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© Centro Nacional de Historia, 2017

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edición
Fundación Centro Nacional de Historia

al cuidado de
Andrés Eloy Burgos

colaboración
Alexander Zambrano
Carlos Ortíz

diseño de la colección
Aarón Lares / Dileny Jiménez

diagramación
Gabriel A. Serrano Soto

diseño de portada
Gabriel A. Serrano Soto

corrección
Andrés Eloy Burgos / Alexander Zambrano

depósito legal
isbn:
978-980-419-024-7
Depósito Legal DC2017000348
La Colección Memorias de Venezuela se propone la
edición de textos referidos a la historia venezolana
y nuestramericana. Lejos del acartonamiento de los
discursos académicos se recupera la posibilidad de
una escritura amena y sencilla sobre temas relevantes
de nuestro pasado. Difunde artículos ya editados en la
revista Memorias de Venezuela agrupados por afinidad
temática, buscando dar todavía mayor alcance a la
reflexión histórica adelantada desde esta
importante publicación.
CONTENIDO

PRESENTACIÓN 13

LOS MONSTRUOS AMERICANOS.


UNAVISIÓN DEL INVASOR 17
Los nuevos monstruos 19
Los gigantes 21
Los cinocéfalos o cabezas de perro 22
Los acéfalos 22
Los orejone sopanotti 23

VISIONES REPUBLICANAS
DE CARMELO FERNÁNDEZ, ANDANZAS
POR ELTERRITORIO GRANCOLOMBIANO 25
Primeros años 25
La formación como artista 27
Las importantes comisiones 29
El exilio y la muerte 32

EL ARTE TESTIMONIAL DE JULIA BORNHORST 37


El contexto de Julia Bornhorst 38
La llegada 39
El agua 39
Los ambientes: “¿Tal vez en las noches,
metiéndose en el monte?” 40
La comida: “las cosas más sabrosas, nada importado” 41
Recorriendo el país en un Ford 41
La vivienda 42
La cultura del petróleo norteamericana 42
EL PINTOR DE LA SELVAVIRGEN.
LOS PAISAJES DE BELLERMANN 45
Bellermann, el gran paisajista 45
Llegando a La Guaira en un aparatoso desembarco 47
Preparativos para el recibimiento delosrestosdelLibertador 47
Rumbo a caracas 48
“...mujeres adornadas con mantillas y fantasías” 49
Una comida en Cumaná 49
Una escena cotidiana 50
Colonia Tovar: una aldea alemana 50
Los guajiros, gente indómita 50
Fiesta de toros en Mérida 51
La Cueva del Guácharo 51

PÁL ROSTI: LAS FOTOGRAFÍAS


DE UNVIAJERO DEL SIGLO XIX 53
PálRosti 53
Caracas,el transporte y las ruinas del terremoto de 1812 55
Mercado principal de Caracas 55
Domingo de Pascua 56
La honradez de los arrieros 57
Aragua: el paraíso venezolano 57
La recolección del café 57
El trapiche 58
La imagen milagrosa de Turmero 58
Una fiesta en Cagua 58
La vestimenta del llanero 59
La arepa 59
Quince hijos no es cosa rara 60
El Samán de Güere 60
Las míseras chozas y el Catuche 60
San Juan de Los Morros 60
AUGUSTE MORISOT: UNAVISIÓN
DE LOS INDÍGENAS DEL ORINOCO EN EL SIGLO XIX 63
Auguste Morisot (Seurre,Francia,1857-Bruselas,Bélgica,1951) 63
Un cementerio 64
Lalibertad,eldonmáspreciado 65
Cerro Pintado 65
La boa según los indígenas 66
Nada los arredra 66
Un capitán maquiritare y su bella nieta 67
Todos conducen 67
Un teatro indígena 68
Los movimientos artísticos 68
Las inscripciones de la isla Boca del Infierno 69
Atardecer a orillas del río Atabapo 69
Los gigantes de Atures 70

ELVIAJE ÍNTIMO DE ELISABETH GROSS 71


La casa comercial Blohm 72
Los“cuartos” 72
Lamuerteylafiebre 73
La Guajira y sus gentes 74
La esclavitud del indígena 74
Todos pegaban gritos 75
El hielo 75
El baño de Los Haticos 76
Knoche,elembalsamadordemuertos 76
Llega la luz eléctrica 77

LA NAVIDAD VISTA POR VIAJEROS 79


El rey de las tinieblas, buscapiés, triquitraques,
cohetes y escopetazos 79
Inusitado esplendor de mañana 80
Navidad en los llanos 81
Cumaná, la fiesta perenne 81
Los aguinaldos son remunerados 82

LA APACIBLE MÉRIDA DE ANTON GOERING 85


Mérida: punto de encuentro 86
La niebla y sus postales 86
El desenfreno del mercado 87
La cotidianidad merideña 88
Los infaltables helados 88
La fiesta en procesión 89
La catedral: punto de encuentro 90
La vida estudiantil 90
De los científicos venezolanos 91

EUGENE HERMANN PLUMACHER Y EL GRAN ESTADO


FALCÓN-ZULIA (1881-1890) 93
Las Memorias de Plumacher 93
Los cambios territoriales del guzmancismo 94
El diplomático visita la villa de Capatárida 96
Las realidades se imponen en la separación 98

LAS VIVENCIAS DE SIR ROBERT KER


PORTER ENVENEZUELA 101
La Guaira: región infernal 102
Ciudad triste 103
La visión eurocéntrica 103
El teatro caraqueño 104
4 demayo de 1826” 105
El regreso del Libertador 105
El ser llanero 106
Los libros de viaje de Porter 107
UN MUSIÚ ENTRE EL PUEBLO CARAQUEÑO:
CAMILLE PISSARRO 109
Camille Pissarro 109
La historia y sus imágenes 110
Los viajeros y sus registros 112
La mirada de Pissarro 114
Un comentario final 115
El primer maestro de Pissarro 116

UNA JOVEN FRANCES A ENCONTRÓ


“LA FUERZAVITAL” EN EL PAISAJE VENEZOLANO 117
Jenny de Tallenay publicó en 1884 el libro
“Souvenirs du Venezuela”. 118
La seducción de la barbarie 119
El indómito llanero 119
Poca iniciativa privada y paternidad estatal 120

KARL APPUN JUZGÓ DE SALVAJES


A LOSVENEZOLANOS 123
Lo que come el venezolano 123
El ojo del viajero “decente” 125
Sorprendido por la sabiduría indígena 128
¿Tomate o Ají? 128
Un país revoltoso 129

EDWARD B. EASTWICKVIO AVENEZUELA


COMO UN PAÍS RICO LLENO DE POBREZA 131
La Guaira: ombligo de la costa venezolana 131
Las costumbres caraqueñas 133
El bello Puerto Cabello 135
Valencia: un paraíso lleno de Evas 136
Un país rico sumergido en la pobreza 137
Triquitraques chinos para los santos 138
FRANCOIS DEPONSY LOS NUEVOS MEDIOS PARA
CULTIVARY POBLAR GUAYANA 141
Apuntes para el conocimiento de la obra del autor 142
Fomento y desarrollo de las vías de comunica ciones,
agricultura, y navegación en Guayana 144
La mala situación de la capital de Guayana y el proyecto
planteado por Depons 146
PRESENTACIÓN
Convencidos están los que se dedican a escribir historia
de la imposibilidad de hacerlo sin los testimonios genera-
dos por otras personas a lo largo del tiempo, pues ¿acaso
no es la historia escrita una construcción social hecha a
partir de cosas vividas y sentidas por otros? En el caso de
la historia de Venezuela está la particularidad de que en
distintos momentos de su formación nacional fue obser-
vada, analizada y valorada; de igual manera lo fueron su
fauna, flora y recursos naturales.

Hombres y mujeres con intereses diversos, que estu-


vieron de paso por distintos rincones del suelo patrio,
se interesaron por registrar en escritos, pinturas y foto-
grafías sus impresiones acerca de la sociedad y espacio

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


venezolano. Son los que reconocemos hoy con el nombre
de Viajeros, aquellos que, al tratar de reproducir o repre-
sentar sus vivencias en el país, recrearon la vida nacional
y a sus habitantes en distintos momentos.

El Comité Editor de la revista Memorias de Venezuela,


consciente de la necesidad de valorar en su justa medida
a estos personajes y sus testimonios, creó la sección
Viajeros, cuyo importante número de artículos han sido
compilados en este libro para que el lector disfrute y
aprenda de su contenido particular.
13
Los testimonios de viajeros tienen un innegable valor
como fuente histórica, porque recogen muchos detalles
de los acontecimientos y de la vida del pueblo que la histo-
riografía generalmente no ha podido reunir. Son registros
que han quedado en algunas ocasiones como testimo-
nios únicos de lo ocurrido, y a los cuales los historiadores
más contemporáneos han debido recurrir para intentar la
siempre imperfecta reconstrucción del pasado.

Conocernos y reconocernos como pueblo implica el


conocimiento y reconocimiento de nuestra historia pero,
para lograr esto de la manera más íntegra posible, debe-
mos apelar a los testimonios de otros. Porque el otro nos
define y viceversa.

Parciales, prejuiciados e injustos, pero también inge-


nuos, minuciosos y curiosos resultan las fuentes dejadas
por los viajeros. Ante ellos hay que ser cuidadosos para
excluir lo que de perjudicial tienen hacia nuestra cultura,
pero también debemos ser comprensivos para aprove-
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

char lo de fidedigno y constructivo que contengan para


tratar de entender lo que fuimos en otro tiempo.

14
LOS MONSTRUOS AMERICANOS.
UNA VISIÓN DEL INVASOR

Pedro Rakos

D
esde sus inicios el proceso de invasión a América
implicó ver el Nuevo Mundo sólo a través de
la mentalidad europea. En palabras de Ángel
Rosenblat: “el conquistador es siempre, en mayor o
menor medida, un alucinado que combina las experien-
cias y afanes cotidianos con los recuerdos y fantasías del
pasado”. A partir de esta mirada se explicarán todo tipo de
conductas en los diferentes ámbitos de la vida de los indí-
genas e incluso podría pensarse que ésta sigue repercu-
tiendo, siglos después, en la manera en cómo nos vemos a

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


nosotros mismos.

Con la llegada de los conquistadores a América, en el
siglo XV, resurgieron imágenes fantásticas en la mente
de los europeos, producto de la visión de las sociedades
de la época, donde los pueblos, llamados por ellos “no
civilizados”, estarían plagados de salvajes, bárbaros,
poseídos por demonios, caníbales, portentos, ostentos,
prodigios y monstruos. Todas estas visiones formaban
parte del imaginario medieval, el cual estaba influenciado
por las tradiciones orales y representaciones visuales,
17
plasmadas mayormente en la literatura, la cartografía, los
monumentos religiosos y la pintura de ese periodo.

Los monstruos se multiplicaron a partir de la conquista
de América, pero éstos estaban basados en experien-
cias de comerciantes, embajadores y viajeros que habían
descrito las maravillas de otros continentes y no las del
Nuevo Mundo. Entre las descripciones que tendrían
mayor alcance, para entonces, encontramos las de
Marco Polo y Juan de Mandeville. La manera en cómo
se miró a los amerindios no sólo fue el resultado de una
imaginación europea basada en mitos más antiguos
aún, con raíces en Asia, África, Oriente, Oceanía y la
misma Europa —principalmente en la Grecia antigua—,
sino también de la mala interpretación que le dieron los
conquistadores a los relatos de los indígenas america-
nos y que poco tenía que ver con la realidad de este conti-
nente: aquí vieron lo que, de antemano, querían ver.

En Europa la obsesión por lo monstruoso, en general,
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

buscaría todo tipo de explicaciones para conciliar “el


sueño con la razón”. Personalidades con importantes
oficios ofrecerían argumentos descabellados desde
el punto de vista moderno. Es el caso, en el siglo XVI, del
célebre cirujano Ambroise Paré, quien escribiría en su
libro Los monstruos y prodigios que las anomalías antropo-
18 mórficas se gestarían en el vientre materno y se debían,
en algunas ocasiones, a la gloria de Dios, al exceso, falta,
mezcla o descomposición del semen, a la imaginación y,
en algunos casos, a la injerencia del diablo.

Los nuevos monstruos


Mientras tanto, en el Nuevo Mundo, los europeos
creían haber hallado el mítico paraíso terrenal, además
de no cesar en su búsqueda de El Dorado. Sobre todo al
principio, siglos XV y XVI, no se hará un verdadero intento
por conocer lo que se veía. Los conquistadores no sabían
cómo definir la nueva geografía y a sus habitantes. Por lo
tanto, muchas veces construyeron mitos a partir de otros
referentes imaginarios y no desde unos reales. El resul-
tado no pudo haber sido otro que el de uno con rasgos
dantescos. Así es que podemos afirmar que al indígena

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americano no se le conoció, se le inventó. Por ejemplo,
entre los llamados “monstruos morales” de Tierra Firme
encontramos a los sodomitas, a los asesinos rituales y a
los caníbales —que en realidad realizaban canibalismo
ritual con fines sagrados y no, como se creyó, para satisfa-
cer el hambre—. Estos últimos son descritos por Cristóbal
Colón en una carta a los reyes católicos donde los consi-
dera esclavizables, a causa de sus inmorales hábitos
alimenticios, por ir en contra de las costumbres cristianas
como único patrón aceptable, obteniendo así el consen-
timiento de la Iglesia. Y aunque, en 1495, Colón envió
algunos indígenas a España para que fuesen vendidos 19
como esclavos, la reina Isabel respondió mandándolos de
vuelta a América por no saber si era correcto tratar a estos
hombres de esa manera. Sin embargo, y con el consen-
timiento de ésta, el mercado de esclavos negros creció
cada vez más.

Estos monstruos, producto de la imaginación de los
europeos, más que un problema estético, implicaron la
estigmatización del indígena americano como ser infe-
rior, originando una pérdida parcial de su humanidad;
justificándose así el genocidio y el saqueo del Nuevo
Mundo.

Otros ejemplos de la deshumanización o monstrifica-
ción de los amerindios de Tierra Firme podemos encon-
trarlos en representaciones artísticas europeas de la
época. En Frankfurt estuvo ubicado el taller donde el
grabador Teodoro de Bry trabajó, con estética barroca,
un escrito de Sir Walter Raleigh sobre la Provincia de
Cumaná. Dicho grabado con leyenda deja en claro que
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

estas imágenes reflejaban, sin tapujo alguno, concep-


ciones más hondas sobre los indígenas —a quienes se
pretendía someter— cuando describe a una mujer “horri-
ble y espantosa”, más parecida a un “monstruo” que a una
“figura humana”.

20
Los monstruos, como muestra de la negación cultural
en América encarnaron, sobre todo en los siglos XV, XVI
y XVII, un sinfín de formas: caníbales, amazonas, monó-
culos, esciápodos, acéfalos, cinocéfalos, astomis, antí-
podas, orejones, gentes con cola, hombres con patas de
avestruz, gigantes, pigmeos, mantícoras y sirenas.

Los gigantes
Tanto en Oriente como en Europa (mundo helénico)
desde tiempos inmemoriales se escuchó hablar acerca
de los pueblos de los gigantes (inclusive en la Biblia
se describe el lugar donde éstos habitarían). A fina-
les del siglo XV se tienen noticias, a través de Américo
Vespucio, de los primeros gigantes en América, proba-
blemente a tan sólo unos 50 kilómetros de la costa occi-

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


dental de Venezuela. Todo indica que se trataba de la
actual isla de Curazao. Las mujeres son descritas como
seres que excedían claramente el tamaño del hombre
promedio; mientras que los hombres, aun arrodillados,
eran más altos que el propio Vespucio en pie. Sus armas
no dejaban de ser igual de grandes, y debido al miedo
que los gigantes infringían a los conquistadores, éstos
no dudaron en embarcar sus navíos y alejarse lo antes
posible de aquel lugar.

21
Los cinocéfalos o cabezas de perro
En América, en las costas del noreste de Cuba, Cris-
tóbal Colón escuchó relatos de los indígenas sobre
hombres de un solo ojo (cíclopes o monóculos) con hoci-
cos de perro, que además asumían todas las característi-
cas de los caníbales.
El conquistador también describe que cuando la
expedición se dirigía en dirección a Haití, los indígenas
que iban a bordo entraron en pánico por el miedo que
sentían hacia los hombres con un solo ojo y cara de perro
que allá se encontrarían. En otros escritos de Tierra Firme,
fray Pedro Simón describe un monstruo de más de cuatro
metros de altura con hocico y dientes muy largos.

Los acéfalos
Para finales del siglo XVI, el viajero y cronista Sir
Walter Raleigh escribe en su expedición por la Guayana
sobre los acéfalos o descabezados, que habitarían en las
cercanías del río Orinoco. Este relata que son un pueblo
monstruoso, causante de daños a sus vecinos y se les
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

denomina Ewaipanomas. Además, los ojos de estas


criaturas estarían ubicados a la altura de los hombros de
donde cae una gran cola de pelo y la boca estaría incrus-
tada en el centro del pecho.

Si bien Raleigh intenta convencer con sus descrip-


22 ciones de la existencia de los acéfalos, nunca menciona
el encuentro directo con alguno de ellos y refiere que en
su regreso a Cumaná un español de buena fe le aseguró
haberlos visto varias veces.

Los orejones o panotti


El mito de los pueblos donde habitan hombres con
grandes orejas se remonta a la antigüedad. Tanto en Asia,
como en Europa y África, siempre se escuchó acerca de
los orejones o panotti, como eran llamados en la India.

En América es el padre Antonio Daza quien dice haber


visto, en su estadía en la Provincia de California, hombres
con las orejas tan enormes que las arrastran al caminar y
donde cabrían de cinco a seis hombres.

También fueron vistos en las islas de la península de

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Yucatán. Nobles incas serían asimilados como orejones
debido al alargamiento de sus orejas, donde colocaban
discos ornamentales. Pero el relato más fantástico acerca
de estos seres es realizado por Antonio Pigaffeta durante
su travesía con Magallanes, por el Pacífico y algunas
comarcas asiáticas, quien los describe como criaturas
tímidas, de muy baja estatura que van desnudos y rapa-
dos. Estas orejas le permitían acostarse sobre una de ellas
y cubrirse con la otra para poder dormir tranquilamente.
En otras descripciones se lee que, además de ser muy
rápidos, si se sentían amenazados sus enormes orejas les
permitían volar.
23
PARA SEGUIR LEYENDO...
• Acosta, Vladimir. El continente prodigioso. Mitos e imaginario en la conquista
americana. Caracas, UCV, 1998.
• Becco, Horacio Jorge. Historia real y fantástica del Nuevo Mundo. Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1992.
• Buarque de Holanda, Sergio. Visión del Paraíso. Motivos edénicos en el descubri-
miento y colonización del Brasil. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1987.
• Raleigh, Sir Walter, Las doradas colinas de Manoa. Caracas, Ediciones Centauro,
1980.
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

24
VISIONES REPUBLICANAS
DE CARMELO FERNÁNDEZ , ANDANZAS
POR EL TERRITORIO GRANCOLOMBIANO

Israel Ortega

S
obrino de José Antonio Páez pero leal a las ideas
de Bolívar, Carmelo Fernández fue el primer artista
venezolano conocido que paseó sistemáticamente
su mirada por el efímero territorio de la Gran Colombia
y luego por los de las separadas repúblicas de Nueva
Granada y Venezuela. Dibujante de las expediciones de
Agustín Codazzi, representó “a Venezuela sentada sobre
una roca a la sombra del plátano: corre a sus pies el majes-
tuoso Orinoco”.

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


Primeros años
En 1830, el desmembramiento de esa nación extensa
en territorio e ideales pero brevísima en el tiempo que
fue la Gran Colombia —o República de Colombia, como
fue conocida en su momento—, es ya un hecho irreversi-
ble. Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, pilares de la
unión, alcanzan también la terminación de sus vidas en el
transcurso del mismo año. En Pamplona, el ejército gran-
colombiano se reúne para proceder a la división de las
tropas: los soldados venezolanos cruzan la frontera hacia
el Táchira, mientras que los neogranadinos permanecen 25
en las proximidades de Cúcuta. Entre las tropas que
pasan al Táchira se encuentra Carmelo Fernández, por
entonces conocido por ser sobrino de José Antonio
Páez, si bien, como escribirá después en sus Memorias,
las relaciones con su tío nunca fueron del todo buenas y,
por encima de todo, sus “ideas no estaban entonces sino
por ser leal a Bolívar”. Podría pensarse que para él este
regreso significaba el inicio de una nueva vida asentada
en su país de origen, que al fin y al cabo era Venezuela,
pero estaba lejos de ser así.

Nacido el 30 de junio de 1809 en Guama, estado Yaracuy,
Carmelo Fernández no había completado su primer año
de vida cuando se inició el proceso emancipador venezo-
lano, algunas de cuyas etapas pudo vivir muy de cerca,
dado su vínculo familiar con Páez. En 1821, por ejemplo,
próximo a cumplir los 12 años de edad, visitó junto a su
madre Luisa Páez el campamento del ejército patriota
en Achaguas, estado Apure, poco antes de que éste
se enfrentara a las tropas realistas en la decisiva Bata-
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

lla de Carabobo. Influenciado por este ambiente, en el


cual se agitaban los ideales de independencia del poder
español y de unidad grancolombiana, creció y se formó
Fernández.

