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El pajarillo

y el mar

(Cuento Ilustrado)
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A mis hijos Fernando y Marta, un poco tarde, pero a
Tiempo de que puedan imaginar la ilusión de cuando se
Lo tenía que haber leído yo, personalmente.

“Mas vale tarde que nunca”

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(Cuento corto)

Una mañana azul, al despuntar el


alba, la balsa del mar reflejó el vuelo
alegre de un pardo pajarillo, que subía
y bajaba de altura.
En uno de esos valles, se percató, por
la transparencia del agua, que existía
otro mundo mágico debajo de ese es-
plendoroso espejo, que día a día esta-
ba acostumbrado a ver.
Había visto cúmulos, cirros e inclu-
so al gran astro despedirse de su no-
via como cada día al reflejarse en el
mar.
¿Pero que estaba pasando?
!Lo que acababa de contemplar, no lo
había visto nunca!
No había nubes, ni sol, ni estrellas,
había muchas criaturas que “volaban”,
pero no tenían alas, y el cielo era mas
verde. Se acercó mas y mas, pero se
asustó mucho, cuando de repente,
una pequeña ola, le mojó la cara.
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-¿Que es esto? Se pregunto su
mente inquieta, ¿será que ahí dentro,
está lloviendo?
De pronto, al bajar una pequeña
gota a su pico, se dio cuenta que esa
agua de “lluvia” no sabía igual. Era
áspera y tenía un sabor completa-
mente diferente. Rápidamente subió
para el cielo para recapacitar. Subió y
subió asustado y se metió para es-
conderse entre las nubes... Siguió vo-
lando y volando, y a lo lejos vio lo que
le pareció otro pajarillo, pero esta vez
debía de ser una cría, por lo pequeño
que era.
Pensó... ¿Que hace aquí tan alto
un bebé, sin su querida mama? Voy a
preguntarle, y batió sus alas mas rápi-
damente, para llegar antes.
Según se iba acercando, le pareció un
pájaro muy extraño. !O eran muy pe-
queñas, o a lo peor, las habría perdido
en un accidente! ¿El qué?
!! SUS ALAS!!
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¿Donde estaban sus alas? Un esca-
lofrío volvió a sacudirle todas sus plu-
mas, se parecía, pero mas pequeño,
a las criaturas que acababa de ver de-
bajo del agua.
Otra vez sintió pánico y como por
un acto reflejo fuese, descendió rápi-
damente dejando las nubes a cierta
distancia.
Con el aliento ya recuperado volvió a
pensar con claridad.
! Mejor me quedo por aquí!
Pero, cuando todo parecía habér-
sele olvidado, las dudas le volvieron a
invadir. ¿Que hará ese pobrecito tan
alto y tan solo? Voy ha ayudarlo. Con
esto, con la alegría que le caracteriza-
ba, y lleno de fuerzas renovadas, su-
bió más rápido que lo que había baja-
do, y enseguida, entró en contacto vi-
sual con su congénere.
No entiendo, porqué no está su
mamá con el; pensaba mientras se le
iba acercando. Al ver más de cerca
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a su compañero, se percató, que
tenía unas plumas muy brillantes, que
no eran como las suyas, estaban co-
locadas como si de una coraza se tra-
tase, y no se descolocaban con las
ráfagas de aire del tempestuoso aire
de tormenta, que se avecinaba.

Su pico no era tan pico puesto


que era parte de su cabeza y no salía
para afuera, ni se distinguía por otro
color.
¿Podría hablar con él? Veremos, pues
ya estaba muy cerca.

-¡Hola pajarito! Dijo con voz fuerte


mientras revoloteaba a su alrededor;
pero no obtuvo respuesta, y este se
preocupó porque le había cambiado la
cara presa de pánico y terror.
-¡No te preocupes! Que no te voy a
atacar, solo quiero saber, de donde
vienes, y que haces aquí. Me pareces
muy diferente, pero tienes cara de ser
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buen pajarito. A lo que respondió muy
enfadado, para sorpresa de nuestro
amigo:

-Que...!NO SOY UN PAJARITO!


