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Naturaleza y Sociedad

en la Historia de
América Latina

Guillermo Castro Herrera


G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 2

A Lourdes Elena,
mi compañera.
A Tania, Carmen Cecilia, Angeles, Lourdes y Pilar,
que heredarán la Tierra.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 3

Reconocimiento:

Muchas personas, en distintos países, contribuyeron a que este libro llegara a ser escrito, y
publicado. Quisiera agradecer en particular, en México, a Francoise Perús, por haberme animado a
intentarlo; en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, a
la Maestra Emilia Rébora, por su permanente estímulo y apoyo, y a mis maestros y lectores Don
Ernesto de la Torre Villar, Ricardo Melgar Bao y Brian Connaughton; en el Departamento de
Estudios Internacionales de la Universidad de las Américas a mis colegas y amigos Víctor Godínez,
Francisco Giner de los Ríos, Eduardo Vega, Gerardo Palomo y Richard Warren; a Consuelo Tuñón
y Ana Buriano, directoras de las Bibliotecas de la Universidad de las Américas y del Instituto de
Investigaciones José María Luis Mora; a César Badillo y Luis Morales, que confiaron en mí más que
yo mismo, como siempre ocurre con los amigos mexicanos; al Doctor Donald Worster, de la
Universidad de Kansas; a doña Gilma Centella y a Dídimo Castillo, por su invariable respaldo; a
Carmen Miró, Ligia Herrera, Aida Libia Moreno de Rivera y Rodrigo Tarté, en Panamá, por su
paciencia y sus comentarios, a Marcos Roitman, por su tenaz empeño en hacer posible esta
publicación y a Aquiles Ponce, que con su generosidad de siempre se echó a cuestas las tareas de
edición y diseño. Espero, sinceramente, no defraudarlos.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 4

INDICE GENERAL

Introducción ............................................. I

1. Propósitos .....................................
2. Problemas ......................................
3. Algunos resultados .............................

I. Problemas y Paisajes .........................................


1. Problemas .............
La historia natural como historia
económica: el caso de la CEPAL..................
La historia natural como historia social:
dependencia y "economía de rapiña" .............
La historia como historia natural:
el aporte de Donald Worster.....................
Las estructuras del tiempo ...........
2. Paisajes.......
“Historia Planetaria” e historia regional………
Los tiempos del espacio…………………………

II. La fase I: El Desarrollo Separado ...................

1. Antes de la agricultura ........................


2. La transición a la agricultura y la creación
de las premisas de la civilización
precolonial ....................................
3. El problema de la autodeterminación en el
período del desarrollo separado:
logros y limitaciones en la relación
sociedad-naturaleza ............................

III. La fase II: El Desarrollo Articulado en la


economía-mundo europea ..............................

1. La transición ..................................
2. La conquista como proceso de creación de
nuevas premisas en la relación
sociedad-naturaleza ............................
La dimensión sociodemográfica...................
Las transformaciones del espacio................
3. Las nuevas continuidades........................
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 5

IV. La transición al desarrollo articulado en el


mercado mundial .....................................

1. La Fractura: 1750-1850 ........................


2. El intento de "ajuste al alza" .................
3. La crisis y el "ajuste a la baja" ..............

V. El Desarrollo articulado en el mercado mundial ......

1. Un mundo nuevo .................................


2. Cultura, Sociedad y Medio Ambiente en el
Estado Liberal Oligárquico .....................

VI. Naturaleza, Sociedades y Culturas en José Martí .....

1. El ámbito ......................................
2. El campo y sus tiempos .........................
3. Lo natural como político .......................

VII. La Crisis Ambiental y las tareas de la Historia


en América Latina ...................................

1. Recuento .......................................
2. América Latina ante la crisis global de la
biósfera .......................................
3. La crisis ambiental y las tareas de la
Historia .......................................

Bibliografía .............................................
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 6

Introducción
Pero hay hechos superficiales,
y profundos. Hay hechos de flor de tierra
y de subsuelo. Y a veces,
así como el rostro suele ser diverso
del hombre que lo lleva, así la forma
superficial y aparente del hecho
es contraria a su naturaleza
más escondida y verdadera.
Y hay hechos en el mundo del espíritu.

José Martí
De "Serie de artículos para La América".

Propósitos
A lo largo de las últimas décadas, el empobrecimiento de las sociedades
latinoamericanas ha venido a combinarse con el de su medio natural de un modo
que ya alcanza proporciones dramáticas. En lo social, por ejemplo, la región
enfrenta "un importante aumento en la incidencia de la pobreza, como sucedió en
el período 1980-1990", con lo cual "casi 200 millones de personas sólo pueden
acceder a los mínimos necesarios, mientras 94 millones... sólo cuentan con recursos
económicos para comer lo mínimo indispensable". (Rosenthal,1993)
Por su parte, el empobrecimiento de la naturaleza encuentra una de sus
expresiones más claras en procesos de deforestación que, tras devastar en 30 años
unos 2 millones de km2 -equivalentes a la totalidad del territorio mexicano-,
continúan incorporando cada año unos 50 mil km2 antes inexplotados a un cultivo
precario o a actividades de ganadería extensiva. Por contraste, para 1982 las áreas
naturales oficialmente protegidas "abarcaban tan sólo 446,400 km2... apenas el 2,2
por ciento de la superficie regional", poniendo en grave riesgo el potencial aún mal
conocido y valorado que ofrece la biodiversidad que alberga América Latina, sobre
todo en sus selvas tropicales. (PNUMA/MOPU,1991: 14)
La respuesta usual a las múltiples interrogantes que plantea la
simultaneidad de estos deterioros consiste, como sabemos, en atribuir a la pobreza
social una cuota decisiva de responsabilidad en el empobrecimiento del mundo
natural. Con ello, la reducción de la pobreza a través del tipo de crecimiento
económico promovido por las políticas de ajuste estructural ejecutadas con
singular entusiasmo por la mayoría de los gobiernos de la región debería bastar
para preservar a la naturaleza de un deterioro aún mayor.
Existen por supuesto otras opiniones, de implicaciones políticas, económicas
y culturales más complicadas, y mucho menos populares entre nuestros políticos.
Así, por ejemplo, científicos sociales de trayectorias académicas y enfoques
ideológicos muy distintos -como Fernando Tudela en México, y Juan Jované en
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Panamá-, coinciden en que el empobrecimiento social y el de la naturaleza


constituyen "efectos paralelos e interactuantes de un mismo proceso global de
desarrollo deformante". (Tudela, 1991)
En esta perspectiva, los problemas de que hablamos resultan de las formas
en que nuestras sociedades han sido organizadas para cumplir determinadas
funciones dentro del sistema mundial realmente existente, en particular a lo largo
de los últimos 150 años. Con ello, un mayor crecimiento económico, en el marco de
esas formas de organización, no constituiría por sí mismo una garantía de solución
al problema planteado y, por el contrario, podría incluso agravarlo aún más.
En un debate así planteado, la utilidad de una perspectiva histórica en el
examen de los problemas sometidos a examen parecería evidente por sí misma. Sin
embargo, la creación de esa perspectiva es una tarea todavía pendiente en América
Latina. Esa podría ser una de las conclusiones de este estudio, cuyo propósito
original era, justamente, preguntarse si los problemas que afectan al medio
ambiente latinoamericano hacen parte de la crisis de algún modelo de desarrollo
en particular o, por el contrario, expresan una crisis de la propia civilización
contemporánea, en su capacidad de producir nuevas respuestas a los desafíos que
le plantea su entorno.
Para lograr ese objetivo, el estudio se planteaba tres propósitos más
específicos. Primero, entender mejor cómo han valorado los recursos naturales del
espacio latinoamericano las sociedades que lo han poblado y utilizado a lo largo de
la historia de esta región, y cómo se ha correspondido esa valoración de los
recursos con los fines y los métodos que han normado su aprovechamiento.
Segundo, comprender el origen y el carácter de las formas y procesos de relación
entre las sociedades latinoamericanas y su medio natural y, tercero, identificar los
principales inconvenientes entre los que se tendría que optar para la solución de
los problemas que plantea el proceso de deterioro ambiental y social que hoy
enfrentamos.

Problemas
El logro de esos propósitos, sin embargo, enfrentó desde un primer momento
singulares dificultades. De entre ellas, destacó en primer término lo escaso de la
atención que hasta ahora ha recibido la historia de las relaciones entre nuestras
sociedades y su medio natural por parte de las ciencias humanas en América
Latina. En efecto, salvo por un número muy limitado de textos, todo parece indicar
que aún falta entre nosotros "una historia de la economía humana como ecología
humana y, al mismo tiempo, una historia de los conflictos sociales, las formas de
resistencia social y los movimientos sociales activos que se orientan hacia el acceso
y la conservación de los recursos naturales".(Martínez-Alier,1991:636)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 8

Esa carencia resulta aun más notable si se considera la atención que llegó a
recibir el mundo natural latinoamericano en el desarrollo del conocimiento y la
ciencia Occidentales, de Cristóbal Colón a los misioneros del siglo XVI, y de los
americanos ilustrados del XVIII a Alejandro de Humboldt y Charles Darwin,
primero, y a autores tan nuestros como José Martí, después, a lo largo del siglo. Ya
en la primera mitad de nuestro siglo, encontramos un temprana preocupación por
el tema en autores brasileños como Euclides da Cunha y, en 1956, el geógrafo Carl
Sauer, de la Universidad de California, presenta algunos temas fundamentales
para una historia ambiental de nuestra región en su ensayo Man's Role in Changing
the Face of the Earth, presentado al simposio "The Agency of Man on the Earth", un
precedente de importancia decisiva en el surgimiento de esta disciplina, en el cual
sin embargo no hubo ninguna otra referencia a América Latina, aunque abundaron
las relativas a Asia, Africa y Europa.
De allí en adelante, parece producirse un silencio de 25 años, que empieza a
ser interrumpido con las "Notas sobre la historia ecológica de América Latina",
ensayo pionero en nuestra cultura dado a conocer por Nicolo Gligo y Jorge Morello
en 1980. Para mediados de la década, Santiago Olivier da a conocer su Ecología y
Subdesarrollo en América Latina (1986), en el que un biólogo entra a lidiar con tanto
vigor como pasión e ingenio con nuestros problemas sociales y ecológicos, y un
distinguido grupo de científicos sociales mexicanos, encabezado por Fernando
Ortiz Monasterio, publica Tierra Profanada. Historia Ambiental de México (1987).
Después, el silencio parece imperar de nuevo, para fragmentarse nuevamente por
la acción de algunas obras de autores anglosajones y latinoamericanos, producidas
al calor de la euforia novomundista de 1992.
Por otra parte, esa ausencia de lo histórico en el debate sobre nuestros
problemas ambientales informa, además, de lo lento y complejos que son los
procesos de traducción de las inquietudes del mundo de la cultura a las prácticas
del mundo de la política. Parte de la dificultad radica, quizás, en que la historia se
construye siempre a partir de una indagación sobre el pasado motivada y
orientada por las preocupaciones que nos van inspirando los desafíos que se
anuncian en nuestro futuro, como lo sugiere un examen somero de lo que parecen
ser tres grandes momentos -en ninguno de los cuales lo ambiental figuró como una
preocupación central-, en el quehacer de los humanistas latinoamericanos a lo
largo de los últimos cien años.
El primero de esos momentos, que abarca buena parte del siglo XIX y los
primeros años del XX, se caracteriza por el predominio del énfasis en lo político, y
se vincula de manera evidente al proceso de conformación y consolidación de
nuestros Estados nacionales. Hacia fines de la década de 1920, se constituye un
segundo momento -inaugurado por obras como los Siete Ensayos de Interpretación de
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la Realidad Peruana (1927), de José Carlos Mariátegui-, asociado al interés por


develar la complejidad étnica y social de la composición de nuestros países,
asumida como un problema ante la descomposición del llamado Estado Liberal
Oligárquico. Por último, a partir de la II Postguerra gana en importancia una
historia de marcado énfasis en lo económico, vinculada al análisis de las razones
que han impedido a nuestros países ingresar a aquel círculo virtuoso en el que el
crecimiento económico tendría que haberse traducido en una mejoría constante del
bienestar social y la participación política, hasta alcanzar lo que por entonces
empezó a designarse como una situación de "desarrollo".
A lo largo de ese proceso, se tendió a considerar al mundo natural
latinoamericano en dos perspectivas fundamentales: o como el mero escenario
físico -a veces magnífico, como en el cruce de los Andes por Bolívar; otras hostil,
como en buena parte de la narrativa regional- de nuestra vida social y política, o
como una fuente de recursos virtualmente infinitos para nuestro crecimiento
económico. Esto ayuda, quizás, a entender el amplio predominio de disciplinas
como la economía, la planificación del desarrollo, las relaciones internacionales y -
más recientemente- el estudio de los llamados "nuevos movimientos sociales", en el
amplio número de textos dedicados a los problemas que plantea el deterioro
ambiental de la región en los últimos 20 años.
Aquí, en efecto, el lector se siente virtualmente abrumado por una
avalancha de datos, por lo general organizados a partir de criterios coyunturales, y
con frecuencia subordinados a intereses definidos por organismos internacionales
y entidades financieras externas a la región. En ese panorama, sin embargo, los
problemas relativos a las estructuras desde las que se gestan esas coyunturas -y a
los procesos de largo plazo en que tienen lugar esas gestaciones-, reciben una
atención muy secundaria, si es que no se sumen de lleno en el terreno de las
ideologías, sean las del progreso en cualquiera de sus formas, sean las de un
peculiar neopopulismo caracterizado por una exaltación voluntarista de realidades
anteriores al surgimiento de ésas.
Los problemas que hoy plantea nuestro futuro, sin embargo, bien podrían
estar anunciando también que nos encontramos en las vísperas de un momento
nuevo en el desarrollo de esta tradición de estudio y reflexión en torno a nuestras
realidades. Y ese giro bien podría contar con antecedentes más ricos de lo que
imaginamos.
Ya en la obra producida por José Martí a partir de la década de 1880, por
ejemplo, el papel de la naturaleza en nuestra historia aparece formulado como
problema para el historiador mediante la imagen de un panorama de "trabajos de
ajuste, y combate" entre nuestras sociedades y su medio natural. Y de ese
panorama, a su vez, derivaba Martí la necesidad de "estudiar a la vez, si se quiere
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 10

saber de sociedades humanas, las influencias extrahumanas, los motivos generales


de agencia humana, y las causas precipitantes o dilatorias que han obrado para
alterar el ajuste natural entre estas dos fuerzas paralelas". (1975: XXIII, 44) Con ello,
el planteamiento de una historia ambiental vino a convertirse en una tarea mucho
más compleja de lo previsto en la ingenua formulación inicial de nuestros
intereses.
En primer lugar, el problema debía ser planteado de un modo distinto al
dominante en la cultura dominante entre nosotros, y en la mayor parte de la
literatura disponible. Era necesario, en efecto, un enfoque que nos permitiera
acercarnos nuevamente al ecumenismo característico del pensamiento de autores
como Darwin y Martí, mediante una lectura nueva, de vocación transdisciplinaria,
de múltiples aportes ya producidos en campos como los de la geografía, la
antropología, la historia de la cultura y la historia económica.
En esa perspectiva, en efecto, el medio ambiente pasó a presentarse como
una síntesis de las relaciones existentes entre lo natural, lo social y lo productivo a
lo largo del tiempo, antes que como un conjunto más o menos arbitrario de objetos
y fenómenos. Y esa síntesis, a su vez, podía ser captada y comprendida a partir de
sus expresiones en el espacio común que resulta de la interacción entre aquellas
esferas, al que designamos como el campo de lo cultural.
A partir de aquí, nos planteamos definir un marco de referencia para el
estudio. Para ello, procuramos identificar primero un conjunto de categorías que
permitiera formular a fuentes muy diversas las preguntas sobre el pasado cuya
respuesta reclama la crisis ambiental del presente y, después, procedimos a
organizar las respuestas obtenidas en un esquema de periodización que facilitara
tanto el estudio de las fases de evolución histórica de lo ambiental en el sentido
descrito, como el de las relaciones de transición y continuidad entre esas fases.

Algunos resultados
Lo esencial de los resultados obtenidos por la investigación ha sido organizado en
8 capítulos. El Capítulo I discute el detalle de los problemas relativos a la
definición de un campo de estudio para la historia ambiental ya indicados. El II
aborda a la América Latina como una región de estudio definida por su papel en el
desarrollo del mercado mundial a partir del siglo XVI, a partir de procesos y
momentos escogidos por su valor para la formulación del marco de referencia.
El Capítulo III aborda momentos relevantes del período que se designa
como de "desarrollo separado" del espacio americano, que va de su poblamiento
original -entre 30 y 20 mil años antes de Cristo- al siglo XVI. El IV examina algunos
rasgos de la transición de ese desarrollo "separado" a otro articulado a la
civilización gestada en la economía-mundo Occidental a partir de la conquista
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 11

europea de la región. El V, a su vez, aborda problemas asociados a la participación


de América Latina en el proceso de formación de un mercado mundial entre 1750 y
1850, mientras el VI examina las consecuencias de esa transformación para la
relación sociedad-naturaleza en América Latina -con particular énfasis en el
terreno de la cultura- a partir de la década de 1870, cuando se define la inserción
funcional de la región en el sistema mundial, como proveedora en gran escala de
alimentos y materias primas a las economía Noratlánticas.
El Capítulo VII, por su parte, aborda el modo en que esos problemas fueron
asumidos por José Martí, a contrapelo de las ideas dominantes en su tiempo, y en
el nuestro. Para ello, se examinan por un lado las formas de relación de Martí con
la cultura anglosajona en el terreno que nos interesa y, por otro, lo que su
afirmación de que no existe entre nosotros un conflicto entre civilización y
barbarie, sino otro entre "la falsa erudición y la naturaleza", implica para la
discusión del vínculo sociedad-medio ambiente como problema cultural y político
en América Latina.
El Capítulo VIII, por último, presenta las conclusiones generales del estudio,
e intenta a partir de ellas una aproximación al análisis de los problemas
ambientales contemporáneos de la región en su relación con los procesos de largo
plazo analizados. En este sentido, se procura identificar el lugar que ocupa
América Latina dentro de la crisis global de la biósfera, con el propósito de señalar
algunas tareas mediante las cuales la historia ambiental podría contribuir a la
búsqueda de soluciones a los problemas que padece la región, en el marco una
reflexión general en torno a las opciones y los inconvenientes que plantea a las
sociedades latinoamericanas el deterioro de sus relaciones con la naturaleza y con
el sistema mundial del que hacen parte.
Tales fueron, pues, nuestros propósitos. Ha llegado la hora de exponer los
resultados.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 12

Capítulo I

Problemas y paisajes
Cuando se estudia un acto histórico,
o un acto individual,... se ve
que la intervención humana en la naturaleza
acelera, cambia o detiene la obra de ésta,
y que toda la historia es solamente
la narración del trabajo de ajuste,
y los combates,
entre la Naturaleza extrahumana
y la Naturaleza humana...

José Martí
De "Serie de artículos para La América"

1. Problemas
La edición de las Obras Completas de José Martí recoge la cita que inaugura este
ensayo en la sección "Notas para Artículos", del tomo "Periodismo Diverso", donde
fue reunida aquella parte de los escritos martianos considerados "de muy difícil
clasificación por la variedad de sus temas". En 1975, esa dificultad de clasificación
resultaba comprensible dentro de una actitud, por demás generalizada, de
separación de los campos de trabajo de las ciencias humanas y naturales que tenía
entonces la apariencia -quizás paradójica- de un hecho "natural".
Hoy, sin embargo, esa actitud ha empezado a cambiar, en la medida en que
las crecientes preocupaciones que inspira el deterioro ambiental -en el planeta en
general, y en nuestra región en particular-, empiezan a estimular un interés nuevo
por aquellas relaciones "entre la Naturaleza extrahumana y la Naturaleza
humana". El detalle de las razones que llevaron a Martí a preguntarse sobre esa
relación poco atendida en la reflexión y la indagación sobre nuestra historia será
tratado más adelante: lo que ahora interesa resaltar es que ha llegado para todos la
hora de plena utilidad de aquellas intuiciones.
En efecto, el deterioro del medio natural en que se desenvuelve la vida de
nuestras sociedades, y la disputa cada vez más intensa -dentro de las mismas como
entre ellas y otras, esas sí "desarrolladas"- por el uso y control de los recursos que
ese medio está en capacidad de proveer, sugieren ya la utilidad de intentar la
creación de un campo de estudio nuevo en la indagación sobre nuestro pasado y la
reflexión sobre nuestro futuro. Tentativamente, hemos llamado "historia
ambiental" a ese campo. Construirlo implica, por otra parte -más que la creación de
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 13

algo enteramente nuevo-, reorganizar para propósitos nuevos mucho que ya ha


sido creado dentro y fuera de América Latina.
Al respecto, pueden mencionarse al menos tres perspectivas de evidente
utilidad para nuestro propósito. En primer término, contamos con la obra ya
creada en el seno de organismos como la Comisión Económica para América
Latina (CEPAL), al calor de la reflexión sobre las consecuencias ambientales del
desarrollo económico. En segundo, con el aporte de autores que cuestionan esas
consecuencias desde una perspectiva de crítica al desarrollo mismo como objetivo
viable en el marco de nuestras formas de inserción en el sistema mundial
contemporáneo. Y por último -aunque exige aún de nosotros un examen crítico a la
luz de nuestras circunstancias-, disponemos de la obra de quienes han venido
dedicándose al estudio del problema que nos interesa en el seno de las sociedades
Noratlánticas a lo largo de los últimos veinte años, como el historiador
norteamericano Donald Worster. El examen de esos aportes, pues, constituye
nuestro mejor punto de partida.

La historia natural como historia económica:


el caso de la CEPAL
Una parte sustancial de la reflexión latinoamericana sobre lo ambiental ha venido
moldeándose, de la década de 1970 a nuestros días, a partir de la labor de
científicos sociales vinculados a organismos como la CEPAL, el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo, el Banco Interamericano de Desarrollo y, más
recientemente, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Tres
rasgos parecen dominar esa reflexión.
En primer término, muchas de las formas dominantes hasta hoy en esa
reflexión institucional se asocian a una temática "importada" a la región a partir de
la Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente Humano, celebrada en
Estocolmo en 1972. En segundo, esa importación ha tenido lugar a lo largo del
prolongado proceso de crisis de las ideologías del progreso asociadas al llamado
"modelo de industrialización por sustitución de importaciones".1 Y, por último,
esta preocupación por lo ambiental se ha constituido en estrecha relación con los
problemas relativos a la planificación del desarrollo y la búsqueda de salidas a la

1
No cabe negar, sin embargo, la crítica temprana de esa perspectiva en la región. Así, Josué de Castro pudo plantear ya en
1972 que "El primer error grave... que se deriva de esta visión parcial del problema es la afirmación... de que es en las
regiones más ricas donde han aparecido, a causa del crecimiento económico, los primeros efectos de la contaminación y de la
degradación del medio ambiente. La realidad es distinta: los primeros y más graves efectos del desarrollo se han manifestado
precisamente en aquellas regiones que hoy están económicamente subdesarrolladas y que ayer eran políticamente colonias.
El subdesarrollo que reina en esas regiones es el primer producto del desarrollo desequilibrado del Mundo. El subdesarrollo
representa un tipo de contaminación humana localizado en algunos sectores explotados por las grandes potencias
industriales del mundo". En Olivier (1986), p. .
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 14

crisis contemporánea dentro de la racionalidad del sistema económico


internacional vigente.2
Así, por ejemplo, el libro Medio Ambiente y Estilos de Desarrollo en América
Latina (Sunkel et al, 1980) constituye una muestra valiosa y temprana de esta
modalidad de incorporación de lo ambiental al campo más amplio de la reflexión
sobre el subdesarrollo en tanto que condición estructural -uno de los temas clásicos
en los estudios latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Allí, tras definir
al desarrollo como "un proceso de transformación de la sociedad" que conduce a
una "elevación de los niveles medios de vida" a través de "una expansión de su
capacidad productiva, la elevación de los promedios de productividad por
trabajador y de ingresos por persona, cambios en la estructura de clases y grupos y
en la organización social, transformaciones culturales y de valores, y cambios en
las estructuras políticas y de poder", se resalta la explotación sistemática de la
naturaleza que ese proceso requiere, y su resultado en la producción de un "medio
ambiente artificial" que "constituye una concreción de la evolución tecnológica y
representa además el producto acumulado y decantado de un prolongado período
de extracción de recursos naturales".(1980:10)
En esa perspectiva, el medio ambiente es definido como "el ámbito biofísico
natural y sus sucesivas transformaciones artificiales así como su despliegue
espacial".(1980:13) Para Sunkel, además, ese ámbito se define a partir de
modalidades históricas de organización del proceso de interacción sociedad-
naturaleza, concebidas como estilos de desarrollo que equivalen a "la manera en que
dentro de un determinado sistema se organizan y asignan los recursos humanos y
materiales con objeto de resolver las interrogantes sobre qué, para quiénes y cómo
producir los bienes y servicios", o "la modalidad concreta y dinámica adoptada por
un sistema en un ámbito definido y en un momento histórico
determinado"(1980:25).3 Desde esta perspectiva, el campo de estudio de la historia
ambiental podría definirse como la indagación de las consecuencias sobre el espacio
latinoamericano derivadas de los procesos de transformación del medio biofísico natural
asociados a estilos de desarrollo sucesivos en la región.
A primera vista, esta definición podría corresponderse con el estudio del
resultado de aquellos procesos a que se refería Martí al señalar cómo "la
intervención humana en la naturaleza acelera, cambia o detiene la obra de ésta", al
2
Es el caso del libro Desarrollo y Medio Ambiente en América Latina y el Caribe. Una visión evolutiva.
(PNUMA/AECI/MOPU,1990). Tan sólo 60 de sus 231 páginas están dedicadas a la evolución de las relaciones sociedad-
medio ambiente antes de la década de 1950, fecha de corte clásica en los estudios institucionales latinoamericanos sobre los
problemas del desarrollo regional, asociada convencionalmente al despegue del proceso de industrialización por sustitución
de importaciones. Aun así, el libro resulta original y valioso para el estudio de la historia ambiental de la región, y contrasta
favorablemente con la mayor parte de la bibliografía disponible sobre el tema.
3
Las citas corresponden, respectivamente, a Pinto, Aníbal: "Notas sobre los estilos de desarrollo en América Latina", en
Revista de la CEPAL, primer semestre,1976, pp.97-128, y Graciarena, Jorge: "Polos y estilos de desarrollo: una perspectiva
heterodoxa", Ibid., pp.173-191.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 15

igual que la noción de "estilo de desarrollo" vendría a facilitar el análisis de


aquellos "motivos generales de agencia humana... que han obrado para alterar el
ajuste natural entre estas dos fuerzas paralelas." Sin embargo, el enfoque de Sunkel
tiende a otorgar una especial primacía a los factores tecnológicos y económicos del
proceso de desarrollo al que se refiere, lo que dificulta el análisis, en toda su
riqueza, de los conflictos sociales, culturales y políticos que también hacen parte
del mismo. El problema que surge de ello, a su vez, no puede ser resuelto
agregando una periferia temática de orden socio-político y cultural a un
razonamiento así centrado. Por el contrario, se hace necesario ir más allá, para
someter a crítica las consecuencias sociales, políticas y culturales del uso de la
tecnología correspondiente al estilo de desarrollo económico de que se trate. Tal es,
en lo esencial, el enfoque de la segunda de las corrientes de pensamiento que nos
interesa abordar.

La historia natural como historia social:


dependencia y "economía de rapiña"
La crítica a las consecuencias sociopolíticas y culturales del desarrollo que
efectivamente ha tenido lugar en América Latina, en su relación con el deterioro
ambiental de la región, ha venido nutriendo desde fines de la década de 1980 una
corriente de análisis estrechamente asociada al pensamiento económico y político
del ecologismo radical europeo, en polémica contra lo que Joan Martínez-Alier
llama la "nueva ecotecnocracia internacional". En esa perspectiva, ha sido
planteada la necesidad de una "historia socio-ecológica", caracterizada a partir de
cuatro ejes fundamentales.
El primero de esos ejes se remite a lo que se considera como diferencias
esenciales entre la ecología humana y la del resto de las especies animales, en lo
que toca a los patrones de consumo, la distribución geográfica y las pautas
reproductivas de nuestra especie.4(Martínez-Alier, 1992:187-188) A partir de tales
diferencias, lo fundamental de los problemas ambientales contemporáneos es
remitido a un segundo eje de reflexión, definido por las iniquidades de la
economía mundial. Con ello, nuestra "historia ecológica" sería una de "producción
de exportaciones a expensas del capital natural"(1992:74), lo que otorgaría "nueva

4
Primero, dice, "los humanos no tenemos instrucciones genéticas respecto a nuestro consumo exosomático de energía y
materiales", señalando que las enormes diferencias en el consumo de energía y materiales entre las sociedades del Norte y el
Sur resultan "de la historia y de la economía humana, no... de la Naturaleza". Segundo, la distribución geográfica actual de la
población humana no puede ser explicada por los ecólogos, pues "está... construida social y políticamente". Y, tercero, "la
demografía humana, aunque se desenvuelve en forma general siguiendo la curva logística que la ecología de poblaciones
descubre en otras especies, es conscientemente determinada y tiene sus reglas propias: por ejemplo, el control de natalidad
depende de la estructura política y económica, particularmente de la libertad de que dispongan socialmente las mujeres."
Cabría quizás agregar, como un cuarto rasgo distintivo en la ecología de la especie, su capacidad para trabajar, sea en la
adaptación del medio a sus necesidades, sea en su propia adaptación a las condiciones que el medio le impone.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 16

vigencia a la teoría del subdesarrollo como fruto de la dependencia", expresada en


un intercambio desigual "entre 'productos' extraídos, de imposible o larga
reposición, y productos de rápida fabricación".(1992:113-114)
En lo social y lo político, esa "dependencia ecológica" vendría a expresarse
en un tercer eje de reflexión, constituido por "las luchas de los pobres por la
supervivencia, tanto en la historia como actualmente". Tales luchas equivaldrían a
movimientos ecologistas -"en cuanto sus objetivos consisten en obtener las
necesidades ecológicas para la vida: energía, agua, espacio para albergarse"-,
encaminados en lo fundamental a "sacar los recursos naturales del sistema de
mercado generalizado, de la racionalidad mercantil, para mantenerlos o
devolverlos a la oikonomia (en el sentido con que Aristóteles usó la palabra, como
ecología humana, opuesto a crematística)".5(1992:109)
Desde aquí se define, como cuarto y último eje de reflexión, al papel
desempeñado por la cultura en la valoración social de la naturaleza y sus recursos.
Al respecto, tras indicar que los grupos sociales "actúan sobre el medio ambiente
según las representaciones que se hacen de sus relaciones con él", se agrega que
esas representaciones "favorecen o, por el contrario, ejercen un efecto limitador
sobre las extracciones devastadoras" de recursos naturales que caracterizan
regiones como América Latina. Con ello, afirma el autor, la historia de la
naturaleza "es una construcción social, y por eso puede decirse que la historia
natural es también historia social".6(1992:197)
Martínez-Alier, por otra parte, incorpora al debate sobre el tema el concepto
de Raubwirtschaft (o "economía de rapiña"), que define uno de los rasgos más
característicos de la relación sociedad-medio ambiente en nuestra región a partir
del siglo XVI. Esa expresión, utilizada ya en 1910 por el geógrafo francés Jean
Brunhes en su libro La Geographie Humaine, designa una modalidad peculiar de
"ocupación destructiva" del espacio por parte de la especie humana, que "tiende a
arrancarle primeras materias minerales, vegetales o animales, sin idea ni medios de
restitución".7

5
De donde el autor concluye que "una "economía moral"... viene a ser lo mismo que una economía ecológica".
6
Con todo, Martínez-Alier no va mucho más allá en la definición del campo de estudio histórico que propone, que
finalmente se ve reducido, en una de sus definiciones más precisas, a indagar por ejemplo "cuáles han sido los sistemas
energéticos usados por la humanidad, cuál ha sido el uso del agua, qué formas de contaminación ha habido..."(1992:108-109).
7
Brunhes (1955), por su parte, toma el término de un texto publicado en 1904 por el geógrafo alemán Ernst Friedrich, quien,
al decir de Clarence Glacken (1956:85), en un intento por "darle expresión teórica a los grandes cambios que habían tenido
lugar en todo el mundo, y que se estaban acelerando al calor de la expansión de los pueblos europeos", distinguió "entre la
simple economía de explotación, que no ocasionaba un daño permanente, y la economía de explotación caracterizada, que
destruía el medio ambiente a un grado que llevaba al empobrecimiento de un pueblo". Las etapas del desarrollo de esa
economía, decía, incluían "1) una explotación intensiva, prolongada e ilimitada, seguida por 2) el empobrecimiento, que a su
vez llevaba a 3) la toma de conciencia sobre la necesidad de la conservación". Segun Glacken, además, Friedrich consideraba
que, con todos sus males, la Raubwirtschaft era sin embargo "el camino del progreso... una característica juvenil de la
colonización" y que la Tierra "gradualmente sería explotada de manera racional bajo el liderazgo de los pueblos europeos".
Carl Sauer, por su parte, señala que el geógrafo alemán Friedrich Ratzel utilizó el término Raubbau ya en 1880, en su libro
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 17

De entre las modalidades de la ocupación destructiva, agrega Brunhes,


"unas tienen un carácter normal, metódico", en tanto que otras presentan "una
intensidad inmoderada que les hace merecer la designación (de)... rapiña
económica, o más sencillamente si se quiere, de devastación". De este modo, dice,

La economía destructiva, Raubwirtschaft es... una forma particular de la recolección,


pero ataca a la naturaleza con mucha más violencia. De este violento ataque puede
resultar la miseria, y entonces es la devastación generalizada. (1955:172)

De ello resulta una apreciación de especial importancia para América


Latina: que "la devastación acompañe a la civilización, mientras que los 'salvajes'
únicamente conocen de ella las formas atenuadas".8 Y esa devastación, añade
Brunhes, incluye entre sus víctimas no sólo a los recursos naturales, sino también a
las poblaciones y las culturas características de las regiones en que esos recursos se
encuentran, lo que se expresa sobre todo en el exterminio de los
indígenas.9(1955:177)
El planteamiento de Martínez-Alier resulta sin duda sugerente ante el
amplio número de movimientos sociales ocurridos en América Latina -ya a partir
del siglo XVI, pero sobre todo a partir de las reformas liberales de mediados del
XIX y hasta nuestros días-, que de uno u otro modo implicaron actos de resistencia
a la subordinación de la vida cultural y económica del mundo rural
latinoamericano a la lógica de la economía de mercado. Sin embargo, la
contraposición absoluta entre un mundo de los pobres y otro de las burguesías
vinculadas a esa economía puede resultar empobrecedora para el análisis del
conjunto del proceso que nos interesa, del cual -en esa lógica- quedaría excluido
por ejemplo José Martí.
De este modo, la propuesta de Martínez-Alier comparte muchas de las
restricciones que cabría señalarle a Sunkel. No sólo se trata de que su visión de la
historia sigue siendo esencialmente económica, aun cuando se trate de "otra"

Kulturgeographie, “una generación antes de que Friedrich y Brunhes llamaran la atención de los geógrafos hacia la
explotación destructiva”. (1971: 272). Véase también Sauer (1938).
8
Entre lo que llama "principales grupos de hechos de ocupación destructiva", Brunhes señala dos que tendrán especial
importancia para el caso de nuestra región a partir del siglo XVI. En primer lugar, la explotación minera que "bajo el nombre
de explotación devastadora, Raubbau" comprende "la explotación abusiva que por afán de beneficios inmediatos se extiende
demasiado en la superficie" -y cita el caso de la extinción de los yacimientos de guano en Perú "en unas decenas de años"-; y,
en segundo lugar, la "Raubwirtschaft ... del cultivo", que ataca la fertilidad del suelo "al robarle ávidamente los principios
nutritivos, queriendo producir con mínimos gastos sin compensación". Y reitera: "En la Europa occidental, de población muy
densa y gran intensidad de cultivo, apenas hay devastación; la necesidad ha enseñado a utilizar los abonos. No pasa lo
mismo en los países coloniales. Allí, el agricultor, aunque sea europeo, se adapta a las condiciones de los pueblos salvajes y
explota el suelo como ellos. Practica la alternancia, por lo menos en tanto la población sigue siendo poco densa, y agota los
territorios superficialmente, uno tras otro".(1955:173-174)
9
Tal devastación humana, agrega Brunhes, "ha ido más rápidamente en las regiones cuyo clima es favorable a los colonos
europeos: América del Norte, Argentina, Africa austral", lo que no excluye la necesidad de preguntarse por la justificación
del "lento exterminio de los "salvajes" en regiones inhabitables para los europeos".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 18

economía. Sobre todo, se trata de que el problema que nos interesa tampoco puede
ser realmente resuelto mediante el estudio de la historia "con anteojos ecológicos"
que propone el autor (1992:108) y, menos, si esa historia es reducida a priori a la de
los hechos económicos y sus "consecuencias" sociales y culturales.

La historia como historia natural:


el aporte de Donald Worster
La posibilidad de una historia ambiental dotada de una teoría y métodos propios
plantea un problema que apenas empieza a ser intuido en nuestra cultura: el
"combinar una vez más la ciencia natural y la historia, no en una especialidad
aislada más, sino en una empresa intelectual de mayor alcance que alterará
considerablemente nuestra comprensión de los procesos históricos".(Worster,
1982:2) Hacer de la propia naturaleza un actor de la historia constituye, justamente,
el propósito que ha venido animando desde la década de 1970 el desarrollo de
aquella environmental history que tiene en la obra de Donald Worster una de sus
expresiones más acabadas y sugerentes.
Dentro de esa obra, el ensayo “Transformaciones de la Tierra: hacia una
perspectiva agroecológica en la historia” (1990) sintetiza de manera especialmente
útil lo fundamental de sus aportes a este campo. Allí, tras reiterar su rechazo a "la
presunción común de que la experiencia humana ha estado exenta de restricciones
naturales, de que la gente constituye una especie única y separada, de que las
consecuencias ecológicas de nuestros hechos pasados pueden ser ignoradas"
(1990:2), el autor pasa a definir con detalle -y pasión- los rasgos fundamentales de
su disciplina.
Para Worster, el objetivo de la historia ambiental consiste en profundizar, a
un tiempo, "nuestra comprensión acerca del modo en que los humanos se han visto
afectados por su medio ambiente natural a lo largo del tiempo y... de manera
quizás más importante ante la preocupación global de nuestro tiempo, cómo han
afectado los humanos al medio ambiente, y con qué resultados".(1990:3) Con ese
propósito, dice, la historia ambiental se ocupa tanto del estudio de "todas las
interacciones que las sociedades del pasado han tenido con el mundo no humano,
el mundo que nosotros no hemos creado en ningún sentido primario", como del
análisis del resultado de esas interacciones en el ambiente tecnológico, "el entorno
de cosas que la gente ha producido, que puede ser tan ubicuo como para constituir
una suerte de "segunda naturaleza" en torno a nosotros".
Con ello, la historia ambiental "encuentra sus temas esenciales" dondequiera
"que las dos esferas, la natural y la cultural, se confrontan o interactúan la una con
la otra".(1990:4) Y, en el estudio de esa interacción, esta historia operaría en tres
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 19

niveles fundamentales, cada uno de los cuales -advierte- "depende de una variedad
de otras disciplinas y requiere de métodos especiales de análisis".
El primero, dice Worster, "involucra el descubrimiento de la estructura y la
distribución de los ambientes naturales en el pasado", en procura de entender -con
el auxilio de las ciencias naturales- a la naturaleza misma "tal como estaba
organizada y funcionaba en tiempos pasados", de modo que sea posible
incorporarla al análisis histórico. Esto, a su vez, conduce a un segundo nivel,
referido a "la tecnología productiva en la medida en que ésta interactúa con el
medio ambiente", en el que aparecen "entremezclados... las herramientas, el trabajo
y las relaciones sociales".
Aquí, la historia ambiental procura entender -con el auxilio del conjunto
mayor de la ciencias humanas-, las formas en que la tecnología "ha reestructurado
las relaciones ecológicas humanas", considerando "las diversas maneras a través de
las cuales la gente ha intentado convertir a la naturaleza en un sistema que
produce recursos para su consumo... (y) ha reestructurado igualmente sus
relaciones sociales...". Y ese análisis comprende, además, un tema de singular
interés en el caso de América Latina: el de "quién ha ganado poder y quién lo ha
perdido" cuando han cambiado esos modos de relación con el mundo natural.10
El tercero y último de estos niveles de trabajo se conforma a partir de "aquel
tipo de encuentro... puramente mental, en el que las percepciones, las ideologías, la
ética, el derecho y los mitos se han convertido en parte del diálogo de un individuo
o unos grupos con la naturaleza..., definiendo lo que es un recurso, determinando
qué clases de conducta podrían ser negativas para el ambiente y deben ser
prohibidas y, en general, escogiendo los fines a los que se somete a la
naturaleza".(1990:4-6) Se trata, aquí, de "patrones de percepción humana, ideología
y valoración", que con frecuencia han sido "consecuenciales en extremo,
moviéndose con todo el poder de grandes capas de hielo glacial..., reorganizando y
recreando la superficie del planeta".11
Lo mejor del aporte de Donald Worster, sin embargo, no radica tanto en sus
apreciaciones metodólogicas sino -y sobre todo- en su empeño por recuperar la
capacidad ecuménica que la cultura occidental parece haber perdido -de tan
10
En el sentido, por ejemplo, en que Michael Redclift plantea que "los cambios tecnológicos sobre el empleo de los recursos
implican cambio en el grado de control que distintas clases sociales ejercen sobre su ambiente". (1989: 185)
11
Por otro lado, estos niveles, sucesivos en lo metodológico, no lo son necesariamente en lo teórico. Para Worster, el "gran
desafío" de su disciplina radica -más allá de la identificación de los niveles descritos-, en "decidir cómo y dónde establecer
conexiones entre ellos". Así, dice, en algunos casos "los patrones cambiantes del orden natural... han forzado a la gente a
adaptarse tanto en el nivel productivo como en el cognitivo", mientras que en otros -y en particular en los tiempos modernos-
, "cuando el balance de poder ha cambiado más y más, apartándose de la naturaleza en favor de los humanos, el tercer nivel,
la suma de las percepciones y las ideas de la gente acerca de la naturaleza, se ha convertido con toda claridad en el factor
decisivo para promover el cambio". (1990:6) Aquí, la propuesta de Worster recuerda lo observado por Arnold J. Toynbee al
señalar que -en el estudio de la historia de las civilizaciones-, "el factor que estamos tratando de identificar es algo no simple,
sino múltiple; no un ente, sino una relación" (1981:105), o a José Martí cuando observa que el hecho particular suele ser
distinto a las relaciones a las que sirve de expresión.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 20

natural apariencia, por ejemplo, en la relación entre Darwin y Malthus. Ese


empeño, por otra parte, opera dentro de un clima cultural en el que -como el
humanismo en el siglo XVI-, el ambientalismo empieza a presentarse como una
forma general de la conciencia humana con respecto a la cual se definen, cada vez
más, todo tipo de propuestas políticas, filosóficas y aun artísticas, sea cual sea su
signo ideológico de origen.
En ese clima cultural se despliega, así, un nuevo paradigma en las ciencias
humanas que, frente a la antigua visión del hombre como medida de todas las
cosas, ubica en cambio esa medida en la relación entre la especie humana y su
medio natural. Y esa circunstancia estimula al autor, por ejemplo, a construir sus
categorías de trabajo a partir de los aportes de la ecología, concediendo especial
importancia a dos conceptos que vendrán a resultar centrales en su razonamiento.
En primer término está, por supuesto, el concepto de ecosistema, definido
como "la entidad colectiva de plantas y animales que interactúan entre sí y con el
medio no viviente (abiótico) en un lugar determinado".12 Y, enseguida, el de
agroecosistema -"un ecosistema reorganizado para fines agrícolas- un ecosistema
domesticado"13-, que permite el paso del primero al segundo de los niveles de
análisis que antes mencionamos. (1990:9)
En esta perspectiva, en efecto, todo agroecosistema constituye "una versión
truncada de algún sistema natural original", en el que existen "menos especies
interactuando en su seno, y muchas líneas de interacción han sido abreviadas y
dirigidas hacia una dirección". Pero sobre todo -aun siendo un "artefacto humano"-
, el agroecosistema "permanece ineluctablemente dependiente del mundo natural -
de la fotosíntesis, los ciclos bioquímicos, la estabilidad de la atmósfera y los
servicios de organismos no humanos", pues constituye "una reorganización, no...
un rechazo, de procesos naturales".(1990: 9)
En el conjunto de su obra, Worster dedica una atención privilegiada a las
formas que esta "reorganización de la naturaleza, y no sólo de la sociedad" adopta
al calor del desarrollo del capitalismo, y a sus expresiones en una "relación nueva y
12
Del cual señala enseguida que este "modelo convencional" se ha visto sometido a "considerable crítica..., y ya no existe
consenso alguno en cuanto a cómo funciona o a su elasticidad. ¿Son los ecosistemas tan estables como lo han asumido los
científicos..., o son todos ellos susceptibles fácilmente a la alteración? ¿Resulta precisa la descripción de los ecosistemas como
firmemente balanceados y ordenados hasta el ingreso de los humanos en la escena..., o la perturbación humana resulta ser
tan sólo una de las múltiples fuentes de inestabilidad en la naturaleza?... ¿Cómo y cuándo empieza la gente a producir
cambios que puedan ser calificados de dañinos en los ecosistemas, y cuándo se torna ese daño en irreversible?". Con todo,
agrega tales disputas teóricas "no deben velar el hecho de que la ciencia ecológica sigue describiendo un mundo natural que
está maravillosamente organizado y resulta vital para la existencia humana. La naturaleza, a los ojos de la mayor parte de los
ecologistas, no constituye un mundo inerte, o informe o incoherente que espera por la mano de la gente. Es un mundo de
cosas vivientes que se encuentran en constante labor, en patrones discernibles, produciendo bienes y servicios que son
imprescindibles para la mutua supervivencia".(1990:8-9)
13
"Se trata", agrega, "de una reestructuración de los procesos tróficos en la naturaleza, esto es, de los procesos de flujo de
alimento y energía en la economía de los organismos vivientes (que)... supone forzar las energías productivas de algún
ecosistema a servir de manera más exclusiva a un conjunto de propósitos conscientes a menudo localizados fuera del mismo
-esto es, a la alimentación y prosperidad de un grupo de humanos."
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 21

característica de la gente hacia el mundo natural". En este sentido, dice, al crear por
primera vez en la historia un "mercado general de tierra", el capitalismo generó un
fenómeno cultural nuevo también, a través del cual todas "las complejas fuerzas e
interacciones, seres y procesos que designamos como 'naturaleza'" fueron
comprimidos en una misma "tierra abstracta", la cual ingresó en la historia en
íntima relación con la tendencia de ese régimen económico a propiciar una "radical
simplificación del orden ecológico natural" mediante el esfuerzo de los agricultores
por responder a las demandas del mercado concentrando sus energías en producir
"un número cada vez menor de plantas útiles para vender sus cosechas a cambio
de una ganancia". 14 En este proceso, lo que había sido una comunidad biológica de
singular complejidad, transformada por los agricultores tradicionales en un
sistema aún altamente diversificado para el cultivo local de alimentos y materias
primas, pasa a funcionar "cada vez más" como un rígido mecanismo productivo,
hasta desembocar en el monocultivo -dominante en el mundo contemporáneo-, en el
que "una parte de la naturaleza ha sido reconstituida al punto de que sólo produce
una especie", y esto únicamente porque "en algún lugar hay un mercado que la
demanda con fuerza".
Por otra parte, esta radical simplificación de los procesos de producción
agropecuaria coincidió en el plano cultural con "el ascenso casi simultáneo de la
ciencia moderna, tanto en la práctica como en la teoría, y en su aplicación a la
agricultura", en términos que llevaron a la "revolución agrícola" iniciada en la
Inglaterra del siglo XVIII a convertirse en un fenómeno dual. Una agricultura
inspirada en la biología -"basada en la rotación cuidadosa de los campos de cultivo
y la búsqueda de un mejor equilibrio entre plantas y animales"-, dice, no pudo
"establecer un asidero seguro, duradero y confiable en la imaginación de los
terratenientes capitalistas", porque a la larga sus características interferían "con
excesiva frecuencia con el sistema más apremiante de la economía de mercado".
Con ello, en la agricultura moderna han existido "dos clases de lógica -la de los
científicos y la de los capitalistas-, y no han podido corresponderse entre sí durante
la mayor parte del tiempo".
Este énfasis en el monocultivo y su impacto en la naturaleza y las
sociedades tiene sin duda singular interés para una América Latina cuya economía
ha tendido a orientarse, desde el siglo XVI y en particular desde fines del XIX, a
formas muy extremas de especialización productiva en función de cambios en la
demanda de mercados lejanos. En este sentido, por ejemplo, las vulnerabilidades
14
Con ello, además, resultaron suprimidos "los significados emocionales que la tierra había tenido para el ser y su
identidad,... el cuidado moral que hubiese engendrado,... de modo que la economía de mercado pudiese funcionar
libremente. Las implicaciones ambientales de tal cambio en la actitud mental no son fácilmente abarcables... Lo que
realmente vino a ocurrirle al mundo de la naturaleza, una vez que hubo sido reducido a la abstracción 'tierra', es uno de los
problemas históricos más interesantes que presenta la transformación capitalista y requerirá aún de mucha investigación por
parte de los historiadores del ambiente".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 22

del monocultivo constituyen una parte significativa de nuestra propia historia,


desde aquel "grado sin precedentes de susceptibilidad a la enfermedad, a la
depredación y a la explosión demográfica de las plagas", hasta la "inestabilidad
incrementada en el conjunto del sistema", reforzadas por "una tendencia constante
del administrador humano a correr riesgos en aras de la ganancia a corto plazo,
incluyendo la sobrexplotación del suelo" y "una creciente dependencia respecto a
sustitutos tecnológicos de los servicios de las plantas naturales y los
animales".(1990:22)15
Para Worster, en todo caso, la amplitud del problema planteado y la
diversidad de criterios de juicio posibles, rebasan la capacidad de la ecología y la
historia, juntas o por separado, para establecer "de manera inequívoca" si el
moderno uso capitalista de la tierra ha sido un éxito o un fracaso.16 Ello no excluye,
por supuesto, que la perspectiva de análisis que propone pueda facilitar una mejor
evaluación a futuro de las respuestas del pasado ante los problemas que plantea
nuestro presente.(1990:23) Pero, sobre todo, esa prudencia se traduce en el
reconocimiento de problemas específicos a resolver en el desarrollo de la historia
ambiental.
Así, por ejemplo, las preguntas a formular por esta historia "son amplias en
exceso y requieren ser refinadas", al tiempo que la evidencia recolectada hasta
ahora "es fragmentaria en exceso como para sugerir cuál es la explicación correcta".
Y, a partir de este balance, plantea la posibilidad de llegar a "formular mejores
preguntas y dar forma a una respuesta coherente" una vez que

hayamos obtenido una comprensión más clara de cómo está teniendo lugar la
transformación en los países del Tercer Mundo hoy en día, erosionando la
agricultura tradicional del mismo modo en que ésta fue erosionada en Inglaterra,
Francia y Alemania. (1990:15)

No sólo se trata de que una historia ambiental de América Latina pudiera


contribuir a ese propósito más amplio. Se trata, sobre todo, de que Worster señala
aquí una diferencia de tiempo y circunstancia que obliga a plantear esa historia de
un modo que ponga en términos relativos lo que para otros contextos podrían ser

15
Esa dependencia incluye, además, "tener que apoyarse en insumos químicos que con frecuencia han sido altamente tóxicos
para los humanos y otros organismos", así como la necesidad de "importaciones provenientes de regiones distantes para
mantener funcionando el sistema local y, finalmente, una demanda de capital y asesoría de expertos a los que cada vez
menos granjeros pueden tener acceso".
16
En esencia, Worster afirma que un enfoque ecológico "ayuda a explicar por qué la agricultura capitalista ha tenido tanto sus
peculiares efectos sociales como sus problemas administrativos". Esto permite entender, por ejemplo, cómo, si por un lado el
desarrollo del capitalismo en la agricultura generó una capacidad indudable para "crear mayor riqueza y mejor nutrición
para más personas de lo que podría presumir cualquier agroecosistema tradicional", por otro esa capacidad ha estado y está
asociada a "una tendencia a apostar contra la naturaleza, a elevar constantemente las apuestas en un esfuerzo febril por
evitar que fracasen -y a veces a perder, y a perder en grande".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 23

categorías y criterios de valor más absoluto. Aquí cabe señalar al menos tres
ejemplos ilustrativos de las diferencias entre dos historias ambientales que
comparten, sin embargo, un mismo tiempo histórico.
En primer término, la categoría de Raubwirtschaft, de importancia marginal
en el cuerpo de la obra de Worster, vendría a tener un significado de primer orden
para el análisis del problema en nuestra región. En segundo lugar, el monocultivo,
que en el mundo Noratlántico parece plantearse como un fenómeno esencialmente
técnico, entre nosotros hace parte del problema mucho más amplio de las
consecuencias de nuestra modalidad de inserción en una división internacional del
trabajo que escapa a nuestro control.
Y, finalmente, está el caso de la formación de las ideas ecológicas y su
impacto sobre las relaciones con la naturaleza que, si en las sociedades
Noratlánticas constituye un proceso que se despliega dentro de sus propias
culturas, en la historia de las latinoamericanas discurre a menudo en la forma de
un conflicto entre culturas. Tales son, en breve, algunos de los problemas a tener
presentes en lo que constituye el objetivo medular de este capítulo: la definición
del marco de referencia básica que este ensayo desea someter a prueba.

Las estructuras del tiempo


Para que la historia ambiental sea algo más que el recuento crítico de las
consecuencias ambientales del desarrollo económico y social en América Latina, la
definición de su campo de estudio debe pasar por la identificación de una relación
fundamental que le sea característica, y le proporcione un lugar propio dentro del
proceso global a cuya comprensión aspira a contribuir. En lo más esencial, esa
relación expresa el resultado de la interacción entre tres esferas distintas -las de lo
natural, lo social y lo productivo- a lo largo de un eje de tiempo común, de la que
resulta un espacio de vinculación entre las partes, al que designamos como el
campo de lo cultural.17
Resalta aquí el carácter cambiante y creativo del enfrentamiento entre las
sociedades humanas, la naturaleza que constituye el objeto de su trabajo, y las
tendencias culturales enfrentadas en la definición y la orientación de las relaciones
entre lo social y lo natural.18 Eso, a su vez, sugiere encarar el desarrollo de los
17
A su vez, los ámbitos de contacto de esos campos entre sí permiten identificar los espacios de aquella colaboración entre
disciplinas que la historia ambiental reclama como uno de sus rasgos característicos. Así, del contacto entre lo natural, lo
cultural y lo productivo resulta el espacio de colaboración entre la historia, la economía y el conocimiento aplicado a la
producción, esto es, la tecnología. Del contacto entre lo cultural, lo productivo y lo social resulta el espacio ocupado por las
estructuras sociales y políticas, ámbito de las ciencias sociales y, finalmente, del contacto entre lo cultural, lo social y lo
natural resulta el espacio donde se despliegan las actitudes e intereses hacia la Naturaleza, constituyendo el ámbito de las
ciencias naturales.
18
El papel articulador de lo cultural en esta relación se puede apreciar, por ejemplo, en su capacidad para explicar la
racionalidad de las grandes tendencias ideológicas del ambientalismo contemporáneo. Así, las que enfatizan la esfera de lo
natural suelen vincularse con un ambientalismo de orientación conservacionista y políticamente reaccionario, mientras las
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 24

conflictos propios de ese enfrentamiento como el resultado de un esfuerzo


encaminado a crear, primero, y preservar, después, las premisas políticas y
culturales del vínculo que la sociedad establece con su medio ambiente, siempre en
íntima asociación con las relaciones que los seres humanos establecen en su vida
social, antes que como el mero reflejo de circunstancias puramente técnico-
económicas.19
En esta perspectiva, el estudio de la historia ambiental se encaminaría al
esclarecimiento de cinco problemas principales:
a) Los rasgos característicos del medio biofísico natural en su relación con las
modalidades de artificialización de que es objeto a lo largo de etapas sucesivas.
b) Las formas de organización social y del espacio correspondientes a los estilos de
desarrollo subyacentes tras esas modalidades de artificialización del medio
natural.
c) La racionalidad histórica de esos estilos, definida a partir de los propósitos que
los animan, y de los conflictos internos y externos y las modalidades de ejercicio
del poder que sus formas características de organización social han debido
enfrentar y resolver en su desarrollo.
d) Las circunstancias que originan y orientan las transiciones entre esos estilos,
incluyendo tanto las relativas a la creación de premisas socio-políticas para el paso
de uno a otro, como las que determinan la posibilidad de rearticulación de
elementos de cada uno en los subsiguientes, y
e) Los términos en que los factores antes mencionados explican y condicionan
nuestras posibilidades de comprensión de los problemas ambientales
contemporáneos en América Latina, y nuestras opciones de acción frente a esos
problemas.
Definidos así el qué, cómo, para qué, hasta dónde y cuándo de las formas
sucesivas en que se expresa el despliegue del campo de relación, resta aún
organizar las respuestas a esas interrogantes en un esquema general de
periodización que permita acercarse a una visión de conjunto del proceso. En el
caso de la América que hoy llamamos Latina -cuya conformación histórica se inicia
tras su incorporación a la economía-mundo europea en el siglo XVI-, parece

que enfatizan la de lo económico suelen asociarse con prácticas tecnocráticas, políticamente conservadoras. Finalmente, las
que enfatizan lo social tienden a vincularse con actitudes políticas que reclaman para sí la representación de una base social
popular y demandan una reorganización radical del mundo económico como condición para preservar la viabilidad
ecológica de la presencia humana en el mundo natural.
19
Conrad y Demarest (1990), por ejemplo, abordan este problema con respecto a la creación de las premisas políticas,
ideológicas y culturales para la transición de las comunidades agrarias a los imperios tributarios en la América Prehispánica,
como lo hacen Sergio Bagú (1987), Francois Xavier Guerra (1988), y Ciro Cardoso y Héctor Pérez (1987) en relación a la
transición del viejo orden colonial al del modelo capitalista primario-exportador entre 1825 y 1875. El tema también hace
parte de la discusión en torno a los amplios y complejos procesos de reorganización social que sucedieron a la conquista
española Mesoamérica, en el sentido en que los aborda por ejemplo Eric Wolf.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 25

evidente la utilidad de plantear ese esquema a partir de dos grandes fases, dos
subfases adicionales dentro de cada una de ellas, y los períodos de transición entre
unas y otras, así:

Fase I: El desarrollo separado (¿40,000-20,000 ac?/ siglo XVI dc).20


Subfase 1: Del poblamiento original al desarrollo de la agricultura (20,000 ac/
7,000-5,000 ac).
Subfase 2: Del desarrollo de la agricultura al surgimiento de Estados tributarios de
base agraria (900 ac/ siglo XVI dc).
Fase II: El desarrollo articulado a la economía-mundo europea y el mercado mundial (siglo
XVI/ siglo XX dc)
Subfase 3: El desarrollo en la periferia de la economía-mundo europea (siglo XVI/
circa 1870).
Subfase 4: El desarrollo articulado al mercado mundial contemporáneo (circa
1870/ 1990).

