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Magdalena Chasles
1
CARTA PRÓLOGO
Estimada señora:
He leído su libro. Lo he leído con el mayor interés. "Nova et vetera", es una tesis
nueva, sobre un tema muy antiguo. Ud. nos refiere con mucha claridad, cómo esta
cuestión fué considerada importantísima en la primitiva cristiandad, y cómo los
cristianos, no viendo llegar la segunda venida del Señor, concluyeron por no pensar
más en ella, como tampoco piensan en el fin del Mundo.
Pero la Iglesia no olvida, y dos veces por lo menos durante el año litúrgico nos
hace una solemne advertencia: una vez en el Domingo 24° y último después de
Pentecostés, y una vez en el Evangelio del 1° Domingo de Adviento. Y la prosa
incomparable del "Dies irae", que fué compuesta, no para el oficio de difuntos,
donde se encuentra actualmente, sino para el primer Domingo de Adviento, insiste
sobre el fin de todas las cosas, sobre esa vuelta del Señor y el juicio último y
definitivo. El oficio de difuntos de hoy día está por lo demás penetrado del
pensamiento del fin de los tiempos, porque para el difunto la muerte es el fin de
todo lo que ha visto, conocido y amado sobre la tierra.
Pero el espantoso cataclismo que nos anuncian los sabios de acuerdo con los
teólogos nos hace perder un poco de vista los acontecimientos que le precederán.
En cambio Ud., señora, parece preocuparse poco de todas esas desgracias; lo que a
Ud. interesa es la segunda venida de Cristo, son los sucesos que acompañarán esta
segunda venida anunciada con tanta insistencia durante el Adviento y otras épocas
litúrgicas. En el fondo todo su libro no tiene otro fin que el de recordarnos el lugar
que ha ocupado y que debe ocupar en la enseñanza cristiana y en nuestra vida la
convicción de que las profecías sobre el reino de Dios no se han cumplido aún
totalmente y que los acontecimientos profetizados antes de la venida del Mesías y
resumidos con tanta elocuencia por San Pablo, tendrán que realizarse un día.
Esto es lo que me llama sobre todo la atención en su libro, y es lo que constituye
su originalidad, ya que nuestras preocupaciones intelectuales y nuestras
contemplaciones teológicas y filosóficas de hoy día no nos llevan en esa dirección.
Esta es la razón por la cual no me extrañaría que su tesis causara alguna sorpresa,
más aún, que fuese combatida por ciertos filósofos cuyas teorías se sentirán
incomodadas. Pero, es la suerte de la mayor parte de las tesis de este género, y no
ha de sentirse Ud. cohibida para defenderse.
El "Imprimatur" colocado en la primera página de su libro, prueba que ha sido
seriamente estudiado y que si los censores han dado su "nihil obstat" es porque en
él no encuentran nada que no sea ortodoxo. Deseo, pues, de todo corazón que sea
leído, estudiado y aún discutido; estoy convencido que interesará al lector serio,
que hará el bien que Ud. espera, porque ha sido escrito con amor y verdadero
talento, y aún aquéllos que discutirán sobre tal o cual trozo se verán obligados a
reconocer su valor.
Hubiera deseado ponerlo más de relieve en esta carta prólogo, pero, después de
todo, su objeto puede resumirse en dos palabras: "tolle, lege".
Fernando Cabrol
Abad de Farnborough.
2
PRÓLOGO
3
***
Nuestro estudio quiere emplear otros medios que los de la discusión para alcanzar
su objeto. Si a veces llegamos a plantear ciertas interrogaciones, especialmente en
lo concerniente "al reino milenario" (Apéndice 2), deseamos ante todo, fundándonos
en textos numerosos y muy precisos de las escrituras, despertar la atención de los
Cristianos sobre un gran dogma que permanece generalmente en la penumbra:
Jesucristo vendrá a resucitar a los suyos y reinar. "En su manifestación y en su
reino", decía el Apóstol Pablo a Timoteo (IV, 1).
Nuestro fin es decirle a todos nuestros hermanos cristianos: "Sed vigilantes
¡esperad aquel día!". Realizad la palabra del Credo: "¡Exspecto!" "¡Espero!".
Nos cuidaremos de precisar las fechas o los hechos por venir.
No... Cristo Jesús nos advirtió muy claramente: "No toca a vosotros saber los
tiempos o las sazones que el Padre fijó en su sola potestad" (Hechos I, 7).
Pero... "Velad, pues, porque no sabéis la hora en que ha de venir vuestro Señor"
(Mt. XXIV, 42).
Quisiéramos ante todo hacer comprender que toda nuestra esperanza cristiana
está íntimamente unida a la Vuelta de Cristo y a la Resurrección de los cuerpos:
"Esperad perfectamente en la gracia que os será presentada cuando Jesucristo os
será manifestado" (I Ped. I, 13).
Debemos dirigir nuestros deseos hacia ese día, que será el de nuestra gloria y de
nuestro triunfo, porque será el día de la gloria y del triunfo de Cristo y de la Iglesia.
Fuera, pues, nuestras mezquinas miradas personales, nuestras pequeñeces,
nuestro egoísmo, nuestro deseo insaciable de gozar y de poseer! Una sola
esperanza nos guía, una sola cosa importa: ¡El volverá, El reinará!
Desgraciadamente nos hemos acostumbrado a transformar lo que debiera ser
nuestra "Bienaventurada esperanza" (Tit. II, 13) en una visión terrorífica de "Dies
Irae", que no conviene más que a los impíos. Vivimos condenados, y no como hijos
de Dios, rescatados por la Sangre de Cristo.
***
***
Este trabajo ha sido escrito en la oración, pidiendo a Dios que bendiga su difusión,
para que muchos, habiéndolo leído, se preparen, en la alegría y la esperanza, a la
manifestación gloriosa de Nuestro Señor Jesús: "Prepárate al encuentro de tu Dios"
(Amós IV, 12).
El Cordero ha venido: "He aquí el Cordero de Dios" (Juan I, 36). Ha venido una
primera vez, humillado y sufrido, como servidor y víctima: "Fué llevado al
matadero" (Isaías LIII, 7).
Mas, volverá, en la gloria, como León de Judá: "He aquí el León de la tribu de Judá"
(Apoc. V, 5). Volverá para resucitarnos, para reinar, para juzgar a los impíos.
4
¡Estad prontos, para la última vela!
Desde ahora, dejémonos penetrar por "La dulzura de la palabra de Dios y las
virtudes del siglo venidero" (Heb. VI, 5)3.
5
AL LECTOR
6
INTRODUCCIÓN
7
I
La mañana de San Silvestre de 1932, último día del año, leía atentamente la
Epístola y el Evangelio que el Misal Romano nos propone para esta fiesta. De
repente, una viva luz iluminó aquellos textos. Mis ojos se detuvieron sobre el fin de
la epístola: "A todos aquellos que amaron su venida", y no podían despegarse de
ahí: "A todos aquellos que amaron su venida". ¡Su venida! ... ¡Su venida!, repetía
lentamente dentro de mí, mientras mi corazón latía y el pensamiento del apóstol
Pablo tomaba más y más precisión y fuerza dentro de mi espíritu... "A todos
aquellos que amaron su venida".
¡Cómo, exclamaba yo, en el silencio de mi corazón, "... esta corona de justicia"
que yo deseo tan ardientemente cada vez que leo la Epístola, será dada a aquéllos
que habrán amado la venida de Jesús!4
Pero ¿amo yo la venida de Cristo? No, ni siquiera pienso en ella. Vagamente creo
que vendrá al fin del mundo, pero no estaré ahí. Pienso a menudo en mi muerte, y
este pensamiento me causa gozo, pues espero de la misericordia divina la gloria del
cielo; pero yo no me intereso por la Vuelta maravillosa de Jesucristo, que puede
producirse mañana, en una hora: "Esperad de hora en hora su Aparición", decía
Clemente de Alejandría. ¡En cuanto a amarla!... Los tiempos misteriosos de "el día
del Señor" son, para mí, visiones espantosas; estrellas que caen del cielo, sol que se
vela, diversos cataclismos al estruendo destructor de los jinetes del Apocalipsis y
trompetas que resuenan. La venida gloriosa de Cristo Jesús con sus santos, me
parece no tener más que un interés secundario; evidentemente no la "amo".
Constato que el apóstol Pablo refiere la suprema recompensa, es decir, "la corona
de justicia" a la guarda de la fe y al amor ardiente de la venida de Cristo, cuando
venga a glorificar su Iglesia y sus Santos.
No había jamás establecido este paralelo, tampoco había notado la orden de San
Pablo a Timoteo:
"Te conjuro en nombre de su APARICIÓN y de su REINO, predica la Palabra..." (II
Tim. IV, 1). Pablo refiere la predicación apostólica a esta vuelta de Cristo. Aún más,
¡es a causa de ella que se debe predicar!
Esto es, pues, un hecho capital, un suceso central, la llave de bóveda de todo el
edificio cristiano. Es preciso esperar la aparición de Cristo y su Reino.
¡El volverá! ¡El reinará!
II
Lo que yo narro aquí lentamente, se precipitó en mi espíritu con una violencia, una
rapidez sorprendente. Aquellos que han conocido horas de luz intensa, saben que
bastan algunos instantes para el trabajo divino. Un minuto, bajo el rayo
transformador, es más poderoso en resultados que años de estudio intelectual.
Entonces, numerosos textos de Escrituras se presentaron en mi memoria en
apoyo del primero:
Después nosotros los que vivimos, los que fuimos dejados para el advenimiento
del Señor, no precederemos a los que en él se durmieron... seremos a una con ellos
8
arrebatados en nubes al encuentro del Señor en el aire, y así estaremos para
siempre con el Señor (I Tes. IV, 15.19).
¡No había aplicado estas palabras, pensaba yo, más que al día de mi muerte!
¡Pero esto es un error evidente, esto es falsear su verdadero sentido! Esta
interpretación es el fruto de un individualismo un poco culpable, ¡como si no
hubiera nada interesante fuera de nuestra "pequeña persona"! Sentía una
impresión de disgusto profundo por este egoísmo espiritual que lo desmenuza todo,
lo reduce todo, lo limita todo, lo refiere todo al odioso yo y deja a Dios en la
penumbra.
Entonces me apareció con nuevos trazos luminosos la grandeza de la segunda
venida de Jesús: el único acontecimiento futuro que merece retener la plenitud de
nuestra atención.
Comprendí que si la expectación del Mesías había dominado la existencia
humana, desde el Edén hasta Belén, la esperanza de su vuelta domina al mundo
cristiano desde la Ascensión sobre el Monte de los Olivos, hasta su aparición
gloriosa, que se hará "de la misma manera" que su partida (Hech. I, 11).
¡Esperanza de su vuelta! ¡Expectación de su venida! ¡Pero eso es evidentemente
lo que el apóstol Pablo tiene en vista cuando habla de aguardar el cumplimiento de
"la bienaventuranza" (Tit. II, 13)!
Por primera vez sentía que la "pequeña esperanza" de Péguy, debía
transformarse, llegar a ser una poderosa palanca que nos levante "hasta dentro del
velo donde Jesús ha entrado" (Hebr. VI, 19) y de donde volverá a nosotros.
Nuestra, "viva esperanza" (I Ped. I, 3) son estas palabras:
¡VOLVERÁ! ¡REINARÁ!
III
(Hech. I, 11)
Abrí luego los Hechos de los Apóstoles para volver a leer el relato de la Ascensión
de Jesús y comprender mejor cómo volverá:
"Y habiendo dicho esto, mirándolo ellos, se elevó, y una nube por debajo lo
quitó de los ojos de ellos. Y estando con los ojos puestos en el cielo, entre
tanto que El iba, he aquí dos varones se pusieron junto a ellos con vestidos
blancos. Los cuales asimismo dijeron: Varones de Galilea, ¿por qué os estáis
mirando el cielo? Este Jesús que de vosotros ha sido recogido en el cielo, así
vendrá, de la misma manera que le habéis visto subir al cielo" (Hech. I, 9-
11).
9
Los apóstoles esperaron su vuelta, si no para ellos durante su vida, al menos para
la humanidad rescatada que no tendrá el complemento de su salvación más que en
la Aparición y el Reino de Cristo. Por su primera venida sólo obtuvo la humanidad
las arras de la salvación, por el Espíritu Santo que nos ha sido enviado, pero espera
todavía, gimiendo, la plena redención de los hijos de Dios (II Cor. V, 1-6 y Rom. VIII,
18-25).
La Ascensión marca, pues, el término del primer ciclo de la historia del mundo:
Expectación del Mesías.
Pero la vuelta de Cristo marca el fin del segundo ciclo, en el cual nosotros estamos
y que se resume así: Expectación del Rey.
"Venga tu reino", es la oración de la expectación y de la esperanza cristiana.
Esta "feliz esperanza" que nosotros descuidamos, la proclama la Iglesia en
nuestros días, como no ha cesado de hacerlo en los siglos pasados.
Consideremos lo que escribe el Cardenal Billot:
Es difícil ser más claro y más preciso sobre la importancia que los cristianos deben
atribuir a la Vuelta de Jesús.
"Si todos los hombres han deseado ardientemente ese día del Señor en
que El se revistió de nuestra carne, porque ellos ponían en ese misterio la
esperanza de su liberación, hoy día que el hija de Dios ha muerto y que ha
subido a los cielos, NUESTROS SUSPIROS Y NUESTROS DESEOS MAS
ARDIENTES DEBEN SER POR ESE OTRO DIA DEI, SEÑOR"7.
10
Y, sin embargo: ¡El volverá y reinará!
IV
El alma que inundó una potente luz vuelve como impelida a cruzar la huella
luminosa. Entonces es cuando se inclina a desear para otros la llama, a propagar
una idea motriz, a conquistar adeptos. Tuve esos deseos. Hablé a algunos amigos
del poder que nos comunica "la esperanza viva" de la Vuelta de Cristo; y un día con
audacia, pregunté a un sacerdote: "¿Cree Ud. en la Vuelta del Señor Jesús?".
Una sonrisa un poco burlesca, un poco irónica, un poco escéptica fué primero la
única respuesta.
— "Pero, señor cura, Ud. leerá en la Ascensión, cuya fiesta está próxima: "El
volverá de la misma manera que vosotros le habéis visto subir a los cielos".
11
"Embota el corazón de este pueblo y haz que sean pesados sus oídos y
cierra sus ojos para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos y en su
corazón no entienda, ni se convierta ni sea sanado" (Is. VI, 10).
"Mas él respondiendo, les dijo: Porque a vosotros es dado conocer los
misterios del reino de los cielos, pero a aquéllos no les es dado. En cuanto a
vosotros felices vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen" (Mt.
XIII, 11.16).
"Por eso no podían creer, porque así mismo dijo Isaías: Cegó los ojos de
aquéllos y endureció sus corazones de modo que no vean con los ojos y no
entiendan con el corazón, ni se conviertan, ni yo los sane" (Jn. XII, 39-40).
"Un ángel se les acercó y les anunció que esta vez, Jesús de Nazaret no
volvería más. Se les decía haber partido para no volver"9.
La BIBLIA nos habla sin cesar de esta esperanza del mundo — 320 veces sólo en
el Nuevo Testamento — pero nosotros no la leemos o la leemos sin comprender.
La IGLESIA comenta el misterio de la Parusía por su riquísima liturgia, pero
nosotros oramos y no abrimos nuestro corazón.
El ARTE ha representado en la escultura y en la pintura la Vuelta de Cristo, pero
nosotros miramos y no vemos.
Es preciso que el mismo Dios abra nuestro corazón como El lo hizo para Lydia, la
que vendía púrpura en Ciatura:
Abbé P. Girodon: "Comentaire sur l'Evangile selon Saint Luc". París, Plon, p.
354.
9
M. Marras: "Quel est donc cet homme?", París, Perrin, p. 359. ¿Cómo ha
podido introducirse una contradicción tan flagrante del texto de los Hechos de los
Apóstoles (I, 11), que acabamos de citar, en una obra que tiene tan gran cuidado de
la exactitud histórica?
12
"De la cual el Señor abrió el corazón para que asintiese a las cosas
enseñadas por Pablo" (Hech. XVI, 14).
No estamos atentos, no gritamos como los ciegos del camino de Jericó; sin
embargo, Dios espera gritos para decir a los ojos, a los oídos, al corazón: "¡Effeta!".
"¡Por fin, abríos!" y entonces creeremos en el misterio de la Vuelta anunciada y del
Reino de Cristo.
VOLVERA! ¡REINARA!
10
13
Reducimos las Escrituras a nuestra medida de hombres, a nuestras perspectivas
limitadas de europeos civilizados del siglo XX, a nuestros conocimientos científicos,
históricos, artísticos, de los cuales hacemos tanto caso.
Reducimos las Escrituras a la crítica del razonamiento; las pasamos por el cedazo
de nuestra substancia cerebral.
Ahora bien, la Biblia no es ni un libro de historia, ni un libro de ciencia, ni un libro
de arte, ni un libro antiguo, ni un libro moderno.
Hay, en la Biblia, historia, ciencia, razonamiento, pero la Biblia es por encima de
todo "la palabra viva y permanente de Dios" (I Ped. I, 23).
Palabra actual para todos los tiempos, para todos los países y para todos los
hombres. Palabra eterna, el Verbo, Jesucristo, que viene a nosotros bajo las
apariencias de la palabra escrita. De ahí, que sólo elevándonos por encima de lo
humano y de lo contingente, sólo tomando impulso hacia las alturas de Dios por la
fe, la esperanza y el amor, sólo penetrando en las esferas de lo invisible, podremos
abordar el estudio sobrenatural del plan de Dios, desde la creación angélica hasta la
Jerusalén celestial.
La vuelta de Cristo es, en efecto, para nuestra generación, la piedra angular de
ese edificio espiritual.
El Espíritu Santo ha sido enviado para introducirnos en esa magna construcción;
para guiarnos por el dédalo de los textos; para descubrirnos "las riquezas
incomprensibles de Cristo" (Ef. III, 9). "El os enseñará, decía Jesús, todas las cosas
futuras. El me glorificará porque tomará de lo mío y os lo anunciará" (Jn. XVI, 13-
14).
Por último, en la liturgia de la Iglesia, que canta admirablemente la Vuelta de
Jesús en numerosos textos, se encuentra siempre el mismo pensamiento.
El Adviento y el tiempo de Navidad están claramente orientados hacia el segundo
advenimiento, sin dejar por eso de recordar el primero, así como los grandes
anuncios de los profetas.
Casi todos los Evangelios del común de las fiestas han sido escogidos entre los
textos escatológicos de los evangelistas Mateo y Lucas: Vírgenes prudentes y
Vírgenes necias, parábola que es el prototipo de la Venida del Esposo; Servidores
que velan; Rey que distribuye los talentos y vuelve, para tomar cuentas; Parábolas
llamadas del "Reino de Dios", etc., etc... Leemos estos textos cada día, pero
¿pensamos por esto en vivir de expectación?
Si recorremos la liturgia de los difuntos, el pensamiento de la Venida de Cristo es
ahí primordial. La idea de su realeza aparece expresada en la liturgia de Todos los
Santos, del Sagrado Corazón, de Cristo Rey, de la Transfiguración 11.
Meditando sobre estas nuevas perspectivas que me ofrecía la Biblia y la liturgia,
mis antiguos conocimientos iconográficos se me vinieron a la memoria y de
repente, delante de mis ojos —abiertos esta vez- surgieron dos obras pictóricas que
yo conocía mucho y que hasta ese momento nada me habían sugerido acerca de la
Vuelta de Jesús y de su reinado, así como nada me habían sugerido hasta entonces
la Escritura y la Liturgia. Eran éstas dos pinturas del mosaico de Santa Sofía de
Salónica y el Juicio final de Torcello, cerca de Venecia.
El mosaico de Salónica representa la Ascensión. Los ángeles se inclinan hacia los
discípulos; las palabras que pronuncian entonces, y que el libro de los Hechos nos
han conservado, están escritas en griego: "Hombres de Galilea... Este Jesús, que
separándose de vosotros se ha subido al cielo, vendrá de la misma manera que le
acabáis de ver subir allá". Uno de los ángeles pone su dedo sobre las palabras: "DE
LA MISMA MANERA".
¡Qué significación, qué enseñanza por la imagen! El deseo del ordenador del
magnífico y sorprendente mosaico no puede haberse expresado en forma más
explícita: "Vendrá de la misma manera".
El juicio final de Torcello es una de las obras notables que nos ha dejado el arte
bizantino implantado en Italia.
11
14
Trabajo gigantesco, elaboración difícil, para dar al que pasa una imagen de las
escenas trágicas y prodigiosas de "el día del Señor".
Al centro del mosaico dé Torcello, bajo el Cristo, que vuelve glorioso con sus
santos, está un trono vacío. Dos personajes esperan postrados al que va a ocuparlo.
Sus figuras son fáciles de reconocer: Adán y Eva. Ellos han perdido el reino, y
esperan la vuelta del segundo Adán, Jesucristo.
Actualmente Jesús comparte el trono de su Padre, desde la Ascensión: "Siéntate a
mi diestra" (Sal. CX), pero El debe volver para ocupar el trono, destinado
primitivamente a Adán.
El arte bizantino llama a esta escena la Hetimasia o "Preparación del trono", pues
¡El reinará!12
¡Volverá! ¡Reinará!
***
12
15
PRIMERA PARTE
VOLVERÁ
Cristo ofrecido una sola vez para quitar los pecados de muchos, POR SEGUNDA
VEZ SE APARECERA sin pecado a los que le están esperando, para su salvación
(Hebr. IX, 28).
16
I
***
17
Los magos preguntaron por "el rey de los Judíos". Herodes les dió su nombre:
"Cristo". ¿Dónde debe nacer el Cristo?" preguntó a los sacerdotes. Para él, como
para todos, el Mesías debía restablecer el reino de Judá, y arrojar por lo tanto la
dinastía usurpadora de los Herodes. Desde entonces, este Niño buscado por los
magos sería a sus ojos un enemigo.
Los sacerdotes se reunieron y proporcionaron a Herodes la información solicitada.
En ningún error se incurrió aquel día sobre la persona de Jesús; los sacerdotes
evidentemente no pueden separar la idea del Mesías de su condición de Rey.
Conocen las profecías de Miqueas y declaran: "Nacerá en Belén", porque está
escrito: "Y tú Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre las
principales ciudades de Judá, porque de ti ha de salir el caudillo que regirá el pueblo
mío de Israel" (Mt. II, 6 citando a Miq. V, 1).
La continuación de la historia es muy conocida, así como la actitud de Herodes, —
extraña figura de "el Príncipe de este mundo" — que quiere matar a aquél que
supone ser su rival, pues está de tal manera imbuido de las teorías judías sobre la
realeza mesiánica, que no puede dudar de la próxima restauración del reino de
Israel.
Los magos habían sido conducidos a Jerusalén y a Belén por una estrella; Jesús
fué, pues, reconocido por medio de un signo, — el signo de la estrella, —tal como
había sido designado por la voz de la profecía.
En el día de su manifestación (Epifanía) constituyó Jesús alrededor suyo la unidad
de los pueblos. En ese día, — único en los anales del mundo, — los judíos
reconocieron al Rey-Mesías por la profecía y los gentiles le adoraron por un signo.
¡El muro de separación quedó, pues, quebrantado por algunas horas! (Ef. II, 11-19).
La Iglesia aspira a este restablecimiento maravilloso en la unidad del Judío y del
Gentil, y, no contenta con celebrar esta fiesta de la Epifanía, la más importante
después de la Pascua, ella ha querido solemnizar de manera especial, en estos
últimos tiempos, la fiesta de Cristo Rey, que parece una Fiesta de los Tiempos del
Fin.
Ella ha querido sugerir a la cristiandad que ore para que pronto Jesús sea Rey de
Judíos y Gentiles13. Ardiente deseo es éste ya que esta fiesta de Cristo Rey es la
expresión unánime "del suspiro de las criaturas" a través de la Iglesia (Rom. VIII,
22), que querría verle ya reinar sobre las potencias terrenales. Pero este reinado
universal existe sólo en potencia, en esperanza, en votos ardientes; pues, de hecho,
Jesús no ha reinado jamás sobre los Estados y nunca ha sido más desconocida su
autoridad por los individuos: "Sabemos que somos de Dios, al paso que el mundo
entero está poseído del mal espíritu" (I Jn. V, 19).
Nosotros somos unos rebeldes y Jesús sólo podrá reinar sobre espíritus
perfectamente sumisos. La fiesta de su realeza no pasará de ser, pues, una quimera
si no prepara nuestros corazones a hacer la voluntad de Dios, aquí en la tierra como
se hace en el cielo, y si esta fiesta no constituye un testimonio de la liturgia
celestial del "Rey de los reyes" (Apoc. XIX, 16).
El deseo de la Iglesia romana, de hacer a Jesús Rey de la colectividad humana
sobre la tierra, es también el de algunos grupos protestantes: "Voluntarios de Cristo
se levantan en América y en países Anglo-sajones y quieren hacer a Cristo rey
durante esta generación"14.
Pero antes que eso es preciso aguardar la Vuelta en gloria de Nuestro Señor para
que recoja el doble fruto de su muerte por la obediencia hasta la muerte de Cruz, y
de su continua intercesión por nosotros después de su Ascensión y entronización a
la diestra de Dios (Rom. VIII, 34). Entonces podrá establecer su reinado y entregar
después este reino de sacerdotes y reyes, a su Padre. El apóstol San Pablo expone
esta doctrina a los Corintios: "Luego vendrá el fin: cuando (Jesús) entregue el reino
13
Pastor P. Perret. "Dieu serait-il allemand? París. .Edit. "Je sers", 1931, p. 187.
18
a Dios su Padre, cuando haya aniquilado todo imperio, toda potencia y toda fuerza
adversa. Porque es necesario que reine, hasta que haya puesto a todos sus
enemigos debajo de sus pies" (I Cor. XV, 24-25).
Esperamos el reinado de Cristo y la consumación del reino de Dios. Esta es
nuestra petición de cada día: "Venga tu reino". No se ha establecido, pues, todavía
el reinado de Dios.
II
Los magos fueron conducidos por medio de una señal al niño Rey, la señal de la
estrella. Dios da a menudo señales para hacer conocer su poder, hacerse adivinar
bajo el símbolo.
"Y para que puedas contar en oídos de tu hijo, y del hijo de tu hijo, cómo Yo
hice maravillas en Egipto y las señales que obré en él, a fin que vosotros
sepáis que Yo soy Jehová" (Ex. X, 2).
Jesús dió diez y nueve señales de su Vuelta futura. Los apóstoles habían pedido
una sola: "¿Cuál es la señal de tu advenimiento?" (Mt. XXIV, 3).
Jesús dió varias señales, y tanto éstas como las profecías deben ser consideradas
atentamente si se quiere penetrar los misterios que anuncian.
El Señor Jesús había querido que sus contemporáneos tuviesen muy en cuenta las
señales que El ofrecía: aquella de la serpiente de bronce para marcar su muerte,
aquella de Jonás para figurar su entierro y resurrección; aquella del Templo
demolido y reconstruido en tres días para anunciar su muerte y la transformación
de la Sinagoga. Ofreció también el signo de su realeza comparándose a Salomón: "Y
ved que hay aquí más que Salomón" (Mt. XII, 42).
Pero todas estas señales a los ojos de los judíos sólo fueron señales de
contradicción. El Mesías será rey, pero no un crucificado colgado del madero como
la serpiente, o sepultado como Jesús.
Los magos también buscaban un rey, y ¡encontraron un niño pobre! ¡Qué fuerza la
del contraste! Su fe sincera sobrepasó las apariencias. Adoraron y reconocieron en
ese pequeño cuerpo humano: el hombre, el Dios y el Rey.
Fe profunda y robusta, necesitaban los contemporáneos de Jesús, para guiarse en
medio de semejante dédalo de signos contradictorios.
La Virgen María fué la primera que recibió en lo más íntimo de su ser, el choque
del misterio de Cristo. El Ángel le había dicho de su Hijo:
"El Señor Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa
de Jacob por los siglos de los siglos y su reino no tendrá fin" (Lc. I, 32-33).
Mas, he aquí que nace al término de un viaje, sin casa y en la desnudez. ¡Qué
señal de contradicción en el primer día de la vida de Jesús! ¡Y en el último…! En la
tarde del Gólgota, sólo la inscripción de Pilatos podría recordar a la Madre las
sublimes palabras angélicas: "Jesús de Nazareth, Rey de los Judíos". ¡Cruel enigma
para el alma de María! Pero ella había sido preparada por la profecía del justo
Simeón:
"Este niño... será una señal en pugna con la contradicción, lo que será para
ti misma una espada que traspasará tu alma" (Lc. II, 34-35).
Y la Virgen María: "Conservaba todas estas palabras en su corazón" (Lc. II, 51). Y
primero que nadie pudo hacer la síntesis del doble aspecto que revestiría su Hijo:
sería un varón de dolores y blanco de la contradicción (profecía de Simeón). Sería
Rey (palabras del ángel).
19
La Madre pudo entonces percibir bajo la aparente contradicción de la vida de
Jesús, el desarrollo del misterio de la Redención.
El Mesías será primero EL CORDERO DE DIOS que quitó el pecado del mundo, al
venir una primera vez a la tierra; a su vuelta será el LEON DE JUDÁ; levantará los
sellos del libro y reinará. (Apoc. V, 5).
Los apóstoles participaban de las ideas del Sanhedrín y de los Judíos en general,
sobre el Mesías, Rey y Jefe; y, al igual que ellos, rechazaban la señal de la
humillación y del sufrimiento, a pesar de las enseñanzas reiteradas de los profetas.
Acaso no es harto significativo oírlos preguntar en la hora de la Ascensión:
Pedro dió un desmentido formal a Jesús, pues, evidentemente, para él que creía
en el Mesías-Rey, esta muerte era inaceptable. ¡El Mesías es el Jefe y no un
crucificado!
Con ocasión de otro anuncio de la Pasión por parte de Jesús, la madre de Santiago
y de Juan dijo a su vez: "Esto no sucederá". Ella no creía tampoco en esta muerte
anunciada, pues luego solicita los tronos situados a la derecha y a la izquierda de
Jesús para sus hijos, "en tu Reino" (Mt. XX, 21).
Cuando llegó la hora de la Pasión, la contradicción surgió por todas partes. Esas
horas trágicas marcaron un gran conflicto entre los tres aspectos de Jesucristo: una
humanidad paciente, una divinidad omnipotente, pero escondida, y una realeza
futura, muy gloriosa, pero más recóndita todavía. ¡Los Judíos y los testigos del gran
drama son sorprendidos por lo inexplicable! Oyen a Pedro que había vivido con
Jesús, decir: "No conozco a ese hombre" (Mt. XXVI, 72).
Oyen a Jesús afirmar delante del gran sacerdote que El es el Hijo de Dios (Mt.
XXVI, 64). Y sobre la cruz lo oyen gritar: "Dios Mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?" (Mt. XXVI, 46). ¡Extraña contradicción!
Oyen todavía a Jesús declarar: "Mi reino no es de este mundo"15 (Jn. XVIII, 36), y a
Pilatos que le preguntaba, ciertamente con ironía: "¿Tú eres el Rey de los Judíos?",
respóndele: Tú lo has dicho, soy Rey, Yo para esto nací (Jn. XVIII, 37).
Entonces los judíos se burlaban de este Rey coronado de espinas y vestido de
púrpura: "Salud, Rey de los judíos". Y venían a Él, y decían: "Dios te salve, rey de
los judíos; y le daban de bofetadas" (Jn. XIX, 3).
Pilato hizo escribir, siempre por ironía: "Jesús Nazareno, rey de los Judíos" (Jn. XIX,
19).
15
20
El ladrón oraba: "Acuérdate de mí Señor, cuando hayas llegado al reino tuyo" y
Jesús responde señalando, su omnipotencia: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso"
(Lc. XXIII, 42).
En el momento de morir, Jesús afirma su autoridad y su poder de salvar. Esta es
una última señal de contradicción, pues no se ve en él sino al seductor de las
masas, al usurpador del título de Hijo de Dios, menos todavía, a un desecho
humano colgado de un madero, a un objeto de maldición: "Maldito de Dios el
colgado en un madero", se decía desde Moisés (Deut. XXI, 23 y Gál. III, 13).
