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ETAPAS DEL CICLO VITAL

Y ETAPAS DE LA VIDA
CARL JUNG

Prof. xxxxxx

Cuarto Trimestre Psicología

Realizado por:
Xxxxxxx

Caracas, JULIO 2019


El modelo jungiano del ciclo vital y las etapas de la vida

La primera y más fundamental particularidad del modelo jungiano de las etapas de


la vida es la división del ciclo vital en dos mitades y un período crítico de transición
entre ambas, aunque el mismo Jung (1931a), así como Adler (1948), Samuels
(1985) y Stevens (1990), ocasionalmente hacen referencia a cuatro o más estadios
básicos.

Cada mitad de la vida −o bien, cada época de la vida− exhibe, por un lado,
determinadas características que la definen y demanda, por otro lado, el
cumplimiento de determinadas “tareas” a la consciencia, que se encuentra en el
proceso de transitar por el ciclo vital. Stevens (1990) llama a estas “tareas”, que
involucran aspectos internos y externos, intenciones arquetípicas y, partiendo del
supuesto de que cada etapa y su correspondiente emergencia están condicionadas
por estructuras arquetípicas profundas, nos dice que los sistemas de arquetipos
responsables del desarrollo [funcionan de modo] que, a medida que el individuo
madura, pase por una secuencia programada de etapas, cada una de las cuales
está mediada por una nueva serie de imperativos arquetípicos que intentan
realizarse tanto en el desarrollo de la personalidad como en el comportamiento.
Cada una de estas series de imperativos plantea unas exigencias concretas propias
con respecto al entorno, y su activación depende de que esas exigencias se
cumplan.

Estas consideraciones son relevantes porque nos indican que las estructuras
arquetípicas no generan el desarrollo de modo autónomo, sino que dependen de la
interacción con ciertas circunstancias externas para dirigir el crecimiento
psicológico, una idea que, como todavía veremos, ya había interesado a Neumann
(1959, 1963). En relación a esto, se hace necesario señalar también que, para
muchos psicólogos analíticos, las cualidades y las conductas manifiestas de los
padres concretos inciden, en efecto, de manera significativa en el desarrollo del
niño; sin embargo, de mucha mayor trascendencia serán siempre las experiencias
arquetípicas que ellos actualizan en el psiquismo infantil o adolescente por medio
de sus comportamientos y actitudes. Como en la edad infantil la consciencia se halla
débilmente desarrollada, no puede hablarse, en realidad, de una vivencia individual:
la madre es, por el contrario, una vivencia arquetípica; en estados más o menos
inconscientes, es vivida no como persona individual determinada, sino como madre,
un arquetipo preñado de enormes posibilidades significativas.
En el transcurso de la vida, palidece la protoimagen (o imagen arquetípica) y viene
a ser sustituida por otra imagen, consciente, relativamente individual [...] El padre
viene a ser, asimismo, un poderoso arquetipo que vive en el alma del niño. También
el padre es, al principio, el padre en general, una imagen [arquetípica] universal, un
principio dinámico. Al correr de la vida, esta imagen autoritaria se traspone. El padre
se convierte en una persona concreta, a menudo demasiado humana. (Jung, 1931e
[1927], pp. 160-162, cursiva del original)

La concepción de intenciones arquetípicas específicas a cada etapa vital puede ser


traducida en útiles aplicaciones clínicas. La primera mitad de la vida, que puede ser
subdividida en infancia y juventud, llega hasta entre los treinta y cinco y los cuarenta
años, con evidentes variaciones individuales. Es un período que requiere de cada
ser humano la resolución de problemáticas eminentemente biopsicológicas y
sociales, que imponen a la consciencia una direccionalidad o un movimiento que,
por así decirlo, va de adentro hacia afuera. En otras palabras, el naciente individuo
debe hacer frente, de modo cada vez más activo en la medida en la que el alcance
de sus recursos disponibles aumenta, a las poderosas demandas de adaptación a
la realidad exterior y de expansión en el mundo social que su entorno le plantea.

