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INTELIGENCIA CREADORA
Documento base:
Marina, José Antonio (1993). Teoría de la inteligencia creadora.
Barcelona: Anagrama.
Unidad Iztapalapa
División de Ciencias Sociales y Humanidades
Departamento de Economía
Coordinación de Administración
Área de Investigación: Estudios Organziacionales
2006
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Inteligencia creadora
INDICE Pag.
Presentación de la inteligencia 2
La mirada inteligente 2
Identificar y reocnocer 3
El mundo y el lenguaje 5
El movimiento inteligene 7
La actividad atenta 10
La memoria creadora 14
El sexto sentido 18
Tratado del poyectar 20
Las actividades de búsqueda 26
Las actividades de evaluacón 29
Yo ocurrene y Yo ejecutivo 30
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Inteligencia creadora
Presentación de la inteligencia
Inteligencia es la capacidad de recibir información, elaborarla y producir respuestas
eficaces.
Dos de sus funciones esenciales son crear la información e inventar los fines. Los hombres
somos inteligentes captadores de información. La característica esencial de la inteligencia
humana es la invención y promulgación de fines.
No hay desarrollo de la inteligencia humana sin una afirmación enérgica de la subjetividad
creadora. El creador selecciona su propia información, dirige su mirada sobre la realidad y
se fija sus propias metas. A este modo de obrar que resuelve problemas nuevos y permite un
ajustamiento flexible a la realidad, lo llamamos inteligencia.
La inteligencia nos permite conocer la realidad. Gracias a ella sabemos a qué atenernos y
podemos ajustar nuestro comportamiento al medio. Cumple así la función adaptativa: nos
permite vivir y pervivir. También la inteligencia inventa posibilidades. No sólo conoce lo
que las cosas son, sino que también descubre lo que pueden ser.
Un acto de inteligencia creadora es comprobación y ejercicio de libertad. Estamos
obligados a elegir y nada nos asegura que lo hagamos con acierto. De ahí que sea necesario
discernir las posibilidades. La ética no es más que el salvavidas de la inteligencia, tras las
posibilidades que ella misma engendró.
La inteligencia conoce la realidad e inventa posibilidades, y ambas cosas las hace gestando
y gestionando la irrealidad. Un concepto de libertad es la elemental capacidad de guiar la
atención, iniciar el movimiento, dirigir la mirada, elaborar un plan y mantenerlo en la
conciencia, evocar un recuerdo. La inteligencia humana es una inteligencia computacional
que se autodetermina.
En un momento de su evolución, el hombre aprendió a decir no al estímulo. La
transfiguración ocurrió cuando al ver el rastro detuvo su carrera, en vez de acelerarla, y
miró la huella. Había aparecido el signo, el gran intermediario.
La inteligencia humana es la inteligencia animal transfigurada por la libertad. La
construcción de la inteligencia, de la libertad y de la subjetividad creadora corren en
paralelo. Esta actividad altera también la realidad, de la que comienzan a brotar
posibilidades libres.
La mirada inteligente
Mediante la mirada extraemos datos de la realidad. Eso es lo que significa percibir, nuestro
ojo no es un ojo inocente sino que está dirigido en su mirar por nuestros deseos y
proyectos.
No hay percepción sin estímulo, pero el estímulo no determina por completo la percepción.
Hay una holgura entre ambos. Nunca podemos estar seguros de los que otra persona ve.
Completamos lo visto con lo sabido, interpretamos los datos viendo desde el significado.
La aparición del lenguaje ayudará en esta tarea de controlar sus sistemas perceptivos.
Vemos desde la memoria; pues bien, también percibimos desde el lenguaje. Adivinamos lo
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que no vemos, completamos con la memoria lo que falta a nuestros ojos. El estímulo
cambia, pero el significado permanece. Percibir es asimilar los estímulos dándoles un
significado.
Somos creadores de significados libres, estén limitados. Lo que hace la mirada es inventar
posibilidades perceptivas en las propiedades reales del estímulo. Entre el acto perceptivo y
el acto creador no hay un abismo. Una de las posibilidades de la mirada es ser creadora.
Según Witkins, se distinguen dos estilos perceptivos, según los sujetos sean dependientes o
independientes del campo perceptivo. Lo que caracteriza a la mirada inteligente es que
aprovecha los conocimientos que posee. Pero dirige su actividad mediante proyectos.
La mirada se hace inteligente –y por lo tanto creadora– cuando se convierte en una
búsqueda dirigida por un proyecto. Ver, oír, escuchar, oler, no son operaciones pasivas, sino
exploraciones activas para extraer la información que nos interesa.
Sus métodos para explorar el objeto visual diferirán de acuerdo con la tarea que el sujeto se
imponga. Sherlock Holmes decía que “Sólo se puede ver lo invisible si se lo está
buscando”. Toda percepción o conocimiento es una respuesta a una pregunta expresa o
tácita, y de la sagacidad de nuestras preguntas dependerá el interés de sus respuestas.
Heisenberg escribió: “No deberíamos olvidar que lo que observamos no es la naturaleza
misma, sino la naturaleza determinada por la índole de nuestra preguntas”. Sentimos la
imperiosa necesidad de conocer las cosas, y también las posibilidades de las cosas y
nuestras posibilidades. La sola percepción no nos sosiega. Necesitamos comprender.
Hemos de conseguir que lo ajeno se convierta en propio. En esto consiste el conocimiento:
conocer es comprender, aprehender lo nuevo con lo ya conocido.
En su esfuerzo por poseer la realidad, los hombres han explicado los fenómenos
incomprensibles del mundo perceptivo sirviéndose de los fenómenos comprensibles del
mundo perceptivo. Lo que resulta más interesante es que una misma pregunta no significa
lo mismo en los diversos momentos de su vida.
No es el juicio la actividad fundamental del entendimiento, sino la interrogación. Ésta es la
forma a priori de la humana inteligencia, que nos permite ordenar el caos de las
sensaciones, porque la Naturaleza responde no sólo a nuestros experimentos, sino a todas
nuestras preguntas, en las que tienen su origen las categorías.
La percepción nos proporciona información sobre las cosas. Gracias a ella aislamos un
contenido, le dotamos de señas de identidad destacándolo de las otras cosas. Todas nuestras
afirmaciones sobre la existencia de algo, tienen que fundarse directa o indirectamente en la
percepción. Las posibilidades que inventamos pueden mantener o no el enlace con la
realidad. En un caso serán posibilidades reales, y en el otro posibilidades fantásticas.
Identificar y reconocer
Percibir es dar significado a un estímulo. En efecto, con la percepción ingresamos en el
mundo del significado, del que no va a salir nuestra vida mental. Toda información que se
hace consciente tiene un contenido, unas señas de identidad. Vivimos entre significados que
damos a la realidad. Lo percibido es transformado por el organismo captador.
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dirige nuestra percepción por un proyecto, que define lo que quiere conseguir. Son
configuraciones evanescentes, que se van reafirmando. Nombrarlas ayuda a su
consolidación. La inteligencia dirige los procesos de selección e identificación y aprende a
leer el estímulo. Lo interesante es que todas estas habilidades están dirigidas por el sujeto.
Otra ampliación es la percepción de la falta, “veo que no está” lo que esperaba. Desde lo
que sé, preveo lo que voy a ver, y si la percepción no corrobora mis expectativas siento una
disonancia que interpreto como “experiencia de falta”, la mirada se convierte en juzgadora.
La información elaborada por la inteligencia puede convertirse en referente con el que la
realidad percibida se compara.