¿Cómo reconocer en él a un Rey? El enigma es demasiado violento. Los
sacerdotes se volvieron una última vez contra él para reclamar por la inscripción de
Pilato que, sin quererlo, fué ese día un gran profeta. Se negó éste a acceder a lo
que le pedían y les respondió: "Lo que he escrito, escrito está" (Jn. XIX, 22). Y dejó
escrito: "Jesús Nazareno, rey de los judíos".
Es preciso notar aquí que las "señales" que tienen tanta importancia para
reconocer la huella del Señor pueden también conducir al error al espíritu que se
asila en ideas preconcebidas.
Los judíos no pensaban más que en una cierta realeza mesiánica, no en aquella
que Jesús les ofrecía; entonces rechazaron a su rey. Dejaron en la penumbra las
señales y las profecías de la humillación, del dolor y de la muerte. Porque, no lo
olvidemos, el "misterio de Cristo" es complejo. ¡Plegue a Dios que "podáis
comprender con todos los santos, cuál sea su anchura y longitud, altura y
profundidad"! (Ef. III, 18).
III
Los magos habían sido conducidos a Jerusalén por la señal de la estrella; ahí
vuelven a encontrar otra fuente de conocimiento divino: la profecía. Les fué
revelada por la voz de los sacerdotes y alumbrados los magos por estas dos
sagradas manifestaciones: signo y profecía, llegaron a Belén y descubrieron al Rey
de los reyes.
Si la profecía para los magos tuvo una importancia tan grande, — los condujo a
Jesús, — ¿acaso no tuvo también en el curso de la vida del Mesías un cumplimiento
permanente? ¿No podría decirse que todas las profecías bíblicas vienen a
concentrarse sobre la persona del Hijo de Dios? "Heme aquí, que vengo con el rollo
del libro escrito para mí" (Sal. XL, 8)16.
Todo esto estaba escrito para su primera venida y todo está escrito para el futuro.
Los profetas han sido los depositarios de los secretos del Padre, referente a su
Hijo: "Seguramente Jehová, el Señor, no hará nada sin que revele su secreto a sus
siervos los profetas" (Am. III, 7).
Ellos han escrito toda la vida de Cristo: su vida pasada, su vida presente, su vida
futura. Jesús ha desenrollado la primera parte del rollo del Libro cumpliendo a la
letra las profecías referentes a su primera venida. Desenrollará el rollo hasta el fin al
venir por segunda vez, para cumplir, con no menos exactitud, las profecías
referentes a su Vuelta y a su Reino glorioso17.
Podemos decir que los "secretos" de Dios, confiados a sus servidores los profetas,
están divididos en dos grupos proféticos.
16
21
El primero anunciaba el nacimiento del Mesías, su vida humillada, la revelación de
la ley de gracia, y sobre todo, las circunstancias precisas de su muerte dolorosa.
Jesús mismo ha puesto el sello sobre estas profecías y, a fin de señalar su completa
realización, sus últimas palabras, — notémoslo bien — sus últimas palabras antes
de su muerte, — fueron: "TODO ESTA CUMPLIDO". "Consummatum est". ¡Ya todo
está hecho!" (Jn. XIX, 30). Los profetas habían escrito: ¡El Cristo ha cumplido!
El segundo grupo profético anunciaba un Mesías glorioso y rey con todos los
grandes acontecimientos del fin de los tiempos: restauración de Israel y de
Jerusalén; vuelta gloriosa de Cristo para reinar con sus santos, día de venganza de
la justicia divina, después nuevos cielos y tierra nueva, un reino sin fin.
Estas profecías del antiguo testamento, han sido completadas por la enseñanza
de los Apóstoles y sobre todo por la "Revelación" — o Apocalipsis —hecha por Jesús
mismo a San Juan en la Isla de Patmos.
El Apocalipsis es el libro final que pone el sello sobre el segundo grupo profético. Y
si Jesús al morir decía: "Esto se ha cumplido", dice a Juan para sellar su propia
revelación: Estas palabras son ciertas y verdaderas... ¡ESTO ESTÁ HECHO! (Apoc.
XXI, 6).
Constatamos, pues, que Jesús confirma las profecías realizadas en él, por su
última palabra sobre la cruz: "ESTO SE HA CUMPLIDO". Confirma que las profecías
no realizadas todavía se cumplirán y que entonces dirá: "ESTO ESTÁ HECHO".
***
El Judío era un hombre que miraba hacia adelante, hacia el Mesías. El cristiano,
puede, a la vez, mirar hacia un pasado realizado en Jesús y también fijar sus ojos
hacia una lejanía profética, esperando con alegre esperanza que Cristo desarrolle el
final del Libro.
Tratemos, pues, de evocar la doble actitud del Judío de otro tiempo y la posterior
del cristiano, frente a la profecía.
La primera dificultad que se encuentra cuando se habla de profecía — en
cualquiera época que sea — es relativa a los tiempos.
Generalmente el profeta, que nos anuncia los acontecimientos futuros, ve estos
acontecimientos a la manera divina, es decir, sin planos sucesivos en el tiempo.
Acerca a menudo épocas alejadas unas de otras y las funde en un todo.
La palabra profética franquea de un salto los siglos, que para Dios son como un
día: entonces es cuando le falta del todo la perspectiva y no puede ser registrada a
la manera de un hecho histórico.
Constatamos, por ejemplo, cómo Jesús habla de la ruina próxima de Jerusalén, en
la época romana, y del fin del mundo actual, como de un mismo acontecimiento.
Cuando leemos el capítulo XXIV de San Mateo18, nos es preciso poner una gran
atención en los términos empleados por Jesús al referirse a uno u otro
acontecimiento.
A veces, ciertas palabras conciernen a los dos hechos indistintamente, pues, el
primero, la toma de Jerusalén, no debe ser más que un prototipo del segundo, que
es el fin del mundo presente.
Otra causa de error en la interpretación de las profecías proviene de la falta de
atención que se pone en la lectura de los textos y sobre todo, de que se descuida
establecer relaciones entre pensamientos semejantes. Es preciso saber que la Biblia
se ex-plica por la Biblia; lo divino se explica por lo divino. "Quien quiere dar el
sentido de la Escritura, decía Pascal, y no lo toma de la Escritura, es enemigo de la
Escritura"19. "Ninguna profecía de la Escritura se declara por interpretación propia"
(II Ped. I, 20).
18
22
Lo que falsea todavía, y gravemente, el sentido de las profecías, es la tendencia
moderna a no explicarlas literalmente, sino de manera simbólica o puramente
espiritual. Volveremos sobre esto.
En fin, es preciso temer la falta de libertad de ciertos espíritus que sometidos en
exceso a ideas preconcebidas están inclinados a leer, no lo que está escrito, sino lo
que quieren encontrar. Tal fué esencialmente el caso de los Judíos.
Las profecías mesiánicas eran numerosas y si los Judíos no se equivocaron en
ellas, cuando fué preciso indicar a los magos la ruta de Belén, al preguntar estos
príncipes por "el Rey de los Judíos", fueron incapaces, en cambio, de reconocer un
Mesías venido para servir y morir. Leían, sin embargo, el Salmo XXII y el capítulo LIII
de Isaías, por no citar más que estos dos textos que ofrecen una maravillosa
síntesis de las profecías mesiánicas: la vida paciente y humillada, la vida real y
gloriosa. Pero el Judío que leía estas páginas no retenía más que el segundo aspecto
del Mesías, el Mesías Rey.
20
23
comenzó a decirles: "HOY SE HA CUMPLIDO ESTA ESCRITURA en vuestros oídos" (Lc.
IV, 17.22).
Importa mucho notar aquí que Jesús ha detenido su lectura en la mitad del
versículo 2 del capítulo LI de Isaías: "Él me ha enviado a publicar EL AÑO
FAVORABLE DEL SEÑOR", alusión al año jubilar, en el cual todas las deudas eran
perdonadas.
El Cristo ha vuelto para salvar, pagar la deuda de Adán, rescatar la humanidad.
Pero la continuación anuncia que si el año favorable pasa... El vendrá entonces para
Promulgar EL DIA DE VENGANZA DE NUESTRO DIOS". Jesús no había leído este
anuncio terrible; su realización pertenece al siglo futuro.
Así, pues, en este solo versículo segundo, los dos grupos de profecías están bien
deslindados.
El Mesías ofrecía un año de gracia como Salvador, pero vendrá también en "el día
de venganza" como rey y juez.
"Estamos en el tiempo de paciencia" (Rom. III, 25). "¿No vendrá pronto el tiempo
de la cólera? (II Ped. III, 9). Estos dos tiempos están en el rollo del Libro que de Él
está escrito.
IV
24
La enseñanza del Maestro ha sido comprendida y he aquí que los dos discípulos
tienen los ojos abiertos y el corazón ardiendo al darse CUENTA DE QUE JESUS ES
COMO UN ROLLO VIVO DE ESCRITURA". "¡Les había interpretado en todas las
Escrituras; lo que le concernía!". Verdaderamente, delante de ellos el Señor había
desenrollado "la primera parte" del libro: les había explicado el misterio de la Cruz,
escándalo para los judíos y locura para los gentiles.
El mismo día, algunas horas más tarde, Jesús desarrolló la misma enseñanza,
delante de los Once reunidos diciéndoles: "Era menester que se cumpliesen todas
las cosas escritas en la ley de Moisés y en los profetas y en los salmos acerca de
mí". Entonces les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras. Y les
dijo: Que así está escrito, y así era menester que el Mesías padeciese, y resucitase
de entre los muertos al tercer día. Y que se predicase en nombre suyo penitencia y
perdón de los pecados a todas las gentes, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois
testigos de estas cosas (Lc. XXIV, 44-47).
***
(I Ped. I, 12)
"Estas cosas en las cuales los ángeles desean penetrar con su vista"… ¿no son
acaso los tiempos misteriosos de "el día del Señor"?
Hemos dicho que Cristo se había revelado principalmente, después de la
Resurrección, como el Mesías paciente, a causa de la incomprensión que el pueblo
tenía de este misterio; pero los apóstoles, enseñados por el Espíritu Santo, — "El os
enseñará todas las cosas por venir" (Jn. XVI, 13) — van a ser los campeones de
estos misterios de gloria.
Los anuncios de la Vuelta y del Reino son renovados alrededor de trescientas
veinte veces en el Nuevo Testamento, pues, en adelante la atención del cristiano
debe estar dirigida hacia ese día: "Helo aquí, ya viene". Los apóstoles hablan a
menudo, como si el Señor debiera volver durante sus vidas.
De todas maneras, los acontecimientos pasados, aquellos de la humillación y de la
muerte de Cristo son recordados igualmente y el apóstol Pedro nos propone, en su
primera epístola, una síntesis muy viva y muy personal de la plenitud del misterio
de Cristo.
Ha visto las horas dolorosas de su Señor; ha visto también su gloria en la
Transfiguración, en la Resurrección, en la Ascensión.
Hablará con conocimiento de causa y hará notar que los profetas judíos habían
escrito principalmente para los cristianos, que podrían ver el cumplimiento de las
profecías: las "de los sufrimientos" y las "de las glorias".
25
SUFRIMIENTOS reservados a Cristo y las GLORIAS que debían seguirles. Ha
sido revelado que esto no era para ellos, sino para Vosotros, que ellos eran
los dispensadores de estas cosas, que os han anunciado ahora quienes, por
el Espíritu Santo enviado del cielo, os han predicado el Evangelio, ESTAS
COSAS EN QUE LOS ANGELES DESEAN PENETRAR CON SU VISTA" (I Ped. I, 8-
12)”.
El espíritu de Cristo hablaba, pues, en los profetas para dictarles las palabras que
el Cristo mismo vendría en seguida a explicar y a cumplir.
La primera parte está realizada; la segunda permanece en el misterio profético. Y
es en este misterio donde los ángeles desean hundir sus miradas. Como nosotros,
esperan su manifestación21.
***
Hay una escena de la vida terrenal del Salvador sobre la cual los apóstoles han
llamado igualmente la atención queriendo relacionarla con la gloria del Reino futuro:
es la de la Transfiguración.
Jesús mismo había establecido la comparación: "En verdad os lo digo, algunos de
los que están aquí no morirán hasta que hayan visto al Hijo del Hombre venir EN SU
REINO" (Mc. IX, 1; Mt. XVI, 28). Pedro, Santiago y Juan han comprendido
evidentemente esta relación; su testimonio, por lo demás, da fe de ello. Ellos dirán
al mundo lo que Jesús será en "su majestad", tal como se reveló a ellos sobre la
"santa montaña" (II Ped. I, 16-18).
Juan, en la visión de Patmos, veía al Hijo del Hombre bajo un aspecto bastante
semejante al de su Señor sobre el Thabor (Apoc. I, 14).
¿Y de qué otra gloria que de aquélla podía hablar en el prólogo de su Evangelio:
"Hemos visto su gloria"? (Jn. I, 14). No puede tratarse de la Resurrección, pues Jesús
resucitado tuvo siempre el cuidado de mostrarse en su humanidad y no en su
triunfo.
Al principio de su epístola Juan nos dice también: "OS ANUNCIAMOS LA VIDA
ETERNA QUE NOS HA SIDO MANIFESTADA; LO QUE HEMOS VISTO OS LO
ANUNCIAMOS".
San Pedro, más preciso, atestigua que no viene en nombre "de fábulas
sabiamente concebidas" a hacer conocer "la potencia de la Venida" de Jesucristo y
"la gloria magnífica" de su reino, sino que ha visto (este reino) sobre la santa
montaña con sus propios ojos (II Ped. I, 16-18)22.
Y agrega: "POR ESTA VISION HA SIDO CONFIRMADA PARA NOSOTROS LA
ESCRITURA PROFETICA a la cual hacéis bien en prestar atención, como a una
lámpara que brilla en un lugar tenebroso, hasta que el día despunte y que la
estrella de la mañana se levante en vuestros corazones" (II Ped. I, 19-21).
He aquí los hechos bien establecidos, los Apóstoles creían en la Vuelta del Señor y
en el establecimiento de su Reino, apoyándose sobre la profecía, dirigiéndose por la
claridad de esta "lámpara". Muy deseosos de ver estos días, enseñaban a los
cristianos los medios de apresurar la aparición: Vivid "en santidad y piedad
ESPERANDO Y APURANDO la venida del día de Dios" (II Ped. III, 12).
Nosotros podemos, pues, "apresurar" la Parusía y el Reino de Cristo. ¡Qué
responsabilidad el no vivir "en santidad y piedad", o en balbucear con negligencia el
"adveniat regnum tuum" (venga tu reino), o cantar, sin alma, en el Credo: "iterum
21
26
venturus est cum gloria" (vendrá otra vez con gloria), y "exspecto... vitam venturi
saeculi" (espero la vida del siglo venidero)!
***
En la Vuelta: “Helo aquí que viene sobre las nubes" (Apoc. I, 7).
Tal será la conclusión de los oráculos proféticos "del libro donde de Él está
escrito", cuyos sellos levantará el León de Judá porque primero fué inmolado como
Cordero (Apoc. V, 5.9).
VI
23
27
San Pablo señala a los Corintios el verdadero espíritu con que deben tomar el pan
y el cáliz: "Porque cuantas veces comiereis este pan o bebiereis el cáliz anunciaréis
la muerte del Señor hasta que venga" (I Cor. XI, 26).
El día en que comprendí esta frase quedé deslumbrada por su fuerza y su potente
grandeza. ¡Cuántas veces la había repetido... especialmente durante la fiesta del
Santísimo Sacramento, pero la enseñanza de San Pablo había caído en un corazón
cerrado! Nunca había comprendido la unión estrecha de la Comunión con el retorno
glorioso de Jesús. ¡Pero la comunión es un perpetuo anuncio!... "¡HASTA QUE
VENGA!"
"¡Vosotros anunciaréis la muerte del Señor!"... Nosotros anunciamos
primeramente ese instante supremo en que Jesús al morir puso el sello sobre las
primeras palabras del "libro" cuando dice desde su cruz: "Todo está consumado".
Después anunciamos su Aparición: "¡Hasta que venga!”… hasta el momento en que
se desenvolverán las profecías "de las glorias", cuya conclusión será: "Todo está
hecho".
La Comunión es, pues, el lazo entre las dos venidas de Jesús, entre los dos "Ecce
venio". Es el puente suspendido entre las dos riberas del Misterio de Cristo: Jesús
paciente y Jesús glorioso, mientras tanto, corre el gran torrente abierto por la lanza
y la sangre de Jesús que, más potente que la de Abel, clama por nosotros, interpela
sin cesar por nosotros (Heb. VII, 25).
La Comunión es, pues, la manifestación sensible para nuestra vida terrena de la
plenitud del misterio de Cristo:
Jesús paciente (antaño); Jesús siempre vivo (actualmente); Jesús Rey (pronto).
"Jesucristo, es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Heb. XIII, 8).
De todas maneras, el signo sensible de su presencia entre nosotros, bajo las
apariencias de pan y vino, cesará con la Parusía.
Entre las razones invocadas por los católicos para no desear el Retorno de Jesús,
una de las más repetidas es ésta: "Jesús está sobre el altar, ¿para qué esperarlo de
otra manera? Tengo cada día, si yo quiero, una especie de advenimiento para mí en
la Comunión".
Este razonamiento viene de nuestro individualismo que deforma bajo la influencia
de orientaciones falsas los misterios más sublimes y transforma el sentido de las
más claras palabras de la Escritura. Hacemos de la comunión "nuestra cosa",
"nuestro negocio particular con el amigo íntimo".
¿Será esto lo que Jesús quiso decir por medio de San Pablo: "ANUNCIÁIS LA
MUERTE DEL SEÑOR HASTA QUE VENGA"? ¿No conviene, acaso, por el contrario,
que cada recepción de su cuerpo y de su sangre aproxime estas dos venidas —
aquella del pasado y la del porvenir — las aproxime, las una en cierto modo hasta la
manifestación de su Reino glorioso?
Cada comunión debería ser un paso adelante.
Cada comunión debería hacernos decir con fe, esperanza y amor: "Hasta que
venga".
Deberíamos comulgar con perspectivas más dilatadas y verdaderamente eternas.
Deberíamos olvidar nuestras mezquinas peticiones materiales para juntar nuestra
voz a la de la Iglesia la cual, desde el día de la Ascensión, espera como una Esposa
y suspira por el día del Señor.
"El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven! Y quien oiga diga: ¡Ven!” (Apoc. XXII, 17).
VII
Nuestro detestable "Yo" que hace de los misterios más sublimes "su cosa", su cosa
medida por su propia capacidad, se desliza como pérfida serpiente en casi toda la
exégesis de la vuelta de Jesús. Ya hemos señalado algunos lamentables efectos de
esto; profundicemos más todavía.
28
Durante los cuatro primeros siglos, ningún cristiano hubiera pensado identificar el
Retorno de Cristo con su muerte. Las admirables parábolas escatológicas
transmitidas por San Mateo (XXV), por San Marcos (XIII) y por San Lucas (XII), que
más adelante estudiaremos en detalle, se refieren TODAS a este día, Día del Señor.
La duda no cabe (excepción hecha de la Parábola de Luc. XII, 16-21). Durante cuatro
siglos jamás se dijo, como en nuestros días, hablando de la muerte: "Ella viene
como ladrón".
Esta acepción estaba exclusivamente reservada al advenimiento glorioso de Cristo
que vendrá en efecto como un ladrón, es decir, de improviso, súbitamente (II Ped.
III, 10).
Pero en consideración a la debilidad humana, a causa de nuestra apatía para el
bien y de nuestra gran aptitud para el mal, en lugar de mantener la tradición, poco
a poco, los Padres de la Iglesia, San Jerónimo y San Agustín los primeros, en seguida
los sermonarios de la Edad Medía, comentaron estas parábolas en función de la
muerte. Ellos trataron de espantar a los cristianos por el pensamiento de la Vuelta
de Cristo, que ellos llaman "la muerte", para mantenernos en el temor. No se vió en
el ladrón que perforaba la casa más que la muerte que sobrevenía de repente para
precipitarnos a los pies del Juez.
En cuanto al "fin del mundo", durante la Edad Media, por las representaciones que
se hacían de los "misterios" delante de las catedrales, se popularizó una concepción
a menudo burlesca, a menudo trágica y siempre deformada. Esta falsa concepción
no se aviene con la espera alegre del Retorno; ella solamente da cabida a la idea de
la conflagración general del mundo y el terrible juicio del "Dies irae", ¡como si todos
fuéramos un pueblo de condenados!
Cuando Jesús se compara al Ladrón, al Esposo, al Maestro, al Rey que vuelve de
improviso después de haberse hecho esperar largo tiempo, se trata de una cosa
completamente distinta de la muerte individual que tiene un carácter de castigo por
el pecado. Se trata de su segunda Venida para la resurrección de los justos,
después de la larga expectación de los siglos y, por lo tanto, de un suceso que debe
causarnos inmensa alegría.
Una lectura atenta de las páginas evangélicas no dejará en pie la menor duda. No
hay más que una expectación: Jesús da una sola parábola en función de la muerte a
fin de hacer temer el momento terrible a cualquiera que amasa grandes bienes.
"Y les propuso una parábola diciendo: Un hombre rico sacó de la tierra
abundante cosecha. Y razonaba consigo mismo diciendo: ¿Qué haré que no
tengo dónde recoger mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros y
los edificaré mayores y recogeré allí todos los frutos que me han nacido y los
bienes míos, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes repuestos para
muchos años: descansa, come, bebe, date buena vida. Tal es el que para sí
atesora y no se enriquece para con Dios" (Luc. XII, 16-21).
Únicamente esta parábola trae una enseñanza moral y directa sobre la muerte
individual. Pero las parábolas escatológicas, ¿acaso no pueden traer también su
enseñanza moral, aún mantenidas en su verdadero sentido escriturístico?
Esta "feliz esperanza", ¿no trae acaso admirables frutos de santificación y de
desprendimiento? Lo creemos firmemente y me atrevo a decirlo así,
experimentalmente, pero aquéllos que predican a los cristianos poco lo creen, y el
Cardenal Billot que ha dicho con tanto acierto que el Retorno del Señor es "la
explicación, la razón de ser, la sanción" de la predicación de Jesús, supone en
cambio, que este pensamiento fundamental -- que fué básico para la enseñanza de
los apóstoles — no puede ser fecundo para los católicos de nuestros días:
29
veinte, diez o cincuenta, podrá jamás producir alguna impresión, acción o
influencia sobre hombres reales hechos de carne y huesos"25.
VIII
(Mt. XXV, 6)
"No durmamos como los demás hombres, sino velemos y seamos sobrios" escribía
el apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (I Tes. V, 6). "Sed sobrios y velad" decía
todavía San Pedro a fin de resistir fuertes en la fe, al diablo que ronda (I Ped. V, 8).
25
30
Jesús no recomienda otra cosa en la enseñanza de la última semana y las parábolas
escatológicas pueden resumirse en una sola palabra: "¡Velad! Yo lo digo a todos:
¡Velad!" (Mc. XIII, 35-37).
Esta palabra será una de las últimas dirigidas a los apóstoles en la noche de la
agonía, palabra de reproche a los tres íntimos que se durmieron en Getsemaní. El
Maestro entristecido les dijo: "¡Así, no habéis podido velar una hora conmigo!
¡Velad y orad!" (Mt. XXVI, 41).
Pedro, que supo lo que le costó dormir en lugar de velar con Jesús, ya que este
primer relajamiento le condujo a la negación, estará siempre vigilando.
Después de la Ascensión de su Maestro él enseñará la vigilancia a sus hermanos:
¿Acaso no deben ellos probar su fe? Pedro escribe: "Lo acrisolado de vuestra fe,
mucho más precioso que el oro perecedero, pero acendrado al fuego, os sea un
motivo de alabanza, gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. Lo amáis no
habiéndole visto nunca; creéis en él, aunque no lo veis, y sois poseídos de un gozo
inenarrable y lleno de gloria, seguros, como lo estáis, de alcanzar el premio de
vuestra fe, la salvación de las almas" (I Ped. I, 7-9).
Los evangelistas nos han referido muchas parábolas del Señor Jesús, sobre la
vigilancia y sobre la larga espera del Esposo, del Maestro y del Rey.
La primera de estas parábolas, aquella de las vírgenes prudentes y de las vírgenes
necias, fué propuesta por Jesús el martes antes de su muerte, en el Monte de los
Olivos.
Jesús, para despertar la atención de sus discípulos, se sirvió de una semejanza,
que aún hoy será fácilmente comprendida en Oriente, pues las costumbres
recordadas por el Maestro están todavía en vigor.
Cuando una joven abandona su casa para contraer matrimonio, es conducida por
un cortejo de amigas a la presencia del esposo que viene a su encuentro. Entonces
el esposo introduce a la esposa y a su corte a la sala del festín.
Generalmente el encuentro se hace en la tarde, de ahí la costumbre de proveerse
de lámparas, de esas pequeñas lámparas de tierra o de bronce, cuya falta de
capacidad hace necesario llevar consigo un pequeño depósito con aceite de
reserva.
Cinco de las jóvenes habían tomado este vaso de emergencia para alimentar sus
lámparas en caso de que el esposo se hiciera esperar un poco. Las otras cinco
habían descuidado esta prudente precaución.
Ahora, la espera fué larga; duró hasta la media noche. Todas las vírgenes se
durmieron. Parece que esta larga espera, que era muy anormal, debía, según el
pensamiento de Jesús, llamar la atención de los discípulos y sobre todo la nuestra.
Jesús el verdadero esposo de la Iglesia y de las almas tardaría en volver.
Esta espera, es pues la nuestra, la de los cristianos que nos han precedido. Estos
murieron; estos son los dormidos que esperan en el polvo el despertar, a la voz del
Arcángel (I Tes. IV, 16).
Pero ¿acaso muchos de los vivos no duermen también? ¡Es tan pobre su
esperanza en esa hora suprema!
A media noche un grito resuena: "¡Hélo aquí al Esposo que ya viene, salid a su
encuentro!".
Entonces todas las vírgenes se despiertan, pero no todas están preparadas para la
venida del Esposo. Mientras que las necias corren al mercado para comprar óleo,
pues sus lámparas se extinguen, las que están preparadas entran con el Esposo en
la sala de las bodas. Y la puerta se cierra.
Nosotros encontramos aquí, en esta hora solemne, imagen del segundo
Advenimiento, una especie de selección, de segregación, de separación radical
entre las diez vírgenes. Jesús había recordado una distinción semejante hecha por
Dios entre los hombres, en tiempos de Noé. Los hombres que sucumbieron durante
el diluvio y los ocho salvados en el arca. Esta separación ha de renovarse a su
Venida:
"Entonces estarán dos en el campo: a uno toman y a otro dejan. Estarán dos
moliendo en la tahona: a una tornan y a otra dejan" (Mt. XXIV, 40-41). Así también
cinco vírgenes están preparadas y entran a las bodas, cinco se retrasan y son
desechadas.
31
Cuando estas últimas llegan con las lámparas encendidas, llaman y gritan:
"¡Señor, Señor, ábrenos!" y el Esposo responde: "No os conozco". ¡Palabra punzante
entre todas! y Jesús pone en guardia a los cristianos: “Velad, les dice, porque no
sabéis el día ni la hora" (Mt. XXV, 1-4). En efecto, Jesús no reconocerá a los
negligentes, a aquéllos que no desearon ni amaron su regreso, a aquéllos que entre
los burlescos decían: "¿Dónde está la promesa de su Advenimiento?" (II Ped. III, 4).
¿Seremos nosotros menos fieles que los creyentes del Islam? Porque digno es de
notarse en el Corán la fuerte preocupación del profeta acerca del día de la "venida
inevitable": "Que no se diga que este día es una mentira". "Para aquél que espera
el gran día: Paz sobre ti. Es el día de la verdad y aquel que lo quiere, estará cerca
de su Señor; verá entonces lo que han producido sus manos".
Y también: "los creyentes deben poner su esperanza en el último día: ¡En cuanto a
aquéllos que le vuelven la espalda!...". La frase permanece en suspenso, y esto es
mucho decir26.
IX
(Lc. II, 8)
26
32
Cansarse de la espera, dormirse, abandonar las vigilias, emborracharse, golpear a
los humildes servidores, ¡he aquí lo que merece el castigo capital! ¡Todas éstas son
las palabras que se prestan a una seria meditación!
Pensamos que fué la preocupación ardiente de ser del número "de los que
esperan" la vuelta del Mesías, lo que hizo establecer en los primeros siglos la
costumbre de santificar las horas de la noche por los "nocturnos" o "vigilias", lo que
nosotros llamamos los maitines. Los monasterios perpetúan esta tradición y cantan
el oficio durante la noche.
La noche romana consta de cuatro vigilias de tres horas: Desde las 18 horas hasta
las 21 horas; desde las 21 horas hasta media noche; desde media noche hasta las
tres horas; desde las tres hasta las seis. Y en el Evangelio se habla de la noche
romana; los usos romanos habían prevalecido entonces.
A esta división de la noche se refiere por lo tanto el texto de San Marcos (XII, 34-
37).
El Maestro puede volver:
A la tarde: desde las 18 horas hasta las 21.
Durante la noche: desde las 21 horas hasta media noche.
Al canto del gallo: desde la media noche hasta las tres horas.
Al amanecer: desde las tres horas hasta las seis de la mañana.
¿Acaso volverá durante la noche? Es posible: fué así como volvió el Esposo de la
parábola de las vírgenes. Jesús debe volver como un ladrón y es generalmente en la
noche cuando obra el ladrón de manera disimulada. "Sabed, dice Jesús, que si el
padre de familia conociese la hora en la cual hubiese de venir el ladrón, velaría y no
dejaría que le horadasen la casa" (Lc. XII, 39; Mt. XXIV, 43). Pero "de los tiempos y
de los momentos" (I Tes. V, 1) nada sabemos "ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo,
nadie absolutamente, sino el Padre" (Mc. XIII, 32; Mt. XXIV, 36).
¡Qué misterio, qué profundo misterio del que deberíamos, sin embargo, vivir un
día en pos de otro, deseando con los Ángeles "hundir en él la mirada"!
Simeón y la profetisa Ana aparecen como el tipo perfecto de "los que esperaban".
Encontrando al Niño Dios recibieron la recompensa de su fe y de su invencible
esperanza, toda de amor y de confianza en el Eterno.
"Simeón era un hombre justo y temeroso de Dios, que esperaba la consolación de
Israel: y el Espíritu Santo estaba sobre él" (Lc. II, 25). Esperar, como Simeón — él, la
primera venida — nosotros, la segunda — es por lo tanto, tener el Espíritu Santo
consigo, "sobre sí".
Simeón impulsado por el Espíritu de Dios fué al Templo. El, ciertamente tenía
conocimiento de la profecía de Malaquías, que la liturgia nos hace leer el 2 de
Febrero: "Y repentinamente vendrá a su Templo el Señor a quien buscáis, es decir,
el Ángel de la alianza que deseáis. Hélo aquí, que viene". Estas palabras se refieren
a la primera venida, pero luego el profeta agrega: "Mas ¿quién es capaz de soportar
el día de su advenimiento; quién podrá estar en pie cuando él apareciere? Porque
será como el fuego del crisol, como el jabón de los bataneros, pues que se sentará
como acrisolador y purificador de la plata y purificará a los hijos de Leví y los
afinará como el oro y la plata" (Mal. III, 1-3). Este segundo pasaje evidentemente no
puede referirse más que a la Vuelta de Jesús. Las expresiones son absolutamente
claras, relacionadlas con aquéllas de los otros profetas. "Hélo aquí que viene" es
colocada en el texto como refiriéndose a la vez a las dos venidas. En el pasaje
citado hallamos el doble: Ecce venio. Es bastante frecuente en la Escritura
encontrar un texto único como aquel de Malaquías, agrupando a la vez las dos
venidas del Salvador27.
27
33
Simeón deseaba ver al Mesías Rey, al "Caudillo", así como sus contemporáneos,
pero Dios le abrió los ojos y supo reconocerlo bajo los rasgos de un niño pequeñuelo
llevado por unos pobres.
Jesús y María hacían la ofrenda de los pobres: "dos pichones" en lugar del cordero
y de la paloma de los sacrificios ordinarios del rescate (Lev. XII, 6-8).
