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Movimiento Campesino de Santiago del Estero

El MOCASE, Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Argentina), nació en el año 90 como respuesta a
los ataques que los campesinos de esta zona estaban sufriendo por parte de personas o empresas que
aparecían reclamando las tierras en que ellos han crecido y vivido, de las que se han alimentado, durante
varias generaciones. Los campesinos no tenían títulos de propiedad. Llegaba alguien supuestamente
propietario y los desalojaba. Algunos se fueron, y muchos otros se organizaron para resistir.

Un poco de historia

A principio de siglo Santiago del Estero era una zona maderera. El gobierno de Argentina vendió grandes
extensiones de tierras a quienes explotaban los bosques, hasta que allá por los años 40-50 el negocio de la
deforestación dejó de ser rentable. Las empresas se fueron y muchos de los habitantes, locales o venidos
desde otras zonas para trabajar, se quedaron. Dejaron de talar árboles y se convirtieron en campesinos,
principalmente ganaderos. Hicieron sus ranchos, cavaron sus pozos y criaron sus animales. Se asentaron en
tierras que no le interesaban a nadie, aunque nunca tuvieron una propiedad escriturada.

En los 80-90, las nuevas técnicas de cultivo desplazaron la frontera agrícola. Es decir, las tierras que antes
solo servían para las cabras eran, de pronto, rentables para el cultivo de soja transgénica fertilizada fumigada.
Y entonces sí, entonces los supuestos dueños de las tierras salían de debajo de las piedras. Al margen de los
títulos falsos o de ventas de tierras sin tenencia clara, al margen de lo dudoso de estas afirmaciones de
propiedad, los campesinos tienen a su favor la ley veinteñal, por la que se reconoce la propiedad de la tierra a
quien haya vivido en ella y la haya trabajado de forma pacífica por un periodo superior a 20 años.

La realidad

Aún teniendo esa herramienta legal las cosas no son tan fáciles. Los campesinos han sufrido atropellos y
abusos por parte de los supuestos propietarios o de la policía, también injusticias legales. Las máquinas se
meten en sus tierras a “limpiar”, les han destruido casas y ha habido heridos y muertos. Pero ellos siguen
resistiendo y desde que el MOCASE está organizado ninguna familia ha dejado su rancho, han aguantado
todos los intentos de desalojo, apoyándose mutuamente, con acampadas en defensa de un territorio, con
acciones para sacar la maquinaria, y también por lo legal, aprendiendo de sus derechos y reivindicándolos. Y
siguen en alerta, porque los problemas persisten.

En estos 23 años la organización ha madurado. Además de unirse para defender sus tierras ahora están
unidos para comercializar sus productos, también para formarse y para reivindicar la forma de vida
campesina. Muestra de ello son las carnicerías y la venta de productos elaborados a Buenos Aires, la escuela
de agroecología, la formación en salud, el proyecto de la universidad campesina, la radio comunitaria y
muchas más iniciativas en diferentes ámbitos.
Quiero centrarme en la parte más reivindicativa. Los problemas, en principio individuales, de tenencia de
tierras han desembocado en una politización del campesinado en esta región. Es una politización hacia
dentro, en cada una de las alrededor de 9000 familias que componen el MOCASE, y hacia fuera, participando
activamente en el argentino Movimiento Nacional Campesino Indígena y en la Vía Campesina, el más
importante movimiento internacional defensor de la agricultura campesina, al que se atribuye el concepto de
soberanía alimentaria. Los campesinos del MOCASE han pasado a entender que forman parte de un conflicto
global: no se trata de ellos contra quien reclama su tierra, se trata del campesinado contra la agricultura
industrial, o lo que es lo mismo, soberanía alimentaria versus agricultura al servicio del mercado globalizado o,
en definitiva, la agricultura para las personas versus la agricultura para el capital.

La forma de vida campesina tiene un impacto ambiental mucho menor que el urbano. Utilizan menos energía,
menos agua, menos de todo. La ganadería extensiva que he visto aquí contrasta no solo con el maltrato
animal de la forma de producir carne intensivamente, sino con la cantidad de petróleo que indirectamente lleva
cada kilo de carne alimentado a base de soja traída de la otra parte del mundo, cultivada a base de
fertilizantes también muy intensivos en energía. La agricultura y la ganadería campesinas no envenenan el
suelo, lo cuidan, rotan cultivos y no tienen la necesidad de maximizarlo todo. Los limitantes para el nivel de
producción suelen ser la cantidad de trabajo que pueden aplicar, la necesidad para la subsistencia familiar o la
inversión que puedan hacer. De esta manera no se “explota” necesariamente toda la tierra al máximo y
quedan sin trabajar áreas de bosque que se aprovechan para leña, plantas medicinales, para caza… y que de
paso suponen un servicio ambiental para todos.

Los defensores de la agricultura industrial y el acaparamiento de tierras en grandes latifundios arguyen


precisamente que el campesino no utiliza la tierra eficientemente. Evitan considerar formas mucho más graves
de ineficiencia en la producción de alimentos: la proporción vergonzosa de alimentos que se tira, un consumo
de carne en países occidentales que llega a lo insano (se necesita varias veces más superficie de tierra para
producir un kilo de carne que un kilo de verdura o cereal), la pérdida de superficie fértil en urbanización e
infraestructuras, la vergüenza de destinar tierras para producir biodiesel anteponiendo el alimento de nuestros
coches al de las personas… A la ineficiencia en hectáreas hay que sumarle la ineficiencia energética y
ambiental: las brutales deforestaciones para “ampliar la frontera agrícola”, la cantidad de petróleo que se
destina a producir alimentos con su consiguiente aporte de emisiones, el despilfarro de combustibles en
transportes de alimentos tan kilométricos como absurdos.

El campesino hace queso con la leche de las cabras y le da el suero a los cerdos. Utiliza el estiércol para la
huerta y las peladuras de lo que sale de la huerta van para los cerdos. Lo poco que no se come del cerdo es
para el perro. Es maravilloso ver que no se genera basura. Los pocos plásticos sirven de envases o como
macetas. Me resulta de lo más eficiente.

La imagen que tenemos del campesino latinoamericano es muchas veces el que nos transmiten las ONGs en
sus campañas de recaudación de fondos. Aparentemente tenemos que ayudarles a defender sus derechos,
derecho a una vida digna, a tener acceso a la escolarización y a una buena nutrición, acceso al agua. Igual
que ellos, nosotros también tenemos que entender que no se trata solamente de sus derechos como personas
y como campesinos, se trata de un conflicto global que es el mismo para ellos y para nosotros. No es que los
tengamos que ayudar, sino que son sujetos en lucha con quién ponerse a trabajar, son aliados
imprescindibles para construir un mundo sostenible. Los necesitamos, nos necesitamos mutuamente.

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