la recta doctrina.

LA NO VULGARIDAD

El tercer requisito de la lengua de la Iglesia, continúa


el Sumo Pontífice, exige q u e no sea una lengua vulgar.
"Nadie piense que. la Iglesia, q u e ruega al Señor q u e
mire propicio las tribulaciones de la gente, los peligros
d e los pueblos, los gemidos de los prisioneros, la miseria
de los huérfanos, las privaciones d e los exilados, el aban-
dono de los débiles, la desesperación de los enfermos, el
decaimiento de los ancianos, los deseos de los jóvenes,
los votos de las vírgenes, el lamento de las viudas" (Bre-
viario Romano, Preparación a la Misa, día miércoles), y
que esta conmovente h u m a n i d a d proviene de las pala-
bras d e Su Divino F u n d a d o r : "Vosotros sois todos her-
manos" y del comentario de Pablo: "En Cristo no hay
ni bárbaro ni escita, ni esclavo ni libre", ninguno piense
que la Iglesia se dejará llevar por un desprecio horaciano
para con el "profanum vulgus". El "vulgus" son las masas
inmersas en la vida cotidiana, con sus intereses y sus pa-
siones. Y la Iglesia, si por una parte aprende y usa tam-
bién el oscuro dialecto de una p e q u e ñ a tribu del Congo
y del Amazonas, para evangelizar estos hijos q u e Cristo
le ha confiado, siente por otra la necesidad y el deber de
confiar el sagrado depósito d e sus verdades a una lengua
q u e ni se identifique con ésta o aquélla otra d e un cierto
pueblo, ni q u e esté genéricamente al nivel de las pasiones

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y de los intereses parciales. Encuentra ella también estos
requisitos d e altura en el latín, el cual por tanto es de las
verdades eternas e inmutables "un tesoro de excelencia
incomparable" (Pío XII, Discurso Magis q u a m 23 sept.
1951).
Si el latín no le hubiese sido ofrecido por la Provi-
dencia en el comienzo d e su larga historia, la Iglesia ha-
bría tenido que buscar una lengua q u e poseyese los tres
requisitos q u e ha especificado el Papa Pío XI. "En vista
q u e el latín, concluye el Pontífice, realiza plenamente la
triple exigencia, creemos q u e ha sido dispuesto por la
divina Providencia q u e viniese a ponerse admirablemente
al servicio d e la Iglesia docente" ( C a r t a Apost. Officio-
rum o m n i u m ) .

Los beneficios del latín

El nervio y la substancia de las razones por las cuales


la Iglesia se adhiere al latín son por consiguiente esen-
cialmente religiosos. Ella, institución universal en el es-
pacio e indefectible en el tiempo, tiene necesidad de un
medio lingüístico q u e ponga en comunicación centro y
radios, pasado, presente y porvenir: una lengua que ex-
prese nítidamente la verdad, q u e sea incorruptible en el
variar de los tiempos, inaccesible al enturbiamiento de
las pasiones.
El genio de D a n t e hace ya seiscientos años había
descubierto en el latín esta impronta de lo eterno: "Lo
latino es perpetuo, no corruptible, y lo vulgar es inestable

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y c o r r u p t i b l e . . . Vemos así en las ciudades de Italia, si
queremos observar bien, desde cincuenta años hasta aho-
ra, q u e muchos vocablos se han apagado, y nacido, y
variado; de donde, si el pequeñito tiempo cambia así.
mucho más cambia lo mayor. Sí q u e yo digo, q u e si aque-
llos q u e partieron d e esta vida hace ya mil años volviesen
a sus ciudades, creerían q u e sus ciudades estarían ocu-
padas por gente extraña, a causa de la lengua discordan-
te de la suya" (Convivio, I, V, 7-8).
Siendo el latín una lengua de lo eterno, es natural
q u e el individuo en cuanto está encerrado en un breve
espacio y en un brevísimo tiempo, tienda a servirse de la
lengua nativa —de su pueblo y tal vez de otros pueblos—
en cuanto q u e ésta responde enteramente a su necesidad
de comunicación dentro d e la esfera d e lo transitorio. La
Iglesia en verdad no p u e d e servirse de la lengua "110 es-
table y corruptible". El abandono del latín haría pasar a
su puesto la multitud de lenguas vivas, de las cuales nin-
guna tiene el legítimo derecho de imponerse a las otras.
La corriente central del Cristianismo, de una se converti-
ría en múltiple; y con el correr del tiempo, la Iglesia per-
dería poco a poco su pasado en cuanto estaría confiado
a una multiplicidad de lenguas mudables. La exigencia
del latín es por consiguiente una exigencia q u e trascien-
de a los individuos, los cuales esforzándose entonces en
satisfacerla, d e "muchos" q u e son llegan a ser "una sola
cosa" (Rom. XII, 5 ) .