La inteligencia también puede construir esquemas perceptivos que hagan aparecer nuevos
significados sensibles. Al hacerse inteligente la mirada se convierte en creadora porque
extrae más información, identifica nuevos aspectos, inventa significados y reconoce
parecidos lejanos.
No hay compartimientos estancos en la subjetividad humana. Vemos desde lo que sabemos,
percibimos desde el lenguaje, pensamos a partir de la percepción, sacamos inferencias de
modelos construidos sobre casos concretos. El mundo del significado es un intercambiador
general de información. No vemos sólo cosas, sino conjuntos de cosas, también vemos
sucesos, y percibimos conductas. No vivimos en un mundo de objetos desvinculados, sin
sucesos y acciones. Vemos esquemas narrativos que organizan una secuencia de
información perceptiva que va constituyendo los significados.
El hombre posee un mecanismo innato para reconocer la causalidad y las intenciones de
otros. La percepción inteligente produce significados que funcionan como conceptos
perceptivos. La inteligencia puede dirigir y controlar la formación de estos conceptos, y
crear con ellos nuevas construcciones. Cuando la información perceptiva puede manejarse
consistentemente en ausencia del estímulo, se interna en el campo conceptual. Hemos
entrado en el campo del significado.
El mundo y el lenguaje
El recién nacido que vive en un mundo de escenas móviles, donde las cosas no tienen aún
consistencia, ha de construirse a sí mismo y al mundo. Antes hablar, el niño ya forma
significados. Los conceptos perceptivos son el origen del lenguaje. Vive ya entre cosas, en
un mundo personal que va a ser aumentado por la aparición del lenguaje.
El niño al año y medio usa unas veinte palabras, casi todas correspondientes a cosas
pequeñas que puede manejar fácilmente. Empero, esas palabras no significan para el niño
lo mismo que para el adulto. A los tres años el léxico se acerca a las 900 palabras, pero el
significado resulta todavía enigmático.
Mediante el lenguaje, la madre enseña al niño los planos semánticos del mundo que tiene
que construir. La realidad en bruto no es habitable. El niño no necesita del lenguaje para
proferir significados, ni siquiera para pensar. Sin embargo, el lenguaje supondrá un avance,
porque gracias a él no dependerá sólo de su experiencia, sino que podrá aprovechar la
experiencia de los demás.
En el lenguaje no se transmite sólo el modo de interpretar el mundo de una cultura, sino,
sobre todo, la experiencia ancestral que el hombre ha adquirido sobre sí mismo. Para recibir
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esos planos, el niño tiene que producir significados por su cuenta que se asemeje a lo que
cree que el sonido que escucha significa.
El léxico es el mapa del Mundo que el niño va a heredar. Los bebés de dos meses siguen la
mirada de sus madres para ver lo que ellas ven. El niño intenta ajustar sus sentimientos a
los sentimientos que observa en su madre, como si ella fuera la definitiva intérprete de la
realidad.
Cada cultura ha segmentado la realidad de manera diferente. Mirar es una actividad
troqueladora, contundente, y no un sumiso reflejo de especular de la realidad. Las distintas
lenguas ven lo que ocurre de distinta manera. Por debajo del lenguaje está el mundo de la
experiencia, y lo que nos cuesta reconstruir es el mundo de las experiencias personales o
culturales.
Tenemos que cambiar la dirección de la mirada, para comprobar que el lenguaje, además, le
permite tomar posesión de sí mismo. Ahora es la subjetividad misma la que veremos
emerger del lenguaje. El lenguaje reestructura todas las funciones mentales. La madre no
sólo introduce orden en el mundo objetivo, sino también en la subjetividad. Le ayuda a
transformar su modo de manejar esa información y liberará al niño del estímulo,
reorganizando su atención y enseñándole a dominar sus ocurrencias, en un proceso
educativo en que el niño aprende a ser inteligente, o lo que es igual, a ser libre. Sólo la
presencia del otro permite al niño adueñarse de sus actos y actualizar su posibilidad
fundamental, que es ser inteligente y libre.
El lenguaje, que comienza siendo un medio de comunicación con los demás, se convierte
en un medio para que el niño se comunique consigo mismo, sirviéndole para regular sus
acciones. El lenguaje despierta el reflejo de orientación que aprende a subordinar su acción
al estímulo verbal procedente del adulto. Cuando la madre enseña la referencia de una
palabra a un objeto, el reflejo de orientación adquiere un carácter específico. Aparece
entonces uno de los comportamientos más paradójicos del ser humano. El niño aprende su
libertad obedeciendo la voz de la madre. La heteronomía es paso obligado para llegar a la
autonomía.
A los dos años o dos años y medio la eficacia de la palabra es aún débil y el niño necesita
que una indicación verbal esté apoyada perceptivamente. A los tres años puede someterse a
una instrucción verbal pura, aunque surgen todavía problemas si la instrucción verbal entra
en conflicto con la percepción visual. El niño aprende así a unificar su conducta, a dirigir y
controlar sus comportamientos de acuerdo con las órdenes transmitidas por el lenguaje. Se
convierte en un Yo ejecutor. Le falta dar el último salto, que le convertirá en autor de su
propio papel, y en este tránsito también le ayudará el lenguaje. El niño aprende a hablar y a
darse órdenes a sí mismo.
El proceso de interiorización pasa por un periodo en que el niño es actor de sus actos, pero
la iniciativa procede de la madre. Su gran proeza educativa consiste en convertir al niño en
autor y hacerle tomar iniciativas. Al aumentar su destreza lingüística, el niño comienza a
hablarse a sí mismo y aparece ese fenómeno enigmático que es el habla interior. Los
comentarios que el niño se hace le sirven para dirigir la acción, fijar la atención, expresar
sus dificultades, darse ánimo o hacerse advertencias. Comienza a emerger un Yo ejecutivo
que introduce orden en sus propias ocurrencias.
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El movimiento inteligente
El movimiento inteligente tiene dos características distintas: es voluntario y posee
habilidades inaccesibles para el animal, que han sido creadas intencionalmente por el
hombre. La actividad mental es la actividad física que se ha interiorizado. La acción sería la
primera manifestación de la inteligencia. No actuamos para conocer, sino que conocemos
para actuar.
La inteligencia separa cada vez más la respuesta del estímulo, convirtiendo la información
en estado consciente en un intermediario poderoso. El movimiento dirigido por intenciones
se basa en la irrealidad pensada o imaginada. Los significados proferidos por la
inteligencia, sean perceptivos, imaginarios o abstractos, funcionan como irrealidades.
Cuando elaboro un plan, anticipo un futuro y esta capacidad de manejar irrealidades cambia
por completo el régimen de mi vida mental.
El organismo es un sistema en continuo movimiento. Vamos a hablar de los intencionales,
aquellos que suscito y controlo. Es cierto que nos movemos por motivaciones complejas y
que son nuestros deseos o necesidades los que nos impulsan a la acción. El Yo ejecutivo se
reconoce como origen y responsable de estos movimientos. De él parte la orden que saca el
cuerpo de su inercia. El sujeto inteligente no se ve impelido a la acción forzosamente, sino
que mantiene un último control sobre el comienzo de los movimientos que no son
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activar la corteza y la corteza puede activar los núcleos basales. Hasta cierto punto la
inteligencia puede determinar el nivel de activación.
La inteligencia puede gestionar parcialmente la energía del sujeto. Los atletas dedican cada
vez más tiempo a la preparación psicológica. Desde hace muchos años se sabe que la
imaginación y el lenguaje influyen en el sistema muscular. Las técnicas de relajamiento son
un ejemplo patente. Poseer una retórica personal eficaz, que acierte a tranquilizar o a
animar los mecanismos del ser humano, es uno de los métodos que el Yo ejecutivo tiene a
su disposición para incrementar su influencia.