Por otra parte, aun cuando este esquema aspira apenas a señalar momentos
en el desarrollo de estructuras de larga duración, cada una de sus fases se
caracteriza por modalidades diferentes de organización social global, asociadas por
un lado a los propósitos que guían la relación con la naturaleza y, por otra, a
cambios demográficos, económicos y tecnológicos que dan lugar a una presión
creciente sobre los recursos naturales. Y esto, a su vez, da lugar a grandes
tendencias generales en el desarrollo histórico, que cabría sintetizar así:

Fase I Fase II
Desarrollo separado Desarrollo articulado
Endodeterminado Exodeterminado
Autosuficiente Dependiente
Disperso Centralizado
Diversificado Especializado
De policultivo y recolección De monoproducción

Destacan aquí, por otra parte la importancia de los procesos de transición,


siempre asociados a la presencia de determinadas premisas económicas,
tecnológicas, sociales, políticas y culturales -que no necesariamente se constituyen
en ese orden. Ya se trate del paso de la recolección a una agricultura de policultivo;
de ésta a producción especializada de minerales preciosos y bienes agrícolas
20
20,000 años es el plazo más usualmente utilizado en los textos que aluden al tema. Autores como Carl Sauer, sin
embargo, señalan que la evidencia proporcionada por el fechamiento mediante radio-carbono “permite afirmar que había
hombres “en América del Norte..., en particular en California y Texas” hace unos 40,000 años”(Sauer, 1970: 303)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 26

tropicales de alto valor por unidad de peso, o a la participación en el mercado


mundial en calidad de economías monoexportadoras de grandes volúmenes de
productos primarios, conviene recordar que tales premisas son obra humana -más
aun: social-, no natural, y que en su creación y desarrollo expresan una
racionalidad -cuando no una voluntad colectiva consciente-, asociada a fines
específicos en el sentido antes planteado. Esto sugiere la necesidad de entender los
procesos de transición como períodos históricos de duración media, caracterizados
por el esfuerzo de creación de las premisas necesarias para el tránsito entre
distintas subfases.
Al propio tiempo, parte sustancial de lo ocurrido en esos períodos de
transición resulta del choque entre la voluntad humana y factores de orden natural
y sociocultural que precondicionan de uno u otro modo el ejercicio de la misma. En
esta perspectiva, puede entenderse que de esas transiciones resulte siempre, de
uno u otro modo, una transacción entre el viejo orden y los nuevos fines, en la que
éstos últimos hegemonizan en términos cada vez más amplios la nueva situación
creada.21 En el mismo sentido, siempre será útil recordar que esos cambios en la
relación fundamental se traducen una y otra vez en transformaciones en la
dinámica demográfica y en las formas de vida cultural, social y política de la
población, asociadas a la distribución de los costos y los excedentes que resulten de
ese uso de los recursos naturales. Esos transformaciones se constituyen, así, en un
importante indicador para establecer cortes periódicos en el proceso.

2. Paisajes

"Historia Planetaria" e historia regional


En su ensayo La Tierra Vulnerable (1989), Donald Worster propone una "historia
planetaria", capaz de dar cuenta de "la cambiante relación entre los seres humanos
y el mundo natural" a la escala hecha posible por el formidable desarrollo de la
economía-mundo europea desde el siglo XVI que, para mediados del XIX la había
llevado a convertirse en el centro del mercado mundial en torno al cual se organiza
hoy la vida entera de nuestra especie.22 Tal historia habría de tener como núcleo el
21
Así, el surgimiento de nuevas modalidades en la relación fundamental supone siempre, junto a la desarticulación del viejo
orden, la rearticulación en el nuevo de elementos a veces muy diversos provenientes del que desaparece, sean de orden
tecnológico -como en el caso del maíz, según lo plantea Arturo Warman (1988)-; social y productivo -como en el caso de las
comunidades agrarias prehispánicas rearticuladas a los fines de la dominación española en los virreinatos de Nueva España
(Gibson: 1964) y Perú (Murra: 1989; Metraux: 1989), o sociopolítico, como en la conformación del Estado Liberal Oligárquico
a través de la potenciación de las formas tradicionales del poder con el propósito de modernizar la inserción de estas
sociedades en el mercado mundial, lo que da lugar a singulares fenómenos de continuidad del tipo planteado por autores
como Sergio Bagú (1987) y Francois-Xavier Guerra (1988).
22
Entre fines del siglo XV y principios del XVI, se ha dicho, la economía-mundo europea era "un tipo de sistema social que el
mundo... no había conocido anteriormente, y que constituye el carácter distintivo del moderno sistema mundial. Es una
entidad económica pero no política, al contrario de los imperios, las ciudades-Estado y las naciones-Estado". Tal sistema no
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 27

examen de aquella "prolongada desviación con respecto a la interacción local y


directa con la tierra en tanto que contexto definitorio de la vida, hacia una relación
más indirecta y global con ella, a través de la intermediación de poderosas
instituciones políticas centralizadas, tecnologías muy elaboradas y complejas
estructuras económicas", aportada por el desarrollo del capitalismo a escala
planetaria. Y ese examen debería atender a los costos -tanto ecológicos como
sociales- asociados a tal transformación y, en particular, al problema de
"determinar quién o qué los pagó, y por qué".23
Cabe preguntarse, sin embargo, si el examen propuesto por Worster no
exige un marco más amplio, que incorpore a las regiones en que se estructura el
sistema mundial contemporáneo, en aquella tradición de pensamiento que va de
Raúl Prebisch al propio Wallerstein.24 América Latina, en efecto -como cualquier
otra región del planeta-, es más que el resultado de la suma de los países que la
integran, y su definición como campo de estudio debería considerar además, y en
perspectiva histórica, las relaciones que esos países guardan entre sí y con el resto
del sistema mundial.
En otros términos, si de entender la historia a tal escala se trata, resulta
imprescindible atender con mayor detalle al proceso de formación de la escala
misma, incorporando al análisis categorías de amplitud suficiente como para
expresarla. Es en este sentido, por ejemplo, como el geógrafo francés Pierre Gourou
-al referirse al problema más específico de las relaciones entre el mar y la actividad
humana-, señala que el estudio del papel de la intervención humana en la
formación de los paisajes terrestres es "un nido de contradicciones" que sólo
pueden ser superadas e integradas en un "concierto organizado" situándonos "al
nivel de las civilizaciones".(1984:109)

era "mundial" porque incluyera la totalidad del mundo, sino por ser "mayor que cualquier unidad política jurídicamente
definida. Y es una "economía-mundo" debido a que el vínculo básico entre las partes del sistema es económico, aunque esté
reforzado en cierta medida por vínculos culturales y eventualmente... por arreglos políticos e incluso estructuras
confederales".( Wallerstein, 1991:I,21) Para Fernand Braudel, se trata de "la economía de sólo una porción de nuestro planeta,
en la medida en que éste forma un todo económico", mientras la economía mundial equivale a "la economía del mundo tomada
en su totalidad". Incluye, agrega, un espacio geográfico determinado con límites que varían lentamente; un centro
representado por una ciudad dominante; una organización espacial que va del corazón a una periferia subordinada y
dependiente -en la que "la vida de los hombres evoca a menudo el purgatorio, cuando no el infierno"- pasando por zonas
intermedias. (1986: 86,88)
23
La posibilidad de esa historia, agrega, se hizo evidente al constatarse -en el Informe de la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre el Medio Humano celebrada en Estocolmo en 1972-, que el ingreso de la evolución de la especie humana a una
"fase global" demostraba que todo miembro de la misma tenía dos países: el suyo y el planeta Tierra. Así, era hora de
empezar a preguntarse no sólo por "la historia de estos o aquellos pueblos viviendo en aislamiento respecto a todos los
demás -ensalzando sus glorias o rastreando sus locuras-", sino por la de todos ellos "en sus relaciones de conflicto y
cooperación en una isla que se torna cada vez más pequeña". (1989a: 4)
24
La desagregación del análisis de los problemas globales en lo "mundial" y lo "nacional", mientras se presta escasa atención
a instancias intermedias de orden regional, parece ser una tendencia característica de aquella corriente de estudio histórico
que en los Estados Unidos se designa como "liberal". Un ejemplo reciente de ello se encuentra en el libro de Paul Kennedy
Preparing for the Twenty First Century, en el que constituye un factor limitante en el análisis -en muchos otros aspectos de gran
riqueza-, de los problemas surgidos para la civilización Occidental tras el fin de la Guerra Fría.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 28

La complejidad de ese nivel alcanza una de sus expresiones más conocidas


en la obra de Fernand Braudel.25 Para el historiador francés, en efecto, las
civilizaciones resultan de la síntesis de relaciones entre realidades que incluyen
espacios -relieves, climas, vegetaciones, especies animales, y "prerrogativas dadas
o adquiridas"-; áreas culturales; sociedades "que sustentan a las civilizaciones y las
animan con sus tensiones y progresos"; hechos urbanos, claves en la distinción
"entre 'culturas' y 'civilizaciones'"; economías, que abarcan "datos económicos,
técnicos, biológicos, demográficos"; poblaciones, a las que se refiere señalando
cómo "durante mucho tiempo el hombre fue... el único artesano de la civilización
material"; mentalidades colectivas, que determinan "las actitudes y las decisiones"
e influyen "en un sentido o en otro los movimientos de una sociedad"; y, en
particular, continuidades, "coordenadas antiguas" que siguen siendo válidas "con
frecuencia a siglos y siglos de distancia". (1991:23-42)26
Se trata, en síntesis, de una modalidad específica de desarrollo cultural,
vinculada al surgimiento de espacios agrícolas articulados a centros urbanos, que
se expresa en una capacidad de organización permanente del espacio, asociada al
desarrollo de la especialización del trabajo.27 Pero se trata, además, de que incluso
en el caso de una civilización de alcance global como la Occidental, esa modalidad
no constituye un todo único inclusivo, sino un sistema articulado de múltiples
civilizaciones, interdependientes entre sí y con respecto a un "centro" Noratlántico,
también diverso y conflictivo.28
Por otra parte, y esto tiene especial interés para nosotros, toda civilización se
presenta en primer término como una combinación de espacios -esto es,
fragmentos articulados de un territorio que esa civilización organiza a partir de los
valores, los intereses y las prácticas sociales que le son propias-, los cuales dan
25
La obra de Braudel, por cierto, constituye una de las más importantes influencias de origen en la "environmental history"
norteamericana, cuyos vínculos explícitos con la tradición histórica y geográfica francesa van desde la Escuela de los Annales
hasta la obra de Enmanuel LeRoy Ladurie. En historiadores como Worster y Alfred Crosby, en particular, destaca el interés
por el énfasis que Braudel otorga a temas que han venido a ser centrales en su propia obra, como la importancia del medio
físico, el largo plazo en el análisis, y la civilización en cuanto categoría capaz de expresar tanto el alcance del conjunto
estudiado, como la posibilidad de realizar ese estudio desde una perspectiva que, aun más allá del diálogo entre la historia y
las ciencias sociales que siempre reclamó Braudel, incorpore el aporte de las ciencias naturales.
26
En este sentido, además, las civilizaciones, tal como "en el espacio rebasan los límites de sociedades precisas..., así en el
tiempo se afirma a su favor un exceso... que les transmite extrañas herencias, incomprensibles para quien se contenta... con
conocer el "presente" en el sentido más reducido de la palabra. Dicho de otra forma, las civilizaciones sobreviven a las
conmociones políticas, sociales, económicas y hasta ideológicas que, por lo demás,... las determinan insidiosa y hasta
poderosamente a veces".(Braudel,1989:187)
27
A partir de ello, por ejemplo, el hecho de que la Mesoamérica haya sido una región civilizada aunque no haya constituido
una unidad política formal mientras en el espacio andino central coincidían la civilización y el gobierno centralizado no
aparece por necesidad como un conflicto en el uso del término.
28
Esta postura contrasta con la de ideólogos como Samuel Huntignton (1993), para quien las civilizaciones contemporáneas -
latinoamericana, árabe, confuciana, rusa eslava-ortodoxa, y la Occidental, que se caracterizaría por el predominio en ella de
los conceptos de "individualismo, liberalismo, constitucionalismo, derechos humanos, igualdad, libertad, imperio de la ley,
democracia, mercados libres" y "separación de la Iglesia y el Estado"- constituyen un sistema caracterizado por el choque
entre las civilizaciones que lo integran, antes que por los conflictos internos de cada una de ellas, lo cual bloquea las
posibilidades de un proceso de desarrollo cultural finalmente abierto al conjunto de la especie humana.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 29

lugar a paisajes que las tipifican. Esos paisajes, obra humana, constituyen "rasgos
de civilización" cuyo estudio exige explicarlos como el resultado de la aplicación de
"técnicas de producción (técnicas de explotación de la naturaleza, técnicas de
subsistencia, técnicas de la materia) y de encuadramiento (técnicas de relaciones
entre los hombres, técnicas de organización del espacio)" cuya suma, dice,
"constituye la civilización". (Gourou, 1984: 12)

Los tiempos del espacio


Dentro de la escala planetaria que interesa a Worster, una región vendría definirse
en primer término a partir de los rasgos de civilización asociados a sus paisajes,
incluyendo en ellos los "enclaves enquistados de técnicas ya muertas"
(Gourou,1984:14) correspondientes a civilizaciones precedentes. Esto nos remite al
problema de los procesos de conformación histórica de tales paisajes, en tanto que
elemento central para una caracterización regional.
Esta premisa resulta de especial importancia en el caso de una América
Latina que se nos presenta, en primer término, como un territorio de 20.8 millones
de kilómetros cuadrados, delimitado por la frontera establecida entre México y los
Estados Unidos, como resultado de la guerra que ambos países sostuvieron en
1848, y compartido en la actualidad por más de treinta países. A ello cabría agregar
que América Latina constituye, además, la porción del territorio americano en la
que imperan condiciones de subdesarrollo, por oposición a aquélla otra -ocupada
por los Estados Unidos y Canadá- en la que imperan las del desarrollo.
Para una historia ambiental, sin embargo, es necesario ir más allá incluso de
la comprensión de tales espacios como "un producto histórico... la naturaleza
modificada por el trabajo del hombre, la naturaleza convertida en naturaleza
social".(Herrera, 1992: 1) Así, por ejemplo, Alfred Crosby plantea la necesidad de
remontarse 200 millones de años, al menos, para comprender en toda su
complejidad las consecuencias ecológicas del poblamiento original de América,
primero, y de la conquista europea, después.
Para entonces, dice Crosby, la contiguidad física de la Pangea original
"minimizaba el desarrollo de la diversidad biológica". Luego, fuerzas tectónicas
"lentas, pero inconcebiblemente poderosas... rompieron el supercontinente en
varias masas -llegaron a ser seis de ellas- y las encajaron en las posiciones en que
estaban en 1492", y que aún hoy ocupan, con una diferencia de pocos centímetros.
En el intervalo de más de 150 millones de años "desaparecieron los dinosaurios,
aparecieron las aves, y los mamíferos avanzaron... a un sitial de predominio sobre
la mayor parte del globo terrestre", a lo largo de procesos evolutivos divergentes
cuyos resultados alcanzaron grados extremos de diferencia en las masas americana
y australiana, por un lado, y la eurasiática y africana, por otro, al punto en que -por
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 30

ejemplo-, salvo los taínos y los murciélagos, "el único mamífero terrestre de las
Antillas Mayores en 1492 era el hutía (sic), un roedor sabroso del tamaño de un
conejo". (1991b:75-77)
A lo largo de ese lapso, también, vino a definirse aquella "personalidad
geofísica de la región" que el libro Medio Ambiente y Desarrollo en América Latina.
Una visión evolutiva caracteriza mediante cinco rasgos generales: constituir una
masa terrestre sumamente extendida; ser la región más húmeda del planeta; contar
con la cadena montañosa más larga del mundo (los Andes, con 7 mil km de
longitud); la relativa juventud y el gran dinamismo geológico de su territorio, y
contar con países como México, Colombia o Perú en los que cabe ubicar "casi todos
los hábitats naturales encontrados en el mundo". (PNUMA/MOPU,1991: 27)29 Para
Ligia Herrera, a su vez, esa misma diversidad de condiciones físicas impide
considerar al conjunto del territorio latinoamericano como una región natural, toda
vez que en él pueden verse "los desiertos más secos del mundo y áreas de grandes
lluvias; tierras áridas sin vegetación y densa vegetación tropical húmeda; planicies
inmensas y montañas macizas y abruptas; manglares y humedales y glaciares".30
Y, sin embargo, es precisamente con respecto a esa diversidad del medio
biofísico natural como cabe entender y juzgar la de los espacios socialmente
organizados que han venido a resultar de la aplicación, a lo largo del tiempo de
presencia humana en este territorio, de las técnicas de producción y de
encuadramiento a que se refería Gourou. En este nivel, en efecto, América Latina
puede ser caracterizada como una región funcional, "esencialmente diversificada",
en la que "la existencia de ambientes físicos adyacentes contrastantes permite una
variedad de actividades complementarias" que se presenta como "una unidad en
diversidad", cuyas partes "trabajan en conjunto y guardan cierta dependencia unas
de otras, es decir, son interdependientes". (Herrera,1992:3)
Aquí, esa funcionalidad genera una "región de contrastes", ocupada por
sociedades que comparten rasgos comunes de tipo cultural, y unas mismas
relaciones de dependencia económica hacia un centro común, de lo que resulta que
"la mayor parte" de sus paisajes contemporáneos sea el producto de "las
necesidades de la economía de los países industriales". Por ello, añade Herrera, las
relaciones existentes entre los grupos humanos que habitan la región y su base

29
Dentro de ese conjunto, además, el texto distingue "cuatro grandes unidades terrestres bien definidas": México;
Centroamérica, Sudamérica y el Caribe que, en el caso de Celso Furtado, se reducen a "tres subconjuntos" que "configuran la
región desde el punto de vista geográfico": México septentrional; el istmo americano y el continente sudamericano.
30
Para Pierre George, por ejemplo, una región natural es "un complejo "físico-geográfico" que asocia en sus relaciones
actuales unos fenómenos físicos (y sus efectos) de naturaleza intrínseca y de dinamismo totalmente distintos." En la definición
de ese complejo interviene una gama de disciplinas que va desde la geología, "que da lugar a diferencias estructurales,
estratigráficas, petrográficas", hasta la geomorfología, "que da entrada a los procesos de la dinámica superficial reciente y
actual"; la climatología, "que asocia el conjunto de elementos atmosféricos con el reparto y la modulación de sus efectos en
función del relieve, del reparto de las tierras y los mares, de la distancia del mar"; y la biogeografía, "que, por medio de la
pedología, integra la vida en el medio inerte".(1985:170)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 31

geográfica "no son por lo general el resultado de la decisión propia", sino que "en
las condiciones actuales de la economía, la región no es más una realidad viva
dotada de coherencia interna, sino que es definida, principalmente, desde el
exterior".(1992:4)
Por lo mismo, tal interdependencia debe ser remitida al ámbito más amplio
de aquel mercado mundial de que habla Wallerstein -que como economía-mundo
europea preexiste a América Latina, pero que sólo llega a constituirse en plenitud a
partir del momento en que la incorpora a su dinámica-, para encontrar el espacio
de relaciones en que cabe definir la funcionalidad de la región.
En efecto, los problemas que plantea la diversidad de sus ambientes físicos
para definir a América Latina como una región natural no se hacen extensivos a su
definición como región histórica. Por el contrario, la temprana incorporación del
territorio americano a la economía-mundo europea en calidad de espacio periférico
-en lo cual lo diverso de su naturaleza, justamente, desempeña un papel de primer
orden-, y la condición dependiente de las sociedades conformadas a partir de
entonces ofrecen notables posibilidades de consenso aun entre autores que, desde
posturas antagónicas en otros terrenos, coinciden aquí en destacar el papel decisivo
desempeñado por la conquista europea en la conformación de las premisas
económicas, culturales y geopolíticas sobre las que vino a desplegarse el proceso
de universalización del Occidente hegemonizado por las sociedades Noratlánticas.
Para Adam Smith en 1776, por ejemplo, el descubrimiento de América y el
paso a las Indias orientales por el Cabo de Buena Esperanza constituyeron "los dos
sucesos más grandes e importantes que se registran en la historia del mundo." Aun
cuando Smith consideraba que el período transcurrido desde entonces era aún
muy corto para emitir un juicio definitivo sobre los "beneficios o daños que pueden
resultar en lo futuro de estos dos admirables sucesos", no vacilaba en afirmar que
"su tendencia general no puede menos de ser beneficiosa", por cuanto habían
contribuido a "elevar el sistema mercantil a un grado de altura y esplendor a que
naturalmente no hubiese llegado de otro modo" y, como consecuencia de ello,

las ciudades que antes eran comerciantes y manufactureras para una pequeña
parte del mundo, la que baña en Europa el Océano Atlántico, los países situados en
el Báltico y los que están sobre las costas del Mediterráneo, son ahora
manufactureras y comerciantes para los territorios de América y para casi todas las
regiones de Asia y Africa. Dos nuevos mundos se han abierto a su industria,
mucho mayores cada uno de ellos que todo el antiguo junto, viéndose extender sus
mercados sensiblemente de día en día. (1983, II: 402,403)31

31
Con la salvedad de que "el beneficio comercial que podía haber resultado a los indios de una y otra región, de tales
acontecimientos, ha perdido mucho de su benéfica influencia ante los infortunios que por otra parte se les han podido
ocasionar; pero estas desgracias más parecen haber nacido de causas accidentales que de la naturaleza de los sucesos
mismos".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 32

Carlos Marx y Federico Engels, por su parte, afirman en El Manifiesto


Comunista (1848) -uno de los primeros documentos que sometió aquel proceso a
una crítica sistemática-, que el descubrimiento de América y la circunnavegación
de Africa "ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los
mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con
las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en
general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta
entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo de la sociedad feudal en
descomposición".(1989: 23)
A partir de ello -y tras señalar que la explotación del mercado mundial le
permitió a los sectores dominantes en las sociedades Noratlánticas dar "un carácter
cosmopolita a la producción y el consumo de todos los países"32-, destacan cómo,
"con gran sentimiento de los reaccionarios", las antiguas industrias de base
puramente nacional iban siendo suplantadas por otras nuevas que ya no
empleaban "materias primas indígenas", si no otras "venidas de las más lejanas
regiones del globo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, si no
en todas las partes del globo." De todo ello, así, venía a resultar que

En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí


mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de
las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la producción
intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio
común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día
más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una
literatura universal.(1989:27)

Puede decirse, en este sentido, que a lo largo de los últimos 500 años la
historia ambiental de América Latina se ha visto signada por dos grandes rasgos
que se gestan a partir del siglo XVI. El primero -de naturaleza económica, aunque
con enormes implicaciones demográficas, sociales, políticas y culturales-, se refiere
a la redistribución y revalorización de los recursos naturales de la región en
función de las demandas generadas desde metrópolis sucesivas, lo que explica el
carácter especializado y discontinuo, pero siempre predatorio, de la explotación de
32
Ya perceptible en vida de Smith, para quien las "ventajas generales" logradas por Europa, "considerada como un gran
cuerpo común", a partir del descubrimiento y colonización de América, "consisten en el aumento de los bienes de que por
ello disfruta... y el acrecentamiento y perfección de su industria...". Esas ventajas, agregaba, incluyeron también a "aquellos
países que no sólo no comerciaron ni directa ni indirectamente con América, por no haber remitido a ella sus producciones,
sino que ni aun recibieron en sus dominios las americanas", pero se beneficiaron del incremento general de los intercambios
con "aquellas naciones que aumentaron su producto en el comercio directo o indirecto de América" que, por ejemplo, puso
"en movimiento y circulación muchas más mercaderías húngaras y polacas que las que circulaban antes" (1983:II,366,367),
aunque ello ocurriera en los términos de la recomposición de esos países como periferia oriental de la Europa Noratlántica a
que se refiere Wallerstein.(1991:I,c.2)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 33

los mismos. El segundo, de naturaleza tecnológica, tiene que ver con la


incapacidad de la región para establecer por sí misma el financiamiento, los
medios, los métodos, las fuentes de energía, los procedimientos de disposición de
los deshechos -y, sobre todo, los propósitos- asociados a esa explotación de sus
recursos naturales.
Así, para una historia ambiental, América Latina se presenta como un
conjunto de espacios conformados por "la suma de recursos naturales más sistemas
socio-económicos" (Bagú, 1987: 369), constituidos al interior del medio natural a
cuya formación se refería Crosby. El estudio de los procesos de formación de esos
espacios, a su vez, procura "la búsqueda sistemática de estructuras, de aquello que
se mantiene de hecho más allá de las tempestades de tiempo corto", con vistas a la
construcción de "sistemas de explicaciones mutuamente relacionadas" .
(Braudel,1989: 184)33
El conjunto de que hablamos comprende, al menos:
a) El espacio físico definido por la conquista y la colonización europea -española y
portuguesa, primero; británica y francesa, después- con el propósito primordial de
asegurar fuentes de recursos naturales, mano de obra barata, mercados cautivos y
bases de control geopolítico en el período inicial de expansión del mercado
mundial y de despegue del desarrollo del capitalismo en el Norte de Europa.34
b) El espacio socio-económico que va siendo objeto de sucesivas organizaciones a
partir del siglo XVI, en el sentido en que, para el caso peruano, Carlos Sempat
Assadourian señala cómo se conforman "contextos abiertos de tipo colonial" que
suponen "la participación de los conjuntos regionales en la economía general,
recorriendo una articulación de relaciones o sistemas de mediaciones".(1983:160)35
c) El espacio cultural definido por el hecho de que aquellos procesos se desarrollen,
o bien a partir de la interacción entre importantes culturas indígenas y europeas de

33
"En primer lugar", agrega, "para una determinada civilización. Después, para otra. Nada nos permite pensar de antemano
que todas ellas admitan estructuras semejantes; o, lo que viene a ser lo mismo, que prosigan a lo largo de la historia
encadenamientos idénticos. Lo lógico sería más bien lo contrario". Y las explicaciones que surjan de ese estudio, a su vez,
tendría que permitirnos encontrar respuestas a problemas como los que plantean "los ritmos de crecimiento de la población,
su distribución en el espacio... y la presencia de formas de organización arcaicas, en el campo y en la ciudad, que bien
pueden ser el fruto de una perduración más que secular o bien el reinvento de lo arcaico en gran escala en medio del
torbellino de la modernidad".(Bagú, 1987: 369)
34
Esto, dentro de un proceso en el que "la producción de mercancías y su circulación desarrollada, o sea, el comercio, forman
las premisas históricas en que surge el capital. La biografía moderna del capital comienza en el siglo XVI, con el comercio y el
mercado mundiales.(Marx, 1987: I,103)
35
El primer tramo de esa articulación, agrega, “corresponde a la relación conjunto regional-metrópoli y recoge una doble
conjunción de intereses: los de la metrópoli y el de los grupos sociales dominantes en la colonia. En la economía europea,
segundo tramo, los flujos de metales preciosos y el mercado colonial acceden a una posición jerárquica, determinan efectos
intensísimos, claro está que a través de una metrópoli en crisis. Sucede luego la relación entre Europa y otros bloques
continentales, donde el ya desparramado metálico americano anima las grandes corrientes comerciales."
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 34

base económica tributaria y estructura social "holista",36 en casos como los de


México y Perú, o bien de la importación masiva de esclavos africanos -el Caribe,
Brasil-, o de mano de obra barata procedentes de las regiones más atrasadas de
Europa -Argentina, Uruguay, Brasil, Chile- y Asia -el Caribe, Perú-, todo lo cual
crea condiciones inéditas hasta entonces, por la multiplicidad de los sujetos, la
diversidad de las prácticas culturales y la relativa rapidez de los procesos, en la
conformación de identidades y mentalidades que llegan a ser nacionales a lo largo
de cinco siglos y, en particular, de los últimos 200 años.
d) El espacio político en que, a partir del primer cuarto del siglo XIX, se constituye la
primera comunidad de Estados nacionales dependientes, en el sentido moderno
del término, en el seno de la entidad que para mediados del siglo XX llegaría a ser
conocida como Tercer Mundo o comunidad de países en vías de desarrollo y,
finalmente,
e) El espacio ambiental definido por los procesos de relación entre las sociedades
latinoamericanas y su medio natural, que se expresan en los paisajes y problemas
que van resultando del desenvolvimiento de una "economía de rapiña"
subordinada en sus fines, sus procedimientos y sus relaciones de producción
características a las funciones que cumple América Latina en el seno del mercado
mundial.
De este modo, el camino hacia una historia ambiental latinoamericana se
nos presenta como parte de aquella "navegación de altura, en los pleamares del
tiempo que no es el sabio cabotaje a lo largo de las costas siempre a la vista", de
que habla Fernand Braudel, que obliga "a pensar, a explicar en términos poco
corrientes, a servirse de la explicación histórica para comprender la actualidad".
Pero, como lo advertía enseguida el autor, esa navegación acarreaba también los
peligros de "caer en las generalizaciones fáciles de una filosofía de la historia... de
una historia que, más que reconocida o probada, ha sido imaginada...", lo que hacía
obligante regresar una y otra vez "a la realidad concreta, a los números, a los
mapas, a las cronologías; en suma, a las verificaciones". (1991: 42)
En este caso, navegamos además por mares tan poco explorados que no nos
cabe siquiera la pretensión de formular más que un primer portulano de la ruta
que nos lleve a través de un archipiélago de momentos que pueden parecer
fundamentales en la conformación de algunos aspectos mal conocidos de nuestra
historia. Y, en este caso, ese portulano ha sido esbozado, además, a partir de
enormes restricciones: se concentra sobre todo en Mesoamérica, por ejemplo, y
excluye así casi por entero espacios y procesos de indudable importancia, como los

36
En el sentido empleado por Francois-Xavier Guerra, que las considera como sociedades formadas por "actores colectivos"
en las que los poderes tenían "un origen social y no político", distintas y opuestas a aquéllas otras que tienen por actor
fundamental al individuo, correspondientes a formas maduras de desarrollo capitalista.(1988:19-25).
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 35

correspondientes a Brasil, el altiplano andino y los Conos Norte y Sur de


Sudamérica, por ejemplo.
Por otra parte, cada una de las fases de la historia que así intentamos
explorar posee elementos de una racionalidad densa, tenaz, que se combinan en la
siguiente, a lo largo de procesos siempre marcados, de uno u otro modo, por las
restricciones que impone todo aquello "que no cambia" o que, mejor, cambia del
modo lento y decisivo propio de los procesos realmente evolutivos. Definidos,
pues, el tiempo y el espacio, resta ahora pasar a la prueba de los hechos.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 36

Capítulo II

La Fase I:
El desarrollo separado
Estudiando se aprende eso:
que el hombre es el mismo en todas partes,
y aparece y crece de la misma manera,
y hace y piensa las mismas cosas,
sin más diferencia
que las de la tierra en que vive,
... Y otra cosa se aprende,
y es que donde nace el salvaje,
sin saber que hay ya pueblos en el mundo,
empieza a vivir lo mismo que vivieron
los hombres de hace miles de años.

José Martí,
"La historia del hombre, contada por sus casas"

1. Antes de la agricultura
Todo el énfasis que hoy se hace en los últimos cinco siglos de la historia del
continente americano tiende a ocultar que ese lapso constituye una fracción
mínima de un proceso mucho más amplio. No sólo se trata de que nada de lo
ocurrido en este último período puede ser comprendido a cabalidad al margen de
los 19 mil 500 años que lo precedieron, según las periodizaciones más
convencionales. Además -y sobre todo- en la consideración de ese arco de tiempo
infinitamente más amplio, habría que resaltar otro hecho singular: el de que el paso
de la historia natural a la historia ambiental ocurriera en América de un modo
distinto al acaecido en el mundo afro-eurasiático.
La historia que nos interesa, en efecto, se inicia a partir del momento en que
el espacio americano empieza a ser ocupado por representantes ya evolucionados de
la especie humana, a diferencia de lo ocurrido en Africa, Asia y Europa,
importantes escenarios de las etapas previas de esa evolución en lo biológico y lo
cultural.37 Cabe recordar, en este sentido, que los humanos que se desplazaron al
37
Para Paul Rivet, el Nuevo Mundo "ha sido, desde la época prehistórica, un centro de convergencia de razas y pueblos, lo
contrario del Asia meridional, que, para nuestros conocimientos actuales, aparece como un gran centro, si no como el gran
centro, de dispersión humana". (1992:190) En su texto clásico, Los Orígenes del Hombre Americano, Rivet argumenta a favor de
un proceso de poblamiento y contacto entre Asia y América que, además de la fuente siberiana usualmente citada, tuvo otras
en Australasia -en un período en que la Antártida pudo ofrecer vías de acceso al extremo sur americano- y Oceanía,
mediante el acceso por vía marítima al litoral Pacífico sudamericano.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 37

continente americano desde Asia entre el 40 mil y el 20 mil ac disponían ya de "una


estructura social original que no tiene equivalente en el mundo animal", y poseían
tanto una tecnología básica como la capacidad para el desarrollarla de un modo
que "aseguró su dominio sobre el medio físico". (Hours,1985:170)38
Aun así, aquellos primeros inmigrantes, y sus descendientes, debieron
enfrentar una serie de restricciones que no conocieron los grupos humanos
eurasiáticos y africanos en el desarrollo de sus propias sociedades. De ellas,
quizás, la más importante consistió en su aislamiento con respecto a los otros
grandes focos de desarrollo civilizatorio en Eurasia y Africa. Esa circunstancia hace
más notable el modo en que demostraron "lo que el hombre puede lograr dentro
de su aislamiento o sujeto tan sólo a influencias exteriores traídas indirectamente y
(probablemente) por oleadas sucesivas separadas entre sí por intervalos
considerables" (Houghton,1984:189), si disfruta de la libertad para luchar por
alcanzarlo en sus propios términos.
De este modo, y en su mismo aislamiento, esos americanos actuaron como
la vanguardia de su especie en lo que mucho después vendría a ser el Nuevo
Mundo, recorriendo en armonía con el resto de su especie -sin saberlo- importantes
fases de su desarrollo civilizatorio, como la que los condujo a la transición a la
agricultura, de modo propio y con logros de gran originalidad y refinamiento
técnico y ecológico.39 El modo en que estos hechos se vinculan entre sí, y con
nuestro futuro, será uno de los ejes de nuestra reflexión sobre las relaciones entre
las sociedades americanas y su medio ambiente en el inmenso lapso de tiempo
anterior a la conquista europea.
Ese lapso, como se ha visto, puede ser desagregado en dos grandes fases. La
primera corresponde al período anterior a la plena transición a la agricultura
38
Respecto a los humanos del paleolítico superior, Hours agrega que "Desde el chopper a la biface y luego al raspador, los
instrumentos cortantes fueron volviéndose progresivamente más afilados y ligeros y requiriendo cada vez menos materia
prima. Con la adopción de perforadores, buriles y un utillaje de hueso perfeccionado hasta el punto de incluir la aguja con
ojo, el hombre se hizo poseedor, finalmente, de una panoplia que le permitió ejercer con eficacia temible sus actividades de
depredación. Después, su inserción en el ambiente y su dominio del entorno fueron tales que condujeron al desarrollo de
culturas cuya simbiosis con la naturaleza alcanzó un punto sorprendente de equilibrio; tal es el caso de los paleoindios de las
grandes llanuras de América del Norte, de los cazadores de mamuts y bisontes, de los magdalenienses cazadores de renos
del occidente franco-cantábrico, o de los cazadores de mamuts de las estepas ucranianas".(1985: 170-171) Al respecto,
también, Sauer (1975). enfatiza el uso del fuego como medio para la modelación y control del medio natural por los
primeros pobladores de América.
39
Ya en 1822, Alejandro de Humboldt planteaba en su Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España que si se consideraba
que "lo que hoy llamamos españoles es una mezcla de alanos y de otras tribus de tártaros con los visigodos y los antiguos
habitantes de Iberia", y se tenía en cuenta "el origen asiático de las tribus errantes que penetraron en México desde el siglo
séptimo", resultaba creíble que "aunque por caminos diametralmente opuestos", hubiera salido "de un mismo centro una
parte de esos pueblos, que errantes por mucho tiempo, y después de haber dado, por decirlo así, la vuelta al mundo, se
vuelven a encontrar en el lomo de las cordilleras mexicanas".(1991:89) Para Alfred Crosby, por su parte, el poblamiento de
América, Australia y Nueva Zelandia "ubica a los amerindios, los aborígenes (australianos) y los maoríes, por un lado, y a los
invasores europeos por otro... no simplemente como adversarios, pasivos en el caso de los indígenas, activos en el de los
blancos, sino como dos olas de invasores de la misma especie, la primera de las cuales actuó como tropa de choque, creando
condiciones para la segunda, con sus economías más complicadas y sus números mayores". (1990:280)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 38

(¿40,000?-c. 2,000 a.c.). La segunda, (c. 900 a.c. a c. 1,500 d.c.) a aquel otro en el que
una singular combinación de agricultura de policultivo y actividades de
recolección hizo posible -sobre todo en las regiones en que alcanzó mayor
desarrollo-, una intensificación del despliegue de procesos civilizatorios que
aportarían premisas decisivas para las modalidades que adoptó la reinserción de
América en la comunidad humana a partir del siglo XVI.

2. La transición a la agricultura
El desarrollo de la agricultura en el territorio americano resultó de un largo y
complejo proceso, al que concurrieron la relativa rapidez conque los humanos
llegaron a ocupar el continente; la intensidad conque hicieron uso de los recursos
que el nuevo medio ofrecía a una economía organizada en torno a la caza y la
recolección, y el éxito demográfico que resultó de ese uso. Sus consecuencias, por
otra parte, resultaron de vasto alcance, en cuanto la agricultura constituye “un
modo de vida... (cuya adopción) implica una amplia reorientación de la cultura, y
no sólo la penetración osmótica de algunas plantas y prácticas de cultivo”. (Sauer,
1964: 161)
El tema ha sido -y es- objeto de intenso debate. Para Alfred Crosby, por
ejemplo, resulta lógico suponer que los primeros pobladores de las Américas y
Australasia "experimentaron tasas de crecimiento demográfico muy superiores a lo
usual entre cazadores y recolectores. Habían ingresado en regiones en las que no
tenían enemigos especiales, habían superado a muchos de sus antiguos enemigos,
e inicialmente el abastecimiento de alimento debe haber sido de extraordinaria
abundancia".(1990:273)40 Así, hacia el 7,000 a.n.e.41 habría tenido lugar una
circunstancia de tipo malthusiano, en la que el crecimiento demográfico asociado a
la abundancia original de los recursos que el medio estaba en capacidad de ofrecer
generaba una creciente escasez de los mismos. Esto, a su vez, daría lugar a un
proceso de transición a la agricultura a lo largo de una serie de ajustes graduales,

40
De ello resultó, agrega, un proceso que comprueba el enorme impacto que resulta del ingreso de una nueva especie a un
ecosistema, según lo observara Darwin en su Origen de las Especies, con lo que "los humanos -habiendo sido la primera
especie capaz de hacer un uso extensivo de la razón y de las herramientas en el Nuevo Mundo, Australia y Nueva Zelanda,
deben haber tenido un efecto muy superior al que podría suponerse de su número. Los humanos pueden adaptar con
rapidez sus tácticas de cacería para aprovechar en su propia ventaja el comportamiento defensivo predecible de un animal o
una especie... pueden incendiar bosques y praderas y, si lo hacen con suficiente frecuencia, cambiar radical y
permanentemente sus biotas", y "aun equipados tan sólo con la tea y con armas de piedra y madera endurecida al fuego, son
los predadores más tenaces y peligrosos del mundo".
41
Nos ceñimos aquí al análisis y las prevenciones presentados por Flannery, para quien es "poco probable que algún día
conozcamos la cronología precisa de la domesticación en México: los sitios precerámicos están demasiado dispersos y poco
excavados, las condiciones para la conservación son demasiado impredecibles y las fechas de radiocarbono demasiado
ambiguas".(1989:243)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 39

resultantes de una "creciente conciencia" de la necesidad de modificar las


estrategias fundamentales de sobrevivencia.
En esa perspectiva, Mark Cohen señala siete condiciones especialmente
relevantes para esa transición en el caso americano. Estas incluirían: 1) la
ocupación por los humanos de todos los nichos ecológicos disponibles; 2) el paso
de un “un alto grado de selectividad en su elección de nichos en cada latitud” a “la
explotación de un número creciente de hábitats diferentes”; 3) el aumento de la
densidad de los sitios de ocupación en la mayoría de las regiones; 4) la reducción
de la selectividad de la dieta humana, y la ampliación de su espectro como un
hecho normal; 5) el incremento generalizado de la explotación de los recursos
acuáticos; 6) el creciente consumo de animales pequeños antes que el de grandes
piezas de caza, y 7) el aumento y la ampliación en el consumo de alimentos de
origen vegetal, “incluyendo aquellos que requerían de una preparación compleja”.
(1977:85-86)42
Con ello, la transición a la agricultura se habría iniciado hace unos 10 mil
años, al saturar el mundo las poblaciones cazadoras y recolectoras, agotando
"todas las estrategias posibles (o palatables) para el incremento de su
abastecimiento alimentario" en el marco de las restricciones de su estilo de vida.
Ante tal circunstancia, el crecimiento ulterior de la población sólo habría sido
posible mediante el incremento del abastecimiento alimentario por medios
artificiales.(1977:279)
Sauer (1970), sin embargo, cuestiona este tipo de generalizaciones
planteadas a partir de esquemas lineales, y resalta la exitosa coexistencia en el
mismo período de culturas con estrategias tan diversas como complejas de
aprovechamiento de los recursos naturales de la región, desde la sofisticada
agricultura mesoamericana y andina, hasta la caza y recolección dominantes en
amplias zonas de Norteamérica, y las múltiples combinaciones de ambos modos de
relación con el medio natural.43 De modo convergente, Kent Flannery estima que el
desarrollo de la agricultura entre grupos indígenas norte y mesoamericanos parece

42
A lo que agrega que, aunque quizás de manera menos significativa, "la agricultura parece haber tenido lugar en un
contexto en el que mucha gente ya se había hecho sedentaria, y en el que los estilos de los artefactos ya habían mostrado una
tendencia hacia una mayor diferenciación regional".
43
Cohen, por su parte, observa en este sentido que " la agricultura podría haberse iniciado al principio en aquellos lugares en
los que la creciente presión demográfica se cruzó con la distribución de unos fenómenos ambientales particulares o la
distribución de domesticables potenciales relativamente palatables, fáciles de manejar y de buen rendimiento. Por el
contrario, el tránsito a la agricultura podría haber sido demorado o aun pospuesto indefinidamente en algunas regiones debido a la
relativa dificultad en el tratamiento de los domesticables potenciales locales o por la hostilidad del medio ambiente local a cultígenos
disponibles a través de la difusión."(1977:281) O, incluso, por la posibilidad de no seguir por el camino del desarrollo agrícola al
encontrarse los grupos humanos con hábitats capaces de proveer a sus necesidades mediante un retorno a la caza y la
recolección, como parece haber ocurrido en algunas islas del Caribe, según informes que nos proporcionara el antropólogo y
arqueólogo dominicano Marcio Veloz Magliolo.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 40

haber estado asociado más bien a factores culturales -como el interés en hacer "más
predecible" a la naturaleza, en el marco de un clima de grandes contrastes entre
años "secos" y "lluviosos"-.44
De este modo, el incremento demográfico vendría a ser un resultado antes
que una premisa del proceso, y la agricultura primitiva,

-mediante el aumento o la manipulación de la gama de plantas pioneras anuales,


que crecen entre la maleza, que gustan de los hábitats perturbados- podría haber
sido una de varias estrategias ideadas para "nivelar" las diferencias entre los años
extremos, haciendo la productividad de cada año un poco más predecible, mucho
antes que la presión de la población fuera un problema.(1989:I,242)

Resulta notable, por otra parte, el modo que ese proceso de transición tuvo
lugar a partir de "áreas núcleo" - el Asia Sudoccidental; el Sudeste Asiático; China;
una faja del Africa Subsahariana, y Mesoamérica y las tierras altas andinas-,
caracterizadas por "un medio ambiente natural que incluya una variedad de
plantas y animales salvajes susceptibles para la domesticación y listos para ello.
(Braidwood, 1988:190)45 Aun así, aquí conviene tener presente dos importantes
salvedades.
Se trata, por un lado, del carácter extraordinariamente diversificado de esa
agricultura americana y, por otro, del importante papel complementario que
siguieron desempeñando las actividades de caza y recolección, incluso en las
civilizaciones de mayor grado de desarrollo, en las que aportaban del 25 al 30 por
ciento del abastecimiento global de alimentos y materias primas.(Sánchez-
Albornoz,1973:45-49)46 Según Ortiz de Montellano, por ejemplo, los aztecas nunca
44
Para William Sanders, por ejemplo, un "efecto significativo" de la sustitución de la recolección por la producción de
alimentos consiste en que este proceso "interviene en los cambios que se realizan en otros puntos del sistema y que actúan, a
su vez, de formas predecibles, sobre la demografía. Las densidades de población son obviamente las más afectadas y
constituyen así indicadores certeros de los cambios productivos en una región, aun reconociendo que los valores absolutos
de las estadísticas de la población para una amplia gama de tipos culturales son muy poco confiables".(1989:I,13) Al
respecto, también, Sauer (1968,1970) enfatiza el vínculo entre transición a la agricultura y desarrollo simultáneo de formas
más complejas de control ambiental y de vida cultural.
45
Teresa Rojas (1991:19), por su parte, se refiere a la labor del botánico soviético Nikolas I. Vávilov y sus colaboradores que,
a partir de datos obtenidos en sesenta países de todos los continentes "delimitaron con precisión ocho centros independientes
de donde proceden las principales especies vegetales domesticadas". Uno de esos centros, agrega, "correspondiente a México
y Centroamérica -que coincide con el área conocida como Mesoamérica-, resultó la zona originaria de más de cincuenta
especies vegetales cultivadas, sin considerar las ornamentales".
46
La presencia de esos dos factores en la América pre-europea contradice el entusiasmo conque algunos autores se refieren a
la presencia de "plantas fundamentales" que actuarían como ejes del "género de vida" característico de cada civilización,
como lo hace Pierre George con el caso del maíz.(1985:38) Parece más sensato, por el contrario, matizar tales generalizaciones
con la atención a comentarios como los que hace Murra sobre el maíz en Perú -donde coexistió con el predominio de cultivos
como la papa y la quinua, y parece haber sido destinado esencialmente a fines rituales y militares-, en contraste con México,
donde predomina hasta hoy en asociación con el frijol, el chile y la calabaza como eje de un sistema alimentario de amplia
difusión. Sánchez-Albornoz, por su parte, tomando en cuenta el cultivo del maíz por grupos civilizados de la cuenca del
Mississipi, señala que "zonas con potencial análogo no gozaron de igual grado de desarrollo".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 41

abandonaron sus hábitos dietéticos de cazadores y recolectores, sino que les


agregaron alimentos procedentes de la agricultura, como el maíz, el frijol y la
calabaza. "No comían hierbas, roedores e insectos porque habían rebasado la
capacidad de carga del territorio y estaban desesperados por proteínas", dice, sino
que combinaron su pasado nómada con su presente agrícola, "de la misma forma
en que conservaron elementos shamánicos previos en su religión estatal, ya
formal". (1993:141)47
En esta perspectiva, el verdadero problema a resolver pasa a ser más bien el
de identificar los vínculos entre aquella base alimentaria que articulaba el
policultivo y la recolección, y los hechos asociados a ella en los campos de la
economía, la cultura, la estructura social, la organización política y, sobre todo, en
las tendencias y modalidades de evolución histórica del conjunto así estructurado.
En este sentido, la historia ambiental de la América pre-europea abre un amplio
campo de problemas en el que destaca, por ejemplo, el debate en torno a las
diferencias de ritmo entre sus desarrollos civilizatorios y los eurasiáticos, a partir
de la transición a la agricultura.
Para Crosby, por ejemplo, el carácter tardío de las civilizaciones del Nuevo
Mundo puede ser vinculado a características físicas del espacio americano. En
primer término, dice, se debió quizás a que "el eje largo de las Américas corre de
Norte a Sur, por lo que las plantas alimenticias amerindias de las que dependían
todas las civilizaciones del Nuevo Mundo debieron dispersarse a través de climas
muy distintos, a diferencia de los cultivos fundamentales del Viejo Mundo, que en
su mayor parte se difundieron de Este a Oeste, a través de regiones de clima
aproximadamente semejante".
A ello agrega Crosby la posibilidad de que ese ritmo más lento estuviera
asociado a que los agricultores americanos "requirieron de un tiempo muy largo
para transformar su cultivo más importante, el maíz, de lo que fue inicialmente
una planta muy tacaña, en la rica y productiva fuente de alimentos que los
europeos se encontraron por primera vez en la década de 1490". Así, mientras el
"primer maíz" no podía sustentar grandes poblaciones, "el primer trigo sí podía
hacerlo, de modo que la civilización del Viejo Mundo se adelantó en mil años a la
del Nuevo".(1990:18)
En el plano tecnológico y para el caso del maíz, Arturo Warman detalla las
dificultades que señala Crosby. Se trata, dice, de una "prodigiosa y sorprendente

47
Los aztecas, agrega Ortiz de Montellanos, "comían prácticamente todo lo que caminaba, nadaba, volaba o se arrastraba,
incluidos armadillos, tuzas (tozan), comadrejas (cozatli), serpientes de cascabel, ratones e iguanas. Comían también una gran
variedad de peces, ranas, salamandras acuáticas (axolotl), huevos de peces, escarabajos corixídeos de agua (axayacatl) y sus
huevecillos (ahuauhtli), y larvas de libélulas, obtenidos todos de los lagos de la cuenca (de México). Entre los insectos
terrestres que se comían figuraban diversas variedades de saltamontes, hormigas y gusanos", mientras los lagos les
proporcionaban además "probablemente, tres millones de peces y más de un millón de patos al año". (1993:142)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 42

planta", cuyas características "la separan y la distinguen radicalmente de otros


vegetales". Para algunos, "es la planta más evolucionada del reino vegetal y ocupa
una posición equiparable a la que tiene el hombre en el reino animal", y esta
comparación le parece justa por cuanto "el maíz es claramente una criatura
humana, un lento y dilatado invento del hombre, mucho más cercano a él, en cierto
sentido, que cualquier otro ser vivo."
En contraste con los cereales del Viejo Mundo, dice Warman, el maíz no
existe en estado silvestre. Las plantas que pudieran ser sus antepasados presentan
"diferencias radicales" con la del maíz, que "no puede reproducirse sin la
intervención del hombre", pues la "maravillosa mazorca, que concentra
ordenadamente las semillas y las protege con una cobertura para beneficio de los
hombres, impide que el maíz pueda dispersar naturalmente sus semillas para
preservarse". Con ello, resulta evidente que sin el trabajo humano el maíz
desaparecería en corto tiempo, de modo que el hombre y la planta dependen uno
del otro "para subsistir, reproducirse y preservarse como especie", en un vínculo
riguroso, "casi parecido al parentesco, a la hermandad".(1988:39-40)48
Las evidencias disponibles, por otra parte, indican que la creación del maíz
se produjo a lo largo de "un proceso disperso y geográficamente fragmentado", que
incluyó previamente la domesticación y desarrollo de otras plantas útiles en "otras
áreas y otros pueblos del centro-sur del México actual, aunque todavía no puedan
precisarse con exactitud sus límites y fronteras exactas."49 En ese contexto, los datos
que ofrece Warman se corresponden en líneas generales con las características
señaladas para ese tipo de procesos por Cohen, y con los datos más específicos que
aporta Flannery.
Para el caso de Tehuacán, por ejemplo, las evidencias más antiguas
corresponden a un período en el que "las plantas cultivadas apenas aportan 10 por
ciento de la alimentación", mientras el grueso del abasto alimentario seguía
dependiendo de la recolección y la caza, con una presencia importante de roedores
y otros animales pequeños capturados con trampas. Hacia el 3,400 a.n.e., a un
tiempo, la agricultura proporciona ya cerca del 30 por ciento de la dieta y se
identifican los primeros asentamientos humanos fijos. Para el 2,300 a.n.e., el uso de

48
A partir de un resumen de los trabajos arqueológicos de Dick y McNeish en Nuevo México, Tamaulipas, Centro América,
Chiapas y Oaxaca, Warman señala al centro-sur de México como la zona en que "a partir de un ancestro silvestre se
domesticó al maíz", a lo largo de un proceso de desarrollo precedido por -y asociado a la domesticación de otras especies
útiles que en su conjunto conformaron un sistema alimentario. Para el caso de las excavaciones de McNeish en 1960 en el
Valle de Tehuacán, a partir de unos 5 mil años antes de nuestra era "ya son numerosos los restos y evidencias de plantas
cultivadas en el valle: el propio maíz, frijoles, chiles, alegría y zapotes, además de las calabazas y aguacates, las plantas
cultivadas de aparición más temprana". (1988:45)
49
Otros autores, como Sauer (s.f.) y Piperno (1993) consideran la posibilidad de un origen sudamericano del maíz, que se
habría difundido hacia Mesoamérica a través del Istmo de Panamá".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 43

la alfarería coincide con la presencia significativa de variedades híbridas de maíz, y


a partir allí se acelera "el ritmo de las transformaciones", hasta que
aproximadamente un milenio a.n.e. era aparece la irrigación ligada al cultivo de la
planta, en aparente coincidencia con un momento de la plena integración de los
grupos humanos del valle con las grandes civilizaciones mesoamericanas.(1988:45)
Para Warman, finalmente, el proceso que llevó al maíz a convertirse en una
especie "que dominó a sus ancestros y parientes silvestres" sólo puede explicarse
por la intervención humana. Esto, añade, permite suponer en el origen de la planta
"una relación de uso y observación constante, de acumulación de conocimiento
entre los antepasados y la naturaleza". Y tanto este conocimiento como las acciones
derivadas de él -"como la dispersión intencional de las simientes de esa planta
extraña y más tarde su cultivo y cruzamiento para adaptarla y mejorarla"-,
constituían "un patrimonio colectivo y disperso", con lo cual "es el acervo de
conocimientos e instrumentos de los grupos humanos para enfrentarse a la
naturaleza y a la sociedad, la cultura, la que salva al maíz de su suicidio, lo mima,
preserva y mejora". (1988:48)50
Lo señalado hasta aquí permite abordar el problema de la constitución de
espacios agrícolas en las áreas núcleo de la América prehispánica en dos planos
íntimamente vinculados entre sí. Por un lado, el tecnológico, tanto en lo que toca a
la capacidad de sostenimiento demográfico de la agricultura prehispánica, como a
las formas de impacto de esa agricultura sobre su medio natural. Por otro, el
relativo a las formas de organización, evolución y conflicto social asociadas a ese
desarrollo tecnológico.
En el primero de esos planos, Gligo y Morello (1980:129-135) consideran que
"en términos generales puede afirmarse que las relaciones hombre-naturaleza
fueron mucho más armónicas" en aquel período que en el presente. Considerando
que ese "mucho más" se refiere a la "artificialización" de los ecosistemas -"a su
mayor productividad y a su conservación"- por parte de los indígenas, esa
observación nos remite a la idea de que en esta etapa de la historia ambiental de la
región resulta característica una relación de trabajo con la naturaleza51, que
contrastará con la relación de trabajo contra ella que, a partir del siglo XVI, ha
venido a ser dominante en nuestros días. Con todo, este contraste debe ser
matizado.