Entonces ¿qué eres? Volvió a pregun-
tar.
-Es que no se ve, soy un pez.
-¿Un pez? ¿Que es eso de un
pez? Pues nunca oí hablar de esto a
nadie.
-No lo sé... solo se lo oí a mi
mamá muchas veces decir, y no sé lo
que verdaderamente significa... Y em-
pezó a llorar desconsoladamente.
-No te preocupes, no pasa nada,
yo tampoco se muchas cosas y soy
mucho mayor que tu. Anda, no llores,
y cuéntame que haces aquí tan solito.
-No lo sé, dijo profundamente an-
gustiado; yo antes de estar en esta
nube, encerrado en esta pequeña bur-
buja, nadaba junto con mi mamá y
muchos amigos, como todos los días,
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pero de repente, empecé a subir, y
subir...y mis padres no pudieron hacer
nada; ya no nadaba, sino volaba, que
angustia, de verdad.
-Pero, pero, pero, como, como,
¿cómo que subiste y subiste? ¿De
donde?
-Del mar.
-¿Del qué?
-! D - E - E -L - M - A -R!
-¿Y que es eso? Volvió a pregun-
tar el sorprendido pajarillo.
-Pues... ¿No lo has visto abajo,
esa masa de agua verde, que cubre
mucha superficie de la tierra?
-Veras, la verdad, es que hoy por
la mañana temprano, me he dado un
buen susto.
Como todos los días, estaba dando mi
primer “paseíto” y vi cosas muy extra-
ñas, que nunca antes me había dado
cuenta.
Siempre había visto reflejado el cielo.
Pero hoy al pasar una nube muy
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densa, me dejó ver lo que hay detrás
de esa superficie lisa.
-¿Y que fue lo que vistes tan extra-
ño?
-Veras... No te ofendas, por favor,
la verdad es que vi a criaturas muy
parecidas a ti, pero mucho, mucho
mas grandes. Después me di cuenta
que había un gran abismo y me
asusté bastante. El resto ya lo cono-
ces.
-!Ah! eso es mi mundo. Yo estoy
aquí por equivocación, estaba como
cada mañana subiendo a la superficie
con toda mi familia para desayunar,
cuando de repente, una burbuja, me-
dio de agua y medio de aire, me
atrapó y empecé a subir y subir que-
dando encerrado y sin poder salir.
Ahora solo me puedo mover por el
agua que contiene esta pequeña bur-
buja.

Estoy muy triste, porque no se que es.


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-!Va! No te preocupes, me parece
que ya se lo que te pasa. Se lo he oí-
do decir, en tierra adentro, al gran sa-
bio del bosque, que esto siempre ocu-
rre en los lagos, pero por lo que se ve,
también ocurre aquí.
-¡Si! Y ¿Que es lo que me ha
pasado?
-Lo llaman el “CICLO DEL AGUA.”
-¿Qué?
-El ciclo del agua.
-¿Que es eso? Preguntó sin en-
tender nada.
-Se trata, que cuando empieza el
día y sale el sol, calienta la superficie
del agua y llega a tal temperatura, que
empieza evaporarse, es decir, a pasar
de estado líquido normal como se en-
cuentra el agua a estado gaseoso co-
mo se encuentran las nubes.

