La función de la gobernabilidad metropolitana en la economía global
Definición de ciudad-región y áreas metropolitanas
(128) El concepto original de metrópoli se refiere a un centro urbano principal o ciudad- madre. Este concepto no resultó muy útil desde el punto de vista operativo porque frecuentemente no quedaba claro si los criterios de aglutinamiento era demográficos, administrativos, físicos u otros (territoriales o funcionales). Además no tenía en cuenta aquellos casos de “regiones metropolitanas policéntricas” que poseen importantes subcentros. En los años 50 en los Estados Unidos, las regiones metropolitanas se definían por cuestiones puramente demográficas (Toda zona contigua que tuviese más de 50.000 habitantes). En Europa, donde carecían de estadísticas oficiales referidas a dichas áreas y existía una gran variedad de ordenamientos administrativos para organizar el espacio metropolitano, se usaba una combinación de elementos demográficos y socioeconómicos para delimitarlas. Las definiciones de áreas metropolitanas variarán dependiendo de la perspectiva o uso particular que se pretenda hacer de ellas. En todos los procesos de “metropolización” las ciudades centrales crecen más allá de sus límites originales avanzando sobre el territorio de otras ciudades vecinas con las que formarán un conglomerado de mayor complejidad. En el seno de las áreas metropolitanas se dan complejas interdependencias sociales, económicas, ambientales y político-administrativas entre las urbes que forman parte del conglomerado global. Según Campbell (2002) las ciudades metropolitanas se caracterizan por tener intensas interdependencias y factores externos/efectos secundarios entre los territorios locales. Por otra parte, el conjunto de esos territorios tiene características funcionales, socio-económicas, políticas e históricas comunes que le otorga una identidad colectiva. Teniendo en cuenta esta definición, es claro que el tamaño no es un factor determinante. (130) La administración y gobernabilidad de las áreas metropolitanas depende de qué partes interesadas participan de las decisiones que se toman sobre los bienes colectivos, la forma en que se manejan los factores externos y los efectos secundarios que afectan a los territorios locales dentro de una zona metropolitana. De acuerdo a esto, al analizar cuestiones metropolitanas se debe usar el criterio sociopolítico/territorial y funcional y no el puramente demográfico o administrativo. La nueva función de la ciudad-región y las áreas metropolitanas en la economía global Las áreas metropolitanas y la ciudad-región cumplen tres nuevas funciones dentro de la comunidad internacional. 1. La primera de ellas es una nueva función territorial y competitiva en la economía global. En lugar de depender pasivamente de las fuerzas macroeconómicas y microeconómicas que se ponen en movimiento por la globalización, las partes locales directamente interesadas son cada vez más conscientes de las posibles ventajas competitivas de los territorios locales. (130) Esta nueva función no surgió de un día para otro; se desarrolló paralelamente con los cambios macro y microeconómicos globales que han estado ocurriendo en Europa y Estados Unidos desde los 90, y en Latinoamérica desde mediados de los años 80. A partir de los 70, los gobiernos nacionales, comenzaron a apartarse de la tradicional gestión macro económica keynesiana, orientada a obtener el pleno empleo. Las políticas económicas resultaron extremadamente difíciles de ejecutar y perdieron parte de su eficacia en el contexto de una economía internacional cada vez menos regulada, que se caracterizó por la presencia de flujos masivos de capital financiero internacional. Simultáneamente, la tendencia gradual hacia la “desregulación” y la liberación del comercio impactó sobre el comportamiento de las empresas que comenzaron a poner en práctica, a escala global, una serie de cambios destinados a una modernización tecnológica y de gestión. Estos cambios aumentaron los niveles globales de productividad de la firma, pero no siempre tuvieron efectos positivos inmediatos sobre la ocupación industrial. De hecho, en muchas áreas metropolitanas que se caracterizaban por tener estructuras industriales relativamente obsoletas, el aumento en la productividad y el desplazamiento de la labor industrial