Los valores influyen en la conciencia de dos maneras distintas: pueden ser sentidos y
pueden ser pensados. Cuando los sentimos, experimentamos su atracción o repulsión, las
vivimos. Por el contrario, cuando pensamos en un valor lo hacemos instalados en una cierta
indiferencia, porque vemos lo valioso sin sentirlo. Lo innovador es que el hombre pueda
regir su comportamiento por valores pensados, y no sólo por valores sentidos. Si sólo
pudiéramos acomodar nuestra conducta a éstos últimos, no podríamos hablar de libertad,
porque no podemos dirigir libremente los sentimientos. Sentimos los valores que sentimos,
y ninguno más. Vivo el valor del agua cuando siento sed, pero, puedo pensar en su valor,
aun después de estar saciado.
La actividad atenta
La atención es un tema “cardinal” para la teoría de la inteligencia. El gozne de la atención
sustenta el gran giro de la subjetividad. El campo de la conciencia se estructura en figura y
fondo, primer y segundo plano, tema y margen, etc. No procesamos toda la información
que recibimos, y por ello necesitamos un filtro de selección.
Lo que la Gestalt ha descrito es la organización de los estímulos, regida por unas leyes
físicas y fisiológicas. La atención no existe: vemos lo más relevante, nada más. Atender no
es más que percibir. Seleccionar significa elegir y elegir es cosa de voluntad. Al parecer, la
atención se identifica con la voluntad. La atención es la capacidad de dirigir la corriente de
mi conciencia. Pero a eso lo he llamado inteligencia, de modo que estoy convirtiendo la
atención en su seudónimo.
De acuerdo con la fenomenología, toda conciencia es conciencia de algo, y en cada acto de
conciencia atiendo al objeto que constituyo. La atención es la intencionalidad. La atención
no hace nada. Son las otras actividades mentales las que se hacen atenta o desatentamente.
Es fácil ver que la lengua relaciona la atención con la afectividad. Cuando algo atrae mi
atención aparece dotado de un valor, pues son sus méritos y pendas los que despiertan mi
interés. La palabra “interés”, estrechamente relacionada con la atención, y sometida
también al vaivén de dos grupos de verbos de dirección contraria, enuncia en forma léxica
un problema filosófico: el de la objetividad de los valores.
La realidad no es por sí misma interesante, sino que alcanza el valor al concederle yo mi
interés. No se trata de un mero subjetivismo, sino de algo más complicado. El lenguaje
parece indicar que el sujeto constituye la objetividad, la que después recibe. Un
subjetivismo de la objetividad paralelo a éste aparece en el léxico de la atención. Al atender,
pongo mi interés en una cosa, que por ello se vuelve interesante, o, al contrario, algo
interesante atrae mi atención y me hace poner mi interés en ella.
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La atención voluntaria también puede verse afectada por las alteraciones del
comportamiento. Hay enfermos que no pueden dirigir sus actividades mentales, y vagan de
un estímulo a otro, en un vaivén aleatorio, en el que todos los impulsos captan la atención,
pero ninguno la mantiene. Es la “evagatio mentis”.
Freud aconsejaba mantener una atención tranquila, flotante o errática. En ese estado
relajado y distendido, la inteligencia conserva su flexibilidad y se libra de las rutinas.
Muchos creadores piensan que es preciso abandonar el pensamiento controlado para no
estorbar la labor de los poderes subconscientes. La fuerza productiva –escribió Goethe–
tiene que resucitar espontáneamente, sin intención ni voluntad, aquellas imágenes
conservadas en los órganos, en la memoria, en la imaginación.
No todos los creadores están de acuerdo con esta idea de la espera distraída. Una idea vieja
definía la genialidad como una desmesurada capacidad de atender. El genio, escribió
Helvecio, no es otra cosa que una atención continuada y Chesterfield observó también que
“la facultad de aplicar la atención fijamente a un solo objeto, sin dispersarla, es la marca
infalible de un genio superior”.
Nos encontramos, con dos escuelas de pensamiento enfrentadas. Es evidente que al
concentrado se le escapan muchas cosas que el errático puede cazar. Si no esperas lo
inesperado, decía el clásico, no lo reconocerás cuando llegue. Algo así debe ser la atención
flotante, un dichoso estado de perfecta receptividad. Ocurre, sin embargo, la idea de que la
atención flotante no existe como función creadora. Al parecer, de acuerdo con Freud, lo que
no conseguí trabajando atentamente, lo he conseguido cuando mi atención flotaba. No
buscaba nada, no esperaba nada, disfrutaba de una pasividad perspicaz y fértil. Pero esperar
no es una función pasiva. Nuestra expectación está dirigida por los proyectos y esquemas
activados. Una pasividad absoluta no sería perspicaz, sino ciega.
William James relacionó genialidad y atención, pero al revés. “Es su genio lo que les hace
ser atentos, no su atención lo que les hace ser genios”. Si pueden atender a un objeto
durante mucho tiempo es porque ante sus fértiles mentes cualquier asunto resulta sugerente.
Los temas se ramifican sin parar, y no hay nada aburrido ni monótono. Sometido a esta
iluminación cambiante, aparece dotado de una riqueza inagotable. Lo mismo decía
Helmholtz: “Podemos mantener nuestra atención continuamente fija en un objeto durante
muy poco tiempo, pues cesa en cuanto se ha desvanecido nuestro interés por él. Pero como
podemos formularnos nuevas preguntas sobre el objeto, surgirá un nuevo interés, y la
atención se mantendrá fija”.
Lo que se llama atención flotante es una espera con múltiples proyectos. Esto nos descubre
un nuevo modo de poseer información. Sólo una parte de la información que tenemos y
manejamos se encuentra en “estado consciente”. De la que se encuentra en esta situación,
parte ocupa el primer plano y parte se mantiene en el margen de la conciencia. Hay una
modalidad distinta, en que la información no está ni consciente ni inconscientemente
poseída. Está vigente. Un proyecto y toda la información implicada en él puede mantener su
vigencia, aunque no nos demos cuenta de ello en un momento dado. La psicología actual
habla de la activación de los esquemas, para describir un antecedente de lo que aparece en
nuestra conciencia.
La amplitud del campo de vigencias, la cantidad de proyectos y esquemas que podemos
mantener activados simultáneamente, es una de las características decisivas de la
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puede convertirse en “estimulante”, que se hace estimulante cuando actúa como estímulo y
pone en movimiento nuestra capacidad de respuesta.
La habilidad de la inteligencia para persuadirse, seducirse o animarse a sí misma está
relacionada con otras dos habilidades suyas. La inteligencia tantea proyectos, inventados o
copiados, procurando descubrir uno que haga sonar alguno en su interior. Así enlazamos
con la última y principal capacidad negociadora de la inteligencia: puede pensar en valores
y no sólo sentirlos. Sobre este frágil punto de apoyo se construye la libertad. Mediante el
discurso práctico, la inteligencia pretende poner en relación las situaciones indiferentes con
valores pensados y conectar éstos con alguna de las fuentes eficaces de la motivación.
