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INSTITUTO SUPERIOR DE CIENCIAS HOLISTICAS

II CLASE DE HERBOLARIA MÁGICA

Maestra Titular: Soraya Suarez


Maestra de apoyo: Claudia Heredia

HISTORIA DE LAS PLANTAS

Todos los pueblos antiguos y aborígenes decían que habían aprendido estos
usos de las propias plantas. Aseguraban que para lograr esto no se valían de
las capacidades analíticas del cerebro y que tampoco utilizaban el método
de tanteo. En lugar de ello, decían que estos conocimientos provenían del
corazón del mundo, de las propias plantas. Porque, insistían, las plantas
nos podrían hablar si fuéramos capaces de responderles en el estado mental
adecuado. Si bien los pensadores occidentales en los últimos 200 años han
desechado estas afirmaciones (por considerarlas diatribas supersticiosas
de pueblos poco sofisticados, no cristianos y poco científicos), resulta muy
curioso comprobar que las culturas antiguas y aborígenes de la Tierra, en
épocas y lugares geográficos muy distintos, digan todas lo mismo.
Evidentemente, no es posible que todos los seres humanos que jamás hayan
vivido tengan el mismo nivel de ignorancia como para haber proyectado
sobre el mundo exactamente el mismo tipo de pensamientos ilusorios o
supersticiosos.
Del mismo modo, es evidente que todos los seres humanos que hemos vivido
en los últimos 200 años, y especialmente en el último siglo, no podemos

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habernos vuelto de pronto tan sabios e inteligentes que sólo nosotros


entendamos la verdadera naturaleza de la realidad.
Los miles de millones de personas que vivieron antes que nosotros no
pueden haber estado tan profundamente equivocadas.
Lo cierto es que esta capacidad de aprender directamente del mundo y de
las plantas nunca se ha circunscrito a las culturas antiguas y aborígenes,
aunque no sea común hoy en día.
Fue utilizada por el gran poeta alemán Goethe a principios del siglo XIX en
su descubrimiento de la metamorfosis de las plantas, por Luther Burbank a
principios del siglo XX en su creación de la mayoría de las plantas
alimenticias que hoy en día consumimos como si fuera lo más natural del
mundo.
Fue utilizada por George Washington Carver en su labor de desarrollo del
cacahuete como alimento, y actualmente la utiliza Masanobu Fukuoka, el
gran agricultor japonés, para crear cultivos que siempre rinden más que los
cultivos de agricultores que utilizan métodos más científicos.
La misma capacidad fue utilizada por Henry David Thoreau, quien era mucho
más que un simple naturalista, e incluso por Barbara McClintock, quien ganó
el Premio Nobel por su labor relacionada con los transposones y la
genética del maíz. Lo cierto es que esta forma de acopiar conocimientos es
inherente a la manera en que estamos estructurados como seres humanos.
Nos parece tan natural como los latidos de nuestros corazones.
Se trata de una cognición que no es de un carácter vago o indefinido, como a
menudo afirman los reduccionistas.
Este acopio de conocimientos directamente de la dimensión silvestre del
mundo se denomina biognosis (que significa “conocimiento proveniente de la
vida”) y, como es un aspecto de nuestra naturaleza humana que es inherente
a nuestro cuerpo físico, es una aptitud que todos tenemos la capacidad de
desarrollar. De hecho, todos la usamos (aunque sea en grado mínimo) en
nuestras vidas cotidianas sin ser conscientes de ello.
Es imperativo que, como especie, recuperemos esta antigua modalidad
de cognición.
A fin de corregir este desequilibrio, debemos recuperar la sensatez,
rescatar la capacidad que todos tenemos de ver y entender el mundo
que nos rodea (una capacidad que se ha ido incorporando en nuestro ser a lo
largo de la evolución) en formas mucho más sostenibles.
Tiene que ver con nuestra interconexión con la red vital que nos rodea, con
la totalidad, en lugar de concentrarse en sus partes.
Con la propia travesía humana en que todos participamos.
El restablecimiento de nuestra propia conexión a tierra, de la que
provenimos y a partir de la que se ha expresado nuestra especie a lo largo