En 1827, tras una etapa de estudios en Estados Unidos,


26 Carmelo Fernández había dado inicio a su carrera militar,
y desde ese momento comenzaría su vida al servicio de la
Gran Colombia. Los intereses separatistas de las clases
poderosas de la Nueva Granada y de Venezuela, que a la
postre predominaron y de las cuales Fernández se encon-
traba muy próximo por razones familiares, no minaron
su lealtad al ideal de la unión. Cuando finalmente tuvo
lugar el definitivo divorcio político de estas naciones, ello
tampoco representó una barrera para su constante ir y
venir a lo largo del otrora territorio grancolombiano. Casi
toda la carrera militar de Fernández se desarrolló en la
Nueva Granada. Si bien fue dado de baja en Venezuela,
de inmediato pasó a tierras neogranadinas y participó en
la derrota del rebelde general José María Córdoba. Allí
regresó nuevamente, poco después de la referida división
de los ejércitos efectuada en Pamplona, y en este país fue

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


arrestado y luego abandonado por negarse a tomar parte
en la insurrección del general Ignacio Luque.

La formación como artista


Pero no es por las armas que hoy se recuerda a Fernán-
dez, es más bien por su labor de artista, de creador de
imágenes, de representación visual de la geografía, la
historia y el paisaje colombo-venezolanos, en aquellos
tiempos en los cuales el reconocimiento de los terri-
torios, de los procesos históricos, en fin, de la forja de
nacionalidades, era una necesidad urgente para estas
jóvenes naciones. No obstante, Fernández no siguió una 27
educación artística formal. En sus Memorias escribirá
acerca de su niñez: “Yo carecía de escuela primaria y estaba
en la inacción, divertido con frecuencia en dibujar tropas y
escenas militares para lo cual me servía de tinta común, de
tunas bravas, de onoto, añil, jenjibrillo, el zumo de hojas de
brasca, plumas y fragmentos de platos quebrados”. Más
adelante tuvo algunos maestros, pero su aprendizaje
tuvo que ser en buena parte autodidacta, y de carácter
más artesanal que académico. En algún momento de su
carrera militar fue destinado a la sección de topografía del
ejército, y cuando su aventura castrense concluye tras el
arresto sufrido en la Nueva Granada, apuntará: “Yo quedé
en aquel pueblo sin otro recurso para vivir que mi habilidad
en hacer algunos retratos, lo cual me ha servido después en
circunstancias muy críticas”. De regreso a Caracas, Juan
Manuel Cajigal le encarga en 1833 la cátedra de dibujo
de la recién fundada Academia Militar. Mientras desem-
peña este oficio, Carmelo Fernández conoce a Agustín
Codazzi, a quien el gobierno de Páez ha encomendado
el levantamiento cartográfico del territorio venezolano.
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

Codazzi, al tener noticias de la experiencia de Fernández


como topógrafo del antiguo ejército grancolombiano, lo
requiere como colaborador en el proyecto. Fue Fernández
quien delineó los mapas de la obra de Codazzi, aclamada
tanto en Europa como en América, los ilustró y proveyó
de una portada que ha pasado a la historia como uno de
28 sus más conocidos dibujos: “El señor Carmelo Fernández
—escribió Codazzi en el prólogo del Atlas— adornó el mapa
general con una hermosa viñeta que representa a Venezuela
sentada sobre una roca a la sombra del plátano: corre a sus
pies el majestuoso Orinoco […]. El tigre, el caimán y la tortuga
caracterizan el Orinoco. La gran ceiba, las palmas, las lianas,
las plantas parásitas y otras muchas, indican la copia y varie-
dad de riquezas que ostenta el reino vegetal en las tierras inter-
tropicales. En las llanuras se ve el caballo cerril, símbolo de la
independencia: la piragua que atraviesa el Orinoco indica la
paz que reina con las tribus indígenas que viven sobre aquel
gran río, y el fondo de la perspectiva manifiesta nuestras gran-
des montañas y las nieves perpetuas que coronan la elevada
sierra de Mérida”.

Las importantes comisiones

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


El proyecto encargado a Codazzi también involucraba
un Resumen de la historia de Venezuela, para cuya redac-
ción son llamados Rafael María Baralt y Ramón Díaz.
De esta forma, en 1838, Carmelo Fernández acomete
también la realización de los dibujos que ilustrarán los
tres volúmenes de este Resumen: se trata de 45 retratos
de próceres, tanto militares como civiles, algunos crea-
dos por el propio Fernández y otros copiados de distintos
autores. Entre los primeros destacan los de José Anto-
nio Páez, Antonio José de Sucre, Judas Tadeo Piñango
y Cristóbal Mendoza, valiosos documentos de época,
ejecutados por quien había conocido personalmente a 29
los retratados. (La iconografía registra tan sólo un retrato
de Páez anterior a éste y otro contemporáneo, ejecutados
respectivamente por los pintores ingleses Robert Ker
Porter y Lewis B. Adams; mientras que de Sucre, el de
Fernández quizás sea el primero realizado tras la muerte
del mariscal.) El 11 de julio de 1840, Codazzi, Fernández,
Baralt y Díaz se embarcan rumbo a París para supervisar
personalmente la impresión de sus monumentales traba-
jos. Fue un viaje de gran provecho para Fernández, pues
si bien su labor se vio limitada a proporcionar los referidos
dibujos, ya que para la imprenta éstos fueron grabados en
piedra por L. Tavernier y Alexander Benitz, el venezolano
pudo iniciarse con ellos, así como con Vigneron, en el arte
de la litografía, el cual tendrá la oportunidad de desarro-
llar posteriormente en Caracas. Al año siguiente, el Atlas
físico y político de la República de Venezuela, el Resumen de
la geografía de Venezuela y el Resumen de la historia de Vene-
zuela abandonan la imprenta de Therry Frères.

De regreso en Venezuela Carmelo Fernández recibe
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

en 1842 un nuevo encargo, para cuya ejecución debe


viajar otra vez a la Nueva Granada: el gobierno de Paéz
ha decretado la repatriación de los restos del Libertador
desde Santa Marta, y Fernández es enviado junto con la
comisión encargada de llevar a cabo la exhumación y el
traslado de los restos de Bolívar, con el objeto de hacer
30 el registro gráfico del acontecimiento. Una publicación
debía culminar la empresa, con textos de Fermín Toro,
pero ésta apareció sin las ilustraciones de Fernández, las
cuales, a la postre, se extraviaron. Podemos hoy conocer
algunas de ellas a través de diversos impresos, especial-
mente en las ilustraciones del libro de Simón Camacho
titulado Recuerdos de Santa Marta, litografiadas en Cara-
cas por el danés Torvaldo Aagaard. En esta obra se puede
apreciar el célebre Embarco de los restos del Libertador en la
Bahía de Santa Marta.

En 1843, ya Carmelo Fernández se encuentra de nuevo
en Venezuela y tiene la oportunidad de participar del gran
desarrollo que experimentan las artes gráficas en el país.
Asociado con los litógrafos alemanes Johann Heinrich
Müller y Wilhelm Stapler, instalados en Caracas desde

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


finales del año anterior, trabaja en la producción de la
revista El Promotor, la cual estaba destinada a conver-
tirse en uno de los más importantes hitos en el desarrollo
de las artes gráficas venezolanas en el siglo XIX. Acom-
paña las ediciones de El Promotor una hoja especial con
una litografía de motivo variado cuyo delineador en casi
la totalidad de sus números fue Fernández. A ésta época
corresponden grabados como la Toma de las flecheras
en el paso del río Apure; la Entrega de la espada de oro
que el Congreso de 1836 dedicó al general Páez; Bolí-
var en el Chimborazo; los retratos de Agustín Codazzi,
Martín Tovar y Tovar, Benjamín Franklin y Enrique Mayer, 31
así como detallados estudios de la naturaleza y la vegeta-
ción venezolanas. Estos trabajos, algunos de los cuales
fueron no sólo dibujados sino también litografiados por
Fernández, se encuentran entre lo más sobresaliente
de la gráfica venezolana para el momento. El Promotor
circuló entre abril de 1843 y marzo de 1844, pero en agosto
de 1843 se anuncia la venta del taller, por parte de Müller y
Stapler, a una sociedad conformada por Carmelo Fernán-
dez, Rafael Meneses, Pedro Correa y Martín Tovar y Tovar.
Posteriormente se imprimirá en las prensas del taller el
célebre número extraordinario de la publicación El Vene-
zolano, el 17 de diciembre de 1843, dedicado al primer
aniversario de la repatriación de los restos del Libertador,
en cuya portada se aprecian ocho grabados, algunos de
los cuales pueden atribuirse a Fernández.

El exilio y la muerte
Hacia finales de la década de los cuarenta, la
tensión política en Venezuela, entre liberales y
conservadores, se torna álgida. Los intentos por parte
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

de los conservadores de desplazar del poder al recién


electo presidente José Tadeo Monagas resultan fallidos,
y Páez, a la cabeza de aquellos, no ve otra opción que la
sublevación militar. Derrotado en el sitio de La Mata de
los Araguatos por el general José Cornelio Muñoz y más
tarde apresado y desterrado, la salida de Páez del país
32 conlleva a su vez el exilio de algunos de sus allegados; de
esta forma, con él irán a refugiarse en la Nueva Granada
tanto Agustín Codazzi como Carmelo Fernández. En
Bogotá, el gobierno de Tomás Cipriano Mosquera
encarga a Codazzi un estudio geográfico de la Nueva
Granada a la manera del realizado en Venezuela dos
décadas atrás. Colocado a la cabeza de la Comisión
Corográfica creada para tal fin, Codazzi vuelve a
solicitar los oficios de Carmelo Fernández, quien será
el dibujante de la comisión durante sus dos primeras
expediciones, entre comienzos de 1850 y finales de 1851.
Recorriendo un territorio que le era conocido desde los
tiempos de sus campañas militares, Fernández llevó a
cabo 30 del total de 152 láminas que ilustraron el Álbum
de la Comisión Corográfica, y participó igualmente en el
trazado de los mapas.

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


El paisaje colombiano, tanto urbano como rural, así
como sus habitantes, son los temas abordados por
Fernández en estas acuarelas. Cada una de las regio-
nes que visitó aparece retratada en ellas a través de sus
razas, indumentarias, oficios, instrumentos, costum-
bres, arquitectura, vegetación y accidentes geográficos.
Fue Fernández, asimismo, quien implantó las pautas que
continuaron los subsiguientes dibujantes que le suplan-
taron en la Comisión, cuando, por desavenencias con
Codazzi, el artista decidió alejarse de la misma y regresar
a Venezuela. El historiador del arte colombiano Gabriel 33
Giraldo Jaramillo no escatimó elogios para el venezolano:
“Fernández era el más capacitado de los pintores de la Comi-
sión; no sólo era dibujante hábil y cuidadoso que lograba con
facilidad el dominio de los rasgos predominantes, sino que se
distinguía por su colorido armonioso, limpio y delicado; escru-
puloso detallista, llega en ocasiones hasta el preciosismo y nos
da verdaderas miniaturas, plenas de exactitud y de fidelidad
[…]. El pueblo todo, heterogéneo, abigarrado y multiforme, en
formación entonces, aparece en estos dibujos de Fernández,
arrancados a la realidad viva, sin artificios ni retoques ni adul-
teraciones intelectuales”.

Culmina aquí la relación de las mayores —que no las
únicas— obras de Carmelo Fernández en el terreno de las
artes plásticas colombo-venezolanas, para las cuales su
aporte como paisajista y grabador tiene carácter funda-
cional. Su precursora obra visual, como hemos dicho,
es asimismo fundamental para el reconocimiento de
sí mismas por parte de Venezuela y Colombia al apenas
desmembrarse la unión grancolombiana. Tras su regreso
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

a Venezuela, Fernández alternó su residencia entre Cara-


cas y Maracaibo, y sus actividades a partir de entonces
estuvieron centradas en la docencia, la promoción cultu-
ral y la ingeniería, si bien nunca abandonó del todo el
dibujo y la pintura. En 1880 redacta sus Memorias; curiosa-
mente, poca o ninguna atención dedica en estas páginas
34 a su prolífica actividad artística. Fallece en Caracas, el 9
de febrero de 1887. Un año antes, en la antigua República
de Nueva Granada, tras un breve período federalista, se
había promulgado una nueva constitución en la que se
recuperaba el nombre oficial de República de Colombia.
La reunificación, sin embargo, aunque no faltaron los
intentos, nunca tuvo lugar.

PARA SEGUIR LEYENDO...


• Carmelo Fernández. Testigo de lo irreal y de la historia (catálogo). Caracas, Gale-
ría de Arte Nacional, 1982.
• Memorias de Carmelo Fernández. Biblioteca de Autores y Temas Yaracuyanos, 3.
Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1982.

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA

35
EL ARTE TESTIMONIAL
DE JULIA BORNHORST
Rosanna Álvarez
Lorena Puerta

D
esde la segunda mitad del siglo XIX, Venezuela
fue visitada por una gran cantidad de extranje-
ros que por diversas motivaciones, personales
o profesionales, llegaban al país y registraban en sus
diarios de viaje infinidad de datos y anécdotas que hoy
nos han quedado como testimonios de época. En este
sentido, el historiador Pedro Calzadilla ha señalado: “En
sus páginas desfilan desde episodios y personajes mayo-
res hasta los vaivenes de la vida de modestos individuos
y de sucesos minúsculos. Incluye informaciones diversas

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


sobre el estado de los caminos y el aspecto de pueblos
y ciudades”. Igualmente, la mirada extranjera recogía
aspectos de la vida y el paisaje que para los lugareños
resultaban casi imperceptibles, pues formaban parte de
su cotidianidad. Sin embargo, estos testimonios también
concentraron una importante cuota de juicios de valor,
la mayoría de las veces con fuerte carga negativa ya que
condensaron, según Calzadilla, “…los preceptos centra-
les de una estética y una moral añorada”, esa que quedó
atrás en la Europa ilustrada y liberal.

37
Las acuarelas y fragmentos que recopilamos en la
presente entrega, la cual inaugura la Sección Viajeros
de nuestra revista, pertenecen al diario Acuarelas y rela-
tos (Venezuela 1923-1941) de la alemana Julia Bornhorst:
viajes, caminos, gente, angustias, sustos, alegrías,
añoranzas, y hasta fantasmas aparecen en estas páginas
llenas de serenidad y conmovedora admiración por lo que
la rodeaba.

El contexto de Julia Bornhorst


Durante el siglo XIX la economía venezolana se
sustentaba en el trabajo agropecuario, siendo el café el
principal producto de exportación. Sin embargo, en la
transición del siglo XIX al XX, esta estructura económica
sufre severas modificaciones en cuanto a su posición
frente al mercado internacional. Los ingresos obtenidos
por concepto de las actividades agroexportadoras dismi-
nuyen y comienza a nacer el interés por la explotación de
un nuevo recurso: el petróleo. Como resultado de la diná-
mica que surge de la nueva actividad económica se incre-
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

menta la presencia extranjera en el país.


Es en este contexto que se circunscribe el testimonio
de Julia Kulenkamp de Bornhorst (Lübeck, Alemania,
1893-Colonia Tovar, Venezuela, 1980), quien llega a Vene-
zuela durante los años del boom petrolero, momento en
el cual gobierna el dictador Juan Vicente Gómez. Sus
38 apreciaciones respecto del proceso cultural que vivió
Maracaibo, ciudad en donde se residenció junto a su
marido, Carl Bornhorst, miembro de la firma comercial
alemana Beckmann & Cia, las anotó en su diario personal
en el que introdujo acuarelas pintadas por ella, que dan
cuenta de su sensibilidad hacia lo que denominó: “mi
segunda patria”. Su estadía le permitió conocer las activi-
dades de las casas comerciales alemanas, la penetración
de las compañías petroleras norteamericanas, así como
la cotidianidad de un mundo que se transformaba inevi-
tablemente hacia la modernidad, lo que incluía, entre
otras cosas, la destrucción medioambiental a causa de la
extracción petrolera.

La llegada
“Nuestra llegada coincidió con el día de los Reyes

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


Magos, el 6 de enero de 1923, que es una gran celebración
(…) No resultaba fácil acostumbrarse al idioma extraño, al
calor, a cuatro sirvientes para atender a dos personas: era
algo sobrecogedor (…) las residencias estaban muy fuera
de la ciudad, en grandes terrenos situados a orillas del
lago de Maracaibo. Carli había adquirido el terreno con la
casa, tan sólo por catorce mil bolívares porque decían que
estaba habitada por ‘espíritus’.”

El agua
“…durante el tiempo de sequía nunca nos faltaba
agua salobre; pero no era potable, bastante sucia y a 39
veces con una capa negra, brillante, oleaginosa, de petró-
leo.” “Solíamos bañarnos en el lago, a pesar de que de vez
en cuando flotaba en el mismo algún cochino muerto y
de que habían mantarrayas en el fondo plano las cuales,
cuando uno las pisaba, sacaban su larga cola ponzoñosa
con la que podían abrir toda la pierna de una manera terri-
ble (…) también teníamos que tomar en cuenta que, a lo
largo de la playa, habían pequeños cobertizos construi-
dos sobre pilotes, que con todo derecho, podían llamarse
‘water-closets’, y que sus productos, sencillamente, caían
desde ella al agua. Nos consolábamos porque constante-
mente un cardumen de peces bagres se mantenía debajo
de ellas y, supuestamente, comían alegres y vorazmente
la dádiva de Dios.”

Los ambientes: “¿Tal vez en las noches,


metiéndose en el monte?”
“No, no era tan fácil acostumbrarse a muchas cosas
desagradables. Se debía estar pendiente continuamente
de todo. La mayoría de las plantas queman y puyan, los
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

animales son peligrosos para los humanos, los insec-


tos nos molestan constantemente; pero uno se adecúa
a todo, incluso al permanente estado de alarma.” “No
se podía ir de paseo y, en todo caso, ¿hacia dónde? ¿Tal
vez en las noches, metiéndose en el monte? Para hacer
excursiones solamente había la posibilidad de alquilar,
40 en conjunto, una gran lancha a motor y pescar desde la
misma o trasladarse a otra playa, cuyos cocoteros eran
idénticos a los nuestros, solamente estaban más sucias.”

La comida: “las cosas más sabrosas,


nada importado”
“Todavía añoro el mercado de Maracaibo; allí se
conseguían las cosas más sabrosas, nada importado,
sino las más maravillosas frutas del país. Además de las
consabidas piñas, melones y frutas cítricas, familiares
para nosotros, había la lechoza, desconocida en Europa,
con la cual empezábamos el día; también mangos, agua-
cates, guayabas, chirimoyas, nísperos, sapotes, cujíes,
datos, guanábanas y muchas otras más. En cuanto a
pescado teníamos una riquísima selección, tanto de mar
como de agua dulce.”

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Recorriendo el país en un Ford
“Carli me dio grandes alegrías llevándome a peque-
ños viajes de negocios. (…) aunque Caracas fuera la capi-
tal, el comercio con el oeste del país, especialmente con la
zona andina, estaba centrado en gran parte en Maracaibo
ya que tenía mejor acceso (…) desde Caracas hacia el
interior sólo se disponía de mulas y algunas de una carreta
inadecuada para mandar mercancías. Antes de la época
de mi llegada el presidente Juan Vicente Gómez estaba
construyendo una carretera desde Caracas a Barqui-
simeto, por Valencia, y a través de los Andes hasta San 41
Cristóbal y la frontera colombiana, una gigantesca obra
que tomó tiempo y cuando más o menos se pudo transitar
con vehículos, Carli me llevó con él. Durante la noche atra-
vesábamos el lago de Maracaibo hasta la Ceiba y desde
allí, por automóvil, llegábamos hasta Valera.”

La vivienda
“Del leñoso tronco del cactus arbóreo se construye un
armazón, que luego forran con una mezcla de barro y paja
trizada, la cual, debidamente acabada, forma una agra-
dable pared lisa. Para el techo se mezcla el barro con paja
larga. Estas casas lucen muy limpias y se adaptan exce-
lentemente al paisaje, integrándose como algo autóctono
y apropiado al entorno (…) y allí vive la gente sumamente
contenta. Me confió la esposa de un campesino: ‘¿No es
esto bonito? Yo nací aquí, en esta casa, y aquí me crié; no
puedo imaginar nada más bonito. Hace poco estuve en
Maracaibo y no pude aguantar aquel ruido’.”
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

La cultura del petróleo norteamericana


“El dinero de los perforadores americanos ha trans-
formado completamente al pueblo y a la gente. Por todas
partes hay música, baile, juegos de azar y, especialmente,
una gran oferta de ‘damas’. En pleno día, la calle retum-
baba con la gritería y las risas de las morenas señoritas
que, con pelo largo y rizado, vestidos de seda de noche,
42 en pleno atuendo de guerra, atraían a su clientela.”
“Los empleados americanos de mayor categoría viven
completamente aparte, en una colina, en simpáticas
casitas cercadas de tela metálica, en sitios sembrados
de verde césped. Tienen, para su recreo y distracción, un
campo de golf. Por lo demás, tanto para ellos como parti-
cularmente para las pocas mujeres que allí llegan, la vida
en ese campamento debe ser bastante tediosa y dañina
para el espíritu. Una, como mujer, tendría que poseer real-
mente sólidos valores éticos y mucha fuerza de carácter o,
en todo caso, una vida familiar francamente feliz para no
quedar espiritualmente anulada en aquel ambiente.”