-Ah, ¿Entonces yo estoy en una


nube arriba y mis papás abajo en el
mar?
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-Sí, aunque no entiendo muy bien,
que es eso del mar.
-Pues es muy fácil, es un lugar
muy bonito, en el cual, hay muchas
familias y variedades marinas.
Todos vivimos muy a gusto, aunque
ahora estarán buscándome preocu-
pados .
-No tengas pena, porque no vas a
estar mucho tiempo aquí.
-¿Porqué, ese “ciclo” que decías,
me va a llevar a otro lado?
-Si, pero no exactamente a otro lu-
gar diferente. La verdad es que como
te dije antes, se acerca tormenta y va
a llover.
-¿Qué es eso de llover? No en-
tiendo.
-La lluvia es la terminación del
“ciclo del agua”, porque mucha de la
que se evaporó y se convirtió en nu-
bes, al llover, vuelve a caer a la tierra
y esta a su vez vuelve a los ríos y al
final a tu casa el mar.
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-¿Pero tengo miedo, y si caigo en
tierra seca, en lugar de caer al mar?
Seguro que así no llego a casa...
-Depende, si caes en un rió al final
vas a volver al mar, porque todos los
ríos van a parar a la “llanura azul”, o
sea tu casa; pero si caes en tierra, te-
nemos un problema serio.
La tierra va a chupar el agua como
otras veces lo ha hecho, y si no hay
agua, tu no puedes vivir en ese me-
dio.
¡Tenemos que pensar algo! Ahora
mismo estamos sobre tu casa, pero
con el viento que sopla, te está me-
tiendo tierra a dentro…
-Tengo miedo, pajarito, ayúdame.
-No te preocupes ya pensaré algu-
na solución.
Pero al pequeño pececito, le cambió
la cara otra vez y empezó a llorar,
estaba muy desconsolado. Pensaba
que no volvería a ver a los suyos...
-No llores más porque se está
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llenando la burbuja con tus lágrimas y
no vas a tener aire suficiente.
-No te apures, nosotros no necesi-
tamos el aire para respirar como vo-
sotros, el agua ya tiene lo necesario
para los peces. Dijo entre sollozos.
De pronto, una ráfaga fuerte de viento
los metió más adentro en la tierra, ca-
si ya muy cerca de la playa.
-¿Cuánto falta para que empiece
la tormenta? Preguntó angustiado el
pececito.
-No lo sé pero ten ánimo, ya ve-
ras como lo solucionamos. Quédate
quieto, para que no se mueva más tu
burbuja y espérame.
-¿A dónde vas? No me dejes por
favor, tengo mucho miedo.
-No te preocupes voy a bajar
hacia el mar rápidamente y vuelvo a
subir. Se me ha ocurrido una idea. Es-
pera…Otra vez solo en tan grande
inmensidad, nuevamente comenzó a
llorar.
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¿Y si no regresa mi amigo? Se pre-
guntaba angustiado.
De repente empezó una tormenta se-
ca, de las que preceden antes de que
se ponga a llover.
Ahora se aterrorizaba el pobrecito al
ver los rayos de nube a nube, no
quería ni mirar, pero veía que su ami-
go no regresaba y él iba cada vez
más rápido, acercándose a la playa,
donde sería su perdición si se precipi-
taba en la arena.
Entonces, de repente, y calado hasta
los huesos, apareció en el horizonte
su pequeño amigo. Tenía la cara des-
figurada, parecía que se le hubieran
hinchado los carrillos. ¿Qué le pasar-
ía?
-¡Pobrecito! Exclamó. Se ha meti-
do en algún lío por mí culpa.
Pero no, no se había metido en
ningún problema, sólo le ocurría, que
llevaba todo el agua del mar posible,
que le cabía en los mofletes.
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“ El pajarito volando con los mofletes hinchados,
llevando agua para llenar la burbuja”
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Este al llegar a la burbuja donde se
encontraba su amigo el pececito, en-
vistió con su pico como para pinchar
la burbuja, pero como él sabía o por lo
menos se había imaginado, no se
rompió, solo consiguió introducir parte
de su pico en la deteriorada burbuja.
-¿Qué haces? Vas hacer que se
caiga el agua que me contiene, y voy
a morir asfixiado, replicó el pececito,
muy preocupado.
Soltando el agua que contenía su bu-
che, el pajarillo exclamó:
-¡No seas cobarde!¡Que sé lo que
me hago!
-Perdona, mi amigo pajarito, no
quise ofenderte.
-No te preocupes, lo que quiero
conseguir es llenar la burbuja antes
de que el aire nos introduzca en tierra
dentro.
-¿Para qué? ¿Estas loco? No ne-
cesito más agua, no es el momento
para poder nadar mejor.
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-No, no es eso, no tengo tiempo pa-
ra explicártelo, solo confía en mí.
Y salió despedido como una bala,
dirección nuevamente hacia el mar.
¿Qué querrá hacer? Se preguntaba
angustiado por la incertidumbre y por
la tensión del momento.
Nuevamente soplo aire, e introdujo a
la pequeña nube que contenía miles
de burbujas, dentro de la playa.
-¡Oh! Ya no se puede hacer nada,
exclamó el pececito, ya estoy
dentro de la arena. ¡Estoy perdido!
El pececito, se desmoralizó tanto que
entró en un estado de tanta angustia,
que se sintió casi muerto, las constan-
tes vitales le empezaron a bajar, y se
fue al fondo de la burbuja quedándose
de medio lado, como si no se pudiera
sostener en pie.
Perdió el conocimiento, y no se per-
cató que el aire cambió de dirección.
Ahora soplaba poniente, un poniente
caliente, que hizo subir la nube muy
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rápidamente, y otra vez de nuevo con
dirección al mar.
El pajarito volvió a divisar a su amigo,
y esta vez se dio cuenta de que todos
sus esfuerzos habían sido en vano,
parecía que todo había concluido para
su amigo, no obstante descargó toda
el agua y terminó de llenar la burbuja.