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de la evolución, nos abre a dimensiones de la experiencia que son esenciales


para poder llegar a la máxima expresión de nuestro ser. Sin embargo, para
comprender cómo es posible acopiar conocimientos del corazón del mundo,
sin el dominio de la mente, es fundamental empezar por entender dos
cosas: que la Naturaleza no es lineal y que el corazón es un órgano de
percepción.
La aplicación de las plantas a la magia viene de largo.
Los druidas y los brujos eran los
botánicos y jardineros de su
tiempo, y ejercían un gran poder
sobre las creencias de las personas
debido al gran conocimiento que
habían adquirido de plantas y
semillas así como de sus
aplicaciones.
Durante siglos se han utilizado para
alcanzar distintos objetivos: como
amuletos contra la mala suerte o como protección contra las tormentas que
tanto les asustaban.
También, era muy usual la elaboración de filtros de amor con plantas y
hierbas que creían milagrosas para obtener el favor de la persona deseada.
La Verbena era una de las plantas más utilizadas para este propósito.

Por ejemplo esta receta antigua que es simple de hacer y además muy
efectiva:

PARA AUMENTAR EL DESEO DE TU PAREJA.


Hierbas a utilizar:
Cardamomo y vainilla.
Ritual básico: Sazonamientos.
La receta: En los sazonamientos, las hierbas actúan como ingredientes de
una receta de cocina, una bebida, para realzar su sabor y producir un efecto
mágico. Machaque un poco las semillas de semillas de cardamomo y
una ramita de vainilla puede ponerla en una tarta de manzana, en un vaso de
vino tinto, en una infusión. También puede colocarlas en el tarro donde
guarda el azúcar para que pueda absorber sus aromas y su poder.
Usos mágicos y curativos: El poder combinado de estas hierbas tiene
efectos afrodisíacos y a la vez curativos, ya que aumentan la energía y la
vitalidad

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La leyenda sobre las plantas viene de un ser mitológico llamado el Centauro


Quirón, mitad hombre mitad caballo, que tenía grandes conocimientos sobre
las plantas y sus beneficios medicinales.

El mito cuenta que El Centauro fue el


encargado de enseñar sus
conocimientos medicinales al hijo del
dios Apolo, llamado Asclepio. Otras
dos deidades que también estuvieron
muy vinculadas al reino vegetal
fueron Júpiter y Medea. El dios
Júpiter, era la deidad patrona del
estado romano, encargado de las
leyes y el orden social, se le vinculó
con numerosas plantas, entre ellas, la
llamada Sempervivum tectorum cuyo
nombre común es Siempreviva Mayor
o Zurracallote.
Por su forma de astro con un botón en
el centro también era conocida como
Ojo de Júpiter. Se recogía los jueves y se utilizaba para preparar
ungüentos, e incluso como afrodisíaco.
La otra diosa, Medea era una sacerdotisa que aprendió conocimientos sobre
la hechicería y la brujería. Se dice que convertía a sus enemigos en animales
mediante pociones mágicas, y era muy conocida por su gran sabiduría sobre
las plantas y hierbas de todo tipo. La planta que se vincula con Medea es la
Colchicum Autumnale o Cólchico que es muy parecida al azafrán y que se
empleaba en todo tipo de rituales de magia.
No fue hasta el siglo XVIII
que la botánica se
reconoció como una ciencia
más, y el estudio de las
plantas y sus usos, así como
el arte de elaborar los
medicamentos se realizaba
tanto por médicos como por
boticarios. Además, la
creencia popular y la
intuición ayudaban bastante
a saber para qué servía cada
planta, es decir que nuestros

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antepasados se guiaban por señales de la naturaleza, como por ejemplo las


hojas de salvia que tienen forma de lengua y se utilizaban para las
enfermedades de la boca.
En el devenir de la historia ha habido grandes sabios en el mundo vegetal,
siendo uno de ellos Paracelso.

Teofrasto Paracelso, nace el 10 de noviembre de 1493 en Einsiedeln, Suiza.