La retórica íntima, la invención de proyectos, los juegos de anticipación y tanteos, la
capacidad de pensar los valores y relacionarlos con los sentimientos no son métodos
infalibles, sino procedimientos de negociación. La inteligencia está en continua transacción
con la realidad exterior e interior y tanto fuera como dentro encuentra resistencias. Nadie es
absolutamente dócil a su inteligencia o a su voluntad, porque la libertad humana es libertad
encarnada en una facticidad y la relación entre ambas instancias tiene un argumento
dramático. Se es inteligente y libre gracias a un minucioso proceso de autoconstrucción, de
autopoieses, y no por un destino inexorable.
La inteligencia es mucho más que hacer razonamientos o resolver problemas formales.
Dirigir la motivación, construir la propia libertad, levar hábilmente la negociación con
nuestras limitaciones, todo esto es inteligencia humana.
La memoria creadora
La memoria inteligente es un sistema dinámico. No es un almacén destino, sino una
riquísima fuente de operaciones y ocurrencias. El Yo ejecutivo puede elegir su memoria, y
de ahí que no sea una imposición o un destino, sino un proyecto. Nadie conoce todo lo que
su memoria sabe y sería una tarea imposible pretender recordar todos nuestros recuerdos.
No conocemos el límite de nuestro poder de conservar información.
Esta memoria, que pertenece a la inteligencia computacional, posibilita las restantes
actividades mentales. Un organismo sin memoria no podría ni siquiera percibir. Vemos,
interpretamos y comprendemos desde la memoria. Si no retuviésemos la información, no
podríamos enlazar lo ya visto con lo que vemos, y la síntesis perceptiva sería imposible.
Tan importante es la permanencia, que nuestro sistema visual posee una memoria interna al
ojo, a la que llaman los expertos “memoria icónica”, en virtud de la cual el estímulo
desaparecido perdura en la retina un breve tiempo. Durante ese lapso, el sujeto puede
capturar la información presente todavía en ese eco luminoso.
La capacidad de autodeterminación puede utilizar la información que posee para reconocer
las cosas y evocarla voluntariamente. Suscito los recuerdos, con lo cual la memoria entra
en el juego de las facultades, porque el sujeto puede utilizarla de acuerdo con sus proyectos.
La transfiguración de la memoria es análoga a la experimentada por la mirada, el
movimiento o la atención. El aprendizaje ya no es siempre incidental y casual, sino que el
sujeto elige su memoria que va a ser su paisaje interior, y que es también lo que va a decidir
el paisaje exterior que va a contemplar. La inteligencia atesora la información que le
interesa, y con esa negociará con la realidad. Sabrá conservar información y aprovecharla,
lo cual es una característica esencial de la inteligencia. No se trata de saber, sino de saber
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utilizar lo que se sabe. De ahí la gran importancia de lo que se ha dado en llamar ciencias
metacognitivas, que tratan de enseñar a utilizar las propias facultades, entre ellas la
memoria.
La memoria inteligente aparece como un largo proceso de reestructuraciones y cambios
esenciales. No se trata de una historia aislada, pues la biografía de la memoria se trenza con
las biografías del resto de las facultades, en una animada trama de influencia, acciones,
reacciones, enlaces y desenlaces. Las palabras significan distintas cosas a lo largo del
argumento. Cuando decimos que un niño piensa, posiblemente sólo esté recordando, y
cuando decimos que un adulto recuerda, posiblemente esté sólo pensando. En un caso,
pensar es apelar a la memoria. En otro caso, recordar es construir el recuerdo.
Piaget estudió la evolución de la memoria infantil y llegó a la conclusión de que era
paralela a la evolución de la inteligencia. La conservación del recuerdo y su recuperación
depende de los esquemas que posea el niño y de las operaciones que sepa realizar. A Piaget
le llamó mucho la atención que los niños recordaran mejor los experimentos varios días
después de haberlos hecho.
Lo que realmente ocurre es que los niños los comprenden mejor, es decir, organizan mejor
las informaciones que poseen. Necesitamos saber extraer información de la memoria, como
de un libro o de la realidad. Esta habilidad para y hallar le hizo hablar de una “memoria
inventiva”, a la que se llegó a identificar con la inteligencia. La memoria en sentido amplio
se confunde con la inteligencia como totalidad, en cuanto está orientada, no ya en la
dirección de la realidad actual con sus transformaciones posibles, sino hacia la comprensión
de un pasado completado y anteriormente vivido.
Cuando comprendemos que para descubrir una organización es necesario construirla, o al
menos reconstruirla, las cosas se presentan de manera distinta. Pero hacer esto es función
de la inteligencia. No hay inteligencia por un lado y memoria por otro. Lo que existe es una
memoria inteligente, en la que habitamos, y desde la que contemplamos la realidad. La
inteligencia penetra la memoria, que a su vez penetra el movimiento, que a su vez penetra
la mirada en una colaboración circular que no se acaba nunca.
Desde un punto de vista teórico y práctico conviene estudiar la memoria dentro de un
marco más amplio: nuestro acceso a la información. El hombre busca la información que
necesita. La actividad de buscar información es una actividad inteligente, regida por un
proyecto. Recabamos información de muchas fuentes. Llamaré a la primera de ellas banco
de datos de acceso inmediato. Está constituido por los conocimientos que poseemos y es lo
que tradicionalmente llamamos “la memoria”. Nuestro acceso a ella es inmediato, en el
sentido de que nosotros mismos guardamos la información, somos nuestra memoria, y para
usarla no necesitamos ningún apoyo exterior, al menos de modo inevitable. Desde la
memoria percibimos, nos movemos e interpretamos la realidad.
El otro banco de datos es de acceso mediato y a él pertenecen todos los soportes materiales
de información. Se trata, pues, de una memoria materializada en libros, archivos, videos,
memorias de ordenador, agendas y muchas cosas más, a la que sólo puedo entrar en ella y
utilizarla gracias a la memoria personal, que sabe descifrar y comprender esa información
codificada.
Aún nos queda otro banco de datos, también de acceso mediato, que es, nada más y nada
menos, que la realidad entera. Nosotros podemos extraer directamente una información
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inagotable de las cosas que nos rodean, que se convierten así en fuente de conocimientos,
yacimientos de datos, caudales de noticias. Cuando queremos buscar información
recurrimos a uno de estos tres bancos.
La memoria es la gran intermediaria, la puerta de acceso de toda otra información. Sólo
mediante la información que poseemos, incorporada a nuestro organismo, sean los
esquemas innatos o los esquemas adquiridos, podemos acceder a otra información, y esto
sitúa a la memoria en primera línea de nuestra actividad inteligente. Lo que sabemos nos
permite adentrarnos en lo desconocido para aprender cosas nuevas. La índole de nuestra
memoria personal va a definir nuestras posibilidades.
Sólo vemos lo que somos capaces de ver, sólo entendemos los que somos capaces de
entender. Concebida así, la memoria no es tanto almacén del pasado como entrada al
porvenir. Desde el punto de vista pedagógico, que debe estar presente en toda teoría de la
inteligencia, el cambio conceptual también es relevante. Los conocimientos importantes
son, precisamente, los saberes de acceso. Comprenderlo así será cada día más necesario,
porque vamos a disponer de poderosísimos bancos de datos codificados y hemos de
aprender a convivir con ellos.
Aún queda una última ventaja: concebir la realidad como un banco de datos nos convierte a
todos en investigadores de una realidad ofrecida y reservada al tiempo. Su presencia es una
permanente invitación a conversar. El hombre se apropia de la realidad dando significados a
su experiencia, y así constituye su Mundo personal, cuya información se sedimenta en la
memoria. Ese Mundo personal es nuestro acceso a la realidad. Lo que sabemos, lo que
sentimos, lo que proyectamos nos lanza más allá de nuestro Mundo. En todas estas
actividades creadoras buscamos, descubrimos, inventamos, construimos desde la memoria.