a la terciaria provocaron graves pérdidas netas en la actividad formal. Así, la mayoría de las áreas metropolitanas que concentraban partes importantes de actividad económica nacional, se vieron seriamente afectadas. Sin embargo, una cantidad cada vez mayor de estas áreas tomaron conciencia del potencial que poseían para crear iniciativas de despegue. (131) El resultado neto fue la creación de las condiciones apropiadas para un desarrollo endógeno, aprovechando los activos locales disponibles, en función, entre otros, de las redes entre firmas, el aumento de la mano de obra especializada y los factores tecnológicos externos positivos. Estas experiencias se basaron en la percepción de que una movilización productiva de los entes públicos y privados, y de los activos, permitiría a las regiones metropolitanas hacer uso de la globalización de una forma más creativa, mejorando simultáneamente la productividad urbana y la calidad de vida, en lugar de convertirse en su víctima pasiva. En Brasil, por otra parte, la región urbana de San Paulo, con una gran concentración de establecimientos industriales relativamente obsoletos, se vio afectada de forma dramática. A comienzos de los 90, los elevados niveles de desocupación, movilizaron a numerosas ciudades y ciudades-región de este país en torno a la cuestión del empleo, generación de ingresos y competitividad urbana. Del mismo modo, en Argentina, el impacto de la reestructuración de la región del Gran Rosario y la reducción de las barreras comerciales entre los países de la región del MERCOSUR hicieron que las partes directamente interesadas tomaran conciencia de los riesgos y las oportunidades de un nuevo escenario internacional más abierto. 2. (132) La segunda función de las áreas metropolitanas es su potencial para estimular la cooperación entre jurisdicciones locales con autonomía cada vez mayor, mediante procesos participativos locales. Actualmente existe abundante bibliografía que vincula la descentralización con la profundización de los procesos democráticos locales por medio del mecanismo de “voz y rendición de cuentas”. La descentralización aumentaría igualmente la calidad y eficacia de la provisión de servicios y facilitaría la participación de un número mayor de interesados, aumentando así la calidad de las políticas públicas durante todas las fases del ciclo de proyectos. El estado-nación se ha convertido en un ente demasiado pequeño y grande a la vez. Por un lado, su aparato macroeconómico perdió eficacia debido al tamaño y volatilidad de los flujos masivos de capital financiero a escala global. Por otro, la tendencia global hacia comunidades locales más democráticas, diversificadas en un amplio abanico de preferencias, reclamando más “voz y rendición de cuentas” en los procesos de toma de decisiones parece más afín con los gobiernos locales y metropolitanos. Además, considerando la generalizada conexión en red en la sociedad y la economía de flujos de alcance internacional, las comunidades locales en las áreas metropolitanas tendrían mayores facilidades para cruzar las fronteras nacionales tradicionales, e intercambiar experiencias a escala global. Si bien las razones que hay detrás del proceso de descentralización son, algunas veces, variadas (transferencia de gastos y responsabilidades, más “voz y rendición de cuentas”, fragmentación provocada para mantener relaciones de poder “clientelistas”), existe una evidencia difundida e intuitiva de que algunas de las relaciones causales entre descentralización, democracia local, “rendición de cuentas” y eficiencia son, en realidad, correctas. Hay una tendencia global a otorgar mayores responsabilidades a los gobiernos locales de propósito general y elegidos directamente. (133) Un número cada vez mayor de ciudades y ciudades-región de Brasil está realizando ensayos sobre este asunto, con herramientas innovadoras de democracia directa, como son el presupuesto participativo, la formulación de visiones urbanas y la planificación estratégicas. Además de las amplias transformaciones antes mencionadas la forma de gestionar las áreas metropolitanas también parece estar cambiando rápidamente. Harvey y Hall destacan tres elementos que sintetizan los cambios de la cultura de la gestión metropolitana y urbana. Primero, el liderazgo en áreas metropolitanas comenzó a