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IV.

Sacrificio, comunión y presencia


Hno. Dr. Alexandre José Rocha de Hollanda Cavalcanti

La Eucaristía, con su triple aspecto de sacrificio, comunión y presencia, puede ser comparada
a un triángulo equilátero. A lo largo de la historia, la reflexión teológica y el Magisterio han realzado
una dimensión u otra, de acuerdo con las necesidades de la Iglesia1.
1. Eucaristía como sacrificio y acción de gracias
La Eucaristía es primordialmente la renovación del sacrificio salvífico de Cristo, que es
ofrecido cotidianamente para la salvación de los hombres.
La Didajé explica que respecto a la Eucaristía (euxaristia) es necesario primero dar gracias
(euxaristhsate): «Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David […]». El texto
sigue con una serie de acciones de gracias por la encarnación del Verbo, por el Pan Eucarístico, por
la Iglesia, indicando que después de recibir la Eucaristía se debe dar gracias a Dios2.
Como se ha visto, la palabra Eucaristía viene de eucaristein, que significa dar gracias. En los
textos bíblicos, especialmente en la multiplicación de los panes, se dice: «tomando siete panes y
dando gracias (eucaristésen)…» (Mc 8,6; Mt 15,36). Algunos textos presentan el vocablo eulogein,
bendecir, como en la tradición petrina del relato eucarístico, prevaleciendo la palabra eucaristía.
La acción de gracias une el misterio de la creación con la Encarnación y el ofrecimiento de
Cristo, revelando el sentido último del acto creador de Dios. Se comprende así que el primer gesto de
Jesús es dar gracias al Padre por todo lo que ha hecho por la humanidad, como premisa de su
ofrecimiento, sin lo cual su muerte sería una simple ejecución y no un acto redentor.
Al dar gracias, antes de partir el pan, Jesús une la gratitud de la humanidad por la creación, la
preparación evangélica, los misterios de su vida y su sacrificio redentor que anunciaba en la cena3.
Por eso la plegaria eucarística se inicia con la acción de gracias, que se llama prefacio.
Recibida la Eucaristía, el fiel da gracias a Dios por el don recibido, de modo que la acción de
gracias precede, encarna y continúa el misterio eucarístico, en la esperanza escatológica4.
La permanencia de la gracia sacramental se denomina res et sacramentum. En el caso de la
Eucaristía, la presencia sacramental se da mientras las especies duran materialmente5.
En función de eso, se recomienda que este periodo de convivio con el Señor sea de recogimiento
y oración, comportando, especialmente siete momentos:
1. Acto de fe: Se manifiesta la fe firme en la presencia real de Jesús.
2. Acto de adoración: Se presta un acto formal de adoración al Señor verdaderamente
presente en el Santísimo Sacramento.
3. Acto de agradecimiento: Es el momento de agradecer a Jesucristo su presencia
sacramental y todos los dones de Él recibidos.
4. Acto de caridad: Se manifiesta el verdadero amor a Jesús a quien se tiene presente
sacramentalmente.

1
Cf. BARBOSA DE BRITO, Alex. A doutrina da Eucaristia como sacrifício, presença e comunhão, com ênfase em Bento
XVI. En: Lumen Veritatis, Vol. 6, n. 24, 2013, pp. 38-57.
2
Cf. GARCÍA PAREDES, José Cristo-Rey. Eucaristía: Memoria, presencia y profecía. Bogotá: San Pablo, 2011, pp. 53-54.
3
El papa Benedicto XVI explica que Jesús celebró la Última Cena, como Pascua con por lo menos un día de anticipación,
sin el cordero, al modo como hacía la comunidad del Qumrán, que no reconocía el templo de Herodes y estaba a la espera
del nuevo templo. Cf. BENEDICTO XVI. Homilía en la Santa Misa “In Coena Domini”, 5 de abril de 2007.
4
Cf. DEISS, Lucien. La cena del Señor. Eucaristía de los cristianos. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1989, pp. 61-63; 71;
83-88.
5
Cf. ARNAU, Ramón. Tratado general de los Sacramentos. Madrid: BAC, 2007, p. 308.