PARA SEGUIR LEYENDO...


• Calzadilla, Pedro. “De cómo pueden ser criollos los discursos de viajeros”, en
José Ángel Rodríguez (comp.). Visiones del oficio. Caracas, UCV/ANH, 1992.
• B ornhorst, Julia. Acuarelas y relatos (Venezuela 1923-1941). Caracas, Oscar
Todtmann Editores, 1993.

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43
EL PINTOR DE LA SELVA VIRGEN.
LOS PAISAJES DE BELLERMANN
Rosanna Álvarez

Bellermann, el gran paisajista

N
ació en Erfürt, Alemania, el 14 de marzo de 1814.
Estudió en la escuela de Bellas Artes de Weimar
hacia 1828. En 1842, por recomendaciones del
barón Alejandro de Humboldt, y apoyado por una beca
del rey Federico Guillermo IV, Bellermann tuvo la opor-
tunidad de viajar a tierras americanas con el objetivo de
registrar artísticamente el paisaje.
El recorrido que hizo por Venezuela comprendió La
Guaira, Puerto Cabello, Galipán, Caracas, Cumaná,

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Angostura, la Colonia Tovar, Maracaibo y Mérida. Según
Rafael Romero, se trata de “...un documento sin igual para
trazar una semblanza de nuestra flora, fauna, paisaje,
geografía, gente y costumbres”.
Luego de la guerra de independencia no sólo nuevos
productos llegarían a la nación republicana, también arri-
baría una importante inmigración extranjera. Ésta se inte-
resaría muchas veces en los acontecimientos políticos,
en las posibilidades de extracción de materias primas, o
en el exuberante paisaje natural, el cual ofreció incalcu-
lables motivaciones para naturalistas y artistas. En este
sentido, la pintura paisajística en el país comenzaría con 45
la obra del alemán Ferdinand Bellermann. En palabras
del historiador de arte Alfredo Boulton: “...el paisaje
adquiere por primera vez en nuestro medio una calidad
y una importancia propias (...) Su obra es, pues, un gran
lienzo descriptivo panorámico de casi todo nuestro país”.
El caluroso domingo 10 de julio de 1842, a bordo de
la goleta Margareth, arriba Bellermann al puerto de La
Guaira. Desde ese momento hasta el 28 de septiembre
de 1845 las escenas criollas tienen en el artista y viajero
un especial impacto. La llegada de Bellermann coincide
con la repatriación de los restos del Libertador, aconte-
cimiento que registra minuciosamente en el libro Diarios
venezolanos 1842-1845 (Caracas, Galería de Arte Nacional,
2007). Sin embargo, no dedicó a él un registro pictórico.
Este viajero alemán fue un admirador incondicional de
la naturaleza del país, hecho que demuestra en la inclu-
sión que que hizo de ella en distintas descripciones. Los
paisajes venezolanos constituyeron para él la motivación
de muchas de sus telas y dibujos. Incluso, mucho después
de su vuelta a Alemania, usó los recuerdos de todo lo visto
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

en nuestro país para elaborar nuevos lienzos.

Llegando a La Guaira
en un aparatoso desembarco
46
10 de julio de 1842: “...hacía mucho calor, el termóme-
tro marcaba 32 grados a la sombra. Ante la vista de las
magníficas e imponentes montañas de la costa me di
cuenta de cuán insuficientes son las meras narraciones
de viajes, incluso las mejores, para describir con exacti-
tud el carácter exótico y único de un país. Pienso que lo
principal deben ser siempre las ilustraciones y que el
texto sólo debe acompañarlas. A las dos de la tarde ancla-
mos en el Puerto de La Guaira (...) La Guaira es una plaza
fuerte costera y tiene a lo largo de la costa y sólido muro
con troneras, bastiones y cosas por el estilo (...) el desem-
barco en el muelle es muy arriesgado y peligroso; como
casi siempre hay un fuerte oleaje ningún bote puede arri-
marse y mantenerse fijo porque entonces sufriría daños;
por lo tanto para desembarcar se utilizan preferiblemente

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los botes locales”.

Preparativos para el recibimiento


de los restos del Libertador
Día 5 de noviembre de 1842: “Hace algunos días salió
de Puerto Cabello el barco La Constitución para reunirse
en la Guaira con los demás y llevar los restos de Bolívar de
Santa Marta a Caracas (...) Longien, almirante de Vene-
zuela y comandante de la escuadra de Santa Marta, se
adelantó con otros barcos con el Constitución; llegó aquí
contra todas las instrucciones, en lugar de permanecer
en Los Roques el tiempo acordado, sólo para mostrar 47
que el Constitución es un buen navío; el bergantín inglés
que llegó junto con nosotros lo buscó pero no lo encontró,
había tenido que regresar rápidamente a Los Roques,
porque todavía faltaba mucho para que los preparativos
en La Guaira estuvieran listos, y cuando yo llegué, la mili-
cia estaba ejercitándose por todas partes, lo que se veía
bastante cómico ya que todos eran voluntarios”.

Rumbo a Caracas
Día 5 de diciembre de 1842: “Desayunamos muy bien
en una posada, llamada La Venta, y luego llegamos a la
parte más plana del camino, conocida como La Cumbre,
desde donde uno tiene antesala Caracas, magnífica en
medio del valle. Es muy grande, pero, por desgracia (...)
está llena de ruinas del terremoto de 1812 (...) en ese paseo
tuve la suerte de ver mis primeros indios, era un grupo de 8
hombres y una mujer. Iban desnudos, sólo tenían encima
un taparrabo azul, bultos en la espalda, arco y flechas en
las manos y un gorro de paja. Su color era cobrizo oscuro
(...) es muy raro que uno consiga verlos por aquí; habían
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estado en Caracas para reclamar tierras”.

“...mujeres adornadas con mantillas


y fantasías”
Día 17 de diciembre de 1842: “...fui a las montañas y
cerca de Macuto llegué a un pueblo, el cual, con excep-
48 ción de una iglesia en ruinas, se veía totalmente como
se debe ver un poblado indígena: puras chozas de caña,
sin embargo los habitantes ya no son indios, sino que lo
encontró poblado por negros, mulatos y criollos. Todavía
me sorprende cada vez que me acerco a barracas seme-
jantes en un día de fiesta y, entonces, en lugar de los espe-
rados andrajos, que habrían armonizado muy bien, me
encuentro con hombres y mujeres engalanados, en trajes
deslumbrantemente blancos, y las mujeres adornadas
con mantillas y fantasías, entre ellas algunas descalzas y
otras con coloridos zapatos de seda”.

Una comida en Cumaná


Día 6 de junio de 1843: “El alcalde nos invitó a desayu-
nar en una pequeña finca situada cerca del Manzanares,
más arriba de la ciudad y a una hora de distancia. Como

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era el primer día de vacaciones de Pentecostés encontra-
mos muchos vecinos de la ciudad afuera de la casa, todos
invitados del alcalde. La vivienda, como casi todas las de
su tipo por aquí, una barranca miserable; al lado había
un caney grande de hojas de palmera, el acostumbrado
sitio de reunión. En el grupo había varias muchachas muy
bellas, Cumaná parece especialmente rica en bellezas
de este tipo (...) afuera todo era muy alegre, hubo cantos
y bailes”.

49
Una escena cotidiana
“Al poco rato nos detuvimos en la orilla del formidable
Guarapiche. Algunos indios que encontramos ahí nos
contaron que hacía poco se había ahogado un jinete y nos
aconsejaron desmontar y atravesar a nado agarrados de
la cola de nuestras bestias (los indios llevan sus cestas y
cosas en la espalda amarradas con una tira o cinta que les
llega a la frente, se ve muy extraño)”.

Colonia Tovar: una aldea alemana


El 10 de marzo de 1844: “Se cabalga casi todo el
tiempo por una cumbre hasta que se sale del bosque y
se ve la Colonia [Tovar] por primera vez delante de uno, o
mejor dicho, debajo; una vista mas singular de lo que uno
piensa: una aldea alemana, la mayoría de cuyas casas, al
menos desde la lejanía, luce como las casas de techos de
paja de nuestros campesinos, aunque aquí son techos
de palma (...) las más majestuosas montañas como fondo
y contorno (desde aquí se ve también la Silla de Cara-
cas), todas cubiertas de selva virgen (...) la Colonia Tovar
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

cuenta con 80 casas, una iglesia, una posada, una tienda


donde hay casi de todo, casas de alquiler, escuela, están
en construcción un molino y un aserradero”.

Los guajiros, gente indómita


Día 13 de octubre de 1844: “Aquí en la plaza del
50 mercado se debe ver con frecuencia a los guajiros que se
destacan por su elegantes adornos de plumas y su aire
guerrero. La Guajira (península en el Golfo de Maracaibo)
siempre se ha mantenido independiente, ni siquiera los
españoles pudieron someterla. Nueva Granada y Vene-
zuela trazaron sus límites cortando la tierra de los guaji-
ros, pero en realidad ni una ni otra pueden dar orden allí.
Los guajiros tienen diferentes jefes llamados caciques;
antes eran vecinos belicosos, pero últimamente se
comportan muy pacíficos con la República y pelean más
entre ellos”.

Fiesta de toros en Mérida


Día 4 de enero de 1845: “En Mérida las festividades
se prolongaban; bailes, maromas; los tres Reyes Magos
pasaron por las calles a caballo, pastores indios con

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tambores y un clarinete terrible atronaba noche y día
por todos lados; máscaras, procesiones y finalmente
tres días de corridas de toros. Los toros fueron condu-
cidos con música y un gran séquito a caballo, la plaza
estaba cercada y rodeada (…) toda Mérida estaba ahí.
Lamentablemente varias personas resultaron heridas y
uno murió”.

La Cueva del Guácharo


1843: “...el 9 de agosto visitamos la Cueva del Guácharo
cerca de Caripe…como el camino hasta allá es atroz (…)
montamos ahí nuestra morada por ocho días. La cueva es 51
lo más bello que he visto hasta ahora y nada más quisiera
que mis dibujos lo demostrara”.

PARA SEGUIR LEYENDO...


• Boulton, Alfredo. Historia de la pintura en Venezuela. Época nacional. Caracas,
Ernesto Armitano Editor. 1964.
• Bellermann, Ferdinand. Diarios venezolanos 1842-1845. Caracas, Galería de Arte
Nacional, 2007.
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52
PÁL ROSTI: LAS FOTOGRAFÍAS DE UN
VIAJERO DEL SIGLO XIX
Claudio Garau

Pál Rosti, Pest 21/11/1830-Budapest 7/12/1874

L
a juventud de Rosti fue activa. Al ser miembro de
la nobleza húngara, tuvo una educación diversa:
ciencia, música, botánica y deporte. Igualmente, su
espíritu nacionalista supo muy pronto de la persecución
política al integrar, junto a parientes y a la intelectualidad
del país, las luchas reformistas a fines de los años 40 en
contra de los Austrias. Cuando es vencido su bando, se
exiliará en Munich donde estudia química. Una vez en
París, amplía sus conocimientos en geología, estenogra-
fía y fotografía. Con esta preparación es que comienza,

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en 1856, su aventura por América. Al volver a Hungría, en
1859, se ocupará de la promoción de actividades depor-
tivas y culturales. Por su obra, producto de los viajes, es
incorporado a la Academia Húngara en 1862. Rosti, con
una salud quebrantada, dedicará sus últimos años de
vida al cultivo de rosas y a la contemplación.

El 20 de marzo de 1857, el húngaro Pál Rosti arriba a


La Guaira procedente de EE UU y Cuba. De esta manera
daría comienzo a su estadía de cinco meses en territorio
venezolano, en los que visitaría Caracas, Villa de Cura,
Chaguaramas, Cabruta, Ciudad Bolívar (a la que llegaría 53
por el río Orinoco) para luego dirigirse hacia la isla Trini-
dad y a México. En el recorrido haría anotaciones inspira-
das en los escritos de Humboldt. En todo caso, si el erudito
alemán había apuntado en sus diarios el catastro de la
naturaleza americana que pudo conocer, las inquietudes
de Rosti contemplan seguir los pasos de éste y fijar en
fotografías el paisaje que verían sus maravillados ojos.

Para la época, la fotografía era considerada como


un soporte de gran utilidad para las ciencias, ya que
le proporcionaba al viajero un registro más fiel de su
entorno. En este sentido, el húngaro escribirá: “Según
mi parecer, para difundir el conocimiento relativo a la
Tierra casi no hay medio más eficaz que el poder ofrecer
claras imágenes” . El resultado del periplo de Rosti será
una colección de fotografías y la publicación en 1861 de su
diario Memorias de un viaje por América , en el cual incluye
agudas observaciones sobre las costumbres de la pobla-
ción venezolana: las creencias, las fiestas, la música y el
baile, la comida, el vestuario, o el ámbito de los quehace-
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

res cotidianos.

En cuanto al gobierno de turno señala: “Monagas sólo


nominalmente es Presidente Constitucional de la Repú-
blica, pues en realidad es déspota todopoderoso” . De su
colección de fotografías, Rosti nos legará las primeras
54 diez imágenes de nuestro paisaje. De su permanencia, en
su momento, se referiría con cierta melancolía: “El que ha
disfrutado una vez de los encantos del trópico, no puede
apagar en su corazón el vivo deseo de volver a ese sitio,
donde encontró tantas cosas gratas” .

Caracas, el transporte y las ruinas


del terremoto de 1812
“En Caracas nunca puede oírse el ruido de un coche,
porque el coche y la carreta son allí cosas desconocidas;
las personas andan en caballo o en mulas; las cargas y
los equipajes los hacen transportar sobre asnos o mulas.
Las calles, rectas, bastante anchas —pero que bajan en
pendiente del oriente al poniente—, fórmanlas casas de
ladrillos de una sola planta, con techos de tejas termina-
dos en alero. Todas las casas son nuevas; las viejas están

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casi desmoronadas o yacen entre ruinas.

Caracas ubicada en su hermoso valle y con su agra-
dable y templado clima, que a lo largo de todo el año es
bastante uniforme y muestra sólo pequeñas variaciones
de temperatura—, permite el cultivo de la mayoría de las
plantas de la zona tórrida. Así, cultivan allí con buenos
resultados la caña de azúcar”.

Mercado principal de Caracas


“El verdadero mercado está cercado y alrededor se
levantan puestos techados con toldos, donde venden 55
cuentas de vidrio, cintas, sedas, telas de lienzo, cuchillos,
rosarios, retratos de santos, etc. En otros puestos tienen
carne, bien sea fresca —de res— o cortada en largas
tajadas —secadas al sol— llamada tasajo. La carne es
el comestible principal y más barato en Caracas. Hay
además en el mercado: pescado, que traen en asnos de
La Guaira; carne de cabra, que venden como si fuera de
carnero; aves de corral; huevos; mantequilla (de Europa
o de Norteamérica); papelón; toda clase de dulces, entre
los cuales figura el de membrillo y otro de guayaba, fruta
muy sabrosa; luego pan de harina de maíz (arepa) y
también de trigo; toda clase de pasteles preparados con
huevos, melaza y coco; otro tipo de pan, que es el casabe,
que tiene forma de enorme torta, se prepara con la raíz de
la yuca. Es el alimento preferido del pueblo”.

Domingo de Pascua
“Cañonazos, cohetes, banderas, ramas verdes, flores
y cintas, música, tiendas y la guardia de trescientos miem-
bros estableciendo el orden de las calles; el gentío aglo-
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merado en las iglesias con su ropa lo más limpia y lo más


de fiesta posible y entre él las damas de brillantes ojos, de
coqueta gracia anunciaban el Domingo de Pascua. Los
señoritos celebraban la tarde y toda la semana siguiente
con el allí acostumbrado deporte nacional, con el llamado
coleo de toros”.
56
La honradez de los arrieros
“No existiendo en Venezuela ferrocarril, ni diligencia,
ni coche correo, ni absolutamente ninguna clase de vehí-
culo, el viajero se ve obligado a trasladarse a caballo, o a
lomo de mula o de asno. El que no tiene tales animales, lo
mejor que puede hacer es contratar a un arriero (…) Los
arrieros que llegan a Caracas son en su mayor parte del
valle de Aragua, de donde llevan el café, el maíz, etc., y
luego regresan, sin carga o llevando mercancías. En su
mayoría son hombres decentes y laboriosos, en los que se
puede confiar”.

Aragua: el paraíso venezolano


“El valle de Aragua es el paraíso de Venezuela; encon-
tramos aquí pueblos y aldeas más a menudo que en cual-

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


quier otro lugar de la provincia; la tierra está cultivada,
numerosas plantaciones de caña elevan sus humeantes
chimeneas y los cafetales —que colindan— son verdade-
ros jardines”.

La recolección del café


“Durante la recolección se interrumpe todos los traba-
jos del campo, y todas las mujeres, muchachas y niños de
la región se unen para recoger el café. Realmente saben
despojar al hermoso arbusto de su rojo adorno con una
habilidad y una rapidez asombrosas”.
57
El trapiche
“Junto al trapiche está el alambique, o destilería de
aguardiente. La destilación del aguardiente es bastante
sencilla. Hierven el guarapo en grandes cubos abiertos y
luego lo destilan en sencillos aparatos”.

La imagen milagrosa de Turmero


“En Turmero hay una Virgen María, que encontró ente-
rrada en el bosque un hombre pobre. La llevó a su casa y
la colgó de su pared, volviéndose rico desde ese instante.
Más tarde vendió o regaló la reliquia y perdió sus bienes;
en cambio, el nuevo propietario se enriqueció. Pero luego
la imagen volvió a su antiguo dueño, que nuevamente se
transformó en un hombre de suerte y apreció más su reli-
quia. Al morir la donó a la iglesia, donde la veneran como
imagen milagrosa. Mas una vez al año desaparece y se
esconde bajo la tierra del bosque, de donde la rescata una
procesión de sacerdotes. La gente come pequeñas canti-
dades de la tierra donde estuvo la Virgen y eso la cura de
toda clase de males. Por eso vienen los enfermos de leja-
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

nas regiones a tomarse el remedio”.

Una fiesta en Cagua


“En un rincón estaba la orquesta, es decir, un arpa
desafinada, que acompañaba un negro con su canto, o
mejor con gritos recitados, mientras otro hacía sonar las
58 maracas. Saben hacer sonar este instrumento, único
en su género, con singular habilidad y según diferentes
ritmos. Existen diversos bailes; hay una especie de vals
muy lento; asimismo, hay otro más lento. Intervienen en él
cuatro parejas, al terminar el verso los cuatro bailarines se
retiran y las cuatro muchachas escogen nuevas parejas,
tirándoles el pañuelo, si los tienen. Al terminar nueva-
mente el verso, son las bailarinas las que se alejan y los
hombres son los que escogen pareja”.

La vestimenta del llanero


“Iba calzado con sandalias y cubría sus piernas un
ancho pantalón de cuero, de extremos abiertos. Comple-
taban su vestimenta la camisa, un rústico sombrero de
paja y la cobija, terciada al hombro. La cobija no es más
que una manta de pelo corto y medianamente burda, que

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en parte es de azul oscuro y en parte de un rojo claro. La
cobija y el peón llanero son fieles compañeros. Se utiliza
sobre todo contra la lluvia, pero sirve de manta en las
noches frescas y de cama a falta de chinchorro”.

La arepa
“Esta es un pan de harina de maíz. Cocinan el maíz
maduro y lo trituran en grandes pilones. Esta es la ocupa-
ción habitual de las mujeres, y si una visita a la otra, por
cortesía toma el pilón. Echan el maíz pilado sobre una
piedra ancha e inclinada, y valiéndose de otra piedra
plana lo convierten en harina, de la que amasan unos 59
pastelitos del tamaño de los panecillos, que hornean
ligeramente”.

Quince hijos no es cosa rara


“En esta región en general son frecuentes las proles
numerosas. Es corriente tener ocho o nueve hijos y quince
no es cosa rara. Sucede que las mujeres se casan muy
jóvenes, entre los trece y los dieciséis años. Una doncella
de dieciocho o diecinueve años ya es una solterona”.

El Samán de Güere
“El árbol tiene gran fama y es muy respetado en toda
Venezuela, lo cuidan con esmero y el pueblo tiene vene-
ración por él. Parece que ya los primeros conquistadores
españoles que se establecieron aquí, lo hallaron en el
mismo estado actual. Por lo menos desde que lo vienen
observando, no ha cambiado ni en que lo que se refiere
a la altura, ni en lo que respecta al grosor. El retrato de
este famoso árbol quedó bastante bien y tuve el honor de
donarlo al Museo Nacional, en la página 15 de de mi colec-
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

ción fotográfica. El 1° de noviembre de 1858 tuve la gran


suerte de poder entregarle personalmente —a modo
de homenaje— a Alejandro de Humboldt la copia de mi
mencionada colección”.

60
Las míseras chozas y el Catuche
“Bajo la luna llena —que en aquel clima es particu-
larmente encantadora— el follaje, las ruinas encubier-
tas por la sombra de las plantas de la zona tórrida y las
míseras chozas. Este efecto pintoresco lo acrecienta la
quebrada de Catuche —ancha e irregular— llevando en
su cauce el arroyuelo Catuche, que corre a través de toda
la ciudad de norte a sur”.