Antes que nada, el infante debe separarse de modo gradual −en términos
psicológicos− de su cuidadora o de su cuidador primario, debe renunciar a la unidad
relacional indiferenciada en la cual vive aún inserto. Esto significa diferenciar
progresivamente su consciencia personal y establecer una identidad y un ego
propios o, dicho de otra forma, asumir cada vez más su condición de individualidad.
Así, el desarrollo promueve, en esta primera mitad de la vida, la actualización de
objetivos básicos como un cierto grado de independencia y autonomía (Brookes,
1996; Samuels, 1985). En el caso ideal, los procesos más formales de educación y
socialización, que pronto se instauran y que sobrepasan los límites del ámbito
restringido de la familia, están diseñados en función de las intenciones arquetípicas
que hemos mencionado y contribuyen a su cumplimiento adecuado.

A través de ellos, el niño puede empezar a afianzar su funcionamiento egoico y a


consolidar su identidad única e irrepetible: Apoyamos este proceso por medio de la
educación y la formación de los niños. La escuela no es más que un medio para
favorecer el proceso de la formación de la consciencia de manera oportuna. [...] La
tarea de esta educación es conducir al niño al mundo más amplio y, así,
complementar la educación parental. [...] Lo relevante no es cuán cargado de
conocimientos uno deja la escuela, sino acaso la escuela ha logrado extraer al ser
humano joven de la identidad inconsciente con la familia y hacerlo consciente de sí
mismo (Jung, 1928b, pp. 64-69)

Las tareas evolutivas de la etapa de la infancia experimentan una transformación


importante hacia los estadios de la adolescencia y la adultez temprana, cuando la
consciencia está terminando de personalizarse y la capacidad de pensar de manera
abstracta hace su aparición. El individuo debe ahora dedicarse a satisfacer otro
conjunto de necesidades, que pueden subsumirse en la necesidad fundamental de
construirse una base segura en el mundo, con todos los aspectos que ello puede
implicar: decidir qué tipo de actividad profesional podrá permitirle subsistir,
encontrando un compromiso entre las posibilidades reales que tiene a su
disposición, por un lado, y sus habilidades e intereses por otro; iniciar una vida
sexual responsable y satisfactoria; elegir una pareja con la cual mantener una
relación interpersonal profunda y fundar una familia; y, con el tiempo, acceder a una
posición social y una identidad adulta estables (Hart, 1995; Jacoby, 1940; Samuels,
1985). Hasta aquí, la persona se ha ocupado más de vivir que de reflexionar acerca
del hecho de su existencia.
El desarrollo de su ego y la diferenciación de su consciencia le han garantizado,
idealmente, una exitosa adaptación a las realidades social y material y le han
proporcionado un sentimiento de autosuficiencia. Ha experimentado una amplia
variedad de situaciones vitales que le han demostrado que puede confiar en sus
propias capacidades y se siente competente. No obstante, hacia los treinta y cinco
o cuarenta años, tiende a hacerse presente una sensación interior de vacío,
ausencia de propósito, profunda ignorancia respecto de las cosas más importantes,
desesperación, pérdida y falta de sentido, que puede comenzar siendo muy difusa
y muy sutil.
Este estado psíquico, que muchas veces es ignorado o reprimido, constituye el
preámbulo de lo que hoy conocemos con el nombre de crisis de la edad media.

En esta fase de la vida, entre los treinta y cinco y los cuarenta, se prepara un cambio
substancial de la psique humana. En un inicio, no son cambios perceptibles, que
llamen la atención; más bien son signos indirectos de modificaciones que empiezan
a producirse, al parecer, en el inconsciente. A veces, es algo así como un lento
cambio de carácter, otras veces reaparecen peculiaridades que desaparecieron con
la niñez, o empiezan a difuminarse las aficiones e intereses actuales, que son
sustituidos por otros o, lo que es muy frecuente, las convicciones y los principios,
especialmente los morales, comienzan a endurecerse y esquinarse [...] (Jung,
1931a, p. 226)

Los acontecimientos de la primera mitad de la vida han generado lo que Jung


llamaba la unilateralidad de la personalidad y la crisis de la edad media, que
representa la transición hacia la segunda mitad de la vida, anuncia la necesidad del
individuo de atender a aquellas partes de sí mismo que ha descuidado. Debido a
ello, “la manera de afrontar la crisis de la mediana edad tiene importancia decisiva
para el resto de la vida [...]“ (Stevens, 1990, p. 207). La tendencia natural del
organismo humano hacia la realización de sus potencialidades latentes lo conduce
en dirección de la posibilidad de convertirse en una totalidad integrada.
Es en este sentido que el psicólogo analítico David Hart (1995) escribe que “se trata
en el fondo de una crisis espiritual, un desafío para buscar y descubrir el sentido de
la vida. Ninguno de los instrumentos utilizados en la primera mitad de la vida resulta
adecuado para enfrentarse a este desafío” (p. 159). El desequilibrio transitorio
puede ser calificado de espiritual porque apunta hacia la consecución de una
condición de máxima plenitud y porque confronta a la consciencia con las
cuestiones más trascendentales del existir. La naturaleza íntima y profunda del
proceso puede precipitar un natural, buscado período de aislamiento social e
introspección, durante el cual la persona puede sentir un fuerte impulso a evaluar y
cuestionarse la forma que ha caracterizado su vivir hasta el momento presente.

