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Son los días en los que triunfan las palabras de los jóvenes viejos. Los chicos que
analizan la actualidad con categorías oxidadas de los años setenta. Y los adultos,
algunos ya muy adultos, que apuestan a revivir aquella primavera errónea de la lucha
armada que terminó en el peor de los inviernos. El de la dictadura, el de los muertos y el
de los desaparecidos. En medio de la tensión que rodea a estas elecciones en tiempo de
redes sociales, la violencia se apodera otra vez del lenguaje de la Argentina. El
disparador es la desaparición de Santiago Maldonado, hasta ahora sin pistas concretas por
parte del Gobierno ni de la Justicia. Pero allí están los términos que asustan a una
sociedad que ya tiene suficientes pesadillas con los embates de la realidad
socioeconómica. Piedrazos, bombas molotov, balas de goma, cascos, camiones hidrantes,
detenidos, heridos. Y, afortunadamente, la discusión todavía se detiene allí. En las
palabras. Al borde de esa frontera de la que muchas veces no se puede volver. Al borde
de la muerte.
“Mi paciencia se terminó anoche en Plaza de Mayo; a partir de ahora arranco distinto y a
quien tenga que pegarle le voy a pegar”, amenazó un día después, al ser entrevistado
por Radio 10. “Voy a ir contra quien tenga que ir”, continuó en la misma línea, para
terminar con una serie de críticas durísimas contra el presidente Mauricio Macri.
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04/09/2017 La violencia se apodera otra vez del lenguaje de la Argentina
El hermano de Maldonado no lo sabía pero, casi a la misma hora que él hablaba por
radio, una mujer entraba en una parroquia de Merlo para rezar por la memoria de su hija.
Mónica Bottega había perdido a Tatiana Pontiroli en febrero de 2012, cuando 52
argentinos murieron en la tragedia ferroviaria de Once. Allí descubrió a Cristina Kirchner
sentada en un banco de la Iglesia. Se le acercó sin temor y le dijo con voz calma. “Soy la
mamá de Tatiana, fallecida en la tragedia de Once. Usted es una asesina…, pide por la
vida de Maldonado y nunca se hizo cargo de la masacre que causó a 52 inocentes”.
No hizo falta que los custodios la detuvieran. Se fue con la misma tranquilidad con la que
había llegado. El posteo de Facebook y el video del encuentro se viralizaron durante el
fin de semana.
Claro que Cristina también tiene muy clara su estrategia. El plan es negar la violencia
de la Plazay sus alrededores para adjudicársela a los supuestos “infiltrados”, que tan fácil
cobijo tienen siempre en la paranoia de la política. “Ayer ví cosas oscuras en la
Argentina. Gente de civil sin identificación. Gente que parecían manifestantes y luego
aparecía junto a la Policía con un chaleco. Eso ya lo vivimos…”, bajó línea la ex
presidenta. Obedientes o funcionales, los dirigentes de Unidad Ciudadana, los trolls del
kirchnerismo y los entusiastas que acompañan desde la ingenuidad siguieron el mismo
sendero discursivo de la infiltración a la juventud maravillosa. Un engaño con olor a
naftalina que lleva medio siglo de asombrosa supervivencia.
sociedad a identificarse cada vez menos con los partidos mayoritarios. Sólo el 2% de los
encuestados se ve representado por la UCR; un 3% se identifica con el más novedoso
PRO y apenas un 6% lo hace con el Partido Justicialista, aquel gigante que presumía de
sus cuatro millones de afiliados y de ser imbatible en las urnas.
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