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LAS ESPECTATIVAS I

Las expectativas están formadas mediante suposiciones acerca de lo que creemos que
tendría que ser, en base a lo que nos han enseñado y hemos aprendido. Muchas veces las
expectativas que tenemos se alejan de la realidad y nos encontramos de lleno con la
frustración. Cuando lo que esperábamos no encaja con lo que ocurre, aparece el
sufrimiento.
Es inevitable tener expectativas acerca de algo o de alguien. Todos nos las vamos
formando como un proceso automático de nuestra mente. Tenemos, a su vez, expectativas
hacia nosotros mismos, de cómo deberíamos de comportarnos o a lo que tendríamos que
aspirar. La mayoría de ellas impuestas por la sociedad y la cultura en la que vivimos. Desde
pequeños nos bombardean de cómo debería ser nuestra vida e intentamos llegar a ese
ideal.
Las creencias que nos vamos formando van construyendo nuestro mundo y nuestra
realidad. Las expectativas son un elemento clave, influyendo en cómo nos relacionamos
con los demás, y sobre la imagen que tenemos acerca de nosotros mismos. A través de ellas,
nos aferramos al «cómo» debería ser aquello que ocurre y nos encerramos en una sola
posibilidad. ¡Ese es el principio de muchas frustraciones!
Influimos y nos influyen con las expectativas

Las expectativas culturales son aquellas que compartimos en sociedad, sobre lo que está
aceptado, bien visto, y lo que es rechazado. Entramos sin darnos cuenta en este juego de
las expectativas que tenemos formado en nuestra cultura. De esta forma, intentamos
adaptarnos a lo que se supone que debemos de hacer. La intención -consciente o
inconsciente- es no quedar aislados y excluidos.
La imagen que nos hemos creado acerca de nosotros mismos, está cargada de
expectativas: de nuestros padres, familia, profesores, compañeros de clase, amigos,
parejas, etc. De lo que han esperado de nosotros, nos han influido inevitablemente a crear
nuestro autoconcepto.
Es así como aparece el famoso suceso psicológico llamado el efecto Pigmalión. Las
creencias y expectativas que tenemos acerca de una persona, influyen a esta en
su rendimiento y forma de comportarse.Influyendo a generar su propia creencia sobre lo
que puede conseguir y lo que no. Por eso es importante no condicionarnos ni a nosotros ni
a nadie con nuestras expectativas.
Las expectativas no se dividen en buenas o malas, simplemente nos impiden ser quienes
realmente queremos ser.

La trampa de las expectativas

Vivimos la vida que realmente nos gustaría? ¿Nuestras decisiones las tomamos en base a
lo que queremos? Sería bueno cuestionarnos si estamos viviendo conforme a lo que
queremos o conforme a las expectativas que los demás tienen sobre nosotros.

Tener que ser un buen trabajador, un buen estudiante, una persona responsable, cuidar de
la familia. Ser una chica simpática, alegre, que nunca da problemas; ser educada, amable,
etc. Todo esto se convierte en imposiciones que nos hemos creído que hay que cumplir,
porque somos así y no podemos salirnos de ese patrón.

¿Qué sucede cuando salimos de lo que se supone que se espera de nosotros? Aparece la
frustración de las personas que nos han visto siempre en ese mismo papel de cumplidor de
expectativas. Si reaccionamos como no estaba previsto y decidimos comportarnos de otra
manera, nuestras relaciones cambian. Nos sentimos culpables por haber defraudado.

Liberémonos de las expectativas

Liberarnos de las expectativas que los demás tienen hacia nosotros ya es un gran paso,
una tarea difícil que requiere de mucho valor. Si además logramos entender que no hemos
fracasado y que la decepción y la frustración es de los demás, que se han formado
unas creencias acerca de cómo tenemos que ser bajo todas las circunstancias; habremos
aprendido además que no podemos vivir constantemente tras esa máscara, y acabaremos
por despertar de nuestro letargo.

En ese despertar surgen nuestro verdadero ser, tomamos nuestras propias decisiones
teniendo en cuenta lo que necesitamos y lo que queremos. Comenzamos a elaborar nuestro
propio recorrido por la vida.

Atender a lo que experimentamos

Nuestra experiencia, lo que vivimos y aprendemos de todas las situaciones por las que
pasamos, va de alguna forma moldeando y dándole forma a nuestras expectativas, las que
tenemos sobre nosotros mismos y sobre los demás. Este aprendizaje, puede servirnos a
estar más atentos al presente y experimentar aquello que nos sucede. De esta forma,
dejaremos a un lado las expectativas y pase lo que pase aprenderemos de ello.
Vamos comprendiendo que nuestra frustración acerca de cómo creíamos que alguien era,
ha sido producto de nuestra ilusión. Las personas no somos específicamente de una
determinada manera. Existen multitud de factores que influyen en cómo nos
comportamos, y las decisiones que tomamos. Necesitamos procesos de cambio, para
experimentar y decidir lo que queremos ser. A través de la experiencia y el aprendizaje,
vivimos en un constante cambio. Y al contrario de lo que pueda parecer, este cambio es
bueno, porque significa que somos capaces de evolucionar.

Si no esperas, no te defraudas

Si me he defraudo por lo que esperaba de alguien, es mi responsabilidadaceptar que era


mi creencia, mi expectativa, la que yo me he creado. La otra persona está en su derecho de
no corresponder a lo que yo esperaba de ella. Poco a poco, nos hemos ido construyendo
una imagen de la otra persona, una identidad creada por nosotros. Por lo que esperamos
que la realidad se corresponda a nuestra construcción mental. Sin embargo, cuando esto
no ocurre, sufrimos y culpamos a la otra persona. Cuando en realidad, deberíamos analizar
si somos nosotros quienes nos hemos creado una expectativa demasiado férrea sobre algo
o algo.

Al entender el proceso y mecanismo de nuestras expectativas, vamos restándoles


importancia, comprendiendo, siendo más compasivos y flexibles. Vamos aceptando y
amando a las personas y a nosotros mismos por lo que son, por lo que somos, con nuestros
errores y aciertos. Nos permitimos ser como necesitemos ser, permitimos a los demás ser
como necesiten ser y como quieran ser.

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