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COMPARACIÓN DEL TIEMPO SEGÚN KARL

LÖWITH Y SAN AGUSTÍN

Estudiante: Julio César Montoya Mendoza

Profesor: Guillermo Navarro Ubeda

Curso: Lectura y Comentario de Textos Clásicos III

Facultad: Humanidades

Universidad: Universidad de Piura

Piura – Perú

2019
COMPARACIÓN DEL TIEMPO SEGÚN KARL LÖWITH Y SAN AGUSTÍN

El presente trabajo pretende únicamente profundizar algunos fragmentos que hace


Karl Löwith en su obra “Historia del mundo y salvación” sobre el tema del tiempo en
“La ciudad de Dios contra paganos” de Agustín de Hipona, de tal manera que, mientras
se profundiza, se logra señalar las semejanzas y diferencias entre Löwith y el mismo San
Agustín.

Hay que aclarar que San Agustín se propone, en la Ciudad de Dios, contemplar la historia
misma en su conjunto, darle significado y otorgar unidad a los diversos fenómenos y
aconteceres. Pero la radical originalidad de la Ciudad de Dios, en cuanto justificación de
la historia y su sentido, sería incomprensible sin la previa justificación y sentido de la
superación de la noción del tiempo cíclico y movimiento eterno de los griegos. Nos
encontramos así con dos de los conceptos nucleares que cambiarán el rumbo de la
concepción de la historia en el mundo occidental: la creación y el tiempo en el universo
cristiano.

También nos interesa destacar que la consideración del instante de la creación conlleva
el grave problema del tiempo. Tal aseveración será de gran importancia para el futuro
desarrollo de las dos ciudades, la ciudad terrena y la ciudad de Dios. Esa simultaneidad
destruye la doctrina pagana según la cual se introduce un circuito de tiempos en los que
se renovarían y se repetirían siempre las mismas cosas. El tiempo en el cual existen las
cosas deja de ser el tiempo indefinido de los antiguos, el tiempo circular, sin comienzo ni
fin. Del problema del tiempo deduciremos la historia del hombre.

Para comenzar, cabe resaltar que podemos encontrar una semejanza entre San Agustín y
Löwith, esta semejanza la encontramos al observar que para San Agustín el tiempo solo
está en el presente, es decir, no se puede hablar del pasado ni del futuro, sino de un
presente del pasado y de un presente del futuro, donde el pasado se representa con la
memoria y el futuro con la esperanza; es decir, lo único real es el presente, pues el presente
es, pero el pasado y el futuro no son. Con esto, resaltan los rasgos del existencialismo,
corriente filosófica que también comparte Löwith, tomando en cuenta el dato que Karl
Löwith es heredero del pensamiento filosófico de Heidegger y Husserl, así vemos que la
raíz de su pensamiento es también existencialista.