Acompañó a la densa gota, toda su


caída libre hasta que una ola abrazó
con su cresta de espuma, al pequeño
pececito.
Por unos instantes se quedó flotando
en la espuma que soltó la ola mien-
tras esta se desvanecía.
El pajarillo sujetó con sus patitas al
pequeño pez, para no perderlo de vis-
ta definitivamente.
Entonces, la temperatura del mar, y el
calor de estar de nuevo en casa, des-
pertaron al pequeño pececito de lo
que había parecido el final infeliz de
esa pequeña criatura.
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Al ver la situación, el pajarillo ex-
clamó, ¡LO CONSEGIMOS!
¿Dónde estoy? Preguntó aturdido
el pequeño pez.
-En casa, estas otra vez en el mar.
Pero de pronto, mamá pez, que lleva-
ba horas buscando a su bebé, vio en
la superficie, lo que le pareció un ata-
que en toda regla a su pequeña cria-
tura. Apresurándose en subir a super-
ficie y al ir acercándose a su objetivo,
abrió su enorme boca para tragar al
pajarillo.
Cuando llegó a su objetivo se preci-
pitó sobre el mismo, tragándolo direc-
tamente sin masticar.
El pequeño pez gritó:
-¡No mamá! ¡No! Pero ya no se
podía hacer nada, el pajarillo había si-
do engullido de manera salvaje por la
enorme dorada.
La mamá pez, se dirigió al pequeño
pez y le dijo:
- Casi te mata y te lleva a tierra
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seca, para haberte comido.
-No mamá, el ha hecho mucho por
mí.
-Pues no puedo devolverlo, ya es
tarde.
Y todo lo que debería haber sido el
momento más feliz de su vida al
haber encontrado de nuevo a los su-
yos, se convirtió, en un momento muy
duro, al pensar que no lo volvería a
ver de nuevo, al haber servido de co-
mida para su mamá.
La dorada, ahora triste también por lo
que le estaba contando su querido
hijito, cogió de la mano al alevín, y
descendió a las profundidades.
Cuando el pececito vio a todos los su-
yos, volvió a sonreír, pero sin chispa
en los ojos. Los demás jugaron con el,
pero solo se acordaba de su amigo el
pajarillo.
Se acercó a la tripa de su mamá, y
oyó lo que le pareció un pequeño
quejido.
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-¡No está muerto! Exclamo el
pececito.
Lleno de una esperanza que a toda
vista de los mayores parecía absurda,
se fue corriendo a la boca de su
mamá, he intentó meterse hasta la
tripa de su madre, pero sin
conseguirlo.

Los murmullos eran más intensos, por


lo que gritó:
-¡Pajarito, pajarito! ¿Estás vivo? y
esperó oír la apreciada vocecita de su
benefactor y querido amigo. Pero no
obtuvo resultado y lo intentó de
nuevo.
-¡Pajarito, pajarito! ¿Estás vivo? Y
entonces, como si de un milagro se
tratase, surgió una voz profunda con
tan solo un hilo de intensidad, que
contestó:
-Apenas puedo respirar, me falta
aire y no puedo moverme porque me
faltan las fuerzas.
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-Aguanta mi amigo, que ahora me
toca a mi devolverte la ayuda que me-
diste, y salió muy deprisa para pedir
consejo a su mamá.
-¡Mamá está vivo!, pero necesita
aire para poder respirar y dentro de tu
tripa, solo queda muy poco.
A lo que la mamá le explicó, tenemos
una posibilidad de que se salve.
Escucha atentamente y explícaselo a
él. La mamá le contó su plan, y el pe-
queño alevín se adentró de nuevo en
la garganta de su madre.
Cuando llegó al mismo sitio de antes,
gritó con fuerte voz:
-¡Pajarillo!, escúchame atenta-
mente y haz lo que te voy a decir.
-A tu derecha y a tu izquierda
verás dos vejigas muy grandes, llenas
de aire. ¿Las ves?
A lo que respondió el pajarillo con
muy pocas fuerzas:
-Si veo, como dos especies de
globos.
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-Si exacto, son las vejigas natato-
rias de mi mamá, con ellas puede
subir y bajar dentro del agua.
Pues bien, introduce tu pico despacio
en una de ellas como lo hiciste en la
burbuja que me contenía, cuando
estuve en la nube, y respira un poco
de aire para que puedas aguantar.
El pajarillo se arrastró como pudo, y
llegó a una de esas enormes bolsas
de aire, y como le había indicado su
querido amigo, introdujo su aguzado
pico y al instante empezó a respirar
ese aire fresco.
-¡Um! Qué bien, ya empiezo a
recobrar las fuerzas, me siento mucho
mejor y se puso de pié sobre sus dos
frágiles patitas.
El siguió respirando y su amigo el
pececito le dijo:
-Espera voy a ver como se
encuentra mi mamá, y salió rápido al
exterior, y lleno de alegría, empezó a
dar besos a su mamá.
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Pero la mamá, le dijo a su pequeño
hijo, no me encuentro bien y noto que
me voy al fondo.
Tengo que nadar deprisa para poder
subir a la superficie, si no, no lo voy a
conseguir.
-No mamá, si te vas al fondo nunca
podrá salir de ahí, mi amigo y morirá.
-Lo sé, dijo la mamá, pero nos va a
costar mucho trabajo.
-Le voy a decir, que respire despa-
cio y que aguante la respiración todo
lo que pueda, espérame. Abre la bo-
ca, por favor y de nuevo volvió a la tri-
pa de su mamá.
-Oye amigo, tenemos un problema,
y empezó a explicárselo.
-No te preocupes, yo soy muy
fuerte y voy a hacer todo lo que
pueda, confía en mí.
El pececito, respiró más tranquilo y
volvió a salir al exterior.
-¿Cómo te encuentras mamá?

