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¡Ay caracho! ¿Por qué me pasaba esto a mí? A un escritor experimentado seguro que no
le hubiera ocurrido. Pero era evidente que a mí este personaje se me había ido de la
manos. Pensé que lo mejor era romper todo y tirarlo a la basura. «Mejor escribite un
cuento de dragones y princesas, Caratti, a los chicos les encanta», me dije.
Apenas terminé de pensar eso cuando escuché el ruido de otro sobre que raspaba el piso
por debajo de la puerta.
¡Ni se te ocurra, imbécil!
¡Ay caracho! «¡Calmate, Caratti!», me decía. «¡Calmate! Tenés que pensar mucho, como
te recomendó la profesora del taller de escritura. Pero no podía pensar. Estaba
aterrorizado. Tenía los dedos endurecidos y tocaba todas la teclas de la computadora a la
vez.
Al final, después de un esfuerzo sobrehumano, logré escribir esto:
El señor Leopoldo era un delincuente muy elegante, siempre usaba corbatas de seda,
guantes blancos y perfumes caros. Su madre, la bondadosa Leopoldina, podía estar muy
orgullosa de su hijo. Daba gusto que el señor Leopoldo te asaltara, porque aunque se
llevara el televisor y la videocasetera, dejaba un aroma tan lindo en la casa que a uno no le
importaba quedarse en la ruina.
Eso de la ruina no me gustaba mucho, pero lo dejé así. Después lo corregiría. En ese
momento no podía escribir una palabra más. Me había llevado el día entero escribir lo que
leíste. Me dolía todo el cuerpo de los nervios que tenía.
Hacía un frío de locos, así que me preparé una sopita y me fui a dormir temprano. Al día
siguiente pensaría qué hacerle hacer a Leopoldo.
A mitad de la noche me despertó un ruido. Me levanté y habían roto el vidrio del living con
un piedrazo. Atado a la piedra había otro sobre amarillo.
Estoy perdiendo la paciencia, Caratti.
Por supuesto que me desvelé. Ya no pude pegar un ojo el resto de la noche. Me senté en
mi sillón de terciopelo verde y me agarré lo más fuerte que pude de los apoyabrazos. Era
evidente que a Leopoldo no le había gustado lo que había escrito. Cuando amaneció me
arrastré hasta mi computadora y logré escribir solamente dos líneas, pero quedé agotado
como si hubiera escrito una novela entera:
Antes de morir, la dulce Leopoldina le dejó a su hijo Leopoldo, que era un maravilloso y
elegante delincuente, todos los detalles de un fabuloso plan.
A media tarde recibí otro piedrazo en el vidrio de la cocina.
¿Dulce Leopoldina? Dejá de escribir macanas, Caratti. Mi vieja está vivita y coleando
y si te llega a agarrar te hace picadillo.
No podía más. Estaba aterrado y sin ánimo para nada. Me senté en mi sillón verde y
dormí profundamente.
El inútil de Caratti tenía muy pocas luces. Quería ser escritor, pero su carrera era un
fracaso tras otro. No daba pie con bola. Un día por fin se dio cuenta de su imbecilidad y
decidió abandonar todo e irse a la China para no volver nunca más.
¡¡¡¡NOOOO!!!!
¡¡¡¡CUIDADO!!!! ¡LEOPOLDO APROVECHÓ QUE YO DORMÍA LA SIESTA PARA
TOMAR POR ASALTO MI COMPUTADORA Y TE QUIERE HACER CREER QUE ME FUI
A LA CHINA!!
¡AY CARACHO, CARATTI!
Apenas llegó a la China, los chinos hicieron una multitudinaria manifestación (como ellos
son millones, no les cuesta nada volverse multitudinarios). La mayoría de los chinos
llevaban carteles que decían (en chino): «¿Qué culpa tenemos nosotros para que nos
manden al inútil de Caratti?» Firmado: Los Chinos.
¡NO LE HAGAS CASO! ¡QUIERE SACARME DEL MEDIO! ¡INTENTA ARRUINAR MI
BUEN NOMBRE Y HONOR! ¡NO LO ESCUCHES!
Los chinos enviaron al inútil de Caratti a las montañas de la China. Unas montañas
lejanísimas donde solamente hay monjes budistas y osos pandas. Nunca nadie supo ni
una palabra más sobre el inútil de Caratti. Fin.
¡MENTIRAS! ¡MENTIRAS! ¡QUIERE BORRARME DEL MAPA! ¡LEOPOLDO ES MUY
ASTUTO!
¡AY CARACHO, CARATTI! ¡HAS CREADO UN MONSTRUO!
¿TOCARON EL TIMBRE DE TU CASA O ME PARECIÓ? TENÉ CUIDADO. SI TE PASAN
UN SOBRE AMARILLO POR DEBAJO DE LA PUERTA, ¡¡NO LO ABRAS!! ¡¡NO LO
ABRAS!! ¡ES LEOPOLDO QUE AHORA QUIERE ELIMINARTE A VOS, LECTOR!
¡¡¡CUIDATE!!! LEOPOLDO ES PELGROSO. ¿ME OíS? ¡LEOPOLDO ES PELIGROSO!
¡AY CARACHO, CARATTI!