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¿Quién es este?

A lo largo de todo el evangelio vamos a hallar la misma pregunta revestida con diversos ropajes:
después de que Jesús calma la tempestad, los discípulos se preguntan “¿Quién es este que hasta el
viento y el mar le obedecen?” (4,41); Herodes se pregunta sobre la identidad de aquel famoso Jesús
que la gente cree que es Juan el Bautista o Elías (cf. 6,14-16); el Señor pregunta a sus disciulo“¿Quién
dicen los hombres que soy yo?” (8,27); “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” (14,61); es desafiado
a revelar su identidad bajándose de la cruz (cf. 15,29-32).
Y, de la misma manera, las respuestas son muy diversas: Jesús es “un blasfemo” (2,6) y el príncipe
de los demonios»; es uno de los profetas que ha resucitado (cf. 6,14-16); para la extranjera que padecía
el flujo de sangre es “el Señor” (7,28); el Hijo de David (10,47); Maestro (4,38); el Cristo (8,29); el
Rey de los Judíos; y, finalmente, el Hijo de Dios (15,39).
Pero llama poderosamente la atención que el evangelista también afirma que los mismos demonios
conocían y proclamaban a Jesús y lo hacen apenas Jesús inicia su ministerio en Galilea: “Jesús curó
a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Pero no
dejaba hablar a los demonios, pues le conocían” (1,34).
Es necesario, por tanto, indagar la razón del evangelista para preguntarse tan insistentemente por
la identidad de Jesús y, a la vez, resguardar aquella identidad bajo lo que los estudiosos han llamado
el secreto mesiánico.
Maggioni, en su obra El relato de Marcos citada por X. Alegre1, afirma:

Marcos no se contenta con ir revelando poco a poco el misterio cristiano; se preocupa


al mismo tiempo de llevar al lector a que descubra sus propios temores, su propia
ignorancia, su propia resistencia. Por eso el evangelio se mueve en dos líneas paralelas:
la revelación del misterio de Jesús y la manifestación del corazón del hombre.

En pocas palabras, como afirma Alegre, a la par de la pregunta “¿quién es Jesús?” está la otra
pregunta fundamental para el cristiano: “¿Quién es el verdadero discípulo de Jesús?”. Es justo en
medio de estas dos coordenadas donde debe situarse la intencionalidad del evangelista de Marcos al
escribir su obra.
Y es que, si bien Jesús parece identificarse con alguno de los títulos que le otorgan —como
Maestro (cf. 4,38; 10,51), Señor (cf. 7,28), Cristo (cf. 8,29) y, sobre todo, Hijo de David (cf. 10,47-
48)— parece identificarse más plenamente todo lo relacionado con el Reino (cf. 4,11) y la Palabra
(cf. 4,13-20.33).
Eso sí, ante todo, el evangelista se esfuerza en poner en alerta a la comunidad cristiana a la que
dirige su escrito del peligro de no reconocer a Jesús en su diario vivir a través del camino que lo llevó
a la cruz. Esta es la razón que subyace, por ejemplo, en las duras palabras que Jesús expresa en el
momento en que lo llegan a buscar sus familiares: “Él les respondío: ‘¿Quién es mi madre y mis
hermanos?’ Y, mirando a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dijo: ‘Estos son mi madre
y mis hermanos, pues quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’”
(3,33-35).

1
Alegre, X. Marcos o la corrección de una teología triunfalista. Pautas para la lectura de un evangelio
beligerante y comprometido.

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