Se entiende por aprendizaje todo cambio permanente producido en un organismo por la
experiencia; y por memoria, la capacidad de almacenar y recuperar información. Son dos
aspectos de una misma facultad. Sin embargo, la frase en cuestión parece distinguir entre el
aprendizaje de habilidades y el almacenamiento de una información. Lo que de mala
manera se llama aprender de memoria, debería llamarse aprender a repetir, sin entender
informaciones que no se integran en otros conocimientos.
Allen Newell señala que: “Inteligencia es la habilidad de aplicar todo el conocimiento que
se posee al servicio de una meta. Conocimiento e inteligencia no son en absoluto la misma
cosa.” Es posible que en los ordenadores suceda así, pero en el hombre no hay esta
separación. Entre nuestros saberes se encuentra el saber hacer. No estamos dirigidos por
programas inteligentes que recibamos empaquetados desde fuera, sino que hemos de
aprenderlos y, por lo tanto, son también conocimientos. A su vez, los conocimientos no son
datos cazados un una memoria que se puede traspasar de un aparato a otro, sino una
construcción del sujeto. La actividad inteligente transfigura nuestra vida mental,
arrebatando terreno a la pasividad.
La memoria inteligente es una memoria dinámica. Decimos que hemos aprendido después
del entrenamiento necesario. La destreza adquirida es el resultado de repeticiones que he
olvidado, pero que conservan la oculta permanencia y están implícitos. En cada fase del
proceso la operación es controlada por la percepción y la memoria.
El sistema muscular es un órgano de respuestas, cuyas posibilidades de acción están
siempre presentes, actuando de manera más o menos explícita. La agilidad, que manifiesta
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El sexto sentido
Wescott ha sostenido que el proceso creador se caracteriza por detectar pautas con
información muy escasa. El creador necesita menos información que resto de los mortales
para llegar a una buena conclusión.
Con frecuencia tenemos la impresión de que poseemos informaciones que no sabemos
justificar, convicciones que resuenan afectivamente. El lenguaje llama “corazonadas” a esas
confusas premoniciones y considera que el “pálpito”, la aceleración del palpitar es un modo
certero de conocimiento. William James consideró que este sentido de la orientación era
universal a toda actividad creadora. Einstein dijo: “Durante todos esos años, tenía un
sentimiento de dirección, de ir en línea recta hacia algo concreto. Es muy difícil describir
ese sentimiento, pero yo lo experimentaba como una especie de sobrevuelo, en cierto
sentido visual.”
Srinivasa Ramanuyan asombraba por su originalidad y falta de rigor. Muy a menudo
comunicaba un resultado que, según afirmaba, le había llegado de una vaga fuente intuitiva
alejada del dominio de la indagación consciente. Hardy no creía en facultades misteriosas,
y atribuía la genialidad de Ramanuyan a un peculiar sentimiento de la forma matemática,
entre otras cosas. Ha aparecido una noción interesante: el sentido de la forma. Es una
experiencia frecuente en matemáticas. Dirac consideraba que la belleza matemática era una
garantía de verdad. En una ocasión comentó que Schroedinger había descubierto “su
bellísima ecuación ed onda sin fundamento experimental. Trabajar para ganar belleza en
una ecuación, si se tiene la vista sana, es un gran progreso”. Terminaré citando de nueva a
Einstein: “Busco la fuente auténtica de la verdad en la simplicidad matemática.”
Los psicólogos que han estudiado el ajedrez mencionan con frecuencia “el sentido del
peligro” entre las cualidades que debe tener un gran maestro, y que le permite atender a las
posibilidades más importante, sin perder tiempo en analizar trivialidades.
Polanyi estudia las “pasiones intelectuales” que, en su opinión, aunque son acontecimientos
biográficos, no intervienen sólo en la exterioridad del quehacer científico, impulsando o
manteniendo la actividad investigadora, “sino que tienen una función lógica indispensable
para la ciencia”. Las pasiones permiten distinguir lo prometedor de lo inútil. Impiden que el
científico se pierda en trivialidades. Aceptar una teoría es rendirse ante el encanto de lo
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fuera de él –podríamos considerarlo como ampliación o elongación suya–, pero éste “fuera”
puede ser más o menos cercano, más o menos previsible.
Somos capaces de seducirnos a nosotros mismos desde lejos. De lo distante que situemos
en proyecto, distante de los automatismos, del abandono o de la rutina, dependerá la
amplitud de nuestro vuelo creador. Al formular un proyecto inventivo situamos la meta en
un problemático y remoto lugar hacia el que nos atraemos. La búsqueda de lo original,
ingenioso, cómico o sublime se basa en nuestra habilidad para sugestionarnos con
irrealidades.
El proyecto creador no es más que un proyecto común lanzado fuera de la zona de
desarrollo próximo. Bajo su influjo, la inteligencia se distiende más allá de lo previsible.
Hay una deriva desde lo rutinario hasta lo excepcional, pero lo inaudito no está en las
operaciones mentales que son las de siempre, sino en las incitaciones desplegadas por el
fin. Los más audaces van más lejos que los aprensivos y cautelosos. Lo mismo sucede en la
escondida frondosidad de las ideas, cualquier cosa puede relacionarse con cualquier otra,
pues el espíritu humano puede llegar tan lejos como su perspicacia y valor le permitan.
Hay una continuidad esencial en todos los quehaceres de la inteligencia. Incluso un
concepto como el de “entrenamientos” tan ligado a la actividad física, puede aplicarse con
gran utilidad a las artísticas. Entrenarse es dejarse modelar por un proyecto. Un ideal
pensado arrastra al sujeto fuera de su desarrollo próximo. El creador, de modo más o menos
consciente, se convierte en entrenador de sí mismo.
Los autores suelen comenzar teniendo una ideas muy vaga de lo que pretenden conseguir.
Tratamos con lo que los expertos en Inteligencia Artificial llaman problemas mal definidos.
Desde hace mucho tiempo se sabe que la creación artísitca puede considerarse como la
solución de un problema. Lo que oscurece el asunto es que ni siquiera el autor podría
precisar el problema que quiere resolver con su obra, ya que, de hecho, cuando la comienza
sólo posee un esbozo vacía, casi un presentimiento.
Es difícil contar la propia vida y hacer al mismo tiempo su interpretación teórica. A estos
testimonios hay que reconocerles valor documental y pobreza hermenéutica. Es cierto que
el proyecto comienza siendo un indigente tema de búsqueda, tal vez suscitado por el azar,
pero hace falta explicar por qué enigmáticas influencias este pobre comienzo llega a dirigir,
alentar y controlar la acción creadora.
Las cosas no presentan el mismo perfil a los ojos de un espectador inerte que a los ojos en
estado receptivo. El proyecto cambia el significado de las cosas, que se convierten en
significativas, sugerentes, interesantes, prometedoras, bienesperanzadas. Una realidad se
muestra sugerente cuando en ella se barruntan muchas posibilidades. Pero hay que entender
que esas posibilidades no son propiedades de la realidad, sino operaciones incoadas.
Todos los proyectos amartillan esquemas de asimilación y de producción, que se disparan al
aparecer los estímulos adecuados. Cuando un sujeto experimenta algo como sugerencia, no
percibe una propiedad del objeto, sino la impaciente tensión de sus operaciones virtuales,
prontas a actuar. La actividad creadora transmuta lo trivial en sugerente. Una frase, un
suceso trivial, una imagen puede desencadenar la completa actividad creadora, pero nos
equivocaríamos al pensar que son muy poca cosa. Los grandes creadores manejan siempre
más información que los demás. Una realidad aparece llena de posibilidades sólo ante los
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ojos de quien va a ser capaz de integrarla en un gran número de operaciones. Tener muchos
posibles quiere decir ser muy rico en operaciones.
