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y el mar
(Cuento Ilustrado)
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A mis hijos Fernando y Marta, un poco tarde, pero a
Tiempo de que puedan imaginar la ilusión de cuando se
Lo tenía que haber leído yo, personalmente.
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(Cuento corto)
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-Bien, pero muy pesada. Tengo que
nadar deprisa, porque empiezan a
fallarme las fuerzas.
-Date prisa, solo quedan unos diez
metros.
Y siguieron nadando los dos juntos
con la esperanza de alcanzar su me-
ta. Pensando por el camino, dijo la
mamá:
-Cuando estemos en la superficie
tienes que ayudarle a salir deprisa,
porque no voy a tener fuerzas para
aguantar mucho.
-No te preocupes, dijo el pequeño,
yo le voy a ayudar para que se haga
lo más rápido posible.
Voy a dentro, para hacer que salga
hacia la boca, porque ya queda muy
poco. Y así lo hizo, como una exhala-
ción se adentró en la oscura boca de
su mamá.
-Oye amigo, ahora tenemos que
actuar muy deprisa, si lo queremos
conseguir.
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-Mi mamá está muy cansada y no
creo que aguante mucho, quedan
muy pocos metros para salir a la su-
perficie, y ahora tienes que demostrar
lo fuerte que eres como has dicho.
-Si, ¿Qué tengo que hacer?
-Respirar profundamente, coger
todo el aire que puedas, y salir
conmigo hacia la boca de mi mamá.
-Está bien, espera, y se atusó un
poco las plumas, tan ajadas y moja-
das que tenía.
-Ya está listo. Un, dos, y… tres, y
salieron los dos disparados hacia un
punto de luz, que se veía a lo lejos.
Era la boca abierta de mamá dorada.
El pececito pensó mientras nadaba:
-Mi amigo lo va a pasar muy mal,
si mi mamá no ha alcanzado todavía
la superficie. Y así era, quedaban tan
solo dos metros, y mamá estaba ago-
tada, no tenía aire en una de sus
vejigas natatorias, y eso la dificultaba
mucho subir hacia la superficie.
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Entre tanto, los dos amigos llegaron a
la boca de la hermosa dorada, pero
no la tenía abierta del todo, porque to-
davía no había llegado a la superficie.
Por lo cual el pececito gritó ¡Rápido
mami abre la boca! Y así lo hizo y sa-
lieron al exterior nadando como
podían; el pececito empujaba al paja-
rito, y el pajarito a su vez se ponía ca-
da vez más azul.
Llevaba mucho tiempo aguantando la
respiración, y al hacer tanto ejercicio,
necesitaba respirar urgentemente.
La luz del sol se clareaba a través del
agua del mar, y esto hizo que el paja-
rillo, sacara fuerzas de donde no las
tenía, y nadó el último trecho como un
verdadero pez, y al final de este peno-
so tramo sacó la cabeza y respiró pro-
fundamente como un desesperado.
Al momento sintió esa agradable sen-
sación, que ya había experimentado,
el volver a sentir el aire fresco, que
llenaban nuevamente sus pulmones.
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Otra vez estaba dispuesto a salir vo-
lando, pero no pudo, todas sus alas y
plumas estaban empapadas, y así, no
se podía volar, tenía muchas plumas
estropeadas, y necesitaba una reno-
vación casi total de sus plumas y plu-
mones que hacían de su vestido, que
pareciera, cuando estaba seco, tan
brillante y elegante, como si de un
vestido de gala se tratase.
Entonces la mamá dorada, se vino
abajo, desmoralizada y agotada, se
dejó llevar, por su peso y se deslizó al
fondo para poder recuperarse.
El pececito dijo al pajarillo, espérame
aquí, que voy a ayudar a mi mamá.
Y así lo hizo después de acomodar,
entre algas y una hermosa esponja, a
su querida mamá, determinó que era
el tiempo de buscar la solución defini-
tiva, para aquel cansado pajarillo.
Preguntó a su mamá, cuanto tardaría
en recuperarse, porque la explicó que
iba a necesitar de su colaboración.
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Ella le comentó que una media hora,
hasta que la vejiga natatoria que aho-
ra estaba vacía, se volviera a llenar.
-Bien, entonces subo con el pajari-
llo y te espero arriba.
Y así lo hizo, subió y encontró a su
amigo posado en el agua como si de
un pato se tratase.
-Hola amigo, ya estoy aquí. ¿Cómo
estás? ¿Estás mejor ya, o todavía
te faltan las fuerzas?
-No, ya estoy muy bien, ya te dije
que era muy fuerte.
-Es verdad, dijo el pececito, yo no
hubiera aguantado tanto tiempo como
tú, si en este caso, se me hubiera sa-
cado a mí del agua, mi medio de vida.
-¿Y tus plumas? ¿Ya están secas?
A lo que dijo cabizbajo el pajarillo:
-No, todavía no. Esto tardará bas-
tante y como la tormenta todavía no
ha pasado la humedad siempre se
queda entre las membranas de mis
plumas.
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“ El pajarillo posado sobre el agua como un pato,
Habla con el pececito que enseña la cabeza “
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-¿Y entonces que vas hacer?
-No sé, estar aquí es peligroso para
mi, ¿Y si viene otro pez como tu ma-
dre y me confunde otra vez, o le pa-
rezco un apetitoso bocado de
comida?
-Tienes razón, hay que hacer algo.