Cuando se ha estructurado y afirmado un ego capaz de manejar, de modo oportuno,


las demandas de la adaptación al mundo exterior, la psique empieza a invertir su
direccionalidad ya acostumbrada y orienta a la consciencia hacia adentro (Adler,
1948; Jacoby, 1940; Samuels, 1985). Tal como dijimos antes, en las etapas de la
adultez y la vejez el desarrollo de la personalidad no se detiene, sino que continúa;
sólo que ahora, a diferencia de lo que sucede en la primera mitad de la vida, el
acento está puesto sobre la adaptación a la realidad interna. El foco del crecimiento,
que se había concentrado sobre la dimensión interpersonal, se desplaza hacia el
establecimiento de una relación consciente con los elementos colectivos del medio
intrapsíquico. Las problemáticas necesitadas de atención pasan a ser culturales y
espirituales. Las intenciones arquetípicas que dominan este período se refieren, en
lo esencial, a dos asuntos principales.

En primer lugar, el individuo se ve impelido a apoyar, con aquellos recursos que le


son accesibles, la conservación de la cultura que lo respaldó en su juventud y a
intentar enriquecerla por medio de las contribuciones únicas que su experiencia
acumulada le posibilita hacer (Stevens, 1990). Es decir, la necesidad de apartarse
temporalmente de su comunidad más cercana, que las personas pueden vivenciar
al entrar en la segunda mitad de la vida, redunda, a la larga, en beneficios concretos
para la sociedad.
Esto se debe a que el proceso de interiorización y avance hacia un estado
psicológico de mayor completitud o integración que caracteriza a las etapas vitales
avanzadas, una vez que se ha superado el eventual período de aislamiento, tiende
a traducirse también en manifestaciones exteriores. El mejoramiento de la calidad
de las relaciones con el entorno humano es un ejemplo de ello.

En segundo lugar, la consciencia se ve expuesta a la exigencia arquetípica de


desarrollarse más allá de la hasta entonces alcanzada diferenciación de un ego
funcional y una identidad personal, de comenzar un proceso de desidentificación
del ego (Brookes, 1996; Samuels, 1985). Es posible que este proceso esté
relacionado de cerca con la preparación interior para la muerte, al facilitar el
desapego del cuerpo físico; en la misma línea se encuentran, tal vez, las crecientes
inquietudes respecto del significado y los valores espirituales o la renovación de los
puntos de vista acerca de la naturaleza de la realidad y la psique que pueden hacer
aparición.

Pero, con independencia de la adecuación de estas consideraciones, sería un error


reducir el surgimiento de preocupaciones de carácter transpersonal en esta etapa a
mecanismos que tienen como objeto exclusivo mitigar el miedo a la muerte. Más
bien, la teoría jungiana considera que estas cuestiones son reflejo de una función
religiosa fundamental del psiquismo y, simultáneamente, expresión de la necesidad
arquetípica de generar símbolos transpersonales.

Sin duda, el hecho de acercarse al final de la vida puede conllevar una tendencia a
amplificar esta producción simbólica, pero no debe olvidarse que, en alguna medida,
puede ser constatada en cualquier momento del ciclo vital. Jolande Jacoby (1940),
una de las más destacadas discípulas y colaboradoras de Jung, redondea todo lo
que hemos revisado con las siguientes reflexiones en torno a la última etapa de la
vida: El hombre que va para viejo se va aproximando cada vez más al estado de
deslizamiento en lo psíquico colectivo, del cual cuando niño pudo salir con grandes
esfuerzos. Y de este modo se cierra el ciclo, pleno de sentido y armónico, de la vida
humana, y el principio y el fin coinciden [...] Si esta misión se ha cumplido de manera
exacta, entonces, la muerte pierde irremisiblemente su horror y tiene sentido
incluirla en la vida total. (p. 190)