El proyecto es una realidad a la que entrego el control de mi comportamiento. Esta
irrealidad es una información a menudo fragmentaria, confusa o minúscula, capaz sin
embargo de activar y dirigir la acción, proponiéndole una meta. El primer componente del
proyecto es la meta, el objetivo anticipado por el sujeto, como fin a realizar. Salvo en casos
muy sencillos, en que el objetivo está diseñado con precisión, los proyectos contienen sólo
un patrón vacío de búsqueda. Cada vez que hable de estos “patrones vacíos”, le será útil al
lector pensar en lo que le sucede cuando tiene una palabra en la punta de la lengua. No
puede decirla, pero podrá reconocerla cuando aparezca. Pues bien, gracias a los patrones de
búsqueda creamos la información necesaria para llenarlos, y buscamos los planes, métodos
y operaciones necesarios.
No hay proyectos desligados de la acción. Hay, por supuesto, muchas anticipaciones de
sucesos futuros, como las ensoñaciones, los deseos o los planes abstractos, que son sólo, en
el mejor de los casos, anteproyectos que se convertirán en proyectos cuando hayan sodi
aceptados y promulgados como programas vigentes. El proyecto es una acción a punto de
ser emprendida. Una posibilidad columbrada no es proyecto hasta que se le une una orden
de marcha, aunque sea diferida. Este enlace con la acción, que convierte al proyecto en un
fin, lo introduce en los complejos mecanismos de la conducta y sus motivaciones. El
proyecto va a activar, motivar y dirigir la acción, y ha de tener para ello el atractivo
suficiente. En el origen de todas las ocurrencias hay un deseo de actuar. Este esquema
sentimental le permite al sujeto inventar motivos de acción. Por ello, la anulación del deseo
va seguida de una incapacidad de proyectar. Así sucede en las grandes depresiones como
una inhibición vital, una detención del impulso en la que se padece una pérdida de ánimo,
de esa incitación a desplegar las posibilidades vitales y experimenta una reducción de su
espacio vital.
El creador inventa motivos para actuar, porque siente deseos de actuar. El proyecto es una
meta inventada y elegida. El proyecto es un tema mendicante habitado por una afectividad
que incita a la acción. El sentimiento percibe lo interesante del asunto. La subjetividad
entera del autor, por mediación de esos órganos integradores de información que son los
esquemas sentimentales, percibe que el tema es transferible, gracias, entre otras cosas, a la
conciencia implícita de las operaciones alertadas por ese esbozo vacío.
No se trata todavía de un proyecto, porque el proyecto exige una promulgación de su
vigencia y una orden de marcha. Lo único que se ha considerado en ese mínimo asidero de
la atención que es la meta entrevista, pero aún no aceptada. La breve experiencia es
asimilada por alguno de los esquemas activados en la subjetividad del autor. El tema
aparece caracterizado por un esbozo y unas restricciones. Es el embrión.
El creador acomete una empresa, como cierto símbolo o figura enigmática hecha con
particular fin, enderezada a conseguir lo que se va a pretender. Lo que desencadena la
actividad emprendedora del autor es ese símbolo o figura enigmática que él sólo sabe
descifrar.
Tal vez lo conservado en la memoria no fuera el tema, sino los esquemas de asimilación
capaces de aprehender ese tema como interesante, y que podían producir ocurrencias
análogas a partir de desencadenantes distintos. Un tema se convierte en meta, porque su
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carencia de contenido expreso queda suplido por su poder de movilizar un sentimiento, que
es un sistema integrado de esquemas productores de ocurrencias.
Mediante la acción realizamos el proyecto. Esta vocación de realidad lo distingue de la
ensoñación, con la que guarda, no obstante, estrechos vínculos. Ambos son anticipaciones
del futuro, pero en el caso de la ensoñación no hay tránsito posible entre el presente y ese
porvenir de fábula. El ensueño puede burlar todas las restricciones porque no pretende
realizarse. En cambio, el proyecto está siempre condicionado por la realidad.
En la entrada del proyecto se incluyen también las condiciones o restricciones que el sujeto
sufre o se impone. Hay que decir ambas cosas, porque no todas las restricciones son
impuestas al creador, sino que muchas son libremente elegidas por él. Gran parte de la tarea
creadora va a consistir en una hábil gestión de las restricciones.
El proyecto se va llenando de figuras tema, patrón de búsqueda, motivos, sentimientos y
restricciones. Un proyecto impulsa a la acción y la dirige, pero para discernir los
movimientos adecuados y para saber si hemos alcanzado el objetivo necesitamos algún
criterio. Cada vez que un inventor, un científico o un artista se esfuerza por realizar un
proyecto ha de comparar cada uno de sus pasos con el objetivo propuesto. Pero sucede que
precisamente el objetivo es lo que se intenta encontrar, lo que se desconoce, con lo cual la
búsqueda resulta dirigida por lo buscado, que al mismo tiempo es lo desconocido. Esta
situación tan paradójica se resuelve apelando a algún criterio que no sea el mismo objetivo
buscado, pero que permita reconocerlo. Gracias a ese criterio, a ese patrón de comparación
y reconocimiento, el artista podrá si llega el caso dar la orden de parada.
¿No es un exceso racionalista afirmar la inevitable presencia de criterios en el proyecto?
Bien está que el matemático se someta a los criterios formales y el científico a sus criterios
de evidencia, pero la creación es un vuelo anárquico, un estallido espontáneo, un surtidor
de novedades imprevisibles. Me temo que no, el Yo creador, incluso el del más inspirado y
anárquico vate, es un edificio lenta y cuidadosamente construido en el que influyen la
casualidad y la inconsciencia, pero sin ahogar la acción de un Yo que elige, selecciona y
planea. Por lo demás, sólo un malentendido puede relacionar el criterio con la razón. Para
evitar el equívoco tal vez debería sustituir el término “criterio” por la expresión “patrón de
reconocimiento y evaluación”. Los criterios de la ciencia son racionales, universalmente
válidos y verificables, pero en el arte suceden las cosas de manera distinta. Es el propio
autor quien forja sus criterios y los utiliza, sin formularlos explícitamente, bajo la forma de
un “juicio de gusto”.
El criterio artístico fundamental es el “gusto” del artista, que no está en el proyecto, sino en
el sujeto. También al analizar lo que hace interesante a un tema nos vimos obligados a
replegarnos hacia el sujeto. El proyecto es una proyección de la propia subjetividad. Es el
sujeto quien desde el proyecto se seduce a sí mismo. Los proyectos son la expansión del
ámbito de la subjetividad.
Cuando un artista promulga un proyecto, al tema esbozado le acompaña el sistema de
preferencias que actuará de patrón de evaluación. En esta punto tenemos que retomar la
noción de sentimiento y, como tal, un gigantesco bloque de información integrada. Voltaire
escribió: “El gusto, ese sentido, ese don de discernir nuestros alimentos, ha producido en
todas las lenguas conocidas la metáfora que expresa, mediante la palabra “gusto”, el
sentimiento de las bellezas y las faltas en todas las artes. Es un discernimiento rápido, como
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el de la lengua y el paladar, y que como éste antecede a la reflexión; es como éste, sensible
y voluptuoso respecto de lo nuevo; rechaza como éste, lo malo ocn rebeldía. Está
frecuentemente, como éste, indeciso y confundido”.
