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RESUMEN

“EL MALESTAR EN LA CULTURA”

PRESENTADO POR:

BERNABE SANCHEZ LENIS

MAYRA LEANDRA RODRIGUEZ GOMEZ

GIOVANI BALBUENA DUQUE

ASIGNATURA

HUMANIDADES

GRUPO

311

INSTITUCIÓN UNIVERSITARIA ANTONIO JOSE CAMACHO

2014-2015
EL MALESTAR EN LA CULTURA

Sigmund Freud se pregunta entre 1929 y 1930 cuál es el objetivo de toda


cultura y si verdaderamente contribuye a la búsqueda de la felicidad o, por el
contrario, genera malestar.

Uno de los objetivos primordiales que se propone la cultura es unir a la mayor


cantidad de personas posible. Pero para acceder a sus beneficios y poder
convivir en sociedad, el sujeto deberá renunciar constantemente a una serie de
impulsos. Así, el individuo deberá reprimir sus pulsiones sexuales y agresivas.
Esto genera un sentimiento de culpabilidad que Freud lo identifica como
malestar.

Freud había escuchado decir de cierta persona que “en todo ser humano existe
un sentimiento oceánico de eternidad, infinitud y unión con el universo, y por
ese solo hecho es el hombre un ser religioso”. Tal sentimiento está en la base
de toda religión. Freud no admite ese sentimiento en sí mismo pero intenta una
explicación psicoanalítica -genética- del mismo.

Al respecto, Freud considera que no puede descubrir en sí mismo ese


sentimiento oceánico, que no puede medirse fisiológica o científicamente y que
más bien por asociación puede considerarse como un sentimiento de atadura
indisoluble, de la copertenencia (Integración en un conjunto, grupo o
asociación) con el todo del mundo exterior. Cita a Christian Dietrich para
ejemplificar: “De este mundo no podemos caernos”. En su criterio, no puede
convencerse de tal sentimiento, pero por ello no impugna su efectiva presencia
en otros.

“Gran parte de la culpa por nuestra miseria la tiene lo que se llama nuestra
cultura. Ya se mencionó que la hiperpotencia de la naturaleza y la fragilidad de
nuestro cuerpo no son las únicas fuentes del penar humano. Recordemos
nuestras relaciones con los demás, el ejemplo con el que Freud abre. La
religión hace daño cuando impone a todos por igual “su camino para conseguir
dicha y protegerse del sufrimiento” sin considerar que la constitución pulsional
de cada individuo es única para sí y le hace sentir su fallo o fracaso en seguir
ese camino propuesto, mediante ese sentimiento de culpa denominado pecado.
Hay “desacuerdo entre el pensar y el obrar de los seres humanos, así como hay
el acuerdo múltiple de sus mociones de deseo”, mociones sobre las cuales
intentaríamos intervenir para liberarnos del sufrimiento que nos causa la
imposibilidad de satisfacerlas todas. Su acuerdo (es decir, que se nos vengan
todas juntas) es a la vez lo que atenta contra esa intervención y una de las
causas de que tengamos tan pocas posibilidades. Es terrible imaginarse cómo
se complican las cosas cuando se nos impone una manera de pensar y se nos
prescribe una manera de obrar, que además de poder estar en desacuerdo
entre sí, están en desacuerdo con nuestra natural manera De pensar y nuestro
deseado obrar; el “querer ser” del individuo que se admite que puede ser
destructivo para los otros y hasta para uno mismo.
El Yo: El Yo implica varios elementos:

*Perceptivo, que permite al individuo conocer y tomar conciencia de lo que


sucede en el mundo exterior, como de las peripecias de la lucha entre las
fuerzas inconscientes y las fuerzas del mundo exterior. Por su posición central
es, a la vez, capaz de registrar percepciones internas y externas.

*Intelectual, que utiliza las impresiones extraídas de esas percepciones y trata


de organizarlas a fin de construir planes de acción. Los planes de acción
apuntan, sobre todo, a proporcionar una mediación, a establecer compromisos.
Es el aspecto organizador del Yo, un aspecto particularmente activo y
emprendedor.