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-Bien, pero muy pesada. Tengo que
nadar deprisa, porque empiezan a
fallarme las fuerzas.
-Date prisa, solo quedan unos diez
metros.
Y siguieron nadando los dos juntos
con la esperanza de alcanzar su me-
ta. Pensando por el camino, dijo la
mamá:
-Cuando estemos en la superficie
tienes que ayudarle a salir deprisa,
porque no voy a tener fuerzas para
aguantar mucho.
-No te preocupes, dijo el pequeño,
yo le voy a ayudar para que se haga
lo más rápido posible.
Voy a dentro, para hacer que salga
hacia la boca, porque ya queda muy
poco. Y así lo hizo, como una exhala-
ción se adentró en la oscura boca de
su mamá.
-Oye amigo, ahora tenemos que
actuar muy deprisa, si lo queremos
conseguir.
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-Mi mamá está muy cansada y no
creo que aguante mucho, quedan
muy pocos metros para salir a la su-
perficie, y ahora tienes que demostrar
lo fuerte que eres como has dicho.
-Si, ¿Qué tengo que hacer?
-Respirar profundamente, coger
todo el aire que puedas, y salir
conmigo hacia la boca de mi mamá.
-Está bien, espera, y se atusó un
poco las plumas, tan ajadas y moja-
das que tenía.
-Ya está listo. Un, dos, y… tres, y
salieron los dos disparados hacia un
punto de luz, que se veía a lo lejos.
Era la boca abierta de mamá dorada.
El pececito pensó mientras nadaba:
-Mi amigo lo va a pasar muy mal,
si mi mamá no ha alcanzado todavía
la superficie. Y así era, quedaban tan
solo dos metros, y mamá estaba ago-
tada, no tenía aire en una de sus
vejigas natatorias, y eso la dificultaba
mucho subir hacia la superficie.
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Entre tanto, los dos amigos llegaron a
la boca de la hermosa dorada, pero
no la tenía abierta del todo, porque to-
davía no había llegado a la superficie.
Por lo cual el pececito gritó ¡Rápido
mami abre la boca! Y así lo hizo y sa-
lieron al exterior nadando como
podían; el pececito empujaba al paja-
rito, y el pajarito a su vez se ponía ca-
da vez más azul.
Llevaba mucho tiempo aguantando la
respiración, y al hacer tanto ejercicio,
necesitaba respirar urgentemente.
La luz del sol se clareaba a través del
agua del mar, y esto hizo que el paja-
rillo, sacara fuerzas de donde no las
tenía, y nadó el último trecho como un
verdadero pez, y al final de este peno-
so tramo sacó la cabeza y respiró pro-
fundamente como un desesperado.
Al momento sintió esa agradable sen-
sación, que ya había experimentado,
el volver a sentir el aire fresco, que
llenaban nuevamente sus pulmones.
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Otra vez estaba dispuesto a salir vo-
lando, pero no pudo, todas sus alas y
plumas estaban empapadas, y así, no
se podía volar, tenía muchas plumas
estropeadas, y necesitaba una reno-
vación casi total de sus plumas y plu-
mones que hacían de su vestido, que
pareciera, cuando estaba seco, tan
brillante y elegante, como si de un
vestido de gala se tratase.
Entonces la mamá dorada, se vino
abajo, desmoralizada y agotada, se
dejó llevar, por su peso y se deslizó al
fondo para poder recuperarse.
El pececito dijo al pajarillo, espérame
aquí, que voy a ayudar a mi mamá.
Y así lo hizo después de acomodar,
entre algas y una hermosa esponja, a
su querida mamá, determinó que era
el tiempo de buscar la solución defini-
tiva, para aquel cansado pajarillo.
Preguntó a su mamá, cuanto tardaría
en recuperarse, porque la explicó que
iba a necesitar de su colaboración.
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Ella le comentó que una media hora,
hasta que la vejiga natatoria que aho-
ra estaba vacía, se volviera a llenar.
-Bien, entonces subo con el pajari-
llo y te espero arriba.
Y así lo hizo, subió y encontró a su
amigo posado en el agua como si de
un pato se tratase.
-Hola amigo, ya estoy aquí. ¿Cómo
estás? ¿Estás mejor ya, o todavía
te faltan las fuerzas?
-No, ya estoy muy bien, ya te dije
que era muy fuerte.
-Es verdad, dijo el pececito, yo no
hubiera aguantado tanto tiempo como
tú, si en este caso, se me hubiera sa-
cado a mí del agua, mi medio de vida.
-¿Y tus plumas? ¿Ya están secas?
A lo que dijo cabizbajo el pajarillo:
-No, todavía no. Esto tardará bas-
tante y como la tormenta todavía no
ha pasado la humedad siempre se
queda entre las membranas de mis
plumas.
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“ El pajarillo posado sobre el agua como un pato,
Habla con el pececito que enseña la cabeza “