50
En este sentido, a su vez, la domesticación del maíz se presenta como "una creación colectiva e histórica de los pueblos que
ocuparon en la antigüedad esa porción de la tierra americana, como un esfuerzo prolongado que requirió del interés y de la
pasión de miles de anónimos experimentadores agrícolas durante decenas de generaciones".(1988:46)
51
En el sentido en que Tiezzi, para otros contextos, señala que "el uso correcto de la ciencia no está en dominar a la
naturaleza sino en vivir de acuerdo con ella" (1990: 36).
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 44

En efecto, ese trabajo con la naturaleza parece estar asociado a las severas
restricciones tecnológicas que hacen parte de aquel ritmo más lento de desarrollo
civilizatorio a que se refiere Crosby, expresado tanto en la dependencia exclusiva
de la energía humana y en la sencillez del instrumental agrícola, como en las
características de la organización social básica, que será examinada más adelante.
Al respecto, si bien la capacidad de impacto sobre el medio ambiente pudo verse
limitada por la propia sencillez de la tecnología agrícola disponible, Sánchez-
Albornoz señala -a partir de estudios realizados por S.F. Cook en diversas áreas del
México contemporáneo-, que la erosión "fue entonces más honda que la ocasionada
después por el ganado de los conquistadores", con lo cual los rendimientos
agrícolas disminuyeron, "y la población padeció necesariamente las secuelas del
deterioro del suelo".(1973:49)52
Aun así, para María de los Angeles Romero (1991: 143) es posible que "parte
importante de los logros de esa agricultura, en ese frágil medio ambiente,
estuvieran dados precisamente por las herramientas sencillas que utilizaba". A
partir de ello, además, cuestiona la afirmación corriente de que las sociedades
prehispánicas lograron "un impresionante desarrollo cultural con una tecnología
sumamente simple" pues le parece probable que tal desarrollo cultural no ocurriera
"a pesar de la tecnología agrícola que tenían, sino gracias a ella y a un estricto
control del trabajo humano". Es importante, en todo caso, distinguir aquí lo
sencillo del instrumental de lo complejo de la tecnología. Teresa Rojas, por
ejemplo, tras señalar que los sistemas agrícolas "no son sólo adaptaciones
ecológicas a un medio determinado, sino también adaptaciones sociales y
demográficas"-, plantea para el caso mesoamericano que el mejoramiento gradual
de las especies de plantas y animales "domesticados por las constantes
hibridaciones y la selección con el fin de hacerlas más productivas, lograr las
cualidades deseadas, ampliar su rango de adaptación ambiental para cubrir cada
vez más nichos ecológicos y mejorar su resistencia a plagas y enfermedades", fue
"una hazaña de los agricultores de Mesoamérica" que, sumada a "la incorporación
de cada vez más especies al cultivo", constituyeron "dos de los pilares del
desarrollo de la agricultura prehispánica".(1991:50)53
52
Las áreas mencionadas incluyen a Teotlapán, la Mixteca Alta, Puebla, Valle Central, Michoacán, Veracruz y el Bajío. El
antropólogo Gerardo Palomo, por su parte, ha sugerido en discusiones sostenidas con el autor que la producción masiva de
alfarería para exportación a otras regiones puede haber constituido un importante factor de degradación ambiental en el área
del Teotihuacán clásico, al propiciar la deforestación de las laderas circundantes en busca de combustible. Piperno (1991,
1994) presenta evidencia arqueológica sobre el impacto ambiental destructivo de la agricultura de roza combinada con el
incremento de la población en el Panamá prehispánico. A ese mismo orden de causas se refiere una de las hipótesis más
reiteradas en el debate sobre las causas de la desaparición de la cultura maya clásica.
53
H. David Thurston, en Sustainable Practices for Plant Disease Management in Traditional Farming Systems -un libro por demás
moderno-, tras señalar que el conocimiento campesino tradicional "es a menudo de impresionante amplitud", incluye entre
los métodos para el control de enfermedades de las plantas propios de esa agricultura tradicional "la alteración de la
arquitectura de la planta y el fruto, el control biológico, el uso del fuego, el ajuste de la densidad de siembra a la profundidad
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 45

Ese desarrollo, dice Rojas, estuvo asociado a "la aparición temprana de un


conjunto relativamente escaso de instrumentos que persistieron, sin muchos
cambios, durante toda la etapa de la historia indígena". Ese conjunto, organizado
en torno al más difundido de sus elementos, la coa, resultó eficaz en cuanto se
adecuó "a los sistemas de cultivos creados y sus técnicas características, a saber:
tratamiento individual de las plantas en todos los pasos del ciclo agrícola", en las
condiciones correspondientes a condiciones sociales, demográficas y ecológicas
bien diferenciadas.54
Gligo y Morello, en un análisis centrado precisamente en la complejidad
tecnológica de la agricultura prehispánica, añaden que aquel desarrollo agrícola "se
estructuró en torno del recurso básico del agua", lo que dio lugar a dos tipos de
civilizaciones hidráulicas: unas que "manejaron excedentes de aguas en ambientes
anegadizos (Isla de Morojó en Brasil, llanos de Moxos en Venezuela, llanos de San
Jorge en Colombia, Surinam, cuenca del Guayas en el Ecuador, lago Titicaca y lago
de Texcoco en México)", y otras que "regaron en ambiente árido", a la que llaman
andina, agregando además "una civilización de policultores que manejaron la
selva: la cultura maya de Yucatán". Y, a partir de esa tipología básica,
caracterizan el conjunto "del estilo de desarrollo prehispánico de los imperios
agrarios", tomando como ejemplo el incaico, a partir de una serie de rasgos
relacionados "con la conservación y racionalización del uso de los recursos".
Por su parte, en el plano tecnológico del problema destacan dos rasgos en
particular. En primer término, "la eficiencia" conque esos pobladores prehispánicos
"articularon distintas ecorregiones... obteniendo una gran variedad de productos y
compensando las estaciones desfavorables de unas con los productos de otras", ya
fuera a partir del llamado "control vertical" en el caso andino, ya mediante de los
intercambios "simbióticos" del caso mesoamericano.55 Y, en segundo, la traducción
de esa eficiencia en un conjunto integrado de prácticas productivas, orientado a

o a la época de la siembra, la siembra de cultivos diversos, el barbecho, la inundación, la roza picada sin quema, la siembra
sin arado, el uso de complementos orgánicos, la siembra en plataformas elevadas, la rotación, el saneamiento, la
manipulación de la sombra, y la labranza. La mayoría de estas prácticas", agrega, "resultan sostenible en el largo plazo".
(1992: 8-10)
54
Tales sistemas de cultivo, a su vez, llaman la atención por su diversidad. Rojas menciona cuatro tipos generales: extensivos
o de barbecho largo: forestal y arbustivo; de mediana intensidad: de barbecho arbustivo y en herbazal; intensivos, y sistemas
especiales, utilizados en "los huertos cercanos a la casa, las huertas de cacao, de nopales de grana, de frutales y ornamentales,
así como los magueyales", en "parcelas estables, de uso continuo, de altos rendimientos, generalmente en los poblados o
cerca de ellos, vigiladas muy cuidadosamente por los campesinos, fertilizadas con los desperdicios domésticos y que
producían en forma continua".
55
Conrad y Demarest (1988:191-198) sintetizan la discusión sobre los dos casos, resaltando el uso consciente y especializado
de la diversidad ambiental como un recurso productivo, cuyo pleno aprovechamiento, a su vez, tendía a favorecer el
desarrollo de sistemas complejos de interdependencia e intercambio organizado entre regiones de producción
complementaria, ya fuera entre comunidades distintas articuladas en un plano horizontal, como en Mesoamérica, ya fuera
dentro de comunidades distribuidas en distintos niveles de altura para aprovechar todo el potencial productivo de una
región montañosa, como en el caso andino.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 46

garantizar la más óptima solución posible los problemas inherentes a una


demanda creciente de alimentos y materias primas en circunstancias que desde la
perspectiva actual pueden parecer de relativo estancamiento tecnológico.56
En esta perspectiva, la agricultura prehispánica parece haber llevado a
formas extremas aquellas características que Donald Worster considera
fundamentales en el desarrollo agrícola tradicional en todo el planeta, "ya fuera en
la Suecia medieval o la antigua Sumeria, en el valle de Ohio o en el de México, ya
se tratara de sistemas basados en el maíz, el trigo o la yuca". Primero, que los
agroecosistemas tradicionales se basaban "en una estrategia orientada en primer
término a la subsistencia, en la que la mayoría de la gente cultivaba lo que se
comía, aunque de vez en cuando enviaran parte de sus excedentes a las ciudades
en forma de comercio o tributo". Segundo, que tales agroecosistemas, aun cuando
ocasionaran cambios importantes en la naturaleza, "preservaban mucho de su
diversidad y su complejidad, y ese logro se constituía en una fuente de estabilidad
social, generación tras generación".(1990:1097)57
Por otra parte, de ese desarrollo agrícola resultaron paisajes consistentes en
"mosaicos funcionales" cuidadosamente integrados a partir de una "atenta
observación e imitación del orden natural". En este sentido, lo que a los ojos de un
observador habituado a los paisajes de la agricultura moderna podría parecer
"disperso y casual", expresaba en realidad una estructura subyacente que "era a un
tiempo el resultado de factores no humanos y de la inteligencia humana,
colaborando en aras de un mutuo acomodo".58
Esa compleja articulación entre la agricultura y las actividades de extracción
y recolección -asociada además a una evidente conciencia de la necesidad de
preservar los ecosistemas que proporcionaban tales recursos suplementarios59-
56
Entre esas prácticas mencionan: selección de tierras de cultivo; adecuación físicoquímica del suelo por cultivar; uso de
fertilizantes; creación de herramientas que permitían mejorar y conservar la estructura del suelo; prácticas de riego; prácticas
de laboreo destinadas a evitar la evaporación y erosión del suelo; tratamiento bioquímico de las semillas para obtener una
mejor cosecha; tratamiento de las semillas para evitar su infección; protección fitosanitaria mediante cultivos asociados o
intercalados; laboreo intenso de cultivo, y técnicas de previsión meteorológica y del clima, que incluían la determinación de
la época de siembra y selección de variedades. En esta perspectiva, por su parte, Ortiz de Montellano considera que las
plantas alimenticias del Nuevo Mundo fueran "inherentemente superiores a los cultivos básicos del Viejo; de hecho, su
introducción en el Viejo Mundo desató una explosión demográfica".(1993:122)
57
Al respecto, dice, ese carácter diversificado permitió "hacer un uso más eficiente de la luz, el agua y las demandas de
nutrientes, logrando así mayores rendimientos totales por hectárea; dejando más nitrógeno en el suelo proveniente de la
siembra de leguminosas entre cosechas, y logrando una cubierta del suelo, un control de plagas y una eliminación de
malezas más efectivas". (1990:1096)
58
Ello no excluye por supuesto que tales agroecosistemas, si bien tardaron miles de años en conformarse, "aun así no
lograron nunca un punto de perfecto equilibrio", toda vez que "aumentos y descensos en el número de los humanos, los
azares del clima y la enfermedad, las presiones externas de las guerras y los impuestos, las tragedias de agotamiento y
colapso, fueron todos factores que mantuvieron al sistema alimentario mundial en un permanente estado de cambio".
59
En el caso del aprovechamiento del guano como fertilizante en el Perú, por ejemplo, Martínez-Alier (1991a, 1992) señala la
existencia de normas para la extracción y la protección de las aves marinas, en contraste con las modalidades predatorias que
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 47

permitió a los aztecas disponer de una dieta que les aportaba entre 2,177 y 2,243
calorías, y entre 66.83 y 80.63g de proteínas por día, igualando o superando a las
normas actuales de la FAO y la OMS, de 2,200 calorías y 45g de proteínas por día.60
Con ello, "resulta claro" que esos americanos "no estaban malnutridos ni sufrían de
deficiencias de proteínas o vitaminas" y que, por el contrario, es probable que
estuvieran mejor alimentados que la población moderna de México, "que en 1973
tenía una dieta promedio de 1,787 cal per cápita por día, y de la cual alrededor de
un 45 por ciento nunca come carne".(Ortiz, 1993:127,147) 61
Aun así, dado que el contraste con la situación actual de América Latina
tiende a favorecer una apreciación generalmente positiva de aquellos logros,
conviene ponderar también sus limitaciones. María de los Angeles Romero, por
ejemplo, señala que si bien esa agricultura podría haber proporcionado "a los
miembros de aquella sociedad los nutrientes básicos para su desarrollo", el
verdadero desafío social radica no sólo en la habilidad para producir alimentos
suficientes y variados, sino esencialmente en la capacidad para distribuirlos con
equidad, asegurando a toda la población un digno nivel de vida. Y esto, la
sociedad precolonial "como muchas otras, no pudo superarlo".(1991:145-146)
Romero sustenta su observación en datos aportados por estudios de restos
óseos encontrados en la península de Yucatán, que indican por ejemplo "huellas de
anemia severa" en un 18 por ciento de los mismos, que ascendía a un 23 por ciento
si se consideraba sólo a la población infantil. A ello se sumaban además
"deficiencias en el consumo de hierro, vitamina C y proteínas animales", dentro de

adoptaría la explotación del guano en el siglo XIX o la de los bancos de anchoveta de la misma región en la década de 1960,
que en ambos casos alteró drásticamente los ecosistemas de los que dependía la posibilidad de renovación natural de esos
recursos.
60
En el caso andino, Gligo y Morello plantean que el poblador prehispánico "dispuso de una mayor variedad de alimentos
que los que actualmente se cultivan", al tiempo que mantuvo "un alto consumo de plantas silvestres y capturó la fauna en
forma planificada, lo que influyó en la conservación y mantenimiento de ella (vicuñas y guanacos) al mismo tiempo que
abastecían de proteínas al poblador", agregando que "Antúnez de Mayolo... calcula la dieta inca per capita (en)... 2420 calorías,
superior a la meta OMS de 2183", lo cual "tiende confirmar... que los indígenas del incanato tenían una alimentación superior
a la que tienen los del altiplano actualmente".
61
Esto, por otra parte, no es de extrañar si se considera, con Carl Sauer (1981: 46,47) que en líneas generales las plantas
domesticadas del Nuevo Mundo excedían con mucho en variedad y eficiencia a las europeas en el momento del
descubrimiento. En lo relativo a cereales, Europa “no tenía nada comparable al maíz indígena en productividad, valor
alimenticio, utilidad en tierras montañosas y capacidad de adaptación a climas diversos. El cultivo de raíces ricas en almidón
eran virtualmente inexistentes en Europa, mientras que en América… existía uno o más para cada clima, entre ellos algunos
que -como la yuca y la papa- no tienen igual en el mundo en cuanto a la cantidad de alimento producido por unidad de
cultivo. En cuanto a proteínas y grasas de origen vegetal, Europa también era pobre mientras el Nuevo Mundo disponía de
una gran riqueza de plantas domesticadas. En las zonas subtropicales -en el borde entre la tierra templada y la tierra caliente -,
existía una especial riqueza agrícola: diferentes tipos de maíz…; una amplia gama de frijoles; boniato, yuca y otros
tubérculos; tomates y chiles; aguacate, cacao, papaya, piña y otras muchas frutas; algodón de Barbados para las tierras bajas
tropicales y, en tierras más templadas, el algodón de tierras altas que resulta ancestral para casi todos los tipos de algodón
comercial de hoy”.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 48

una dieta "compuesta principalmente por carbohidratos", todo lo cual indica


insuficiencias nutricionales originadas la propia estructura social.62
Aun así, aquel estilo de desarrollo agrícola demostró una evidente
capacidad para sostener a una numerosa población en la etapa inmediatamente
anterior a la conquista europea. Como observa Nicolás Sánchez-Albornoz, el modo
en que se entienda "la magnitud de aquella masa indígena" resulta determinante
en la forma en que se conciba "toda la historia de la población americana. No es lo
mismo", agrega, "que haya crecido desde un nivel ínfimo hasta las actuales
dimensiones, como suponen los seguidores de un progreso lineal, o que, al
producirse el choque de dos pueblos y de dos modos de vida, haya caído a un
abismo del que no salió prácticamente hasta mediados del siglo pasado", como lo
plantean "las dos tesis fundamentales contrapuestas".(1973:53,54)
La evaluación de esa capacidad, sin embargo, enfrenta hasta hoy enormes
dificultades, que se expresan en la gran diversidad de las estimaciones del total de
la población americana en el momento de la conquista europea. Sánchez-Albornoz,
por ejemplo, menciona cifras proporcionadas en diversos momentos por Kroeber
(8 millones y medio), Ronseblat (13 millones) y Dobins (entre 90 y 112
millones).(1973:54,55)63
Tales divergencias cuantitativas, sin embargo, no excluyen convergencias de
orden cualitativo. Todos los casos atribuyen las mayores concentraciones de
población a las áreas mesoamericana y andina, con 50 por ciento o más del total.
Por lo general, las estimaciones del caso mesoamericano superan a las del andino:
21.4 millones frente a 11.5 según PNUMA/MOPU; 4 millones frente a 2 según
Rosenblat; aunque Kroeber y Dobins asignan magnitudes equivalentes: 3 millones,
el primero, y 30 el segundo. La segunda gran área de concentración se atribuye a
Centro América y el Caribe, con 1 millón 100 mil habitantes (8.6 por ciento) según
Sunkel y Paz, o con 11.5 millones (20 por ciento) según PNUMA/MOPU.
Dentro de ese cuadro general, sin embargo, es necesario preguntarse por las
formas de vida social a partir de las cuales se organizaba la relación con el medio
ambiente de esas poblaciones. De ellas, ninguna parece tan importante como las
agrupaciones permanentes de familias de agricultores que constituyen la

62
Para el caso andino, a su vez, Murra señala que sólo los grupos sociales dominantes consumían regularmente la carne
proveniente de los rebaños de llamas domesticadas, mientras el campesino "normalmente... debió haber tenido acceso a la
carne fresca solamente en el ejército o en ocasiones ceremoniales, cuando se hacía una amplia distribución de animales
sacrificados".(1989:88) Respecto al maíz, agrega que el Estado lo necesitaba "con fines militares, burocráticos y ceremoniales"
y promovía su cultivo en sus propias tierras, mientras el consumo del mismo era limitado entre los campesinos.(1988:44)
63
El texto Desarrollo y Medio Ambiente en América Latina, a su vez, presenta en la misma página una estimación a partir de
datos obtenidos de la obra de Woodrow Borah que sitúa el total de la población prehispánica en 57.3 millones de personas, y
un gráfico cuya fuente no identifica que sitúa ese total para el año 1500 en 150 millones. Entre ambos, se plantea además que,
en todo caso, "la población del continente americano sería entonces por lo menos equivalente a la de Europa en su conjunto, que se
estima en alrededor de 60 millones de personas en el siglo XVI".(PNUMA/MOPU,1991:64)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 49

comunidad indígena, estructura social básica en torno a la cual se gestó el proceso


de desarrollo de la agricultura y la civilización en la América prehispánica.
La eficacia socio-productiva de la comunidad indígena, su estabilidad
político-cultural y su capacidad de persistencia en el tiempo parecen otorgarle sin
discusión el papel de elemento clave en las civilizaciones prehispánicas. Wolf, por
ejemplo, plantea para el caso mesoamericano que la comunidad era "la unidad
autónoma de la vida social", al punto en que

Cuando se observa esta unidad desde una perspectiva más alejada, se advierte que
en Mesoamérica jamás ha sido suprimida. Los sencillos utensilios de la agricultura
y los enseres de cocina, las labores agrícolas, los conceptos religiosos relacionados
con el ciclo de siembras y cosechas, el estilo de vida que gira en torno a la
comunidad donde se nace, todo esto ha permanecido básicamente estable hasta
nuestros días. Imperios y conquistadores invaden el país, se fundan ciudades,
nuevos dioses anuncian la salvación, pero... hasta hoy, la comunidad de los
cultivadores ha conservado su capacidad de replegarse sobre sí misma y de
mantener su integridad frente a la duda y al desastre. (1991:72)

Para Gligo y Morello, a su vez, esa comunidad se presenta directamente


asociada a "la dinámica de la organización agrícola en términos de una relación
dialéctica entre los componentes individuales mínimos (las unidades familiares) y
la comunidad compuesta de éstos en su conjunto, que administraba el territorio
usufructuado por ellos como unidad".64 Esto implicaba una modalidad
característica de "orientación y regulación colectiva de la producción andina", que
permitía un proceso constante de interacción entre el individuo y la comunidad,
capaz de desembocar una y otra vez en soluciones de consenso ante los problemas
planteados por el manejo de los recursos colectivos. De ello resultaba, "dentro" de
la comunidad, un "proceso dialéctico de regulación y readaptación de los recursos
que sirvió como base para estructurar un sistema que maximizara los recursos
disponibles (y) que permitiera su conservación".
Aun así, el estado de la discusión contemporánea sugiere la necesidad de
incorporar al análisis, junto a tales rasgos de armonía, otros factores que den
cuenta de aquellos conflictos internos que también caracterizaban a las sociedades
prehispánicas más avanzadas. Wolf, por ejemplo, señala en esta dirección al
indicar, en la fase de despegue del proceso civilizatorio mesoamericano hacia el
año 900 a.c., la presencia de tres niveles en la organización social: "los hogares, la
64
Lo cual, agregan, para el caso del imperio incaico, implicaba combinar en la práctica "a)una ciencia de orden de sistemas
en general; b) una ciencia "termodinámica" de las transferencias eficientes de energías entre la sociedad y la naturaleza; c)una
ciencia de comunicaciones que empleaba mecanismos sutiles para establecer equivalencias sutiles entre diversas zonas
ecológicas de producción; y d)una astronomía que servía no sólo para las mediciones propias de su campo del saber, sino de
organización científica de la sociedad en general", citando a Earls, J.: "La coordinación de la producción agrícola en el
Tahuantinsuyo", en Primer Congreso Internacional de Cultivos Andinos, Universidad Nacional de San Cristóbal-Huamanga e
IICA, Ayacucho, Perú, octubre de 1977.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 50

comunidad que comprende estos hogares, y el naciente Estado que abarca a las
comunidades y dicta leyes." (1991:72)
Marshall Sahlins, por otro lado, aborda con particular detalle en su Economía
de la Edad de Piedra los factores de tensión internos a la propia comunidad, y las
extraordinarias dificultades que ésta presenta para una articulación permanente en
formaciones políticas de orden propiamente estatal. Esas dificultades, dice, se
deben a que el orden primitivo "es un acuerdo urdido para negar su fragilidad
inherente, su división básica en grupos de distinto interés y de fuerzas similares,
grupos organizados en clanes 'como los pueblos salvajes de muchos lugares de
América' que sólo pueden unirse en momentos de conflicto y si no deben separarse
para evitarlo".(1983:192)
El paso de las agrupaciones de familias -que constituyen unidades
productivas que tienden a la autosuficiencia-, a formaciones sociales más
complejas, estructuradas a partir de una creciente división del trabajo y una
jerarquización social permanente constituye para Sahlins un "umbral" al que la
sociedad primitiva tiende constantemente pero que, al propio tiempo, no puede
cruzar sin experimentar transformaciones que equivalen de hecho a su propia
negación. Siendo la economía doméstica "tan poco confiable como aparentemente
funcional", y constituyendo "una molestia en lo privado y una amenaza en el orden
público" tiende a garantizar la permanencia y ampliación de sus propios éxitos en
materia de crecimiento demográfico y diversificación de las demandas de sus
integrantes mediante el establecimiento de "instituciones predominantes de
jerarquía y de alianza".(1983:149) 65
El desarrollo de esa tendencia a la construcción de organizaciones sociales
sustentadas en la especialización y la jerarquización, agrega Sahlins, opera a partir
de una "radicalización de la función de parentesco", en sociedades donde "el
parentesco es rey, y el 'rey' es sólo un pariente superior". Pero, al propio tiempo,
esto genera un proceso a través del cual el desarrollo de la vida política se
constituye en "un estímulo para la producción" y, a su vez, el incremento de la
producción -con vistas por ejemplo a generar excedentes destinados al tributo a
autoridades político-militares y religiosas- se convierte en un requisito para la
preservación y consolidación de las nuevas estructuras sociales.
Para el caso mesoamericano, la necesidad de este tipo de organización social
para el desarrollo civilizatorio se hace evidente, según Angel Palerm, en el hecho
de que sólo los sistemas intensivos de agricultura, "basados en alguna forma de
control hidráulico", podían explicar "las altas densidades de población y los centros

65
Se trata, agrega, de un proceso en el que incide "algo más" que las autoridades tribales y su intervención contra el reflejo
primitivo de escisión. "La intensidad regional de ocupación", dice, "depende también de las relaciones entre las
comunidades", dado que "cada organización política tiene un coeficiente de densidad de población y, unido esto a las
propensiones ecológicas, una densidad determinada de aprovechamiento de la tierra".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 51

urbanos existentes en muchos lugares de Mesoamérica. Dondequiera que


encontramos suficiente información, apareció la misma correlación entre los tipos
de poblamiento, las formaciones sociopolíticas y los sistemas de agricultura".
(1990:186)
Si se considera que tan sólo la construcción del sistema de diques que
facilitaban el control del agua en el valle de México requirió, según estimaciones de
Palerm, 25 millones de jornadas-hombre (1990:253), puede entenderse lo sugerente
del planteamiento de Conrad y Demarest en el sentido de que el desarrollo de los
dos grandes imperios tributarios existentes en América a la llegada de los europeos
estuvo asociado a procesos de adaptación de su organización social, su estructura
política y sus prácticas religiosas referidos directamente a "la capacidad de una
sociedad para sobrevivir y prosperar en un medio ambiente de competencia". En
ese concepto de medio ambiente, agregan, cabe incluir "los medios sociales y
culturales "supraorgánicos", así como el entorno físico y ecológico" ya que, a fin de
cuentas, "el valor adaptativo de los cambios culturales se mide en forma de
beneficio global para la sociedad como sistema -en cierto sentido, el "éxito
reproductor" de esa sociedad o del cuerpo de ideas y estrategias que constituyen su
cultura".(1990:185)
Para los autores, tal estrategia de adaptación, sustentada en la diversidad
ambiental y el potencial agrícola de los entornos de ambos imperios, encontró su
racionalidad sustentadora en reformas religiosas que, si en el caso andino dieron
lugar a un culto a los muertos que obligaba a dotarlos de tierras y trabajadores
para prolongar la presencia en la tierra de los señores desaparecidos a través de
sus familiares, en el mesoamericano se expresó en la permanente demanda de
prisioneros para el sacrificio que garantizara la permanencia del orden cósmico. En
ambos casos, ello se tradujo en una cultura militar expansionista
extraordinariamente agresiva y en la progresiva formación de castas de señores a
cargo de la gestión de la guerra de conquista, el tributo de los conquistados y el
culto religioso, asociados a otros -cuya presencia e importancia están mucho más
claramente establecidas en el caso mesoamericano que en el andino- a cuyo cargo
corrió mantener abierto los flujos de intercambio.
El éxito de la estrategia en cuestión dio lugar, a su vez, al crecimiento
demográfico y la concentración de la población en las zonas nucleares de ambos
imperios, en un proceso cuyo impacto sobre el medio natural tendría que ver más
con "el resultado de políticas expansionistas y militaristas" sobre la distribución de
la población, que con el número total de habitantes. "En ambos imperios", dicen,
"las regiones más densamente pobladas eran los distritos de las capitales -el Valle
de México y el área en torno al Cuzco-. Los segmentos de la población capitalina
que crecían realmente -la nobleza nativa, los administradores traídos de áreas
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 52

periféricas, artesanos o comerciantes especializados, sirvientes y esclavos, etc.-


crecían a causa de los éxitos imperiales. La superpoblación estaba localizada; donde
existía, era el resultado, tanto como la causa, de la expansión". (1990:209)
En este sentido, Conrad y Demarest sostienen que esa superpoblación
relativa devino en un factor de creciente presión política sobre las comunidades
sometidas a tributo, lo que a su vez dio lugar a "demandas de una mayor
producción de excedentes alimentarios transportables y almacenables... para
sustentar al estado y sus proyectos", con lo que la "intensificación agrícola se centró
en un cultivo de suma importancia, el maíz".(1990:220) Dado que en las
condiciones tecnológicas del período ese incremento en la demanda de tributo
tendía inevitablemente a resolverse en una mayor presión cuantitativa sobre el
medio natural y la capacidad de trabajo de las poblaciones sometidas, sigue abierta
a debate la posibilidad de que este tipo de procesos -con toda la carga de violencia
social y ambiental que les es inherente- esté presente por ejemplo entre las causas
de la desaparición de las civilizaciones maya y teotihuacana, para el caso
mesoamericano.
En todo caso, parece evidente que la violencia desempeñó un importante
papel en el desarrollo de esas culturas, cuya historia presenta un panorama
constante y creciente de tensiones entre los imperios y sus tributarios,
acompañadas además de las tensiones internas que, en las sociedades inca y
mexica, generaba la constante consolidación del poderío de los sectores
dominantes. No es de extrañar entonces que el propio José Martí, al juzgar a la
conquista europea, considerara tan pasmosa "la intrepidez de los invasores" como
"el poder del odio de los invadidos, que no veían que apoyando a los extranjeros
contra sus enemigos locales, se creaban un dueño poderoso para sí mismos", con lo
cual la destrucción de esas civilizaciones había tenido lugar "merced a las
divisiones intestinas y rencores y celos de los pueblos americanos", dado que

Por satisfacer su odio momentáneo y abatir a sus enemigos, y complacer su


orgullo, aquellos pueblos cayeron en esclavitud constante. (1975: XXIII,191)

3. La autodeterminación en el período: logros y limitaciones


en la relación sociedad-naturaleza.
"Con una simple ojeada a una esfera o a un mapamundi, comprobaremos que en
realidad casi todos los historiadores han confinado su atención a unas pocas y
reducidas regiones del mundo. De diez libros de historia, nueve tratan de las
naciones europeas y de las emigraciones de sus pueblos; de la décima parte
restante, casi todos tratan de algunas, muy pocas, regiones no europeas: Egipto,
Asiria y Caldea, India, China, y -últimamente- el Japón. Extensiones inmensas del
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 53

planeta no tienen literatura histórica, y la razón es obvia: no han ocurrido en ellas


hechos humanos de los que hayan de dar cuenta los historiadores".

Sir John L. Myres (1971:11) tenía sin duda razones -como británico,
aristócrata y hombre de su tiempo- para expresarse así como historiador en 1911.
Esas razones, sin embargo, no bastaban para darle la razón: apenas correspondían,
en realidad, a una manera de ver el mundo aún presente -y con fuerza mayor,
quizás, de lo que parece a primera vista- en nuestros días. Más universal -y más
útil, ciertamente a los fines de un conocimiento verdadero-, nos parece el modo en
que María de los Angeles Romero concluye su análisis del desarrollo de la
agricultura en tierras mexicanas entre los siglos XVI y XIX.
"Si nuestros estudios son correctos", dice, "la agricultura prehispánica había
logrado, con todos sus problemas, sostener a su sociedad sin alterar gravemente el
medio ambiente". Con todo y que la agricultura indígena "también padeció años de
sequías y de pérdidas de las cosechas", agrega, "el paisaje que los españoles
encontraron ofrecía zonas de bosques, de inmensos lagos, una flora y una fauna
variada y abundante, un más alto grado de humedad ambiental y mejores niveles
del agua subterránea..." Y de allí pasa a hacerse una pregunta cada vez más
frecuente en nuestro tiempo:

¿Estaremos totalmente equivocados en las apreciaciones que tenemos actualmente


sobre la agricultura prehispánica y el posterior desarrollo colonial? Si no es así, tal
vez convendría volver nuestros ojos hacia esa agricultura no tecnificada de los años
anteriores a la conquista. Aún tiene algo que enseñarnos. (1991:214-215)

Si ha de seguirse la sugerencia de Romero, conviene tomar en cuenta al


menos dos factores. Uno es el carácter de aquellas economías indígenas en el seno
de la historia más general de las relaciones de la especie humana con su entorno
natural hasta el siglo XVI. Otro, el de las implicaciones socioculturales y evolutivas
de las soluciones logradas por aquella modalidad de relación dentro de ese
carácter que le fue específico.
En primer término, todo indica que los rasgos y procesos mencionados
hasta aquí permiten caracterizar como sociedades de circuito cerrado a las
existentes en América con antelación a la conquista europea. Esa expresión enfatiza
el hecho, difícilmente repetible, de que aisladas de todo contacto con las
economías-mundo eurasiáticas, tales sociedades tenían como propósito
fundamental de su existencia su propia reproducción, dentro de una gama de
opciones culturales extraordinariamente diversificada, de la que encontramos una
síntesis de singular delicadeza en José Martí. "Unos vivían", dice
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 54

aislados y sencillos, sin necesidades, como pueblos acabados de nacer; y


empezaban a pintar sus figuras extrañas en las rocas de la orilla de los ríos, donde
es más solo el bosque, y el hombre piensa más en las maravillas del mundo. Otros
eran pueblos de más edad, y vivían en tribus, en aldeas de cañas o de adobes,
comiendo lo que cazaban y pescaban, y peleando con sus vecinos. Otros eran ya
pueblos hechos, con ciudades de ciento cuarenta mil casas, y palacios adornados
de pinturas de oro, y gran comercio en las calles y en las plazas, y templos de
mármol con estatuas gigantescas de sus dioses. Sus obras no se parecen a las de los
demás pueblos, sino como se parece un hombre a otro.(1975: XVIII, 380)

Ese propósito fundamental operó, como se ha visto, a través de la probada


capacidad de esas sociedades para ejercer una presión creciente sobre su base
demográfica y sus recursos naturales, a un punto que incluso parece haber
contribuido a la crisis de algunas de las civilizaciones que crearon. Con todo, lo
que interesa resaltar aquí es la tendencia dominante, en las sociedades americanas
de mayor grado de desarrollo material, a conformar una capacidad de
autodeterminación creciente en el período inmediatamente anterior a la conquista
europea.
En el ejercicio de su autodeterminación, aquellas sociedades crearon un
modelo de relaciones con su medio ambiente que, dentro de una multiplicidad de
variantes, tuvo en general un carácter diversificado, se orientó en lo esencial a la
autosuficiencia, y respondió con eficacia a la necesidad de trabajar con la
naturaleza antes que hacerlo contra ella. A partir del siglo XVI, por el contrario,
pasaría a ser dominante la existencia de sociedades de circuito abierto, caracterizadas
precisamente por la pérdida de aquella capacidad de autodeterminación respecto a
los fines y los términos de su propia existencia, y cuyo estilo de desarrollo tendería
por lo mismo a ser predatorio, crecientemente especializado, orientado al
intercambio mercantil en condiciones sumamente desventajosas y, en suma,
exodeterminado.
En lo que toca a las implicaciones socioculturales y evolutivas de aquella
modalidad de relación con la naturaleza, llama la atención el contraste entre el
carácter esencialmente vegetal de las familias ecológicas extendidas creadas por los
americanos anteriores a la conquista europea, y el carácter mixto de la de los
conquistadores. La noción de familia ecológica, en efecto, designa al entorno de
especies domesticadas, animales y vegetales, mediante las cuales el grupo humano
se vincula con su medio natural.
Esa familia resulta extendida, además, en un doble sentido. En primer
término, en cuanto no sólo incluye "primos benignos" -como el trigo o el maíz, o la
gallina y el guajolote-, sino también parientes indeseables como la rata y las
malezas que procuran aprovechar en beneficio propio los esfuerzos del grupo
humano por procurarse su sustento. En segundo, en cuanto que esa familia
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 55

ecológica relaciona al grupo humano con el medio biológico no sometido a su


control, que incluye a los parásitos con los que entra en contacto a través de las
especies de que se rodea, como el bacilo de la peste bubónica -al que se ve
vinculado a través de la rata y las pulgas que la acompañan-, o el parásito del Mal
de Chagas, transmitido por la vinchuca que habita en las grietas de las paredes de
las habitaciones de los campesinos pobres en la América tropical.
Alfred Crosby, en particular, asigna un valor de primer orden a esa familia
ecológica al considerar las ventajas de unos grupos humanos frente a otros en la
competencia por los recursos que hacen posible la vida a lo largo de la historia de
la especie. La modalidad de relación con la naturaleza desarrollada por los grupos
humanos del Viejo Mundo, dice, les permitió hacer suyas, y manipular, "divisiones
completas de la biota que los rodeaba". Así, un personaje bíblico como Job llegó a
ser "un billonario según los parámetros de los revolucionarios del neolítico en el
Nuevo Mundo", si se considera que antes de que la miseria dispersara sus bienes
terrenales, poseía 7 mil ovejas, 3 mil camellos, 500 yuntas de bueyes y 500 asnos.
Por contraste, "Moctezuma, con todas sus legiones, estaba en la pobreza en
términos de proteína, grasa, fibras, cueros y, especialmente, energía y
movilidad".(1992:24)
Con todo, las diferencias implícitas en esta relación pueden ser llevadas aún
más allá en el análisis, abriendo a discusión el papel de aquellos tipos de familia
ecológica en las modalidades de desarrollo civilizatorio adoptadas por los grupos
humanos de que aquí se trata. En efecto, la presencia o la ausencia de un número
significativo de animales domesticado tiene aquí implicaciones nutricionales,
sanitarias y productivas de importancia. Pero cabría suponer, además, que esas
implicaciones se extienden también al campo de lo social y lo cultural, y tendrían
que ser consideradas también en el análisis del papel de esos componentes en la
evolución de las sociedades prehispánicas más desarrolladas.
Parece evidente, por ejemplo, que la carencia prolongada de contacto
cotidiano con animales domesticados fue una de las causas que contribuyó a crear
y mantener la peculiar situación inmunológica prehispánica. Pero, en el mismo
sentido, cabría preguntarse si en lo social el carácter esencialmente vegetal de la
familia ecológica de esos indígenas no contribuyó también a hacer "más lento" su
desarrollo civilizatorio -por razones que podrían ir más allá de las características
del maíz, el clima y la topografía indicadas por Crosby-, prolongando así la
persistencia de aquella Modalidad Doméstica de Producción centrada en la
comunidad campesina de que habla Sahlins, y haciendo más difícil la posibilidad
de constituir formaciones estatales de tipo eurasiático en el Nuevo Mundo.66
66
Tras considerar que "a la opulencia se puede llegar por dos caminos diferentes", sea "produciendo mucho", o bien
"deseando poco", Sahlins se refiere a lo que llama el "modo doméstico de producción" que considera característico de las
sociedades primitivas -"tanto de las agrícolas como de las preagrícolas"-, señalando que en su mayor parte "no parecen
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 56

En el mismo sentido, cabría preguntarse también si la producción


agropecuaria no tiende con mayor rapidez a favorecer, por ejemplo, el desarrollo
de fenómenos característicos del desarrollo civilizatorio eurasiático, como la
apropiación privada de bienes productivos -como es el caso de los rebaños-, y la
constitución de esa propiedad en fuente de poder económico y político-militar de
una casta dominante. La referencia de Crosby a Job, en este sentido, sugiere una
relación entre una economía ganadera, el desarrollo del patriarcado y la
constitución de una estructura de dominación dentro del grupo familiar, en el que
la mujer resulta privada de la autoridad y el poder que en una circunstancia
anterior se correspondían con su grado de participación efectiva en la
reproducción global del grupo.
Por contraste, una economía del tipo prehispánico más avanzado seguía
mostrando una singular dependencia del tipo de organización comunitaria
asociado a una producción agrícola de policultivo tecnológicamente compleja
aunque instrumentalmente sencilla, que no habría planteado aún las demandas
productivas que en Eurasia llevaron al desarrollo de la metalurgia. Esa base
organizativa, a su vez, parece haber favorecido el predominio de formaciones
estatales organizadas a partir de la extracción de tributo a las comunidades antes
que en la expropiación de los recursos productivos de éstas en favor de los
miembros de una casta dominante como fenómeno generalizado.67
En el mismo sentido, ya en el terreno de las mentalidades y la cultura -y a
partir de observaciones como las que hace Sahagún sobre los vínculos entre
religiosidad y vida cotidiana en el México prehispánico-, cabría preguntarse si
aquel tipo de familia ecológica esencialmente vegetal no favorecería un desarrollo
más prolongado y complejo del panteísmo en la relación de los grupos indígenas
con la naturaleza y en su actitud ante ella, tan distinta a la planteada en el Génesis,
donde el resto de las especies es ofrecido a los humanos como objeto de
explotación y dominación. La complejidad de los panteones mexica y kechwa, en
este sentido, no vendría a constituir un caso de desarrollo retrasado respecto al
modelo grecorromano -a partir del cual fueron interpretados por los cronistas

aprovechar todas sus potencialidades económicas. La capacidad de trabajo está insuficientemente utilizada, no se usan los
medios tecnológicos plenamente y los recursos naturales se dejan sin explotar". No se trata, agrega, "de que el producto de
las sociedades primitivas sea bajo", sino de que la producción "es baja en relación con las posibilidades existentes", con lo que
la "subproducción" no resulta necesariamente incompatible con la "opulencia", ya que "todas las necesidades materiales de la
gente pueden verse satisfechas con facilidad, aun cuando la economía se desarrolle por debajo de su capacidad" (1983:13,55)
67
Esta circunstancia parece haber incidido, a su vez, en las formas de poblamiento de las regiones de mayor desarrollo
civilizatorio, donde con toda evidencia coexistían un número relativamente reducido de núcleos densamente poblados -
como la propia México-Tenochtitlán- con amplias zonas de población dispersa, cuya concentración en poblados constituyó
uno de los medios más importantes utilizados por los conquistadores europeos para la reorganización económica y el control
político que exigía la relación con el medio natural de la que dependía la civilización de la que eran portadores, según se verá
con mayor detalle en el próximo capítulo.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 57

religiosos de la Conquista-, sino un caso diferente de desarrollo, gestado a partir las


restricciones inherentes a un modo distinto de relación con el medio natural.
En esta perspectiva, la evaluación del desarrollo separado de las
civilizaciones prehispánicas en América tendría que tomar en cuenta, además de lo
creado por ellas, aquello que no crearon en su relación con su medio natural y que,
finalmente, vendría a tener un importante papel en el curso de esa relación a partir
de la conquista europea. El escaso desarrollo de la metalurgia, por ejemplo, dio
lugar a una consecuente abundancia de recursos minerales inexplotados de gran
demanda en Europa, tal como el previo exterminio de los grandes mamíferos creó
una premisa sin la cual no cabe explicar el extraordinario florecimiento de las
especies domesticadas traídas por los europeos a la región.
Aun así, es necesaria una visión todavía más amplia para entender a
cabalidad lo rápido y exitoso de la incorporación de las tierras americanas al
espacio económico europeo, y el altísimo costo de esa incorporación para los
primeros americanos. Para Alfred Crosby, por ejemplo, las experiencias
acumuladas por los europeos en Africa y el Medio Oriente en el período
inmediatamente anterior a la conquista de América revelaron la necesidad de un
conjunto de condiciones "para la exitosa implantación de colonias o asentamientos"
fuera de su "continente de origen":

Primero, el asentamiento en perspectiva debería estar situado donde la tierra y el


clima fueran similares a los de alguna parte de Europa. Los europeos y sus
camaradas comensales y parásitos no eran muy duchos en adaptarse a tierras y
climas realmente ajenos y extraños, pero eran muy buenos para construir nuevas
versiones de Europa a partir de un medio adecuado a ese propósito. Segundo, las
colonias en perspectiva tenían que estar en tierras distantes del Viejo Mundo, de
modo que no hubiera -o fueran escasos- en ellas los predadores u organismos
patógenos adaptados a nutrirse de los europeos y de sus plantas y animales. La
distancia, además, garantizaba que los humanos indígenas no dispondrían -o sólo
lo harían en número limitado- de especies de servicio tales como los caballos y el
ganado; esto es, que los invasores contarían con el apoyo de una familia extendida
mayor que la de los nativos, una ventaja probablemente más importante que la de
una tecnología militar superior, sobre todo en el largo plazo. De igual modo, la
distancia garantizaba que los indígenas carecerían de defensas contra las
enfermedades que los invasores trajeran consigo.(1990:103)
Tales eran, precisamente, las condiciones ambientales que presentó el
espacio americano, particularmente en sus regiones de mayor desarrollo
civilizatorio, en el momento de su ingreso a una órbita que hasta entonces le había
sido por entero ajena. No es de extrañar, en ese sentido, que el mundo americano
resultara nuevo -si bien en sentidos tan distintos como antagónicos- para todas las
partes que concurrieron a formarlo a partir del siglo XVI.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 58

III. La Fase II: El desarrollo articulado


en la economía-mundo europea.
El tallo esbelto debió dejarse erguido,
para que pudiera verse luego
en toda su hermosura
la obra entera y florecida de la Naturaleza.
-¡Robaron los conquistadores una página al Universo!

José Martí,
"El hombre antiguo de América
y sus artes primitivas".

1. La transición
El siglo XVI -y en especial su segunda mitad-, constituye el escenario de un
período de transición decisivo para la conformación de lo que llegaría a ser la
América Latina. Aquí coinciden dos procesos -la conquista europea, y la
reorganización subsecuente de las sociedades y los espacios americanos- cuya
íntima vinculación los hace parecer a veces simultáneos cinco siglos después. Esa
impresión, sin embargo, es engañosa: el proceso abarca tres, quizás cuatro
generaciones, y serán los nietos de quienes desaten el cambio quienes finalmente se
encuentren con una normalidad realmente nueva.
La conquista y reorganización de América por los europeos expresan dos
componentes centrales de toda transición entre civilizaciones: la desarticulación de
la realidad preexistente y, simultáneamente, la rearticulación de un amplio número
de los elementos de ésta en torno a las estructuras creadas, para otros fines, por los
hombres de la realidad nueva. Ninguna otra de las transiciones de la historia
americana es tan compleja como ésta, ni de resultados tan decisivos para la
relación sociedad/naturaleza en el largo plazo.
La transición del siglo XVI inaugura, en efecto, una "larga duración"
enteramente distinta en sus tendencias de evolución a la que la precedió, y
crecientemente diferenciada de la que la indujo a surgir a través de la conquista,
esto es, la correspondiente a la España de la Reconquista y su entorno europeo.68
Aun así, parte de la complejidad del proceso tiene que ver con determinadas

68
Segun Gligo y Morello(1980:136), "Los ocho siglos que duró la reconquista de la península española fueron un
antecedente, una preparación histórica en la conquista y la colonización de las tierras americanas. Cuando los españoles
comenzaron a invadir el Nuevo Mundo, emprendieron su conquista con la idea de propagar y defender la fe católica, de
extender los dominios de la Corona y ganar fama, honra y riqueza para ellos. La reconquista peninsular les había
proporcionado una ideología que justificaba su expansión: le teoría medieval sobre la justa guerra de cristianos contra
infieles". Apud: Florescano, Enrique: "Colonización, ocupación del suelo y 'frontera' en el norte de Nueva España, 1521-1750",
en Tierras Nuevas, El Colegio de México, México, 1973. Florescano a su vez cita a Silvio Zavala: New Viewpoint on the Spanish
Colonization of America, University of Pennsylvania Press, Filadelfia, 1943.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 59

similitudes entre las civilizaciones enfrentadas, y con la naturaleza del contexto


histórico global en que ocurre la conquista.
Tanto la España conquistadora como los núcleos más avanzados de las
civilizaciones conquistadas, en efecto, parecen haber compartido importantes
elementos de aquel "modo de producción tributaria" que, para Samir Amin, se
caracteriza por "el carácter transparente de la explotación económica" en
"sociedades precapitalistas avanzadas (donde las clases y el Estado están
claramente concretadas)", distinto a los "modos de producción comunitaria" en las
que esa concreción no ha culminado. Ese "estadio tributario", a su vez, comprende
como rasgos fundamentales: "i) un importante desarrollo de las fuerzas
productivas; una agricultura sedentaria que puede asegurar... un excedente
sustancial y garantizado, actividades no agrícolas (artesanales) que emplean un
equipo de conocimientos técnicos y un instrumental (con excepción de maquinaria)
variados; ii) actividades improductivas desarrolladas, correspondientes a la
importancia de ese excedente; iii) una división de clases basada en esta base
económica y iv) un Estado que supera la realidad aldeana".(1989:18,19,149)69
La España de la época era, en efecto, una sociedad tributaria, fuertemente
jerarquizada y de evidente influencia teocrática. Aunque contaba con la ventaja,
sobre los imperios tributarios de base agrícola comunitaria que destruyó, de su
íntima vinculación a la economía-mundo de Europa Occidental, su conducta ante
las tierras y pueblos conquistados dista mucho sin embargo de la que, de mediados
del siglo XVIII en adelante, adoptarían los colonialismos de las sociedades
europeas de desarrollo capitalista más avanzado.
En este sentido, la conquista española de América a comienzos de aquel
"siglo XVI largo" (1450-1650) de que habla Wallerstein, constituyó a un tiempo un
efecto de -y una respuesta a- la necesidad europea de "una base territorial mayor
sobre la que apoyar la expansión de su economía, que pudiera compensar la crítica
declinación de las rentas señoriales y que pudiera cortar por lo sano la naciente y
potencialmente más violenta guerra de clases que implicaba la crisis del
feudalismo", que pudiera proporcionarle a Europa, además, las "muchas cosas"
que necesitaba: "oro y plata, materias primas, proteínas, medios para conservar las
proteínas, alimentos, madera, materiales para procesar los textiles. Y... una fuerza
de trabajo más tratable". (1991:72)
El impacto que resulta de ello es de tal amplitud y complejidad transición
con ruptura o, más aún, con un conjunto de rupturas decisivas. En efecto, la
tecnología agropecuaria, militar, minera, de transporte, así como las técnicas de
encuadramiento político-administrativo y cultural españolas, permiten establecer
69
La diversidad de formas posibles de este estadio, agrega Amin, no excluye como rasgo común que "la extracción del
trabajo excedente siempre está regida por la dominación de la superestructura en el marco de una economía regida por el
valor de uso", con lo que el "modo feudal" resulta una variante del tributario, mucho más amplio y diverso.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 60

las bases de un modelo de civilización capaz de expanderse sobre espacios hasta


entonces vedados. Tal es el caso, por ejemplo, de la superación entre 1550 y 1600
del límite tecnológico de la civilización mesoamericana en su proyección hacia el
Norte, hasta entonces determinado por la disponibilidad de lluvias suficientes para
sostener la agricultura de temporal organizada en torno al sistema maíz-frijol-
calabaza.70 Esa ruta hacia el Norte está señalada ya en 1580 por la ampliación de los
espacios del trigo, el arado y el pastoreo, compañero constante de éstos, exigidos a
su vez por la creación de una gran novedad del período: los espacios mineros.
Pero, y sobre todo, los nuevos paisajes van surgiendo como expresión del
paso de la vieja combinación de policultivo y recolección a una producción
crecientemente especializada, de carácter a menudo predatorio y destinada en lo
fundamental a la exportación. Esto se hace evidente, por ejemplo, en el sistema
mina-hacienda que pasa a constituirse en uno de los grandes ejes de articulación de
la sociedad nueva. Aquí, como observa Lockhart, el nexo entre ganancia y mercado
"estuvo presente desde el mismo inicio", y el siglo XVI fue, "precisamente",

el momento de mayor desorden en todo México, en busca de productos y técnicas


de producción, en la esperanza de encontrar algo que fuera vendible en Europa,
primero; de no lograr eso, en la de encontrar algo vendible en la Ciudad de México;
de fallar eso también, entonces algo vendible en el mercado local (pues la
preferencia se remitía, sencillamente, a mercados mayores y más poderosos por
sobre mercados menores, más débiles).(1976:22)71

Ese "desorden", en todo caso, tiene una lógica que, si en lo cultural se hace
sentir en los cambios que experimenta la actitud dominante ante los recursos
naturales, en lo político se expresa a través de la novedad mayor de la
subordinación del conjunto del proceso histórico a una estructura de poder a un
tiempo centralizada y exógena. La conformación de esa estructura -a través de la
injerencia en América de "una civilización devastadora, dos palabras que, siendo
un antagonismo, constituyen un proceso" (Martí,1975: VII, 98)-, sin embargo,
resulta de un proceso menos rápido y totalizador de lo que parece a primera vista,
en el que el problema del control de los recursos humanos y naturales de la región
desempeña un papel de primer orden.

70
Rojas (1990:17) se refiere a una frontera "suave" hacia el sur -de la desembocadura del río Motagua al golfo de Nicoya,
pasando por el lago de Nicaragua-, en la que coexistían "grupos cultivadores", en contraste con una frontera "dura" al norte -
aproximadamente del río Pánuco al Sinaloa, pasando por el Lerma- en la que los cultivadores mesoamericanos se
enfrentaban con cazadores y recolectores. Esta frontera, dice "se diferenció de la frontera sur 'por un grado mucho mayor de
movilidad e inseguridad, alternando en ella épocas de expansión al norte con otras de retracción hacia el sur'. La práctica de
la agricultura expresaba también esta movilidad".
71
Y agrega: "Si al cabo algunas propiedades en algunos lugares parecían vender muy poco a cualquiera, ello se debe a que
carecen de un producto y un mercado; aun así están orientadas al mercado, tras ajustarse a la situación del mercado local de
la única manera en que les fue posible".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 61

Ya con Cortés, con Balboa, con Pizarro, la conquista desemboca en la lucha


rápidamente frustrada de los conquistadores frente a la Monarquía española por
una autodeterminación encaminada, en primer término, a la búsqueda de ventaja
propia en la disposición de los recursos de las tierras recién conquistadas. Con ello,
en el proceso mismo de la conquista, la desarticulación de las economías-mundo
americanas y su rearticulación a la europea a través del nexo español inauguran en
un mismo impulso el problema de la autodeterminación como uno de los factores
de conflicto que animarán el desarrollo histórico de la región.72
Para el caso peruano, por ejemplo, Carlos Sempat Assadourian plantea que
el Estado metropolitano debe "formular y encauzar una política de estructuración
del territorio dominado, valorando las realidades económicas y sociales
preexistentes como las nuevas formas concretas que impone el grupo privado de
los conquistadores". Para ello, agrega, ese Estado "dispone los cercos para evitar las
conexiones disruptivas con otros espacios y canaliza los intercambios entre
colonias y metrópoli mediante un estricto sistema de accesos", en un empeño
constante por "lograr dominios cerrados, sin canales de escape que le signifique
compartir con otros países el excedente colonial".73 (1983:148-149)
Así, para 1650 se habrá gestado ya una normalidad nueva, en la que la
América española se define en el marco de un sistema mundial cuyo centro radica
en "la minúscula Holanda o, mejor dicho, Amsterdam", mientras las zonas
"intermedias, secundarias", son "el resto de la Europa muy activa": los países del
Báltico, del mar del Norte, Inglaterra, Alemania del Rhin y del Elba, Francia,
Portugal, España e Italia. En este sistema, figuran ya como "regiones marginales"
Escocia, Irlanda y Escandinavia, al norte; toda la Europa situada al este de la línea
Hamburgo-Venecia; la parte de Italia al sur de Roma (Nápoles y Sicilia), y
finalmente, al otro lado del Atlántico, "la América europeizada, zona marginal por
excelencia".
Con la excepción de Canadá y las colonias inglesas de América del Norte,
además, esa "América europeizada" se encuentra "en su totalidad, bajo el signo de
la esclavitud", mientras "los márgenes de la Europa central, hasta Polonia y más
allá", constituyen la zona de la "segunda servidumbre", restablecida en esas regiones
72
En lo que toca a los fines y los medios de disposición de los recursos naturales, por ejemplo, se encuentra un caso
temprano en la prohibición de la producción de seda por los indígenas mexicanos que hace la corona española ya en 1596,
para proteger el comercio de la fibra con Filipinas. El caso abarca además otras fibras: en 1545 "se ordenó autorizar la
siembra del lino y cáñamo e inducir a los indios a cultivarlos así como enseñarles a hilar y tejer lino. El virrey Velasco I
recibió orden de cumplir esa disposición. Pronto surgió la oposición de los monopolistas comerciantes peninsulares que
veían peligrar sus intereses con el crecimiento de la industria textil de la Nueva España. Presionada, la Corona reconsideró
su política inicial", con lo que el conde de Monterrey inició una práctica de desestímulo "con disimulo tal que no se percibiera
ser prohibición total".(Lira y Muro,1987:400-401)
73
De allí, "cuatro rasgos distintivos de la políticas de encuadramiento. 1.La jerarquización de Lima como único punto de
entrada y salida del espacio.2.La oclusión hacia el Atlántico portugués.3.La resistencia y negativa al entronque con el circuito
Veracruz-Manila, con su escape a China e India. 4.La regulación estricta de las relaciones de intercambio con los otros
espacios coloniales de la América española".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 62

en el siglo XVI, tras haber desaparecido casi por completo, al igual que en
Occidente. (Braudel, 1986:99). Esta perspectiva permite afirmar que, además, el
problema de la autodeterminación se presentará en estrecha relación con el de la
creciente asimetría en las oportunidades de progreso que el mundo así organizado
ofrece a las partes que lo integran.
En efecto, aun antes de transformarse en el centro de una economía
mundial, la economía-mundo europea aparece ya signada por "la yuxtaposición y
la coexistencia" de sociedades que van desde la holandesa, ya capitalista, hasta las
"serviles y esclavistas, que ocupan los peldaños más bajos de la escala". Con ello, se
crea una situación en la que "las zonas externas nutren a las zonas intermedias y,
sobre todo, a las centrales", ante la cual cabe preguntarse:

¿Y qué es el centro sino la punta culminante, la superestructura capitalista del


conjunto de la edificación? Como hay reciprocidad de perspectivas, si el centro
depende de los suministros de la periferia, ésta depende a su vez de las
necesidades del centro que le dicta su ley... De ahí el peso de la afirmación de
Samuel Wallerstein: el capitalismo es una creación de la desigualdad del mundo;
necesita, para desarrollarse, la complicidad de la economía internacional. Es hijo de
la organización autoritaria de un espacio evidentemente desmesurado. No hubiera
crecido con semejante fuerza en un espacio económico limitado. Y quizás no
hubiese crecido en absoluto de no haber recurrido al trabajo de
otros.(Braudel,1986:99,100)

Ese dictado de necesidades, que se resuelve entre otros medios con el


recurso al valor creado por otros a través del "trabajo forzado en cultivos para el
mercado" (Wallerstein,1991:127)74, constituye justamente una de las claves
fundamentales de la historia ambiental de América Latina. En esa historia, el siglo
XVI se nos presenta como un período de creación de las premisas -demográficas,
culturales, tecnológicas, políticas y, naturalmente, económicas- que harían posible
el funcionamiento de esa clave en la escala de una verdadera "economía de rapiña",
y que en su reproducción gestaron algunas de las raíces de las estructuras en torno
a las cuales se desenvuelve hasta hoy la relación de nuestras sociedades con el
mundo natural.

74
El cual incluía además una amplia variedad de formas: "esclavos que trabajan en plantaciones de azúcar y en operaciones
mineras de excavación en la superficie... "siervos" que trabajaban en grandes dominios donde se cultivaba el grano y se
cosechaba madera... granjeros arrendatarios, dedicados a varios tipos de cultivos para el mercado..., y trabajadores
asalariados en algunas explotaciones agrícolas. Cada uno de esos modos de "control del trabajo", agrega Wallerstein, "es el
más adecuado para tipos particulares de producción", y la concentración de estos modos "en diferentes zonas de la
economía-mundo -la esclavitud y el "feudalismo" en la periferia, el trabajo asalariado y el autoempleo en el centro y... la
aparcería en la semiperiferia" respondía a que la economía mundo "estaba basada precisamente sobre el supuesto de que
estas tres zonas existían, y tenían de hecho diferentes modos de control del trabajo. De no haber sido así, no hubiera sido
posible garantizar el tipo de flujo de excedentes que hizo posible que apareciera el sistema capitalista". (1991:120,121)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 63

2. La conquista como proceso de creación de nuevas


premisas en la relación sociedad-naturaleza.
"En la conquista de lo que hoy es la América Latina, dice Don R. Hoy, los europeos
consideraron que algunas regiones eran de valor, en tanto que a otras las
desecharon como inútiles". Muchas de esas regiones -como las zonas costeras del
Atlántico mesoamericano-, sin embargo, habían sido consideradas valiosas por una
amplia gama de culturas y civilizaciones prehispánicas. Siendo Hoy un partidario
convencido de que los recursos son una creación cultural, esta diferencia plantea el
problema de los intereses a que respondía la cultura nueva.
Segun Hoy, en efecto, parte de la evaluación del nuevo medio ambiente se
basó "en el número y características de los habitantes indígenas", lo que en ningún
caso excluyó la importancia otorgada al ambiente físico. De este modo, por
ejemplo, la ubicación de yacimientos de oro y plata se constituyó en un factor de
importancia en la fundación de ciudades, el traslado a las mismas de trabajadores
provenientes de otras zonas, y el fomento de zonas de producción agropecuaria y
rutas de transporte para abastecerlas. El mayor obstáculo a dicha expansión, por
otra parte, se encontraba en las "limitaciones ambientales" al cultivo o la cría de las
nuevas especies incorporadas al mundo natural americano.(1988b: 555)75
Esta perspectiva suele conducir a que el problema del impacto ambiental de
la conquista europea sea abordado mediante descripciones de mayor o menor
riqueza de los intercambios tecnológicos y culturales entre la civilización
devastadora y la devastada, y al uso del concepto de mestizaje como medio para
un ajuste de cuentas, generalmente benévolo, sobre los resultados del proceso.76
Con toda la riqueza de sus aportes, sin embargo, ese planteamiento resulta
insuficiente para una historia ambiental, obligada a preguntarse por el modo en
que fue modificada la sociedad en el marco de -y para- la modificación de sus
relaciones con el medio ambiente; por las consecuencias que tuvieron esas
modificaciones para ambas partes y, finalmente, por las estructuras y procesos
relevantes para comprender nuestro presente que surgieron de todo ello.

75
La desmesura del espacio sometido es otro factor a tomar en cuenta. Los españoles, dice Hoy "exploraron, establecieron su
soberanía y organizaron política y económicamente una superficie de aproximadamente 24.6 millones de kilómetros
cuadrados" que iba desde California hasta Tierra del Fuego, en un lapso de sesenta a setenta años.(1988b: 551) Esas
magnitudes, sin embargo, pueden resultar engañosas si se toman en cuenta las restricciones culturales, tecnológicas y de
interés económico que normaron la fase inicial de ocupación efectiva del territorio y el ejercicio de aquella soberanía, a las
que se refiere el propio Hoy en el párrafo que citamos.
76
Otros autores -como Long-Solís (1986), Weatherford (1988), Warman (1988), Wallerstein (1991) y Crosby (1991)- enfatizan
más bien -con perspectivas, detalle y complejidades distintas- la importancia de los aportes americanos a la plena
maduración y el desarrollo de la civilización Occidental.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 64

La respuesta a esas preguntas tendría que abarcar una enorme diversidad


de temas,77 que exceden tanto los límites de este trabajo como la capacidad de
quien intenta realizarlo. Ante esa dificultad, se ha optado por hacer un énfasis
particular en tres aspectos del proceso: los cambios sociales y demográficos
ocurridos en la transición; las grandes transformaciones del espacio, y la formación
de las mentalidades que pasarían a dominar la valoración de los recursos naturales
de la región.