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LLAVE DE LA TRADICION

Así como todos los esfuerzos que el individuo realiza


para adecuarse a una exigencia de unidad superior, tam-
bién el del latín está copiosamente recompensado. "De
hecho, la lengua latina (junto con la griega) —enseña
Pío XII (Magis Quam, 23 sept. 1 9 5 1 ) - a la q u e tantos
escritos están confiados desde la más antigua edad cris-
tiana, es un cofre q u e contiene tesoros d e excelencia in-
comparable". Quien lo ignora, naturalmente, está reduci-
do a recibir ese poco q u e puede, de segunda mano sola-
mente. Los hechos demuestran q u e con la decadencia del
latín viene no ya una aumentada claridad d e ideas debida
a lo vulgar, sino un deplorable empobrecimiento doctri-
nal. "Si los estudiantes eclesiátsicos no saben bien el
latín —afirman unánimemente muchos obispos, de los
q u e la Congregación de Seminarios recogió la voz de
alarma— las obras d e los Padres, las definiciones y los
cánones d e los Concilios, las enseñanzas d e los Sumos
Pontífices, el pensamiento de los teólogos, y, en una pa-
labra, los copiosísimos monumentos de la entera Tradi-
ción, vienen a ser para ellos un m u n d o prohibido" ( C a r t a
D e lingua latina rite escolenta, A.A.S. (1958) 292-296).
La misma advertencia habíase oído ya hace algunos
decenios de la boca del doctísimo Pontífice Pío XI: "A
menudo Nos sucede deplorar q u e nuestros clérigos y
sacerdotes, por el hecho de haberse e m p e ñ a d o poco eri
los estudios del latín, descuidan los ricos volúmenes d e
los Padres y Doctores de la Iglesia en los cuales el D o g m a

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está lúcidamente expuesto e invenciblemente defendido,
y van a buscar la doctrina apta en autores modernos, en
los cuales no sólo falta a m e n u d o la claridad y la pre-,
cisión del pensamiento, sino además la fiel interpretación
de los dogmas" ( C a r t a Auost. Officiorum omnium. 1°
agosto 1922). A la luz d e estas palabras, quién osaría
juzgar excesivo el juicio de S.S. Pío XII: "El sacerdote
q u e la ignora d e b e considerarse afligido por una deplora-
ble miseria intelectual: lamentabili mentís laborare squa-
lore" (Serm. Magis Quam, 23 sept. 1951).

FUENTE DE ESPIRITUALIDAD

Un segundo beneficio, beneficio q u e deriva para el


sacerdote d e la posesión del latín, beneficio de alto valor
espiritual, es la capacidad para un pleno deleite de los
textos litúrgicos. El Misal, el Breviario, en los cuales el
sacerdote pasa cotidianamente una parte considerable de
su tiempo de oración, están redactados en latín. D e la
posesión más o menos viva de esta lengua d e p e n d e —ce-
teris paribus— q u e los textos sean nebulosos u opacos, o
bien se conviertan en una f u e n t e de luz, d e la q u e el
sacerdote se proveerá cotidianamente, para su propio bien
y para el bien de los demás. Para este fin no basta haber
estudiado mediocremente el latín durante la adolescen-
cia, sino q u e precisa tenerlo de tal modo vivo en el espí-
ritu q u e cada palabra lleve consigo un contenido nítido
y distinto. Esto no se podrá obtener, considerando al me-
nos el término medio de las capacidades humanas, si,

