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19.1. OBJETO
El objeto del seguro de daños, cualquier riesgo que, directa o indirectamente, afecte a los bienes o al
patrimonio de una persona, siempre que exista Interés asegurable manifestado en el deseo de que el
siniestro no ocurra, al tener esta persona un interés económico lícito. El interés asegurable debe ser
susceptible de estimación en dinero.
El interés asegurable debe existir en el momento del siniestro. Quien pretenda beneficiarse del
seguro sin tener un interés asegurable carece de acción contra el asegurador.
Si el tomador del seguro no es propietario de la cosa asegurada, y lo hace por algún otro interés que
en ella tenga, el contrato se celebra también en interés del propietario; éste, sin embargo, no puede
beneficiarse del seguro sino después de cubierto el interés del tomador y reembolsada la parte
proporcional de las primas pagadas.
Por ejemplo, si el usufructuario ha asegurado la cosa sobre la que tiene ese derecho real, es
indudable que el seguro ha de beneficiar al nudopropietario, teniendo siempre en cuenta que la
finalidad de la ley es proteger, con prioridad, la diligencia de quien se ha preocupado de asegurar
la cosa, con interés legítimo para ello, contra los riesgos a que pueda estar expuesta.
el siniestro, sin comprender el lucro cesante o daño emergente, salvo la existencia de acuerdo
expreso al efecto.
El asegurador se obliga a pagar el daño real que la cosa asegurada experimenta al producirse el
siniestro. En el seguro de daños la indemnización se determina en función del perjuicio realmente
experimentado, por su carácter verdaderamente indemnizatorio, en los seguros de vida la
indemnización es arbitrariamente fijada.
Ha de concebirse como un contrato de indemnización o de resarcimiento, dentro de la doctrina
indemnizatoria, complementada por la de la necesidad económica, que más que antitética es
variante de aquella y por cuya virtud la necesidad del asegurado a que el seguro provee, es, en
sustancia, la de no ver alterada la propia situación económica por sobrevenir un daño o un evento
de cuyas consecuencias, precisamente, el asegurado quiere garantizarse, o sea, salir indemne.
La indemnización supone resarcimiento de un daño, es pagar el daño, lo que, desde luego, indica
que el daño es una entidad mensurable objetivamente, no sujeta a una mera apreciación subjetiva.
Como el riesgo asegurado implica siempre un evento perjudicial, el objeto del seguro es la
satisfacción económica de la necesidad patrimonial creada por aquel, de lo cual emana la
conclusión de que el siniestro y su resarcimiento no deban ni puedan ser ocasión de lucro para el
asegurado. Por su propia naturaleza, el daño, en el seguro de daños, es el límite del seguro. Por eso,
si un mismo interés es asegurado varias veces sobre el mismo riesgo, en varias empresas (art. 1070:
pluralidad de seguros), el asegurado está obligado a informar a cada uno de los aseguradores la
existencia de los otros seguros, quienes, si la pluralidad no es resultado de la mala fe del asegurado,
responden proporcionalmente al monto de su contrato con relación al daño ocurrido. Si ha mediado
mala fe del asegurado en el seguro múltiple, los aseguradores quedan liberados de sus
obligaciones, así se explica el precepto cuando dispone que el resarcimiento se adecuara al daño
sufrido, o sea, que la obligación de resarcir, comprenderá conforme al contrato, los daños sufridos
en el siniestro. Más, incurre en extraña dilogía al confundir lucro cesante con daño emergente, si la
conjunción o se ha empleado para denotar idea de equivalencia entre ambos conceptos, o en un
error conceptual cuando insinúa con su deficiente formulación una inexistente diferencia entre el
daño emergente y el daño indemnizable por el seguro.
El concepto de daño, o la valoración del daño, distingue dos aspectos o manifestaciones,
clásicamente conocidas: el daño emergente y el lucro cesante, que implican dos ideas distintas: una,
que corresponde exactamente a la pérdida sufrida y, otra, lucro captando que representa la
ganancia dejada de percibir.
El daño emergente ocurre de tres modos: a) cuando se empeora la cosa, bien porque se mezcla a
otra, bien porque se hace mal en ella de alguna manera; b) cuando se mengua o disminuye por el
mismo mal, y c) cuando se pierde o se destruye enteramente. Resumiendo: el daño emergente es el
que una cosa experimenta (hablando de seguros: por razón del riesgo asegurado) a consecuencia
del siniestro. Ejemplo: si asegurado un automóvil contra daños por $us. 20.000., sufre un choque,
cuya reparación cuesta $us. 5.000.-, el daño emergente alcanza a esos $us. 5.000.-; si el accidente
destruye totalmente el vehículo, el daño emergente alcanza al total de la suma asegurada. De ahí la
equivalencia entre monto de indemnización y entidad del daño.
