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Colección
Dame de beber
3. Si yo no tengo amor...
4. Certezas en la oscuridad
Camino a Damasco *
Andar en tu Presencia *
El arte de vivir *
* En preparación
Pbro. Manuel F. Pascual
Si yo no tengo amor...
12 meditaciones
Pascual, Manuel F.
Si yo no tengo amor. - 1a ed. – Buenos Aires : Guadalupe, 2004.
176 p. ; 21x14 cm. - (Dame de beber , 3)
ISBN 950-500-456-7
1. Catolicismo-Espiritualidad I. Título.
CDD 248
Editorial Guadalupe
Mansilla 3865
1425 Buenos Aires, Argentina
Tel. / Fax.: (11) 4826-8587
Internet: http://www.editorialguadalupe.com.ar
E-mail: ventas@editorialguadalupe.com.ar
EL AUTOR
Una guía para el Lector
A fin de poder identificar en forma sencilla y rápida las diversas
meditaciones de este volumen, hemos impreso, en el margen derecho de las
páginas impares, una serie de “manchas”, en forma escalonada hacia
abajo, que señalan con claridad el número de la meditación de la que se
trata en esas páginas.
1. Si yo no tengo amor... 1
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A modo de Introducción
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Siempre me dije con pasión: no me quiero morir mirando
el mundo por los ojos de otro, ni tampoco quiero saber quién
es Dios porque leí sobre Él, sino quiero tener experiencia de
Dios, de la vida, y del hombre.
Y, justamente, cuando uno se atreve a leer la realidad y a
vivir con los ojos abiertos, se encuentra con la crudeza de la
vida que nos invita -cuanto más profunda es esa mirada-, a
buscar una experiencia y una idea mucho más elevada de
Dios, capaz de soportar la realidad sin desvanecerse. Y, al
revés: cuanto más profunda es la experiencia de Dios, más
coraje da para mirar la realidad tal cual es, con todas sus
sombras, con todas sus deficiencias y con todas sus
maravillas.
San Juan de la Cruz -me atrevería a decir-, es uno de mis
amigos. También él fue un escritor a la fuerza, a la fuerza por
dos sentidos. Primero porque se encontró con el amor y, ante
el amor, como ante lo inefable, sucede algo extraño: no puede
callar aunque nunca lo va a saber decir. Ese es el problema
del que conoce el amor: cómo callarlo y cómo decirlo. Y, en
segundo lugar, la gente conocida le pidió siempre que
escribiera, que explicara, ese poeta, ese hombre que rompió
el silencio en lenguaje lleno de belleza para decir lo que no
se puede decir pero que no todos pueden leer y, por eso, le
pidieron que escribiera y explicara. Me atrevería a decir que
mis libros son el fruto del pedido de muchos, incluso de los
aquí presentes, sin los cuales no lo hubiera hecho nunca.
¡Qué lindo cuando uno escribe y los que lo leen o lo
escuchan dicen: “eso que está diciendo es lo que me pasa a
mí, pero usted lo pudo decir”. Esto quisiera: que estos libros
fueran un amigo en la soledad; en esos momentos en los
que uno dice ¿quién me puede entender?, y que el libro fuera
un amigo, una compañía o una luz en la oscuridad.
El amor es un don para todos y creo que en los que hemos
tenido la gracia de tener fe y experiencia de amor hay algo
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que nos lastima, y es que haya otros hombres que atraviesen
la vida no habiéndolo experimentado y, por eso, quienes
tienen esa experiencia, creo que tienen una deuda: poner a
disposición de los demás lo más profundo de sí para que
otros la tengan. Ya sea brindando amor, luz, sabiduría o lo
poco que tenemos. El que ofrece y pone a disposición de los
otros el corazón y lo mejor de sí, puede despertar vida pero
quedando inevitablemente expuesto.
Decía el título, “sin la certeza del amor no hay
enamorados” y del enamorado, normalmente, pensamos que
es una persona ciega, que no ve. En cambio la experiencia
es totalmente al revés. El que está enamorado es el que puede
ver lo profundo y lo que vale la pena. Y si no hay enamorados
-usando el lenguaje de las parábolas-, no se puede descubrir
el tesoro escondido, lo que vale la pena de la vida. Sólo el
amor es capaz de descubrir eso y quiere justamente
consagrarse, gastarse en desenterrar esos tesoros que encierra
el corazón de cada hombre y la realidad.