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-¿Y entonces que vas hacer?
-No sé, estar aquí es peligroso para
mi, ¿Y si viene otro pez como tu ma-
dre y me confunde otra vez, o le pa-
rezco un apetitoso bocado de
comida?
-Tienes razón, hay que hacer algo.
-Cuando comencé a volar esta
mañana iba buscando una isla muy
pequeña, en la cual me han hablado
que existe un pequeño paraíso natu-
ral, donde el hombre no pisa y donde
se puede vivir muy bien, la pena es
que no se ir, y esta mañana la estaba
buscando para poder quedarme allí a
vivir y formar una familia, pronto viene
la primavera, y ya tengo edad para
formar un hogar.
-Bueno, eso estaría muy bien, sería
muy bonito que tu sueño lo puedas
realizar, seguro que lo consigues. Voy
a ver a mi mamá y le voy a preguntar
si sabe algo de esto que me acabas
de comentar.
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-Espera aquí, y bajó rápidamente,
desapareciendo entre la espuma.
-¡Hola mami!, ¿Cómo te encuen-
tras? ¿Estás mejor?
-Si mi rey, ya empiezo a poder con-
trolar la entrada y salida del aire para
poder subir y bajar, pero ¿Y tu amigo?
¿Se encuentra bien?
-Si mamá, y me pregunta si noso-
tros conocemos una pequeña isla,
cerca de aquí.
-¿Una pequeña isla? ¡Claro!
¡Las grutas de las morenas¡ es muy
peligroso acercarse allí.
Si te acercas nadando despistado en-
tre las rocas, quizás sea la última vez
que lo hagas, porque terminarás co-
mo la cena de alguna morena.
-¿Qué son las morenas, mami?
-Son unos familiares muy lejanos
que viven entre las rocas camufladas
y son muy agresivas si se las molesta.
Tienen su territorio, y no le gustan los
intrusos; bueno, pensándolo mejor si
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les gustan los intrusos, porque los
usan como comida.
Así que es mejor no acercarse por
allí.
¿Por qué me preguntas tanto?
-Es que… (Y se cayó pensando
que sería mejor no decirla nada)
Pero no, dijo. Un amigo es un ami-
go y el ha hecho mucho por mí.
-Mira mami bonita, mi amigo el pa-
jarillo, me ha contado, que esta maña-
na antes de que ocurriera nuestro en-
cuentro, el buscaba precisamente es-
ta isla, porque dice que es un bello
lugar donde vivir sin complicaciones.
-Y que tiene que ver eso con noso-
tros, dijo la mamá dorada.
No podemos pensar ni un momento
en acercarnos por ahí, y sobre todo
tú, porque serías un blanco fácil, para
servir de comida a las morenas.
-Mamá, pero algo tendremos que
hacer.
-Solo podemos hacer una cosa,
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y es decírselo a los delfines, que nor-
malmente viajan por allí cerca.
-Y ¿Cómo los avisamos? Si no hay
ninguno por aquí.
-Yo sé cómo llamarlos, espera, y se
acercó a una hermosa caracola a la
que le dijo, por favor ¿Serías tan ama-
ble de dejarme tu hermosa casa para
llamar a nuestros amigos los delfines?
A lo que dijo rápidamente:
-¡Sí cómo no!, ¿Hay alguien en pe-
ligro?
Y la dorada le contó el problema que
acontecía, a lo que dijo la caracola:
-Bueno, como todavía no puede vo-
lar, también le puedo dejar mi casa
para que se transporte al pajarillo y a
tu hijo, para que no tengan problemas
con las morenas.
-¡Eso es una fantástica idea! Le va
a encantar a mi amigo; expresó lleno
de júbilo el pequeño pececito.
-Pues anda no tardes, llama a los
delfines. Y procedió a resoplar
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fuertemente por la parte más estrecha
de la caracola, y empezó a sonar una
dulce musiquita…
Rápidamente las ondas fueron en to-
das direcciones y como si de un telé-
fono fuese, entraron los delfines en
contacto. Ahora se oía, el murmullo
cálido de lo que pareciese un coro
grande que se encaminaba hacia
ellos.
La mamá dorada comento:
-¡Ya está! Nuestros amigos vienen
hacia aquí.
Y así fue, en poco tiempo estaban
rodeados de una bandada de unos
treinta delfines, dispuestos ayudar.
-¿Qué ocurre? Expresó, el que
parecía el jefe del grupo.
-Mira amigo mío, dijo mamá dora-
da, tenemos un problema, pero no se
trata con ninguno de nosotros, sino de
un ave, que tiene serios problemas.
¿Y qué tenemos que ver nosotros

