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LA UTOPÍA ARGUEDIANA

Esta ponencia tiene la finalidad de explicar adecuadamente la utopía que José María Arguedas pensó, enarboló y defendió a través de su
narrativa, poesía, trabajos antropológicos y artículos, en general. Paralelamente, se pretende desbaratar los supuestos que sus detractores
utilizaron para hacerlo aparecer como adherente de una “utopía arcaica”.

En primer lugar, revisemos las acepciones que se dan para comprender el vocablo utopía. Desde que Tomas Moro escribió “Utopía”,
obra en la que hace una descripción de la organización socio-económica de una República instaurada en cierta isla imaginaria llamada
Utopía, se ha difundido y generalizado con el significado de “algo irrealizable”. Con el desarrollo de las ciencias sociales cambió este
rasgo semántico por otro que se refiere a “la proyección humana de un mundo idealizado que se presenta como alternativo al mundo
realmente existente”, capaz de conducirnos a construir un juicio crítico acerca del presente.
¿Cómo conciben algunos intelectuales la utopía de Arguedas? Como arcaica, como una utopía pasatista, como conservador de la pureza
de una cultura. Mario Vargas Llosa, al referirse a este punto manifestaba:

“En lo que respecta al indio, Arguedas fue un conservador, un ecólogo cultural. Esto se expresaba en él más por instinto y pálpito que
mediante una elaboración consciente. Desde luego que lo exasperaban la explotación y los abusos de que era víctima el indio, y quería
ardientemente que esa situación se corrigiera. En eso coincidía con los sectores llamados progresistas. Pero, había otro aspecto de la
realidad india que él conoció y comprendió mejor que ningún otro peruano que lo fascinaba y que ha querido conservar” (Vargas
Llosa;1996:29)
Basado en este discurso vargasllosiano varios estudiosos de la literatura nacional, de distinta tendencia, algunos para demostrar con
ironía, lo absurdo de dicha utopía; otros, de “buena voluntad”, pero pensando equivocadamente en la factibilidad de dichos ideales,
pretenden demostrar con argumentos inconsistentes que Arguedas pensó seriamente en un “Pachacúteq”, como un “retorno al pasado” o
una vuelta de la historia en 180 grados.

No se pretende estar a favor o en contra de Mario Vargas Llosa. Ni se quiere plantear la disyuntiva: José María o Mario Vargas Llosa.
No. Cada quien tiene su lugar en este mosaico de culturas que es el Perú. Cada quien construye discursos reproduciendo las
representaciones o construcciones mentales de su entorno más mediato, más vital, sin perjuicio de que puedan rozar aquellas que circulan
en el mundo como rasgos instrínsecos de la cultura universal. Vargas Llosa escribió desde la perspectiva y el mundo que conoció, y lo
hizo y hace bien. Arguedas escribió, igualmente, desde el interior de la cultura andina y, vaya, que, también, lo hizo bien.

Se hace esta aclaración porque uno de los intelectuales que escribió todo un libro para demostrar que la utopía de Arguedas era arcaica
fue Vargas Llosa. Pero, ha sido él mismo y en el mismo libro, quien se encarga de dedicarle los mayores elogios que un escritor pueda
merecer:
“Entre mis autores favoritos, esos que uno lee y relee y llegan a constituir su familia espiritual, casi no figuran peruanos, ni siquiera los
más grandes como el Inca Garcilaso de la Vega o el poeta César Vallejo. Con una excepción: José María Arguedas. Entre los escritores
nacidos en el Perú es el único con el que he llegado a tener una relación entrañable, como la tengo con Flaubert o Faulkner” (Vargas
Llosa; La utopìa arcaica, 1996: 9).
Y si bien es cierto que Vargas Llosa criticó acremente su novela “Todas las Sangres”, no procedió de igual modo con sus cuentos y
novelas anteriores, ni con “El zorro de arriba y el zorro de abajo”. Es más, consideró que Arguedas era un narrador moderno en el
sentido lato de la palabra. Vargas Llosa se pregunta:
“¿Por qué una novela como esta (refiriéndose a “El mundo es ancho y ajeno”), de ambiciosa factura y de poderosa narrativa, animada por
generosas ideas de coexistencia cultural y decencia política, nos parece anticuada en comparación con las que escribió José María
Arguedas y cuyas ideas, en muchos sentidos, además de arbitrarias son también falsas?”
Luego de hacer una exégesis respecto de las estructuras y la metodología termina contestándose:
“Los métodos narrativos de Alegría, aun en ‘El Mundo es ancho y ajeno’, su mejor novela, cotejados con los de su contemporáneo
Arguedas, pertenecen a una época anterior, no han superado las maneras de contar del siglo XIX” (Vargas Llosa 1996: 119).
Queda claro, entonces, que no me anima ninguna animadversión u ojeriza contra nuestro Premio Nobel. En este artículo solo trataré de
demostrar que Vargas Llosa se equivocó al considerar como arcaica la naturaleza de la utopía de Arguedas.