Las paradojas que tienen el amor y el enamorado son
muchas. Es fácil de decir pero difícil de vivir. El que vive
enamorado o vive ante el amor, va a empezar a experimentar
situaciones extrañas como esta: nunca más vulnerable y
nunca tan seguro. Quien vive de amor está a merced del
otro y, al mismo tiempo, nunca tan vulnerable y nunca tan
seguro por haber encontrado lo que al hombre le da firmeza
y sentido. Nunca más luminoso; el amor es lo que da sentido
a la vida, y nunca más oscuro, porque nunca vamos a
terminar de entender por qué nos aman, ya sea Dios u otro.
El amor es un misterio. Pacifica y desinstala, elimina el temor;
cuando nos aman perdemos el miedo pero nos nace otro
miedo, el miedo a perder. Cuando uno encontró amor,
encontró lo que le da vida a la vida y no lo quiere perder.
El amor invita a abrazar, el enamorado abraza la realidad
-no lo ideal- y, paradójicamente, es aquel que quiere
transformarlo todo pero partiendo de lo que es. Sólo los
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verdaderos enamorados engendran la verdadera aventura
de la transformación que siempre parte de lo real.
Decía que “sin certeza del amor no hay enamorado ni
aventura posible”. ¿Y cuál es la aventura que todos tenemos?
La aventura de ser humanos. Y, aunque parezca extraño, es
un punto de llegada poder decir: la aventura humana es
posible. Ser hombre no es algo absurdo; es algo precioso.
Pero esta aventura de ser hombre sólo se la puede hacer ante
el amor de Dios y ante el amor de los demás. Sólo así el
hombre se puede atrever a escuchar lo infinito de su sed de
felicidad, de amor, de perduración. Si hay que silenciar los
grandes gritos para poder vivir, la aventura humana no es
posible ni vale la pena.
El primero de los libros “El mirar de Dios es amar”, es un
comentario meditado al Cántico Espiritual de SAN JUAN DE LA
CRUZ y, podríamos decir, que se resume en un grito: “¿Adónde
te escondiste?”. Al que fue herido por el amor divino o
humano, se le despierta pasión por conocer y poseer en
plenitud al ser amado. Y, justamente, quien tenga experiencia
de Dios, va a experimentar con estas otras palabras este
gemido en su corazón y en su vida: “¿Adónde te escondiste?”.
Después de que te conocimos en la Encarnación, después
que vimos que sos capaz, por nosotros, de morir en la Cruz,
te quiero conocer. ¿Dónde estás, dónde te escondiste? Ese es
el gemido y el clamor de nuestro corazón.
Y el segundo libro, “Lo reconocieron al partir el pan”,
pretende ser una comprensión, una meditación -nada más y
nada menos-, del gesto que es el testamento de la Persona y
de la obra de Jesús. En la Última Cena, en la Eucaristía, Jesús
nos regaló su Persona y ahí nos regaló su acción amorosa.
Podríamos decir que en ella, con la paciente artesanía del
amor, Jesús está transformando el corazón del hombre, de
su Iglesia y del mundo. Siempre me inquietó una pregunta
que es la más elemental que nos hacen a todos los cristianos:
“¿por qué van a Misa y viven igual o peor que los demás?”.
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Entonces o el sacramento es ineficaz o no sabemos cómo
disponernos y vivirlo para que su acción amorosa pueda
actuar en nosotros.
Por lo tanto este libro pretende ser un humilde aporte para
entender el sentido profundo, mucho más allá de los ritos en
el sentido pequeño de la palabra, el sentido hondo de ese
gesto de Jesús que da mucha luz, no sólo para lo religioso
sino también para lo humano, ya que es el encuentro
profundo de Jesús con sus amigos donde, si sabemos mirar,
podríamos aprender a vivir, a orar y encontrar encarnada la
pedagogía amorosa de Dios para con nosotros.