El lucro cesante, es el beneficio que se deja de percibir u obtener por efecto del daño, y que, en
algunos casos, es computable en el resarcimiento, cuando está garantizado para el perjudicado por
virtud de una relación jurídica ya establecida. Ejemplo: si el dueño del automóvil que aseguro su
vehículo en $us. 20.000.- tenía un contrato de opción de compra, por 25.000.- $us. durante cuya
vigencia un accidente destruye el carro, el daño emergente será de $us. 20.000.- y el lucro cesante de
$us. 5.000.-.
Además de estas dos valoraciones clásicas del daño, se distingue la del provecho esperado, que
comprende las ventajas o beneficios que lógicamente se espera obtener, pero que no se consiguen
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por causa del siniestro. Ejemplo: un industrial que asegura su fábrica contra incendio, sufre por
causa de este deterioros en su maquinaria por valor de 1.000.000.- de $us., que le impide cumplir
contratos en ejecución que le hubieran producido una ganancia de 100.000.- $us y, además, le ha
inhabilitado de concluir nuevos compromisos durante el tiempo de la reparación y reposición de la
maquinaria inutilizada por el incendio, que le significa una pérdida de beneficios calculada en otros
100.000.-$us. En este ejemplo, el primer importe corresponde al daño emergente, el segundo al lucro
cesante y el tercero al provecho esperado.
Resulta, entonces, que la exclusión del daño emergente en el art. equivale, por error conceptual, a
excluir el daño indemnizable por el seguro, lo que indudablemente no corresponde.
El lucro cesante, puede ser asegurado si existe acuerdo de partes. Generalmente, los aseguradores
cuando lo admiten, aplican tarifas de prima diferencial, que desde luego este aprobada por el
organismo encargado de su fiscalización. En algunos casos, el lucro cesante está garantizado por la
ley.
Si la suma asegurada es mayor que el valor asegurable y descartado el supuesto de dolo o mala fe
del asegurado que anula el contrato, y admitido que este ha actuado sin mala fe ni dolo, el
asegurador sólo responde hasta el límite de los daños sufridos que no pueden exceder del valor
asegurable. Es un caso de sobreseguro, con el cual tiene carácter equivalente, el aseguramiento de
una suma superior al valor asegurable mediante el seguro múltiple.
Si la suma asegurada es igual al valor asegurado, la responsabilidad de la empresa aseguradora
alcanza a la integridad del daño producido.
Las excepciones señaladas, se relacionan con el seguro con valor admitido o riesgo tasado y el pacto
de reposición valor a nuevo, que se consideran en su lugar.
Si el valor de los bienes asegurados sufre una disminución substancial, el asegurado puede obtener
la reducción de la suma asegurada y el asegurador devolverá la prima proporcional al exceso por el
período no transcurrido del seguro. La reducción no puede efectuarse después de ocurrido un
siniestro total.
Acordada la reducción, procede, a su vez, la reducción de la prima, pero sin efecto retroactivo, esto
es, que las primas vencidas deben pagarse al asegurador conforme estaba estipulado originalmente,
incluida la correspondiente al período en curso en el momento de la reducción, si no hay pacto en
contrario.
En caso de siniestro parcial, la suma asegurada quedará reducida en el mismo importe de la
indemnización pagada. El asegurado puede mantener completo el seguro original con el pago de
una prima proporcional al monto de la indemnización recibida y al plazo restante.
En los seguros de riesgos múltiples o combinados bajo una misma póliza y con primas
independientes para cada interés, se debe tomar cada riesgo con exención de los demás.
Es de suponer que lo que se ha querido normar, es la posibilidad de que, producido el siniestro
parcial, el asegurado puede, contra el pago de una sobreprima obtener que el asegurador se obligue
a abonarle la indemnización total, aunque el daño afecte solamente una parte del valor de la cosa
asegurada, que es el seguro llamado a primer riesgo.
19.9. SUBROGACIÓN
El asegurador que paga la indemnización se subroga por este hecho las acciones y derechos del
asegurado contra terceros responsables del siniestro, hasta la suma de la indemnización.
El asegurado dentro de lo posible, debe facilitar y coadyuvar la acción del asegurador contra
terceros responsables del siniestro, siendo responsable de todo acto perjudicial a los derechos
derivados de la subrogación.
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El asegurador no tiene derecho a la subrogación contra personas que tengan relación de parentesco
o dependencia con el asegurado, de tal modo que comprometan, de acuerdo con las leyes, la
responsabilidad del propio asegurado. Esta disposición no tiene aplicación si la responsabilidad
proviene de dolo o mala fe.
La subrogación opera de iure y el asegurador se subroga, hasta el monto de la indemnización
pagada, en los derechos que incumben al asegurado, frente al tercero responsable del daño sufrido.