San Juan de Los Morros


“Hacia mediodía llegué a la localidad de San Juan,
cuyos peñones son visibles desde lejos y semejan gigan-
tescos muros. Los dos morros son de piedra caliza, negra
y compacta, y se elevan desde la cima de dos pequeñas
colinas, anchas y verdes”.

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


PARA SEGUIR LEYENDO...
• Dorronsoro, Josune. Pál Rosti: una visión de América Latina (Cuba, Venezuela y
México). Caracas, GAN, 1983.
• Pino Iturrieta, Elías. La mirada del otro. Viajeros extranjeros en la Venezuela del
siglo XIX. Caracas, Fundación Bigott, 1992.
• Rosti, Pál. Memorias de un viaje por América. Caracas, Fundación para la Promo-
ción Cultural de Venezuela, 1988.

61
AUGUSTE MORISOT: UNA VISIÓN DE
LOS INDÍGENAS DEL ORINOCO EN EL
SIGLO XIX
Claudio Garau

Auguste Morisot
(Seurre, Francia, 1857-Bruselas, Bélgica, 1951)

E
ste artista de origen humilde tendría una difícil
infancia, y muy joven se trasladará a París, donde
estaba residenciado su hermano Louis. Allí traba-
jará en el negocio de la seda y se influenciará, debido a los
círculos que frecuenta su hermano, por las ideas anar-
quistas que lo harán un librepensador. Visitará Inglate-
rra y aprenderá el idioma de ese país. En 1880, volverá a
la ciudad de Lyon y entrará a la Escuela de Bellas Artes.

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Pronto comenzará a acudir a los ambientes artísticos, en
los cuales conoce a la hija de un importante empresario
apellidado Page. Morisot se decidirá a viajar al trópico,
entre otras cosas, buscando la fortuna necesaria para
contraer matrimonio con Pauline Page. Sin embargo, la
suerte le será adversa, y Jean Chaffanjon, quien lo había
incluido en la expedición al Orinoco, prácticamente
desconocerá su participación en la aventura. Auguste,
su regreso a Francia se dedicará, luego de casarse con
Pauline, a la docencia y la pintura hasta su muerte a los 95
años. Su diario de viajes sólo verá la imprenta de manera
fragmentaria desde 1939. 63
El pintor Auguste Morisot acompañaría en los años
1886-87 al conocido explorador y naturalista Jean
Chaffanjon en un viaje que pretendía descubrir las fuen-
tes del río Orinoco. En todo caso, Auguste se embarca al
trópico con la intención de adquirir experiencia, fama y
fortuna. Consumado artista, había sido contratado para
realizar ilustraciones de la gente, la flora y la fauna, las
cuales servirían para un libro científico. En la expedición
llegó a producir, aparte del material de encargo, por lo
menos 450 piezas entre dibujos, acuarelas, monotipos
y óleos.
Junto a las imágenes llevaría un diario de viajes que
fue escribiendo con esmero y un especial talento narra-
tivo. En esta suerte de cuadernos de bitácora, ante la
sorpresa y el deslumbramiento, va dejándose maravillar
por la naturaleza agreste y por los indígenas que conoce
a su paso, a quienes con detalle describirá en su hábitat,
destacando en éstos el valor, la inteligencia y sus costum-
bres cotidianas, entre otras muchas características.
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

Un cementerio
“Al oeste de Atures, entre este pueblo y el Orinoco,
Punta del Cerro posee también una excavación bajo la
roca que sirvió de osario a los indios Imos, fuerte tribu,
hace tiempo aplastada por las tribus vecinas coaliga-
das que ésta oprimía. Allí, ningún esqueleto expuesto,
64 ni atado, ni plegado en catumares, sólo vasijas, urnas
funerarias, unas sobre las otras; entre los pedazos, algu-
nas osamentas regadas provenientes de las urnas. La
mayoría de las urnas fueron rotas por las aguas de lluvia
que se precipitan en torrentes por las fisuras. Algunas se
salvaron de milagro —tienen incluso sus tapas con una
curiosa asa en forma de animal—, éstas contienen intac-
tas las osamentas, últimos restos de los Imos. Las urnas
son de contornos simples y bellas proporciones. Las más
grandes están decoradas por una greca pura”.

La libertad, el don más preciado


“Para el indio la libertad es el don más preciado; si es
constreñido se somete en apariencia; pero, triste, taci-
turno, no piensa más que en los medios y la oportunidad
de escapar. Sólo le importa su libertad. Sacrifica todo por

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


su libertad, incluso lo que se le debe, su retribución”.

Cerro Pintado
“...la masa rocosa del cerro Pintado se erige frente
a nosotros. Montaña de un solo bloque de granito que
se eleva perpendicularmente a más de cien metros por
encima de los árboles circunvecinos. Excepto algunas
hondonadas donde crecen unos arbustos, este flanco
es liso, descubierto, y en este amplio plano vertical están
grabadas inscripciones colosales, peculiares, bien
proporcionadas con el gigantesco afiche que decoran y
asombrosas por su audacia y trabajo”. 65
“Cuando hablan del cerro Pintado, los indios preten-
den que sus ancestros llegaron en curiara a la punta de
este bloque granítico, cuando las aguas cubrían todas las
llanuras y aún no se había formado el lecho del Orinoco.
Las inscripciones de esta montaña de granito se remon-
tarían, entonces, según sus creencias, a varios miles
de años”.

La boa según los indígenas


“Según los indios, cuando una boa captura una presa
grande —un venado, por ejemplo—, la asfixia enrollán-
dola con sus poderosos anillos, como una liana alrededor
de un tronco. Luego, con unas fortísimas contracciones
de sus terribles anillos, verdaderos tornos, le tritura los
huesos, le macera el cuerpo, la estira, la alarga, impreg-
nándola de baba. Repite este abrazo hasta que su víctima
no es más que un alargado haz palpitante, pegajoso,
proporcionado a su tamaño y lista para ser engullida.
Entonces, acostada frente al extremo posterior de su
presa, se da a la tarea de tragársela poco a poco, como
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

una funda donde se mete un paraguas”.

Nada los arredra


“Estoy con nueve hombres que se construyen cada
uno un ranchito para protegerse de la lluvia. Dos indios
me fabrican a mí uno muy cómodo encima de mi chin-
66 chorro. Es siempre el mismo techo de anchas hojas de
platanilla: techo de forma redondeada sostenido por
cuatro estacas. Son muy prácticos y se hacen en unos
pocos momentos. Además, estos indios son muy hábiles,
conocen tan bien la selva, que nada los arredra”.

Un capitán maquiritare y su bella nieta


“Otra vez una parada en la choza de un capitán maqui-
ritare. Un indio muy amable, que habla bastante bien el
español, nos da valiosas informaciones. Cada vez que
mueve la cabeza, unos largos pendientes hechos de plata
martillada y cortada en triángulos se balancean con un
ligero tintineo. Su nieta, casi una muchacha ya, acaba de
vestirse con una túnica roja, corta, de un efecto muy artís-
tico. (Cuando llegamos, las mujeres y las niñas estaban
desnudas con un simple taparrabo decorado de perlas.)

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Este ligero drapeado, digno de una estatua griega, sujeto
en el hombro izquierdo después de pasar bajo el brazo,
dejaba al descubierto dos bonitos brazos y el fino cuello
destacado por collares de perlas azules. Unas pulseras
de perlas del mismo color indican debajo de las rodillas
el lugar de las ligas, y otras cadenas o más bien cintas de
perlas blancas de diez centímetros de ancho adornan
los tobillos”.

Todos conducen
“Aquí, las indias, sobre todo las banivas, reman y
empuñan el timón como los hombres. Aún más, en varias 67
chozas en donde no hay sino un indio y su mujer, se turnan
para remar. Desde la infancia, tanto las muchachas como
los muchachos tienen buen pie en una curiarita en cuanto
a mí me cuesta mucho mantener el equilibrio”.

Un teatro indígena
“Un viaje contado por un indio o un mestizo es tan inte-
resante de ver como de escuchar: su mímica, los gestos
que subrayan la acción, son de lo más expresivos. No hay
necesidad de escuchar lo que dicen para entenderlo:
con sólo mirar la mano o las manos del que cuenta, uno
sabe cuándo está escalando una montaña rocosa, si está
entrando en la selva, atravesando una sabana o un río.
Con la mirada, uno hace el viaje junto con él”.

Los movimientos artísticos


“Unas trabajadoras indias traídas para la ocasión
recolectan los pescados en unas grandes guapas
(bandejas); la cosecha fue muy abundante. Una de ellas,
a pleno sol, lucía resplandeciente: surgiendo del agua, se
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

destacaba luminosa contra el fondo sombrío del bosque,


su traje blanco drapeaba artísticamente y, a pesar de los
muchos volantes de la falda, marcaba todos sus movi-
mientos y dibujaba admirablemente las formas de su
cuerpo flexible”.

68
Las inscripciones de la isla Boca del Infierno
“Nos embarcamos en la pequeña curiara y llevamos
tres de los hombres de la tripulación. La travesía hasta la
isla es peligrosa: rápidos en el río, rocas y muchos remo-
linos. La isla está rodeada de bosques y en el interior hay
llanuras de juncos por todos lados, chaparros y rocas
redondas muy parecidas a las de las llanuras de La Mari-
quita y Santa Rita. En varias de estas rocas lisas y redon-
deadas hay algunas inscripciones indias. Hago un calco
de los dibujos; es probable que un pueblo indio haya vivido
en el lugar, ya que es el punto culminante de la isla”.

Atardecer a orillas del río Atabapo


“Es en ese momento cuando la vista resulta más
impresionante. Contra un cielo en llamas que se fusiona

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con un río de oro, se destaca sobre la cresta azul oscuro
de la roca la pintoresca silueta del campamento con sus
mantas y tiras de tela de colores vivos sostenidas por
largas pértigas y elegantes palmas entrecruzadas. Con
sus largos camisones, vestidos de múltiples colores,
algunas indias cuecen el sancocho, merodean por el
campamento o se ponen de cuclillas con poses muy artís-
ticas. Un humo blanco transparente se alza hacia el oro
del cielo”.

69
Los gigantes de Atures
“Si los primeros egipcios nos petrifican de admiración
frente a sus trabajos de gigante, los indios Atures tienen
también aquí un monumento imperecedero que mues-
tra a nuestros ojos asombrados cómo un pueblo primi-
tivo, deseoso de transmitir sus ideas, sus creencias y sin
más guía que la naturaleza, se ha inmortalizado reprodu-
ciendo ingenuamente por un trabajo gigantesco, lo que
tenía constantemente frente a sus ojos y que impresio-
naba más su imaginación”.
“En Maipures, ranchos un poco más grandes que
los de Atures, están ocupados por unas seis familias de
mestizos e indios guahibos. Éstos pueblan varias aldeas
en el interior de la orilla izquierda entre el río Meta y el
Vichada, y acuden con frecuencia a Maipures a cambiar
yuca y cazabe por artículos manufacturados de los
mercaderes”.
Nota: Todos los textos de este artículo han sido tomados
del Diario de Auguste Morisot, 1886-1887.
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

PARA SEGUIR LEYENDO...


• Morisot, Auguste. Diario de Auguste Morisot 1886-1887. Caracas, Fundación
Cisneros-Planeta, 2002.
• Morisot, Auguste. Un pintor en el Orinoco 1886-1887. Caracas, Fundación
Cisneros-Planeta, 2002.

70
EL VIAJE ÍNTIMO DE ELISABETH GROSS
Claudio Grau

Desde Hamburgo, Alemania, Elisabeth Gross acom-
pañaría a su esposo, alto funcionario de la Casa Comer-
cial Blohm & Co., a la ciudad de Maracaibo de fines del
siglo XIX. La estadía se extendió por trece años, en los
cuales esta mujer aprendió poco a poco a desenvolverse,
junto a su familia, en un hábitat semi rural. Gross fue una
aprendiz aventajada que sorteó con entereza las dificul-
tades del entorno: las constantes muertes causadas por
enfermedades, la complicada vida íntima en “cuartos”
desprovistos de comodidades, o el asombro ante las
costumbres. Todo esto lo captó su fina y aguzada mirada,
situaciones que fue registrando al momento de escribirle

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a Constanza, su amiga de la juventud. En 1921, las misivas
serían reunidas bajo el título Vida alemana en la lejanía. Una
sencilla narración sobre la vida de familias alemanas en
Maracaibo y sus alrededores entre los años 1883-1896.
Este libro supone una fuente documental inigualable
para comprender el funcionamiento de las casas comer-
ciales extranjeras en el país y los aspectos imprescindi-
bles de la vida cotidiana marabina del periodo. A su vez,
contiene un insólito testimonio de la visita que realizó la
hamburguesa al Dr. Knoche en su mítica casa del cerro
Ávila.
71
La casa comercial Blohm
“Está muy cerca del agua. Es la primera a la izquierda,
viniendo desde el desembarcadero y en el primer piso,
todas sus seis ventanas o puertas dan sobre grandes
balcones. Me condujeron a un enorme salón, con ocho
grandes portones de doble hoja, pero sin ventanas. Hay
tres portones en cada una de las paredes más largas y uno
en cada una de las otras dos. Los espacios son tan gran-
des que, junto a una pared hay un piano de cola. Detrás
de este salón —y del mismo largo, que yo calculo más o
menos en 14 metros— se encuentra el comedor propia-
mente dicho. A todo lo largo solo tiene ventanas, pero
no te imagines que son como las europeas. Acá se trata
solamente de tres grandes huecos, realmente portales, a
través de los cuales podría fácilmente pasar una carreta
completamente cargada de heno. Contra el sol, el viento y
la lluvia nos protegen unos postigos verdes”.

Los “cuartos”
Son grandes ambientes con puertas que dan a los
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

balcones, con una excelente vista sobre el mar. El piso


de estos ambientes es de baldosas rojas. Solamente mi
dormitorio y el salón de recepción o “sala” tienen pisos
de madera. Las paredes están pintadas de blanco, pero
no con pintura al óleo y no hay ni que hablar del papel
tapiz. El techo es de tela blanca de algodón tensada. Pero
72 tiene hundimientos de color pardo, abusacados, como si
contuviesen agua. ¿No será que de vez en cuando tene-
mos goteras? Tenemos un techo plano que es la llamada
azotea… Desde este techo corre toda el agua de lluvia
hacia una gran cisterna y nos sirve de agua potable, ya
que el agua de mar no puede tomarse”.

La muerte y la fiebre
“El domingo antes de la partida de la señorita Müller
estábamos sentadas las tres —nosotras dos y la joven
esposa de un ingeniero de la planta eléctrica— y dos
semanas más tarde, de nuevo un día domingo, solamente
yo quedaba con vida. La señorita Müller y la joven señora
habían muerto de la fiebre. Yo pensé que me tocaría la
misma suerte. Rodolfo fue el único que pudo consolarme.
Ya otra vez me sentí igual. Un domingo, cuando todavía

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vivíamos en la casa de la ciudad, llegaron tres jóvenes
alemanes, uno de ellos empleado de nuestra firma, quien
también quería vivir con nosotros. El próximo domingo
por la mañana, ya estábamos enterrando a uno de ellos,
ese mismo día murió el segundo y el tercero se enfermó
gravemente en nuestra casa, pero pudo recuperarse.
Lamentablemente también murió hace tres semanas”.

“Vino enfermo del Interior, de un viaje de negocios.
Cuando los jóvenes llegan aquí y se sienten libres, durante
mucho tiempo no son lo suficientemente cuidadosos de
sus personas, no conocen los peligros del clima”. 73
La Guajira y sus gentes
“Cerca del Puerto de San Carlos se ve primero un
pueblo de indios construido sobre palos clavados en el
agua. Son verdaderos palafitos que constituyen su avan-
zada o puesto de guardia. Detrás está su territorio. Sola-
mente hablan su idioma indígena, tienen su cacique y son
sumamente desconfiados de los forasteros. Es muy difícil
penetrar hasta ellos. Algunos, sin embargo, han apren-
dido español y se dedican al intercambio de objetos.
Ellos vienen en sus piraguas y traen chinchorros, arcos,
flechas, pieles de tigres y los canjean por brandy, telas o
también por artículos para adornarse. Les encanta todo
lo que brilla. A veces vienen acompañados por mujeres.
Ellas vienen enrolladas en chinchorros tejidos por ellas
mismas y con las caras pintadas de rojo y azul”.

La esclavitud del indígena


“Estos niños son entregados entonces para su ense-
ñanza a las familias locales y pasan a su servicio. Aquí
no hay personal de servicio como el nuestro. Esos indios
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no pueden salir corriendo e irse, ya que, a pesar de que


está prohibido el tráfico de esclavos, ellos son propiedad
privada. La ley es burlada en el sentido que el dueño de
casa declara, ante las autoridades, haber encontrado
a un niño o una niña india en la calle y promete ejercer la
tutela en lugar del padre. Entonces el niño es inscrito bajo
74 el nombre de la casa y tiene que ser bautizado por un cura,
de modo que no sea ya más un pagano. Cuando alcanza la
edad de 17 o 18 años, se le concede la libertad”.

Todos pegaban gritos


“Cuando en el viaje de regreso nuevamente atravesa-
mos la selva, de repente se paró el tren y todos empezaron
a gritar: ¡un tigre, un tigre! Había algo sobre los rieles, que
no se movía. Pero era un niño chiquitico, que una inhu-
mana madre había colocado allí para que el tren le arro-
llara. La madre estaba en un matorral cercano escondida
para presenciar la escena. El maquinista se bajó, tomó
al niñito, quien tendría entre 4 y 5 meses, se lo devolvió a
la madre, a quien propinó fuertes bofetadas profiriendo
maldiciones. Ella empezó a vociferar y por último todos
pegaban gritos”.

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El hielo
“Desde hace poco tiempo disponemos de una fábrica
de hielo. A uno no se le permite tocarlo para que no
contraiga la fiebre. Todos los días recibimos aproximada-
mente 50 kilos de hielo, pero hasta que llega aquí se pierde
más o menos la mitad y solo se mete la otra en el refrige-
rador. Un muchacho lo trae dentro de una cobija de lana
que hecha humo, tanto como si estuviera caliente. Ahora
al menos se puede conservar un pedazo de carne asada,
de un día para otro, pues antes era imposible”.
75
El baño de Los Haticos
“Afuera en la playa una larga pasarela conduce hasta
nuestra caseta de baños. A diario estalla allí una gran
alegría y felicidad cuando me baño con mis hijos. Se usan
largos camisones de baño, hechos de tela de algodón,
que se pone muy pesada cuando se moja. Algunas veces
todo el grupo de niños escapa rápidamente escaleras
arriba, cuando por entre los postes se divisa una culebra
de agua”.

Knoche, el embalsamador de muertos


“Es un señor bastante extraño. Arriba en su jardín
tiene una tumba con su lápida, en la cual reza lo siguiente:
‘Aquí yace el doctor Knoche, nacido en tal y tal día y año —
que yo no recuerdo— y fallecido…’, esta última fecha está
en blanco. Él se sienta allí con dos hermanas que viven
con él y deja correr la imaginación acerca de lo bonito que
será cuando él descanse allí”.
“Naturalmente también tuve que subir hasta allá
arriba. Es un maravilloso pedazo de tierra con una vista
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

fabulosa sobre el puerto y el mar. ¿Qué podrá él disfrutar


de esta cuando algún día esté allá arriba en su tumba?
Luego me tomó paternalmente del brazo, me condujo
a su estudio y me dijo: ‘Ahora no se asuste, yo tengo aquí
algunos muertos con quienes convivo’. Y allá estaban
un hombre y una mujer, una niña y un trabajador, con su
76 pipa en la boca, completamente vestidos pero… eran
cadáveres. Él me los presentó: ‘Este es mi amigo fulano
de tal, esta es su señora y su hija. Y este es el jardinero de
ellos’. El señor tenía la mano dentro del bolsillo del panta-
lón, la mujer estaba sentada sobre una silla y al lado de ella
estaba la criatura, una niña pequeña. El jardinero estaba
entre dos escaparates. Ellos se habían ofrecido cuando
estaban aún con vida, para que al morir fuesen recubier-
tos con una sustancia inventada por el doctor Knoche.
Así quiere él conservarlos para la humanidad, pero no
revelará el secreto de cómo hacerlo, sino después de su
muerte. Los cadáveres me miraban tan tiernamente con
sus ojos de vidrio, que parecía como si estuvieran vivos.
No estaban encogidos, como las momias, sino bastante
rellenitos. Solamente sus barrigas estaban vacías
pues, según me contó, él había sacado las vísceras. Sin

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embargo, yo me ericé toda y no me habría gustado encon-
trarme de noche con esos muertos”.
“Él tenía además una cantidad de envases con niños
conservados en alcohol y otras cosas horribles en ese
cuarto. Me dio rabia que se hubiese atrevido a invitarme
para entrar allí”.

Llega la luz eléctrica


“Ya llegó la luz eléctrica aquí también. Cuando oscu-
reció yo la encendí era tal la claridad que, después de
una media hora, tuve que usar un gran sombrero, como
protección, dentro de las habitaciones pues me dio un 77
fuerte dolor de cabeza. La iluminación era increíble-
mente bella. Todos lucíamos completamente diferentes
que a la luz de las lámparas de petróleo”.