incorporar nuevos temas y a cambiar las prioridades previamente establecidas en el programa político. No desaparecen la prestación servicios urbanos pero aparecen temas como la competitividad regional y la generación de empleo e ingresos. Segundo, existe un escenario internacional cambiante y un creciente nivel de competencia entre los territorios, lo cual obliga a la ciudad-región a comprometerse en estrategias innovadoras, con un sentido local de revitalización y competitividad urbana y económica. Teniendo en cuenta la volatilidad del escenario internacional y la presión de las jurisdicciones locales, un creciente número de áreas metropolitanas comienzan a adoptar ordenamientos institucionales más flexibles, y están dispuestas a asumir nuevas responsabilidades (como el desarrollo económico local, violencia urbana, etc.), aún cuando estas tareas no constituyan directamente responsabilidades estatutarias. (134) Tercero, se empieza a percibir la función de la gestión metropolitana como articuladora y habilitadora dentro de un entorno de múltiples agentes directamente interesados. Los enfoques anteriores contemplaban a la autoridad metropolitana como una agencia de ejecución, con una metodología funcionalista-tecnocrática enfocada hacia políticas más eficaces y efectivas que, frecuentemente, no gozaban de mucha participación de los entes interesados, ya sean públicos o privados. El concepto de gobernabilidad, con el significado de proceso, a través del cual un conjunto de actores gubernamentales y no gubernamentales (asociaciones civiles, asociaciones públicas- privadas, sindicatos, empresas, etc.) se organiza para la formulación de políticas y bienes colectivos, indica un claro cambio en el paradigma. Además, el producto de planificación metropolitana se desplaza desde los planes maestros amplios y detallados, elaborados, a menudo, sin mucha participación de los actores del sector público y privado, hacia planes estratégicos más operativos y orientados hacia una zona geográfica específica, que son elaborados y analizados por un conjunto amplio de agentes de la comunidad local interesados en el asunto. A través de su estructura, que tradicionalmente transforma las visiones a largo plazo sobre la competitividad y la calidad de vida, en proyectos concretos y actividades en las que se fijan actores, responsabilidades y recursos, los planes estratégicos facilitan una continuidad y un vínculo pragmático entre planificación y ejecución. (135) Un número cada vez mayor de regiones metropolitanas brasileñas y argentinas ha asumido nuevas obligaciones no incluidas en sus estatutos. Lo hacen de una forma dinámica y flexible, sin desestimar algunos de los riesgos (financieros) que acarrean estas nuevas tareas. Además, las jefaturas de las áreas metropolitanas son cada vez más conscientes de su importante función, no como agentes finales de ejecución que centralizan todas las responsabilidades, sino como articuladores que pueden activar proyectos estratégicos a través de asociaciones público- privadas. (136) Cuestiones clave y marco metodológico para analizar la gobernabilidad metropolitana Desajuste entre la necesidad de organizar funciones con sentido local y las estructuras administrativas y funcionales existentes para las áreas metropolitanas. Si bien la importancia estratégica de las áreas metropolitanas ha logrado un creciente consenso, también es cierto que la mayoría de ellas no están preparadas para asumir los desafíos relacionados con el nuevo escenario internacional y local. Si bien cumplen importantes funciones en la creación de entornos favorables para mejorar la competitividad económica y la calidad de vida, sus actuales marcos institucionales, de gestión y financieros son inexistentes, obsoletos o inadecuados para tratar las necesidades corrientes y futuras. (136) El proceso de construcción de una buena gobernabilidad metropolitana es importante. El buen gobierno urbano requiere algo más que cambios urgentes para lograr marcos de planificación y gestión metropolitanas más eficaces, eficientes y equitativos. El cambio de estructuras institucionales y financieras de gestión y planificación urbana es una cuestión clave. Dicho cambio requiere una negociación de conflictos que permita conducir al variado conjunto de agentes interesados hacia las reformas