Alguien podría pensar que los destinatarios de los libros,
en una mirada superficial -y lo digo con todo cariño y respeto-
son, aparentemente, las religiosas. Pero me atrevería a decir
que cuando hablo con una de ellas -o les predico-, en realidad
estoy hablando con un ser humano; nunca pienso que estoy
ante una Hermana sino ante un ser humano que tiene pasión
por vivir en plenitud y que, por eso, se consagró -nada más y
nada menos-, a encontrar y comunicar el amor.
Creo que estos libros son para todo hombre que tenga
inquietud. Y, me atrevería a decir más, tal vez sólo los entienda
quien tenga sed y esté buscando, padeciendo, o se haya
enamorado.
Una de las introducciones termina con estas palabras; son
palabras surgidas de la vida hecha oración. Nunca pensé
que estos escritos iban a ser libros. Más bien eran oración
que se transformaron en retiros para ayudar a rezar y ayudar
a vivir. Que esta palabra no tenga otro destino que el que
tuvo la Palabra en María, en la Virgen. La Palabra en María
se hizo carne. ¡Qué triste sería que quedaran en libros y no
en palabra hecha vida, más aún, en palabras que se hagan
pan. Es decir, que los que los lean y los vivan se hagan, a su
vez, pan; o, dicho en el lenguaje del título, personas que, con
su amor y con su vida, permitan, a quienes los traten,
sospechar el Amor de Dios y les brinden, a los que no tuvieron
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la dicha de haber encontrado el amor, esa certeza que
enamora y que anima a ser hombres.
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1ª meditación
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sino vivir para alguien: uno vive cuando vive para alguien,
uno vive cuando vive por alguien. Para alguien amanecemos, 1
para alguien trabajamos, por alguien sufrimos y hasta para
alguien morimos. La vida pierde fuerza, nos cuesta levantarnos
cuando no hay un para alguien, cuando no hay amor, cuando
no hay tensión amorosa hacia Dios o hacia el prójimo nos
cuesta vivir para nosotros mismos. En cambio, quien es
reclamado por el amor de otro, quien se sabe reclamado para
amar a otro, ese tendría razones para amanecer, para vivir y
hasta para morir. ¡Qué maravilla que hasta la muerte puede
ser humana! La muerte que parece que es lo que más nos
deshumaniza, nos quita la vida, hasta la muerte se hace
humana cuando llega a ser lenguaje de amor. La muerte puede
ser también un acto de amor humano para otro, una ofrenda.
Piensen cuántas citas bíblicas que hay atrás.
“Para el Señor vivimos, para el Señor morimos, nadie
vive sólo para sí...”.
Nosotros no hemos inventado el amor para poder
sobrevivir, sino al contrario es el amor el que nos inventó a
nosotros y todo lo que existe… Me acuerdo -y lo repito siempre
porque me dolió oír un día por radio, hace no mucho
tiempo-, que el premio Nóbel de literatura, Saramago, un
portugués del que no recuerdo el nombre, que es un hombre
genial, lo que decía: el hombre es tan genial que creó el
amor para poder sobrevivir. Y él no cree en Dios, él no cree y
dice: el hombre es tan genial que creó el amor para poder
sobrevivir... Me permito decir, con toda humildad, que este
hombre no es tan genial porque no se dio cuenta o no se
pudo dar cuenta que, justamente, no es que el hombre creó
el amor para sobrevivir, sino que lo que existe ha sido creado
por el amor, que es distinto. ¡Qué distintas perspectivas de
vida! ¿Nosotros vivimos distinto a los que no creen esto? Creer
que todo lo que existe, existe por obra del amor, nos obliga a
ser testigos y estar en el mundo con otra calidad de vida y ni
hablemos como consagrados...