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con el mundo de las aves? Ex-
presó el jefe del grupo. Muchos ami-
gos nuestros tienen problemas con al-
gunas de las dichosas aves, ¿Y tú me
pides que vallamos a ayudarlas?
-Espera, amigo, esta avecilla ha
salvado la vida de mi hijo, y por mi
culpa casi la mato.
Tenemos la obligación de ayudarla,
además, todos vivimos en este plane-
ta, y tenemos que compartir las co-
sas, respetándonos.
-Bueno, me has convencido y ¿Qué
es lo que hay que hacer?
-Lo primero de todo, dijo el peque-
ño pececito, es ir con él para ver co-
mo está, y después organizarnos.
-¡Venga! Dijo el delfín, ¡Todo el
mundo arriba! Y así lo hicieron, subie-
ron todos menos la caracola, bueno la
caracola sí, pero sin su inquilino, que
se refugió entre las rocas, porque no
estaba acostumbrado a estar fuera de
su casa.
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-Espéranos aquí, dijo la dorada, y
pronto te la devolveremos.
-¡Vale! No tengas prisa, aquí me
encuentro bastante bien.
Cuando llegaron todos los delfines a
la superficie, el pobre pajarillo pensó:

-¡Estoy perdido! Me van a comer


entre todos y no va a quedar ni una
sola pluma.
¡Qué grandes son! ¡Dios mío ayúda-
me!
Y cerró los ojos para no verlo, pero de
pronto sintió unos golpecitos muy tier-
nos en una de sus alas y abrió otra
vez los ojos.
-¿Qué haces? ¿Te has dormido?
-No amigo mío, al ver a estos tan
grandes, pensé que era el fin.
-No, son nuestros amigos y nos van
a llevar hasta esa isla que tú dices.
-¿Sabéis donde se encuentra?
-Claro dijo la mamá dorada, lo úni-
co, que entre las rocas viven unos
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seres poco hospitalarios, así que te
contaremos el plan que tenemos.
El pececito le explicó:
-Mi mamá ha pensado, que para
que no tengamos problemas,
los delfines, nos van a llevar hasta la
isla, y para que no nos vean las more-
nas, y pasemos desapercibidos, va-
mos a ir a dentro de esta hermosa ca-
racola. ¿Qué te parece?
-Estupendo, ¿Cuándo partimos?
-Ahora mismo, dijo el jefe de los
delfines. Sacar un poco de agua de la
caracola, para dejarle suficiente sitio
para el pajarillo y ¡vamos para allá!.
Y así lo hicieron, el pececito entró en
el fondo de la caracola, y el pajarillo,
entró dentro, pero asomaba su cabe-
cita, por la abertura del molusco.
-¿Cuánto tardaremos? Preguntó el
pajarillo, y la mamá dorada respondió:
Será una travesía de apenas una
hora.
-Bien, pues muchas gracias por
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su ayuda y pronto todo volverá a la
normalidad, yo seguiré volando, y us-
ted, junto a su hijito seguirán nadando
y disfrutando de este bonito mar.
-Siento mucho lo que te hice,
pensé que ibas a matar a mi pequeño
y por eso te trague.
-No se preocupe, usted hizo lo que
cualquier madre hubiera hecho en su
lugar.
-La verdad es que no había tratado
nunca con un ave, y me has parecido
un personaje muy simpático y valien-
te. Bueno iros ya antes de que se
haga de noche.
-Ya nos veremos en la isla cuando
usted quiera, allí voy a formar una fa-
milia tan bonita como la suya y ya les
presentaré a mi descendencia.
-Bueno, bueno, vámonos ya, dijo el
delfín, y zarparon todo el regimiento
rumbo a la isla.
La mamá dorada, levantaba una aleta
diciendo adiós, con cierto aire de
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preocupación, pero confiada que sus
amigos delfines, cuidarían muy bien
de su querido hijo.
Pasó el tiempo, y le dijo el pajarillo al
pececito:
-Nunca pensé que existiera algo
tan grande debajo del gran espejo,
bueno es decir, del mar, y nunca
pensé que me pudiera hacer tan ami-
go de otro animal, que no fuese de mi
misma especie.
-Yo tampoco, hasta hoy, pensaba
que vosotras las aves os alimentabais
de peces y siempre he tenido miedo
de que me vieseis como un plato ape-
titoso para vuestro buche.
La verdad es que ciertas aves comen
otros animales, pero nosotros solo co-
memos granos y semillas, y nos gusta
mucho la fruta.
-Oye, ¿Sabes lo que he aprendido