Un esquema sentimental, que es un bloque integrado de información, valoraciones
estéticas, peculiaridades psicológicas, reflexiones teóricas, deseos, manías, razonamientos,
ensoñaciones, y muchas cosas más, interpreta los datos perceptivos y los hace aparecer en
la conciencia sentimentalizados, o lo que es igual, englobados en un sentimiento que
inventa/descubre en ellos el valor correspondiente. A partir de esta experiencia podemos
investigar los componentes del esquema sentimental que la hizo posible, mediante un
riguroso análisis genealógico.
En muchas ocasiones, los sentimientos producen ocurrencias, además de evaluar las ya
producidas. De ahí que el sistema de preferencias del artista, sus patrones de
reconocimientos y evaluación son la gran greación que va a distinguirle de los demás. No
hay forma de copiar la realidad si no es a través de la irrealidad del proyecto. Cuando las
expectativas son tan novedosas que abren un intervalo entre lo que se proyecta y lo que se
puede hacer, el creador tiene que inventar una técnica nueva o un nuevo modo de crear,
para poder salvarlo.
La anatomía del proyecto termina aquí. Al proyectar entregamos el control de nuestra
actividad a un tema indigente, dotado de atractivos que sólo el autor conoce, y que va a ser
capaz de activar su conducta y dirigirla. Ciertas condiciones y restricciones contenidas
implícita o explícitamente en el proyecto balizan el campo de actuación y excluyen grandes
masas de posibilidades. Por último, un criterio nos permitirá reconocer si la actividad va
por buen camino y cuándo hemos alcanzado la meta. Objetivo, condiciones y criterios son
los elementos que configuran un proyecto. En el caso del artista el supremo criterio es su
gusto personal, es decir, el sistema de preferencias creado por él que va a dirigir sus
ocurrencias, sus evaluaciones y, en una palabra, su obra entera.
La primera tarea de un creador es inventar proyector creadores. Antes, por supuesto, ha
tenido que construir su propia subjetividad, el complicado organismo del que van a
proceder sus ocurrencias y sus evaluaciones. Nos falta saber cómo se inventan los
proyectos.
Las operaciones creadoras dependen de un proyecto, lo que nos fuerza a admitir que la
operación de crear un proyecto o no es creadora, o procede de un proyecto previo. Parece
que ha de haber un proyectar sin precedentes, no feudatario de un proyecto anterior, y así
sucede. Nuestro temperamento, nuestras necesidades y nuestra educación son productores
espontáneos de fines.
Empecemos por el temperamento. Aristóteles parece negar que se puedan inventar fines,
porque cada uno elige como fin lo que juzga bueno, interesante o atractivo, y esa
evaluación depende del carácter. Según el carácter del hombre, así serán los fines que elija.
Los deseos, sentimientos, necesidades, tan estrechamente relacionados con el carácter,
también nos proporcionan fines. Bergson sostuvo que una emoción nueva está en el origen
de las grandes creaciones. “Creación significa, ante todo, emoción.” Ocurre que siendo el
carácter y la afectividad zonas autónomas y rebeldes, concederles la exclusiva de producir
fines equivale a sacar la actividad de proyectar del circuito de la acción voluntaria.
Aristóteles se dio cuenta de que si sólo podemos elegir los medios y no los fines de nuestra
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acción, nadie sería responsable de sus actos, por lo que añade: “Somos en cierto modo
concausa de nuestros hábitos y por ser como somos nos proponemos un fin determinado.”
“Si cada uno es en cierto modo causante de su propio carácter, también será en cierto modo
causante de su parecer”.
Estamos en el reino de la negociación, de las causalidades recíprocas, de la deriva tenaz, la
construcción minuciosa, el ensanchamiento paulatino. Podemos pensar valores no sentidos,
acaso recibidos de fuera, y de esa manera dirigir nuestro sentimiento real mediante
instrumentos irreales. Es pasmoso que podamos dirigir nuestra acción con proyectos
meramente hablados, construidos mediante operaciones verbales, que reciben su savia y
energía de sentimientos muy lejanos. Esta facultad de entregar el control de nuestra acción
a una instrucción hablada, influye también en el proyectar. Nos concede una enorme
flexibilidad para aceptar “encargos”, es decir, proyectos ajenos. La aceptación de un
proyecto ajenos exige tratarlo como un maniquí al que habremos de vestir con el proyecto
propio. Las peripecias de la facultad de proyectar se confunden con las peripecias de la
creación de la libertad, que, a su vez, se confunden con la creación de la inteligencia. No
podía ser menos y no podía ser más.
Un sentimiento se convierte en suscitador de ocurrencias que, de modo fantasioso y vicario,
satisfacen en cierto modo el deseo. Bergson decía que los sentimientos son “generadores de
ideas”. Y también hablaba de una “facultad fabuladora”, que permite al hombre la
invención de realidades. Es esta capacidad, a la que muchas veces se llama imaginación
equivocadamente.
Recordemos la noción de esquema mental y, en especial, uno de sus tipos: los modelos, que
integran información y procesos. Un modelo es un programa de acción, un conjunto de
inferencias plegadas, el esquema de un comportamiento. Cada vez que poseemos un
esquemas que unifique datos y relaciones dinámicas entre estos datos, tendremos un
modelo. Son programas narrativos condensados. Cada sentimiento es un modelo, que
desencadena diversos recorridos sentimentales.
La mayor parte de los modelos que nos sirven para inventar cosas, entre ellas proyectos,
son aprendidos. Una cultura es, entre otras cosas, un repertorio de proyectos elaborados por
sus miembros a lo largo de la historia. Cuando este repertorio disminuye la vida social se
hace anémica. Deja de haber emprendedores. El proyecto ha de enlazar con la motivación
y, por lo tanto, incitar a la realización de valores. La riqueza de los valores propuestos y de
proyectos vigentes indican la salud de una cultura. Una desidia del proyectar, es un tipo
más de impotencia inducida.
Resulta verosímil que proyectar consista en utilizar modelos mentales enlazados con el
deseo de actuar, o con cualquiera de los sentimientos que impelen a construir o crear.
Cualquier suceso, incluso trivial, activa los esquemas sentimentales que integran el suceso
dentro de uno de los modelos narrativos anejos al sentimiento. Usamos los proyectos ajenos
para construir los propios, tomándolos como modelos y mezclándolos, interpolándolos,
destruyéndolos y reconstruyéndolos con enorme habilidad.
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rellenados por la imaginación. Una de las ideas de Husserl fue su distinción entre “objetos
mencionados” y “objetos presentes en persona”. La inteligencia maneja con soltura estos
dos tipos de informaciones. La información vacía es el indicio de algo ausente, que se sabrá
reconocer si aparece. Este hueco nos permite dos tipos de operaciones: rechazar los ensayos
equivocados y reconocer cuando aparece. Esta misma dualidad de planos, en el que se
conoce y se ignora. Es una característica de la actividad artística. Como estudió Bergson, la
tarea creadora es el paso del esquema vacío a la intuición. El esfuerzo para saltar de nivel:
de lo abstracto a lo concreto.
El autor ha de encontrar datos, como es lógico, en cualquiera de sus bancos de datos: la
memoria, la información ya codificada o la realidad. No se trata de absorber información
para guardarla inerte, pues la memoria inteligente es un sistema dinámico y productivo.
