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Pensamiento | Entrevista con Zygmunt Bauman

"Hoy la pareja supone la expectativa de una


gratificación constante"
El sociólogo polaco, que acuñó el concepto de "sociedad líquida", recibió a adnCULTURA en su
casa de Leeds y habló de los riesgos de aplicar en las relaciones humanas los modelos que rigen el
consumo de bienes materiales

Por Juana Libedinsky | LA NACION

Sábado 12 de enero de 2008 ADN

Cuenta Zygmunt Bauman que cuando llegó a esta ciudad del norte de Inglaterra
junto con su mujer Janina, tras escaparse de los nazis y luego de padecer las
purgas de los comunistas en su Polonia natal, en vez de sentir un alivio y una
alegría inconmensurables, Janina no pudo evitar deprimirse. Tras su caída como
centro industrial, Leeds era tan fea, pobre y decadente que salir a la calle era algo
así como una agresión estética cotidiana.

Pero con el boom económico de los últimos años, Leeds ha recuperado -o incluso
superado- su antiguo esplendor. Llamada "la Knightsbridge del Norte", en
referencia al barrio londinense donde están Harrods y las tiendas más lujosas, sus
restauradas galerías comerciales victorianas la han convertido en un gran destino
turístico, y el ahora cuidado centro de la ciudad es de una belleza apabullante.

¿Viva el consumo, entonces? Bueno, si uno viene a hablar con el hijo adoptivo
ilustre de Leeds ("abuelo adoptivo ilustre", según él aclara, "y nada ilustre", se
corrige, "abuelo adoptivo a secas"), en realidad el tema es más complicado.
Porque en su último libro, Vida de consumo (FCE), Bauman sostiene que el
consumo no es una máquina patentada que arroja cierto volumen de felicidad por
día. Parafraseando a Richard Layard, el pope de la nueva disciplina de la
economía de la felicidad, Bauman sostiene que "someterse al yugo hedonista no
consigue aumentar la suma total de satisfacción de los sujetos [sino] todo lo
contrario".
"Igual le cuento un secreto: soy yo quien está a cargo de las compras del hogar",
dice, divertido. Lejos de que esto signifique una alacena pelada, Bauman recibe no
solo con un extraordinario café listo, sino con una abundante bandeja con todo tipo
de masitas, delicado shortbread y chocolates. Es verdad que tiene un par de
agujeros en su suéter negro. Pero eso debería interpretarse más como parte del
emblemático look "intelectual de entrecasa" en las islas británicas que como
consecuencia de una posición ideológica frente a la ropa nueva. Posición que, de
cualquier manera, Bauman tiene cuando se trata de la relación entre seres
humanos.

"No estoy en contra del consumo. Todos los seres vivos deben consumir, es una
necesidad del metabolismo. Nuestros antepasados consumían, no hay nada de
nuevo en eso. Lo que me preocupa es el consumismo o el síndrome del
consumismo: cuando la relación que tenemos con los objetos de consumo se
traslada a otras áreas de la vida que deberían estar sujetas a reglas y actitudes
totalmente distintas. Y que esto ocurra en escala masiva, eso sí es un fenómeno
nuevo", aclara en su casa, rodeado de tantos libros como fotos de sus nietos y de
un bosque por donde le gusta salir a caminar.

Bauman es considerado uno de los casos más asombrosos de florecimiento tardío


del mundo académico. Nacido en Poznam en 1925, muy joven se convirtió en un
sociólogo prominente en la Universidad de Varsovia y luego, durante su carrera en
la Universidad de Leeds, publicó libros fundamentales para la disciplina. Pero solo
se convirtió en la "nueva" estrella de la sociología contemporánea en las últimas
dos décadas. Conceptos suyos como "modernidad líquida", "residuos humanos" y
"poblaciones superfluas", entre muchos otros, trascendieron la academia y se
incorporaron al uso popular. Libros como Pensando sociológicamente ,
Modernidad y Holocausto , La posmodernidad y sus descontentos , Modernidad
líquida , La sociedad sitiada , Amor líquido o Miedo líquido , que ha publicado al
vertiginoso ritmo de casi uno por año, son leídos por un público amplio. Donde sea
que Bauman dé una conferencia, el auditorio le brinda un tratamiento de estrella
pop para escuchar su tesis de que vivimos una modernidad sin referencias fijas,
sin memoria ni certezas a largo plazo, una modernidad en la que nada es
permanente y todo fluye de forma constante.
-En Vida de consumo, usted sostiene que los modelos de consumo están a
tal punto interiorizados que rigen los comportamientos más íntimos de las
personas.