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vivo, sino con quién vivo. El lugar para vivir es el otro, más
que los lugares. 1
Hay un amor con minúscula, y que no nos debe avergonzar,
porque somos humildes creaturas, un amor que necesita todo
aquello y a todos aquellos que nos ayudan a ser y
desplegarnos. Por ejemplo en estos días necesitamos de la
estufa y necesitamos también de los otros, esa es nuestra
humildad. Pero el misterio está en que hay un amor que
excede la necesidad; es cierto que necesitamos cosas pero
hay un amor que excede la necesidad. Ese amor es el origen
de todo, en Dios el amor es el punto de partida, la gratuidad
del amor de Dios; sin necesidad creó el mundo y a todos
nosotros. En Dios la gratuidad es el punto de partida, ama
porque ama; en el hombre es punto de llegada. Nosotros
empezamos con un amor-necesidad y qué lindo si un día,
como santa Teresa, como tantos decimos: “Señor, ya no me
mueve para quererte, ni el cielo que me tienes prometido, ni
el temor al infierno”, etc.; ahora te quiero porque te quiero.
Los humanos tenemos una estructura relacional. ¿Qué
quiere decir? Que nuestro ser tiene capacidad de relación
con los otros y con Dios y con las cosas. Somos capaces y
tenemos necesidad de darnos y de acogernos. Esta estructura
relacional es física y espiritual. Por ejemplo, si miramos al
hombre y a la mujer, ellos expresan este misterio: estamos
creados para complementarnos. Lo mismo que observamos
en el plano físico nos pasa en un plano más profundo.
También nuestra psicología necesita del otro, nuestro corazón,
nuestra alma, todo nuestro ser clama por el encuentro de
amor para alcanzar plenitud.
Pero, al mismo tiempo, porque es comunión y no fusión, a
la cual estamos invitados, siempre hay una carga de soledad
y particularidad que serán irreductibles; cada uno de nosotros
es un único. Por más que encontremos amor siempre seremos
alguien y no una mezcla, y esto que nos deja aparentemente
solos, es justamente, la dignidad de la persona y lo que nos
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a tal punto que Adán ni se llegó a dar cuenta qué regalo era
ser imagen y semejanza de Dios, vivir en el Paraíso, estar en 1
amistad con Dios, no se dio cuenta porque era tan común
que creyó que eso no era tan importante.
El anciano Simeón, a diferencia de Adán, ha esperado
mucho, ha sufrido mucho pero sabe valorar lo que significa
estar en comunión con Dios:
“Ahora Señor puedes dejar a tu servidor irse en
paz…” (Lucas 2, 29).
Había pasado la vida a la intemperie, en la esperanza y
por eso valoraba el encuentro con Jesús. A veces uno lo tiene
todo tan de entrada que ni se da cuenta de que lo tiene. Qué
curiosa suerte la del hombre, la nuestra, que parece que sólo
aprende a valorar después, con la perspectiva del tiempo,
con el dolor de la ausencia. Qué buena era esa persona…,
me di cuenta cuando se fue; qué linda era mi casa… y
cuando estaba no la valoraba; qué bueno era ese amigo…
y cuando estaba cerca hasta lo desprecié.
El desnudo demasiado prematuro, ya sea físico o
psicológico, nos deja solos, porque normalmente no sabemos
apreciar el misterio ofrecido… ¿dónde seguir buscando si
ya miramos todo, oímos todo y no hemos visto ni escuchado?
Dicho más claro, en ciertas relaciones prematrimoniales: a
la semana no hay misterio. Por supuesto que sigue habiendo
misterio, porque no se conocen todavía, pero creen que se
agotó el misterio porque ya lo vi todo, lo sé todo y no es así.
Lo mismo nos pasa en la vida comunitaria, supongamos que
alguien, todos, seamos muy sinceros de entrada, a lo mejor
ni nos damos cuenta que estamos ante el fondo del otro, y
por eso lo pisoteamos, lo herimos. Normalmente hace falta
un camino progresivo, deseos de comunión, deseos de
amistad profunda, deseos de desnudez de corazón, pero
tengo que tener en cuenta que vivimos en un mundo con un
hombre herido que no sabemos normalmente valorar y que
muchas veces nos han pisoteado no porque desprecien
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2ª meditación
“La gratuidad del amor”
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¿qué hice?, ¿lo gocé?, ¿lo viví? Pensar que era gracia, don,
oferta, no conquista; la vida me la dieron, la vida me la
sacan; era don, era oferta. Esa es la lucidez de la muerte, la
sabiduría de la muerte. Que no sea una sabiduría tardía y
llena de arrepentimiento por no haber vivido; que no seamos
lúcidos sólo en el último instante; a ver si podemos ser un
poco más lúcidos antes pero no para no condenarnos, sino
para vivir mejor. ¡Ojalá nos diéramos cuenta de que todo
nos ha sido ofrecido!