Por otra parte, Löwith, en los primeros párrafos, señala que Agustín no refuta la teoría
clásica en un sentido teórico y cosmológico, sino práctico, teológico y moral, y que en
vez de refutar el error de los paganos con razones teóricas, Agustín se remite a la autoridad
de la Sagrada Escritura, cuya verdad vale para él como demostrada por el hecho de que
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sus profecías se han cumplido, por lo tanto, el argumento decisivo en contra del concepto
clásico del tiempo es de orden moral y, a pesar de que emplea todas las armas de su
espíritu para destruir la teoría clásica del retorno cíclico, en última instancia no apela a la
inteligencia. Sin embargo, parece que Löwith no considera que, siguiendo la línea sobre
el tiempo, San Agustín da una clave interesante para interpretar la doctrina de los paganos
sobre los ciclos. Como para un griego lo perfecto es lo limitado, lo bien configurado y
estructurado, estima San Agustín que el más sutil de los argumentos aducidos para
defender la doctrina de los ciclos es aquel que consiste en decir que no hay ciencia -dicen-
capaz de alcanzar lo infinito. De ahí -afirman- que todas las razones que Dios tiene en sí
para la creación de los seres finitos son finitas.1
Dios pondría en obra un número finito de razones, y al ser finito ese número tiene que
agotarse una vez y volver a ser repetido. De aquí que sea necesaria -prosiguen- una
perpetua repetición de las mismas realidades, sea por una continua mutación del mundo,
el cual, a pesar de no haber dejado nunca de existir, y de no haber tenido principio
temporal, fue creado; o bien en una perpetua repetición del mundo, a través de los
aludidos ciclos en un incesante nacer y morir eternamente prolongado2. El error está
aquí, a juicio de San Agustín, en querer medir con las dimensiones de su inteligencia
humana, cambiante y angosta, la inteligencia divina, absolutamente inmutable, capaz de
abarcar cualquier infinitud, y de contar todo lo incontable sin cambiar de pensamiento.3
En resumen, la doctrina agustiniana no es que caiga en un sentido práctico, teológico y
moral, como afirma Löwith, sino que también es un sentido razonable, teórico, claro está
que acompañado del sentido teológico, pero sin recaer solo en este, tal como lo quiere ver
Löwith.
Para establecer otra diferencia, vamos a citar textualmente algunos fragmentos de la obra
de Löwith:

“…Del creer al ver no hay ninguna transición. Juzgada con los ojos del cuerpo, la fe es,
en verdad, ciega. La teoría griega fue realmente una visión del mundo o contemplación
de lo visible y, por lo tanto, es mostrada, mientras que la fe cristiana o pistis es una cierta
confianza incondicional en lo que es invisible y, por eso, indemostrable […] Ninguna
teología natural abre un acceso al Dios cristiano.”

1
Cf. La Ciudad de Dios, Libro XII, cap. 17, 1.
2
Cf. La Ciudad de Dios, Libro XII, cap. 17, 1.
3
Cf. La Ciudad de Dios, Libro XII, cap. 17, 2.
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Para refutar esto, hay que señalar que, en la reflexión de Platón, que por cierto San
Agustín saca muchas ideas de él, ya está la idea de la vida ultraterrena. Nada, pues, hasta
ahora, que pudiera objetar la escatología cristiana. No obstante, el avance de Platón hacia
las concepciones cristianas es truncado por su apego a la idea de la metempsicosis, que
es la reencarnación del alma después de la muerte. De este modo, una y otra vez las almas
de los hombres sufren el mismo ciclo vital, sin salida posible. San Agustín es categórico
en la refutación:

“¡Pero esto es falso! Nosotros seguimos un camino recto, que para nosotros es Cristo
(....) el alma ha sido enviada al mundo para que conozca el mal y, así liberada y purgada
de él, cuando retorne al Padre, no tenga que padecer jamás algo semejante. Desechemos,
pues, los famosos períodos circulares que necesariamente llevarían al alma - así se
pensaba - a sus miserias de siempre.”4

Estas palabras de San Agustín anuncian a los hombres que ya son libres de la esclavitud
a que los había sometido la eterna rota del tiempo. La historia, de la mano de Agustín,
atento a los ecos del Evangelio, se ha hecho posible como conocimiento, demostrable y
cierto. Á fin de cuentas, el que estudia la historia habrá de hacer uso de una fuente, que a
su vez quiso registrar algo novedoso, pero en un sinfín de ciclos monótonos hasta el
infinito, no era posible novedad alguna. En cambio, la historia cristiana está llena de
novedades y la mayor de las novedades es Cristo, que con su vida, muerte, resurrección
y esperada segunda venida, va jalonando los siglos con los hitos de un plan eterno.

La voluntad de Dios, una e inmutable, no está sometida a retornos eternamente repetidos


de los mismos ciclos de siglos. La reflexión de San Agustín abarca en este punto un
controvertido problema filosófico-teológico. Muchos pensadores paganos, como el ya
citado Platón, que llegaron a intuir la existencia del Dios del cristianismo, aceptaban como
necesario el eterno retorno, lo mismo que muchos de sus seguidores, ya en el siglo V de
nuestra era, es decir, contemporáneos a San Agustín.

