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Reflexiones sobre arribismo, snobismo y dandismo

Por Juan Manuel Hernández1

Desde el siglo XIX, la lectura de las relaciones sociales ha estado, sobre todo, sustentada en
la lucha de clases. Marx y Engels (1848) escribían en el Manifiesto del partido comunista que
«La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de la lucha de
clases», describiendo una fuerte oposición, incluso violenta, en razón de la explotación del
proletariado por la burguesía. Para Marx, la pauperización creciente, que resulta de esta
explotación, alimenta la lucha como único medio para que la clase oprimida se emancipe y
mejore su situación. Este escenario, separado en dos, supone un sentimiento de pertenencia a
una clase y, para Marx, una necesidad de tomar conciencia de aquello que escinde a la una de
la otra como mecanismo que permite actuar para hacer evolucionar la sociedad. Se trata
justamente de este último aspecto, de ese tomar conciencia, el motivo de generar un insumo
para una comprensión distinta de la sociedad, dentro de la cual, basada en interrelaciones, se
ha concebido la pertenencia de una manera distinta a la violencia física, no obstante, entre los
límites de la sociedad dibujada por Hobbes o por el darwinismo social. Se trata, pues, de ver
la interacción a través de tres categoría que han sido dejadas en los trazos de las plumas de
grandes escritores de novelas de los siglos XIX y XX: arribismo, snobismo y dandismo.
La noción de lo público tiene un lugar fundamental en cuanto a entender el escenario de
interacción de cada uno de ellos y entre ellos, puesto que implica asumir un papel para
suscitar espontáneamente una especie de llamado social en virtud de la aspiración que se
tenga en la sociedad. Arribista, snob y dandi están sometidos a los imperativos sociales, y son
fuente, ellos tres, de un dinamismo social, basado en la insatisfacción social en razón de la
voluntad de poder existir, de esa potencia spinozista.
Para Hobbes (1994) «la felicidad en esta vida no consiste en la serenidad de una mente
satisfecha […], [sino en una] inclinación general de la humanidad entera [hacia] un perpetuo
incesante afán de poder, que cesa solamente con la muerte. […] La riqueza, la popularidad, la
reputación, la elocuencia, el saber mismo son formas de poder». Alcanzar estas formas de
poder, entre otras tantas, recae en una disposición individual, herencia, como se sugirió
arriba, hobbesiana y darwinista.
El individualismo se trata de un egocentrismo llevado a las relaciones sociales,
pertinentemente entendido desde la individuación — verbi gracia, individualismo ilustrado,
retratado en Histoire des Treize de Balzac—, siempre trazado por una ausencia total de una
preocupación por los valores —Maquiavelo, por ejemplo—, ausencia de preocupación por la
verdad y un papel fundamental de las apariencias y prestigios.
De suerte que resulta una imagen de la existencia inauténtica, adoptando una
connotación peyorativa jalonada por la imagen insatisfecha del mundo. Insatisfacción que
cobija a arribistas, snobs y dandis, y que se consolaría con prestigios afectados por un
coeficiente desmesurado de deseabilidad. Esta falta de satisfacción social está sustentada
sobre la búsqueda de posiciones individuales de potencia y de un estatus de prestigio