institucionales. Las propuestas de reforma institucional centradas en la ejecución de las estructuras metropolitanas no tendrán éxito si las partes implicadas no se involucran lo suficiente desde las etapas iniciales. La creación de redes de política horizontal y vertical conlleva cambios incrementales de abajo hacia arriba, en oposición a las propuestas abruptas de arriba hacia abajo. La norma fundamental de esta evolución será la búsqueda de una mejor gobernabilidad metropolitana, en oposición a las meras estructuras de gobierno urbano o planificación. (137) No existe un modelo único de gobernabilidad metropolitana que pueda ser repetido. La fórmula de la gestión de la ciudad dependerá de los antecedentes particulares políticos, económicos, sociales e históricos de cada país y de la configuración metropolitana. No obstante, resulta útil tener una lista de control y criterios específicos para tener un marco de referencia y comparar experiencias, lo cual facilita asimismo la elaboración de recomendaciones específicas. Eficiencia, equidad y voto en la gobernabilidad metropolitana. Algunos autores como Bourne (1999) sugieren cómo estos criterios tradicionales se aplican al análisis de la gobernabilidad metropolitana. La eficiencia se vincula con la existencia de economías de escala y externalidades espaciales. Las economías de escala son el resultado de la relación inversa entre la cantidad producida y el costo unitario. A medida que aumenta la cantidad producida, el costo unitario disminuye. Nos referimos a externalidades cuando hablamos de situaciones en las que los costos o beneficios de producir o consumir un bien o servicio no se reflejan en su precio de mercado a pesar de tener un impacto externo. Las decisiones de consumo, producción e inversión que toman los individuos, los hogares y las empresas suelen afectar a terceros que no participan directamente en las transacciones. A veces, esos efectos indirectos son minúsculos. Pero cuando son grandes, pueden resultar problemáticos; eso es lo que los economistas denominan “externalidades”. Las economías de escala se refieren a la capacidad de las estructuras de gobernabilidad metropolitana para capturar dichas economías de escala o de alcance en el suministro de servicios, lo cual facilita, igualmente, la movilización de financiación para proyectos. Las externalidades espaciales se asocian con la capacidad que tienen las estructuras urbanas para contener o reducir los efectos secundarios territoriales, negativos o positivos, del suministro de servicios o de las acciones de política (contaminación, transporte, residuos, reducciones impositivas, gestión de actividades en caso de desastres naturales, etc.). La cuestión de la equidad alude a la capacidad de la estructura metropolitana para lograr una unificación y redistribución de los costos y beneficios del desarrollo metropolitano, a través de los límites políticos locales, por medio, por ejemplo, de mecanismos de coparticipación de impuestos. (138) Por último, el aspecto de la voz puede traducirse en el criterio de flexibilidad, accesibilidad y rendición de cuentas de los mecanismos de toma de decisiones metropolitanos. Dicho de otro modo, ¿cuál es el grado de acceso que tienen los votantes o contribuyentes a quienes adoptan decisiones urbanas, y hasta qué punto éstos pueden ser responsabilizados por los ciudadanos y usuarios de servicios? y ¿responde el modelo de gobernabilidad a las variaciones específicas y localizadas de la demanda ciudadana? (139) Debate teórico sobre gobernabilidad metropolitana. Algunos antecedentes internacionales Consolidación versus fragmentación. Elección social y la primera ronda de debates sobre gestión metropolitana (140) De acuerdo con la teoría de la elección social, las estructuras más pequeñas, y fragmentadas para la gobernabilidad metropolitana, son más eficaces, ya que estimulan la competencia entre los territorios locales. Este es un mecanismo que obligará a sus gobiernos a ofrecer la mejor combinación de impuestos y servicios, y también a ajustar esta combinación de una manera flexible para satisfacer las preferencias de las comunidades y de los ciudadanos. Además, las estructuras urbanas consolidadas probablemente originarían mayores costos asociados con sus grandes estructuras burocráticas que poseen menor