Lo que les falta a los paganos, según Agustín, es fe, en definitiva. Muchas veces, frente a
Dios, es necesario creer, tener convicción de algo, sin entenderlo. Ésa es la raíz de la fe,
que en su forma más sencilla es convencimiento de lo invisible y que, trasladada a estas
honduras, se convierte en el humilde asentimiento de la inteligencia y de la voluntad a la
inconmensurable realidad divina.

4
Cf. La Ciudad de Dios, Libro XII, cap. 20.
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En otro fragmento, Löwith señala que no es casual que la discusión de la teoría del eterno
retorno de lo mismo, que se refiere a la perpetuidad de acontecimientos cósmicos o
naturales, concluya con un argumento supranatural: que la venida de cristo y su
resurrección son ambos sucesos únicos, de significación universal. Para responder a esto,
hay que afirmar que San Agustín llega a la conclusión, después de unos argumentos bien
planteados, que la eternidad funda el tiempo, y esta conclusión no es que Agustín ya la
había planeado antes de su profundización, sino que es una conclusión producto de sus
fundamentos. Dios es el Creador, que da principio a todos los momentos del tiempo, los
funda y los orienta. El ser no existe sin el acto creador; y el tiempo no existe tampoco sin
el acto que lo crea y lo despliega, sin la eternidad. Paradójicamente, el tiempo es, en su
misma sucesión, una implicación permanente de la eternidad: es la eternidad la que lo
asienta, lo mide, le confiere su significación y lo funda. La acción divina creadora no
consiste en un solo acto creador realizado una vez y para siempre, sino que Dios está
creando constantemente el universo, dirigiéndolo a su fin, conservándolo en el ser,
ordenando los tiempos. Existe una relación vertical entre la eternidad y el tiempo: es el
Dios eterno el que crea el tiempo y es la eternidad la que lo funda, desplegándolo. La
eternidad funda en cada ser una medida interior que marca su propio ritmo y duración y
que es como el corazón y la pulsación de su existencia. Todos los momentos del tiempo
están presentes en su actualidad.

Otra diferencia la encontramos en la conclusión a la que llega Löwith, que se pregunta:


¿cómo podría conciliarse la antigua teoría de la eternidad del mundo con la fe cristiana
en la creación, el ciclo con el éschaton5 y el reconocimiento pagano del fatum6 con el
deber cristiano de la esperanza? A lo que se responde señalando que la razón de la
incompatibilidad radica en que la visión clásica del mundo se dirige a lo visible, mientras
que la weltanschauung7 cristiana no es ninguna anschauung, es decir, una visión, sino
esperanza y la fe en lo invisible. A esta conclusión de Löwith, hay que responder
señalando que San Agustín también nos dice que, efectivamente, para la mente griega el
mundo está ahí, desde siempre, increado. El tiempo se concibe como un continuo fluir,
sin principio ni fin, por lo que el concepto de eternidad se confunde con la perpetuidad
del tiempo. Por eso, cuando el cristianismo habla de la creación en el principio y de la
eternidad de Dios también surgen muchas preguntas: ¿Qué relación hay entre la eternidad
y el tiempo? ¿Cómo se produce el tránsito de una a otro? San Agustín explica que el

5
Período de tiempo descrito en escritos escatológicos y escenarios del fin del mundo.
6
Destino.
7
Cosmovisión o visión del mundo.
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tiempo brota de la eternidad de Dios y comienza con la creación del mundo. En Dios no
hay tiempo, puesto que es inmutable, pero las cosas creadas cambian, y éste cambio o
movimiento es lo que entraña el tiempo.