Simeón supo descubrir por la fe, no a aquél que viene en gloria. "¿Quién podrá
quedar en pie cuando él aparezca?" sino a aquél que viene primero para obedecer,
sufrir y redimir.
Dura fué la contradicción para la fe y la esperanza de Simeón. Pero, habiendo
atravesado incólume la prueba, pudo mejor que nadie reconocer el carácter del
Niño: "está en el mundo para ser blanco de la contradicción". Y cuando hubo
recibido a Jesús niño en sus brazos, sus ojos se abrieron del todo.
El vigilante se volvió vidente:
"Han visto mis ojos tu salvación que preparaste a la faz de todos los pueblos, luz
que debe disipar las tinieblas de las naciones y gloria de Israel, tu pueblo (Lc. II, 30-
32).
Ana la profetisa también reconoció al Niño bajo el aspecto de la pobreza y hablaba
"de Él a todos los que en Jerusalén esperaban la redención" (Lc. II 36-38).
Había pues, en Jerusalén, un grupo de "personas que velaban". Pero, ¿por qué fué
Ana oráculo de la Redención? Porque había guardado las vigilias de la noche. "No se
apartaba del templo sirviendo a Dios en ayunos y oraciones noche y día” (Lc. II, 37).
Yo nunca había pensado en la misión de apóstol conferida antes de la hora del
apostolado, a esta anciana de 84 años. Sí; ella hablará, gritará a su manera, a todos
aquellos que esperan quizás, aunque sin gran esperanza: "¡Ved que viene! ¡Viene
pobre! ¡Viene humilde! ¡Viene a evangelizar a los pobres!".
Ana era uno de esos centinelas que desde lejos veía Isaías: "Sobre tus muros ¡oh
Jerusalén!, he puesto centinelas, los cuales no callarán de día ni de noche. Oh
vosotros que hacéis recordar a Jehová no toméis descanso alguno, ni le dejéis a él
tomarlo hasta que restablezca a Jerusalén y hasta que la ponga por alabanza en la
tierra" (Is. LXII, 6-7).
Si nosotros no dejáramos reposo a Jesús gritando sin cesar: "No tardéis" (Sal. LXX,
6) ¿acaso no se apresuraría a responder a nuestro clamor?...
Pensemos que si El bajó al seno de la Virgen de Nazaret, prefiriéndola a toda otra
virgen judía, es porque ella era la más "vigilante", la que más ansiaba encontrar su
Salvador. "¡Y regocijóse el espíritu mío en el Dios, Salvador mío!" dice ella en el
"Magnificat" (Lc. I, 47).
El ardor de su llamado fué la gotita de agua que saturó la nube e hizo llover al
Justo la primera vez (Is. XLV, 8). ¿Quién hará abrirse la nube la segunda vez?
El cumplimiento de la profecía será aún más exacto en cuanto a los términos de
ella, pues: "VED QUE VIENE SOBRE LAS NUBES" (Apoc. I, 7).
He aquí algunos textos muy característicos: "Cristo ha sido una sola vez
inmolado, para cargar con los pecados de muchos y otra vez aparecerá, no para
expiar los pecados, sino para salud de los que lo esperan" (Heb. IV, 28).
"La gracia de Dios, Salvador nuestro, ha sido manifestada; ella nos enseña...
a vivir en el presente siglo... aguardando la bienaventuranza esperada y la venida
gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo" (Tito, II, 11-15).
Las palabras del ángel Gabriel a María son notablemente significativas, para
señalar los dos advenimientos: "Has de concebir en tu seno y parirás un Hijo a
quien pondrás por nombre Jesús (Primer Advenimiento). Y el Señor Dios le dará el
trono de su padre David y reinará en la casa de Jacob eternamente y su reino no
tendrá fin" (Segundo Advenimiento) (Lc. I, 31-33).
34
X
(Apoc. XXII, 7)
Es doloroso para nuestro espíritu humano que siempre trata de apoyarse sobre
realidades concretas tener que resignarse a abandonar lo conocido, la tierra firme,
para reconocerse vencido y decir: "no sé, no comprendo, pero, someto mi juicio y
renuncio a penetrar más adelante".
Los faroles de los automóviles deslumbran en el camino obscuro. Igualmente los
faros de los misterios futuros nos ciegan por su luz demasiado intensa, a menos que
por la pureza de la mirada pongamos todo nuestro cuerpo bajo la acción de la luz
divina (Luc. XI, 33-36). Y aún así seguiremos siendo unos pobres hombres.
Entre los misterios que nos deslumbran y nos ciegan a la vez está "el misterio del
tiempo" del cual vamos a tratar de balbucir alguna cosa".
¿Cómo explicar que aparentemente los evangelistas, los apóstoles Pedro, Pablo,
Santiago, Judas Tadeo y Juan parecen creer inminente la vuelta del Señor Jesús?
Cuatro veces en el Apocalipsis, hablando Jesús de sí mismo, dice a Juan: "He aquí
que vengo pronto" y ésta es la última palabra de esperanza del Esposo a la Esposa,
la suprema palabra alentadora: "¡Sí, vengo luego!".
Esta espera de los Evangelistas que a primera vista parece errada, coloca a la
mayor parte de los cristianos en el campo de los "burlones" de que habla San Pedro:
"Vendrán burlones, llenos de irrisión, que caminen según sus propios caprichos
diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque, desde el día en que
nuestros padres murieron, todo sigue subsistiendo como desde el principio de la
creación" (II Ped. III, 3-4). Pensamos a menudo como ellos ¿no es verdad?
Entonces los exégetas recurren a numerosas explicaciones para justificar la
enseñanza de Jesús y de los apóstoles sobre este punto.
Después de haber meditado mucho sobre los textos que anuncian la Parusía,
daremos aquí algunas de nuestras conclusiones.
Cuando San Pablo dijo a los tesalonicenses: "nosotros los vivientes, que quedamos
para el advenimiento del Señor" (I Tes. IV, 14), habló como lo hicieron por ejemplo
nuestros abuelos, testigos de los desastres de 1870 28. "Reconquistaremos —decían
— la Alsacia y la Lorena. Su edad avanzada no les permitía pensar que participarían
en una revancha muy próxima, pero la veían, sin embargo, realizada en esperanza.
El "Nosotros" era toda la Francia que hablaba por ellos. El "Nosotros los vivientes",
de San Pablo, es la Iglesia terrestre. Cuando Jesús venga, habrá personas vivas y a
estos vivientes se refiere el Apóstol. Pablo como cristiano se incorpora a la Iglesia
de todos los tiempos, exactamente como un francés habla en nombre de la Francia
de todos los tiempos: ¡Nosotros los vivos... ¡Nosotros los franceses!
Ahora si los apóstoles hablan de la vuelta de Jesús como próxima, San Pablo pone
en guardia a los tesalonicenses contra toda falsa interpretación.
Dice el Apóstol:
"En lo que concierne al advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo y a nuestra
reunión con Él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis conmover fácilmente en
vuestros sentimientos, ni alarmar, ya sea por algún espíritu, ya sea por alguna
palabra o carta que se pudieran suponer emanadas de nosotros, cual si el día del
Señor fuese inminente" (II Tes. II, 1-3).
En realidad los apóstoles consideraban que después de la Ascensión y de
Pentecostés los únicos acontecimientos importantes de esperar eran el
advenimiento de Jesús y la resurrección de los cuerpos por el complemento del
misterio de Cristo.
Hicieron, pues, de estas dos promesas: Retorno y resurrección de entre los
muertos, las bases de su confianza y de sus epístolas. Habían comprendido que el
primer acto del gran drama de la Redención anunciada en el Edén, había concluido.
Quedaba el segundo acto. Entonces toda su preocupación era iniciar a los cristianos
28
35
de todos los tiempos en seguir su desarrollo del cual la conclusión será el nuevo
"Ecce vengo", "Ved que vengo".
Pero lo que nos abisma y nos descorazona es el misterio del tiempo.
Cuando dirigimos nuestra mirada, ora sobre los siglos transcurridos, ora sobre los
siglos que han de venir, sentimos que hay un abismo infranqueable entre el hombre
finito y Dios infinito.
Moisés29 en su oración trata de poner al alcance de la inteligencia humana el
tiempo fuera del tiempo. Nos dice que para Dios "mil años son a sus ojos como el
día de ayer cuando ya pasó y como una vigilia de la noche" (Sal. XC, 4).
San Pedro citará este texto en su segunda epístola a propósito de la paciencia del
cristiano al esperar el retorno de Jesús (II Ped. III, 8).
Si para Dios mil años son "como una vigilia de la noche", 4.000 años son como
una noche, puesto que la noche romana tiene cuatro vigilias.
Entonces, si Jesús hace esperar todavía 2.000 años su venida, este tiempo que tan
largo nos parece, ¡será menos de una noche para Dios!
Metáfora maravillosa para hacernos comprender la estupidez de nuestro espíritu
cuando discutimos sobre los tiempos y las cosas de Dios. ¿No mereceríamos acaso
la invectiva de Jesús a los discípulos de Emmaús: "¡Oh necios!", "pues Dios llama las
cosas que no son como las que son" (Rom. IV, 17). Para Él, el tiempo no es nada;
tampoco lo es para Jesús-Dios: "Antes de que Abrahán fuese, yo soy" (Jn. VIII, 58).
Pero interroguemos ahora a la ciencia moderna. ¿Qué piensan los geólogos
respecto de la antigüedad del hombre?
Si se supone que el hombre existía ya desde el principio de la era cuaternaria, en
la cual estamos todavía, — y esta hipótesis es a veces admitida, —sería preciso
tomar en cuenta los cálculos obtenidos según la concordancia de los datos
geológicos y las leyes de la radioactividad. La era cuaternaria cuenta ya a lo menos
con un millón de años, a lo más, un millón y medio.
Pero atengámonos a la opinión más corriente sobre la aparición del hombre: su
existencia cuenta a lo menos con 50.000 años, si no con 100.000. Para no ser
tachados de exageración, quedamos en esta cifra de 100.000 para la creación del
hombre. Estamos lejos en todo caso de los 4.000 años de la creencia popular.
La cronología bíblica no se altera por esto, pues no puede ser establecida más que
a partir de Abrahán. Hasta él, da solamente las grandes etapas de la humanidad
designadas por los nombres de los primeros patriarcas.
Si el hombre tiene 50.000 años de existencia, consideremos que los más antiguos
documentos de la historia no se remontan más allá de cuatro o cinco mil años antes
de Jesucristo.
Sin embargo, a primera vista, la civilización egipcia nos parece bastante lejana.
Pero esto es para cálculos de hombres de puntos de vista limitados; de hecho, para
los geólogos, somos contemporáneos de la Esfinge. ¿Qué son, en efecto, con
relación a los orígenes de la humanidad, algunos miles de años?
Permítasenos una comparación para representarnos mejor los tiempos
transcurridos después de Adán en relación a los tiempos transcurridos después de
Jesucristo.
Tomemos un libro. Convengamos que cada hoja represente mil años.
Comencemos por abrirlo en la última hoja. Esta última hoja nos hace llegar al año
mil; demos vuelta la precedente y estaremos en los tiempos de Jesucristo. Volvamos
dos hojas más y nos encontraremos con Abrahán; después dos hojas o tres y
habremos alcanzado el límite de las más antiguas civilizaciones conocidas. Pero nos
será preciso dar vuelta todavía 43 hojas más para llegar a la creación de Adán.
¿No podemos decir, entonces, que el ''Yo vengo luego" está bastante próximo a
nosotros? ¡Fué dicho en la penúltima hoja de nuestro libro!
Cualquiera que sea el número de siglos transcurridos, entre la promesa del
Salvador en el Edén y la venida de Cristo, será siempre aquella espera la vigilia
larga. La nuestra no será nada comparada con aquélla.
Y aún más, si después de habernos preguntado la edad del hombre nos
preguntamos la de la tierra, ¿qué aprenderemos sobre el tiempo?
29
36
Aquí los geólogos dan como unidad el millón de años. Ellos dicen: "Los Alpes son
de ayer" porque no tienen sino un poco más de un millón de años, mientras que el
Macizo Central o las Cadenas son "montañas antiguas", pues se han formado hace
más de 260 millones de años, según cálculos aproximados.
Delante de semejantes cifras la conclusión se impone. ¿Qué somos nosotros para
querer contar los tiempos? Job quiso, al principio, "comprender" estos misterios
terrestres, pero él también se debió declarar vencido…
"Yo he hablado con demasía y sin moderación de cosas que son muy superiores a
mi capacidad y saber… y por esto me conozco y condeno a mí mismo y envuelto en
polvo y ceniza me duelo amargamente" (Job XLII, 3-6). Así llegó Job al conocimiento
de su nada con relación a Dios.
Asimismo, el tiempo es nada delante de Dios: "Es la sombra que se alarga" (Sal.
CII, 12).
El tiempo, cosa preciosa para el hombre, pues le permite glorificar a su Creador,
que es su fin último, desaparece delante de ese mismo Creador. Dios, con un solo
acto, abraza la formación del cielo y de la tierra hasta los nuevos cielos y la nueva
tierra. Para Él, todos los momentos de la vida del mundo no son más que un
momento, hasta la hora en que "no habrá más tiempo" (Apoc. X, 6).
Todo se confunde en una sublime ciudad, todo es un solo acto de amor, ya sea
que se le mire como acto creador, conservador, redentor o remunerador. El tiempo
ha huído delante del Amor, delante del acto puro, del cual todo sale y en el cual
todo ter-mina. El que dijo a Moisés "Yo soy el que soy" (Ex. III, 14) siempre puede
decir "Sí, yo vengo luego" (Apoc. XXII, 20), porque para Dios "las cosas que son, son
como las que no son" (Rom. IV, 17).
XI
Jesús recomienda a sus discípulos como a nosotros mismos, — "lo digo a todos" —
redoblar la atención cuando aparezca "la abominación de la desolación predicha por
el profeta Daniel establecida en el lugar santo" (Mt. XXIV, 15).
¿Hablaba acaso Jesús de la ruina próxima de Jerusalén? ¿Hablaba del fin de la
edad presente? Daniel había hablado de Antíoco Epífanes, que vendría a destruir el
templo y a levantar ídolos (Dan. XI, 31).
No es, pues, imposible que, bajo las palabras "abominación de la desolación"
tengamos el anuncio de grandes horas dolorosas, como fueron a la vez aquellas de
Antíoco y de Tito, y como lo serán aquellas de los tiempos en que aparecerá el
Anticristo.
El hombre de pecado, el impío, el hijo de perdición, querrá de tal manera
"remedar" a Dios que vendrá semejante al "Señor en su templo" (Mal. III, 1)30.
Si los católicos hablan muy poco de la vuelta de Jesús, sin embargo, todavía
piensan en el Anticristo.
No trataremos de precisar los tiempos de su venida y su verdadera personalidad,
porque es un "misterio de Iniquidad".
En el curso de los siglos se ha dado el nombre de Anticristo a todos los
perseguidores, dominadores o reformadores de la religión cristiana. Cuando se han
acumulado insultos contra un adversario, se le ha arrojado a la cara: "¡Anticristo!".
Fueron "Anticristos" para los católicos: Nerón, Juliano el Apóstata, Mahoma, Lutero,
Calvino, Napoleón.
Los protestantes han visto como tipo del Anticristo a los Papas. Ahora se refutan a
sí mismos y declaran que "este hombre de pecado" estará contra Cristo, mientras
que el Papa no puede ser considerado como el adversario de Cristo.
30
37
Sería de desear que los católicos cambiaran también de actitud y que no
volvamos más a leer encabezando un capítulo, en el libro de un conocido autor el
siguiente título: "Los Anticristos del Renacimiento". Esta lucha de palabras, entre los
cristianos (otros Cristos) ha durado ya demasiado.
El apóstol Pablo ha caracterizado este "adversario" de Cristo en términos precisos,
en una carta a los Tesalonicenses. Acaba de decir que el día del Señor no es
inminente y agrega: "Que nadie os engañe en ninguna manera: porque antes de
eso vendrá la apostasía y se manifestará el hombre de pecado, el hijo de la
perdición, el adversario que se levanta contra todo lo que se llama Dios o es
honrado con algún culto, hasta sentarse en el templo de Dios mostrándose a sí
mismo cono si fuere Dios… Ya está obrando el misterio de iniquidad, mas sólo hasta
que aparezca el que aún lo retiene"31.
Y entonces quedará descubierto el impío, que el Señor Jesús "exterminará con un
soplo de su boca y aniquilará con el resplandor de su advenimiento".
En su aparición este impío será, por el poder de Satanás, acompañado de toda
clase de milagros, señales y prodigios engañosos, con todas las seducciones de la
iniquidad para los que se pierdan, porque no han abierto su corazón al amor de la
verdad, que los hubiese salvado (II Tes. II, 3-11).
El Anticristo será como una encarnación satánica, será como el "Príncipe de este
mundo". "El se levantará", dice todavía Daniel, "contra el príncipe de los príncipes"
-- es decir Jesús, — "pero será despedazado sin mano" (Dan. VIII, 25) dispersado por
el soplo de la boca de Cristo: "con el aliento de sus labios matará al impío" (Is. XI,
4).
Dios permitirá, pues, un despertar de la potencia de las tinieblas, un "misterio de
iniquidad" antes de la consumación del "misterio del reino". Esta será la gran
seducción del mundo, la gran tribulación. San Mateo pone en guardia por tres veces
a aquéllos que verán falsos Cristos, falsos profetas, seductores, y estarán tentados
de decir: "el Cristo está, aquí o él está allí" (Mt. XXIV, 5.11.23-26).
En fin, nosotros tenemos una impresionante imagen de lo que podrá ser el
Anticristo, en las BESTIAS DEL APOCALIPSIS: Bestias de la tierra y bestias del mar.
Reúnen en sí la potencia, la autoridad y la fuerza.
La bestia que sube del mar es adorada y se exclama: "¿quién es semejante a la
bestia?".
Su autoridad se extiende. Seduce a los habitantes de la tierra, hace prodigios,
habla, es herida y revive; en fin hace morir a aquéllos que rehúsan adorarla (Apoc.
XIII).
Un poder de seducción, una psicosis colectiva marcarán, pues, la venida del
Anticristo.
En todos los siglos ha habido, por cierto, tiempos difíciles. San Juan dice que el
espíritu del Anticristo está "ya en el mundo" (I Jn. IV, 3). ¿No vemos surgir ya siglos
que anuncian su venida?
Así lo creemos. La apostasía de los "sin Dios" en Rusia soviética, y el neo-
paganismo hitleriano parecen encaminarnos hacia la manifestación del seductor de
toda la tierra.
Estudiaremos más adelante estos signos evidentes de la proximidad de los
tiempos del fin.
31
38
XII
“Dígoos
En aquella noche estarán dos en un mismo lecho.
"EL UNO SERA TOMADO Y EL OTRO SERA DEJADO".
"Estarán dos juntas moliendo.
"LA UNA SERA TOMADA Y LA OTRA SERA DEJADA.
"Dos hombres estarán en el campo.
"EL UNO SERA TOMADO Y EL OTRO SERA DEJADO" (Lc. XVII, 34-35).
Habrá, pues, en esta hora trágica UNA SEPARACION de los fieles y de los infieles:
Así como Dios pone a Noé al abrigo en el arca y a Lot sobre la montaña, Jesús
vendrá a poner al abrigo a los suyos. Tal es el parecer de San Jerónimo: "En el
momento en que la noche se acaba, al fin de los tiempos, es cuando Jesucristo
vendrá a poner en seguridad a los suyos" (Comentario sobre San Mateo, C. XIV, 25).
39
Los justos serán puestos en salvo. "Nosotros seremos todos arrebatados a una al
encuentro del Señor en el aire" (I Tes. IV, 17).
Con todo, permanecemos delante de un gran misterio.
Interroguemos a San Pablo.
XIII
"No queremos, hermanos, que estéis ignorantes acerca de los que se durmieron
(los muertos), a fin de que no os aflijáis, como los hombres que no tienen
esperanza. Porque si nosotros creemos que Jesús murió y resucitó, creamos también
que Dios traerá con Jesús a los que durmieron en Él. He aquí, en efecto, lo que os
declaramos según la palabra del Señor: Nosotros, los vivos, dejados para el
advenimiento del Señor, no nos adelantaremos a los que se durmieron. Porque,
dada la señal, a la voz del Arcángel, al son de la trompeta divina, el mismo Señor
bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros,
que vivimos, que nos hemos quedado, seremos arrebatados con ellos a una sobre
las nubes al encuentro del Señor en los aires, y así estaremos para siempre con el
Señor. Consolaos, pues, unos a otros con estas palabras" (I Tes. IV, 13-18).
Los evangelistas Mateo (XXIV), Lucas (XXI), Marcos (XIII) nos describen una escena
bastante semejante citando las palabras del mismo Jesucristo: "Ellos verán al hijo
del nombre venir en las nubes con gran poder y majestad; y ENVIARA A SUS
ANGELES con trompeta de sonido grande y congregarán a sus escogidos de los
cuatro vientos, desde una extremidad del cielo hasta la otra" (Mt. XXIV, 30-31).
Los elegidos serán reunidos y puestos en salvo como lo recordamos en el capítulo
precedente. Aquí se trata de otra cosa: de la selección "de los muertos en Cristo"
como dice el apóstol Pablo. La resurrección que tendrá lugar entonces es la que San
Lucas llama "la resurrección de los justos" (Lc. XIV, 14), el Apocalipsis: "la primera
resurrección" y ésta es la resurrección a la cual quería llegar Pablo "la de entre los
muertos" (Fil. III, 11).
Habría pues, que distinguir dos resurrecciones.
Los textos examinados directamente en la versión griega son claros y precisos 32.
Pero, desde el siglo IV, muchos exégetas dicen que se trata la primera vez de una
resurrección espiritual, aquella de nuestro bautismo. No es evidentemente esta
resurrección a la cual tendía el apóstol Pablo, sino más bien a "la de entre los
muertos".
San Pablo dice que se hará "a la voz del arcángel". Todo hace suponer que se trata
aquí de Miguel, "el gran jefe" en Daniel; el vencedor de Satán en el Apocalipsis,
aquel que defiende el cuerpo de Moisés contra el diablo en San Judas. El nombre de
arcángel no es, por lo demás, dado en las Escrituras más que a Miguel.
Después de la voz del Arcángel el sonido de la trompeta se hará oír. Los judíos
están familiarizados con estas reuniones al sonido de la trompeta, después del
Sinaí. En memoria del cuerno que conmovió los cielos el día de la promulgación de
la Ley, un instrumento llamado chófar convocaba al pueblo a regocijarse delante del
Señor. "Feliz el pueblo que conoce el sonido de la trompeta" (Sal. LXXXIX, 16).
En los días de fiesta al principio del año el chófar resonaba en Jerusalén y llamaba
al pueblo "a andar a la claridad de la cara de Dios" (Sal. LXXXIX, 16).
Sería, pues, inexacto considerar que la última trompeta será un llamado de
desolación, lo será sólo para los impíos; mas, para los justos, ¿qué llamado más
alegre que aquél?
32
40
El mismo Señor descenderá sobre las nubes y entonces veremos el más
prodigioso acontecimiento: "Los muertos en Cristo resucitarán primero" (I Tes. IV,
16).
XIV
41
Ezequiel ve primero una pradera cubierta de huesos completamente desecados y
Dios le dice: "Profetiza sobre estos huesos, y diles: ¡Oh huesos secos, oíd la palabra
de Jehová! Así dice Jehová el Señor, a estos huesos: He aquí que haré entrar espíritu
en vosotros y viviréis. Y pondré sobre vosotros carnes y os cubrirá de piel y pondré
espíritu en vosotros para que viváis, y conoceréis que yo soy Jehová. Profeticé,
pues, como me fué mandado y hubo un ruido mientras yo profetizaba; y luego he
aquí una conmoción; y se acercaban los huesos, hueso a hueso, y mirando yo, he
aquí que nervios y carne crecieron sobre ellos y cubriólos la piel por encima; pero
no había en ellos aliento. Entonces me dijo, profetiza al espíritu, ¡profetiza, oh, hijo
del hombre! y di al espíritu: Así dice Jehová el Señor: ¡Ven de los cuatro vientos, oh
Espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan! Y profeticé como me había
sido mandado; y entró en ellos espíritu y vivieron, y se puso en pie un ejército
sumamente grande" (Ez. XXXVII, 4-10).
Esta página impregnada de emoción y profundamente evocadora, hace eco a un
texto de Isaías que canta nuestra gloriosa esperanza: "¡Despertad y cantad vosotros
que moráis en el polvo! porque como el rocío de las hierbas es tu rocío, y la tierra
echará fuera los muertos" (Is. XXVI, 19).
XV
(Apoc. I, 7)
42
(Lc. XXIII, 30 y Apoc. VI, 16), pues "verán la señal del Hijo del hambre" (Mt. XXIV,
30).
¿Cuál es esta señal? Esta es sin duda la llaga del costado de Jesús, hecha por la
lanzada; los hombres no podrán substraerse a esta visión, que describe el profeta
Zacarías: "Y me mirarán a mí a quien traspasaron, y se lamentarán a causa del que
hirieron corno quien se lamenta de la muerte de un hijo único.
Y llorarán amargamente como uno que llora la muerte de su primogénito.
En aquel día será grande el duelo en Jerusalén, como el duelo de Adadremón en el
valle de Mageddo.
Y el país estará de duelo, cada familia por separado.
En aquel día habrá una fuente abierta a la casa de David y a los habitantes de
Jerusalén para lavar el pecado y la inmundicia" (Zac. XII, 10-13; XIII, 1).
Luego, todos los ojos de los hombres verán a aquél a quien traspasaron. Felices
aquéllos que habrán llorado a tiempo, amargamente, como se llora a un hijo
primogénito, pues "se golpearán los pechos por causa de él todas las tribus de la
tierra" (Apoc. I, 7). "Todas las tribus de la tierra se lamentarán" (Mt. XXIV, 30).
¡Tratemos de medir, si lo podemos, en el silencio del recogimiento, este supremo
encuentro de nuestro ojo con el costado abierto del Señor Jesús!
¡Todo ojo verá ese Corazón, abierto en la cruz!
Verdaderamente ésta será la "fuente abierta" para lavar todas las manchas, a
condición de que las lágrimas suban a tiempo a los ojos de los pecadores, y que los
"pechos, sean golpeados".
¡La lanza hirió el costado del Señor! De esta fuente corre el agua salvadora, de
esta llaga luminosa parten rayos para ir a golpear los pechos de los hombres y
hacer en ellos una llaga de arrepentimiento.
¡Llaga del costado de Jesús! ¡Llaga de arrepentimiento en el pecador! ¡Dos llagas
se aproximan para preparar el corazón a corazón, seguido del cara a cara!
***
33
43
SEGUNDA PARTE
REINARÁ
A Dios solo pertenece el reino como creador del mundo, de la tierra y de los cielos:
"Tu trono ha sido establecido desde el origen, tú eres desde la eternidad" (Sal. XCIII,
2). Tuyos son los cielos, tuya también la tierra, el mundo y cuanto contiene tú lo
fundaste" (Sal. LXXXIX9, 12).
Dios creó los animales después de los seres inanimados, y por fin al hombre para
que fuese el jefe de esta creación maravillosa. Dió a Adán una especie de
investidura divina y lo hizo depositario de una parte de su autoridad: "Sed fecundos,
multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar y las
aves del cielo y todo animal que se mueve sobre la tierra" (Gén. I, 28). El Sal. VIII
canta: "Lo has hecho un poco inferior a Dios, lo has coronado de gloria y de honor,
le has dado el imperio sobre las obras de tus manos, has puesto todas las cosas
bajo sus pies".
El hombre fué pues, establecido rey de la creación; debía someter la tierra, debía
dominar a los animales, todas las cosas fueron puestas bajo sus pies… Era pues
Adán quien debía reinar. Sin embargo, Dios para señalar su autoridad puso límite al
poder del hombre sobre todas las cosas. Se reservó un árbol. Y esta reserva fué
signo de su autoridad suprema. Desde el Paraíso quedó en salvo el principio de la
soberanía divina. La obediencia está puesta en la base de las relaciones del hombre
con Dios, y a Adán podría aplicársele la del Faraón a José: "Eres mi semejante, sin
embargo, por el trono seré yo más grande que tú" (Gén. XLI, 40).
Adán soportó mal la restricción absolutamente justa que Dios le puso. Dios le daba
todo gratuitamente por puro amor; ¿no podía acaso pedir en cambio un gesto libre
de amor de su creatura al reconocer su suprema soberanía? Conocemos la triste
historia: la tentación artera del maligno, la curiosidad de Eva, la debilidad de Adán,
y la acusación que él echó sobre la mujer. Con este gesto de independencia Adán
sobrepasaba sus derechos buscando en cierto modo arrebatar el reino de Dios para
hacerse rey él mismo y por él mismo. Después de la sublevación del ángel, Adán
dice a su manera: Ni Dios, ni Señor. El ángel caído obró del mismo modo; no pudo
aceptar su subordinación a Dios. "¡Cómo caíste de los cielos, oh lucero, hijo de la
aurora, haz sido derribado por tierra, tú que abatiste las naciones! Y tú eres aquél
que dijiste en tu corazón: Al cielo subiré, sobre las estrellas de Dios alzaré mi
trono… me remontaré sobre las alturas de las nubes; seré semejante al Altísimo"
(Is. XIV, 12-14)34.
34
44
El hombre, ha seguido el ejemplo del ángel orgulloso en su revuelta; ni el uno, ni
el otro comprendieron que la autoridad correspondía a Dios solo. Esta autoridad es
tal que Jesús mismo se somete a ella. Al entrar al mundo exclama: "He aquí que
vengo… quiero hacer tu voluntad, Dios mío" (Sal. XL, 8-9).
Cristo obediente viene al mundo a restaurar el reinó angélico y el reino terrestre
cuyos jefes perdieron la posesión por su insubordinación a Dios.
Pero esta restauración fué sólo parcial en su primera venida; no se realizará
plenamente sino después de su vuelta, con el establecimiento de su Reino. "En
nombre de su aparición y de su Reino" (II Tim. IV, 1).
Efectivamente, este reino no será instituido "sino en los tiempos de la
restauración de todas las cosas, de que ha hablado Dios en otro tiempo por boca de
sus santos profetas", como dice San Pedro (Act. III, 21). Entonces Dios juntará en
una "todas las cosas en Cristo, las cosas que están en los cielos y las que están en
la tierra" (Ef. I, 10).
Esta maravillosa concentración se hará después de la resurrección de los justos.
San Pablo nos describe de este modo la sucesión de los acontecimientos:
"Porque como en Adán todos ellos mueren, así también en Cristo todos ellos serán
vivificados. Pero cada uno en su propio orden; Cristo las primicias; luego los que son
de Cristo, al tiempo de su venida. Después viene el fin, cuando El entregará el reino
al Dios y Padre suyo; cuando haya ya abolido todo dominio y toda autoridad y
poder. Porque es menester que él reine hasta que ponga a sus enemigos debajo de
sus pies" (Cor. XV, 22-25).
Si Jesús tiene que entregar a su Padre un reino, es pues, preciso que El tenga un
reino, un reino claramente establecido.
¿Se ha realizado este reino?
Evidentemente no. Si su reino estuviera establecido, no diríamos "¡Venga tu
Reino!" y San Pablo no habría señalado el reino de Cristo como algo que acaecerá
después de su vuelta. "En nombre de su aparición y de su reino".
Actualmente Jesús participa del trono de su Padre. "Ahora no vemos aún que
todas las cosas le están sometidas” (Heb. II, 8), pero es preciso que su reino sea un
reino personal durante el cual dominará todas las cosas.
Pero volvamos al triste estado de decadencia del hombre para comprender que
Adán necesita un substituto. Si él por su orgullosa sublevación, abandonó la corona
real y el imperio del mundo ¿no deberá ser reemplazado un día — sobre la tierra —
por el verdadero rey, Jesucristo?
Adán — lo mismo que el Ángel rebelde — por su usurpación del poder, deja de ser
un investido y se hunde en el acto, pierde su cetro, la corona, el traje de la
inocencia y se le cierra las puertas del jardín en donde vivía en la presencia de Dios.