Cuatro etapas en la vida según Jung

Según Carl Jung hay 4 etapas esenciales en el desarrollo del animus, que
determinan de algún modo nuestro comportamiento en la vida:

Acerca de los arquetipos, el psicólogo suizo Carl Gustav Jung dice en su libro El
hombre y sus símbolos:

“El arquetipo es una tendencia a formar tales representaciones de un motivo –


representaciones que pueden variar mucho en el detalle sin perder un patrón
básico… Son de hecho una tendencia instintiva (…) Es esencial insistir que no son
meros conceptos filosóficos. Son pedazos de la vida misma –imágenes que están
integralmente conectadas al individuo a través del puente de las emociones–. No
se trata, pues, de representaciones heredadas, sino de posibilidades heredadas de
representaciones. Tampoco son herencias individuales, sino, en lo esencial,
generales, como se puede comprobar por ser los arquetipos un fenómeno
universal.”

El animus es el aspecto masculino del alma o del ser --que se manifiesta en lo


femenino-- a través del cual nos comunicamos con el inconsciente colectivo o el
Anima Mundi.. También es, supuestamente, el “responsable” de la vida amorosa
para las mujeres. En este caso se utilizan héroes masculinos para la seducción del
espíritu --pero es importante recordar que en la alquimia el ser es fundamentalmente
andrógino, por lo que todos participamos en lo femenino y en lo masculino

Según Jung son 4 las etapas esenciales en el desarrollo del animus: Hércules,
Apolo, Sacerdote y Hermes.

1. Hércules o el Atleta
En esta etapa estamos principalmente preocupados por nuestra apariencia, por la
forma en que nuestro cuerpo se ve. Durante esta etapa podríamos permanecer
horas mirándonos y admirando nuestro reflejo en el espejo. En esta etapa nuestro
cuerpo y aspecto son la cosa más importante para nosotros, nada más.

2. Apolo o el Guerrero

Durante esta etapa nuestra principal preocupación es salir y conquistar el mundo,


hacerlo lo mejor posible, ser el mejor y conseguir lo mejor, para hacer lo que hacen
los guerreros y actuar como los guerreros actúan. Esta es una etapa en la que
pensamos continuamente maneras de conseguir más de todos los demás, una
etapa de comparación, de derrotar a los que nos rodean para poder sentirnos mejor
porque hemos logrado más, porque somos los guerreros, los valientes.

3. Sacerdote o la Declaración

En esta etapa te das cuenta de que lo que has logrado hasta ahora no es suficiente
para que puedas sentirte realizado y feliz, ahora estás buscando maneras de hacer
una diferencia en el mundo, maneras de servir a los que están a tu alrededor. En
esta etapa estás preocupado por la manera de empezar a dar. El dinero, el poder,
las posesiones, etc., seguirán apareciendo en tu vida pero ya no les otorgarás el
mismo valor que antes, ya no estarás apegado a esas cosas porque te encontrarás
en otra etapa de tu vida, donde se sabe que hay más en la vida que lo material.
Estarás buscando maneras de dejar de pensar sólo en ti mismo, maneras de recibir
y empezar a centrarse en vivir una vida de servicio. Todo lo que quieres hacer en
esta etapa es dar. Ya sabes que dar es recibir y es hora de que dejes de ser egoísta,
egocéntrico y ególatra y pienses en maneras de ayudar a los necesitados, para dejar
este mundo mejor de lo que era cuando llegaste.

4. Hermes o el escenario del Espíritu

Según Jung, esta será la última etapa del animus, una etapa en la que nos damos
cuenta de que ninguna de estas etapas son realmente quién o qué somos. Nos
damos cuenta de que somos más que nuestro cuerpo, somos más que nuestras
posesiones, más que nuestros amigos, nuestro país y así sucesivamente. Llegamos
a la conclusión de que somos seres divinos, seres espirituales teniendo una
experiencia humana y no seres humanos teniendo una experiencia espiritual. Ahora
somos capaces de observarnos a nosotros mismos desde una perspectiva
diferente. Ahora somos capaces de salir de nuestra propia mente, fuera de nuestro
propio cuerpo y entender lo que realmente somos, para ver las cosas como son.
Nos convertimos en observadores de nuestras vidas.
CONCLUSION

Este modelo integrador de las etapas de la vida ha ejercido y sigue ejerciendo una
gran atracción sobre muchos de los seguidores de Jung, de donde proviene su
extensa difusión en la literatura de la psicología analítica. Sin embargo, también ha
sido criticado por diferentes motivos, de los cuales ya hemos hecho alusión a la
dificultad de acomodarlo a las diferencias socioculturales que introducen los
factores de la relatividad cultural y los cambios sociales. Por ejemplo, concebir la
formación de una familia como intención arquetípica del desarrollo parece entrar en
conflicto con ciertos comportamientos relacionales contemporáneos, cada vez más
diseminados, que evitan el compromiso que implica la vida familiar.