Hijo del doctor Wilhelm von Hoheneim y de Els Ochner.
Nace apenas comenzando la época renacentista.
Con los nombres agregados más tarde, su nombre completo fue Felipe
Teofrasto Bombasto de Hoheneim, Aureolus Paracelso.
En 1515 se graduó en “dos medicinas” luego de cambiar varias veces de
facultad por disentir con sus profesores.
Él sacaba a la luz la sabiduría de Hipócrates para realizar curaciones
auténticas y duraderas:
“El médico debe fomentar la naturaleza en su tendencia a restablecer
la salud, y esta tendencia se expresa precisamente en aquellas
reacciones patológicas llamadas enfermedades”
Viajó incansablemente atendiendo enfermos de todas las clases sociales y
en distintas latitudes, reforzando su experiencia como método del mayor
aprendizaje. Así aprendió y trasmitió que cada país o región tendrá su
medicina al alcance de su mano por los prodigios de la naturaleza.
Éstas y otras innumerables pequeñas y grandes obras (total 8.200 páginas)
dejó el insigne médico rebelde dejando joven su vida en este mundo el 24 de
setiembre de 1541.
A través de secciones de su obra intentaremos esclarecer las mismas bases
de la ciencia médica universal en forma sintética, y explicar de algún modo
la aplicación posible en nuestra época de los primordiales valores para un
terapeuta.

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Los siguientes apartados incluyen también algunos fragmentos del doctor


S.A.W, que supo aplicar en mediados del siglo XX la misma ciencia médica
de profundos valores humanistas y que recoge la relación entre las fuerzas
en la naturaleza, en el cosmos y en el hombre.

Es necesario que conozcamos algunos de sus más famosos postulados que


se aplican a Herbolaria:

De los cuatro gustos y los cuatro temperamentos del hombre


“ El cuerpo posee cuatro clases de gustos: el ácido, el dulce, el amargo y el
salado...
Están en todas las criaturas, pero sólo en el hombre pueden ser
investigados... Todo lo amargo es cálido y seco, es decir, colérico; todo lo
ácido es en cambio frío y seco, es decir, melancólico... Lo dulce dio a luz a lo
flemático, porque todo lo dulce es frío y húmedo, aunque no se puede
comparar con el agua... Lo sanguíneo procede de lo salado, y esto es cálido y
húmedo.”

De las fuerzas como microcosmos


“ El astro interior del hombre es igual al astro exterior en su condición,
índole y naturaleza, en su desarrollo y estado, y distinto únicamente en su
forma y materia.
Porque por naturaleza son un solo ser en el éter y también en el
microcosmos, en el hombre... Como el sol brilla a través de un cristal –por así
decirlo, sin cuerpo y sin sustancia– así también penetran las estrellas en el
cuerpo.”

Del médico y la naturaleza


“El médico procede de la naturaleza, ella lo hace; sólo aquel que obtiene su
experiencia de la naturaleza es un médico, y no aquel que con la cabeza y con
las ideas elaboradas escribe, habla y obra en contra de la naturaleza y de
sus peculiaridades.”

Toda enfermedad tiene su antídoto


“Si quieres amar a tu prójimo, no puedes decir:
‘Tú no tienes salvación’, sino que tienes que confesar: ‘No sé y no lo
comprendo’. Y así, no hay ninguna enfermedad que tenga por qué matar a un
hombre. Todas las enfermedades se curan, sin excepción.”

De la curación por sí de las enfermedades congénitas

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“Allá donde hay enfermedad, allá están también médicos y medicinas. Cada
enfermedad innata lleva en sí su propio medicamento. El hombre lleva
consigo, por naturaleza, al destructor de la salud y al custodio de la misma.”

De lo incompleto de resolver sólo síntomas


“La naturaleza y la fuerza de la enfermedad han de ser investigadas en su
origen, y no en sus signos; porque no debemos extinguir el humo del fuego,
sino el fuego mismo. Si queremos que la tierra dé una hierba mejor, tenemos
que ararla y no simplemente arrancar los hierbajos. Lo mismo ha de hacer el
médico... dirigir su pensamiento al origen de la enfermedad y no sólo a
aquello que tiene ante sus ojos. Porque en ello sólo vería los signos, pero no
el origen, igual que el humo sólo es un indicio del fuego, pero no el fuego
mismo.”

De la relativa eficacia de los remedios


“Toda enfermedad es como un purgatorio. El médico debe saberlo y pensar
en ello, para que no ose determinar por anticipado el momento de la curación
o el efecto de sus medicamentos; pues esto está sólo en mano de Dios.”

De la naturaleza como verdadero farmacéutico


“La naturaleza ha dado poder a los arcana y los ha compuesto como deben
estar compuestos. Aprended pues para que los conozcáis y los entendáis, y
no de manera que al final os entendáis a vosotros mismos pero no a la
naturaleza. La naturaleza es el médico, no tú. De ella tienes que sacar, no de
ti; ella confecciona las fórmulas, no tú.
Mira por enterarte dónde están sus farmacias, dónde están escritas sus
virtudes y en qué recipientes se guardan.”