Arrojado sobre la tierra desolada se encuentra frente a aquél que expatriado del
cielo trataba de reconstruirse un reino terrestre, sobre el engaño del hombre.
Adán tendrá pues, que habérsela con Satanás. La identidad del pecado de orgullo
del uno y del otro los acerca, — a veces se unirán contra Dios — pero al mismo
tiempo serán eternamente enemigos. Asistiremos desde el Paraíso hasta el fin de
los tiempos a la lucha encarnizada de Satanás contra el hombre caído.
"Satanás, el de las profundidades espantosas" (Apoc. II, 24), sabe que el hombre
no está irremediablemente perdido y empleará toda su astucia y su mentira, como
que es el padre de la mentira, para arrastrar al hombre tras sí; arrojará la cizaña a
manos llenas justamente donde Dios ha plantado el buen grano. Construirá la
Babilonia terrestre, la gran prostituta de la cual nos habla en términos
impresionantes el Apocalipsis. Poseerá "el imperio de la muerte" (Heb. II, 14). Se
constituirá en "príncipe de este mundo".
45
Sin embargo, desde el Paraíso, Satanás, el aparente vencedor de Dios, ha oído el
anuncio de su derrota, en la promesa de Aquél que quebrantará su cabeza
substituyéndose a Adán caído (Gén. III, 15).
Después de la caída inicial, seguirán las otras; Caín mata a su hermano y el mal se
agranda en el corazón del hombre: "la tierra está conmovida y llena de violencia"
(Gén. VI, 11). Entonces Dios decide exterminar la raza humana a excepción de Noé
y de los suyos, el agua realizará la obra destructora y actúa la venganza de Dios. La
humanidad entera desaparece, salvo ocho personas asiladas en el Arca.
Pero después del diluvio los hombres se pervierten nuevamente y Dios se ve
obligado a constituir un pueblo aparte. Separa a Abrahán de en medio de los
paganos de la Mesopotamia, para llevarlo al país de Canaán. Coloca el sello de su
autoridad sobre el hombre fiel y le exige la circuncisión. Abrahán promulga esta ley
de parte de Dios en señal de alianza, en señal de "santificación" del elegido de Dios.
Abrahán, Isaac y Jacob formarán la maravillosa trilogía patriarcal, que recibirá en
su seno después de la muerte al pueblo escogido del Eterno; el seno de "Abrahán,
de Isaac y de Jacob". Dios mismo se llamará el "Dios de Abrahán, de Isaac y de
Jacob". Hombres de fe, llevan en sus almas la esperanza de la salvación dada al
mundo por el Ungido del Eterno (Heb. XI). Serán los coherederos de la promesa,
porque de su posteridad saldrá Aquél que redimirá al hombre, "destruyendo con su
muerte a aquél que posee el imperio de la muerte, es decir al demonio" (Heb. II,
14), para restaurar el reino terrestre y entregarlo en seguida a su Padre. En tiempo
de los patriarcas las promesas concernientes al Cristo son cada vez más precisas.
Pero he aquí a Moisés y a la Ley. Dios tiene piedad de su pueblo. Si aún no le envía
a su "Hijo amado" para salvarlo, da una legislación a su pueblo para prepararlo a
recibir al Mesías, a este pueblo a quien El mismo llama "su primogénito" y qué
deberá ser una imagen de Jesús, Hijo de Dios.
La Ley pues prepara durante quince siglos la venida de Cristo: "Todos hemos
recibido de su plenitud y gracia por gracia: porque la ley ha sido dada por Moisés y
la gracia y la verdad nos han venido de Jesucristo" (Jn. I, 16-17).
II
ES A MÍ A QUIEN RECHAZAN
PARA QUE NO REINE MÁS SOBRE ELLOS
Dios, que por medio del don de la Ley preparó a su pueblo para recibir a Cristo,
quería también prepararlo para acoger el reino mesiánico. El Mesías debía ante todo
sufrir, y sin su rechazo por parte de los judíos habría vuelto para reinar sin tardanza,
después de la Ascensión. Es indudable que en tiempo de la Ley, el Eterno quería
regir sobre Israel, su pueblo, gobernarlo como rey, ser su jefe militar y dirigir sus
combates.
Por el desenvolvimiento del poder teocrático, Dios se proponía formar a dicho
pueblo, educarlo, para que aceptara un día someterse a un rey visible: Cristo.
Si bien es cierto que Dios suscitó algunos jefes, como los Jueces, lo hizo en el
entendimiento de ser Él su único Rey. No quería de ningún modo que el pueblo
"escogido" fuera semejante a las otras naciones que se dan un rey para que las
domine.
Fácil es notar en algunos detalles, la actitud psicológica del pueblo de Dios, tan
profundamente indisciplinado. Analizándola, comprenderemos mejor cómo, muchos
siglos después, rechazará a su Mesías-Rey. ¡Permanecía el mismo espíritu, el del
hombre caído, siempre ambicioso de arrancar a Dios sus derechos y su autoridad!
La primera tentativa de Israel, para establecer sobre él una realeza humana, se
remonta a la época de Gedeón.
Cuando éste volvió victorioso de los Madianitas - victoria milagrosa debida
únicamente al poder divino - el pueblo lo aclamó y quiso hacerlo rey. Mas no aceptó,
y guardando la humilde actitud de un servidor delante del verdadero vencedor, dijo
46
a la muchedumbre que le oprimía: "No reinaré yo sobre vosotros, ni reinará mi hijo
sobre vosotros. JEHOVA REINARA SOBRE VOSOTROS" (Jue. VIII, 23).
A la muerte de Gedeón, el pueblo, deseoso de tener un rey, dió este título a
Abimelec, un usurpador, que inmediatamente lo aceptó. Entonces el hijo de Gedeón
protestó. Para dar autoridad a su voz, subió sobre el Garizim y exclamó: "oídme,
habitantes de Siquem a fin de que Dios os escuche: Juntáronse los árboles para
ungir un rey sobre ellos, y dijeron al olivo: Reina sobre nosotros; el cual respondió:
¿Cómo puedo yo desamparar mi pingüe licor de que se sirven los dioses y los
hombres, por ir a ser superior entre los árboles? Dijeron, pues, los árboles a la
higuera: Ven y reina sobre nosotros; la cual les respondió: ¿Debo yo abandonar la
dulzura y suavidad de mi fruto, por ir a ser superior entre los otros árboles? Se
dirigieron después los árboles a la vid, diciendo: Ven y reina sobre nosotros; la cual
respondió: Pues qué, ¿puedo yo abandonar mi vino, que alegra a Dios en los
sacrificios y a los hombres en los convites, a trueque de ser reina de los árboles?
Finalmente los árboles todos dijeron a la zarza: Ven y reina sobre nosotros; la cual
respondió: si es que con verdad y buena fe me constituís por reina vuestra, venid y
reposad a mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza, y abrace los cedros del
Líbano". (Jue. IX, 7-15).
Fácil es comprender el irónico símbolo de la zarza que reinando no tiene nada que
perder; nada que dar; que ofrece su sombra… y que amenaza aún con ahogar a los
cedros del Líbano!
He aquí una imagen de una realeza terrestre que se inspiraba sólo en el orgullo y
que de buena gana se cierne sobre los demás hombres.
El pueblo debería haber aprovechado la lección, y renunciar a su petición de
tener: "Un rey como las otras naciones". Mas no fué así. Cuando Samuel envejeció,
los ancianos se reunieron en Rama y le dijeron: Establece sobre nosotros un rey
como en las otras naciones…"
"Y descontentó a Samuel esta palabra que dijeron: Danos rey que nos juzgue. Y
Samuel oró a Jehová. Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que
te dijeren: porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que
no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los
saqué de Egipto hasta hoy, que me han dejado y han servido a dioses ajenos, así
hacen también contigo. Ahora pues, oye su voz, mas protesta contra ellos
declarándoles el derecho del rey que ha de reinar sobre ellos" (1 Rey. VIII, 6-9).
Dios como Rey supremo es arrojado por su pueblo, como lo ha sido por Adán,
como Jesús lo será por los judíos, como cada uno de nosotros lo rechaza prefiriendo
el ídolo del "yo" o del dinero, ese Mammón temible de los últimos tiempos.
Entonces Dios ordena a Samuel consagrar a Saúl y más tarde, después de la
desobediencia de éste, le ordena hacer rey a David.
Los planes de Dios parecen destruídos. La realeza del Eterno es sustituida por una
realeza humana que regirá a Israel en adelante. El hombre va a dirigir sus miradas
hacia el hombre, en lugar de elevarlas, cargadas de esperanzas, hacia un rey divino.
Pero Dios no se deja vencer por el mal y frustra los designios perversos de los
hombres.
El rey David será el antepasado directo de Cristo. Su raza será bendita porque
Jesús será el "Hijo de David". "Yo soy" — dirá — "la raíz y la posteridad de David"
(Apoc. XXII, 16).
A David, pues, son conferidas las más magníficas promesas mesiánicas: "Tu casa
y tu realeza estarán aseguradas para siempre, tu trono será afianzado para
siempre" (II Rey. VII, 16).
El ángel Gabriel confirmará a la Virgen esta profecía: "Se le dará el trono de
David, su padre" (Lc. I, 32).
Así, la organización de la realeza humana, contraria al principio a la voluntad de
Dios, llegó a ser la figura de aquella de Cristo, raíz y posteridad de David.
Desde ese momento se puede presentir el reino glorioso y futuro de Jesús, del cual
el de Salomón fué la impresionante figura.
La historia del pueblo de Israel se desarrolló en función del Mesías.
Pero, a la realeza de David, Dios debía agregar un nuevo poder: el ministerio
profético.
47
III
El ministerio de los profetas fué el medio escogido por Dios para quedar en
contacto, con su pueblo. Fié como un puente entre David, el rey-profeta, y Jesús,
Rey también y Profeta. "El rollo del libro" se escribió entonces.
Hacía cuatro siglos que había cesado de oírse la voz de Malaquías, el último de los
profetas, cuando por fin se realizó una de sus palabras: "He aquí que yo envío mi
mensajero y él preparará el camino delante de mí" (Mal. III, 1, citado por Lc. VII, 27
y Mt. XI, 10).
Aparece Juan Bautista. Viene para allanar el camino al rey que se acerca.
En Oriente, sobre todo, a causa de la imprecisión de las rutas en el desierto, las
regias comitivas iban precedidas de una tropa de hombres, enviados para trazar el
camino, aplanarlo y retirar los obstáculos. A falta de un grupo de enviados, un
heraldo corría delante del carro del rey. Elías corrió así delante de Acab (III Rey.
XVIII, 46).
El Bautista que viene en "el espíritu y el poder de Elías" (Lc. I, 17) será la "voz del
que clama en el desierto: ¡Preparad el camino de Jehová, allanad en el campo
estéril una calzada parla nuestro Dios! Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y
collado; conviértase en llano la altura y en cañadas los ásperos declives" (Is. XL, 3-
4, citado por Lc. III, 4-6; Mc. I, 2-3; Mt. III, 3; Jn. I, 6).
Este texto de Isaías corresponde exactamente a la preparación del camino delante
de una comitiva real en movimiento 35. Ahora es precisamente un rey al que el
precursor anuncia: "Arrepentíos PORQUE EL REINO DE DIOS ESTA CERCA"' (Mt. III,
2). El arrepentimiento es la condición para el establecimiento del reino de Dios. San
Pedro no hablará de otro modo (Hech. II, 38; III, 19-21).
Pero, ¡aquí viene Cristo!
"EL TIEMPO SE HA CUMPLIDO" (Mc. I, 15), ese tiempo marcado por los profetas, y
muy particularmente por Daniel36.
Desde su nacimiento es reconocido rey por algunos de entre los judíos y los
gentiles: "¿Dónde está el rey de los Judíos que acaba de nacer?" (Mt. II, 2)37.
Pero ¿será él quien restaure el reino de Israel? ¿Será él quien empuñe el cetro
salido de Judá y rechace la dominación romana que se extiende sobre el pueblo de
Sión?
"Mi reino no es de este mundo" declara a Pilato; lo que significa: mi reino no
procede de este mundo38. Pero a la pregunta de Pilato: "¿Eres tú rey?" Jesús
responde: "Tú lo dices; YO SOY REY, PARA ESTO NACI" (Jn. XVIII, 36-38).
Jesús nació para ser rey, pero su reino no querrá recibirlo, ni de Satanás, que se le
ofreció, ni de la multitud agradecida por el milagro de los panes y que quiere
apoderarse de Él y hacerlo rey.
Estudiemos estos dos episodios.
35
Es preciso haber visto la destreza de los árabes para aplanar una vía.
Recuerdo que yendo del Tabor a Naim, por caminos no trazados, nuestros
veinticinco autos se encontraron detenidos ante una fosa profunda. Nuestros
chauffeurs descendieron y, en unos minutos, la fosa estuvo tapada.
36
Según la célebre profecía de las setenta semanas de años (Dan. IX, 24-27).
37
Ver anteriormente: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?".
38
48
El primero en ofrecer la realeza a Cristo en los principios mismos de su vida
pública, es el "Príncipe de este mundo".
Extraña escena aquélla que se desarrolla sobre la árida montaña que domina la
planicie de Jericó. Allí se lleva a cabo un drama análogo al del Edén. Satanás trata
de destruir la realeza de Cristo así como destruyó la de Adán, por una tentación de
orgullo.
Desde la cima de la montaña, Satanás muestra a Jesús todos los reinos de la tierra
con el fin de excitar su codicia y le dice: "YO TE DARE todo el poder y la gloria de
estos reinos, PORQUE ME HA SIDO DADO Y LO DOY A QUIEN QUIERO. Será tuyo si
postrándote delante de mi me adorares" (Lc. IV, 6-7).
Resalta en este texto el hecho de que Satanás es realmente "príncipe de este
mundo", por la caída de Adán. El poder '"me ha sido dado y lo doy..." Ahora bien, él
pretende investir de su realeza usurpada al rey de reyes. La ofrece del mismo modo
que Dios: "Siéntate a mi diestra", porque Satanás "tiene un trono" (Apoc. II, 13).
Tremenda ironía la de esta oferta predicha por el Salmista: "¿Juntaráse contigo el
trono de iniquidades?" (Sal. XCIV, 20).
Satanás no ha tenido probablemente el conocimiento pleno del alcance de su
ademán seguido tan pronto de su derrota. Con todo, su odio se hará más feroz aún
contra aquél que exclamó: "¡Retírate Satanás!" (Mt. IV, 10). Fomentará la guerra
contra El hasta la muerte. En la trágica hora de Getsemaní, Jesús reconocerá su
acción evidente: "El Príncipe de este mundo viene, pero no tiene nada en mí" (Jn.
XIV, 30).
Después del diablo, fué el pueblo quien ofreció la realeza a Jesús a raíz de la
multiplicación de los panes. Pero, "conociendo Jesús que iban a venir a apoderarse
de Él para hacerle rey, se retiró solo a la montaña" (Jn. VI, 15). Es necesario
comprender bien esta actitud: en efecto, Cristo no podía ser proclamado rey en otra
parte que en Jerusalén. Las profecías eran claras sobre el particular; su reino venía
de lo alto, venía de Dios: "SOY YO quien ha ungido mi rey sobre Sión, mi santo
monte" (Sal. II, 6). El día de los Ramos, en Jerusalén, Jesús aceptó la aclamación
entusiasta del pueblo. ¿No debió traer consigo la de los jefes de la Sinagoga? Esta
era la adhesión que Dios hubiera querido para su Cristo, si Israel no hubiese
desechado su llamamiento.
Cristo permitió pues, el cortejo triunfal de Betfagé al Templo y montado sobre el
pollino acoge los cantos y los "hosanna" de los niños: "Bendito sea el Rey que viene
en nombre del Señor; paz en el cielo y gloria en las alturas" (Lc. XIX, 38). "BENDITO
EL REINO QUE VIENE DE NUESTRO PADRE DAVID" (Mc. XI, 10).
Pero nuestro Salvador no fué reconocido rey por los jefes — antes por el contrario
—; ellos "buscaban cómo hacerlo morir porque le tenían miedo" (Mc. XI, 18).
Entonces Jesús lloró sobre Jerusalén: "¡Oh, si también tú conocieses, al menos en
este día que se te ha dado, lo que toca a tu paz! Mas ahora está encubierto de tus
ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te cercarán con baluarte, y
te pondrán cerco, y de todas partes te asediarán. Y te, derribarán a tierra, y a tus
hijos dentro de ti; y no dejarán sobre ti piedra sobre piedra por cuanto no conociste
el tiempo de tu visita" (Lc. XIX, 42-44).
"¡Jerusalén, Jerusalén! Yo os lo digo, ya no me veréis más hasta tanto que digáis:
Bendito sea el que viene en el nombre del Señor" (Mt. XXIII, 37-39).
La ciudad Santa y sus sacerdotes han desconocido al Rey. El establecimiento del
reino es, desde entonces, rechazado hasta que resuene el mismo grito, aquél de los
niños en el día de las palmas: "BENDITO SEA EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SE-
ÑOR"39.
***
39
Con qué respeto y con cuánto amor deberíamos pronunciar estas palabras
en el Sanctus de la misa; palabras anunciadoras de la Vuelta de Cristo.
49
de júbilo y se unió a los Sanedritas, el viernes de la "Preparación" para reclamar la
muerte de aquél que cinco días antes aclamara ella misma rey de Israel. Este título
de rey — aceptado por Jesús — fué el motivo de la acusación lanzada contra él.
"Nosotros hemos encontrado a este hombre… DICIENDOSE A SI MISMO CRISTO REY"
(Lc. XXIII, 2). Y, cuando fué crucificado, "colocaron sobre su cabeza la causa escrita
de su condenación: ESTE ES JESUS, EL REY DE LOS JUDIOS" (Mt. XXVII, 37).
Es pues, la realeza de Cristo la que el pueblo y sus jefes quisieron abolir, bajo las
burlas, los sarcasmos y con una crueldad llevada hasta la muerte de cruz.
Conocemos el desprecio de Herodes por aquél a quien despidió, después de
"haberlo revestido con una túnica resplandeciente" (Lc. XXIII, 11), es decir, con una
túnica real. Los soldados completaron el atavío de este rey de irrisión; tejieron sobre
su cabeza una corona de espinas, colocaron una caña en su mano y doblaron la
rodilla delante de Él para ridiculizarlo diciendo: "SALVE, REY DE LOS JUDIOS". Luego
le abofetearon y le escupieron en el rostro (Mc. XV, 16-18; Mt. XXVII, 28-30; Jn. XIX,
2-3).
Pilato, después del interrogatorio, le presentó a los judíos, diciendo: "¡HE AQUI A
VUESTRO REY!" La multitud gritó: "¡Quítalo! ¡Quítalo! ¡Crucifícale!" Pilato les dijo:
"¿Crucificaré a vuestro Rey?" Los príncipes de los sacerdotes respondieron: "No
tenemos rey sino a César" (Jn. XIX, 14-15).
Aquellos que debían haber aclamado al Hijo de Dios, su rey de bondad, de
mansedumbre, de justicia y de paz, declararon por el César, su enemigo!...
Ellos también quisieron un rey como tienen "las otras naciones". Los hijos imitan a
sus padres, los cuales reclamaban de Samuel este extraño privilegio.
Jesús podía pensar sobre su cruz: "Es a mí a quien rechazan para que no reine
sobre ellos" (I Sam. VIII, 7).
Los judíos de entonces, que odiaban la dominación romana, proclamaron, sin
embargo: "¡No tenemos rey sino a César!" ¡Sí, César!
Tendrán al César y sabrán lo que es una ciudad sitiada y destruída por el César!...
Jesús es rechazado definitivamente.
La ironía de los sacerdotes se expresa una última vez delante del Crucificado:
"¡Que el Cristo, el REY DE ISRAEL, descienda ahora de la cruz!" (Mc. XV, 32).
Mas he aquí que en medio de los gritos, de las burlas, de las blasfemias, que
resuenan ya varias horas sobre el Gólgota, la voz de un moribundo, la de un
malhechor que comparte el suplicio de la cruz, se levanta para dejar oír la palabra
de verdad: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" (Lc. XXIII, 42).
Este hombre cree en la vuelta de Cristo y en el reino de Cristo, y así lo asegura por
su petición: "CUANDO VENGAS EN TU REINO".
El ladrón esperaba algo más que un reino espiritual, como se le llama a menudo;
hablaba a Jesús de ese momento en que El volvería con sus santos, para
ESTABLECER SU REINO, PARA LEVANTAR NUEVA Y DEFINITIVAMENTE LA TIENDA DE
DAVID. (Act. XV, 16), para obrar como rey, y tomar posesión del trono, destinado en
su origen a Adán, pero vacío y que espera desde el Edén al que lo ha de ocupar.
IV
El reino había estado "cerca" (Mt. IV, 17), pero los jefes de la nación no lo habían
recibido cuando estaba "en medio de ellos"40. Ahora se ha alejado. Y el Maestro
40
"El reino de Dios en medio de vosotros está" (Lc. XVII, 21). Generalmente se
traduce por "dentro de vosotros está" Y SE APOYAN EN ESTA TRADUCCION PARA
DECIR QUE JESUS SOLO VINO A TRAERNOS UN REINO ESPIRITUAL, ESCONDIDO EN
NUESTROS CORAZONES. No sólo el original griego admite la traducción "en medio",
o "entre vosotros", sino que los fariseos, sus enemigos, no pueden pretender ser
aquéllos a los cuales Jesús declara que ha establecido su reino en sus corazones.
50
dice: "Seréis mis testigos hasta las extremidades de la tierra"; era esto anunciar
que su vuelta y su reino tardarían porque era necesario que la palabra del reino
fuese antes predicada a todas las naciones (Lc. XXIV, 47).
Pero en espera del establecimiento del reino de gloria, siempre prometido, los
discípulos debían buscar el reino de gracia que los "misterios" les habían revelado.
Una página del evangelista San Lucas pone de relieve estos misterios,
determinando tres tiempos: Un reino que vino, pero fué desechado. Un reino
misterioso, el actual. Un reino glorioso, por venir.
"Preguntado POR LOS FARISEOS cuándo vendría el reino de Dios (Jesús), les
respondió: "No ha de venir el reino de Dios con muestras aparatosas ni se dirá: Vele
aquí o vele allí; antes tened por cierto que ya el reino de Dios en medio de vosotros
está". "Y A LOS DISCIPULOS DIJO: Vendrán días cuando desearéis ver uno solo de
los días del Hijo del hombre y no lo veréis. Entonces os dirán mírale aquí, mírale allí.
No vayáis tras ellos ni vayáis en su busca. Porque, como el relámpago brilla y se
deja ver desde un cabo del cielo hasta el otro, iluminando la atmósfera, así se
dejará ver el Hijo del hombre en el día suyo. Mas es menester que primero padezca
muchas cosas y sea desechado de esta nación" (Lc. XVII, 20-25).
La respuesta a los fariseos concierne al reino aparecido realmente sobre la tierra,
por la presencia corporal de Jesús: "El reino de Dios está entre vosotros".
Pero, sin embargo, el reino no venía de manera que llamara la atención. No
aparecía según las concepciones rabínicas un reino mesiánico puramente terrestre.
Era un reino de una naturaleza diferente y que respondía a la palabra del Señor: "Mi
reino no es de este mundo". Yo no recibiré mi realeza sino de Dios, no del mundo,
como los reyes ordinarios; yo regiré mi pueblo del modo que Dios quería hacerlo
cuando fué rechazado en tiempos de Samuel.
A los discípulos Jesús les dice: "Vosotros desearéis ver uno de los días del Hijo del
hombre, y no lo veréis".
"¡No lo veréis!". Es el caso de todos los que esperan a Cristo desde la Ascensión.
Es la época del reino MISTERIOSO Y ESPIRITUAL — aquél — durante el cual la
Iglesia, la Esposa amada suspira.
Los hijos de Dios deberían clamar sin cesar: "¡Venga tu reino!" "¡Ven, Señor
Jesús!".
Mas un tiempo vendrá por fin en que "como el relámpago que brilla e ilumina
desde un cabo del cielo hasta el otro”, el Hijo del hombre aparecerá y establecerá
su reino esplendoroso de gloria. Entonces "todo ojo le verá".
En este texto de San Lucas están netamente designadas las tres etapas del reino
mesiánico.
Seguramente, si muchos hubieran tenido la fe del ladrón, la espera de la Iglesia
hubiera sido corta.
Si después de la Resurrección, y en la época de la predicación apostólica, los
judíos y sus sacerdotes hubieran reconocido a Jesús, Salvador y Rey, ¿acaso no
habría vuelto ya Jesús desde hace tiempo para la manifestación de su reino visible?
Las conversiones efectuadas el día de Pentecostés a la palabra de Pedro (Hech. II),
se habrían renovado si el corazón de los auditores hubiese sido traspasado más a
menudo.
Es el arrepentimiento, es la purificación de los corazones lo que apresurará la
plenitud del número de los escogidos y por ahí la vuelta de Cristo, como lo
enseñaba San Pedro: "POR TANTO HACED PENITENCIA Y CONVERTIOS, a fin de que
sean borrados todos vuestros pecados, PARA QUE LLEGUEN LOS DIAS DE PARTE
DEL SEÑOR Y EN-VIE a AQUEL QUE OS HA DESTINADO, EL CRISTO JESUS, al cual de
cierto conviene que el cielo acoja HASTA LOS TIEMPOS DE LA RESTAURACION DE
TODA LAS COSAS, las que Dios anunció por boca de sus santos profetas… Todos los
profetas que han hablado sucesivamente desde Samuel han anunciado aquellos
días" (Hech. III, 19-24).
Aquí no cabe duda alguna. En esta "restauración de todas las cosas", Pedro tiene
ciertamente presente el reino mesiánico por venir, el mismo del que hablaron
¡Qué de lamentar es que se extraiga así una frase del contexto para darle una
aplicación exclusivamente espiritual, cuando tiene un sentido literal tan obvio!
51
profusamente todos los profetas. Será la "restauración" maravillosa del reino que
Adán perdiera.
***
El Señor Jesús conocía lo que sería el futuro: el rechazo persistente del Evangelio
por parte de los judíos y el endurecimiento de los corazones; y es por esto que su
enseñanza sobre el reino de Dios había sido ampliamente desarrollada.
En efecto, el Maestro daba una gran importancia a las máximas y parábolas que
pronunciaba sobre los misterios del reino, porque estaban destinadas a sustentar la
vida moral y espiritual de su Iglesia, durante el curso de las edades, hasta su vuelta.
Quería establecer durante el tiempo de su ausencia, un REINO DE GRACIA, para
preparar y apresurar la manifestación del reino de Gloria.
Este reino de gracia nos fué preparado por Él mismo — como consecuencia del
rechazo que debía soportar en su primera venida, — mientras que EL REINO DE
GLORIA ES MAS PARTICULARMENTE EL DON DEL PADRE, "preparado desde el origen
del mundo" (Mt. XXV, 34).
Las Escrituras mencionan DOS TRONOS — asociados a estos dos aspectos del
reino — el de la gracia y el de la gloria. Es necesario que nos lleguemos, EN ESTA
VIDA, al TRONO DE LA GRACIA (ver Heb. IV, 16), pero "Jesús se sentará para juzgar
en el TRONO DE SU GLORIA" (Mt. XXV, 31).
El reino de gloria no se alcanzará sino por el de la gracia, que se realiza y florece
en lo íntimo del alma, en el seno de la Iglesia.
A este reino hace alusión el apóstol Pablo cuando escribe a los Colosenses: "Dad
gracias al Padre que nos ha transportado al reino del Hijo de su amor en el que
tenemos la redención, lo remisión de los pecados" (Col. I, 13-14). Mientras estamos
bajo este reino de gracia es necesario prepararnos "a comparecer delante de Él
(Cristo), santos, irreprensibles y sin reproche" (Col. I, 22). Y a la Iglesia, Esposa de
Cristo, le ha sido dicho: "Se ha entregado Él mismo por ella… a fin de hacerla
comparecer delante de Él llena de gloria, sin mácula, sin arruga, ni cosa semejante,
sino siendo santa e inmaculada" (Ef. V, 25-27).
Nosotros no apareceremos así, delante del trono de gloria, si no hemos sabido
llegarnos en esta vida "al trono de la gracia" y sacar de la enseñanza de Cristo la
ciencia del reino de Dios.
Esta ciencia maravillosa está contenida principalmente en las máximas y
parábolas de Cristo.
El sermón de la montaña, que debía transformar las leyes morales y las relaciones
fraternales, está basada en esta búsqueda ardiente del reino de Dios en el alma,
durante el tiempo de la gracia, para obtener el efecto de sus promesas en el reino
de la gloria que está prometido a los pobres y a los perseguidos.
Desde la barca, Jesús da una serie de parábolas conocidas bajo el nombre
genérico de "Parábolas del reino". En ellas se UNEN EL TIEMPO DE LA GRACIA CON
EL DE LA GLORIA, porque se refieren a entrambos. Por esto las parábolas del reino
siempre tendrán un carácter misterioso y enigmático.
Jesús decía a sus discípulos: "¡A VOSOTROS os ha sido dado conocer los misterios
del reino de los cielos, a ELLOS no les ha sido dado!" (Mt. XIII, 10-12).
"A VOSOTROS"… decía el Maestro, es decir, a todos aquellos que para
comprender esos "misterios del reino" se dejarán penetrar por su palabra contenida
en los Evangelios y en las Escrituras.
A esos solamente será "dado conocer", poseer "la llave de la ciencia" (Lc. XI, 52) y
"el tesoro escondido" (Mt. XIII, 44): porque a "ellos", a los que no profundizan las
Escrituras, quedarán ocultos los misterios. "El maligno viene y arrebata lo que está
sembrado" (Mt. XIII, 19).
Sólo la lectura atenta de la Biblia nos permitirá distinguir los tres aspectos del
reino y no confundirlos EN EL TIEMPO41.
41
52
Resumiremos así estos "misterios del reino":
EN EL TIEMPO DE LA VIDA TERRENA DE JESUS. El reino de Dios estaba "en medio"
de Israel. Pero este reino fué rechazado por los judíos.
EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA. Desarrollo del reino de gracia — reino misterioso y
espiritual — durante el cual pedimos el reino por venir. "¡Venga tu reino!".
EN EL TIEMPO DE LA VUELTA DE CRISTO. Establecimiento del reino de la gloria,
reino visible y plenario, universalmente reconocido.
***
53
Estos poderosos parecen encarnar la oposición del mundo a Dios, único Rey y a
Jesús, "Príncipe de los reyes de la tierra" (Apoc. I, 5) porque "han puesto su
esperanza en la vara de su mando y en su gloria"42.
"Dios es terrible", cantaba el Salmista, "para los reyes de la tierra" (Sal. LXXVI,
13). ¡Qué fin les espera, a ellos, a todos aquellos que se hacen "reyezuelos", es
decir, rebeldes a la dominación de Dios que es soberana y sin límites!
Nos levantamos contra su reino de gracia cada vez que ponemos condiciones a
sus órdenes, ya sea que estas se nos manifiesten por los acontecimientos, ya sea
que se nos den en lo más secreto del alma por la conciencia que nos habla. ¿Qué
pasará entonces el día del reino de gloria?
***
42
"Le Livre d'Hénoch". Trad. Francois Martin, Letouzey, 1906. Este libro
apócrifo merece, sin embargo, seria consideración puesto que el Apóstol Judas
Tadeo no teme citarlo.
43
Reino babilónico.
44
54
al oro (Dan. II, 44-45) serán arrebatados como el tamo de las eras de verano: y
levantólos el viento, y nunca más se les halló lugar" (Dan. II, 25).
La "piedra" es evidentemente Cristo. Pero no es posible, como dicen muchos
exégetas católicos que sea Cristo en el tiempo de su primera venida. El imperio
romano estaba entonces en toda su fuerza; cinco siglos transcurrieron después de
la muerte de Jesús antes que fuese arruinado y substituído por los reinos bárbaros
en Occidente. No es pues el nacimiento de Cristo lo que causó el derrumbe del
imperio romano.
En cuanto al poder de los reinos que le han sucedido, no ha sido destruído aun.
¿Han sido acaso arrebatados como "el tamo de trigo que se eleva en la era?"
Actualmente, ¿es Cristo acaso el único Rey? Evidentemente que no. "No vemos
todavía ahora que todas las cosas le están sometidas" (Heb. II, 8).