Empecemos hablando acerca del lenguaje arguediano. Se ha creído y, en gran medida, motivado por las propias declaraciones de José
María, que su primera lengua fue el quechua y que luego adquirió el español. Desde un punto de vista lingüístico esta aserción es difícil
de ser probada porque la estructura de la lengua se forma en el hombre desde la fase pre natal. Por eso, los lingüistas hablan de la lengua
de pecho o lengua de seno que es la que corresponde a la madre, el primer ser humano con quien interactúa a través de la comunicación.
La madre tanto como el padre de José María fueron hablantes del español; por tanto, la primera lengua de aquel niño fue el español. La
estructura de la lengua se forma en nosotros durante los primeros años y probablemente hasta los ocho. En este período podemos
aprender dos o tres códigos lingüísticos según sea el caso. Arguedas vivió con su madre hasta los 3 años, edad en que se convierte en
huérfano de madre. Durante estos tres años y, posteriormente, vivió en un entorno de quechua-hablantes, lo cual significa que también
aprendió paralelamente esta lengua. Quiere decir que Arguedas fue un bilingüe coordinado en tanto que podía controlar ambas lenguas
en igual medida. Por tanto, no sería cierto que Arguedas hubiese adquirido el castellano tardíamente. Él llegó a controlar adecuadamente
el español. Así lo demuestran sus escritos y su oficio de conferencista nacional e internacional.

Si revisamos el castellano hablado por sus personajes de “Agua” (1935) y “Yawar Fiesta” (1941) se observa falencias fonéticas
(motoseo) y morfosintácticas muy notorias como si estuvieran utilizando un castellano cosificado, un código atrapado por camisas de
fuerza invulnerables. Pero, si en un primer momento trató de transportar al español la sintaxis quechua, Arguedas continúa
preguntándose ¿cómo es posible narrar en castellano un mundo que se ha aprendido, amado y vivido en quechua? Por eso, revisó el
castellano de sus personajes y corrigió “Agua” y “Yawar Fiesta”. Es más, escribió un trabajo interesante en 1950 acerca de este problema
lingüístico que tanto lo agobió. “La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú, 1950”.

No olvidemos que en 1954 se reeditó “Agua” junto con otros cuentos bajo el título general de “Diamantes y Pedernales”. Incluyó el
autor, a manera de prólogo, párrafos de un artículo publicado antes en la revista Mar del Sur N0 09 (1950), y ocurrió otro tanto cuando
presentó la edición chilena de “Yawar Fiesta” (1968), originalmente presentado en 1941.
Arguedas decía en el artículo publicado en Mar del Sur: “Es, pues, falso y horrendo presentar a los indios hablando en el castellano de
los sirvientes quechuas aclimatados en la capital”. (Arguedas 1950)