PARA SEGUIR LEYENDO...


• Abreu, Antonio de. “Vivencias de una hamburguesa en Maracaibo”, en Rodrí-
guez, José Ángel (comp.). Alemanes en las regiones equinocciales. Caracas, Alfadil
Ediciones/UCV, 1999.
• Gross, Elisabeth. Vida alemana en la lejanía. Una sencilla narración sobre la vida
de familias alemanas en Maracaibo y sus alrededores entre los años 1883- 1896.
Maracaibo, Asociación Humboldt Maracaibo, 1989.
• Rodríguez, José Ángel. “Los espacios marabinos de Elisabeth Gross”, en Vene-
zuela en la mirada alemana. Caracas, UCV, 2000.
LA NAVIDAD VISTA POR VIAJEROS
Osman Hernández
Willmar Rodríguez

E
n distintos momentos del siglo XIX, algunos foras-
teros recogieron nuestras celebraciones decem-
brinas. En su andar por diversas regiones estos
visitantes se toparon con el estruendo de los fuegos arti-
ficiales, probaron el sabor de la comida tradicional, se
inquietaron con los bailes y las canciones que alegraban
al pueblo y, como dato curioso, fueron testigos del patrio-
tismo que aún formaba parte de la fiesta navideña.

El rey de las tinieblas, buscapiés, triquitraques,


cohetes y escopetazos

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“Era la víspera de navidad, y en la planicie se hacían
los preparativos para los fuegos artificiales. Un vecino de
buena índole, al ver que éramos forasteros, salió espon-
táneamente en busca del señor cura, quien se apareció a
los pocos momentos, y con gran amabilidad nos condujo
a un amplio salón contiguo al templo. En él vimos a media
docena de chiquillos a cargo de un coadjutor, quien les
ensayaba una especie de diálogo o ejercicio catequís-
tico, uno de cuyos interlocutores era el Rey de las tinie-
blas disputando con no se qué ángeles o santos. En este
debate el pobre diablo había caído nuevamente en manos
79
más poderosas que las suyas, y, como era de esperarse,
salía con el rabo entre las piernas”...

“Pronto comenzaron a convertirse en audible realidad
los festivos aprestos que observamos a nuestra llegada
a Mendoza, y con tanta sonoridad y estrépito como si en
ello interviniese Lucifer en persona. Buscapiés, triquitra-
ques, cohetes, escopetazos, acompañados del clamor de
pitos y trompetas. William Duane. Viaje a la Gran Colombia
en los años 1822-1823. Caracas, INH, 1968.

Inusitado esplendor de mañana


“Cuando nos acercábamos a la casa del señor cura,
nos dimos cuenta, al escuchar instrumentos musicales,
que se estaba desarrollando alguna velada o función. Al
entrar vimos allí congregados a un grupo de vecinos y, al
parecer, a todos los muchachos de la aldea, con motivo
de la Nochebuena. El padre, después de señalarnos
asientos en un extremo de la sala, se puso a recorrerla en
todos sentidos con aire de engreída complacencia. Poco
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

después inició la obertura una orquesta formada por


arpa, violín, tres o cuatro guitarras y algunos instrumen-
tos de viento”.

“A la mañana siguiente, la misa de Navidad se celebró
con inusitado esplendor. El coro estaba formado por los
80 músicos de la noche anterior, y el sacristán, de pie en la
puerta del templo con un tizón encendido, lanzaba cohe-
tes al aire”. Richard Bache. La República de Colombia en los
años 1822-23. Caracas, INH, 1982, pp. 156-157.

Navidad en los llanos


“Para la época de Pascua me veía obligado, como ya
he dicho, a hacer una pausa en mis ocupaciones, pues
esta fiesta, como el carnaval, es el colmo del regocijo
y de alegría para los venezolanos. Todo se dispone para
las corridas de toros, bailes, bromas, peleas de gallo, con
que se acostumbra solemnizar a esta fiesta. Varios días
antes de empezar la fiesta hubo un desfile con música, y,
finalmente, fue izada una bandera, con los colores nacio-
nales de Venezuela. Todas las tardes, la gente se divertía
quemando un gran número de cohetes y buscapiés fabri-

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


cados en el lugar y con desfiles y bailes, hasta que, final-
mente, llegó la noche de Pascua”. Carlos Sachs. De los
llanos [1878]. Caracas, Conicit, 1987.

Cumaná, la fiesta perenne


“La vigilia de Navidad-Nochebuena se celebra en
toda Venezuela con mucha animación, y Cumaná es
ciudad cuyos habitantes están siempre prontos para todo
cuanto signifique fiesta. Fue mucha la gente que vino del
campo para asistir a la Misa de Gallo; en cuanto anoche-
ció, las calles presentaban un aspecto de extraordinario
movimiento. Después de las diez de la noche aumentó 81
la concurrencia con numerosos grupos de cuarenta
y cincuenta personas, entre las que se veían muchos
enmascarados que recorrían las calles de la ciudad
tocando la guitarra y cantando canciones apropiadas
a las que llaman aguinaldos. En punto de medianoche
entraron todas en las iglesias a oír la misa, después de ella
siguió la cena, en la que es rigor que figure la ayaca, espe-
cie de pastel de carne con pasas, muy caliente y cubierto
de pasta de maíz; después de la cena continuaron en un
gran número de casas y por las calles el canto, la música,
la danza y el regocijo, hasta el amanecer”. Miguel María
Lisboa. Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y
Ecuador [1866]. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1992.

Los aguinaldos son remunerados


“Durante las fiestas navideñas se cantan las llamadas
‘Aguinaldas’, canciones de navidad cuyas melodías son
monótonas, casi lastimeras y las cuales representan en
las aceras. A cada persona de una casa se le canta hala-
gando de cada uno sus buenas cualidades, tanto físicas
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

como espirituales, y como remuneración el grupo recibe


algunas monedas de cobre o en algunos casos grandes
cantidades de dinero. El grupo se compone de jóvenes
que se acercan con sonajeros, matracas, tambores y
una bandera venezolana ejecutando un ruido infernal”.
Wilhem Sievers. Venezuela. Hamburgo, L. Friederichsen &
82 Co., 1888.
PARA SEGUIR LEYENDO...
• Calzadilla, Pedro Enrique y Elías Pino Iturrieta. La mirada del otro. Viajeros extranje-
ros en la Venezuela del siglo XIX. Caracas, Fundación Bigott, 2002.
• Benedittis, Vince de. Presencia de la música en los relatos de viajeros del siglo
XIX. Caracas, UCV, v. II, 2002.

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83
LA APACIBLE MÉRIDA
DE ANTON GOERING
Carlos Marín

Anton Goering
Nacido en Schönhaide (Sajonia), en la actual Alema-
nia, el 18 de septiembre de 1836, Goering fue acuarelista,
taxidermista y explorador incansable, siguiendo segu-
ramente la tradición de científicos naturales como del
ilustre germano Alejandro de Humboldt. Fallecería en
Leipzig, al noreste del país, el 7 de diciembre de 1905.

En 1866, con treinta años, y siendo miembro de la Socie-
dad Zoológica de Londres, Anton Goering arriba a Vene-
zuela con la finalidad de estudiar la diversidad natural de

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su territorio, misión que asumía luego de haber estado
en Brasil, Uruguay y Argentina desde 1856 a 1858. Una
cosa tendría claro este viajero: el método científico, en
términos antropológicos, no debía dejar de lado el arte
como experiencia humana. Con esto en mente, recorre-
ría Carúpano, Puerto Cabello, los valles de Aragua, los
Andes y Caracas, en una estadía fructífera que se prolon-
garía hasta 1874. De esta manera, el pincel y la escritura, el
dibujo y la bitácora, tendrían como resultado el libro Vene-
zuela, el más bello país tropical, el cual sería publicado en
Leipzig entre 1892 y 1893, y de donde hemos extraído algu-
nas de sus imágenes y los escritos relacionados con “la 85
perla de la cordillera”: Mérida. Sin lugar a dudas, Goering
es una ventana a la Venezuela de la segunda mitad del
siglo XIX.

Mérida: punto de encuentro


“Nuestra entrada en Mérida al parecer causó sensa-
ción, pues las calles largas y hasta entonces desiertas, se
llenaron de curiosos que inquirían de mis acompañantes
informes sobre mi persona y el objeto de mi visita. Debido
a nuestra larga caminata, no presentábamos un aspecto
muy aseado, pero al parecer la gente no llegó a perca-
tarse de ello, porque su atención se dirigió por completo
a la carga viva que llevaban mis acémilas, formada por
monos, cuchicuchis y otros animales que había ido captu-
rando en el curso de mi viaje. Era bastante tarde cuando
nuestra ‘tropilla’ se detuvo ante la única posada del lugar,
ubicada cerca de la plaza principal y en donde fuimos
acogidos amigablemente por su dueño el coronel Rangel:
‘Gracias a Dios que estamos en Mérida, La Perla de la
Cordillera’ ”.
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

La niebla y sus postales


“Por lo que atañe a su situación, bien puede llamarse
a Mérida la ‘Perla de la Cordillera’. La ciudad posee venta-
jas que son casi imposibles de encontrar reunidas una
segunda vez en espacio tan reducido. Situada a una
altura de 1.630 m sobre el nivel del mar y dotada de un
86 clima primaveral perpetuo, ni por frío ni calor hay motivo
de queja. Además este lugar es realmente el punto crucial
de la Cordillera, porque desde aquí y en corto espacio de
tiempo igualmente se alcanzan las tierras bajas tropica-
les, que hacia lo alto, el límite de las nieves perpetuas.

Como en todas las ciudades de Venezuela, las calles
están trazadas a cordel; las casas asimismo ofrecen un
aspecto monótono y a causa de los frecuentes terremo-
tos rara vez poseen más de una planta. Hay en la ciudad
nueve Iglesias, entre las que sobresalen la catedral,
situada en la plaza más importante”.

El desenfreno del mercado


“Salvo los días feriados, solamente los lunes reina algo
de animación, motivada por el gran mercado que tiene

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


lugar en la plaza de la catedral. Es el más interesante de
Venezuela ya que se trafica con productos de los climas
más diversos. Desde las altas comarcas de cultivo se
transportan para la venta: cereales, patatas, mantequi-
lla, quesos, guisantes, coles diversas, siendo Mucuchíes,
pequeña ciudad —la más elevada de Venezuela— a unos
3.000 m sobre el nivel del mar, el principal proveedor.
Todos aquellos productos, en fin, que el clima puede dar,
se dan cita allí, junto a los que proceden de la tierra cálida,
entre los que la caña de azúcar no ocupa precisamente
el último lugar. Esta se consume en grandes cantida-
des, pues sus derivados son la base de dulces y pasteles 87
afamados en todo el país, y en cuya confección las damas
merideñas descuellan con primor”.

La cotidianidad merideña
“Los días de mercado ofrecen asimismo la oportuni-
dad de conocer las gentes circunvecinas, que trajinan
sobre mulas, bueyes o asnos sus mercancías, desde
las montañas y valles hasta aquí. Las muchachas indias
procedentes de las altas regiones montañosas, son de
tez más clara y llevan trajes oscuros de lana, adecua-
dos al rigor de su clima. Por el contrario, los indios de los
valles próximos son más morenos y se visten con trajes
ligeros de colores claros que apenas cubren las formas
del cuerpo. Entre la gente asidua al mercado halló algu-
nos mestizos que me recordaron vivamente a mi patria:
hombres y mujeres de ojos garzos y cabello rubio claro, tal
como se encuentran en los territorios del norte de Alema-
nia. De hecho puede presumirse que por sus venas corre
sangre germana. Se remonta a siglos, a la época en que
fueron enviados soldados alemanes a Coro y desde allí no
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

tardaron en extenderse por la Cordillera”.

Los infaltables helados


“Por entre el animado regateo y los tratos de compra
y venta de ciudadanos y aldeanos, las plegarias de los
‘Padres’ en la catedral se filtran a través de los portones
88 de su fachada, abiertos de par en par. La mayor parte de
los campesinos, particularmente mujeres, aprovechan la
oportunidad para asistir a la iglesia. En la esquina diago-
nalmente opuesta, hay todo lo necesario para refresco;
helados de fruta preparados con hielo natural traído
de la Sierra Nevada se ofrecen a la venta. Ya en horas de
la mañana del mismo día de mercado, comienzan los
comercios de las calles principales a llenarse de campesi-
nos, que vuelven a dejar aquí la mayor parte del dinero que
han conseguido. Por lo tanto es también el lunes el día de
mayor actividad y de beneficios para los comerciantes”.

La fiesta en procesión
“Para insistir de nuevo en la animación que reina en
los días festivos en los distintos barrios de la ciudad, voy a
describir brevemente algún festejo de la época de Pente-
costés. Estos tienen casi siempre carácter religioso, pero

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


ameno y alegre al propio tiempo. En las plazas antes las
iglesias parroquiales respectivas, desde tempranas
horas de la mañana tiene lugar inusitada agitación, espe-
cialmente el día de la procesión de Corpus Christi. Proce-
dentes de todas partes, se reúnen allí plantas bellas,
frutos y todo lo que pueda servir de adorno. La plaza se
convierte en oloroso jardín ornamental. En sus cuatro
esquinas se improvisan unos altares. De eso se encargan,
a menudo con gusto artístico, las damas jóvenes de las
mejores familias, que así nos ofrecen la oportunidad de
conocerlas. De otro modo apenas se les ve por la calle y
aún así suele ser cuando van a la Iglesia a donde acuden
vestidas con mucho recato y rebozadas”. 89
La catedral: punto de encuentro
“Sobre cada altar instalan un armazón en forma de
arco triunfal, el cual recubren con bejucos entretejidos de
diversas maneras. Luego los adornan con toda clase de
plantas y objetos. Hacia mediodía los trabajos ornamen-
tales estaban terminados. Las campanas fueron lanza-
das al vuelo y su vibrante son fue escuchado por la gente
allí congregada. Se hizo un gran silencio. Las puertas de
la iglesia se abrieron, y una procesión presidida por el alto
clero, salió solemnemente hacia el primer altar donde se
hizo una estación a fin de bendecir al pueblo que reveren-
temente esperaba de hinojos”.

“Empezó la música —casi producida sólo por guita-
rras y maracas— y con ella cundió la alegría general.
Pero también esto tuvo su fin. La plaza quedó desierta.
Los resplandecientes picachos de Sierra Nevada fueron
desapareciendo en la penumbra que siguió al breve
crepúsculo y pronto dominó en todo el más grande
silencio”.

La vida estudiantil
“En Mérida hay también una Universidad, si bien
para la vida de allí no significa gran cosa. Suelen enviar
sus jóvenes a estudiar a Caracas, en donde un alemán,
el Dr. A. Ernst, actual director del Museo Nacional, tiene
su cargo la enseñanza íntegra de las ciencias naturales.
Es un extraordinario conocedor de Venezuela y, espe-
cialmente para lo que a la flora autóctona se refiere, es
la máxima autoridad. Más de un valioso consejo debo
a sus experiencias acumuladas en el transcurso de diez
años y me sirvo de estas páginas para expresarle mi
agradecimiento”.

De los científicos venezolanos


“Aun cuando la instrucción pública en Mérida deja
mucho que desear, se pueden encontrar personas con
preparación científica. Algunas incluso han permane-
cido largo tiempo en Europa para ampliar sus conoci-
mientos, tal como el Dr. José Gabaldón al que igualmente
desde aquí doy mis efusivas gracias por sus útiles aseso-
ramientos; en muchas de mis excursiones al monte, fue
también mi compañero. Conjuntamente con Don Salva-
dor Briceño, aprendieron ambos de mí la taxidermia y
desde entonces han remitido a Europa colecciones orni-
tológicas más de una vez. Por todos los lugares que he
pasado, ha sido siempre mi norma interesar a la gente en
las bellezas naturales de su propio país”.

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


PARA SEGUIR LEYENDO...
• Pineda, Rafael. “Goering, Anton”, en Diccionario de historia de Venezuela. Cara-
cas, Fundación Polar, 1998, t. II, pp. 507-508.
• Pino Iturrieta, Elías y Pedro Enrique Calzadilla. La mirada del otro. Viajeros extran-
jeros en la Venezuela del siglo XIX. Caracas, Fundación Bigott, 1992.

91
EUGENE HERMANN PLUMACHER Y EL
GRAN ESTADO FALCÓN-ZULIA (1881-1890)
Hancer González Sierralta

Eugene Hermann Plumacher


Nacido en Prusia y nacionalizado estadounidense,
desde 1878 fue cónsul de Estados Unidos de América en
Maracaibo, cargo que desempeñó durante 32 años. Fue
decano del Cuerpo Consular en Maracaibo, y en ciertos
momentos representó a casi todos los países europeos,
salvo Italia y Rusia: a Noruega y Suecia durante 20 años;
Turquía 12 años; Reino Unido 9 años; Francia 7 años;
Bélgica 5 años. Ocasionalmente representó a Holanda,
España, México, Dinamarca, Cuba y China. Plumacher
vivió y trabajó en Maracaibo hasta bien entrado el siglo

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XX. Residió en la quinta Miramar, en la carretera El Mila-
gro, a orillas del lago de Maracaibo. Tuvo algún interés por
la naturaleza. Obtuvo muchos animales y especies para
el Zoológico Nacional de Washington y para el Instituto
Smithsonian. Murió en Washington en 1912, dejando
descendencia en Maracaibo.

Las Memorias de Plumacher


Abarcan los años 1878 a 1890 y se conservan como
manuscrito en la Biblioteca de la Secretaría de Estado
de Tennessee (EE UU). La existencia de sus Memorias
se conoció en Maracaibo gracias a la investigación del 93
doctor Kurt Nagel von Jess y la historiadora Nilda Bermú-
dez de Cordido, del Centro de Estudios Históricos de la
Universidad del Zulia. Fueron traducidas por Josefina
Beck de Nagel y publicadas por Ciudad Solar Editores
(Maracaibo) y el Acervo Histórico del Estado Zulia en
2003.

A principios de 1883, la legislatura determinó que el
territorio conocido con el nombre de Falcón-Zulia se
llamase estado Falcón y que su capital fuese la villa de
Capatárida. Según Guzmán Blanco, Capatárida cumplía
con todos los requerimientos para ser la sede de los pode-
res. En 1889, el poblado fue visitado por el cónsul de Esta-
dos Unidos de Norteamérica en Maracaibo, Eugene H.
Plumacher, quien en sus Memorias realizó una descrip-
ción pormenorizada del viaje. Anotaría: “la designación
de Capatárida como capital, un sitio insignificante e
inadecuado, casi inaccesible por agua o por tierra, era un
acto arbitrario y despótico”.
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

Los cambios territoriales del guzmancismo


Antonio Guzmán Blanco gobernó el país entre 1870
y 1888 y fue uno de los mandatarios más polémicos e
importantes del siglo XIX, por crear las condiciones que
permitirían adelantar el afianzamiento del Estado Nacio-
nal liberal, al iniciar y practicar medidas destinadas a la
94 modernización y centralización política y fiscal del país.
Las transformaciones político-territoriales en la Vene-
zuela del último cuarto del siglo XIX tienen un capítulo
muy particular con la promulgación de la Constitución
de 1881, que redujo los 20 estados establecidos por la
Carta Magna de 1864 a nueve grandes unidades político-
administrativas, producto de las ideas centralizadoras
del Ilustre Americano. Un caso particular entre los territo-
rios ampliados fue el de Falcón-Zulia, por ser el último en
integrarse y el único en hacerlo por un pacto de élites polí-
ticas locales. Guzmán Blanco aprobó, el 4 de septiembre
de 1881, el tratado de unión y nombró para la presidencia
provisional al ciudadano Benito Figueredo. Las élites polí-
ticas se reunieron en Asamblea Constituyente estadal,
la cual, entre sus muchos planteamientos, decretó como
capital judicial fija la ciudad de Maracaibo y como capita-

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les políticas a las ciudades de Coro y Maracaibo, alternán-
dose por períodos de dos años.

Posteriormente, el 19 de enero de 1883, la legislatura
determinó que el territorio conocido con el nombre de
Falcón-Zulia se llamase estado Falcón y que tuviese por
capital la villa de Capatárida, donde residirían los poderes
públicos. Todo indica que el cambio radical de opinión de
los políticos por el establecimiento de la población como
capital, y el nombre, se debió a las presiones de Guzmán
Blanco, quien en una carta al general Pedro Torres se
pronunciaba en contra de esperar que se construyeran 95
edificios necesarios para trasladar el gobierno a la villa,
y se dejase la capital rotativa por más tiempo. Según él
Capatárida cumplía con todos los requerimientos para
ser la sede de los poderes, aunque tuviera poca pobla-
ción, escasas habitaciones y algunas estrecheces.