El mundo no es creado en el tiempo sino con el tiempo. Entonces, ¿cómo se produce el


tránsito de un Ser divino, supremo y eterno a un mundo de criaturas finitas y contingentes
como las humanas? ¿Cómo es que a Dios le vino de pronto a la mente lo que antes nunca
se le había ocurrido, hacer el mundo? Si no hacía nada, ¿por qué de repente empezó a
hacer algo? ¿Por qué no siguió sin hacer nada? Con estas preguntas los maniqueos
intentaban hacer admitir a san Agustín que en la vida de Dios hay un antes y un después
de la creación del mundo, hay temporalidad8. La respuesta de san Agustín es clara. Dios
creó el mundo en su Palabra, y su Palabra es eterna y supera a todos los tiempos. Pero el
término de esta acción creadora libre y eterna es temporal. Dios creó todos los tiempos y
es anterior a todos los tiempos, y no se puede decir que hubiera un tiempo en que no había
tiempo, porque sería tan contradictorio como decir que hubo un hombre cuando no había
hombre o que existía el mundo cuando no había mundo. Antes de la creación del tiempo
no había tiempo, luego no hubo tiempo alguno en que Dios no hiciera nada, puesto que
el tiempo mismo es su creación. El mundo comenzó cuando fue sacado de la nada por la
Palabra de Dios. Todos los seres existentes, toda la naturaleza, toda la historia humana
están enraizados en ese acontecimiento fundamental.

No hubo tiempo alguno antes del mundo porque para que haya temporalidad es necesario
que se dé alguna mutación, algún movimiento. Así lo explica San Agustín: “Si es recta
la distinción de la eternidad y del tiempo, ya que el tiempo no existe sin alguna
mutabilidad sucesiva y en la eternidad no hay mutación alguna, ¿quién no ve que no
habría existido el tiempo si no fuera formada la criatura que sufriera algún cambio, algún
movimiento? Ese cambio y movimiento ceden su lugar y se suceden, no pudiendo existir
a la vez, y en intervalos más breves o prolongados de espacio dan origen al tiempo” 9.
San Agustín alude aquí a un tiempo que es real, que se forma con la mutabilidad y
variación de las cosas, lo cual hace que no se pueda concebir un tiempo separado de las
cosas materiales, así como unas cosas materiales que no produzcan el tiempo. Con esto,
queda claro que no cabe diferenciar lo clásico con el cristianismo partiendo de la

8
Cf. La Ciudad de Dios, Libro XII, cap. 15.
9
Cf. La Ciudad de Dios, Libro XI, 6.
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visibilidad o no del mundo físico, pues el cristianismo también observa el mundo físico y
cosmológico.

Para concluir, hay que dejar clara una última diferencia. Löwith nos dice que Agustín
pone de relieve que toda magnitud, orden y belleza del universo no significan nada y ni
siquiera puede decirse que ellos en absoluto sean comparados con la grandeza, la
sabiduría y la belleza invisibles del eterno Dios, que creó Cielo y Tierra de la nada. Hay
una desvalorización del mundo natural. Esto hay que refutarlo señalando que para san
Agustín hay una unión indisoluble del tiempo y de la eternidad, que se encuentran ligados
por tres razones: en primer lugar, porque el tiempo procede de la eternidad, ya que la
eternidad es esencialmente creadora del tiempo de los hombres. En segundo lugar, porque
el tiempo cumple el designio eterno: es la condición necesaria para la salvación de los
hombres y el perfeccionamiento de la creación. Y, en tercer lugar, porque se acaba en
ella, porque una vez cumplido el fin para el que fue creado, el tiempo se terminará en la
eternidad. En realidad, no hay tiempo verdadero más que para el ser humano, puesto que
está sometido a él por su cuerpo material y es capaz de percibirlo y de darle una
significación por su conciencia espiritual. La transitoriedad y precariedad de lo temporal
pueden producir una gran angustia en nosotros. Si después de esta vida no hay nada, solo
queda enfrentarse a la muerte con un grito de aniquilación, sin esperanzas. Pero Agustín
nos muestra la grandeza del tiempo como un medio al servicio de la salvación total de la
humanidad. Dios nos ha colocado en el tiempo para que demos el salto a la eternidad.

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