Vivir es dejarse regalar la vida, vivir es dejarse regalar
este ser que somos. Todos los días tenemos que decirle a
Dios cuando amanecemos: ¡Gracias! Me diste nuevo este
regalo que soy, acojo este regalo que soy. Convivir es dejarse
regalar hermanos, amanecer un día con hermanos; no es
tengo que soportar a estos, sino estos son los que hoy el Pa-
dre me regala para amar y para hacer conmigo el camino.
¿Acaso un hombre simple no se llena de alegría al ver
que su hijo disfruta de un humilde regalo? Si queremos llenar
de gozo el Corazón del Padre, ¿cómo podemos hacer?
Sepamos en Cristo y con todo el amor que el Espíritu infunde
en nuestro corazón, sepamos abrazar esta vida concreta con
las circunstancias concretas que nos tocan vivir, ellas son el
regalo que Dios nos hace, que nosotros podemos convertir
en ofrenda. Si queremos contentar al Padre tenemos que
terminar de abrazar con amor la vida real que nos toca vivir,
sabiéndola regalo suyo y oportunidad de ofrenda para
nosotros. Nosotros también la podemos hacer regalo, si la
pasamos por el corazón y se la devolvemos “salada”, si
ustedes quieren; salada por nuestro amor, algo le pasó, no
sólo pasó por un caño, este día pasó por mi corazón.
En María, “gracias”, no es sólo un canto, sino es servicio…
María canta su actitud de gratitud, que encontramos en la
visita a Isabel, se hace canto y servicio. La acción de gracias
no se reduce a cantos de acción de gracias, canto y servicio.
O podríamos decir no sólo servicio sino también canto.
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2ª meditación “La gratuidad del amor”
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3ª meditación
“Lo incondicional del amor”
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4ª meditación
“El amor es progresivo.
La mostaza y la levadura”
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4ª meditación “El amor es progresivo: la mostaza y la levadura”
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5ª meditación
“Los últimos recursos del amor:
vulnerabilidad, sufrimiento y muerte”
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6ª meditación
“La libertad,
condición y creación del amor”
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esto fomenta la libertad. Estar al lado del que nos ama bien,
nos hace libres.
Educar en la libertad no significa neutralidad, no le vamos
a proponer nada a nuestros hijos, novicias, alumnos, ¡no!
Educar en libertad no es educar en neutralidad, sino saber
ofrecer lo que se cree es verdad. Quien ama quiere ofrecer
lo mejor que tiene, lo que se cree mejor para el ser querido,
eso es amar bien. Es animar a escuchar, a reflexionar y sólo
después a decidir. Vos escuchá, recibí lo que te doy,
reflexionalo, decantalo y, después, elegí. Esto requiere, du-
rante mucho tiempo, tutela y disciplina, y una progresión en
la libertad. Esa tutela debe evolucionar y no durar más de lo
necesario porque si no se vuelve en contra. La libertad es
progresión, el árbol necesita del palito al lado pero, si el
palito lo tiene demasiado fuerte, puede ahogar al árbol.
Se hace imprescindible el respeto a la verdad de cada
persona, a los procesos que cada uno tiene que vivir. Respetar
al otro en ese camino a la libertad, requiere un trato
personalizado, requiere que nos demos cuenta, quién es, qué
camino necesita seguir para la libertad, animarnos a respetar
esos procesos que tiene que vivir. Pensemos en el respeto del
Padre del hijo pródigo a la decisión de su hijo: saberlo
esperar, no ahorrarle su propia experiencia, no echarle en
cara su fallido intento, sino saber alegrarse de su decisión de
regresar, de haber comprendido, finalmente, donde estaba
la vida, donde estaba el hogar. El precio fue caro pero lo
aprendió. Al que ama bien no le duele que los precios sean
caros, quiere que se llegue donde hay que llegar. Eso quiere
el que ama bien, que se sepa dónde está el hogar, la vida, la
libertad. Uno vive donde habita sólo cuando el corazón co-
incide con lo físico. A veces estoy en un lugar físico pero no
de corazón, o estoy con mi corazón en una parte y con mi
cuerpo en otra. El hijo mayor ¿había decidido quedarse o,
tal vez, no se había animado a buscar?. Hay formas de
quedarse y nunca haber estado. El hijo se quedó pero en
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7ª meditación
“Amar bien es disponer
lo mejor de sí para el amado”
“Después de cumplir
todo lo que ordenaba la Ley del Señor,
volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.