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desde los primeros estudios en adelante, todo el uso del
latín se limita a la lectura de esos textos litúrgicos. E n
este caso, las leyes de la costumbre y del mecanismo mne-
mónico harían cada vez más descoloridos e inertes estos
textos.
La actual campaña contra el latín litúrgico, muy a
menudo alimentada por falsos pretextos y conducida des-
lealmente con una audacia q u e ha sido calificada de fa-
natismo iconoclasta, ha entibiado en muchos el amor y la
veneración para con el incomparable tesoro de piedad y
de arte q u e los siglos han acumulado para enjundioso
alimento espiritual tanto del clero como del pueblo cris-
tiano, siempre q u e fuese introducido realmente a través
de una catequesis apropiada a gustar de las inefables ri-
quezas d e los textos sagrados. El discurso podría ser mu-
cho más largo; pero, para frenar la intemperancia de los
audaces —en el caso que tenga aún sentido el espíritu de
devota aceptación del supremo magisterio— debería bas-
tar lo q u e afirmaba solemnemente Pío XII al día siguien-
te d e un Congreso en el q u e se había evocado expresa-
mente la cuestión de la lengua litúrgica: "Sería sin em-
bargo superfluo recordar todavía una vez más q u e la
Iglesia tiene graves motivos para mantener firmemente en
el rito latino la obligación incondicional del sacerdote ce-
lebrante de usar la lengua l a t i n a . . . " (22 sept. 1956).
Palabras amonestadoras q u e todo sacerdote debería' aco-
ger con aquel espíritu que es propio de quien ha cons-
tituido como propia divisa el obsequio y la obediencia.

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MEDIO DE FORMACION

Un tercer beneficio, no menos individual que colec-


tivo del latín, es la adquisición de los insignes valores
formativos que están ligados ya sea a la estructura de la
lengua ya sea al marco de la mentalidad clásica. Tendría
mucho interés, a este respecto referir el resultado de las
recientes búsquedas acerca del valor formativo del estu-
dio del latín.

La Iglesia, q u e tiene su propia experiencia educativa,


larga y vasta, ha sostenido siempre el valor formativo del
buen estudio del latín. Pío XII se expresa así a los maes-
tros de la orden Carmelita: "Cuánto Nos alegre el hecho
de q u e hayáis decidido dar a vuestros jóvenes una más
amplia formación clásica. Estos son en realidad los estu-
dios más apropiados para formar las obligaciones q u e se
están presentando, en tal modo que, ya sea en el pensar
como en el hablar se habitúen a un orden luminoso, evi-
ten la superflua abundancia de palabras y vayan al mismo
tiempo adquiriendo las otras cualidades propias de una
inteligencia bien m a d u r a d a " (Serm. Magis quam, 23 sept.
1951). Y el mismo Pontífice, a los jóvenes seminaristas
franceses: "Ante todo debéis alegraros de realizar los es-
tudios clásicos, que siempre son de una eficacia sin par
para ejercitar y desarrollar las mejores cualidades del es-
píritu: penetración del juicio, amplitud de visión, finura
de análisis y felicidad de expresión. Nada ayuda más a
comprender al hombre de hoy como el estudio p r o f u n d o
de su historia: n a d a enseña a sopesar el valor de las pa-

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labras, y percibir las sutilezas de un concepto como el
trabajo de la traducción y composición en las lenguas
clásicas" (Discurso "C'est u n e grande joie", 5 sept. 1957).
Llegados a este punto, es oportuno tratar una deli-
cada cuestión a u n q u e tan sólo de pasada. Y es aquella
del peligro que el estudio del latín propuesto a los can-
didatos al sacerdocio que pertenecen a otras culturas, co-
mo por ejemplo la indiana, la china, la japonesa, p u e d a
constituir un peligro de "europeización". La posición d e
la Iglesia en este punto es clara. Valgan las palabras de
Pío XII para definirla, palabras pronunciadas a un au-
ditorio bien calificado: "La Iglesia tiene conciencia d e
haber recibido su misión y su tarea para todos los tiempos
del porvenir y para con todos los hombres, y en conse-
cuencia de no estar vinculada a ninguna cultura en par-
ticular . . . " "La Iglesia Católica no se identifica con nin-
guna cultura" (Pío XII en el Discurso a los participantes
al Congreso Histórico Internacional, Roma, 7 sept. 1955).
Por otra parte, quien medite sobre la triple motiva-
ción a d o p t a d a por Pío XI para el uso q u e la Iglesia hace
del latín ("lengua universal, inmutable, no vulgar") des-
cubrirá q u e concuerda totalmente con las palabras tex-
tuales citadas de su venerable sucesor. La Iglesia usa el
latín no p o r q u e él se identifique con una cultura contin-
gente, sino p o r q u e habiendo superado la fase histórica de
compenetración con un particular m u n d o político, eco-
nómico y cultural, es particularmente apto para ser un
instrumento de comunicación universal, en la dimensión
del tiempo y del espacio.-El latín por tanto constituye una