La dimensión sociodemográfica.
En el caso de la población, el aspecto más tratado en el período es el de la
catástrofe demográfica que recorre el siglo XVI y la primera mitad del XVII,
asociada al proceso de conquista y reorganización de las sociedades americanas.
En el clima intensamente ideologizado de la crisis contemporánea -exacerbado en
este caso además por los debates en torno al Quinto Centenario de la conquista
europea de América-, la discusión acerca de esa catástrofe adopta tonos que, a
veces, recuerdan la observación atribuida a José Stalin según la cual un muerto es
una tragedia, pero un millón de muertos constituye apenas una estadística.78
Hay acuerdo, en todo caso, acerca de la magnitud del colapso en términos
relativos. Según Nicolás Sánchez-Albornoz (1973:60-72), por ejemplo, la población
indígena se vio reducida en un orden del 75 al 95 por ciento a lo largo del siglo que
inaugura la conquista, con respecto a la existente hacia 1500. Para otros, en el
momento del contacto la población americana podía representar cerca del 20% del
total de la humanidad; un siglo después, incluyendo a los europeos recién
inmigrados, esa proporción no excedía el 3% y, para mediados del siglo XVIII -ya
en una circunstancia de acelerado crecimiento demográfico en Europa-,
representaba "apenas el 1.6%". Hoy, los americanos representarían "casi un 14% de
la población total del mundo, estimada en 5,112 millones de habitantes".
(PNUMA/MOPU,1990:64,65)
El debate sobre las causas de esa catástrofe es viejo ya, y dista mucho de
estar resuelto. Para la década de 1540, Fray Toribio de Motolinía, misionero
franciscano en Nueva España, nos ofrece un testimonio que, en lenguaje de

77
Como, por ejemplo, las relaciones entre la creación de premisas culturales para el nuevo modelo de dominación y
determinadas prácticas alimentarias, como en el caso de las severas restricciones al cultivo y consumo del amaranto por
parte de la Iglesia novohispana, debido al papel de ese cereal en ceremonias religiosas prehispánicas.
78
El tenaz liberal Jean-Francois Revel plantea por ejemplo que hay que buscar la causa del descenso demográfico indio
después de la conquista, "menos en la espada de los conquistadores que en las enfermedades contagiosas... transmitidas por
éstos a los indios carentes de defensas inmunitarias. Como contrapartida, los indios comunicaron a los españoles la sífilis,
que haría una larga carrera en Europa. La mentira demográfica, además, ha engordado las cifras. La América precolombina
era casi un desierto: sus dos principales polos de población, Perú y México, no contaban cada uno con más que tres o cuatro
millones de habitantes y el resto de las Américas más o menos otros tantos... En el inmenso norte, desde el río Grande hasta
Alaska, erraba un millón escaso de personas y no diez millones, cifra fantástica y fantasiosa que pretenden los indios
actuales."(1992:15)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 65

acentuado tono religioso, aporta un notable análisis sistémico. "Hirió Dios esta
tierra", dice, "con diez plagas muy crueles por la dureza é obstinación de sus
moradores, y por tener cautivas las hijas de Sión, esto es, sus propias ánimas, so el
yugo de Faraón".
La primera plaga fue una epidemia de viruela "la cual enfermedad nunca en
esta tierra se había visto", ocurrida ya en el momento de la conquista de México-
Tenochtitlán y seguida once años después por otra de sarampión, "de la cual desde
los menores hasta los mayores murieron casi la mitad". La segunda consistió en las
matanzas que acompañaron a "la conquista de esta Nueva España, en especial
sobre México". La tercera fue "una muy grande hambre que sucedió en siendo
ganada México, ca como no pudieron sembrar con las grandes guerras, unos
defendiendo la tierra é ayudando á los mexicanos, otros siendo en favor de los
españoles, é lo que sembraban unos, los otros lo talaban é destruían, no tuvieron
que comer".
A las epidemias y la guerra, se sumó como cuarta plaga la explotación de los
indígenas por los "calpixques ó estancieros", que organizaban su trabajo forzoso,
siendo "(tan) absolutos... en maltratar los indios y en enviarlos cargados lejos tierra,
y poniéndolos en otros trabajos, de los cuales hartos murieron". La quinta consistió
en "los tributos grandes y servicios que los indios hacían", que eran "tan continuos"
que "para los cumplir vendían los hijos y las tierras á los mercaderes, y faltando de
cumplir el tributo hartos murieron por ello, uno á tormentos, otros en prisiones, de
las cuales salían tal que muchos morían".
La sexta plaga consistió en el trabajo forzado en las minas de oro; la séptima,
en "la edificación de la gran ciudad de México", en la que "los primeros años
andaba más gente que en la edificación del templo de Jerusalem en tiempo de
Salomon", para la cual los indígenas debieron aportar a costa de sus propias
comunidades los materiales, los trabajadores y la alimentación de éstos que "si no
traen que comer, ayunan". La octava fue la esclavización masiva de indígenas, de
los que "de todas partes entraban en México grandes manadas como de ovejas para
echarles el hierro".
La novena plaga surgió del abastecimiento y transporte forzoso de
alimentos a las minas, y el pago de tributo en forma de trabajo en las mismas,
donde murieron tantos que "el hedor... causó pestilencia... é eran tantas las auras é
cuervos que venían a comer los cuerpos muertos, é andaban cebadas en aquella
cruel carnicería, que hacían gran sombra al sol". Y la décima, finalmente, tuvo por
causa "las divisiones y bandos entre los españoles que estaban en México", que
prolongaron en las guerras civiles los estragos de las guerras de conquista, y
estimularon a la vez el riesgo de insurrecciones indígenas, y la represión contra
ellos. (1970:10-15)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 66

De Motolinía acá, la percepción reciente de las causas y el carácter del


colapso demográfico, sin negar la incidencia de los demás factores -"las epidemias,
las guerras de conquista, la sobreexplotación de la mano de obra indígena, la
desorganización social y la ruptura de los patrones culturales preestablecidos,
incluyendo las reglas de nupcialidad y parentesco"- como agravantes, tiende a
destacar "el componente sanitario como factor causal de un orden de magnitud
superior, que por sí solo podría explicar un colapso demográfico como el que
experimentó el continente". A ello se agrega la "manera significativa" en que "la
vulnerabilidad del sistema inmunológico indígena frente a los nuevos y
microscópicos invasores producía resultados muy distintos según el contexto
geográfico: la mortandad fue mucho más intensa en el Caribe y en las tierras bajas del
trópico húmedo que en los altiplanos".(PNUMA/MOPU,1990:65)
En esta perspectiva, además, y considerando el proceso en su conjunto, esa
vulnerabilidad indígena frente a las enfermedades importadas, "que supuso un
hecho casi milagroso para las intenciones militares de los conquistadores", se
transformó muy pronto en "una maldición que privó a los colonizadores de la
antes abundante mano de obra local, en la que residía la principal riqueza
americana". Ello, a su vez, dio lugar a nuevos problemas derivados de la escasez de
fuerza de trabajo "explotable", que "constituyó durante tres siglos una constante
rémora para los proyectos productivos del período colonial". En este punto, sin
embargo, cabría hacer algunas reflexiones que podrían contribuir a enriquecer el
debate planteado.
El ritmo de descenso de la población aborigen parece haber sido, sin duda,
muy intenso ya en los primeros años de la invasión, sobre todo en las Antillas
Mayores.79 Gibson, por ejemplo, que concuerda con la idea de que las
enfermedades epidémicas fueron una causa fundamental en la catástrofe
demográfica, distribuye en el tiempo el impacto de esa causa para llegar al
siguiente panorama:

Una gran cantidad de epidemias mayores y menores afectó al valle de México en el


período colonial... Las más severas y amplias ocurrieron en los años 1545-48, 1576-
81 y 1736-39. Pero las epidemias menores fueron a menudo intensamente
destructivas en áreas limitadas, y en los siglos XVI y XVII el despoblamiento
continuó entre las epidemias.(1964:136,137)

79
Segun PNUMA/MOPU, por ejemplo, la isla de La Española, a la que atribuye una población de 1 millón de habitantes al
momento del "contacto", "contaba en 1548 con no más de 500 indígenas, entre niños y adultos". La población aborigen de
México, a la que asigna 20 millones de habitantes, "se redujo a poco más de un millón un siglo más tarde". Una nota al pie
agrega, además, que "la mayor caída en la población novohispana se verificó entre 1520 y 1545", cuando los habitantes
indígenas disminuyeron "en por lo menos 19 millones de personas" (esto es, se redujeron a la misma cantidad cuya existencia
menciona para "un siglo más tarde").
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 67

Lira y Muro , por su parte, se refieren a "la gran epidemia" de 1576-1579


como a "una catástrofe demográfica que vino a cambiar la relación entre indios y
españoles", pocos años después de que Felipe II dictara sus Ordenanzas de Población,
"primera legislación de carácter general que trató de imponerse en el mundo
colonial, pues todas las disposiciones anteriores habían sido dictadas frente a
situaciones particulares, sin ese intento de ordenación general". Esa catástrofe,
señalan, "produjo una mortandad de más de dos millones de indios. La fuerza de
trabajo para minas y empresas de españoles escaseó entonces, las autoridades se
vieron obligadas a tomar medidas para racionar la mano de obra y evitar el abuso
brutal de los indígenas sobrevivientes" (1987: 377), en una circunstancia en la que,
al propio tiempo,

la población mestiza había aumentado a tal grado que iba imponiendo un trato
económico y social que no se había previsto. Mestizos, negros libres y esclavos
huidos, al lado de criollos y españoles sin lugar fijo en la sociedad concebida como
una organización de pueblos de indios y ciudades y lugares de españoles, alteraron
el orden ideado por las autoridades españolas, en cuyo pensamiento sólo cabía una
sociedad compuesta por "dos repúblicas, la de indios y la de españoles".

Las fechas y circunstancias mencionadas sugieren que el pleno significado


histórico del colapso demográfico indígena sólo empezará a emerger en la medida
en que los datos de que se dispone al respecto sean puestos en relación con otras
dimensiones del período. En el caso novohispano, por ejemplo, las dos grandes
epidemias que menciona Gibson ocurren a una y dos generaciones de distancia del
momento de la conquista europea, siendo la segunda la que provoca el mayor
trastorno socioeconómico. Parsons, citado por Gligo y Morello, plantea a su vez
que "El nadir del número de indígenas parece haber ocurrido entre 1570 y 1650".
Todo parece sugerir que, además del factor sanitario, incidió en el gran
colapso demográfico una circunstancia en la que "la desintegración social
desempeñó un papel por lo menos comparable con la introducción de
enfermedades europeas". Esa circunstancia, en efecto, supuso -al mismo tiempo
que el exterminio físico en gran escala de la población americana-, "la destrucción
de actividades productivas ajustadas al ambiente, la desaparición de la clase de los
sacerdotes que tenían el conocimiento empírico más evolucionado y con ellos, de
técnicas y tácticas ecológicamente apropiadas".(Gligo y Morello,1980:138)
En esta perspectiva, lo planteado por Lira y Muro sugiere que la epidemia
de 1576 llevó a su límite demográfico extremo la capacidad de supervivencia de las
sociedades indígenas en el marco de las formas iniciales de su subordinación a las
necesidades de trabajo y capacidades de sostenimiento de la vida humana que
caracterizaban al nuevo orden de relaciones con el medio ambiente. En este
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 68

sentido, la catástrofe demográfica podría ser vista, en el plano que nos interesa,
como parte del proceso más amplio de tránsito entre sociedades endodeterminadas
a otras exodeterminadas, esto es, organizadas en función de las necesidades de
reproducción y desarrollo de una metrópoli distante.
Al respecto, es interesante observar que -segun Lira y Muro- la pérdida de
mano de obra indígena coincide con un momento de notable incremento de la
población mestiza -tanto hispano-indígena como afro-indígena-. Pero esa
población nueva no es valorada como recurso productivo, sino por el efecto
disruptivo de su condición de vagancia, que se convertirá en un fenómeno
permanente a lo largo del período de dominación española, sin que parezca haber
tenido equivalente verdadero en las sociedades prehispánicas. Esto sugiere que es
la crisis demográfica indígena la que aparece asociada a una crisis en el
abastecimiento de mano de obra para la economía de rapiña en primer término.
La vagancia de los mestizos, en efecto, se presenta como un problema
europeo trasladado a América, en un peculiar intercambio de excedentes: el del
trabajo indígena por el de hombres apartados del mundo del trabajo en el orden
social surgido de la conquista. La abundancia simultánea de vagos malvivientes y
de propietarios que se quejan por la escasez de mano de obra constituye en verdad
una curiosa "intersección" entre un problema social y uno económico, en la que se
vinculan un régimen social de castas y sus efectos sobre el mundo del trabajo.
En efecto, el régimen de castas -que se anuncia ya en el ideal de un
"desarrollo separado" en el que se articulan las repúblicas de indios y españoles, de
un modo que no dejan de recordar al apartheid sudafricano, incluso en el derecho a
un autogobierno limitado que se concede a los primeros-, crea una escasez
artificial, cultural, de fuerza de trabajo para renglones fundamentales en la nueva
economía. Frente a esa escasez, el paso de la producción diversificada prehispánica
a la especializada que reclama la economía-mundo europea se traduce, a su vez, en
un singular proceso de organización de las actividades productivas en torno a
grupos etnoculturales también especializados.
El indio permanece a la larga como un agricultor comunitario, de quien
depende una parte sustancial de la producción de alimentos para el consumo
interno, y al que además se le exige tributo en trabajo, especie y, a la larga, sobre
todo en dinero. Las actividades vinculadas al mercado exterior (minería,
plantación) y de producción de insumos para las mismas (ganadería, ciertas
formas de artesanía y obrajes), pasan a depender de esclavos africanos,80 mestizos e

80
Los datos de que disponemos para el caso de Nueva España indican la presencia de 30,000 esclavos africanos (y 2,435
afromestizos) en 1570, esto es, en las vísperas del "cambio de relación" a que se refieren Lira y Muro; para 1646, ascienden a
35,089 esclavos y 116,529 afromestizos; para 1742, los esclavos han descendido en número a 20,131, mientras los afromestizos
llegan a 266,000. Para 1783, finalmente, no se mencionan esclavos, pero el número de afromestizos ha llegado a 784,000.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 69

indios naboríos -desligados de sus comunidades y en proceso de aculturación-, que


a la larga van constituyendo una periferia laboral de la economía como asalariados
eventuales, productores artesanales para el mercado interior y, posteriormente,
peones de hacienda.81
Los criollos, por su parte, administran, comercian y se van abriendo paso en
la cultura, la Iglesia y las artes, mientras los españoles gobiernan y comercian. De
este modo, se conforma una situación en la que categorías como "base material" y
"superestructura" designan en los hechos no sólo dos dimensiones de la estructura
social global, sino además dos realidades etnoculturales y demográficas bien
diferenciadas: para 1810, se estima una población total de unos 5,000,000 de
personas en México. Un millón son blancos; el resto, no son.
Con ello, cabría afirmar que la implantación de la economía de rapiña en
América termina por propiciar la estructura sociodemográfica más adecuada a sus
necesidades fundamentales. Y eso implica, por ejemplo, que el abuso y deterioro
acelerado de los recursos humanos -en primer término de la población indígena-
no se limite a su abrupta reducción cuantitativa, sino además a las severas
restricciones a su crecimiento posterior.
Al respecto, se ha llegado a plantear que el inicio de la recuperación
demográfica en el siglo XVII podría estar asociada a la disminución de la demanda
de trabajo sobre los indígenas. Pero la tenacidad de la situación creada se expresa
sobre todo en que la catástrofe demográfica parezca ser un proceso aún en marcha:
si bien sus premisas biológicas iniciales parecen constreñidas hoy a grupos
indígenas reducidos como los que habitan la Amazonía, sus premisas sociales de
sobrexplotación, desorganización, pobreza y deterioro de la calidad de vida
continúan esencialmente intactas y tienden a recuperar con rapidez creciente su
influencia entre sectores cada vez mayores de la población latinoamericana.82

Las transformaciones del espacio


"Las epidemias", dice María de los Angeles Romero, "fueron el gran aliado de la
agricultura y la ganadería españolas".(1991:182) La presencia expansiva de esa
agricultura y, sobre todo, esa ganadería, constituye en efecto uno de los grandes
factores de transformación del espacio americano efectivamente ocupado y
81
Naturalmente, indios, negros y mestizos detestan -cada grupo a su modo y por sus propios motivos- lo que les ha tocado
en el reparto. Aquí cabría, quizás, encontrar alguna de las raíces remotas de la persistente leyenda sobre la pereza y la
irresponsabilidad innatas del trabajador americano.
82
Así, por ejemplo, el incremento de los pobres en América Latina -tanto en número como en porcentaje de la población
total- crea el caldo de cultivo para un despilfarro aún mayor del más valioso y, paradójicamente, el menos apreciado de
nuestros recursos naturales. La incorporación del cólera a nuestra normalidad, el incremento en la incidencia de otras
enfermedades infecciosas como la tuberculosis, y la desnutrición en aumento constante, son todos males de hoy con
profundas raíces que cabe rastrear en las estructuras conformadas en la transición del siglo XVI en esta región donde, con
tanta frecuencia, los mendigos y los pobres no se distinguen sólo por su condición social sino además por la frecuencia
conque son oscuras las tonalidades de su piel.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 70

reorganizado por los europeos a partir de la conquista. A ellas cabe agregar,


además, la creación de las redes de control político-militar, cultural y económico de
ese espacio; los efectos sobre el mismo del cambio en sus patrones de uso y, por
último, el surgimiento de los espacios mineros en torno a los cuales se articuló.
En efecto, una de las transformaciones más notables sufridas por el espacio
americano a partir del siglo XVI consiste en la creación de redes urbanas, que van
del puerto comercial a la ciudad virreynal, de allí a las sedes de Audiencias, a las
ciudades mineras, a los poblados agrícolas y haciendas, y de éstos a las misiones en
regiones de frontera, para volver finalmente al puerto y desde allí retornar a su
centro ultramarino. En casos como el de la Nueva España, estas redes resultan,
además, de una política -que hacia 1560 forma parte expresa de las tareas del
Virreynato- de concentración de los indígenas en pueblos organizados en torno a
parroquias, para fines de control político-militar, religioso-cultural y económico-
tributario.83 En el marco de esa política tiene lugar, además, la creación de nuevas
sedes urbanas españolas, como Puebla; el desplazamiento de indígenas de viejos a
nuevos centros urbanos, como Morelia, y el poblamiento con indios del centro de
las nuevas regiones de frontera en el norte.
Más allá de eso, la creación de estas redes urbanas de centro exógeno tiene
además una implicación específicamente americana. Aquí -y a diferencia de la
Europa medieval, donde la fundación de ciudades surge como consecuencia del
desarrollo de las economías agrarias-, la trama urbana surge "como un medio de
control sobre un espacio acerca del cual no se tenía el menor conocimiento". Con
ello, fundar una ciudad implicaba "certificar la toma de posesión de toda una
región (especialmente si era minera). No era un acto demográfico derivado del
crecimiento económico o poblacional. Era, ante todo, un acto político".(Mires,
1990:96-97)84
Las nuevas redes urbanas tuvieron importantes consecuencias sobre las
anteriores formas de ocupación del territorio y aprovechamiento de sus recursos.
En casos como el mesoamericano y el andino, esas formas anteriores se habían
caracterizado por "la eficiencia con que articularon distintas ecorregiones...
obteniendo una gran diversidad de productos y compensando las estaciones
desfavorables de unos con los productos de otras" (Gligo y Morello,1980:133).

83
El hecho de que no llegue a estar culminada sino a fines del siglo XVII indica lo tenaz de las contradicciones y conflictos
que debió enfrentar. Y eso, en los espacios útiles al nuevo orden económico, frente al cual permanecen enclaves de resistencia
indígena que conforman virtuales fronteras interiores: en Sierra Gorda, donde pames y chichimecas resisten hasta el siglo
XVIII; en la Lacandonia, también hasta ese siglo; en Nayarit y Sonora, hasta el XIX; o en nuevos espacios de automarginación
violenta, como el actual Quintana Roo entre 1847 y 1912, al decir de Nelson Reed (1987) en La Guerra de Castas de Yucatán.
84
Y añade: "Por esas razones, las ciudades, villas y asientos de los ibéricos no pasaban de ser muchas veces las barreras
demarcatorias de los actos posesionales, fortificadas y armadas por todas partes. De ahí que en las zonas de alta resistencia
indígena, las ciudades se convirtieran en un blanco preferido. Destruir una ciudad significaba, para los indios, recuperar por
lo menos parte de su espacio vital, no sólo en términos geográficos, sino también socio-culturales".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 71

Esto, a su vez, había dado a una modalidad de poblamiento en la que la


mayor parte de los pueblos indígenas no presentaba un asentamiento compacto
sino que, por el contrario, "las casas se desparramaban entre las sementaras y el
monte". De este modo, el poblado prehispánico "se formaba de un centro
ceremonial con sus estancias o pueblos más pequeños sujetos", de un modo que
hacía posible "utilizar diferentes pisos ecológicos, puesto que un pueblo podía
tener tierras en valles o en las laderas de los cerros con diferentes tipos de suelos y
distinta precipitación pluvial". (Romero,1991: 185)
Por lo mismo, la nuevas formas de asentamiento se tradujeron en el
despoblamiento de zonas antes ocupadas, el abandono de sistemas de
infraestructura creados para su explotación sostenida, y un incremento en la
presión sobre el suelo y los recursos de los nuevos hinterlands.85 Esto, a su vez,
creaba una escasez artificial del recurso tierra en torno a los pueblos, que
contrastaba con la abundancia en zonas alejadas. Esto, si por un lado facilitó la
apropiación de aquellas tierras por los españoles, por otro lado probablemente
sirvió como un factor adicional de estímulo a los indígenas para sumarse a
políticas de colonización agrícola en el Norte.
Esa nueva situación, aunada a cambios tecnológicos en las modalidades de
uso del suelo, produjo inevitablemente presiones también nuevas de dos tipos. Por
un lado, a través de procesos más focalizados e intensos de deterioro ambiental;
por otro, a través de procesos más extensivos, asociados tanto a la enorme
expansión de los espacios dedicados al pastoreo como al incremento en la
intensidad del uso de métodos agrícolas tradicionales gracias a la incorporación de
herramientas de hierro y al incremento constante de las demandas de tributo en
especie o dinero sobre los agricultores indígenas.
En el primero de los casos, por ejemplo, Gibson (1964:305) señala que, si
bien la erosión en el valle de México no empezó con la llegada de los españoles, se
vio sin duda acelerada por la agricultura de arado y el pastoreo hispánicos. A ello
se sumó, además, el deterioro de los suelos altos debido a la deforestación
provocada por el incremento en la demanda de combustible y de materiales de
construcción, en particular las estacas que requería la cimentación de los edificios
dada la naturaleza pantanosa del suelo de la ciudad de México. A fines del período
colonial, agrega, esto exigía la tala de 25 mil árboles al año, en una situación en la
que, además, la abundancia relativa de la madera inducía al despilfarro en todas
sus formas de uso.86
85
De este modo, hasta mediados del siglo XIX, "podría asegurarse que la mayor parte del espacio americano permanecía
libre de cualquier tipo de explotación significativa. La subregión caribeña era la de mayor intensidad de ocupación, y podría
ser la excepción a esta regla. La organización del espacio colonial daba pues lugar a extensas fronteras
interiores".(PNUMA/MPO,1991:73)
86
En una perspectiva quizás más amplia, Romero (1991:173) indica además que lo señalado por Gibson provocó, al reducirse
los lagos por la sedimentación y las obras de desagüe emprendidas por los españoles en el siglo XVII, " bajó el nivel de
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 72

La crisis demográfica se combinó así con la nueva racionalidad económica


para facilitar tanto el surgimiento de formas de propiedad del suelo antes
desconocidas como la difusión de tecnologías capaces de ejercer mayor presión y
deterioro sobre aquél. Con ello, si por un lado la encomienda y el repartimiento
encontraban en la despoblación masiva de la tierra nuevos estímulos en el camino
hacia la hacienda y la plantación, por otro,

Cuando la población disminuyó a causa de las epidemias traídas por los españoles,
el uso de todo aquello que permitiera ahorrar trabajo humano era clave para la
sobrevivencia del grupo (indígena). La pérdida de población fue decisiva entre las
razones que guiaron a los indígenas para adoptar el metal, el arado y el
trigo.(Romero,1991:166)

Todo esto hace parecer discutible que los cambios ambientales ocurridos en
el período resultaron más significativos por sus aspectos cualitativos que por su
magnitud, como lo plantea PNUMA/MOPU (1991:69). Allí se señala, en efecto,
que en aquel período "la profundidad de la depresión demográfica colonial
mantuvo casi despobladas extensas zonas del continente", mientras "las tecnologías
productivas disponibles... presentaban un escaso poder transformador de los
sistemas naturales". Todo ello, se agrega, impedía "acumular suficiente energía
para inducir cambios en los sistemas naturales que fueran a la vez profundos y
extensos".
Ese tipo de argumentos, sin embargo, bien podría subvalorar algunos
hechos de importancia. María de los Angeles Romero, por ejemplo, señala para el
caso de México que, si bien la despoblación debió conducir a "una expansión del
bosque tropical, de los bosques de pino y de encinos, de las selvas; y una
recuperación de los niveles freáticos del agua", ocurrió en cambio que "en lugar de
los árboles se reprodujo el ganado", con lo que "la curva descendente de la
población fue seguida de una línea ascendente del número de cabezas de reses, de
ovejas y de chivos".(1991:175)87
El impacto extensivo de la ganadería, a su vez, se combinó ya entonces con
el impacto intensivo de la minería en la transformación de puntos más específicos

humedad en el pie de monte y aumentó la incidencia de las heladas. Estas afectaron a aquellas zonas donde hasta ese
momento se habían recogido dos cosechas al año, haciendo que perdieran la cosecha de invierno" y poniendo en riesgo
incluso la única cosecha de las zonas del norte, menos favorecidas. "La historia colonial de la cuenca de México, agrega,
constituye un ejemplo dramático de la forma como la consolidación de la economía española y su forma de hacer producir la
tierra fueron destruyendo los sistemas agrícolas indígenas que hasta el momento había sido capaces de mantener una
numerosa población".
87
Las cifras y el mapa que sustentan esta afirmación resultan impresionantes. 400 mil cabezas de ganado y 3 millones 100 mil
de cabras y ovejas hacia 1580; 800 mil y 6 millones hacia 1600. Espacialmente, una mancha de tierras dedicadas a la ganadería
mayor que se extiende de Veracruz a Tampico en la costa del Golfo, de Tehuantepec a Acapulco y Culiacán por el Pacífico, y
de Taxco al norte de Durango por el centro del país, todo lo cual contribuyó "a una aceleración de la erosión en regiones
frágiles ecológicamente como son las de Mesoamérica". (1991:151,177,183).
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 73

del paisaje americano. Gligo y Morello, tras preguntarse "por qué había tantos
ecosistemas deteriorados en un período en que el principal proceso de
artificialización ecosistémica, la agricultura, era muy limitada", plantean que la alta
demanda energética de la actividad minera llevó a utilizar los bosques cercanos de
una manera que condujo a que las minas "fueron abandonadas no porque se
agotaran, sino por problemas vinculados con los volúmenes de agua necesarios
para la concentración y con el agotamiento de la leña para la fundición". Si a ello se
agrega la demanda, también concentrada, de alimento para los animales -caballos,
mulas, asnos- de los que dependía el transporte de carga hacia los puertos y entre
poblados, puede entenderse que no haya "mina 'antigua' en la América Latina que
no esté rodeada de un halo perindustrial de suelo desnudo sin combustible vegetal
o con combustible de muy bajo valor calórico".(1980:141,142; Sauer, 1956: 63)
No es de extrañar, en este sentido, que para Gligo y Morello la conquista
aparezca como "el disturbio más violento recibido por las sociedades locales y por
los biomas de la América Latina". Los cambios étnicos, sociales, culturales,
ambientales y ecológicos causados por la conquista, dicen, "sólo son comparables
con los ocurridos en los últimos 40 años", y los superan incluso en lo que atañe a la
destrucción de actividades productivas ecológicamente ajustadas y recursos
culturales irrecuperables; la desintegración social ocasionada; la exportación de
enfermedades para las que no había mecanismos de defensa coevolutivos (incluso
el paludismo); la exportación de tramas tróficas nuevas de enorme efecto en
biomas de pastizales (vaca, caballo, perro, cabra, oveja, porcino), y la destrucción
de bosques y selvas.(1980:144-145)88 Y, sin embargo, hubo -y quedó- más, en otros
planos.

3. Las nuevas continuidades


Más allá de los hechos que la caracterizaron en lo inmediato, la transición del siglo
XVI anticipa "muchos de los patrones contemporáneos de manejo de recursos" en
América Latina.(PNUMA/MOPU,1991:69) Gligo y Morello, por ejemplo,
mencionan la presencia en el período de dos "falacias fundamentales" que apenas
empiezan a ser cuestionadas en nuestros días: la creencia de que "tanto la cultura
como la tecnología de los pueblos sometidos eran inferiores y atrasadas con
respecto a la europea", y la de que "los recursos del nuevo continente eran
prácticamente ilimitados".(1980:135-136)89

88
Esa acción sobre los ecosistemas, añaden, resultó en "cambios extensos de cultivo a selva" y de "pastizal a arbustal", y a la
"aparición de ecosistemas o partes de ecosistemas inéditos como la mediterranización del valle central de Chile, de la pampa
argentina-uruguaya-brasilera, en cuanto a cultivos y malezas".
89
La primera, agregan, "justificó plenamente la destrucción y eliminación de las formas y sistemas preexistentes", mientras la
segunda limitó las preocupaciones que hubiera podido ocasionar la tasa de extracción de los recursos.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 74

Puede afirmarse, así, que el siglo XVI nos legó, además de los puntos de
partida de estructuras y procesos económicos y tecnológicos nuevos, otros de
orden cultural que se expresan en mentalidades y actitudes que pasan a ser
dominantes en los modos de relacionarse nuestras sociedades a lo interno de sí, y
con su medio natural. Para Fernando Mires, por ejemplo, la inserción de América
en la economía-mundo europea propició que el colonialismo externo originara
otro, interno, que reprodujo al primero "en diversas ramificaciones culturales,
hasta constituir aquello que hemos calificado como un estilo generalizado de
pensamiento".
Ese "desarrollo original" iniciado a partir de la conquista, agrega, se ha
prolongado a través del tiempo en cuatro componentes fundamentales de los
"estilos dominantes del pensamiento". Los dos primeros, dice, consisten en "la
creencia eurocentrista" en la superioridad evidente de la civilización europea sobre
la barbarie americana en todos los terrenos, y en la creencia "en la infinitud de los
recursos naturales y energéticos de las tierras 'descubiertas'". El tercero consiste en
la creencia de que las "cosas de este mundo" tienen un valor que sólo se define a
cabalidad en su circulación en el mercado-mundo -cuyas demandas rigen en
última instancia el verdadero valor de los recursos naturales y el trabajo necesario
para aprovecharlos-, y el cuarto, en "la creencia de que el centro de la vida
económica y cultural sólo puede residir en las ciudades".(1991:91,92)90
Pero, y sobre todo, a partir de esos componentes se gesta una mentalidad
para la cual "si el valor de los productos de la naturaleza es fijado en lugares
diferentes de donde son producidos (ciudades, puertos, mercados internacionales),
no importa mucho que ella sea destruida", con lo que además se hace evidente que
"el desprecio por la naturaleza es también un desprecio por el ser humano", en una
circunstancia en la que "naturaleza y seres humanos eran objetos destinados a la
simple repartición".(Mires,1991:94-95) Y a ello habría que agregar, quizás, la
convicción de que todo esto constituía un orden tornado natural por la propia
historia, en el que América Latina ocupaba un lugar -en la economía-mundo
europea, primero, y el mercado mundial, después-, que no era sino expresión
manifiesta de su destino en el mejor de los casos y, en el peor, el resultado
inevitable de la incapacidad de los propios latinoamericanos pues, de otro modo,
¿cómo explicar lo persistente de su pobreza en medio de tal abundancia de
recursos?
Para Mires, en suma, resulta indudable que -"sin ningún propósito de
encontrar la 'culpa' de todos los 'males' ecológicos" en ella"-, durante esa

90
Señalando enseguida que "la contradicción ciudad-campo, que es una de las características centrales de los países del
Tercer Mundo, ha alcanzado en América Latina una exacerbación que abarca inclusive los ámbitos culturales", a partir de la
creencia de que "las ciudades, de por sí, tienen un status superior al campo, lo que no es más que una expresión para señalar
que todo lo que tiene que ver con la naturaleza es necesariamente inferior".(1991:97)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 75

"colonización originaria" fueron sembradas las principales creencias antiecológicas


que hasta hoy marcarían las principales "vías de desarrollo" predominantes en
América Latina. Aun así, la misma pasión de su alegato hace difícil a veces la
adecuada ponderación de las razones que lo sustentan: su énfasis en la dimensión
cultural del problema, por ejemplo, tiende a otorgarle una cierta rigidez mecánica a
los procesos de larga duración que, sin duda, se inauguran en el período colonial
pero que, también, persisten en la medida en que se sustentan en estructuras
capaces de evolucionar y transformarse.
Atendiendo a esto, la valoración política de esas continuidades culturales
tendría que pasar, inevitablemente, por la consideración de situaciones de orden
quizás más prosaico. Hemos dicho ya, por ejemplo, que para la América española
y portuguesa el ingreso al desarrollo articulado en la economía-mundo europea se
traduce, a un tiempo, en una severa restricción de la capacidad de
autodeterminación de las nuevas sociedades emergentes, y en el florecimiento de
conflictos de muy diverso orden en los que apunta la tendencia a reconstruir esa
autodeterminación en términos nuevos. El problema, en este caso, radica en
establecer las estructuras -sociales, culturales, económicas, espaciales-, que
expresan a esos hechos a lo largo del tiempo.
Para una historia ambiental, por ejemplo, el problema no se limita a que,
debido a las formas de organización de la propiedad surgidas de la conquista
europea, México arribara a la independencia en una circunstancia en la que "el 10
por ciento de la población, integrada en su mayoría por españoles y criollos",
poseía el 86 por ciento de la tierra cultivable, mientras el otro 90 por ciento,
compuesto por mestizos e indios, tenía tan sólo un 14 por ciento.( Rodríguez y
Scharrer, 1991:218) Lo que cuenta aquí es, sobre todo, el modo en que tal situación
de "gente sin tierra y tierra sin gente" implica diferencias sociales en el acceso a los
recursos básicos para la reproducción de la vida humana -tierras, aguas, pastizales,
bosques-, asociadas a diferencias culturales en la percepción y la valoración de los
mismos.
Tales diferencias, en efecto, expresaban en lo social el resultado de una
organización de la naturaleza y la fuerza de trabajo en la que las grandes
propiedades se orientaban hacia una producción crecientemente especializada con
destino al comercio, mientras las pequeñas -fueran propiedad o no de quienes las
trabajaban- eran dedicadas a una producción más diversificada, destinada al
autoconsumo y a la reproducción de la fuerza de trabajo que requerían las
primeras. En ese contexto, la lentitud de la recuperación demográfica, lo limitado
de la demanda comercial y el predominio de tecnologías muy tradicionales
agregaban al sistema amplias zonas baldías de reserva, destinadas a convertirse en
fronteras agrícolas y objeto de nuevos conflictos a partir de la década de 1880.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 76

Pero al propio tiempo, en lo cultural, esas diferencias expresaban también


un cambio en la valoración de los recursos naturales que, por ejemplo, tuvo una
significativa manifestación en el lenguaje mismo de la producción agrícola. En el
momento de la conquista, nos dice Fray Bernardino de Sahagún, los indígenas del
valle de México distinguían los tipos de suelo de acuerdo a su potencial
productivo, designándolos con términos como atoctli, o suelo aluvial fértil;
quauhtlalli, o suelo enriquecido por árboles en descomposición; tlacoztli, tierra
amarilla, "el cual color significa fertilidad"; xalatoctli o tierra arenosa, "suave de
labrar"; tlazotlalli, "que es tierra donde las hierbas se vuelven estiércol, y sirven de
estiércol, enterrándola en ella"; xalalli, "tierra arenosa y estéril"; tlalauíac, "tierra
suave, porque la han abonado con estiércol; atlalli, "tierra que se puede regar";
tepetlalli, "tierra de cuesta"; tetlalli, "tierra pedregosa o cascajosa; hácese en ella bien
el maíz"; tequizquitlalli, "tierra donde se hace el salitre", y teuhtlalli, "tierra seca, o
tierra de polvo".(1992:701,702)91
Los españoles, sin embargo, catalogaron los suelos atendiendo en primer
término a su rentabilidad mercantil. Así, la mejor tierra era "la de 'pan llevar' que
es tierra buena y con riego; a las tierras de temporal les llamaron de 'pan coger' y
las de 'pan sembrar' eran aquellas en las que sólo ocasionalmente se podía sembrar
trigo".(Romero,1991:149)92 Significativamente, adoptaron sólo dos términos de la
clasificación indígena, que designaban suelos infértiles: el tequisquitl salitroso y el
tepetate, la "tierra de cuestas" formada originalmente por depósitos calizos bajo la
superficie y expuestos después por la erosión "en muchos
lugares".(Gibson,1964:300)
Esta lógica de dualidades a la vez contrapuestas y articuladas anuncia,
además, otros elementos que serán constantes en el desarrollo ulterior del vínculo
sociedad/naturaleza. A ella corresponde, por ejemplo, la conformación de esa
conflictiva relación campo-ciudad tan característica de América Latina hasta el
presente, que lleva a Michael Redclift a señalar cómo, a diferencia del countryside
de los países Noratlánticos, el medio rural latinoamericano "evoca hostilidad, en
lugar de orgullo, en la mayoría de las gentes de las ciudades".
Aquí, en efecto, el campo "no representa el idilio rural o la abundancia
pastoral que afecta placenteramente la sensibilidad británica... sino, al contrario,
pobreza y represión", pues en el mismo coinciden "dos sistemas sociales y
económicos competitivos: la granja comercial (a menudo en gran escala) y la
agricultura de subsistencia". El resto, entretanto, es "un desierto", que "penetra en

91
Al respecto, por ejemplo, véase: Williams, Barbara J: "Clasificación nahua de los suelos", en Historia de la Agricultura. Epoca
prehispánica - siglo XVI. Colección Biblioteca INAH, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, D.F., 1989.
92
Cabe recordar que el trigo, para consumo interno -sobre todo urbano-, o exportación a las Antillas españolas, se constituyó
en el eje de la agricultura comercial, mientras el sistema maíz, frijol, calabaza, chile seguía articulando la agricultura de
subsistencia.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 77

la mente de poetas y pensadores pero no ocupa el tiempo libre de aquellos que


tienen los recursos necesarios para visitarlo". Se trata, en suma, de un campo "para
quienes son pobres o para aquellos que pueden capitalizar la pobreza de otros para
hacer dinero".(1989:87)
Aun así, esa penetración del desierto rural en la mente de pensadores y
poetas urbanos no puede ni debe ser menospreciada en una historia ambiental de
América Latina. Ella forma parte de un proceso de lucha por dotar a nuestras
sociedades de una capacidad de autodeterminación en su relación con el medio
ambiente y con la humanidad toda que hace sentir ya sus primeras evidencias en el
siglo XVII, para madurar en el XVIII como un preanuncio de la gigantesca fractura
histórica que llevará a la creación de una nueva comunidad de Estados nacionales
en esta región, y renacer otra vez en nuestros tiempos, ahora en el terreno
ambiental, en obras como la del propio Mires.
En esa perspectiva, las severas limitaciones a la capacidad de las sociedades
latinoamericanas para establecer el valor y el uso más conveniente de sus propios
recursos expresan un factor de tensión, no una fatalidad. Esa tensión, que se va
conformando a partir de premisas muy primarias para apuntar más allá de las
mismas, explica que la larga duración que se inaugura a partir del siglo XVI se
presente, a un tiempo, como una de las fuentes de explicación de nuestro presente
y como una de las claves para la búsqueda de las soluciones que ya exige nuestro
futuro.
Para captar todo su significado y su valor, sin embargo, es necesario además
examinar lo que continuó y lo que se perdió de las premisas creadas por los hechos
del siglo XVI, en el marco de la otra transición, más amplia, de la economía-mundo
europea al mercado mundial. En el curso de ese nuevo proceso se inaugura,
también, el período primero de nuestra contemporaneidad, marcada por la
oportunidad de emprender finalmente la lucha abierta por el progreso de nuestra
autodeterminación, aquel "criterio del crecimiento" a que se refería Toynbee como
"una fórmula prosaica de describir el milagro por el cual la Vida entra en su
Reino". Examinar los resultados generales de esa lucha en el plano ambiental
constituye el propósito fundamental de los siguientes capítulos.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 78

IV. La transición al desarrollo articulado


en el mercado mundial
Pudo más que la corazonada del primer cariño
el interés de las localidades apartadas
por la policía astuta de la colonia;
pudo más lo real del país,
hecho al gobierno familiar,
que lo ideal que le querían imponer,
con más ardor que pericia,
los innovadores desconcertados;
pudieron unos idear canales y garantías,
mientras mandaban otros cerrar las costas
y espantaban de un bufido al buen sevillano
que quiso enseñar álgebra...

José Martí,
"Discurso en honor de Centroamérica"

1. La fractura: 1750-1850
Si la inserción de América Latina en la economía-mundo europea ocurre a través
de un proceso relativamente breve, que culmina lo esencial de la creación de sus
premisas y la definición de sus tendencias de evolución al cabo de dos
generaciones, su participación en el proceso de transición al mercado mundial
abarca en cambio casi un siglo. Hay aquí complejidades de orden distinto, que
conviene tener en cuenta para el análisis.
En el plano militar, por ejemplo, la conquista se presenta como una
secuencia de combates aislados y dispersos en el tiempo y el espacio, mientras las
guerras de independencia constituyen un proceso más compacto, de unos 15 años
de violencia y destrucción continuas. Pero, sobre todo, esas guerras no inauguran
la transición que aquí nos interesa, aunque sin duda constituyen un punto decisivo
de inflexión en el desarrollo de la misma, cuyo curso definitivo se decidirá a
mediados del siglo XIX a través de otras violencias -las de la Reforma Liberal-, que
crearán la premisas imprescindibles para la plena reinserción de América Latina en
una economía internacional que, por su parte, también había experimentado
profundas modificaciones en el mismo lapso.
Se trata, pues, de un gigantesco proceso de fractura en el curso de la
historia, que afecta de uno u otro modo todos los órdenes de la vida de los
hispanoamericanos, y que parece discurrir en dos momentos sucesivos. En el
primero de esos momentos, las reformas borbónicas se presentan como un intento
de "ajuste al alza", mediante el cual el imperio español intenta adecuar la
administración de sus posesiones americanas a las necesidades de una
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 79

circunstancia nueva en la que Europa pasaba de ser una economía-mundo a


convertirse en el centro de un mercado mundial de nuevo tipo.
Aquel intento, sin embargo, no logra impedir -y quizás exacerba- la crisis
del viejo orden centrado en la dominación exógena del espacio americano y sus
sociedades. Con ello, a las guerras de independencia seguirá un segundo
momento, de "ajuste a la baja" -de "larga espera" lo llamó una vez Tulio Halperin
Donghi (1989)-, que culminará en un reajuste funcional del anterior patrón de
relaciones entre las sociedades latinoamericanas y su medio natural, en el que
incidirán de manera aún más intensa y directa las nuevas realidades del mundo
exterior, y a partir del cual se crearán además las premisas fundamentales de
nuestra contemporaneidad.
Si bien lo prolongado y complejo del proceso sugiere una imagen telúrica,
en el que "grandes ideas contrapuestas" -como las del mercantilismo y el
liberalismo, en el análisis del período en Sunkel y Paz (1988:272,273)- se mueven
lentamente "y finalmente presionan la una contra la otra con fuerza increíble, como
las placas tectónicas responsables de la deriva de los continentes y los terremotos"
(Gore,1992:178), las realidades que nos interesan derivan su fuerza
transformadora de un magma aún más profundo. Se trata, en efecto, del
agotamiento de lo que para Carlos Sempat Assadourian constituía todo un sistema
de explotación especializada de ciertos recursos naturales de la región en cuyo
marco, para comienzos del siglo XVII, la América española se hallaba "fracturada
en grandes zonas económicas que se adelantan a la zonificación política y
administrativa o son expresadas por ella".(1983:154)93
Para fines del mismo siglo, y con toda evidencia en el XVIII, el impacto
combinado del agotamiento de los yacimientos de metales preciosos, la pérdida de
importancia relativa de la plata en el comercio mundial y otros fenómenos
asociados94, agravan esas fracturas, hasta fragmentar el espacio hispanoamericano
en dos particiones sucesivas. La primera, aún dentro del orden colonial, con la
creación de los virreinatos de Nueva Granada y el Río de la Plata, seguida por "la
fragmentación más menuda, aunque más significativa" que, al quebrar aquel orden
colonial, da origen a los estados nacionales del siglo XIX.

93
Cada una de estas zonas conformaba, según el autor, "un verdadero y complejo espacio económico", en el que "a)la
estructura se asienta sobre uno o más productos dominantes que orientan un crecimiento hacia afuera y sostienen el
intercambio con la metrópoli; b)en cada zona se genera un proceso que trae consigo una especialización regional del trabajo,
lo cual estructura un sistema de intercambios que engarza y concede a cada región un nivel determinado de participación y
desarrollo dentro del complejo zonal; c)la metrópoli legisla un sistema para comunicarse directamente con cada zona, al
tiempo que veda el acceso de las otras potencias europeas," y "d)la metrópoli regula, interfiere o niega la relación entre esas
grandes zonas coloniales".
94
En el caso peruano, por ejemplo, "el descenso de los sectores externos regionales, la pérdida de intensidad y cambios de
dirección de la circulación mercantil, el proceso de ruralización, los efectos disruptivos del contrabando y el ascenso de
Buenos Aires... y el hecho de que las posibilidades de desarrollo del modelo de crecimiento económico regional" alcanzan "su
techo en ese espacio limitado"
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 80

Todo ello, además, hace parte del proceso más amplio -que para Braudel
inaugura la civilización contemporánea-, a través del cual la economía-mundo
europea se va transformando en economía mundial, mientras su centro se va
trasladando gradualmente a la Inglaterra del desarrollo manufacturero y los inicios
de la revolución industrial, que son también los del colonialismo en el moderno
sentido del término. Ese giro, a su vez, culmina en una situación en la que el
despliegue de la hegemonía británica marca el final de un período multisecular en
el que los desarrollos civilizatorios no habían llegado nunca a exceder los límites
de la dialéctica comunidad-imperio, ni a generar estructuras de complejidad
superior a la de las economías-mundo.
Puede entenderse, así, que con ello Inglaterra no sólo consiga superar las
"pasadas hazañas" de Amsterdam, sino y sobre todo que lo hiciera extendiendo
además su predominio al "leadership político", facilitando así el despliegue de una
circunstancia en la que la economía-mundo europea, "arrollando a las demás,
pretenderá dominar la economía mundial e identificarse con ella a través de un
universo en el cual se borrará todo obstáculo, ante el inglés primero y ante el
europeo después".(Braudel,1986:111) Uno de los obstáculos a borrar, en este caso,
será el monopolio mercantil español sobre los recursos y los mercado americanos.
Es en esta circunstancia que España, ahora gobernada por una dinastía
borbona, intentará preservarse a sí misma y a sus posesiones a través de una
reforma de la relación entre ambas. Tal es el intento que hemos designado como de
"ajuste al alza" frente a la crisis del sistema de dominación organizado por España
en sus dominios americanos durante los dos siglos anteriores.

2. El intento de "ajuste al alza"


Las reformas borbónicas, y sus consecuencias para la dominación española en sus
posesiones americanas, constituyen el eje en torno al cual gira todo el debate sobre
el significado histórico del siglo XVIII en el proceso de conformación de lo que
llegaría a ser la América que hoy llamamos "Latina". El objeto de esas reformas,
dice Juan Ortega, fue un imperio cuyas partes constituyentes "no formaban
exactamente colonias como las que explotaban Inglaterra u Holanda", sino que,
"como partes integrantes de la monarquía, eran consideradas provincias
dependientes de Castilla".(1991:xxx)95
Para Francois-Xavier Guerra, esa "estructura plural" de la Monarquía había
dado lugar a que hasta principios del siglo XVIII la misma hubiera estado
constituida "por reinos diferentes, con instituciones propias, unidos simplemente
95
En el marco de esa relación, agrega, lo virreinatos no eran gobernados como si fuesen "patrimonio absoluto de la Corona",
sino provincias particulares. De ello resultaba que el Imperio en su conjunto fuera "lo más parecido a una confederación de
estados, salvo que en ella los habitantes estaban privados de muchos de los derechos más substanciales que gozaban las
naciones avanzadas de Europa".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 81

en la persona del rey". De allí, agrega, derivó una tradición pactista -tanto en la
teoría política como en el recuerdo de la práctica institucional- en cuyo marco una
parte considerable de los habitantes de la Monarquía -y sobre en la lejana América,
afectada tardíamente por las reformas centralizadoras de los Borbones-, la "nación"
española se concibe aún como un conjunto de reinos.(1993: 34)
Por contraste, la aspiración de la burocracia borbónica de ajustar aquel
imperio a los desafíos que las realidades del mercado mundial le planteaban a
España en el concierto europeo, creó conflictos nuevos en las relaciones de la
Corona con sus posesiones americanas, sin resolver al propio tiempo ninguno de
los viejos problemas que las afectaban. En este sentido, observa Ortega, "al
restringir la libertad económica y política y al oponerse a las legítimas ambiciones
de la clase criolla laica y eclesiástica", el imperio borbónico "cavaba su propia
tumba" en el intento de "ir convirtiendo a los antiguos reinos de ultramar en
colonias", esto es, en territorios organizados para una máxima extracción de
recursos financieros, como lo hacían en el mismo siglo Inglaterra y Francia con sus
propias posesiones de ultramar.96
Guerra, por su parte, considera especialmente traumáticas "para los
americanos, -y más particularmente para sus élites-" las implicaciones del nuevo
papel asignado a la América española dentro de la Monarquía. La novedad no
estaba tanto, dice, en la conciencia de lo importantes que habían sido y eran las
Indias para las finanzas de la corona: allí, las reformas destinadas a incrementar el
rendimiento fiscal de las posesiones americanas "no se apartaban de la línea
tradicional".
La reforma borbónica, sin embargo, añadirá a esa "visión tradicional de tipo
hacendístico" otra, que asigna a las posesiones americanas el papel "más
económico" de suministrar los productos de que la Península carece y ser un
mercado para los productos peninsulares. Con ello, "la élite administrativa
española" empieza a considerar a los reinos de Indias "como colonias, es decir,
como territorios que existen esencialmente para la utilidad de una metrópoli": en
este caso, la España peninsular. (1993: 80,81) Y a ello agrega Guerra un comentario
que para nosotros llegará a ser especialmente significativo: es evidente, dice,

que, en realidad, una parte de la economía americana responde a este tipo de


relaciones disimétricas, pero también los es que la mayor parte de la economía y de
la sociedad americanas, no obedecen a esa lógica, ni a ese discurso de las élites
peninsulares. Salvo en las regiones de agricultura tropical, la mayor parte de los

96
Y cita en su apoyo a Humboldt, que en su Viaje a las Regiones Equinocciales de América señalaba cómo "La idea de una
colonia, en el sentido en que ello se entiende en nuestros días, no se desenvolvió sino con el moderno sistema de la política
comercial; y esta política, reconociendo todas las verdaderas fuentes de la riqueza nacional, pronto se hizo estrecha,
desconfiada, exclusiva. Preparó la desunión entre la metrópoli y las colonias: estableció entre los blancos una desigualdad
que la primitiva legislación de las Indias no había fijado". (III,77)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 82

sectores económicos y de los grupos sociales de América no están esencialmente


orientados hacia el exterior. (1993: 81)

La política americana de la dinastía borbona ha sido objeto de valoraciones


muy disímiles, por supuesto. C.H. Haring, por ejemplo -en un texto de fines de la
década de 1940, y dentro de una tradición hasta hace poco dominante en el relato
de la historia de la región-, destaca la racionalidad administrativa de esa política
precisamente en lo que toca al estímulo a la orientación "hacia el exterior" de que
habla Guerra, resaltando su impacto positivo sobre las recaudaciones fiscales, y el
estímulo que ofreció al desarrollo de nuevas actividades productivas en zonas
hasta entonces marginales del imperio, como Cuba, Venezuela y el Río de la Plata.
De todo ello, dice Haring, resultó que hacia el fin del período colonial "la
mayoría de las provincias americanas gozaban de mayor prosperidad y bienestar
que nunca antes", "habían alcanzado todos los signos externos de la opulencia" -
por los cuales entiende "imponentes edificios públicos, universidades, iglesias,
hospitales y ciudades populosas que eran centros de lujo, conocimiento y
refinamiento"-, mientras la administración de las colonias "se vigorizó, y el
personal del gobierno real tendió marcadamente a mejorar", al punto que
Hispanoamérica "estaba tan bien gobernada como España, y el peso fiscal
ciertamente no era mayor".(1990:453-454)97
Para 1803, sin embargo, Alejandro de Humboldt nos ofrece un testimonio
mucho más ponderado a su paso por la América española. Tras advertir que era
más fácil "indicar los diversos matices de la cultura nacional y el intento hacia el
cual se dirige de preferencia el desarrollo intelectual, que comparar y clasificar lo
que no puede ser comprendido desde un solo punto de vista", agrega que en su
recorrido le pareció ver "una marcada tendencia al estudio profundo de las ciencias
en México y Santa Fe de Bogotá; mayor gusto por las letras y cuanto pueda
lisonjear una imaginación ardiente y móvil en Quito y en Lima; más luces sobre las
relaciones políticas de las naciones, miras más extensas sobre el estado de las
colonias y de las metrópolis, en La Habana y en Caracas".(en Leonard, 1992: 196)
Dentro de ese panorama, y por encima del "carácter particular, casi diría
más exótico" que otorgan a México y el interior de Nueva Granada el "gran
número de indios labradores", y "el acrecentamiento de la población negra" en La
Habana y Caracas -donde "cree uno estar... más cerca de Cádiz y de los Estados
Unidos que en otra parte alguna del Nuevo Mundo"-, Humboldt señala la
existencia en esa última ciudad -"como dondequiera que se prepara un gran
97
En ese marco, agrega, "Hubo una escuela de minería y una escuela de bellas artes en la ciudad de México, y un
observatorio astronómico en Bogotá, antes de que tales instituciones existieran en las colonias inglesas, francesas o
portuguesas. La cultura literaria colonial era rica y variada, y los hombres de letras, historiadores, matemáticos, poetas y
sacerdotes compusieron muchas obras en el Nuevo Mundo. Los virreyes frecuentemente fueron hombres de educación y de
distinción personal..."
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 83

cambio en las ideas"-, de "dos categorías de hombres, pudiéramos decir, dos


generaciones muy diversas". Una, dice, "que es al fin poco numerosa, conserva una
viva adhesión a los antiguos usos... y porque detesta eso que llaman la ilustración
del siglo, conserva con cuidado como una parte de su patrimonio sus prejuicios
hereditarios". La otra, "ocupándose menos aún del presente que del porvenir,
posee una inclinación, irreflexiva a menudo, por hábitos e ideas nuevas".
De ese segundo grupo, declaraba Humboldt haber conocido en Caracas
"varios hombres distinguidos al igual por su afición al estudio, la apacibilidad de
sus costumbres, y la elevación de sus sentimientos", entre los cuales sin embargo se
contaban algunos que habían "perdido su individualidad nacional, sin haber
recogido, en sus relaciones con los extranjeros, nociones precisas sobre las
verdaderas bases de la felicidad y el orden social".98 Pero sobre todo, en el sentido
que aquí nos interesa, llaman la atención dos cosas. Una, que aquel interés por "el
estudio profundo de las ciencias" se manifestara en sectores de actitud
conservadora dentro de una minoría social, y financiado además por "la
munificiencia del gobierno español". Otra, que como observara Humboldt, ante
"una naturaleza tan maravillosa y tan rica en producciones, nadie en estas playas
se ocupaba del estudio de las plantas y los animales". (Leonard,1992:196,197).99
Por el contrario, señala, en una época en que se insinuaban ya los conflictos
que conducirían a la crisis final del imperio español en América -que tendría
justamente en Caracas uno de sus centros decisivos-, "la mayoría de los habitantes
sólo dirigían sus pensamientos a asuntos de un interés físico, fertilidad del año,
largas sequías, conflicto de los vientos de Petare y Catia... y apenas se viaja... para
buscar plantas alpinas, para examinar rocas, o para llevar un barómetro a lugares

98
Caracas parece haber retribuido el interés de Humboldt de manera equivalente, a juzgar por lo anotado por Martí hacia
1881: "A propósito de la iglesia hay una anécdota de Humboldt: -'¿Cuándo regresará usted?' -le preguntaron, a su partida de
la ciudad: 'Cuando esa iglesia esté terminada', dijo sonriendo. -Y en efecto, la obra terminó noventa años después de su
partida. Ramas cargadas de flores acarician todavía los muros ruinosos de la casa donde vivió Humboldt. -Humboldt, que
nunca olvidó -"la culta, la hospitalaria, la inteligente Caracas".- En una plaza donde los árboles, como alumbrados por un
súbito fuego, se coronan en el verano de grandes flores rojas, se ve un reloj de sol construido por Humboldt. -Y cuando en
uno de esos coches ligeros que se encuentran por todas partes en la ciudad, uno se pasea por los alrededores de Caracas,
poblados de cafetales, sembrados bajo la sombra amiga de los rojos y altos búcaros, puede verse aún una portada, sobre cuya
cima se lee, en desvaídas letras dibujadas por la mano del sabio el nombre del paraje encantador, que antes fue un lugar
delicioso de solaz: -Sans Souci". (1975: XIX, 165)
99
Treinta años después, Darwin podía encontrar una actitud aún más hostil hacia las "luces" en su contacto con la oligarquía
chilena. "Un día", cuenta en su diario de viaje del Beagle, "vino a verme un alemán coleccionista de historia natural, llamado
Renous, y casi al mismo tiempo llegó un viejo abogado español. La conversación entre ambos me divirtió mucho. Hablaba
Renous tan correctamente el español, que el anciano abogado le tomó por un chileno. Hablando Renous de mí, preguntó a su
interlocutor qué pensaba del rey de Inglaterra que enviaba a Chile a un hombre cuya única ocupación era buscar lagartos y
escarabajos, y partir piedras. El viejo reflexionó profundamente unos momentos y después dijo: -"Eso me parece muy turbio.
-Aquí hay gato encerrado. No hay nadie bastante rico para gastarse tanto dinero en una cosa tan inútil. Eso es algo turbio, lo
repito: si enviásemos a un chileno a Inglaterra con igual misión, ¿no cree usted que el rey de Inglaterra lo expulsaría en el
acto?" Ahora bien: este viejo pertenece por su situación a las clases más instruidas es inteligentes. El mismo Renous confió,
hace dos o tres años, a una señorita de San Fernando, varias orugas, recomendándole que las alimentara bien porque deseaba
obtener mariposas. Esto se rumoreó por toda la ciudad; al fin hubo consultas entre los padres y el gobernador y convinieron
en que debía tratarse de alguna herejía. Por tanto Renous fue arrestado al volver".(1983:317)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 84

elevados." Humboldt, en efecto, no pudo "descubrir en Caracas un solo hombre


que hubiera llegado a la cumbre de la Silla" entre los miembros ilustrados de
aquella oligarquía, acostumbrados a una vida "uniforme y casera" que se
espantaban "de la fatiga y de los cambios súbitos del clima", y de los que "pudiera
decirse que no viven para gozar de la vida, sino únicamente para
prolongarla".(Leonard,1992:199)
En el espíritu menos laudatorio de la década de 1980, ese mismo panorama -
valorado para el caso de Nueva España por John C. Coatsworth-, aparece marcado
en cambio por "dos imágenes contradictorias". Por un lado, dice, "el dominio del
Estado sobre los recursos lo coloca en una misma clase con los regímenes
absolutistas de la Europa occidental". Por otro, sin embargo, ese Estado "era débil
para las normas europeas de la época: delegaba funciones, toleraba altos niveles de
violencia ilícita, no consolidaba los territorios ni podía movilizar apoyo popular
sino por medio de la coacción".
Aquel Estado colonial terminó así concentrando sus capacidades militares y
burocráticas en las regiones que prometían rendir los más altos ingresos a la
Corona, descuidando o delegando "casi todas las otras actividades, a menos que
respondieran directamente a amenazas contra la soberanía de la
Corona".(1990:54)100 Con ello, el "ajuste al alza" buscó incrementar la extracción de
excedentes de las colonias antes que en la efectiva promoción de cambios
tecnológicos y la diversificación de los recursos aprovechados, con la sola e
importante excepción del auge de las plantaciones de frutos tropicales, a que se
hará referencia más adelante. De este modo, observa Coatsworth, si bien compartía
con los demás Estados absolutistas la tendencia a imponer "múltiples limitaciones
al crecimiento económico", en el caso de México lo hizo con dos diferencias
importantes.
Por un lado, mientras en Europa el estatismo del siglo XVIII surgió "como
respuesta a las nuevas condiciones producidas por el desarrollo económico y el
crecimiento del comercio internacional", en México el absolutismo estaba
"desfasado de la economía, cuyo crecimiento limitaba a niveles inferiores a los de
Europa occidental".101 Y, por otro, también a diferencia de lo ocurrido en la Europa