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5. Acto de ofrecimiento: Unido al sacrificio de Cristo, el fiel se ofrece al Señor, consagrando
su vida y sus actos a Él por toda la eternidad.
6. Acto de esperanza: Se manifiesta la esperanza de la permanencia en la unión con el Señor,
pidiendo que esta unión se fortalezca y nunca sea deshecha.
7. Acto de petición: Es el momento oportuno para pedir gracias especiales de unión a Dios,
de perseverancia y santificación.
En la devoción del Sagrado Corazón, así como en muchas apariciones marianas, especialmente
en Fátima, fue pedida la «comunión reparadora», indicando un sentido propio para el ofrecimiento
de la Eucaristía, puesto que el sacrificio de Cristo, sacramentalmente renovado es el único medio
hábil para la verdadera reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Dios es
ofendido. Es, por tanto, conveniente, un acto de reparación por los propios pecados y faltas, así
como por los pecados del mundo.
San Pedro Julián Eymard explica que la acción de gracias después de la Eucaristía es de
imprescindible necesidad a fin de evitar que la comunión degenere en un simple hábito piadoso.
2. Eucaristía como comunión y memorial
La Eucaristía proporciona una íntima comunión con Dios, la cual no encuentra ningún término
de comparación con otras realidades terrenales. El fiel se une al Señor como si fueran dos llamas de
fuego, proporcionando una unión real con Jesucristo presente en las especies sacramentales.
En la Iglesia primitiva la comunión era tan frecuente que además de la misa, los fieles llevaban
la Eucaristía a su casa para comulgar en los días subsiguientes. La comunión eucarística en la misa
es en el sentido más profundo, signo de la participación en el sacrificio ofrecido6. La ruptura de esta
costumbre se inicia en tiempos de san Juan Crisóstomo, san Ambrosio y san Agustín, siendo necesaria
la prescripción de la comunión obligatoria, al menos una vez al año, por el IV Concilio de Letrán
(1215)7.
Santo Tomás explica que el deseo de comulgar es provocado por el amor. Por eso cita a san
Agustín que dice: «si alguien dijera que no se debe comulgar cada día y otro afirmase lo contrario,
haga cada uno lo que le pareciese bien según su fe, pues no polemizaron Zaqueo y el Centurión, uno
alegrándose de recibir al Señor, y el otro diciendo que no es digno de recibirlo en su casa». Santo
Tomás concluye explicando que el amor y la esperanza son preferibles al temor8.
San Justino presenta toda la acción eucarística bajo el imperativo de Jesús: «hagan esto en
memoria mía».
El memorial, explica Joseph Ratzinger, es una categoría central de la institución sacrificial
veterotestamentaria, como actualización de los actio Dei del Antiguo Testamento, a diferencia de los
otros pueblos cuyo culto se centraba en el «morir y renacer» del cosmos9. En él, cada individuo se
hacía contemporáneo del acontecimiento salvífico, de modo especial en la pascua, en la cual se
«revivía» la salida de Egipto.
El memorial de la Santa Cena recuerda al Padre la definitiva alianza de la cruz, iluminando a
toda la Iglesia y a toda la humanidad10.
La palabra memorial debe ser entendida en su sentido más genuino y nunca como una nuda
commemoratio, como la anatematizó el Tridentino cuando condenó la falsa concepción que veía en
esta expresión un sentido restrictivo característico de los errores de la pseudo-reforma que leía la

6
Cf. VAGAGGINI, Cipriano. O sentido teológico da liturgia. São Paulo: Loyola, 2009, p. 258.
7
Se cogita sobre tres factores que habrían causado la disminución de la frecuencia eucarística: el arrianismo, el purismo
ritual o legal y la mala comprensión acerca de la pureza de consciencia. Posteriormente, estos factores fueron renovados
por el movimiento jansenista (siglo XVIII).
8
Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. S. Th. III, q. 80, a.10, ad. 3.
9
Cf. RATZINGER, Joseph. Obras Completas, IX. Teología de la liturgia, p. 193.
10
Cf. THURIAN, Max. La eucaristía. Memorial del Señor, sacrificio de acción de gracias y de intercesión, pp. 31; 79-80.