de esto?
-No, dime.
-Pues que no se puede juzgar a
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todos de la misma manera o bajo el
mismo criterio, dijo el pececito.
-Tienes razón, yo me he dado
cuenta, que el mundo es muy bonito y
muy variado, y rico en diferentes es-
pecies, que hacen muy singular y
agradable, el que podamos vivir todos
juntos.
-Es verdad, este mundo es muy bo-
nito, y espero que siempre siga así.
-Sin duda que sí, todo funciona
muy bien, y depende de nosotros que
siga así si lo cuidamos.
-¿Ya ves la isla? Tú que te puedes
asomar, dijo el pececito.
-Se ve a lo lejos lo que parece ser
tierra, es decir la costa junto con un
montón de vegetación, pero no se dis-
tingue muy bien. Me imagino que será
la isla de que me hablaron.
-Sin duda que sí, nuestros amigos
los delfines, conocen todos muy bien
el mar.
-Pronto podrás cumplir con tu meta
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y ser feliz en esta isla.
-La verdad es que tengo ganas,
porque cuando volé del nido, mis
papás me dijeron que formara pronto
una familia, y que fuera tan feliz como
lo son ellos; pero la verdad es que no
he encontrado todavía, pájaros de mi
especie, en edad de formar esa fami-
lia que tanto deseo.
-Bueno, no te preocupes, y si esta
isla es ese paraíso que te han dicho,
seguro que habrá muchos congéne-
res tuyos.
-Espero que sí.
-¡Atención! ¡Atención! Señores pa-
sajeros, en poco tiempo llegaremos a
nuestro destino, dijo el capitán.
Prepárense para saltar a tierra cuan-
do nosotros les digamos.
-¡Oye! Que ya hemos llegado; aho-
ra cuando salga de la caracola, ya no
te volveré a ver.
-¿Por qué dices eso?
-Porque como tu mamá dice que es
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peligroso por aquello de las morenas.
-Ah, no te preocupes, cuando
crezca y sea como mi papá, no me
harán nada, y te vendré a ver muy a
menudo, con mi familia. Solo espera
un poco y veras que pronto crezco.
-Bueno, pero mientras tanto, nunca
te olvides de mi.
-No, te lo prometo, lo que has
hecho por mí, no se olvida fácilmente.
¡Me has salvado la vida! Y siempre
estaré agradecido a ti.
-Yo también, si no es por ti. Tu
mamá, me habría asimilado ya.
Bueno espera que ya estamos
llegando, dijo el pajarillo al darse
cuenta que la caravana de delfines
aflojaban la marcha.
Entonces, los delfines empezaron a
nadar muy despacio hasta que el jefe
del grupo, siguió empujando la
caracola, hasta deslizarla hasta la
mismísima arena de la playa, y le dijo
al pajarillo:
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-¡Marinero! Salta a tierra, y bien
venido a casa.
-Sí señor, me voy a despedir de mi
querido amigo, y se introdujo hacia el
fondo de la caracola.
-Bueno, ya llegamos. Cuídate
mucho y acuérdate de mí.
-Si mi pajarillo, amigo, no te
olvidaré, y entonces se fundieron en
un fuerte abrazo.
Las pequeñas alitas rodearon al
pececito y sintieron los dos, un lazo
fuerte de unión que sería para toda la
vida.
Volvió a salir de la caracola y saltó a
la arena.
El pececito sonrió, pero a la vez se le
escapó una lágrima.
-No le volveré a ver en mucho tiem-
po pensó, poniéndose más triste.
Tengo que crecer rápido para poder
seguir con nuestra amistad.
De pronto los delfines dijeron:
-Nos tenemos que ir, y llevarte con
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tu mamá; y uno de ellos al darse
cuenta de la situación, mencionó una
buena idea y dijo:
-Si queréis los dos, como nosotros
venimos mucho por aquí, podemos
traer de cada uno un mensaje para el
otro, ¿Qué os parece?
-¡ESTUPENDO! Exclamaron los
dos a la vez, como si de una sola
mente se tratase y acordaron con los
delfines que todas las semanas, al
despuntar el alba estarían en este
mismo lugar para poder llevarle al pe-
cecito, los mensajes de su amigo el
pajarillo.
Y así lo hicieron, y fueron muy felices,
cada uno en su ambiente pero
sabiendo los dos, que tenían un gran
amigo en el otro mundo, que jamás
hubieran imaginado tener.

FIN

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