Esto significa que Arguedas se inclinó por el uso del español, específicamente, de la lengua española andina que no se refiere solo al uso
de un tipo de castellano como instrumento para el proceso de la enunciación; sino, a la plasticidad necesaria para expresarse como un
escritor andino a través del español. Este solo hecho incidió en la construcción de un estilo tan peculiar y tan necesario para la
expresividad de sus personajes, conservando en español los rasgos del discurso quechua.
Al respecto, un prestigioso peruanista afirmaba:
“Arguedas es perfectamente consciente de que el lenguaje del poder en el Perú es el español, y comprende que en esta situación se
plantea una revisión profunda y difícil, partiendo de la lengua castellana, batallando consigo mismo y su entorno en busca de una
expresión creativa en español, pero amamantada por el quechua” ROLAND FORGUÉ 1991.
Esta decisión debió ser penosa para Arguedas que sentía, amaba u odiaba en quechua. Revisemos un pasaje patético de “Los Ríos
Profundos” cuando un compañero suyo le pide a Ernesto que le escriba una carta para su enamorada; pero, Ernesto toma conciencia de
que expresar los sentimientos en castellano serían cosificados, no tendrían sentido. Entonces Ernesto escribe la carta en quechua y luego
la traduce al español con una carga de conciencia y una pena profunda que están descritos en las páginas 83-84 de la edición de 1958.

Lo que está creando Arguedas para solucionar el problema del lenguaje es un discurso intersistémico, un constructo lingüístico que tiene
de quechua y de español y, que a partir de Alberto Valcárcel, se conoce como “castellano andino”. Es su opción lingüística, un rasgo
medular que después se repetirá cuando hablemos de su utopía.

En octubre del 2002, en el curso del Primer Congreso Internacional de Traductores e Intérpretes organizado por la Universidad Ricardo
Palma y la Universidad Femenina del Sagrado Corazón, Dora Salas, profesora de Departamento de Comunicación y Traducción de la
Universidad Jaume I de Castellón- España, confirma con argumentos sólidos la tesis del discurso intersistémico que, anteriormente, ya
se había planteado, aunque con términos menos técnicos.
“Ernesto crea en su discurso intersistémico una expresión nueva, traduciendo a otra lengua una sensibilidad y un modo de pensar. La
oralidad del quechua queda traducida en papel y la emocionalidad queda trasladada de un idioma a otro” (Dora Sales Salvador 2002: pág.
9).
Esta construcción del lenguaje lo cumplió sin escamotear los cánones de la expresión castellana porque fue un gran escritor; asimismo,
sin traicionar su condición de bilingüe castellano-quechua en un país donde la lengua de prestigio es la española. Cerremos esta parte con
unas palabras suyas: “Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz, habla en cristiano y en
indio, en español y quechua” (JMA; 1975: 282).

El segundo objetivo de este trabajo es recusar la afirmación de que Arguedas, en el aspecto cultural, era un indigenista redomado, que le
preocupaba la conservación de la cultura tradicional y habría estado identificado con prejuicios racistas o anti limeño-occidentales. Se ha
llegado a atribuirle la misma aversión a los blancos y a los mestizos de Luis E. Valcárcel en su libro “Tempestad en Los Andes” e,
incluso, de José Ángel Escalante.
Usemos para demostrar lo contrario algunas expresiones del mismo Arguedas.
“El socialismo no mató en mí lo mágico” Esta es una frase arguediana bastante conocida. Significa que se adhirió al socialismo y, quien
se adhiere al socialismo, no sueña con una utopía arcaica, sino, con una utopía moderna que involucra a todos los actores y sectores de
una sociedad multilingüe y pluricultural. Su posición es integradora de todas las sangres como es el ideal estético que sostiene su novela
“Todas las Sangres”. Su actitud es incluyente, no excluyente. El abordaje obsesivo del mundo indígena en su literatura no tiene un
sentido excluyente, sino, el afán de mostrar ante el mundo occidental el espíritu verdadero del indio, mucho más que denunciar la
expoliación de las poblaciones originarias por el sistema de haciendas que él conoció. Nadie como él reveló al mundo nuestra manera de
ser, pensar, hacer y vivir.

No renegó contra la cultura occidental, ni la recusó. La tecnología de su tiempo alcanzó logros nunca antes vistos. Por el ejemplo, la
aparición del jet para surcar en poco tiempo los cielos del mundo. Fue entonces que escribió el poema “Oda al jet”:
En ese mundo estoy, sentado, más cómodamente que en ningún sitio, Sobre un lomo de fuego,
Hierro encendido, blanquísimo, hecho por la mano del hombre, pez de viento.
Sí, “Jet” es su nombre. Las escamas de oro de todos los mares y los ríos no alcanzarían a brillar como él brilla El temible filo de
nieve de las sagradas montañas, allá abajo resplandece, pequeñito; se ha convertido en lastimoso carámbano.