El esquema de búsqueda, en su camino hacia lo concreto, atraviesa distintos niveles que no
necesitan darse en todas las obras. Planificar es una estación intermedia en la que algunos
autores se detienen y otros no. Una de las actividades que el esquema dirige es la de buscar
un plan. Es decir, representaciones que guíen la acción. El plan es un método para hacer
mientras que el proyecto es un propósito de hacer.
Los especialistas en inteligencia artificial han estudiado los modos como creamos planes, y
señalan dos grandes estrategias. Una, ascendente, que coordina planea inferiores bien
estructurados. La estrategia descendente consiste en descomponer un problema general en
problemas parciales. La marcha normal es descendente, porque el autor busca las
ocurrencias a partir de un proyecto muy vago. Pero para realizar la búsqueda ejecuta
múltiples operaciones de tanteo, utilizando las estructuras disponibles, los esquemas que
posee, sus habilidades lingüísticas. Hay una colaboración entre ambas estrategias que
confiere al proceso creador un carácter retroprogresivo. Un vaivén continuo entre lo
proyectado y lo ensayado. La planificación es una gestión de condiciones que reducen el
grado de libertad.
En la iluminación lo más fácil es pensarla como un reconocimiento súbito. Para ello, hay
que admitir que había un esquema de búsqueda activado, y que era capaz de reconocer. De
la misma manera que los esquemas perceptuales reconocen dando un significado, así
también sucede con los sistemas de búsqueda. El material está al alcance de todos pero sólo
puede reconocerlo quien posea los sistemas de extracción necesarios.
La opinión de los artistas acera e la inspiración es una toma de postura, implícita o
explícita, sobre las relaciones entre el Yo ocurrente y el Yo ejecutivo. Para Rodin lo único
importante era el trabajo, no había que esperar la inspiración como una insegura dádiva
divina, sino que había que construirla tesoneramente. El Rilke converso dejó de esperar las
voces del más allá y se empeñó en sustituirlas por una voz más controlable: la observación.
La creación es una libertad que se limita a sí misma. Valéry se impone su propio canon:
“Quizá lo más extraordinario del trabajo artístico es ser un trabajo esencialmente
indeterminado. Se es de tal forma libre, que la parte más laboriosa de la tarea es crear el
problema mucho más que resolverlo”. La creación es una combinatoria interminable, un
juego entre lo voluntario y lo involuntario, en el que el poeta intenta “imitar, hacer
habituales y funcionales los hallazgos que en principio eran azarosos”. Valéry no encuentra
ninguna diferencia entre las actividades mentales realizadas para componer un poema y
para cualquier otra tarea intelectual.
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Yo ocurrente y Yo ejecutivo
La creación artística nos remitió una y otra vez al Yo creador. No se pueden explicar sus
alardes sin apelar a la capacidad evaluadora del artista. Inventar es fácil, lo difícil es acertar.
Repetir es fácil, lo difícil es innovar. En el acierto y en la innovación intervenía el sistema
de valores que, en términos imprecisos e ingenuos se llama “gusto”.
La primordial tarea de la inteligencia es construir un sujeto inteligente. La inteligencia no
es algo que se tiene o no se tiene, ni solamente es algo que se tiene más o menos, sino que
es, sobre todo, algo que se va haciendo o deshaciendo. El hombre descubre posibilidades en
la realidad, lo que quiere decir que también en su propia realidad descubre posibilidades.
Una de ellas es actuar libremente. No es en estricto sentido una propiedad suya, sino una
posibilidad que ha de descubrir y realizar, como todas las demás, mediante un proyecto.
Desde lo que soy anticipo lo que quiero ser y esta irrealidad producida en mí mismo, y
resonando en mí mismo, me atrae hacia ella.
La inteligencia humana es la transfiguración de una inteligencia computacional por la
libertad. El proyecto creador definitivo de la inteligencia es la creación de su propia
subjetividad inteligente. La creación de la propia libertad ha de acomodarse a la estructura
de todo proceso creador. Al reflexionar sobre los proyectos creadores de la propia libertad,
el hombre ha de considerar los criterios de evaluación con que va a regirse.
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Estamos sometidos a los accidentes biográficos, nos determinan tanto que parece un
sarcasmo hablar de crear la libertad, o incluso de libertad a secas. Conviene que veamos
cómo se desarrollan las negociaciones para la libertad.
Al principio describí la inteligencia como la capacidad de suscitar, controlar y dirigir
nuestras “ocurrencias”, definidas como “especie u ofrecimiento que ocurre a la
imaginación”. Podemos aplicar el nombre a todo tipo de acontecimiento mental que se hace
consciente. Todo ofrecimiento a la conciencia es una ocurrencia. Las ocurrencias apaecen
con una cierta impersonalidad. Nada delata su origen. No somos dueños de nuestras
ocurrencias.
Sin embargo, la teoría de la impersonalidad de las ocurrencias no acabó de cuajar en los
hablantes. Lo que había descubierto el lenguaje es que las ocurrencias no son impersonales,
sino nuestras, porque mantienen cierta independencia.
Reconozco sin dificultad dos tipos de ocurrencias. Unas se me imponen o se me resisten, y
ante ellas me siento impotente. Cuando vuelve una preocupación que quiero alejar, siento
su poder frente a mí. La misma independencia descubro en la acción opuesta: no consigo
traer a la conciencia el dato preciso, ni consigo la ocurrencia brillante y oportuna. Otras
ocurrencias se me ocurren a mí, suscito su aparecer, aunque por procedimientos que en
general ignoro. Puedo recordar voluntariamente una imagen o inventar una frase ingeniosa
o poética. En estas ocasiones me siento dueño de mi conciencia, aunque lo hago de la
misma forma como manejo un ordenador cuyo mecanismo desconozco.
Ha aparecido en varias ocasiones esta índole dialéctica, dialógica, disputada, pugnaz, de
nuestra subjetividad. La humanidad ha experimentado siempre que fuerzas desconocidas
dominaban gran parte de los accesos a la conciencia. El hombre mantiene una perpetua
lucha por ser dueño de su conciencia, dirigir a voluntad sus manifestaciones, elegir los
estados de ánimo, lograr la claridad de las visiones, o hablar el lenguaje deseado. El
objetivo final era liberarse de las ocurrencias no controladas. El carácter del hombre es su
destino y el carácter no es más que un estilo poderoso e insumiso de presentarse las
ocurrencias en nuestra conciencia.
El hombre reconoce origen de algunas de sus ocurrencias, actúa como suscitador o director.
Se comporta, pues, ejecutivamente: imagina, grita, recuerda, dirige la mirada, puede
elaborar planes y ejecutarlos. En otras ocasiones, por el contrario, las ocurrencias vienen a
su conciencia. Desde él mismo, sin duda, pero lo hacen espontáneamente, carecen de
autorización, son involuntarias.
A este último aspecto del Yo lo llamé Yo ocurrente, y es el que produce las ocurrencias sin
mi autorización; el Yo computacional, podríamos decir. Al Yo, en cuanto dirige o suscita la
producción de ocurrencias, lo he llamado Yo ejecutivo. Y como entre sus operaciones está la
de promulgar proyectos creadores, también lo he llamado Yo creador. Y como no tiene una
autoridad omnipotente, sino que tiene que contar con los caprichos del Yo ocurrente y
negociar con ellos, también lo he llamado Yo negociador.
La más originaria fuente de nuestras ocurrencias es el cuerpo. Nos proporciona ocurrencias
perceptivas internas y externas. Él nos introduce en el ámbito de las necesidades, los
deseos, las tendencias, los valores. El cuerpo es un sistema productor de significados.
Vivimos acontecimientos fisicoquímicos como ocurrencias, es decir, como significados que
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