-Cuando comencé a volar esta
mañana iba buscando una isla muy
pequeña, en la cual me han hablado
que existe un pequeño paraíso natu-
ral, donde el hombre no pisa y donde
se puede vivir muy bien, la pena es
que no se ir, y esta mañana la estaba
buscando para poder quedarme allí a
vivir y formar una familia, pronto viene
la primavera, y ya tengo edad para
formar un hogar.
-Bueno, eso estaría muy bien, sería
muy bonito que tu sueño lo puedas
realizar, seguro que lo consigues. Voy
a ver a mi mamá y le voy a preguntar
si sabe algo de esto que me acabas
de comentar.
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-Espera aquí, y bajó rápidamente,
desapareciendo entre la espuma.
-¡Hola mami!, ¿Cómo te encuen-
tras? ¿Estás mejor?
-Si mi rey, ya empiezo a poder con-
trolar la entrada y salida del aire para
poder subir y bajar, pero ¿Y tu amigo?
¿Se encuentra bien?
-Si mamá, y me pregunta si noso-
tros conocemos una pequeña isla,
cerca de aquí.
-¿Una pequeña isla? ¡Claro!
¡Las grutas de las morenas¡ es muy
peligroso acercarse allí.
Si te acercas nadando despistado en-
tre las rocas, quizás sea la última vez
que lo hagas, porque terminarás co-
mo la cena de alguna morena.
-¿Qué son las morenas, mami?
-Son unos familiares muy lejanos
que viven entre las rocas camufladas
y son muy agresivas si se las molesta.
Tienen su territorio, y no le gustan los
intrusos; bueno, pensándolo mejor si
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les gustan los intrusos, porque los
usan como comida.
Así que es mejor no acercarse por
allí.
¿Por qué me preguntas tanto?
-Es que… (Y se cayó pensando
que sería mejor no decirla nada)
Pero no, dijo. Un amigo es un ami-
go y el ha hecho mucho por mí.
-Mira mami bonita, mi amigo el pa-
jarillo, me ha contado, que esta maña-
na antes de que ocurriera nuestro en-
cuentro, el buscaba precisamente es-
ta isla, porque dice que es un bello
lugar donde vivir sin complicaciones.
-Y que tiene que ver eso con noso-
tros, dijo la mamá dorada.
No podemos pensar ni un momento
en acercarnos por ahí, y sobre todo
tú, porque serías un blanco fácil, para
servir de comida a las morenas.
-Mamá, pero algo tendremos que
hacer.
-Solo podemos hacer una cosa,
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y es decírselo a los delfines, que nor-
malmente viajan por allí cerca.
-Y ¿Cómo los avisamos? Si no hay
ninguno por aquí.
-Yo sé cómo llamarlos, espera, y se
acercó a una hermosa caracola a la
que le dijo, por favor ¿Serías tan ama-
ble de dejarme tu hermosa casa para
llamar a nuestros amigos los delfines?
A lo que dijo rápidamente:
-¡Sí cómo no!, ¿Hay alguien en pe-
ligro?
Y la dorada le contó el problema que
acontecía, a lo que dijo la caracola:
-Bueno, como todavía no puede vo-
lar, también le puedo dejar mi casa
para que se transporte al pajarillo y a
tu hijo, para que no tengan problemas
con las morenas.
-¡Eso es una fantástica idea! Le va
a encantar a mi amigo; expresó lleno
de júbilo el pequeño pececito.
-Pues anda no tardes, llama a los
delfines. Y procedió a resoplar
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fuertemente por la parte más estrecha
de la caracola, y empezó a sonar una
dulce musiquita…
Rápidamente las ondas fueron en to-
das direcciones y como si de un telé-
fono fuese, entraron los delfines en
contacto. Ahora se oía, el murmullo
cálido de lo que pareciese un coro
grande que se encaminaba hacia
ellos.
La mamá dorada comento:
-¡Ya está! Nuestros amigos vienen
hacia aquí.
Y así fue, en poco tiempo estaban
rodeados de una bandada de unos
treinta delfines, dispuestos ayudar.
-¿Qué ocurre? Expresó, el que
parecía el jefe del grupo.
-Mira amigo mío, dijo mamá dora-
da, tenemos un problema, pero no se
trata con ninguno de nosotros, sino de
un ave, que tiene serios problemas.
¿Y qué tenemos que ver nosotros
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con el mundo de las aves? Ex-
presó el jefe del grupo. Muchos ami-
gos nuestros tienen problemas con al-
gunas de las dichosas aves, ¿Y tú me
pides que vallamos a ayudarlas?
-Espera, amigo, esta avecilla ha
salvado la vida de mi hijo, y por mi
culpa casi la mato.
Tenemos la obligación de ayudarla,
además, todos vivimos en este plane-
ta, y tenemos que compartir las co-
sas, respetándonos.
-Bueno, me has convencido y ¿Qué
es lo que hay que hacer?
-Lo primero de todo, dijo el peque-
ño pececito, es ir con él para ver co-
mo está, y después organizarnos.
-¡Venga! Dijo el delfín, ¡Todo el
mundo arriba! Y así lo hicieron, subie-
ron todos menos la caracola, bueno la
caracola sí, pero sin su inquilino, que
se refugió entre las rocas, porque no
estaba acostumbrado a estar fuera de
su casa.
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-Espéranos aquí, dijo la dorada, y
pronto te la devolveremos.
-¡Vale! No tengas prisa, aquí me
encuentro bastante bien.
Cuando llegaron todos los delfines a
la superficie, el pobre pajarillo pensó:
FIN
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