Parece seguro que los dedos de los pies de la estatua — mezcla de hierro y arcilla
— representan todos los estados nacidos de Roma, dictaduras y repúblicas, reinos
debilitados, pero subsistentes todavía, más inclinados a arruinar el reino de Dios
que a ofrecerle sumisión.
Nuestros estados occidentales, ¿no son nacidos de Roma? Aún siendo Repúblicas,
la ley romana las rige. Roma prolongará su acción en los "dedos de los pies" hasta
el día en que la "piedra" que es Cristo a su vuelta para el reino de gloria, golpeará al
coloso triturando los dedos de sus pies.
Entonces será derrumbado.
Si la estatua maravillosa de oro, plata, bronce, hierro y barro existe siempre, no es
más que una estatua de ceniza, guardada al abrigo del aire. EL DIA EN QUE CRISTO
APARECERA, TODOS LOS REINOS Y TODAS LAS DICTADURAS PASADAS Y PRESENTES
SERAN DESTRUIDAS EN UN ABRIR Y CERRAR DE OJOS; los brillantes metales no
serán más que un tamo sin consistencia que arrebata un viento de verano.
El sueño dé Nabucodonosor y su interpretación nos muestran la destrucción, a la
vuelta de Cristo, de la reyecía, tomada en su acepción más general.
Toda autoridad será recogida por Cristo. Sí, toda autoridad. En él se concentrarán
todos los poderes celestes y terrestres. Todas las autoridades de la tierra, que han
sido ejercidas desde Adán hasta el fin, autoridades imperfectas, menguadas, a
menudo, culpables, injustas y violentas; todas estas autoridades débiles o
falseadas, usurpadas o degeneradas serán restablecidas según la justicia de Cristo,
cuyo trono se asentará sobre la "justicia y equidad" (Sal. LXXXIX, 15).
Serán restauradas estas autoridades en cada uno de los redimidos, de los
vencedores porque, al lado del Rey de los reyes, cada elegido será rey.
Restablecimiento incomparable del poder de Adán y de todos los poderes conferidos
por Dios a los hombres en el curso de los siglos.
Jesús será realmente el "PRINCIPE DE LOS REYES DE LA TIERRA".
VI
(Sal. CX, 6)
Los reinos de la tierra, simbolizados por la estatua en sus diversas partes, serán
aniquilados cuando aparezca el reino de Jesucristo. Dos salmos mesiánicos (II y CX)
nos anuncian cómo se efectuará la destrucción de los reyes en el día de la cólera de
Dios y del Cordero.
Relacionaremos con estos salmos algunos textos que nos permitirán entrever la
hora tan particularmente trágica en la cual "todo principado, toda potestad y toda
virtud serán aniquilados, porque es preciso que EL REINE" (I Cor. XV, 24).
La realeza que en sí misma es la mayor participación del poder de Dios, que
delega en un hombre una parte de su autoridad soberana, ha llegado a ser, por la
caída de Adán, la carga más temible que existe. Debemos considerar este vocablo
de "realeza" como aplicable a toda fuerza gubernamental, aún más, a toda
paternidad; esto era lo que hacía pronunciar a Jesús estas graves palabras cuando
subía el Gólgota y pensaba en el fin de los tiempos: "Días vendrán en que se dirá:
55
dichosas las estériles" (Lc. XXIII, 29). Dichosos serán entonces los que hayan vivido
como pequeñuelos, lejos de las grandezas terrenales, la cólera no caerá sobre ellos.
Pero oigamos en el Salmo II a los reyes de la tierra alzados contra Dios: "Se
levantan los príncipes, celebran consejo contra Jehová y contra su ungido:
ROMPAMOS SUS LIGADURAS, dicen ellos, Y SACUDAMOS LEJOS DE NOSOTROS SUS
CADENAS".
¡Es el grito de los orgullosos de la tierra que quieren sacudirse del yugo de la
autoridad de Dios y de su Cristo! En los últimos días esta sorda rebelión tomará la
magnitud de una coacción. Pero… "El que está sentado en los cielos se sonríe. El
Señor se burla de ellos".
Esta sonrisa de Dios; esta burla divina es la primera respuesta ¡y cuán temible ya!
Pero después de esta risa irónica Dios va a manifestar su fuerza: "Hablará en su
cólera; en su furor los llenará de espanto" y a esta rebelión de los reyes opondrá el
establecimiento definitivo de su "rey". "¡Y YO HE ESTABLECIDO MI REY SOBRE SION,
MI SANTO MONTE!... ¡TU ERES MI HIJO! PIDEME Y TE DARE LAS NACIONES POR
HERENCIA Y POR DOMINIO LAS EXTREMIDADES DE LA TIERRA; TU LOS QUEBRAN-
TARAS CON VARA DE HIERRO, LOS DESMENUZARAS COMO EL VASO DEL
ALFARERO"48.
Jesús va a quebrantar, por lo tanto, la resistencia de los insumisos, de los
rebeldes, con vara de hierro. Este mismo atributo lo caracteriza en el Apocalipsis
(XIX, 15); empuñará también la espada y pisará el lagar del vino del furor y de la ira
del Dios todo-poderoso.
Simbólicamente, sin duda, se dice que Jehová traspasará a sus enemigos con la
espada, que los herirá con la vara, que los pisará como la uva en el lagar, o los
desmenuzará como vaso de alfarero. Esta última imagen es muy oriental. Recuerdo
haber visto, en las puertas de Jerusalén, comerciantes que vendían esas vasijas de
barro que sirven para traer agua del manantial. Mientras llegan los compradores,
las vasijas se colocan en montones, unas sobre otras. Imaginemos que alguno se
ponga a saltar sobre tan frágiles recipientes; en pocos instantes quedaría destruída
la fortuna del alfarero.
¡De igual modo los poderosos, los hombres políticos de todos los tiempos, los que
poseen la autoridad religiosa, si hubieren sido infieles a su misión, serán
desmenuzados en su orgullo, como vasijas de barro!
La misma escena se halla descrita en el salmo CX.
Comienza por anunciar la Ascensión de Jesús y su participación al trono de Dios:
"Siéntate a mi diestra (dice el Eterno Padre) hasta que yo ponga a tus enemigos por
peana de tus pies". Jesús aguarda, actualmente, esta peana de sus pies: la ruina de
sus enemigos. Luego, el Salmista, a su vez, habla de Cristo y dice "La vara de tu
fortaleza enviará Jehová desde Sión (el monte santo: siempre la montaña que sale
de la piedra); DOMINA EN MEDIO DE TUS ENEMIGOS.
Enemigos que vencer evocan la idea de guerra y de encarnizados combates.
Asistimos en efecto a la concentración de los ejércitos: "El pueblo fiel acude; son
jóvenes guerreros, numerosos como el rocío que brota (por pequeñísimas gotas) del
seno de la aurora. Llevan paramentos sagrados"49.
Y he aquí que en el momento del combate Dios mismo deja su trono y va a
colocarse al lado derecho de su Ungido, y a quebrantar con El a LOS REYES en el día
de su cólera.
Hay en este salmo una aproximación sorprendente de los dos Advenimientos.
Jesús se sienta sobre el trono a la diestra del Padre cuando ha acabado la obra del
primer advenimiento; en el segundo es el Padre quien viene a colocarse a la diestra
de su Hijo para sostenerlo en la última lucha: "El Señor está a su diestra".
48
El Salmo II es citado a menudo en la Escritura. Así: Hech. IV, 25.28; XIV, 33;
Heb. I, 5; V, 5; Apoc. XII, 5; XIX, 15.
49
Estos paramentos sagrados eran llevados también por los levitas en aquella
famosa victoria sin combate alcanzada por Josafat (II Paral. XX, 19-27); Véase
también: Ex. XXXI, 10.
56
El combate se empeña y muy pronto "todo está lleno de cadáveres. Herirá las
cabezas en toda la tierra". El rey vencedor toma un corto plazo para beber del agua
del torrente y levantar nuevamente la cabeza50.
El combate ha terminado; el Cristo es reconocido como Rey.
Su cabeza levantada, vencedora, va a ser coronada.
Entonces es Isaías quien nos hace la descripción tremenda y magnífica de aquella
hora: "¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra, con vestidos bermejos? ¿Este
hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder? Yo soy, el que
hablo con justicia y soy grande para salvar. ¿Por qué es bermejo tu vestido, y tus
ropas como del que ha pisado en lagar? Pisado he yo sólo el lagar, y de los pueblos
nadie estuvo conmigo: piséles con mi ira, y hollélos con mi furor; y su sangre salpicó
mis vestidos, y ensucié todas mis ropas. Porque el día de la venganza está en mi
corazón, y el año de mis redimidos es venido… Y con mi ira hollé los pueblos, y
embriaguélos con mi furor, y derribé a tierra su fortaleza" (Is. LXIII, 1-6) 51.
¡Qué cuadro más espantoso, pero es profético! Recordemos que Jesús leyendo el
rollo del profeta Isaías en la Sinagoga de Nazaret se paró ante estas palabras:
"Vengo a publicar un año de venganza de nuestro Dios" (Is. LXI, 2)52.
El año de venganza ha llegado; está en su corazón y vemos su siniestro
desenvolvimiento.
Todos los profetas hablaron en los mismos términos. Oigamos a Sofonías:
"Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy presuroso; voz amarga del
día de Jehová; gritará allí el valiente. Día de ira aquel día, día de angustia y aprieto,
día de alboroto y de asolamiento, día de tiniebla y de obscuridad, día de nublado y
de entenebrecimiento, día de trompeta y de algazara, sobre las ciudades fuertes, y
sobre las altas torres. Yo tribularé los hombres, y andarán como ciegos, porque
pecaron contra Jehová: y la sangre de ellos será derramada como polvo" (Sof. I, 14-
17).
Isaías exclama: "La tierra se embriagará de sangre, y su polvo derramará grosura,
porque es día de venganza de Jehová, día de revancha para la causa de Sión" (Is.
XXXIV, 7-8).
Y Ezequiel: "Comeréis carne de fuertes, y beberéis sangre de príncipes de la
tierra… beberéis sangre hasta embriagaros…" (Ez. XXXIX, 18-19).
Esta crueldad oriental parece a primera vista bastante desconcertante; trataremos
de explicarlo.
Pero transcribamos todavía una página del Apocalipsis, no menos terrible. ¡Y es
del apóstol Juan! Esta página detalla los combates del Verbo de Dios:
"Y estaba vestido de una ropa teñida en sangre: y su nombre es llamado EL
VERBO DE DIOS. Y los ejércitos que están en el cielo le seguían en caballos blancos,
vestidos de lino finísimo, blanco y limpio… Pisa el lagar del vino del furor y de la ira
del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre:
REY DE LOS REYES Y SEÑOR DE LOS SEÑORES…
"Y vi un ángel que estaba en el sol, y clamó con gran voz diciendo a todas las aves
que volaban por medio del cielo: Venid y congregaos a la cena del gran Dios, para
que comáis carnes de reyes, y de capitanes, y carnes de fuertes, y carnes de
50
La Liturgia romana emplea este texto en la misa del Martes Santo. Toma en
el sentido simbólico aquello de su vestido rojo en sangre, pero esta sangre no es la
de Cristo, es la de sus enemigos. Este texto sólo es posible entenderlo colocado en
su verdadero lugar, en el día de la cólera suprema de Dios, y relacionándole con el
del Apocalipsis (XIX, 11.19). El arte medieval cometió el mismo error de
interpretación, popularizando erradamente el tema del lagar.
52
Ver capítula anterior: "En el rollo del libro donde está escrito de mí".
57
caballos, y de los que están sentados sobre ellos; y carnes de todos, libres y siervos,
de pequeños y de grandes" (Apoc.XIX, 13-19).
Aquí, hasta los pequeños y los esclavos son condenados: esto es, todos aquéllos
que se han hecho "grandes" por su falta de sumisión.
Conservemos delante de nuestros ojos estas visiones de espanto, porque se
realizarán para con los impíos, no lo dudemos. "DESDE SION JEHOVA RUGIRA" (Jl. III,
16).
El "rugido" del león de la tribu de Judá, de Jesús, el cordero inmolado, único capaz
de abrir el libro del juicio y de romper sus sellos, ¿acaso no resonará hasta el fondo
de nuestra alma para hacernos comprender la grandeza de aquel día?
Estos textos escriturarios acumulados nos dicen con expresiones orientales líricas
y terroríficas, simbólicas quizás en la forma, cuál será el derrumbe, la destrucción,
la ruina de toda realeza terrestre cuando suene la hora del establecimiento de la
realeza, de Cristo. Porque sus enemigos serán la peana de sus pies.
Estos textos — y tantos otros que hubiéramos podido citar — aunque muy
penosos de leer, son, sin embargo, mensajeros de paz, que anuncian la buena
nueva, que publican la salvación, porque se le dirá entonces a Sión: "Reina el Dios
tuyo" (Is. LII, 7).
VII
DEGOLLADLOS EN MI PRESENCIA
58
al hombre a su imagen" (Gén. IX, 6). Dios considera el mal hecho al hombre como
hecho a sí mismo, porque somos semejantes a Él.
Veremos, por lo demás, que el divino Juez establecerá la sentencia de gloria o
condenación sobre este mismo principio: "lo que habéis hecho al menor de mis
hermanos, a mí me lo habéis hecho".
Tomemos nuevamente la proposición: "Quienquiera que derramare la sangre del
hombre, su sangre será derramada" y hagamos actual la sentencia, diciendo: "¡El
que derramare la sangre del Hombre-Dios, por el Hombre-Dios su sangre será
derramada!" Ya sea que se trate de los judíos deicidas de otro tiempo, o de todos
los malos cristianos que pisotean al Hijo de Dios y rechazan la sangre de la Alianza,
todos esos serán muertos, como lo anuncian los profetas.
Ahí está la justa remuneración.
Si consideramos, pues, la Pasión de Jesucristo —dilatando el cuadro hasta más allá
de sus contemporáneos los judíos, — ¿acaso no es cosa absolutamente razonable y
justa que los que flagelaron al Salvador sean heridos por la vara de hierro? ¿Y los
que le coronaron de espinas, sean heridos en sus cabezas?
¿Y los que le traspasaron, sean traspasados con los dardos del Todopoderoso?
¿Y los que gritaron: "¡caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" sean
bañados en la sangre de la gran matanza?
Hay paralelismo entre los tremendos textos de los profetas y las atrocidades de la
Pasión.
¡Ya no es la sangre de Jesús, sino la del lagar de la ira!
¡Ya no es la carne de Jesús, sino la carne de los reyes, carne de los príncipes!
¡Ya no son los llantos de Jesús, sino los llantos y rechinar de dientes de los
rebeldes!
¿No es verdad que es asombroso el paralelismo?
***
Una parábola que dijo Jesús al subir por última vez a Jerusalén, puede alumbrar a
los espíritus que fuesen aún capaces de poner en duda la realidad de aquellos
oráculos y de los textos apocalípticos.
Nuestro Salvador, siempre tan manso y paciente, podrá parecer duro en la sanción
que aquí anuncia; pero no hace otra cosa que continuar la tradición de los profetas
sobre el "día de la venganza":
"Un hombre de ilustre nacimiento PARTIO PARA UN PAIS LEJANO, para ser
investido de la realeza y volver en seguida" (Lc. XIX, 12).
Este hombre de ilustre nacimiento es Jesús; El va a un país lejano, al cielo donde
sube al lado del Padre, para hacerse investir de la realeza y volver en seguida;
aunque "MUCHO TIEMPO DESPUES" dice San Mateo (XXV, 19)53.
Antes de su partida, este hombre de ilustre nacimiento llamó a diez de sus
servidores y les dió diez minas, una a cada uno54.
"Negociad con ellas HASTA QUE YO VUELVA". Y les dejó. Pero he aquí que en su
ausencia se forma una cábala contra EL. "Sus conciudadanos le odiaban y enviaron
tras de Él embajadores encargados de decir: "NO QUEREMOS QUE ESTE HOMBRE
REINE SOBRE NOSOTROS".
Este odio que fué el de los conciudadanos de Jesús ha continuado en todos los
tiempos. Los espíritus rebeldes y las voluntades perversas no han cesado de repetir:
"NO QUEREMOS QUE ESTE HOMBRE REINE SOBRE NOSOTROS".
53
Jesús dió esta prueba para destruir en los espíritus la idea de que el reino de
Dios estaba por aparecer. Notemos que aquí Jesús no habla de su vuelta sino para
"mucho tiempo después" de su partida. Esta parábola está en correlación con la de
las vírgenes en que el "esposo tarda" y aquella del mal servidor que dice: Mi amo
tarda en venir.
54
59
"ESTE HOMBRE". Es la expresión de Pedro renegando a su maestro, la de Pilatos
presentándole a la multitud: "¡He aquí al Hombre!" Y cuando añade: "ES VUESTRO
REY", los gritos se redoblan: "¡Que muera, que muera, crucifícale!" (Jn. XIX, 14-15).
"¡NO QUEREMOS QUE ESTE HOMBRE REINE SOBRE NOSOTROS!" El mismo grito
resuena desde hace diecinueve siglos. Y, sin embargo: "ES NECESARIO QUE REINE"
(I Cor. XV, 25).
¡Qué discordancia entre estos dos gritos que se reparten la humanidad! Los unos
dicen: "¡NO QUEREMOS QUE REINE!" Los otros: "¡VENGA TU REINO!".
La disputa sobre la tierra es animada. El odio y el amor libran un combate violento
en torno al futuro rey:
"¡NO QUEREMOS!"… "¡ES NECESARIO!"…55.
"Cuando volvió DESPUES DE HABER RECIBIDO LA INVESTIDURA DEL REINO, hizo
llamar a sus servidores a los cuales había entregado el dinero, para saber qué
provecho había sacado cada uno". Entonces el amo recompensó a algunos y castigó
a otros, según cómo hubiesen administrado, bien o mal, el dinero que les había
confiado, y añadió: "En cuanto a estas gentes que me odian y no han querido que
reine sobre ellos, traedlos aquí y degolladlos en mi presencia" (Lc. XIX, 12-28).
Esta actitud del rey oriental que Jesús presenta en la parábola es la figura de su
propia actitud en el último día; queda en la estela profética preparando el
Apocalipsis.
Recordemos todavía que el servidor infiel que no ha esperado a su maestro "ES
CORTADO POR MEDIO" a la orden suya (Mt. XXIV, 51).
Tal es la suerte de los que se han opuesto al reino de Cristo: irán a reunirse con
aquéllos que se acogieron al reino de la Bestia. "Si alguno adorare la bestia y a su
imagen… este tal ha de beber también del vino de la ira de Dios, de aquel vino puro
preparado en el cáliz de la cólera divina y ha de ser atormentado con fuego y azufre
a vista de los ángeles santos y en la presencia del Cordero" (Apoc. XIV, 9-10).
VIII
55
A los exégetas que dicen que estamos bajo el reino efectivo de Cristo, el
reino pacífico de mil años con Satanás encadenado (Apoc. XX, 1-7) querríamos
preguntar si no oyen como nosotros estos dos gritos que se oponen. Hay una
incomprensión que no puede explicarse sino por el hábito que señala Bossuet: "¡Se
pasan las ideas de mano en mano!" o más sencillamente: Nos copiamos unos a
otros. ¡Y esto desde hace siglos!
60
"Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con Él,
entonces se sentará sobre el trono de su gloria. Y serán reunidos delante de él
todas las gentes y los apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las
ovejas de los machos cabríos. Y pondrá las ovejas a su derecha y los machos
cabríos a la izquierda".
Este gesto pastoral debía herir la imaginación de los pastores de Palestina que a la
vuelta del ganado por las tardes hacían esta separación.
"Entonces el REY dirá a los que estarán a su derecha: Venid, benditos de mi
Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo:
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me distéis de beber; fuí
huésped, y me recogisteis; desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis;
estuve en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán, diciendo:
Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos? ¿O sediento, y te dimos de
beber? ¿Y cuándo te vimos huésped, y te recogimos? ¿O desnudo, y te cubrimos?
¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey,
les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos
pequeñitos, a mí lo hicisteis"56.
"Dirigiéndose después a los que estarán a la izquierda les dirá: Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles: porque tuve
hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fuí huésped,
y no me recogisteis; desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me
visitasteis. Entonces también ellos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento, o sediento, o huésped, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y
no te servimos? Entonces les responderá, diciendo: De cierto os digo que en cuanto
no lo hicisteis a uno de estos pequeñitos, ni a mí lo hicisteis. E irán éstos al
tormento eterno, y los justos a la vida eterna" (Mat. XXV, 31-46).
El reino es pues, ofrecido a los justos, siempre que hayan sabido reconocer a Jesús
en "el más pequeño" de sus hermanos. Su recompensa será eterna por haber
sabido encontrar durante su vida terrestre "la carne de Jesús" escondida en su
prójimo.
¿Y qué castigo será el de aquéllos que no hayan descubierto a Jesús bajo el pobre,
el niño, el amigo sin vivienda, bajo el enfermo, aún bajo el criminal, el presidiario? El
presidiario, pues es Jesús escondido bajo "la carne del pecado". ¿No fué Jesús
asociado a dos facinerosos, y no se prefirió en su lugar a Barrabás, ladrón y
asesino? Jesús, Rey y Juez divino, ¿acaso no fué colocado "en el número de los
malhechores"? (Is. LIII, 12).
***
56
61
"Volverá del mismo modo" habían dicho los ángeles.
En cuanto al monte que se partirá... ¿cómo explicarse esta transformación? Sin
duda por un terremoto57. Entonces este nuevo valle doblará el de Josafat, el
apacible y árido valle del Cedrón, orlado actualmente por sus dos grupos de
tumbas, judías y musulmanas.
Evidentemente, es imposible precisar más; con todo, se trata del momento en que
"Jehová será rey sobre toda la tierra" (Zac. XIV, 9).
Joel, el profeta del "gran día" anuncia también el lugar del juicio de las naciones.
"Yo reuniré todas las naciones y las haré descender al valle de Josafat, y allí
entraré en juicio con ellos a causa de mi pueblo, y de Israel mi heredad, a los cuales
esparcieron entre las naciones, y partieron mi tierra… 58. Echad la hoz, porque la
mies está ya, madura. Venid, descended, porque el lagar está lleno, rebosan las
lazaretas, porque es grande la maldad de ellos… ¡Muchedumbres, muchedumbres,
en el valle de la decisión!… Jehová bramará desde Sión, y dará su voz desde
Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra. Mas Jehová será la esperanza de su
pueblo, un refugio para su pueblo, una fortaleza para los hijos de Israel" (Joel III,
2.13-14.16).
***
57
Se trata aquí del juicio de las naciones que persiguieron y expulsaron a los
judíos. Josafat quiere decir: Jehová juez.
59
Ver todo esto: Apéndice 1. "Las Profecías por los siglos de los siglos".
Todos los acontecimientos están designados claramente en el Credo de la
misa. El cujus regni non erit finis termina lo que en el Símbolo concierne a la obra
personal de Cristo. La continuación se refiere a su acción en la Iglesia por medio del
62
IX
(Is. II, 4)
***
63
Jesús, en su primera venida traía esta esperanza de paz que los ángeles
anunciaban a los pastores: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los
hombres de buena voluntad" (Lc. II, 14).
Zacarías, el padre de Juan Bautista había dicho de él:
"Viene para dirigir nuestros pasos hacia el camino de la paz" (Lc. I, 79).
Antes de su muerte Jesús quiso dejar este don a los suyos: "Mi paz os dejo" (Jn.
XIV, 27). Después de la resurrección renovó este anhelo: "La paz sea con vosotros"
(Lc. XVII, 36).
Pero es necesario el segundo advenimiento para que esta paz prometida sea una
realidad duradera y universal. Un individuo aislado puede ser — por la gracia de
Dios — "el que procura la paz"60 y de él hablan las bienaventuranzas del Evangelio,
mas no obran así las masas.
Es preciso esperar el día en que Dios dispersará a "los pueblos que encuentran
sus delicias en la guerra" (Sal. LXVIII, 31).
Hay que esperar el día en que Jesús realizará, a la letra, lo que anunciaba David:
"Hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra; quiebra el arco, corta la lanza
y quema en el fuego los carros de guerra. Deteneos y conceded que yo soy Dios;
domino a las naciones, domino sobre toda la tierra" (Sal. XLVI, 9-10).
Entonces podrá extenderse por el mundo esa era de paz, de justicia y de felicidad
anunciada por Isaías.
"El imperio ha sido puesto sobre su hombro, llámasele… príncipe de paz".
Vendrá "PARA DILATAR EL IMPERIO, PARA DAR UNA PAZ SIN FIN al trono de David y
a su realeza; para establecerlo y afirmarlo en el derecho y la justicia, desde ahora y
para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto" (Is. IX, 5-6).
Transportémonos ya a este reino en que no se ensayarán ya más para la guerra.
Por una fe ardiente, por una luminosa esperanza, corramos con el pensamiento, en
nombre de su advenimiento y de su reino, a ese lugar de paz y de alegría.
***
La tierra entera se llenará de gozo, recobrará los derechos que perdió por la culpa
de Adán.
"Sabemos que hasta ese día la creación entera gime y padece dolores de parto…
Así, pues la creación espera con ardiente deseo la manifestación de los hijos de
Dios, porque la creación ha sido sometida a la vanidad, no de grado, sino por la
voluntad de aquél que la sometió, con la esperanza de que también ella será librada
de la servidumbre de la corrupción para participar de la libertad gloriosa de los hijos
de Dios" (Rom. VIII, 22, y 19-21).
Así, pues, a la gloria y a la paz de los Hijos de Dios - de esos hijos resucitados "en
Cristo — vendrá a unirse la gloria y la paz dada por Jesucristo a toda la tierra, tanto
al mundo animal como al mundo vegetal.
Es entonces cuando el profeta Isaías, que había contemplado desde muy lejos
estas horas "de refrigerio" y "estos tiempos de la restauración de todas las cosas",
— recordados por San Pedro (Hech. III, 20-21) — escribía:
"El lobo habitará con la oveja, y con el tigre descansará el cabrito; el becerro, el
león y el buey cebado andarán juntos y un niño los pastoreará. La vaca y la osa
pacerán juntas… Ningún mal se hará, ni daño alguno se causará en todo mi santo
monte. Porque la tierra estará llena del conocimiento del Eterno" (Is. XI, 6-9).
Sí, "¡todo ojo le verá!".
Y la tierra maldita en el Edén será la que se regocije y cubra de flores.
Las fuentes brotarán en el desierto y en la cima de los montes (Is. XXX, 25).
Serán cantos de alegría, gritos de triunfo, porque la viña dará su fruto.
Los lagares rebalsarán y las eras estarán llenas. Cada cual podrá sentarse bajo su
higuera y bajo su viña (Véase Is. XXXV; Am. IX, 13; Miq. IV, 4).
¡Qué magnífica visión! La paz ha invadido al mundo celestial y terrestre.
"LA JUSTICIA Y LA PAZ SE BESARAN" (Sal. LXXXV, 11).
60
64
X
65
La CORONA parece ser el atributo esencial de la realeza; es de tal manera
sinónimo de la bienaventuranza que perder la corona es perder la recompensa. Así
Jesús hacía escribir a la Iglesia de Filadelfia: "Conserva lo que tienes a fin de que
nadie tome tu corona" (Apoc. II, 10).
Es la recompensa de la Iglesia de Esmirna: "Sé fiel hasta la muerte y te daré la
corona de la vida" (Apoc. II, 10).
La expresión, "corona de la vida" es empleada también por Santiago (I, 12). San
Pablo la llama la "corona de justicia" (II Tim. IV, 8), o también la "corona
incorruptible" (I Cor. IX, 25), y San Pedro, la "corona incorruptible de gloria" (I Ped.
V, 4). El libro de la Sabiduría dice de los escogidos "que recibirán un reino de honor
y una diadema brillante de gloria" (Sab. V, 17).
La VESTIDURA REAL será blanca, ¡blanqueada en la sangre del Cordero! extraña
metáfora, la sangre debería enrojecer; pero no, esa vestidura será blanca (Apoc. VII,
13-15). Será de lino fino, brillante y puro (Apoc. XIX, 8.14). Es la recompensa
indicada a la Iglesia de Sardes: "Aquél que venciere será revestido con vestiduras
blancas" (Apoc. III, 5).
La PALMA signo de la victoria estará entre las manos de algunos (Apoc. VII, 9),
otros tendrán ARPAS (Apoc. V, 8; XV, 2) porque se cantará el "cántico nuevo", aquél
de las vírgenes (Apoc. XIV, 3-4).
El Cántico de Moisés cantado al son del tamboril después del paso del Mar Rojo,
era un admirable salmo profético. ¿No será justo volverlo a pronunciar después de
este nuevo paso del mar Rojo, mar de sangre — de la gran Tribulación y de terribles
combates y juicios?
Cantaremos como los Hebreos: "Los vencedores serán conducidos al santuario
que tus manos han preparado, Señor... PORQUE JEHOVA REINARA PARA SIEMPRE
JAMAS" (Ex. XV, 18)61.
Otro don celestial será una luz deslumbradora que irradiará del cuerpo de los
bienaventurados: "Los que hayan sido inteligentes brillarán como brilla el
firmamento y los que hayan conducido a muchos a la justicia (o santidad de vida)
serán como las estrellas, y permanecerán así eternamente y para siempre" (Dan.
XII, 3).
"Los justos brillarán como el sol, y como centellas que discurren por un
cañaveral". (Sab. III, 7).
En este reino, cada escogido estará resplandeciente de belleza y de gloria; será
"SACERDOTE Y REY", con su Redentor, que habrá establecido una paz sin término.
"EL REINADO, EL DOMINIO Y LA GRANDEZA DE LOS REINOS QUE ESTAN BAJO TO-
DOS LOS CIELOS SERAN DADOS AL PUEBLO DE LOS SANTOS DEL ALTISIMO. SU
REINADO ES UN REINADO ETERNO Y TODAS LAS POTESTADES LE SERVIRAN Y
OBEDECERAN" (Dan. VII, 27).
"ALLELUIA, PORQUE HA ENTRADO EN SU REINO EL SEÑOR NUESTRO DIOS, EL
TODOPODEROSO" (Apoc., 19, 6).
61
66
TERCERA PARTE
LAS SEÑALES
(Mt. XXIV, 3)
"¿Cuál será la señal de tu advenimiento?". Tal fué la pregunta que los apóstoles
pusieron a su Maestro, algunos días antes de su pasión, mientras contemplaba a
Jerusalén y las grandes construcciones del templo.
En respuesta el Señor les indica los signos precursores de su vuelta, y agrega,
después de haberles enseñado detenidamente: "Ved que todo os lo tengo predicho"
(Mt. XIII, 23).
Tratemos de recordar las señales dadas por Jesús, y demostrar que hay algunas
muy importantes que tienen actualmente un principio cierto de realización.
Su valor es incontestable y su sentido es manifiesto. Ellas nos conducirán a decir,
para apropiarnos las grandes palabras de Cristo: "Cuando estas cosas comiencen a
verificarse erguíos y levantad vuestras cabezas porque se acerca vuestra
liberación" (Lc.XXI, 28).
"Estad atentos a todo lo que nosotros vamos a decir, pues no es una historia de
cosas ya sucedidas, es una profecía de cosas que van a venir y que sucederán
ciertamente. No es que nosotros nos erijamos en profetas, nosotros no somos
dignos ni de este honor ni de esta función, nosotros no haremos más que recordar
lo que está escrito tocante a las señales que precederán a la segunda venida".
"Conservad, pues, el recuerdo, tratad de enseñarlo a los otros, sobre todo instruid a
vuestros niños".
Así se expresaba en el siglo IV San Cirilo de Jerusalén en su XV catequesis.
Detallaba en seguida cada una de las señales del fin de los tiempos, probando que
estaban realizadas y que el Señor Jesús iba a aparecer pronto.
Es curioso constatar que en esta época ya se pretendía enseñar la realización
próxima de las señales de la segunda venida. Ahora, si recorremos los siglos
transcurridos encontraremos sin cesar el mismo estado de espíritu.
Cada siglo ha pensado que sería quien vería a Cristo y cada siglo ha creído en la
realización de las diez y nueve señales dadas por Jesús. Y son hombres de fe los que
hablan así.