100
Es notable, por otra parte, cómo Haring coincide de hecho con Coatsworth al referirse a la lentitud del proceso de
reformas. El sistema de flotas, por ejemplo, sólo fue abandonado en 1789, un año antes de la abolición de la Casa de
Contratación de Cádiz, al cabo de "una continua e importante historia de 287 años". La Corona, además, siguió restringiendo
severamente la circulación de información que hubiera podido enriquecer el proceso: el Nuevo Sistema de Gobierno Económico
para la América, escrito antes de 1743 por José Campillo y Cossío, ministro de guerra y finanzas de Carlos III, "no apareció
impreso sino medio siglo después". (1990:447) Otras obras descriptivas de los recursos y el potencial económico de las
colonias, en particular escritas por criollos, simplemente no fueron autorizadas a circular.
101
El Estado colonial borbónico, agrega, "consumía casi la misma proporción del ingreso nacional que las monarquías
centralizadas de la Europa del siglo XVIII, pero las exacciones coloniales representaban una proporción muy superior del
excedente económico, ya que la porción del ingreso nacional disponible para usos no productivos era menor en México que
en países cuyas economías eran más productivas".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 85

occidental, incluyendo a la propia España, "una porción importante de los recursos


captados por el Estado colonial fue exportada, sin compensación, a la Península y a
otras partes del imperio".(1990:55)
Debido a esta situación, añade Coatsworth, a México le fueran negados
"muchos de los efectos positivos que el gasto gubernamental tuvo en Europa
occidental". Con ello, si por un lado el país "no se benefició de facilidades
portuarias y caminos comparables a los de Europa occidental, ni gozaba del orden
ni de los servicios públicos ni de la defensa militar eficaz de los europeos", por otro
-y sobre todo-, las restricciones a la actividad económica desalentaron el desarrollo
de aquellas nuevas fuerzas sociales que en Europa occidental terminaron por
minar a los Estados absolutistas.102
Así, por ejemplo, si bien la Riqueza de las Naciones, de Adam Smith, había
sido vertida al español ya en 1794 -"apenas 18 años después" de publicada en
Inglaterra, como señala el traductor del texto- y presentada con entusiasmo a la
Corona como aporte al buen gobierno del Imperio, su aplicación a las realidades
americanas era cosa aún pendiente en 1818. En ese año, el Arzobispo de Guatemala
llamaba a sus sacerdotes a colaborar con las autoridades para lograr, como lo
deseaban la Corona "y su representante aquí",

que todos vivan quietos, subordinados, contentos y felices; que el trabajo saludable
vivifique nuestros campos; que las costumbres públicas y privadas se mejoren de
esta suerte; que la civilización vaya en aumento; que la Religión divina tenga
siempre unos fieles adoradores en todos estos vasallos leales; y que la paz, la
caridad, la concordia, reynen en los campos, en las rancherías, en los pueblos
cortos, y en las poblaciones grandes. (Casaus y Torres, s.f.:20)

Y para lograrlo, decía enseguida, se debía estimular la creación de pequeños


propietarios que "deseen cultivar los campos, fomentar la cría de ganados, tener
sus propiedades y arraigos respectivos", de modo que "contentos ellos con su
bienestar, no serán capaces de imaginar medios de perturbar el nuestro", y sí en
cambio de imitar "la actividad y el interés individual anglicano" en la explotación
exitosa de recursos naturales ociosos. De este modo, la tierra -"aquí fecundísima
madre"-, correspondería "al mayor cultivo con frutos opimos y centuplicados", y
brindaría los medios para llevar a cabo aquel proyecto -tan singular como
desesperado- de una sociedad de individuos sin individualismo, de productores

102
"La ausencia de derechos y privilegios feudales", dice, "facilitó el desarrollo del absolutismo en las colonias. No se
convocaron parlamentos para aprobar nuevos impuestos, ni fue necesario hacer concesiones a cambio de ellos. La Corona
tampoco encontró necesario buscar aliados entre los comerciantes y empresarios para obtener colaboración y ayuda
financiera en contra de los terratenientes locales y enemigos externos. Más aún, los recursos coloniales redujeron la
necesidad de tales alianzas en la propia España... El Estado colonial era una caja de Pandora vacía. Una vez abierto, se
desarmó rápidamente en partes".(1990:55-56)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 86

mercantiles sin mercado propio, de ciudadanos sin aspiraciones a un Estado


nacional.
La aparente excentricidad de la propuesta del Arzobispo expresaba el
espíritu de unos tiempos que, en efecto, anunciaban realidades que llegarían a
tener consecuencias de vasto alcance para las relaciones entre la sociedad y el
medio natural en América Latina. De entre esas novedades destaca, por ejemplo, el
auge de los cultivos de plantación de productos tropicales, que da lugar al
surgimiento de paisajes nuevos en áreas hasta entonces marginales respecto al eje
hacienda-mina antes dominante en la organización del espacio regional.
A primera vista, las plantaciones constituyen espacios de monocultivo,
distinto en su racionalidad y sus determinaciones a la producción siempre más
diversificada de la hacienda. Con todo, aun destaquen en ellas rasgos como "la
extensión uniforme del mismo cultivo practicado sobre grandes unidades de
explotación" y la presencia de una infraestructura en la que destaca "una red
caminos de explotación" y el enlace con "los principales ejes de circulación que
conducen a los puertos de exportación", servicios técnicos y organización
"moderna" (George,1985:59,60), esos datos de orden cuantitativo deben ser vistos
en su relación con otros, de orden cualitativo.
A lo largo del siglo XVIII, en efecto, la conformación de los nuevos espacios
dedicados al azúcar, el cacao, el café y el tabaco en las Antillas, el litoral
venezolano y el Nordeste brasileño tendrá importantes consecuencias ambientales.
Así, por ejemplo, el auge de la plantación se tradujo en la puesta en valor de
nuevos territorios, cuya ecología se vio radicalmente simplificada - al punto en que
sostiene a una sola especie, que crece allí únicamente porque en algún otro lugar
hay un mercado fuerte que la demanda" -a partir de una destrucción muy intensa
de bosques en puntos específicos, o del desplazamiento de agricultores
tradicionales previamente asentados en esos espacios, con vistas a propiciar la
transformación de la tierra "en un conjunto de instrumentos especializados de
producción".(Worster, 1990:1101)103
Lo limitado de ese primer despliegue del monocultivo, por otra parte, no
debe conducir a la subestimación de su impacto ambiental.104 En el caso de las
Antillas británicas -y de posesiones coloniales francesas del Océano Indico-, por

103
En ese proceso, añade Worster, "Lo que una vez fue una comunidad biológica de plantas y animales cuya complejidad
apenas podía ser comprendida por los científicos, lo que había sido transformado por los agricultores tradicionales en un
sistema aún muy diversificado para la producción local de alimentos y otros materiales, se vio ahora convertido en un
aparato cada vez más constreñido a las necesidades de la competencia por el éxito económico en mercados dispersos".
104
Gligo y Morello (1980:148) -refiriéndose a la segunda mitad del siglo XIX- señalan que la ampliación de esos espacios
produjo una extensión limitada de la frontera agrícola, pues "los cultivos tropicales ocuparon una reducida porción de
suelos... generalmente en las inmediaciones de los puertos y zonas de embarque" y que la penetración hacia las regiones
tropicales "casi no se produjo y las selvas sólo sirvieron como fuentes de energía". Esto, sin embargo, no contradice el efecto
focalizado que renueva en otras tierras el impacto ambiental de los desarrollos mineros de los siglos XVI y XVII, y contribuye
a consolidar la mentalidad predatoria característica de la economía de rapiña.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 87

ejemplo, ese impacto dio origen a algunas de las raíces tempranas del
conservacionismo contemporáneo. Segun Richard H. Grove, el efecto negativo de
aquella agricultura sobre la rentabilidad futura de la tierra en las colonias francesas
del Indico dio lugar a que se percibiera "la relación entre la deforestación y el
cambio climático local", que ya en 1769 se tradujo en medidas de protección
forestal, complementadas en 1791 por leyes contra la contaminación de las aguas
por los deshechos de la producción de índigo y azúcar, y en 1798 a regulaciones
encaminadas a proteger la riqueza piscícola contra la pesca excesiva.(1992:24)105
En el Caribe británico, los ingleses "fueron rápidos en imitar el ejemplo de la
política francesa en la isla de Mauricio", una vez que naturalistas como Stephen
Hales y Soame Jenyns -este último miembro del Parlamento e integrante de la
Comisión para el Comercio y las Plantaciones-, establecieran una relación causal
entre los árboles y la lluvia, identificando así los peligros de la deforestación y su
impacto sobre la erosión del suelo. De este modo, "en 1764 fueron establecidas
reservas forestales en Tobago", identificadas en los mapas como "reservas de
bosques para lluvias", que abarcaban cerca del 20 por ciento de la isla.(1992:25)106
En estrecha relación con lo ambiental, a su vez, los nuevos espacios de
plantación tuvieron también efectos socio-culturales de singular importancia. De
esos efectos, el más inmediatamente visible fue la consolidación de la tendencia
inaugurada en el siglo XVI a la adscripción de grupos etnosociales específicos a
actividades específicas, que en este caso se tradujo en un sustancial incremento de
la demanda de esclavos de origen africano.
Arturo Warman, por ejemplo, tras discutir cifras que sitúan entre 9.3 y 11
millones el total de los esclavos africanos importados a América entre 1518 y 1870,
concluye que el ritmo de esa "gigantesca migración" fue creciente hasta principios
del siglo XIX: 125 mil en el siglo XVI, un millón 280 mil en el XVII, 6 millones 265
mil en el XVIII. Con ello, y a pesar de "la prohibición del tráfico por los ingleses
desde 1807, seguidos por los franceses y otras naciones", un millón 628 esclavos
fueron introducidos en América en el siglo XIX, y el comercio humano sólo vino a
ser lentamente clausurado a partir de la abolición de la esclavitud en el continente
americano.(1988:67)107 Por otra parte, añade Warman, el 80% del total de esclavos
105
La posibilidad de esa percepción, a su vez, estuvo ligada a la presencia -desde fines del siglo XVII y principios del XVIII-,
de naturalistas en las empresas que explotaban esos recursos, debido a "la necesidad urgente de entender, para fines
comerciales, floras, faunas y geologías poco familiares ". El papel de ese personal como "una parte esencial de la maquinaria
administrativa de las compañías de las Indias Orientales" (1992:22), por contraste con el caso del colonialismo español,
parece corroborar lo planteado por Coatsworth sobre las reformas borbónicas.
106
Las reservas para lluvias, agrega Grove, fueron "un concepto revolucionario. Todavía existen, aunque con extensión algo
mayor, como la reserva más antigua de su tipo en el mundo. Medidas similares fueron adoptadas en la isla de San Vicente en
1791. La Kings Hill Forest Act también protegió a los bosques por razones climáticas".
107
Henry Hobhouse, por su parte, indica que la cifra más aceptada hoy en día sobre el tráfico de esclavos asciende a "11.7
millones exportados y 9.8 millones importados al Nuevo Mundo entre 1450 y 1900". Sin embargo, agrega, esta cifra general
no incluye dos tipos adicionales de pérdidas: las que tuvieron lugar en las costas de Africa debido a las violencias de todo
tipo propias de la captura y prisión de los esclavos, sobre las cuales no hay registros y, ya en América, las debidas a una
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 88

arribó al Nuevo Mundo entre 1701 y 1850, con lo que los datos del tiempo se
corresponden claramente, además, con los del espacio, la producción y el trabajo.
La producción de azúcar fue el principal factor de demanda de trabajo
esclavo -al menos dos terceras del total de los africanos importados-, seguida por la
de productos como el cacao, el algodón y el café. 108 Así, como lo advirtiera
Humboldt, en lugares como Jamaica y Cuba, "cuando se oye hablar del estado
floreciente de la agricultura", no venía a la mente "la idea de cosechas que sirven de
alimento al hombre", sino la de "terrenos que producen objetos de cambio para el
comercio y de materias primas para la industria de las fábricas". Y, con ello, "por
rico y fértil que sea el campo", la vida rural -al estar regada "con el sudor de los
esclavos africanos"- "pierde su atractivo cuando es inseparable del aspecto de la
infelicidad de nuestra especie".(1990:236)109
El mismo impacto social y ambiental de la expansión del monocultivo en
áreas tropicales puede apreciarse cuando, en Brasil, Gilberto Freyre señala los
"grandes excesos y grandes deficiencias... de la nueva tierra". El suelo, dice,
"exceptuadas las manchas de tierra negra o morada de excepcional fertilidad", era
"rebelde en gran parte a la disciplina agrícola", tanto por "las tierras y bosques
enmarañados de tan difícil cultivo", como por "los grandes ríos, imposible casi de
ser aprovechados económicamente en el labrantío, en la industria o en el transporte
regular de los productos agrarios: vivero de larvas, de multitud de insectos, de
alimañas nocivas al hombre", todo lo cual vino a ser objeto del esfuerzo
permanente de simplificación radical de la ecología que la plantación
exige.(1977:44)
Resultado de ese esfuerzo fue, así, "haberse acentuado por la presión de una
influencia económico-social -la monocultura- la deficiencia de las fuentes naturales
de nutrición que la policultura quizás hubiera podido atenuar, o acaso corregir y
suplir, a través del esfuerzo agrícola regular y sistemático". En el marco del nuevo

mortalidad infantil que llegaba a superar el 80 por ciento de los nacidos en las plantaciones, sobre todo las azucareras. (1992:
63)
108
Brasil, "el principal productor de azúcar en el mundo desde el siglo XVII hasta ahora", adquirió el 38% de los esclavos
importados, más de tres y medio millones, seguido con un 17% por el conjunto antillano formado por Jamaica con 750 mil,
Cuba con 700 mil -más de las tres cuartas partes adquiridos después que Inglaterra prohibió el tráfico-, Martinica y
Guadalupe con cerca de 700 mil, entre las más importantes. Los Estados Unidos, por su parte, recibieron el 6% de los
esclavos, cerca de 600 mil -con una proporción más baja asociada con la economía azucarera-, mientras otro tanto fue
incorporado a las colonias azucareras de Holanda, Dinamarca y Suecia en el mar Caribe.(Warman, 1988:68)
109
Diez años después -y quizás en parte bajo la influencia del propio Humboldt, uno de los autores favoritos de su juventud-
, Darwin dejaría un testimonio de su visita a la región de Bahía durante su viaje en el Beagle en el que se combinarían a un
tiempo el entusiasmo "de un naturalista que por primera vez vaga por un bosque brasileño", con la repugnancia que le
inspiró el carácter esclavista de esa sociedad. Al pasar "junto a una de esas macizas colinas de granito desnudas y escarpadas
tan comunes en este país", cuenta, se le informó que el lugar era célebre por haber servido largo tiempo sirvió de refugio a
algunos negros cimarrones, hasta que, descubiertos finalmente, "se rindieron todos excepto una vieja, quien, primero que
volver a la cadena de la esclavitud, prefirió precipitarse desde lo alto de la peña y hacerse pedazos abajo. Ejecutado este acto
por una matrona romana", comenta Darwin, "habríase celebrado y se hubiera dicho que la impulsó el noble amor a la
libertad; efectuado por una pobre negra, limitáronse a atribuirlo a una terquedad brutal".(1983:30)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 89

auge de la economía de rapiña, sin embargo, ocurrió precisamente que muchas de


aquellas fuentes fueron "pervertidas, otras estancadas por la monocultura, por el
régimen esclavista que... las sofocó, esterilizándoles la espontaneidad y la lozanía.
Nada perturba más el equilibrio de la naturaleza que la monocultura,
principalmente cuando es alógena la planta que viene a dominar la región...
Exactamente el caso brasileño". (1977:59)
Más allá de estos problemas -que salvo casos aislados no fueron siquiera
percibidos como tales ni por las autoridades coloniales ni por los hombres de
cultura de la región-, la economía de plantación hizo parte, dentro de las América
española -junto con el comercio legal o de contrabando, y el auge de actividades
económicas como la ganadería y la agricultura triguera, vinculadas al intercambio
con el exterior en zonas periféricas del imperio- de un subsistema mejor integrado
en su momento al mercado mundial. Ese subsistema contribuyó finalmente a
generar, directa o indirectamente, factores de conflicto que contribuirían de
manera decisiva a llevar a una crisis irreversible al intento borbónico de lograr un
"ajuste al alza".
En efecto, fue en el triángulo geoeconómico constituido por Venezuela,
Chile y el Río de la Plata, donde se expresó de manera más radical la percepción de
que el sistema implantado por la dinastía borbona "era explotación, desde el punto
de vista de los colonos", en beneficio de la burocracia colonial y los comerciantes
españoles, al punto en que esos "colonos americanos, por tanto, llegaron a
considerar su sujeción a la metrópoli más como una limitación que como una
ventaja".(Haring,1990:455)110 Y, sin embargo, puede plantearse también que el
mayor éxito de la articulación de esa periferia al mercado mundial naciente
consistió quizás en el estímulo que brindó -en esas zonas como en los viejos centros
de la economía imperial, que veían acentuarse a un tiempo su retraso relativo y las
contradicciones internas que los afectaban- a aquella suerte de descubrimiento por
los hispanoamericanos del potencial económico de sus propios territorios, y a su
creciente certeza de que el mayor obstáculo a la prosperidad de sus países radicaba
en la política colonial de la Corona.111

110
Lo que a su vez se expresaba también en la acentuación de los conflictos entre peninsulares y americanos en las colonias
españolas. Así, Humboldt observa cómo el gobierno "desconfiado de los criollos, da los empleos importantes exclusivamente
a naturales de la España antigua, y aun... se disponía en Madrid de los empleos más pequeños en la administración de
aduanas o del tabaco... De aquí han resultado mil motivos de odio y celo perpetuo entre los chapetones y los criollos...
Delante de la ley todo criollo blanco es español; pero el abuso de las leyes, la falsa dirección del gobierno colonial, el ejemplo
de los estados confederados de la América Septentrional y el influjo de las opiniones del siglo, han aflojado los vínculos que
en otro tiempo unían más íntimamente a los españoles criollos con los españoles europeos", al punto en que los criollos
"prefieren que se los llame americanos".(1990:78)
111
Se trata, por ejemplo, de aquella visión de la Nueva España que Humboldt recogió entre sus interlocutores mexicanos,
según la cual el reino, "bien cultivado", sería capaz de producir "por sí solo todo lo que el comercio va a buscar en el resto del
globo: el azúcar, la cochinilla, el cacao, el algodón, el café, el trigo, el cáñamo, el lino, la seda, los aceites y el vino. Proveería
de todos los metales, sin excluir ni aun el mercurio", al tiempo que sus "excelentes maderas de construcción y la abundancia
de hierro y de cobre" podrían favorecer "los progresos de la navegación mexicana".(1990:30)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 90

Se entiende de este modo que el venezolano Simón Bolívar, en una


comunicación de junio de 1814 al Ministro de Relaciones Exteriores británico,
definiera los objetivos de "la presente revolución de la América" como "estos dos:
'sacudir el yugo español, y amistad y comercio con la Gran Bretaña'". Y añadiera
enseguida que tal era el "carácter" que distinguía a "la misma revolución que se ha
propagado en las demás regiones de la América", que reconocían "sus verdaderos
intereses en esta separación de la España, y en esta amistad con la Inglaterra", lo
que las llevaba confiar "en la generosidad de la nación británica, en el augusto
carácter de su gobierno y los recíprocos intereses de uno y de otro
pueblo".(1982:85)112
Tal confianza, como se ha observado reiteradamente, resultó excesiva para
esos tiempos. Las oligarquías criollas supieron captar la tendencia fundamental de
evolución del mercado mundial del que dependían sus esperanzas de una
prosperidad menos onerosa que la que les ofrecía la España de los Borbones, pero
se vieron arrastradas a una ruptura radical con la metrópoli en una circunstancia
en la que no tardaría en hacerse evidente que, aun cuando la apertura comercial
había creado "una ampliación muy real del mercado americano", no había bastado
sin embargo para inaugurar "una etapa de expansión sostenida y dinámica del
nexo mercantil con ultramar". (Halperin,1985:208)
La Inglaterra conque esas oligarquías contaban, en efecto, no estaba aún ni
en la necesidad ni en la capacidad de sustituir a España como una gran
compradora de bienes americanos, pues su interés fundamental consistía entonces
en encontrar mercados para su producción manufacturera excedente. Con ello, lo
limitado del estímulo ofrecido por la liberalización comercial a la producción vino
a ser el factor decisivo "en la conformación de un orden económico en la América
Española independiente, que desilusionó las ardientes esperanzas de los
revolucionarios", cuyos planes se habían basado en la presunción simplista de que
eran únicamente las restricciones impuestas por España al comercio colonial las
que evitaban el rápido crecimiento de la economía exportadora hispanoamericana.
(Halperin,s.f.:58)
En conjunción con otros factores que será necesario examinar, esta situación
dio lugar a una circunstancia que, antes que estimular un cambio cualitativo en la

112
Aquí subyace además un cambio cultural cuyo alcance puede verse en el testimonio que nos ofrece Darwin sobre la
actitud hacia a sus compatriotas en Chile en 1834. "Charlando por la noche con el mayordomo de estas minas de los muchos
extranjeros que habitan hoy todas las regiones del país", relata, "me contó que cuando él era muchacho y estaba en el colegio
en Coquimbo... les habían dado permiso para ver al capitán de un buque inglés que había llegado para hablar con el
gobernador de la provincia. Nada en el mundo -decía- hubiera decidido ni a él ni a sus compañeros a acercarse al inglés,
tanto se les había inculcado la idea de que el contacto con un hereje debía causarles una porción de desgracias... También me
contaron de una señora anciana que, en una cena en Coquimbo, se admiraba de haber vivido bastante como para haber
llegado a sentarse a la mesa con un inglés, pues recordaba perfectamente que, por dos veces, siendo niña, al solo grito de
"¡los ingleses!" todos los habitantes se habían refugiado en las montañas, llevándose los objetos más preciados". (1983:402-
403)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 91

relación entre las sociedades latinoamericanas y su medio ambiente, tendió en


primer término a acentuar las formas ya existentes en esa relación. Ello ocurrió a
través de un "ajuste a la baja", mediante el cual las oligarquías latinoamericanas
tenderían a reforzar sus formas tradicionales de dominación social y explotación
de los recursos naturales de sus respectivas regiones y países, en un proceso que
terminaría por crear restricciones adicionales a sus expectativas de
autodeterminación cuando finalmente llegara la hora de una plena reinserción en
el mercado mundial.

3. La crisis y el "ajuste a la baja"


El conservadurismo, dice Tulio Halperin Donghi, constituyó una solución para una
América Española que "había ganado su independencia tan sólo para descubrir
que el orden que este proceso había hecho posible era inesperadamente estático".
Aún haría falta un cuarto de siglo para la llegada de la "hora liberal", a partir del
momento en que "una nueva tendencia en la economía mundial acercara más los
cambios tan deseados". Y aun así, agrega, "eso no significó que la libertad o la
igualdad resultaran más universalmente respetadas o más ampliamente
instauradas que el período anterior", sino, sobre todo, "que ya no pareciera tan
esencial moverse con lentitud, 'a la vieja manera española'".(s.f.:140)
Para Halperin, ese triunfo inicial del conservadurismo fue el resultado de un
conjunto de circunstancias de orden político, social y económico, interno y externo,
que bloquearon entre 1825 y 1850 la realización de las expectativas de crecimiento
económico de las oligarquías criollas. Dentro de esas circunstancias, por ejemplo,
destaca la destrucción de bienes materiales e infraestructura ocasionada por un
conflicto de 15 años de duración que, sin embargo, puede también haber tenido un
alcance menos decisivo de lo que parece a primera vista.
En efecto, salvo algunos enclaves mineros situados en los que fueron polos
fundamentales de actividad económica en la primera fase de la dominación
española, la infraestructura y el equipamiento del conjunto de la actividad
económica había seguido siendo rudimentaria y su reposición no debería haber
planteado problemas significativos. Algunos testimonios de época resultan
ilustrativos al respecto.
Para 1773, en pleno auge de las reformas borbónicas, el español Alonso
Carrió de la Vandera, funcionario comisionado para inspeccionar y reorganizar el
servicio postal en la zona interior de América del Sur, señalaba que en las carretas
utilizadas en la importante ruta Buenos Aires-Alto Perú no había "fierro alguno ni
clavo, porque todo es de madera", y su mantenimiento sólo requería se le diera con
frecuencia "sebo al eje y bocina de las ruedas, para que no se gasten las mazas,
porque en estas carretas va firme el eje con el lecho, y la rueda sólo es la que da
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 92

vuelta".(en Leonard,1992:170-171)113 Y hacia 1827, Henry Ward -primer cónsul


inglés en el México independiente-, da cuenta del estado de las vías de
comunicación entre la capital y Querétaro en una anécdota significativa: "no
estando llenos los recipientes" de leche y crema enlatados que había llevado
consigo desde Inglaterra, "frecuentemente observábamos al abrirlos que debido al
trote de las mulas su contenido se había vuelto mantequilla, aunque en ese estado
proporcionaba una muy agradable adición a nuestra dieta".(1985:156)114
Este mismo fenómeno de retraso tecnológico con respecto a Europa
Occidental se hacía ver, incluso, en actividades que ya incluían la participación de
capital extranjero. Darwin, por ejemplo, describe la extracción de mineral de cobre
en el Norte Chico chileno en 1834 mediante peones llamados apires, "verdaderos
bestias de carga" que acarreaban a hombros el mineral en bultos de 90 kilos
"trepando por muescas hechas en postes colocados en zigzag en los pozos de la
mina", sin que se les permitiera "detenerse para tomar aliento, como no tenga la
mina 200 metros de profundidad". Cada apire, añade, "subía doce cargas de
aquellas al día; es decir, que en las horas de trabajo elevaba 1087 kilogramos a 80
metros de altura; y todavía entre uno y otro viaje los ocupaban en quebrantar y
recoger a mano mineral". (1983:401)115
Más que por el retraso tecnológico, los sectores de la economía más
intensamente articulados al mercado mundial parecen haberse visto especialmente
afectados en sus posibilidades inmediatas de recuperación económica por la
extrema desorganización social que se hizo sentir en toda la región. Un caso
característico, en este sentido, es el de los problemas creados por la abolición de la
esclavitud en las zonas de plantación. Otro, el de la incorporación de amplios
sectores campesinos a las fuerzas armadas de la época, o simplemente su
emigración a los márgenes de la estructura socioeconómica. Y otro más, aún, el de

113
"Las dos ruedas", decía, "son de dos y media varas de alto... cuyo centro es una maza gruesa de dos a tres cuartas. En el
centro de ésta traviesa un eje de 15 cuartas, sobre el cual está el lecho o cajón de la carreta... cuyo ancho es de vara y media.
Sobre este plan, lleva de cada costado seis estacas clavadas, y en cada dos va un arco que, siendo de madera o especie de
mimbre, hace un arco ovalado. Los costados se cubren de junco tejido... y por encima... se cubren con cueros cosidos, y para
que esta carreta camine y sirva se le pone al extremo de aquella viga de siete y media varas un yugo de dos y media, en que
se uncen los bueyes".
114
La señora Ward, por su parte, ante el hecho de que "el viajero mexicano nunca tiene la suerte deslizarse por el país con esa
especie de suave balanceo a que los trabajos del señor Mac Adams han acostumbrado a la gente en Inglaterra", optó por
cambiar su sitio en el carruaje de la expedición por un caballo de modo tan completo que, dice su esposo, "yo creo que debe
haber cabalgado mil cuatrocientas millas de las dos mil que seguramente sumaron todos nuestros viajes. No es posible
titubear entre un caballo de paso y un carruaje en dichos caminos, excepto cuando el sol es tan fuerte que hace deseable la
protección de un techo". (1985:154-155)
115
"Confieso", agrega, "que creía exagerado el relato de tales atrocidades; de modo que me alegró tener la oportunidad de
pesar una de las cargas elegidas por mí al azar. Apenas podía yo levantarla del suelo, y sin embargo, la consideraban como
muy pequeña cuando vieron que no pesaba más que 89 kilogramos". Este es, por otra parte, uno de los momentos del diario
que impresionó a Martí, quien resalta cómo Darwin "ve espantado a los míseros apires, que son hombres y parecen bestias,
como monstruos moribundos, hasta que echan a tierra la gran carga, que es de doscientas o más libras, y emprenden viaje
riendo y gracejando, cuando que sólo comen carne una vez a la semana". (1975: t. 15, 379)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 93

la inseguridad generalizada en las rutas de comercio. En contraste, los sectores


económicos vinculados a la economía interna -sobre todo los que dependían de la
agricultura comunitaria indígena-, parecen haberse recuperado con relativa
rapidez.
La desorganización social tuvo además un importante correlato en la
prolongada inestabilidad política que siguió a la desintegración del sistema. Aquí,
a la necesidad de reconstituir tanto los mecanismos de poder oligárquico como la
base social de ése poder -en particular a través de la reinserción del campesinado
en unas estructuras de propiedad y producción que permanecían tan estáticas
como distantes de las esperanzas de mayor libertad y prosperidad para el pueblo
llano que animaron a las revoluciones de independencia en su momento de
triunfo-, se agregó la de constituir repúblicas viables en los espacios políticos
surgidos "sobre la base del derecho público que tenemos reconocido en América",
según la cual "los gobiernos republicanos se fundan entre los límites de los
antiguos virreinatos, capitanías generales, o presidencias", como le indicara Bolívar
a Sucre respecto a la creación de la república de Bolivia.(1983:230)
Lo así planteado era, en los hechos, recomponer para las aspiraciones de
autodeterminación de una élite espacios enteros que antes habían estado
organizados para las necesidades fiscales y la administración centralizada de un
estado colonial absolutista. Esa antigua organización, a su vez, incidiría en la
nueva realidad mediante un factor aún más decisivo: la extrema penuria de capital
reinante en América al cabo de casi tres siglos de extracción sistemática de los
excedentes producidos en la región, que además vendría a agravarse por la nueva
extracción resultante de la situación monopsónica de Inglaterra ante América
Latina.
En términos generales, puede plantearse que todo contribuyó, de este modo,
a consolidar una situación de estancamiento tecnológico correspondiente a "un
estilo productivo que sin duda derrocha uno de los factores de producción" -en
este caso, la tierra y sus recursos-, en tanto prolonga en el tiempo aspectos
fundamentales de la antigua organización productiva. (Halperin,1985:213)116 Pero,

116
Para el caso de México, por ejemplo, Rodríguez y Scharrer (1991:218-219) indican que la estructura agrícola y agraria "no
fue modificada en sus aspectos substanciales por el movimiento independiente", si bien "a partir de esta época se iniciaron
varios fenómenos que...en el largo plazo contribuyeron a transformar la agricultura en un proceso que en algunos aspectos
culminó en el porfiriato, en otros en la revolución y en otros persiste hasta nuestros días". Entre los factores de continuidad
inicial, las autoras mencionan "la composición rural del país"; la desigualdad en la distribución de "otros recursos naturales
como agua, bosques, pastizales, etcétera, entre la población rural"; "la estructura de las actividades productivas", en cuanto
haciendas, ranchos y unidades productivas campesinas "casi no variaron su forma de organización"; "la división marcada
entre agricultura campesina de recursos básicos" destinados al autoconsumo y "la agricultura de cultivos comerciales,
realizada en las haciendas y los ranchos prósperos" y, finalmente, tanto "las mismas variedades cultivadas desde el siglo
XVIII y la cría de las mismas especies de ganado" como "las técnicas y la infraestructura agrícola, las cuales no
experimentaron modificaciones". A ello agregan además que, "en el corto plazo los nuevos gobiernos independientes
mantuvieron en lo fundamental la legislación agraria".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 94

aun así, el "ajuste a la baja" no significó por necesidad ni estancamiento ni retroceso


con respecto a la situación previamente existente.
En determinadas circunstancias, la solución conservadora logró articular de
un modo peculiar aquellas aspiraciones de estabilidad social del Arzobispo
Casaus, con las de libertad política y apertura económica de las oligarquías criollas.
Con ello, los polos fundamentales del triángulo geoeconómico de mayor
dinamismo en el momento de la ruptura del orden colonial iniciaron desde fecha
relativamente temprana procesos de reconstrucción económica lenta, pero
sostenida, a la que se sumaron incluso otras áreas hasta entonces relativamente
marginales, como Guatemala.
Para Halperin, ese crecimiento económico resulta casi marginal ante una
situación marcada por un estancamiento generalizado, y por la franca declinación
de algunos de los antiguos centros de la economía colonial. Más aun, agrega,
"incluso donde tuvo lugar el crecimiento, enfrentó barreras en apariencia
insuperables, surgidas en parte de la prudencia tanto de los comerciantes como de
los productores, más de una vez desilusionados después de 1810, peor sobre todo
de lo limitado de las posibilidades ofrecidas por el propio comercio internacional".
Y ambos factores, además, se encontraban vinculados a lo que llama "una falta de
entusiasmo en el exterior por invertir en América Latina".(s.f.:60,70)
Aun así, el panorama general incluye situaciones que ameritan una atención
más detallada. Por un lado, como lo observa el propio Halperin, la recuperación de
la actividad minera en México, Perú y Bolivia -con todo y resultar más lenta que en
las áreas de incorporación reciente al mercado exterior-, permitió alcanzar los
niveles de producción anteriores a las guerras de independencia para mediados del
siglo XIX. Por otro, en casos como el de Venezuela la sustitución del cacao por café
-cultivado en lo fundamental por campesinos libres, de mayor demanda exterior, y
más fácil de conservar por períodos prolongados en tiempos de incertidumbre-,
iniciada a fines del siglo XVIII, permitía exportaciones que pasaron de 1 a 10
millones de libras entre 1806 y 1831-1832. Allí también, pero sobre todo en torno a
Buenos Aires, se produjo un crecimiento sostenido de la producción ganadera que,
para este último caso, multiplicó por diez la exportación de productos de la
ganadería entre 1810 y 1850.
Los casos de Guatemala y México revisten especial interés aquí. En el
primero, la oligarquía guatemalteca cosechó para sí los frutos de la exhortación
hecha por el Arzobispo Casaus a respaldar la Real Orden encaminada a "promover
el plantío y cultivo de los Nopales y crianza de la cochinilla; á fin de que los
Parrocos (como ya algunos lo han hecho con loable zelo, y feliz resultado) exerciten
también su beneficiencia pastoral en persuadir á sus feligreses, que se dediquen á
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 95

este cultivo tan ventajoso, que tanto puede influir en la prosperidad del
Reyno".(s.f.:19)117
La grana, en efecto, es un colorante -en la época, de alto valor por unidad de
peso-, obtenido ya en el período prehispánico a partir del cultivo de la cochinilla
(Coccus cacti L.), un insecto que a su vez se reproduce y vive en dos clases de cacto
(Opuntia ficus indica) cultivables en zonas del altiplano mesoamericano en las que
coexisten valles templados y cálidos a corta distancia. La producción de grana
exige abundante mano de obra y tecnología artesanal, lo que hacía posible el
cultivo y procesamiento de la cochinilla en explotaciones familiares o por parte de
pequeños productores mercantiles, dependientes a su vez de mecanismos de
crédito y comercialización controlados por la oligarquía agroexportadora.118
Las características agroecológicas del cultivo de la grana, y su demanda en
el mercado europeo de textiles antes de la introducción de colorantes artificiales en
1856 contribuyeron, en efecto, a generar entre 1835 y 1865 una situación socio-
económica de singular estabilidad, sobre la cual se sostuvo el régimen conservador
del General Rafael Carrera y desde la cual, incluso, se hizo posible facilitar la
transición del país hacia la economía cafetalera que hegemonizaría el desarrollo
guatemalteco tras la reforma liberal emprendida en 1871 por el gobierno
encabezado por Justo Rufino Barrios. Importado de Oaxaca en 1818, la grana tuvo
tanto éxito que para 1848 había saturado sus zonas de cultivo -en áreas templadas
de los Departamentos de Sacatepequez, Amatitlán y Chiquimula-, al punto en que
las plantaciones sufrieron severos daños debido a epidemias asociadas al exceso de
lluvias de ese año.119

117
Para lo cual "hice imprimir antes en el periódico de esta Sociedad la Instrucción para plantar los Nopales, cultivar y beneficiar
la Gran Cochinilla fina, que por encargo mío (quando era Obispo Auxiliar de Oaxaca) trabajó con mucha exactitud, é
inteligencia el Regidor Don Fausto de Corres, de aquel comercio; y la que á sus expensas ha reimpreso este Real Consulado
de Guatemala.
118
"Entre la Antigua y Amatitlán", nos dice Julio Castellanos, "se había desarrollado una relación de interdependencia
agraria, debido a que los insectos de la cochinilla eran llevados de un lugar a otro... En la Antigua se colocaban... en pequeñas
bolsitas de tusa que se fijaban sobre las hojas de los cactos... en febrero, aprovechándose de la temporada seca del año. Los
insectos se multiplicaban y extendían por toda la hoja en los cien días siguientes. Debido a ésto se efectuaba la "cosecha" de la
cochinilla de mayo a junio, al iniciarse las lluvias, los últimos insectos reunidos en almacenes especiales, para su posterior
crianza. Los almacenes eran hechos de adobe, debajo de un pequeño techo se habían construido estantes especiales, en la
esquina de los cuales se colocaban los insectos que habían sido destinados a la crianza, juntamente con rebanadas de hojas de
nopal, manteniéndoseles separados por medio de un enrejado de varillas. Así eran protegidos de la lluvia". La cosecha se
realizaba recogiendo con un cepillo los insectos de las hojas, y procesándolos artesanalmente para producir colorante de
diversas calidades.(1975:147)
119
Hacia 1847 la cochinilla tuvo su apogeo, duplicando su precio y la tierra empleada en su cultivo. "En 1849 comenzó a
notarse cierta enfermedad que, atacando á los insectos en sus distintas edades, les hacía morir antes de alcanzar su completo
desarrollo, y de consiguiente, disminuía el rendimiento de las cosechas, produciendo al mismo tiempo un artículo escaso de
materias colorantes y de poco valor". Para 1853, la oferta había disminuido tanto que el precio alcanzó altos niveles,
estimulando nuevas siembras en un "verdadero juego de azar, sometido á la caprichosa influencia del tiempo. Una lluvia
extemporánea bastaba para que se pronunciase la peste y destruyese las esperanzas del nopalero; la naturaleza del insecto
parecía contener un gérmen de enfermedad... , que se desarrollaba con la humedad de la temperatura, y quizás porque la
exhaustez de la tierra sometida por muchos años al mismo cultivo, sin un sistema prudente de abonos, no proporcionaba ya
al nopal un jugo vigoroso para alimentar la cochinilla". (Casal,1981:36)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 96

Incluso así, para 1863 -cuando a la decadencia biológica se agregaba la


competencia de los colorantes artificiales-, un folleto de propaganda firmado con el
seudónimo de Pio Casal aún podía afirmar que la grana era a la vez fuente de
ventajas económicas y sociales. La producción de grana, decía el folleto, "está
íntimamente ligada con el desarrollo de la riqueza en los últimos 20 años, y ha
influido notablemente en la consolidación del orden interior". Y ello había sido
posible en cuanto que -al ser accesible a todas las fortunas, "aun á aquellas que sólo
consisten en una cuantas varas cuadradas de tierra"-, el cultivo de la grana fue
creando "hábitos industriosos en la sociedad, y despertando una legítima ambición
en esa clase, que sin medios para satisfacer aspiraciones inconsideradas, mirando
con desprecio las ocupaciones manuales del pueblo honrado y laborioso, parece
ser, en América, enemiga de la paz pública, por faltarle los ramos de industria en
que se ocupa en otros países".
Para entonces, la grana se producía en tres de los 17 Departamentos del
país, proporcionando exportaciones por valor de $ 837,986, mientras el café -
producido en 8 Departamentos-, generaba ingresos por $ 119,079. Esto indica el
grado de concentración del área de monocultivo, en una situación general de
producción agropecuaria muy diversificada -para el consumo interno, y para
algunas exportaciones mucho más modestas- en el conjunto del país, en un
contexto en el que al propio tiempo Pío Casal señalaba la existencia de "regiones
aun desconocidas" en el país, como las de la cuenca del río Usumacinta.
Esos espacios económicos diferenciados, al mismo tiempo, se correspondían
con espacios sociales en los que coexistía una amplia diversidad de formas de
organización productiva, desde la comunidad indígena orientada al autoconsumo
y con una producción marginal para el mercado, hasta pequeñas explotaciones
mercantiles de mestizos, pasando además por las primeras plantaciones cafetaleras
en proceso incipiente de expansión. (Casal,1981:19-39) Aún tendría que transcurrir
una década para que esa diversidad de paisajes empezara a sufrir el proceso
simultáneo de homogenización "en escala ampliada", asociado al cultivo del café y
articulados por la compleja infraestructura requerida por éste, como se verá en el
capítulo siguiente.
En el caso mexicano, por otra parte, el período que va de 1730 a 1821 ha sido
visto como la fase "clásica" del desarrollo de la hacienda, que no vendría a
experimentar cambios sustantivos sino en la segunda mitad del siglo
XIX.(Nickel,1988:66) Hasta entonces, cabe suponer que siguieron operando los
rasgos que Nickel considera distintivos de esa forma de organización social y
productiva, en particular su "exigencia colonialista de dominación sobre los
recursos naturales, sobre la fuerza de trabajo indígena y sobre los mercados locales
o regionales", en el marco de una "diferenciación de los espacios" basada en sus
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 97

"condiciones naturales" y en coexistencia conflictiva con las comunidades


indígenas.(1988:28,29)
La hacienda, observa el autor, era el resultado de una suma de procesos de
organización económica, social, cultural y política en gestación desde el siglo XVI,
que vinieron a culminar de manera más o menos definitiva en el XVIII.
Severamente limitada en sus posibilidades de expansión comercial por las
restricciones propias del sistema español de dominación y las graves carencias en
materia de infraestructura,120 la hacienda parece haber tenido uno de sus ejes de
desarrollo en el empeño por lograr un control masivo de recursos naturales que, a
su vez, le facilitara un control a bajo costo de la fuerza de trabajo que requería, que
se veía así despojada de otras alternativas de acceso a la tierra.
No era la hacienda, en todo caso, la que imponía a la naturaleza sus
condiciones productivas, sino las condiciones naturales las que actuaban como un
marco dentro del cual "tuvo lugar la elección diversa de productos y la
organización del trabajo de la gran hacienda ganadera en el norte de México, en las
relativamente pequeñas fincas productoras de cereales en la meseta central, y en
las plantaciones de las tierras bajas y de las vertientes tropicales que producían
para la exportación". Y esas condiciones naturales, además, se le impusieron
indirectamente "como factores que tuvieron una influencia decisiva sobre la
distribución de la población y, por ello, sobre las distintas formas de competencia
entre las haciendas por los terrenos, la fuerza de trabajo y los mercados".(1988:39)
Lo que cabría deducir de ese panorama, y del conjunto de los testimonios
del período, es que las formas más importantes de ocupación y uso del territorio en
el período -en este caso, la hacienda y las comunidades indígenas- tuvieron por
distintas razones un efecto general de conservación de los recursos naturales. En el
primer caso, por la cantidad significativa de esos recursos que permanecían ociosos
y, en el segundo, por la persistencia de las prácticas de policultivo de baja
intensidad tecnológica.
Este panorama parece corresponderse incluso, al Sur, con el de las
explotaciones agropecuarias dedicadas a la exportación con mayor éxito en la
cuenca del Plata. El testimonio que nos dejara Darwin de su tránsito por la
América del Sur reitera una y otra vez la amplitud de los espacios vacíos y la
coexistencia entre las especies nativas que habían sobrevivido a la expansión
biológica de los europeos con las aportadas por esa expansión. En líneas generales,

120
El relieve y las grandes distancias "dificultaron el transporte con mulas o en carretas, de tal modo que la elección del lugar
en que se establecieron las haciendas pocas veces pudo hacerse de manera óptima en función de los recursos naturales. Hacia
finales del siglo XVI, el repentino auge de la explotación de la plata dio lugar a la realización de determinadas inversiones en
la construcción de caminos y puentes. Al término del mismo, y debido a la restringida corriente de capital que regresaba de
España, no se realizaron más inversiones. Con lo que, a partir de 1600, los caminos se convirtieron en peligrosos senderos
por los que difícilmente podían circular los animales de carga... Hasta el Porfiriato, la situación de las vías de comunicación
siguió siendo difícil". (1988:38)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 98

pues, es posible suponer que el período de "ajuste a la baja" fue uno de menor
presión relativa sobre los recursos naturales que, sin embargo, no se prolongaría
más allá de la década de 1870.
Para el caso mexicano, por ejemplo, Nickel señala que el potencial agrícola
del país "sólo pudo utilizarse en su totalidad y más intensamente tras la
construcción de la red ferroviaria y de las carreteras durante el Porfiriato", lo cual -
agrega- "es especialmente válido para los productos tropicales, que a partir de
entonces pudieron cultivarse también para la exportación y en el volumen
correspondiente".(1988:39) Ese salto cualitativo en la tecnología de transporte -que
tiene uno de sus correlatos al Sur con el uso de buques refrigerados para la
exportación de carne desde mediados de la década de 1870-, vino a constituirse así
en una de las claves de un gigantesco proceso de reordenamiento y reactivación
económica generado a partir de que la posibilidad y la necesidad de invertir en
América Latina despertara finalmente el entusiasmo hasta entonces ausente en los
países Noratlánticos. Aun así, esa reactivación ocurriría en una circunstancia
marcada por hechos nuevos que, tras gestarse lentamente a lo largo del período de
"ajuste a la baja", se incorporarían de manera permanente a la realidad
latinoamericana. Si por un lado la introducción masiva de productos ingleses había
ido generando nuevos patrones de consumo -que, en el caso de la demanda de
importaciones suntuarias de las élites oligárquicas, acentuaron sus diferencias
culturales respecto al pueblo llano-, por otro la lucha de las distintas regiones y
países por el acceso al circuito comercial británico había inaugurado un fenómeno
de nuevo tipo en la región: la competencia entre exportadores de bienes semejantes
por un mismo mercado importador. Con todo, aún faltaba el paso decisivo para
abrir camino a la verdadera inserción en plenitud de la región en el mercado
mundial.
Correspondió a la Reforma Liberal, entre 1850 y 1875, crear -a través del
Estado Liberal Oligárquico en lo político; del llamado "modelo de crecimiento
hacia afuera" en lo económico; del carácter excluyente y coercitivo de ambos con
respecto a los sectores populares en lo social, y de la expansión constante de los
rasgos predatorios en la actitud dominante hacia los recursos naturales- lo esencial
de aquellos mecanismos mediante los cuales, y hasta el presente, se busca en
América Latina "producir el supuesto bien escaso (exportables que generan
divisas) utilizando, es decir agotando, intensivamente lo que aparece como el
recurso abundante y barato, el recurso natural", generando así aquella "tendencia
secular" que las políticas de ajuste estructural de hoy no resuelven sino, por el
contrario, agudizan.(Jované,1992:26,31) La creación de esos mecanismos es objeto
de atención en el siguiente capítulo.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 99

V. El desarrollo articulado en el mercado mundial


Algo en América manda que despierte,
y no duerma, el alma del país.
Hay que andar con el mundo
y que temer al mundo. Negársele,
es provocarlo.

José Martí,
"Nuestra América",
en El Partido Liberal, México,
27 de Septiembre de 1889.

1. Un mundo nuevo
"Una existencia bajo la constante amenaza de la muerte por inanición", y "la
realidad diaria de una dieta inadecuada y de la desnutrición", dice Clive Ponting,
han constituido el destino común de la humanidad desde la aparición de la
agricultura. A lo largo de los últimos cinco siglos, sin embargo, "en una cuantas
zonas del mundo, algunas sociedades (principalmente Europa y sus colonias de
Norteamérica y Australasia) consiguieron salir de esta lucha por la supervivencia...
como resultado de una combinación de acontecimientos que les permitieron
disponer de cantidades mucho mayores de comida". (1992: 158)
Esa combinación de acontecimientos, por supuesto, incluyó el desarrollo de
técnicas más eficaces de producción agropecuaria, a lo largo de los siglos XVII y
XVIII que precedió -e hizo posible- la revolución industrial iniciada en aquella
región a fines de este último siglo. Para Ponting, sin embargo, la "auténtica
revolución de la situación alimentaria europea" se inició a partir de 1850 "con la
importación a gran escala de comida del resto del mundo y con el uso de recursos
importados como el guano de Sudamérica y otros fertilizantes procedentes de los
territorios coloniales para mejorar la productividad interna", de donde afirma que

Una de las principales razones del éxito de Europa en librarse de la larga lucha por
sobrevivir que había dominado la experiencia de casi todas las sociedades desde la
aparición de la agricultura, reside en su cambiante relación con el resto del mundo
y, en concreto, en su habilidad para controlar una parte cada vez mayor de los
recursos mundiales. (1992: 166)121

El resultado mayor de todo ello, añade Ponting, vino a ser "la creación del
Tercer Mundo". Así, para principios del XX "Europa, y cada vez más Estados

121
"Esta solución", añade en un singular razonamiento, no estuvo al alcance de sociedades como China que carecían de
"territorios coloniales que explotar" y, por ello, "siguieron padeciendo los problemas tradicionales de desnutrición y hambre
derivados de la presión demográfica".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 100

Unidos" habían provocado "una gran transformación de las economías y las


sociedades" de América Latina, Asia y Africa, con lo cual países que habían sido en
gran medida autosuficientes en su producción de alimentos y otros cultivos
destinados principalmente a los mercados locales pasaron a formar parte de "una
economía mundial dominada por Europa, sus colonias blancas y Estados Unidos".
De este modo, mediante "una poderosa mezcla de control político, presión
económica, inversión y fuerzas de mercado", el "desarrollo" de estas economías se
concretó en el cultivo de cosechas para terceros países, donde ese mismo término
designaba en cambio "la construcción de una base industrial próspera y variada
con crecientes niveles de consumo para la población. (1992: 287)122 El proceso, por
supuesto, no fue idéntico en todas las regiones aludidas.
América Latina, como se ha visto, fue pionera tanto en la experiencia de la
economía de rapiña y la dominación colonial como en la del inicio del proceso de
formación de Estados nacionales modernos sobre los que recayó la responsabilidad
fundamental por la participación sus países en el proceso descrito. Una parte
sustancial de los territorios asiáticos, permanecieron sometidos a estructuras muy
tradicionales de poder local -que a menudo operaron en asociación con empresas
capitalistas europeas en el saqueo de sus propios recursos naturales- hasta el siglo
XIX, mientras que Africa "no cayó bajo un control europeo efectivo" hasta bien
entrado el mismo siglo". (1992: 276)
Ese distinto modo de participar en el proceso vino tener importantes
consecuencias en el caso latinoamericano. En el plano cultural, por ejemplo, lo que
en Africa y Asia pasó a ser identificado como parte de los males de una tardía
explotación colonial, en nuestro países fue visto como la fase inicial de la marcha
hacia el progreso que resultaba de la consolidación de los Estados nacionales
surgidos del prolongado período de incertidumbre que siguió a las guerras de
independencia.
Al respecto, es notable el modo en que nuestra cultura ha asumido el
estudio de esa fase inicial, y el de las que la sucedieron, enfatizando mucho más la
noción de "crecimiento" que la de "explotación" de los recursos humanos y
naturales de la región. Así, por ejemplo, el desarrollo económico de América Latina
entre 1880 y 1930 -explicado a partir del llamado modelo de "crecimiento hacia
afuera"- se constituyó en uno de los temas clásicos en los estudios latinoamericanos
desde la década de 1950 y, sobre todo, de la de 1970.

122
Los cultivos producidos, dice, "iban dirigidos a proporcionar artículos de lujo para la dieta de personas que vivían en
Europa y Norteamérica (azúcar, café, té, cacao, plátanos) o a sostener la industria manufacturera". En otro capítulo,
significativamente titulado El saqueo del mundo, el autor ofrece además abundante información sobre la extracción masiva de
recursos minerales, pesqueros, forestales y de vida silvestre a que se vieron sometidos los territorios de la periferia del
moderno mercado mundial como parte del proceso de creación del Tercer Mundo que describe.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 101

Asumido en esa perspectiva, el tratamiento del tema suele otorgar un


notorio énfasis a conceptos provenientes del campo de la economía, y tiende a
encarar el período como antecedente del llamado proceso de "crecimiento hacia
adentro", gestado a partir de la crisis de 1930 y caracterizado como de
"industrialización por sustitución de importaciones", que vendría a desembocar en
la crisis de la década de 1980. Este es, por ejemplo, el tratamiento del tema en El
Subdesarrollo Latinoamericano y la Teoría del Desarrollo (Sunkel y Paz, 1970), quizás el
texto de mayor influencia en la formación básica de los estudiantes de ciencias
sociales de la región a lo largo de los últimos veinte años.
Allí, el subdesarrollo es visto como una condición estructural, forjada a
partir de un proceso histórico que se inicia con las transformaciones sociales,
económicas, tecnológicas y demográficas ocurridas en las sociedades Noratlánticas
a partir de la segunda mitad del siglo XIX, que transformaron tanto la demanda de
materias primas como las posibilidades de extraerlas y transportarlas en la escala
que esa demanda exigía.123 Así, la maduración del capitalismo en el mundo
Noratlántico dio lugar a una expansión hacia otras áreas y a la creación de "un
sistema económico internacional integrado", subordinado a intereses que en
aquellas sociedades se derivaban de procesos como el aumento de su población; su
rápida urbanización; el crecimiento de su actividad industrial y la elevación de los
niveles medios de vida de sus habitantes. (1970:48-49)124
En ese contexto, América Latina pasó a formar parte de aquellas regiones
que ingresaban "en el panorama del comercio internacional y de las inversiones
extranjeras" según lo determinaran los cambios sucesivos en la demanda de
productos primarios derivados de innovaciones técnicas e institucionales ocurridas
en las sociedades "compradoras" que dominaban la economía mundial. Con ello,
esos cambios en la demanda externa pasaron a constituir un factor decisivo tanto
en la asignación de valor a los recursos naturales de la región como en la
determinación de sus modalidades de explotación.

123
Así, la aplicación combinada de la máquina de vapor y la metalurgia al desarrollo de nuevos medios de transporte -
limitados hasta comienzos del siglo XIX "a bienes de alto valor por unidad de peso y volumen" - hizo posible "trasladar, entre
regiones distantes, bienes de gran peso y volumen, como alimentos y materias primas". En este sentido, por ejemplo, a la
innovación representada por el velero de caso metálico permitió "aumentar decididamente la capacidad de carga del barco
de madera, cuya quilla estaba limitada por el tamaño de los árboles". Esto hizo rentable la exportación masiva de productos
como el café, que en casos como el guatemalteco sustituyó a la grana -de poco peso y gran valor-, desplazada a su vez de la
demanda europea por el desarrollo de tintes sintéticos.
124
El mundo Noratlántico, por su parte, adoptó estrategias de crecimiento que dirigían lo fundamental de las inversiones en
sus propios territorios "hacia el desarrollo industrial y urbano, de manera tal que el abastecimiento de alimentos y materias
primas agrícolas tendía a quedar rezagado frente a la colosal expansión de la demanda de esos productos". Esa estrategia
incluyó el traslado masivo de recursos financieros y tecnológicos hacia regiones -que Alfred Crosby llama "Neoeuropas"-,
donde una bajísima densidad de población se combinaba con los recursos agrícolas para el cultivo de productos de clima
templado requeridos para "la alimentación de la población y el desarrollo industrial europeo", como Estados Unidos,
Canadá, Australia, Nueva Zelandia y Argentina, en el marco de migraciones masivas que entre 1820 y 1930 llevaron a 62
millones de europeos hacia los nuevos territorios que iniciaban su proceso de expansión.(1970:54-56)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 102

Por ejemplo, el auge de las exportaciones agropecuarias provenientes de


países como Argentina, Uruguay -y, en cierta medida, en Paraguay y México-, y el
desarrollo agrícola europeo, estimularon las exportaciones de guano en Perú y
luego de salitre en Chile. Después, el aumento en los niveles de vida de europeos y
norteamericanos acentuó la expansión de algunos productos tropicales
tradicionales como el café, el azúcar, el cacao y el banano en los países del Caribe y
Centro América, Brasil, Colombia y Ecuador. Y, finalmente, a partir de fines del
siglo XIX, la diversificación industrial y la producción manufacturera masiva en el
centro estimularon la minería de metales ferrosos y no ferrosos, así como la
producción petrolera.(1970:60)
En lo político, este proceso se expresó en el empeño de las oligarquías
latinoamericanas por potenciar en su propio beneficio la abundancia de recursos
naturales y de mano de obra barata en la región, mediante el aporte de capital y
tecnología provenientes de las sociedades Noratlánticas. Los resultados generales
de esa estrategia de transformación de desventajas comparativas en ventajas
competitivas han sido ampliamente divulgados: un crecimiento económico
sostenido, una articulación dependiente cada vez más estrecha de las economías
latinoamericanas con las de sus principales compradores, y un constante
agravamiento de las iniquidades y tensiones de todo tipo provocadas por todo ello
en el interior de las sociedades latinoamericanas.
Así, autores como E. Bradford Burns pueden destacar el impresionante
ritmo de expansión de las exportaciones de alimentos y materias primas,
financiadas por una red de bancos en constante aumento desde mediados de siglo,
y movilizadas por los medios de transporte más modernos de su tiempo: desde el
barco refrigerado Le Frigorifique, que viajó por primera vez entre Argentina y
Europa en 1876, hasta las redes ferroviarias que crecieron de 2 mil a 59 mil millas
entre 1870 y 1900 en América del Sur, y de 400 a 15 mil en México entre 1876 y
1910. Ahora era posible "enviar rápidamente... a través de largas distancias a los
mercados ansiosos" productos voluminosos y perecederos.
Al propio tiempo, sin embargo, se constata una y otra vez que, si por un
lado en ese crecimiento predominaban "los objetivos comerciales extranjeros, y
éstos los dictaban los mercados y no las consideraciones políticas, los
requerimientos externos y no los internos" (1979: 154), por otro su impacto social y
cultural resultaba tan heterogéneo como conflictivo. Así, la modernización de los
sectores de la economía más estrechamente articulados al mercado exterior no se
tradujo en verdadero progreso para el resto de la sociedad: la educación, por
ejemplo, siguió siendo un privilegio para minorías, mientras enormes masas de
latinoamericanos -entre un 40 y un 90 por ciento de la población, según los países,
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 103

siempre más en el campo que en la ciudad-permanecían en el analfabetismo para


fines del siglo XIX. (Bradford, 1979: 162)
Y esto ayuda a entender que el manejo político de las tensiones inherentes a
un proceso en el cual la mayoría de los dirigentes gubernamentales "prestaban más
atención a la economía internacional que a la nacional y doméstica" (1979: 147)
diera lugar a una nueva forma de organización institucional de las relaciones de
poder efectivamente existentes en nuestras sociedades. Así, el Estado Liberal
Oligárquico, dominante en toda la región a partir de la década de 1880, vino a ser
un instrumento político tan moderno en sus fines, si se quiere, como tradicional en
los medios que utilizaba para lograrlos.
En suma, la conformación del modo característico de articulación de la
América Latina con el mundo exterior -que en lo esencial se prolonga hasta
nuestros días-, se expresó en un sistema global en el que se vinculaban un centro
industrializado y una periferia primario exportadora, en intercambio permanente y
desigual. Tal fue, pues, el resultado de la maduración en las sociedades
Noratlánticas de aquel impulso externo decisivo por el que esperaron en vano
Bolívar y sus contemporáneos, que ahora contribuiría a modelar en nuevos
términos las relaciones entre las sociedades latinoamericanas y su medio natural,
reducido en lo esencial al papel de un reservorio pasivo de recursos disponibles
para el crecimiento económico.
Para una historia ambiental, sin embargo, lo que resalta aquí es un proceso
que potencia las premisas (naturales, políticas, culturales y económicas) sobre las
cuales se había organizado la relación entre el mundo social y la naturaleza en
América Latina a partir del siglo XVI, hasta constituirlas en mecanismos que definen
las tendencias básicas de esa relación hasta el presente, combinando en un mismo
movimiento transformaciones y continuidades fundamentales. En este sentido, por
ejemplo, el período de "crecimiento hacia fuera" se presenta como aquel en el que
la economía de rapiña pasa a ser el factor dominante en las relaciones de las
sociedades latinoamericanas con su mundo natural, tanto en el nivel de las
prácticas económicas como en el de la cultura y la vida social.
Esto, por otro lado, implica más que un mero cambio de matices en el
análisis. Así, por ejemplo, las consecuencias sociopolíticas, culturales y ambientales
derivadas del uso de los recursos naturales en la región constituyen un factor
activo que también modela "desde dentro" las alternativas y posibilidades de
inserción en el mercado exterior. Se trata, como observa Elinor Melville, de que son
los cambios en la base de recursos naturales, "y no los recursos iniciales", los que
restringen el desarrollo regional, de modo que "los acontecimientos locales
adquieren una importancia decisiva en la forja de los desarrollos locales".(1990:25)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 104

De este modo, el verdadero problema que se plantea aquí es el de las


consecuencias para la relación entre las sociedades latinoamericanas y su medio
natural que se derivaron de los cambios culturales asociados a este proceso. Y esos
cambios, a su vez, aparecen estrechamente asociados al carácter capitalista del
proceso global, en el sentido en que -para Donald Worster- el capitalismo
constituye "una compleja cultura económica", caracterizada por un "núcleo de
valores y premisas" que trasciende a la diversidad potencialmente infinita de sus
formas de expresión en regiones y circunstancias específicas.125 Esa cultura posee,
así, un "ethos" característico, cuyos "valores ecológicos" pueden ser sintetizado en
tres paradigmas fundamentales.
En primer lugar, dice Worster, en esa cultura la naturaleza es vista como
capital, esto es, como un conjunto de bienes económicos que pueden convertirse en
fuente de ganancia y medio para producir mayor riqueza. Con ello,

Los árboles, la vida silvestre, los minerales, el agua y el suelo se constituyen en


bienes que pueden ser desarrollados o llevados directamente al mercado. Una
cultura mercantil no otorga más que éstos valores a la naturaleza; en consecuencia,
el mundo no humano es desacralizado y desmitificado. Sus interdependencias
funcionales son también descontadas en el cálculo económico.