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misma como representación del sacrificio realizado una sola vez11, y recordado representativamente
hasta el fin de los tiempos.
Encontramos el memorial ya en la institución de la Coena dominica, relatada por san Pablo12:
«Cada vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que
venga» (1Co 11,23-26). San Juan Crisóstomo puntualiza que Cristo dice «en memoria de mí»,
separando del concepto judío de recordar la salida de Egipto13.
Esta dimensión esencial del memorial del Señor, carecería totalmente de sentido si el mismo
Señor no estuviera realmente presente en la Eucaristía.
3. Eucaristía: presencia del Señor
La explicación de la presencia de Jesús en los dones eucarísticos ha oscilado entre dos polos,
en general de acuerdo con las desviaciones que deseaban corregir: el encarnatorio y el ascensional14.
Algunos Padres subrayaban la presencia de la carne del Señor, sacrificada por nuestra salvación,
como por ejemplo san Ireneo:
«El organismo humano consta de carne y huesos, el cual alimenta de su copa que es su sangre y aumenta
con el pan, que es su cuerpo»15.
Otros presentaban la presencia del Señor resucitado y ascendido al cielo, que vuelve para estar
con los hombres, como por ejemplo san Juan Crisóstomo:
«Aquí estará el cuerpo del Señor, no ciertamente envuelto en pañales como entonces, sino revestido
totalmente por el Espíritu Santo»16.
En la celebración litúrgica encontramos una triple presencia de Cristo:
• Su presencia en la Iglesia
• Su presencia en la Palabra
• Su presencia en cuerpo, sangre, alma y divinidad, que se entrega por nosotros en el
banquete eucarístico.
Estas tres dimensiones presenciales se correlacionan totalmente para proporcionar la verdadera
renovación del sacrificio redentor y la posibilidad de la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo
realmente presentes en el Pan y Vino «eucaristizados»17.
San Cirilo puntualiza que en la comunión eucarística recibimos una bendición mística que nos
hace concorpóreos con Cristo18.
Esta presencia de Cristo Eucarístico proporciona la mayor unión que el hombre puede tener con
Dios mientras viva en la tierra, debiendo permanecer y reglar las actitudes del fiel durante el periodo
posterior a la recepción de la eucaristía.
En su carta a los romanos, san Pablo incita a la sacralización del culto espiritual, de modo que
cada cristiano se ofrezca a sí mismo como hostia viva, santa y agradable a Dios (cf. Rm 12,1). La
frecuencia eucarística debe disminuir la separación entre lo secular y lo sacral, como enseñó el

11
Por esta razón la teología católica posterior a la rebelión protestante pasó a segundo plano el concepto de memorial. El
estudio renovado de las fuentes exegéticas y patrísticas, así como el ahondamiento en la doctrina auténtica de la alta
escolástica, los trabajos de Odo Casel sobre el «memorial del Señor en la liturgia cristiana antigua» (1918) y los estudios
incentivados por la controversia a esta concepción de Casel, llevaron a valorar el sentido pleno de la expresión. Cf. B.
NEUNHEUSER. «Memorial», NDL, pp. 1253-1254.
12
Cf. B. NEUNHEUSER. «Memorial», NDL, 1254; 1271.
13
Cf. SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilías sobre san Mateo. En: TEP I, pp. 551.
14
Cf. GARCÍA PAREDES, José Cristo-Rey. Eucaristía: Memoria, presencia y profecía. Bogotá: San Pablo, 2011, pp. 62-
63.
15
SAN IRENEO DE LYON. Adversus Haeresis, V, 2, 3.
16
SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilías 6. En: TEP I, p. 451.
17
Expresión utilizada por san Justino, tal vez el primer autor a transformar la palabra «eucaristía» en verbo.
18
Cf. SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA. Glafira. Sobre el Génesis 1, n. 5. En: TEP II, p. 359.

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Apóstol: «Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1Co
10,31).
Esta sacramentalización del culto espiritual cristiano, el culto hecho realidad de vida, es una
novedad neotestamentaria en la que claramente se encuentra una diferencia con los sacrificios judíos,
sobre todo con relación a la separación que hacía el Antiguo Testamento entre lo profano y lo sacral,
entre lo impuro y lo puro19.
Así el cristiano ejerce su munus, sacralizando sus acciones, sufrimientos, oraciones, etc.,
siempre en comunión con el sacrificio de Cristo participado en la Eucaristía, con la finalidad de llegar
a la completa cristificación de su ser y su identidad con Jesucristo a quien recibe realmente en la
comunión eucarística.
4. Participación en el sacrificio eucarístico
A principios del siglo XX, los decretos de san Pío X sobre la frecuencia eucarística y la primera
comunión precoz impulsaron el movimiento litúrgico, propugnador de la actuosa participatio en la
celebración del misterio pascual de nuestra redención. Esta participación significa que el papel de los
fieles no se limita a recibir pasivamente los efectos del sacrificio y los dones eucarísticos
confeccionados por el sacerdote ordenado, sino que son invitados a ofrecer juntamente el sacrificio
de Cristo en unión con el sacerdote que actúa in persona Christi, de tal forma que, por esa
participación, también el sacrificio del pueblo pertenezca al culto litúrgico de la Iglesia (cf. MD 113).
La fuente de donde nace toda la vida cristiana es en primer lugar el bautismo, pero su
permanencia viva se dará por la Eucaristía que ejerce una influencia activa para que la persona pueda
recibir la gracia de los demás sacramentos20.
El ser humano es constituido de cuerpo y alma, inseparablemente unidos, siendo ambos los
actores y beneficiarios de los actos sacramentales. Por eso se requiere no sólo la armonía del alma
con la acción litúrgica, sino también la del cuerpo. Esta unidad sustancial exige la presencia corporal
a la acción litúrgica, explicando, entre otras cosas, el precepto de la participación en la misa
dominical21.
El Código de Derecho Canónico determina las reglas básicas para el uso de la Eucaristía, entre
las cuales señalamos los siguientes cánones:
912: Todo bautizado a quien el derecho no se lo prohíba, puede y debe ser admitido a la sagrada
comunión.
915: No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en
entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en
un manifiesto pecado grave.
917: Quien ya ha recibido la santísima Eucaristía, puede recibirla otra vez el mismo día
solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe.
921, § 2: Aunque hubieran recibido la sagrada comunión el mismo día, es muy aconsejable que
vuelvan a comulgar quienes lleguen a encontrarse en peligro de muerte.
5. Adoración eucarística y vida espiritual
Reconociendo la presencia permanente del Señor en la hostia consagrada, el Código de Derecho
Canónico (940) prescribe que «ante el sagrario en el que está reservada la santísima Eucaristía ha de
lucir constantemente una lámpara especial, con la que se indique y honre la presencia de Cristo».
Este uso tradicional tiene dos finalidades:
1. Honrar a Cristo, como muestra de fe en su presencia real.
2. Indicar la presencia del Señor a los fieles, exhortándolos a la adoración.