Pero ¿qué decir de las historias legendarias creadas respecto del año mil? En
ciertos medios católicos y protestantes muchos creen todavía en esos pretendidos
errores, pero desde hace muchos años, se enseña que esto no es más que una
leyenda elaborada en el siglo XIII y que Michelet, entre otros, ha popularizado por
una descripción dramática de la noche del 31 de Diciembre de 999. El eminente
67
historiador Godofredo Kurth ha destruído definitivamente esta mistificación
"recuerdo de una de las más curiosas equivocaciones de la erudición moderna" 62.
Errores reiterados en el curso de las edades, fechas dadas a la ligera sobre la
vuelta de Jesús, han destruído parcialmente la fe de los cristianos en este día, el
más admirable.
Es de "buen tono" en la Iglesia Católica, como entre los protestantes de las
Iglesias oficiales, no pasar por ingenuos que esperan la venida de Cristo. Pero el
cardenal Newman, en un notable sermón ha respondido a aquéllos que piensan así
y les ha de-mostrado que su actitud, en realidad, es una falta de amor.
"Si es verdad que los cristianos han esperado al Cristo sin que venga, es
igualmente verdadero que, cuando El venga realmente, el mundo no le esperará. Si
es verdad que los cristianos han imaginado ver señales de su venida cuando aún no
las había, también es igualmente verdad que el mundo no verá las señales de su
venida cuando se presenten.
"Estas señales no son tan evidentes como para que vosotros no tengáis necesidad
de buscarlas; ni tan evidentes que no os podáis equivocar en su búsqueda; pero
vosotros tenéis que escoger entre el peligro de pensar ver lo que no es y no ver lo
que es. Es verdad que muchas veces y en muchas épocas los cristianos se han
equivocado creyendo discernir la venida de Cristo; pero vale más creer mil veces
que Él viene cuando no viene, que una sola vez creer que Él no viene cuando viene.
Tal es la diferencia entre la Escritura y el mundo. Siguiendo la Escritura estaremos
siempre esperando a Cristo; pero siguiendo al mundo, no le esperaremos jamás. Él
debe venir un día, temprano o tarde. Los espíritus del mundo se burlarán hoy de
nuestra falta de discernimiento; pero, precisamente los sin discernimiento
triunfarán al fin.
“¿Y qué piensa Cristo de estos burlones de hoy? Nos pone en guardia
expresamente, por su apóstol, contra los burlones que dirán: "¿Dónde está la
promesa de su advenimiento?" (II Ped. III, 4).
"Yo preferiría ser de aquéllos que, por amor de Cristo y falta de ciencia, toman por
señal de su venida un espectáculo insólito en el cielo, cometa o meteoro, y no de
aquéllos que por abundancia de ciencia y falta de amor, no hacen más que reírse de
este error".
"Observemos todavía que, en los casos de que yo hablo, las personas que esperan
a Cristo obedecen a Dios, no sólo por el hecho de esperar, sino también por el modo
cómo aguardan y por las mismas señales que informan su expectación. Siempre
desde el principio los cristianos han esperado a Cristo por las señales del mundo
material y del mundo moral. Si ellos eran pobres e ignorantes, los fenómenos
celestes, los terremotos, las tempestades, las cosechas destruídas, las
enfermedades, toda cosa prodigiosa y extraña les hacía pensar que estaba próximo.
"Cuando observaban el mundo político y social, y consideraban las conmociones
de los Estados, las guerras, las revoluciones, todos estos hechos tenían el efecto de
impresionarlos y de preparar sus corazones a recibir a Cristo.
"Estas cosas son precisamente las que Él nos ha propuesto considerar y que nos
ha dado como señales de su venida. Jesús dijo: "Y habrá señales en el sol y en la
luna y en las estrellas y en la tierra, alarma de las naciones en fuerza del temor por
el bramido del mar y de las olas alteradas, secándose los hombres de espanto por
la expectación de lo que vendrá sobre el orbe de la tierra: porque los poderes de los
cielos se trastornarán… Pero cuando estas cosas comiencen a verificarse, erguíos y
levantad vuestras cabezas porque se acerca vuestra liberación" (Lc. XXI, 25-28)63.
***
62
Newman: "La Vie chrétienne", trad. por Henri. Bremond. Bloud 1911.
Sermón: "L'attente du Christ", p. 369.
68
Sin precisar, ni aún de lejos, pues la palabra del Señor es clara: "Mas cuanto al día
aquél y la hora, nadie los sabe, ni los ángeles del cielo, sino el Padre solo" (Mt. XXIV,
36), nosotros vamos a averiguar, sin embargo, si se debe creer que "el lucero de la
mañana" puede aparecer pronto (Apoc. XXII, 16; II Ped. I, 19).
Las señales del mundo natural nos detendrán poco, — ríos de tinta han corrido
sobre este punto en el curso de los siglos, — pero nosotros nos atendremos a signos
particularmente evocadores:
La apostasía de los Estados y de las masas;
La aspiración por las dictaduras y la crisis económica mundial;
La reunión de los judíos en Palestina64.
II
Entre los signos del orden moral que anuncian la venida de Cristo, hay uno que
tiene un doble aspecto. Por una parte es preciso que "el Evangelio del reino sea
predicado en el mundo entero", y por otra, el Maestro ha anunciado para estos días
el enfriamiento de la caridad y la falta de fe sobre la tierra. "Pero cuando viniere el
Hijo del hombre, ¿os parece que hallará fe sobre la tierra?" (Lc. XVIII, 8).
64
69
LA DIFUSIÓN DEL EVANGELIO
Cuando San Cirilo de Jerusalén en el siglo IV dijo que el Evangelio había sido
predicado en el mundo entero seguía la opinión corriente, pero errónea. Hace sólo
poco tiempo que nuestra tierra habitada es completamente conocida. Hacia la
mitad del siglo XIX, el centro del África, del Asia y de la América eran todavía en
parte inexploradas.
Ahora sabemos que toda la tierra ha sido visitada, y sabemos también que, por las
Misiones Católicas y protestantes, el Evangelio es difundido en forma sorprendente
desde hace 50 arios.
Las obras bíblicas han hecho un prodigioso esfuerzo para hacer conocer a
Jesucristo y la salvación de la Redención. En Febrero de 1933, el Nuevo Testamento
estaba traducido en 869 lenguas y cada año que venga se ofrecerá la Palabra de
Dios en algunos nuevos dialectos.
Podemos decir sin equivocarnos que el Evangelio es repartido hasta los extremos
de la tierra. No hay una isla ni un territorio donde la Biblia no haya sido llevada.
Pues Jesús ha dicho: "Y será pregonado este Evangelio del reino por toda la tierra
habitada en testimonio a todas las naciones: y entonces vendrá el fin" (Mt. XXIV,
14).
Pero pretender borrar del mundo el nombre de Dios, como lo ha hecho la U.R.S.S.
es algo que no se había visto jamás en ningún país y en ningún tiempo y que se
parece extraordinariamente a "esta apostasía que debe preceder a la vuelta de
Jesús".
Antes que el día del Señor aparezca, escribe San Pablo, "nadie os extravíe en
ninguna manera, porque antes vendrá la apostasía, y se descubrirá el hombre de
pecado, el hijo de perdición, que hace frente y se alza contra todo lo que es llamado
70
Dios o que recibe culto, hasta sentarse en el santuario de Dios y presentarse como
si fuese Dios" (II Tes. II, 3-4).
Verdaderamente Satanás ha tenido éxito en la U.R.S.S. para hacerse "el que hace
frente y se alza contra todo lo que es llamado Dios o que recibe culto".
Sí, todo lo "que recibe culto", pues se rechaza indistintamente toda religión del
territorio de la Unión: cristianismo, judaísmo, islamismo, budismo, etc.
Se podría aplicar a la U.R.S.S. una página apocalíptica de las más impresionantes.
Ella se refiere evidentemente al Anticristo, pero este país de iniquidad, ¿no prepara
acaso junto con Alemania —de la que vamos a estudiar el neopaganismo — la
aparición del "hombre de pecado"?
“Y vi otra bestia que subía de la tierra y tenía dos cuernos semejantes a un corde -
ro y hablaba como un dragón. Y la autoridad de la primera Bestia la ejerce toda de-
lante de ella y hace que la tierra y los que en ella habitan adoren a la Bestia, la pri-
mera, cuya plaga mortal fue curada”.
“Y hace grandes signos de forma tal que incluso fuego hace descender del cielo a
la tierra delante de los hombres. Y engaña a los que habitan sobre la tierra a causa
de los signos que se le dio obrar delante de la Bestia, diciendo a los que habitan
sobre la tierra que hicieran una imagen a la Bestia que tiene la plaga de la espada y
vivió”.
“Y se le dio dar espíritu a la imagen de la Bestia de modo que también hablase la
imagen de la Bestia e hiciese que cuantos no se postrasen ante la imagen de la
Bestia fueran muertos. Y hace que a todos, los pequeños y los grandes y los ricos y
los pobres y los libres y los siervos, se les dé una marca sobre la mano de ellos, la
derecha, o sobre su frente, y que ninguno pueda comprar o vender sino el que tiene
la marca, el nombre de la Bestia o el número de su nombre”. (Apoc. XIII, 11-17).
En la U.R.S.S. la compra y la venta no pueden hacerse más que con "la señal o
marca de la bestia". Esta es la tarjeta de la cooperativa que es preciso tener en la
mano para procurarse la subsistencia. El mercado es enteramente colectivo: los
teatros son teatros del Estado; así los vendedores como los compradores son
funcionarios; todos tienen su marca en la frente (tarjeta del gobierno soviético);
unos para poder vender, otros para poder comprar. Tanto las propiedades raíces,
como las usinas, son colectivizadas; todo es propiedad del Estado y cada uno es
marcado66.
Marcado para la vida material, marcado también para la vida del espíritu.
El ciudadano de la Unión no puede leer más que lo que está autorizado y no
puede tener una religión sin ser perseguido.
He aquí la doble marca sobre la mano y la frente del hombre ruso. ¡Más se
asemeja éste a una bestia de carga que a un hombre!
El hombre libre, creado por Dios, es reducido a la esclavitud.
Veremos más adelante las consecuencias políticas de un régimen semejante.
EL NEO-PAGANISMO
66
71
Acaba de ser compuesto el himno al disco solar:
Mientras que Juan anuncia en el Apocalipsis un reino de mil años para Cristo,
antes de la realeza suprema "por los siglos de los siglos", Hitler anuncia al mundo
que "un nuevo milenario comienza" para él y su raza. "¡Es un don de Dios ser
alemán!".
Últimamente la princesa Adelaida de Lippe, en una reunión pagana de Berlín
declaró que los conceptos cristianos eran extraños a la raza germánica, y agregó:
"El hombre de Alemania no conoce ningún redentor fuera de sí mismo". Esto es la
negación absoluta de Cristo.
La Biblia es rechazada en el país germánico, "por ser un libro judío".
Decirse pagano es una gloria. En los anuncios de los diarios de Berlín los "jóvenes
paganos" piden "jóvenes paganas" para casarse con ellas.
He aquí más todavía: Un anticristo de 30 años desearía casarse con una joven de
las mismas convicciones ("Le Temps, 9 de Abril de 1935).
Verdaderamente parece que el Apóstol San Pablo veía estas horas de locura: "Y
por eso Dios les enviará el artificio del error con que crean a la mentira. A fin de
que sean condenados todos los que no creyeren a la verdad, sino que se
complacieron en la iniquidad" (II Tes. II, 11-12).
¡Qué artificio de error, qué revelación de iniquidad!
Cuando tales vientos de irreligión, de mentira y de locura soplan sobre países
enteros, como la URSS y Alemania, ¿no deberían ser considerados como signos?
Las manifestaciones de las potencias del mal ¿no están acaso listas para estallar
"en milagros, en señales y portentos de mentiras"? (II Tes. II, 9).
III
(Sal. II, 1)
***
67
72
Desde hace veinte años todos los países de Europa han sido sacudidos por crisis
políticas de una magnitud más o menos considerable, pero todas estas revoluciones
tienden hacia un mismo fin: establecer dictaduras, ora fascistas, ora comunistas. Si
más tarde vemos renacer monarquías, éstas tendrán un carácter semejante de
fuerza y de poderío.
Todos los países claman por "un jefe", un Stalin, un Mussolini o un Hitler.
Este consentimiento mundial representa la gran aspiración del corazón humano
hacia un libertador: ha llegado el momento "de acabar con los que han corrompido
la tierra" (Apoc. XI, 18).
Si los dictadores, como veremos, transforman el país donde se instalan, ellos
llevan consigo gérmenes de muerte y de destrucción, pues su principio de autoridad
no hunde sus raíces en Dios.
Revoluciones como la de Portugal y la de España han expulsado sus reyes para
establecer gobiernos nuevos; dictadura en Portugal, República autoritaria en
España68.
¿Qué decir de Italia? Este país del dulce "far niente" donde el individuo trabajaba
poco y ganaba poco, no guardaba nada, se alimentaba de sol, de algunas cebollas y
tallarines, ¿qué ha llegado a ser?
Mussolini ha cambiado la faz de las cosas.
En Alemania, si consideramos a Hitler, ¿acaso no encontramos la exaltación del
mismo principio de autoridad? Pero aquí ha sido puesto particularmente al servicio
del desencadenamiento de las pasiones racistas y anticristianas.
Dirijamos nuestras miradas a la Rusia Soviética.
Los Soviets no quieren, es verdad, ser fascistas, pero ellos lo son a su manera.
Bajo el color rojo del comunismo y del internacionalismo no hay un país en Europa
en que la libertad sea más trabada y donde la autoridad sea más aplastadora.
Una autoridad que se extiende sobre todo y que sobre todos pesa, — y con qué
peso, — sobre una nación de 163 millones de hombres, obedientes "al dedo y al
ojo" para evitar la muerte, la prisión o la ruina.
El pueblo ruso ha doblado la cerviz bajo el poder de un jefe que ha sabido imponer
una idea a la masa.
Turquía ha acogido también la dictadura revolucionaria y enérgica, bajo la férula
de Mustafá Kemal.
Irlanda ha seguido el movimiento; Grecia lo ha conocido, después rechazado y
acaba de proclamar un rey.
¿E Inglaterra? ¿Y Francia? Ellas miran lo que hacen los países vecinos. ¿No aspiran
acaso los franceses a un régimen republicano de autoridad?
Se trata pues, de una carrera hacia el principio de autoridad que arrastra a la
Europa entera, carrera a la cual nada resistirá, porque es preciso que existan
autoridades humanas constituídas y fuertes, para que ellas sean quebrantadas,
aniquiladas por la Venida de Cristo.
Ya lo hemos dicho, "la piedra" debe derribar al coloso de oro, bronce, hierro y
greda, que representa a los reinos, los jefes, los poderes dictatoriales. Serán
destruidos por una fuerza más poderosa, la realeza de Cristo, tal como se nos lo
muestra en el Salmo II y en el Apocalipsis: "Los regirá con vara de hierro" (Apoc.
XIX, 15).
Nuestra marcha, — más bien nuestra carrera, —hacia el fascismo mundial, bajo
cualquier aspecto que se presente, es un indicio cierto de que se van levantando
potencias en el mundo, hasta llegar el día en que se enfrentarán el Anticristo, o
bestia del Apocalipsis, y Cristo.
Estas son las dos autoridades representativas de todos los elementos, injustos y
criminales, justos y bienhechores, en que se divide actualmente el mundo, y que
deben enfrentarse.
68
73
La crisis económica mundial
Cuando el Apóstol San Juan, en Patmos, vió por revelación del Señor Jesús la ruina
de Babilonia, entrevió igualmente una verdadera crisis económica mundial, es decir,
una superproducción de productos, que detiene las ventas.
"Y los mercaderes de la tierra lloran y se lamentan por ella, porque sus
cargamentos nadie compra más cargamento de oro y de plata y de piedra preciosa
y de perlas y de lino fino y de púrpura y de seda y de escarlata y todo leño
aromático y todo vaso de marfil y todo vaso de leño preciosísimo y bronce y hierro
y mármol. Y cinamomo y amomo y perfumes y mirra e incienso y vino y aceite y flor
de harina y trigo y jumentos y ovejas y (cargamento) de caballos y de carrozas y de
cuerpos, y almas de hombres. Y el fruto del deseo de tu alma se fue de ti y todas
las cosas pingües y resplandecientes perecieron de tí y no las hallarán más. Los
mercaderes de estas cosas, los que se enriquecieron de ella, (estarán) desde lejos,
estando de pie, por el temor de su tormento, llorando y lamentándose diciendo:
“¡Ay, ay la ciudad, la grande, la vestida de lino fino y púrpura y escarlata y dorada
en oro y piedra preciosa y perla…”. (Apoc., 18, 11-16).
¡Llorarán los mercaderes de nuestra Babilonia mundial! Sabemos esto, desde hace
algunos años. En todo tiempo ha habido crisis de los mercados de venta, pero lo
que es nuevo y hace presentir para el futuro el estado "endémico" de la crisis
económica actual, es el desarrollo siempre creciente del maquinismo, que provoca
inevitablemente la superproducción.
Esta superproducción no puede ser compensada sino por poderes de compra y
una gran prosperidad económica. ¡Cuán difícil es mantener esa prosperidad!
Entonces "los mercaderes de la tierra llorarán porque nadie compra ya sus
cargamentos".
Pero escuchemos la voz de Cristo: "¡Cuando estas cosas comiencen a suceder,
abrid los ojos y alzad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación!" (Lc. XXI, 28).
IV
EL ISRAEL DE DIOS
Entre las señales que nos anuncian la proximidad de la vuelta de Cristo, no hay
nada más convincente, más claro, más fácil de verificar que la reunión de los judíos
en Palestina.
Me permitiré relatar tres recuerdos que se escalonan en un espacio de 35 años.
El más antiguo se remonta a los años 1900 a 1903.
Hacía yo mis estudios en el Sagrado Corazón de Montfleury, cerca de Grenoble. En
el curso de instrucción religiosa, se nos enseñó que un signo evidente del fin
próximo de nuestro mundo actual sería la reunión de los judíos en la tierra de Israel.
¡Cuánto hubiera deseado ver este acontecimiento extraño que nada,
absolutamente nada, hacía prever!
Treinta años han pasado y vemos… vemos el "milagro judío".
Cuando fuí a Palestina, el año 1928, consideré por cierto con gran interés el
esfuerzo sionista. El sionismo no estaba sino en sus comienzos y, en lo que pude
apreciar, se notaba más, en este agrupamiento, la voluntad determinada de
millonarios americanos que la de todo un pueblo deseoso de volver a entrar en su
tierra, para "rehacerla".
Pude cerciorarme que los hermanos Tharaud tenían un vasto campo de
experiencias que explotar, para sus futuras novelas. Sin embargo, qué sonrisa tan
escéptica sentía yo deslizarse por mis labios pensando en la felicitación tradicional
que se dirigían anualmente los judíos unos a otros: "El año que viene en Jerusalén".
Entre tanto, ¿cuál ha sido después la marcha de los acontecimientos?
En Mayo de 1935 asistí a la ceremonia conmemorativa del décimo aniversario de
la fundación de la Universidad de Jerusalén. Los siete oradores de origen judío o
74
cristiano, que en esa circunstancia tomaron la palabra estuvieron obligados, sin que
todos conocieran las profecías, a proclamar que es preciso esperar de este pueblo
una efusión de nuevos valores espirituales sobre el mundo, tiempos de justicia, de
paz y de verdad.
No recuerdo el nombre de estos oradores, pero la incredulidad notoria de muchos
daba, sin que ellos lo quisieran, el más brillante testimonio de la veracidad de la
Palabra de Dios. El viejo espíritu racionalista de estos universitarios estaba
amortiguado, casi vencido, al contacto de la potente transformación de la tierra de
Israel y casi todos se sirvieron de esta expresión "el milagro judío", para caracterizar
la repentina restauración del "Erest-Israel"69.
¡El milagro! ¡Los racionalistas creen, pues, en milagros en estas circunstancias! Y
nosotros, los cristianos vivimos viendo "este milagro", y ni comprendemos su
significado, ni siquiera nos preocupamos de él.
He relatado estos tres recuerdos, pues ellos ilustran la evolución de un alma
sincera, escéptica primero, después convencida. Sincera en su esperanza de niño;
escéptica sobre el éxito del Sionismo, en fin, convencida por la evidencia del
renacimiento de Israel en su tierra: "el milagro judío".
***
La reunión de Israel merece, por sus relaciones estrechas con nuestro objeto, un
estudio más detenido. Sucesivamente vamos a considerar:
(Lc. XXI, 6)
Las más antiguas profecías que anuncian la dispersión de los judíos se remontan a
una alta antigüedad; las leemos en el libro del Deuteronomio, escrito por Moisés,
allá por el año 1.400 antes de Cristo.
Su realización es fácil de verificar: se trata da hechos históricos.
Se cuenta que un día Federico el Grande, el amigo de Voltaire, de quien compartía
las ideas filosóficas, deseando poner en apuros a uno de sus capellanes, le dijo:
"Quisiera que Ud. me diera en una palabra la prueba de la veracidad de la Biblia". El
capellán, sin vacilar, contestó al rey: "¡Israel, señor!".
La historia de Israel es, en efecto, LA PRUEBA RACIONAL MAS CONVINCENTE DEL
CUMPLIMIENTO DE LAS PROFECIAS.
Los hechos históricos son incontestables y su estudio nos revela, como a Federico
el Grande, la veracidad de la Palabra de Dios. El pueblo judío ha quedado como una
señal, como Isaías lo anunciaba. Después de su destrucción quedará como "mástil
en la cumbre de un monte y como bandera sobre una colina", si, verdaderamente,
"Dios vela sobre su palabra para darle cumplimiento" (Jer. I, 12).
69
75
Recordemos primero dos hechos: el cautiverio de Babilonia en el siglo VI antes de
Cristo y la toma de Jerusalén por Tito, que provocó la dispersión de Israel el año 70
después de Cristo.
Moisés desde el año 1.400, anunciaba este futuro lejano con precisión. Si el
pueblo fuere infiel a Dios desobedeciéndole caerá sobre él la maldición: "Jehová te
hará ir a ti y al rey que hubieras puesto sobre ti 70, a la nación que no conociste tú ni
tus padres, y allá servirás a dioses ajenos, servirás al palo y a la piedra (de que son
hechos). Y tú vendrás a ser un motivo de extrañeza, de fábula y de ludibrio entre
todos los pueblos donde te llevará Jehová. Asimismo a los enemigos que Jehová
enviará contra ti, los servirás en el hambre, la sed, la desnudez y la escasez de
todas las cosas y ellos cargarán un yugo de hierro sobre tu cerviz hasta que te
hayan destruido”71 (Deut. XXVIII, 36-37 y 48).
Pero la profecía de Moisés es aún más clara al tratar de la toma de Jerusalén por
Tito:
"Traerá Jehová sobre ti una nación de lejos, desde los cabos de la tierra, a la
manera que vuela el águila: nación cuya lengua no entenderás, gente de rostros
fieros, que no respetará al anciano, y del niño no tendrá compasión y ella comerá el
fruto de tu ganado y el fruto de tu tierra hasta que seas destruido; porque no te
dejará ni trigo, ni vino, ni aceite, ni la cría de tus vacas o de tus ovejas, hasta que te
haya hecho perecer. Te sitiará en tus ciudades hasta que caigan tus muros altos y
encastillados, en que confiabas, en toda la extensión de tu tierra; sí; te sitiará en
todas tus ciudades, en toda tu tierra que te habrá dado Jehová tu Dios. Y comerás el
fruto de tu seno, la carne de tus hijos y de tus hijas que te hubiere dado Jehová tu
Dios, en la premura y en la estrechez con que te estrecharán tus enemigos" 72 (Deut.
XXVIII, 49-55).
"Y te dispersará Jehová entre todos los pueblos de un cabo de la tierra hasta el
otro cabo, y servirás allí a otros dioses que no has conocido, ni tú, ni tus padres,
dioses de palo y de piedra y entre aquellas naciones no tendrás reposo para la
planta de tus pies, pues te dará Jehová corazón trémulo, desfallecimiento de ojos y
languidez de espíritu y, en tu sentir, tu vida estará como colgada de un hilo, pues te
espantarás de noche y de día y nunca tendrás seguridad de tu existencia. Por la
mañana dirás: ojalá que fuese tarde y por la tarde dirás: ¡ojalá que fuese la
mañana! por el temor que agitará tu corazón, y a causa de lo que con tus mismos
ojos verás" (Deut. XXVIII, 64-67).
Así, pues, después de la toma de Jerusalén, el año 70 de nuestra era, los judíos
comenzaron a expatriarse entre todos los pueblos. Ellos iban llevando su ruina, a
veces también su riqueza y su espíritu de empresa a través del mundo. Pero es
preciso señalar un hecho sorprendente, único en la historia: al paso que todos los
pueblos de la antigüedad han desaparecido, la raza judía queda, y se mantiene
fuerte y poderosa a pesar de una dispersión de veinte siglos. Además los judíos
dispersos, mezclados a civilizaciones diversas, han guardado intactos sus hábitos,
sus costumbres, las prescripciones de su culto, alimenticias, higiénicas, etc. Su raza
permanece indestructible.
Y, sin embargo, no hay sobre la tierra un pueblo más hostilizado, más perseguido,
más maldecido que el pueblo judío. La Edad Media quería exterminarlo. Y todo esto,
Moisés lo había profetizado, diciendo:
"El ruido de una hoja que se mueve los pondrá en fuga. Huirán como quien huye
de la espada y caerán sin que nadie los persiga" (Lev. XXVI, 36).
Recordemos los "pogroms" contra los judíos en la Rusia de los Zares, donde fueron
exterminados por millares. Bien había dicho Isaías que los judíos serían
menospreciados, aborrecidos de los pueblos y esclavos de los tiranos (Is. XLIX, 7).
70
Dios ordenó a Jeremías (cap. XXVII) llevar un yugo sobre sus espaldas, para
simbolizar al que Dios haría cargar al pueblo si no se arrepentía.
72
Flavio Josefo, el historiador del sitio de Jerusalén, nos ha dicho que las
mujeres devoraban a sus hijos a causa del hambre que las torturaba.
76
Pero Dios velaba sobre su pueblo y su pueblo vive.
En cuanto a su existencia errante, siempre amenazada, mezclada con las naciones
sin tomar de ellas las costumbres, ¿no es éste, acaso, un hecho asombroso?
Se ha observado en los Estados Unidos, donde conviven tantas nacionalidades
distintas, que después de 20 o 30 años a lo sumo, de permanencia en el país, no se
puede distinguir un individuo de origen francés, del de origen inglés o alemán. Estos
expatriados que tienen una tierra y una ciudad de origen aparecen todos fundidos,
después de ese corto período de tiempo, en el crisol americano.
Y los judíos que no tienen ni tierra, ni ciudad, por la acción de factores que
carecen de explicación humana, han conservado todos sus caracteres de raza
"aparte", su entera personalidad, su homogeneidad sorprendente, y esto, en todas
partes, a través del mundo. Se agrupan entre sí, se sostienen, se ayudan
mutuamente para conseguir las mejores colocaciones. Dotados de una fuerte
inteligencia práctica, forman una "pequeña nación" en las grandes naciones donde
viven provisoriamente.
Ved aquí la realización profética de la tutela de Dios para la segregación de su
pueblo. Balaam contemplaba desde Phasga las tiendas de Israel y exclamaba:
"Que desde la cúspide de las peñas lo veo
Y desde las alturas lo estoy contemplando,
He aquí que este pueblo habitará solo
Y entre las demás naciones no será contado" (Núm. XXIII, 9).
La segregación del pueblo de Dios es un hecho que domina toda su historia, desde
Abrahán. Este hecho histórico y divino, a la vez, ha persistido en la dispersión.
Los judíos se agrupan. Todas las ciudades de Europa tienen su barrio judío, donde
se desarrollan las pequeñas industrias particulares de este pueblo y donde podemos
encontrar numerosas carnicerías "kosher", en que la carne ofrecida proviene de
animales que han sido muertos según los ritos mosaicos.
Podemos señalar, además, un hecho muy curioso: las disposiciones tomadas en el
transatlántico "Normandie" para permitir a los israelitas continuar fieles, aún en
viaje, a sus prescripciones particulares llegan hasta proporcionarles vajilla especial,
cocina aparte, etc.
***
77
Las lamentaciones se dirigen también al tiempo de Tito y a los siglos siguientes
cuando "sentada en la soledad", Jerusalén "ha sido reducida a servidumbre" (Lam. I,
1).
¡Servidumbre romana, primero, y luego servidumbre musulmana!
También Miqueas había anunciado un sombrío porvenir a la ciudad antaño "tan
poblada".
"Sión será arada como un campo". "Jerusalén llegará a ser un montón de piedras"
(Miq. III, 12).
Sabemos que efectivamente el emperador Adriano, en 132, hizo pasar el arado
sobre la explanada del templo. "Sión labrada como un campo". ¿Y no se realizó
acaso a la letra la profecía de Jesucristo? Sus discípulos habían elogiado la fábrica
del templo construido con tan bellas piedras. "Días vendrán, les dijo, en que todo
esto que veis será destruído de tal suerte que no quedará piedra sobre piedra que
no sea demolida". Y dijo también: "Jerusalén será hollada de las naciones hasta
tanto que los tiempos de las naciones acaben de cumplirse" (Luc. XXI, 5.24).
Si el “tiempo de las naciones” comienza desde el cautiverio de Babilonia, sólo con
Tito la ciudad fué realmente hollada. El arruinó especialmente el templo; Adriano
hizo arar el suelo donde estuvo colocado, y cuando Juliano el Apóstata -- para hacer
mentir a Cristo — quiso volverlo a levantar salió un fuego del suelo, al intentarse la
excavación de los nuevos cimientos.
La destrucción total de un templo como el de Jerusalén es inexplicable. Tenía, por
cierto, tanta solidez como sus antepasados del Valle del Nilo cuyas macizas
columnas se yerguen aun ahora imponentes, gigantescas; tenía más resistencia que
los templos griegos y romanos de Atenas, de Corinto, de Baalbek y de Palmira,
cuyas ruinas son todavía tan importantes.
En Jerusalén no queda nada.
Un peñasco guardado bajo la cúpula azul de la mezquita de Omar, un resto de
basamento, algunos cubos de piedra para que los judíos puedan, junto a ellas, llorar
cada viernes. "Porque son muchos mis suspiros y desfallece mi corazón. ¡Oh muro
de la hija de Sión! haz correr como un torrente tus días y noches" (Lam. I, 22; II, 18).
Jeremías había visto bien: un torrente de lágrimas, el muro del llanto!
La población judía de Jerusalén quedó reducida durante siglos a los pocos
ancianos que venían allí a terminar sus días, en su querida Sión, sin fiestas ya, sin
altar y sin sacrificio. Sus tumbas orlan por centenares el flanco del Monte de los
Olivos.
El muro del llanto y piedras sepulcrales. He aquí el montón de piedras predicho
por Miqueas y sobre el que lloró Jeremías.
***
VI
78
políticamente reconstituida, y nuestros hijos, ¿verán un día la conversión en masa
de los judíos al Evangelio de Cristo?
La manera de que el Apóstol Pablo habla de la reagrupación judía prueba que los
profetas del Antiguo Testamento la tenían ciertamente en vista. Ellos veían en
primer plano la restauración parcial de Jerusalén, después la cautividad de
Babilonia, pero franqueando los siglos sus anuncios proféticos se extienden más
lejos, hasta tiempos como los nuestros.
Estas profecías han resonado en tiempos que deben preceder a aquellos que San
Pedro llama "los tiempos de la restauración de todas las cosas, los que Dios anunció
por boca de los santos profetas suyos" (Hech. III, 21).
Pues bien, en la época de San Pablo y San Pedro ya no se trataba de la
restauración de Israel después de las cautividades, sino del tiempo que seguiría a la
gran dispersión, aquél en el cual nosotros entramos. "Jerusalén será hollada de las
gentes, hasta que se hayan cumplido los tiempos de las gentes" (Lc. XXI, 24).
Además San Pablo anuncia una gloria tal para Israel, que si queremos seguir el
desarrollo del capítulo XI de la Epístola a los Romanos, nos es preciso aceptar en el
mismo sentido que él, las palabras proféticas de Isaías, Ezequiel, Jeremías, Zacarías
sobre el agrupamiento de los judíos.