La pregunta es ¿Puede un poeta que aborrece a occidente producir un texto como el que acabamos de leer? La respuesta es obvia. Su
posición respecto de la tecnología alcanzada por occidente es de admiración y nadie admira algo que repudia, sino, lo que conoce y
acepta.
Existe en la producción arguediana algunos textos considerados “duros” contra occidente, como por ejemplo

A NUESTRO PADRE CREADOR TÚPAC AMARU


Fragmento
Al inmenso pueblo de los señores hemos llegado y lo estamos removiendo. Con nuestro corazón lo alcanzamos, lo penetramos; con
nuestro regocijo no extinguido, con la relampagueante alegría del hombre sufriente que tiene el poder de todos los cielos, con
nuestros himnos antiguos y nuevos, lo estamos envolviendo. Hemos de lavar algo las culpas por siglos sedimentadas en esta cabeza
corrompida de los falsos wiracochas, con lágrimas, amor o fuego. ¡Con lo que sea! Somos miles de millares aquí, ahora. Estamos
juntos; nos hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por nombre, y estamos apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba,
que nos despreciaba como a excremento de caballos. Hemos de convertirla en pueblo de hombres que entonen los himnos de las
cuatro regiones de nuestro mundo, en ciudad feliz, donde cada hombre trabaje, en inmenso pueblo que no odie y sea limpio, como la
nieve de los Dioses montañas donde la pestilencia del mal no llega jamás. Así es, así mismo ha de ser, Padre mío, así mismo ha de
ser, en tu nombre, que cae sobre la vida como una cascada de agua eterna, que salta y alumbra todo el espíritu y el camino.

¿Los serranos están cercando y removiendo Lima para desaparecerla? ¿Estamos envolviendo Lima para eliminar a los blancos, a los
limeños, a quienes nos han odiado tanto peor que a excremento de caballo? No. De ningún modo. Lo que se quiere es convertir a Lima
en pueblo de hombres que entonen los himnos de las cuatro regiones de nuestro mundo; convertir a Lima en una ciudad feliz, en un
pueblo que no odie y sea limpio como la nieve de los dioses montañas.

José María Arguedas, tanto en su trabajo literario como en sus investigaciones antropológicas abogó por lo nuestro; dio a conocer el
sufrimiento del indio, sus aspiraciones y fracasos, sus frustraciones y su esperanza. Nunca reclamó una venganza contra los blancos o los
falsos wiracochas, sino un trato armonioso entre la cultura criollo-occidental y la cultura andina. Reclamó con justicia que el proyecto
histórico del Perú debía tener como base la matriz andina, sin recusar ni rechazar todo aquello que viniendo de oriente o de occidente
sirva para el desarrollo del país.

La posición intolerante y jactanciosa de los académicos y políticos de la década del sesenta fue algo que produjo un impacto profundo en
el alma de Arguedas. Por eso escribió el poema LLAMADO A ALGUNOS DOCTORES, que es una interpelación desde los patrones del
universo andino a la sabiduría occidental y una invocación al diálogo entre el mundo andino y el mundo occidentalizado. El sustantivo
"doctores" hace alusión a los representantes de una ciencia y de un saber que ve en el mundo andino sólo atraso e ignorancia y, que por
eso, desean cambiarle la cabeza por otra mejor. Leamos algunos fragmentos
LLAMADO A ALGUNOS DOCTORES
(fragmento)