El diplomático visita la villa de Capatárida


En 1889 el poblado fue visitado por el cónsul de Esta-
dos Unidos de Norteamérica en Maracaibo, Eugene H.
Plumacher, quien en sus Memorias realizó una descrip-
ción pormenorizada del viaje. Partió vía marítima desde
Maracaibo, pues por tierra hubiera cabalgado entre tres
y cuatro días por una carretera arenosa, “...expuesto
constantemente a nubes de polvo y a un sol ardiente que
hacía más difícil el transitar por lo escaso de árboles gran-
des para la sombra...”. No sabía el cónsul que por mar la
cuestión iba a ser peor, pues pasó tres días intentando
desembarcar sin éxito, porque el poblado no contaba
con un muelle. Expresó: “Pasábamos unas noches horri-
bles, acostados sobre la cubierta húmeda, insultando a
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

Guzmán Blanco por haber nombrado un sitio tan inacce-


sible como capital del estado, y condenando el servilismo
de la gente al someterse a semejante interferencia ilegal
al derecho constitucional que le permitía al estado poder
seleccionar su propia capital”.
Plumacher alude a la poca oposición de las élites de
96 ambas secciones por el cambio de capital. Recordemos
que el pacto de unión le daba la posibilidad a Guzmán
Blanco de elegir la capital en caso de empate en las vota-
ciones en la legislatura. Después del trauma del viaje y
desembarco, el diplomático pudo llegar a tierra, para
luego cabalgar y llegar a un pequeño conjunto de casas
alrededor de una plaza que tenía un kiosco musical en el
centro, a un lado había una iglesia “...de dimensiones tan
pequeñas que mi caballo guajiro casi la hubiera tumbado
a galope. Esta era Capatárida, la futura Washington...”,
ironiza el diplomático.
Plumacher afirma que a quienes conocían Mara-
caibo y Coro, ambas con edificios públicos hermosos, un
comercio floreciente y facilidades de acceso, les parece-
ría muy ridículo que se nombrara capital del estado a un
pueblo desértico y casi desconocido. Expresó además
que “...Guzmán Blanco había cometido un acto diabó-
lico al robarle a los dos estados la autonomía (…) y que la
designación de Capatárida como capital, un sitio insig-
nificante e inadecuado, casi inaccesible por agua o por
tierra, era un acto arbitrario y despótico...”.
Algunos datos presentados por el geohistoriador
Pedro Cunil Grau permiten observar otra visión sobre
Capatárida: contaba para 1881 con 3 mil 358 habitantes,
una posición favorable en las riberas del río homónimo,
con posibilidades de cultivar maíz, yuca, algodón, tabaco
y un poco de café. Además, su cercanía al mar le permi-
tía obtener productos pesqueros, y el tráfico del camino
principal, que une los puertos de Altagracia con Coro, le
servía para el comercio. También era importante la gana-
dería de caprinos y burros en la localidad. A pesar de ello,
resultaba evidente que el poblado no contaba con los
requerimientos necesarios para ser capital de la entidad.

Las realidades se imponen en la separación


El primer gran estado en desmembrarse fue el
que unió a corianos y zulianos. El Congreso decretó la
desunión mediante la ley del 14 de abril de 1890, donde
declaraba sin efectos la normativa del 18 de mayo de 1881
y el decreto ejecutivo de 4 de septiembre de ese mismo
año, con el cual se integraron. De tal forma, el nuevo
presidente, Raimundo Andueza Palacio, decretó el 3 de
mayo la ley de separación de los estados Falcón y Zulia
para consolidar su propia base de apoyo político, muy
importante para su futuro proyecto continuista, ya que
él nombraría un presidente provisional para cada uno de
ellos, quienes durarían en sus cargos hasta que pudiesen
ser reemplazados constitucionalmente. En la normativa
se establecía que las capitales serían Coro y Maracaibo;
en cada entidad regiría la Constitución y las leyes nacio-
nales vigentes, y en lo local las reinantes para 1881. El
resto de los territorios ampliados se desintegraron entre
1898 y 1899.
PARA SEGUIR LEYENDO...
• Cunill Grau, Pedro. El país geográfico en el Guzmanato, una interpretación del
paisaje regional en el centenario del nacimiento del Libertador. Caracas, Ediciones
del Congreso de la República, 1984.
• González Sierralta, Hancer. Las discusiones de reforma territorial en Venezuela.
Unión y desintegración de los grandes estados (1881-1899). Memoria de grado
para optar al título de Magíster en Historia de Venezuela. Caracas, Universidad
Católica Andrés Bello, 2011.
• Plumacher, Eugene H. Memorias (Cónsul de USA en Maracaibo entre 1878-
1910). Maracaibo, Ciudad Solar Editores/Acervo Histórico del Estado Zulia, 2003
(traducción de Josefina Beck de Nagel).

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99
LAS VIVENCIAS
DE SIR ROBERT KER PORTER
EN VENEZUELA
Osman Hernández

Robert Ker Porter nació en Durham (Irlanda) el 26 de
abril de 1777 y vivió su infancia en Edimburgo. Realizó
estudios de pintura en la Real Academia de Pintura de
Londres, obteniendo el reconocimiento de la Real Socie-
dad de Bellas Artes. Debido a sus buenos oficios como
pintor de escenas militares fue invitado por el zar Alejan-
dro I de Rusia para realizar murales en San Petersburgo.
En esa ciudad contrae matrimonio con la princesa rusa
María Servatoff. Posteriormente, fue representante del
gobierno británico ante Venezuela, primero con el cargo
de cónsul (1825) y luego como encargado de negocios
de la corona británica en Venezuela (1835), viviendo en el
país hasta 1841. Muere a su retorno a Rusia el año de 1842.
La Caracas de 1825 dio la bienvenida a un curioso
personaje: Sir Robert Ker Porter, representante diplomá-
tico de la corona británica. Durante su estadía en el país
debió presenciar acontecimientos como el movimiento
separatista de 1826 impulsado por José Antonio Páez,
llamado la Cosiata; el apoteósico retorno de Bolívar a
nuestro país en 1827 para evitar la inminente guerra civil;
además de todo lo concerniente al proceso de desin-
tegración de la República de Colombia y los intentos de
estructuración de la nación que se produjeron durante
el primer gobierno de Páez, la presidencia de José María
Vargas —quien enfrentó la Revolución de las Refor-
mas—, la primera magistratura de Carlos Soublette y el
segundo gobierno de Páez.
El artista dejó, paralelamente, importantes testimo-
nios gráficos como los retratos de Páez y Bolívar (cuyo
paradero es hoy desconocido), algunas escenas popula-
res y la Vista panorámica de Caracas desde El Calvario de
1831. En su diario personal figuran todos los pormenores
de la vida caraqueña: fiestas, tradiciones, peleas de gallo,
vicios (de los que no escapaban sus gobernantes y minis-
tros), alegrías, miserias, en fin, todo lo que rodeaba a sus
singulares habitantes.

La Guaira: región infernal


“Oh, qué diferencia entre este horno y una hora de
viaje montaña arriba. La balsámica atmósfera de la
mañana de ayer en los alrededores del lugar de La Venta
era como el aire de la isla de Madeira, y no dudo que el
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

clima de Santiago de León de Caracas resultará de lo más


agradable tanto para el doctor C. como para mí, pues no
creo que pudiera vivir mucho tiempo en esta región infer-
nal si me viera obligado a hacer de ella mi cuartel general.
1 de noviembre de 1825”.

102
Ciudad triste
“La primera visión de la ciudad es impresionante, pero
no puedo dejar de decir que me decepcionó. Si fue así
desde lejos, como sería al ver la ruina, la desolación y la
falta de cualquier cosa que pudiera llamarse comodidad
o esperanzas de vida social al entrar más en contacto con
sus destrozados restos. Pasamos calles enteras hundi-
das y cubiertas de yerba, las casas sin techo con hermo-
sos árboles crecidos saliendo por las ventanas mohosas,
sombreando los restos enterrados de familias enteras,
cuyas paredes domésticas se habían convertido en su
mausoleo. 3 de diciembre de 1825”.

La visión eurocéntrica
“He visto muchos estados incivilizados y vivido

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muchos años entre ellos, y he descubierto que tiene
que haber cierto grado de educación (pero más parti-
cularmente moral) dentro de la masa antes de que se le
entregue la libertad o independencia. Si puedo emitir
juicio, pese al poco tiempo que llevo aquí, creo que estos
sudamericanos todavía están lejos de ese momento:
ignorantes, fanáticos, con prejuicios, insolentes, orgu-
llosos y, literalmente, carentes de la cortesía común del
salvaje. Hay que subir a las montañas entre los indios
para encontrar salvajes en estado bárbaro, pero urba-
nos, amables, modestos y hospitalarios. 31 de diciembre
de 1825”. 103
El teatro caraqueño
“Nada nuevo, salvo la inauguración de un teatrillo en
un edificio estropeado, que era anteriormente la logia
de los masones. Vinieron de La Habana tres actrices, y
se preparó este lugar. Esta noche fue la primera repre-
sentación. Se trataba de nuestra Reluxana, en la cual
tan grande fue la señora Jordan. La encantadora rubia
se cambió por una dama del nuevo mundo, una ameri-
cana, más cuando llegó a la parte en que debía volcar el
kalian de Suleiman y regañarle por fumar en presencia de
las damas, diciéndole que en su país los hombres nunca
hacían eso, en vista de que ese momento tenía pruebas
[de lo contrario] ante sus ojos y en la nariz, corrigió la aser-
ción más o menos eliminándola, en su servilismo a los
bestiales fumadores de cigarros que estaban presentes.
La cosa estuvo bastante respetable y puede que haya
divertido a los nativos. El precio de la entrada era de seis
reales, más o menos 2 chelines 10 peniques. 8 de noviem-
bre de 1827”.
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

La Cosiata
“Fui a ver al intendente a las 10 de la mañana para saber
si los informes que llegaron ayer tenían fundamento. Me
enteré de que, en su mayoría, eran totalmente ciertos,
pero dijo que aún no había tenido información en cuanto
a la separación de Bogotá, aunque pensaba que era muy
104 probable.
4 de mayo de 1826”.
“Esta mañana vi a los generales Páez y Mariño. Le
pedía aquel que me diera, firmada por él, la seguridad
que me había dado oralmente el domingo por la noche,
de que las leyes de la República existentes, así como las
personas que actualmente estaban empleadas bajo su
protección, continuarían vigentes y en su puesto hasta la
llegada de Bolívar como árbitro y mediador en los asun-
tos actuales. Y también le pedí que agregase al citado
documento una seguridad adicional, de que los súbditos,
en particular los de Su Majestad Británica, serían prote-
gidos, tanto en su persona como en sus propiedades; y
yo enviaría dicho documento al ministro de Su Majestad
para Relaciones Exteriores. 24 de mayo de 1826”.

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El regreso del Libertador
“Nunca había presenciado un cambio tan repentino
en una ciudad en toda mi vida. Las calles, que antes esta-
ban desiertas, se colmaron de gente de todas las clases;
las caras, antes tristes y desanimadas, se llenaron de
sonrisas y vida. El nombre de Bolívar corría de boca en
boca, ¡no como el de Bonaparte en Europa, sino como el
de un padre, un amigo guardián, genio de su felicidad,
prosperidad y paz! Se encendieron fogatas, fuegos arti-
ficiales y se oyeron vivas a Bolívar y a Páez hasta una hora
después de la hora militar. 3 de enero de 1827”.
105
“Cerca de las dos se anunció que Bolívar ya no estaba
muy lejos. Antes lo habían recibido los extranjeros, y el
portavoz se dirigió a él a su llegada, y él le respondió de la
manera más lisonjera hacia los europeos (…) Un carruaje
pequeño tirado por dos caballos, guiado, si no me equi-
voco, por un comerciante alemán, los recibió, a él y al
general Páez, ambos espléndidamente vestidos con sus
uniformes elegantes (…) Multitudes de gente regocijada,
gritando locamente ¡viva Bolívar, viva Páez, viva Colom-
bia! Disparando pistolas, escopetas, cohetes… 10 de
enero de 1827”.

El ser llanero
“Al descender el suave declive de este lugar
dominante pudimos ver vastas cantidades de ganado en
sólidas columnas, marchando hacia su lugar de reunión.
Desplazándose entre nubes de polvo y brumosos
espejismos, estas distintas masas parecían las
divisiones de algún gran ejercito (…) Mi pluma no tiene
el poder para describir la impresión que hacía, tanto en
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

la vista como en el oído, esta multitudinaria reunión de


cabezas y cuernos, bramando, mugiendo, y emitiendo
una especie de grito melancólico mixto los toros, las
vacas, los becerros y los bueyes que se encontraban
así congregados”. “Tanto el cuadro como su impresión
fueron completos cuando vi al general Páez introducirse
106 a caballo en medio de ellos. Yo estaba a su lado, y debo
confesar que hacía falta una buena dosis de coraje y
destreza para poder seguirle. La escena y la situación
eran igualmente nuevas para mí, pero mi valiente líder
me dio todo el crédito debido por mi perseverancia… 12
de noviembre de 1832”.

Los libros de viaje de Porter


Antes de pisar tierras venezolanas, este diplomático
británico viajó en campañas militares e investigaciones
arqueológicas a países como España, Suecia, Finlandia,
Persia, Babilonia Antigua, recogiendo sus impresiones,
dibujos y pinturas en varios libros: Bocetos de viajes por
Rusia y Suecia en los años 1805-1808, Cartas de Portugal y
España, Viajes por Georgia, Persia, Armenia, Babilonia Anti-
gua 1817-1820, son algunos de sus títulos.

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


PARA SEGUIR LEYENDO...
• Banko, Catalina. “Las municipalidades y el movimiento separatista venezolano.
1826 1830”, Mañongo, no 24, 2005, pp. 139-152.
• Calzadilla, Pedro Enrique. “De cómo pueden ser criollos los discursos de los
viajeros extranjeros del siglo XIX”, en José Ángel Rodríguez (comp.). Visiones del
oficio. Historiadores venezolanos del siglo XXI. Caracas, Academia Nacional de la
Historia/ Fondo Editorial de la Facultad de Humanidades y Educación-UCV, 2000.
• Porter, Sir Robert Ker. Diario de un diplomático británico en Venezuela. 1825-
1842. Caracas, Fundación Polar, 1997.

107
UN MUSIÚ ENTRE EL PUEBLO
CARAQUEÑO: CAMILLE PISSARRO
Osman Hernández

Camille Pissarro
El francés Jacob Abraham (Camille) Pissarro nació
en Charlotte Amalie, Saint Thomas (colonia caribeña
danesa), el 10 de julio de 1830. Se educó en París, donde
además cursó estudios de dibujo. Para el año de 1847
regresa a su ciudad natal para ayudar a su padre en los
negocios familiares. Posteriormente, conoce a Fritz
Melbye con quien decide trasladarse a Venezuela para
emprender una aventura artística que le tomaría dos
años. En 1855 regresa a Francia, donde se dedica total-
mente a la vida artística. Trabajó con los pintores Paul

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Cézanne y a Henri Guillaumin en 1861. Luego, conoce a
Claude Monet, Edouard Manet, Auguste Renoir y Alfred
Sisley, con quienes marcará una pauta en la pintura euro-
pea, iniciando lo que se conoció como el impresionismo.
Cabe destacar que aunque no fue un militante revolu-
cionario, sus posturas políticas se inscribían en el anar-
quismo. Finalmente, tras dejar un gran aporte al arte
europeo, muere en París el 13 de noviembre de 1903.
El pintor francés Camille Pissarro llegó a tierras vene-
zolanas en 1852, invitado y acompañado por su maestro
Sigfried Georg “Fritz” Melbye, con la idea de dedicarse al
estudio del dibujo y la pintura. De sus andanzas durante 109
dos años entre La Guaira y Caracas, nos legó unos
doscientos treinta y ocho trabajos, entre dibujos y acua-
relas, actualmente resguardados en las colecciones de
la Galería de Arte Nacional (GAN), el Museo de Bellas
Artes (MBA), el Banco Central de Venezuela (BCV) y
otras particulares. Este conjunto de obras representa un
reservorio de información para cualquier investigador o
lector interesado en la vida cotidiana popular del siglo XIX
venezolano.

La historia y sus imágenes


Tradicionalmente, la relación entre los estudios
históricos y el uso de documentos gráficos nos remite a
la historia del arte; es decir, una materia más cercana a
museógrafos, anticuarios y críticos de arte, cuyos prin-
cipales objetivos eran datar pinturas, catalogar obras,
definir corrientes artísticas y biografiar pintores. Pero
también se debe mencionar el trabajo de pioneros en el
tratamiento de imágenes, tales como los estudiosos del
Egipto antiguo, de las culturas grecorromanas, orientalis-
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

tas y arqueólogos del mundo indígena.


Del mismo modo, hay que resaltar que durante el
siglo XVII las pinturas de las catatumbas romanas fueron
usadas para estudiar el cristianismo originario, y el Tapiz
de Bayeux fue utilizado en el siglo XVIII para estudiar la
invasión normanda a Inglaterra en el siglo XI. En el mismo
110 sentido, en el siglo XIX las obras del pintor Rafael fueron
utilizadas por Jacob Burckhardt para estudiar la cultura
italiana. No debemos olvidar la obra de Aby Warburg
quien intentó realizar una historia de la cultura europea
a partir de fuentes visuales, dando pie a la creación del
Instituto Warburg, promotor destacado de este modo de
hacer historia durante el siglo XX. Para el caso americano
se debe citar la obra del historiador y sociólogo brasilero
Gilberto Freyre, quien en el siglo XX se apoyaba en testi-
monios fotográficos para sus trabajos. Pero es con los
trabajos de Francis Haskell (La historia y sus imágenes,
1993) y con la de Peter Burke (Visto y no visto . El uso de la
imagen como documento histórico, 2001), cuando aparecen
los primeros intentos de sistematizar todas estas expe-
riencias, y se propone una posible vía para el uso de la
imagen en la investigación histórica, señalando los posi-

V IAJERO S, EXPLOR AD ORE S Y O BSERVADO RES D E VE NE ZU ELA


bles riesgos y dificultades que pudiera acarrear.

Es importante dejar claro que no se trata de suplantar
unas fuentes por otras, sino de ver de qué forma podrían
complementarse: establecer cuáles silencios y ausen-
cias pueden llenar estas imágenes. Por otro lado, la
variedad de imágenes y sus posibles interpretaciones es
enorme; su lectura depende mucho de la intención origi-
nal del artista y de la función que éste le da a su obra. En
este caso específico, lo que se quiere es revisar qué hay
más allá de la destreza de un pintor, de sus trazos, de su
manejo de la iluminación, entre otras especificidades 111
estéticas. Preguntarnos, por ejemplo, ¿qué nos dicen
estas obras que otras fuentes tradicionales no sugieren?
¿Se pueden utilizar como testimonios de unas gentes que
no dejaron mayor vestigio sobre sus vidas? Es decir, ver
en qué medida se pueden añadir los dibujos y pinturas de
los viajeros decimonónicos como fuentes indispensables
para estudiar al pueblo en nuestro siglo XIX.

Los viajeros y sus registros


En general, los testimonios gráficos de los viajeros
tienen como tema la naturaleza, porque la fascinación
por Venezuela se centraba en sus paisajes, su flora, su
fauna. Es decir, era un país despoblado y deshumanizado
el que les interesaba retratar. Claro está, esto depende
de las obligaciones y los intereses de cada extranjero que
pisó nuestras tierras, ya que la mayoría eran científicos y
botánicos, cuya labor era inventariar todos los recursos
naturales para el beneficio de las potencias europeas.
Pero hubo otros que sí vieron más allá y que se empe-
ñaron en dejar evidencias visuales de sus habitantes y
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-aunque también dibujaron y pintaron caminos, carrete-


ras y paisajes-, nunca dejaron de lado la interacción entre
los seres humanos y su entorno; es decir, la manera cómo
esos personajes utilizaban ese medio para subsistir. En
este segundo grupo podemos ubicar a Camille Pissarro,
quien resulta una doble excepción: prefirió retratar más
112 a la sociedad que a la naturaleza, y se centró más en los
sectores populares que en los grupos dominantes. De
hecho, él es quizás el pintor más representativo para el
estudio de los grupos subalternos, porque se empeñó en
dibujar a todos los personajes y todas las escenas pinto-
rescas que le llamaron la atención a lo largo de su travesía.
Sin embargo, hay que tomar en cuenta la advertencia que
nos hace Burke en su libro: “...no sería prudente atribuir a
estos artistas-reporteros una «mirada inocente»...”, en el
sentido de una actitud totalmente objetiva, libre de expec-
tativas y prejuicios de todo tipo. Literal y metafóricamente,
esos estudios y pinturas reflejan un “...«punto de vista»
(…) Los historiadores que utilizan este tipo de documen-
tos no pueden ignorar la posibilidad de la propaganda
(…), o de las visiones estereotipadas del «otro»...”.

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La mirada de Pissarro
En primer lugar, es de destacar que este artista no
solo se fijó en los sectores populares de la sociedad vene-
zolana de entonces, sino que también retrató a perso-
najes de los grupos dominantes, ya que su condición de
extranjero y europeo le permitió codearse en los círculos
privilegiados de la ciudad y hasta participar en veladas y
tertulias musicales. Pero al revisar su obra se puede cons-
tatar que lo que más se repite son escenas y personajes
populares, dejando constancia del grado de interac-
ción e intimidad con los personajes y muchas escenas
113
representadas durante el itinerario que cumplió en nues-
tra ciudad capital.