1 Estudiante de Gobierno y Relaciones internacionales en la Universidad Santo Tomás / https://www.facebook.com/


juanmahernandezguzman

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exclusivos de cualquier consideración de valores morales, orientada hacia propósitos que
buscan descubrir el origen y la significación específica en lo público.
Planteados el contexto de análisis y el escenario de interacción, además de la causa
originaria de sus distintas características, pasemos, pues, a entender cada uno por separado.
Empecemos, entonces, por el arribismo, que busca comodidades, placeres de la vida, en el
sentido del realismo más llano: siente sed de plazas, de poder, de dinero; parece un epicuriano
en el sentido más banal de la palabra; es decir, un epicuriano de la violencia, es capaz de
pasar sobre el cuerpo de su padre y de su madre. Encarna una de las formas más logradas de
la antifilosofía. Vive en el mundo de las apariencias, en el cual se contenta divinamente.
Dentro de los placeres del arribista, el dinero es fundamental. Se trata de un poder neutro,
capaz de cualquier transformación. Es extraño a cualquier significación fundamental, donde
posesión y consumo no suponen un compromiso distinto a una aceptación y no poseen un
problema diferente que la adquisición. Es decir, el dinero se termina sin ningún problema en
sí mismo. Es un medio que debe plegarse al fin.
Dicho esto, las características más relevantes del arribista tienen que ver con la soledad
o una solidaridad introvertida, con una indiferencia a las estructuras y a los valores sociales,
puesto que el arribista basa su existencia en el reino del dinero, lo cual pone en cuestión la
indiferencia, puesto que acceder a ese mundo del dinero implica la adopción de las
estructuras existentes, dado que no se trata de un ladrón callejero, quien se sirve otros medios
para satisfacer sus necesidades ajenas a la aceptación social. El arribista busca su lugar en las
estructuras, o sea, no cuestiona las estructuras mismas. La sociedad, siendo una estructura, la
entiende no como una cultura vulnerable a modificaciones, sino como una naturaleza que es
dada como tal, es un ecosistema que puede integrar o segregar. La sociedad, en esos términos,
es conquistable, asumida como un pico para poder ascender, destruirla resulta un
despropósito. Sin más ni menos, el arribista es aquel que quiere llegar, pero también aquel
que llega de otra parte. Lo que supone una confrontación entre la distancia social y el grado
de realidad. Así las cosas, este actor pretende la adopción de estructuras existentes por medio
de una absorción de la distancia social originaria. El punto de partida del arribista está
marcado por una inferioridad, un alejamiento, una desventaja que puede ser física, pero
generalmente social, lo que sustenta su carácter insensible frente a la discriminación moral
con tal de acceder a su objetivo. De alguna manera, el arribista resuelve el dilema entre el fin
que justifica los medios y los medios que justifican el fin, puesto que el propósito oscila
pendularmente entre los medios para alcanzar el fin, y el fin como sustento racional de los
medios. Su disposición social no sugiere una renuncia a su identidad, sino una adaptación
aparente para alcanzar un punto, que es lograr prestigios múltiples.
El snob, por su cuenta, parte de asimilar el parecer con el ser. El paso del arribismo al
snobismo consiste en pasar de prestigios en plural a el prestigio en singular. Podría
catalogarse como una suerte de arribismo imaginario, pues reprende con fervor «los valores
sociales a los cuales estaba amarrada una significación concreta perdida en el desarrollo del
tiempo. El snob es una especie de arribista desplazado en el tiempo, que pierde los beneficios
materiales de las apariencias, a las cuales está aferrado, sin embargo no son otra cosa que la
sombra de sí mismas» (d’Ormesson, 1963).
El snobismo comparte la misma materia que el arribismo: los títulos, el dinero, el
poder, la influencia, el conocimiento, …; pero se diferencia con respecto a las relaciones con
esta materia, pues son mucho más delicadas en razón del desplazamiento entre ser y parecer,

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y del hecho que el prestigio no es solamente un vértigo, sino, por lo general, no siempre, se
ha convertido vestigio, pero, en todo caso, es siempre una ficción. De manera que no se trata
de una relación de absorción ni de ascensión, sino de relaciones de aceptación, de integración
y de agregación, en el sentido de que la distancia debe ser totalmente borrada. En À la
recherche du temps perdu de Proust (1987) se refleja una clara brecha entre aristocracia y
snobismo: «Les princes se savent princes, ils ne sont pas snobs2». El snobismo acoge
exclusivamente a aquellos que se pliegan a los ritos de integración. O sea, la distancia social
no trata de reducirse, sino de suprimirse. Destruir la distancia conservándola, es decir, superar
una contradicción dialéctica donde los elementos opuestos están a la vez afirmados y
eliminados, y, de esa manera, hipostasiados en una síntesis conciliadora; en una sola palabra:
aufhebung.
Para el snob no se trata de preservar su yo, sino de ofrecer una apariencia, contrario a
aquellos amantes de las formas nuevas, maneras 3 originales. El snob es un seguidor que
adopta los gustos que no tiene, «imita las maneras buscando reproducir las manifestaciones
exteriores de un estilo de vida que considera como más prestigioso que el propio» (Carnevali,
2010). La dimensión donde este mimetismo se expresa y se manifiesta es lo público, esta
esfera exterior donde los sujetos sociales interaccionan bajo sus propias miradas, haciendo de
ellos mismos imágenes que hacen circular en el espacio compartido. Esta mimesis es
jerárquica y unilateral, se orienta de manera exclusiva hacia el modelo social más prestigioso,
dando a luz al «magnetismo de la moda» (Carnevali, 2010), que es policéntrico y la imitación
sigue criterios más horizontales y recíprocos. Al imitar el estilo, que sea la moda, lo ensucia
buscando autenticidad. Esto lo hace obviando los matices refinados que hacen al estilo
realmente distinguido. Quizá esa sea una de las diferencias más radicales entre el snobismo y
el dandismo: el segundo identifica manera y detalle, no imita, pero es imitado, pues produce
un estilo controlando los detalles formales más ínfimos.
Une certitude du goût dans l'ordre non du beau mais des manières, et qui en présence d'une
circonstance nouvelle faisait saisir tout de suite à l'homme élégant —comme à un musicien à
qui on demande de jouer un morceau inconnu— le sentiment, le mouvement qu'elle réclame et
y adapter les mécanismes, la technique qui conviennent le mieux 4 (Proust, 1987, II).
Es la manera la que cuenta, no el contenido. Bourdieu (1980) reafirmaría esto diciendo que
terminando un gesto extraño a cualquier regla, el verdadero aristócrata muestra su dominio
del sentido práctico, de la actitud subjetiva que hace al estilo.
El snobismo consiste, pues, en tomar la etiqueta por la cosa en sí, y considerar que esta
certeza vale por una verdad, por lo tanto, no hay forma de salir del snobismo. Puesto que el
estilo es una encarnación personal se trata de la modalidad subjetiva; el habitus resulta un
esquema indispensable para producir maneras nobles, desde el cual el imitador busca
producir una forma auténtica de nobleza, logrando que en un momento dado la imitación cese
de ser un operación de copia para convertirse espontáneamente en invención autónoma. El
auténtico mimestismo estilístico consiste en el paso de la reproducción hacia la creación.