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supercultura, que deja intactas las culturas particulares;
y por otra parte, proporciona a quienquiera q u e lo posea
un tal aporte de valores cristianos y humanos que no
p u e d e no ser considerado como un enriquecimiento. Ex-
cluido el latín, no q u e d a sino una alternativa: la del frac-
cionamiento en tantas comunidades lingüísticas no co-
municantes, en el orden del espacio, y en otros tantos
"presentes" que se van alejando y separando del pasado,
en el orden del tiempo. Por consiguiente, ¿no parece más
bien q u e el estudio y el uso del latín, en una época como
la nuestra, empeñada a fondo en una lucha gigantesca de
unificación supernacional, concuerda de un modo admi-
rable ya sea con la tendencia del momento histórico ya
sea con aquella del "unum sint" d e la caridad de Cristo?
Finalmente, no será inútil insistir en q u e de la letra
y del espíritu de los documentos pontificios resulta una
consecuencia lógica: q u e el latín en la Iglesia es esencial-
mente una lengua para el uso. En el campo de la doctri-
na, de la liturgia, de la legislación, el latín expresa no
sólo el hoy de la Iglesia sino también el ayer. Por tanto,
el uso del latín no p u e d e limitarse al p u r a m e n t e filológico
que se aplica a las fuentes, sino q u e d e b e ser necesaria-
mente también el práctico q u e se aplica a las necesidades
mismas de la Iglesia en cuanto sociedad de creyentes ex-
tendida en el espacio y en el tiempo. No se p u e d e por
tanto excluir de esta necesidad vital de adecuación al
clero, por el puesto directivo q u e asume dentro d e la
Iglesia. D e b e éste posesionarse plenamente de esta len-
gua, en tal modo que: "nullus sít sacerdos, qui eam nes-

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ciat facile et expedite legere et loqui" (Pío XII, Discurso
"Magis q u a m " ) .

CIENCIA Y USO

A las cuales palabras hacen eco aquellas otras no


menos explícitas de Pío XI, quien decía ser su voluntad
("ut linguam latinam u t e r q u e clerus haberet scientia et
usu perceptam" ( M o t u Proprio "Latinarum Litterarum,
30 oct. 1924), p o r q u e —como comentaba el P. W . Ledó-
chowski, Superior General de la Compañía de Jesús, en
un "Voto", requerido por la Sda. Congregación de Semi-
narios— "una cosa está estrechamente vinculada con la
otra: si disminuye el uso disminuirá el estudio; y aún en
los Seminarios menores faltará el estímulo eficaz para
estudiar bien el latín, porque ya no verán más la necesi-
dad que existía antes, para estudiar luego bien la Filoso-
fía y la Teología" (cfr. "II latino lingua viva nella Chiesa",
Roma, 1957, p. 35).
El esfuerzo y el tiempo q u e exige el latín para ser
manejado con suficiente dominio están por lo demás re-
compensados por resultados grandemente remunerativos.
El lograr mediante este instrumento lingüístico entrar con
seguridad en aquella esfera de universalidad, inmutable,
altura q u e según Pío XI es propia del latín, de la Iglesia;
el poseer aquello q u e Pío XII llamó "tesoro de incompa-
rable excelencia"; el poder leer los textos litúrgicos "sa-
pienter", o sea, las páginas de los Padres; el poder rea-
lizar aquella condición inderogable d e todo estudio cien-

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tífico, o sea, el contacto directo con las fuentes; el sentir
crecer en sí mismo las cualidades de claridad, solidez,
potencia q u e son propias d e la lengua y de los grandes
textos clásicos, todos estos resultados son ciertamente una
recompensa a b u n d a n t e por cualquier esfuerzo.
D e todos modos, el esfuerzo q u e d a por hacerse: es-
fuerzo sobre todo para comprender los motivos superio-
res de la Iglesia en este campo, q u e trascienden los inte-
reses de los individuos en particular; y un esfuerzo de
amoroso y diligente estudio orientado hacia la conquista
válida d e esta lengua, que, como insistía el Santo Pontí-
fice Pío X, dirigiéndose a todos los Obispos del mundo,
"por derecho y por mérito adquiridos se debe llamar y es
la lengua propia d e la Iglesia" ( C a r t a S.C. d e Estudios,
Vehementer sane, 1 ? julio, 1908).
El amor por la Iglesia, la desapasionada reflexión
que ponga y resuelva el problema en sus términos uni-
versales, superando las angustias locales e individuales,
ayudará también a los hijos y a los ministros de la Iglesia
a concluir que el latín es "de una manera insigne propio
del sacerdote" (S. Congregación de Seminarios y Univer-
sidades, Carta De lingua latina rite excolenda, 27, oct.
1957).

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