En este sentido, para el estudio de la vida cotidiana
popular en un bosquejo general, son representativos
sus dibujos de plazas y mercados populares como Plaza
de Caracas con soldados y mondonguera (1853, GAN); la
Pila de la plaza de Los Capuchinos (1853, GAN); o la acuarela
Plaza mayor de Caracas (Colección La Casona), donde
se refleja todo el ajetreo propio de estos espacios de inter-
cambio comercial y de convivencia social. De la misma
forma, son muy ricas en información sus obras Cocina al
aire libre y Comida familiar (1854, BCV); e Interior de una casa
en Caruata (1853, GAN), en las que el artista logra captar
en todos sus detalles la intimidad y la atmósfera de estos
micro espacios.
Otro de los aspectos fundamentales en el trabajo
de Pissarro es su fascinación por los oficios populares
(tema que ya había trabajado en Saint Thomas, y que será
recurrente en su posterior obra europea); por ejemplo,
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podemos citar sus Estudio de aguadora (1852-1854, BCV);


Dos lavanderas (MBA, 1852-1854); Paisano, arriero y muje-
res; y su Barbero y mujer en la fuente (ambos c.1853, GAN).
Tampoco dejó de lado los momentos de ocio y diversión de los
habitantes caraqueños en Serenata (1852-1854, BCV) o en
Jugadores de cartas en Galipán (1854, BCV). Finalmente,
114 debemos mencionar dos obras peculiares: dos retratos
donde los personajes pierden su anonimato caracterís-
tico y aparecen con sus nombres, estos son Tocador de
cuatro, Bivián Patiño (1852-1854, BCV) y Prudencita (1852-
1854, MBA).

Un comentario final
Para concluir y abrir el debate, podemos decir que
Pissarro fue una especie de reportero gráfico de la Cara-
cas decimonónica, de ese pequeño mundo que cambia-
ría drásticamente con la instauración del Guzmancismo.
Pero, sobre todo, este musiú logró retratar la mirada de
ese pueblo que no suele aparecer en los grandes relatos
históricos, ni en los grandes discursos que fundaron la
nación venezolana, pero que siempre ha estado ahí, silen-
ciosamente, asomándose en la historia, buscando su

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lugar y su dignidad.

El primer maestro de Pissarro


Sigfried George “Fritz” Melbye nació en Elsinore
(Dinamarca), el 24 de agosto de 1826. Fue un paisajista que
llegó a exponer en varias ocasiones en su país. Gracias a
su condición de agente de la corona danesa logró finan-
ciar sus viajes al exterior. Estuvo en Venezuela por primera
vez en 1850 y visitó la región llanera de Calabozo. En 1852
visita la isla caribeña de Saint Thomas (colonia danesa),
donde conoce al joven Camille Pissarro y le propone viajar
a Caracas para dedicarse al estudio del dibujo y la pintura. 115
Permanece en el país hasta 1858 dejando una prolífica
obra paisajística y costumbrista. Tras años de viajes a
Europa, Norteamérica y Asia, muere el 14 de diciembre de
1896 en Shangai, China.

PARA SEGUIR LEYENDO...


• Boulton, Alfredo, Pissarro en Venezuela. Caracas, Editorial Arte, 1966.
• Burke, Peter, Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico.
Barcelona, Crítica, 2005.
• Pissarro in Venezuela. Londres, Vestey Group, 1997.
UNA JOVEN FRANCESA
ENCONTRÓ “LA FUERZA VITAL” EN EL
PAISAJE VENEZOLANO
Osman Hernández

Henry de Tallenay llegó al país en 1878, acompañado


por su familia, como encargado de negocios y Cónsul
General de Francia en Venezuela. Su hija Jenny escribiría
las impresiones que les dejaría su estancia de tres años
por estas tierras, las cuales publicaría en un libro titulado
“Souvenirs du Venezuela”, acompañado de ilustraciones
de Saint-Elme Gautier y publicado en París por la editorial
Plon en 1884.
La Venezuela que encuentra nuestra visitante fran-
cesa era gobernada por el general Linares Alcántara.

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Pero era el tiempo del Guzmancismo y de la reestructu-
ración de la nación que este llevó a cabo, por lo que abun-
dan las referencias a Antonio Guzmán Blanco en sus
anotaciones. De esta manera reconoce los adelantos en
materia de infraestructura y salubridad (paseos públi-
cos, parques, cementerios, tomas de agua potable, entre
otros) que sufrió, sobre todo, la ciudad de Caracas.

117
Jenny de Tallenay publicó en 1884 el libro
“Souvenirs du Venezuela”.
Como muchos europeos, Jenny quedó perpleja ante
el espectáculo de la naturaleza en esta tierra tropical. No
dejaba de hacer comentarios de plantas, flores, frutas,
animales e insectos que encontró en sus excursiones
a zonas más verdes a las afueras de la ciudad. Y esto se
debe a que ella no limitó su tiempo en Venezuela a estar
solo en la capital, por el contrario como ya habían hecho
otros visitantes europeos, se trasladó fuera de esta en
busca de otros paisajes y nuevas experiencias. En su
itinerario recorrió el litoral, conoció Puerto Cabello y su
Cumbre, hasta llegar a las minas de Aroa en el actual
estado Yaracuy, retornando a Caracas por la vía de Valen-
cia y Maracay.
Se debe tener en cuenta que muchas de sus aprecia-
ciones de contenido histórico y geográfico sobre Vene-
zuela están erradas, por ejemplo, cuando se refiere a la
Cordillera de la Costa como si fuera parte de la Cordillera
de Los Andes o cuando sostiene que Páez fue presidente
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

de la Gran Colombia y murió en 1848. Pero no es esta la


información más valiosa que podemos sustraer de sus
escritos. Deberíamos centrarnos en sus apreciaciones
sobre la sociedad venezolana (sobre todo caraqueña),
sus maneras, sus prejuicios, sus bondades, en fin, en la
caracterización que ella intenta hacer de la idiosincrasia
venezolana.
118
La seducción de la barbarie
Jenny de Tallenay veía en nuestro entorno natural una
presencia de la “fuerza vital” que era ajena a Europa: “Los
panoramas americanos tienen un carácter más gran-
dioso, en general, que nuestros más hermosos puntos de
vista de Europa. Sus contornos armoniosos, su aspecto
más salvaje, su conjunto más pintoresco. Se siente que el
hierro del arado, que borra poco a poco las ondulaciones
del terreno, iguala cerros, destruye las plantas vivaces
nacidas del mismo suelo, y, por consiguiente, fuertes y
vigorosas, no pasó todavía por allí. La fuerza vital se mani-
fiesta espontáneamente, y no contrariada, como en nues-
tros países, en sus desarrollos.”

El indómito llanero

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Sobre el llanero venezolano, la joven francesa hace
una descripción que mezcla lo que observa con la impre-
sión que esto causa en su propia sensibilidad: “Esta raza
de pastores es fuerte y valiente. El llanero en general está
dotado de una destreza y fuerza muy notables. Su tez es
morena oscura, su estatura poco elevada, su complexión
de las más vigorosas. Hay en él una curiosa mezcla de
sangre africana, española, india, y aún china, bastante
difícil de analizar. Enemigo encarnizado de las innovacio-
nes, sintiéndose estrecho en las ciudades, gozando de las
grandes escenas de la naturaleza, ávido de emociones
fuertes, el hombre de las llanuras es poco sociable, busca 119
la soledad, construye su choza cerca de algún grupo
de árboles, en los lugares más salvajes”. “Apasionado
por la música, descansa de las fatigas del día tocando
su guitarra, y al día siguiente llevara sus animales hacia
los horizontes lejanos de los llanos al sonido de un canto
acompasado y melancólico. Por todo traje no lleva más
que una camisa coloreada y pantalones que le llegan
a las rodillas terminados por dos anchos alones que
flotan sobre las piernas. La camisa muy vistosa, abierta
en forma de corazón sobre el pecho, está bordeada por
una ristra de gruesos granos rojos, destinados probable-
mente a llamar la atención del ganado”

Poca iniciativa privada y paternidad estatal


“… se han acostumbrado en Venezuela a esperarlo
todo del gobierno. Es él quien debe tomar la iniciativa en
todo, concebir, proyectar, ejecutar. Si pierde su prestigio,
si está discutido, los esfuerzos individuales no suplen su
carencia. Bajo los Capitanes Generales, es decir, el régi-
men severo, Caracas tuvo sus conventos e iglesias; bajo
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

el presidente Guzmán Blanco, gracias a una enérgica


concentración del poder, ha sido dotada de monumentos
civiles, paseos públicos, jardines y parques. Esta ausen-
cia de espíritu de empresa fuera del movimiento oficial,
esta inacción del individuo y su absorción en la idea colec-
tiva se observan en todas las cosas en Venezuela. Uno no
120 cree tener alguna importancia sino en la medida en que
dispone a cualquier grado que sea de una fracción de la
autoridad gubernamental. En ningún país el funciona-
rismo ha hecho tanto daño. El ensueño de la mayor parte
de los venezolanos es ocupar algún empleo público, es
decir, aproximarse a la fuente de las gracias y honores. El
indígena es inteligente, pero perezoso. Abandona a los
extranjeros los grandes negocios comerciales e indus-
triales, los trabajos que exigen conocimientos serios
y una voluntad perseverante; la suya no tiene más que
un objetivo, el de hacerse inscribir por una cantidad de
dinero cualquiera en el presupuesto nacional.”

PARA SEGUIR LEYENDO...


• Jenny de Tallenay, Recuerdos de Venezuela: apuntes de viaje. Traducción del
francés, con notas y prólogo por René L. F. Durand. Caracas, Ediciones del Ministe-
rio de Educación, Dirección de Cultura y Bellas Artes, 1954.
• Juan José Martín Frechilla y Yolanda Texera (Comp.) Así nos vieron (Cultura,

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ciencia y tecnología en Venezuela 1830-1940). Caracas, Universidad Central de
Venezuela, 2001.

121
KARL APPUN JUZGÓ DE SALVAJES
A LOS VENEZOLANOS
Noelis Moreno Peña

Venezuela, un país tropical con una variada fauna


y flora, era irresistible para cualquier naturalista del
mundo. Parte de estas tierras ya habían sido exploradas
y descritas por Alejandro Von Humboldt a finales del siglo
XVIII.
El éxito de Humboldt impulsó el financiamiento y
desarrollo de otros proyectos similares. Fue así como el
naturalista alemán Karl Ferdinand Appun consiguió el
apoyo y financiamiento de la corona prusiana −liderada
por el rey Federico Guillermo IV− para realizar sus estu-
dios en Venezuela.

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Appun llegó a Venezuela en 1849 y regresó a su país
en 1859. En ese tiempo recorrió la zona central, los llanos,
algunos puertos y el Delta del Orinoco, para recolec-
tar datos y muestras sobre la fauna, flora y la vida de los
habitantes. Esos datos los publicó en en 1871 en Under den
Tropen (En los Trópicos ), libro que da testimonio de la vida
de los venezolanos durante el mandato de los hermanos
Monagas.

Lo que come el venezolano


Appun dedicó gran parte de sus narraciones a la
alimentación de los venezolanos. Desde los productos 123
más consumidos, la presentación de los mismos y el
comercio desarrollado en las pulperías y los mercados.

Notó que los venezolanos tenían la costumbre de
lavarse las manos antes y después de comer. Y perci-
bió que había un alto consumo de carnes: “No hay sino
carne, pero preparada de muchas maneras. Carne es
la consigna del día en Venezuela, como la cerveza en
Baviera (…) Carne salada, carne frita, carne sancochada,
tres veces al día, así reza el diario menú venezolano y su
reglamento se cumple con el rigor más grande. Es pues
muy cierto que un venezolano de nacimiento apenas
podría vivir o, por lo menos, creería frustrada su existencia
sin el diario sancocho y los plátanos asados.”

Se trataba de un alimento que lo impresionó desde su
llegada: “Especial extrañeza me causaron largas y delga-
das tiras negras, secas y duras que colgaban de palos, en
grandes cantidades, como correas de cuero. Al averiguar
supe con sorpresa que estas cosas de cuero eran “carne
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seca” (…) Debo decir que la primera impresión que me


causó fue ciertamente bastante mala, a lo cual contribuía
en especial un olor todo menos agradable.”
Appun también observó que que acá no se podía
cultivar trigo a gran escala. Por esta razón, los habitan-
tes tenían su propio pan, elaborado tradicionalmente
124 con maíz o yuca; las famosas arepas y el casabe: “…
Esas torticas, llamadas arepas, son muy sabrosas si se
las come calientes y, además, muy nutritivas y al lado del
cazabe son el pan común de los venezolanos...”.

El ojo del viajero “decente”


Los venezolanos eran físicamente muy diferentes y
sus costumbres estaban algo alejadas de la cosmovisión
de los europeos. Appun, hombre de su época, chocó
culturalmente con los habitantes de estas tierras. A su
paso por el río San Esteban, se encontró con un grupo de
negras que estaban lavando en la orilla. Él quería bañarse,
pero se intimidó al ver ese grupo de mujeres bellas y prefi-
rió no “exponerse” a la mirada de aquellas. Para evitar ese
bochornoso momento se le ocurrió dirigirse a un lugar
más discreto pero se llevó una gran sorpresa: “En vista del

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negro ejército de ocupación establecido en el río, se me
hacia difícil encontrar un lago apto para bañarme (...) me
retiré a un espeso matorral de alta caña brava con hojas
de abanico, que (...) me ofrecía un escondite perfecto. Al
desvestirme lentamente admiré las iguanas de varios
pies de largo, que corrían por las ramas de los bucares
(…) Entonces me eché al agua tibia. Desgraciadamente,
el goce del baño no iba a durar mucho tiempo, pues
apenas estaba dentro del agua, cuando oí a mi lado, entre
las cañas, un fuerte crujido y poco después un cuerpo
pesado que caía al agua. Salí de prisa, mirando hacia el
cercano lugar del río donde el objeto de mi espanto había 125
desaparecido. En breve surgió por encima del nivel del
agua la cabeza armada de un caimán, provista de una
larga jeta, que pertenecía a la especie, inofensiva para el
hombre, conocida allí con el nombre de “baba”.

Appun señala que “...como en aquel entonces no sabía
aún nada de su carácter inofensivo, ni tampoco quería
esperar a convencerme si era peligroso para el hombre o
no, recogí a toda prisa mi ropa y corrí con la mayor veloci-
dad, en riguroso traje de Adán, ante el júbilo de las fata-
les mujeres negras, al otro lado del río. Allí, detrás de un
grupo de higueras paradisíacas que, hace algunos miles
de años habían sacado de un apuro semejante al viejo
Adán, volví a transformarme en un europeo decente”.

La de Appun a veces era una mirada científica y otras
las de un aléman acostumbrado a otras dinámicas socia-
les-culturales. En una oportunidad, en La Guaira, atraído
por “una música horrible y voces ruidosas”, se encontró
con una fiesta, allí había un grupo de personas negras
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cantando y bailando: “Las parejas no se movían en rede-


dor, sino que hacían por lo general en el mismo lugar sus
raros movimientos y brincos. Observé sólo dos de estas
danzas, la baduca y el zapatero, aparentemente muy “en
Vogue” en esta reunión, más no la describiré en forma
más precisa, porque, aunque fueron ejecutadas con
126 gracia, no pueden contarse entre las decentes. Como
no me fuera posible entregar por mucho tiempo más mis
órganos olfatorios al picante aroma que llenaba el salón
estuve contento al encontrarme de nuevo en la calle”.

En los llanos se llevó una fuerte impresión tanto del
joropo como de los llaneros: “Cabalgan semi desnudos a
través de los llanos, vestidos solamente de cortos pantalo-
nes, en la cabeza el fuerte sombrero de palma, en la mano
la lanza larga, mientras las sogas con que enlazan al toro
más salvaje cuelgan en el lado derecho de la maciza silla
de madera cubierta de cuero. No temen a su principal
enemigo, el tigre, al que matan con la lanza. No hay que
pensar en ellos el más mínimo grado de cultura. Su natu-
raleza, generalmente de origen indio, no desmiente su
ascendencia”.

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No obstante, afirma que “al llanero iracundo y venga-
tivo, aficionado al juego y endurecido también en su
conducta debido al duro modo de vivir, no puede negár-
sele, sin embargo, sinceridad y honradez, en lo que se
diferencia favorablemente de todas las otras clases incul-
tas del pueblo venezolano”.
En cuanto a las mujeres, a Appun le parecía que la
mayoría eran bellas. Las indígenas, trigueñas, negras y
las criollas con una “tez rara”. Tanto, que era difícil que un
hombre no pudiera percibirlas.
127
Sorprendido por la sabiduría indígena
Uno de los elementos que resalta en la obra de Appun
es la presencia de lo indígena en el país. Desde los Guaji-
ros hasta los Warao. De ellos, observó su organización
social, su tácticas de defensa y sus conocimientos medi-
cinales y botánicos. En el Delta del Orinoco, pese a la
furia del río logró establecerse en una comunidad de
Warao. Allí conoció a uno de los cacique, llamado Fran-
cisco quien le ofreció sus conocimientos ancestrales: “...
Francisco Silva tenía conocimientos científicos conside-
rables, especialmente botánicos, y me dio informaciones
importantes sobre varias plantas medicinales interesan-
tes y sus sitios en las selvas del Delta del Orinoco”

¿Tomate o Ají?
Con un toque de humor este viajero logró plasmar sus
experiencias y aprendizaje con la comida, un camino difí-
cil de seguir: “Creyendo que eran tomates, puse una de
las frutas rojas que había entre ellas, en mi plato. ¡Hasta
qué punto me había equivocado! Noté gran sorpresa
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en las caras de mis vecinos al llevarme a la boca una de


las frutas de tan lindo color. Sólo al morderla y tragar la
mitad de ella comprendí mi fatal equivocación. Aunque
escupí con rapidez la otra mitad de la fruta, el daño estaba
ya hecho, pues me había quemado, de lo más dolorosa-
mente, la boca y el paladar (…) Hubiera preferido levan-
128 tarme de golpe de la mesa, para no revelar al público
mis muecas y ojos lacrimosos, pero no quise que ellos
se dieran cuenta de mi equivocación y soporté los dolo-
res del mejor modo posible.(…) Aún ahora, después de
mucho tiempo, recuerdo con espanto los dolores que
entonces sufriera a causa de mi error. Había conocido a
fondo la diferencia entre el ají y el tomate”.

Un país revoltoso
Karl Appun trató de no vincularse a la dinámica polí-
tica existente en el país. Pero no pudo escapar de esos
asuntos y en algunas ocasiones fue visto como un espía:
“Con mi entrada la viva charla se cerró de pronto, pasando
a temas políticos (…) Que si el General Páez ya había
desembarcado en la costa, Que quién era el general que
se había puesto a la cabeza d los oligarcas” Me hicieron

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estas y otras preguntas (…) Después desahogaron en
las mayores maldiciones contra el Presidente Grego-
rio Monagas y contra Guzmán, así como contra todos
los liberales, disgustándose conmigo por no haberles
podido satisfacer su curiosidad. Al fin incluso parecían
creer que era un espía de los monaguistas (…) De sus
observaciones pude deducir que, más adentro en el inte-
rior, la gente parecía hallarse en la mayor efervescencia
y estaba preparándose una rebelión contra el Presidente
Monagas”.

129
En otro momento, en el pueblo El Baúl, Appun fue mal
visto: “La llegada de mi caravana llamó mucho la aten-
ción de la gente que estaba allí reunida: tres extranjeros
con largas barbas y caras blancas, armados de esco-
peta y sable, los burros cargados de cajas y dos gigantes
cigüeñas y un arriero casi negro. Algunos de los trigueños
caballeros nos echaron miradas amenazadoras. Oyén-
doseles exclamar repetidas veces: ¡Son monaguistas! ¡Al
diablo con los espías! (…) Echando a los hombres miradas
no menos enojadas, entré en unión de mis compañeros a
una de las pulperías más grandes y frecuentadas, donde
también causamos sensación entre los hombres presen-
tes (…) tanto el pulpero como unos llaneros bien vestidos
trataban de conocer el motivo de nuestra visita a la Misión
(…) ¿Ustedes son oligarcas?- Me preguntó uno de los
señores. Sí señor; somos amigos del General Paéz-repli-
qué. Entonces está bueno y no tenga cuidado, todos aquí
somos los mismos ¡Viva el General Paéz! No pudo escapar
de las efervescencias del pueblo ante la situación política.

PARA SEGUIR LEYENDO...


• Karl Ferdinand Appun. En los trópicos. Caracas, Universidad Central de Venezue-
la, Ediciones de la Biblioteca, 1961.
• José Ángel Rodríguez. Alemanes en las regiones equinocciales: libro homenaje
al bicentenario de la llegada de Alexander Von Humboldt a Venezuela 1799-1999.
Caracas, Alfadil Ediciones, 1999.
EDWARD B. EASTWICK VIO
A VENEZUELA COMO UN PAÍS RICO
LLENO DE POBREZA
Noelis Moreno Peña

En abril de 1863 la Guerra Federal había terminado. El
nuevo gobierno tenía el reto de resolver la situación fiscal,
la deuda pública y cumplir con las obligaciones interna-
cionales vencidas. Ante esto el vicepresidente Guzmán
Blanco decidió conseguir un nuevo empréstito para el
país y reestructurar los plazos de pagos. Con esa inten-
ción viajó a Inglaterra, donde firmó un convenio con la
General Credit and Finance Company of London Limited.
Al año siguiente, la compañía envió a Edward Eastwick
como comisionado para que se encargara de la recauda-

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ción de los derechos del empréstito y del cuidado de los
intereses del gobierno inglés. Así se inició la aventura de
este personaje, quien pudo recorrer La Guaira, Caracas,
Puerto Cabello y Valencia entre julio y octubre de 1864. Su
viaje lo plasmó en un libro: Venezuela o apuntes sobre la vida
en una República Sudamericana con la historia del empréstito
de 1864.