De la cura de toda enfermedad


“Todos los medicamentos están en la tierra, pero faltan los hombres que los
recolecten. Están maduros para la cosecha, pero los segadores no han
venido. Cuando lleguen un día los segadores de la verdadera
medicina, limpiaremos a los leprosos sin el impedimento de una
sofística vacía y haremos que los ciegos vean.”

De la medicina natural (ley de contrarios)


“Concibe y trata las enfermedades como enseña la vida y la naturaleza de
las plantas y, según lo que convenga en cada caso, por sus símbolos o
concordancias. Así curará el frío por el calor, la humedad por la desecación,
la superabundancia por el ayuno y el reposo y la inanición por el aumento de
las comidas.”

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De las criaturas elementales de las plantas (almas de las hierbas que


moran en dimensiones desconocidas)
“Nuestras criaturas tienen cuatro tipos de habitación: acuática, aérea,
terrestre e ígnea. Aquellos que habitan en el agua, se llaman ninfos, en el
aire silfos, en la tierra duendes o pigmeos, y en el fuego salamandras”.
“En cuanto a su físico, es bien evidente que varía: los ondinos de ambos
sexos tienen aspecto humano, los silvestres (o silfos) son más espesos, más
grandes, más robustos, los gnomos más pequeños de una altura de unos dos
palmos, las salamandras delgadas, gráciles, esbeltas.”
“Hemos dicho que los ninfos dejan las aguas para venir a vernos, hablar y
aliarse con nosotros. Los silfos son más groseros, y no conocen en absoluto
nuestra lengua. Los gnomos hablan el mismo lenguaje que los ninfos. Las
salamandras hablan poco.”

La magia de Paracelso no es un sistema operativo gracias al cual pueden


conocerse las virtudes medicinales de las plantas u otras producciones de la
naturaleza, sino que su fin es adherirse a la fuente original de la cual
emanan todas las virtudes, por eso, no debe extrañarnos que su magia
oculta se relacione con las sagradas Escrituras, dado que la había
aprendido por revelación.

El espectro mágico del mundo vegetal aumentó de manera considerable.


El siguiente momento destacado en la historia de las plantas ocurrió en el
siglo XVIII, cuando el médico sueco Carl v. Linné (1707-1778) sistematizó
los reinos vegetal y animal, los organizó en familias y dio a cada planta
un nombre específico, en latín, lo que ayudó a su identificación
universal.

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La llegada de los españoles a América supuso un nuevo hito en el


particular mundo de las plantas. Desde los primeros viajes de Colón se
puso de manifiesto el intercambio cultural entre dos mundos, el Viejo y el
Nuevo, que tenían mucho que compartir. El atractivo del mundo americano
para los europeos fue evidente desde los primeros años del siglo XVI. Se
publicaron
numerosas obras destinadas a describir nuevas plantas alimenticias,
alucinógenas y medicinales. De esta forma, el espectro mágico del mundo
vegetal aumentó de manera considerable.
Considerando la Ley de Analogía, somos pequeñas células ligadas a un
gran organismo que es la Madre Tierra y Ella a su vez es otra pequeña
célula de ese otro gran organismo que es el Sistema Solar y Él a su vez
es otra célula de ese otro gran organismo denominado Universo.
Evolucionando entendemos nuestro papel dentro de todo este sistema. Así
ya no somos más el objeto inconsciente de las fuerzas de la vida sino que
interactuamos conscientemente con ellas.
En tanto que reconociendo lo que esencialmente somos empezamos a vivir
bajo las Leyes Divinas y nuestro accionar es el del Creador, el del Único,
expresado en ese gran pedacito de Cielo Divino que nos cobija y que es
nuestro núcleo más interno de vida. Así la Luz cubre a la oscuridad que no es
el mal sino la ausencia de conciencia.
Así, evolucionando, entendemos que este pequeño lugar donde vivimos
nuestras vidas es el lugar perfecto para vivir nuestro desarrollo evolutivo
consciente.
Si comprendemos al universo como un gran organismo donde todo está
sistémicamente interrelacionado podremos comprender la visión
terapéutica de los pueblos ancestrales o de la Homeopatía, que desde su