accesibilidad, rendición de cuentas y flexibilidad, dado que tenderían a aumentar la distancia entre los políticos y los ciudadanos. Además, las más grandes tendrían dificultades para responder rápidamente ante los cambios en la demanda de las circunscripciones locales. (141) Los que promueven modelos de gobernabilidad metropolitana más consolidada opinan que éstos son más eficientes en las economías de escala, debido a la reducción de los efectos secundarios territoriales. La fragmentación metropolitana, además, no sería en esencia equitativa, ya que las comunidades con bajos ingresos necesitan tasas de impuestos más altas para financiar los mismos paquetes de servicios, lo cual coloca a estas zonas en una posición desventajosa ex ante para atraer recursos humanos y de capital. Una estructura fragmentada implicaría, asimismo, grandes diferenciales entre jurisdicciones en las cuotas impositivas y regulación del desarrollo urbano y ordenanzas de edificación, dada la capacidad que tendría el capital inmobiliario para enfrentar a un gobierno local contra otro. Por otro lado, la teoría de la elección social alega que no es estrictamente necesario crear autoridades metropolitanas para obtener economías de escala y para evitar efectos secundarios territoriales mediante, por ejemplo, contratos de servicios informales, distritos con propósitos especiales y acuerdos intermunicipales voluntarios entre las municipalidades y los establecimientos del sector privado. A continuación compararemos el modo en que estas dos posturas: la fragmentación versus consolidación, se reflejaron en Estados Unidos y en Europa Ex-ante El término ex-ante (a veces escrito ex ante o exante) es una palabra neolatina que significa "antes del suceso".1 Ex-ante se usa más comúnmente en el mundo comercial, donde los resultados de una acción concreta, o una serie de acciones, se prevén con antelación (o eso se pretende). Lo opuesto a ex ante es ex-post (hecho) o ex post. Ejemplos: En el mundo financiero, la rentabilidad ex-ante es el rendimiento esperado de una cartera de valores; En el sector de la contratación, ex-ante a menudo se utiliza la hora de prever las necesidades de recursos en grandes proyectos futuros.
Fragmentación y la metrópoli norteamericana
(141) Las áreas metropolitanas americanas se caracterizan por sus niveles extremos de fragmentación, descentralización y polarización racial y espacial. El rápido crecimiento y duplicación del número de gobiernos locales de propósito general, y organismos de propósito especial territorialmente definidos, ha contribuido, con el tiempo, a crear un panorama institucional enormemente fragmentado. (142) Richmond (2000), en lo que clasifica como “la ley del suelo” en Estados Unidos, analiza las condiciones históricas, políticas e institucionales específicas bajo las cuales un sistema descentralizado de desarrollo del suelo estimuló un crecimiento desordenado y orientado hacia el exterior de los sistemas metropolitanos. En su opinión, la combinación de leyes flexibles sobre el uso del suelo, subsidios federales para financiación de viviendas y autopistas, zonas de exclusión en comunidades urbanas y la tradición profundamente arraigada del gobierno autónomo contribuyó a la persistente presencia de este modelo. El experimento europeo: desde la legitimidad funcional a la legitimidad política (146) La primera serie de experimentos europeos con gobernabilidad metropolitana fue un intento de imponer el ideal funcionalista de un gobierno metropolitano fuerte. Los elementos principales de este modelo eran la legitimidad política, preferentemente a través de consejos o jefes ejecutivos elegidos de forma directa, autonomía –tanto en función de la disponibilidad de recursos financieros, como de recursos humanos cualificados y relacionados con otras esferas de gobierno superior- y, finalmente, alcance territorial. Este último aspecto se asocia con el hecho de que, idealmente, el alcance territorial de un cuerpo metropolitano debería ser suficientemente amplio como para reducir las externalidades negativas y positivas. En otras palabras, los gobiernos metropolitanos ideales deberían coincidir con la región funcional. (147) Los condados metropolitanos ingleses, creados en 1972 para todas las zonas importantes (con la excepción de Londres, que en esa fecha ya tenía una