Estos anuncios son propios de Israel y no conciernen a la Iglesia sino en un
sentido puramente simbólico. Numerosos exégetas aplican a la Iglesia, en un
sentido literal, todas las bendiciones proféticas anunciadas sobre Israel y no le
dejan a éste sino las maldiciones.
San Pablo habla de una manera completamente diversa. ¿No deberemos seguirle
en su interpretación profética?73
"Pregunto: ¿Están caídos (los judíos) para no levantarse jamás? No por cierto. Pero
su caída ha venido a ser una ocasión de salud para los gentiles, a fin de que el
ejemplo de los gentiles les excite la emulación. Que si su delito ha venido a ser la
riqueza del mundo y el menoscabo de ellos el tesoro de las naciones, ¿cuánto más
lo será su reintegración?... Porque si el haber sido ellos desechados, ha sido la
reconciliación del mundo ¿qué será su restablecimiento, sino resurrección de
muerte a vida?" (Rom, XI, 11-15)74.
Por lo tanto Pablo recomienda a los cristianos permanecer en la humildad.
"Si te glorías, sábete que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pero las ramas,
dirás tú, han sido cortadas para ser yo injertado. Bien está: por su incredulidad
fueron cortadas. Tú empero estás ahora firme por medio de la fe; mas no te engrías,
antes bien vive con temor. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, debes
temer que ni a ti tampoco te perdonará" (Rom. XI, 18-21).
"Y así todo Israel se salvará, según está escrito: Saldrá de Sión el Libertador, que
desterrará de Jacob la impiedad. Y tendrá efecto la alianza que he hecho con ellos,
en habiendo yo borrado sus pecados" (Rom. XI, 26-27).
Aquí el Apóstol Pablo se apoya en Isaías (LIX, 20 y XXVII, 9) y anuncia esta
maravillosa conversión en el momento de la vuelta del Señor Jesús. "El Libertador
vendrá de Sión".
73
Subrayemos esta expresión de San Pablo: "su caída ha sido la riqueza... por
lo tanto... ¡cuál no será su reintegración!".
79
Siguiendo siempre el ejemplo de San Pablo, citaremos algunos textos proféticos
concernientes al reagrupamiento de Israel, "de quienes es la adopción, y la gloria y
la legislación y el culto y las promesas; cuyos padres son los Patriarcas y de quienes
desciende Cristo según la carne"… (Rom. IX, 4-5).
Vendrán tiempos de gloria para Israel, no dudemos, pues a él pertenecen "las
promesas" y de él ha nacido el Cristo según la carne75.
Moisés que anunciaba la caída de Israel en términos tan reales, habló también de
su gloria venidera:
"El Señor Dios tuyo te hará volver de tu cautiverio y tendrá misericordia de ti y
otra vez te congregará, sacándote de todos tus pueblos por donde antes te
desparramó. Aunque hayas sido dispersado hasta las extremidades del mundo, de
allí te sacará el Señor Dios tuyo, y te tomará en introducción en la tierra que
poseyeron tus padres y tú la volverás a ocupar…" (Deut. XXX, 3-5).
Amós es no menos explícito: "En aquel tiempo restauraré el tabernáculo de David,
que está por tierra y repararé los portillos de sus manos y reedificaré lo destruido…
Yo los estableceré en su país y nunca jamás volveré a arrancarlos de la tierra que yo
les di" (Amós IX, 11.15).
Zacarías en nombre del mismo Dios nos dice: "Yo los reuniré con un silbido, pues
los he rescatado; y los multiplicaré del modo que antes se habían multiplicado. Y los
dispersaré entre las naciones; y aún en los más distantes países se acordarán de
mí. Vivirán juntamente con sus hijos y volverán. Pues yo los traeré de la de Egipto y
recogeré de la Asiria y los conduciré a la tierra de Galaad y del Líbano y no se
hallará lugar para ellos" (Zac. X, 8-9).
El profeta Isaías compara la reunión de Israel a la cosecha; ésta es una imagen
familiar que Jesús empleará también para designar el fin del los tiempos.
"Desde el álveo del río hasta el torrente de Egipto, vosotros, oh hijos de Israel,
seréis congregados uno a uno. Y en aquel día resonará una gran trompeta" (Is. XVII,
12-13).
Isaías es el gran anunciador de la gloria de los judíos; los últimos capítulos de su
profecía — que es preciso leer entera — tienen tal potencia que no se han realizado
sino muy parcialmente, después de la vuelta de la cautividad, antes de Jesucristo.
Hay pues mucho que esperar todavía.
En cuanto al profeta Ezequiel, las páginas que consagra al reagrupamiento de
Israel son impresionantes. Hemos dado aquella de los "huesos disecados" 76; sería
preciso citar muchas otras77.
El mismo canto de triunfo se repite:
"Los reuniré de todas partes", "Habitarán sus tierras", "Los plantaré en el suelo",
"No habrá bastante sitio para ellos". ¿Y no es ésto precisamente lo que empezamos
a ver?
75
Leer también: Sof. III, 20; Os. III, 4-5; Miq. II, 12.
80
VII
78
81
Sigamos pues, la expresión y el crecimiento de esta nación que se reconstituye y
renueva su juventud como el águila, encontrando su tierra antigua, dada por Dios a
Abrahán (Gén. XVII, 8), la tierra prometida.
Las Ciudades.
Numerosas ciudades palestinas se agrandan, otras surgen del suelo. "Tel Aviv", la
primera ciudad sionista fundada en 1909, es ahora una gran ciudad; bellos teatros,
grandes administraciones, colegios, universidades, óperas. Sus habitantes se
cuentan por millares: 46.000 en 1932; 102.000 en el último censo de 1935. ¡Qué
aumento en tres años!
Jaffa desarrolla su puerto por el cual cajones de naranjas y de cidras son
exportadas para Europa. De Enero a Abril de 1935 (en tres meses) 7.292.792
cajones han sido cargados en Jaffa.
Haifa, donde viene a terminar la línea de tubos del petróleo del Irak, se extiende a
lo largo, a los pies del Carmelo; sus casas blancas, sus usinas, sus establecimientos
técnicos se multiplican con una prodigiosa rapidez por las orillas de su hermosa
bahía.
La vieja ciudad de Safed, sobre su altura, aquélla de la cual habla el Señor Jesús
cuando se refería: "una ciudad situada sobre una montaña no puede ser escondida"
(Mat. V, 14), luego rivalizará con Tel Aviv y Haifa.
En cuanto a Jerusalén, sus construcciones nuevas son muy importantes y la
ciudad está en constante desarrollo.
La vida agrícola.
79
82
Sobre la irrigación se hace el gran esfuerzo del "Keren Kayemeth" y de toda la
empresa sionista. Usinas, barreras del Jordán, arcas de agua aseguran la
distribución en las ciudades y haciendas. Jerusalén desde fines de 1936, es
alimentada con agua corriente.
Pero al lado del regadío — tan urgente en Oriente — es preciso cuidar del
saneamiento de los pantanos. El "Keren Kayemeth" se ocupa de esto, activamente.
Es el medio esencial para conquistar tierras insalubres e incultas y hacer de ellas un
suelo productivo.
En el mes de Abril de 1935, la "Palestine Land Development Company" compró
toda la región del lago Merom, el Houleh a fin de desecarlo. Se cuenta con ver
florecer ahí en los próximos años una colonia de 30.000 judíos; éste no es
actualmente más que un país desierto, entregado a las fiebres palúdicas, habitado
solamente por algunas familias de beduinos81.
Si la empresa tiene éxito, esta región debe producir varias cosechas por año.
¿No ha anunciado Dios estos tiempos, por boca del profeta Amós?
"He aquí que vienen días, dice Jehová, en que el que ara alcanzará al segador y el
que pisa las uvas al que siembra las semillas: y las montañas destilarán mosto y
todas las colinas se derretirán en leche. Y haré tornar del cautiverio a mi pueblo de
Israel; y ellos edificarán las ciudades asoladas y las habitarán; y plantarán viñas y
beberán el vino de ellas; y harán huertas también y comerán su fruto. Y yo los
plantaré en su propio suelo" (Am. IX, 13-15).
La reforestación también se realiza sobre la tierra. El "Keren Kayemeth" ha
plantado 130.862 árboles en 1934; el número total de árboles plantados desde hace
algunos años se eleva a 1.473.00082.
Los árboles frutales son numerosos, principalmente el plátano, el naranjo y el
schaddock que produce la cidra.
De Gaza a Lydda se extiende un verdadero bosque de naranjos.
"Los árboles darán frutos.
La higuera y la viña darán sus riquezas" (Jl. II, 22).
Las viñas son tan productivas que las uvas abundan de Julio a Noviembre.
Estancias modelo son establecidas sobre todo el territorio, a fin de facilitar la
enseñanza y la cultura. "Porque reverdecerán ya los pastos del desierto y se
llenarán las eras de trigo y los lagares rebosarán de mosto y de aceite" (Jl. II, 22-
24).
El desarrollo de la agricultura es un hecho particularmente interesante, pues los
judíos por su constitución física no parecen adaptarse fácilmente a este género de
trabajo. Ahora se cuentan ochenta mil agricultores judíos y se constata un
desarrollo físico de la raza: cuerpos robustos, espaldas anchas.
Se cuenta con poder de alimentar aproximadamente tres millones de hombres,
por la intensificación de la enseñanza y de la agricultura.
El esfuerzo industrial.
La Universidad de Jerusalén.
81
83
En 1925 fué fundada sobre el monte Scopus, en Jerusalén, la Universidad Judía,
donde el hebreo ha llegado a ser lengua viva como en toda la Palestina Nueva.
Actualmente esta Universidad cuenta con 80 profesores y 500 estudiantes.
Todas las ciencias se enseñan allí. Los cursos son hechos en hebreo.
La biblioteca posee más de 300.000 volúmenes.
Entre las últimas informaciones que nos han llegado, señalamos además la
construcción de navíos de comercio: el "Har Karmel" (Monte Carmelo), ostentando
el pabellón palestino, exporta los productos de las usinas del Mar Muerto, el "Tel
Aviv" lanzado el 25 de Febrero desplaza 10.000 toneladas y está entregado a la
línea Haifa-Trieste.
En fin, desde 1935, los telegramas son transmitidos en hebreo.
***
¡Qué castigo ha caído sobre él por haber gritado, al presentar Pilatos a Jesús
diciendo "he aquí vuestro rey", "no tenemos más rey que César"!
"¡No tenemos más rey que César!". César los ha arruinado, y los Césares
modernos, representados en la Sociedad de las Naciones, siguen negándoles el
derecho de ser una nación.
¡Pero Jesús vivirá más que César, y Él quebrará los Césares!
"Vendrá de Sión el Libertador y todo Israel será salvado" (Rom. XI, 26)83.
83
84
CONCLUSIÓN
(I Ped. I, 13)
"Mas sabe esto, dice el Apóstol Pablo a Timoteo, que en los postreros días vendrán
tiempos peligrosos. Porque los hombres serán amadores de sí mismos, amadores
del dinero, jactanciosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres,
ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, inconstantes,
fieros, aborrecedores de los que son buenos, traidores, protervos, hinchados de
orgullo, amadores de los placeres, más bien que amadores de Dios, teniendo la
forma de piedad, mas negando el poder de ella; apártate también de los tales" (II
Tim. III, 1-5).
¡Cualquiera dice al leer tan sombría descripción que el Apóstol hablaba de
tiempos como los nuestros! ¡Si, al fin de los tiempos!
Pues bien, nada elevará una barrera más fuerte contra el amor de nosotros
mismos, contra el amor al oro, la insubordinación, las formas exteriores de una
piedad que reniega de lo que haría su fuerza, que el desarrollo en nosotros de la
esperanza de la vuelta de Cristo.
Debemos volver toda nuestra esperanza hacia esta gracia que nos será dada el
día de la manifestación de Jesucristo (I Ped. I, 13) para que vivamos desde ahora en
paz y alegría del alma.
Nuestra sociedad sufre de un profundo egoísmo, de una sed insaciable de dinero y
goces materiales y de su falta de sumisión a la ley de Dios.
¿En dónde está el remedio?
Para aprender a olvidarnos de nosotros mismos se nos proponen diversos medios.
Los métodos ascéticos son numerosos, pero nuestro aborrecible yo es un monstruo
que, como la hidra de Lemá debe ser extirpado en sus siete cabezas a la vez. Nada
corta más radicalmente los tentáculos del yo que la espera de la manifestación de
Cristo que puede producirse de un momento a otro. Nada domina mejor nuestro yo
que la lectura de las Santas Escrituras; ellas nos recuerdan sin cesar los misterios
que han de suceder. Un día Ángela de Foligno oyó una voz que le decía: "La
inteligencia de las Escrituras contiene tales delicias, que el hombre que las posea
olvidaría el mundo… No sólo olvidaría el mundo aquel que goce del gozo inefable de
la inteligencia evangélica, se olvidaría de sí mismo"84.
En contacto cuotidiano con la Biblia y penetrado del deseo vehemente de la
venida de su Señor y de la realización de su Reino, el alma justa, recta y limpia se
transformará, sin darse ni aun cuenta, porque apreciará las cosas humanas y las
divinas en su justo valor. Medirá las primeras y las colocará en su lugar, es decir
84
Angela de Foligno: "Le livre des visions". Trad. Hello, París. Tralin 1914,
"L'Esperance", Pág. 61.
85
muy bajo: para las segundas las juzgará sin medida y comprenderá su
incomparable grandeza.
85
Prefacio de Navidad.
86
lleva a veces un báculo, el báculo del peregrino, símbolo de su carrera anhelante
hacia el fin supremo, ardiendo en el deseo de alcanzarlo. También se ha dado a la
figura iconográfica de la esperanza representada bajo los rasgos de una mujer, el
ancla, símbolo de aquella que da seguridad al navío (Heb. VI, 19); lleva a veces
trigo, frutas, una colmena, símbolos "del cultivador que espera pacientemente en la
esperanza la lluvia de otoño y la de primavera" (Sant. V, 7). Así debemos esperar
fortaleciendo nuestros corazones, "porque la manifestación del Señor está próxima"
(Sant. V, 8).
Es la paciencia firme que nos sostendrá en nuestra vida de viajeros, como fué
Moisés sostenido en el desierto: "Y resistió firme como si viese a aquél que es
invisible" (Heb. XI, 27).
La virtud de la esperanza nos permite contemplar ese invisible, y es ella quien ya
nos dice al oído – como el trigo verde canta al labrador que le mira, la belleza de la
próxima cosecha87 — los esplendores de la manifestación de Jesús con sus santos;
la esperanza nos dice: "¡Feliz aquel que espera!... Tú marcha hacia tu fin;
descansarás y estarás listo para recibir tu herencia, al fin de los días" (Dan. XII, 12-
13).
87
87
APÉNDICES
Sal. XL, 8.
Supongamos que tenemos en nuestras manos uno de esos rollos que se usan hoy
día en las sinagogas. Tal como lo hizo Jesús en Nazaret (Lc. IV, 17), desenrollemos el
pergamino y leamos.
Jesús dijo al morir: "¡Se ha consumado!".
En seguida desenrollemos la otra parte del rollo y leamos las PROFECIAS SOBRE
LA SEGUNDA VENIDA. Al final del último libro de la Biblia, en el Apocalipsis, oiremos
a Jesús — para quien el futuro es ya presente — afirmar la plena realización: "Hecho
es".
Entre las dos partes del rollo hay un espacio en blanco..., es nuestro tiempo, es el
tiempo de la Iglesia, el tiempo de la espera:… "hasta que El venga".
¿CREEMOS NOSOTROS realmente en el cumplimiento de las profecías, de las que
se realizaron con la primera venida de Jesús?
¿Esperamos realmente el cumplimiento de las profecías, de aquellas en que se
realiza la vuelta de Jesús?
Coloquémonos por lo menos una vez en nuestra vida frente a las fuentes
maravillosas que nos ofrece la Iglesia, — por medio de la Biblia — para desarrollar
nuestra fe y nuestra esperanza.
¿Hemos bebido en esas fuentes?
Reflexionemos sobre este pasaje del Evangelio:
Cuando María llevaba a Jesús en su seno, — y sin verlo todavía, — Isabel le dice:
"Bienaventurada tú que creíste, porque cumplido será lo que te fué dicho de parte
del Señor" (Lc. I, 45).
Del mismo modo se cumplirán un día todas las cosas dichas de parte del Señor,
por los profetas y los Apóstoles relativas al Retorno y al Reino de Jesucristo, nuestro
Salvador.
Entonces, felices aquellos que, al ver todas estas cosas, podrán decir, como San
Mateo al fin de su Evangelio: "Todo esto ha sucedido para que se cumplan las
Escrituras de los profetas" (Mt. XVI, 56).
***
88
Un gran misterio, queramos o no, se cierne sobre la manera de desarrollar el Rollo
del Libro en el "Día del Señor".
Esta confrontación entre las profecías del Antiguo y del Nuevo Testamento son
sobre todo el resultado de nuestros estudios anteriores y personales sobre la Biblia.
No los hemos agotado y pueden ser citados aún muchos otros textos.
Nacerá en Belén
Jesús volverá a
Nazaret y será llamado
Nazareno
89
Is. VII, 14 Mt. I, 22-23
Los fariseos serán Is. XXIX, 13 Mt. XV, 7; Mc. VII, 6-7
hipócritas
Jn. XII, 38
Los judíos serán Is. LIII, 1
incrédulos
Jn. VII, 38
Pero para aquellos Is. XLIV, 3; LVIII, 11
que creerán en Jesús,
ríos de agua viva
manarán de su seno
con el templo
arruinado y
reconstruido
Sal. CX, 1
90
Jn. III, 14-15 Mat. XII, 40-41; Mt.
XVI, 4
Mt. XXII, 44; Mc. XII,
Jn. II, 19-23 35; Lc. XX, 41
El templo y los Is. LVI, 7; Sal. LXIX, Mc. XI, 17; Jn. II, 17
cambistas 10
Israel que rechazó al Sal. CXVIII, 22 Mt. XXI, 42; Mc. XII,
Rey será rechazado 10; Lc. XX, 17-18
Jesús será odiado sin Sal. XXXV, 19; Sal. Jn. XV, 25
motivo LXIX, 5
Todos los discípulos Zac. XIII, 7 Mt. XXVI, 31; Mc. XIV,
lo abandonarán. Dios 27.
herirá a los pastores…
Será como una oveja Is. LIII, 7; Jer. XI, 19 Hech. VIII, 32-33
muda para el que la
esquila
Será objeto de Is. LIII, 3; Sal. XXII, 7 Mat., 27, 29, 31 Juan
irrisión 19, 2-3
Le escupirán el rostro
Le pegarán en la
cabeza
Será flagelado
91
Sus huesos no serán Is. L, 6 Mt. XXVII, 30
quebrados
Miq. IV, 14 Mt. XXVII, 30; Mc. XV,
Tendrá sed 16-20; Jn. XIX, 2-3
Sal. XXII, 19
Mt. XXVII, 35; Jn. XIX,
24
Is. LIII, 9
Mt. XXVII, 57
Is. LIII, 12
Jn. X, 17-19
Será la luz del mundo "Y veis aquí uno Is. IX, 1; XLII, 6; XLIX,
superior a Salomón" 6; LI, 4
Será Rey
92
Heb. V-VII Mt. III, 17; XVII, 5; Mc.
Sal. II, 7; LXXXIX, 27- I, 11; IX, 7; Lc. III, 22;
28; Os. XI, 1 Hech. III, 22; VII, 37; IX, 35; II Ped. I, 17; Lc.
Lc. VII, 16; XXIV, 19; Jn. I, 32; Jn. III, 16
IV, 19
Lc. XI, 31; Mt. XII, 42
I Rey. I, 37 Hech. XIII, 47; Jn. I,
5.9; VIII, 12; IX, 5; Mt.
IV, 16; Hech. XXVI, 23; Mt. II, 2; Lc. I, 32-33;
I Sam. II, 10 Apoc. XXI, 24; Lc. II, 32 Jn. I, 49; XVIII, 37
El Rey ha sido rechazado, pero es menester que El reine hasta que todo le sea
sometido (I Cor. XV, 25).
Está sentado a la diestra del Padre: sacerdote y rey, compartiendo el trono de
Dios.
Intercede sin cesar y extiende sobre la Iglesia su Esposa, su reino de gracia.
Pero volverá para reinar y tomará posesión del trono de David (Lc. I, 33).
La creación entera suspira por ese día (Rom. VIII, 19-26).
Obscurecimiento del Mc. XIII, 24; Mt. XXIV, Is. XIII, 10; Jl. II,
sol "negro como un 29; Apoc. VI, 12; IX, 2 10.31; III, 15
saco de crin"
La luna no dará más Mt. XXIV, 29; Mc. XIII, Jl. II, 10.31; III, 15; Is.
su luz "Cambiada en 24; Apoc. VI, 12 XIII, 10
sangre"
Los astros caerán del Mt. XXIV, 29; Mc. XIII, Jl. II, 10; III, 15; Is.
cielo y las potencias 25; Apoc. VI, 13; VIII, XIII, 10
del cielo serán 10-11; IX, 1
conmovidas
Apoc., 12, 4 Dn. VIII, 10
La Bestia hará caer
las estrellas
(Sobre los grandes signos precursores: Reagrupación de Israel, Apostasía de las
Masas..., ver nuestra III Parte: "Los Signos").
88
Respecto a las profecías sobre la primera venida nos hemos apoyado antes
de todo en el Antiguo Testamento para constatar su realización en el Nuevo. Aquí
partiremos del Nuevo Testamento que anuncia con tanta claridad "el día del Señor"
y buscaremos lo que han dicho sobre él los Profetas del Antiguo Testamento.
93
Dan. VII, 13 La nube Destrucción de la
Jesús lo predice al acompaña siempre la Bestia de la tierra y de
sumo sacerdote presencia de Dios. la Bestia del mar
Deut. XXXIII, 26
La nube que lo cubrió Jesús que vuelve es
en su Ascensión lo Sal. XVIII, 8-14; Deut. comparado con el que
traerá nuevamente XXXIII, 26 llama a la puerta
Separación de los
Mc. XIV, 62 ; Mt. elegidos para
XXVI, 64 preservarlos de la gran
tribulación y de la
Hech. I, 11 cólera divina
I Tes. IV, 16
Arrebatados sobre las
nubes
I Tes. IV, 16; Mt. XXIV,
31; I Cor. XV, 52; Apoc.
VIII-IX; XI, 15
Al encuentro del
I Tes. IV, 16; I Cor. XV, Señor
23; Apoc. XX, 5 Jn. XV,
29; Heb. XI, 35 Viene acompañado
por miles de sus
santos y santas
94
Apoc. VII, 3-9 Ez. IX, 4-7
I Tes. IV, 17
Zac. XIV, 5
II Tes. II, 8
Is. XI, 4; Job IV, 9
Apoc. III, 7
Is. XXII 22
Apoc. III, 8
Ez. XLVI, 2
Apoc. III, 3 ; XVI, 15 ;
I Tes. V, 2 ; II Ped. III,
10; Mt. XXIV, 42-43
Luc. XII, 39
95
Mat. XXIV4, 30; Apoc. Zac. XII, 10-14
I, 7
Pisa el lagar de la
cólera ardiente de Dios
Apoc. VI, 16; Lc. Os. X, 8; Is. II, 19-22
La cosecha y la XXIII, 30
vendimia "La cosecha
es el fin del tiempo Apoc. VI, 17 Sof. II, 2-3
Tiene su bieldo en la
mano Apoc. VI, 16; XIX, 15; Jer. X, 10; Sal. II, 5;
Rom. II, 5; Lc. XXI, 24 CX, 5; Ag. II, 22
Quebranta a los
reyes y a su poder
Apoc. XIX, 15; II, 27; Sal. II, 9
XII, 5
Ruina de Babilonia,
figura del orgullo del Apoc. XIX, 15; II, 16; Deut. XXXII, 42; Jer.
mundo que se levanta XIX, 21 XLVI, 10; Ex. XXII, 24;
contra Dios Is. XXVII, 1; XXXIV, 6;
Ez. XXI, 14
96
Apoc. XVII, 14; Luc. I, Sal. II; I Sam. II, 10;
33; Apoc. XIX, 16; Jer. XXIII, 5-8; Jer.
La Transfiguración, XXXIII, 17; Dan. VII, 14;
Reino de justicia y de figura del reino: Mt. Ez. XXXVII, 22; Zac. IX,
paz XVI, 27-28 y XVII; Mc. 9; XIV, 9; Sal. XXIV, 7-
IX; Lc. IX; II Ped. I, 17; 10; CXLIX, 2; Is. XXXIII,
La entrada a 22
Jerusalén, figura del
reino: Lc. XIX, 29-45;
Mc. XI, 1-11; Mt. XXI, 1-
Seremos sacerdotes 16; Jn. XII, 12-19
y reyes
Apoc. XV, 3, Gál. III-IV Sal. II, 9; Jer. X, 7
89
Mal la cita
97
EN LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS
98
Ez. XXXVIII-XXXIX;
Sal. L, 1-7; Sof. I; Hab. Is. XXV, 8; Os. XIII, 14
III Dan. VII, 14
Is. XXV, 8
EL REINO MILENARIO
99
Sin necesidad de recurrir al Talmud, no tenemos sino que leer los Profetas del
Antiguo Testamento para encontrar en ellos la certidumbre de un reino mesiánico
en Jerusalén. Casi todos anuncian de un modo análogo la restauración de Israel con
el Cristo por Rey y fueron esos textos proféticos los que indujeron al error a los
judíos cuando la primera venida, porque esperaban en el Mesías al Rey que debía
traer la justicia y la paz y dar a la humanidad esa felicidad por la cual suspiraba.
Estos textos no están prescritos.
¿Se realizarán a la letra?
Esta opinión era la de los antiguos Padres de la Iglesia, de San Justino, de San
Ireneo, de Tertuliano.
San Justino que vivió en el siglo II escribía al judío Trifón: "Para mí, para los
cristianos de ortodoxia integral sabemos que llegará la resurrección de la carne, y
que acontecerán mil años en una Jerusalén reconstruida, decorada y agrandada
como lo afirman los profetas Ezequiel, Isaías y otros" 90.
Sin embargo, ciertas concepciones groseras y materialistas se deslizaron en esta
creencia. Papías de Hierápolis decía que la fertilidad de la tierra sería tal que las
parras darían racimos de dos mil granos. Estas exageraciones absolutamente
condenables debieron excitar reacciones violentas; algunos llegaron hasta a negar
la autenticidad del Evangelio de San Juan y su Apocalipsis para refutar todo
concepto milenarista.
Pero esta idea no había muerto. San Agustín y su maestro San Ambrosio fueron
fervientes defensores del reino milenario. San Agustín abandonó más tarde, sin
embargo, su opinión y explicaremos por qué.
Según su pensamiento primitivo dividía la vida de la humanidad en milenios,
comparados con los días de la creación, conforme lo expresa el Salmo XC, en el cual
se dice que para Dios, mil años son como un día. La vuelta de Cristo marcaba pues
el fin del sexto milenio "y cuando el sexto milenio haya transcurrido, escribe San
Agustín, cuando haya sido hecha la gran separación de los malos y los buenos (de
los malos y los buenos de los cuales ha hablado anteriormente) vendrá el reposo y
el Sábado misterioso de los santos y justos de Dios (es decir los mil años
apocalípticos). En seguida, del séptimo día, cuando hayamos contemplado en el
aire esa hermosa cosecha, la gloria y los méritos de los Santos, entraremos en esa
vida y en esa paz de la cual se ha dicho que ojo no ha visto, ni oído ha escuchado,
ni el corazón del hombre ha subido hacia lo que Dios tiene preparado a los que, le
aman"91.
Por lo tanto, San Agustín consideraba antes de la bienaventuranza suprema u
octavo día, un sábado o reposo maravilloso del Cristo y de sus Santos: el séptimo
milenio. Debía ser el Edén reconstruida donde reinaría Cristo y sus santos. La
imagen bíblica del lobo y el cordero viviendo juntos ¿no nos permitirían evocar el
florecimiento de ese reino de justicia y paz? (Is. II, 6-8).
Desgraciadamente en vez de considerar este reino misterioso como un reino de
cuerpos resucitados, de vida espiritualizada, de paz y pureza en presencia del Rey
de reyes, un estado que debía parecerse al de Jesús después de su resurrección 92,
90
10
que conservando la visión de su Padre podía, sin embargo, alimentarse, vivir como
nosotros, andar sobre la tierra, aparecer y desaparecer; en vez de considerar el
reino apocalíptico de mil años como anticipación de la vida celestial, muchos se
dejaron llevar por la prescripción de realizaciones carnales y goces de orden
puramente material.
Entonces para combatir este error San Agustín cambió bruscamente de opinión.
En “la Ciudad de Dios" reconoce que lo que ha dicho anteriormente "se puede
admitir creyendo que durante ese séptimo milenio (o reino de mil años del Apoc.)
los santos gozarán de algunas delicias espirituales a causa de la presencia del
Salvador; y agrega: Yo he pensado antes de ese modo.
"Pero como aquellos que adoptan esta creencia dicen que los santos vivirán en
continuo festín, sólo las almas carnales podrán creer como ellos, por eso es que los
espirituales los han llamado "Chiliastas", de una palabra griega que puede
traducirse literal-mente por "milenaristas".
En seguida San Agustín trata de dar una nueva interpretación al reino milenario
para destruir la esperanza de un reino terrestre y grosero.
"Respecto a los mil años pueden ellos comprenderse de dos maneras: o bien todo
esto sucede en los últimos mil años, es decir en el sexto milenio cuyos últimos años
transcurren actualmente93. Estos últimos años serán seguidos del Sábado que no
tiene tarde, es decir, del reposo de los santos que no tiene fin, de modo que la
Escritura llama aquí mil años la última parte de ese tiempo; considerando una parte
por el todo94.
Este es pues, el texto que tuvo más tarde tanta resonancia en la exégesis católica,
¡texto al cual se refieren siempre pero sin transcribirlo! Es por lo demás bien
confuso. Autorizaría en la primera parte a admitir el milenio en sentido literal:
"Se puede admitir que durante ese séptimo milenio los santos gozarán de algunas
delicias espirituales. Yo he pensado antes de ese modo".
Pues bien, aunque la Iglesia no ha condenado jamás la opinión de un reino
terrestre de Jesús con sus fieles, antes de la resurrección de los impíos para el juicio
general95, los exégetas católicos enseñan comúnmente que ese reino milenario está
actualmente en curso y que las profecías que se referían a la gloria de Jerusalén
reconstituida eran el anuncio de la paz y seguridad que goza la Iglesia libertada de
Satanás desde Constantino, es decir, desde el fin del paganismo oficial.
Leemos por ejemplo en el comentario que hace Fillion del Apoc. lo siguiente:
"Cristo ha establecido su reino; hace triunfar la verdad, la justicia, la santidad desde
su Encarnación y por consiguiente inaugura una era de felicidad para los suyos que
reinan con El, siendo reyes al mismo tiempo que súbditos" 96.
93
10
¿Quién podrá creer que ya triunfan la verdad, la justicia, la santidad: más aún, que
reinamos efectivamente con Cristo, y que la Iglesia no ha conocido persecución
desde Constantino por estar encadenado Satanás?
Esta exégesis deja en extraña penumbra la gran página del Apocalipsis.
Sabemos todos por el contrario, que la verdad, la justicia, la santidad, son virtudes
ignoradas de la mayor parte de los hombres; aun aquellos que "practican" su
religión. El Príncipe de este mundo tiene una actividad bien singular. ¡La Iglesia
ignora entonces las persecuciones que ha sufrido en los últimos siglos! Recordemos
el anticlericalismo y el combismo próximos a nosotros. Consideremos lo que sucede
en la URSS y en Alemania.
Hay que colocar al lado de la página del Apocalipsis que acabamos de citar, un
texto de los Hechos de los Apóstoles, que se refiere sin duda alguna a los tiempos
de restablecimiento maravilloso.