-Si uno quiere ropa, va al negocio y trata de encontrar la más fascinante, la que
más placer le da al ponérsela. La paga, vuelve a la casa y espera que le quede
perfecta y que el deseo que tenía al comprársela quede satisfecho. Si eso no
ocurre, o uno devuelve la prenda (posiblemente diciendo que fue engañado, que
no era lo pactado) y recupera el dinero, o la tira a la basura. Esa es la forma de
lidiar con los objetos materiales. Supongo que no hay otra forma, dado que su
único valor, y por ende, el único examen que tienen que pasar, es dar satisfacción
a quien los consume. El problema es cuando tratamos a los seres humanos de la
misma manera: en cuanto alguien deja de satisfacernos o de sorprendernos, o
simplemente se vuelve parte de una rutina, lo descartamos o cambiamos por otro.
Lo peor es que hasta el tipo de consejos que se suele recibir de los psicólogos y
los terapeutas de pareja apunta en esa dirección. Si algo no satisface en el corto
plazo, no sirve; no hay que demorar la gratificación, dicen a menudo a sus
pacientes, lo cual está hecho a medida para fomentar las expectativas
consumistas.

-¿Todo tiempo pasado fue mejor para las relaciones? ¿Era mejor quedarse
atrapado en una relación, por mala que esta fuese?

-Mi colega británico Tony Giddens habla de las relaciones actuales como
relaciones "puras", en el sentido de que están limpias, emancipadas de toda carga
adjunta como, por ejemplo, el compromiso de mantenerlas hasta que la muerte
nos separe. Una relación de pareja hoy se afronta con la expectativa de una
gratificación mutua constante. Si deja de ser así o no resulta tan fantástica como
se esperaba, no tiene sentido mantenerla. Giddens cree, justamente, que eso es
muy liberador. Antes, alguien que era infeliz con su pareja y quería abandonarla
no podía divorciarse y/o buscar una nueva, y él considera que esto era muy
restrictivo respecto a la libertad del individuo. Giddens tiene razón, pero la idea de
que si se sacan las restricciones entramos en el paraíso es errada, porque sin las
restricciones entramos en un mundo de incertidumbre continua respecto al futuro,
que trae una enorme ansiedad a las partes involucradas. Para entrar en una
relación "pura" hace falta el consentimiento de dos personas, lo cual es bueno.
Pero para romperla, con la voluntad de una sola basta. Si un solo miembro de la
pareja dice "Necesito más espacio" o cree que el pasto es más verde en el jardín
de al lado, todo se acabó. Por eso, ambas partes viven con el miedo permanente a
ser descartados o cambiados. Era una pesadilla vivir sin la posibilidad de poder
escapar de las relaciones. Pero es también una pesadilla vivir siempre en un
estado de ansiedad respecto al futuro de la relación en la que se está. En ambos
tipo de arreglos hay aspectos muy negativos. Por eso no es que estemos
progresando al pasar de un tipo de vida a otro, sino que pasamos de uno con
ventajas y desventajas a otro con ventajas y desventajas, solo que distintas.

-¿Hay otras consecuencias de estas nuevas formas de relacionarse entre


humanos?