En segundo lugar, ese mismo ethos sostiene que el hombre tiene el derecho -
"incluso una obligación"-, a usar ese capital en su propio beneficio individual, de
modo que las mayores recompensas deben corresponder a quienes han realizado el
mayor esfuerzo por extraer de la naturaleza todo lo que ella puede ofrecer. Pero
además, y sobre todo, el tercer paradigma sostiene que ese derecho a la
apropiación y la acumulación privadas constituyen ideales "imposibles de
satisfacer de una vez y para siempre", cuya realización debe ser estimulada por la
sociedad liberando a los individuos y sus empresas de obstáculos a su acceso a los
recursos naturales; educando a los jóvenes en el comportamiento adecuado, y
protegiendo a quienes tienen éxito del riesgo de perder lo ganado.(1979:6)
De este modo, en el capitalismo "puro" el individuo económico viene a ser a
un tiempo fundamental, autónomo e irresponsable, mientras la comunidad existe
para apoyarlo en su progreso, y para asimilar los costos ambientales de ese
progreso. Para el caso latinoamericano, sin embargo, esto plantea la necesidad de
establecer si la historia discurrió de igual manera, o si lo hizo de un modo que
diera lugar al surgimiento de rasgos diferenciales característicos de ese ethos
capitalista en nuestra región.

125
En particular, en Rivers of Empire. Water, Aridity and the Growth of the American West. Oxford University Press, New York
Oxford, 1992; "Transformations of the Earth: Toward an Agroecological Perspective in History", en Journal of American
History, March 1990(a), y Dust Bowl. The Southern Plains in the 1930s. Oxford University Press, New York Oxford, 1979.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 105

Al respecto, mi malogrado maestro y amigo Agustín Cueva, en su libro El


Desarrollo del Capitalismo en América Latina, analiza ese proceso a partir del modo y
los tiempos en que se conformaron en nuestra región dos premisas que considera
básicas para el surgimiento y evolución de esa economía: la constitución de la
propiedad privada de los medios de producción, y la creación de una mano de
obra "libre", esto es, " 'liberada' de toda propiedad, incluida la de los medios
necesarios para su reproducción social (medios de subsistencia)".(1990:66) En el
mismo sentido, Ciro Cardoso y Héctor Pérez consideran a las reformas liberales
latinoamericanas de mediados del siglo XIX como el medio que permitió llevar a
cabo un "reordenamiento profundo" de las estructuras económicas de cada país,
para adecuarlas a las necesidades y la visión del mundo de los sectores
"dinámicos" de las clases dominantes, iniciando así "el complejo y difícil camino de
organizar la producción, en gran escala de ciertos productos de
exportación".(1987,II:94)
Para ello -y dentro de la relativa heterogeneidad de sus formas, ritmos y
plazos-, ese reordenamiento incorporó a la lógica de la economía nueva grandes
extensiones de territorio potencialmente adecuado para actividades
agroexportadoras, tanto a través de la venta de tierras públicas como de la
expropiación masiva de sectores socioeconómicos que permanecían vinculados a la
cultura y las estructuras productivas no capitalistas consolidadas durante el
período colonial. De este modo, el resultado mayor de esas reformas consistió en
que, "en un lapso de tiempo, generalmente corto", esa enorme masa de recursos
naturales pasó al dominio privado, conformando el hecho -nuevo en la región- de
un mercado de tierras.
A ello se agregó, la incorporación de los sectores sociales expropiados en el
proceso a "un mercado de trabajo adaptado a las necesidades de la economía de
exportación". Esas necesidades, a su vez, dieron lugar a que "el asalariado típico, el
proletario completamente desposeído de medios de producción" no fuera en el
período la "forma de trabajo predominante", sino una amplia variedad de aquellas
formas más o menos forzadas de trabajo para la producción de bienes exportables
de que habla Wallerstein, con lo cual, entre el peonaje "próximo a la servidumbre"
y el asalariado libre sobrevivieron -o aparecieron-, toda una gama de "situaciones
intermedias".(1987,II:30,31)126 De este modo, la intensidad nueva conque el
aprovechamiento de los recursos naturales se subordina a las demandas de un
mercado exterior en expansión se nos presenta, además, como parte del proceso
más amplio de creación de una circunstancia que en su mismo origen presenta ya

126
De este modo, agregan, el "efecto más inmediato de un mercado de trabajo de esta clase es el hecho de que el costo de
reproducción de la fuerza de trabajo no estará determinado por la economía mercantil, sino por las características y la
dinámica de estos sectores de producción no capitalistas. En una primera fase esta misma situación obligará a la persistencia
de formas de coacción para el reclutamiento de la mano de obra".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 106

importantes variaciones respecto al modelo "puro" de esa cultura económica y su


ethos.
No sólo se trata de que la transformación de la naturaleza toda -la física
como la humana- en mercancía exprese la sustitución del "viejo estilo español" por
otro, caracterizado por el énfasis en la especialización y la intensificación de la
producción característicos del capitalismo. Se trata, sobre todo, de que ese nuevo
estilo se despliega a través de la rápida expansión del monocultivo no sólo como
forma dominante de relación con el medio ambiente y criterio fundamental en la
valoración de la naturaleza, sino además como parte del fenómeno aun más amplio
de una monoproducción caracterizada por la intensidad de su expansión; por su
versátil subordinación a la demanda siempre cambiante del mercado exterior, y
por su dependencia cada vez mayor de capitales, tecnología y modelos de gestión
propios de las sociedades Noratlánticas.
Aquí, la tendencia a la monoproducción da lugar a la sobrespecialización de
regiones y naciones enteras en función de demandas externas; exacerba el carácter
esencialmente extractivo-destructivo característico de la economía de rapiña, y -sin
resolver las antiguas- genera nuevas desigualdades y conflictos de orden
económico, tecnológico, cultural y político en el seno de las sociedades
latinoamericanas. Y, por supuesto, la tierra así incorporada a la nueva producción
mercantil masiva -usualmente la de mejor productividad y ubicación- alcanza
precios que la ponen fuera del alcance de la inmensa mayoría de los productores
locales, y estimulan su concentración y control por parte de un número reducido
de propietarios, locales o extranjeros, cuyo poder efectivo pasa por su vinculación
con el capital bancario y los mercados del mundo Noratlántico.
Estas novedades de la época, naturalmente, darán lugar a otros rasgos
diferenciales respecto al modelo propuesto por Worster en el caso norteamericano.
Para Cueva, por ejemplo, el hecho de que el capitalismo surgiera en América
Latina cuando ya había madurado en las sociedades Noratlánticas da lugar a la
constitución de dos grandes factores distintivos. Uno, que el nuevo régimen
económico no se implantara aquí por una vía revolucionaria de implicaciones
democráticas "que destruyera de manera radical los cimientos del antiguo orden".
Otro, que se desarrollara subordinado a los intereses y la estrategia de las
sociedades Noratlánticas, dominantes en el mercado mundial.127
De ello, agrega, resultó una modalidad "reaccionaria" de desarrollo
capitalista, que no tuvo por protagonista a una burguesía emergente, dispuesta a

127
Al respecto, dice, mientras en Europa el desarrollo capitalista "se complementó y amplió con el excedente económico
extraído de las áreas coloniales, que... fluía a las metrópolis para convertirse allí en capital", en América Latina la
acumulación originaria "sólo podía realizarse sobre una base interna y, lo que es más grave, afectada desde el principio por
la succión constante que esas metrópolis no dejaron de practicar por la vía del intercambio desigual, la exportación de
superganancias e incluso el pillaje puro y simple en los países neocoloniales".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 107

una ruptura radical con las mentalidades y las instituciones sociales del pasado,
sino a una oligarquía -agraria, minera y comercial- que supo crear las premisas
básicas de la economía nueva, asociándose con el capitalismo extranjero
infinitamente más desarrollado sin poner en cuestión las bases sociales y
económicas de su propia hegemonía regional. Y ese carácter "reaccionario" -que
nosotros llamaríamos más bien conservador, en lo que toca al período al menos- se
hizo naturalmente extensivo al sistema institucional que expresó y promovió, a un
tiempo, las nuevas relaciones de poder que pasaron a caracterizar a las sociedades
latinoamericanas.

2. Naturaleza, cultura y sociedad en el Estado Liberal


Oligárquico
En 1877, José Martí podía ofrecer una imagen de los cambios en marcha en el
campo guatemalteco, cuyo contraste con las descripciones de tierras y paisajes
hechas por Pio Casal en 1863 no podía ser más evidente: "Humildes", dice Martí,
"van muriendo los tristes nopales olvidados; pero arrogantes se alzan sobre ellos la
dulce caña criolla, el oloroso café con flores de jazmín". (1975: VII, 131) Ese cambio,
sin embargo, resulta menos de la libre decisión de los productores que de una
política estatal encaminada conscientemente a favorecerlo, como por otra parte lo
reconoce con entusiasmo el propio Martí.
En efecto, dice, mientras por un lado "da el Gobierno cuanto le piden, y por
acá cede tierras, y por allá quita derechos, y al uno llama con halagos, y al otro
protege con subvenciones", por otro, si las peores tierras se venden a 50 pesos la
caballería y las mejores a 500, todas producen de tal modo "que vender de este
modo es dar la tierra", con lo que "es cosa de hacerse pronto dueño de más tierras
que las que la casa de Zichy tuvo en Hungría, y tiene Osuna en España, y gozó en
México Hernando Cortés". (1975: VII, 131-135) Y el impacto sobre el paisaje es
equivalente.
A diferencia de la cochinilla, nos dice Julio Castellanos, el café se cultiva en
todos los departamentos de Guatemala, con lo que llega a eliminarse "el
aislamiento en que la producción agraria para los mercados extranjeros se había
mantenido hasta entonces". Extensas regiones marginales "se incorporaron
definitivamente a la vida económica del país, superaron sus limitaciones y
tradicionales tendencias al enclaustramiento" y acogieron "grandes movimientos
de colonización que contribuyeron al desmonte, ocupación, e incorporación a la
producción agropecuaria... de territorios anteriormente vírgenes o sin cultivar", en
los que se establecieron nuevos poblados o crecieron los ya existentes hasta
convertirse en verdaderas ciudades como Retalhuleu, Coatepeque, Cobán,
Mazatenango, "y otras más". (1985:59,60)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 108

Sin embargo, en este marco -que, como se ha dicho tantas veces, combina los
males inherentes al capitalismo con los que resultan de su carácter atrasado y
dependiente-, las mismas ventajas ecológicas de la región se tornaron a menudo en
fuentes de nuevos problemas. Un caso característico es el de la abundancia de
recursos naturales -en particular, la combinación de amplias fronteras agrícolas
desocupadas u ocupadas por productores no capitalistas, y de un Estado dispuesto
a ejercer la violencia necesaria para incorporarlas de la manera más pronta posible
a la nueva economía-, que exacerba el despilfarro, el uso improductivo y el rápido
deterioro de los mismos.
Al respecto, por ejemplo, las consideraciones de Sergio Bagú sobre el
impacto ambiental del proceso -que coinciden con lo observado por Halperin sobre
las prácticas de despilfarro de los recursos naturales por parte de las oligarquías
criollas-, resaltan el efecto de la deforestación y la erosión en aquello suelos,
siempre abundantes para los terratenientes y las empresas de capital extranjero.
Para Bagú, ese deterioro no tiene su origen tanto en un problema de retraso
tecnológico, como en las consecuencias sociales de un proceso de reorganización
de la naturaleza en el que el acaparamiento y la sobrexplotación de las mejores
tierras con vistas a la exportación coincidía con el traslado a las tierras peores de
una parte sustancial de la población expropiada. "Hay historias regionales", dice,
que nos hacen sospechar que la erosión "fue también el fruto de una demanda
depredatoria":

bosques talados sin reforestación; poblaciones íntegras de agricultores de algunos


valles... empujados hacia las laderas donde, con mayor densidad demográfica,
fueron forzados a vivir de un suelo sometido a la acción de las corrientes de agua y
de los vientos; comunidades antiguas de agricultura sedentaria que, despojados de
sus suelos tradicionales, se internaban en los bosques y comenzaban a practicar
una agricultura primitiva de roza-quema; cultivos inadecuados al tipo de suelo,
pero que tenían en ese momento el estímulo inmediato del precio, con lo cual se
consumía parte de la capa vegetal sin que se tomara ninguna medida de
protección.(1987:389)128

En un sentido más amplio, sin embargo, la erosión de que se habla tiene,


además de un significado físico, el de un desgaste del terreno social y cultural que
sobre el que habían subsistido las formas previas de relación con la naturaleza, lo
que da lugar a que los viejos conflictos se vean agravados con la incorporación de

128
El texto del PNUMA/MOPU, por su parte, señala "procesos de deforestación, erosión, pérdida de la biodiversidad inicial,
presión excesiva sobre algunos recursos y subutilización de buena parte de ellos", cuyos efectos "se vieron mitigados tan sólo
por el limitado alcance espacial de los sistemas productivos dominantes, es decir, la persistencia de amplias fronteras
interiores, y por la baja intensidad de sus insumos energéticos, que limitaban el poder de transformación de los sistemas
naturales".(1990:77-78)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 109

otros nuevos, sin que ninguno llegue a ser resuelto. Con ello, el desarrollo de la
monoproducción como forma dominante de relación con la naturaleza no se
correspondió aquí con una verdadera generalización de la cultura económica
capitalista "pura" en estas sociedades.
Así, en lo social, el hecho de que el protagonista del proceso fuera el gran
terrateniente oligarca de viejo o nuevo cuño explica que, en lo cultural, aquellos
rasgos de "optimismo sin límites en el futuro; desdén por los límites e
incertidumbres de la naturaleza; fe acrítica en la Providencia y devoción por la
propia prosperidad", disten mucho de ser característicos del campesinado de estas
sociedades, como lo fueron de los agricultores independientes en los Estados
Unidos que Worster describe en Dust Bowl. (1979:43)129 El análisis de la agricultura
en México durante el régimen porfirista que nos presenta Gisela Von Woebeser,
por ejemplo, es revelador en muchos sentidos.
No sólo se trata de la ampliación de la hacienda latifundista, amparada
desde 1894 por una ley "que declaraba ilimitada la extensión de tierra que podía
poseer un individuo", y consolidada además mediante la participación del capital
extranjero -sobre todo en áreas hasta entonces marginales en el Norte y las zonas
tropicales del país, ahora atractivas para la exportación de bienes agropecuarios al
exterior. Se trata sobre todo de la acentuación de viejas desigualdades internas del
más diverso orden, que se expresan por ejemplo en el hecho de que, mientras el
conjunto de la producción agrícola creció en promedio al 0.65 por ciento anual, la
destinada a la exportación lo hiciera al 6.45 por ciento.
Tras esas cifras subyacen, a un tiempo, la disminución de las superficies
destinadas a la producción agrícola para el consumo interno, y la de las
comunidades y los campesinos a cuyo cargo había estado tradicionalmente esa
producción en una sociedad que, sin embargo, siguió siendo esencialmente rural.
Pero subyace también, junto a la enorme concentración de tierras en pocas manos,
la de los mejores terrenos en actividades de agroexportación, y la de la masa
fundamental de las inversiones en infraestructura en el apoyo a esas actividades.130
Nada de ello significó, por otra parte, una modernización productiva
equivalente a la comercial. No sólo la agricultura campesina permaneció atada a
sus métodos tradicionales; también en la mayor parte de las haciendas -salvo en

129
Salvo en casos característicos, como el del Valle Central de Costa Rica, donde se desarrolló un clase numerosa de
pequeños y medianos campesinos dedicados a la agricultura cafetalera de exportación, frecuentemente mencionada como
una de las causas de origen del mayor grado de desarrollo relativo de ese país en el conjunto de la subregión
centroamericana.
130
Los hacendados procuraban "acaparar la mayor extensión posible, con el fin de aumentar la producción y contar con
diferentes tipos de suelo y suficiente agua... tierras destinadas al cultivo de productos de subsistencia, pastizales para la
crianza de ganado, bosques para el suministro de leña y de otros recursos (y) áreas de reserva que se mantenían baldías hasta
el momento en que eran requeridas", así como "obtener el control sobre los medios de comunicación, aniquilar a los
competidores y privar a los campesinos de los medios de subsistencia para obligarlos a emplearse en la hacienda". (Von
Woebeser, 1990:266)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 110

casos como el de la producción de azúcar-, además de que la maquinaria era muy


costosa, "la mecanización no constituía una necesidad porque había abundante
mano de obra barata. Sólo en el procesamiento de las materias primas se hizo
indispensable (molinos, desfibradoras y trapiches)." (1990:274)
El mismo orden de fenómenos se aprecia en las inversiones en
infraestructura que, si bien llevaron de 640 a 20 mil los kilómetros de vías férreas
en el país, se hicieron para comunicar las zonas de producción para la exportación
con los mercados externos, mientras "las zonas de marginación económica
permanecieron incomunicadas". (1990:278.279)131 Esto sugiere, por otro lado, un
hecho de alcance aun mayor: el de la importancia decisiva de la inversión en
medios de transporte -en particular ferrocarriles- para incorporar al mercado
Noratlántico la producción de áreas mineras, agrícolas y ganaderas hasta entonces
aisladas, en contraste con lo invertido en medios técnicos destinados al incremento
de la productividad o el mejoramiento de las condiciones de trabajo.132
Este panorama de contrastes económicos tiene a su vez complejas
correspondencias en el plano cultural. En lo más visible, la primera fase de este
desarrollo capitalista discurrirá a lo largo de las viejas estructuras de
encuadramiento social y político -como las redes familiares que sustentan poderes
regionales, o la ampliación de la escala de influencia de caudillismos con fuertes
poderes arbitrales-, antes que como un proceso de integración de valores comunes
a escala nacional y regional.
Con ello, se asiste al surgimiento de sociedades nuevamente escindidas a lo
largo de viejas fallas de persistencia casi geológica, ocultas tras el barullo del
conflicto entre modernidad y tradición o, lo que es en apariencia igual, entre
liberales y conservadores. En ese contexto, por ejemplo, la consigna positivista de
orden y progreso -que desde 1889, con la fundación de la República, adorna la
bandera del Brasil-, fue llevada a la práctica de un modo que permite a Bradford
Burns decir que el orden "significaba la consolidación del pasado y admitía un
mínimo cambio social, mientras que el progreso significaba la adopción de las
manifestaciones externas de la civilización europea".(1979: 151)133

131
De este modo, mientras en la región central se llegó a contar con 2.1 kilómetros de vías férreas por cada 100 kilómetros
cuadrados, la del Pacífico Sur sólo contaba con 0.4 kilómetros.
132
Para Bradford, los ferrocarriles "encontraron nuevos minerales para exportar. Antes de los trenes, México sólo vendía
plata al extranjero. Estos hicieron posible la exportación del zinc, plomo y cobre y así intensificaron las salida de los recursos
naturales de México hacia las naciones industrializadas... las exportaciones mexicanas aumentaron ocho veces y media entre
1877 y 1910, lo cual coincide con el período en que se intensificó la construcción del ferrocarril". Y agrega un dato de singular
interés para este crecimiento hacia fuera: "Los intereses norteamericanos completaron la línea que unía la frontera con la
ciudad de México, de manera que en mayo de 1880, era posible viajar por primera vez en tren desde Chicago hasta la ciudad
de México".(1979: 154)
133
Tulio Halperin Donghi (1989), por ejemplo, se refiere al modo en que lo sectores dominantes aspiraban a un ideal de
trabajador capaz de comportarse como un obrero británico ante el trabajo, y como un campesino mestizo ante sus
condiciones laborales y sus aspiraciones de consumo. La imposibilidad de lograr ese ideal en la práctica, agrega, se encuentra
en la raíz de las leyendas sobre la pereza innata de los trabajadores latinoamericanos, que florecen a partir del período.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 111

El ingenio de la frase no implica, en ningún caso, que el autor subestime lo


conflictivo del panorama social al que alude. De hecho, asistimos aquí a un proceso
de construcción de una dependencia moderna, mediante el recurso sistemático a
los medios y métodos más tradicionales de la cultura política oligárquica, y en el
marco de estructuras que, como observa también Bradford, "mantuvieron a la
mayoría de los latinoamericanos confinados a una existencia marginada", y
aferrados de manera fatalista "a patrones y métodos ratificados por las rígidas
estructuras de clase de su sociedad".(1979: 158)
Esas escisiones de fondo, sin embargo, fueron además objeto de justificación
ideológica en nuevos términos. Ya en 1845, la presencia de esas fallas en nuestra
geología social, y el problema de construir sociedades nuevas sobre ellas,
constituyen temas centrales en uno de los libros más influyentes en la
conformación de lo que vendrían a ser la cultura y las mentalidades dominantes en
el período.
"De eso se trata, de ser o no ser salvaje", advierte Domingo Faustino
Sarmiento en la introducción de su Facundo. Civilización o Barbarie, que capta de
manera admirable los problemas de la construcción de la cultura correspondiente a
la economía nueva en los años de víspera del triunfo del liberalismo oligárquico.
Allí, Sarmiento despliega un razonar en el que la naturaleza desempeña un
importante papel en la modelación de las conductas humanas, con lo que la
transformación de esas conductas aparece estrechamente asociada a la
reorganización de aquella naturaleza, a través por ejemplo del cercado de tierras
hasta entonces abiertas.
Para Sarmiento, en efecto, América Latina constituye "un mundo nuevo en
política", en el que tiene lugar "una lucha ingenua, franca y primitiva entre los
últimos progresos del espíritu humano y los rudimentos de la vida salvaje". Desde
allí, además, organiza su razonar a partir de una oposición irreductible entre la
ciudad y el campo -o, lo que es igual, entre los espacios definidos por su
articulación hacia el exterior y el interior de las sociedades latinoamericanas-, y
asume esa oposición como un eje decisivo en la organización del desarrollo de
nuestras culturas.
De este modo, en el Facundo la ciudad aparece como el espacio por
excelencia de la civilización, precisamente en la medida en que articula a los
hombres entre sí y con el mundo exterior. Las enormes planicies abiertas del
interior argentino, en cambio, se presentan como un espacio en que las relaciones
sociales se desarticulan ante la imposibilidad del contacto regular entre los
hombres y, con ello, se aparta a sus habitantes de la posibilidad de contacto con el
curso general de la civilización.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 112

Para Sarmiento, el contraste entre esos espacios no puede ser más


conflictivo. El "hombre de la ciudad", dice, "viste el traje europeo, vive la vida
civilizada tal como la conocemos en todas partes", con "las leyes, las ideas de
progreso, los medios de instrucción, alguna organización municipal, el gobierno
regular". Por el contrario, fuera del espacio urbano "todo cambia de aspecto; el
hombre de campo lleva otro traje que llamaré americano, por ser común a todos
los pueblos; sus hábitos de vida son diversos, sus necesidades peculiares y
limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de
otro".(1989: 16)
Además de extraños, esos dos pueblos son antagónicos entre sí. No sólo se
trata de que el campesino rechace con desdén el lujo y los modales corteses del
civilizado, al punto en que "ningún signo europeo puede presentarse
impunemente en la campaña". Además, el campo se presenta como un espacio de
producción diversificada, orientada a la autosuficiencia, en la que las mujeres
"guardan la casa, preparan la comida, esquilan las ovejas, ordeñan las vacas,
fabrican los quesos y tejen las groseras telas que visten", mientras los hombres se
dedican a las tareas propias de una ganadería primitiva.
La ciudad, por el contrario, constituye el espacio de la actividad
especializada -"allí están los talleres de las artes, las tiendas del comercio, las
escuelas y colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos
cultos"-, y dependiente por lo mismo para su existencia de un activo intercambio
con el mundo exterior. Puede entenderse, así, que dos mundos de tal modo
contrapuestos tengan visiones radicalmente distintas del medio natural que los
rodea.
Sarmiento, por ejemplo, destaca el modo en que el gaucho argentino
desdeña los ríos navegables en el país, viendo en ellos "más bien un obstáculo
opuesto a sus movimientos, que el medio más poderoso de facilitarlos". Con lo
cual, añade, ese "favor más grande de la Providencia", "la fuente del
engrandecimiento de las naciones, lo que hizo la felicidad remotísima del Egipto,
lo que engrandeció a la Holanda, y es la causa del rápido desenvolvimiento de
Norte América, la navegación de los ríos o la canalización", viene a ser en su
América del Sur "un elemento muerto, inexplorado por el habitante de las
márgenes del Bermejo, Pilcomayo, Paraná, Paraguay y Uruguay". (1989:12)134
134
El mismo tema había sido tratado por Darwin en las anotaciones correspondientes a los días 18 y 19 de octubre de 1832 en
su Diario de Viaje del Beagle, cuando -tras señalar que había encontrado "muy pocos barcos" en el río Paraná-, observaba:
"Parece simplemente desdeñarse aquí uno de los dones más preciosos de la naturaleza: esta magnífica vía de comunicación,
un río donde por buques podrían relacionarse dos países, uno de clima templado y en el cual abundan ciertos productos
mientras otros faltan por completo; otro con un clima tropical y un suelo que... quizás no tenga igual en el mundo por su
fertilidad. ¡Cuán otro hubiera sido este río, si colonos ingleses hubiesen tenido la suerte de remontar los primeros el Plata!
¡Qué magníficas ciudades ocuparían hoy sus orillas!" Para agregar enseguida: "Hasta la muerte de Francia, dictador de
Paraguay, estos dos países deben permanecer tan separados cual si estuvieran en los dos extremos del globo. Pero violentas
revoluciones, violentas proporcionalmente a la tranquilidad tan poco natural que hoy reina allí, desgarrarán al Paraguay
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 113

El conflicto así descrito rebasa ya el tipo de soluciones de transacción


encontradas al enfrentamiento entre las comunidades indígenas y las explotaciones
mercantiles españolas en la Mesoamérica del siglo XVI. Entre mediados y fines del
siglo XIX, por el contrario, el Estado oligárquico promovió el acorralamiento y el
empobrecimiento sostenido de los sectores no capitalistas de las sociedades que
dominaba, complementada por el exterminio puro y simple de las poblaciones que
se resistieron a ese propósito, como los indígenas del interior argentino y del Norte
de México.135
Aun así, el objetivo de esa política no parece haber sido pura y simplemente
la total liquidación de la barbarie según el modelo norteamericano, por ejemplo.
Además, se plantea aquí la reconstrucción en nuevos términos de la hegemonía
sobre esos bárbaros por parte de los sectores que se consideraban a sí mismos
como representantes de la civilización en estas tierras, a través de una prolongada
serie de conflictos, cuyo impacto se ha hecho sentir en el quehacer de las ciencias
humanas y las artes en América Latina a través de obras como Los Sertones (1905),
del brasileño Euclides Da Cunha, por citar un ejemplo especialmente
representativo.
Esto cuestionaría la visión generalmente aceptada del proceso, que resalta
más bien la imagen de unas élites oligárquicas empeñadas en una suerte de
mímesis servil, en lo moral y lo político, respecto a los valores, ideologías y
conductas dominantes en las sociedades Noratlánticas. Para Bradford Burns, por
ejemplo, esas élites, pensando que "habían formado sus instituciones según el
último modelo europeo", desconocían el "hecho concreto" de que esos modelos "no
reflejaban la realidad americana". Sin embargo, resulta curioso al menos constatar
las virtudes de tal ignorancia para quienes con tanto empeño la practicaban si, de
acuerdo al propio Burns, los mismos "patrones europeos" que "engendraron en el
Nuevo Mundo una estructura económica débil y sumisa", también "favorecieron a
la minoría fuerte, rica y hábil sobre la grande, pero debilitada mayoría".(1986:7)
Para Francois-Xavier Guerra, en este sentido, el verdadero problema radica
en saber si aquel afán "de buscar en Europa, y particularmente en Francia, las
soluciones del momento", no fue sino un fenómeno "de imitación y moda -de
afrancesamiento-, de dependencia cultural?" Al respecto, dice, la respuesta tendría
que ser afirmativa "si pensamos en los países de América como países

cuando el viejo tirano sanguinario ya no exista. Este país deberá aprender, como todos los Estados españoles de América del
Sur, que una república no podrá subsistir en tanto no contenga algún grupo de hombres que respeten los principios de la
justicia y el honor".(1983:166)
135
En contraste con sus observaciones sobre la dictadura de Francia en Paraguay, Darwin observaba no haber visto nunca
"una popularidad más grande" que la de Rosas, ni mayor entusiasmo por "la más justa de las guerras, puesto que va dirigida
contra los salvajes". Preciso es confesar que se comprende algún tanto ese arranque, si se tiene en cuenta que aún hace poco
tiempo estaban expuestos a los ataques de los indios los hombres, las mujeres, los niños, los caballos". (1983:144)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 114

conquistados por Europa y liberados de su dominio por la Independencia". Pero no


lo sería si se considera que la Independencia fue llevada a cabo por élites criollas
descendientes de los conquistadores e inmigrantes europeos, y se concibe a
América Latina "como una parte integrante del área europea, al igual que los
Estados Unidos, pero con componentes étnicos diferentes y una sociedad y una
cultura de tipo mediterráneo", con lo cual no estaríamos ante actitudes de
imitación servil, sino "fundamentalmente" ante "una misma lógica surgida de un
común nacimiento a la política moderna". (1993: 369, 370)
El argumento puede ser benévolo en exceso para las élites latinoamericanas,
o malévolo respecto a las europeas, si se considera la barbarie de los métodos
conque buscaron construir esa modernidad. Y, sin embargo, tiene la virtud de
resaltar una conciencia de sus propios intereses, un conocimiento de sus propias
sociedades, y una capacidad para la iniciativa y la acción políticas que en ningún
caso pueden ser desdeñados. José Martí, por ejemplo, -a un tiempo crítico severo
del poder oligárquico y partidario enérgico de la lucha por la autodeterminación
nacional-, destacaba en 1891 cómo, de "factores tan descompuestos" y en "tan breve
tiempo histórico", se habían creado ya en la región naciones "adelantadas y
compactas" (1975:VI,16), lo que sugiere una notable capacidad de aquellas élites
para concebir y ejercer soluciones políticas adecuadas a sus intereses
fundamentales.
Al respecto, por ejemplo, para el caso del porfirismo en México se ha
planteado que la división esencial venía a ser "la que separaba a una sociedad
'holista' formada por actores colectivos, de los partidarios de un concepto que
asignaba al individuo el papel de referencia tanto política como
social".(Guerra,1988:23,24) Con ello, el problema crucial vendría a ser "el de las
relaciones entre esos dos mundos", resuelto a través de fenómenos como el
caudillismo y el caciquismo, que para Guerra constituyen "la condición misma de
existencia del sistema" antes que una aberración respecto a los valores "civilizados"
en que éste se inspiraba.
Esta apreciación del orden social oligárquico como una forma de
compromiso o equilibrio entre dos mundos tan heterogéneos como reales sugiere
la presencia de otro rasgo característico en la relación sociedad/naturaleza en
América Latina en esta fase. Aquí, en efecto, se produce una prolongada
coexistencia de formas de relación con la naturaleza -y de visiones a menudo
antagónicas del papel de aquélla en la vida de los grupos humanos de la región-,
que en el mundo Noratlántico se presentan más bien como sucesivas. Así, las
visiones de los sectores no capitalistas -sustentadas en los referentes
socioculturales que hacían posible la preservación cada vez más difícil de formas
tradicionales de relación con la naturaleza, como el policultivo de subsistencia
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 115

asociado a la comunidad indígena-, se enfrentan a las de un capitalismo


oligárquico, nutridas de un sólido cuerpo conceptual elaborado en el seno de
aquellas culturas Noratlánticas con las que antes se había vinculado el liberalismo
de las élites criollas en la fase de crisis del colonialismo español.
No está en cuestión que, como afirma Jean Lamore, el proceso de
conformación de esa visión oligárquica en el siglo XIX se viera influido por aquella
"confusión entre los dominios de la biología y de la sociología", que dio lugar en el
mundo anglosajón a que "los conceptos darwinianos acerca de la lucha por la vida
y la superviviencia de los más aptos se convirtieran en dogmas sociológicos", y
proporcionaran justificaciones a los grandes industriales y a las naciones
industrializadas para la dominación de ciertas naciones por otras, al igual que
justificaba la dominación "de unos individuos por otros". Sin duda, también, eso
propició que la "civilización yanqui" apareciera como "superior" en la conciencia de
numerosos latinoamericanos. (1979:93,95)136
Sin embargo, la riqueza de las formas en que el debate sobre la naturaleza se
planteaba por la época en Inglaterra y los Estados Unidos abre otras posibilidades
para la valoración de los modos de influencia de esa circunstancia cultural en
América Latina. Donald Worster, por ejemplo, tras señalar que "parece estar
preestablecido que el proceso de civilizar al género humano deba ser permanente,
sin llegar nunca a un resultado del todo seguro" -debido, dice, a que "el ser
humano, al igual que el resto de la naturaleza, no nace civilizado: domado, bien
ensillado y listo para ser montado"-, añade que "a fines de la era Victoriana, entre
la década de 1860 y finales del siglo",

pareció producirse una determinación inusualmente feroz de lograr que el proceso


civilizatorio se desplegara de manera firme y correcta, de una vez por todas.
Nunca antes había parecido tan importante lograr esta exigencia de los tiempos. De
hecho, la demanda que definía los tiempos podría haber sido la de la necesidad de
una Cultura dotada de la fuerza -agresiva, resuelta, aun violenta- necesaria para
dominar y subyugar la naturaleza que Darwin, entre otros, encontraba tan
amenazadora. En breve, resulta difícil exagerar lo ubicuo y significativo de este
impulso hacia la civilización en el pensamiento angloamericano del
período.(1987:170)137

136
"Para los positivistas mexicanos, la raza latina debe ser 'completada' con las cualidades de la raza sajona, a saber: el
sentido práctico de la vida y la capacidad de trabajo material. En la Argentina y Chile, la civilización yanqui aparece también
como un ideal que hay que alcanzar: Sarmiento se deslumbra y desprecia profundamente a su América mestiza: 'Allá, un
selecto núcleo de raza blanca lucha en defensa de sus derechos; acá, la raza mestiza se agita en un levantamiento
desordenado'. Para Sarmiento la responsable de esa inferioridad es la 'raza latina', la 'raza hispánica', carente de aptitud para
la democracia. Esa raza, en su inicio, es euroafricana, y mezclándose luego con la indígena americana produce un
conglomerado en el que se acumulan las taras. Sarmiento proclama: 'Seamos Estados Unidos', mientras que para Alberdi el
ideal del hombre de la América Latina debe ser el de convertirse en 'el yanqui hispano-americano'".
137
A ello se sumaba la percepción de una brecha gigantesca entre la civilización y la barbarie, constituidos en arquetipos de
"inmensa significación histórica y moral... mundos totalmente diferentes, separados por una distancia virtualmente
insuperable". Por lo mismo, agrega Worster, en Londres, Edimburgo, Nueva York o Chicago, "apenas se dudaba... de que la
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 116

Con todo, aun esa ferocidad civilizadora distaba mucho de ser monolítica en
sus expresiones dentro de la cultura Noratlántica. Para Worster, por ejemplo, es
necesario distinguir allí, desde mediados del siglo XVIII, dos grandes tendencias:
una "arcádica" y otra "imperial", en conflicto entre sí.
La tendencia arcádica "proponía al hombre una vida sencilla y humilde,
encaminada a restablecerlo en una relación de coexistencia pacífica con la
naturaleza". La imperial, en cambio, expresaba la ambición de establecer,
"mediante el uso de la razón y el trabajo esforzado, el imperio del hombre sobre la
naturaleza". (1987:2)138 Esta última, además, se conformó a lo largo del siglo XIX a
partir de la pugna entre al menos tres propuestas distintas de estrategia de relación
entre los civilizados, la naturaleza y la barbarie que ésta albergaba.
La primera de esas propuestas sostenía la necesidad de una política de
conquista ecológica no sólo para imponer la ley del progreso sino, además, para
permitir el despliegue de "la lucha competitiva por la existencia", de la que se
desprendía la aplicación del principio de que "la fuerza hace el derecho" a las
interacciones entre los seres humanos y la naturaleza. Con ello, se llevaba a esa "ley
de la competencia" a operar también entre el hombre y la naturaleza, definiendo a
menudo "el único cimiento sobre el cual podría construirse una civilización
tecnológica avanzada".
De ese enfoque, a su vez, se desprendía una lógica virtualmente circular: "la
economía de la naturaleza constituye un mundo de mutuas agresiones; tal sistema
ha producido un notable progreso a través de la evolución; por tanto, debe
funcionar también para la economía humana, puesto que el hombre es parte de la
naturaleza; el creciente dominio tecnológico del hombre sobre la naturaleza es
prueba de la sobrevivencia del más apto, y de la realidad del progreso en el
esquema de las cosas". Aun así, llamar "conservadora" a esta postura podría
resultar engañoso, pues ella "anticipaba una transformación radical del planeta,
carente de las inhibiciones de los escrúpulos ecológicos o las ensoñaciones
quietistas".(1987:173-174)
La segunda de las estrategias "imperiales" procuraba evadir la defensa
abierta de la civilización como resultado del dominio del más fuerte. En cambio, la
definía como "la administración racional y necesaria de la naturaleza", en el marco

civilización era el estado más noble -infinita, incomparablemente mejor en prácticamente todos los aspectos de la vida-, y de
que la barbarie era una ofensa que debía ser aplastada dondequiera que se la encontrase".
138
Worster menciona como autor representativo de la tendencia "arcádica" a Gilbert White (1720-1793), un párroco rural y
naturalista inglés que, en 1789, publicó The Natural History of Selborne, "una colección de cartas acerca de la vida silvestre, las
estaciones y las antiguedades de la parroquia de White... (que) sentó las bases para el ensayo de historia natural en Inglaterra
y en los Estados Unidos. Fue, además, un punto de origen, representativo si no seminal, para el moderno estudio de la
ecología". Para la tendencia "imperial", menciona en particular "el trabajo de Carl Linnaeus -la figura ecológica más
importante del período- y de los linneanos en general".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 117

de una ley de la historia que imponía a la humanidad "un largo ascenso desde el
caos y el desorden hacia el perfecto control administrativo". Su principal
exponente, el sociólogo norteamericano Lester Ward, sostenía la necesidad de que
tanto la naturaleza como la sociedad fueran organizadas por expertos, con el fin de
redimirla de su "estado primitivo".(1987:175)139
La tercera estrategia, por último, defendía a la civilización desde una
perspectiva ecológica, viéndola como "un necesario control moral contra la
naturaleza". Esta perspectiva, de fuerte raíz teológica y mayor refinamiento
intelectual, consideraba que si la naturaleza "era realmente el mundo caído de
Darwin, el deber sagrado del hombre civilizado era por tanto separarse de esa baja
esfera al tiempo que -como lo hacía por los bárbaros del mundo- procuraba
rescatar tanto de ella como le era posible controlar".
Por otra parte, la propia tendencia "arcádica" distaba mucho de ser un mero
movimiento romántico motivado por razones estéticas a buscar una coexistencia
más pacífica entre la humanidad y el mundo natural. Por el contrario, alentaban
dentro de ella tendencias que apelaban a razones utilitarias para promover un uso
de los recursos naturales -en particular los forestales- que subordinaba la ganancia
inmediata a la explotación sostenida.
Tales tendencias, por ejemplo, encontraron expresión en libros como Man
and Nature, publicada por George Perkins Marsh en 1856. 140 En su obra, reeditada
con el sugestivo título de The Earth as Modified by Human Action y que se convertiría
en "una Biblia para los conservacionistas de los siguientes cincuenta años", Marsh
planteaba la "tesis revolucionaria" de que el estado del medio ambiente tenía que
ver más con la acción humana que con las fuerzas naturales, y llegaba a la
conclusión de que "al hombre le convenía ser cuidadoso con las formas en que
modificaba la tierra". (Nash, 1984: 36)
La riqueza y complejidad de este panorama resalta aún más lo rápido y
profundo del compromiso de nuestras oligarquías con las visiones Noratlánticas
de la naturaleza de más fácil encaje en una situación de economía de rapiña. Pero,
sobre todo, destaca el modo en que ese compromiso desconoció por entero aquel
otro ethos que sostenía la necesidad de restaurar la coexistencia pacífica de los

139
Para Ward, la naturaleza carecía de preocupaciones por el costo o la eficiencia: "Los ríos, en vez de fluir rectos y llevar así
su agua al mar con un mínimo gasto de energía, hacen perezosos meandros a través de planicies y valles", con lo que
cualquier buen ingeniero "podría hacer un mejor trabajo de diseño del medio ambiente que el realizado por la naturaleza". Se
trata, como vemos, de la misma actitud que inspiró el entusiasmo de Julio Verne por la mentalidad tecnológica
norteamericana y la elevación del ingeniero, en muchas de sus novelas, a la categoría de hechicero de la modernidad y
artífice del progreso.
140
Marsh fue un hombre de gran cultura, miembro además de la élite política y social de su país, al que había servido como
embajador en Turquía entre 1849 y 1854, y en Italia entre 1861 y 1862. Eso le permitió apoyar una parte sustancial de su obra
en sus observaciones sobre el medio ambiente en la cuenca del Mediterráneo, agotadas por siglos de explotación, y llamar a
sus conciudadanos "a inspirarse en los errores de nuestros antepasados para actuar con sabiduría ante el tiempo y las
ganancias".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 118

humanos con otros organismos, a través de una vida más austera y una actitud
más humilde ante el mundo natural.
Parte del problema radicaba, quizás, en que -como lo reconociera el propio
Marsh- la posibilidad de una estrategia de conservación dependía de "grandes
revoluciones políticas y morales", para las que no se encontraban preparados los
Estados Unidos de mediados del siglo XIX ni, ciertamente, los entonces noveles
Estados latinoamericanos. En todo caso, no sólo se trata aquí de que el "seamos
Estados Unidos" de Sarmiento en 1883 excluyera del panorama de la cultura que
así reivindicaba, empobreciéndola, a la obra de autores como Henry David
Thoreau y el propio Marsh.
Se trata, sobre todo, de que la visión de la naturaleza expresada en la obra
de esos autores encontraba eco social en sectores intelectuales de capas medias -
con frecuencia provenientes de un importante sector de pequeños y medianos
propietarios rurales-, que por entonces emergían en el mismo proceso de
desarrollo capitalista que consolidaba la hegemonía de los sectores empresariales
en los países Noratlánticos. En América Latina, sin embargo, ese tipo de
intelectualidad no vendría a conformarse sino en la fase final del período que nos
interesa, y en una circunstancia distinta, que determinó otras prioridades -en
particular de orden político y cultural- en sus intereses y su labor.
La ausencia de ese tipo de intelectuales en nuestra región y en el período no
sólo implicó que autores del mundo Noratlántico como los mencionados carecieran
de verdaderos interlocutores entre nosotros. Sobre todo, dio lugar a que las
eventuales visiones "arcádicas" en la cultura latinoamericana -provenientes, por
ejemplo, del mundo indígena y campesino- resultaran desplazadas por entero al
campo de la barbarie. De aquí que esas visiones carecieran de expresión legítima
en el seno de la cultura dominante y, con ello, se vieran excluidas de toda forma de
diálogo con el poder que no fuera el de la violencia y la contraviolencia
característicos de los procesos de expropiación de tierras y conformación de
trabajadores semi-libres ya descritos.
Aun así, esto no excluyó, para fines del siglo XIX, la presencia de debates en
el seno de los sectores latinoamericanos más y mejor vinculados a la cultura
Noratlántica. En ese terreno, por ejemplo, la obra de José Martí nos ofrece
importantes elementos de búsqueda de formas alternativas de inserción en el
mercado mundial, que vinculan la preocupación por lo que hoy sería llamado un
"desarrollo sustentable" con la aspiración de preservar y ampliar la capacidad de
autodeterminación de las sociedades latinoamericanas. La originalidad del vínculo
así establecido reclama un análisis por separado del aporte martiano a la
conformación de la cultura latinoamericana.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 119

VI. Naturaleza, sociedades y culturas en José Martí


Injértese en nuestras repúblicas el mundo;
pero el tronco ha de ser
el de nuestras repúblicas.
Y calle el pedante vencido, que no hay patria
en que pueda tener el hombre más orgullo
que en nuestras dolorosas
repúblicas americanas.

José Martí,
Nuestra América,
El Partido Liberal, México,
30 de enero de 1891

1. El ámbito
José Martí, es bueno recordarlo, nació en Cuba en 1853. Su vida y su obra son, por
tanto, las de un hombre de la segunda mitad del siglo XIX, proveniente además de
la última sociedad colonial de la América española, que apenas en 1868 había
iniciado la que sería una lucha de treinta años por su independencia nacional. Por
lo mismo, en 1881, cuando emigra a los Estados Unidos -desde donde empezará a
expresar algún interés más o menos sistemático por la dimensión ambiental del
progreso, para usar el término dominante en la época-, Martí contaba tan sólo 28
años, y se encontraba en las vísperas de culminar la primera gran fase de su
maduración intelectual.
El balance político de esa fase no parecía muy prometedor. El movimiento
de independencia al que se vinculara Martí desde los 15 años de edad, y que a los
16 le costara ya pena de cárcel y destierro a España, había terminado por verse
plagado por conflictos internos, hasta desembocar en una paz negociada con las
autoridades españolas en 1878. El intento de continuar la lucha por parte de los
dirigentes más radicales del movimiento tampoco había tenido éxito y, para
principios de la década de 1880, la actividad independentista cubana parecía ser
apenas cosa de pequeños grupos dispersos de exiliados, sobre todo en la ciudad de
Nueva York.
No parecían haber tenido mejor éxito, tampoco, los empeños de Martí por
vincularse a la reforma liberal triunfante en diversos países latinoamericanos. Por
el contrario, su emigración final a los Estados Unidos estuvo precedida por su
expulsión, abierta o tácita, de México en 1876; de Guatemala en 1878, y de
Venezuela en 1881, tras conflictos con los regímenes de Porfirio Díaz, Justo Rufino
Barrios y Antonio Guzmán Blanco, respectivamente. En el ínterim entre Guatemala
y un primer viaje a Nueva York en 1880, además, un frustrado intento de
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 120

reasentamiento en Cuba en 1879 culminó con una nueva deportación a España,


acusado de conspirar a favor de la independencia de su país.
Todo ello, por otra parte, parece haber sido -más que el producto de un
carácter quizás impetuoso en exceso- resultado del proceso de su maduración
personal ante las contradicciones largamente percibidas -por él como por otros
jóvenes latinoamericanos de su tiempo y condición-, en la ideología y la política
liberales en las que se formó durante su primera juventud, particularmente
durante su residencia en México entre 1875 y 1876. A ese primer período de su
formación corresponden, por ejemplo, sus dudas de enero de 1876 sobre el curso a
seguir una vez asegurado el triunfo de la Reforma Liberal.
Entonces, tras señalar la necesidad de evitar que "puedan verse en riesgo"
los principios liberales, agregaba que debía ser otro "el trabajo principal" de su
generación. "Hemos hecho", decía, "muchas revoluciones de principios; pero todas
estas serán infructíferas mientras no hagamos una revolución de esencia". La
consumación de ese ideal político, a su vez, exigía ya una "unidad social" imposible
mientras se siguiera siendo "a la par miserables y opulentos; hombres y bestias;
literatos en las ciudades y casi salvajes en los pueblos". (1985: II, 254)141
Los Estados Unidos en que Martí residiría hasta 1895, por otra parte,
iniciaban entonces la formidable transición que treinta años después los llevarían a
una posición de hegemonía indiscutible entre las potencias Noratlánticas que por
entonces ingresaban a las disputas por el reparto del mundo que desembocarían en
la Gran Guerra de 1914-1918. Como se sabe, el desarrollo de los grandes
monopolios que surgían de la fusión del capital financiero y el capital industrial
constituía ya entonces el rasgo más visible de esa primera etapa de transición, y
Martí parece haber sido uno de los primeros latinoamericanos cultos de su tiempo
en captar las implicaciones sociales que se derivaban de la traducción, en poderío
político, del poder económico así acumulado por esa nueva forma de organización
del capitalismo norteamericano.
"El monopolio", llegó a decir Martí ya en 1884, "está sentado, como un
gigante implacable, a la puerta de todos los pobres". Y agregaba:

141
Las naciones, agregaba, "no se constituyen con semejante falta de armonía entre sus elementos". Y esto anunciaba, quizás,
la trayectoria que aún lo llevaría a distanciarse de los principales dirigentes del exilio cubano en Estados Unidos,
precisamente debido a divergencias en torno a las formas de constitución y ejercicio de la autoridad política en el
movimiento. Del 20 de octubre de 1884, en efecto, data la carta famosa en que le dice Martí al General Máximo Gómez, héroe
mayor de la guerra de 1868-1878 con quien colaboraba en la preparación de un nuevo alzamiento en Cuba, la frase que
inauguraría el camino hacia su plena madurez intelectual y política: "Un pueblo no se funda, General, como se manda un
campamento". Para añadir enseguida: "¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos
calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en
la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que
ganaron Uds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?... El dar la vida sólo constituye
un derecho cuando se la da desinteresadamente".(1975: I, 177,178)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 121

Todo aquello que se puede emprender está en manos de corporaciones invencibles,


formadas por la asociación de capitales desocupados a cuyo influjo y resistencia no
puede esperar sobreponerse el humilde industrial que empeña la batalla con su
energía inútil y unos cuantos millares de pesos. El monopolio es un gigante negro.
El rayo tiene suspendido sobre la cabeza. Los truenos le están zumbando en los
oídos. Debajo de los pies le arden volcanes. La tiranía acorralada en lo político,
reaparece en lo comercial. Este país industrial tiene un tirano industrial. Este
problema... es uno de aquellos graves y sombríos que acaso en paz no puedan
decidirse, y ha de ser decidido aquí donde se plantea, antes tal vez de que termine
el siglo.
Por la libertad fue la revolución del siglo XVIII; por la prosperidad será la
de éste.(1975: X, 84,85)

Y, en efecto, para mediados del decenio las Escenas Norteamericanas que


Martí redactaba para diversos periódicos hispanoamericanos empiezan a otorgar
un espacio cada vez mayor a los problemas internos asociados a esa situación en
los Estados Unidos, como para fines de esa década y principios de la siguiente
dedicaría Martí una atención creciente a las implicaciones de esos hechos para la
política exterior de Washington, y para las relaciones hemisféricas. Con todo, ni el
sentido de ese período de la historia norteamericana, ni su caracterización en
Martí, se agotan en esta dimensión eminentemente social de sus conflictos.
El surgimiento del capitalismo monopólico en los Estados Unidos, en efecto,
abarca otras dimensiones de gran importancia, aunque menos conocida entre
nosotros. Se trata, por ejemplo, del proceso de transformaciones en la vida social, la
economía y la cultura de los Estados Unidos asociadas al agotamiento de la
enorme frontera interior que, hasta la década de 1880, permitió a las fuerzas
productivas de aquel país expandirse hacia dentro del territorio norteamericano
para someter a su control recursos naturales -en particular, tierras, bosques y
minerales- que en su momento parecieron inagotables.
La clausura oficial de la frontera interior en 1890, a su vez, contribuiría al
despliegue de dos tendencias que vendrían a ser características de la relación de los
Estados Unidos con el mundo natural. Por un lado, la lucha por la conservación de
los recursos naturales en el propio territorio norteamericano, incluyendo el uso
sustentable de los mismos; por otro, la expansión hacia el exterior en nombre de la
lucha por el control de recursos naturales estratégicos -en particular, energéticos,
minerales y alimentos- en ultramar, y de los mercados asociados a las mismas.
La relación entre estas tendencias constituye uno de los problemas clave de
esta historia. Sin duda, la expansión hacia el exterior contribuyó a disipar la
energía acumulada dentro del país por los debates en torno al conservacionismo.
Pero, y sobre todo, el desarrollo del interés en la conservación de los recursos
naturales en los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX se vio asociado
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 122

en múltiples sentidos con aquella corriente democrática de la cultura


norteamericana que, a partir de Tom Paine y Thomas Jefferson, se continuaba en el
clima cultural de la década de 1880 en la presencia o la influencia de intelectuales y
reformadores sociales como Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, Walt
Whitman y Henry George, hacia los que Martí demostraría desde muy temprano
una intensa afinidad.
En este terreno, la cultura norteamericana se nos presenta como un campo
sin verdadero equivalente entre nosotros. Es posible, por ejemplo, rastrear hasta el
siglo XVII las primeras medidas encaminadas a la conservación de los bosques y la
vida silvestre en las colonias inglesas de América del Norte, por razones
estrictamente utilitarias.142 Y, para mediados del XIX, el panorama se presenta ya
rico y diverso.
Entre 1844 y 1850 se organizan las primeras asociaciones cívicas para la
conservación de la vida silvestre, en Nueva York. En 1854, se publica el Walden, de
Thoreau, que constituye hasta hoy "un clásico" para los norteamericanos "que
comprendieron la sabiduría de las protestas de Thoreau contra la explotación
irracional de la naturaleza".(Nash, 1984: 43) 1860, en particular, es el año escogido
por Donald Worster (1973) como punto de partida de lo que llama el "período
formativo" del ambientalismo norteamericano, que se extendería hasta 1915.143 Y,
en efecto, los acontecimientos que permiten entrever lo estrecho de la relación
entre el desarrollo del ambientalismo, las iniciativas ciudadanas y la acción
gubernamental en materia de conservación se suceden con rapidez creciente desde
entonces.
En 1864, por ejemplo, es creado por iniciativa ciudadana el parque estatal de
Yosemite, en California, "para uso público, balneario y recreación".(Nash, 1984: 46)
Durante la década de 1870, empieza a tomar forma un movimiento en favor de la