La obligación asignada al asegurado en la fracción segunda, esta subordinada a la posibilidad de
prestar la cooperación indicada. Si la posibilidad existe y el asegurado actúa perjudicando la acción
del asegurador, responde por ello naturalmente.
La excepción del art. 1061, se funda en el hecho de que precisamente se ha tomado el seguro, para
cubrirse de la responsabilidad que la ley atribuye a los padres, tutores, maestros, patronos y
comitentes, de los daños causados por sus hijos, pupilos, discípulos, dependientes, empleados,
domésticos, etc.
A la disposición in fine del art., relativa a que la excepción no opera si la responsabilidad proviene
de dolo o mala fe, le falta claridad. No precisa cuyo dolo o mala fe quita eficacia a la excepción. Si se
refiere al causante del daño, carece de base legal, porque si el civilmente responsable debe resarcir
al perjudicado por el hecho ilícito de la persona por: quien es responsable, y el hecho ilícito
productor del daño es el que se comete con dolo o culpa, no tendría justificación contratar el seguro,
si por efecto de la subrogación legal el civilmente responsable asegurado, ha de tener que pagar la
indemnización de todos modos: habría tomado el seguro inútilmente y habría pagado
indebidamente la prima. Quizá pueda considerarse que la expresión si la responsabilidad proviene
de dolo o mata fe, está referida a la conducta del civilmente responsable, contratante del seguro
como asegurado, para el supuesto de que pudiendo impedir el hecho, no lo hizo por dolo o mala fe
(que tiene que probar el asegurador), por cuya razón, el asegurador pagara la indemnización del
daño al perjudicado por el hecho asegurado, pero se subrogara la acción de repetición contra el
mismo asegurado por razón de su responsabilidad civil.
Cuando los gravámenes aparezcan indicados en la póliza o se hubiera notificado al asegurador por
escrito la existencia de los mismos, este deberá comunicar a los acreedores cualquier resolución
destinada a rescindir, anular, modificar o suspender el contrato.
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El aviso que debe dar el asegurador a los acreedores, en los supuestos de este art., puede servir a los
fines de los arts. 1044 y 1045. En el acreedor hay un interés económico asegurable, que puede
manifestarse en la voluntad de mantener el seguro, obviando si es posible, las razones que pudiera
tener el asegurador para rescindir, anular, modificar o suspender el seguro.
Sin el consentimiento del asegurador, el asegurado está impedido de alterar el estado de las cosas
dañadas antes de establecerse la causa del daño y el daño en sí, salvo razones de interés público o
con el objeto de evitar o disminuir el daño.
El asegurador no puede exigir el cumplimiento de esta obligación por parte del asegurado, si aquél
no actúa con la debida diligencia y prontitud en la determinación del siniestro y valuación de los
daños.
Al ocurrir un siniestro no le está permitido al asegurado abandonar las cosas aseguradas, estén o no
dañadas por el siniestro, salvo pacto en contrario.
El abandono, es una institución propia y exclusiva del seguro marítimo, y por ello se le ha
considerado siempre ajeno a los seguros terrestres. Sin estipulación expresa no puede admitirse en
ninguna otra especie de seguros según este art. y otras disposiciones que, en su caso, hacen
mención concreta del abandono. El precepto, por lo regular, es una cláusula inserida en las pólizas.
El contrato de seguro, a la muerte del asegurado, no se extingue con la transmisión del interés
asegurado o de la cosa a que está vinculado el seguro. La cobertura permanece en favor de los
herederos o causa-habientes, quienes son responsables de las obligaciones pendientes del
asegurado original.
La quiebra, concurso de acreedores o concurso preventivo del asegurado, no causan la extinción del
contrato subsistiendo éste en favor de la masa de acreedores.
La transferencia del interés asegurado por acto entre vivos debe ser notificado al asegurador,
excepto en el seguro de transporte. La omisión de esta notificación da lugar a la extinción del
contrato de seguro con la devolución de la prima por el tiempo no corrido, a menos que el
asegurado mantenga aún un interés asegurable.
El asegurador puede oponer al adquirente del seguro todas las excepciones oponibles al asegurado
original.
Conc: c.c. 541 - c. com. 1068 -
Si se acepta por el asegurador la transferencia de la cosa asegurada, respecto del seguro se produce
una cesión de contrato y, consiguientemente, de acuerdo a las reglas que rigen la materia, el
asegurador puede oponer al nuevo adquirente, todas las excepciones derivadas del contrato cedido,
salvo lo que se hubiere convenido en la sustitución (c.c. art. 542).
Franquicia deducible es la suma que, por acuerdo de partes, reduce la responsabilidad del
asegurador. Se la puede estipular como suma fija o como porcentaje sobre el valor asegurado o
sobre el monto de la indemnización.
La franquicia no deducible es aquella en que el asegurador está obligado al pago íntegro de la
indemnización cuando el monto de los daños exceda al de la franquicia.
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