El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría,
y la gracia de Dios estaba con él.”
“El regresó con sus padres a Nazaret
y vivía sujeto a ellos.
Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia
delante de Dios y de los hombres.”
(Lucas 2, 39-40; 51-52)
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8ª meditación
“El descenso a los infiernos:
el amor va hasta el fondo…”
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ver”. Cuando leí eso a los 16 años dije, por favor ¡no! El
infierno de que algunos tienen la sensación de que no son
necesarios para nadie; nadie me espera, nadie me necesita.
El infierno de algunos que no se han dado cuenta de todo
esto y creen ser los que entienden, los seguros, los maduros y
equilibrados; son los que creen que entienden y, encima, los
que muchas veces mandan. Ni siquiera rozaron el dolor, cómo
van a entender a los que sufren. Dostoievsky, hizo escribir en
su lápida: “el secreto es enloquecer y volver”. ¿De dónde
sacó esa ciencia del hombre? Tuvo una vida muy dramática.
Enloqueció de dolor, padeció el sinsentido, sus personajes
no los inventó, son un eco del drama humano, de su vida y
de tantas vidas que vio. Pero volvió. Los grandes santos son
los que descendieron a los infiernos y volvieron. Pero volvieron
de las pruebas, de las tentaciones, de las oscuridades, son
los que nos pueden contar después. Esos son los que entienden
la vida. Sólo se empieza a entender después de no haber
hecho pie en el abismo.
¿Quiénes son los que empiezan a entender algo de la vida?
Los que alguna vez no entendieron nada. El que siempre
entendió todo, todavía no entiende nada. Cuando uno pasó
por momentos, y a veces años, en los cuales no entendió
nada, tal vez después empiece a entender un poquito de algo. 8
Jesús le decía a Pedro:
“Yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú,
después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos”
(Lucas 22, 32).
Antes de volver los vas a aplastar, después se van a poder
apoyar en vos.
Allí nos fueron a buscar; Dios se hizo hombre, el infierno
es tierra habitada, desde que Jesús descendió a los infiernos
de la condición humana, por allí pasó Él y desde allí suplicó
lleno de compasión: “perdónalos no saben lo que hacen”.
Como si, mirando al cielo, desde la pobreza extrema del
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9ª meditación
“María eligió la mejor parte:
el clima y el ritmo del amor”
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Para vivir así, como uno piensa, como uno quiere y cree
que tiene que vivir el sueño de Dios, en primer lugar hay que
tener una gran fe. Como si dijera: para volver a ser como
niños, hay que creer en el Padre y dejarlo ser Padre. Para vivir
el sueño de Dios hay que tener mucha fe, sobre todo, cuando
pasan los años. A lo mejor, de entrada, pensamos que es
más simple, pero Dios soñó por encima de nuestras
capacidades, entonces cuando nos damos cuenta que el
sueño nos queda grande, hace falta mucha fe para vivir algo
que nos damos cuenta que nosotros solos no podemos
alcanzar. Abraham tuvo que tener mucha fe para seguir
esperando un hijo, sabiendo que su esposa era estéril y él ya
muy anciano.
“Entonces el Señor le dirigió esta palabra: «[…] tu heredero
será alguien que nacerá de ti». Luego lo llevó afuera y continuó
diciéndole: «Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las
estrellas». Y añadió: «Así será tu descendencia». Abrám creyó
en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación”
(Génesis 15, 4-6).
