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En todas partes, la vida de la población es depredada por aquellos que manejan las
palancas financieras, y en todas partes la sociedad parece incapaz de defenderse de
aquellos que la depredan sistemáticamente.
Uno de los clavos que selló el ataúd de la democracia fue remachado en el verano de
2015, cuando el gobierno contrario a la austeridad elegido democráticamente en
Grecia fue obligado a ceder al chantaje financiero. En el lugar en el que se inventó la
democracia hace veinticinco siglos, la democracia fue suspendida. Para ser más
exactos, lo que estamos afrontando en la Unión europea no es una suspensión
temporal de la democracia, sino la sustitución final de la política con un sistema de
automatismos tecnofinancieros.
Esperar el regreso de la democracia o combatir por ese objetivo sería algo fútil,
porque se han disuelto las condiciones sistémicas que de suyo permitían la eficacia de
la razón política, y en particular de la política democrática.
El imaginario
La serie de Los juegos del hambre ha sido uno de los éxitos comerciales más
impresionantes de la historia del cine. La mayoría del público de las películas y de los
libros en los que se inspira la película estaba compuesto de personas muy jóvenes. El
mundo futuro descrito en esta obra es un mundo éticamente intolerable, hasta tal
punto que un espectador ingenuo podría interpretar la película como una denuncia
política de la precariedad social y de la violencia provocada por la militarización del
poder económico. Sin embargo, no se trata en absoluto de una película de denuncia o
de crítica social: nada más lejos de las intenciones de los creadores de la obra y, lo
que es más importante, nada más lejos del modo en que los jóvenes espectadores
descifran el mensaje.
El adolescente que va a ver Los juegos del hambre, por muy precario, parado o
estudiante empobrecido por la crisis que sea, no saca de la película la conclusión de
que debería rebelarse contra el escenario que se presenta en su vida así como en la
película. Al final de la película se produce una rebelión, pero tiene un carácter triste y
desesperado, mientras que la conclusión de la rebelión contradice toda idea de
solidaridad entre los oprimidos. El espectador joven no saca la conclusión de que hay
que rebelarse contra el actual estado de cosas, sino más bien la conclusión de que la
película describe el mundo en el que vivirá, en el que todos estaremos forzados a
vivir en un futuro próximo. En este nuevo mundo, sólo el vencedor puede sobrevivir,
y si uno quiere vencer debe eliminar a todos los demás, amigos o enemigos. En la
historia narrada en Los juegos del hambre encontramos actos de solidaridad. Por
ejemplo, la protagonista, Katniss Everdeen, decide participar en la justa violenta para
salvar de la muerte a su hermana pequeña. Pero se trata de la solidaridad de la
desesperación, la solidaridad de personas que ni siquiera pueden imaginar una vida en
paz, y no digamos ya una vida feliz.
Otro ejemplo de esta percepción del mundo como guerra de todos contra todos lo
encontramos en la serie televisiva Juego de Tronos. Cada personaje sabe que no
puede fiarse de nadie, porque la confianza recíproca se ve anulada sistemáticamente.
La confianza recíproca no emana de la ley o de la autoridad, sino que es una
condición cognitiva que se manifiesta de manera más o menos eficaz en la historia
humana y que había creado instituciones de garantía en la época moderna.
La mayoría de los videojuegos nos enseña la misma lección. Más allá de los
contenidos narrativos, la estimulación sensorial adiestra a la generación conectiva
para competir, para combatir, vencer o perecer. La moral sobre la que se construyen
los videojuegos es que las máquinas vencen siempre, y sólo aceptando la ley de la
máquina se puede derrotar a los rivales.
En la vida real todos son rivales y el amante de la noche del domingo puede ser la
persona que te elimina en la competición del lunes por la mañana.
Fractales
Uno de los mejores escritores de nuestro tiempo, Jonathan Franzen, aborda en sus
novelas precisamente esa libertad triste que oculta un determinismo codificado e
ineludible. En su primera novela de éxito (Las correcciones, de 2003), Franzen
hablaba de la descomposición del cerebro estadounidense; en los libros posteriores, y
sobre todo en el más reciente, Pureza (2015), Franzen habla del sí mismo digital, que
debe purificarse de los residuos de empatía humana, de compasión y de solidaridad,
si no quiere ser tragado por la espiral de la miseria y del fracaso.
Compiten por el mismo salario precario, pero no pueden hablar entre sí, y si
comunican no pueden mirarse a los ojos.