situación institucional separada), representa uno de los más claros ejemplos del intento de introducir el modelo puro de gobernabilidad metropolitana fuerte. Los consejos eran elegidos de forma directa en cada una de las principales zonas urbanas y tenían facultades tributarias específicamente definidas. No obstante, su alcance territorial era relativamente limitado y colisionaba con las responsabilidades de las autoridades locales, en lo que se refiere al uso del suelo y transporte. De hecho, los gobiernos locales (los distritos) se habían opuesto, desde el comienzo, a la introducción de una fuerte gobernabilidad urbana, e hicieron todo lo que estaba a su alcance para obstruir su funcionamiento operativo. En 1986, después de 10 años de experimentación, el gobierno central abolió los condados metropolitanos. Los franceses probaron con las denominadas communautés urbaines, que fueron creadas en 1966 en cuatro importantes ciudades (Bordeaux, Lille, Lyon y Estrasburgo). Si bien tenían amplias responsabilidades formales para un amplio conjunto de servicios urbanos (planificación, redes de saneamiento básico y transporte, y vivienda), su alcance territorial era insuficiente y el gobierno local hizo todo lo posible para impedir que se convirtieran en verdaderos actores políticos de una zona geográfica específica. Este escenario de conflictos reflejó, de hecho, la característica intrínseca del proceso de descentralización francés, que había favorecido las estructuras de gobierno local en lugar de la gobernabilidad metropolitana con sentido local. En la década de los setenta, las regiones italianas usaron sus poderes, recientemente adquiridos, para regular la organización interna de su territorio, creando estructuras intermedias entre la región y el gobierno local (las compre- sori), que formalmente dependían de las regiones. En algunas zonas, como Bolonia, Turín y Milán, estas estructuras fueron designadas como áreas metropolitanas intermedias17. Si bien inicialmente sus facultades estaban limitadas a la simple planificación, las compresori fueron, no obstante, diseñadas para ser las piezas fundamentales de “mesoestructuras” completamente descentralizadas y desconcentradas. Sin embargo, nunca recibieron apoyo real de los gobiernos locales ni de los partidos políticos tradicionales, temiendo estos últimos la erosión de su poder de base, que facilitaba la coordinación de negocios “clientelistas”, que dependía, evidentemente, del status quo de fragmentación de los territorios locales. A mediados de la década de los ochenta, las compresori fueron abandonadas, algo que se aceleró también por la falta de respaldo continuo por parte del gobierno central. (148) Una de las lecciones principales que pueden extraerse de los experimentos europeos son los serios inconvenientes con los que se encontró la puesta en marcha de gobiernos metropolitanos, basados exclusivamente en justificaciones técnico-funcionales (economías de escala, eficiencia, redistribución) y modelos impuestos por los gobiernos centrales o estatales, que carecían del análisis o la participación de las partes directamente interesadas. Distintas combinaciones de comunidades territoriales, gobiernos locales, partidos políticos y grupos de presión, se opusieron al modelo metropolitano desde el mismo momento de su implantación. Estas estructuras urbanas sólo pudieron ser creadas y mantenidas gracias a la presión del gobierno central y estatal, que hacía frente a la fuerte resistencia de las partes implicadas. Desde la década de los ochenta en adelante, acaecieron varios cambios. Por un lado, en varios países europeos, como los Países Bajos, Francia, España, Italia y, últimamente, Inglaterra, el proceso de descentralización se intensificó. Simultáneamente, e igualmente bajo la influencia del proceso de unificación del mercado europeo, los países comenzaron a transferir responsabilidades al nivel supranacional (Comunidad Europea), erosionando con ello su capacidad y legitimidad desde lo alto. Por otro lado, el propio concepto de gestión urbana y metropolitana cambió gradualmente, favoreciendo una función habilitadora para el gobierno, dentro de las redes territoriales integradas por actores públicos y privados. La consecuencia de estos cambios fue el hecho de que el resultado de la creación de gobernabilidad metropolitana