Confesar con la vida que uno no es Dios, aprender a
descansar en Él, a poner nuestras preocupaciones en sus
manos, no es tan fácil como parece. No es lo mismo tener fe,
que vivir de la fe. Y uno cree que tiene poca fe cuando empieza
a vivir de la fe y se da cuenta que está agarrado sólo de la fe,
ya no de sus convicciones humanas, de sus cálculos. Por eso
sólo sabe descansar el que sabe adorar. Por eso a un adulto 9
le cuesta descansar, porque tiene muchas preocupaciones.
Para saber descansar hay que saber adorar, es decir reconocer
vitalmente a Dios como Dios.
Y, en segundo lugar, para vivir como uno piensa hay que
estar dispuesto a pagar el precio que esto tiene. Un costo
que puede ser literalmente económico, aunque no siempre.
Vivir como tenemos que vivir puede llevar a reestructurar
obras, a no calcular tanto, a no pensar tanto con criterio eco-
nómico, y esto puede tener un costo en la vida real. ¿Estamos
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9ª meditación “María eligió la mejor parte...”
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10ª meditación
“Amar desde lo que somos y podemos”
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11ª meditación
“Amar aunque…”
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Y LE DECIMOS:
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12ª meditación
“Lo imposible a los hombres
es posible para Dios”
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temen otra cosa que estar sin Él, aquellos cuya única certeza
en la vida es el “Yo estaré contigo”. Cuando Dios pide una
misión difícil ¿qué les dice a los profetas, a los patriarcas, a
los apóstoles?, “No temas, yo estaré contigo”.
“Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del
mundo” (Mateo 28, 20).
El amor espera, es más fuerte que el tiempo. Pensemos en
Abraham, en el anciano Simeón; el amor es más fuerte que
el tiempo y por eso esperan. Esperan y no olvidan. El amor
busca, es más grande que el espacio, por eso Magdalena lo
va a buscar hasta en el sepulcro. El amor perdona y sana, es
más poderoso que el pecado. Lo saben muy bien David y
Pedro. El amor resucita, es más tenaz que la muerte, así lo
vimos con Lázaro y Jesús.
Al crearnos, al encarnarse, Dios nos grita que cree es
posible ser hombre, que vale la pena ser hombre. Dios nos
estaría haciendo la peor de las burlas si nos hubiera creado
para algo imposible. La peor de todas las burlas sería si se
hubiera encarnado y siguiera siendo imposible ser humano
y cristiano. Dios nos está gritando que es posible ser hombre.
La pregunta es: ¿nosotros, lo creemos?. Dios cree en el
hombre, ¿nosotros creemos que es posible ser hombre? No
basta responder en general, sino en particular. Supongamos
que ustedes digan: “Yo creo que es posible para otros, pero
no para mí”. La respuesta es personal: “Creo que para Dios
no es imposible llevar mi vida a plenitud. Mi insignificancia y
mi pecado no son más poderosos que su amor.” A veces
decimos: “Dios puede perdonar a todos, Dios puede
cambiarle la vida a cualquiera, pero a mí no, porque yo soy
tan malo y pecador, mi mal es más poderoso que su amor”.
Si fuera así, en el fondo, no estoy creyendo en Dios.
Los hombres estamos tentados a desesperar al comprobar
que nuestro amor termina manifestándose impotente para
evitar el dolor y la muerte de los que queremos. Nuestro amor 12
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Índice
Serie Huellas
- San Francisco de Asís
Liliana Ferreirós
- Madre Teresa
Liliana Ferreirós
- Vida de San Cayetano
Pbro. Eduardo A. González
- Padre Obispo Jorge Novak svd,
amigo de los pobres, profeta de la esperanza
Eduardo de la Serna
- Pasión y Resurrección de Jesús
Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick
Alberto Azzolini (compilador)
- Autobiografía
Ana Catalina Emmerick
Alberto Azzolini (compilador)
Serie Testimonios
- Santos, beatos, venerables y siervos de Dios en Argentina
Pedro Siwak
- Víctimas y mártires de la década del setenta en Argentina
Pedro Siwak
- Piloto misionero en África. La fuerza de un ideal
Mario Falcón svd
- Obispos protagonistas en la Iglesia del siglo XX
Pedro Siwak
- Mujeres protagonistas en la Iglesia del siglo XX
Pedro Siwak