Dicen que ya no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor.
Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los tiempos, que está lleno de temores, de lágrimas, como el de la calandria, como el
de un toro grande al que se degüella; que por eso es impertinente.
Dicen que algunos doctores afirman eso de nosotros; doctores que se reproducen en nuestra misma tierra, que aquí engordan o que
se vuelven amarillos.
Que estén hablando, pues; que estén cotorreando si eso les gusta.
¿De qué está hecho mis sesos? ¿De qué está hecha la carne de mi corazón?
Los ríos corren bramando en la profundidad. El oro y la noche, la plata y la noche temible forman las rocas, las paredes de los
abismos en que el río suena; de esa roca están hechos mi mente, mi corazón, mis dedos.
¿Qué hay a la orilla de esos ríos que tú no conoces, doctor? Saca tu larga vista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes.
Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y
el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores son mis sesos, mi carne.
¿Por qué se ha detenido un instante el sol, por qué ha desaparecido la sombra en todas partes, doctor?
Pon en marcha tu helicóptero y sube aquí, si puedes. Las plumas de los cóndores, de los pequeños pájaros se han convertido en arco
iris y alumbran.
Las cien flores de la quinua que sembré en las cumbres hierven al sol en colores; en flor se han convertido la negra ala del cóndor y
de las aves pequeñas (...)
¡No huyas de mí, doctor, acércate! Mírame bien, reconóceme. ¿Hasta cuándo he de esperarte?
Acércate a mí; levántame hasta la cabina de tu helicóptero. Yo te invitaré el licor de mil savias diferentes; la vida de mil plantas que
cultivé en siglos, desde el pie de las nieves hasta los bosques donde tienen sus guaridas los osos salvajes.
Curaré tu fatiga que a veces te nubla como la bala de plomo; te recrearé con la luz de las cien flores de quinua, con la imagen de su
danza al soplo de los vientos; con el pequeño corazón de la calandria en que se retrata el mundo; te refrescaré con el agua limpia
que canta y que yo arranco de la pared de los abismos que tiemplan con su sombra a nuestras criaturas(...).

Impelido por el desprecio de los científicos hacia lo andino, el indio, a través de la voz del hablante lírico creado por Arguedas, le dice
finalmente lo que es, lo que vale, pero, no para menospreciarlo o rechazarlo, sino, para convocarlo como componente de una relación
armosiosa. No huyas de mí doctor, acércate, le dice, yo te invitaré el licor de mil savias diferentes. Curaré tu fatiga que a veces te nubla
como la bala de plomo. Es un llamado sincero coincidente como el que se registra en el poema “A nuestro padre creador Túpac Amaru”.
Es cierto que, por su naturaleza, se trata de un poema transgresor escrito fuera del canon y, decididamente, contra el canon, por los semas
y clasemas que le sirven de sustento y, por lo mismo que fue escrito en quechua y, luego traducido por él al español. Nadie dejaría de
observar esa expresión de rabia contenida que, el texto despide por todos sus poros, contra la discriminación y la falta de comprensión
del “otro”. Pero, de ahí, a deducir que rechaza a occidente es cometer una ligereza.

Miguel Ángel Huamán, en su libro “Poesía y Utopía Andina”, que fuera publicado por DESCO en 1988, ya negaba que Arguedas
hubiese enarbolado esa utopía arcaica, racista, anti-occidental, sobre la que Vargas Llosa escribe recién en 1996. Y más bien, llega a la
conclusión de que la utopía arguediana fue la utopía andina, que insertaba necesariamente un conjunto de elementos socialistas, como
núcleo vertebrador de un Perú de todas las sangres. Decía Miguel Ángel Huamán:
“El manejo de la utopía andina como categoría alternativa para esa visión integradora y global, al igual que las asimilaciones o los
préstamos lingüísticos, nos conduce necesariamente a negar el lenguaje altisonante de quienes sostienen taimadamente una lucha de
razas”. Miguel Ángel Huamán; 1988:136.

Un Perú donde todos trabajen y sean felices, una sociedad donde se consolide un mestizaje cultural simétrico; vale decir, una búsqueda
constante de espacios dialógicos entre individuos pertenecientes a una sociedad multilingüe y pluricultural, es la base de la utopía
arguediana.
En conclusión, usando algunos segmentos del amplísimo y complejo discurso arguediano queda demostrada que su utopía es incluyente,
integradora de “todas las sangres”. De igual manera, todos los argumentos usados por el “otro” y, a veces, por “nosotros mismos” para
demostrar que su utopía era arcaica o un “retorno al pasado” caen por su propio peso.

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