Durante el verano de 2016, mientras que una oleada migratoria alarmaba a las
poblaciones europeas, Gran Bretaña salía de la Unión europea, Turquía se
transformaba en una dictadura islamofascista y Trump ganaba las primarias
republicanas, de golpe y porrazo periódicos y televisiones lanzaban Pokemon Go.
Esa moda puede considerarse como la anticipación de la creación de una vasta área
de espacios mentales protegidos de la invasión de la realidad: compartición de
mundos simulados, un proceso de sustracción tecnológica de la escena del mundo
histórico.
En Un Dios salvaje, la inquietante película de Polanski (2011), Kate Winslett dice,
hablando de su marido, un desagradable abogado que controla continuamente su
smartphone: “para él lo que está lejos es siempre más interesante que lo que está
cerca”.
Se trata de un reformateo que no sólo atañe al campo del intercambio semiótico, sino
que va más a fondo y afecta a la esfera cognitiva: la percepción, el lenguaje, la
memoria, la orientación en el espacio y en el tiempo, están implicados porque el
continuum de la experiencia conjuntiva se ve interrumpido por la simultaneidad
fractal de la conectividad. La esfera emocional se ve involucrada en este proceso
evolutivo de automatización cognitiva: los infoestímulos proliferan y el sistema
nervioso entra en una condición de excitación permanente y de aplazamiento.
Los datos proporcionados por el sitio web Pornhub son interesantes: en 2015 hemos
pasado cuatro mil millones de horas viendo películas porno, y la plataforma ha
recibido veintiún mil millones de visitas.
El tiempo que queda para el sexo real después de tantas horas de sexo mediático es
realmente poco. El tiempo para charlar perezosamente acariciando sensualmente y
olisqueando a alguien que está a nuestro lado se ve reducido al mínimo.
Entre los millenials de todo el mundo parece estar cobrando forma una cultura
postsexual y una estética postsensual. Un chico que se llama Ryan Hover, de
diecinueve años, escribe en un blog:
“I grew up with computers and the internet, shaping my world view and
relationships. I’m considered a “digital native”. 👶
Technology often brings us together but it has also spread generations apart. Try
calling a millennial on the phone. 📞😖
Soon, future generations will be born into an AI world. Kids will form real, intimate
relationships with artificial beings. 👦💕
And in many cases, these replicants will be better than real people. They’ll be
smarter, kinder, more interesting.
Will “AI natives” seek human relationships? Will they have sex?”
“He crecido con ordenadores y con Internet, ello ha dado forma a mi forma de ver el
mundo y mis relaciones. Se me considera un ‘nativo digital’”.
“Y en muchos casos, estos replicantes serán mejores que las personas reales. serán
más inteligentes, más amables, más interesantes”
“¿Buscarán los ‘nativos de la IA’ relaciones con seres humanos? ¿Tendrán relaciones
sexuales?”
La sensibilidad que permite a los humanos “sentir” a los humanos tiende a reducirse,
toda vez que están cada vez más implicados en un contexto artificial. Cuanto más
interaccionan con autómatas los humanos, más tienden a perder su refinamiento
conjuntivo, su capacidad de distinguir signos de ironía y seducción, y por
consiguiente tienen a sustituir esa vibración sensible con la precisión conectiva.
La muerte es un derecho
¿Se trata de una insurrección? Diría que no, toda vez que la insurrección es una
acción colectiva, un proceso basado en una solidaridad a largo plazo, por regla
general destinada a subvertir un régimen.
Conclusión
Me doy cuenta del hecho que mi texto no deja mucho espacio a la esperanza de una
posible acción política. De hecho, no creo que la política tenga la potencia de actuar
de manera consciente sobre nuestro futuro. Creo que tenemos que entender nuestro
presente como una condición de espasmo, de aceleración dolorosa que no puede ser
mejorada por la voluntad, sino únicamente por la sensibilidad.
Guattari habla de espasmo caósmico para dar a entender una condición de sufrimiento
y de caos mental que sólo puede solucionarse a través de la creación de una nueva
condición social, de una nueva relación entre el cuerpo individual, el cuerpo cósmico,
y el cuerpo de los demás. Sólo la liberación de la condición capitalista, sólo la
liberación de la esclavitud laboral precaria, sólo la liberación de la competencia
generalizada podría abrir un horizonte post-suicida.