142
"En 1626, apenas seis años después de fundada la colonia, Plymouth aprobó una ordenanza que controlaba el corte y la
venta de madera. La idea era conservar un valioso recurso... La primera ley de caza, una veda de seis meses para el ciervo,
apareció en Rhode Island en 1639. Patos, pavos y salmones, todos criaturas útiles para los colonos, recibieron protección
desde temprano. Hacia la década de 1730, existían guardabosques encargados del cumplimiento de las leyes de
conservación". Por otra parte, el "Acta de Grandes Estanques de Massachussets de 1641 proclamó el derecho del público a
utilizar para la caza y la pesca cualquier cuerpo de agua de extensión superior a diez acres. Esto señaló la primera aparición
en la historia política de los Estados Unidos de la idea de que un elemento significativo del medio ambiente no debería ser
controlado privadamente, en detrimento de los intereses de la sociedad. La disposición expresaba el principio de que
aquellas partes del medio ambiente de importancia trascendente para la sociedad no deberían ser poseídas de una manera
que impidiera el beneficio público". (Nash, 1984: 34,35)
143
La antología conque Worster intenta probar esa afirmación recoge 18 artículos de 16 autores distintos, que abordan temas
que van desde la utilidad del estudio de la naturaleza hasta los problemas de la ecología humana en las ciudades y la
formación del movimiento conservacionista. Nueve de esos textos fueron publicados antes de la llegada de Martí a los
Estados Unidos, o durante sus años de residencia en aquel país. Sus reportajes sobre los problemas del desarrollo urbano de
Nueva York, y las condiciones de vida de los pobres en esa ciudad, por ejemplo, sugieren el contacto de Martí con autores
como el arquitecto Frederick Law Olmstead, y el higienista público Edward Dalton. De los autores antologados por Worster,
sin embargo, sólo aparece en las Obras Completas una brevísima referencia a unas anotaciones de John Muir -el fundador del
Sierra Club, en 1892-, sobre la vegetación en torno a una cascada del río Yosemite, en el Cuaderno de Apuntes No. 18, del año
1894.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 123

conservación forestal. En 1874 -en parte como reacción a devastadores incendios de


bosques ocurridos tres años antes- se instaura el Día del Arbol, y el Congreso
establece una División Forestal en el Departamento de Agricultura.
Entretanto, se agudizaban sin cesar las tensiones y conflictos entre
conservacionistas, colonos y grandes empresarios por el acceso a los recursos
naturales del Oeste. En 1878, el explorador y naturalista John Wesley Powell -quien
llegaría a ser uno de los fundadores de la National Geographic Society- presenta al
Congreso su Informe sobre las Tierras de la Región Arida de los Estados Unidos, donde
condicionó la posibilidad de hacer productivos esos suelos al desarrollo de obras
de regadío cuyo uso eficiente exigiría una cultura organizada en torno a la
cooperación, y no el individualismo, a partir de experiencias como las de "los
indios y los mormones, que habían vivido con éxito en el marco de las limitaciones
físicas del Oeste". (Nash, 1984: 40)
A principios de la década de 1890, el movimiento conservacionista encontró
un nuevo impulso con la fundación del Sierra Club, promovido por el naturalista-
explorador John Muir para organizar la defensa ciudadana del parque Yosemite
ante la propuesta de represar el río del mismo nombre. Antes, en 1888, "deportistas
de la clase alta, encabezados por Teodoro Roosevelt" habían fundado el Boone and
Crockett Club para proteger el hábitat de las presas que cazaban, y en 1886 y 1896
era fundada, en Nueva York y Massachussets, la Sociedad Audubon, para "ayudar
a la causa de la preservación de las especies".
De esta manera, para 1881 ya estaba en marcha el proceso de formación de
un movimiento ambientalista cuya riqueza y complejidad se expresan, por
ejemplo, en las dificultades que plantea la clasificación de sus tendencias para los
propios historiadores norteamericanos. Joseph Petulla (1980), por ejemplo,
propone ordenar ese desarrollo en torno a tres tendencias: biocéntrica, ecológica y
económica.144 Roderick Nash (1984), por su parte, plantea la presencia de una
corriente utilitaria, una estética y otra propiamente ecológica en el proceso, siendo
las dos primeras relevantes en el siglo XIX, mientras la tercera sólo vendría a
manifestarse en el XX.
El utilitarismo, dice Nash, proporciona los argumentos "más antiguos y
más persuasivos" a favor de la conservación, pues se ocupa del medio ambiente
debido a que éste es útil para la gente. En esta perspectiva "estrictamente
antropocéntrica" los árboles son vistos "como madera en potencia, y la vida
silvestre como carne en la olla", con lo cual se aspira a "garantizar que los

144
La diferencia entre las dos primeras, dice, se manifestaría ante todo "en el compromiso del observador, sea con los
derechos de la propia naturaleza, o con un modelo científico explicativo del modo en que la naturaleza se organiza a sí
misma", mientras la tercera se vincularía directamente a los problemas del aprovechamiento sostenido de los recursos
naturales. (1980: 30,31)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 124

beneficios del uso de los recursos continuará indefinidamente", subordinando "la


ganancia inmediata al rendimiento sostenido".(1984: 34)
Por su parte, las consideraciones estéticas "constituyen una segunda raíz, si
bien más débil, del impulso conservacionista en la historia norteamericana
temprana". Esta perspectiva -que "pone al espíritu humano a la par con el
estómago humano"- encuentra antecedentes en la fundación de Pennsylvania, que
incluyó disposiciones en 1681 para mantener el equilibrio entre los bosques y los
campos abiertos, aunque lo fundamental de su desarrollo tiene lugar al calor del
conflicto entre el deseo de conservación y el voraz apetito por los recursos
naturales que caracterizó la colonización del país hasta bien entrado el siglo XIX.
Entre los factores que finalmente concurrieron a moderar ese impulso
original de despilfarro, Nash resalta el aporte de los naturalistas -botánicos y
ornitólogos en particular-, que vieron en la vida silvestre elementos valiosos en sí
mismos, y no sólo materias primas para la producción. "Escritores, poetas y
pintores", agrega, "formularon un argumento estético a favor del valor de la
naturaleza". Pero, además, todo ello vino a concurrir en un momento en el que
empezaba a florecer un nacionalismo cultural que reclamaba la necesidad de crear
símbolos de la cultura norteamericana que la distinguieran "de otras más ricas y
antiguas del Viejo Mundo".145 Y aquello que Estados Unidos poseía en abundancia
era, justamente, "una cantidad y una calidad de vida silvestre sin equivalente en el
exterior", lo que a su vez favoreció la protección de los espacios donde esa vida se
manifestaba aún en todo su esplendor, como el Gran Cañón del Colorado. (Nash,
1984: 43)146
Ese nacionalismo cultural, por otra parte, tenía una vertiente exterior de
rasgos mucho menos gratos para un latinoamericano como Martí. Desde mediados
del siglo XIX, en efecto, la expansión territorial de los Estados Unidos se había
visto acompañada de un constante empeño de justificación ideológica. Ya en 1845,
John O'Sullivan formuló con singular éxito desde el periódico Morning News la
idea de que la incorporación de los territorios norteamericanos y la absorción de
145
A la larga, durante la administración de Teodoro Roosevelt y bajo la guía de Gifford Pinchot, Director del Servicio
Forestal y amigo personal del Presidente, el conservacionismo llegaría incluso a ser promovido como "una causa apolítica
que podría unir tanto a los ricos como a los pobres de la nación en torno a un propósito moral común", ante una
circunstancia en la que se percibían con preocupación "síntomas de una hostilidad de clases cada vez más amplia" en el país.
(Worster, 1973: 84) A partir de la idea de que el "primer deber" de la raza humana era "controlar la tierra sobre la que vive",
Pinchot definiría el conservacionismo proponiendo "el desarrollo de nuestros recursos naturales y su pleno aprovechamiento
por esta generación" y, enseguida, que esos recursos fueran "preservados y desarrollados para el beneficio de la mayoría, y
no simplemente para ganancia de unos pocos." (en Worster, 1973: 86,87)
146
Resulta sugerente, por otra parte, cotejar estas apreciaciones de Nash con las planteadas por Alexander Spoehr sobre las
manifestaciones del mismo fenómeno a mediados del siglo XX. "Los principios estéticos subyacentes al movimiento
conservacionista norteamericano podrían ser vistos, quizás, como la reacción de una minoría ante el punto de vista urbano
dominante. La conservación... constituye un esfuerzo para proteger al hombre moderno de sí mismo. Hasta donde sé, no es
posible encontrar tales esfuerzos entre pueblos preliterarios que viven en pequeñas comunidades en una relación personal y
estrecha con la naturaleza. Entre ellos... sospecho que la apreciación estética de la naturaleza es un hecho común de la vida
cotidiana". (1956: 100)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 125

quienes los poblaban era parte de un "Destino Manifiesto" de los Estados Unidos. Y
para 1890, como señala Jean Lamore, los expansionistas encuentran a sus ideólogos
en hombres como el historiador Frederick Jackson Turner, el teórico de la
"frontera".
Turner, en efecto, plantearía en 1893 que la colonización de la frontera
interior había constituido "un proceso decisivo en la formación del carácter
nacional de los Estados Unidos". Se trataba, decía, de una experiencia "que había
devuelto la vida a una cultura europea decrépita, y otorgado a América y el
mundo un impulso democrático". (Worster, 1992a: 218) En esos términos, el mito
de la frontera -de larga gestación, por otra parte, como lo prueban las alusiones al
mismo que hace Martí en su discurso Madre América, de diciembre de 1889- ofreció
a los expansionistas norteamericanos "una doctrina geopolítica que los lleva a
buscar incesantemente nuevas áreas de expansión".147
Debe considerarse aquí, además, la influencia de la obra de Herbert Spencer
en el esfuerzo por encontrar en el desarrollo de la biología y el evolucionismo
elementos de legitimación de esa ideología expansionista. Al respecto, se asiste
entonces "a una confusión entre los dominios de la biología y de la sociología", que
lleva a aplicar los conceptos darwinianos a la explicación de los hechos sociales, de
un modo criticado tanto por el propio Darwin y Huxley, como por Federico Engels
en su Dialéctica de la Naturaleza. Esto, sin embargo, "no fue óbice para que los
conceptos darwinianos acerca de la lucha por la vida y de la supervivencia de los
más aptos se convirtieran en dogmas sociológicos en el mundo anglosajón: del
pluralismo racial de los biólogos se pasó al darwinismo social". (Lamore, 1979: 98,
93)
Estos hechos ponen en evidencia las contradicciones que animaron el
diálogo entre Martí y la cultura Noratlántica de su tiempo en el campo de las
relaciones entre lo social y lo natural. En efecto, la afinidad martiana con la
vertiente democrática de ese campo sólo puede ser comprendida tomando en
cuenta lo intenso y constante de su rechazo y su crítica a aquella otra que buscaba
en la experiencia de la conquista de la frontera interior -la de aquellos bosques
donde "el aventurero taciturno caza hombres y lobos, y no duerme bien sino
cuando tiene de almohada un tronco recién caído o un indio muerto" (1975: VI,
135)-, y en filósofos de la hora como Spencer, bases ideológicas que justificaran el
renovado expansionismo norteamericano.

147
Ya en 1861, por ejemplo, Thoreau pudo aludir en su ensayo Life Without Principle a que "El último recurso de nuestra
energía ha sido el saqueo de cementerios en el Istmo de Darién, una empresa que parece estar en sus comienzos puesto que,
según los últimos informes, ha pasado su segundo debate en la legislatura de Nueva Granada un acta que regula este tipo de
minería; y un corresponsal del Tribune escribe: 'En la estación seca, cuando el clima permita la adecuada prospección del
país, sin duda serán encontradas otras ricas guacas (esto es, cementerios)".(1985: 642)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 126

2. El campo y sus tiempos


El modo en que Martí captó y enfrentó esas contradicciones se expresa, en primer
término, en la forma en que su obra organiza el campo cultural en el que tiene
lugar el diálogo que nos interesa. Esa organización puede ser rastreada, por
ejemplo, a través de las principales referencias que aparecen en la obra martiana a
un conjunto de figuras clave en las ciencias naturales y humanas del mundo
Noratlántico de su tiempo, entre las cuales destacan las de Alejandro de
Humboldt, Henry David Thoreau, Charles Darwin y Herbert Spencer.
Ese conjunto es por demás significativo. Humboldt y Darwin, como se sabe,
constituyen figuras cimeras en el desarrollo de las ciencias naturales en la primera
y la segunda mitades del siglo XIX, cuya obra tuvo además una vasta influencia en
el conjunto de la cultura Occidental de su tiempo. Thoreau, a mediados del siglo, y
Spencer a sus finales, por su parte, destacaron sobre todo por su capacidad para
traducir esa influencia nueva de las ciencias naturales en propuestas de vida y,
sobre todo en el caso del segundo, de doctrina social y de política.
Las referencias a esos autores facilitan, así, tanto la tarea de valorar el grado
y la forma de su influencia en el pensamiento martiano, como la de seguir la
evolución de las posturas de Martí ante ellos a lo largo del tiempo. Esto, a su vez,
constituye un recurso imprescindible para establecer de manera más precisa los
términos en que cabe hablar de la universalidad de la obra martiana, no sólo como
conocimiento y capacidad de divulgación de lo producido en este campo de las
culturas Noratlánticas, sino y sobre todo en su capacidad para dialogar con esas
culturas -y construir sus juicios respecto a ellas- desde una perspectiva
latinoamericana.
Algunos hechos de interés para esta valoración resaltan de inmediato. Por
ejemplo, que las referencias explícitas a los autores en cuestión se inician con
Humboldt y Spencer a partir de 1880 -año en que Martí inicia su prolongada y
fructífera relación con la cultura norteamericana-, en textos escritos en inglés para
medios de prensa de los Estados Unidos. Darwin y Thoreau, por su parte, aparecen
a partir de 1881 en artículos escritos para La Opinión Nacional, de Caracas, y en
anotaciones hechas ese mismo año en los Cuadernos de Apuntes No. 5 y No. 7 del
propio Martí. A partir de allí, todos ellos seguirán figurando en la obra martiana
hasta 1894, si bien con ausencias totales en los años 1884, 1891 y 1893.
Lo importante de las referencias, sin embargo, no radica tanto en su
abundancia como en sus funciones dentro de la obra martiana. En los 25
volúmenes de las Obras Completas de Martí, por ejemplo, el nombre de Darwin es
mencionado en 33 ocasiones; el de Humboldt, en 16, y los de Spencer y Thoreau, en
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 127

13 cada uno.148 En todos los casos, sin embargo, se hace referencia a ellos como
elementos de un universo mucho más amplio, en el que aparecen nombres
significativos hasta hoy -como el de Carlos Lyell, fundador de la geología
moderna-, junto a otros que ya no figuran en la memoria inmediata del lector
educado, como Brotteneck.149
Dentro de ese universo, por ejemplo, el nombre de Humboldt actúa sobre
todo como un referente de prestigio, talento y buena educación en textos dedicados
a semblanzas de personalidades de un pasado todavía reciente en vida de Martí,
como es el caso del pensador cubano Antonio Bachiller y Morales.150 En cambio,
son escasas las referencias al contenido de la obra del geógrafo y naturalista
alemán, y en ninguna lo menciona como referente de valoración para el
pensamiento de los contemporáneos de Martí.
El nombre de Darwin, por el contrario, aparece aquí como un importante
referente de seriedad y dedicación en el trabajo científico, y los rasgos más
generales de su obra son objeto de comentario bien informado, sobre todo en
relación al problema de la universalidad del conocimiento en un mundo signado
por la inequidad, entre los hombres como entre sus naciones.151 Darwin, en efecto,
constituyó en múltiples sentidos la figura más importante del mundo cultural del
Occidente Noratlántico que conoció Martí. De él pudo decir Alexander Spoehr, por
ejemplo, que "abrió nuestros ojos al funcionamiento de la naturaleza orgánica, y su
modo de pensamiento condujo al descubrimiento de nuevos hechos y relaciones en
el mundo viviente", en cuanto se ocupó "del hombre como parte de una amplia y
dinámica biocenosis... sujeta a los mismos procesos y regularidades" que las
demás.

148
El número total de menciones del nombre de Darwin aumentaría a 41 si se tomaran en cuenta todas las que se hacen en el
artículo "Darwin ha muerto", como el de las Spencer aumentaría a 14 si se tomaran en cuenta las de "La futura esclavitud",
que han sido contados sólo una vez.
149
Ni aparecen en una obra de consulta general de valor universalmente aceptado, como la Enciclopedia Británica.
150
"Nació en los días de Humboldt", dice Martí de Bachiller en 1889, "de padre marcial y de madre devota, el niño estudioso
que ya a los pocos años, discutiendo en latín y llevándose cátedras y premios, confirmó lo que Humboldt decía de la
precocidad y rara ilustración de la gente de la Habana, 'superior a la de toda la América antes de que ésta volviese por su
libertad, aunque diez años después ya muy atrás de los libres americanos'".(1975: V, 144)
151
En el mismo sentido, también, se refiere Martí a Huxley en la "Sección Constante" que por entonces mantenía en La
Opinión Nacional, de Caracas: "-Entre los que se ocupan de los adelantos de la ciencia moderna, ansiosa de explicarse el
misterio de la vida, y que rechaza con buen acuerdo todo medio extranatural, o sobrenatural para examinar la naturaleza, -
nadie desconoce el nombre meritorio del profesor Huxley", quien "anda a la par de Darwin y de Haeckel". Sus obras, añade,
"se señalan... por su absoluta independencia en el pensamiento; por la primacía del pensamiento neto y sólido sobre la frase,
que no ofusca al pensamiento, sino le sirve y le obedece; y por su saludable falta de respeto a toda doctrina convencional, o
teoría impuesta". Por entonces, había publicado Huxley un ensayo "sobre 'La ciencia y la cultura',... (de) gran aplicación... en
nuestras tierras, cuyos mayores males vienen tal vez de que la masa de hombres inteligentes, llamados a dirigir, reciben una
instrucción, no sólo principalmente, sino exclusivamente, literaria", pues un hombre "de estos tiempos" educado de esa
manera "es como un mendigo flaco y hambriento, cubierto con un manto esmaltado de joyas, de riquísima púrpura. A Neso
lo devoró su túnica; y a nosotros, este manto esmaltado de joyas". (1975: XXIII, 301)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 128

Pero es en su calidad de antropólogo que Spoehr llega a hacer uno de los


comentarios más sugerentes para la reflexión sobre el lugar ocupado por Darwin
en el universo cultural martiano. "En su punto de vista sobre la integración del
hombre con el mundo natural", dice, "Darwin podría ser considerado muy cercano
al modo en que los pueblos preliterarios ven a la naturaleza", salvo en la diferencia
fundamental de que desarrolló su punto de vista a partir de la observación de la
realidad, mientras esos pueblos lo hacen "a partir de leyendas y mitos creados por
el hombre". Darwin, así, "dejó a sus sucesores el concepto del hombre como parte
de la naturaleza, cualesquiera fuesen las cualidades... que lo distinguieran de otras
formas de vida". (1956: 100, 101)
No es de extrañar, planteado así el problema, que las referencias de Martí a
Darwin constituyan una de las manifestaciones más puras del diálogo entre
culturas que aquí nos interesa. Martí, por ejemplo, pone cuidado en destacar a un
tiempo las importancia de las ideas de Darwin para sostener la existencia de una
identidad fundamental en el género humano, y el papel desempeñado por la
naturaleza americana en el surgimiento y desarrollo de esas ideas. "El genio de este
hombre", dice en 1882, "dio flor en América; nuestro suelo incubó; nuestras
maravillas lo avivaron; lo crearon nuestros bosques suntuosos; lo sacudió y puso
en pie nuestra naturaleza potentísima." (1975: XV, 374)
Y, como para darle aliento aun mayor a lo que propone, el artículo que
Martí dedica a la muerte del sabio inglés incluye algunas de las descripciones más
ricas del mundo natural americano -las selvas de Brasil, las pampas argentinas, la
Patagonia y la Tierra del Fuego, el centro y el Norte Chico chilenos-, creadas por
nuestra literatura. "A caballo", dice Martí, anduvo Darwin "la América frondosa", y
en ella "vió valles como recién hechos de fango; vió ríos como el Leteo; navegó bajo
toldo de mariposas, y bajo toldo de truenos; asistió en la boca del Plata a batallas
de rayos; vió el mar luciente, como sembrado de astros; pues ¿las fosforescencias
no son como las nebulosas de los mares?" Para agregar enseguida:

Aguárdase a monarca gigantesco cuando se entra en la selva brasileña, e imagínale


el espíritu sobrecogido con gran manto verde, como de falda de montaña,
coronado de vástagos nudosos, enredada la barba en lianas luengas, y apartando a
su paso con sus manos, velludas como piel de toro añoso, los cedros corpulentos.
Toda la selva es bóveda, y cuelgan de los árboles guirnaldas de verde heno. De un
lado trisca, en manada tupida, el ciervo alegre; de otro, se alzan miles de hormigas
que parecen cerros, y como aquellos volcanes de lodo del Tocuyo que vio
Humboldt; ora, por entre los pies del caminante, salta el montón con el hocico
horadador, el taimado tucutuco; ora parece brindando sosiego un bosquecillo de
mandiocas, cuya harina nutre al hombre, y cuyas hojas sirven de regalo a la
fatigada cabalgadura. Ya el terrible vampiro saja y desangra, con su cortante boca,
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 129

el cuello del caballo, que más que relincha, muge; ya cruza traveseando el
guainumbí ligero, de alas transparentes que relucen y vibran. (1975: XV, 376)152

Y al mismo tiempo, desde la perspectiva de ese aporte americano juzga Martí la


obra de Darwin en su doble dimensión, científica y filosófica.
"Cargada así la mente", dice, "volvió el sabio de América a Europa". Y, ya en
su patria, echaba "con los ojos mentales, a andar a la par los animales de las
diversas partes del globo", pero también recordaba "más con desdén de inglés que
con perspicacia de penetrador, al bárbaro fueguino, al africano rudo, al ágil
zelandés, al hombre nuevo de las islas del Pacífico". De ello sin embargo había
resultado, para Martí, que Darwin -"como no ve el ser humano en lo que tiene de
compuesto, ni pone mientes cabales en que importa tanto saber de dónde viene el
efecto que le agita y el juicio que le dirige, como las duelas de su pecho o las
murallas de su cráneo"-, diera en pensar "que había poco del fueguino a los simios,
y no más del simio al fueguino que de éste a él".
Con todo, el modo y los propósitos conque acudía a dialogar Martí resaltan
en el párrafo conque concluye el artículo que dedica a la memoria del naturalista
inglés, en cuya teoría de la evolución veía un firme respaldo a su convicción sobre
la capacidad de la América española para ingresar al mundo moderno, y competir
con éxito en él. "Bien vio", dice Martí de Darwin, "a pesar de sus yerros, que le vinieron
de ver, en la mitad del ser, y no en todo el ser, quien vio esto; y quien preguntó a la
piedra muda, y la oyó hablar; y penetró en los palacios del insecto, y en las alcobas
de la planta, y en el vientre de la tierra, y en los talleres de los mares. Reposa bien
donde reposa: en la abadía de Westminster, al lado de héroes". (1975: XV, 380)
A diferencia de lo que ocurre con Humboldt y Darwin, sin embargo, la
relación establecida por Martí entre Spencer y Thoreau ni es sucesiva ni está
referida al progreso del conocimiento. Esta relación, por el contrario, es planteada
como simultánea, y vinculada a dos de los muchos rostros posibles de la
modernidad de ese mundo al que se encaminaba la América de Martí.
Aquí, las referencias martianas se vinculan a los problemas relativos al lugar
del individuo en la sociedad, y a la calidad sus relaciones con sus semejantes. Y de
ello resulta, además, que apunten en una dirección a primera vista sorprendente
para algunas visiones de la evolución de la cultura latinoamericana y del lugar de
la obra de Martí dentro de ella.

152
Para concluir diciendo cómo se abre "un tanto el bosque, mojado recientemente por la lluvia, y se ve, como columna de
humo, alzarse del follaje, besado del sol, un vapor denso, y allá se ve la espléndida montaña, envuelta en vagas brumas.
Mezclan sus ramas mangos y canelos, y el árbol de pan próvido, y la jaca que da sombra negra, y el alcanfor gallardo. esbelta
es la mimosa,; elegante el helecho; la trepadora, corpulenta". Y cómo "en medio de la noche, lucen los ojos del cocuyo airado
que dan viva lumbre como la que enciende en el rostro humano la ira generosa. Y grazna el cucí vil, que deja sus huevos en
los nidos de otros pájaros. El día renace, y se doblan ante la naturaleza solemne y coloreada, las trémulas rodillas". De todo lo
cual doy fe, tras haber trabajado en las selvas de la costa Atlántica de mi propio país.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 130

Dentro de esas visiones, por ejemplo, parece darse por supuesto que,
inmerso Martí en el clima dominante en la cultura latinoamericana de su tiempo,
tendrían que ser claves en su obra temas como los del positivismo y el darwinismo
social. A primera vista, incluso, esa impresión parecería verse confirmada con la
expresión famosa de 1889, tan multicitada, en la que describe cómo se había venido
saliendo de "aquella América enconada y turbia" del pasado, para llegar "a pujo de
brazo, a nuestra América de hoy, heroica y trabajadora a la vez, franca y vigilante,
con Bolívar de un brazo y Herbert Spencer de otro; una América sin suspicacias
pueriles, ni confianzas cándidas, que convida sin miedo a la fortuna de su hogar a
las razas todas". (1975: XV, 139)153
Sin duda, el nombre de Spencer figura ya en la obra temprana de Martí
como un paradigma de modernidad, dentro de una historia del progreso humano
que se contaba "en los puertos llenos de buques, en las fábricas pobladas de
obreros, en las ciudades ennegrecidas por el humo de las fraguas, en las calles
obstruidas por los carros, en las escuelas llenas de niños y en los árboles cargados
de frutos". Al respecto, por ejemplo, dirá Martí de los españoles en 1880 que
"empiezan a comprender que en el movimiento general del progreso ellos también
deben ocupar un puesto", y que "como el mundo entero razona y las fábricas de
vapor ocupan inmensos arsenales, ellos a su vez deben razonar con el mundo,
trabajar en las fábricas y buscarse sitio entre los que piensan como Herbert
Spencer, se quejan como Heine, dudan como Byron y desprecian como Leopardi".
(1975: XV, 25)
Sin embargo, la valoración del papel que ese paradigma desempeña en el
desarrollo del conjunto del pensamiento martiano tendría que atender a dos
hechos que ya afloran con toda evidencia en la obra de Martí en la primera mitad
de aquella década. En primer lugar, al reseñar en 1884 el libro de Spencer La Futura
Esclavitud, Martí somete a severa crítica el modo en que son abordados allí los
problemas sociales, dejando a un lado toda noción de solidaridad hacia los más
pobres y los desamparados.
Así, tras reconocer la razón de Spencer cuando señala los peligros que
podrían resultar de "la acumulación de funciones en el Estado, que vendrían a dar
en esa dolorosa y menguada esclavitud", Martí cuestiona que no señale además
"con igual energía, al echar en cara a los páuperos su abandono e ignominia",

los modos naturales de equilibrar la riqueza pública dividida con tal inhumanidad
en Inglaterra, que ha de mantener naturalmente en ira, desconsuelo y
desesperación a seres humanos que se roen los puños de hambre en las mismas

153
Porque esa América sabe que es "la de la defensa de Buenos Aires y de la resistencia del Callao, la América del Cerro de
las Campanas y de la Nueva Troya", agrega Martí en su discurso del 19 de diciembre de 1989 en la Sociedad Literaria
Hispanoamericana en Washington.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 131

calles por donde pasean hoscos y erguidos otros seres humanos que con las rentas
de un año de sus propiedades pueden cubrir a toda Inglaterra de guineas.

Y agrega enseguida, del modo que le es tan característico: "Nosotros diríamos a la


política: ¡Yerra, pero consuela! Que el que consuela, nunca yerra." (1975: XV, 391)
El segundo rasgo que ya se despliega en este ámbito del pensamiento
martiano consiste en lo profundo del aprecio que merece al cubano ese otro rostro
de la modernidad, crítico y libertario, que se expresa a través de autores como
Henry David Thoreau. En efecto, aunque no se refiere a ninguno de sus textos con
el detalle que dedicó a Darwin y Spencer, el nombre de Thoreau figura en el campo
cultural organizado por Martí como un paradigma ético, siempre asociado a
aquellas corrientes de orientación más popular y democrática de la cultura
norteamericana con las que tan profundamente parece haberse identificado el
cubano.
Ya en 1881, por ejemplo, se refería a Thoreau como "'el trascendentalista, el
místico, el filósofo natural' de Massachussets" (1975: XXI, 223), de un modo que
procuraba resaltar aquella íntima vinculación, tan deseada siempre por Martí, en
que lo ético y lo estético convergen en una misma relación simultánea del
individuo con sus semejantes y con su mundo natural. Hay aquí una huella
romántica, por supuesto, que en 1887 aflora en la descripción del filósofo-
naturalista como "enjuto, cenceño, de ojos dolorosos y fijos, de cabello despeinado
e hirsuto, raso el labio de arriba, como un lacedemonio, la boca comprimida, para
que no se le saliese por ella la tristeza, y la barbilla en barboquejo". (1975: VII, 54)
Pero hay, sobre todo, la valoración de una actitud que -en su aparente retiro
ascético del mundo- expresa un triple compromiso de índole muy cercana a las
más íntimas convicciones del propio Martí.
Ese compromiso alude, en primer término, a la armonía de la naturaleza
ante las pasiones desordenadas de la sociedad capitalista norteamericana en
ascenso. En segundo, a una voluntad de síntesis intuitiva como tarea fundamental
de la empresa de conocimiento.154 Y, por último, a una vocación libertaria tan
profunda como tenaz, enemiga de todo prejuicio y de toda restricción externa al
ejercicio de la propia creatividad, que llevaría a Thoreau a afirmar en su Diario el
21 de marzo de 1840, cuando contaba apenas 23 años: "Soy más libre que cualquier
planeta... Puedo apartarme de las opinión pública, del gobierno, de la religión, de
la educación, de la sociedad". (1961: 11)

154
Por ejemplo: "Cuán indispensable resulta para el estudio de la naturaleza la percepción de su verdadero significado. El
hecho florecerá un día en una verdad. La estación (¿la razón?) madurará y fructificará lo que el entendimiento ha cultivado.
Los meros acumuladores de hechos -recolectores de materiales para capataces- son como esas plantas que crecen en las
forestas oscuras, que 'dan sólo hojas, en vez de capullos'".(16/12/37, 1961: 3)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 132

Al propio tiempo, sin embargo, tanto la lectura de Walden, su libro clásico,


como la de textos de tono e intención mucho más militante como Civil Desobedience
y Life Without Principle -y aun la de sus diarios personales-, nos revelan además en
aquel "filósofo natural" a un crítico temprano, severo y consistente del impacto del
capitalismo sobre la vida y la cultura de sus conciudadanos.155 Es así como, en 1861
y en su plena madurez, caracterizaría lo que su país había llegado a ser:

Aun si concedemos que el Norteamericano se ha liberado de un tirano político,


sigue siendo el esclavo de un tirano económico y moral... ¿Llamamos a ésta la
tierra de los libres? ¿Qué tanto significa verse libres del rey Jorge, y seguir siendo
esclavos del rey Prejuicio?... Somos provincianos, porque no encontramos entre
nosotros nuestra propia medida; porque no adoramos a la verdad, sino al reflejo de
la verdad; porque nos encontramos deformados y estrechados por una devoción
exclusiva a los negocios y el comercio y a las industrias y a la agricultura y a otras
actividades por el estilo, que no son más que medios, pero no el fin.156

Se trata, en efecto, del mismo romántico que en marzo de ese año anotaría
en su diario personal que los hombres de su tiempo no se preocupaban por la
Naturaleza, "y venderían lo que les corresponde de su belleza, durante toda su
vida, por una suma establecida -y muchos incluso por un vaso de ron". Para
agregar enseguida:

¡Gracias a Dios que los hombres aún no pueden volar, y arrasar el cielo como lo
han hecho con la tierra! Estamos a salvo de eso por el momento. Es precisamente
debido a que algunos no se preocupan por estas cosas que debemos continuar
protegiéndolas contra el vandalismo de los menos". (1961: 217)

Esta postura no debería resultar extraña, si Donald Worster tiene razón al


señalar que la visión de lo natural en el Romanticismo "era fundamentalmente
ecológica... centrada en las relaciones, la interdependencia y el holismo". Para
agregar enseguida que "esta similaridad de enfoques" destaca con especial claridad
"en los escritos de Henry David Thoreau (1817-1862), el heredero del legado

155
De Civil Desobedience, publicado en 1849 por Thoreau para explicar los motivos que lo llevaron a negarse a pagar sus
impuestos como manera de expresar su desacuerdo con la guerra declarada por el gobierno de su país contra México dos
años antes, dice Carl Bode: "Es poco el confort que ofrece a los seguidores de Karl Marx, sin ser tampoco la fuente de vigor
que los conservadores contemporáneos esperan de su primera oración", donde Thoreau plantea que el mejor gobierno es el
que gobierna menos. "El férreo rigor filosófico anarquista de Thoreau es incómodo para ambas partes. Pero Gandhi,
luchando en Africa del Sur, supo que era precisamente lo que necesitaba ('Me dejó una honda impresión', admitió). Más
tarde, impresionó también a otros grandes dirigentes, dentro y fuera del país, entre los que destacó Martin Luther King. Y
sus efectos aún se hacen sentir".
156
Sobre el lugar de la naturaleza en esa sociedad y esa cultura, diría en el mismo ensayo: "Este mundo es un lugar de
negocios... Si un hombre que ama los bosques camina por ellos durante la mitad de cada día, se arriesga a ser visto como un
vago; pero si dedica todo su día a la especulación, destrozando esos bosques y dejando pelada a la tierra antes de que haya
llegado su hora, es estimado como un ciudadano industrioso y emprendedor. ¡Como si un pueblo no tuviese más interés en
sus bosques que derribarlos!" (1985: 232,233)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 133

arcádico de Gilbert White en el siglo XIX", de quien nos dice que era "a un tiempo,
un activo ecologista de campo y un filósofo de la naturaleza, cuyas ideas
anticiparon mucho del ánimo de nuestra propia era", en cuya vida y obras se
encuentra "una expresión clave de la actitud romántica hacia la tierra, así como una
filosofía ecológica de creciente complejidad y sofisticación... (y), además, una
fuente notable de inspiración y orientación para el activismo subversivo del
movimiento ecológico contemporáneo".(1992:58)
Por otra parte, si Cintio Vitier tiene razón al señalar en su libro Ese Sol del
Mundo Moral. Para una historia de la eticidad cubana que el "ver en sí, el ser por sí, el
venir de sí, son las constantes básicas del pensamiento y la expresión martianos en
dos dimensiones conexas: su concepción del hombre y su concepción de América"
(1979: 83), las afinidades de Martí con aquello que Thoreau simboliza en la cultura
norteamericana aparecen como un hecho natural. La martiana, en efecto, es una
universalidad conscientemente creada y ejercida desde sí y hacia otros, de un
modo que con toda probabilidad hubiera permitido a Thoreau suscribir como
propio el rechazo de Martí en 1882 a una cultura en la que

So pretexto de completar el ser humano, lo interrumpen. No bien nace, ya están de


pie, junto a su cuna, con grandes y fuertes vendas preparadas en sus manos, las
filosofías, las religiones, las pasiones de los padres, los sistemas políticos. Y lo atan;
y lo enfajan: y el hombre es ya, por toda su vida en la tierra, un caballo
embridado... El primer trabajo del hombre es reconquistarse... Sólo lo genuino es
fructífero. Sólo lo directo es poderoso. Lo que otro nos lega es como manjar
recalentado. (1975: VII, 230)

En esa perspectiva, el diálogo entre culturas que emprende Martí a partir de 1880,
y que prolonga hasta el fin de sus días, se nos presenta como un camino de dos
vías en el que Darwin y Thoreau -y no Darwin y Spencer, como generalmente se
supone- parecen dejar la huella más profunda y duradera.
Ese camino, a su vez, desempeña sin duda un papel de primer orden como
antecedente de ejemplar actitud de conocimiento planteada en el ensayo Nuestra
América, de enero de 1891, en que culmina la segunda gran fase de maduración
intelectual de Martí:

No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores
de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el
observador cordial buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resalta en
el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre... Peca
contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las
razas. (1975: VI, 526.)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 134

Así planteado, en efecto, ese diálogo deja abierta -y facilita- la tarea de crear
las capacidades que permitan continuarlo en estos tiempos de crisis del orden
mundial de cuyo nacimiento dejó Martí, a un tiempo, su testimonio y una
advertencia que sólo adquiere pleno sentido en el desarrollo del campo cultural en
que aquel diálogo tuvo lugar. No ha de suponerse, decía, "por antipatía de aldea,
una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla
nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras
políticas, que son diferentes de las nuestras". Pero, agregaba enseguida, urge que la
América nuestra se de a conocer -"una en alma e intento"-, de modo que el vecino
"no la desdeñe", ni agregue con ello nuevos elementos de peligro al período "de
desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país" al que
entonces ingresaban los Estados Unidos.
A esa advertencia, en todo caso, llega Martí a lo largo de dos grandes etapas
en su tratamiento del tema. En la primera, centrada en sus colaboraciones para el
periódico La América, de Nueva York, y La Opinión Nacional, de Caracas, entre 1881
y 1884, su atención se concentra en las relaciones entre el desarrollo de la ciencia y
la tecnología, la economía y la naturaleza, siempre en busca de alternativas para
una inserción más eficiente de América Latina en el mercado mundial. Al
respecto, llega a delinear con relativa rapidez los elementos fundamentales de una
propuesta que ya presenta incompatibilidades de fondo con el modelo de
crecimiento hacia fuera impulsado por el Estado Liberal Oligárquico.
Lo propuesto, en efecto, incluye una producción diversificada que evite los
riesgos de la especialización excesiva; adecuada al potencial ecológico de cada país;
centrada primordialmente en una agricultura tecnificada, bien articulada a la
industria, y capaz de garantizar la integración social a través de la promoción del
bienestar de las mayorías ciudadanas mediante el acceso a la tierra, a una
educación adecuada a la lucha por el progreso en sus propias circunstancias, y a
empleos productivos. Así, por ejemplo, observa en 1883 que los "cultivos
numerosos de diversas ramas agrícolas y sus industrias correspondientes
mantienen en equilibrio a los pueblos dados por desdicha a cultivos mayores
exclusivos: café, caña de azúcar, etc." Estos cultivos de monoproducción, dice, han
venido a ser "con las grandes operaciones bursátiles que se basan en ellos,
verdaderos juegos de azar, y como bombas mágicas, que ya son de oro, ya de
jabón." De donde advierte que más vale, "por si se quiebra la rienda en la carrera,
llevar al caballo de muchas riendas que de una. Debiera ser capítulo de nuestro
Evangelio agrícola la diversidad y abundancia de los cultivos menores".
(1975:VII,189)
En ese sentido, también, dice el mismo año de la participación venezolana
en una exposición comercial en Buenos Aires: "¿Cómo no había de dar muestras la
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 135

sección venezolana de producción natural, variada y rica? Y no hay que celebrar a


la tierra fértil, que da maravillas casuales, sino a los que cuidan de presentarlas con
orden y lucimiento en los pueblos extranjeros". Y señala "una escogida colección de
muy bien curtidos cueros", resaltando que todas las substancias empleadas en
curtirlos fueran del país: "A esto sí que puede llamarse industria venezolana; y esta
sí que puede competir con fruto con industrias similares en el extranjero. La tierra
de Venezuela da la materia prima, las que sirven para trabajarla y los
trabajadores".
Enseguida, destaca la variedad de productos presentados: café, cacao,
algodón, cochinilla "de más vivo color aún que las de Guatemala y México",
azúcar, dulces de chocolate, calzado de buena calidad. Y añade además "productos
de Farmacia y Química" -extracto de zarzaparrilla, crema de eucaliptos, "y buenas
producciones botánicas"; "el jabón de lavar de Meneses... muy preferible, por lo
que parece, a muchos de importación extranjera en la América española", para
concluir con "minerales y maderas", estas últimas de tal calidad que "Venezuela...,
por lucirlas mejor, no quiso barnizar sus muestras". Y de todo ello concluye: "¿Qué
más que fe de sus hijos en sus propias fuerzas, -y vías de comunicación entre los
centros de producción y las costas, y éstas y las tierras extranjeras, -faltan para que
entren en vías de prosperidad pasmosa a pueblos que tienen a raudales las
riquezas que otros explotan y codician? Como gigantes que ya se cansan de
reposar, se ve que se levantan y emprenden la marcha nuestros pueblos nuevos".
(1975:VII,241-243)
Parece evidente, por otra parte, la influencia de los debates sobre
proteccionismo y libre cambio en los Estados Unidos -y de los efectos de ambos
políticas sobre los recursos naturales-, en el desarrollo de esa visión martiana. Pero,
sobre todo, es notable cómo esa influencia se traduce en la búsqueda constante de
lo útil en la experiencia ajena para los fines del desarrollo propio, siempre en una
postura de enérgica defensa de la capacidad de los latinoamericanos para el
progreso.
Al respecto, por ejemplo, plantea en 1883 que la imposibilidad de introducir
maderas extranjeras significaría "la destrucción de nuestros bosques. -Y es obvio
que la destrucción de los bosques significa a la larga, y fatal e irremediablemente,
el raquitismo futuro de la tierra, y el empobrecimiento agrícola del país". Para
traducir de inmediato la advertencia a una circunstancia específica: "-Y en México,
el Estado de Tabasco, tan rico aún en valiosísimas maderas, ¡cuán pronto vendrá a
ruina, si no se da sin demora, y con cuidado absorbente, a preservar sus hondos y
magníficos bosques de cortes en estación inoportuna y sin la resiembra
consiguiente! Y en todas partes donde se esté cometiendo igual error, se harán
luego en vano por remediar la pobreza nacional inútiles esfuerzos".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 136

De aquí, a su vez, agrega que lo propio "acontecería naturalmente en los


Estados Unidos", si se llegara caer "en el error de creer que esos bosques macizos y
solemnes, maravilla de la naturaleza, no habrían de acabarse jamás... El estímulo
de la gran ganancia cerraría los ojos al gran peligro. Y a la larga, en días tristes,
quedaría seca la tierra, los plantíos enfermizos, y la agricultura en ruina".
(1975:IX,382-383) Pero, y sobre todo, la atención a la experiencia norteamericana va
siempre acompañada del interés en las necesidades de la América Latina, y de la
advertencia contra las tentaciones de la imitación descuidada.
"Es moda", señala por ejemplo, "aunque vulgar e injusta, pensar que lo que
no hace un pueblo práctico, o que goza fama de tal no es práctico. Y las verdades
suben de punto, cuando, luego de haberlas dicho labios latinos, las repiten labios
norteamericanos". Y enseguida se refiere así a un Congreso Forestal Americano
celebrado en Minnessota en 1883:

La América, que sabe cuán cruel y locamente se cortan en los países


hispanoamericanos sus magníficos bosques de maderas ricas...; La América, que ha
venido aconsejando el cuidado y resiembra de los bosques, y acaba de celebrar a
México por ello, ve ahora con gozo (cómo)... Preocupa a los hombre cuerdos
congregados en la ciudad de San Pablo, el alarmante decaimiento de la riqueza
forestal en los Estados Unidos, que adscriben a la tala brutal y avariciosa de los
especuladores, que no ven que la fortuna rápida que hoy acumulan criminalmente,
y a expensas de la fortuna pública, arrebata a la nación una fuente de riqueza
permanente, no tanto por lo esencial que traen en sí los bosques de buenas
maderas cuanto por la protección y amparo que dan los bosques a las comarcas
agrícolas. (1975:VIII,303)157

La segunda etapa del diálogo que nos interesa se ubica entre 1889 y 1891 -en
lo que va de sus reportajes a La Nación, de Buenos Aires, sobre la Conferencia
Internacional Americana y la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América,
a la publicación en Nueva York y México de su ensayo Nuestra América. Ahora, el
tema ambiental aparece en Martí cada vez más vinculado al problema de la
autodeterminación nacional, hasta que ambos se fusionan virtualmente, y la
naturaleza se ve convertida en una categoría central de su discurso político.
En esta etapa de su evolución, en efecto, el razonar martiano se organiza con
tenacidad y energía cada vez mayores en torno a la advertencia de que, siendo la

157
Y traduce de inmediato lo informado a las realidades de su verdadero interlocutor, caracterizando como "una cuestión
vital para la prosperidad de nuestras tierras, y el mantenimiento de nuestra riqueza agrícola...: la conservación de los
bosques, donde existen; el mejoramiento de ellos, donde existen mal; su creación, donde no existen. Comarca sin árboles, es
pobre; ciudad sin árboles, es malsana. Terreno sin árboles, llama poca lluvia y da frutos violentos. Y cuando se tienen buenas
maderas, no hay que hacer como los herederos locos de grandes fortunas, que no las amasaron, no saben calcular cuándo
acaban, y las echan al río; hay que cuidar de reponer las maderas que se cortan, para que la herencia quede siempre en flor; y
los frutos del país solicitados, y éste señalado como buen país productor".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 137

política "obra de los hombres, que rinden sus sentimientos al interés, o sacrifican al
interés una parte de sus sentimientos", debe entenderse que

Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda.
Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad... Ni uniones de América
contra Europa, ni con Europa contra un pueblo de América... La unión, con el
mundo, y no con una parte de él; no con una parte de él, contra otra. Si algún oficio
tiene la familia de repúblicas de América, no es ir de arria de una de ellas contra las
repúblicas futuras. (1975: VI, 160)

Considerado en el espíritu de los tiempos, esto es más que una afirmación


política. Constituye, también, una reivindicación cultural: la del derecho de los
pueblos latinoamericanos a construir su propia historia. Así, ante las justificaciones
biologistas del expansionismo anglosajón, Martí plantea en cambio que la historia
universal no constituye sino "un producto, un resultado", en el que lo esencial "no
radica en las relaciones de dominación", sino en "el desarrollo de los pueblos
dominados".(Lamore,1979:110) La definición de los términos históricos de ese
desarrollo por parte de los pueblos latinoamericanos constituye, justamente, uno
de los grandes temas del ensayo Nuestra América, donde el diálogo que nos ocupa
alcanza quizás sus niveles más altos de expresión.

3. Lo natural como político


"En Martí", dice Cintio Vitier, "los libros no mandan, Europa no rige, el hombre
nativo, natural, primitivo, está íntegro. Al falaz 'integrismo' español opone
frontalmente la integridad original absoluta, sinónimo de entereza, de honradez, de
verdad. La verdad es el deber. El deber está en la raíz (no en el apriori) del hombre.
Hay que ser radical, dijo, ir a la raíz". (1979: 82) Antes, ha advertido que Martí
encarna "un nuevo tipo de revolucionario", que no se resigna a partir de los
postulados del colonizador (el desprecio, la represalia, el odio), sino de postulados
propios; "que no se conforma con la conquista de la libertad desde la esclavitud sino
que aspira a la destrucción de la esclavitud desde la libertad", y que para ello sitúa el
combate "en su propio terreno", y pelea "sólo con armas altas, limpias y libres".
(1979: 69,70)
De Nuestra América (1975: VI, 15-23) podría decirse, en esa perspectiva, que
es a un tiempo la crónica de aquel viaje a la raíz, y el arsenal mejor de las armas de
que habla el maestro de martianos. Allí, el que fuera un joven liberal radical en el
México de Lerdo de Tejada, y admirador entusiasta de los primeros años del
gobierno de Justo Rufino Barrios en Guatemala, rompe con el liberalismo
triunfante de su tiempo, y plantea de modo abierto los que serían grandes temas de
la política y la cultura latinoamericanas a partir de la revolución mexicana de 1910-
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 138

1917. Y resulta notable que esa ruptura se produzca, además, a través de un


vigoroso esfuerzo por trascender el paradigma oligárquico sintetizado de manera
tan admirable medio siglo antes por Domingo Faustino Sarmiento. En ese sentido,
Martí empieza por definir en su ensayo al "buen gobernante en América" como

el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en
junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidos del país mismo, a aquel
estado apetecible donde cada hombre se conoce y se ejerce, y disfrutan todos de la
abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su
trabajo y defienden con sus vidas.

Para que ello sea posible, resulta evidente en esta lógica que el gobierno
deba "nacer del país", que su "espíritu" deba ser "el del país", y que su forma deba
"avenirse a la constitución propia del país", de modo que -en suma- no sea más que
"el equilibrio de los elementos naturales del país". Y a esa definición del gobierno la
sigue el corolario famoso en que Martí, tras señalar que la inestabilidad recurrente
de la región sólo prueba que "el libro importado ha sido vencido en América por el
hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El
mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico", desafía al sentido común de su
tiempo para afirmar:

No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la


naturaleza.

El propio planteamiento es inquietante: estamos ante un discurso nuevo, en


el que lo social y lo político, la naturaleza y la cultura, se fusionan en un todo
indesligable desde el momento mismo en que la abundancia espléndida de la
naturaleza americana no es remitida al medio físico, sino al "pueblo" que todos
"fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas", con lo que cada hombre "se
conoce y se ejerce". Pero, sobre todo, ese planteamiento nuevo tiene un enorme
potencial subversivo con respecto a la visión y las prácticas dominantes en la
cultura oligárquica de su tiempo.
La reformulación de la naturaleza como categoría política, en efecto, se nos
presenta estrechamente asociada a la reivindicación de los sectores no capitalistas
como actores legítimos del proceso político. "El hombre natural", dice, "es bueno, y
acata y premia la inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión
para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el
hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la
susceptibilidad o le perjudica el interés".158
158
Y agrega, de un modo que no deja de recordar algunas afirmaciones de Francois-Xavier Guerra: "Por esta conformidad
con los elementos naturales ha subido los hombres de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 139

Con ello, Martí establece una distancia insalvable con aquellas visiones
liberales de fin de siglo, nutridas por "una nueva ola teórica venida de Francia, el
positivismo", que proporcionaba "a las élites modernas una nueva justificación
para gobernar la sociedad sin la intervención de ésta", mediante "la brusca
instauración, en unas sociedades tradicionales, del imaginario, las instituciones y
las prácticas de la política moderna". (Guerra, 1993: 380,381) Y al situar así la
discusión en otro terreno, abre paso a la posibilidad de rescatar las visiones de la
naturaleza de los sectores populares como elemento legítimo en la definición de la
identidad cultural de la región, y define la condición política para ejercerla:
"Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador."
El problema, naturalmente, es más fácil de plantear que de resolver. De sus
años de juventud en México, por ejemplo, databan las dudas de Martí sobre el
lugar de los indígenas en el proceso de construcción de los nuevos Estados
latinoamericanos. "Irritan", llegó a decir el 10 de julio de 1875, "estas criaturas
serviles, estos hombres bestias que nos llaman amo y nos veneran". Y agrega:

Pululan por las calles; quiebran en la extensión que su cuerpo indolente


cubre, las raíces que empiezan a brotar; echados sobre la tierra, no la dejan
producir; satisfacen el apetito; desconocen las noblezas de la voluntad. -Corren
como los brutos; no saben andar como los hombres; hacen la obra del animal: el
hombre no despierta en ellos.
Y esto es un pueblo entero; ésta es una raza olvidada; ésta es la sin ventura
población indígena de México. (1975: VI, 266)

Pero aun dentro de esta queja desesperada, afloraba ya entonces el


humanismo fundamental del pensar martiano. "¿Quién despierta a este pueblo sin
ventura?", se pregunta, "¿Quién reanima este espíritu aletargado?". Porque, en
efecto, afirma:

No está muerto: -está dormido. No rehúye, espera. El tomará la mano que le


tiendan; él se ennoblece con el conocimiento de sí mismo, y esa raza, llena de
sentimientos primitivos, de natural bondad, de entendimiento fácil, traerá a un
pueblo nuevo una existencia nueva, con todo el adelanto que ofrece la moderna
vida, con la pureza de afectos y de miras, el vigoroso empuje, la aplicación
creadora de los que conservan el hombre verdadero en la satisfacción de sus
apetitos, el cumplimiento de sus necesidades, y la soledad de una existencia
escondida y tranquila.

A una postura ante lo que había llegado a ser la cultura nacional cubana de
la época que lo llevaba a rechazar a priori toda solución basada en el exterminio de

repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la
forma de gobierno y gobernar con ellos".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 140

los "bárbaros", se sumaba además en Martí una sincera admiración ante los logros
de las culturas prehispánicas, y ante la fuerte presencia de sus remanentes en el
México que conoció. De este modo, ya para 1884 podía plantear que, si bien era
bueno "abrir canales, sembrar escuelas, crear líneas de vapores, estar del lado de la
vanguardia en la hermosa marcha humana", lo era también -para no desmayar en
esa marcha "por falta de espíritu o alarde de espíritu falso"-, "alimentarse, por el
recuerdo y por la admiración, por el estudio justiciero y la amorosa lástima",

de ese ferviente espíritu de la naturaleza en que se nace, crecido y avivado por el


de los hombres de toda raza que de ella surgen y en ella se sepultan. Sólo cuando
son directas, prosperan la política y la literatura. La inteligencia humana es un
penacho indígena. ¿No se ve cómo del mismo golpe que paralizó al indio, se
paralizó a América? Y hasta que no se haga andar al indio, no comenzará a andar
bien la América.(1975: VIII, 336)

Aquellas convicciones liberales de origen volverían a aflorar aun en 1885


cuando, al comentar la situación de los indios en los Estados Unidos, se reafirma
en la idea de su reivindicación mediante la sustitución del trabajo de las tierras en
común, "que ni estimula ni deja ver el premio, por el repartimiento de tierra en
propiedad a cada familia, inalienable por veinticinco años, en relación a las clases
de terreno y a la extensión de cada casa". Y agrega: "admítase a ciudadanía todas
las tribus que acepten el repartimiento individual de sus tierras, y los indios que
abandonen las tribus que no les aceptasen, para acomodarse a los usos de la
civilización". (1975:X, 326, 327)
Seis años después, se habrá producido un giro del pensamiento martiano
que, con toda evidencia, parece haberse originado más en el plano de la
experiencia política que en el de la sola reflexión teórica. Nuestra América, en
efecto, está precedida por la participación de Martí en aquella Conferencia
Internacional de las Repúblicas de América ya mencionada. Ese evento, al cual
usualmente se remite el origen del panamericanismo norteamericano del siglo XX,
le permitió a Martí un primer contacto directo con las turbulencias de la lucha por
la hegemonía hemisférica a la cual se preparaban ya los Estados Unidos frente a
sus rivales europeos.
De allí resultará una observación de importancia para entender la evolución
posterior del pensamiento martiano. "A lo que se ha de estar no es a la forma de las
cosas, sino a su espíritu... En la política, lo real es lo que no se ve.", dijo en un
despacho para La Nación, de Buenos Aires. Y definió enseguida a la política como
"el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, los factores diversos u
opuestos de un país, y de salvar al país de la enemistad abierta o la amistad
codiciosa de los demás pueblos". (1975:VI,158)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 141

En esta perspectiva, la fusión entre lo natural y lo cultural -que hace de la


"Naturaleza" un concepto central en el discurso político martiano- tiene lugar en el
seno de otro giro, más amplio, que subordina el tema del progreso al problema de
la construcción de una autodeterminación nacional sustentada en la construcción
simultánea de sociedades democráticas en América Latina. Con ello, además, la
"Naturaleza" pasa -de ser una categoría que designa un orden de factores
extrahumanos-, a convertirse en una categoría esencialmente histórica, referida a la
especificidad de los problemas y las potencialidades de las nuevas sociedades
latinoamericanas, particularmente en lo relativo a la necesidad de trascender el
discurso liberal dominante para abrir a debate la posibilidad de concebir un
modelo de sociedad distinto al dominante ya en toda la región.
Con todo, la obra de Martí no llegó a plantear una verdadera amenaza a la
hegemonía indiscutible de la visión "imperial" de las oligarquías latinoamericanas
sobre sus propias sociedades y la naturaleza. Lejos de abrirse a un replanteamiento
del modo en que ambas estaban siendo reorganizadas -en dirección por ejemplo de
aquella propuesta martiana que de modo tan peculiar combinaba el ideal de una
democracia jeffersoniana de pequeños productores con el rescate de lo más útil de
las tradiciones prehispánicas para la tarea de construir, en países nuevos,
sociedades nuevas-, la región se modernizó en un marco de sociedades autoritarias
organizadas en torno a economías de rapiña, con severas limitaciones a su
autodeterminación.
La prueba mejor de lo férreo de ese orden autoritario en el plano cultural se
encuentra quizás en el modo en que aquella visión "imperial" siguió vigente
incluso cuando su promesa aparente empezaba a presentarse como una fatalidad.
Para ese momento, en 1905, Euclides Da Cunha -"el intelectual honesto, diplomado
como profesional liberal en los mayores centros urbanos del país, que trata de
entender a su propio pueblo", como lo caracteriza Walnice Nogueira en su prólogo
a Los Sertones-, veía a los brasileños "condenados a la civilización. O progresamos
o desaparecemos". (1980:47) Y se preguntaba enseguida:

¿cómo obtener una combinación armoniosa, una síntesis entre lo que fue
aprendido en los libros y en la convivencia urbana, con esos extraños peligrosos,
tan brasileños como nosotros? ¿Cómo comprenderlos, cómo entenderlos, cómo
confraternizar con ellos, si son tan diferentes a nosotros, si no aceptan nuestra
ciencia, si no aceptan nuestra revolución? ¿Cómo pueden no admitir que nosotros
estamos en lo cierto y ellos están equivocados? ¿Por qué nos odian?. (1980:XXII-
XXIV)

Aun así, la obra de José Martí significa un aporte de primer orden a la


delimitación de los conflictos característicos de nuestra contemporaneidad. Al
señalar con pasión y claridad tan singulares la persistencia de la falla geológica que
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 142

llevaba al choque recurrente entre "el mestizo autóctono" y el "criollo exótico", dejó
establecida también -como un desafío que a la larga resultaría imposible de salvar
para la hegemonía de sus adversarios-, aquella máxima sencilla que planteara en
Nuestra América, en torno a la cual se decide hoy buena parte del futuro de la
región toda:

Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el


único modo de librarlo de tiranías. (1975: VI, 18).

Las dos vías del diálogo martiano, pues, están abiertas a todas las
manifestaciones de las culturas que dialogan. Hay que conocer, para darse a
conocer. Es en torno a esa verdad elemental que cabe plantear, de la manera más
útil, el debate sobre la crisis ambiental de nuestro tiempo en América Latina. Tal
es, justamente, la intención que guía al siguiente capítulo de este ensayo.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 143

VII. La crisis ambiental


y las tareas de la historia en América Latina
Se ha de tener fe en lo mejor del hombre
y desconfiar de lo peor de él.
Hay que dar ocasión a lo mejor
para que se revele y prevalezca
sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece.
Los pueblos han de tener una picota
para quien les azuza a odios inútiles;
y otra para quien nos les dice a tiempo
la verdad.

