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En el Evangelio de hoy Jesús camina sobre las aguas y Pedro con Él. Después de
darle de comer a aquella multitud, Jesús envió por delante a Sus discípulos. Mateo
dice que los obligó a meterse en la barca e ir por delante de Él al otro lado del Mar de
Galilea. Juan nos dice que después de alimentar a la multitud, esta quería hacerle rey
a la fuerza. Había peligro de que se produjera una aclamación popular, y en la
inflamable Galilea podía iniciarse allí y entonces mismo una revolución. Era una
situación peligrosa, y bien pudiera ser que los discípulos la complicaran más todavía,
porque también ellos pensaban todavía en Jesús en términos de poder terrenal.
Cuando se quedó solo, subió a orar a un cerro; para entonces ya se había hecho de
noche. Los discípulos habían iniciado la travesía de vuelta. Se había producido una de
las tormentas repentinas que son características del Mar de Galilea, y los discípulos
estaban en serios apuros peleando con el viento y las olas y avanzando escasamente.
Ya entrada la noche Jesús camino hacia ellos por encima de las aguas. Cuando los
discípulos se encontraban en una necesidad perentoria, Jesús acudió en su ayuda.
Cuando el viento les era contrario y la vida es una lucha a muerte, Jesús estaba allí
para ayudarlos. Cuando parecía que la situación era irremediable, Jesús estaba allí
pare ayudar y para salvar. En la vida tenemos que arrostrar a menudo vientos
contrarios. A veces nos encontramos entre la espada y la pared. En tales casos, nadie
tiene que pelear solo, porque Jesús acude a través de las tormentas de la vida con Su
brazo extendido para salvar, y con Su clara y tranquila voz animándonos a tener
ánimo y a no tener miedo. Inclusive, mirando a Cristo, como hizo Pedro, podemos
también caminar por encima de las aguas y si, llegásemos a hundirnos, como Pedro,
gritemos: Señor Sálvanos. Ojalá sintamos la presencia salvadora de Jesús. Bueno que
pases un muy feliz día. Habló para ustedes el Padre Gustavo, Salvatoriano, desde La
Pedregosa Alta, Mérida, Chao. Nos vemos en el espejo.
Martes 6 de agosto de 2019
Hola, saludos desde La Pedregosa.
En el Evangelio de hoy tenemos, en primer lugar, la pregunta que hace Jesús a los
Apóstoles sobre lo que piensa la gente y piensan ellos sobre su personalidad. Jesús Se
aparta de la gente. Necesita tiempo para estar a solas con Sus discípulos. El problema
era: ¿Había alguien que Le hubiera entendido? ¿Alguien que Le hubiera reconocido
como el Que era? ¿Había personas que pudieran continuar Su obra, y trabajar para Su
Reino? Así es que Jesús decidió preguntarles a Sus seguidores quién creían que era
Él. Tenía que saber, antes de ponerse en camino a Jerusalén y a la Cruz, si alguien
había captado Quién y qué era él. Por eso, empezó por preguntar lo que la gente decía
de Él y por quién Le tomaban. Cuando Jesús oyó los veredictos de la multitud, les
dirigió a Sus discípulos la pregunta más importante: «Y vosotros, quién decís que
soy?» y entonces Pedro hizo la gran confesión: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente.» La confesión de Cristo tiene que ser un descubrimiento personal. La
pregunta de Jesús fue: «Vosotros, ¿qué pensáis de Mí?». Nuestro conocimiento de
Jesús no debe ser de segunda mano. El Cristianismo no consiste en saber acerca de
Jesús, sino en conocer a Jesús. Jesucristo demanda un veredicto personal: «Tú, ¿qué
piensas tú de Mí?» Entonces Jesús le dijo a Pedro: ¡Bendito seas, Simón hijo de
Jonás, Yo te digo a ti que, como te llamas Pedro, sobre esta Roca edificaré Mi Iglesia,
y las puertas del Hades no la podrán resistir. Es como si Jesús le dijera a Pedro:
Pedro, tú eres la primera persona que ha comprendido Quién soy Yo; por tanto, tú
eres la piedra fundamental. Ojalá confesemos a Jesús como Salvador. Bueno que
pases un muy feliz día. Habló para ustedes el Padre Gustavo, Salvatoriano, desde La
Pedregosa Alta, Mérida, Chao. Nos vemos en el espejo.
Viernes 9 de agosto de 2019
En el Evangelio de hoy Jesús nos lanza EL GRAN DESAFÍO: El que quiera ser mi
seguidor, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y Me siga. El que quiera
mantener su vida a salvo, la perderá; el que pierda su vida por Mi causa, la
encontrará. Este es uno de los temas dominantes y frecuentes en la enseñanza de
Jesús. Una y otra vez Jesús les hacía enfrentarse con el desafío de la vida cristiana.
Hay tres cosas que una persona debe estar dispuesta a hacer si quiere vivir la vida
cristiana. 1. Debe negarse a sí misma. Es decir, en todos los momentos de la vida
decirle no al yo y sí a Dios. Negarse a sí mismo quiere decir destronar el yo y
entronizar a Dios, borrar el yo como principio dominante de la vida, y hacer que Dios
sea el principio rector, la pasión dominante de la vida. 2. Debe cargar con su cruz. Es
decir: debe asumir la carga del sacrificio. Puede que el cristiano tenga que abandonar
la ambición personal para servir a Cristo; puede ser que descubra que el lugar donde
puede rendir a Jesucristo el mayor servicio sea donde la recompensa sea más pequeña
y el prestigio ni siquiera exista. Probablemente tendrá que sacrificar tiempo y ocio y
placer para servir a Dios en el servicio a sus semejantes. 3. Debe seguir a Jesucristo.
Es decir: debe rendirle a Jesucristo una obediencia total. La vida cristiana es un
constante seguir a nuestro Líder, una obediencia constante en pensamiento, palabra y
obra, a Jesucristo. El cristiano sigue las huellas de Cristo, dondequiera que Él guíe. El
que es fiel puede que muera, pero morirá para vivir; el que abandone la fe para tener
seguridad, puede que viva, pero vivirá para morir. Ojalá escojamos la vida. Bueno
que pases un muy feliz día. Habló para ustedes el Padre Gustavo, Salvatoriano, desde
La Pedregosa Alta, Mérida, Chao. Nos vemos en el espejo.
Sábado 10 de agosto