San Pedro, en su gran discurso del cap. III, dice lo siguiente: "Arrepentíos pues y
convertíos a fin de que sean borrados vuestros pecados, pues que vendrán los
tiempos del refrigerio de la presencia del Señor y enviará a Jesucristo que os fué
antes anunciado, a quien de cierto es preciso que el cielo tenga hasta los tiempos
de la restauración de todas las cosas del cual habló Dios por la boca de sus santos
profetas que han sido desde el siglo" (Hech. III, 19-21).
¿Qué ha, de ser, pues, "ese tiempo de restauración de todas las cosas" en que el
cielo nos envíe nuevamente a Nuestro Señor Jesucristo como lo anunció San Pedro?
El R. P. Jacquier, en su comentario de los Hechos, responde con mucha sabiduría:
Pedro habla aquí de la Parusía del Cristo, no como del TIEMPO DEL JUICIO FINAL
SINO COMO DEL TIEMPO DEL REINO MESIANICO que será para los judíos el reino de
la felicidad tan a menudo anunciado por los profetas97.
Por lo tanto el R. P. Jacquier disocia claramente la Parusía del Juicio final y coloca
entre los dos el reino mesiánico al cual llama "Tiempo de la restauración de todas
las cosas".
Era ésta en efecto en los primeros siglos la opinión de los Padres de la Iglesia, de
Justino, Ireneo, Tertuliano y el mismo San Ambrosio.
97
10
obligados a reconocer la perfecta y literal realización: nuestra razón está dominada
por el cumplimiento histórico del hecho.
Pero entonces los judíos de otro tiempo ¿no habrían tenido el derecho de
espiritualizar, antes de su cumplimiento, las profecías sobre la primera venida, por
ej. "La Virgen que concebirá", diciendo: "en ella no debemos esperar sino una
realización espiritual, símbolo ideal de pureza de la Madre del Mesías"? Porque, ¡una
Virgen concebir!... Y respecto a la Pasión ¿por qué no hubiesen podido espiritualizar
las manos y los pies atravesados, la túnica tirada a la suerte, el golpe de la lanza,
etc., etc…?
Vemos a qué negación, a qué racionalismo nos lleva fatalmente desde que
dejamos de tomar las escrituras a la letra, salvo en los casos de parábolas o
alegorías evidentes.
¿Podemos considerar alegoría lo que no nos es presentado como tal por ejemplo
en el Apocalipsis?
¿Podemos tomar idealmente "Las palabras del Señor afinadas y modeladas hasta
siete veces en el crisol"? (Sal. XII, 7).
¡Dios no habla para que su "palabra quede sin efecto" (Is. LV, 11) y sea una simple
imagen, un bello sueño ideal!
***
99
10
"a su orden: Cristo como las primicias, EN SEGUIDA LOS QUE PERTENECEN A
CRISTO, en su venida… Y por fin, el último enemigo que será destruido, es la
muerte" (I Cor. XV, 22-26).
En cuanto a la resurrección para el juicio (Jn. V, 24) o resurrección final de todos
los que no hayan participado en la primera, ella será la "resurrección de los
muertos".
Ya no se dirá de entre los muertos.
Entonces vendrá el castigo POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS para unos, o la gloria
POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS para los otros con Cristo que entregará el reino a
su Padre.
***
Hemos tratado de levantar un poco el velo que cubre estas cuestiones discutidas.
Por una parte los cristianos de los cinco primeros siglos creyeron en el reino
milenario y en la "primera resurrección"; esperaban con fe y esperanza la
realización de las profecías sobre la segunda venida del Señor.
Por otra parte los exégetas enseñan actualmente que ¡esas esperanzas se han
realizado en la Iglesia, en la cual reina la justicia y la paz mientras Satanás está
encadenado y que los cristianos son resucitados por el bautismo!...
No nos toca a nosotros dirimir la cuestión.
La esperanza de la Iglesia primitiva en el reino milenario, después "de la
restauración de todas las cosas" (Hech. III, 21) y la renovación de la tierra, es
esencialmente escriturística; pero es evidente que toda concepción naturalista
grosera es condenable, y debe ser absolutamente excluída100.
Sólo Aquél que "es la luz del mundo" puede, si le place, levantar el velo sobre
estos grandes textos y su realización.
ESA de entre los muertos" (Lc. XX, 25-36). Ningún malo puede tornar parte en esta
resurrección porque está dicho: "Serán semejantes a, los ángeles, serán hijos de
Dios". Por eso es que Jesús la llama en otra parte "resurrección de las justos" (Lc.
XIV, 14).
3. En los Hechos (IV, 2) los Saduceos se irritan de que Pedro y Juan
"anunciaban en Jesús" la resurrección de entre los muertos".
4. En la Epístola a los Filipenses (III, 11) la proposición griega "ek" se
encuentra bajo una doble forma bien significativa. Pablo quiere conocer la virtud de
la resurrección de Cristo… "para llegar, dice, si puedo a la resurrección que separa
(eisten Exanástasin) ESA de entre los muer-tos (ten ek nekrón). Esta insistencia tan
manifiestamente voluntaria tiene por objeto el evitar toda confusión posible.
Ahora el término "ek nekrón" (de entre los muertos) no se aplica jamás a los
impíos.
"La resurrección de entre los muertos, ¿podrá significar otra cosa en estas
cuatro citaciones que "la primera resurrección"? (Apoc. XIX, 5). Cf. W. E. B. "Jesús
revient". Neuchâtel, Delachaux et Niestlé, p. 54-56.
100
10
III
ADVIENTO
La liturgia de Adviento pone a luz las dos venidas de Jesucristo. Podríamos creer
que la Iglesia sólo piensa en su nacimiento, y por el contrario, evoca sobre todo su
vuelta y su reino futuro.
Desde las primeras vísperas del 1° Domingo hasta la 3° antífona se nos dice el
modo cómo vendrá Jesús: "Vendrá y todos sus santos con El y habrá ese día una
gran luz" (Zac. XIV, 5).
El invitatorio de Maitines llama al Niño Dios "el rey que debe venir" y el famoso
responsorio "Aspiciens a longe" nos dice "que mirando a lo lejos se ve venir el
poder de Dios sobre una nube que cubrirá toda la tierra. Salid a su encuentro".
Entonces se canta el versículo: "Elevaos puertas y entrará el Rey de la Gloria" (Sal.
XXIII).
El responsorio siguiente (el 2°) nos recuerda el admirable texto de Daniel (VII, 13-
14) "un hijo del hombre que viene sobre las nubes del cielo y a quien le es
entregado el reino… Su reino no será jamás destruido".
Más adelante, en el 5° responsorio, cantamos: "Vivamos sabia, justa y
piadosamente en espera de la bienaventurada esperanza y la venida de la gloria
del gran Dios" (Tito II, 12).
Los himnos de Vísperas, Maitines y Laudes dicen también que El vendrá por
segunda vez.
El segundo Domingo de Adviento agrupa tantos textos sobre la vuelta de Cristo
que sin excepción todos los responsorios del oficio de la noche y las antífonas de
Laudes cantan su aparición gloriosa. Podemos considerar algunas frases de estos
textos proféticos, pensando en el próximo nacimiento del Niño Jesús en sentido
acomodaticio, pero todos tomados a la letra son textos escatológicos.
Se canta entre ellos un versículo que se repite a menudo sacado de Habacuc (II,
3): "Aparecerá al fin y no engañará; si demora, si tarda, esperadle; porque viniendo,
vendrá". Sin duda que cuando se compuso la liturgia del Adviento encontraban los
cristianos que Jesús tardaba demasiado y se les quiso exhortar a la paciencia: SI
TARDA, ESPERADLE; PUES VINIENDO, VENDRA!101.
101
10
El tercer Domingo de Adviento desarrolla la misma idea, une las dos venidas y
anuncia el reino futuro. La antífona del "Benedictus" nos hace cantar: "Reinará
sobre el trono de David y su reino no tendrá fin" (cfr. Is. IX, 6).
Podríamos citar aun las antífonas de los últimos días de Adviento; siempre el
mismo deseo de dar luz sobre la vuelta y el reino de Jesús. Las generaciones que
nos precedieron comprendían que si la evocación del nacimiento de Jesús era útil a
la santificación personal, ¡más fecunda era para el alma, la vida en la esperanza del
gran misterio futuro, aquel que el Espíritu Santo nos enseña si sabernos escucharlo!
(Jn. XVI, 13).
TIEMPO DE NAVIDAD
TIEMPO DE EPIFANÍA
La Epifanía es la verdadera fiesta de Cristo Rey que la Iglesia celebra desde hace
siglos. Toda su literatura está orientada a la alabanza de la realeza maravillosa de
Cristo.
Hemos hecho notar que un día los judíos supieron mostrar a los gentiles donde
estaba su Rey102. Estos lo encontraron, en cambio las tinieblas espirituales cegaron
Cf. el capítulo: "¿Dónde está el Rey de los Judías que acaba de nacer?".
10
a los judíos. Pero en el último día será conocido por todos su nombre: "Rey de
Reyes y Señor de señores" (Apoc. XIX, 16).
El Introito de la Epifanía canta esta realeza (Mal. III, 1 y I Paral. XXIX, 12): "Ha
llegado el Soberano Señor; en su mano tiene el reino, el poder y el imperio".
El salmo LXXI contiene casi todos los trozos cantados de esta fiesta, tanto en la
Misa como en el Breviario. Algunos versículos de este salmo son particularmente
típicos para mostrar cuál será la realeza futura del Mesías: "Dominará de uno a otro
mar y desde el río hasta las extremidades de la tierra. Ante El se postrarán los
Etíopes, los Reyes de Tarsis y de las Islas le ofrecerán sus regalos. Los reyes de
Arabia y de Saba, le traerán sus dones. Todos los reyes se postrarán ante El".
Todos estos textos no pueden referirse sino a la segunda venida y Reino, puesto
que el día en que los Magos llegaron a Belén su cortejo no se parecía a esa
enumeración de reyes de que nos habla el salmo LXXI, ni a la que describe
magníficamente Isaías LX y que nos presenta la Epístola. "Los camellos y
dromedarios de Madián y de Efa, llegarán como un diluvio; los pueblos vendrán de
Saba trayendo oro y el incienso y cantando las alabanzas del Señor".
A raíz de las excavaciones hechas en Persépolis, ha aparecido una escala
monumental que ilustra admirablemente esos cortejos de príncipes llevando sus
regalos y cuya descripción es tan viva en el salmo LXXI y en Isaías.
Los tiempos de Adviento, Navidad y Epifanía, forman por el conjunto de sus textos
litúrgicos una síntesis de la vuelta y del Reino de Jesús. Forman como escalones que
cada año nos permiten avanzar en la comprensión de los grandes misterios futuros.
Acercan admirablemente las dos venidas del Señor: "Viene para salvar a su pueblo
de los pecados", dice el ángel a José (1° Adv). "Viene para reinar sobre la casa de
Jacob”, dice el ángel a la Virgen María (2° Adv.). Se ofreció una sola vez para cargar
los pecados; aparecerá sin pecado una segunda vez para salvación de los que le
esperan (Heb. IX, 28).
CICLO DE PASCUA
103
10
haya establecido los propósitos de su corazón. EN LOS TIEMPOS VENIDEROS
ENTENDEREIS ESTO" (Jer. XXX, 23-24)104.
La liturgia de la FIESTA DE CRISTO REY es un maravilloso epitalamio para
mostrarnos la Vuelta y el Reino. Forman parte de ella los textos más notables del
Apocalipsis, de Daniel, de San Pablo y de San Juan. Citaremos sólo uno — SERIA
NECESARIO CITARLOS TODOS: — “¿Entonces eres tú rey? Jesús responde a Pilatos:
"Tú lo dices, yo soy Rey y para eso he nacido" (Jn. XVIII, 36). Este texto resume en sí
la liturgia incomparable de esta fiesta que hace cantar a los cristianos los Salmos
Reales. Son estos los salmos XCII, XCVI, XCVIII que comienzan todos por estas
palabras: "El Señor es Rey". Esta fiesta es la expresión verdadera del brillo glorioso
de su reino105.
En la FIESTA DE TODOS LOS SANTOS la liturgia nos presenta una síntesis del
misterio del reino: reino de gracia y reino de gloria. Reino de gracia aquel que se
abre a nuestra alma y que el Evangelio de las Bienaventuranzas nos enseña a
construir en nosotros mismos por la pobreza, la dulzura, las lágrimas, el amor de la
justicia, de la misericordia, de la paz. La Epístola nos transporta por la lectura del
Apocalipsis (VII, 2-12), al Reino de la gloria, "a la hora admirable de la
concentración del nuevo pueblo de Dios compuesto, por una parte, de ciento
cuarenta y cuatro mil, pertenecientes a las doce tribus de Israel que fueron
marcadas y, además, por la multitud incontable de todas las naciones y tribus, de
todos los pueblos y lenguas. ¡Todos, Judíos y Gentiles, "están de pie frente al trono
en presencia del Cordero!".
Esta última fiesta del año litúrgico es de una síntesis prodigiosa: reino de gracia y
reno de gloria106, en donde será hecha la concentración de todos los elegidos!
;Aleluya!
Las últimas fiestas de que hemos hablado forman parte del tiempo después de
Pentecostés. Ahora veremos que la liturgia propia de este tiempo, la de los
Domingos, nos habla de la Vuelta de Cristo.
Los 24 Domingos — a veces algunos más según la fecha de Pascua - señalan los
siglos que transcurren desde la Ascensión hasta la Vuelta del Señor Jesús. La Iglesia
ha querido que encontremos una enseñanza viva de nuestra "feliz esperanza" y en
ella nos habla frecuentemente de la segunda venida.
LA IGLESIA HA ESCOGIDO EL COLOR VERDE A CAUSA DE LA ESPERANZA DE LA
VUELTA DE CRISTO. El color verde dice Dom Guéranger expresa la esperanza de la
Esposa (la Iglesia) que sabe que su suerte ha sido confiada por el Esposo al Espíritu
Santo, bajo cuya dirección hace su peregrinación 107. Nosotros agregaremos que el
color verde es el color del trigo nuevo que anuncia la cosecha al fin del siglo
predicha por Jesús (Mt. XIII, 39) y por el Apoc. (XIV, 15-16). Es la espera paciente del
labrador "en la esperanza del precioso fruto de la tierra" (Sant. IV, 7).
Al fin del tiempo después de Pentecostés — mes de Noviembre — las lecturas de
la Biblia son de los profetas Exequiel y Daniel, "cuya mirada después de haber
recorrido la sucesión de los imperios, penetra hasta el fin de los tiempos, y la de los
profetas menores que anuncian las venganzas divinas, los últimos de los cuales
anuncian al mismo tiempo la vuelta del Hijo de Dios"108.
104
10
A partir del XVIII Domingo después de Pentecostés, los textos litúrgicos nos
recuerdan en términos bien claros la próxima venida del Señor Jesús. "Derrama la
paz sobre los que te esperan a fin de que los profetas sean encontrados verídicos "
(Ecles. XXXVI, 18), canta el Introito y recibimos la promesa de ser mantenidos
irreprochables hasta su vuelta (Epíst. I Cor. I, 4-8).
En el Domingo XIX, escuchamos el llamado del Rey al festín de las bodas del
Esposo, tan deseadas y esperadas109.
En el Domingo XX, San Pablo nos aconseja redimir el tiempo, porque los días son
malos (Ef. V, 15-21).
En el Domingo XXI, la enseñanza se hace cada vez más apremiante; es el "día
malo", el día de Satanás… del Anticristo. Debemos vestirnos con la armadura de
Dios, es decir: verdad, justicia, predicación del Evangelio, fe, palabra de Dios, para
resistir al enemigo (Ef. VI, 10-17), al enemigo que ataca a Job (ofertorio), al enemigo
que ataca a Mardoqueo (introito). Pero cantamos en la comunión nuestra seguridad
de ser libertados por la Vuelta de Cristo: "Mi alma espera su salvación, he esperado
en tu promesa" (Sal. CXVIII, 81).
El Domingo XXII, abre una esperanza luminosa en el porvenir. "Tengo confianza,
dice San Pablo, que Aquél que ha comenzado la buena obra en vosotros la seguirá
perfeccionando hasta el día de Jesucristo" (Epíst. Fil. I, 6-11). Es el Domingo del Día
de Jesucristo, como el precedente fué el día del Anticristo, el "día malo".
A partir del Domingo XXIII se hace cada vez más clara la enseñanza: anuncia la
concentración de Israel, el gran llamado del cautiverio: "Yo juntaré de todas partes
vuestros cautivos" (Jer. XXIX, 11-15).
El Salmo CXXIX proporciona los textos cantados; en los primeros tiempos era
cantado entero. He aquí algunos versículos traducidos del hebreo: "¡Desde
profundos abismos clamo a ti Jehová! oye mi voz… Si tú mirases las iniquidades, ah
Señor, ¿quién podrá estar en pie? Empero contigo está el perdón para que puedas
ser temido.
"Yo espero a Jehová, mi alma espera, y en su promesa tengo puesta mi
esperanza. Mi alma espera a Jehová más que aquellos que aguardan la mañana...".
Este Salmo "De Profundis" es el salmo de los que "aguardan", de los que
"esperan", de los que "aguardan en la noche", en la noche de la fe en la vuelta del
Señor"110.
¿Seremos nosotros esos fieles centinelas, o más bien somos aquellos de que habla
San Pablo a los Filipenses, "que no gustan sino de las cosas de la tierra"? "Para
nosotros nuestra vida es la de ciudadanos de los cielos, de los cuales esperamos al
Señor Jesús" (Filip. III, 20).
El Domingo XXIV, nos enseña por medio de la Epístola que Dios nos ha
"trasladado a la herencia de los Santos en el Reino del Hijo de su Amor" (Col. I, 9-
14).
Ese reino de gracia prepara el reino de gloria que está a la puerta, puesto que el
Evangelio nos dice cuáles son los signos trágicos que anunciarán la venida del Hijo
del Hombre: "Sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad" (Mt. XXIV, 15-
35).
Nuestra esperanza se realiza. Podemos contemplar la Señal del Hijo del
Hombre111.
Sobre esta visión de gloria para los justos, y de desolación para los impíos, cae la
gran cortina del drama que nos hace vivir el año litúrgico: el drama del misterio de
Cristo.
En la secreta de esta misa elevamos a Dios una última súplica bien necesaria para
los últimos días:
109
10
"Señor, vuelve hacia Ti nuestros corazones para que seamos libertados de las
concupiscencias de la tierra".
112
Es preciso notar que la misa del último día del año — fiesta de San Silvestre
— no está compuesta sino por textos escatológicos. Preocupación evidente de hacer
pensar en la muerte.
11
vista personal, aunque sea excelente como sería el de nuestra muerte, y
comprender que hay una alegría reservada, una recompensa magnífica "para
aquellos que aman su Veni-da"? (II Tim. IV, 8).
Entre los textos escatológicos más significativos que figuran en las misas de los
comunes, notamos:
Evangelio de los talentos (Mt. XX y Lc. XIX).
Evangelio del servidor que vela (Mt. XXIV y Mc. XIII)114.
Tened vuestras ropas ceñidas y la lámpara prendida (Lc. XII).
Evangelio de las Vírgenes necias y prudentes (Mt. XXV)115.
Promesa de tronos para juzgar (Mt. XIX).
Parábolas del Reino de los Cielos (Mt. XIII).
¡Espera de la venida del Señor can amor! (II Tim. IV).
De este modo la liturgia prepara para el día del Señor desde el Adviento hasta el
Domingo XXIV después de Pentecostés a cualquiera que sepa leer y comprender,
con el fin de vivir los misterios futuros; a cualquiera que tenga ojos para ver y oídos
para oír y corazón para vivir116.
Asistimos en estos últimos años a una renovación del espíritu litúrgico entre los
católicos; ¿no podemos esperar por medio de la oración oficial de la Iglesia una
renovación de esa Esperanza Viva, que es la ALEGRE ESPERA DE LA VENIDA DEL
SEÑOR JESUS Y DE SU REINO GLORIOSO?117.
IV
114
Las traducciones de este capítulo son tomadas del Misal del Rev. Dom
Cabrol (Mame), y del Breviario traducido por Dom Gréa (Desclée, de Brouwer).
Las traducciones corresponden al texto latino y no al original hebreo o
griego. Hemos tomado para esta parte litúrgica la numeración de los salmos según
la Vulgata.
11
I. EL NIÑO Y LA MADRE
Nuestro primer tema es Jesús niño sobre las rodillas o en brazos de su Madre. Esta
representación iconográfica de Cristo toma su carácter en Bizancio; la Virgen está
sentada y tiene al Niño sobre sus rodillas: los dos sobre el mismo eje, los dos en
actitud hierática y real. Numerosas imitaciones de la "Théotokos" (Madre de Dios)
se encuentran en Roma en donde se conservan todavía once en las cúpulas de las
diferentes basílicas, siendo la más famosa de ellas la de Santa María Mayor.
Las Catedrales de Francia en el siglo XII estaban adornadas de esta escena llena
de grandeza en la cual María presenta su Hijo Rey a la adoración de los hombres.
Las más de las veces María tiene en su mano el cetro real que el Niño es impotente
aún de mantener. El cetro es el gran símbolo que lo señala: "Vendrá a gobernar a
las naciones con cetro de hierro" (Apoc. XII, 5).
La dignidad es la característica de estas estatuas: el arte quiere servir a la gran
causa del Rey divino. Las catedrales de Chartres, de París, poseen las más bellas; la
estatua de la Mayor en Marsella tiene un carácter oriental casi salvaje. Más graciosa
es la de Monserrat.
Pero pronto asistimos a la transformación de este espíritu primitivo; poco a poco
van desapareciendo la dignidad de la Madre y del Niño. Vemos entonces un Niñito
que juega sobre la falda de su Madre con el globo terráqueo; así se nos representa
en el precioso marfil de la Saint Chapelle en el Louvre. La Virgen de Monserrat
sostiene con respeto ese globo que pasa a ser después juguete del Niño. ¿No
representa el globo el signo iconográfico del don prodigioso que Dios ofrece a su
Hijo? "Pide y te daré las naciones por herencia, por dominio las extremidades de la
tierra" (Sal. II, 8).
El artista que sin duda ha querido halagar el sentido dogmático disminuído de los
cristianos de entonces, evoca a la Virgen María como una mamá dichosa,
entretenida con el Niño risueño y amable, que sólo es un "chico". A veces le ofrece
el pecho que El toma ávidamente, o bien con audacia introduce su manecita por la
túnica entreabierta de su madre.
No hay duda que estos grupos están llenos de matices muy humanos; son a veces
— salvo algunos — verdaderas obras maestras de expresión femenina e infantil. Un
arte joven lleno de savia se nos revela en estas estatuas y nos deja una sonrisa en
el corazón.
La Virgen de Marturet en Riom es verdaderamente encantadora con su "chiquitín
taimado"; el pajarito que tiene en su mano lo ha picado y él se enoja; deliciosos son
ciertos cuadros de las escuelas del Norte que nos presentan escenas en que la
Virgen envuelve al Niño con los pañales, o calienta su cuerpecito desnudo frente al
fuego mientras los ángeles secan sus ropas al calor de la llama. En otros la Madre
hace tomar su sopita al Niño como en Gerardo David; para que el Niño tome bien la
sopa la madre le da una cucharita tal como hacían nuestras mamás con nosotros.
¡La cucharita sopera ha venido a reemplazar el cetro real en las manos del Salvador
del Mundo!
¿Es este un arte que servía para enseñar dogma al pueblo o para hacer brotar de
su corazón una oración?
¡Este arte humano se transformó en pagano!
Cuando seguimos el simple desarrollo de este primer tema iconográfico de "El
Niño y la Madre" se excusa la reacción protestante que suprimió la reproducción de
las imágenes: ya los abusos no se medían.
De este modo ¡nuestro Jesús del siglo XII, Rey con cetro y corona real, sentado en
el trono de los brazos maternos se transforma en el siglo XIII en un niño juguetón,
divertido y por fin en "un chiquitín"!
2. EL CRUCIFIJO
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Nuestro segundo estudio es el de Jesús Crucificado. Deberíamos decir para ser
verídicos: (por lo menos cuando nos referimos a los siglos antiguos) el tema de
Jesús glorificado sobre la Cruz.
Repugnaba, parece, a los artistas primitivos representar al Salvador sobre la Cruz
bajo el aspecto humillado y doloroso. Se consideraba su muerte como un triunfo y
muchas veces se confundía en el mismo tema iconográfico su crucifixión con su
resurrección. "Sobre algunos sarcófagos, escribe M. Bréhier, la cruz desnuda se
levanta coronada de laureles entre los cuales se destaca un monograma; dos
palomas, signos de la resurrección, se posan sobre los brazos de la cruz y a los pies
de ella están los soldados dormidos. Las dos escenas, coma vemos, están fundidas
en una sola composición que expresa maravillosamente el sentido de triunfo que se
daba al sacrificio del Calvario"118.
Pronto vemos que se aísla a la cruz; pero como en el ábside de San Apolinario "in
classe", de Ravena, es una gran cruz de pedrerías en la cual no figura el Crucificado.
En Monza, la cruz aparece vacía aún, pero a ambos lados están crucificados los
ladrones. Más tarde esta misma cruz, todavía vacía, coronada por un busto de
Cristo en un medallón; por fin, tenemos una cruz de orfebrería copta, que se
conserva en el Museo del Cairo, que nos representa a Jesús sobre la cruz vestido
con una larga túnica.
Se ha dado ya con el tema y se seguirá desarrollándolo. Pero Cristo sobre la cruz
permanece siempre Rey, y a menudo está coronado de piedras preciosas; su faz es
dulce y viril, pero no dolorosa. Lleva una larga túnica o colobium. Uno de los
ejemplares más notables de este tema es el de Santa María la Antigua en el
Palatino, atribuído al siglo VIII.
La catedral de Amiens conserva un hermosísimo ejemplar de este CRISTO, VIVO Y
REY, SOBRE LA CRUZ. Italia venera el famoso San Voult de Luca.
Hasta aquí la cruz ha sido un trono, una glorificación para Aquél que en ella
reposa. El crucificado es un Rey, no es un ajusticiado. Pero pronto en el siglo XIII,
desaparece su carácter real y es Jesús hombre quien se nos muestra moviéndonos a
la compasión. ¡Cómo no conmoverse al ver los dolores físicos atroces del
crucificado, ante sus miembros estirados, sus manos crispadas, sus rodillas
encogidas, su faz apagada, dolorosa, lamentable! Su cabeza está inclinada porque
desde esa época Jesús es representado muerto sobre la Cruz.
La crucifixión de la parte superior de la catedral de Reims nos muestra este
profundo cambio; mejor aún, el Cristo del Louvre, obra de Courajod, o bien el del
Giotto, y por fin el encantador bajorrelieve de San Julián el Pobre, colocado bajo el
altar.
Pero sobre todo es la crucifixión de Matías Grünewald la que nos permite medir la
distancia enorme entre los dos temas, Cristo Rey sobre la Cruz y el hombre
crucificado.
El realismo ha llegado a su cúspide y el místico que contempla esta
representación dolorosamente trágica, alimenta su imaginación de estas ideas
conmovedoras pero humanas. Olvida la realeza de Cristo para dar rienda suelta a su
compasión por el pobre hombre, hombre de dolores solamente; aun se ha llegado a
llamarlo "despojo humano".
3. EL QUE HA DE VOLVER
Las escenas del juicio final en el arte, se apoyaron principalmente sobre dos
fuentes de inspiración, según si se consideraba la glorificación de Cristo como Rey
en majestad, o bien como Juez que muestra sus llagas para confusión de los impíos.
Las reproducciones más antiguas se inspiraban en el primer tema; a partir del
siglo XIII se prefirió el segundo con el objeto de atemorizar a las masas con el
pensamiento de la vuelta del Señor.
El último libro de la Biblia con sus páginas misteriosas, con las escenas trágicas
que vió Juan en Patmos fué muy popular en Francia en el siglo XI. Se leía, se
118
11
comentaba el Apocalipsis en los monasterios y los artistas formados a menudo por
los monjes nos han dejado una serie de frescos célebres. Los de San Savian son
notables. Iluminaron manuscritos y esculpieron altares para enseñar al pueblo
algunas de las grandes visiones de San Juan. El pórtico de Moissac pertenece a esta
admirable serie apocalíptica.
E. Male ha creído poder establecer que estas fachadas del sur de Francia
encontraron su inspiración en los manuscritos, inspirados a su vez en un comentario
del siglo VII del abad Beatus, de la abadía benedictina de Liébana en España 119.
Los artistas de Moissac y de Arles otorgaron la corona real a Jesús y lo
representaron en plena gloria. Pero, bien pronto en Chartres, en Mans, en Burgos
aunque guardaron la inspiración apocalíptica, EL CRISTO DEJA DE SER CORONADO.
Por fin en el siglo XIII aparece el nuevo tema: Jesucristo muestra sus llagas como lo
hacía sobre la Cruz y los ángeles a su alrededor llevan "los signos del Hijo del
Hombre".
En los temas iconográficos considerados anteriormente, el arte olvida al Rey, para
no pensar sino en la humanidad, en el pequeño Niño, en las llagas del divino
crucificado. Aquí pasa igual cosa; sin embargo, el tema, a pesar de su evolución,
conserva su insigne grandeza y todo su alcance teológico. La escena trágica del día
del Señor ha guardado su majestad impresionante.
El arte bizantino había concebido la escena del Juicio Final con ciertas
particularidades iconográficas que ya hemos señalado.
Jesús vuelve sobre las nubes sentado sobre un arco-iris: muestra también sus
llagas. A sus pies está un trono magníficamente adornado y vacío; hay un libro
colocado sobre él, probablemente el del Juicio Final, dos serafines y dos ángeles lo
custodian. Detrás del trono están colocadas una lanza, una cruz, la esponja y a los
pies del trono en actitud suplicante hay dos ancianos: Adán y Eva.
El trono ha permanecido vacío desde el Paraíso: el Salvador del hombre va a venir
a ocupar el trono como nuevo Adán. Esta magnífica concepción teológica está
admirablemente conservada en Torcello.
Esta idea de la "preparación del trono" o hétimasia se encuentra también
independiente de la representación del Juicio Final; así podemos ver en Ravena en
el Bautisterio de los Arrianos o en un hermoso bajorrelieve de la colección de
Béarn120. Tras el trono vacío que espera a su dueño están colocados igualmente los
instrumentos de la Pasión de Cristo, porque por este camino ha llegado a la gloria.
"¿No era acaso necesario que el Cristo padeciese todas estas cosas para que
entrara a su gloria?" (Lc. XXIV, 26).
Esta transformación que los tres temas tratados ha sufrido en la iconografía y que
es familiar a los artistas y al pueblo, no puede haberse producido en un conjunto
tan perfecto sin que causas profundas hayan determinado un cambio evidente del
espíritu entre los siglos XI y XIII.
La Iglesia primitiva debió luchar contra la herejía concerniente a la divinidad del
Mesías; para refutarlas se mostró a Cristo en su poder como Rey, aún en la
humillación del Gólgota.
Pero más tarde la sensibilidad toma un giro curioso en nuestro mundo medioeval.
Los artistas buscaron el modo de conmover los corazones, multiplicando los
episodios para ayudar, según creían, a la meditación 121; en realidad "desviaban" el
espíritu arrancándolo de la luminosa y sencilla consideración dogmática. El arte se
puso al servicio de esta sensibilidad exagerada y después del siglo XIII las
representaciones del Evangelio perdieron su verdadero sentido religioso. Ya en el
siglo XII un clérigo protestaba contra las primeras estatuas esculpidas en los
pórticos de las catedrales, llamándolas "ídolos".
119
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Otra causa de la decadencia del arte cristiano fué el deseo del artista de adquirir
renombre. Su personalidad lo hizo buscar la originalidad; quiso liberarse de los
cánones iconográficos para crear, abandonar lo tradicional para hacer algo nuevo,
concebir una "obra maestra", ¡una obra maestra personal!
Por fin el arte cristiano no estuvo sólo destinado a la Iglesia y monasterios. Los
reyes, los señores, los burgueses ricos deseaban tener ellos también sus cuadros,
sus estatuas, sus iluminadores y desde entonces el espíritu naturalista invadió
rápidamente las escenas hieráticas de otros tiempos; alteró muchas veces la pureza
de las líneas y puso el sello de su sensibilidad sobre cada tema iconográfico.
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"¡VENGA TU REINO!"
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