19
Cf. SCHILEBEECKX, Edward. Dios futuro del hombre, p. 109.
20
Cf. S. Th. III, q. 79, a. 1, ad 1.
21
Cf. VAGAGGINI, Cipriano. El sentido teológico de la liturgia. Ensayo de liturgia teológica general, pp. 293-296.

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El Código de 1917 prescribía que la lámpara debía ser alimentada con aceite de oliva o cera de
abeja. El aceite o la cera que se consumen permanentemente, simbolizan la oración de la Iglesia en
adoración a Jesucristo presente en la Eucaristía.
El Código de Derecho Canónico, en su canon 941, modificó los criterios que exigían causa
justa para la exposición del Santísimo, dando a entender que ésta no debe ser un acto extraordinario,
sino fuente de gracias para los fieles.
La Carta Dominicae cenae, del papa Juan Pablo II (3), indica:
«La adoración a Cristo en este sacramento de amor debe encontrar expresión en diversas formas de
devoción eucarística: plegarias personales ante el Santísimo, horas de adoración, exposiciones breves,
prolongadas, anuales (las cuarenta horas), bendiciones eucarísticas, procesiones eucarísticas, Congresos
eucarísticos».
La adoración eucarística es el sustento de la vida espiritual, que no tiene una dimensión única
ni primordialmente individual, sino que debe estar abierta a la oración por las necesidades del mundo,
especialmente por su santificación:
«No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta
a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración».
Es muy importante en la adoración Eucarística no considerar a Cristo sacramentado como una
cosa, sino como una Persona que siente, ama, y espera a cada uno de los fieles. La adoración, además
de las oraciones vocales, debe constituirse, primordialmente de este diálogo o interlocución entre el
fiel y su Creador. Esta adoración puede ser solemne, simple, o delante del sagrario cerrado. Incluso
en una visita, o al pasar frente a una iglesia, se debe recordar la presencia personal de Cristo y adorarlo:
«Yo os adoro, Jesús, Dios mío, aquí presente en el sacramento de vuestro amor». Este encuentro
personal con Cristo es fundamental para la perfección de la vida consagrada, por su característica de
total entrega al Señor22.
Obviar o hacer la adoración eucarística de modo distraído y sin devoción equivale, para el
consagrado, a un esposo o esposa que desprecia a su cónyuge: este matrimonio camina para la ruptura.
La unión con Cristo es la raíz de la vida consagrada, sin embargo, esta unión debe ser alimentada
para no perderse en la inanición o ser absorbida por las preocupaciones de la vida, como la semilla
que es sofocada por las espinas. La adoración prepara la tierra para recibir a la semilla, saca las espinas
de las imperfecciones y nos une a Aquel a quien entregamos nuestro ser.