y construcción de instituciones no fue predeterminado, sino que, en cambio, quedó abierto y dependiente de la interacción entre los actores involucrados en el proceso. Contrariamente a la fase anterior del experimento, el proceso de constitución de instituciones metropolitanas puede ser largo, pero el resultado final es menos incierto, ya que la legitimidad de la institución viene dada por todos los actores durante el proceso de constitución del gobierno metropolitano. El escenario latinoamericano. Ausencia de marcos institucionales y de gestión para la gobernabilidad metropolitana Las regiones metropolitanas latinoamericanas en un contexto de reestructuración económica global (154) El rápido crecimiento de las metrópolis latinoamericanas durante el siglo XX ocurrió dentro de una configuración político-institucional y socioeconómica bastante específica, caracterizada por un gobierno centralizado fuerte y combinada con estrategias de desarrollo nacional relativamente autárquicas y basadas en regímenes rígidos y protegidos de sustitución de importaciones. Las estrategias de industrialización y desarrollo se implementaron con gobiernos nacionales que tenían una fuerte capacidad central y una escasa, o nula, participación de los actores locales. A partir de la Segunda Guerra Mundial, se hizo cada vez más evidente el hecho de que la transición rural-urbana había ocurrido relativamente rápido en Latinoamérica y que la mayoría de las ciudades de la región habían sido escenario de intensas contradicciones sociales y ambientales, dando lugar a problemas imprevistos en materia de generación de empleo, ingreso y distribución de la riqueza. Dada la escasez de recursos humanos y financieros, las estrategias de industrialización y desarrollo se concentraron espacialmente en unos pocos centros urbanos que rápidamente se convirtieron en regiones metropolitanas. A comienzos de los sesenta, en vista de la importancia económica estratégica de los centros metropolitanos y los graves problemas ambientales y sociales que se generaron durante su rápido y desequilibrado crecimiento estructural, varios países comenzaron a experimentar con la gobernabilidad metropolitana, buscando básicamente una mayor alineación entre las estructuras funcionales y administrativas. Esos primeros experimentos no tuvieron mucho éxito, debido al predominante carácter vertical de las iniciativas. A partir de los años ochenta, comenzó un nuevo impulso del debate sobre gobernabilidad metropolitana en Latinoamérica, pero esta vez dentro de una configuración socioeconómica e institucional distinta. Además de los procesos de descentralización y democratización, las partes directamente interesadas del sector privado, la sociedad civil y las ONG están reclamando nuevas funciones dentro del programa de política de las ciudades y regiones latinoamericanas. Poseen un conocimiento, cada vez mayor, de la función de las áreas metropolitanas y de la ciudad-región en la economía global. Además, dada la relativa concentración espacial y económica del crecimiento en unos pocos centros urbanos durante la sustitución de las importaciones, las áreas metropolitanas se vieron afectadas de forma más dramática cuando, a partir de los ochenta, se cambiaron gradualmente los regímenes comerciales y el modelo de desarrollo nacional. Como consecuencia de esta situación, el nuevo liderazgo democrático de las metrópolis latinoamericanas tiene, ante sí, la responsabilidad de resolver varios de los problemas más apremiantes, como son el desempleo y la reducción de los niveles de ingreso, el deterioro de la calidad de vida y del medio ambiente, y la polarización social. (155) Sin embargo, las estructuras de gestión, financieras e institucionales de las áreas metropolitanas en Latinoamérica son inexistentes o están mal preparadas para abordar estos nuevos desafíos. Casi no existen configuraciones formales para la gobernabilidad metropolitana y, si las hay, han sido establecidas por regímenes centralizados y autoritarios, con poca participación de las partes directamente interesadas. Marcos institucionales imperfectos. La experiencia de las áreas metropolitanas en Brasil Las primeras iniciativas brasileñas destinadas a establecer un marco para el gobierno metropolitano, fueron tomadas en los sesenta. En 1967, durante el régimen