-¡Claro! Yo las llamo los daños colaterales. Son las consecuencias no


intencionales y que no se tomaron en cuenta al hacer o deshacer relaciones de
una manera consumista. En el plano material, podemos ver que la economía
consumista es una economía que genera mucho desecho, lo cual trae los
problemas de la basura, aguas contaminadas, calentamiento global, polución de la
atmósfera. Estos son los daños colaterales en el medio ambiente. Su paralelo en
la relación entre personas se ve, por ejemplo, en los chicos. Cuando una pareja se
rompe, ellos son los que sufren los daños colaterales. Nadie los consulta sobre la
decisión, pero son también los grandes afectados. Otro tipo de daños colaterales
de nuestra sociedad consumista es la exclusión de aquellas personas que quedan
fuera del sistema, los que no tienen los recursos para entrar en ella con los
mismos derechos que los demás. Si voy a cualquier shopping en Buenos Aires,
voy a ver cámaras de seguridad como en todas partes del mundo. ¿Para qué
están? Para detectar aquellos que no lucen como clientes y así alertar a los
guardias para que, delicadamente o no, los saquen a la calle. Los llamo
consumidores fallidos; son aquellas personas que no agregan al bienestar de la
sociedad de consumo ya que no tienen dinero para contribuir a ella. Quedan
entonces aislados. Ser un consumidor fallido es una humillación, y quienes más lo
sienten son sus hijos, que no pueden ir a la escuela con las mismas zapatillas que
sus compañeritos. Es una tendencia deshumanizadora a escala global, porque
con el creciente nivel de consumo cada vez son más y más los que quedan en
esta categoría. Uno nunca puede tener suficiente cuando el de al lado tiene más.
La sociedad de consumo es una escalera que nunca se puede terminar de subir
-¿Entonces es mejor renunciar al consumo, como si fuera el gran Satán de
Occidente? ¿Es mejor el otro extremo, por ejemplo, el del radicalismo
religioso?

-Yo no creo que los fundamentalistas religiosos estén fuera de la sociedad de


consumo. Hablemos del fundamentalismo islámico, que es el que más espacio
ocupa en los diarios. Se los acusa de no aceptar ciertos aspectos de vidas
distintas a las suyas, por ejemplo, la ley secular, la igualdad entre el hombre y la
mujer, nuestro concepto de la religión como parte de la esfera privada, y por eso
se los llama fundamentalistas. Pero rara vez se los acusa, y con justa razón, de
ser anticonsumo. Si uno viaja a Arabia Saudita, Kuwait, Oman o los Emiratos
Árabes, encontramos inequidad entre el hombre y la mujer, gobiernos que no son
electos y los clérigos al frente de la sociedad. Pero el consumismo allí es
extremadamente floreciente y afecta, naturalmente, la forma de vida de la
sociedad (volviendo al divorcio, su prohibición es, sobre todo, una cuestión del
cristianismo; estamos hablando de países donde con que un hombre diga "Se
acabó" es suficiente para terminar un matrimonio). El consumismo es un
fenómeno suprarreligioso y supraétnico. Hay países, como Myanmar o Corea del
Norte, donde no llegó, donde los pobres no han podido unirse a las filas de felices
consumidores, pero, salvo en esos casos, estamos hablando de una condición
global. Si hay gente en el mundo que no ha entrado en el patrón consumista no es
porque no quiera, porque esté buscando algún tipo de vida mejor, sino porque no
puede, porque no tiene los recursos necesarios. Un anciano en una aldea de
África que se gana la lotería se va a comportar exactamente igual que cualquiera
en la sociedad de consumo.

-¿Pero el consumo no tiene acaso valor por su efecto apaciguador de las


pasiones? Más allá de la actual bonanza que trajo el cambio a Leeds, ¿no
podría explicar la paz en Irlanda del Norte un poco por la prosperidad de
Irlanda?

-En efecto, las guerras civiles en distintas partes del mundo no son causadas por
el consumismo sino por la ausencia de este, y puedo admitir que el consumismo
tiene un efecto pacificador. Inglaterra tuvo tropas en Irlanda del Norte por 30 años,
pero el gran golpe a la violencia sectaria vino desde el sur de la frontera, cuando
Irlanda pasó de ser un país pobre a ser un país próspero, y gente dispuesta a
matar encontró otras metas más atractivas y placenteras en la vida. Por eso creo
que la guerra contra el terrorismo solo tiene una batalla que es ganable: mejorar
las condiciones de vida en las zonas pobres y humilladas del mundo, que son
caldo de cultivo para la violencia. Y justamente allí radica para mí la esperanza
para la ética en el mundo contemporáneo.

