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Tribuna
Argentina
Son temas sensibles, sin duda. Discutimos con pasión sobre cosas que ocurrieron hace
cuarenta o cincuenta años y sobre cómo deben ser recordadas. El investigador profesional
que decide apartarse de la vorágine del debate político encuentra que, dentro de su oficio, la
pelea se reproduce con características iguales o aún peores. Hoy por ejemplo, un colectivo
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2017-5-2 Historiadores del tiempo presente
La “historia reciente” es un sub campo profesional relativamente nuevo. Aquí, las carreras
personales son más fáciles, y están al alcance hasta de los mediocres. Como en el Far West,
no rige la ley académica; no hay estándares de calidad sino de ortodoxia. Por otra parte, es
una especialidad donde abundan los empleos, provistos por el Estado y su gobierno: cargos
docentes, becas y subsidios de investigación y puestos en los numerosos organismos
dedicados a los temas de derechos humanos y de memoria.
La “historia reciente” se limita en realidad a “la historia que duele”, la que afecta
sensibilidades, demanda posicionamientos políticos y genera debates. En la Argentina de
otros tiempos, esta sensibilidad pasaba por Rivadavia, Rosas, Chacho Peñaloza o Mitre.
Hoy la “historia que duele” arranca con la década del setenta y sigue con sus largas
secuelas, que se prolongan hasta la actualidad.
En estos temas sensibles, el trabajo del historiador está muy expuesto al contexto: alumnos,
lectores, divulgadores, y opinantes de las redes. En estos lugares aflora algo muy
importante, que es consustancial con la vida social: el modo como las personas, los grupos
o las colectividades se acuerdan de su pasado. Sea individual o colectiva, se trata de una
memoria ajena a cualquier criterio de verdad. En ella se juega la definición de la propia
identidad, y cada uno se acuerda de lo que quiere, se olvida de otras cosas y tergiversa el
resto. El presente y el futuro mandan sobre el pasado.
El debate sobre los setenta, que se prolonga hasta el siglo XXI, está poniendo en juego
nuestras identidades, nuestros proyectos, nuestras ideas sobre la convivencia. La memoria y
la conciencia histórica son un campo de combate, en el que diferentes actores, individuales
y colectivos, quieren dejar su huella, hacerse un lugar. Confrontar con otros, absorberlos,
aniquilarlos y tantas otras formas de la lucha discursiva y cultural son finalmente una de las
dimensiones de la conflictividad social.
¿Que tiene que ver con esto el historiador, que hurga en las fuentes, busca los matices y
hasta se atreve a las precisiones numérica? Poco y mucho. El historiador aspira a la verdad,
aun aceptando que solo hay distintas aproximaciones, todas legítimas. En cambio, para
quienes se mueven en el terreno de la “historia reciente”, lo más importante es moldear la
conciencia social. Sobre todo, cuando hablan de La Verdad.
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Predominan entre los “historiadores recientes” los militantes de causas diversas, que
quieren hacer una revolución revestida de memoria. Este tipo de historiador se siente como
un sacerdote. En la Memoria suele encontrar una verdad revelada que debe mantener lejos
de las manos sacrílegas que pretendan mancillarla.
Al igual que un médico, que debe bajar la inflamación del paciente o anestesiarlo, el
historiador necesita enfriar un poco los temas sensibles, para poder hundir su mirada,
siempre matizada. Lo que es imprescindible para el historiador es considerado nefasto por
el militante de “la reciente”, que lo condena a alguno de los círculos del infierno.
Un historiador debe tener sus principios bien puestos para persistir en su tarea de derribar
mitos, enfriar problemas, aportar matices y grises. Así, no solo será fiel a su profesión.
También hará un aporte importante para que las controversias sobre el pasado y el presente
conduzcan a debates constructivos y a una convivencia civilizada.
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