El psiquiatra jungiano estadounidense Crittenden Brookes (1996), subraya


que, en la práctica, hay un considerable traslape entre ambas mitades de la vida.
En especial, es imprescindible no perder de vista que cuestionamientos
espirituales elaborados pueden aparecer y, de hecho, tienden a aparecer
durante la adolescencia o la adultez temprana y que la búsqueda de seguridad
o éxito en el mundo externo, en realidad, no siempre se atenúa o queda remitida a
un plano secundario en la vida de los individuos mayores de cuarenta años.
Glosario de términos técnicos

Desarrollo cognoscitivo
Desarrollo que implica la forma en que el crecimiento y los cambios en las
capacidades intelectuales afectan el comportamiento de una persona.
Desarrollo de la personalidad
Desarrollo que implica la manera en que las características perdurables que
diferencian a una persona de otra cambian a lo largo de la vida.
Desarrollo físico
Desarrollo de las características físicas del cuerpo, incluyendo el cerebro, el sistema
nervioso, los músculos, los sentidos y la necesidad de alimentarse, beber y dormir.
Desarrollo infantil
Campo que implica el estudio científico de los patrones de crecimiento, cambio y
estabilidad, que ocurren desde la concepción hasta la adolescencia.
Desarrollo moral
Maduración del sentido de justicia de la gente, delo que es correcto o incorrecto, y
su comportamiento en relación con esto.
Desarrollo psicosexual
Según Freud, serie de etapas que atraviesan los niños, en las cuales el placer o
gratificación se enfoca en una función biológica o parte del cuerpo específica.
Desarrollo psicosocial
Según Erikson, desarrollo que comprende cambios en el autoconocimiento de los
individuos como miembros de la sociedad y en su comprensión del significado del
comporta-miento de los demás.

Desarrollo social
La forma en que las interacciones de los individuos con los demás y sus relaciones
sociales aumentan, cambian y permanecen estables a lo largo de la vida.
Estudio de campo
Investigación que se realiza en un ambiente na-tural (capítulo 2).
Estudio de laboratorio
Investigación que se realiza en un ambientecontrolado, diseñado especialmente
para mantener los eventos cons-tantes (capítulo 2).
Estudios de caso
Entrevistas extensas y profundas con un individuo específico o con un pequeño
grupo de individuos.
Estudios secuenciales
Estudios en los que los investigadores examinan a los miembros de varios grupos
de distintas edades en diferentes momentos.
Etapa de autonomía frente a vergüenza y duda
Según Erikson, periodo durante el cual los niños de 18 meses a tres años
desarrollan independencia y autonomía si se les da libertad para explorar, o
vergüenza, y duda si se les coarta y sobreprotege.
Etapa de confianza frente a desconfianza
Según Erikson, periodo durante el cual los bebés desarrollan un sentido de
confianza o des-confianza, lo que depende principalmente de la satisfacción de
sus necesidades por parte de los cuidadores.
Etapa de identidad frente a confusión de identidad
Periodo duran-te el cual los adolescentes tratan de determinar las características
que son únicas y distintivas de sí mismos.
Etapa de iniciativa frente a culpa
Según Erikson, el periodo durante el cual los niños de tres a seis años experimentan
un conflicto entre la independencia de acción y los resultados, en ocasiones
negativos, de tal acción.
Etapa de operaciones concretas
Periodo del desarrollo cognoscitivo entre los siete y 12 años de edad, que se
caracteriza por el uso activo y apropiado de la lógica.
Etapa de las operaciones formales
Etapa en la que los individuos desarrollan la habilidad de pensar de forma
abstracta.
Fuentes consultadas

 Rojas A., 2007. Desarrollo Humano. Editorial Pearson.


 Robert S. Feldman. Desarrollo en la Infancia. Editorial Pearson.

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