2 Los príncipes se saben príncipes, no son snobs.


3Las maneras son todas las apariencias sociablemente perceptibles y particularmente aquellas que caen bajo los sentidos más
públicos donde pueden expresar el lenguaje de las apariencias. Este lenguaje es el magnetismo social.
4Una certeza del gusto en el orden no de lo bello sino de las maneras, y que en presencia de una nueva circunstancia hace
comprender inmediatamente al hombre elegante —como a un músico a quien se le pide que interprete una nueva pieza— el
sentimiento, el movimiento que ella reclama y adaptar el mecanismo, la técnica que mejor convenga.

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De este aspecto diletante, de ese «sueño de gozar con cualquier cosa» (Bordeaux,
1895), subyacen dos formas de snob: el snob del aura, que contempla la nobleza como un
fenómeno puramente estético, o sea que se trata de un snob pasivo y sin propósito, pues
comprende que el aura es intangible y, por lo tanto, irreproducible; y el snob grotesco, quien
se centra en la superficialidad, en la mímesis de los aspectos ostentosos de la imagen,
acentuando los detalles, confrontándose a un impase ontológico: ¿copiar o ser?, es decir,
pensar el paso de la ilusión a la realidad.
El snobismo, dirá Jules Gaulier (2006), es un bovarysmo triunfante, es el conjunto de los medio
empleados por un ser para oponerse a la aparición, el campo de la conciencia, de su ser
verdadero, para personificar un personaje más bello en el cual se reconoce.
La ilusión de ser aquello que no se es realmente, copiando figuras de estatus que viven en la
aristocracia. Así, pues, el snob vive en el mundo de la imaginación social, que es la facultad
de percibir y de producir imágenes y símbolos de distinción creando lo que William
Thacheray llamaría lordolatry.
El dandi, desprovisto de prejuicios de segregación o aislamiento, pues es contemplado y
copiado por los dos anteriores, se concentra en la sorpresa, en ser extraordinario, imprevisto,
de no hacer aquello que esperan de él, en razón de distinguirse de los otros, de buscar la
singularidad, la particularidad y la originalidad. Esta actitud profundiza la brecha para
alcanzarlo, pues su disposición poco conformista, su poca voluntad de sentirse parte de un
clan, saca de tajo cualquier posibilidad humilde de reducir la distancia; por el contrario, la
hace crecer insolentemente. Es un ser independiente y solitario, aunque esté dentro del
círculo, por eso busca hacer escándalo, porque la excentricidad auténtica, aunque es un riesgo
explícito que puede costarle ser expulsado del círculo, prefiere tomarlo para llegar más alto.
«Lo que se permite el dandi, el snob no puede todavía ofrecérselo a sí mismo» (d’Ormesson,
1963). No obstante, persigue una búsqueda inquieta de aprobación por los otros, encarna una
inextinguible sed de aplausos de los espectadores, «persigue un amor a la
gloria» (d’Aurevilley, 1855), lo que redunda en un deseo de gustarle a otros por medio de un
alejamiento y de no de una inclusión.
A la postre, arribismo, snobismo y dandismo piden a los otros que los ayuden a vivir
gracias a su mirada, precisan de reconocimiento público: el arribista se asume mejor que los
otros, el snob existe con los otros y el dandi prefiere existir lejos de los otros. En suma:
declararse arribista, snob o dandi bajo la forma del desprecio, de la ambición o de la
afectación, la cara de cualquiera de los tres goza de la ausencia absoluta de lucidez con
respecto a sí mismo. De la arrogancia más estricta a la certeza más inclaudicable de no ser
ninguno de los tres, el snobismo evoluciona libremente, disfrutando de la rigidez de las
posiciones e infiltrándose allí donde la duda se equivoca. Una duda sana y saludable, sin
duda. ¿Acaso seremos todos snobs en el fondo?

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Referencias

Boudieu, P. (1980). Le sens pratique, Paris: Minuit


Carnevali, B. (2010). Le maniérisme snob, Critique (1) (752-753) pp. 90-103
d’Aurevilley, B. (1855). Du Dandysme et de George Brumell, Paris: Gallimard
d’Ormesson, J. (1963) Arrivisme, Snobisme, Dandysme, en Revue de la Métaphysique et de
Morale (68) (IV) pp. 443-459
Gaultier, J. (2006). Le Bovarysme, Paris: Presse Universitaires Paris-Sorbonne
Hobbes, T. (1994). El Leviatán, México: Fondo de Cultura Económica
Proust, M. (1988). Le côté de Germantes, II en À la recherche du temps perdu, Paris:
Gallimard

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