La Guaira: ombligo de la costa venezolana


Edward Backhouse Eastwick era un diplomático con
experiencia. Tenía conocimientos sobre la India y estaba
interesado en conocer a Venezuela en todos los sentidos: 131
sus riquezas, las actividades económicas, las costum-
bres de la sociedad, el paisaje y la situación política.
Su recorrido se inició en La Guaira, el onphálos de la
costa venezolana, un lugar que le mostró un paisaje lleno
de contrastes. Por un lado, tenía una belleza natural
única, aunque el calor y los fuertes vientos le preocupa-
ban. Por otro, la estructura general del puerto y del pueblo
así como el comportamiento de algunos habitantes le
parecían inapropiados:
“Después de acechar el momento favorable en que el
retozón oleaje hiciera subir la proa de la lancha hasta un
pie del desembarcadero en el muelle, di un salto que me
iba a hacer caer de nuevo sobre la canoa, a no ser por
una media docena de brazos y de manos, que se apode-
raron de todas las partes accesibles de mi cuerpo; por
cierto que uno de los que vinieron en mi auxilio, con corte-
sía que rayó en indiscreción, me dio un fuerte pellizco al
agarrarme por los pantalones (…) Pisaba por vez primera
la tierra americana, y me sentía lleno de ardor (…) En reali-
dad, no existía gran motivo para entusiasmarse. Unos
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

edificios oscuros impedían ahora la contemplación de las


montañas, y la atmósfera era tan sofocante, y estaba tan
impregnada del mefítico aroma del pescado en descom-
posición y de otros perfumes aún peores (...)”
La vida en La Guaira le parecía agobiante, no encon-
traba ningún tipo de diversión. Para él, se trataba de un
132
importante espacio comercial pero la cotidianidad no le
agradaba:
“En la Guaira no viven ingleses; y, por lo tanto, no hay
diversiones al aire libre. Nadie muestra interés en salir de
paseo, en montar a caballo, remar o navegar por placer.
Los europeos, que en su mayor parte son alemanes de
Hamburgo, se limitan estrictamente a fumar, beber, y
jugar al whist o al billar. Sería muy fácil arreglar una buena
avenida para pasear en coche o a caballo, a la orilla de la
playa, pero todo el mundo procura hacer lo imposible por
impedir el acceso al mar”.
A pesar de sus impresiones sobre La Guaira, vio en
la montaña un lugar que le permitía disfrutar y relajarse,
aunque sabía los peligros del temperamental rio de La
Guaira, causante de algunas tragedias en el pasado.

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Las costumbres caraqueñas
Las procesiones, corridas de toros y el uso de fuegos
artificiales eran comunes en Caracas. Edward nece-
sitaba ir hasta allá para cumplir con los deberes enco-
mendados. Por ese motivo, tomó uno de los caminos
existentes desde La Guaira. Se trataba de un trayecto difi-
cil debido a que había un gran abismo y muchas curvas
peligrosas causantes de varios accidentes. 
Al llegar a la ciudad se estableció en el elegante y limpio
Hotel St. Amande, aposento que le aseguraría tener un
133
buen descanso, pero fue sorprendido por la celebración
de la Fiesta de los Isleños:
“Alrededor de la media noche me fui a la cama –provista
de cortinas contra los zancudos– en la seguridad de que
iba a disfrutar de largas y placenteras horas de descanso.
Sin embargo a eso de las tres y media desperté en medio
de un sueño, según el cual me encontraba en un campa-
nario, cuyas campanas repicaban con triplicado furor. Al
despertarme me convencí de que en realidad las campa-
nadas de la cercanía armaban un escándalo de mil demo-
nios (...) ¿Qué podría ser aquello? Quizás –pensé– es ésta
la manera como los caraqueños anuncian un incendio o
un terremoto. ¿O se tratará de alguna émeute popular? Si
así sucede, ¡que Dios los confunda! ¿Por qué no harán sus
revoluciones a la luz del día, como las gentes sensatas?
(…) Después se oyeron cohetes y descargas de mosque-
tería (...) En la América del Sur, cada quisque tiene un
santo patrono, y en homenaje al suyo, los Isleños se dieron
sus artes para que el sueño huyera de los párpados de
todos los que a aquella hora dormían a pierna suelta en mi
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

barrio (...).
Pese al bullicio característico de Caracas, el cerro
d’Avila le pareció maravilloso, especialmente por poseer
el cementerio más hermoso que había visto. Durante su
estadía logró recolectar información sobre el terremoto
de 1812 y pudo observar los daños que este había causado
134 en las casas. Las ruinas se habían convertido en un centro
destinado al desarrollo de oraciones y ceremonias religio-
sas por el temor que aún reinaba entre los habitantes.

El bello Puerto Cabello


Su interés por conocer las actividades económicas lo
llevaron a Puerto Cabello y al edificio de la Aduana. A su
parecer era totalmente diferente al Puerto de La Guaira y
era el mejor de América:
“El comercio de Puerto Cabello se basa principal-
mente en la exportación, pues las importaciones son
comparativamente insignificantes, todo lo contrario de
lo que sucede en La Guaira. A la luz del día, podía apre-
ciar con mayor exactitud la excelencia de aquel puerto,
que según se dice es el mejor que hay en América. No
solo está cercado de tierra en la manera ya descrita, a

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pesar de lo cual es de muy fácil acceso, sino que el agua
es tan profunda que los barcos pueden anclar a la orilla
del muelle y recibir la carga directamente de la playa. La
aduana se encuentra también en un lugar muy apropiado,
pues apenas está situada a algunas yardas del muelle (...).
Lo único que le preocupaba de Puerto Cabello era la
potencial amenaza de contagiarse de fiebre amarilla
debido a que la zona poseía manglares y una selva panta-
nosa que facilitaba la proliferación de zancudos que
finalmente afectaban a los habitantes. Al ser un hombre
cuidadoso se encargó de utilizar mosquiteros y de cerrar
temprano las ventanas de su habitación. 135
Valencia: un paraíso lleno de Evas
Las mujeres venezolanas y sus costumbres acapa-
raron la atención de Eastwick. Observó que las criollas
de familias pudientes acostumbraban a sentarse en las
ventanas para ser admiradas, asistían con trajes elegan-
tes a misa y eran discretas a la hora de conversar con un
hombre. Determinó que las mujeres de las clases más
bajas solían ir a las corridas de toros y que eran muy traba-
jadoras. En general todas eran bellas y diferentes.
Al llegar a Valencia quedó encantado por la bondad
de los valencianos y en especial por las beldades que allí
vivían:
“Al asomarme a una de las ventanas que daban a la
calle, ví a dos guapísimas criollas que regresaban de
misa. Venían muy emperifolladas, y luego de entrar en
la casa vecina, se sentaron a la ventana en el piso bajo
que me quedaba en todo el frente (…) Por desgracia, la
ventana desde la cual podía vislumbrarse el jardín se
hallaba a tanta altura del piso, que solo muy de cuando
en cuando, y empleando gran cautela, podía asomarse a
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

atisbar desde ella, para no ser pillado en una indecorosa


actitud de espía. Resultaba evidente, sin embargo, que
había más de una Eva en el paraíso al cual acababa de
trasladarme”.
Su interés por las mujeres lo llevó a determinar dónde
se podían encontrar las blancas criollas, trigueñas, mula-
136 tas, mestizas y negras. En general, le pareció que las
mujeres acá tenían hermosos ojos y llegó a compartir su
admiración por las criollas con su  amigo inglés Georges
Hayward, quien se enamoró de una valenciana en uno de
los recorridos planeados por Edward para deleitarse con
las bellezas.

Un país rico sumergido en la pobreza


A Eastwick le parecía que Venezuela poseía grandes
riquezas, recursos y una sociedad nada derrochadora.
No podía comprender la existencia de la extrema pobreza
en este país y la necesidad de solicitar tantos emprésti-
tos de otras naciones. Ante tal dilema, consiguió aseso-
ramiento de un criollo hijo de un inglés, quien le dijo que
el problema era que se trataba de un pueblo que había
sido sometido por los españoles, quienes intentaron

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mantenerlos ignorantes y lejos de cualquier iniciativa que
los llevara al progreso. Además de otros males como el
contrabando, la corrupción de los aduaneros y las conse-
cuencias de la guerra.
Al ser un comisionado del gobierno inglés tuvo que
entrevistarse con ministros y otros políticos del país, entre
ellos el presidente Falcón, el cual le parecio un hombre
con un corazón lleno de humanitarios sentimientos. Él espe-
raba que Venezuela resolviera su situación financiera. 
Finalmente, el 9 de octubre de 1864 partió a su país con
la satisfacción de saber que se había solucionado la situa-
ción fiscal venezolana y que el país se encontraba en una 137
posición que le permitiría quedar libre de toda suerte de
dificultades.

Triquitraques chinos para los santos


“Después de pasear por el muelle y de arrojar diversos
objetos a las dormidas aguas, con la vana esperanza de
que salieran a la superficie los monstruosos tiburones
costeros que pululan en el fondo, hice una visita al alma-
cén particular más grande del puerto. Tendría unos 150
pies de largo y contenía toda clase de artículos europeos,
desde zaraza hasta cortaplumas y cerveza rubia. Me
sorprendió especialmente ver las enormes existencias
que tenían en triquitraques chinos.
–¡Válgame Dios! –exclamé– ¡y cuánta afición por tales
explosivos deben sentir los muchachos de esta tierra! (…).
–No es a los niños –me replicó C. sonriendo–; a quienes
les agradan tanto estos artículos pirotécnicos, sino a los
santos. Todos estos triquitraques serán quemados en las
ceremonias litúrgicas que habrán de celebrarse durante
las fiestas de los próximos meses”.
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

PARA SEGUIR LEYENDO...


•  Edward Eastwick,Venezuela o apuntes sobre la vida en una República sudame-
ricana con la historia del empréstito de 1864, Caracas: Banco Central de Venezuela,
1959.

138
FRANCOIS DEPONS Y LOS NUEVOS
MEDIOS PARA CULTIVAR
Y POBLAR GUAYANA

Alexander Zambrano

Francois Raymon Depons nació en Soustons en


Francia en 1751, fue un agente del gobierno francés en la
Provincia de Caracas entre los años 1801 y 1804. Su estan-
cia en Venezuela le permitió redactar la obra Viaje a la
parte oriental de Tierra Firme en la América Meridional,
la cual debió haber comenzado en Caracas y concluyó en
Francia a fines de 1805. En 1807 figuró como miembro de la
Sociedad Académica de Ciencias de París y del Ateneo de
Artes. Depons permanecería en Francia hasta su muerte

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en 1812.
La obra de Depons es de gran trascendencia. Consti-
tuye uno de los más importantes relatos de viajeros para
el conocimiento del temprano siglo XIX, pues dedicó espe-
cial atención dar una primera visión moderna de América.
La importancia de sus testimonios se constituyen en una
fuente coetánea ineludible para el estudio de la sociedad
venezolana en la pre independencia, por ser de las prime-
ras obras escritas desde una visión totalizadora en la reco-
lección y ordenación de datos.

141
Apuntes para el conocimiento
de la obra del autor
Para cualquier viajero dejar testimonio de su presencia
en tierras lejanas le permitía abundar en numerosos deta-
lles y apreciaciones que intentaba dejar a la posteridad.
La mayor parte de las veces estos libros se conformaron
por apuntes y diarios que le servían de base. La ubicación
estratégica de la zona geográfica de lo que hoy conoce-
mos como Venezuela, un lugar que representa el cruce
entre centro y Suramérica, un vínculo ineludible entre el
mar Caribe y el Océano Pacífico, una vía de comunicación
extensa entre los Andes, los llanos y la Amazonia, ofreció
el marcado interés de las potencias extranjeras, de nume-
rosos aventureros y particularmente hombres de ciencia,
sin dejar a un lado un número importante de migrantes,
por ello la existencia de varias obras bibliográficas realiza-
das por viajeros extranjeros.
Francois Depons al igual que otra parte de sus antece-
sores tuvo también especial preocupación en la agudeza
y sagacidad al observar y detallar la naturaleza, sociedad,
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economía y prácticas sociales en la Capitanía General de


Venezuela, ofreciendo una imagen directa de sus apre-
ciaciones. Según Pedro Grases el libro de Depons: “...está
emparentado con el espíritu de arrobamiento que nos da
Oviedo y Baños en las partes descriptivas y geográficas
de su obra, y aun con el carácter de pasión ingenua del
libro de José Luis de Cisneros, pero todo ello perfeccio-
142 nado por la mente racionalista, organizada, cartesiana,
sistematizadora, de un hombre poseído del fino crite-
rio analítico de la Francia del siglo XVIII”. Gracias a ello
Depons, ofrece la primera visión moderna de una región
de la América hispánica de la que se carecía de informa-
ción. Fue una obra preprada haciendo uso de testimonios
entre los que destacan Antonio Caulín, José Luis Cisneros,
José Gumilla, José de Oviedo y Baños y Miguel José Sanz,
así como varios cronistas de Indias, autores de dicciona-
rios, cartógrafos y tratadistas.
Viaje a la parte oriental de Tierra Firme en la América
Meridional, se encuentra conformada en once capítulos
en los cuales Depons pretende analizar de forma puntual
aspectos tan diversos como la penetración y conquista del
territorio, expediciones militares y misioneras, explicacio-
nes sobre establecimiento del régimen de encomiendas,
noticias sobre la fundación de las principales ciudades de
la Capitanía General de Venezuela, breves descripciones

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sobre las características del medio físico y la población
de áreas geográficas, practicas, usos y costumbres de la
sociedad, descripciones sobre las diversas naciones indí-
genas, estudios breves sobre la naturaleza de las institu-
ciones y funcionarios establecidos por la Corona española
referentes a las áreas: gubernativo, judicial y militar en
instituciones como: El Real Consulado y la Intendencia de
Ejército y Real Hacienda.
El viajero francés también dedica atención a los aspec-
tos sobre la organización y funcionamiento de la Iglesia.
En relación al tema económico hay permanencia en el
143
relato por destacar y señalar las principales actividades
agrícolas de la región; y la gran posibilidad de lograr su
crecimiento con la explotación y comercialización a partir
del análisis de las distintas instancias del comercio legal
e ilegal. Su obra también finalmente centra atención en
destacar la gran importancia de Guayana y del río Orinoco
como espacio de preponderancia para el desarrollo del
comercio.

Fomento y desarrollo de las vías de comunica-


ciones, agricultura, y navegación en Guayana
Sobre la importancia de Guayana para Depons quere-
mos hacer un breve análisis y reflexión del testimonio que
el viajero francés expresó en su obra, que llevó incluso
a plantear un “proyecto” para potenciar y desarrollar
la zona. Depons destaca como condición especial de
Guayana, el estar favorecida notablemente por la natura-
leza que la lleva a tener una zona geográfica dominada por
extensa fecundidad para la producción de frutos que: “...
Difícilmente hay en los dominios españoles una posesión
más favorecida por la naturaleza que la Guayana, ni tenida
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

en menos aprecio por sus dueños. Su extensión, que


puede estimarse en mil leguas de circunferencia, le da
importancia suficiente como para constituir por si sola un
imperio. Su suelo, que peca sólo por excesiva fecundidad,
podría dar una producción de frutos, mayor que la actual
de los demás territorios españoles. (...) El Orinoco que atra-
144 viesa la Guayana. Es la puerta por donde puede penetrar el
enemigo a las Provincias de Venezuela, Barinas y el Virrei-
nato de Santa Fe, y como sólo es defendible en Guayana,
ésta viene a ser el baluarte de toda aquella región”.
Las preocupaciones de Francois Depons, un interesado
en destacar y proyectar necesariamente las bondades
económicas de una región con potencial, realizó alertas
constante en su obra sobre la necesidad que una posición
militar tan ventajosa como Guayana no merezca la menor
atención del gobierno español. Sobre este particular pone
relevancia en dos aspectos del porque de la situación:
“Al primero de estos puntos puede responderse que
los pobladores Españoles de América no están en capa-
cidad de cultivar la centésima parte de las tierras que
poseen y que por consiguiente no tiene razón alguna para
irlas a buscar más lejos (...) el segundo punto no puede

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explicarse sino por el costo considerable de las fortifica-
ciones y guarniciones que necesitaría Guayana; a no ser
que el Gobierno, confiado en las dificultades y peligros
de la navegación del Orinoco, piense que ninguna nación
querrá aventurarse a conquistar un país inculto, cuya
miseria actual lo defiende mejor que las armas. ¡Desdi-
chada de la Guayana si la negligencia del Gobierno es hija
de semejante sistema, que la condena para siempre a la
más triste nulidad!”

145
La mala situación de la capital de Guayana y el
proyecto planteado por Depons
Depons en su obra establece un “proyecto” que pueda
permitir mejorar las comunicaciones terrestres y fluviales
que conlleve al fomento de la industria de la zona. Obvia-
mente para el viajero francés todo el territorio de Guayana
comprendido entre el Caroní y el mar ofrece numerosas
posibilidades para el desarrollo de cultivos, pues exis-
ten llanuras inmensas, montañas, colinas y valles. Por
ello: “Cada fruto puede encontrar allí la temperatura
adecuada. Los varios ríos que enriquecen esta región,
aseguran en casos de sequía, riego suficiente para suplir
las lluvias y al mismo tiempo el transporte rápido y poco
costosos de los frutos hasta el Orinoco”.
El primer punto del proyecto es definir la razones de
la“mala situación de la capital”. El autor considera que: “...
es imposible pensar en éxito alguno, mientras la ciudad de
Guayana se encuentre tan distante del mar. Si para vender
los frutos o procurarse lo necesario, los habitantes de la
región oriental del Caroní han de remontar a Santo Tomás,
CO LE CCIÓ N MEMOR IAS DE VE NEZUELA

exponiéndose a gastos, lentitudes y peligros incalculables


cuando envíen o pidan algo a la capital, con razón renun-
ciarán muy pronto a una profesión que no ha de redistri-
buirse sus desembolsos ni fatigas. (...) Al contrario quiero
suponer efectivamente que una ciudad situada a orillas de
un río, defiende mejor la entrada de un país si se deja entre
146 ella y el mar la parte más importante de la región, que si la
ciudad estuviera a orillas del mar y el enemigo no pudiera
internarse en la región sino después de haberla tomado”.
La razones según indica Depons para colocar a la capital
cerca de río se fundamenta en que: “... para cultivar frutos
coloniales se preferían las tierras más próximas al mar, o
por lo menos a ríos navegables, puesto que la economía
en gastos de transporte, al disminuir los de explotación,
es un poderoso incentivo para el agricultor, y contribuye a
aumentar la agricultura y el comercio”.
La navegación exterior e interior por vía fluvial se esta-
blece como otras de las consideraciones fundamentales
para buscar un nuevo emplazamiento de la capital que
permitan florecer la navegación y el comercio, pues son
indudables las dificultades encontradas en la ubicación
actual de la capital (Santo Tomás) por generar pérdida de

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tiempo, costos y peligros para los navegantes, por lo cual
sugiere como imprescindible la creación de un puerto en
la parte inferior del Orinoco que: “...que reciba los frutos
del interior y que brinde a los barcos de alto bordo mayores
facilidades para llevar a cabo sus cambios con más rapi-
dez y menos gastos”.
El tema de ¿dónde situar? a la capital de Guayana para
Depons y para no estar demasiado en contra de la opinión
general según su consideración indicaba que: “...situa-
ría al nueva ciudad en la desembocadura del río Aguirre,
distante doce leguas de la Boca de Navíos y en la orilla
izquierda del mismo río, para que durante las crecientes 147
queden expeditas las comunicaciones con tierra. Pero
existe una grave inconveniente: el sitio se halla dentro del
territorio ocupado por los Caribes, y ante todo, sería indis-
pensable la reducción de estos Indios. Nada más fácil,
siempre que se emprenda después de haberlo privado de
protección y recursos que les suministran los Holandeses
de Surinam. Esto debe conseguirse en Europa por medio
de un buen y leal tratado entre el gobierno Holandés y el
Español, que haga reconocer por parte de los Holandeses
los limites inmutables de los dominios de ambas naciones
en Guayana...”.
Esas experiencias de viaje y la difusión de esas narra-
ciones en el medio social y cultural de origen del viajero
a través de libros, están frecuentemente enmarcadas
en la construcción de un discurso dominado por imáge-
nes y representaciones estereotipadas sobre una región
y sobre todo por un continente percibido como lejano,
extraño y novedoso al origen del autor.
PARA SEGUIR LEYENDO...
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Depons, Francois. Viaje a la parte oriental de Tierra Firme en la América Meridional.


Caracas, Banco Central de Venezuela, 1960.

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