*Ejecución, de las soluciones halladas por las búsquedas precedentes.

El Yo, en efecto, después de haber percibido la situación y sus elementos, y


después de haber encontrado una solución al conflicto, se esfuerza por hallar
los medios de ponerla en práctica. Captamos nuestro yo como algo definido y
demarcado, especialmente del exterior, porque su límite interno se continúa con
el ello, pero cuando se separa o distingue del mundo exterior, el yo termina
siendo un residuo atrofiado del sentimiento de ser uno con el universo antes
indicado. Es lícito pensar que en la esfera de lo psíquico aquel sentimiento
pretérito pueda conservarse en la adultez.

Cultura es la suma de producciones que nos diferencian de los animales, y que


sirve a dos fines: proteger al hombre de la naturaleza, y regular sus mutuas
relaciones sociales. Para esto último el hombre debió pasar del poderío de una
sola voluntad tirana al poder de todos, al poder de la comunidad, es decir que
todos debieron sacrificar algo de sus instintos: la cultura los restringió.

El hombre dentro de la cultura introyecta (por el que se hacen propios rasgos,


conductas u otros fragmentos del mundo que nos rodea, especialmente de la
personalidad de otros sujetos) su violencia innata, creando un super-yo, cuya
conciencia moral pauta muchas veces su comportamiento, generando incluso
sentimiento de culpabilidad.

Esta sensación es la angustia producida en dos instancias determinadas: una es


el miedo a la autoridad externa mientras que la otra es el temor al super-yo. La
primera obliga a renunciar a la satisfacción de los instintos, pero la segunda
impulsa, además, al autocastigo, ya que no es posible ocultar ante la instancia
parental internalizada la persistencia de los deseos prohibidos. El individuo ha
trocado una catástrofe exterior amenazante (la pérdida del amor y el castigo por
la autoridad exterior) por una desgracia interior permanente: la tensión de
sentimiento de culpabilidad.

La cuestión está en que la cultura intentan regular los vínculos sociales, que a
falta de ella se verían sometidos “a la arbitrariedad del individuo, vale decir, el
de mayor fuerza física los resolvería en el sentido de sus intereses y mociones
físicas” se va haciendo claro que Freud parte del supuesto hobbesiano
(competencia desenfrenada, egoísta y poco civilizado) de que el hombre es el
lobo del hombre. Hay una pulsión de muerte en el individuo, hetero- y auto-
destructiva, manifestada como agresión, y es tarea de la cultura controlar esa
agresión precisamente a través de su contrario, el amor. El amor es una de las
bases de la cultura.

Freud advierte una analogía entre el proceso cultural y la normal evolución


libidinal del individuo: en ambos casos los instintos pueden seguir tres caminos:
se subliman (arte, etc.), se consuman para procurar placer (por ejemplo el
orden y la limpieza derivados del erotismo anal), o se frustran. De este último
caso deriva la hostilidad hacia la cultura.

Freud analiza qué factores hacen al origen de la cultura, y cuáles determinaron


su posterior derrotero. Desde el principio, el hombre primitivo comprendió que
para sobrevivir debía organizarse con otros seres humanos. En 'Tótem y Tabú'
ya se había visto cómo de la familia primitiva se pasó a la alianza fraternal,
donde las restricciones mutuas (tabú) permitieron la instauración del nuevo,
orden social, más poderoso que el individuo aislado. Esa restricción llevó a
desviar el impulso sexual hacia otro fin (impulso coartado en su fin) generándose
una especie de amor hacia toda la humanidad, pero que tampoco anuló
totalmente la satisfacción sexual directa. Ambas variantes buscan unir a la
comunidad con lazos más fuertes que los derivados de la necesidad de
organizarse para sobrevivir.

El amor y la cultura: el amor se opone a los intereses de la cultura, y ésta lo


amenaza con restricciones. La familia defiende el amor, y la comunidad más
amplia la cultura. La mujer entra en conflicto con el hombre: éste, por exigencias
culturales, se aleja cada vez más de sus funciones de esposo y padre. La cultura
restringe la sexualidad anulando su manifestación, ya que la cultura necesita
energía para su propio consumo.

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