5. Culto eucarístico fuera de la Misa


El Concilio de Trento (1545-1563) incentiva el culto y la veneración al Santísimo Sacramento,
así como la comunión frecuente, permitiendo, incluso la comunión fuera de la misa.
El culto trinitario se enraíza ante todo en la celebración de la liturgia eucarística, pero no se
restringe a este momento. Dado que la Eucaristía fue instituida para mantener la presencia de Cristo
entre sus fieles, el Santísimo Sacramento es digno de adoración, acción de gracias y culto23.
El papa Juan Pablo II recomienda la adoración eucarística fuera de la misa como un objetivo
especial para las comunidades de vida consagrada, con actos de adoración, para reparar los descuidos,
olvidos y ultrajes que nuestro Salvador padece por los pecados de la humanidad. En esta adoración,
el rostro de Cristo puede ser contemplado con María y a través de ella, por ejemplo con la oración
del Rosario, tan recomendada por el Magisterio, por su carácter bíblico y evangélico, centrado en los
misterios de la vida de Jesús, repitiendo las palabras del ángel a María, a fin de alcanzar la misma
entrega al Señor, que marcó su vida24.

22
Cf. AUER, Johann. Sacramentos. Eucaristía. Barcelona: Herder, 1975, p. 317.
23
Cf. JUAN PABLO II. Carta Dominicae Coena, sobre el misterio y el culto de la Eucaristía, n. 3.
24
Cf. JUAN PABLO II, Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, para el Año de la Eucaristía, del 7 de octubre de 2004.

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El tema del culto eucarístico fuera de la Misa está expuesto sintéticamente en la constitución
Sacrosanctum concilium, siendo contemplado en las encíclicas Mysterium fidei (1965), de Pablo VI,
en la instrucción Eucharisticum mysterium (1967) y en el Ritual de la sagrada comunión y del culto
de la Eucaristía fuera de la misa (1973). Posteriormente, en la Carta del papa Juan Pablo II,
Dominicae Cenae (1980) y la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, de 2004.
Este culto mantiene una unidad y continuidad con la misa, superando la dicotomía entre
celebración y culto eucarístico. Se remonta ya al primer milenio, especialmente en el uso del viático
para los mártires y del envío a otras iglesias como signo de comunión. Ya en el segundo milenio, la
reacción católica a las herejías de Berengario de Tours favoreció el florecimiento de la piedad
eucarística, impulsando la oración delante del Santísimo y la bendición con el Santísimo Sacramento.
Esta oración no se sitúa en el plano litúrgico-sacramental, sino de la oración cristiana, siempre unida
al hecho sacramental por la íntima relación con él, como grande manifestación de fe en la presencia
real de Cristo, negada por las corrientes heréticas.
En el Ritual de la sagrada comunión y culto de la Eucaristía fuera de la misa, encontramos tres
orientaciones que son básicas para la espiritualidad eucarística:
1. La relación de la devoción eucarística con los tiempos litúrgicos.
2. La relación entre la adoración eucarística y la celebración de la misa, debiendo el adorador
centrar su atención en los dos ejes claves: la misa como origen de la presencia de Cristo y
la comunión como fin.
3. La relación con la vida diaria de acuerdo con la vocación específica de cada cristiano,
impulsando al orante a vivir en plena armonía con el Señor que adora. La adoración es vista
así no como una evasión o un cerrarse en una piedad egocéntrica, sino como compromiso
de misión a servicio de la Iglesia y de la caridad fraterna.
La exposición solemne de la Eucaristía y las procesiones eucarísticas tienen como finalidad
principal proclamar y reconocer la presencia sacramental de Cristo y suscitar la comunión con Él. En
las comunidades religiosas la adoración puede ser breve, prolongada o perpetua, siendo estipulados
los elementos que forman parte de la estructura de la celebración, que nunca pueden ser omitidos.
En estas exposiciones se debe considerar tres ejes claves: hacer memoria de la Eucaristía
celebrada, centrar la atención en Cristo presente y desear un día ver a Cristo cara a cara en el cielo.
Sólo el sacerdote o diácono son ministros ordinarios de la exposición de la Eucaristía. Los
acólitos instituidos y los ministros extraordinarios, o personas autorizadas por el Ordinario, pueden
hacer la exposición, pero no la bendición con el Santísimo.
Se establece también los Congresos eucarísticos como signos de fe en el Señor sacramentado.
Existen básicamente dos modalidades de exposición: la breve y la prolongada. La breve
consiste en exponer el Santísimo abriendo solamente el sagrario y colocando el copón sobre el altar
para la adoración. La prolongada consiste en exponer por un tiempo largo, colocando el copón sobre
el altar o la custodia en el ostensorio o sobre el altar. Cabe al Ordinario determinar las normas
específicas de las adoraciones eucarísticas, que no deben realizarse en la misma Iglesia u oratorio
donde se celebra la misa25.

25
Cf. CANALS, Joan M. El culto a la Eucaristía. Barcelona: Centre de Pastoral Litúrgica, 2001, pp. 8-9; 14; 43-44; 67-
68.

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