José Martí,
Nuestra América,
en El Partido Liberal, México,
30 de enero de 1891

1. Recuento
Hemos llegado, así, a las vísperas del punto de partida usual en los análisis que
dedican algún interés a los antecedentes históricos de los problemas ambientales
que hoy enfrenta América Latina: la gran crisis de 1930, y el inicio de la
industrialización por sustitución de importaciones. En efecto, aun cuando va
siendo común que se reconozca que la presencia de manifestaciones de deterioro
ambiental en la región "desde mucho antes" de la crisis actual -aunque "la
percepción y calificación" de su impacto apenas ha empezado a cambiar (CEPAL,
1992: 21)-, un libro en tantos sentidos tan valioso como Medio Ambiente y Desarrollo
en América Latina. Una visión evolutiva, dedica apenas 24 de sus 231 páginas al
examen de lo que va del poblamiento original de las Américas a la consolidación
del llamado "modelo de crecimiento hacia afuera".159
La importancia del camino que hemos recorrido, sin embargo, se hace
evidente cuando Sergio Bagú resalta que "en materia de dominio del espacio",
América Latina tenía ya en 1870 "la fisonomía con la que llegará a nuestros días".
Algo tiene que ver la persistencia de esa fisonomía, por otra parte, conque para
1991 los principales bienes de exportación de la región seguían proviniendo de los
mismos sectores de actividad económica en torno a los cuales se habían organizado
aquellos paisajes de fines del siglo XIX: azúcar cruda, bananas, cacao, café, carne de
vacuno, harina de pescado, maíz, soya, trigo, algodón, lana, cobre, estaño, mineral
de hierro, plomo, zinc y petróleo crudo. (CEPAL, 1991c:49)

159
Otro es el caso de El Desarrollo Sustentable: Transformación Productiva, Equidad y Medio Ambiente, el documento-
insignia de la CEPAL en el debate, cuyo examen de los antecedentes del problema que trata se remonta apenas a
1971. (1991a: 15-17)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 144

Hemos visto además el papel que desempeña, en la conformación de esas


continuidades en la geografía humana y la economía latinoamericanas, la "drástica
e incesante" redistribución de la propiedad de los recursos naturales en favor de
los sectores sociales dominantes en la región, promovida por "el precio que los
productos primarios alcanzaban en el mercado internacional y, como reflejo, en el
nacional".(Bagú,1987:388) Con ello, se ha procurado entender también cómo habían
llegado a ser dominantes esos sectores; qué papel desempeñó la lucha por el
control de los recursos naturales -incluidos, por supuesto, los recursos humanos-
en ese conflicto por obtener y consolidar el poder político y cultural
imprescindibles para el ejercicio del poderío social y económico, y cuáles fueron las
consecuencias ambientales del ejercicio de ese poder.
Esas consecuencias se expresan hoy, por ejemplo, en el creciente
empobrecimiento simultáneo del mundo social y el mundo natural de los
latinoamericanos que a lo largo de la última década. Así, en lo que toca a nuestras
sociedades, el Secretario Ejecutivo de la CEPAL ha señalado que "estamos
registrando un importante aumento en la incidencia de la pobreza, como sucedió
en el período 1980-1990". En la actualidad, "hay un deterioro de la distribución del
ingreso" en todos los países de la región, que se expresa en el hecho de que el 44%
de la población latinoamericana viva en situación de "pobreza extrema" y 20% más
en "extrema pobreza o incidencia", lo cual implica que "casi 200 millones de
personas sólo pueden acceder a los mínimos necesarios, mientras 94 millones...
sólo cuentan con recursos económicos para comer lo mínimo indispensable".
(Rosenthal,1993)
Por su parte, uno de los ejemplos más dramáticos del empobrecimiento de
nuestra naturaleza lo ofrecen los procesos de deforestación que, tras devastar unos
2 millones de km2 -equivalentes a la totalidad del territorio mexicano- en los
últimos 30 años, continúan a una tasa cercana a los 50 mil km2 por año.160
Combinada con técnicas inadecuadas de utilización y conservación de suelos, a su
vez, esa deforestación ha contribuido a que a principios de la década de 1980 unos
2.08 millones de km2 de territorio -equivalentes al 10 por ciento de la superficie
total de la región- se encontraran "en proceso moderado o grave de
desertificación". (PNUMA/MOPU: 20,21)
En ese marco, mientras por un lado siguen siendo incorporadas nuevas
áreas antes inexplotadas a un cultivo precario o a actividades de ganadería

160
Para el 10 de agosto de 1993, la FAO informaba que entre 1980 y 1990 habían desaparecido "más de 150 millones de
hectáreas de bosques tropicales", siendo "América Latina y el Caribe... las regiones que mayores recursos forestales perdieron
en ese período, a un ritmo anual de 7.4 millones de hectáreas, y atribuyó este fenómeno a la pobreza... La deforestación, que
alcanzó en todo el mundo un ritmo anual de 15.4 millones de hectáreas entre 1981 y 1990, provocó una grave pérdida de
recursos esenciales para el desarrollo y poner en peligro la biodiversidad del planeta". El país más afectado en la región fue
Brasil, con 6,670,900 hectáreas, seguido por México, con 678,000, "que... en el mismo período reforestó 7,500 hectáreas". La
Jornada, México D.F.,110893, p.46.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 145

extensiva, para 1982 las áreas naturales oficialmente protegidas "abarcaban tan sólo
446,400 km2... apenas el 2,2 por ciento de la superficie regional", poniendo en grave
riesgo el potencial aún mal conocido de la biodiversidad que alberga América
Latina, sobre todo en sus selvas tropicales. Este deterioro rural, a su vez, se
corresponde con el de la calidad de vida en áreas urbanas afectadas por la
contaminación industrial y sobrepobladas en buena medida debido a la
inmigración campesina, las cuales llegarán a albergar a cerca de un 60 por ciento
de la población latinoamericana para el año 2000, conformando un panorama en el
que Fernando Tudela puede afirmar que la pobreza y el deterioro ambiental son
"efectos paralelos e interactuantes de un mismo proceso global de desarrollo
deformante".(1991: 14)
En esta perspectiva, los problemas de que hablamos resultan de las formas
en que nuestras sociedades han sido organizadas para cumplir determinadas
funciones dentro del sistema mundial realmente existente, en particular a lo largo
de los últimos 150 años. Esta sería, por tanto, la consecuencia de más largo aliento
de la subordinación de nuestras relaciones con el mundo natural a la lógica de
aquella economía de rapiña descrita a principios de este siglo por Ernst Friedrich y
Jean Brunhes.
Ante tal panorama, parecería que el campo general de trabajo de una
historia ambiental latinoamericana debería ser organizado a partir del impacto
regional de esa economía de rapiña que, del siglo XVI en adelante, se despliega en
un marco de severas restricciones a la autodeterminación de las sociedades
iberoamericanas, asociada a la persistencia de estructuras sociales escindidas que
dan lugar a visiones contrapuestas de la Naturaleza y su lugar en la vida de
nuestro pueblos. Sin embargo, ese planteamiento podría ser engañoso.
En efecto, la presencia de esa economía en aquellas sociedades escindidas
constituye el resultado de un proceso de muy larga duración, que se forja a partir
de la tardía ocupación humana del espacio (latino) americano, y de experiencias
prolongadas de desarrollo no capitalista, de las que resultó una situación de
abundancia relativa de recursos naturales en el momento de la incorporación de la
región a la economía-mundo europea. De allí en adelante, esta larga duración se
despliega a lo largo de una diversidad de formas de organización de las economías
y las sociedades latinoamericanas, y de la articulación de éstas con el mundo
exterior que, según se ha visto, pueden ser reducidas en lo esencial a dos grandes
fases bien diferenciadas.
La primera de esas fases abarca lo que va del siglo XVI a la década de 1870.
Esa fase se presenta marcada por cambios esencialmente cuantitativos dentro de
una situación que combinaba la producción diversificada para el autoconsumo y el
mercado interior en amplias extensiones, con la producción especializada para el
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 146

mercado exterior en enclaves bien delimitados, donde se desplegaron las formas


más primitivas de economía de rapiña que parece registrar nuestra historia. Fuera
el sistema mina-hacienda, fueran las primeras economías de plantación, el hecho es
que a lo largo de esta fase el saqueo de la Naturaleza se vio restringido en su
alcance e intensidad por factores que iban desde el carácter restringido y selectivo
de la demanda europea de productos americanos y las limitaciones tecnológicas de
la época, hasta la tendencia a la conformación de espacios vitales organizados en
torno a un ideal de autosuficiencia complementada con intercambios poco
regulares y escasamente diversificados con el mercado exterior.
Esa situación, sin embargo, empieza a sufrir una veloz erosión a partir de la
década de 1880, cuando el ingreso masivo de capitales y tecnología provenientes
del mundo Noratlántico propiciado por el triunfo de la Reforma Liberal inaugura
una fase histórica nueva, en la que la economía de rapiña dejará de ser un hecho
enclavado para convertirse en la forma hegemónica de relación entre las
sociedades latinoamericanas y su mundo natural hasta el presente. Y el hecho
cultural dominante en este proceso, a su vez, es el triunfo absoluto del liberalismo
sobre el "viejo estilo español" de que hablaba Halperin como norma de
pensamiento y conducta entre las viejas y nuevas élites latinoamericanas.
En sus versiones oligárquica, primero; populista, después, y neoliberal en
nuestros días, en efecto, el nuevo régimen económico fue organizado de manera
predominante en función de un comercio exterior especializado en el intercambio
de bienes primarios y productos semi-elaborados por bienes de consumo, medios
de producción y capitales provenientes de las sociedades Noratlánticas de
capitalismo desarrollado. En ese marco general, las desventajosas desigualdades de
esa modalidad de intercambio, y el acceso a medios de producción, transporte y
comunicaciones modernos, se han expresado a su vez en una tendencia a la
destrucción y el despilfarro constantes de recursos naturales, en la que cabe
encontrar una de las más importantes claves de la crisis ambiental contemporánea.
Sin embargo, aun cuando esa crisis expresa la presencia de un indudable
conflicto entre tal economía y la naturaleza de la región, la plenitud de su
significado histórico sólo empieza a revelarse en la medida en que se incorpora a
su análisis otros factores, de orden social, político y cultural. Conviene recordar por
ejemplo que, a diferencia de lo ocurrido en Africa y Asia, los Estados nacionales
latinoamericanos fueron organizados en lo más fundamental en la primera mitad
del siglo XIX. Así, cuando el capitalismo Noratlántico llevó a su primera
culminación la tarea de modelar al mercado mundial bajo su hegemonía, encontró
en la mayoría de nuestros países una contraparte organizada, compuesta por
oligarquías terratenientes y comerciales ansiosas por asociarse al capital extranjero,
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 147

al que estaban en capacidad de ofrecerle en abundancia tierras y mano de obra


baratos.
Aun así, se ha visto que estas oligarquías no delegaron su poder social
interno en sus propios países a sus socios extranjeros sino que, por el contrario, lo
utilizaron como un recurso y como una garantía para la asociación que buscaban,
en términos que sugieren la conveniencia de no subestimar -ni entonces ni ahora-
su capacidad para comprender y defender sus propios intereses. La "dependencia",
en este sentido, puede ser un término tan útil como riesgoso para definir el tipo de
relaciones que se forjó entre las oligarquías latinoamericanas y sus contrapartes
Noratlánticas a partir de fines del siglo XIX.
Resulta notable, en efecto, el modo en que aquellas élites oligárquicas
supieron escoger, dentro de las múltiples visiones de la naturaleza presentes en las
culturas Noratlánticas, aquélla forma extrema de la "visión imperial" de que habla
Donald Worster que mejor se correspondía al ejercicio de su poder y la promoción
de sus intereses, desdeñando en cambio las visiones vinculadas a una
"administración racional" de los recursos naturales. De ello resultó, en el plano
socio-cultural, la conformación de sociedades nuevamente articuladas a lo largo de
fracturas históricas de larga duración, puestas en evidencia y encubiertas a un
tiempo por el conflicto entre modernidad y tradición que parece impregnar toda la
vida cultural del período.
De esta manera, la coexistencia de dos modos de relación con la naturaleza
distintos y finalmente hostiles en el interior de nuestras sociedades definió una
circunstancia en la que -a diferencia de aquel conflicto entre visiones distintas
dentro de una misma cultura-, ocurrió una exclusión -vehemente y a menudo
violenta- de toda visión alternativa a la "imperial" en el terreno de lo cultural, tal
como fue entendido y organizado por las élites oligárquicas en función de su
propio proyecto político. Con ello, lo que en otras circunstancias hubiera podido
convertirse en el equivalente legítimo del tipo de visión "arcádica" descrito por
Worster -elaborado por ejemplo a partir de las experiencias de los sectores no
capitalistas de nuestras sociedades-, no llegó siquiera a conformarse como una
opción en el terreno de la cultura oligárquica.
Esta exclusión de la experiencia no capitalista del ámbito de la cultura
dominante en nuestras sociedades resulta especialmente significativa para una
historia ambiental latinoamericana. Por un lado, facilitó sin duda que las élites
oligárquicas se identificaron, a un tiempo, como representantes de la civilización
Noratlántica y como adalides en la lucha por el progreso y contra la naturaleza y la
barbarie de las sociedades que encabezaban o, mejor aún, contra una naturaleza
definida como el medio ambiente más propicio a la reproducción de esa barbarie,
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 148

como resulta visible, por ejemplo, en el tono generalmente hostil al medio natural
que impregna a la narrativa latinoamericana del período.
Así, ya se trate de la selva que devora a quienes intentan conquistarla, como
en La Vorágine, de José Eustasio Rivera; ya del campo como escenario de conflicto
entre la civilización y la barbarie, como en Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos; ya
de una naturaleza que alberga al peso muerto de la población indígena, como en el
Huasipungo de Jorge Icaza, se conforma a lo largo del período una verdadera
ideología de combate, en aras del progreso, contra el medio natural americano y las
relaciones sociales que lo caracterizan.161 Pero el mismo proceso, por otra parte,
puso de relieve la ausencia en nuestras sociedades de un sector intelectual
equivalente al que creó las visiones "arcádicas" en las sociedades Noratlánticas.
La clase media rural que produjo a intelectuales como Gilbert White en
Gran Bretaña y Henry David Thoreau en los Estados Unidos, en efecto, no tuvo un
lugar para sí en la América Latina del período que nos interesa. Aun en el caso de
José Martí, cabe tomar en cuenta que éste produjo lo fundamental de su
pensamiento sobre la naturaleza en un diálogo con la cultura norteamericana que
conoció, ejercido en Estados Unidos desde la crisis del liberalismo latinoamericano
de su tiempo.
Lo excepcional de esa circunstancia, a su vez, fue precisamente lo que
permitió a Martí abrir una brecha en los muros de la cultura oligárquica,
estableciendo la posibilidad de trasladar aquel diálogo al interior de las culturas
latinoamericanas. Su obra, en efecto, dejó una huella profunda y duradera en la
sensibilidad y las mentalidades de aquello que -al menos desde la Revolución
Mexicana de 1910 y, por supuesto, de la Revolución Cubana desde 1959-, podría
ser llamado una cultura popular subyacente, de permanente presencia en nuestras
sociedades, y siempre abierta a elaboraciones más complejas en el marco de aquel
conflicto entre la "falsa erudición y la naturaleza" a que hacía referencia Nuestra
América.162

161
En lo literario, por ejemplo -con salvedades como la de la obra José María Arguedas- la hostilidad al medio natural
sobrevivirá a sus estilos narrativos y posturas ideológicas de origen, impregnando incluso a la narrativa de corte progresista
de la primera mitad del siglo XIX, donde -en casos como Mamita Yunai, de Carlos Luis Fallas, o en El Mundo es Ancho y Ajeno,
de Ciro Alegría-, la naturaleza será vista como un ámbito marcado por la expropiación y represión del campesinado, que
abren paso a la expansión capitalista. Más tarde, autores de posturas tan distantes en otros terrenos como Gabriel García
Márquez y Mario Vargas Llosa compartirán tanto esa visión hostil como una actitud de desesperanza en las posibilidades del
progreso para poner remedio a tal situación. Sea el ámbito natural como escenario de procesos sociales de explotación y
destrucción -en lo que va de Cien Años de Soledad a El Amor en los Tiempos del Cólera-; sea en su capacidad para preservar las
conductas y mentalidades propias de una barbarie concebida como consustancial a los sectores populares -de La Casa Verde a
La Guerra del Fin del Mundo-, esa actitud se presenta como un rasgo dominante en lo más Occidental de unas culturas
latinoamericanas que, en el proceso, han perdido aquella capacidad de pasmo de los primeros cronistas españoles ante una
abundancia en apariencia inagotable, y aun la de esperanza en el uso de esa abundancia para conquistar una prosperidad sin
límites, característica del redescubrimiento del medio latinoamericano en el siglo XVIII.
162
Como ocurre, por ejemplo, en el caso de formas muy elaboradas de expresión musical de raíz popular, como las del
grupo dominicano 4 40 bajo la dirección de Juan Luis Guerra. Egresado de un conservatorio en Boston, Guerra ha sabido
depurar al merengue dominicano de su estridencia, resaltando en cambio su sensualidad y sus posibilidades líricas. Cada
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 149

De este modo, estamos en presencia de dos continuidades. Por un lado, la


obra de Martí se prolonga en la relación que establece entre la posibilidad de lo que
algunos llamarían hoy un "desarrollo sustentable" y el problema de la
autodeterminación y la soberanía popular en las sociedades latinoamericanas. Por
otro, el culto al progreso característico de la cultura oligárquica seguirá alentando -
tras la crisis del modelo de "crecimiento hacia fuera"-, en las ideologías
legitimadoras del "crecimiento hacia dentro" y, hasta hoy, en las dificultades de los
Estados de la región para incorporar a su discurso y su práctica política la
dimensión social de la crisis ambiental. El contraste con las sociedades
Noratlánticas no podría ser más claro en este terreno.
En efecto, si el origen del interés público por los problemas ambientales en
esas sociedades puede ser remitido a los siglos XVIII y XIX, en América Latina
resulta difícil encontrar algo más que preocupaciones dispersas y medidas
inconexas antes de la década de 1970. De entonces data, en efecto, la incorporación
del tema, "desde afuera" y "desde arriba", a la vida pública de la región en virtud
del interés de organismos internacionales vinculados al sistema de las Naciones
Unidas, primero, y al sistema financiero internacional, después.
No es de extrañar, en este sentido, que hayan sido y sean organismos como
la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Banco Mundial y el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), los principales promotores y orientadores del
debate y la formulación de políticas en relación al medio ambiente en América
Latina, muy por delante incluso de los propios gobiernos de la región. Y de aquí,
por otra parte, ha derivado un sesgo singular en la evolución del tema.
Los organismos que ocupan el centro del debate ambiental en la región, en
efecto, lo hacen a nombre de su compromiso con un concepto de "desarrollo" que,
si bien en las discusiones eruditas no es equiparado al sólo crecimiento económico,
sino a la capacidad de éste para traducirse en una mejoría sustantiva de la calidad
de vida de las grandes mayorías, en la práctica asume como tarea fundamental la
maximización de ese crecimiento.163 Así -invocado en nombre del "progreso" antes
de 1950; del "desarrollo", de entonces a la década de 1970; y de la "modernización"

uno de sus discos ha incluido temas de acento ecológico tratados en una perspectiva popular. "Ojalá que llueva café" fue el
primero; "Si saliera petróleo (como en Kuwait)" destaca en Areíto, el más reciente. "Reforéstame", de Bachata en Rosa y
cantado por la vocalista Adalgisa Pantaleón, es de una singular delicadeza: "Reforéstame el amor de ayer/ siembra una tarea
de cariño/ en mi corazón/ dale de beber/ abónalo en tu pecho/ desnúdalo sobre el huerto/ y hazlo crecer./ Reforéstame al
amanecer/ cubre con tus manos mi lecho/ y un rayo de luz nos dibujará/ mi tierra es de la buena/ tu siembra será cosecha/
una vez más."
163
Aquí, como lo señalara el economista Herman Daly ya en 1977, "El crecimiento económico es el objetivo más
universalmente aceptado en el mundo. Capitalistas, comunistas, fascistas y socialistas, quieren todos el crecimiento
económico y se empeñan en maximizarlo... Los atractivos del crecimiento consisten en que es la base del poderío nacional y
es una alternativa a la necesidad de compartir, en tanto que medio para combatir a la pobreza. Ofrece la perspectiva de más
para todos sin el sacrificio de ninguno".(en Worster, 1989: 17)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 150

en nuestros días-, el crecimiento económico ha sido de hecho el paradigma


supremo de la acción tanto del Estado como de las grandes corporaciones privadas
en nuestros países, mientras los problemas asociados a la calidad de vida de las
mayorías quedan permanentemente relegados a futuros más o menos distantes.
El caso, sin embargo, es que las sociedades latinoamericanas de hoy no
pueden ya alardear en este terreno ni siquiera de éxitos equivalentes a los que
obtuvieron en sus períodos de "crecimiento hacia fuera" y "crecimiento hacia
dentro". Por el contrario, el crecimiento se ha hecho más lento -cuando no negativo
como en la década de 1980-, y los problemas sociales y políticos que estaba
supuesto a resolver -la pobreza, la falta de oportunidades de empleo, el deterioro
de los recursos humanos y el carácter excluyente y con frecuencia autoritario de las
estructuras sociales y los regímenes políticos, entre otros-, persisten y se combinan
ahora con los del despilfarro de los recursos naturales y la degradación del medio
ambiente.
Al respecto, el análisis histórico facilita comprender el verdadero alcance de
las estructuras y tendencias que subyacen tras lo que un texto como Desarrollo y
Medio Ambiente en América Latina. Una visión evolutiva designa como la paradoja de
que una región que, "según la opinión generalizada", carece de "limitaciones en sus
sistemas naturales que le impidan la satisfacción de sus necesidades, que dispone
de una base educativa, cultural y tecnológica incipiente, pero bastante más sólida
que la de las demás regiones del mundo en desarrollo, y que ha logrado en su
conjunto avances democráticos innegables", se vea sometida a "un proceso de
deterioro social y ambiental sin precedentes".(1990: 19) Esa paradoja, sin embargo,
puede resultar aun más amplia.
En efecto, sociedades que han moldeado una parte tan sustancial de su
cultura en este siglo en la búsqueda de sus especificidades y en la construcción de
su identidad, se ven ahora enfrentada a una crisis de escala planetaria que les exige
otra vez pensarse en el seno de una civilización que en tantos sentidos les ha sido
ajena y hostil. Esto viene a ocurrir, además, cuando la caracterización de esa crisis
se torna elusiva, a medida que los datos que va aportando su devenir abarcan
ámbitos cada vez más amplios de la vida humana y, al propio tiempo, cancelan sin
cesar la viabilidad de las alternativas intentadas o pensadas en cada fase del
proceso.
Este nuevo giro en nuestra historia se vincula a su vez con dos fenómenos
propios de nuestro tiempo. Por un lado, a la preocupación por el deterioro de
nuestras tierras, aguas y aire, asociada a un gran crecimiento demográfico en un
marco de subdesarrollo económico e inequidad social creciente, se agrega la que
provocan procesos que ya no tienen un origen meramente regional. Por otro, los
períodos de desarrollo de nuestras relaciones con la naturaleza parecen ser cada
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 151

vez más cortos, coincidir de manera cada vez más cercana con los de la historia de
nuestras relaciones económicas externas y, al propio tiempo, desplegar
consecuencias de alcance cada vez más vasto.
Es inevitable, en esta circunstancia, que entren en cuestión todos los
términos en que hasta hace poco era pensada América Latina, empezando por el
concepto mismo de "desarrollo". Así, por ejemplo, el texto Nuestra Propia Agenda
sobre Medio Ambiente y Desarrollo, tras caracterizar al deterioro ecológico como un
proceso que afecta "con diversas intensidades y consecuencias" a todos "los países
en desarrollo", deriva de ello la "premisa fundamental" -de cuyas implicaciones,
dice, "depende el destino de la humanidad"-, de que "el deterioro ambiental no es
una consecuencia inescapable del progreso humano, sino una característica de
ciertos modelos de crecimiento económico que son intrínsecamente insostenibles
en términos ecológicos, así como desiguales e injustos en términos sociales". Así, ya
resulta no sólo "indispensable" sino además "posible" la búsqueda de "otras formas
de desarrollo" que permitan "un nuevo crecimiento económico", sostenible tanto en
términos ambientales como sociales y económicos.
Con todo, la restricción inicial del análisis a los países "en desarrollo" se ve
rebasada en cuanto se afirma que esa búsqueda debería tener por objetivo "un
cambio cualitativo del modelo", que privilegiara "como objetivo central la calidad
de vida de todos los seres humanos del planeta", lo que naturalmente implicaría
"tener en cuenta las interacciones múltiples y dinámicas, a distintas escalas desde lo
local a lo global".(PNUD/BID,1990:21)164 Y aun así, al considerar a la crisis ambiental
como un factor de riesgo para un desarrollo que no cuestiona en su racionalidad,
sino en la eficiencia ambiental y social de sus estilos vigentes, el texto no llega
realmente a articular entre sí lo ambiental con los problemas inherentes a la
exacerbación de las iniquidades que caracterizan a la economía mundial
contemporánea.
Por su parte, el texto del PNUMA/MOPU -desde una perspectiva menos
comprometida con las políticas al uso por parte de la mayoría de los Estados de la
región-, considera que tanto la crisis contemporánea como el intento de enfrentarla
mediante "economías de guerra" que "postergan con frecuencia los objetivos
sociales y ambientales del desarrollo", ponen en evidencia "un cambio notable en la
percepción social del proceso de desarrollo". De este modo, se dice, tras décadas de
164
A partir de la amplitud geográfica de los procesos ambientales considerados; el volumen de la población y de las
actividades económicas afectadas directamente; la gravedad de los efectos sobre ambas, y la capacidad, actual y potencial, de
enfrentar los procesos ambientales implicados, el documento ubica como problemas fundamentales, en lo regional, el uso de
la tierra; el medio ambiente en los asentamientos humanos; los recursos hídricos; los ecosistemas y el patrimonio biológico;
los recursos forestales; los recursos del mar y costeros; la energía; los recursos mineros no energéticos, y la industria; en lo
internacional, los casos de las cuencas y ecosistemas compartidos; las precipitaciones ácidas; el destino de residuos tóxicos; las
guerras convencionales, y la "seguridad ecológica"; y, en lo global, el riesgo nuclear; el calentamiento climático; las drogas; la
pérdida de biodiversidad; la destrucción de la capa de ozono; la contaminación y explotación de recursos de los océanos y el
uso los recursos de la Antártida y del espacio exterior. (PNUD/BID:1991,23-40)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 152

un optimismo "rayano en el triunfalismo, parece dominar hoy en la región un


sentimiento de frustración y fracaso", pues lo que empezó siendo "una simple crisis
económica está adquiriendo ya el carácter de una verdadera crisis de civilización",
que integra las diversas "crisis específicas" en una sola, en la cual se sintetizan "las
dificultades para adaptarse a las nuevas dimensiones derivadas de las
transformaciones en curso".(1990:19)165
Todo indica, así, que nuestra crisis regional expresa las consecuencias de
una modalidad de participación en un proceso global del que no escapa ninguno
de los sistemas económicos contemporáneos. En ese marco, la dimensión socio-
ambiental de la crisis en América Latina resulta tanto de las limitaciones que su
inserción en el mercado mundial le impone para dar respuesta a sus problemas
sociales, como del ritmo y la escala que esa inserción ha llegado a imponer a la
explotación de sus recursos naturales. Con ello, podría decirse que el análisis de
nuestra crisis ambiental podría equivaler al recuento de las consecuencias que ha
tenido para el medio ambiente regional nuestra modalidad de inserción en el
mercado mundial. Y, sin embargo, aun este planteamiento podría presentar
equivalencias engañosas.

2. América Latina ante la crisis global de la biósfera


En un sentido general, existe amplio consenso en cuanto a que el impacto de la
crisis contemporánea se hace sentir con especial energía en los campos del
comercio, la seguridad y el medio ambiente globales. Sin embargo, la dimensión
ambiental de la crisis manifiesta singulares diferencias en su naturaleza, su alcance
y sus implicaciones, respecto a las otras dos.
En primer término, los problemas asociados a la seguridad y el comercio
internacionales ya han estado presentes en otras grandes transiciones del sistema
mundial en lo que va de mediados del siglo pasado a nuestros días.166 El deterioro
global de la biósfera, sin embargo, constituye un problema de nuevo tipo, que
excede los viejos procesos de definición de cuotas de poder a escala planetaria y
plantea a la Humanidad los riesgos de un severo retroceso en la calidad de vida de
la especie entera, si no los de su eventual extinción.

165
Es notable el creciente consenso en torno al vínculo entre la crisis ambiental y la de la civilización que conocemos. El hoy
vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore (1992) coincide aquí -con todos los matices del caso-, con un ecologista de
orientación radical como Fernando Mires (1990), con un sacerdote jesuíta y sociólogo como Xavier Gorostiaga (1991), y con
un anarquista como Joan Martínez-Alier (1991a, 1991b, 1992).
166
Nos referimos, en primer término, a la transición del mundo de las monarquías al de los Estados nacionales, signada por
el conflicto Norte-Norte y las dos guerras mundiales que lo culminaron; a la que fue del mundo multipolar al bipolar,
signada por el conflicto Este-Oeste bajo el cual tomó forma, a su vez, el conflicto Norte-Sur y, finalmente, a la transición de
nuestro tiempo, en la que el paso a la multipolaridad nueva de un mundo de regiones se presenta signado por un conflicto
Norte-Sur que se combina con -y se articula en torno a-, formas nuevas y más complejas de conflicto Norte-Norte.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 153

Quizás lo más sorprendente de la crisis que hoy nos aqueja sea el modo en
que implica, y no, un retorno a las formas y problemas normales en el
funcionamiento de un sistema mundial que comenzó a formarse hace (apenas)
unos 500 años. En efecto, el desarrollo de ese sistema se ha caracterizado -salvo el
breve interregno de la Guerra Fría-, por conflictos asociados al reparto de esferas
de influencia entre grandes potencias; a la disputa por el control de los flujos
financieros y comerciales; a la lucha por la soberanía y la autodeterminación de las
naciones emergentes -incluyendo sus expresiones etnoculturales y religiosas-, y a
los que se originan en el impacto multifacético de los flujos migratorios, por
mencionar algunos de tradicional importancia en las relaciones internacionales.
La crisis de nuestro tiempo, sin embargo, articula y exacerba a un tiempo los
problemas característicos de esa normalidad de un modo que ya plantea una
amenaza a la sustentabilidad de las formas de relación con la biósfera de las que ha
dependido la civilización Occidental durante estos cinco siglos. Este es, en efecto,
el sentido más preciso en que cabe afirmar que la dimensión ambiental de la crisis
expresa los problemas de una estructura económica global gestada y administrada
a partir de un paradigma que "excluye a los seres humanos de la leyes de la
naturaleza" y que, al mismo tiempo, considera a la biósfera como un reservorio
inagotable de recursos.(Porter y Welsh,1991:27)167
En segundo lugar, la crisis de nuestro tiempo revela también limitaciones
crecientes en la eficacia de los mecanismos creados hasta ahora para el manejo de
los conflictos ambientales inherentes al funcionamiento del mercado mundial. El
carácter ubicuo del deterioro ambiental, y lo generalizado y diverso de las
preocupaciones que genera, tienden inevitablemente a desbordar las formas
tradicionales de relación entre los Estados, ampliando por otro lado la esfera de
influencia de organismos internacionales que, como el Banco Mundial, pasan a
actuar en los hechos como entidades supranacionales, de un modo que con
frecuencia exacerba las inadecuaciones del sistema internacional contemporáneo y
contribuye a generar en la práctica una reforma del mismo que apenas empieza a
ser debatida en la teoría.
Los problemas que esto implica se complican, además, porque el sistema
internacional contemporáneo no fue diseñado para enfrentar el tipo de conflictos
que plantea la dimensión ambiental de la crisis. Esta, en efecto, no es "explosiva"
sino gradual en su desarrollo, y permite por lo mismo plazos en apariencia muy
amplios para la adaptación de las sociedades humanas a sus consecuencias, y para
167
Para los autores, este paradigma "se sustenta en primer término en las premisas de la economía neoclásica: primero, que el
libre mercado siempre maximizará el bienestar social y, segundo, que no sólo existe un abastecimiento infinito de recursos
naturales, sino además de 'vertederos' donde depositar los deshechos que resulten de la explotación de esos recursos -a
condición de que el libre mercado esté en operación... (y) siempre que se otorgue total libertad a la tecnología y se permita a
los precios fluctuar lo necesario para estimular la búsqueda de sustitutos, de modo que la escasez absoluta pueda ser
pospuesta para un futuro indefinido".
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 154

la negociación de soluciones a sus causas. Al respecto, por ejemplo, basta observar


cómo hemos venido habituándonos en América Latina a convivir con la endemia
del cólera, cuyo retorno a la vida de nuestras sociedades dejó de ser motivo de
escándalo público en cuanto la enfermedad generalizó su presencia en todos los
países de nuestra región.168
Por otra parte, resulta especialmente llamativa la relativa irrelevancia del
poderío económico y militar ante los problemas que plantea la dimensión
ambiental de la crisis. Sin duda, el hecho de que un Estado o un grupo de Estados
disponga de esas formas de poderío les otorga aquí, como en los otros terrenos de
la agenda internacional, una posición ventajosa para la promoción de sus propios
puntos de vista en el debate, o para el bloqueo de propuestas de solución que
afecten sus intereses. Aun así, esas ventajas pueden resultar políticamente
contraproducentes para quienes las ejercen, pues el tipo de economía que las
sustenta constituye precisamente el mayor factor de presión y despilfarro sobre los
recursos naturales en nuestro tiempo, con lo que esos factores de poder se
convierten en un motivo más para situar a quienes los poseen en una incómoda
posición defensiva ante el resto de la comunidad internacional.
Por otra parte, la dimensión ambiental de la crisis crea circunstancias en que
Estados carentes de aquellas ventajas pueden oponerse a decisiones de interés para
los más poderosos, en la medida en que controlan el acceso a recursos naturales o
segmentos de procesos productivos que les confieren un virtual poder de veto ante
problemas específicos. El caso de las oligarquías ganaderas y agroindustriales
latinoamericanas, estrechamente asociadas a las élites de poder de nuestros países,
no puede ser más ilustrativo, por ejemplo, en su capacidad para bloquear
iniciativas encaminadas a la protección de las selvas tropicales.
Por último, el rasgo diferencial de mayor trascendencia que presenta la
dimensión ambiental de la crisis es, probablemente, el que se deriva de los espacios
que ella ha abierto a la participación de Organizaciones No Gubernamentales en el
planteamiento y desarrollo del debate en torno a los conflictos asociados al
deterioro de la biósfera. En este sentido, y quizás como nunca antes, las sociedades
de los países involucrados en esta crisis han empezado a abrirse paso en terrenos
que los Estados nacionales y las organizaciones internacionales usualmente se han
reservado en virtual exclusividad para sí.
En esta perspectiva, y en medio de todos sus males, la crisis ambiental podría
llegar a tener un efecto profundamente democratizador en las relaciones
168
Se ha estimado que la creación de las condiciones de saneamiento ambiental necesarias para eliminar nuevamente al
cólera de América Latina tendría un costo de unos 6 mil millones de dólares. Al sistema internacional realmente existente, sin
embargo, le es más fácil reunir en breve plazo los 46 mil millones de dólares que -segun estimaciones conservadoras- costó la
Guerra del Golfo Pérsico, como le es más sencillo asumir las responsabilidades y los costos de una intervención militar en
Somalia que los que implicaría enfrentar con éxito el problema de la desertificación del Sahel, en la que cabe identificar una
de las causas fundamentales de las situaciones de hambruna y conflicto social y político en el Africa Subsahariana.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 155

internacionales, creando una posibilidad insospechada para la creación de un


orden mundial que resulte nuevo por ser mucho más participativo que aquellos
que tuvieron por eje a la Sociedad de las Naciones o la Organización de las
Naciones Unidas. Y, sin embargo, aun esta posibilidad se presenta atravesada por
todas las disparidades características del sistema internacional contemporáneo.
Así, por ejemplo, a principios de la década de 1980 se estimaba que existían
13 mil ONGs en los países industrializados, cuya población representa el 20 por
ciento de la Humanidad. Por contraste, los países en desarrollo -que reúnen al 80
por ciento de la población mundial-, contaban con unas 2 mil 230 ONGs. El
European Environmental Bureau, por ejemplo -una confederación de 120 ONGs
nacionales-, tiene una membresía combinada de 20 millones de afiliados en los
países de la Comunidad Europea, mientras que las ONGs vinculadas a temas
ambientales en los Estados Unidos reúnen unos 13 millones de asociados.(Porter y
Welsh, 1991: 56,57)
De este modo, aun cuando pueda decirse que estas ONGs del Norte y el Sur
"comparten en su mayoría una misma orientación hacia el desarrollo sustentable",
el hecho es que persisten diferencias muy importantes entre ambos grupos, que no
se reducen a problemas de "estilo y estrategia". Así, a la enorme desigualdad en el
número de organizaciones y de recursos de todo orden de que disponen, debe
agregarse la diferencia en la capacidad esas ONGs para influir en los procesos de
negociación y toma de decisiones, en sus respectivos países como en el escenario
internacional.
En el caso de las ONGs latinoamericanas, por ejemplo, resulta evidente que,
a más de ser poco numerosas por comparación, dependen en medida mucho
mayor de subsidios externos, tienen un radio de influencia social mucho más
restringido -en particular a sectores urbanos de clase media-, y operan ante Estados
para los que la sociedad civil constituye más un concepto discursivo de la
"modernidad" que un sujeto tangible por derecho propio. Por lo mismo, al
presentarse como sucedáneas del tipo de interlocutor que el Estado tiene en las
sociedades Noratlánticas, las ONGs latinoamericanas contribuyen en ocasiones a
redondear entre nosotros la implantación de las formas características del debate
sobre lo ambiental en el mundo desarrollado.
En un sentido aun más amplio, este tipo de situaciones confirma lo
advertido por el historiador Eric J. Hobsbawn (1992) al señalar que en la crisis
ambiental de nuestro tiempo se combinan a escala planetaria las amenazas a la
vida humana que se derivan del "puro crecimiento exponencial de la producción y
la contaminación", con los conflictos inherentes a un mundo "dividido en una
minoría de Estados muy ricos y la mayoría de los pobres". Una crisis así, añade
Hobsbawn, plantea problemas que sólo pueden ser resuelto mediante "una acción
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 156

sistemática y planeada por parte de los gobiernos dentro de los Estados e


internacionalmente, y... un ataque a los bastiones de la economía de mercado de
consumidores". Con ello, el desafío mayor de nuestro tiempo consistiría en que, si
esta acción pública y esta planeación "no son encaradas por gente que cree en los
valores de la libertad, la razón y la civilización", lo serán "por gente que no cree en
ellos, porque tendrán que ser emprendidos por alguien".
Para una América Latina que sigue haciendo parte de aquella "mayoría de
los pobres", sin embargo, resulta evidente que la acción pública y la planeación de
que habla Hobsbawn tendrían que enfrentar tanto los formidables obstáculos que
implicaría una transformación en las formas de relación hoy existentes entre el
Norte y el Sur, como los que supondría una reforma radical de sus propias
estructuras sociales. No basta aquí, en efecto, con afirmar la necesidad indudable
de encontrar nuevas formas de colaboración a nivel hemisférico como las
propuestas por el Pacto para un Nuevo Mundo ante problemas como la
deforestación; el uso inadecuado de la energía; la contaminación industrial; la
pobreza; el crecimiento demográfico; la carencia de tecnologías ambientalmente
adecuadas; las restricciones al libre comercio y las limitaciones de recursos
financieros, y propone iniciativas de política a todos los gobiernos del continente
para enfrentar esos problemas a un tiempo desde el Norte y el Sur del río Bravo.
(Diálogo..., 1991)
Es necesario, además, emprender las tareas que hagan posible desplegar, en
las sociedades de ambas regiones, la voluntad política necesaria para crear las
condiciones de equidad social y participación democrática sin las cuales ningún
desarrollo puede llegar a ser sustentable. En este sentido, si concedemos que
Hobsbawn tiene razón en la disyuntiva que señala, tendríamos que reconocer
también que el significado de términos como libertad, razón y civilización dista
mucho de ser evidente por sí mismo en una América Latina que busca un lugar
para sí en un mundo en crisis.
Por el contrario, ese significado ha de ser ubicado en algún punto entre los
extremos de nuestro ambientalismo. Por un lado, el de la reiterada exaltación
tecnocrática del progreso en nombre de la "modernización", a la que se aferran los
poderes públicos y privados de nuestros países. Y, por otro, el de la idealización de
la creatividad desesperada de nuestros pobres del campo y la ciudad, por parte de
sectores intelectuales de una clase media empobrecida que Joan Martínez-Alier
llama "neonarodnistas".169

169
Por referencia a los revolucionarios rusos agrupados en torno a la naródnaya volya -la "voluntad del pueblo"-, que veían
en la comunidad campesina en proceso de destrucción por la reforma liberal zarista de la década de 1860 el núcleo
fundamental para la construcción de una sociedad nueva, capaz de evadir los males del desarrollo capitalista mediante la
instauración de un socialismo inspirado directamente en las virtudes rurales de la Rusia que desaparecía.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 157

Tales extremos, en efecto, constituyen los polos más opuestos en el debate


en marcha sobre la agudización de los conflictos de todo orden que caracterizan el
período de transición que atravesamos, en cuya naturaleza misma parece estar la
creciente disputa que acompaña a cada paso de avance en el consenso, y la
consiguiente ampliación incesante del campo de lo ambiental en la discusión. Por
lo mismo, la posibilidad de que nuestras sociedades puedan enfrentar con éxito los
retos y oportunidades de nuevo tipo que les ofrece la dimensión ambiental de la
crisis plantea dificultades derivadas del modo en que la preocupación por este
tema se ha hecho presente en la región.
Por contraste con las sociedades Noratlánticas -donde se ha venido
desplegando "desde dentro" y "desde abajo" a lo largo de casi 200 años-, esa
preocupación por lo ambiental, a más de ser relativamente reciente entre nosotros,
ha venido siendo planteada en lo esencial "desde fuera" y "desde arriba". De allí
que, mientras el ambientalismo Noratlántico pudo constituirse en un importante
factor de participación ciudadana que obligó al Estado a construir un discurso
formal y desarrollar una política ambiental explícita, en América Latina pasó a ser
el Estado quien estableciera los términos en que el discurso ambiental podía ser
considerado como tal.
El carácter tecnoburocrático dominante en la delimitación de lo ambiental
como tema de debate público en nuestros países constituye un factor que no debe
ser subestimado al indagar sobre las formas de presencia del medio ambiente en
nuestra cultura contemporánea. Ello ayuda a comprender, por ejemplo, que -así
como a fines del siglo XIX las élites oligárquicas hicieron suya aquella visión
"imperial" de la naturaleza propia de sus pares victorianos- a partir de 1970
nuestros Estados se apropiaran de las versiones más extremas, también, de aquella
"Nueva Ecología" que encuentra sus paradigmas en los valores del "moderno
orden económico, tal como resulta modelado por la tecnología". (Worster,1992:293)
El resultado discursivo de esa apropiación puede verse, por ejemplo, en la
definición de desarrollo sustentable que ofrece el documento "Ecosistemas:
conceptos fundamentales", producido por la Unidad Conjunta CEPAL/PNUMA
de Desarrollo y Medio Ambiente: "En términos ecológicos, la sustentabilidad de un
ecosistema es su capacidad de mantenerse estable en el tiempo, lo que se logra si
los parámetros de volumen, tasas de cambio y tasas de circulación se mantienen
constantes o fluctúan en torno a valores promedio". (1990:1134) Y todo ello,
además, ayuda a entender que en nuestro medio académico la preocupación por lo
ambiental se concentre -a menudo sin verdadero contacto entre sí- en las áreas de
la biología y la geografía, aunque en fecha más reciente haya empezado a tener
algunas manifestaciones en el campo de la economía, si bien de manera unilateral,
estrechamente asociada a las discusiones acerca de una "gestión ambiental"
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 158

usualmente referida al servicio a agencias estatales o grandes corporaciones


transnacionales.
Lo evidente de la brecha social y cultural entre ese discurso y los intereses
de las grandes mayorías latinoamericanas obliga a preguntarse por las formas de
presencia de la multitud -invisible en esos términos- que conforman los excluidos
del debate así planteado. Podría decirse, en este sentido, que el verdadero
equivalente latinoamericano de lo movimiento ambientalista Noratlántico se
encuentra aquí escindido entre las capas medias educadas urbanas, por un lado, y
sectores populares, por otro -en particular pobres urbanos, indígenas y
campesinos-, que desde hace decenios vienen luchando por preservar para su
propia existencia recursos naturales amenazados por la expansión de empresas
capitalistas modernas.
En este sentido, mientras el ambientalismo Noratlántico actúa dentro de la
economía de mercado -como también suele hacerlo el más cercano a las élites de
nuestras sociedades-, una parte sustancial del ambientalismo popular
latinoamericano actuaría contra esa economía, que entre nosotros se encuentra aún
en expansión. Desde la perspectiva de las ideologías del progreso, esto explica que
tales movimientos ecologistas sean descalificados a menudo como reaccionarios -
cuando no son objeto de represión abierta o encubierta- o se conviertan, de manera
paradójica sólo en apariencia, en aliados de sectores conservacionistas del Norte.170
Esta situación, por supuesto, tiene que ver con los tiempos y las formas en
que los problemas ambientales han venido a hacerse presentes en el quehacer
cultural y político de la región. A primera vista, por ejemplo, factores que en las
sociedades Noratlánticas se han sucedido a lo largo de dos siglos, en América
Latina operan a partir de una simultaneidad social y cultural sustentada en la
compleja trama de articulaciones entre sectores "tradicionales" y "modernos" que
caracteriza a nuestras sociedades.
Las nuevas visiones ecotecnocráticas que nuestros sectores urbanos cultos
han venido adquiriendo en los países Noratlánticos, por ejemplo, coinciden en el
tiempo latinoamericano con la antigua visión de la naturaleza centrada en la
interdependencia entre el ser humano y su medio ambiente, característica de
sectores indígenas y campesinos que siguen siendo importantes en nuestros países.
De algún modo, pues, se ha reconstituido entre nosotros la brecha entre una
ecología de la civilización neoliberal y otra de la barbarie neopopulista.
Aun así, es posible que el antagonismos entre esas tendencias en pugna en
nuestra cultura sea más relativo de lo que parece a primera vista. En efecto, si bien

170
Así, la preocupación por la pérdida de la biodiversidad -con todo lo que entraña a su vez de recursos hoy desconocidos
para el crecimiento económico futuro-, ha venido produciendo un interés creciente en torno a esos movimientos
ambientalistas por parte de sectores vinculados a las tendencias tecnocráticas en el ambientalismo de las sociedades
Noratlánticas. Al respecto, por ejemplo, Linden (1991).
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 159

el interés por lo ambiental tiene su expresión más visible entre nosotros en la


actividad de sectores urbanos minoritarios de clase media educada -cuyo lenguaje,
intereses, aspiraciones y conducta los sitúan en una posición a menudo distante de
los pobres de las ciudades y el campo-, esto no implica por necesidad ausencia de
preocupaciones ambientales relevantes para nuestras sociedades entre estos
últimos. Por el contrario, lo que este panorama nos ofrece recuerda más bien a
aquella imagen de lucha entre las especies "por el dominio en la unidad del
género", conque caracterizara José Martí a la cultura latinoamericana de la década
de 1880.
Es un hecho, sin duda, que el obrero del banano envenenado por los
pesticidas, o el habitante de barrios pobres contaminados por deshechos tóxicos y
aguas servidas, tienen escaso contacto con el estudiante o el intelectual urbanos
que se preocupan por el efecto invernadero, el desgaste de la capa de ozono o el
tráfico internacional de deshechos tóxicos. Pero también es un hecho que en una
crisis que hoy se plantea -y mañana ha de resolverse o no- a escala global, la
cultura ecológica de las capas medias mantiene a nuestras sociedades en contacto
con un movimiento internacional rico y diverso. Y esto, sin duda, contribuye a que
podamos comprender y encarar mejor los problemas ambientales de nuestra
propia región y, naturalmente, los que ella comparte con el resto del planeta.
Aun así, el reconocimiento de estas especificidades latinoamericanas
implica, en primer término, el de las dificultades que ellas plantean para el diseño
de las estrategias de movilización social y cambio cultural que garanticen la
eficacia de la acción política y las transformaciones económicas imprescindibles
para enfrentar la crisis ambiental en nuestra región. Sometidos a un estilo de
desarrollo que hoy crea sin cesar más problemas de los que resuelve en todos los
órdenes de nuestra vida, nos corresponde, ahora como nunca, enfrentar el desafío
mayor de la persistencia de los factores que estimulan aquella disociación de
nuestras sociedades y nuestra cultura de la que resulta la principal dificultad para
constituir el tipo de movimiento social que exige la solución a los problemas
ambientales que nos aquejan.

3. La crisis ambiental y las tareas de la historia


En perspectiva histórica, podría decirse que el debate sobre lo ambiental se
organiza hoy a partir de una verdad cada vez más evidente: que la "normalidad"
del trabajo contra la naturaleza, característica del moderno sistema mundial, ha
dejado de ser "sustentable". Con ello, la especie humana se acerca a un momento
de su evolución en el que la acumulación de los resultados de sus propias acciones
a lo largo de cinco siglos le impone una disyuntiva cada vez más precisa.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 160

Por un lado, está la alternativa hoy dominante de preservar a toda costa las
formas de organización y desarrollo social que subyacen tras esa modalidad de
relación con la naturaleza, lo que sin duda implicará costos económicos y políticos
cada vez más altos, sin ofrecer verdaderas garantías para la reversión del deterioro
global que presenciamos. Por otro, está la de encarar la necesidad de encontrar
formas nuevas de organización de la vida social que, a su vez, permitan iniciar el
desarrollo de una relación de trabajo con la naturaleza, en términos que permitan
revertir el proceso en cuestión.
Ante esa disyuntiva, la primera tarea de una historia ambiental ha de
consistir en cuestionar la naturalidad aparente de una relación con el medio
ambiente que a fin de cuentas se reduce a la identificación y explotación, tan
intensa y rápidamente como sea posible, de los recursos que demande el mercado
exterior. Historizada, por el contrario, esa relación se ve remitida a una
circunstancia en la que "bajo determinadas formas de organización humana, en las
que las relaciones sociales resultan asimétricas, las relaciones entre producción y
naturaleza también resultan contradictorias", mientras que "una relación armónica,
sinergética, entre producción y naturaleza sólo sería posible en una sociedad con
relaciones internas también armónicas".(Jované,1992: 19)
Al hacerlo así, resultará evidente que el estilo de discusión dominante sobre
el tema oculta el hecho de que nuestros problemas ambientales se prolongarán en
el futuro a menos que sea modificada aquella doble asimetría, interna y externa,
que caracteriza nuestro desarrollo a partir del siglo XVI. Por ahora, sin embargo, ni
los sectores de clase media, ni los pobres de la ciudad y el campo, tienen
verdaderas posibilidades de éxito en la tarea de creación de esa circunstancia
nueva, a menos que encuentren un terreno firme de coincidencia para sus luchas
hasta hoy dispersas.
Esto define, como segunda tarea para una historia ambiental
latinoamericana, la de facilitar la definición de ese terreno de coincidencia,
contribuyendo a revelar hasta dónde son comunes los problemas de ambos
sectores sociales, y hasta dónde tendrán que serlo las soluciones realmente capaces
de beneficiar a la mayoría que ambos forman. El reconocimiento de esos elementos
comunes, en lo que tienen de específico a nuestra región, tendrá en efecto una
importancia decisiva para el diseño de las estrategias de movilización social y
cambio cultural que garanticen la eficacia de la acción política y las
transformaciones económicas imprescindibles para enfrentar la crisis ambiental.
Por lo mismo, la construcción del conocimiento histórico que nos permita re-
conocer la comunidad que podemos ser -y entender la necesidad de asumir los
costos que implique constituirla-, adquiere singular importancia en momentos en
que, como nunca antes, nuestro destino se juega con el de la Humanidad entera.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 161

Esas tareas de nivel regional, a su vez, sólo podrán ser emprendidas con
verdaderas posibilidades de éxito si se atiende a su vinculación ineludible con los
problemas de orden global que plantea la crisis ambiental de nuestro tiempo. Por
lo mismo, la tercera tarea de una historia ambiental latinoamericana tendría que
consistir en facilitar el desarrollo de nuestra capacidad para trabajar con el mundo,
y no contra él, en la solución de los problemas que plantea esa crisis.
En este sentido, por ejemplo, esa historia ambiental podría efectuar una
importante contribución al debate sobre el llamado "desarrollo sustentable", que
hoy constituye quizás el más importante de los espacios disponibles para la
creación de un nuevo consenso Norte-Sur en torno a los fines y los medios a
emplear para hacer frente al deterioro de la biósfera. No se trata aquí de intentar
aún más variaciones sobre un asunto cuyo mismo éxito de prensa ya tendría que
inspirar sospechas en tiempos como los que vivimos, sino de encarar -de un modo
que sea nuevo, entre otras cosas, por su capacidad para reconocer la legitimidad de
las perspectivas en diálogo- el tema al que ese asunto alude, que es el de la
insustentabilidad de las formas vigentes de relación entre el mundo humano y el
natural a escala planetaria.
Desde el Norte, por ejemplo, Donald Worster ha rastreado el origen de la
noción de sustentabilidad en problemas asociados al manejo de bosques madereros
para garantizar su rendimiento sostenido en la Alemania de fines del siglo XVIII.
Esa noción de sustentabilidad, dice, vino a ser vinculada a la de desarrollo a
mediados de la década de 1980, como parte de una solución de compromiso que
permitiera a los grandes centros de poder del sistema mundial asumir y
mediatizar, a un tiempo, la inquietud que provocaba en las sociedades
Noratlánticas la creciente percepción de una amenaza ambiental a lo que hasta
poco antes había parecido la posibilidad de un crecimiento económico sostenido,
aunque no sustentable.
Así asociada a la noción de "desarrollo", que sintetizaba las aspiraciones de
las partes menos afortunadas de ese sistema mundial, la de sustentabilidad pasó a
formar parte de un discurso cuyo atractivo mayor consiste "en su aceptabilidad
política internacional, tanto para las naciones ricas como para las pobres, y su
potencial para estimular amplias coaliciones entre numerosas partes enfrentadas".
En ese discurso, el Norte y el Sur "podrían unirse ahora sin mayores dificultades en
torno a un ambientalismo nuevo y más progresivo", de modo que

El capitalista y el socialista, el científico y el economista, las masas empobrecidas y


las élites urbanas, podrían marchar felizmente juntos por una vía recta y fácil, si no
hacían preguntas molestas acerca del destino al que se dirigían.(1993: 143,144)
Para Worster, en efecto, el ideal del desarrollo sustentable se apoya en tres
equívocos. El primero consiste en la idea de que "el mundo natural existe ante todo
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 162

para servir a las demandas materiales de la especie humana". El segundo, en que si


bien el desarrollo sustentable reconoce algún tipo de límite a esas demandas,
"depende de la premisa de que podemos calcular fácilmente la capacidad de carga
de ecosistemas locales y regionales". Y el tercero, finalmente, en que "el ideal de
sustentabilidad reposa sobre una aceptación acrítica.. de la visión del mundo
tradicional en el materialismo progresista, secular", con lo cual "se nos conduce a
creer" que la sustentabilidad del desarrollo puede ser lograda con las instituciones
y valores asociados a esa visión, "incluyendo las del capitalismo, el socialismo y el
industrialismo". (1993: 155,154)
Desde América Latina, esa crítica a la noción de sustentabilidad tendría su
equivalente en la que ya amerita el modo en que entre nosotros se utiliza la de
"desarrollo". Esta segunda noción, en efecto -que casi no recibe atención por parte
de Worster-, constituye la parte más significativa de la ecuación en nuestra cultura,
aunque sea por la notable distancia que guarda con respecto a las realidades de
una América Latina cuyas élites se expresan hoy mediante un discurso organizado
en torno al culto del crecimiento económico como único criterio verdadero de éxito
en la gestión pública y privada, y donde el "desarrollo" no sugiere ya la necesidad
de algún tipo de vínculo entre el crecimiento económico, el bienestar social, la
participación política y la autodeterminación nacional, por no hablar de una
relación más responsable con el mundo natural.
De hecho, tanto la sustentabilidad como el desarrollo son hoy nociones
sujetas a un proceso de transformación que discurre a lo largo de un diálogo entre
culturas obligadas a reconocerse en sus afinidades y diferencias si es que desean
sobrevivir. Contribuir a que ese diálogo sea posible constituye, así, una cuarta
tarea para una historia ambiental latinoamericana.
Esto implica, en primer término, procurar la historización del diálogo
mismo, para llevarlo más allá del campo de problemas inherentes a la "gestión" de
los recursos de la biósfera dentro de una situación dada por "natural". Ello supone
enfatizar, en cambio, la comprensión del origen y la racionalidad de las formas de
relación con la naturaleza que sustentan el modelo de crecimiento vigente, que
considera a nuestra región en un sentido que "sugiere la dotación ilimitada de
recursos que caracteriza a una sociedad con una frontera abierta".(Porter y
Welsh,1991:27)
Pero, y sobre todo, historizar así el diálogo implica un esfuerzo aún
pendiente de caracterización de las diferencias y afinidades entre los
interlocutores, de un modo que facilite identificar posibilidades hasta ahora quizás
insospechadas para una cooperación realmente eficaz ante la crisis ambiental que
comparten. Como se ha visto, por ejemplo, existen fronteras aún pendientes de
exploración en la cultura latinoamericana, en las que un uso previsor de los
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 163

recursos naturales se presenta estrechamente asociado a la necesidad de incorporar


a las grandes mayorías sociales de la región a la solución de sus propios
problemas. Esas fronteras muestran sugerentes coincidencias con planteamientos y
posturas que, en el ambientalismo Noratlántico, se derivan de las expresiones más
democráticas de su tradición "arcádica".171
Incorporar esa reserva cultural al debate contemporáneo implica un empeño
nuevo -tan fascinante como urgente- en el que tendría que converger una amplia
gama de profesionales en muy diversas disciplinas de las ciencias humanas en
nuestra región. Sin embargo, para que ese empeño ir más allá del señalamiento
siempre apresurado del tipo de soluciones "prácticas" de corto plazo tan del gusto
de nuestras burocracias, debe ser encarado a través de una quinta tarea: la de
avanzar mucho más en la caracterización de las diferencias y las convergencias en
la historia de las relaciones entre las sociedades del Norte y el Sur y sus respectivos
mundos naturales, continuando los esfuerzos pioneros de autores como Nicolo
Gligo y Jorge Morello, en América Latina, y Alfred Crosby y Richard Grove, en el
mundo Noratlántico, entre otros.
Ese esfuerzo apunta, además, a un problema más amplio, y a una promesa
más rica. Realizarlo, en efecto, exigiría la búsqueda de nuevas formas de diálogo y
trabajo entre las ciencias humanas y las naturales, encontrando los temas y medios
imprescindibles para combinarlas "no en otra disciplina aislada, sino en una
empresa intelectual de vasto alcance que alterará de manera considerable nuestra
comprensión de los procesos históricos".(Worster,1984: 2)
Esa búsqueda puede resultar especialmente complejo si se piensa hasta
dónde se ha perdido -aquí como allá- aquella capacidad para el pensamiento
ecuménico que en otro tiempo caracterizara a hombres como Martí y Darwin, por
señalar ejemplos en ambas riberas del Atlántico, o entre aquél y Thoreau, en ésta.
Sin embargo, el nuevo tipo de desafíos que plantea el deterioro de la biósfera está
creando con rapidez una circunstancia también nueva, que sin duda contribuirá a
restaurar a las ciencias humanas en el lugar que merecen, como eje fundamental de
la cultura creada por nuestra especie.
Para convertir en una realidad esa posibilidad, ya se hace necesario crear las
circunstancias que hagan posible trabajar con quienes puedan facilitarnos el acceso
a aquella cara oculta de la cultura ecológica del Norte, desde donde se afirma por
ejemplo que "no es posible tener lo mejor de ambos mundos -maximizar la riqueza
y la dominación, y maximizar la democracia y la libertad a un tiempo" y, por tanto,

171
Como es el caso de la propuesta de un "paradigma alternativo" según el cual el crecimiento económico no puede ocurrir a
expensas del "capital natural" de la Tierra, sino que la economía mundial debe aprender a vivir de los "intereses" de ese
capital, reduciendo drásticamente el uso de combustibles fósiles, dependiendo más de fuentes de energía renovables,
encarando con rapidez la transición a sistemas sustentables de manejo de recursos, y buscando acuerdos para estabilizar la
población del planeta al más bajo nivel posible.(Porter y Welsh,1991:30)
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 164

ha llegado para aquellas sociedades la hora de hacer "una opción intelectual


clara".(Worster,1992b:334) Así planteada, esa labor facilitaría mucho la
caracterización de los obstáculos y oportunidades de orden cultural y político para
una cooperación internacional que incluya efectivamente a las sociedades
involucradas, y no sólo a sus Estados.
Se trata, en síntesis, de empezar a hacer -y no sólo escribir-una historia
finalmente planetaria, desde una perspectiva que supere la tendencia hoy
dominante a considerar a la biósfera como un mero entorno en el cual se
despliegan las relaciones económicas y políticas entre las sociedades humanas. En
la medida en que lo hagamos en lo que está a nuestro alcance y constituye lo
esencial de nuestro deber, esto es, como gentes de cultura comprometidos con la
sobrevivencia y el bienestar de nuestras sociedades, habremos atendido a tiempo la
advertencia que formulara Simón Bolívar en el marco de otra crisis, también
decisiva: "A la sombra de la ignorancia trabaja el crimen". Pues sin duda, frente a
todo lo que ya se sabe pendiente, dejar de hacer es el crimen mayor de nuestro
tiempo.
G. Castro H. / Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina 165

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