militar, el asunto se incorporó a la constitución federal y se mantuvo hasta la enmienda constitucional de 1989. A comienzos de 1973, las regiones metropolitanas quedaron formalizadas mediante una ley federal. (157) El marco quedó establecido de una manera altamente centralizada y autoritaria con poca oportunidad para la participación de actores locales, y los experimentos incipientes sobre la gobernabilidad metropolitana que se llevaron a cabo en el ámbito estatal quedaron interrumpidos bruscamente. Por ejemplo, los consejos metropolitanos que se habían creado quedaron dominados por los representantes estatales y fueron nombrados por el nivel federal. Tampoco se tomaron en cuenta las enormes diferencias espaciales entre estados. Las regiones metropolitanas que fueron creadas, como las de São Paulo, Belo Horizonte, Porto Alegre, Recife, Salvador, Curitiba, Belém y Fortaleza, se basaban en criterios tales como demografía, extensión territorial más allá de la municipalidad central, interdependencias sociales y económicas, y complejidad de las funciones en la zona. Sin embargo, debe admitirse que el gobierno federal, a través de sus organismos de planificación tecnocrática y de los bancos de desarrollo, movilizó una cantidad significativa de recursos hacia las regiones metropolitanas, especialmente hacia el sector de la vivienda y el desarrollo urbano. La década del 80 fue testigo de la muerte gradual de esta estructura metropolitana. Por otro lado, el modelo de desarrollo nacional basado en mercados protegidos y sustitución de importaciones pasó a ser objeto de presiones, lo que llevó a un grave estancamiento macroeconómico con cifras de crecimiento decepcionantes. Como consecuencia, el gobierno federal se enfrentaba a un número cada vez mayor de problemas fiscales, con una capacidad reducida para destinar grandes sumas a la financiación del desarrollo urbano en las regiones metropolitanas. Además, y bajo los impulsos de redemocratización y descentralización que se habían acelerado a partir de 1985, el modelo vertical, cerrado e ineficaz, de planificación y gestión metropolitana fue severamente cuestionado por los nuevos actores, tales como los gobiernos locales y los movimientos sociales. Estas nuevas partes interesadas cumplirían, asimismo, una función fundamental en la preparación del programa para la asamblea constitucional en 1988. La constitución de 1989 fijó dos cambios importantes con respecto a la organización de las áreas metropolitanas; el retiro definitivo del gobierno federal de esta esfera de actividad y la delegación de las responsabilidades para el diseño del formato de las regiones metropolitanas en la legislatura estatal. Sin embargo, los adelantos en materia de legislación sobre gobernabilidad metropolitana han sido muy modestos. Mientras los estados importantes ni siquiera mencionan el tema, otros solamente repiten, en general, las mismas cláusulas de la constitución federal. El resultado neto de estas transiciones ha sido el desarrollo de un sistema federal con gobiernos locales relativamente independientes y fragmentados, donde hay pocos desarrollos de cooperación intermunicipal e intergubernamental. Poco se ha hecho en cuanto a mecanismos para la toma de decisiones compartidas, y a establecer pesos y contrapesos entre las distintas esferas del gobierno. Por el contrario, dio lugar a una fuerte competencia entre los gobiernos locales y estatales, por ejemplo, para atraer inversiones. Esta naturaleza fragmentada de las relaciones intergubernamentales genera dificultades para la construcción social de lo que se han llamado redes de política horizontal y vertical, que apuntan a la gobernabilidad metropolitana. Podría parecer que la apertura relativamente rápida de la economía brasileña, junto con la ausencia de una serie de políticas compensadoras tecnológicas, industriales y regionales a nivel federal han acelerado este comportamiento competitivo latente entre los gobiernos locales brasileños. En la actualidad es indudable la existencia de una nueva funcionalidad territorial y competitiva de las áreas metropolitanas en la economía global, que tendría que desembocar en la intensificación de los procesos participativos locales y en la percepción de la necesidad de que exista una función de gestión metropolitana. Por ahora, son sólo deseos.