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visión filosófica-terapéutica han planteado que lo digno de curar es el


desequilibrio integral del ser, es decir todo lo que atañe directamente a un
organismo múltiple que además de tener un cuerpo de expresión físico
cuenta con cuerpos mental y emocional y campos de expresión energéticos
magnéticos que los regulan y que además -como organismo es una pequeña
célula de ese otro gran organismo sistémico llamado universo.
Así las cosas podremos entonces considerar a la “enfermedad” más allá
de ser un factor des- estabilizante como un factor equilibrante en
función a regresarnos, a través de lo que ella expresa, al ritmo natural
perdido en nuestra vida. La enfermedad expresa como un todo nuestro
dis-tono con el tiempo real y la regularidad de este Universo-Conciencia, y si
lo único que hacemos para tratar de paliar sus efectos es utilizar un modelo
coercitivo estamos haciendo más grande la herida, más hondo el
desequilibrio, más vulnerable nuestro existir.
Las virtudes, ocultas y manifiestas, de las plantas hacían de sus
conocedores, personas con un extraordinario poder en las sociedades de
todas las épocas. Distinguir un hongo venenoso de uno beneficioso era tan
fundamental como saber elegir la especie vegetal más apropiada para curar
un catarro.
El conocimiento botánico quedó circunscrito, de forma tradicional, a
determinados colectivos humanos.
Las culturas arcaicas lo depositaron en el chamán, a medio camino entre el
sacerdote, el mago y el curandero.
Los griegos antiguos contemplaron la figura del rhizotomo, experto en
herboristería medicinal, y el pharmacopola, conocedor y traficante de los
medicamentos vegetales, más próximos a los actuales drogueros.
Las sociedades medievales comenzaron a distinguir entre lo que podría
llamarse un conocimiento botánico culto, depositado en manos de médicos y
boticarios, dedicados al diagnóstico y tratamiento de las enfermedades, y
una sabiduría popular, representada por las hechiceras y brujas, las mujeres
sabias que ayudaban en sus enfermedades y mal de amores al amplio
colectivo campesino que no podía pagar los excesivos emolumentos de
médicos y boticarios, oficialmente aprobados para ejercer sus oficios.
“Lo que es abajo es arriba” reza el axioma de Hermes Trimegistro y su
significado está ligado a todo esto.
Somos tanto arriba como abajo. Somos un todo con la maravillosa expresión
múltiple que es el universo; con la posibilidad magnánima de ser Uno con el
Todo y a su vez ser individualidades álmicas en proceso de desarrollo, en
crecimiento, en evolución, caminando al ritmo de la mecánica celeste, del
ritmo de la sinfónica interna de la vida que es la Voluntad Divina de la Mente
Divina llamada Dios para quienes somos profundamente creyentes, o Energía

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Vital para quienes consideran a la vida como un simple campo de


manifestación energético.
Hoy en día sabemos que la actividad terapéutica de una planta viene
determinada por la presencia de uno o varios principios activos,
moléculas responsables de la acción terapéutica beneficiosa.
Así, la corteza de sauce, utilizada desde la antigüedad como febrífugo y
analgésico, debe su actividad al ácido acetil salicílico, principio activo que
todos conocemos bajo su comercial denominación de aspirina. ¿Por qué
empezó a utilizarse en terapéutica? La razón principal fue el lugar donde
crece: zonas pantanosas. Si el árbol resiste tanta humedad, pensaron los
médicos, servirá para combatir sus efectos sobre el cuerpo humano. Así fue.
Los principios activos de las plantas son sustancias químicamente bien
definidas y con actividad farmacológica y provienen de lo que se ha
denominado metabolismo secundario que tiene como misión crear
condiciones de defensa o mecanismos de defensa, estímulo de funciones y
supervivencia para ellas.

Las plantas debían recogerse, por regla general, cuando hubiesen llegado a
su madurez. Según la parte del vegetal empleado en terapéutica (raíces,
tallos, cortezas, yemas, hojas, flores, frutos o semillas) variaba el momento
de recolección. Posteriormente se procedía al correcto secado, que
dependía también de cada tipo de planta; la trituración, necesaria para
permitir un aprovechamiento máximo de los principios medicinales y, por
último, la conservación, siempre en lugares secos y poco ventilados o bien
mediante el uso de envases herméticos.
Esto lo estudiaremos posteriormente.

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