-¿POR QUÉ?

-Muy simple: por primera vez en la historia de la humanidad el interés propio y el


imperativo moral apuntan en la misma dirección. Durante los doscientos años de
historia moderna, los filósofos se rompieron la cabeza tratando de reconciliar la
moral y el interés individualista, términos que consideraban inherentemente
contradictorios. ¿Por qué? Porque para ser moral hay que sacrificar parte del
interés propio en función de los demás, siempre. Pero ahora estamos en una
situación en la que debemos cuidar el uno del otro para permanecer en el planeta.
Es nuestro deber moral abolir la humillación, la falta de dignidad y elevar la
humanidad de la gente de todos los países para incrementar nuestras
posibilidades de supervivencia. De lo contrario estaremos siempre en peligro y,
como demostró el atentado a las Torres Gemelas, no hay océano lo
suficientemente amplio para proteger a nadie cuando hay gente que siente una
sed de venganza. En el Primer Mundo, la gente hace filantropía con el Tercer
Mundo como parte de su deber moral, y luego explota impiadosamente su mano
de obra barata como parte de su interés. Es como si la filantropía y el interés
estuviesen en dos planos distintos: el de la nobleza del espíritu y el de los
negocios. Esto es una locura. Cuando hacer que un artefacto explote en Buenos
Aires o Londres es tan fácil como hacerlo en Darfur o Irak, queda claro que
debemos compartir todos lo que consideramos la buena vida o, de lo contrario, no
saldremos del peligro mortal.

-¿Qué opina de lo que hacen celebridades como Angelina Jolie, Bono y


tantos otros respecto a la ayuda al Tercer Mundo?

-Me gusta mucho lo que están logrando en el sentido de llevar fondos a lugares
pobres. No me gusta, sin embargo, el efecto que están teniendo en la sociedad,
en el sentido de que permiten que la gente, si compró la entrada para un concierto
benéfico, sienta que ya puede dormir tranquilo, que con abrir la billetera y sacar
veinte libras se garantiza la conciencia en paz para el próximo año. Así, nadie va a
presionar a los gobiernos para que reduzcan el dinero que gastan en armamentos
y los dediquen a erradicar la pobreza. Yo soy un viejo de 82 años y, de todos
modos, me voy a morir pronto, por lo que no estoy en problemas. Pero ustedes,
que tienen 50 o 60 años por delante, van a vérselas muy complicadas si no se dan
cuenta de que el bien común y el interés personal son lo mismo.

-Finalmente, ¿qué espacio le ve a la decisión personal en un mundo tan


dominado por la tendencia a homogeneizar el comportamiento?

-No creo que comportarse de una manera determinada sea la obligación de nadie.
Cada uno es libre, en las sociedades libres (¡y ustedes en la Argentina ya no
tienen a la Junta Militar!), de tomar sus propias decisiones. Por eso, no creo que
en un mundo de relaciones frágiles no se pueda encontrar un matrimonio que
permanezca fiel por 80 años. Tampoco digo que en una sociedad consumista no
se pueda ser una persona humilde y modesta que lleva cinco años seguidos el
mismo modelo de celular y que no cambia de ropa cada temporada. Pero lo que sí
estoy diciendo es que las condiciones en la sociedad hoy son tales que privilegian
ciertas decisiones, con lo cual es más fácil moverse con la masa que actuar por la
propia. Nadie te ridiculizará; nadie se reirá de ti así. Y si uno va a una entrevista de
trabajo con ropa de hace veinte años, sabe que es más difícil que le den el puesto
que a alguien que va con ropa como se usa ahora. Hay un precio que pagar por
ser diferente, es una vida más difícil. Por eso arriesgo, con la ayuda de la
información que tengo, que solo una minoría va a resistirse a seguir a la masa y
que esta minoría va a ser cada vez menor. Hoy los chicos aprenden desde la
infancia a desarrollar una vida orientada hacia el consumo. Cuando desde la cuna
se les enseña que todo sueño debe apuntar a las tiendas, es muy difícil que
eventualmente se rebelen.

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