En el siglo XXI, debemos volver a plantearnos cómo preservar nuestra valiosa
humanidad sosteniendo la fundamental comunidad familiar en el espacio de la cual pueda geminar y crecer sanamente cada vida humana. Varón y mujer constituyen los polos recíprocos, iguales en humanidad, pero diversos en perspectivas del misterio de esa primera y fundante comunidad humana. No hay padre sin madre, ni madre, sin mujer. Su cuerpo nos entrega ciertos indicios de su grandeza. Ella puede albergar la vida en el sentido físico, es decir, alimentar, nutrir, sostener, dar calor y amparo o protección a la criatura que se gesta en su interior. Ella puede también convertirse en hospedaje para los cercanos. Con cierta destreza, escucha, acompaña o recibe en su propia existencia al otro, con sus alegrías y sus dolores, sus logros y fracasos. Cierta plasticidad constitutiva, le permite acercarse a distintas circunstancias existenciales y comprender tanto a un niño pequeño, como a un joven o a un anciano. Con su inteligencia, entiende como el varón, pero desde otro perspectiva. Ella guarda el ingenio, de atravesar con su mirada las profundidades, para descubrir las razones del corazón que se ocultan en el fondo de los seres. Parece también recoger en ese espacio, con gran facilidad las carencias concretas de quienes la rodean e imaginar las soluciones humanas factibles para los problemas existenciales que misteriosamente intuye. El afecto y la ternura constituyen su lenguaje casi natural. Ella tiende al detalle. Salpica lo que toca con cierta belleza y gracia. Aunque más frágil que el hombre en lo físico, está hecha de tal temple espiritual, que puede sostener a los que ama, aún cuando la esperanza se retira de las circunstancias que tocan afrontar. Se entrega, en ocasiones, silenciosamente a los suyos. Sólo recibe por retribución la vida que continúa hacia delante, es decir, contribuye con sus generosidades, en cierta manera, con la eternidad. Beatriz, fue para el Dante, inspiración, luz y guía. La auténtica mujer parece, de forma semejante, sostener y acompañar a los que ama en los más penosos viajes. Conjuntamente también podemos destacar que ella, de alguna manera, es alegría, música, juego y fiesta en los lugares que habita. Los títulos de guardiana, de sostenedora de la vida, de compañera y de cuidadora de la existencia en todas sus formas, requieren cierta heroicidad para llevarse a cabo. También debemos reconocer que como toda tarea que tiende a lo sublime, puede degenerar en egolatría, en encierro, en perdición o en la misma destrucción de la vida. Todos sabemos que en el relato judío del Génesis el mal entra por una mujer al mundo…la redención sólo es posible por la entrega incondicional de María a su vocación. La mujer ha ganado el espacio público de las profesiones pero no debe olvidarse en el camino, de ser mujer. Necesitamos que trabaje, enseñe, decida y ame con corazón de mujer. La humanidad esta sedienta de guardianas de la vida como factor de desarrollo, equilibro y estabilidad, tanto en las pequeñas comunidades familiares, como en la vida profesional, económica o política nacional e internacional Para que nuestro mundo tecnificado no nos lleve al congelamiento de nuestras vidas, necesitamos recuperar urgentemente hoy la grandeza del ser femenino. tdriollet@gmail.com